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¡Disfruta la Lectura!
El amor te hace ir por todo.
de su escondite.
Y luego te desnuda
Cada noche cerraba los ojos ante las imágenes de su cuerpo sin vida en el
hospital.
Dolor.
Levanté la mano y clavé los dedos en las dos cuencas oculares del
demonio que estaba encorvado sobre mí. En respuesta, agitó los brazos
salvajemente y me propinó una bofetada. Me estalló el pómulo y parpadeé
desesperadamente para eliminar los puntos negros de mi visión.
No te desmayes. No te desmayes.
Este hombre lo preferiría así. Era Perez Cortes quien disfrutaba con una
pelea.
Se quedó inmóvil.
Quería gritar y suplicar ayuda, pero sabía que no iba a llegar. Y las
fuerzas seguían fallándome. Me sentía perezosa. Desorientada. Había lagunas
en mi memoria. A veces abría la boca y era como si hubiera olvidado cómo
hablar. No recordaba cómo sonaba. Otras veces no decía nada, pero los
susurros que se agolpaban en mi cabeza hablaban de cosas que me costaba
comprender.
Era inútil luchar contra ello, inútil aferrarme a la luz cuando lo único que
probaba era la oscuridad. Así que me perdí en aquel dolor.
Y supe con certeza que prefería quemarme viva a vivir un momento más
así.
1
Amon
UN MES ANTES
Pero justo cuando mi cuerpo por fin empezaba a cooperar, otra bala surcó
el aire y me alcanzó en el pecho.
Por un instante, me pareció oír la voz de Dante, pero ahora no estaba por
ninguna parte. Sin rescate. Sin ayuda. Ni rastro de nadie salvo los hombres
que me apuntaban con sus armas mientras yo empuñaba la mía.
Salté delante del cuerpo sin vida de Amon, disparando a los hombres una
y otra vez, y recé por un milagro.
Parecía una pesadilla. Sí, tenía que ser eso, porque la escena que me
rodeaba era demasiado devastadora para comprenderla.
Amon -mi mundo- yacía moribundo a mis pies, desangrándose. El
hombre más cercano a mí levantó el rifle, pero antes que pudiera apretar el
gatillo, me agaché, protegiendo a Amon por completo.
—¿Y quién carajo eres tú? —dije, sonando más valiente de lo que me
sentía.
—Tu futuro. Perez Cortes, a tu servicio. —La voz se deslizó por mi
espina dorsal—. Estoy tan feliz de tener por fin a la chica de oro. Serás mi
mayor premio hasta ahora. —El hombre estaba loco si pensaba que yo iría a
alguna parte con él. Sus ojos se posaron en el cuerpo de Amon y sus labios se
curvaron en una sonrisa amenazadora, revelando unos dientes
antinaturalmente blancos. Sentí escalofríos cuando echó un vistazo por encima
del hombro—. Tómale el pulso.
—Yo.
Esto es el fin.
Por fin recobré fuerzas y dejé que mis dedos se movieran, encontrando
las manos y los pies atados con una cuerda. Mis ojos se movieron a mi
alrededor, parpadeando furiosamente. Estaba en una jaula húmeda y reforzada
con acero. El zumbido. El tarareo constante. El balanceo...
Fue entonces cuando percibí los gemidos y los gritos suaves. Escudriñé
la habitación a ciegas, buscando un atisbo de las demás hasta que por fin las
divisé. Ojos blancos entre las sombras. Cuerpos apenas visibles. Mujeres
desplomadas en la esquina opuesta de la jaula, enjauladas como yo y con
aspecto de estar a las puertas de la muerte. Algunas lloraban. Otras rezaban.
Dante sonaba como si estuviera bajo el agua. O tal vez era yo quien se
ahogaba en el pozo de la desesperanza.
—No hables. —Otra voz, una que no podía identificar. Giré la cabeza
hacia un lado, pero el brillo del metal sobre la grava captó mi atención.
Demasiado tarde.
La había perdido.
No, no, no. Dios, por favor, no. Cualquier cosa menos ella. Cualquiera
menos ella. Ya había probado la vida sin ella una vez; me negaba a soportarla
de nuevo. Era una muerte lenta y dolorosa.
—¿Qué pasó? —pregunté con un gruñido bajo, que no hizo más que
aumentar el dolor palpitante de mi cuerpo. Lo ignoré. Mi miedo por Reina era
mil veces peor.
Se me oprimió el pecho.
Dios, ¿qué le estaban haciendo en este momento? Tenía que seguir viva,
aunque conociendo el horror por el que pasaban las mujeres víctimas de la
trata, no estaba seguro de si debía esperar que se aferrara a la vida.
Egoístamente, recé para que así fuera.
—Estoy seguro.
—Cinco.
—Lo haremos, pero no nos buscarán a nosotros. Irán por el jefe. Eso es
problema de Cortes, no nuestro. Ya hicimos nuestra parte. Una vez que
lleguemos al puerto, Perez seguirá su camino y nosotros el nuestro.
¡Dios mío! Oír que formaba parte del contrabando de carne supuso una
nueva descarga de miedo y adrenalina en mi organismo. Y estos idiotas
hablaban del mareo como si fuera lo más importante del mundo.
—Lo hará, pero nadie la tendrá excepto Perez Cortes. Quiere hacer de
esta chica su juguetito. —Soltó una carcajada amenazadora, como de hiena,
mientras un disparo de ira se apoderaba de mí ante las insensibles palabras del
hombre—. Es mejor así, ya que obtendremos el mejor precio por ella. Puedo
comprarme mi maldita isla privada cuando me paguen.
Darius me había entrenado para luchar. Solo tenía que aplicar lo que
había aprendido. Tardé unos instantes en ordenar mis pensamientos, pero
finalmente la voz de Darius se filtró en mi interior.
Sus pasos retrocedieron y me arriesgué a abrir los ojos del todo. Sólo
podía ver sus espaldas. Anchas y fornidas. Observé la escena a mi alrededor,
entrecerrando los ojos para ver a través de la escasa iluminación.
Instintivamente, empecé a contar. Uno, dos, tres... Había veinte mujeres
cautivas, todas rubias en distintos tonos. Veinte mujeres metidas en una jaula
como animales.
Mis dedos rodearon el frío metal y apreté los dientes para evitar que
sonaran.
Golpe.
El horrible sonido de un cráneo partiéndose vibró en el aire y me hizo
temblar los huesos. No me detuve a evaluarlo. Me acerqué al otro hombre y
repetí el mismo movimiento, sólo que él se apresuró a defenderse.
Un áspero empujón entre los omóplatos me llegó por detrás, justo antes
de un pinchazo en el cuello, seguido de una sensación de ardor que se extendía
por mis venas.
—Sólo le dimos una pequeña dosis —explicó una voz de hombre—. Fue
como una inyección de adrenalina para la chica antes que la calmara. Se
volvió loca con los guardias cuando intentaron divertirse con las otras chicas.
La chica estaba poseída, te lo digo. —Maldito idiota. No estaba poseída.
Estaba furiosa, incluso en mi estado mental drogado—. Hay dedos rebanados
por aquí en alguna parte porque la loca decidió tirar dedos para que el
demonio pudiera atraparlos.
—Si está dañada, es tu vida la que está en juego, por no hablar de cada
jodido miembro de tu familia.
—Ahí está.
—¿Qué...? —balbuceé.
Alguien se rio.
Con cada gramo de fuerza que me quedaba, alcancé a uno de ellos y, por
algún milagro, agarré una polla y apreté con fuerza, retorciéndola de un lado a
otro.
Era lo único que me impedía dejarme llevar y caer aún más en este pozo
de desesperación.
Asintió.
—Sí.
—Reina —dije.
—¿Qué?
—Tú y ella...
—Tres años.
Me pasé la lengua por los dientes. No era una exigencia irrazonable, pero
odiaba que me cuestionaran.
—¿Y qué hay del hecho que Reina es mi media hermana? ¿No pudiste
decírmelo? Jesús, ¿y si no se hubiera resistido a mis encantos y lo hubiéramos
hecho? —Una mueca torció su rostro.
—En tus sueños, tal vez. —Dante estaba decidido a echarme la culpa—.
Además, me he enterado hace poco que no es mi hermana.
—Romero.
—Deja de joderme, Dante. Dame las gracias por ahorrarte la agonía que
pasé durante tres años pensando que estaba enamorado de mi hermana, y
luego ayúdame a encontrarla. —Le lancé una mirada seria—. ¿Por qué ella?
Sabiendo lo que ella significaba para mí.
—Sólo quiero verte feliz, hermano. —Este era el hombre que conocía y
amaba. Dante se apoyó en la pared, sus ojos parpadeaban con sus propios
secretos—. Realmente no la quería... —Hizo una pausa para respirar hondo—.
Quería saber por qué mató a mi padre...
—¿Lo sabes?
Me hizo gracia. De todas las putas palabras que dije, se aferró a esta. El
hecho que lo supiera.
—¿Sola?
—¿Y tú le crees?
Sacudí la cabeza.
—No miente. Angelo la atacó. Fue en defensa propia. Ambos vimos las
huellas de la paliza que le dieron. —Cuando me miró sin comprender, añadí—
. Fue el día que la vimos en el restaurante de Oba. Él la atacó en su
apartamento unos días antes. —Dejé que las palabras calaran hondo y
continué—. Los dos sabemos cómo le gustaba estrangular a sus mujeres.
Era inútil negar los hechos. Vimos de primera mano las palizas que le
gustaba dar. Dante se frotó la mandíbula, reflexionando sobre mis palabras.
—Explícate.
—Te juro que me estás dando dolor de cabeza con tu lógica. —Volví a
apoyar la cabeza en la almohada. Esta conversación no iba a ninguna parte.
—Porque me enteré que era hijo de Romero, pero entonces no sabía que
Reina no era su hija biológica.
—Lo es, pero eres mi hermano. Me importa una mierda quién sea tu
padre. —Dante se aclaró la garganta, pero no antes que oyera cómo se le
quebraba la voz—. ¿Cuántas veces me salvaste de él? ¿Cuántas veces salvaste
a mamá de él? Por el amor de Dios, le pusiste una pistola en la cabeza para
protegernos.
—¿Qué está pasando? —exigí con voz firme, a pesar que mi yo de doce
años temblaba como una hoja—. Baja esa pistola antes que hagas daño a
alguien, padre.
—No puedes matarla, así como así —intentó razonar Dante, mirando de
un lado a otro entre ellos, con los ojos desorbitados—. Quizás deberías
casarte con ella, así mamá no se sentirá como la segunda opción.
—Recibir dos disparos puede tener algo que ver con eso. Mierda, me
siento como un fantasma —dije en lugar de responder a su pregunta—.
¿Cómo es que Reina te fue prometida? ¿Y por qué está tu firma en el acuerdo
entre Romero y Angelo?
—Justo antes de su muerte, padre cambió el nombre a Reina, pero nunca
lo hizo oficial. —La noticia me sacudió hasta la médula. Era lo último que
esperaba. Reina y yo. En un matrimonio arreglado—. Padre llamó a Phoenix
inadecuada y lisiada.
—No vuelvas a repetir esas putas palabras —rechiné. Angelo Leone era
un pedazo de mierda, pero bien podía ser que la vieja víbora lo hubiera
utilizado como excusa si sospechaba que Phoenix era suya. Después de todo,
era lo que le había dicho a Reina—. ¿Qué pasó con ese acuerdo?
Dante me dedicó esa sonrisa venenosa que nunca llegaba a nada bueno.
Angelo realmente creía que Phoenix era suya, lo que me llevó a otra
conclusión. La madre de Reina debió de tener una aventura con Angelo
durante un tiempo si él no estaba seguro de qué niña era suya.
—¿Por qué?
Se encogió de hombros.
—No lo tiene, sobre todo ahora que sé que Reina es mi media hermana.
—Gracias.
—Llama a Kian —ordené, y luego cerré los ojos ante las imágenes de
Reina sufriendo. Casi podía oír su voz llamándome—. Dile que le daré lo que
sea para que venga lo antes posible.
Todas las noches soñaba con ella. Cada noche su suave voz me llamaba,
suplicándome que la salvara. Mi mente evocaba las peores imágenes que no
me atrevía a expresar ni a pensar durante las horas de vigilia.
—¿Qué hay del documento que nos hizo buscar? —Dante preguntó.
Después de todo, era lo que nos conectaba con Romero.
—¿Entonces por qué me hizo creer que Reina era mi media hermana?
Ella sabía que Angelo y la mujer de Romero habían tenido una aventura.
—Me importa una mierda. —La neblina roja del día en que nos atacaron
me nublaba la vista—. No confío en ellos. Mantenlos jodidamente alejados de
mí.
Tenía que ponerme en marcha antes que me volviera loco, pero no sabía
cuál era la mejor forma de penetrar en el cártel brasileño. Había recurrido a
todos mis favores y ordenado a un ejército de hombres que peinaran los
océanos y se aseguraran que llegábamos a Reina antes que el cargamento de
Perez Cortes llegara a las costas brasileñas.
Incluso envié una solicitud a través de la web oscura para formar parte
del acuerdo de Marabella y de las subastas en directo -lo que me situaría en el
lado opuesto de la Omertà-, sólo para recibir como respuesta un ominoso
silencio. Era un acuerdo controlado por Perez Cortes, que sólo permitía
participar a los mafiosos más despiadados y crueles. Él lo había organizado, y
los acuerdos que había establecido tenían un precio de entrada superior a los
diez millones de dólares.
—Tengo que decirte algo, Amon. —Busqué los ojos de mi hermano ante
su tono serio—. Estaba intentando encontrar el momento adecuado para ello.
—La Omertà sabe que Reina mató a Angelo. —La tensión se disparó a
través de mí. Matar a uno de los nuestros, fueran cuales fueran las
circunstancias, nunca era bien recibido.
—¿Cómo?
Su mandíbula se tensó.
—Se los dije. —En sus ojos parpadearon sombras, y tardé un momento
en verlas como lo que eran. Arrepentimiento—. Nunca fue mi intención.
Estaba furioso contigo por haber tomado a Reina antes que pudiera sacarle la
información que necesitaba, y se lo solté a Marchetti. A partir de ahí todo se
fue a la mierda.
Se encogió de hombros.
—Hermano...
—Ellos. No. La. Atraparan. —Y eso fue definitivo—. Les diremos que
yo lo hice. O me alejaré de la Omertà. Nada de esto significa nada para mí, a
menos que siga siendo una forma de protegerla.
Nunca había sido de los que esperaban a que pasara una mierda o a que
mis enemigos hicieran el primer movimiento. Prefería arrasar con todo lo que
se cruzara en mi camino para mantener a salvo a mis seres queridos. Y sin
embargo, aquí estaba, fracasando. Volviéndome loco con posibles escenarios.
—Está en camino —me aseguró Dante, sentado en el sofá con los pies
apoyados en la mesita. Iba vestido como un vagabundo de playa: sandalias,
pantalones cortos blancos de Armani y una camiseta negra. Era la viva imagen
de la relajación, excepto por su expresión afilada y la pistola que llevaba en la
cintura—. Darius también viene.
