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El poder de la participación

Muchos años de bipartidismo y de mayorías absolutas habían producido una


extraña sensación de estabilidad política en nuestro país. La ampliación del
arco parlamentario, con la irrupción de diversas fuerzas políticas pugnando por
la hegemonía, tanto en el gobierno como en la oposición, ha variado
sustancialmente los ejes de referencia en las relaciones de los partidos
políticos, y sus representantes institucionales, con los grupos de interés,
también conocidos como lobbies, un término no exento de ciertas
connotaciones peyorativas y que tiene tanto grandes defensores como
detractores.

En un sistema democrático donde las posibilidades de participación ciudadana


son tan limitadas como cargadas de dificultad, la dinámica de los poderes
ejecutivo y legislativo con la sociedad civil no es solo una cuestión de
transparencia, sino que se trata del establecimiento de una verdadera simbiosis
entre la ciudadanía y las instituciones ya que, a menudo, la interlocución
institucional sistemática con el mundo asociativo aporta profundidad en temas
complejos sobre los que hay que legislar, una óptica diferente a la del poder y,
como no, una opción única de participación, por parte de los grupos de interés,
en la elaboración de las políticas públicas y en las decisiones que les van a
afectar en el futuro.

Se trata, por una parte, del incremento de las prácticas democráticas y de buen
gobierno en las instituciones, del difícil camino hacia la transparencia, del
fomento de la participación ciudadana y del asentamiento de criterios más
elevados de pluralidad. No obstante, también se trata de aumentar los niveles
de calidad y eficacia legislativa, incorporando el know-how de entidades que
pueden llevar años y años generando conocimiento sobre aquellos asuntos
sobre los que se va a legislar o sobre los que se van a tomar decisiones de
gobierno de gran repercusión en la sociedad.
Aunque estamos inmersos en una democracia representativa, nuestra
Constitución contempla, en su artículo 23.1, que la ciudadanía tiene derecho a
participar en los asuntos públicos de forma directa, y no solo a través de sus
representantes electos. En suma, se trata de algo más básico: conectar, de una
forma eficiente, a la ciudadanía con sus instituciones, después de constatar la
lejanía existente, actualmente, entre estos dos mundos condenados a
entenderse.

Es posible que los partidos políticos y sus grupos parlamentarios no suelan


llevarse bien con los grupos de interés. Porque no es cómodo tener que
mantener una interlocución duradera y sistemática con la sociedad civil; porque
no es cómodo tener un grupo de interés como necesario colaborador en
materia legislativa; porque es sumamente incómodo tener que incorporar el
punto de vista y las reivindicaciones de un grupo de interés en la redacción de
un proyecto legislativo, o en la toma de decisiones del ejecutivo, aunque con
ello se enriquezca la acción del legislador o se haga justicia a la ciudadanía con
las acciones de gobierno. Pero esto no es una cuestión de comodidad.

No obstante, y llegados a este punto, es probable que podamos caer en la


tentación de pensar que son los grupos de interés los que más necesitan de
esta colaboración, que la representación de los intereses legítimos de un
colectivo, articulados por una entidad asociativa, proporcionan sentido a su
propia existencia y le refuerzan su identidad. Nada más lejos, esta colaboración
proporciona niveles de participación a los grupos de interés que refuerzan la
calidad democrática de las instituciones, mejoran las decisiones de estas
últimas y van construyendo un entramado sociopolítico con el foco situado en la
ciudadanía.

El asociacionismo siempre trata de fijar temas en la agenda política,


normalmente a través de sus actividades cotidianas y eventos, otras veces
mediante una acción comunicativa más o menos notoria y, algunas veces, a
través del establecimiento de relaciones institucionales organizadas y
periódicas con los representantes políticos. Pero, para actuar como un actor
importante en la elaboración de las políticas públicas o en la eficacia
regulatoria, será necesario hacer llegar a estos representantes políticos el
conocimiento del propio interlocutor y del colectivo al que representa, su
problemática fundamental, así como el pliego de reivindicaciones detallado y
valorado presupuestariamente, para que desde la política no se tenga que
destinar más tiempo del necesario para defender estas propuestas,
aprovechando la gestión del conocimiento asociativa.

Y, más allá de algún devaneo postmarxista o del logro de cualquier hegemonía,


sin duda, la carencia de un tejido asociativo fuerte y eficaz, capaz de actuar
como lobby en la defensa de los intereses de los colectivos a los que
representa, supone una merma democrática para nuestro sistema de
representación.

Sin embargo, es imprescindible considerar que en el centro de esta cuestión


está la demanda de participación, por parte de la ciudadanía.

La participación es un concepto presente en toda la historia del management,


como un vehículo hacia el logro del compromiso de un colectivo con una causa
u objetivo, un concepto que ha sido tema central en el desarrollo del
cooperativismo moderno, que está a la base de la sociedad civil de las
modernas sociedades democráticas y que supone el gran reto para la
articulación de una democracia basada en la centralidad de la ciudadanía y en
la resolución de sus problemas.

Actualmente, hasta gobiernos autonómicos como el Botànic valenciano ha


realizado esfuerzos por regular la participación de los grupos de interés en la
vida política, porque los gobiernos que no escuchan la voz de su pueblo y no
tratan de solucionar sus necesidades, pierden la dignidad para gobernarlos. No
obstante, más allá de un conjunto de acciones dirigidas a la regulación de la
transparencia en las relaciones de los grupos de interés y sus representantes
políticos, será el nivel de honestidad e intensidad en este tipo de relaciones
institucionales lo que conllevará una dinámica democrática de más calidad y el
establecimiento de una nueva era en donde el equilibrio entre el sector público
y privado, la pluralidad, la participación y la negociación marquen el devenir de
las políticas públicas, y no una mera y deseada mayoría absoluta.

BIBLIOGRAFÍA:

 Laclau, E. y Mouffe, C. “Hegemonía y estrategia socialista - Hacia una


radicalización de la democracia” (1ª edición). España: Siglo XXI. 1987.
 Innerarity, D. “Comprender la Democracia”. Editorial Gedisa. Barcelona 2018.
 Monge, C. y Oliván, Raúl. “Hackear la Política”. Editorial Gedisa. Colección Más
Democracia. Zaragoza 2019.
 Montiel, A. y Guillem, G. “Acord del Botànic”. Balandra Edicions. Valencia 2019.
 Politikon (Galindo, J., Llaneras, K., Medina, O., San Miguel, J. Simón, P. y
Senserrich, R.) “La urna rota. La crisis política e institucional del modelo español”.
Editorial Debate. Barcelona 2014.

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