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INTRODUCCIÓN

Este árbol tan peculiar se llama Toborochi y es nativo de las selvas tropicales y subtropicales
de sudamérica. También recibe otros nombres como palo borracho, árbol botella o incluso
árbol de la lana.

El Toborochi es una especie de la familia Bombacaceae y su nombre científico es Chorisia.


Sus copas llegan a tener un diámetro de 10 a 12 metros y en plena estación invernal, cuando
la mayoría de los árboles empiezan a perder sus hojas, los toborochis empiezan a dar flores
de color rosado para anunciar la llegada del frío y del otoño.

Este árbol es tan hermoso como su leyenda. En Bolivia se dice que hace mucho tiempo,
cuando los dioses vivían en la tierra como personas, los espíritus (Aña) de la oscuridad
abusaban mucho de los primeros guaraníes: asesinaban a los hombres y secuestraban a las
mujeres.

En una pequeña aldea vivía una hermosa muchacha a la que llamaban Araverá "Destello en
el cielo", hija del gran Cacique Ururutï Cóndor Blanco. Ella se había casado recientemente con
el dios Colibrí (Chinu tumpa), y esperaba tener un hijo en muy poco tiempo, el mismo que se
convertiría en el mejor Chamán (Paye) de la región, capaz de derrotar a todos los espíritus del
mal.

Los Aña, al enterarse de la noticia, se propusieron matar sin miramiento a Araverá. Montados
en sus caballos alados que lanzaban fuego por la boca, se dirigieron hacia la aldea; pero
Araverá, percatándose oportunamente del peligro escapó volando hacia los últimos confines
del universo en la sillita voladora que le había regalado su esposo Colibrí.

Los Aña la perseguían por todas partes, en el fondo de las aguas, debajo de la tierra y más
allá de las estrellas. Cuando la sillita voladora ya no podía soportar por mucho tiempo el peso
de Araverá y su pequeña criatura, descendieron a la tierra y se ocultaron dentro de un
Toborochi (Samou), los Aña pasaron de largo y nunca pudieron encontrarlo. Ahí adentro,
Araverá tuvo a su hijo. El niño creció y vengó la maldad de los Aña, pero su madre se quedó
en la barriga del Samou hasta hoy.

Cuenta la leyenda que de vez en cuando sale afuera convertida en una hermosa flor para que
los colibríes vengan a disfrutar de su néctar.
MARCO TEORICO

Ceiba speciosa, popularmente llamada palo borracho o árbol del puente,Madre


Ganga, es una especie del género Ceiba nativa de las selvas tropical y subtropical
de Sudamérica. Tiene varios nombres comunes locales: palo borracho, árbol
botella, toborochi, árbol de la lana, palo
rosado, samohú (del guaraní "samu’ũ"), lupuna hembra en Perú.[1] Pertenece a la
misma familia del baobab y del kapok. Otra especie del género Ceiba, Ceiba chodatii,
también recibe el mismo nombre común.

Arbol de hoja caducada ,10 a 20 m de altura, aunque no es excepcional que alcance


más de 25 m. El tronco, ensanchado en su tercio inferior, le sirve para almacenar
agua para tiempos de sequía. Está protegido por gruesos aguijones cónicos. En
árboles jóvenes, el tronco es verde debido a su alto contenido en clorofila, capaz
de realizar la fotosíntesis cuando faltan las hojas; con el tiempo, se forman vetas
rugosas y agrietadas de color castaño grisáceo.
Las ramas tienden a ser horizontales y también están cubiertas de
aguijones. Hojas compuestas con cinco a siete folíolos normalmente
cerrados. Flores de cinco pétalos con el centro blanco cremoso y rosa en la zona
distal, miden 10-15 cm de diámetro y su forma recuerda al hibisco. Su néctar es
muy atractivo para los colibríes así como para las mariposas monarca que
la polinizan.
Florece de enero a mayo en el hemisferio sur.

El fruto es una vaina ovoide de textura leñosa de 20 cm de largo,


con semillas parecidas a garbanzos negros, rodeados de una masa de fibra
algodonosa, floja, parecida al algodón o la seda.

Su hábitat original es el este de Bolivia, el noreste de Argentina, norte de Paraguay y


sur de Brasil. Es resistente a sequía y al frío moderado. Crece rápido cuando no le
falta agua.

Este imponente árbol se encuentra en una zona céntrica y muy concurrida de


la capital cruceña

Está ubicado a pocos metros del primer anillo. Su circunferencia es tan


grande que hay veces que ni entre tres personas pueden abrazarlo, así es el
toborochi que se encuentra en la plaza frente al Cementerio General de Santa
Cruz de la Sierra.
Este toborochi es uno de los más antiguos que se encuentran en la capital
cruceña y por su edad, cerca de un siglo, no solo es considerado un testigo
del desarrollo cruceño, sino también es un patrimonio que refleja la riqueza
de la flora cruceña.

“Es uno de los viejos verdes más antiguos de Santa Cruz”, afirmó el biólogo,
Huáscar Bustillos.

El toborochi es una especie muy representativa de Santa Cruz, a tal punto que
es considerado uno de los símbolos de la hospitalidad y está representado
en el escudo de armas del departamento.

El casi centenario toborochi del Cementerio General tiene un diámetro


cercano a los 90 centímetros. Muchas personas quieren abrazarlo, pero
debido a sus dimensiones, hay ocasiones que ni entre tres personas logran
rodearlo.

“Está sin hojas pero tiene frutos grandes que contienen algodones blancos
que engalanan a Santa Cruz”, señaló Bustillos.

