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L a a m p lia c ió n d e la ra z ó n p u ra

produzca por este incremento la menor extensión del conocimiento en cuan­


to a los principios fundamentales teóricos.

* * *

/ / Si además estas ideas de Dios, de un mundo inteligible (su reino) y de [1 3 7 ]

la inmortalidad, son determinadas mediante predicados sacados de nues­


tra propia naturaleza, no se debe considerar esta determinación ni com o
representación sensible de aquellas ideas puras de la razón (antropomor­
fismos) ni com o conocim iento exaltado de objetos suprasensibles, pues
estos predicados no son sino el | entendimiento y la voluntad considera­ <247>

dos en relación el uno con el otro según deben ser con cebidos en la ley
moral, es decir, sólo en cuanto se hace de ellos un uso práctico puro.
Entonces se hace abstracción de todo lo demás que está inherente psi­
cológicam ente a estos conceptos, es decir, en cuanto observamos empí­
ricamente esas facultades nuestras en su ejercicio (e .g ., que el intelecto
del hombre es discursivo, que por lo tanto sus representaciones son
pensam ientos y no intuicion es, que estas representaciones se suceden
en el tiem po, que su voluntad depende siem pre, en cuanto a su con ten ­
tamiento, de la existencia de su objeto, etc., todo lo cual no puede
ocurrir así en el ser supremo) y, así, de los con ceptos m ediante los
cuales pensam os un ser puro del entendim iento, no resta sino lo que se
requiere para la p osibilidad de pensar una ley moral y por lo tanto sí
un con ocim iento de Dios pero sólo desde el punto de vista práctico; de
m odo que si tratamos de ampliarlo a un conocim ien to teórico, obten ­
dremos un entendim iento de Dios que no pien sa, sino que intuye, una
voluntad que está dirigida a objetos de cuya existencia no d epende de
ninguna manera su contentamiento (no quiero ni m encionar los predi­
cados trascendentales, com o por ejem plo una magnitud de existen cia,
es decir, una duración, pero que no se desarrolla en el tiem po, el cual

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es el único medio posible para nosotros de representarnos la | existencia < 248>

como magnitud), propiedades todas de las cuales no nos podemos formar un


concepto que sirva para el del objeto, aprendiendo de este
m odo qu e ellas no p u ed en ser u sadas para una de seres
suprasensibles, es decir, por este lado no pueden establecer absolutamen­
te ningún conocimiento especulativo y su uso se restringe sólo a la prácti­
ca de la ley moral.
Este último punto es tan evidente y puede probarse tan claramente que
se puede retar a todos los supuestos (nombre
curioso)* a que señalen aunque sea una sola propiedad, ya sea del enten­
dimiento o de la voluntad, capaz de // determinar el objeto de su ciencia [138]

(fuera de los predicados puramente ontológicos), sin que se pueda demos­


trar irrefutablemente que, si se abstrae | todo elemento antropomórfico, no < 249>

nos queda más que la simple palabra, sin que se pueda conectar con ella
el menor concepto por el cual se pueda esperar un aumento del con oci­
miento teórico. En cambio, en relación con el uso práctico nos queda de
las propiedades de un entendimiento y una voluntad todavía el concepto
de una relación a la cual la ley práctica (que precisamente determina
esta relación del entendimiento con la voluntad) proporciona reali­
dad objetiva. Una vez que ha ocurrido esto, le es dada realidad al con cep ­
to del objeto de una voluntad determinada moralmente (al concepto del
bien supremo), y con él a las condiciones de su posibilidad, a las ideas de
Dios, libertad e inmortalidad, pero siempre únicamente en relación con el
ejercicio de la ley moral (y no para un fin especulativo).

* es propiamente sólo la esencia de las ciencias Por lo tanto, únicamente el


profesor de teología revelada se puede llamar Pero si también
se quiere llamar al que está en posesión de las ciencias racionales (matemática y filosofía),
si bien esto ya es contradictorio con el significado de la palabra (pues se atribuye a la erudición
únicamente lo que absolutamente tiene que ser y que, por lo tanto, uno no puede encontrar
mediante su propia razón), entonces el filósofo con su conocimiento de Dios, como ciencia positiva,
haría muy mal papel como para hacerse llamar en esc sentido.

