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territorio, y conocimos cuánto podemos aprender ―por medio de su encanto— sobre el lugar
que caminamos y contemplamos diariamente. En la obra presente, sin embargo, ya no serán las
aves nuestros ojos, sino allí donde descansan su vuelo.
Las hojas, la flor, las ramas, el fruto, la semilla y sus colores son la charla que comienza
en la contemplación, y ellas, las plantas, nos enseñan cuánto de la vida va y viene; cuánto de la
vida no es sólo fruto eterno, sino hoja que tambalea, que tiembla, que nunca permanece inmóvil,
sino sacudida por la impermanencia. Acaso las plantas nos advierten que todo es un tránsito, una
mudanza, y que con el sol nos levantamos y con la luna nuestras cabezas descansan como las
hojas. Tal vez sean ellas quienes carguen con una enseñanza escondida, con una lección, una
sabiduría: más podría contarte una planta acerca de la tierra que habita que aquel que la camina y
conoce.
Caminar a través de los senderos de Barichara supone una conversación incesante, y sólo
basta levantar la mirada, admirando la vida circundante, para iniciar esas silenciosas palabras.
Aunque recorras las piedras desprovisto de dirección, no encontrarás ninguna hoja muda y por
eso todos los caminos son conversaciones.
Estas obras proponen una mirada sobre diversos lugares a través de apuntes visuales de los seres
que los habitan. Esta primera colección, dedicada a Barichara, inicia con una colección enfocada
en las aves cotidianas.