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EL ABC de la sexualidad
Lo primero que tenemos que saber es que la sexualidad es parte de nuestra vida
y nos marca desde antes de nacer. Durante mucho tiempo creímos que la sexua-
lidad aparece recién en la pubertad, cuando chicos y chicas crecen y el cuerpo
grita que algo está cambiando. ¡Es que a esa altura ya no quedaba otra! El cuerpo
aumenta de tamaño, cambia la voz, aparecen visiblemente las mamas o las
erecciones.
Sin embargo, hoy sabemos que esa sexualidad está presente desde el
minuto cero. Incluso antes de nacer ya existen pensamientos y deseos
sobre nosotros: nos compran ropa, juguetes de diferentes colores
apenas se enteran de cuál será nuestro sexo biologico, nos eligen nom-
bres. Son otras personas quienes desde un principio van marcando
nuestra sexualidad y nuestra manera de relacionarnos con nuestro
propio cuerpo.
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haciendo de ese cuerpo un cuerpo sexuado y socializado, inserto en una
cultura específica que tiene conductas y modos de comportarse que se presen-
tan como “normales”, mientras que prohíbe otros. Por eso es importante cuestio-
nar estás normas y transformarlas para poder vivir con mayor libertad quienes
somos.
Si bien hay prácticas y situaciones que deseamos que se den en la intimidad, los
modos de vivir la sexualidad y de pensarnos, por ejemplo, como varones o
mujeres o las ideas que construyamos sobre el género y sobre el amor, son
construcciones sociales.
Pensar que el rosa es de nena y el celeste de varón, que al futbol solo pueden
jugar ellos, que el amor es siempre heterosexual o que las mujeres son más
románticas que los varones, son todas concepciones que se transmiten social-
mente y que vamos aprendiendo desde la infancia como una manera de relacio-
narnos con nuestro propio cuerpo y con las demás personas.
Ser varón o ser mujer no está determinado biológicamente por el aparato genital
con el que nacemos. En realidad, ser varón o ser mujer son categorías sociales.
Son binarias (sólo dos) y son opresivas para varones y para mujeres, porque nos
cargan con mandatos (por ejemplo que las mujeres deben ser tiernas,
débiles, pasivas, emocionales, etc. y los varones fuertes, valientes,
racionales, proveedores) que dificultan nuestra libre expresión.
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valorar y experimentar la diversidad,
Por ejemplo, la mayoría de las personas dan por sentado que todas
las personas son heterosexuales o que todos los chicos y chicas
viven en una familia biparental heterosexual, cuando esa no es la
única realidad. A su vez, nuestros cuerpos también son diversos, no solo
por las distintas características físicas, sino porque muchas veces elegimos
modificarlo para sentirnos más cómodos.
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Por eso, es importante que siempre tengamos en cuenta que todo,
absolutamente todo lo que hagamos educa a las infancias y adoles-
cencias y les define lo que está “bien” y lo que está “mal”.
Por eso, en las interacciones que tenemos con niños, niñas y adolescentes esta-
mos participando de su educación sexual. Desde la manera en que organiza-
mos las actividades, las propuestas que hacemos, los modos de relacionarse que
fomentamos o prohibimos, los modos de saludar y organizar las propuesta del
día: en todas nuestras interacciones cotidianas con grupos se pone en juego
nuestra concepción de sexualidad y educamos en base a ella.
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“La gente anda diciendo...”
“Si toco temas de sexualidad puedo tener problemas con las familias”
¡Al contrario! Los estudios sobre el inicio de las relaciones sexuales demuestran
que las personas que cuentan con mayor y mejor información suelen empe-
zar más tarde e incorporan mejores prácticas para cuidar su salud.
La iniciación sexual es algo que suele ocurrir en la adolescencia. Por eso, hablar
sobre sexualidad desde una mirada integral ayuda a que los chicos y las chicas
puedan tomar decisiones sobre su vida con información científicamente
comprobada.