Genial.
—¿Darius es el único puto hombre que trabaja con Kian?
Se encogió de hombros.
—El rubio insistió. Dice que se preocupa por ella y que no descansará
hasta que esté a salvo.
—Y antes que digas nada, Kian se anticipó a tus protestas y declaró que
si rechazas la ayuda de Darius, está fuera —intervino Dante. Darius era una
píldora nauseabunda que tendría que tragarme.
—Le he dicho que quiero a Phoenix, desde que Reina huyó y se casó
contigo. —Bueno, no perdió el tiempo.
—¿Qué pasó?
Sacudí la cabeza.
—Dante —siseé.
—Aquí no —espeté.
Palideció.
—Lo sabrías todo, ya que sigues legalmente casado con ella. —Oí a
Dante respirar agitadamente. Esto se estaba desarrollando más rápido de lo
que incluso él esperaba.
Romero se calmó.
Era irónico que usara esa palabra cuando ni siquiera sabía la verdad. A
menos que... caí en cuenta.
¿No sabía que Reina no era suya? Pues ya lo averiguaría. Ahora mismo.
—No es mi media hermana. —Una serie de emociones se deslizaron por
su rostro: sorpresa, resignación, aceptación. Entonces llegué a la única
conclusión plausible. Este hombre sabía que una de sus hijas no era suya, pero
no le importaba. O era demasiado débil y patético para averiguarlo—. Sabías
que una de ellas no era tuya —dije con convicción—. Sólo que no sabías cuál.
Se estremeció.
—¿Qué quieres decir? —gruñí—. ¿No sabías con quién había tenido una
aventura?
Levantó la cabeza.
—Exacto, así que déjate de bloquear po... —Le lancé una mirada de
advertencia—. Deja de bloquear los matrimonios y de seguir con bla, bla y
más puto bla. Agradece a todos los santos que Reina no cayera rendida a mis
encantos. Todas las demás mujeres lo hacen.
Jesucristo. Con esa actitud, Dante echaría por tierra sus posibilidades de
casarse con Phoenix.
—En ese sentido —dijo Dante—. No olvides que ahora me debes una
novia. Phoenix será suficiente.
—Ustedes dos, cállense de una puta vez. Les diré una cosa, un Romero
nunca traiciona a su propia sangre. —La críptica afirmación de Romero me
dejó adivinando si se refería a mí o a sus hijas—. Quiero a mis hijas de vuelta
en casa, sanas y salvas.
Romero me miró con un orgullo que nunca había visto en los ojos de
Angelo. Sacudí la cabeza y me di la vuelta, sólo para que sus dedos me
agarraran el bíceps. Mierda, era fuerte para ser un moribundo. Apretando los
dientes, me obligué a no reaccionar mientras me giraba lentamente para
encontrarme con su mirada implacable.
Nos miramos fijamente, y sólo el sonido de las olas que entraban por la
ventana abierta rompía el silencio. Los segundos parecieron minutos antes que
por fin soltara un suspiro áspero y se pasara una mano arrugada por la cara.
—Bueno, ahora es mía.
—La Yakuza lleva años queriendo hacerse con ella. Cuando supe que tu
primo trabajaba con Perez Cortes, puse en marcha el acuerdo matrimonial.
Para proteger a mis hijas. —La angustia en su voz coincidía con la de mi
pecho—. Él... Si es que sigue viva.... —Tragó fuerte. Todos sabíamos lo que
Perez les hacía a las mujeres—. La destruirá.
Sangre. Mucha.
—Mamá... —Me ahogué con las lágrimas. O tal vez era sangre, no
estaba segura—. ¿Por qué lloras?
—Mamá, ¿qué es ile...? —Me esforcé por repetir la palabra que la mujer
escupió en la cara de mamá—. Ile... gi... tima.
—Significa que un día vendrán por ti. Pero serás fuerte, ¿verdad, mi
pequeña reina?
Abrí los ojos de golpe por la pesadilla, no una pesadilla, sino un recuerdo
convertido en pesadilla, y en lugar de rojo, lo único que veía era oscuridad.
Sentí el familiar balanceo, junto con el débil sonido de las olas. Entonces
todavía estaba en el barco. A juzgar por el dolor de mis extremidades,
debieron arrojarme a esta jaula. O tal vez lo que me habían inyectado causaba
este dolor hueco.
—Gracias.
—De acuerdo.
—¿Cómo te llamas?
Me encontré con sus ojos dorados. ¿Cómo podía ser tan fuerte cuando yo
me estaba desmoronando? Me picaba la piel, los gritos burbujeaban en mi
garganta, pero asentí escuetamente de todos modos.
—Reina.
Ella asintió.
—No te preocupes por eso. —Su voz vaciló ligeramente, pero me aferré
a ella—. Saldremos de esta de una puta vez. De una forma u otra.
Las palabras no pronunciadas eran claras. Muerta. Sólo podía esperar que
llegara rápido.
9
Reina
—Esta ciudad está invadida por señores del crimen. Cortesía del cártel de
Cortes. No habrá ayuda de la policía. La mayoría ni siquiera habla inglés.
—Respira, Reina.
Las palabras apenas eran un susurro, pero me dejé guiar por ellas. Me
concentré en lo único positivo: ya no estábamos enjauladas en el casco de un
barco. Cerré los ojos e introduje aire fresco en mis pulmones, desesperada por
la familiar ligereza, pero todo lo que podía saborear era la oscuridad
tragándome. Necesitaba una pizca de esperanza a la que aferrarme. La sonrisa
de mi hermana. La risa de Amon. La determinación de la abuela.
Ella tenía razón. Vinieron por mí, como ella dijo que harían.
Estábamos cerca del puerto deportivo, bajo un sol abrasador. Estaba tan
deshidratada que ni siquiera creía ser capaz de llorar, mi estado mental y físico
empeoraba por momentos.
Capté movimiento con el rabillo del ojo. Un auto con los cristales
tintados se detuvo. Los gemidos y los gritos aumentaron antes que un silencio
inquietante se apoderara de las prisioneras. Una sombra oscura salió del auto.
Pero fue su expresión cruel y sus ojos oscuros y sin fondo lo que me hizo
aplastar los huesos de la mano de Liana. Él fue quien le metió la última bala a
mi esposo.
Hijas ilegítimas.
—¡Tú turno! —Luego corrió. Mi chillido resonó mientras salía tras ella.
Mamá estaba de pie delante del montón desordenado con una mano en
la cadera y su teléfono en la otra.
—Mamá —gemí con los ojos muy abiertos. El corazón latía con fuerza
en mi pecho y me llevé la mano a él. Me dolía mucho. No veía a Phoenix por
ninguna parte. ¿Se habían llevado a mi hermana?
Mamá enterró mi cara en su rica falda de seda, pero no antes que viera
acercarse al hombre. Sonreía, pero no era una sonrisa agradable. Era
malvada y oscura.
Levantó la mano y mamá me agarró con más fuerza. Apreté los ojos,
cuando...
Bofetada.
No sabía lo que quería decir, pero a juzgar por la cara de mamá, no era
nada bueno.
Los siguientes minutos fueron los peores de mi vida. Todas las mujeres
cautivas fueron exhibidas como animales. Algunas tenían marcas de látigo,
otras moretones. Pero a cada una de nosotras nos habían destruido el espíritu,
aplastado el alma, de una forma u otra. Estábamos a punto de quedar atrapadas
en un ciclo infernal en el que la única salida misericordiosa era la muerte.
Contemplé horrorizada cómo las mujeres eran subastadas, una a una,
hasta que sólo quedamos dos. El guardia agarró a Liana por el brazo y la
arrastró hasta la parte delantera del escenario, pero yo la sujeté con tanta
fuerza que casi le arranco el hombro.
Ella se estremeció.
Tenía la cara blanca como un fantasma y los hombros rígidos, pero aun
así puso cara de valiente y miró fijamente a nuestro “público”. Los hombres la
miraban con desconfianza. Las mujeres gritaban palabras viles en portugués
que yo no entendía. Alguien le tiró un huevo, pero ella se apresuró a
esquivarlo, de modo que cayó sobre un guardia que estaba detrás de ella. A
pesar de esta jodida situación, la comisura de mis labios se levantó
ligeramente.
Empezó la puja. Miré con los ojos muy abiertos cómo se anunciaban los
números. Cien mil. Dos mil. Tres mil. Las pujas eran cada vez más altas.
Antes que pudiera parpadear, Liana estaba siendo sacada del escenario.
Miró por encima del hombro y sus ojos asustados se encontraron con los míos.
Antes que pudiera pensar en ello, capté un objeto volando por el aire en
mi periferia. Me agaché por instinto, esquivando lo que parecía una botella de
licor que venía directa hacia mí. Salté y grité de dolor cuando se hizo añicos y
los fragmentos de cristal grueso me desgarraron el tobillo y las plantas de los
pies.
Mi turno.
Mis ojos se desviaron hacia el público. Me rodeé la cintura con las manos
para no doblarme justo cuando clavé mi mirada en unos ojos amenazadores.
Su fría sonrisa me heló por dentro.
Todo esto no era más que un espectáculo. El hombre de los ojos que
prometían horrores ya me poseía. Después de todo, él era el orquestador de
esta subasta y este era su juego.
Pero él tendría otra cosa en camino si pensaba que me rendiría sin luchar.
10
Amon
—Te lo juro por Dios, Dante. Tu mal humor me está dando latigazos —
gruñó Enrico.
—Empecemos.
—No sabía que Sofia Volkov tuviera una hija ilegítima. —Fue Darius
quien habló.
De repente entendí por qué Reina era tan protectora con su papá.
—¿Y crees que tu madre está detrás de esto? —Tyran Callahan declaró.
Romero asintió y miré a Kian a los ojos, sabiendo que era nuestra mejor
opción para entrar en Brasil.
Kian asintió.
—Angelo Leone solía estar metido hasta las rodillas en las subastas hasta
que él mismo tuvo una hija ilegítima.
—Eso es él, pero quiero sus garantías que protegerá a mis dos hijas. Me
importa una mierda su estado ilegítimo. No me importa de quién es la sangre
que corre por las venas de Reina. Es mía.
Una mano áspera y callosa me rodeó el brazo y tiró de mí. Fue como un
apretón mortal, escoltándome hasta el otro lado.
En mi estado de debilidad, lo único que podía hacer era cerrar los ojos e
intentar mantener la respiración tranquila. Mi cuerpo ansiaba la liberación de
la aguja. Dejé escapar una burla. El pensamiento, por patético que fuera, me
consumía. Mi cuerpo ardía y sólo podía pensar en el veneno que prometía el
olvido.
—A la mierda tú y tu medicina.
El resto del viaje en auto fue silencioso. Ominoso. Estirándome tanto que
me preocupaba partirme por la mitad.
—Tienes mal genio —me dijo—. Será un placer domarlo. —Su mirada
penetrante recorrió mi cuerpo mientras alargaba la mano para apartarme un
mechón de cabello de la cara. Su tacto se prolongó, lanzando chispas de asco
por mi espina dorsal—. Llévenla adentro.
Mi vida pasó ante mis ojos, y no pude hacer nada más que aferrarme a
los buenos recuerdos. Los felices.
—Ya basta. No estás aquí para mirarte todo el día —me dijo el guardia,
clavándome la culata del rifle en la espalda.
Lo único que conseguí fue una celda oscura sin una sola ventana, sin
forma de vislumbrar el mundo exterior. No conté cuántos tramos de escaleras
habíamos bajado antes, pero sabía que teníamos que estar bajo tierra. Estaba
helado y olía a moho, como si ninguna parte hubiera visto nunca la luz del día.
El vómito me subió por la garganta y apoyé las manos en las rodillas, con
arcadas.
—Mierda no te atrevas a vomitar —siseó mi guardia, y luego se giró
hacia el otro—. Y vete a la mierda, Pedro. Búscate a otro que te ayude. Me
estoy divirtiendo con esta.
Dolor.
Levanté la mano y clavé los dedos en las dos cuencas oculares del
demonio encorvado sobre mí. En respuesta, agitó los brazos salvajemente y
me dio un revés. Me estalló el pómulo y parpadeé desesperadamente para
eliminar los puntos negros de mi visión.
No te desmayes. No te desmayes.
Este hombre lo preferiría así. Era Perez Cortes quien prefería la pelea.
Se quedó inmóvil.
Quería gritar y suplicar ayuda, pero sabía que no iba a llegar. Y las
fuerzas seguían fallándome. Me sentía perezosa. Desorientada. Había lagunas
en mi memoria. A veces abría la boca y era como si hubiera olvidado cómo
hablar. No recordaba cómo sonaba. Otras veces no decía nada, pero los
susurros que se agolpaban en mi cabeza hablaban de cosas que me costaba
comprender.
Era inútil luchar contra ello, inútil aferrarme a la luz cuando lo único que
probaba era la oscuridad. Así que me perdí en ese dolor.
Y supe con certeza que prefería quemarme viva a vivir un momento más
así.
12
Reina
Levanté las palmas de las manos y me tapé los oídos. Sabía lo que venía
a continuación.
Y yo... me perdía más cada día que pasaba, y cada dosis negada me
llevaba a la locura.
Lo único que sabía con certeza era que me había inyectado más veneno.
Los efectos del veneno seguían resonando en mi interior como uñas contra una
pizarra. De algún modo, mi cerebro había enviado un mensaje a través de la
niebla del dolor para que respirara. Para vivir. Para sobrevivir.
El médico respondió:
Pasó un segundo.
—He oído que le mordió la polla. Estará fuera de servicio por un tiempo.
Tal vez deberíamos jugar con ella y domarla para él. —No sabía dónde había
empezado este rumor, pero lo agradecía.
1
Es español en el original.
—Nadie quiere a una puta drogadicta que ni siquiera sabe chupar bien
una polla. No quiere follarse a un cadáver inerte. Una vez que Cortes la
rompa, no importará si está lúcida o no.
—¿Va a entrar, doctor, o tiene miedo que ella acabe con su miserable
vida?
Lo miré con recelo y me pregunté -por enésima vez- si aquello era real.
Nadie podría sobrevivir a este tipo de tortura. Había luchado lo suficiente
como para vivir diez vidas. Mierda, cien vidas. Luché para sobrevivir. Luché
para que no me tocaran. Luché para aferrarme al recuerdo de mi esposo.
Este lugar era la peor pesadilla de cualquier mujer, pero cada vez que
pensaba en rendirme, oía la voz de Amon.
Sigue luchando, chica de canela. Pero, ¿por qué? ¿Por qué debería luchar
si él estaba muerto? Vuelve conmigo.
Otro aullido.
Sabía lo que me esperaba. No podía llorar, así que reí, y reí, y reí,
sonando como una lunática hasta que las drogas se apoderaron de mí y reí
hasta la nada mientras todo se volvía benditamente negro.
—¿Quiénes son? —pregunté, con una voz tan cruda que resultaba
irreconocible. Contuve la respiración, esperando una respuesta. No la hubo.
