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Mi inocencia ha desaparecido.
Mi padre ha muerto.
Y ya no soy la chica que fue obligada a casarse con un sicario.
Soy más fuerte.
Durante los últimos cinco años he estado huyendo tanto de la ira
vengativa de mi hermana como de la intensa obsesión de mi marido.
Cuando Gaven por fin me captura, no tengo más opción que
utilizarle de la misma forma que él siempre planeó utilizarme a mí.
Cuanto más cerca esté, cuanta más información tenga, más seguros
estaremos los dos. Así que aceptaré su castigo por marcharme.
Aceptaré su dolor y su placer.
Mi noche de bodas pudo haber terminado en dolor y traición,
pero no dejaré que mi vida termine igual.
Él es un asesino y yo soy un objetivo. Al final, alguien tiene que
morir, pero ¿quién va a ser esta vez?
PRÓLOGO
Gaven
18 años
Angel
Sídney, Australia
21 años después
Angel
Gaven
Gaven
Angel
Gaven
Angel
Gaven
Angel
Gaven
Angel
Gaven
Angel
Amo.
Me costó acostumbrarme, pero cada vez que la palabra salía de
mis labios, no podía negar el cosquilleo que me producía, como un
subidón o una emoción resonando en lo más profundo de mi ser.
Incluso, horas más tarde, mientras yacía en el ya no tan desnudo
colchón en la habitación a la que solo veía como mi celda, el recuerdo
de ello en mi lengua me hacía pensar en él.
Unos pasos se detuvieron ante la puerta cerrada. Ni siquiera me
molesté en levantar la vista hasta que el sonido de una llave rascando
en el cerrojo del otro lado me alertó de la presencia de un intruso. Me
levanté cuando la puerta se abrió de golpe y, en lugar de Gaven, como
había llegado a esperar, entró una mujer mayor. Llevaba el cabello
gris recogido en un severo moño en la nuca, y su sencillo vestido
negro la cubría desde el cuello hasta los muslos. Si el largo delantal
blanco a juego que le envolvía la cintura no me hubiera dicho que era
una criada, lo habría hecho la expresión sensata y sin tonterías de su
rostro.
No pestañeó ante mi desnudez y ni siquiera me acordé del hecho
hasta que ella ya estaba a medio camino dentro con la puerta cerrada
una vez más. Me ruboricé y crucé los brazos sobre los pechos. Me
sentí muy avergonzada, pero la mujer ni siquiera se molestó en
mirarme al entrar en la habitación con una larga bolsa blanca en la
mano, de cuya parte superior sobresalía una percha.
La mujer mayor pasó junto a mí y solo se detuvo cuando llegó a
la cama y dejó la bolsa extendida. Cuando sus dedos arrugados se
movieron hacia la cremallera de la parte superior de la bolsa, me
acerqué a ella.
Me planteé hacerle preguntas. ¿Dónde estaba? ¿Seguíamos en
Nueva York? ¿En algún otro sitio? ¿Cuántos hombres trabajaban
aquí? Era muy poco lo que había conseguido averiguar por la
singular ventana de la habitación: solo que estábamos lejos de
cualquier otro edificio y que mi habitación estaba en lo alto, rodeada
de árboles.
Sin embargo, al acercarme, mi mirada se desvió hacia las
cámaras. Sería más inteligente dejar que esta mujer hiciera su trabajo.
No sabía en qué lío podría meterla si intentaba involucrarla en mi
problema. Así que, en lugar de eso, me desvié hacia la silla del lateral
y cogí el único camisón que me habían dado. No era gran cosa, pero
al menos podía sentirme algo respetuosa con la mujer mayor que
estaba enderezando las sábanas alrededor de la bolsa que había
dejado.
La mujer no habló. Sus ojos se clavaron en mí cuando me
acerqué a su lado y miré el contenido de la bolsa antes de volver a su
tarea. Con movimientos hábiles, bajó la cremallera y extrajo un
vestido antes de dejarlo sobre la cama, junto a la bolsa. Mis ojos se
agrandaron.
―Santa mierda... ―murmuré. Al crecer como hija de Raffaello
Price, me habían permitido más lujos de los que me correspondían.
