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Nombre: Naomi Marisol Martínez Gálvez

Sección: L
II posibilidad del conocimiento
El dogmatismo entendemos por dogmatismo (de δόγμα = doctrina fijada) aquella
posición epistemológica para la cual no existe todavía el problema del conocimiento.
El dogmatismo da por supuesta la posibilidad y la realidad del contacto entre el
sujeto y el objeto. Es para él comprensible de suyo que el sujeto, la conciencia
cognoscente, aprehende su objeto. Esta posición se sustenta en una confianza en
la razón humana, todavía no debilitada por ninguna duda. Este hecho de que el
conocimiento no sea todavía un problema para el dogmatismo, descansa en una
noción deficiente de la esencia del conocimiento. El contacto entre el sujeto y el
objeto no puede parecer problemático a quien no ve que el conocimiento representa
una relación. No ve que el conocimiento es por esencia una relación entre un sujeto
y un objeto. Cree, por el contrario, que los objetos del conocimiento nos son dados,
absolutamente y no meramente, por obra de la función intermediaria del
conocimiento. Y esto pasa, no sólo en el terreno de la percepción, sino también en
el del pensamiento. Según la concepción del dogmatismo, los objetos de la
percepción y los objetos del pensamiento nos son dados de la misma manera:
directamente en su corporeidad. En el primer caso se pasa por alto la percepción
misma, mediante la cual, únicamente, nos son dados determinados objetos; en el
segundo, la función del pensamiento. Y lo mismo sucede respecto del conocimiento
de los valores. El hecho de que todos los valores suponen una conciencia valo‐
rante, permanece tan desconocido para él como el de que todos los objetos del
conocimiento implican una conciencia cognoscente. El dogmático pasa por alto, lo
mismo en un caso que en el otro, el sujeto y su función. Con arreglo a lo que
acabamos de decir, puede hablarse de dogmatismo teórico, ético y religioso. La
primera forma del dogmatismo se refiere al conocimiento teórico; las dos últimas al
conocimiento de los valores. Vueltos por entero hacia el ser, hacia la naturaleza, no
sienten que el conocimiento mismo es un problema. Éstos son los que proponen
por primera vez el problema del conocimiento y hacen que el dogmatismo en sentido
estricto resulte imposible para siempre dentro de la filosofía. Pero esta palabra tiene
en él una significación más estrecha, como se ve por su E 19 definición del
dogmatismo en la Crítica de la razón pura (‘‘El dogmatismo es el proceder
dogmático de la razón pura, sin la crítica de su propio poder‘‘). El dogmatismo es
para Kant la posición que cultiva la metafísica sin haber examinado antes la
capacidad de la razón humana para tal cultivo. En este sentido, los sistemas
prekantianos de la filosofía moderna son, en efecto, dogmáticos. Pero esto no quiere
decir que en ellos falte aún toda reflexión epistemológica y todavía no se sienta el
problema del conocimiento. No puede hablarse, por tanto, de un dogmatismo
general y fundamental, sino de un dogmatismo especial. Mientras aquél considera
la posibilidad de un contacto entre el sujeto y el objeto, como algo comprensible de
suyo, éste la niega. Según el escepticismo, el sujeto no puede aprehender el objeto.
El conocimiento, en el sentido de una aprehensión real del objeto, es imposible
según él. Mientras el dogmatismo desconoce en cierto modo el sujeto, el
escepticismo no ve el objeto. Su vista se fija tan exclusivamente en el sujeto, en la
función del conocimiento, que ignora por completo la significación del objeto. De
este modo escapa a su vista el objeto, que es, sin embargo, tan necesario para que
tenga lugar el conocimiento, puesto que éste representa una relación entre un sujeto
y un objeto. Igual que el dogmatismo, también el escepticismo puede referirse tanto
a la posibilidad del conocimiento en general como a la de un conocimiento
determinado. Las clases de escepticismo que acabamos de enumerar son sólo
distintas formas de esta posición. El escepticismo metódico consiste en empezar
poniendo en duda todo lo que se presenta a la conciencia natural como verdadero
y cierto, para eliminar de este modo todo lo falso y llegar a un saber absolutamente
seguro. Según él, no se llega a un contacto del sujeto y el objeto.