Pasaron varios segundos, y luego un resuello—. Veo que te mueves —grité,
moviéndome hacia delante sobre manos y rodillas—. ¿Qué quieres?
Mierda, le gustaban los retos. A estas alturas, debería saber que no debía
enfrentarme a él. Me mordí el labio con mis ojos cayendo junto con el
corazón.
—Eres igual que tu padre. —Me miró con una emoción repugnante en
los ojos, enviando todo tipo de imágenes a mi mente de las formas en que
podría contaminarme—. Debería haberse quedado conmigo. Pero no importa,
tendrás que pagar su traición.
No tenía ni puta idea de lo que decía, pero no me sorprendió mucho. Ya
nada tenía sentido.
—Morirás, igual que él. —No había sentido placer al matar a Angelo
Leone, pero sospechaba que lo disfrutaría enormemente con este hombre. Sus
gritos producirían los sonidos más satisfactorios que ni siquiera los suaves
dedos de Phoenix tocando a Beethoven podrían igualar.
Hasta que muera. Miles de escenarios pasaron por mi mente, pero uno
era el que más gritaba.
Muerte.
—¿Qué has dicho? —me dijo Perez, con la voz cargada de veneno.
El brillo malicioso de sus ojos fríos casi iluminó la celda del sótano. O
quizás fuera otra alucinación.
Se rio.
—De tal palo, tal astilla. También era un hijo de puta testarudo.
Mató a la chica de canela. Mató la luz del sol dentro de mí. Dejándome
sólo con hambre para mi próxima matanza.
—En tus sueños —murmuré en voz baja, lo que me valió una bofetada en
la mejilla. Me zumbaron los oídos, pero me negué a mostrar debilidad.
A la mierda.
Hice que mi cuerpo se aflojara, cerré los ojos y esperé. Una respiración.
Dos respiraciones. Mi corazón latía con fuerza, no me gustaba lo vulnerable
que era. Me ardían las palmas de las manos y una oleada de piel de gallina se
extendió por mi cuerpo mientras rogaba en silencio que esto funcionara.
El suelo temblaba bajo mis pies. O tal vez era mi imaginación la que
volvió a jugarme una mala jugada.
Una voz siguió. No... no sólo una. Muchas voces. Armas de fuego. El
sonido de las balas reverberó en mí.
Mis ojos se abrieron con anticipación, sólo para encontrar una habitación
vacía. Sangre. Cuerpos yaciendo muertos en la esquina. Pero ninguno era
Perez.
Esas eran las tres emociones que me recorrían el cuerpo. Era la esperanza
la que me empujaba hacia adelante mientras el impulso de quemar el mundo -
reducirlo a cenizas- me consumía.
El zumbido constante del motor del avión en algún lugar del Pacífico
mientras nos dirigíamos a Brasil debería haberme calmado. Pero no fue así. En
cambio, mi reflejo me miraba, bañado en violencia e hirviendo de odio hacia
mí mismo.
Había estado fuera un puto mes entero y lo había sentido cada segundo.
Como un dron, la atravesé por segunda vez. Y una tercera, una cuarta,
una quinta, antes que las manos de Dante rodearan mi brazo, tirándome hacia
atrás.
—Vamos a buscarla.
Sólo asentí y me giré para lavarme la sangre de las manos y los nudillos.
Mi reflejo en lo que quedaba del espejo roto prometía un futuro igual de roto
si no la encontraba.
—¿Tienes hambre?
—No.
—No rompas más espejos. Son siete años de mala suerte —dijo,
mostrándome una rápida sonrisa. Pero las sombras que persistían en su
expresión me decían la verdad: estaba poniendo buena cara por mí, pero
estaba preocupado por Phoenix. Era como si se hubiera esfumado.
Sacudiendo la cabeza, terminé de lavarme las manos y salí del baño para
reunirme con Dante en el sofá. Sacó un cigarrillo del paquete y se lo metió en
la boca.
—Deberías dejar de fumar —le dije con firmeza—. No es bueno para los
pulmones. Podría matarte.
—He pirateado su cuenta bancaria. —Hizo una pausa para mirarme, una
mirada seca golpeó mi cara—. Retiró dos millones de dólares.
Se me arrugó el entrecejo.
—Amon, tienes que ver esto. No es bonito, pero tienes que hacerlo.
Se me retorció el estómago.
—¿Es Reina?
—Fue por ella —murmuró Kian. Luego vi cómo la metían en una jaula y
la ataban como a un maldito animal. La bilis se arremolinó en mi estómago
junto a un torbellino de ira mientras esperaba a que él la agrediera.
Me obligué a mirar, apretando los dientes cada vez más fuerte hasta que
cada hueso de mi mandíbula amenazó con romperse.
Llegamos a las afueras de Manaos justo antes del anochecer. Todos nos
pusimos ropa apropiada para la selva y la batalla.
Ocho jeeps nos esperaban al desembarcar del avión. Una vez afuera,
Kian hizo un gesto de asentimiento silencioso a nuestro código de vestimenta.
Camisas negras y pantalones cargo.
Éramos Kian, Darius, Dante y yo, junto con diez de nuestros mejores
hombres, incluidos los gemelos Callahan. Por alguna loca razón, a esos dos les
encantaban los explosivos y estaban a cargo de volar el lugar. Todos
estábamos de acuerdo: entrar y salir.
—¿A qué distancia está la ubicación del objetivo? —¿A qué distancia
está ella? Miré a Darius, que iba vestido con equipo militar. A pesar que no
me gustaba, tenía que admitir que me alegraba que estuviera aquí y de nuestro
lado.
Kian nos indicó que apagáramos las linternas cuando nos acercamos a un
sendero escabroso. Durante la siguiente milla, viajamos en total oscuridad,
utilizando equipos de visión nocturna. Como si comprendiera la necesidad de
nuestra ocultación, la luna se ocultó aún más tras las nubes y la oscuridad era
casi opresiva.
Asentí.
Estaba agitado y no tenía nada que ver con la falta de sueño y todo que
ver con la selva.
—¿Estás bien? —Nos miramos a los ojos. Una gota de sudor rodó por su
sien—. Eres un buen tirador. Quizás puedas eliminar a los guardias uno a uno
desde aquí.
Sonrió.
Nadie dijo ni una palabra. Kian señaló cada lugar donde probablemente
había guardias. Inmediatamente, los que estaban en las torres empezaron a
caer como marionetas sin hilos, uno a uno.
Las balas zumbaban por el aire. En un momento dado, una me rozó, pero
no reduje la velocidad para inspeccionar los daños. Tendría que esperar.
—Jesucristo, estos guardias se multiplican como cucarachas —respiró
Dante, disparando a diestro y siniestro.
—Será mejor que recen sus últimas oraciones, chicos —escupió Perez,
con un brillo enfermizo en los ojos. Darius y yo compartimos una mirada y
luego, sin mediar palabra, nos pusimos en modo de ataque. Él por la izquierda,
yo por la derecha. Nos turnábamos, nuestros golpes eran medidos, pero Perez
era fuerte y nos rechazaba con facilidad. La adrenalina corría por mis venas, y
cuando su cuchillo me cortó el antebrazo, apenas lo sentí—. La hija bastarda
de Angelo Leone gritará su oración cuando acabe con ella.
Asintió, y dejé que los hombres lucharan, seguro que Darius ganaría.
Seguí por un pasillo de piedra con más habitaciones.
Al llegar al final del pasillo, encontré una escalera de hierro forjado que
conducía al sótano.
Justo cuando iniciaba mi descenso a los infiernos, una voz llegó a través
de mi auricular.
—Tomo nota.
Ella. Reina.
—Entendido.
El olor de la muerte era aún más fuerte aquí abajo, pensé, mientras
descendía el resto del camino.
Una grieta se extendía por el centro del techo. Algunos días parecía más
larga y ocupaba toda la habitación. Otros días apenas ocupaba una cuarta
parte.
El calor del aire hacía que mi piel brillara de sudor, pero el último
pinchazo del veneno me hacía temblar por dentro y por fuera. Una gota de
sudor resbaló por mi frente y la dejé rodar por mi mejilla como si fuera una
lágrima.
Otro crujido.
La tenue luz se coló en mi rincón de oscuridad. Abrí los ojos y los dirigí
hacia la puerta, donde había un hombre vestido de negro.
—Reina.
Es un truco.
—¿Qué está pasando, y qué coño es ese olor? —Otra voz se filtró desde
detrás de él y me callé. Parpadeé y me pasé la lengua por los labios secos y
agrietados. Un mechón de cabello claro apareció detrás del moreno, con los
ojos desorbitados—. Jesucristo.
—Chica de canela, soy yo. —Reconocí su voz. Era profunda, oscura y...
engañosa.
—Sí. Mira también lo que le han hecho en los brazos. —Me llevé los
brazos lastimados a la espalda, con la mano derecha aferrada a la muñeca
izquierda, y sentí que se me caían los hombros de vergüenza—. Agárrala y
vámonos.
—Te llevo a casa, chica de canela. —Habló tan bajo que mi corazón se
estremeció de anhelo—. ¿Sabes quién soy?
Sus ojos se clavaron en mí como si estuviera convencido que me
desvanecería en el aire.
—Lo hice. Está aliviado. Quería reunirse con nosotros en el puerto, pero
le dije que no se moviera. Cuanto antes salgamos de este país, mejor.
Tenía razón. Estaba en mal estado. Por suerte, la mayor parte de la sangre
que manchaba su piel y su camisón no era suya, pero los moretones y las
cicatrices definitivamente sí, y no eran poca cosa.
Salimos del recinto de Cortes volando por los aires, cortesía de los
gemelos Callahan. Kian señaló los lugares estratégicos para colocar los
explosivos con el fin de conseguir el máximo impacto, y los gemelos
estuvieron encantados de hacerlo. Algunos de los hombres de Cortes huyeron
a pie, pero Kian se propuso como misión personal seguirles la pista.
Sospechaba que esos hombres lo sabían todo sobre el hermano que había
hecho lo imposible y huido del cártel de Cortes: su reputación era como la de
un dios entre las organizaciones. Así que, cuando se enteraron de su paradero,
se largaron de allí antes que corrieran su misma suerte. Los gusanos eran
escurridizos, pero no podrían eludir la captura por mucho tiempo. Al igual que
mi maldito primo no podría huir de mí cuando finalmente lo localizara.
Maldije el mal que nos había separado. Perez apagó su luz, pero yo
estaba decidido a devolvérsela.
—Aguanta.
Dos veces había estado a punto de perderla. Y dos veces le había fallado.
—Gracias.
—Buenas noches, señor. —Se alejó, dejando atrás más preguntas que
respuestas. Pero era un comienzo, y eso era lo que importaba.
Asintió.
—No importa lo que diga, no te hará sentir mejor. —Parecía que hablaba
por experiencia—. El mejor consejo que puedo ofrecerte es que le des tiempo
y espacio. Lo que necesite para curarse.
No era el peor consejo. Excepto que no podía respirar sin ella. Le daría
tiempo, pero no podía darle demasiado espacio. La única manera de mantener
mi cordura y ser capaz de apoyarla a través de esto era con ella de vuelta en
mi casa, bajo mi cuidado.
Todo lo que había hecho desde el momento en que respiré por primera
vez me había llevado a ella. No era el hombre perfecto que ella merecía, pero
era suyo. Siempre lo había sido; siempre lo sería.
—No te preocupes por eso. Nos alegramos que Perez se haya ido y que
hayas salvado a esas mujeres.
—Bueno, todos los que han tocado el mundo del comercio de carne. —
Me puse rígido, pero antes que pudiera aplastarle la cara contra la pared,
añadió—. Se oye una mierda cuando tu padre no tiene escrúpulos. Que se
pudra en el infierno.
Benito King era un bastardo, y nada menos que su propia hija había
acabado con él. Ella y Reina tenían eso en común, aunque sólo fuera eso.
Suspiré. Las mujeres que sobrevivían a los bajos fondos eran más fuertes que
los hombres. Mierda, mucho más fuertes.
—No lo hice —reconoció—. Sabes que fue el hecho que fuera la hija de
Leone lo que la convirtió en objetivo. No tú.
Se encogió de hombros.
—Mi hermana pequeña está viva, así que no puede estar relacionado con
ella.
Tenía todo que ver con ella. Este mundo empezaba y terminaba con ella.
Fue construido para nosotros dos, y cualquiera que se interpusiera en nuestro
camino sería eliminado.
El complejo Santos fue nuestro hogar durante tres días. Los médicos
curaron las heridas del cuerpo de Reina y le inyectaron líquidos. Me quedé
con ella durante todo aquello, dejando que alimentara mi rabia. Pronto
destrozaría al resto de los culpables con mis putos dientes.
Su voz desprendía una fría furia. Era la misma que yo sentía arder por
mis venas.
—Mi esposa, Sailor, puede quedarse con ella —se ofreció Raphael.
Raphael sonrió.
Dante se burló.
Aún debía sentirse valiente. Eso cambiaría pronto. Dirigí una mirada a
Kian y le hice un gesto seco con la cabeza.
—Sabes que ese traje será rojo para cuando acabemos con este tipo —
dije, sintiéndome de repente mejor de lo que me había sentido en semanas.
Perez enseñó los dientes con agonía, gruñendo como un niño que acaba
de perder un partido.
—Lo sien...
Le di una fuerte patada en el estómago, cortándole la respiración y su
disculpa.
—Esto será lo primero. Haremos que la lengua sea el gran final. Quiero
oír sus gritos cuando su polla caiga al suelo.
—No lo sé. Tu primo vino a la subasta para ver a Reina por última vez y
cobrar sus honorarios.
La ira era ardiente y roja, llenando mi visión de carmesí.
—No verás —dije, y sus ojos se abrieron de par en par, lo suficiente para
que le arrancara el globo ocular izquierdo. Solté un fuerte suspiro, apenas
audible por encima de sus aullidos—. De acuerdo, te dejaré mirarme a través
de un globo ocular. —Mientras se retorcía en el suelo, arañándose la cara,
agarré dos cuchillos y luego giré a su cuerpo.
—Dios, mis hijos ni siquiera lloran tanto —se quejó Raphael. Tal y como
predije, el traje blanco de Raphael tenía manchas rojas por todas partes, a
pesar que aún no le había tocado su turno con Perez.
—Qué bueno que dejó de reírse —refunfuñó Kian—. Eso era molesto.
—Mierda, le corté el brazo con la hoja atravesándole la palma. Quiero
hacer el otro. —Esta vez le clavé la hoja en la palma derecha.
Perez había estado inconsciente, pero su único ojo se abrió al oír aquello,
lleno de terror puro y delicioso, y vi cómo Kian le cortaba la lengua a su
hermano en un solo latido.
Un día más y Reina tendría permiso para viajar. Hicieron falta un par de
millones de dólares para convencer al médico que volara de vuelta a Filipinas
con nosotros. Ninguno de nosotros estaba en el lecho de muerte: unas pocas
heridas de bala, huesos rotos y lesiones superficiales en su mayoría. Tuvimos
suerte. Reina no tanta.