No estaba desacostumbrada a la ropa y las joyas de marcas de valor
incalculable, pero este vestido estaba a otro nivel. Parecía algo que
debería haber adornado el cuerpo de una modelo que se pavonease
por una pasarela en la semana de la moda.
Todo el vestido, desde el pecho hasta el dobladillo, estaba
confeccionado con un tejido azul noche resplandeciente. Parecía
como si hubieran machacado y cosido diamantes en cada centímetro
de la superficie y, cuando alargué la mano y lo toqué, me di cuenta
que era suave como la seda, pero sin adherirse a la piel de mi mano
como lo habría hecho la seda.
Estaba tan concentrada en el vestido que apenas me di cuenta
que la criada se volvía hacia la puerta, hasta que el sonido de su
apertura captó mi atención. Me di la vuelta y me quedé boquiabierta
cuando salió rápidamente de la habitación y regresó una fracción de
segundo después, con varias cajas apiladas en los brazos. La puerta
se cerró tras ella y, por hábito, la miré.
Pronto, me prometí en silencio. Pronto escaparía, pero antes
tenía que sonsacarle información a Gaven. Tenía que hacerle creer
que había caído en su trampa y había renunciado a mi libertad. Seguía
siendo demasiado desconfiado. Aunque sus manos se habían vuelto
más suaves al tocarme, no me cabía duda que todo se debía a mi
aparente falta de resistencia.
La mujer gruñó al pasar junto a mí una vez más y tiró las cajas
sobre la cama, junto al vestido que había revelado. Las etiquetas de la
parte superior me hicieron preguntarme qué demonios había
planeado Gaven para esta noche. Era evidente que se trataba de algo
importante, si el vestido de noche, las joyas de Tiffany y las cajas de
Louboutin servían de algo.
La abrió dejando al descubierto unos llamativos tacones negros
de fondo rojo. Unos dedos arrugados apartaron las endebles hojas
blancas del papel de embalaje antes de coger los zapatos y colocarlos
junto al vestido. Aun así, la mujer no habló. Permaneció con los labios
firmemente cerrados mientras correteaba alrededor de la cama y
sacaba cajas de joyas más pequeñas situadas encima de las más
grandes. La mente me daba vueltas.
Retrocedí un paso y luego otro y otro hasta que el dorso de mis
piernas chocó contra la silla de la que había sacado el camisón y me
hundí en ella llevándome la mano a la frente. La mujer trabajó con
una rapidez vertiginosa, colocando sobre la cama todas las piezas que
iba a llevar esta noche, antes de coger la bolsa del vestido y las cajas
vacías y sacarlas de la habitación.
No tenía mucho sentido que intentara obtener información de
aquella mujer. Obviamente estaba bien entrenada y tenía muy poco
interés en mí al trabajar diligentemente. Cuando terminó su trabajo,
varios minutos más tarde, de colocar los regalos de mi marido, me
saludó con la cabeza y desapareció por donde había venido, por la
misma puerta.
Cuando volví a quedarme sola, me puse en pie y me acerqué de
nuevo a la cama para examinar los objetos que me había entregado.
El vestido era el único ―lo que indicaba claramente que no se trataba
de una elección―, pero había varios de los demás artículos. Había
más zapatos que el par original que había visto sacar a la criada.
Varios pares de Louboutin, Manolo Blahniks y más. Había cajas de
Tiffany & Co, Cartier y Harry Winston.
― ¿A dónde demonios me lleva? ―me pregunté en voz alta.
El viejo adagio «la curiosidad mató al gato» se repitió en mi
mente cuando vi un sobre blanco dejado allí. Lo levanté y al darle la
vuelta encontré mi nombre, Angel Price, escrito en la superficie sin
marcas. Observé que no estaba impreso, sino escrito a mano. Rasgué
el dorso, saqué la carta de su interior y la desdoblé.
Eran instrucciones.
Ponte el vestido. Escoge los complementos. Maquillaje
neutro. Te recogeré a las siete p.m.
