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“Los seres humanos quieren alcanzar la dicha conseguir la felicidad y mantenerla. Lo cierto es
el programa del principio de placer el que fija su fin a la vida. Este principio gobierna la
operación del aparto anímico desde el comienzo mismo. (p.76)
“El fin de la vida es conseguir la dicha y poder preservarla. Esta aspiración tiene dos
dimensiones: una negativa, para evitar el displacer y otra positiva para en efecto
vivenciar experiencias placenteras. El principio del placer es lo que pulsa la vida, pero
este es irrealizable, ya que bajo ningún punto de vista es posible evitar el displacer y
en cuanto a las vivencias continuas placenteras estas se dan por episodios, entonces ese
goce es permitido por el contraste. (Freud, 1929, p.76)
2) ¿Qué es el amor para Freud? ¿Por qué amar sería el método por excelencia de
evitación del displacer y de aspiración de la dicha? ¿Cómo actúa? Desarrolle y
exprese sus características.
Para Freud, el amor es lo más cerca del sufrimiento donde podemos estar, ya que
cuando amamos, jamás somos tan desamparadamente infelices como cuando perdemos el
objeto amado o su amor. Amar sería el método por excelencia de evitación del displacer y de
aspiración a la dicha, ya que una de las formas en que el amor se manifiesta, el amor
sexual, nos proporciona la experiencia placentera más poderosa y subyugante, estableciendo
así el prototipo de nuestras aspiraciones de felicidad. Las aspiraciones sexuales logran crear
ligazones duraderas entre los seres humanos, pero este amor sensual está destinado a
extinguirse si no se mezcla con componentes internos como las pulsiones inhibidas. Por otra
parte la felicidad de la vida se puede buscar también ante todo en el goce de la belleza,
donde quiera sea accesible a nuestros sentidos y a nuestro juicio: ya se trate de la belleza
en las formas y los gestos humanos, en los objetos de la Naturaleza, los pasajes, o en
las creaciones artísticas y aun científicas. Esta orientación estética de la finalidad vital nos
protege escasamente contra los sufrimientos inminentes, pero puede indemnizarnos por
muchos pesares sufridos. El goce de la belleza posee un particular carácter emocional,
ligeramente embriagador. La belleza no tiene utilidad evidente ni es manifiesta su necesidad
cultural, y, sin embargo, la cultura no podría prescindir de ella.
“Hay que amar para no caer enfermo y se cae enfermo cuando no se puede amar”
“(...) sitúa al amor en el punto central, que espera toda satisfacción del hecho de amar y ser-
amado. Una actitud psíquica de esta índole está al alcance de todos nosotros; una de
las formas de manifestación del amor, el amor sexual, nos ha procurado la experiencia
más intensa de sensación placentera avasalladora, dándonos así el arquetipo para
nuestra aspiración a la dicha” (Freud,1929, p.82).
3) El amor no nos salva ya que procura felicidad, sin embargo también la arrebata. Es
totalmente una paradoja ya que si bien es cierto que el amor hace posible el lazo social, a su
vez atenta contra él. Además considera que una gran cantidad de lazos afectivos son
considerados como amor, para que estos lazos sociales puedan mantenerse es necesario
inhibir las pulsiones. Si bien el hombre queda fijado a dos fundamentos, la obligación al trabajo
y el poderío del amor, el amor es uno de los fundamentos de la cultura, el amor sexual
ofrece al hombre las más intensas vivencias placenteras, pero conduce a una dependencia
del mundo exterior, exponiendo así al mayor de los sufrimientos, ligados con la infidelidad
y la muerte. Por una parte, el amor se contrapone a los intereses de la cultura; por la otra, la
cultura amenaza al amor con sensibles limitaciones.
Para Freud, S. (1929) nunca un sujeto está más en riesgo que cuando
ama, pues allí, queda a merced de la voluntad y del goce del Otro, cosa que no
perderse en él, quedando entonces en el estatus de puro objeto para aquel que
ama. “Nunca estamos menos protegidos contra las cuitas que cuando amamos;
4) A partir del texto, cómo cree que se sienten, la mujer y el hombre, frente a la premisa
cultural: amar al prójimo como a sí mismo? Relaciona tu respuesta con los conceptos de ética,
moral y dilema ético ́
Freud (1929) Refiere uno de los pretendidos ideales postulados por la sociedad civilizada. Es el
precepto “Amaras al prójimo como a ti mismo”¿Por qué deberíamos hacer eso? ¿De qué nos
valdría? Pero, sobre todo, ¿cómo llevarlo a cabo? ¿Cómo sería posible? Mi amor es algo
valioso para mí, no puedo desperdiciarlo sin pedir cuentas. Me impone deberes que tengo que
disponerme a cumplir con sacrificios. Si amo a otro, él debe merecerlo de alguna manera.
(Prescindo de los beneficios que pueda brindarme, así como de su posible valor como objeto
sexual para mí; estas dos clases de vínculo no cuentan para el precepto del amor al prójimo.) Y
lo merece si en aspectos importantes se me parece tanto que puedo amarme a mí mismo en
él; lo merece si sus perfecciones son tanto mayores que las mías que puedo amarlo como al
ideal de mi propia persona; tengo que amarlo si es el hijo de mi amigo, pues el dolor del
amigo, si a aquel le ocurriese una desgracia, sería también mi dolor, forzosamente participaría
de él. Pero si es un extraño para mí, y no puede atraerme por algún valor suyo o alguna
significación que haya adquirido para mi vida afectiva, me será difícil amarlo. Pag 106-107
5) ¿Cuáles son las dificultades estructurales para alcanzar el fin de la vida? De ejemplo de cada
una de ellas.
6) ¿Cómo pone la cultura límites a las pulsiones agresivas? Según Freud, se requieren
“calmantes” para soportar la vida. Freud distingue tres clases de ellos. Indique cuáles, qué
función tendría cada uno de ellos. De ejemplos propios de cada uno.
“La vida, como nos es impuesta resulta gravosa: nos trae hartos dolores, desengaños, tareas
insolubles. Para soportarla, no podemos prescindir de calmantes. (...) Los hay quizá, de tres
clases: poderosas distracciones que nos hagan valorar en poco nuestras miserias;
satisfacciones sustitutivas que la reduzcan, y sustancias embriagadoras que nos vuelvan
sensibles a ellas” (p. 75)
7)
Freud (1929) Desde tres lados amenaza el sufrimiento; desde el cuerpo propio, que, destinado
a la ruina y la disolución, no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma;
desde el mundo exterior, que puede abatir sus furias sobre nosotros con fuerzas
hiperpotentes, despiadadas, destructoras; por fin, desde los vínculos con otros seres humanos.
Pág. 76) El sufrimiento amenaza al ser humano desde tres fuentes:
-El cuerpo que tiene como destino su disolución (se determina como sufrimiento ya que
somos conscientes de nuestro envejecimiento, de la disolución de lo corporal)
-El mundo externo y sus avatares, que muchas veces no podemos controlar (provoca
sufrimiento porque muchas veces nos superan y no tenemos control sobre las mismas,
estamos a merced de su poderío)
-Los otros seres humanos (provoca sufrimiento por tener libre albedrío, por lo cual sus
opiniones, acciones o situaciones planteadas pueden afectarnos negativamente. De la
misma forma nosotros influimos en otros; de allí que sea tan importante establecer reglar de
ética y moral que regulen los comportamientos)
La fuente que resulta más dolorosa es la interacción con otros seres humanos, ya que muchas
veces las normas que regulan los comportamientos se vuelven insuficientes y el daño
prevalece. Siendo que se debe renunciar al goce y refrenar los impulsos, se forman sujetos
divididos que no siempre pueden actuar de la forma correcta. Freud en su texto plantea que
es mucho más fácil experimentar la desgracia que la felicidad, que la vida resulta
demasiado pesada, nos depara excesivos sufrimientos, decepciones, empresas imposibles.
Plantea que el sufrimiento nos amenaza por tres lados: desde el propio cuerpo, desde el
mundo exterior y desde las relaciones con otros seres humanos, y quizás este último
sea el más doloroso, ya que podría ser considerado una adicción. Bajo la presión de
tales posibilidades de sufrimiento, el hombre suele rebajar sus pretensiones de felicidad
(como, por otra parte, también el principio del placer se transforma, por influencia del
mundo exterior, en el más modesto principio de la realidad); no nos asombra que el ser
humano ya se estime feliz por el mero hecho de haber escapado a la desgracia, de haber
sobrevivido al sufrimiento; que, en general, la finalidad de evitar el sufrimiento relegue
a segundo plano la de lograr el placer.
Otro camino el ataque contra la naturaleza y someterla a la voluntad del hombre, como
miembro de la comunidad humana, empleando la técnica dirigida por la ciencia; así, se
trabaja con todos por el bienestar de todos.
Otra técnica de evitar el sufrimiento se trata de desplazar la libido, sin embargo solo es
accesible a pocos seres, y suele fracasar cuando el cuerpo se vuelve una fuente de
dolor. La sublimación de los instintos constituye un elemento cultural sobresaliente, pues
gracias a ella las actividades psíquicas superiores, tanto científicas como artísticas e
ideológicas, pueden desempeñar un papel muy importante en la vida de los pueblos
civilizados. Si cediéramos a la primera impresión, estaríamos tentados a decir que la
sublimación es en principio, un destino instintual impuesto por la cultura; pero convendrá
reflexionar algo más al respecto. Es decir, es un proceso anímico que permite desplazar la
carga libidinal, convirtiéndola en algo socialmente aceptable, usualmente mediante el
trabajo intelectual o psíquico. Sin embargo, las sensaciones logradas no suelen ser tan
intensas como las producidas por las pulsiones primarias. Si bien la sublimación se considera
el método más elevado de evitación del sufrimiento, no es universal porque requiere de
disposiciones y características específicas de la persona, a cuyo grado necesario no pueden
acceder todas las personas. Además, quienes puedan desarrollar dicho proceso tampoco
quedan exentos del todo al sufrimiento, ya que si poseen una causa de padecer interno
lo seguirán experimentando.
“Las necesidades religiosas derivan del desvalimiento infantil y de la añoranza del padre
que aquel despierta, tanto más si se piensa que este último sentimiento no se prolonga en
forma simple desde la vida infantil, sino que es conservado duraderamente por la angustia
frente al hiperpoder del destino” (Pp. 72-73)