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‘Los muchos’ han perdido las organizaciones con las que podían luchar políticamente y
conseguir objetivos concretos. Y, aun así, el siglo XXI parece haber inaugurado luchas
constantes de ‘los muchos’ contra ‘los pocos’ –los poderosos económica (oligarquía) y
políticamente (los partidos y sus representantes escindidos de la sociedad). “La novedad
es que ahora ‘los muchos’ no tienen la capacidad –por carecer de organizaciones
mediadoras– de traducir su descontento y su movilización en conflicto.” La sociedad no
logra pasar del estadio de la convulsión al del conflicto.
Cuando los partidos eran capaces de organizar a la sociedad, podían poner a ‘los
muchos’ en una condición de poder. Desde la democracia antigua, ‘los muchos’
precisaron crear instituciones –asambleas, parlamentos, asociaciones, partidos–, pero
también una identidad colectiva como actores políticos, como ciudadanos. Eso permitió
estabilizar la tensión de clase entre quienes tienen poder –y no necesitan organización
partidaria– y quienes no tienen poder –y necesitan mucha organización partidaria–. Hoy
la situación se invirtió. En tanto los partidos no son capaces (o no quieren) organizarse,
los ciudadanos se encuentran en una condición de horizontalidad desorganizada, que los
revela sin fuerza y sin capacidad de poner límites al poder de ‘los pocos’. Si se quitan –
como se ha hecho– los límites que ‘los muchos’ pueden ponerles a ‘los pocos’, estos
utilizan las instituciones y los Estados para aumentar su poder. En Occidente, esto es
visible en el declive de la fiscalidad sobre los ingresos. “Al igual que asistimos a una
desresponsabilización de los partidos de su función mediadora y representativa,
asistimos también a un proceso de desresponsabilización de los más ricos y los más
poderosos respecto de sus obligaciones hacia la sociedad. Democracia minimalista –en
la que los partidos se escinden del cuerpo social– y neoliberalismo –en la que ‘los
pocos’ se desresponsabilizan de sus obligaciones de cara a la ciudadanía– se unen.”
‘Los pocos’ se han divorciado de sus responsabilidades y han decidido producir una
autosecesión respecto del cuerpo social. Esto es problemático, porque la responsabilidad
debe ser proporcional al poder que tenemos. La tributación debe estar relacionada con la
capacidad económica. Hoy es exactamente al revés.
Usted entiende que el conflicto entre pocos y muchos, tal como está planteado hoy, no
es productivo. No se resuelve, se mantienen sectores de poder y los movimientos de
protesta expresan críticas, pero sin lograr reformas sustanciales. ¿Cuáles son las
razones de la improductividad de este conflicto?
Hay dos razones fundamentales. Una es la transformación de los partidos políticos. Esa
transformación va unida a cambios sociológicos y económicos, como el declive del
trabajo como cemento de la sociedad. No hay más que mirar hacia atrás para constatar
que toda la arena política estaba sustanciada sobre la base de conflictos asociados al
trabajo y al salario. Eran las cuestiones fundamentales del conflicto político a partir de
la segunda guerra. La segunda cuestión se vincula a la transformación de la economía
global. El poder de las finanzas ha reducido la capacidad de maniobra de los Estados.
Los partidos no pueden, a nivel interno, prometer grandes reformas, lo que conduce a
una desafección política por parte de la ciudadanía, que percibe y siente que la política
tradicional ya no le sirve, no le ayuda a resolver el conflicto. Mientras, desde el otro
campo, los pocos están bien organizados, incluso a nivel global, y utilizan a los Estados
para contener y reprimir a los muchos, pero ya no para crear las condiciones necesaria
para una buena democracia colectiva en la que pocos y muchos puedan convivir.
Una parte de la izquierda tuvo responsabilidad en estos procesos. Su error fue creer que
el progreso podía venir del mercado. Tras el fin de la Guerra Fría, una parte de la
izquierda democrática asumió que era posible desarrollar políticas de justicia a través
del mercado, entendiendo que había en él una fuerza virtuosa capaz de distribuir según
el mérito y de intervenir en áreas que el Estado no podía hacerlo. Según la Tercera Vía,
el mercado estaba dotado de algún tipo de inteligencia ética. Esta concepción fue nociva
para la izquierda, en tanto la ciudadanía dejó de considerarla como fuerza
emancipatoria. Hoy, muchos desconfían de esa izquierda democrática, en tanto no
perciben en ella a una fuerza política capaz de dar respuestas a sus problemas reales. No
son pocos quienes se han deslizado hacia la derecha, por considerar que la izquierda ha
abandonado no solo su proyecto político, sino también a su propia gente.
Cuando a inicios de la década de 1990, el sistema político italiano entró en crisis por la
corrupción, se generó una disposición a abandonar las formas clásicas. El PC había sido
uno de los que más había contribuido a fortalecer la democracia partidista y desarrollar
una vida interna que se relacionaba con su acción en las instituciones, fue desmantelado.
El Partido Democrático afirmó que debía pasarse de un partido organizado, vivo y de
militantes, a uno de simpatizantes y electores. Hoy es un partido líquido, que carece de
estructuras clásicas de liderazgo y de apoyo en organizaciones o ramas locales.
¿Cuál es la igualdad que nos importa, como personas de izquierda? No una que
uniformiza, sino una conflictiva. No una igualdad impuesta desde el Estado, sino que
asuma la pluralidad social y el conflicto. En la tradición de Maquiavelo, y de Piero
Gobetti, “el conflicto es una palanca de libertad”. Es el alma de la política y es necesaria
para la democracia. Es por ello que los partidos, las ideas políticas, las alternativas
importan. Las grandes movilizaciones y levantamientos populares expresan esa
necesidad del conflicto, pero no llegan a producirlo por la carencia de las estructuras
que le dan sentido político real a ese conflicto. Hoy, una tradición de izquierda
democrática y reformista tiene que pensar sobre esos ejes: la importancia de los actores
colectivos como sindicatos, partidos, asociaciones sociales. Necesitamos instituciones
mediadoras, formas de agregación de solidaridad entre personas que tienen algo en
común que defender o por qué luchar. La asociación, la organización, el conflicto y la
contestación constituyen fundamentos de una democracia abierta. Y hoy la democracia
está cerrada porque carecemos de esa dimensión, de ese horizonte en el que, como decía
Bobbio, seamos conscientes de que hay posibilidad de hacer las cosas de otra forma.
Advertir esa posibilidad ya sería, para la izquierda, un enorme progreso.