~ Amo
Incluso había firmado las instrucciones con su título en lugar de
su nombre. Por alguna razón, eso me hizo sonreír. Volví a dejar el
sobre y las instrucciones sobre la cama y cogí el vestido. Seguía sin
haber ninguna indicación de adónde iríamos, pero eso no detuvo el
estallido de excitación ante la idea de salir de esta habitación, aunque
solo fuera por una noche.
Volví a tocar la tela del vestido, lo aparté de la cama y lo sostuve
frente a mí. Era de escote pronunciado, con los laterales también
recortados para que el largo del vestido se asentara sobre mis caderas.
Lo retorcí y lo giré, fijándome en las tiras que debían sujetarlo por
detrás y nada más. No había sujetador ni ropa interior a juego. No me
sorprendió. Me estaba dando cuenta que Gaven Belmonte era aún
más pervertido de lo que había creído.
Con un suspiro, me deslicé el camisón por la cabeza y me puse
el vestido. La parte inferior del vestido encajó en su sitio con bastante
facilidad, pero la parte superior se hundió hacia delante cuando
intenté a duras penas entrelazar las tiras alrededor de la espalda con
la parte delantera para mantenerla erguida. Tras varios intentos
frustrantes y posteriores fracasos, al final me rendí y me limité a
anudarme las tiras alrededor del cuello para evitar que se cayera.
Atendí la petición de Gaven de maquillaje neutro, aunque en
realidad no podía hacer otra cosa con lo que me habían dado. Había
una única paleta de maquillaje dispuesta entre las cajas junto con
todos los utensilios necesarios para realizar un rostro completo.
Normalmente, preferiría no maquillarme mientras llevaba un vestido
de un valor incalculable por miedo a estropearlo, pero a menos que
quisiera quedarme en el baño con las tetas al aire, esto era lo mejor
que podía hacer. Estar obligada a permanecer desnuda durante tanto
tiempo me hizo apreciar la ropa más de lo que pensaba.
De pie frente al espejo, recordé lo que Gaven me había hecho
unas horas antes. Me estremecí al recordarlo, con una sensación tanto
de humillación como de excitación acumulándose en mi estómago.
Ahora sentía el culo raro, después de varios días de estimulación.
Nunca me había planteado si me gustaría o no tenerlo ahí, pero
después de lo que me había hecho pasar Gaven, tenía una cosa clara.
Yo era tan pervertida como él.
Terminé de prepararme para la llegada de Gaven en un tiempo
récord y, a las siete en punto, el pomo de la puerta giró y él apareció.
Se me cortó la respiración. El corazón se me subió a la garganta y me
quedé helada al verlo, vestido impecablemente con un traje a medida
negro sobre negro. No llevaba corbata, pero sí unos anillos que nunca
le había visto, cuatro en los nudillos de la mano derecha. Los gruesos
anillos de plata llamaron mi atención y me distrajeron brevemente
cuando entró y se detuvo ante mí.
―Estás impresionante. ―Las palabras de Gaven me
devolvieron a la realidad y alzando la mirada buscando la suya justo
cuando él me miraba fijamente, sus ojos ensombrecidos por algo
sorprendente. Diversión―. Aunque... ―Levantó la mano tocando la
parte del cuello anudado con las tiras del vestido―. No creo que sea
así como deba ponerse. ―Deshizo el nudo con facilidad y la tela que
cubría mis pechos cayó hacia delante.
Mi ritmo cardíaco se aceleró, golpeando contra el interior de mi
pecho mientras mis pezones se agitaban bajo su mirada acalorada.
―Gírate. ―Una palabra. Un mandato. Una orden.
Le obedecí, girándome lentamente hasta quedar de espaldas a
él. Me rodeó el cuerpo y recogió las tiras de tela antes de deslizarlas
por mis brazos. Miré hacia abajo mientras los pliegues superiores del
vestido se unían y luego sentí que me rodeaban la columna, se
entrecruzaban sobre los hombros y bajaban por los bíceps, casi
pegándome los brazos al cuerpo. Con un rápido tirón, jadeé y estuve
a punto de tropezar hacia atrás con el duro cuerpo a mi espalda.
―Así ―dijo Gaven, su voz profunda y grave―. Ahora, date la
vuelta y deja que te mire.
