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dos en relación el uno con el otro según deben ser con cebidos en la ley
moral, es decir, sólo en cuanto se hace de ellos un uso práctico puro.
Entonces se hace abstracción de todo lo demás que está inherente psi
cológicam ente a estos conceptos, es decir, en cuanto observamos empí
ricamente esas facultades nuestras en su ejercicio (e .g ., que el intelecto
del hombre es discursivo, que por lo tanto sus representaciones son
pensam ientos y no intuicion es, que estas representaciones se suceden
en el tiem po, que su voluntad depende siem pre, en cuanto a su con ten
tamiento, de la existencia de su objeto, etc., todo lo cual no puede
ocurrir así en el ser supremo) y, así, de los con ceptos m ediante los
cuales pensam os un ser puro del entendim iento, no resta sino lo que se
requiere para la p osibilidad de pensar una ley moral y por lo tanto sí
un con ocim iento de Dios pero sólo desde el punto de vista práctico; de
m odo que si tratamos de ampliarlo a un conocim ien to teórico, obten
dremos un entendim iento de Dios que no pien sa, sino que intuye, una
voluntad que está dirigida a objetos de cuya existencia no d epende de
ninguna manera su contentamiento (no quiero ni m encionar los predi
cados trascendentales, com o por ejem plo una magnitud de existen cia,
es decir, una duración, pero que no se desarrolla en el tiem po, el cual
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nos queda más que la simple palabra, sin que se pueda conectar con ella
el menor concepto por el cual se pueda esperar un aumento del con oci
miento teórico. En cambio, en relación con el uso práctico nos queda de
las propiedades de un entendimiento y una voluntad todavía el concepto
de una relación a la cual la ley práctica (que precisamente determina
esta relación del entendimiento con la voluntad) proporciona reali
dad objetiva. Una vez que ha ocurrido esto, le es dada realidad al con cep
to del objeto de una voluntad determinada moralmente (al concepto del
bien supremo), y con él a las condiciones de su posibilidad, a las ideas de
Dios, libertad e inmortalidad, pero siempre únicamente en relación con el
ejercicio de la ley moral (y no para un fin especulativo).
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decir que este mundo fue posible sólo por un Dios (tal y como debemos
pensar este concepto). Pero es totalmente imposible conocer la existencia de
este ser por simples conceptos, porque toda proposición existencial, es de
cir, la que afirma la existencia de un ser del cual me formo un concepto, es
una proposición sintética, i.e., una proposición por la cual salgo de ese con
cepto y digo más de lo que fue pensado en el concepto, a saber, que a ese
concepto en el entendimiento le corresponde además un objeto fuera del
entendimiento, lo cual es manifiestamente imposible de establecer median
te algún raciocinio.90 Por lo tanto, no le queda a la razón más que una sola
manera de proceder para alcanzar este conocimiento, Le., que ella, como
razón pura, determine | su objeto a partir del principio superior de su uso <251 >
puro práctico (porque este uso está dirigido, de todos modos, sólo a la exis
tencia de algo como consecuencia de la razón). Y entonces se muestra no
solamente en su tarea inevitable, a saber, en la tendencia necesaria de la
voluntad hacia el bien supremo, la necesidad de admitir tal ser originario en
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