—¿Has oído algo sobre Phoenix? —le pregunté, sabiendo que tenía a
Cesar en ello.
—¿De qué?
—¿Qué?
Mi mirada se desvió hacia la parte trasera del avión, donde Reina dormía,
acurrucada de lado. Estaba magullada y débil, pero por la forma en que las
enfermeras la habían vestido con unos pantalones cortos rosas y una camiseta
blanca holgada, me permití tener esperanzas.
—No muy bien, pero se recuperará. —Tenía que hacerlo. Por ella. Por
nosotros.
—No es culpa tuya. —Nos miramos fijamente, con tantas cosas sin decir,
perdurando entre nosotros—. Yo... yo no... —¿Cómo se suponía que ibas a
decirle al hombre que te había criado que no eras suya?—. No soy tu hija. —
dije, con la emoción en la garganta sofocándome.
Pasó un segundo.
Persistían los fantasmas que iniciaron esta historia sin nuestro permiso:
Angelo, Hana, incluso mamá. Ella era sobre todo la víctima, pero yo no podía
ignorar que había tenido una aventura con Angelo. Si Angelo no podía estar
seguro de cuál de las dos era suya, su relación debió de haber durado bastante.
—Me he ganado ese derecho. —Puede que tuviera razón. Bajé para
sentarme a su lado, mis ojos captando la vista de mis piernas desnudas. Mi
piel ya no era perfecta. Llevaban mapas de mi dolor, de lo que había
soportado. Cerré los ojos y esperé a que empezara—. Dios, ni siquiera sé por
dónde empezar —refunfuñó.
—El principio —susurré, aterrorizada por las verdades que descubriría.
Miré por la ventana mientras él reflexionaba, dejando que por primera vez me
diera cuenta que por fin estaba en la casa de Amon en Filipinas. Siempre había
imaginado cómo sería, sobre todo después de descubrir que había pasado aquí
gran parte del tiempo que estuvimos separados. Ahora me daba cuenta de por
qué, con sólo mirar por la ventana las tranquilas aguas turquesas que
chapoteaban contra los pilotes sobre los que se asentaba mi dormitorio. El
aroma a sal se mezclaba con la humedad y prometía mantenerme caliente.
Necesitaba sentir calor.
—¿Lo era?
Sacudió la cabeza.
—¿Cómo te enteraste?
—Tu esposo.
No podía saberlo. Sus últimas palabras fueron que Phoenix era suya.
Asintió.
—Pero entonces se me acercó e insistió en que lo cambiáramos. Por ti.
Pero, ¿por qué haría eso sabiendo que eres su hija? Era un cabrón sádico, pero
de ninguna manera apoyaría el incesto. —Mis ojos se abrieron de golpe—. A
menos que supiera que Amon no era suyo, aunque tampoco creo que sea eso,
porque para qué molestarse en hacer un acuerdo matrimonial mutuamente
beneficioso para un hijo que no es tuyo.
La abuela no dudó.
Ella había sido jodidamente clara con sus instrucciones. ¿Por qué nadie
podía seguirlas? Reina necesitaba tiempo y espacio, no dejarse abrumar por
cosas que no podía controlar.
—Aparecí y Tomaso todavía estaba aquí. —Lo juro por Dios, la abuela
de Reina era un puto dolor de culo. Si su preocupación por su nieta no
estuviera tan arraigada, la mandaría de paseo—. Creo que está mejorando —
afirmó con calma, lo que me hizo dar un respingo. ¿Estaba ciega?—. Bueno,
aparte del estrés que Phoenix esté inalcanzable.
Y lo perdí.
—Puedo decir lo que quiera. Es un país libre y soy una mujer adulta —
siseó, mirándome fijamente—. Además, ¿qué quieres? ¿Una disculpa?
Romero intervino.
—Pero...
—Sal de esta habitación y déjala descansar —siseé, con los ojos clavados
en los suyos. Se dio la vuelta, irritada por mi tono. Con un gesto lacónico a
Romero, yo también me fui para poder recomponerme.
Así que, durante los siguientes treinta minutos, observé desde el monitor
cómo dormía mi sedada esposa. Era lo más cerca que podía estar de ella sin
provocarle ataques de pánico. Mierda, no sabía cómo íbamos a superar esto si
verme a solas hacía que su estado empeorara.
—¿Qué?
—No lo sé, Amon. Tu madre puede ser muchas cosas, pero no creo que
se arriesgue a que te hagan daño —dijo Romero. Apreté la mandíbula y cerré
los dedos en puños. Era un tema delicado, aunque algo irónico. Ella le había
hecho la vida imposible, había obstaculizado la legalidad de su segundo
matrimonio, y aun así él la defendía. Como si pudiera leer mis pensamientos,
continuó—. No digo que sea una santa, pero ¿intentar asesinar a su propio
hijo? No lo creo.
Dante levantó la cabeza.
—Odio darle la razón, pero no tengo otra opción. ¿Por qué pasar años
protegiéndoos -a nosotros- sólo para hacer algo así?
—Si hay algo que sepas, ahora es el momento de compartirlo. —Sus ojos
se desviaron detrás de mí y seguí su mirada hasta el cuadro—. Era de Ojīsan
—aclaré.
—Lo sé. Se rumorea que lo apreciaba por encima de casi todo. —Tenía
razón, era el favorito de mi abuelo—. La última vez que lo vi, dijo algo
extraño, y nunca he podido quitármelo de la cabeza.
—¿Qué fue?
—¿Nada más?
—¿Como qué?
—¿Qué decía?
—¿Lo sabía mi madre? —pregunté, dándome cuenta. Este tenía que ser
el documento que buscaba.
—Tal vez —asentí, pero mi intuición me advirtió que había algo más.
Volviendo mi atención al cuadro, mi pecho palpitaba dolorosamente. Aquellos
farolillos flotantes me recordarían para siempre a Reina. Mi primer baile.
Nuestro primer baile.
—No, ninguno.
Sospechaba que Itsuki podría estar con mi madre, lo que me dejó el sabor
de la bilis en la boca.
¡Maldita sea! Nada de esto tenía sentido. Perez había declarado que su
información procedía de la Yakuza, y realmente no tenía nada que perder.
Mi. Esposa.
Mi madre bien podría haber sido la que infligió cada una de esas
cicatrices a mi esposa. Ella la lastimó. Nos lastimó. No podía perdonar eso. Su
odio por la gente que le había hecho daño la había llevado demasiado lejos
esta vez.
—¿Es Phoenix?
Sacudí la cabeza.
—No es Phoenix —le dije. Dante tenía los ojos inyectados en sangre,
pero alerta. No había forma que durmiera estos días—. Es mi querido primo.
Claro que lo estaba. Saboreé la sed de sangre que solía ver en los ojos de
Dante. Disfrutaría matando a Itsuki tanto como había disfrutado matando a
Perez.
Su expresión se ensombreció.
Me encogí de hombros.
—No creo que importe cómo lo llamemos. Puede que sólo esté por aquí
uno o dos meses más.
No era casualidad que nos excediéramos un poco con las mujeres que
queríamos. Después de todo, nos criamos juntos.
Pero era el hecho que él fuera una réplica de Angelo Leone lo que más
me molestaba.
20
Amon
Cortesía de mi madre.
Me abrí paso por la parte trasera del recinto y luego bajé por la escalera
que conducía al búnker, todo ello sin tropezar con un solo obstáculo.
Dos pasos y estaba justo detrás de él, sin perder tiempo. Saqué mi
cuchillo y le corté la oreja de un solo tajo. Se levantó de un salto, gritando de
dolor mientras se agarraba la cabeza. La sangre se le escurría entre los dedos y
le empapaba la mano. Me miraba con terror en los ojos.
Ignoré su pregunta.
Soltó otro grito desgarrador y puse los ojos en blanco. Siempre había sido
débil, pero nunca había sido tan evidente como ahora. No duraría mucho, y
sus siguientes palabras lo confirmaron.
Sólo podía significar dos cosas. Querían un nuevo líder para la Yakuza
con sangre fresca Takahashi, o alguien estaba a punto de ser ejecutado.
Asentí.
Mierda.
Verla así me dolía una barbaridad, y lo único que quería era entregarle
los pedazos de mi corazón y darle algo a lo que aferrarse. Pero ella rechazó
cualquier ayuda, incluso de su papá. Ni siquiera me dejaba acercarme a ella. Si
me acercaba a ella, enloquecía.
Hice que un terapeuta, el Doctor Anna Freud -sin parentesco con
Sigmund Freud- la visitara a diario para trabajar con ella. Esperaba que la
psicóloga de Harvard obrara de algún modo un milagro, al tener una edad más
cercana a la de Reina.
—Está viva —respondí, aunque no estaba del todo seguro que fuera
verdad. Respiraba, pero no había vida en sus ojos. Apenas existía, escondida
en su propio caparazón y negándose a dejar entrar a nadie.
Un tenso silencio llenó el despacho y, por una vez, deseé de verdad que
Dante apareciera y soltara uno de sus chistes de mal gusto. No quería
arriesgarme a romperle la cabeza a Marchetti y que tanto Reina como yo
quedáramos marcados como enemigos de la Omertà.
Lo miré de reojo.
Me burlé.
Antes que pudiera decir otra palabra, un grito agonizante surcó el aire,
haciéndome salir corriendo de mi despacho.
22
Reina
El ardor. El dolor. Presioné con más fuerza, gotas rojas de sangre cayeron
sobre el mármol y la baldosa inmaculada bajo mis pies.
Una vez hecho esto, salí del baño y me encontré cara a cara con mis
amigas.
—Lo sé. Pronto. —La respuesta de Isla fue tan vaga como la de los
demás, y yo me estaba hartando que me calmaran.
—¿Cuándo?
Nada de esto estaba ayudando. Sabía que intentaban mejorar las cosas
envolviéndome entre algodones, pero casi deseaba que actuaran como
imbéciles.
La tensión que impregnaba el aire era espesa. Isla sonrió, pero había
muchas cosas que no encajaban. En primer lugar, no le llegaba a los ojos.
Arrugué las cejas. ¿Ni siquiera para venir a verme? Respiré hondo,
recordando cómo la abuela y papá también eludían responderme. El recuerdo
era borroso, pero no podía perder los papeles como con ellos. Respira, Reina.
Eso no sonaba para nada a mi hermana. Ella nunca -mierda, nunca- puso
nada ni a nadie por encima de nosotras. Siempre estábamos ahí la una para la
otra, en las buenas y en las malas.
—¿Pero ella está bien? —susurré, luchando por aceptarlo. Phoenix y yo
siempre estuvimos juntas. Cuando planeé huir antes de casarme con Dante,
íbamos a desaparecer las dos. Nunca se me ocurrió dejarla atrás. A menos
que... Tal vez Phoenix siguió por su cuenta—. ¿De verdad está bien? —añadí
con voz más fuerte y desafiante.
—No tienes por qué —murmuró Athena en voz baja—. Nos alegramos
que estés a salvo.
Athena la ignoró.
Me estudiaron.
—¿Te subastaron?
—Algo sobre princesas ilegítimas de la mafia —murmuré, entonces una
preocupación me atravesó el pecho mientras otra pizca de duda se abría paso
en mi corazón—. ¿Seguro que Phoenix está bien?
—Sí. —La respuesta salió de las tres al mismo tiempo, pero había algo
raro.
—Ha estado tan ocupada, están teniendo su año más prometedor hasta
ahora. El maestro Andrea los tiene muy controlados —dijo Athena.
Tragué fuerte.
—¿Decirme qué?
—No lo hagas —le advirtió Athena en voz baja—. Ella está... —se cortó.
¿Creían que de repente estaba ciega?
—Soy yo, chica de canela. Cálmate. —Un suave susurro contra mi oído
fue suficiente para confundirme, haciéndome hacer una pausa—. Estás a
salvo.
Eran los de Amon y, por si quedaba alguna duda, la pulsera que le regalé
hace tantos años estaba enrollada en su muñeca, calmando ligeramente mi
pánico.
—¿Qué?
—Lo sé, pero tienes que confiar en que está bien. Tenemos que conseguir
que te mejores. Eso es lo más importante ahora mismo.
—Sólo quiero asegurarme que ella está bien —dije—. Sólo una llamada.
Por favor.
—¡Ma che cazzo! —murmuró. Pero qué carajo—. Has hecho bien en
protestar, Amon. No la traigas así delante de la Omertà. Conseguirá que la
fusilen si pierde los papeles así delante de todos ellos. Esperaremos un poco.
Mi mandíbula se apretó.
—No la harás pasar por más mierda solo para demostrar tu punto de vista
—gruñí. Más vale que la Omertà tenga cuidado, porque no me detendré ante
nada para proteger lo que es mío—. Angelo se presentó en su apartamento.
Ella no lo buscó. Así que jódete tú y que se jóda la Omertà. Reina no será
juzgada por nadie. Ahora, haz el favor de largarte para que Reina pueda
descansar.
Raven le respondió.
—¿No habíamos dicho que no la molestaran? —gruñó. Cada vez era más
protector con su media hermana—. Juro por Dios que si no son capaz de
seguir unas normas sencillas y mantener a Reina tranquila cuando la visiten,
no serán bienvenidas. Amistad o no.
—No tienes derecho a tomar una decisión así —dijo Raven, con las
manos en las caderas—. Ella es capaz de tomar sus propias decisiones. No
podemos seguir escondiéndole mierda, y por si no te has dado cuenta —me
lanzó una mirada mordaz—, esconder el hecho que no tenemos ni puta idea de
dónde está Phoenix sólo empeora las cosas.
—De acuerdo, sea como sea, Reina tiene que responder ante los jefes de
la Omertà por el asesinato de Angelo. —Marchetti se estaba enfadando
claramente con todos nosotros—. Me importa una mierda si estás de acuerdo o
no.
—Amon ocupa mi puesto y tiene libertad para hacer lo que crea mejor
para su familia —respondió Romero con diplomacia—. Y también estoy de
acuerdo con su sentimiento. Mi hija ya ha sufrido bastante, y todavía tengo
que encontrar a la otra. Las reglas de la Omertà son lo último que me importa.
No me quedaré mirando cómo juzgan a Reina.
—Sí, ahora. —Sus ojos se desviaron hacia sus amigas y las tres
compartieron una mirada.
Un segundo.
El tic-tac del reloj sobre la cama de Reina era el único sonido que se oía.
Isla se burló.
—Lo que tú digas, hombre. No tengo tiempo para tus estupideces. —La
mirada interrogante de Dante se posó en mí, y me encogí de hombros. No
tenía tiempo para ninguna de sus estupideces.
Todas las noches volvía a aquel oscuro sótano. Todas las noches oía
gritos aterradores y desgarradores. Y luego estaba la sombra familiar, Perez
Cortes, jugando conmigo. Esperando su momento.
Nunca habría imaginado que la realidad sería peor que la niebla inducida
por las drogas de la que me había vuelto tan dependiente, los bajones que
siempre la seguían.
Mi esposo.
