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Este árbol tan peculiar se llama Toborochi y es nativo de las selvas tropicales y subtropicales
de sudamérica. También recibe otros nombres como palo borracho, árbol botella o incluso
árbol de la lana.
Este árbol es tan hermoso como su leyenda. En Bolivia se dice que hace mucho tiempo,
cuando los dioses vivían en la tierra como personas, los espíritus (Aña) de la oscuridad
abusaban mucho de los primeros guaraníes: asesinaban a los hombres y secuestraban a las
mujeres.
En una pequeña aldea vivía una hermosa muchacha a la que llamaban Araverá "Destello en
el cielo", hija del gran Cacique Ururutï Cóndor Blanco. Ella se había casado recientemente con
el dios Colibrí (Chinu tumpa), y esperaba tener un hijo en muy poco tiempo, el mismo que se
convertiría en el mejor Chamán (Paye) de la región, capaz de derrotar a todos los espíritus del
mal.
Los Aña, al enterarse de la noticia, se propusieron matar sin miramiento a Araverá. Montados
en sus caballos alados que lanzaban fuego por la boca, se dirigieron hacia la aldea; pero
Araverá, percatándose oportunamente del peligro escapó volando hacia los últimos confines
del universo en la sillita voladora que le había regalado su esposo Colibrí.
Los Aña la perseguían por todas partes, en el fondo de las aguas, debajo de la tierra y más
allá de las estrellas. Cuando la sillita voladora ya no podía soportar por mucho tiempo el peso
de Araverá y su pequeña criatura, descendieron a la tierra y se ocultaron dentro de un
Toborochi (Samou), los Aña pasaron de largo y nunca pudieron encontrarlo. Ahí adentro,
Araverá tuvo a su hijo. El niño creció y vengó la maldad de los Aña, pero su madre se quedó
en la barriga del Samou hasta hoy.
Cuenta la leyenda que de vez en cuando sale afuera convertida en una hermosa flor para que
los colibríes vengan a disfrutar de su néctar.
MARCO TEORICO
“Es uno de los viejos verdes más antiguos de Santa Cruz”, afirmó el biólogo,
Huáscar Bustillos.
El toborochi es una especie muy representativa de Santa Cruz, a tal punto que
es considerado uno de los símbolos de la hospitalidad y está representado
en el escudo de armas del departamento.
“Está sin hojas pero tiene frutos grandes que contienen algodones blancos
que engalanan a Santa Cruz”, señaló Bustillos.
El biólogo estima que este árbol fue plantado cerca de los años 20 del siglo
pasado. De hecho, cuenta con un registro fotográfico de 1972, imagen en la
que se ve a este ejemplar tan desarrollado como se lo ve ahora.
“Se piensa que el naturalista Benjamín Burela plató estos árboles para
ornamentar el primer anillo de la ciudad”, explicó Bustillos.
A pesar de que este toborochi está cerca de cumplir un siglo desde que fue
plantado, muchas personas que a diario pasan por el lugar, se sorprenden al
conocer la historia de este árbol y todo lo que gira en torno a él.
“Me asombré, la verdad que no sabía. Fue interesante, paso por aquí casi
todos los días y lo veía normal”, manifestó Álvaro Barba, un estudiante.
En cambio, Remberto Arrázola señala que lo vio por primera vez en 1967,
cuando asistió al sepelio de su abuela. Aquella oportunidad ya había quedado
impresionado por las dimensiones que tenía este ejemplar.
CONCLUSION
Pero el objetivo de esta introducción es inspirar y cautivar al lector por los árboles
de su ciudad. Así como el toborochi, podríamos hablar de muchos otros, que
tienen la misma nobleza en la vista y beneficios para los habitantes citadinos. Los
árboles en las ciudades son parte de su identidad y siempre cuentan historias. Si
pudiéramos reconocer no solo el toborochi, sino cada árbol de las ciudades,
tendríamos muchas historias que contar y conocimiento para cuidarlos, optimizar
su funcionalidad y conectividad para la biodiversidad y la calidad de vida del
ciudadano.
Lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros,
resilientes y sostenibles, es una meta del Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS)
número 11. Los ODS, también conocidos como Objetivos Globales, fueron
adoptados por las Naciones Unidas en 2015 como un llamado universal para poner
fin a la pobreza, proteger el planeta y garantizar que para 2030 todas las personas
disfruten de paz y prosperidad. Las estrategias planteadas en este objetivo son
claras: inversiones en transporte público, crear áreas públicas verdes inclusivas y
seguras principalmente para mujeres, niños y personas de la tercera edad así
como para personas con discapacidad, mejorar la planificación urbana integrando
a la sociedad de forma participativa e inclusiva.