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Gran Bretaña.

Desde la derrota de Napoleón su presencia se consolidó en los cinco


continentes. A lo largo del siglo XIX y las primeras décadas del XX, fue la principal e indiscutible
potencia internacional. Su poderío se basó den la conjunción de tres variables: poderío militar,
potencialidad comercial y capacidad financiera. Sin rivales a la vista, su superioridad en estos
rubros se combinó con una notable voluntad hegemónica, que perduró aun cuando cedió el
liderazgo militar a Alemania o el financiero a los EE.UU.

En el proceso de desarrollo de Gran Bretaña cumplieron un rol de especial importancia la


actividad textil en primer lugar, y más tarde las actividades extractivas como la del carbón, que
a su vez dinamizaron las inversiones en ferrocarriles y bienes de capital. La revolución de los
transportes tuvo mayor incidencia en la ocupación de mano de obra y en la inversión de
capitales, pero no fue suficiente para absorber la totalidad, que logró ser ubicada en el
exterior.

Como uno de los principales logros británicos debe señalarse la especialización que alcanzó la
economía produciendo lo que le resultaba competitivo y colocándose a la cabeza en la
renovación tecnológica del siglo XIX.

En lo político, el prolongado proceso de transformación económica permitió la lenta


incorporación de nuevos sectores sociales al consumo y a la representación política.

La ausencia de una clase campesina permitió una primera etapa de centralización del poder en
los terratenientes, para luego de 1830 en una segunda fase ir incorporando las cámaras, los
intereses industriales y de la nueva clase media urbana. En una tercera fase, tardía pero lo
suficientemente a tiempo para evitar que la no aceptación de reivindicaciones mínimas
produjera un proceso revolucionario, se incorporó también la clase obrera a la política inglesa.

Socialmente, los procesos de industrialización y urbanización paralelos provocaron un rápido


desajuste en las condiciones de vida en las ciudades, que aunaron las posibilidades de una
conciencia de vida para sí de la clase campesina, en contraposición a los terratenientes que, si
bien fueron perdiendo peso económico comparativo frente a la burguesía, tanto industrial
como comercial, conservaron su prestigio político. La ejecución, aunque lenta de obras
públicas junto a políticas de seguridad social, y con la misma lentitud, de participación política,
aventaron los procesos revolucionarios factibles, en especial luego de 1900, por iniciativa de
los liberales.

La difusión de la revolución industrial en otras naciones europeas y en EE.UU. produjo (con


excepción de Gran Bretaña, Bélgica y Holanda) la instauración de barreras aduaneras
fuertemente proteccionistas de sus propias producciones industriales, que particularmente
afectó a Inglaterra al no poder sostener un fluido aprovisionamiento de materias primas y de
contactos comerciales con los mercados consumidores capaces de sostener el “progreso
indefinido” de la estructura económica inglesa.

En la primera mitad del siglo XIX las relaciones coloniales de Inglaterra estaban restringidas a:
un lento y riesgoso comercio con América latina y Sudáfrica.

La creencia generalizada en la necesidad de un imperio colonial como abastecedor y


consumidor, tomó cuerpo entre la dirigencia inglesa durante la segunda mitad del siglo.

El desarrollo colonial se vio favorecido por la ausencia de otras potencias comerciales, si bien
esta situación era provocada por la misma armada inglesa.
Por lo tanto, el empuje comercial y financiero, como consecuencia del equilibrio europeo,
además de la ventaja proporcionada por una armada poderosa y la nueva situación de los
transportes en un marco de estabilidad sin conflictos internos, resumen las condiciones
materiales para el desarrollo del imperialismo del siglo XIX.

Pero Gran Bretaña contó además con un nuevo ingrediente, ya que una política hegemónica
basada exclusivamente en la presencia militar no cumplía de modo cabal con la intención
comercial del modelo británico. A diferencia de los sistemas colonialistas anteriores basados
en una unidad política y administrativa de corte ideológico absolutista, el capitalismo en su
fase imperial se apoyaba en el reconocimiento de condiciones de mercado a nivel
internacional, presuponiendo entidades nacionales dispuestas al comercio. Para tal fin, el
liberalismo inglés proporcionó los elementos ideológicos capaces di viabilizar su proyecto
nacional.

Las bondades del librecambio y de las autorregulaciones del mercado fueron la mejor arma del
imperialismo.

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