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Después de estas observaciones es fácil encontrar la respuesta a la


cuestión más importante, de si el concepto de Dios es un concepto pertene­
ciente a la física (por ende también a la metafísica, en cuanto ésta contie­
ne solamente los principios puros apriori de la primera en sentido general)
o perteneciente a la moral. Recurrir a Dios com o autor de todas las cosas
para explicar las disposiciones naturales o sus m odificaciones, al menos
no es una explicación física y en todo caso una confesión de que la propia
filosofía está agotada, porque se está obligado a admitir algo | de lo cual <250 >

en lo demás no se tiene ningún concepto de por sí, para poder formar un


concepto de la posibilidad de lo que tenemos ante los ojos. Pero es impo­
sible llegar por la metafísica al concepto de Dios y a la prueba de su
existencia mediante conclusiones seguras partiendo del conocimiento de
este mundo, porque tendríamos que conocer este mundo como el todo más
perfecto posible, y por lo tanto, para esto, conocer todos los mundos posi­
bles (para poderlos comparar con éste), es decir, ser omniscientes, / / para [1 3 9]

decir que este mundo fue posible sólo por un Dios (tal y como debemos
pensar este concepto). Pero es totalmente imposible conocer la existencia de
este ser por simples conceptos, porque toda proposición existencial, es de­
cir, la que afirma la existencia de un ser del cual me formo un concepto, es
una proposición sintética, i.e., una proposición por la cual salgo de ese con­
cepto y digo más de lo que fue pensado en el concepto, a saber, que a ese
concepto en el entendimiento le corresponde además un objeto fuera del
entendimiento, lo cual es manifiestamente imposible de establecer median­
te algún raciocinio.90 Por lo tanto, no le queda a la razón más que una sola
manera de proceder para alcanzar este conocimiento, Le., que ella, como
razón pura, determine | su objeto a partir del principio superior de su uso <251 >
puro práctico (porque este uso está dirigido, de todos modos, sólo a la exis­
tencia de algo como consecuencia de la razón). Y entonces se muestra no
solamente en su tarea inevitable, a saber, en la tendencia necesaria de la
voluntad hacia el bien supremo, la necesidad de admitir tal ser originario en

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relación con la posibilidad de este bien en el mundo, sino lo que es lo más


notable, algo que faltaba totalmente al progreso de la razón en la vía de la
naturaleza, i.e., un concepto exactamente determinado de este ser origina­
rio. Como sólo conocem os una pequeña parte de este mundo y menos aún
lo podríamos comparar con todos los mundos posibles, podemos concluir,
del orden, finalidad y grandeza de éste, que tiene un autor sabio, bonda­
doso, poderoso, etc., pero no la omnisciencia, bondad infinita, omnipoten­
cia, etc. de este autor. Se puede admitir también que tenemos el derecho
para subsanar esta carencia inevitable mediante una hipótesis permitida y
bastante racional, a saber, que si en tantas partes com o las que conocem os
más de cerca, vemos brillar la sabiduría, la bondad, etc., deberá ser así en
todas las demás y, por lo tanto, es razonable atribuir toda perfección posi­
ble al autor del mundo; sin embargo, éstas no son conclusiones por las
cuales nos podamos enorgullecer de nuestra comprensión, sino solamente
derechos que se nos pueden conceder pero que necesitan todavía de otra
recomendación más para que hagamos uso de ellos. Por lo tanto, en la vía
empírica | (de la física) el concepto de Dios siempre seguirá siendo un <252>

concepto no exactamente determinado de la perfección del ser originario


como para considerarlo adecuado al concepto de una divinidad (mas con
la metafísica en su parte trascendental no se puede obtener nada).
// Ahora trato de conectar este concepto con el objeto de la razón prác­ [1 40 ]

tica y encuentro que el principio fundamental moral sólo admite como


posible este objeto bajo la presuposición de un autor del mundo que pose­
yera la perfección suprema. El debería ser omnisciente para conocer mi
conducta hasta lo más íntimo de mi convicción en todos los casos posibles
y en todo el porvenir; omnipotente para dar a mi conducta las consecuen­
cias conforme que m erece; también omnipresente, eterno, etc. Por lo tanto,
la ley moral, mediante el concepto del bien supremo com o objeto de una
razón pura práctica, determina el concepto del ser originario como ser