Una guerra interna se libraba dentro de mí, la que gritaba que no había
final feliz para mí. Y luego estaba esa parte romántica que se había arrugado
hasta convertirse en un pequeño guijarro que aún necesitaba la luz. Que aún lo
necesitaba.
Sacudí la cabeza.
—Te decepcionarás.
—Háblame.
—No, no lo despiertes.
—No puedo.
—Perez dijo que te negaste a pagar mi rescate, que me dejaste allí porque
estaba arruinada. —¿Pero no pensaba también que se estaba burlando de mí?
Ya no sabía qué pensar. Quizás aquella conversación ni siquiera llegó a
producirse. Enterré la cara entre las manos, bloqueando el mundo.
—Ya veo.
—¿Qué te hizo?
Me ardían los pulmones y luché por aspirar aire. No podía ir allí con él.
Todavía no. No ahora.
Así que me concentré en otras cosas. Otros fantasmas.
—Quiero que estés bien. Que vivas. Que estés jodidamente conmigo,
porque estás en casa. Mi hogar. —Mi corazón tembló ante la pasión de su
voz—. Piénsalo, pero entérate que no me rendiré. No estoy familiarizado con
ese concepto cuando se trata de ti. Te abandoné una vez, y antes moriría que
volver a hacerlo.
Había pasado un mes desde el rescate. Había sido una batalla constante
de altibajos. Seguía negándose a hablar con nadie de lo sucedido. Seguía
negándose a dejarme entrar.
—Sólo nosotros dos. —Su voz era áspera y retorció el collar alrededor de
su cuello, el diamante de su anillo de boda capturando la luz con cada
movimiento.
—No quiero ir. —Levantó la barbilla con obstinación, con la mirada fija
en su papá y su abuela.
—No seas grosero, Amon —me regañó, y sentí que la comisura de mis
labios se curvaba mientras me invadía el alivio. Era la primera señal de su
antiguo fuego.
—Lo siento, chica de canela —le dije—. Pero no hay sitio para un
tercero en nuestra luna de miel.
Mis dedos ansiaban tocar su rostro suave, las manzanas de sus mejillas.
Había adelgazado demasiado y aún no había recuperado el apetito. Unas
ojeras delineaban el contorno de sus ojos azul zafiro, que parecían
amoratados.
—Vamos a recoger tus cosas, Diana. Tienes que volver con tu esposo y
trabajar en tu matrimonio. Has pasado por demasiados, y lo que sea que estés
haciendo, no está funcionando.
—Me temo que Papá tiene razón. El abuelo Glasgow es un buen hombre.
Habla con él.
Una vez que los dos salieron de la habitación, ella se dio la vuelta sin
decir palabra y se dirigió al baño.
—Reina, ten cuidado. —Me acerqué a ella con cautela—. Deja que te lo
cepille. —Sus hombros se hundieron, pero la tensión persistía en sus delgados
hombros. No se apartó, lo que tomé como una buena señal—. ¿Me permites?
—Sí, gracias.
Tap. Tap. Tap. Tap. La lluvia se hizo más fuerte a medida que pasaban
dos latidos.
—Solía hacerlo cuando era pequeño. —Arrugó las cejas, con preguntas
claras como el agua en los ojos—. Mi padre, Angelo —me corregí—. Le dio
una paliza a mi madre y yo no pude hacer otra cosa que cuidarla. Tanto Dante
como yo lo hicimos, excepto que mi hermano nunca llegó a dominar el arte.
—Me reí entre dientes.
—No lo era. Por eso sigo pensando que quizás todos los errores de ella...
todo lo que ha hecho... quizás sea el efecto de todos esos años pasados con él.
No lo sé. Dicen que la gente herida hiere a la gente.
Él sonrió.
—No más secuestros. Quiero que quieras esto. Después de todo, creo
recordar que me dijiste que siguiera vivo para que pudiéramos irnos de luna de
miel.
—¿Oíste eso?
—Cada palabra. Es lo que me hizo seguir adelante con esa bala alojada
en el pecho.
Intentaba mantener las distancias con él, pero fracasaba estrepitosamente.
Cuanto más hablaba con Amon, más me metía en el mismo lugar que antes, y
más difícil me resultaba resistirme a él. Éramos como dos imanes de polos
opuestos. El yin y el yang.
—¿No se suponía que tenía que planearlo yo? —Me temblaba la voz, al
igual que el débil temblor de mi corazón, que suplicaba salir de mi pecho e ir
hacia él, luchando contra todas las barreras que me había puesto.
Él sonrió.
—Supongo que ese es mi nuevo yo desde que esa bala casi me aleja de ti.
Rápido y furioso. —La tensión se mantuvo, incluso cuando sonrió y me
ofreció la mano—. Así que ayúdame, chica de canela. Empecemos nuestra
vida juntos.
Su mirada me partió en dos y su intensidad me hizo tambalear. Al final,
mi corazón sangrante se impuso y me encontré deslizando mis dedos en su
cálida palma.
Esta vez soltó una carcajada estruendosa, que lo hizo toser en el pañuelo.
Cuando recuperó el aliento, dijo:
—¿Qué pasó?
Hace tres años, ni siquiera podía imaginar tener este tipo de conversación
con Papá, y aquí estábamos hoy. Ni siquiera me estremecí al saber que Amon
mató a su primo. Deseé que hubiera acabado con todos.
—¿Qué?
Sacudí la cabeza.
—No lo estés. Estoy bien. No dejaré que la madre de Amon tenga las
cartas de mi felicidad. —Tenía algunos problemas que superar, pero pensaba
solucionarlos.
—Pero nos hizo daño —dije, conteniendo mi ira—. Ella es la razón por
la que mamá se suicidó. Atacó la tienda donde compramos aquel día.
Dejó escapar otro suspiro. De alguna manera tuve la sensación que Papá
odiaba el drama, pero era todo lo que recibía de las mujeres en su vida.
Excepto que no se dio cuenta que él indirectamente lo causaba.
—Hana estaba celosa, sí. Hizo mal con todos nosotros, incluyendo a su
propio hijo. Pero poner la vida de Amon y la tuya en peligro... —Sacudió la
cabeza—. Ella no es así. —Su convicción me enfureció, pero en lugar de
escupir palabras, apreté los labios y guardé silencio—. Puedo ver cómo te dan
vueltas las ideas desde aquí. Sólo prométeme que mantendrás la mente abierta
y conocerás la verdad antes que Amon haga algo de lo que pueda arrepentirse
para siempre. Eres la única a la que escuchará cuando se enfrente a Hana. —
Casi sonaba como si Papá no dudara que Amon mataría a su madre—. Es una
carga difícil de llevar para cualquiera.
Intenté que el odio no hirviera mis venas, pero era difícil controlarlo.
Despreciaba a esa mujer, quizás incluso más que Amon. Le había dicho a su
hijo que éramos medio hermanos, sabiendo perfectamente que no lo éramos.
Provocó la pérdida de mi bebé -aunque indirectamente- y se mantuvo al
margen mientras soportábamos tres años de agonía y dolor.
—Lo prometo.
—Gracias.
—Era de mi ojīsan.
No tenía prisa por tener hijos. Primero tenía que curarme de algunas
cosas importantes, eso estaba claro, pero no iba a permitir que nadie me
dictara cómo quería vivir mi vida, por muy buenas intenciones que tuviera.
Papá se rio.
Ella lo fulminó con la mirada. Pobre Papá, tendría que soportar toda su
atención. Eso no podía ser un buen augurio para nadie.
—¿Tiene problemas?
—¿No sabes dónde? ¿Cómo sabes que está a salvo? —Papá negó con la
cabeza—. ¿Y tú, abuela?
—Ella sabe cuidarse sola —razonó la abuela—. No quería lidiar con ese
bufón.
No podía seguir con toda esta mierda. Quizás llevaba demasiado tiempo
encerrada en mi caparazón, revolcándome en la autocompasión.
—¿Quién es el bufón?
—Lo que él dijo. —Una sombra pasó por la expresión de la abuela, pero
desapareció demasiado pronto y volvió a ser la de antes, señalando con el
dedo a Papá—. Tú le creaste este lío a Reina con ese acuerdo; no iba a
permitir que se lo hicieras también a mi otra nieta.
—Pruébame —murmuró.
Me cuadré de hombros.
Resoplé suavemente.
Una vez que se abrieron las compuertas, no hubo forma de detener las
lágrimas. Y aun así me abrazó. Me besó la nuca. Trazó pequeños círculos en
mi piel. Allí, a la luz de un nuevo día que se asomaba por el horizonte y se
colaba por las cortinas, me dejé abrazar, dejé que fuera él quien me sostuviera,
mientras mi corazón susurraba todo lo que mi boca aún no podía decir en voz
alta.
Amon
Debatí si era prudente subir a Reina al barco tan poco tiempo después
que la transportaran a Brasil en uno. Aún no estaba seguro que le fuera mejor.
La vi utilizar las técnicas de respiración que le enseñó el Doctor Freud como
estrategia de afrontamiento. Tenía su medicación para la ansiedad, pero Reina
y yo acordamos que si no teníamos que usarla, no lo haríamos.
Reina estaba sentada en una de las tumbonas, con unas gafas rosas en
forma de corazón y un bañador rosa de una pieza. Parecía una diva de
Hollywood del reinado de Marilyn Monroe, salvo que aún estaba demasiado
delgada.
Miré por encima del hombro hacia donde Reina descansaba, con la nariz
metida en una de las novelas obscenas de Athena. El cuaderno de bocetos
encuadernado en cuero y los carboncillos que se me había ocurrido meter en la
maleta yacían esparcidos a su alrededor, con páginas y páginas de diseños
susurrando al viento bajo el pisapapeles. Se los había dado cuando nos
instalamos, pero no los había tocado.
Hasta hoy.
Era la primera vez que mostraba interés por dibujar, y puede que sea
egoísta, pero no quería preocuparla con esta noticia. No cuando parecía tan
tranquila.
Le respondí.
¿Seguirás la pista?
Sabía que la respuesta sería “sí” considerando que era la primera y única
pista desde que desapareció.
Sí.
Seguía siendo la chica más hermosa que había conocido. Cada sonrisa,
las pocas que había últimamente, me aceleraba el corazón en el pecho. Ella era
la mejor medicina, la única forma de asegurar mi felicidad.
—Lo siento.
La luz de sus ojos se atenuó, arrastrada por los recuerdos que intentaban
apagarla. Pero su luz formaba parte de ella. Era imposible que nada ni nadie se
la robara.
Volvió a morderse el labio y los fantasmas brillaron en sus ojos azules.
Soltó un suspiro.
—No lo harán —le dije con firmeza—. Sólo demuestran lo fuerte que
eres. —Seguía sin parecer convencida—. Tú y yo estamos destinados a más
—dije, rezando para que oyera la convicción en mi voz—. Compartiremos
cada vida de cualquier forma, porque tú eres mi yin y yo soy tu yang. Tú eres
mi yang y yo soy tu yin.
—¿Desde cuándo eres tan romántico? ¿Seguro que no has estado leyendo
las novelas de Athena? —No, pero si eso la hacía sonreír, leería todas las
novelas románticas del mundo—. A veces me despierto —empezó, con voz
áspera—, recordando... cosas. Y no puedo distinguir lo que es real de lo que
no. —La miré fijamente, el miedo en sus ojos me destripó. Pero permanecí en
silencio, esperando a que continuara—. Las drogas, a veces me hacían
alucinar. Creo.
—La heroína tiene ese efecto. Embota el mundo que te rodea, pero
cuando dejas las drogas, los recuerdos reprimidos salen a la superficie.
—Les habrían hecho daño de cualquier manera. Habría dado igual que se
lo hubieras dado todo, Reina. Les habrían hecho daño igualmente. Las habrían
matado. —Se mordió el labio inferior con tanta fuerza que le salió sangre,
pero ni siquiera se dio cuenta.
—¿Cómo lo mataste?
—Me alegro. —La furia irradiaba por cada poro de su cuerpo—. Ojalá lo
hubieras mantenido con vida y lo hubieras hecho gritar de agonía durante
mucho tiempo.
—Hoy no hay dardos. ¿Qué tal Grecia después de Sri Lanka? Podríamos
parar en algunos sitios geniales de camino.
—¿Has estado allí alguna vez? —Ella negó con la cabeza—. Entonces
Grecia es nuestro próximo destino.
—A esta isla la llaman la perla del océano Índico. —El yate de Amon
estaba anclado a una milla de la costa, e incluso desde aquí podía ver su
belleza natural elevándose sobre el agua turquesa clara—. ¿Quieres pasear por
la playa?
—¿Eso es siquiera una pregunta? —Sri Lanka era famosa por sus playas
pintorescas, y no tendría sentido estar aquí y no experimentarlas. El sonido de
las olas era una presencia constante y el aroma del océano flotaba en el aire.
El cielo azul sobre nosotros hacía brillar el agua bajo el sol de la tarde. Y
allí estaba Amon, inclinado sobre la barandilla con los brazos cruzados,
vestido con su bañador y su polo blanco. Sus ojos se ocultaban tras unas gafas
de sol, pero aun así pude imaginar las estrellas que brillaban en ellos. Para mí.
El chico de todos aquellos años permanecía bajo la superficie, pero una dureza
y una crueldad dominaban sus rasgos. Estaba grabada en sus cejas fruncidas,
en su mandíbula y en la firme línea de sus labios.
Se quitó las gafas de sol, dejando al descubierto sus preciosos ojos, y las
tiró sobre la mesa cercana.
—Te toca, chica de canela. —Me quité la bata, agradecida por haber
optado por un bañador de una pieza para que nadie viera lo peor de mis
cicatrices, y eché a correr hacia la parte trasera del yate.
Miré por encima del hombro justo cuando se estaba pasando la camiseta
por encima de la cabeza.
—¡Atrápame si puedes!
Una risa fácil se escapó de mi boca. Llegué al final del yate y salté sin
parar. El agua me envolvió mientras me adentraba más y más en el frío, pero
no era la oscuridad. Con los ojos bien abiertos, pude ver a los peces alejándose
de mí, el sol sobre la superficie y a Amon zambulléndose para salir a mi
encuentro.
—Te atrapé.
Me atrapó. Siempre.
—Lo siento.
Sus labios rozaron mi nariz.
—Iremos despacio.
Me reí del tono petulante de Papá. Me había ido sólo tres días, pero se las
arregló para obligar a la abuela a tomar un vuelo para escoltarla de vuelta a
Inglaterra.
—¿La perdonó?
—Bien. —La abuela tenía que dejar de pasar por maridos como si fueran
una mercancía. El abuelo Glasgow la amaba y ella a él. Estaban bien juntos—.
¿Algo de Phoenix?
—No, pero sé que está bien. En mis huesos, lo sé. —Tal vez no tenía
sentido, pero me reconfortó su seguridad—. ¿Cómo estás?
Al sentir mis ojos clavados en él, levantó la cabeza. El calor de sus ojos
se encendió.
Suspiré.
—Lo intentaré, pero sería más fácil si supiéramos dónde está Phoenix.
