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Sintieses de la exposición oral del 10/04/2023

Formación del Mundo Moderno II – FHUC UNL


Paolo D. Severini

El origen de la revolución industrial es el segundo capítulo del libro de Eric Hobsbawm,


Industria e Imperio, publicado por primera vez en 1968. En esta obra, el autor se interesa por la
historia material de Gran Bretaña partiendo desde los orígenes y siguiendo la evolución de la
Revolución industrial en Inglaterra desde fines del siglo XVIII. Hobsbawm, en el marco de una
concepción materialista de la historia, no focaliza su análisis solo en los progresivos cambios de
la fuerza de trabajo, sino que incluye en él a las transformaciones en las relaciones sociales, la
articulación comercial de centros y periferias en la economía global y las nuevas pautas de la vida
en la sociedad industrial. La interpretación de los hechos lo lleva a conceptualizar a este proceso
como revolucionario en los términos de la época en que se producen. Esto último es así porque se
trasluce en su análisis y escritura que Hobsbawm piensa al calor de su época, permeado por los
debates de los sesenta y setentas en torno al desarrollo y la modernización de los países
subdesarrollados.
En el capítulo antes mencionado, Hobsbawm responde a la pregunta de por qué la
Revolución industrial sucedió en Inglaterra y hacia fines del siglo XVIII. Despliega en él las causas
que permitieran ubicar en tiempo y espacio a lo que considera como un hecho revolucionario en
tanto no implica solo un crecimiento económico, sino una aceleración de este determinada y
conseguida por la transformación económica y social en el y a través de una economía capitalista.
Pero a su vez, Hobsbawm destaca que para fines del siglo XVIII Inglaterra poseía una serie
de condiciones cimentadas a lo largo de dos siglos, que la dejaba bien ubicada para que se “prenda
la mecha” de la Revolución industrial. Por un lado, y dando cuenta de un análisis que posee una
escala analítica mundial, Inglaterra era un imperio, una potencia naval y comercial que articulaba
mercados que podían proveerle materias primas como potenciales consumidores de manufacturas.
Por otro lado, se habían debilitado los vínculos económicos, sociales e ideológicos que
inmovilizaban en ocupaciones tradicionales a las gentes preindustriales; el país constituía un solo
mercado nacional con transporte y comunicaciones relativamente fáciles y baratas, se había
desarrollado un sector manufacturero y un aparato comercial que había permitido el ahorro de un
excedente pasible de ser invertido por hombres de negocios (pequeños empresarios y artesanos)
en actividades productivas y no solo en bienes de uso.
Pero, a pesar de todo ese desarrollo acumulado, la pregunta es cómo y por qué pudo darse
la explosión revolucionaria a fines del siglo XVIII. ¿Cómo llegó a producirse esa “revolución
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pequeña, sencilla y barata según nuestros patrones, pero no obstante una revolución, un salto en la
oscuridad”? Hobsbawm busca la respuesta en el creciente consumo de mercancías en el mercado
interno y externo, apalancada por las demandas y las políticas militares del gobierno imperial
inglés.
El mercado interno inglés se había desarrollado en el último tiempo a razón de un aumento
de la población, de los ingresos crecientes de estos en la primera mitad del siglo XVIII y de las
mejoras en los transportes que redujeron costos. No obstante, para nuestro autor, este no fue el
dinamizador fundamental de la Revolución industrial porque a pesar de su crecimiento resultaba
limitado para la expansión de las industrias manufactureras. Solo mercancías como alimentos,
transportes y carbón fueron dinamizadas por este mercado. Pero no por ello reduce Hobsbawm su
importancia, sino que recalibra su importancia en el proceso más general. Para este, el mercado
interno, por su estabilidad y tamaño, sustentó a la industria cuando se cerraron los mercados
externos y sostuvo otras áreas productivas que se volverían importante más adelante.
Fue el mercado externo el que prendió la chispa de la Revolución industrial por la
capacidad de provisión de bienes y consumo de los territorios dominados por Inglaterra y su flota
naval. Las manufacturas de algodón articulaban la economía global en tanto demandaban los
bienes primarios baratos de las economías periféricas basadas en formas de producción
tradicionales, como la plantación y el esclavismo, y exportaban las manufacturas a los mercados
controlados por Inglaterra. Es así como, para Hobsbawm, el desarrollo industrial inglés no se
sustenta en la superioridad inglesa en mercados libres competitivos, sino en la capacidad política
y militar del Estado inglés para controlar los mercados extranjeros a base de la guerra y la
colonización.
Allí hace su ingreso el Estado que, en Inglaterra, a diferencia de otros países europeos,
estaba inclinado a subordinar toda su política exterior, incluida la bélica, a objetivos económicos;
incluyendo en estos no solo los intereses de los actores comerciales y financieros, sino también a
los manufactureros que se expresaban como un grupo de interés más. Por otro lado, la guerra
aumentó la demanda de hierro y se constituyó como un campo de innovación tecnológica e
innovación.
La explicación, por tanto, de por qué en Inglaterra y hacia fines del XVIII se encuentra en
la combinación de estos elementos. Hacia la segunda mitad del siglo el creciente desarrollo interno
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inglés se combinó con el salto del comercio externo, particularmente con los territorios
subdesarrollados, que dan cuenta de un nuevo modelo de expansión europea, diferente al
comandado por los estados y comerciantes mediterráneos. En ese salto el Estado inglés fue una
pieza central que garantizó el comercio con el uso de la fuerza militar y naval que, a su vez,
implicaba una demanda de otras mercancías.

BIBLIOGRAFÍA
Hobsbawm, E. (1977) El origen de la Revolución Industrial. Industria e Imperio. Ariel. Barcelona

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