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supremo, lo cual no lo pudo realizar la vía física (y continuándola a un nivel


más alto, la vía metafísica) y, por lo tanto, toda la vía especulativa de la razón.
Así pues, el concepto de Dios es un concepto que no pertenece originariamen­
te a la física, es decir, a lo que corresponde a la razón especulativa, sino a la
moral; lo mismo se puede decir de los demás conceptos de la razón que, como
postulados de la razón en su uso práctico, hemos tratado más arriba.
| El hecho de que en la historia de la filosofía griega, fuera de Anaxá­
goras, no encontramos vestigios patentes de una teología racional pura, no
se debe a que los antiguos filósofos hayan carecido de entendimiento y
comprensión para elevarse hasta ahí por la vía de la especulación, al me­
nos con la ayuda de una hipótesis muy racional; ¿qué cosa podría ser más
fácil, más natural que la idea que se presenta por sí misma a todos: la de
suponer, en lugar de indeterminados grados de perfección en diversas cau­
sas del mundo, una causa única racional que tenga toda la perfección?
Pero los males en el mundo les parecieron objeciones demasiado impor­
tantes para que ellos consideraran tener el derecho a establecer tal hipó­
tesis. Así pues, demostraron entendimiento y comprensión precisamente
al no permitirse esa hipótesis y más bien andar buscando en las causas de
la naturaleza para ver si entre ellas podían encontrar las cualidades y
facultades requeridas para el ser originario. Mas cuando este agudo pue­
blo progresó en sus investigaciones al grado de tratar filosóficamente in­
cluso objetos morales sobre los cuales otros pueblos no habían hecho más
que parlotear, entonces descubrieron antes que cualquiera una nueva ne­
cesidad subjetiva, a saber, una necesidad práctica que no falló al indicarles
de modo determinado el concepto del ser originario; la razón especulativa
quedo así como mero espectador y cuando más con el mérito de embellecer
un concepto que no había nacido / / en su terreno y de promover ­trayendo
a colación una serie | de confirmaciones sacadas sólo ahora de la observa­ <254>

ción de la naturaleza—no la autoridad de ese concepto (que ya estaba funda­


da), sino más bien únicamente su pompa con una supuesta comprensión
teórica de la razón.

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* * *

Por estas evocaciones el lector de la Crítica de la razón pura especulativa


se convencerá totalmente de cuán necesaria y provechosa para la teología
y la moral era aquella laboriosa deducción de las categorías. Porque si las
ponemos en el entendimiento puro, únicamente por esta deducción se puede
impedir considerarlas, con Platón, com o innatas, y fundar sobre ellas pre­
tensiones exaltadas con teorías suprasensibles cuyo fin no se ve; de este
modo, quedaría la teología com o una mera linterna mágica de fantasmas
quim éricos; por el contrario, si las consideramos como adquiridas, se pue­
de impedir la restricción que hace Epicuro de todo uso de éstas, incluso
en sentido práctico, únicamente a los objetos y los fundamentos determi­
nantes de los sentidos. Ahora bien, la crítica demostró con esa deducción,
en primer lugar, que ellas no son de origen empírico sino que tienen su
sede y su fuente a priori en el entendimiento puro y, en segundo lugar, que
estando referidas a los objetos en general, independientemente de su intui­
ción, | ellas producen el conocimiento teórico únicamente al aplicarse a <255>

objetos empíricos, pero que aplicadas a un objeto dado mediante la razón


pura práctica, sirven también para formar un pensamiento determinado de
lo suprasensible, mas sólo en cuanto este suprasensible está determinado
por predicados que pertenecen por necesidad alfin práctico puro dado a priori
y a la posibilidad de éste. La limitación especulativa de la razón pura y la
ampliación práctica de la misma la conducen a esa relación de igualdad
en la cual la razón en general puede ser usada en conformidad a fines y
este ejemplo demuestra mejor que ningún otro que el camino hacia la
sabiduría, para ser seguro y practicable y no llevarnos al error, para noso­
tros, los hombres, tiene que pasar inevitablemente por la ciencia, pero
sólo hasta que la ciencia sea terminada se puede estar convencido de que
conduce a ese fin.91

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