Silencio.
—Sí.
Mi cerebro vaciló, segura que debería haber una reacción, pero la falta de
ella me dio casi vértigo. Mi cuerpo tomó las riendas de repente, volviéndose
hiperconsciente, pero no tenía nada que ver con el instinto de lucha.
—¿Estás segura...? —Se interrumpió cuando asentí una vez, con una
mirada sombría y emocionada.
Mis dedos se tensaron alrededor de la tela de su camisa.
—No estás rota. —Su voz se hizo más profunda y su tono desgarrador
me sacudió hasta lo más profundo.
—Mierda, nunca te dejaré. —Me apretó los muslos para enfatizar sus
palabras—. No hay nada que nos separe. Ni en esta vida. Ni en la muerte.
—¿Por qué?
La punta de su nariz rozó la mía cuando me agarró las muñecas con las
manos y apretó sus cálidos labios sobre una, y luego sobre la otra; las
cicatrices eran un duro recordatorio de lo lejos que había llevado las cosas.
Me llevé las manos al abdomen para cubrirme las cicatrices. Quería ser
hermosa para él, y todas esas cicatrices que cubrían mi cuerpo, de los golpes y
las agujas y de los cortes que me había infligido, se interponían en mi camino.
—¿Por qué?
Pero no fue eso lo que llamó mi atención. Fue el espejo gigante sobre el
mostrador de mármol brillante y nuestros reflejos que nos devolvían la mirada.
Me empujó contra el lavabo y se colocó detrás de mí, con los ojos brillantes.
Me concentré en nuestra imagen. Yo estaba desnuda como el día en que
nací, mientras que él estaba completamente vestido. Estaba completamente a
su merced. Me soltó la muñeca y me rodeó el cuello con la mano desde atrás.
El agarre era firme, me robaba el aliento y me decía quién tenía el control.
Golpeó con sus dedos cada vez más fuerte y más rápido, llevándome al
borde de la locura. Los ojos se me cerraban a medias, pero no podía apartar la
mirada de nuestro reflejo. Dijo que yo era su luz, pero en realidad, él era la
mía. La oscuridad me había tragado, e incluso a través de mis episodios
inducidos por la heroína y el horrible síndrome de abstinencia posterior, era su
recuerdo lo que me hacía aferrarme a la vida.
Tragada por la intensidad de sus ojos, me dejé ahogar por él. Me acarició
el clítoris con dos movimientos expertos y me derrumbé. Me deshice con un
gemido gutural y me habría derrumbado de no ser por la forma en que me
sujetaba y me acariciaba.
—Eso es, mi chica —gruñó contra mi oreja antes de morder la carne
sensible. Mis muslos temblaron y el orgasmo aumentó de intensidad sólo con
el sonido de su voz. Era mi afrodisíaco. Había algo en la forma en que me
llamaba suya y en cómo me miraba. Como si yo fuera su sol y su luna, su
mundo entero—. Suéltalo todo para que pueda oírte.
Jadeé.
—Amon...
—Ese es mi culo. —Mi mano encontró su muslo y clavé mis uñas en él,
necesitándolo con renovada urgencia—. Cada puta parte de ti es mía.
—Tu coño necesita esto, ¿verdad, mi amor? —Deslizó su polla entre mis
piernas mientras me dejaba completamente inmóvil.
—Sí —ahogué.
—Más —gemí.
Amon me abrazó con fuerza, el universo nos empujaba aún más juntos.
Otra noche sin pesadillas. Me desperté con una sonrisa en los labios y su
erección apretada contra mi muslo, sintiéndome más en paz de lo que
recordaba.
Me giré para mirar la cara dormida de Amon y tuve que admitir que los
dioses griegos no tenían nada que envidiarle. Mi esposo era la mejor vista del
mundo y, durante un rato, me negué a apartar la vista de él.
Le pasé los dedos por el cabello, pero estaba tan profundamente dormido
que ni se inmutó. Mi anillo captó la luz y mis ojos se clavaron en él. Por un
instante, mi mente volvió a aquella celda, pero aparté ese pensamiento.
—Buenos días. —Dios, estaba tan agradecida de volver a estar entre sus
brazos. Feliz. Seguía habiendo obstáculos y preocupaciones, sobre todo por mi
hermana y los cómplices de Cortes, pero me esforzaba por mantenerme
presente y en el momento—. Hoy no vamos a estar de perezosos —bromeé,
dándole un suave pellizco—. Vamos a vestirnos y a desayunar en tierra. —
Abrió un ojo como para comprobar si hablaba en serio—. Sí, nos vamos de
este barco. Es nuestra luna de miel y vamos a explorar. Justo después de
comer. —Sonreí.
—Lo es.
Pasó otra hora antes que el barco nos dejara en tierra. Encontramos una
pequeña panadería local junto al mar donde comimos pasteles y bebimos
capuchinos. Luego recorrimos las calles, hablamos con los lugareños y
compramos baratijas para recordar este lugar.
Un niño nos hizo una foto a los dos con una cámara Polaroid y luego le
pidió dinero a Amon. El niño ganó, para mi regocijo, aunque sospeché que
Amon se lo permitió para mi beneficio.
Los ojos del chico se abrieron de par en par y soltó una retahíla de lo que
sólo pude suponer que eran maldiciones.
Jadeé.
—¿Pasa algo? —La voz de Amon apenas se oyó cuando me puse de pie
y corrí hacia el restaurante. Había demasiada gente, estaba demasiado oscuro.
Empujé mi cuerpo entre la multitud—. Reina, más despacio.
Corrí hacia el último lugar donde la había visto y di una vuelta de tres
sesenta con los brazos abiertos.
—¡Phoenix!
—Nunca.
—Tenía el cabello rojo y una niña pequeña con ella. —Sus labios se
movieron contra los míos mientras hablaba de sus miedos en mi boca—.
Phoenix estaría sola, no con una niña. —Su voz se quebró, las lágrimas
rodaron por sus mejillas—. ¿Quizás me estoy volviendo loca?
—¿Prometer qué?
—No le pasará nada. —Tal vez no tenía derecho a hacer esa promesa,
pero mierda, Phoenix al menos debería haberle dicho a su hermana sus planes
y que estaba bien, sabiendo lo unidas que estaban. Miré alrededor a la gente
que aún nos miraba. Mis ojos se posaron en Lykos Costello, que deslizó las
manos en los bolsillos de su traje italiano y empezó a dirigirse hacia
nosotros—. Enviaré una nota a mis hombres para que exploren la zona. Por si
acaso ha sido ella. ¿De acuerdo?
—Gracias.
Su expresión seguía siendo una máscara firme, sin decir si había oído lo
ocurrido. Al mafioso griego le gustaba ser reservado. Probablemente era lo
que ayudaba a que su operación y sus posteriores negocios transcurrieran sin
problemas. Con las familias de la Omertà y la Yakuza, siempre había algún
tipo de diplomacia con otras alianzas.
—Ah, eso es. Reina Romero. He oído hablar de ti. —Le agarró la
mano—. Encantado de conocerte.
A juzgar por la luz que bailaba en sus ojos, Lykos sabía exactamente lo
que estaba haciendo. Dejó escapar un suspiro divertido.
—Le doy mil vueltas, así que será mejor que tampoco le beses la mano.
—Mantuvo su tono ligero y su expresión aún más ligera, pero había seriedad
en su tono. Mi reina feroz.
—Veo que las noticias vuelan —dije, apretando más a Reina, que se
inclinó más hacia mí, sin dejar de mirar a Lykos.
—Así es, pero ésta es una noticia que me satisface bastante. —Mis cejas
se alzaron sorprendidas—. Es lo mejor de los dos mundos. Tú siendo cabeza
de la familia Romero y la Yakuza. Tu primo era un idiota. —Tenía que estar
de acuerdo con eso, por eso mi primo ya no existía—. Y no te ofendas, pero
Romero no era precisamente el mejor hombre de negocios.
Fingí sorpresa.
—Vaya. ¿En serio? —Me lanzó una mirada suspicaz mientras Reina se
tensaba a mi lado—. Creía que había vuelto a Italia.
Había una regla muy arraigada que todo el mundo cumplía en los bajos
fondos. Ten la cortesía de avisar al jefe de la mafia del país que visites.
Cualquier otra cosa podría ser percibida como un ataque directo a ellos, una
amenaza en su territorio.
—¿Dante está aquí? —Reina se giró hacia mí, con la voz ligeramente
afinada—. Crees que... —Volvió a mirar a Lykos—. ¿Dijo por qué estaba
aquí?
—Sigue evadiendo a mis hombres. —Ese era mi hermano. Sabía cómo
moverse con las sombras—. Así que me temo que no estoy seguro de por qué
está aquí.
—No lo sé. Esos dos tienen una relación de odio, pero quizás... —Se
interrumpió y encogió sus delgados hombros—. No lo sé. Quizás esté
intentando ayudar.
Lykos asintió.
—¿Qué problemas?
—De todos modos, hay una cosa que deberías tener en cuenta.
—¿Qué?
—Reina jura que la mujer tenía el cabello rojo y una niña pequeña con
ella.
—¿Eh?
—Una niña, Dante. Si era Phoenix, tenía una niña pequeña con ella, así
que asegúrate de añadir eso a tu perfil de búsqueda.
—¿Qué coño se supone que tengo que pensar? ¿Phoenix con una niñita?
—Piensa en encontrarla.
—Voy a asesinar...
Se burló.
Recordé lo que había dicho hacía tres años. Que ella le parecía familiar.
—No, ella no preferiría eso. Ella quiere ser mi esposa. Sólo es testaruda y
se niega a admitirlo.
—Si tú lo dices —comenté con ironía. Desde luego, no sería yo quien le
dijera que podía haber algún delirio por ahí.
Agarré mi copa de coñac, echando los dos dedos hacia atrás de un trago y
saboreando el ardor.
—No, nada.
Había tenido mucho espacio para pensar en las últimas semanas sobre las
señales que pasaron desapercibidas durante años, y empezaba a ver con ojos
claros. Su presión para golpear a Itsuki, incluso eliminando a los jefes del
sindicato Yakuza. Decía estar en contra del comercio de carne, pero nunca
intentó hacer nada para detenerlo. No con Ojīsan, y ciertamente no con mi
primo.
Era poder.
Para él, era poner al mundo de rodillas. Para mí, era proteger a la gente
que amaba. A mi familia.
—Mejor.
—Todos nos parecemos a nuestros padres de una forma u otra —le dije
con cautela—. Si me ha aceptado y me ha perdonado por toda la mierda que le
he hecho pasar, sé que no te echará en cara quién es tu padre.
—La chica está loca por ti. Te perdonaría que quemaras el mundo.
Pasó un segundo.
—Sí, tal vez —estuvo de acuerdo, y luego añadió—. Tal vez secuestre a
Phoenix y me case con ella como hiciste con Reina para que no tengamos más
remedio que ser una familia.
—Eso no hará que Reina te quiera más. En todo caso, la enojará. —Sabía
que estaba siendo insensible a propósito para ocultar sus verdaderos
sentimientos al respecto, pero aun así me dolió. Era demasiado pronto para
bromear—. Y baja el tono de tu humor. Podría asustar a Phoenix.
—No eres divertido desde que supe que eres un Romero —murmuró en
voz baja. Negué con la cabeza. Siempre fui el más serio, pero siempre lo había
atribuido a los genes de mi madre. Tal vez había llegado el momento de
replantearse el debate naturaleza contra crianza en lo referente a mi jodido
linaje—. Tal vez por eso Phoenix me evade. Porque piensa como tú.
Los picos de sus pezones bajo la pura tela captaron toda mi atención y
me quedé prendado de sus suaves curvas.
Dormía mejor, pero sabía que seguía teniendo malas noches. Llevaría
tiempo eliminar por completo esas pesadillas de su mente.
Ella se detuvo frente a mí, sus rodillas desnudas tocando las mías.
—¿Quién era?
—Negocios.
—Algo sobre...
—No, nada. —Le rodeé el culo con una mano y tiré de ella para que se
colocara entre mis piernas—. Pareces lista para la cama.
Una sonrisa adornó sus labios y sus manos se posaron en mis hombros.
—Bueno, no veía el sentido de vestirme cuando de todas formas me lo
vas a quitar todo en una hora.
Mis palmas ya recorrían sus muslos, pero antes que pudiera llegar a
donde realmente quería, ella golpeó suavemente mis muñecas.
—Llamé a Dante —le dije en voz baja. Sus ojos se cruzaron con los míos
con curiosidad—. Le conté lo de Phoenix. Sabrá que tiene que buscar a una
chica pelirroja.
—¿Deberíamos ayudarlo?
Fruncí el ceño.
Se encogió de hombros.
—No lo sé. Parece que fue allí donde empezó todo —murmuró, y mis
reflexiones anteriores volvieron a mi mente. Quizás mi esposa y yo nos
parecíamos más de lo que pensaba—. Fue donde tu madre le dijo a la mía que
Phoenix y yo éramos ilegítimas. La muerte de mamá. —La chispa de sus ojos
se apagó lentamente—. Sé que es raro, pero me parece bien ir allí. —Parpadeó
una vez, dos veces, y la luz volvió lentamente—. Además, es donde nos dimos
nuestro primer beso. Es donde nos casamos.
—¿Así de fácil?
Le di un beso en la mejilla.
Después del rescate, se había alejado del mundo, pero incluso en sus
momentos más bajos, no podía apartar los ojos del horizonte, viendo cómo el
cielo se llenaba de color todos los días al amanecer y al atardecer. Era como si
dejara de respirar cada vez, perdiéndose por completo en él.
—Esa es una noción romántica, pero no. Fue donde mi tatarabuelo fue
elegido por primera vez jefe de los cuatro sindicatos de la Yakuza, y esa noche
su propio padre decidió que se casaría con la mujer de su elección.
—Estoy impaciente.
—¿Este es el que Raven pintó para ti? —La curiosidad en su voz era
inconfundible.
—Oh.
Le planté un beso en la cabeza.
—Un ladrón de arte, por lo visto. —Sonreí al ver cómo le brillaban los
ojos de placer—. El cuadro significa mucho para ti.
No era una pregunta. Reina me conocía por dentro y por fuera. Le daría
otros años antes que empezara a saber lo que pensaba antes que yo.
Se sentó en una de las sillas delante de mí, separó los muslos y sonrió
con satisfacción.
Me burlé suavemente.
La verdad era que me ponía nerviosa dejarle ver las cicatrices. Cada vez
que sus manos y sus ojos recorrían mi cuerpo, temía que le dieran asco. Era
difícil verme a través de sus ojos.
—Quiero tomarme mi tiempo para beberme cada centímetro de tu
hermoso cuerpo antes de devorarte con mis dedos, mi lengua y mi polla.
Apreté las piernas, un chorro de calor líquido inundó mis bragas. Levanté
los dedos temblorosos hacia el dobladillo de mi sedosa lencería,
desabrochando los botones uno a uno hasta que la tela cayó al suelo sin hacer
ruido.