III el origen del conocimiento


Si formulamos el juicio: ‘‘el sol calienta la piedra‘‘, lo hacemos fundándonos en
determinadas percepciones. Para formular este juicio nos apoyamos, pues, en los
datos de nuestros sentidos ‐la vista y el tacto‐ o, dicho brevemente, en la
experiencia. Pero nuestro juicio presenta un elemento que no está contenido en la
experiencia. Nuestro juicio no dice meramente que el sol ilumina la piedra y que ésta
se calienta, sino que afirma que entre estos dos procesos existe una conexión
íntima, una conexión causal. Nosotros agregamos la idea de que un proceso resulta
del otro, es causado por el otro. El juicio: ‘‘el sol calienta la piedra ‘presenta, según
esto, dos elementos, de los cuales el uno procede de la experiencia, el otro del
pensamiento. La cuestión del origen del conocimiento humano puede tener tanto un
sentido psicológico como un sentido lógico. Quien, por ejemplo, vea en el
pensamiento humano, en la razón, la única base de conocimiento, estará
convencido de la especificidad y autonomía psicológicas de los procesos del
pensamiento. A la inversa, aquel que funde todo conocimiento en la experiencia,
negará la autonomía del pensamiento, incluso en sentido psicológico. 1. El
racionalismo La posición epistemológica que ve en el pensamiento, en la razón, la
fuente principal del conocimiento humano, se llama racionalismo (de ratio = razón).
Según él, un conocimiento sólo merece, en realidad, este nombre cuando es
lógicamente necesario y universalmente válido. Cuando nuestra razón juzga que
una cosa tiene que ser así y que no puede ser de otro modo; que tiene que ser así,
por tanto, siempre y en todas partes, entonces y sólo entonces nos encontramos
ante un verdadero conocimiento, en opinión del racionalismo. Un conocimiento
semejante se nos presenta, por ejemplo, cuando formulamos el juicio ‘‘el todo es
mayor que la parte ‘o ‘‘todos los cuerpos son extensos‘‘. Estos juicios poseen, pues,
una necesidad lógica y una validez universal rigurosa. Cosa muy distinta sucede,
en cambio, con el juicio ‘‘todos los cuerpos son pesados‘‘, o el juicio ‘‘el agua hierve
a cien grados‘‘. En este caso sólo podemos juzgar que es así, pero no que tiene que
ser así. S 27 En y por sí es perfectamente concebible que el agua hierva a una
temperatura inferior o superior; y tampoco significa una contradicción interna
representarse un cuerpo que no posea peso, pues la nota del peso no está
contenida en el concepto de cuerpo. Estos juicios no tienen, pues, necesidad lógica.
Estos juicios sólo son válidos, pues, dentro de límites determinados. La razón de
ello es que, en estos juicios, nos hallamos atenidos a la experiencia. Formulamos el
juicio ‘‘todos los cuerpos son extensos‘‘, representándonos el concepto de cuerpo y
descubriendo en él la nota de la extensión. Este juicio no se funda, pues, en ninguna
experiencia, sino en el pensamiento. Resulta, por lo tanto, que los juicios fundados
en el pensamiento, los juicios procedentes de la razón, poseen necesidad lógica y
validez universal; los demás, por el contrario, no. Todo verdadero conocimiento se
funda, según esto ‐así concluye el racionalismo‐, en el pensamiento. Éste es, por
ende, la verdadera fuente y base del conocimiento humano. En la geometría, por
ejemplo, todos los conocimientos se derivan de algunos conceptos y axiomas
supremos. Todos los juicios que formula se distinguen, además, por las notas de la
necesidad lógica y la validez universal. Pues bien, cuando se interpreta y concibe
todo el conocimiento humano con arreglo a esta forma del conocimiento, se llega al
racionalismo. Esta historia revela que casi todos los representantes del racionalismo
proceden de la matemática. Éste se halla convencido de que todo verdadero saber
se distingue por las notas de la necesidad lógica y la validez universal. Por ende, si
no debemos desesperar de la posibilidad del conocimiento, tiene que haber además
del mundo sensible otro suprasensible, del cual saque nuestra conciencia
cognoscente sus contenidos.

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