El biólogo estima que este árbol fue plantado cerca de los años 20 del siglo
pasado. De hecho, cuenta con un registro fotográfico de 1972, imagen en la
que se ve a este ejemplar tan desarrollado como se lo ve ahora.

Un toborochi de casi 100 años es testigo y patrimonio de la historia cruceña

“Se piensa que el naturalista Benjamín Burela plató estos árboles para
ornamentar el primer anillo de la ciudad”, explicó Bustillos.

Los toborochis no solo tienen una presencia estética en la capital cruceña,


también son importantes para la fauna, en especial para las aves, mariposas
y abejas que se alimentan de estos árboles.

A pesar de que este toborochi está cerca de cumplir un siglo desde que fue
plantado, muchas personas que a diario pasan por el lugar, se sorprenden al
conocer la historia de este árbol y todo lo que gira en torno a él.
“Me asombré, la verdad que no sabía. Fue interesante, paso por aquí casi
todos los días y lo veía normal”, manifestó Álvaro Barba, un estudiante.

“Es un ícono que está en el escudo cruceño, es como un escudo vivo”,


manifestó otra persona.

En cambio, Remberto Arrázola señala que lo vio por primera vez en 1967,
cuando asistió al sepelio de su abuela. Aquella oportunidad ya había quedado
impresionado por las dimensiones que tenía este ejemplar.

“Con mi padre y familiares nos cruzamos a la plaza a observar y descansar.


Ahí conocí el toborochi con mi esposa y cuatro hijos pretendíamos darle la
vuelta abrazándolo”, señaló.

CONCLUSION

El toborochi es un árbol de flores rosadas que luce en las calles y avenidas de la


ciudad de Santa Cruz anunciando los primeros fríos de otoño. Su esbelta figura
parece una pagua posando en toda la ciudad. La literatura científica lo cataloga en
el género Ceiba y se podría decir que es un símbolo de identidad, ya que se
encuentra en el escudo cruceño y en los billetes de Bs 20. El toborochi es parte de
la cultura guaraní, siendo su primer hogar las tierras bajas de Bolivia. Este árbol
tiene muchas historias, leyendas, galardones, su presencia ha generado una
corriente de eventos, cuentos, canciones, poemas, etc. Inclusive existe una cadena
cibernética de fans de los toborochis.

Pero el objetivo de esta introducción es inspirar y cautivar al lector por los árboles
de su ciudad. Así como el toborochi, podríamos hablar de muchos otros, que
tienen la misma nobleza en la vista y beneficios para los habitantes citadinos. Los
árboles en las ciudades son parte de su identidad y siempre cuentan historias. Si
pudiéramos reconocer no solo el toborochi, sino cada árbol de las ciudades,
tendríamos muchas historias que contar y conocimiento para cuidarlos, optimizar
su funcionalidad y conectividad para la biodiversidad y la calidad de vida del
ciudadano.

Un lugar arbolado en la ciudad tiene muchos beneficios, el ámbito es más fresco, la


temperatura puede ser menor de entre 2 y 8 grados centígrados y cerca de
edificios podría reducir la necesidad de aire acondicionado en un 30%. También
vemos más biodiversidad, el ruido se disipa, recorrerlos disminuye el estrés, los
árboles son como esponjas que retienen agua, los vientos y otros servicios
ambientales.

Las ciudades están en un constante desarrollo que ponen en riesgo la cobertura


arbórea, cada vez más fragmentada. Se percibe un crecimiento desequilibrado y
con débil planificación. Por otro lado, los eventos ambientales están impactando
más fuerte, revelando esa vulnerabilidad social, ambiental y económica de las
áreas urbanas. Esta es una realidad que debemos enfrentar con inteligencia
colectiva.

Lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros,
resilientes y sostenibles, es una meta del Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS)
número 11. Los ODS, también conocidos como Objetivos Globales, fueron
adoptados por las Naciones Unidas en 2015 como un llamado universal para poner
fin a la pobreza, proteger el planeta y garantizar que para 2030 todas las personas
disfruten de paz y prosperidad. Las estrategias planteadas en este objetivo son
claras: inversiones en transporte público, crear áreas públicas verdes inclusivas y
seguras principalmente para mujeres, niños y personas de la tercera edad así
como para personas con discapacidad, mejorar la planificación urbana integrando
a la sociedad de forma participativa e inclusiva.

El arbolado urbano es una estrategia clave hacia la construcción de ciudades


resilientes al cambio climático. Bajo el enfoque de “Infraestructura verde urbana
(IVU)”, se trata de una red de áreas naturales y seminaturales planificadas
estratégicamente, diseñadas y gestionadas para lograr una gran amplitud de
servicios ecosistémicos y proteger la biodiversidad en entornos rurales y urbanos.
¿Estamos preparados para avanzar en ese camino?, Ahora es tiempo de unir
esfuerzos, y no solo de las autoridades, sino también de la ciudadanía, que debe
involucrarse en el bienestar común.

El reto es ser estratégico e inteligente, viendo el potencial del espacio donde


habitamos. Desde nuestro hogar podemos avanzar hacia nuestro barrio, distrito y
ciudad participando activamente y planteando acciones locales para impactos
globales. Debemos mostrar interés a las iniciativas en curso para mejorar nuestras
áreas verdes y ser solidarios con el ambiente en el que habitamos. Además,
debemos reconocer y cuidar los árboles de nuestro entorno, barrio, ciudad, país y
planeta. Los toborochis en flor son una hermosa muestra de la naturaleza que nos
rodea y pueden inspirarnos a participar en la protección de los árboles y nuestro
medio ambiental.
ANEXO

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