Sin perder tiempo, se levantó y me bajó las bragas por los muslos,
rozando mis cicatrices con los nudillos.
—Nunca más, chica de canela —me dijo con rudeza, acariciando con
ternura una de las cicatrices de mi muslo—. Si te duele algo, acude a mí.
Apoyé las manos en sus hombros y apreté los dedos contra él.
Jadeé y le agarré los hombros con más fuerza mientras me devoraba con
la lengua. Cerré los ojos y mis caderas se estremecieron contra él. Los ruidos
que hacía, como si yo fuera el postre más delicioso que jamás había probado,
me hacían vibrar y me elevaban cada vez más.
—Sí —susurré.
—¿Qué pasa?
—No pasa nada, cariño. Me voy a correr —gruñó, pasándome una mano
por el cabello.
—Sí, Amon, necesito más. —Tumbada boca abajo, moví el culo—. Por
favor. —Volvió a azotarme y ahogué mi grito en el edredón.
—Te amo —le susurré al oído, rodeándole la cintura con las piernas y
atrayéndolo hacia mí.
—Córrete para mí otra vez, chica de canela. Necesito que hagas eso por
mí —me exigió, pellizcándome con fuerza el clítoris mientras se mecía dentro
de mí. El sudor rodaba por su fuerte pecho, acumulándose en la V de su
cintura. Yo tenía el cabello enmarañado mientras arqueaba la espalda. Amon
volvió a pellizcarme el clítoris y grité cuando mi liberación me golpeó con
toda su fuerza.
Sonrió diabólicamente.
El viaje de vuelta a la ciudad sobre el agua fue como un déjà vu. Hacía
sólo unos meses que estábamos atracando el yate aquí y yo me estaba
poniendo el vestido de novia.
Amon hablaba por teléfono con alguien y tenía los ojos clavados en el
cuadro. No paraba de darle vueltas, de izquierda a derecha, arriba y abajo,
esperando que algo llamara su atención. Sentí su decepción como si fuera la
mía.
Qué. Carajo.
Llámame.
¡Ya!
Todavía nada.
—Te llamaré más tarde. Ha surgido algo. —Colgó sin esperar respuesta.
Debe de ser bonito ser rey—. ¿Qué pasa?
—¿Lo sabías?
Negó con la cabeza.
—Pero...
—Oh, no. Eso no. Ella dijo que tenían algo y luego él fingió no
conocerla.
Se puso rígido.
—Maldita sea, Dante —gritó. Luego empezó a teclear rápido, con sus
elegantes dedos moviéndose por la pantalla. Tardó un minuto, quizás dos, y
soltó un gruñido frustrado—. Mierda, se ha ido. No tengo forma de rastrearlo.
Sonrió.
Jadeé.
—¿Qué?
—Al día de hoy, no sabemos quién lo hizo, pero cuando por fin pagué el
rescate, volvió... diferente. Era más oscuro, necesitaba una salida para su ira...
Lo comprendí finalmente.
Sacudió la cabeza.
—¿Sabes? —empecé—. Raven me dijo una vez que a los artistas les
gusta añadir información sobre su trabajo en la parte de atrás de sus cuadros.
Dijo que algunos pintores, que datan desde el Renacimiento, incluso les
gustaba transmitir información sensible a través del mundo del arte de esta
manera. —Agarré el cuadro—. ¿Me permites?
—Adelante.
Sonreí.
—No he olvidado que te prometí una fiesta para celebrarlo con nuestros
amigos y familiares. —Me besó la frente, sus labios cálidos contra mi piel—.
Pienso cumplirlo.
Traición.
Sabía agrio en mi lengua. Sin embargo, era pura rabia lo que me sacudía.
Impulsaba la necesidad de derramar sangre y desgarrar al enemigo miembro a
miembro. Y mientras caminaba por las calles de Venecia, sabía exactamente
cómo se lo haría pagar.
—No lo estés. Cuando todo esto acabe, no tendremos que volver a pensar
en ellos.
No sabía si pensar que Romero era más sabio de lo que creía o...
—¿Me dirás por fin qué dice esa carta? —Sus ojos se fijaron en la
fachada de la tienda y se iluminaron, así que seguí su mirada.
—Te lo diré después que consigamos eso —le dije. Allí, a través del
escaparate, había un amuleto yin-yang.
Sonreí.
—Gasta mi dinero, deja el tuyo para nuestros hijos. —La empujé hacia la
joyería, haciéndole señas al vendedor de la pieza que queríamos—. Además,
me gusta verte marcada por mí.
—Para ya.
—Lo siento mucho, chica de canela. Por tantas malditas cosas. —No me
extraña que luchara contra ataques de pánico, y eso fue antes de toda la mierda
con Cortes—. Tu subconsciente probablemente te obligó a olvidar. —Acaricié
sus mejillas y acerqué mi frente a la suya—. Te prometo que no se saldrá con
la suya.
—Tal vez tenía una buena razón para ello y estaba tratando de protegerte.
—Odiaba que una parte de mí quisiera estar de acuerdo, encontrar una excusa
para su inexcusable traición—. Tenemos que mantener la mente abierta —
dijo—. Te amo. Quiero que nuestro futuro esté libre de este infierno. Sin
fantasmas que nos persigan. —Había días en los que aún no podía creer que
fuera mía, en cuerpo, corazón y alma—. Ahora, cómprame un helado, esposo,
antes que descienda la ira de tu esposa. —Incliné la cabeza y se me escapó una
carcajada.
—La vida contigo merece sonreír y reír —le dije, dirigiéndome hacia la
plaza de San Marcos—. Ahora vamos a comprarte un helado. Ya sé de qué
sabor.
Me miró de reojo.
Sonreí.
—Lo tendrán. Encontré una pequeña tienda local que casualmente estaba
experimentando con el sabor. Llamo al sabor disgustoso, pero hice un trato
con ellos. Hoy he comprado todas las bolas y todos los sabores de helado que
tenían a mano, así que mantendrán la tienda abierta sólo para nosotros. Tengo
una cita con mi reina.
Nuestra góndola flotaba sobre el agua, enviando ondas a través del canal.
La luz plateada de la luna luchaba contra las densas nubes, y la ciudad,
habitualmente ajetreada y vibrante, estaba más vacía esta noche gracias a la
ligera llovizna.
El gondolero nos dirigió por los canales mientras tarareaba una suave
canción, llenando el aire y mi pecho de satisfacción.
—¿Qué tienes en mente? —La voz de Amon era un susurro cálido contra
mi frente.
—¿Olvidar qué?
Sonreí.
—No quiero olvidar ni un solo momento contigo. Haces que mi vida sea
más hermosa de lo que jamás podría haber esperado. Gracias por no... rendirte
conmigo.
Justo cuando pronunció esas palabras, unas luces llenaron el cielo a pesar
de la llovizna, y me giré para mirarlo. Un suave jadeo escapó de mis labios.
Miles de farolillos flotaban sobre Venecia. El fondo de mis ojos ardía y mi
pecho se dilató de amor por este hombre.
—Juntos.
—Sí —reconocí. Había una chispa en sus ojos que no había visto en...
bueno, en mucho tiempo—. Quizás todo salga bien después de todo.
—Qué raro —susurré, sin saber por qué bajaba la voz. La oscuridad nos
envolvió por completo cuando la puerta se cerró detrás de nosotros, y extendí
la mano hacia delante, agarrando el dobladillo de la camisa de Amon.
Amon miró por encima del hombro.
—¿Qué pasa?
—Todas las cortinas están corridas. Maria odiaba cerrarlas. Decía que el
lugar parecía una cripta, y creo que estoy de acuerdo.
—¿Dónde está?
Me encogí de hombros.
—No lo sé. Tiene familia por aquí, así que quizás esté visitándolos. —
Giró el pomo de la primera habitación cerrada que conducía a un despacho
oscuro. El despacho de Papá—. ¿Las abro?
—Es tu casa.
—Nuestra. Probablemente más tuya que mía, teniendo en cuenta que eres
su hijo biológico.
—¿Chica de canela?
—¿Sí?
Alguien está aquí, me advirtió la mente. Sin embargo, todo estaba tan
tranquilo como una misa entre semana. Dejé que mi mirada recorriera el resto
de la cocina.
Papá no bebía té. Podía tomarlo a la fuerza, pero lo odiaba. Maria, como
una verdadera italiana, sólo bebía café expreso o capuchino.
—¿Qué?
—No son las mismas sábanas y mantas que había la última vez que la
visité. Papá insiste en lavar y mantener las mismas sábanas en esta cama, igual
que insiste en que mantengamos las armas escondidas por la casa. —Amon
enarcó las cejas, sorprendido, y yo hice un gesto de desestimación con la
mano—. No viene al caso. Lo que importa es que nadie se queda nunca en
esta habitación. Él lo prohíbe.
—Ábrela y cúbrete —me dijo. Asentí, sabiendo muy bien que discutir
con él no me llevaría a ninguna parte. Lo pulsé y la pared con la chimenea se
movió.
Un segundo. Dos segundos. Al tercero, se desató el infierno.
Bang. Amon apretó el gatillo, con su arma apuntando a una persona que
yo no podía ver, y luego entró en acción. Corrió hacia el escondite. Me puse a
cubierto justo a tiempo cuando un cuchillo volaba por el aire. Lo esquivé por
centímetros, con la respiración agitada.
—Fuera —gruñí. De todos los lugares de este planeta, nunca pensé que
los encontraríamos aquí. En la casa de Romero—. Ahora.
—¿Qué?
—Has estado jugando conmigo e Itsuki todo el tiempo. —Clavé mis ojos
en él, notando cómo apretaba la mandíbula—. ¿Acaso mató a Ojīsan?
—Ni se te ocurra. —Se detuvo—. Bien, ahora los tres se sentarán en ese
sofá. Juntos, como la familia sórdida y enferma que son, y luego hablaremos.
—Me lo contarás todo. —Mi voz era tranquila, sin revelar la agitación y
la rabia que sentía por su traición. La traición de mi madre—. Y me lo
contarás en inglés para que mi esposa pueda entender cada puta palabra.
—Basta, Hiroshi. —Ah, así que parece que mi madre sí tenía voz, a pesar
de no decir las palabras que debería. Lo siento por casi matar al amor de tu
vida. Lo siento por todas las mentiras que dije. Lo siento por casi destruir
algo hermoso.
No, fue para evitar que Hiroshi hablara de más.
—Están en camino.
Los dos nos dirigimos lentamente hacia el sofá justo cuando se abrió la
puerta y aparecieron dos de mis hombres y el capitán de mi yate, Asher.
Levanté mis cejas al ver la ropa que llevaba Asher. Llevaba camisa y
pantalones de diseño. Tenía el cabello peinado casi como si estuviera en
medio de una cita y lo hubieran interrumpido.
Sus rasgos eran afilados y era muy profesional, pero fue su reputación de
asesino, así como su experiencia pasada en la piratería, lo que lo hizo destacar
entre los demás aspirantes al puesto. Sabía que a las mujeres les gustaba,
aunque nunca las traía por aquí. Pero independientemente de dónde
atracáramos, siempre parecía encontrarse en la cama de una mujer o en un
tiroteo.
Era casi cómico ver a todos siguiendo nuestro intercambio. Excepto, tal
vez no, teniendo en cuenta que acababa de encontrar a mi madre escondida en
casa de Romero.
Me miró con cara de lo que digas, jefe y sacó el teléfono del bolsillo. Era
un milagro que Asher y Dante no se llevaran mejor. Eran iguales.
—Has acertado. Además, que uno de los guardias cierre las ventanas y
contraventanas exteriores del primer piso. No quiero daños colaterales ni
testigos accidentales.
Asintió y salió de la habitación y tardé unos segundos en oír a alguien
fuera de la ventana, cerrando las contraventanas que apenas se usaban.
—Bien, Maria. Parece que te gusta mi madre. —Se puso rígida y miró a
mi madre en busca de ayuda. Maldición—. Explícame qué hiciste exactamente
por Hiroshi y mi madre.
No me gustaba hacer daño a las mujeres. De verdad que no. Pero ésta
había estado cerca de Reina y Phoenix desde que eran pequeñas, conspirando
contra ellas todo el tiempo. Así que le disparé. En la rodilla.
Mi mandíbula se apretó.
—¿Por qué?
—¿Y tú fuiste parte de todo eso, madre? —No podía creer lo que estaba
oyendo. Necesitaba que admitiera sus pecados, pero se negaba a reconocerme.
Ni siquiera me miraba—. Contéstame, o te juro por Dios, madre, que voy a
acabar contigo aquí y ahora.
—Es que estaba muy enfadada —contestó madre, apretándose las manos.
—Sí, fue mi idea. —Maria sonrió como una maldita lunática—. La única
idea que tuve por mi cuenta. —Ladeó una mirada a Hiroshi—. Bueno, no por
mi cuenta. Hiroshi me ayudó. Fue cuando la Yakuza atacó a Tomaso. Hiroshi
quería pruebas de la anulación de la boda de Tomaso y Hana. Bueno, la
consiguió, y luego desapareció de vuelta a su país.
La prueba falsa. Mi madre sabía que la anulación nunca ocurrió, así que
¿por qué fingir? Empecé a preguntarme quién era el verdadero villano aquí.
—¿Por qué? —Su voz era áspera—. ¿Por qué lo llevastes tan lejos? —Mi
madre permaneció en silencio, sin un atisbo de emoción. Creía que ya ni
siquiera sabía quién era. Los ojos de Reina se clavaron en la mujer que
conocía desde hacía décadas—. ¿Qué había para ti, Maria?
—Ver feliz a Hana. Al final, sólo estaríamos ella y yo. —Dios mío,
Maria tenía un nuevo nivel de delirio—. También era muy generosa. —
Esperaba que se refiriera a generosidad monetaria, no sexual—. Y prometió
ceder esta casa a mi familia. Paso más tiempo cuidándola que cualquiera de
los Romero juntos.
—Si lo que querías o necesitabas era dinero, sólo tenías que pedirlo y te
lo habríamos dado. —A pesar de toda la oscuridad que veía, mi esposa seguía
creyendo en la bondad humana. Se dirigió a mi madre y le dijo—. Mi madre
no tiene la culpa que papá ya no te quiera. No fue culpa de ella. Y tú la
destruiste. —La barbilla de Reina tembló y la estreché más contra mí—. Ese
día, en la tienda, fueron tus palabras las que la empujaron al suicidio.
Maria echó la cabeza hacia atrás y carcajeó como una bruja loca, con los
mechones de su cabello volando enloquecidos.
—Bueno, yo ayudé.
—¿Qué?
Bang. Bang. Bang. El suelo sonaba cada vez que golpeaba la cabeza de
Maria contra el suelo.
Maria intentó arañarle la cara, pero Reina fue más rápida, agarrándole la
mano y doblandola hacia atrás. Sus lecciones con Darius habían dado sus
frutos. El fuerte crujido sonó justo cuando otro grito salió de ella.
Asher ladeó la cabeza, pero la historia era demasiado larga para contarla,
así que me limité a encogerme de hombros.