Girando sobre los tacones que había elegido, algo a lo que sin
duda me había acostumbrado más en los últimos años, alcé la vista.
El placer llenó el rostro oscuro de Gaven. Sus ojos estaban clavados
en la forma en que las tiras de tela ahuecaban mis pechos y los
empujaban hacia arriba, creando una hendidura en el escote.
Me temblaron las entrañas cuando se inclinó a mi alrededor y
miró al otro lado del colchón, donde yacía el resto de las joyas sin
usar.
―Solo unos detalles más ―dijo, cogiendo algo.
Un metal frío rozó mi espalda, haciendo que me arqueara contra
él mientras me colocaba lo que parecía una cadena de aspecto
delicado alrededor de la cintura y luego sujetaba un broche de
diamantes en el centro del vestido, donde las tiras se unían antes que
la mitad inferior fluyera hacia los laterales recortados de mis caderas.
Lo encajó en su sitio antes de coger otra cosa y acercármela al cuello.
Incapaz de apartar la mirada de sus ojos, me quedé totalmente
quieta mientras me colocaba la gargantilla alrededor del cuello.
―Ya está, ahora estás perfecta ―afirmó―. Ve a echar un vistazo.
Parpadeé cuando se apartó de mí, di unos pasos vacilantes hacia
el baño y entré para mirarme en el espejo del suelo al techo. Al verme,
mi mente retrocedió en el tiempo. Con el cabello recogido en un moño
desordenado y poco sofisticado, lo mejor que pude hacer con mis
limitados suministros, la gargantilla de diamantes en mi cuello
resaltaba aún más.
Había decidido no llevar collar simplemente porque me
recordaba al primer regalo que me había hecho. Este collar era...
sorprendentemente parecido. Alargué la mano y lo toqué cuando una
sombra apareció en la puerta tras de mí.
No me gustaba admitirlo, ni siquiera a mí misma, pero sentí el
collar en mi garganta. Era como volver a casa. Resultaba extraño,
teniendo en cuenta que solo conocía a Gaven desde hacía poco
tiempo, solo me había considerado su esposa durante una noche,
antes que todo me estallara en la cara.
Como si percibiera el oscuro giro de mis pensamientos, Gaven
se acercó y posó una mano en mi hombro. El contraste de su ancha y
cicatrizada mano sobre mi piel era evidente. Mantenía el mismo aire
que hacía cinco años. Fuerte. Contundente. Intimidante.
Mis ojos se encontraron con los de Gaven en el espejo, y los
latidos de mi corazón retumbaron en mis oídos. Su mirada
hambrienta recorrió mi cuerpo en el reflejo. El calor subió a mi piel.
Tragué saliva bruscamente. Era una figura formidable a mi espalda.
― ¿Crees que estás preparada? ―preguntó.
Dudaba que alguna vez estuviera preparada para la locura a la
que me empujaba constantemente, pero tenía que seguir sus reglas si
quería tener alguna posibilidad de sobrevivir. Volviéndome hacia él,
levanté una mano y él la cogió.
Mi respuesta, cuando llegó, fue tan mentirosa como lo había sido
la noche que nos casamos―. Lo estoy.
CAPÍTULO 14
Angel
Angel
Angel
1 El término kink ha sido reclamado por quienes practican el fetichismo sexual como un
término o sinónimo de sus prácticas, lo que indica una gama de prácticas sexuales y eróticas
desde la objetivación lúdica hasta la sexual y ciertas parafilias.
—Adiós, Mare. Adiós, Evangeline, ha sido un placer conocerte
—dijo cuando ella y Genevieve desaparecieron de los vestuarios.
Mare me miró.
—¿Estás lista? —preguntó.
—Es la segunda vez que me lo preguntas —señalé.
—Ya, supongo que sí —asintió—. Aunque la primera vez
mentiste.
Parpadeé y me encontré con su mirada. Sus iris marrón claro
moteados de dorado rebosaban calidez y comprensión. Tal vez se
debiera a su relación conmigo —los Perelli y los Price—, pero tenía la
sensación que sabía más de lo que decía sobre mi situación con
Gaven.
