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Todos ayudan a extender la vida, pero el efecto de cada uno diferente. Por
ejemplo, una mala calidad del sueño, una mala dieta,
emborracharse y sufrir estrés pueden aumentar un 20 % las
posibilidades de una muerte prematura, mientras que las
relaciones sociales aportan únicamente un 5 % de mejora respecto al resto
de condiciones. Esto se debe a que los primeros factores citados favorecen
la prematura aparición de trastornos y enfermedades
cardiovasculares, la diabetes tipo 2 o algunas discapacidades
motoras y mentales.