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3/8/22, 18:14 ¡Que no nos muevan las mentes!

: sobre la necesidad de opinión - Ethic : Ethic

¡QUE NO NOS MUEVAN LAS MENTES!


No se trata de desconfiar del relato mediático, sino de que tenga que haber una
verdad o de que alguien tenga que tener razón: la verdadera libertad y autonomía
no es poder tener una opinión, sino decidir si queremos tenerla.

11 ENE
2021

Artículo

Samuel Gallastegui
@Sam_Gallastegui

En 1932, Carmichael, Hogan y Walter realizaron un experimento sobre cómo las palabras
afectan a lo que vemos. Dividieron a los participantes en tres grupos y les enseñaron una
serie de dibujos sencillos y ambiguos. Uno de ellos eran dos circunferencias unidas por un
trazo. A los del primer grupo se les dijo previamente que iban a ver unas gafas, a los del
segundo unas pesas y a los del tercero no se les dijo nada. Posteriormente se les pidió que
reprodujeran fielmente la imagen que se les había mostrado. Del primer grupo, el 73%
dibujó unas gafas; del segundo, el 74 % representó unas pesas; y del tercero solo el 45 %

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hizo algo que se parecía a cualquiera de las dos cosas. El resto dibujaron exactamente lo
que habían visto.

Se ha criticado que este experimento solo funciona cuando los estímulos son pobres y
confusos, lo cual no sucede en la percepción de nuestro entorno. Sin embargo, eso es justo
lo que pasa con la información que recibimos a través de los medios. Suele ser confusa,
pobre y sesgada. La sobreexposición y la repetición aportan todavía más ambigüedad. Los
humanos no soportamos la ambivalencia, tenemos la necesidad de fijarla en nuestro
esquema mental. Necesitamos resolver, ver la cara de la joven o de la anciana, un jarrón o
dos rostros que se miran. El problema es que, una vez que optamos por una, resulta
complicado volver atrás.

La mayoría resolvemos esa ambigüedad en base a lo que nos han dicho o hemos leído
previamente, normalmente en el entorno cercano. Por eso, la verdadera manipulación no
es que nos condicionen, sino que nos involucren, como en esas telenovelas mediáticas
que seguimos con avidez sobre cosas que antes nos preocupaban y ahora ocupan el primer
puesto en la lista de prioridades. Esos paisajes mediáticos que aparecen y desaparecen de
nuestras mentes sobre los que nos vemos obligados –ya que no soportamos la ambigüedad–
a decidir, y por lo tanto a tomar partido emocionalmente.

Me recuerda a un cuento zen que leí hace mucho tiempo. Dos monjes estaban discutiendo
vehementemente sobre la agitación de un árbol. Uno decía que era el viento lo que se
movía y el otro que eran las ramas y las hojas. Tan acalorados estaban que, cuando se
acercó el maestro y le preguntaron quién tenía razón, él les respondió: «Lo que se mueven
son vuestras mentes». No se me ocurre mayor poder que este, el de mover las mentes, da
igual hacia qué lugar, sino el mero hecho de poder agitarlas. Y eso es lo que hacen con
nosotros los medios de comunicación: nos muestran dilemas y conflictos, nos dicen una
cosa y la contraria, nos obligan a optar prematuramente, a tener una opinión sin disponer
de todos los instrumentos necesarios de la razón. ¡Si al menos fuera solo una opinión! Es
mucho más que eso: tienen el poder de cambiar nuestro estado emocional, de turbarnos sin
nuestro permiso.

«Los medios tienen el poder de cambiar nuestro estado


emocional, de turbarnos sin nuestro permiso»

Parece que la única forma de evitar que invadan nuestras emociones es aceptar la
ambigüedad. Los filósofos escépticos de la antigua Grecia creían que no necesitar una
verdad definitiva produce de por sí tranquilidad y felicidad. Es verdad que la
indeterminación y el conflicto producen inestabilidad y que tomar una posición nos

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devuelve al reposo necesario, pero no por mucho tiempo, puesto que reaccionaremos
emocionalmente cada vez que esta opción sea cuestionada, lo cual sucederá
continuamente, sobre todo si entramos en las redes sociales. La única forma es abstenerse
de optar, por lo menos momentáneamente. Es una actitud de coraje y resistencia: no solo
me abstengo de opinar, sino de conformar una opinión.

Habrá quien crea que esta actitud es irresponsable. Nos dirán que hay que tomar
conciencia de la corrupción, de los despropósitos del gobierno, nos dirán que hay que
indignarse por lo que está pasando… Y puede que sea verdad, pero no sin nuestro permiso:
solo cuando así lo decidamos. Si nos insisten mucho, lo mejor es decir que hemos estado
muy ocupados con algo, y, a no ser que estemos ante personas fanáticas o misántropas, nos
preguntarán por ello, de forma que habremos conseguido mover las mentes de los demás y
no la nuestra.

Los escépticos estaban comprometidos con la búsqueda del conocimiento igual que
podemos estar nosotros con la mejora de la sociedad. La suspensión del juicio les liberaba
de tomar partido al tiempo que les permitía mantener una actitud empírica e
incondicionada, que es precisamente lo que ha impulsado la ciencia hasta nuestros días.
Puede que nosotros, al igual que los participantes del experimento, no podamos eludir
estar previamente condicionados, pero sí podemos evitar tener que identificar todo lo
que nos muestran. Lo que vemos son dos círculos y una raya, nada más. No se trata de
desconfiar del relato mediático, sino de que tenga que haber una verdad o de que alguien
tenga que tener razón. ¡Que no nos muevan las mentes! La verdadera libertad y autonomía
no es poder tener una opinión, sino decidir si queremos tenerla, disponer sobre todo
aquello que entra y sale de nuestras emociones y pensamientos.

(*) Samuel Gallastegui es doctor en Arte y Tecnología por la Universidad de País Vasco.

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