—Es que es la primera vez que hago esto realmente —dije—. Los
nervios... ya sabes cómo son. —Recé en silencio para que no insistiera.
Me miró con una expresión reflexiva en el rostro. El silencio que
reinaba entre nosotras era asfixiante, pero no intenté romperlo,
insegura de lo que pasaba por su mente.
—Tú y Gaven no sois los típicos dom y sumisa, ¿verdad?
La pregunta fue directa, demostrando mi teoría. Quizá estaba
perdiendo mi habilidad. Creía haber dominado las lecciones que me
había enseñado mi amiga. Hacía dos años, Scarlett había hecho todo
lo posible por enseñarme todos los trucos que sabía, cuando nos
conocimos en Italia. Como una de las mejores ladronas del mundo,
comprendía la importancia de enmascarar las emociones. Sin
embargo, ahora sentía que me abrumaban, que se desbordaban.
Desde que Gaven me había apartado de las calles, secuestrándome,
el control que tanto me había costado conseguir se me escapaba cada
vez más.
—No te preocupes, no es obvio. Al menos, no para los demás —
explicó Mare cuando no respondí de inmediato—. Pero veo un poco
de mí en ti, Angel.
—¿De ti? —No supe qué responder a eso.
—Sí, y si quieres mi consejo... ¿de princesa de la mafia a princesa
de la mafia? Deja de intentar escapar de ello. —Me puse rígida ante
eso, pero ella continuó—. Ambas nos vimos forzadas a una vida que
nunca quisimos, aunque realmente no tiene sentido huir de ella. Eres
quien eres, al igual que yo. Cuando dejé de huir... cuando me detuve
y me enfrenté por fin, me resultó más fácil vivir. La reputación de
Gaven Belmonte le precede, así que si tengo que adivinar es un poco
más... hábil de lo que eran mis hombres, pero aun así... confía en mí.
Cuando al final lo aceptas, el resto surge de forma natural.
Había crudeza en sus palabras. Dichas con suavidad, pero aun
así, calaron profundamente, hiriéndome, revelando cosas que
hubiera preferido mantener ocultas. Mis miedos. Mi ansiedad. Mi ira.
¿Dejar de huir?
¿Dejar de intentar escapar?
No podía hacerlo... ¿o sí? Era como si todos los secretos más
oscuros que había intentado guardar, ocultar en las profundidades de
mi alma, hubieran salido a la luz para que todos los vieran... o al
menos para que esta mujer los viera.
—Si alguna vez necesitas ayuda, estoy segura que tienes una o
dos amigas, no pareces de las que van por libre mucho tiempo. Y
aunque no la tengas, siempre puedes preguntar por mí. Estaré
encantada de ayudarte, Angel. Debería haber más de nosotras en este
mundo dispuestas a echar una mano. Ya es bastante solitario y
oscuro. —Antes incluso que pudiera responder, America dio un paso
atrás y salió del vestuario con una última sonrisa.
No supe cuánto tiempo estuve allí de pie, rumiando lo que había
dicho, pero por primera vez en lo que me pareció una eternidad, no
me sentí tan sola. Me pregunté si tendría razón. ¿Podría pedir ayuda?
¿Serviría de algo? Me mordí el labio. Aún dudaba si abrirme a Gaven
y contarle la verdad. Le pondría en un peligro innecesario.
Por ahora, sin embargo, no necesitaba pensar en ello. Lo único
que tenía que hacer era salir y presentarme ante mi Dom.
A Gaven... mi Amo.
CAPÍTULO 17
Gaven
Angel
Angel
Gaven
Angel
Gaven
Angel
Angel
Angel
Gaven
Angel
Gaven
Angel
Angel
Gaven
Lucy Smoke, también conocida como Lucinda Dark por sus obras de
fantasía, tiene un máster en inglés y es una chihuahua creativa
autoproclamada. Disfruta alimentando su pasión por los viajes, su adicción
a las portadas.
Cuando no está en la interminable búsqueda del batido perfecto, vive
y trabaja en el sur de Estados Unidos con su adorado peludo, Hiro, y su
familia y amigos.
Corrección
La 99