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El Inversor: La educación

sexual
¿CUÁL ES EL OBJETIVO DE LA EDUCACIÓN SEXUAL QUE SE IMPARTE EN LAS ESCUELAS? ¿PASAR
INFORMACIÓN SEXUAL O SE TRATA DE FORJAR COMPETENCIAS SEXUALES EN LOS ALUMNOS?

POR: PABLO DOBERTI - 20/08/2013 A LAS 10:08:08

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SOCIEDAD / EDUCACION

¿Se trata de pasar información sexual o se trata de forjar competencias sexuales en los
alumnos?
Debería ser lo segundo, pero estamos seguros de que se trata de lo primero y estamos
seguros porque se trata de lo primero. No perseguimos el objetivo de preparar a nuestros
alumnos para su felicidad sexual, sino para su higiene y salud general -más que
propiamente sexual. Nos inventamos eso de la educación sexual a cuento de la
prevención de dos importantes problemas sociales de origen digamos que sexual (o por lo
menos, del sexo): el embarazo no planificado y precoz y el HIV y el resto de las
enfermedades venéreas de transmisión sexual.

No nos la inventamos porque creamos que nuestros alumnos necesiten de nuestra ayuda
institucional para ser más felices o eficientes en sus prácticas sexuales. Y tal vez…

Estoy tratando de valerme del concepto de educación sexual para discutir,


fundamentalmente, la idea de educación que prima en la escuela de hoy. (Advierto esto
porque –como ya lo veremos más adelante- el sexo siempre jala…)

La idea de educación que está por detrás de la noción de educación sexual es que educar
es informar, sin más y sin ambages. Viene bien el ejemplo porque si en este caso educar
fuera otra cosa, sería un escándalo escolar; idea intolerable; sacrilegio. Veamos. Si la
educación sexual tuviera por objetivo desarrollarnos para la vida sexual, lo primero que
pediríamos es que como todo buen proceso formador, fuera experiencial, práctico, que
aprendiéramos haciendo… e imagínense! Y si el propósito fuera que fuese un aprendizaje
significativo, entonces deberíamos meternos en las singularidades de cada quién, en sus
entornos personales y sus propias situaciones sexuales. Y no. En la escuela no se trata ni
de hacer sexo ni de ver sexo ni de conocer el sexo o lo sexual. Nada de experimentar ni
de explorar. No, no. Es pura y dura información sexual profiláctica. Prevención y
reproducción, se llama al sexo en la escuela.

¡Qué decepción! No solo qué decepción para los alumnos que se nos ilusionan una y otra
vez imaginando que aquellas horas podrían ser otra cosa más movilizadora, más útil,
divertida y mejor. No solo esa decepción –decíamos-, sino qué decepción también para
los que estamos trabajando intensamente para que educar sea otra cosa que informar,
que se le relacione con el formar y con constituirnos.

Y el análisis puede continuar.

¿El sexo necesita ser educado? Admitamos la doble acepción de la pregunta.

Si educado es recatado, sobrio y normalizado (como suele entenderse en este tipo de


usos de lo “educado”), pues creo que no. No le veo mucha conveniencia a ese trabajo; lo
desaconsejo. El sexo que bien funciona es el que funciona libre. El sexo necesita de la
libertad; del coraje que da la libertad; de la curiosidad que engendra la libertad. Necesita
de otras cosas, pues, que de educación. Necesita de otra cosa que me parece que podría
llamarse autorización.

Y en el otro sentido, ¿el buen sexo necesita de nuestro empuje institucional para
manifestarse? ¿Necesita, como la lectoescritura, ser trabajado para que se desarrolle a
cabalidad? ¿O no? Yo creo que nos necesita, sí, pero no en la dirección en que la escuela
ha entendido ese trabajo. El desarrollo sexual de las personas necesita la generación de
contextos de significación que los autorice y propicie a manifestarse libremente; flujos a
las pulsiones para que no se expresen como conspiración y se legitimen como buena
práctica, legal, feliz y provechosa. No tenemos que ayudar a las personas a gozar ni
mucho menos enseñarles a gozar (¡válgame dios!); eso viene con la genética y el marco
simbólico; pero sí podemos darles espacio social para su goce. El placer, cuando es, no
necesita de guías para encontrar sus caminos; ni de grandes anuncios del estilo aquel de
que “hacer el amor es un placer”. Nos resultaría un absurdo, ¿verdad? Pues recordemos
que eso decimos, pero no del sexo sino de la lectura; y lo repetimos hasta el cansancio y
hasta ridiculizarnos. Si leer fuera un placer, creo que no deberíamos insistir tanto con
aquello.

