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12/7/22, 13:24 ¿Banalizamos la ética?

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¿BANALIZAMOS LA ÉTICA?
Nuestras costumbres nos hacen ser como somos y, para comportarnos ética o
moralmente, hemos de albergar, desdeñar o cambiar nuestras costumbres. Eso
requiere una revolución interior que no puede verse suplida por un cúmulo de
códigos éticos o manuales de buenas prácticas.

04 MAR
2021

Artículo

Roberto R.
Aramayo

Se diría que la palabra ética está de moda y tiene un uso inflacionario tendente al abuso. Se
invoca su nombre a todas horas, como si fuera una especie de conjuro y bastara
mencionarla para tenerla entre nosotros. Nada más lejos de la realidad. Su omnipresencia
en los medios de comunicación y en los giros coloquiales cotidianos muestran justamente
que a lo peor brilla más bien por su ausencia. Parece que se la echa de menos, y esa sería la
razón de ponerla como adjetivo a cuánto se nos antoje, a modo de mantra, en lugar de
tenerla por el objetivo a perseguir como guía de nuestro obrar en general.

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Una omnipresencia que delata su ausencia

Indudablemente hay nuevas disciplinas, como la bioética , que son imprescindibles y


realizan una labor impagable. Convendría que la orientación ética guiase cualquier avance
científico y tecnológico, tal como demanda muy en particular la Inteligencia Artificial
General. Sin embargo, no dejan de promocionarse cosas tales como la denominada «banca
ética», la «ética del deporte» o la «ética de los negocios», para distinguir lo que cuenta
con ese marchamo de los demás bancos, deportes y negocios que se asumirían entonces
como desprovistos de talante ético.

De igual modo, proliferan por doquier los «códigos éticos» que se aprestan a encargar y
suscribir todo tipo de gobiernos, cargos públicos, entidades privadas, partidos políticos,
asociaciones profesionales o lo que se tercie, porque casi resultaría más fácil señalar
aquello que no se precia de tener su propio código ético para presumir y alardear del
mismo, en vez de acatarlo sin alharacas. Todo esto no es tan buena noticia como podría
parecer a primera vista. Si a la ética se le rindiera de veras el culto que merece, no haría
falta mencionar su nombre a cada paso, ya que sencillamente se daría por sentado que
preside nuestras pautas de conducta y moldea nuestro comportamiento en cualquier
ámbito donde actuemos.

Toda ética debe ser aplicada

En este contexto se han impuesto las denominadas «éticas aplicadas», cuya labor no puede
ser más meritoria y resultan extremadamente útiles en muchos campos. Con todo, esa
denominación no dejaría de ser en cierto modo un pleonasmo, porque la Ética sin
apellidos no merece tal nombre si no cabe aplicarla a una praxis que nos permita
lidiar con los dilemas morales de nuestra convivencia. Sus planteamientos no admiten
atajos ni tampoco grandes rodeos.

El problema de tender a codificar la ética con tanto detalle y para tantas cosas es que se le
hace transitar hacia un terreno coercitivo que no es el suyo. Se le hace jugar un papel
subsidiario al desempeñado por el derecho y su normativa jurídica, cuya misión es
consignar lo correcto y sancionar lo que no se atiene a las normas. Esta coerción
externa no es algo propio de la ética, que no puede recibir ese nombre, si no se
interioriza y la hacemos algo nuestro. El tribunal de la conciencia no está compuesto por
magistrado ni jurado exterior algunos y copa en solitario nuestro fuero interno.

De poco vale recurrir a la ética como un barniz que oculte bajo una fachada presuntamente
saneada una estructura raída. Maquillar nuestro aspecto dejando en el desván un tenebroso
retrato a lo Dorian Gray sólo puede añadir a los desmanes una dosis de hipocresía. Por
decirlo con Diderot y Rousseau, las leyes que se inscriben en el mármol de poco sirven y

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sólo cuentan las que depositamos en el seno de nuestros corazones, quedando allí grabadas
a fuego y de manera indeleble, al margen de cualesquiera contingencias.

Nuestras costumbres nos hacen ser como somos

Su etimología griega y romana, el ethos y las mores, nos dan un mismo término en
castellano: las costumbres. Cuando Voltaire quiso hacer filosofía de la historia, escribió
un Ensayo sobre las costumbres, y Kant culmina su pensamiento con un libro titulado La
metafísica de las costumbres, tras haber entregado una fundamentación de la misma.

Nuestras costumbres nos hacen ser como somos y, para comportarnos ética o
moralmente, hemos de albergar, desdeñar o cambiar nuestras costumbres. Eso requiere
una revolución interior que no puede verse suplida por un cúmulo de códigos éticos o
manuales de buenas prácticas. Esas guías deberían tender a propiciar su propia
desaparición como mejor signo de lograr la meta que se persigue.

Dejemos de maltratar a la ética y recurrir a ella sólo cuando ya es tarde, utilizándola para
camuflar un orden de cosas que más vale prevenir. La ética hay que frecuentarla
durante nuestra etapa de formación, desde la enseñanza secundaria, haciéndole
acompañarnos en todos nuestros estudios, con una presencia transversal junto a la filosofía
(#NoSinEtica #MasFilosofia).

Educación en el diálogo del pluralismo

Esto no significa en modo alguno adoctrinar a la población, como pretenden hacer los
credos religiosos que quieren inocular desde muy temprano su verdad excluyente, porque
las provisionales certezas éticas tan sólo se templan en la forja del diálogo y el
pluralismo, mediante la mayeútica socrática, lo que permite fortalecer nuestro sistema
inmunitario cognitivo, para ser ciudadanos vacunados contra el virus de la desinformación
planificada y las patrañas puestas en circulación por los demagogos de turno.

Tributemos a la ética el homenaje que realmente se merece, sin tomar en vano su nombre
hasta banalizarlo mediante una inflación carente de toda solvencia. Evitemos caer en el
falso dilema weberiano de amoldar nuestras convicciones a ciertas responsabilidades o
rehuir estas por considerarlas incompatibles con aquellas. Como señaló Kant, la moral del
éxito no debe traicionar las intenciones y, ciertamente, siempre cabe negarse a secundar lo
injusto, tal como sugiere Javier Muguerza con su disenso moral. A ver cuándo podemos
acceder al inédito titulado Ética del decir que no que se custodia en el Archivo Muguerza de
La Laguna.

Roberto R. Aramayo, Profesor de Investigación IFS-CSIC (GI TcP) e historiador de las ideas morales y
políticas. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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