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Entonces, ¿qué podemos hacer desde nuestro lugar?:
“Hoy con Internet los chicos saben más que uno, no necesitan que
hablemos de esos temas”
Sí, internet está lleno de información. ¡Pero eso no implica necesariamente que
los niños y niñas accedan a buenos contenidos! Ni tampoco que hagan un
buen uso de esa información.
Además, distintos estudios con adolescentes muestran que, a pesar tener infor-
mación sobre cómo cuidarse en las relaciones sexuales, no se cuidan.
Por eso, no solo deben tener mayor acceso a la información, sino que se
debe trabajar con los chicos y chicas para que puedan incorporar prácti-
cas y hábitos de cuidado.
Es importante que podamos aportar nuestra mirada cuando surgen temas sobre
sexualidad o que podamos proponerlos ante alguna situación determinada.
Aunque no seamos especialistas, somos quienes conocemos la realidad de cada
grupo y tenemos la confianza como para charlar de esos temas.
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“Hablar de sexualidad promueve la homosexualidad”
Las personas gay, lesbianas, bisexuales y trans existen desde siempre, más allá
de las creencias de quienes las rodean. Pese a los esfuerzos de algunas familias,
religiones e instituciones educativas por ocultarlas o estigmatizarlas, cualquier
persona puede ser LGBT aunque nadie le hable del tema.
Enseñar en sexualidad puede ser enseñar que tanto varones como mujeres
podemos hacer las mismas tareas, o que nadie debe callarse ante algún contacto
con su cuerpo que lo ponga incómodo.
Por lo tanto, hablar de temas de sexualidad promueve derechos que van más allá
de las relaciones sexuales en particular.
Las familias tienen derecho a escoger el tipo de educación que quieren para sus
hijas e hijos, eso sí. Sin embargo, no pueden impedir que se trabaje sobre
sexualidad en los demás espacios que transitan por fuera de la escuela o la casa
(clubes, grupos scouts, sociedad de fomento, etc)
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¿Por qué? Porque la Ley de Protección Integral de niños, niñas y adolescentes
(26.061) establece que por encima de las creencias personales o religiosas de
cada familia está la dignidad y la autonomía de cada ser humano. Por lo tanto,
recibir información sobre sexualidad para que puedan tener una vida salu-
dable y placentera es su derecho y debe ser garantizado.
Por ejemplo, a los más chicos les podemos dar ejemplos respetuosos de
contacto personal al sujetarlos, hablarles, llamarlos, corregirlos y jugar. Y
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respetarlos cuando manifiestan no querer saludar con un beso u otra
interacción física a alguna persona, aunque sean familiares o niños. Tam-
bién les podemos enseñar pautas de cuidado, para que aprendan a diferen-
ciar lo que lastima el propio cuerpo o el de los otros y lo que hace bien.
Por ejemplo, si no decimos nada frente a chistes u ofensas que causen dolor,
transmitimos la idea de que está bien hacerlas. Por el contrario, si organizamos
actividades o espacios sin distinción de roles según el género, estamos transmi-
tiendo que todos tenemos las mismas posibilidades y las mismas responsabili-
dades sin importar nuestro género.
Nuestro rol adulto implica entonces revisar lo que decimos, lo que callamos, lo
que hablitamos, lo que no, y repensar si esas actitudes promueven o no los
derechos de niños, niñas y adolescentes.
No es que esos casos sean fáciles de afrontar ni están exentos de dudas o angus-
tia. Pero ante sus expresiones, como adultos referentes en sus vidas, podemos
elegir acompañarles dando crédito a lo que sienten, piensan y manifiestan, o
reprimir la libre expresión de su identidad.
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Utilizar como argumento una supuesta identificación con un perro u otro
animal invisibiliza a esos chicos y chicas que sí existen, que sí sufren
discriminación, aislamiento e insultos y cuyas vidas son testimonio de la
enorme vulnerabilidad que supone, aún hoy, tener una identidad trans o no
binaria, entre otras.
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