—La única razón por la que no iré por tu familia como tú has ido por la
mía es porque no soy una psicópata como tú. —Su voz estaba llena de dolor.
Por su mamá. Por su papá. Por su hermana—. Es la única piedad que
obtendrás de mí, que es más de la que obtuve de Perez Cortes y sus hombres.
Concéntrate, Reina.
Parpadeé, con los músculos agarrotados. El entumecimiento me caló
hasta los huesos, mezclándose con la sangre, y poco a poco percibí un sonido.
Era mi respiración agitada.
Miré hacia abajo y por fin vi lo que había hecho. El cadáver de María,
con los ojos congelados por el horror. Yo estaba pintada con su sangre. Mis
sentidos no parecían querer trabajar, porque debería estar petrificada por lo
que había hecho.
—Se lo merecía.
—Sí.
—¿Quieres darme el cuchillo? —preguntó Amon con cuidado.
—Así que, Hiroshi y Madre —dijo Amon, con los ojos entrecerrados en
las dos personas que deberían haberlo protegido, pero que eligieron
traicionarlo en su lugar. Gracias a Dios por la lealtad de Dante. No creía que él
fuera capaz de soportar que los tres se volvieran contra él—. ¿Algo que decir
en su favor?
Un silencio ensordecedor cayó sobre la sala de estar que, una vez, había
visto a nuestra familia feliz, aunque brevemente. Mis padres nunca habían
tenido ninguna oportunidad.
Enderecé mi espalda.
—No. Hice lo que tenía que hacer por mi hijo. Igual que tuve que
soportar años de abusos de Angelo Leone para que creyera que Amon era
suyo. Me aseguré que mi hijo formara parte de la Omertà, y no me disculparé
por ello.
Ella negó con la cabeza, una sola lágrima rodando por su piel impecable.
La mujer rondaba los cuarenta, pero parecía tener apenas treinta. No era de
extrañar que hombres y mujeres cayeran rendidos ante ella.
—Se suponía que debía recomprarte. Que pujara más que nadie y luego
te trajera a mí. —Me tragué la emoción e intercambié una mirada con Amon.
—¿Tienes idea por lo que pasó? —Amon bramó tan fuerte que juré que
la casa tembló—. ¿Lo que tuvo que soportar? No te correspondía arriesgar su
vida. ¡Jamás!
—¿Y el rescate que pagué? —Olvidé que Amon dijo que tuvo que pagar
para recuperar a su hermano.
—¿Quién lo propuso?
—¿Así que eres listo? —Hiroshi soltó una risita mientras su madre
parecía ligeramente confundida—. Fue la única razón por la que me quedé.
Por ese documento, y para hacerme cargo de la Yakuza algún día. De todas
formas, a Tomaso nunca debieron haberle permitido casarse con ella.
Exceso de confianza. Fue su perdición.
Amon sonrió.
—¿Qué coño has hecho? —siseó Hiroshi, con la boca torcida en una fea
mueca.
—Hiroshi planeó que Amon fuera asesinado por el cártel de Cortes. —La
atención de todos se giró hacia mí.
—Tú no lo harías, pero Hiroshi sí. Quería ser el tipo que tomara el poder,
y utilizar al primo de Amon hizo posible también su eliminación. Una vez que
Amon fuera eliminado, culparía a Itsuki y lo mataría. Dos pájaros de un tiro.
Pero Amon sobrevivió.
Hiroshi se burló.
—Debería haber sido muy fácil, pero este jodido imbécil se negó a morir
e intercambió los cuadros. Itsuki era demasiado estúpido para darse cuenta que
ya no tenía el original, así que necesitaba la única otra copia de ese
documento.
Ahí estaba.
—Estúpida. —Dirigió sus patéticos ojos a Hana y yo casi puse los ojos
en blanco—. Llevo años buscando el documento que su padre le dio a
Romero. Creíamos que estaba aquí. Necesitaba ese documento para
presentárselo al sindicato. Mierda, lo único que tenían que hacer eran morirse.
—Nos señaló a Amon y a mí con un dedo meñique y saliva.
Hana sollozaba, llena de agonía. Imaginé que tenía algo que ver con sus
malas decisiones, las oportunidades perdidas, los amores perdidos. No podía
estar segura.
—Estás delirando si crees que saldrás vivo de esto. Mis hombres tienen
este lugar rodeado —dijo Amon con una dureza que me hizo temblar los
huesos.
—Veremos quién delira cuando yo esté sentado en el trono. —Le
devolvió la mirada a Amon—. Es tu hora de morir.
Mi madre.
Sus ojos se cerraron y sus labios adquirieron un alarmante tono azul. Era
una mala señal. Nos estábamos quedando sin tiempo.
—Mierda —grité, tirando de ella contra mí. Levanté los ojos justo a
tiempo para ver cómo Reina pateaba el arma hacia el otro lado de la
habitación y luego comprobaba el pulso de Hiroshi.
Sacudí la cabeza.
—Ahorra energía —le susurró Reina, con la mano aún apretada contra la
herida.
Reina parpadeó con fuerza, con las lágrimas pegadas a las pestañas.
—Amon tiene razón, tienes que ahorrar energía.
—No pasa nada —canturreó Reina, sus ojos azules cristalinos se alzaron
para buscarme la cara.
—Puedo intentarlo.
—¿Tuyo?
Asintió.
—Dáselo a... —Agarró mi mano con una nueva fuerza—. Dáselo a tus
hijos.
—Lo prometo.
—Mu-Musuko.
Sacudí la cabeza.
Era más bien una formalidad en este punto. También había otros hombres
en el jardín que vinieron a visitarlo y a presenciar su unción en la Omertà. El
primero de su clase, y de alguna manera le convenía. Amon no era como nadie
antes.
—Bien, creo que estamos listos para empezar —anunció Marchetti. Los
reyes de la Omertà se sentaron alrededor de la mesa, un aire tenso recorría la
sala sobre manos y rodillas.
Nadie lo sabía, pero Dante estaría aquí mañana para el funeral de Hana.
Amon dijo que no podía darme todos los detalles, pero me aseguró que era lo
mejor, que era lo más seguro para Phoenix y para nosotros.
Comenzó la votación.
—Tengo una esposa que atender. Hasta luego, hijos de puta. —Dante
terminó la llamada sin esperar respuesta.
Giré lentamente sobre mis talones y me encontré cara a cara con Luca
DiMauro.
—Lo estaba.
—¿Por qué?
Lo estudié, recordando lo que había oído sobre este hombre. No mucho,
aparte del hecho que era uno de los hijos de Benito King. Su hermano, Cassio
King, tenía un fuerte vínculo con algunas de las familias más poderosas del
hampa.
—¿Qué pasa?
Me encogí de hombros.
Durante tres segundos no hubo más que tensión, pero Luca se encogió de
hombros.
—Así es. Primero nos reuniremos con el padre Mario y luego podremos
recorrer esas propiedades.
—Será difícil encontrar un lugar con acres —comentó Amon con ironía.
Quería espacio a nuestro alrededor y ninguna mirada indiscreta.
—Así es —asintió.
Con Dante y Amon a ambos lados de mí, no pude evitar deslizar mis
manos entre las suyas y apretarlas suavemente, ofreciéndoles consuelo. Sus
miradas me retorcieron el corazón.
—Eres dura.
Mis ojos se desviaron hacia mi papá, que parecía perdido de pie junto a
Amon, mirando la tumba en la que ahora había dos esposas a las que había
tenido que enterrar. Me pregunté si se habría preguntado si realmente las había
conocido.
Puede que todos empezáramos con mal pie, pero yo sabía que nuestro
futuro era nuestro. No de nuestros padres. No el de los bajos fondos. Era
nuestro.
—¿Estás bien?
Era una pregunta tonta, pero era difícil ver su dolor. Había tenido una
parte injusta de él en su vida, y yo quería ahorrárselo en el futuro.
—Ve a hablar con él. Luego tengo una sorpresa para ti.
Los primeros rayos de sol se asomaron hoy entre las nubes, proyectando
un resplandor sobre el horizonte.
—Ya lo verás.
—¿Qué te parece?
—Me gusta la ubicación, pero ¿dónde está la casa? —Me tendió la mano.
Me quedé boquiabierta—. Eso no es una casa, Amon. Es un castillo.
—Un castillo que necesita una reina. —Me sonrió. Este lugar debía tener
al menos veinte dormitorios—. Con un patio trasero vallado. Una piscina. Un
parque infantil.
—¿No son esas palabras el sueño de toda chica? —dije—. Lo que quiero
decir es que el lugar parece demasiado grande.
—Listillo.
Pero no fue hasta que vi el patio trasero que me convencí. Los árboles
estratégicamente colocados. Amplio césped. Piscina. Un pabellón para
nuestras comidas al aire libre. Incluso el parque infantil era perfecto. Era tan
acogedor que ya podía ver a nuestros amigos y familiares reunidos alrededor
de este lugar celebrando nuestros hitos: cumpleaños, aniversarios, cualquier
cosa.
Se acercó hasta que estuvo a mi altura y tuve que inclinar la cabeza hacia
atrás para mirarlo.
—No, esposa. Yo pago nuestra casa. Dios sabe que tengo mucho dinero.
Le pellizqué la barbilla.
Lo acepto este lugar era mucho más que cómodo. Era un maldito castillo;
no me importaba cómo lo llamara.
Sacudí la cabeza.
Sus labios se encontraron con los míos, lágrimas de felicidad rodaron por
mis mejillas. Luego me llevó dentro y me demostró exactamente cuánto me
amaba.
Epílogo
Amon
Una vez fui el príncipe amargado, deseando ser rey. Exigí gobernarlo
todo. Era poco convencional, pero se me concedieron ambas cosas de un
modo que no me había dado cuenta que necesitaba hasta que me crucé con la
chica de los corazones en los ojos. Era el rey del corazón de mi esposa y el
soberano de este mundo que habíamos creado juntos.
Cuando habías visto y vivido una pesadilla viviente, era difícil no estar
paranoico. Era un concepto con el que la mayoría de los del inframundo
estábamos familiarizados.
Dante estaba asando, o intentándolo, su compañera robando besos y
risitas, y no tardaron en quemarse los perritos calientes y las hamburguesas. A
ninguno de los dos se nos daba bien esto de la barbacoa.
—Es igual que tú —dijo Reina, con la barriga oculta bajo el bañador
rosa. Llevaba diez días de retraso y estaba ansiosa por la llegada de nuestra
hija, que no tenía ninguna prisa por abandonar el vientre de su madre.
—Es igual que su tío —refunfuñé—. Más vale que mi hija tenga nuestra
personalidad.
—Yo nunca digo esa palabra. —Miré fijamente a Dante, que seguía
jugueteando con su compañera—. Tu hermano, en cambio...
Reon era mi vivo retrato, pero tenía los ojos de su madre. Era perfecto,
pero esperaba que nuestra hija fuera el vivo retrato de mi esposa.
—Dios mío —exclamó Isla desde el borde de la piscina, donde su esposo
miraba por encima de los hombros los últimos diseños de Reina—. Son
magníficos. ¿Cuándo podré comprarme uno?
—En realidad, aparté uno para ti y las chicas. —Reina le guiñó un ojo.
Las chicas -su hermana, Isla, Athena y Raven- eran las mayores alborotadoras
conocidas por la humanidad. Se las arreglaban para meterse en líos
dondequiera que fuesen, incluso en un viaje a la tienda de comestibles—. Está
en el dormitorio de invitados. Quizás tu esposo pueda ayudarte a ponértelo.
Rodeé la cintura de Reina con los brazos y sus ojos azules centellearon
mientras se deslizaba por mi cuerpo, sumergiéndose parcialmente en el agua.
Los dedos de Reina vagaban sobre mi pecho, siempre sobre mis tatuajes,
sobre mis cicatrices. Yo tenía la tinta de la Omertà en la espalda, pero a ella no
le fascinaba tanto. El yin y el yang era la historia de nuestras vidas.
Se frotó el vientre contra mí, mirándome a través de los párpados con una
mirada lujuriosa. Sonreí satisfecho. Reina era insaciable durante sus dos
embarazos. Así supimos que estaba embarazada la segunda vez.
—Dios, te amo. Todavía hay días en los que parece surrealista que por
fin estés aquí conmigo. Eres un sueño que nunca me atreví a tener, y sin
embargo lo deseé como el sol desea la luna —murmuré, amando la sensación
de su suave cuerpo contra el mío—. Eres mi hermoso comienzo. —Levantó la
cabeza, sus ojos azules se encontraron con los míos y me atraparon en su
belleza. Besé su frente, rozando con mis labios su piel dorada por el sol—.
Gracias por sobrevivir, por quedarte conmigo.
—No lo sé —gruñó Dante—. Reon salió con las mejillas más regordetas,
los brazos tan fornidos que apenas podía darse la vuelta ese primer año. Era
perfecto, por mucho que pidiera a gritos que le dieran de comer, pero
Sonomi.... —Sacudió la cabeza—. Sí, no sé. Parece demasiada angelical. Eso
no puede ser bueno.
Toda mi vida había leído muchos cuentos de hadas y había soñado con
felices para siempre, pero ninguno de ellos se acercaba a esta vida con Amon.
—Siempre está haciendo cosas raras. —Me besó por todo el cuello,
sacándome un gemido de la garganta—. Conseguí niñeras para poder llevarte
a nuestra segunda luna de miel. Los primeros días sólo nosotros dos, luego
Reon y Sonomi se unirán a nosotros. Ahora seremos los cuatro contra el
mundo.
No era raro que los dos estuviéramos en la misma onda. A menudo sabía
lo que yo necesitaba antes que yo misma me diera cuenta. Lo mismo ocurría a
la inversa.
—No más de dos días. —Amon me miró con ojos ardientes—. ¿Verdad?
Me preocupa dejar solos a nuestros bebés. —Mi voz era jadeante.
—¿Cuál es?
Sonrió.
—Una sorpresa.
Bajé las manos por su pecho musculoso y desnudo, su corazón latía con
fuerza bajo mi palma. Las deslicé hacia abajo, sobre sus duros músculos, mi
tacto hambriento y desesperado. Era mi vicio, todo correcto y perfecto.
—Mía.
Rodeé su cuello con los dedos y le rodeé la cintura con las piernas
mientras él retrocedía. Guíe su polla dentro de mi húmedo calor.
Luego, sin previo aviso, me agarró por las caderas y nos dio la vuelta. Mi
espalda chocó contra el colchón y emití un pequeño chillido, pero con la
primera embestida se convirtió en un gemido. Amon me folló duro y rápido.
Susurraba cosas sucias, promesas roncas que siempre cumplía, palabras
de amor que yo sabía que decía en serio.
Después, nos quedamos tumbados uno sobre el otro, mientras mis labios
le besaban el torso.
Su pecho vibró.
Se rio.
—No, dijiste que necesitábamos esta casa para nuestra gran familia.
Nunca aclaraste que sería por parir una docena de bebés.
—Cuatro más.
—Uno más.
—Trato hecho.
Hada Muirgen