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PROFESOR:
Facilitador: Lcdo., Antonio Valdez Mederico
C.I.V-3.899.167
ALUMNO:
Triunfador: Estudiante, Pedro Vargas
C.I. V -12.131.742
Uno de los problemas a los que debe enfrentarse la Filosofía del Derecho
en un futuro próximo ha de ser, sin duda, el que nos plantea el nacimiento
de un nuevo orden internacional basado en una progresiva integración
económica que, no obstante, no parece que vaya a ir acompañada, al
menos de momento, de una unificación política equivalente. De esta forma,
es materia a debatir si el Estado-nación continuará siendo el agente
esencial en la formación del Derecho, o si será finalmente suplantado por
otro tipo de institución. A lo largo del presente texto, vamos a dar algunos
motivos por los que pensar que puede continuar existiendo indefinidamente,
sin que ello implique que no vaya a deteriorase progresivamente. Por eso
mismo, consideraremos fundamental plantear alternativas que
complementen la labor de los Estados en el mundo del futuro, al menos
hasta que se dé el marco idóneo para su desaparición.
DESARROLLO
Uno de los sucesos que han caracterizado en mayor medida los últimos
años ha sido, sin lugar a dudas, la apertura de un proceso de imparable
interconexión entre todos los rincones de nuestro planeta. Este fenómeno,
al que habitualmente denominamos globalización, ha traído consigo
múltiples consecuencias, algunas de ellas claramente positivas, otras de un
tono más ambiguo y, por último, algunas de carácter tristemente negativo.
Entre estas últimas debemos citar la que, de entre todas ellas, resulta a
nuestro juicio más preocupante: el paulatino predominio de la economía
sobre la política o, si se quiere decir de otra forma, la decisiva influencia de
las consideraciones económicas en la deliberación política.
Por otra parte, no debemos olvidar que, aun cuando lo que acabamos de
reflejar no fuera cierto, no son pocos quienes consideran que, en muchas
ocasiones, los Estados se sienten impotentes, encerrados dentro del
estricto marco de sus fronteras para hacer frente a la libertad de acción de
la que hacen gala muchas grandes compañías en un mundo libre de
restricciones al movimiento de capitales. Esto hace que, en ocasiones, las
empresas puedan utilizar a su libre antojo la rivalidad entre unos y otros
estados, o la necesidad de algunos países en vías de desarrollo para actuar
de acuerdo con parámetros que atentan contra los derechos humanos más
básicos. A ello se debe añadir, de otro lado, la capacidad que tienen
muchas de las grandes empresas para eludir todo tipo de responsabilidad
amparándose en sociedades interpuestas, o en el cumplimiento de las
normas de países subdesarrollados para llevar a cabo tareas que, sin
embargo, pueden causar graves perjuicios a los países que los rodean.
Nos queda, por tanto, el tercer modelo, esto es, la integración en un modelo
de soberanía compartida en el ámbito internacional, en el que los
principales agentes fueran los países. Dentro de este esquema podrían
apreciarse, a su vez, múltiples variante, como una cesión de soberanía
centrada en un cúmulo de materias, como la justicia, la política exterior, la
política monetaria, etc., o en una unión más estrecha, que privara de
soberanía a los propios Estados que la componen. Si el primer modelo
resulta similar al de la Unión Europea, el segundo sería más parecido al de
los Estados Unidos de América o la Confederación Helvética.
Evidentemente, es mucho más fácil imponer el primer modelo que el
segundo, pero, aún así, en los últimos tiempos se ha demostrado que aún
queda mucho camino por recorrer para llegar hasta allí. Si esto es así se
debe a múltiples motivos. De entre ellos destacaremos ahora tres que, a
nuestro juicio, no han sido todavía lo suficientemente bien analizados.
Por otra parte, es obvio que la propia configuración del nuevo orden que
está surgiendo dota a los grandes grupos de grandes oportunidades para
verse respaldados ante las naciones más débiles. En cuanto a las naciones
más poderosas, es cada vez más obvio que nadie pude llegar a la
presidencia de sus gobiernos sin un apoyo financiero sólido por parte de las
grandes compañías. Así, por ejemplo, el sistema americano de financiación
de los partidos políticos puede acabar ocasionando una inevitable
degradación de la democracia, inevitablemente mediatizada por los
generosos donativos de las grandes compañías a los candidatos
electorales. Lo que en cualquier caso resulta evidente es que muy
difícilmente llegará a la Casa Blanca un candidato dispuesto a adoptar
medidas que mermen la impunidad con la que se mueven muchos de sus
grandes consorcios.
EL TRIÁNGULO DE KRUGMAN
Por este motivo, existe un interés obvio por parte de los países más
desarrollados para mantener liberalizado el mercado de capitales, sabiendo
de sobre que sus monedas están a salvo. La creación de cualquier ente
supraestatal que permitiera acabar con esta anarquía supondría, en último
término, la anulación de una ventaja comparativa muy importante para los
países desarrollados, ventaja que les gustaría mantener, aun cuando ello
pusiera en peligro la estabilidad de todo el sistema.
CONCLUSION: