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I:
Para Freud, ningún olvido se pierde, no hay nada que quede sepultado, si se dan las
condiciones adecuadas puede ser traído a la luz nuevamente. Lo pasado puede
persistir en la vida anímica, no necesariamente de destruirá.
II:
Los seres humanos quieren alcanzar la dicha, conseguir la felicidad y mantenerla. Este
objetivo tiene dos lados, uno positivo y uno negativo. Por un lado quieren evitar el
dolor y el displacer, y por otro lado, vivir intensos sentimientos de placer.
El principio de placer fija su fin a la vida, pero esto es totalmente irrealizable, parece
ser que la idea que las personas sean “dichosas” no está contenido en el plan de la
“creación”. El sufrimiento amenaza desde tres lados:
El método más tosco, pero también el más eficaz para evitar el sufrimiento, es el
químico: la intoxicación. Aquí ubicaremos a las sustancias embriagadoras, siendo
estas un bien tan grande, que individuos y pueblos enteros les han asignado una
posición fija en su economía libidinal. Además de causar ganancia de placer, permite
una cuota de independencia del mundo exterior.
Si bien el programa del principio de placer (Alcanzar la dicha) es irrealizable, nada nos
impide acercarnos de algún modo a su cumplimiento.
III:
Freud descubrió que el ser humano se vuelve neurótico porque no puede soportar la
medida de frustración que la sociedad le impone a través de sus ideales culturales.
Quizás suprimir estas exigencias o disminuirlas significaría un regreso a la posibilidad
de dicha.
No puede pasarse por alto que la cultura se edifica sobre la renuncia pulsional, en la
no satisfacción de las poderosas pulsiones.
IV:
V:
El trabajo psicoanalítico demuestra que justamente, son estas frustraciones son las
que el neurótico no tolera. Sumado a que la cultura exige otros sacrificios más allá del
de la satisfacción sexual.
La realidad efectiva nos muestra que la cultura pretende ligar entre sí a todos los
miembros de la comunidad también libidinalmente y promueve todos los medios para
establecer fuerte identificaciones entre ellos (Ejemplo las fechas patrias). Moviliza una
libido de meta inhibida para fortalecer los lazos comunitarios mediante los vínculos
de amistad. Para cumplir estos propósitos es inevitable limitar la sexualidad.
El ser humano está lejos de ser un ser manso y amable, es licito atribuirle a su
dotación pulsional una buena cuota de agresividad. De esta forma, el prójimo no es
solamente un objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión.
VI:
Freud menciona aquí que al comienzo se contrapusieron las pulsiones yoicas y las
pulsiones de objeto (Aquí las llama pulsiones de objeto, pero en realidad son las
pulsiones sexuales), para designar la energía de estas últimas, Freud utilizo en nombre
de libido. Una de las pulsiones de objeto es la sádica, donde su meta no es
precisamente el amor. La neurosis se nos presentó como el desenlace de una lucha
entre el interés de la autoconservación y demandas de la libido.
VII:
La agresión es introyectada, interiorizada, pero en realidad en reenviada a su punto
de partida, es decir, su propio Yo. Ahí es recogida por una parte del Yo, que se
contrapone al resto como Superyó y entonces, como “conciencia moral”, está
dispuesta a ejercer contra el yo la misma agresividad con la que el yo habría satisfecho
de buena gana en otros individuos. Llamaremos “conciencia de culpa” a la tensión
entre el superyó que se ha vuelto severo y el yo que le esta sometido. Esto se
exterioriza como necesidad de castigo. La cultura vigila al gusto agresivo del
individuo, mediante la internalización en el sujeto de un superyó.
VIII:
La energía agresiva de la que está dotada el superyó, sería una agresión desplazada
hacia el interior. Cuando una aspiración pulsional sucumbe a la represión, sus
componentes libidinosos son transpuestos en síntomas y sus componentes
agresivos, en sentimiento de culpa.
La identificación:
Con la madre, una investidura sexual que la toma por objeto (Por
apuntalamiento)
Con el padre, una identificación que lo toma por modelo.
Puede ser que el complejo de Edipo experimente una inversión, que se tome por
objeto de amor al padre en una actitud femenina.
En el primer caso, el padre es lo que uno querría ser (La identificación aspira a
configurar el propio yo, tomando al padre como modelo), y en el segundo caso, lo que
uno le gustaría tener. En un caso la ligazón recae sobre el sujeto, y en el otro, en el
objeto del Yo.