Pero hay procesos de adquisición básicos de nuestra constitución, como el sexual, que se
manifiestan más allá de la ayuda escolar; que no nos necesitan para constituirse, quiero
decir. Sin embargo, como no nos convencemos, nos ponemos a “ayudar”, que es
encorsetar, sobreinformar, moralizar, dominar y demás, porque vaya a saber si se dará o
cómo se dará. Y es un error. Es un error porque se da y se da bien. Quien en su vida no
tenga sexo no será porque algo no sepa, porque faltó a alguna escuela. Lo mismo que
caminar, que hablar, negociar, correr… Cuando hay placer, y si no placer, seguro que
impulso pulsional, la escuela (el sistema educativo general) no debe ponerse en el lugar
de modelar, ni de informar, ni de determinar, ni de estandarizar, ni de investir, ni de
empujar, ni nada de eso; al contrario, debemos aprender –nosotros, los educadores- a
navegar el ímpetu irrefrenable de esa ola libidinal y sobre la marcha y a toda velocidad,
acompañarla, limpiarla de fantasmas, liberarla, estimularla, ayudarla a manifestarse en
sus mil maneras. Para eso estamos o deberíamos estar. Por eso seríamos reconocidos.
Eso es la escuela nueva.

¿Estoy acaso pregonando que nuestra escuela se ponga al servicio del amor libre? Sí.
Claro que sí. Siempre y cuando sea amor. El vínculo que nos garantiza el camino es el del
sexo con el proyecto. Esa vida sexual, inserta en un proyecto trascendente al que está
bien llamar “amor”, es la que se eleva y nos genera experiencias nuevas y una entidad
superior. Si no fuera así, los actores porno serían las personas más felices del mundo, y
no me consta.

Pero volvamos.
La buena educación moral es aprender a ser solidario siendo solidarios, a ser tolerantes
tolerando, a ser respetuoso respetando y así. ¿La buena educación sexual será entonces
siendo, es decir, haciendo? Yo creo que sí, por eso que es que no debemos plantearlo
así. No estamos ahí para educar el sexo. Ni estamos para pasar apenas la remanida
información de que existen los preservativos. Estamos para ayudar a nuestros alumnos a
ser personas plenas, desenvueltas, ágiles para la vida, versátiles para el trabajo, atrevidas
para las relaciones personales, audaces en la investigación, locas para la creación, felices
para la colaboración, espléndidas para su exposición y exhibición y sagaces para sus
negociaciones. Inteligentes en general y desenfadadas para ser quienes son. Propias.
Abiertas. Incisivas siempre. Críticas cuando toque y dóciles cuando le toque al otro.
Amigas. Pacientes. Concientes… y a veces no.

Si todo eso que nos hace plenos para la vida y que nos vale como premisas de la
educación nueva también vale para el sexo –que creo que sí-, entonces también es ésa la
dirección de trabajo que debemos llevar en aquello que tan mal nació y tan mal
bautizamos como educación sexual.

El sexo que vale es una actitud, una manera de pararse ante lo sexual. Eso se educa, sí;
pero no así como nosotros insistimos. Se educa pero no se escolariza. Se forja. Se
construye incidentalmente; se forma. Se va constituyendo progresivamente, como trama
de valores entronizada que da marco y sentido a nuestros comportamientos. El sexo es
también una performance; un desempeño más, y de los importantes. Y como todos los
desempeños, es evaluable.

La actitud sexual define a las personas así como su actitud intelectual. Y como en aquélla,
en ésta también nos solemos equivocar. La manera de ponernos ante el conocimiento
también se educa, pero no se escolariza. La actitud crítica, como la prácticas sexuales, se
trabaja como se trabajan las personas, desde su trama simbólica, desde su estructuración
de valores.

A ritmo de lambada, tan suave y cadenciosa como inexorable, así avanzamos con la
nueva educación, que por aquí como por allá, en lo nuevo y en lo de siempre, por la boca
o por más abajo, nos acabará llegando. Habrá que estar preparados.

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