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321 ALEGRE CARVAJAL E y GOMEZ LOPEZ C Ordenes y Espacio Sistemas de Expresion de La Arquitectura Moderna 2016 PDF
321 ALEGRE CARVAJAL E y GOMEZ LOPEZ C Ordenes y Espacio Sistemas de Expresion de La Arquitectura Moderna 2016 PDF
Sistemas de expresión
de la arquitectura moderna
(siglos XV-XVIII)
Esther Alegre Carvajal
Consuelo Gómez López
Órdenes y espacio:
Sistemas de expresión
de la arquitectura moderna
(siglos XV-XVIII)
ISBN: 978-84-362-6997-0
Depósito legal: M-2542-2016
Obras de referencia. .... ............................ .. .. ..... .................................. .. .... .. ... .... ........................ . 54
11. TEMAS Y TIPOS FORMALES ........... ...... . ..... .. ....... ........................... .................... ....... .. 122
11.1. El espacio en perspectiva ......... .................. ...... .............. .................... ................... .... 122
11 .2. El espacio ce ntra li zado ............... .... ... ..... ....... ........................................................ ... . 125
11.3. Espacio y movimiento ................ ..... ................................................ ........ .. .... ......... .. 135
Obras de referencia ..... ........ ................... .. ............................................................. ....... ......... ... . 142
111 . OTROS MODELOS ... ............. ... . ........ .. ...... ................................. .................................... .... .. 178
111.1. Bibli oteca, hospita l, teatro .. ... ..... ............ .... ................................... .. .................... .. 178
Obras de referencia ..... .................... ..... ..... .................................... .... ........................... .... ...... ... 182
11.2. El espacio regular de la s plaza s ................. .... . ... ..... .................... ........................... . 217
11.3. Ciudad , territorio y naturaleza ... .. ...................................... ... ... ...... .. ................. ........ 224
Obras de referencia .............. ... ....... .. ...... .... ..... ... ................. ...... ..... .. .... ......... .. .. .... .................. .. 229
l. CLÁSICO Y CLASICISMO ........ .. ............ ........... ..... ................................... ................. ...... .. .... 233
1.1 . Renacimi ento y Clasicismo........ .. ........... ..................................................... ......... .. .... 235
1.2. La crisis del Clasici smo. Manierismo y arquitectura ................... ...................... ... ...... 237
1.3. Los Clasicismos del Barroco :... ..................... .... ..... ..... .................. .................. ............. 240
1.4. El Clasicismo de la Academia .... ................ .. ......................................................... ...... 243
11. CAMINOS DEL CLASICISMO .......................... ....... .... ..... ..... .. ..... ...... .......... ..... .............. ...... 246
11.1. El Clasicismo francés ............................ ....................... ..... ... .. .. ........ .. .. .. ..................... 247
11.2. El Escorial y el Clasicismo español ....................................... ............ .... .... .......... .. ..... 253
11.3. El Palladianismo ingl és ..................... ... ............................... .... ............ .... ................... 259
Obras de referencia .............. .. .................. ..... .. ...... .. .......... ...................... .......... ...... .. ........... ..... 264
l. EL ESPACIO MODERNO COMO CONCEPCIÓN Y EXPRESIÓN DEL MUNDO ....... ................. 267
1.1. Espa cios de persuasió n y propaganda . La fie sta y su dimensión escénica ..... .... .. ... 267
1.1 .1. Escenografía s en palacio ................................................. ... ........ ..................... 268
1.1.2. Fiesta y ciudad: la escena urbana.................................... .... .... .......... ............ 283
1.2. La geometría del espacio: una sistematización del mundo externo ... .. .. ....... ... .... ... 291
1.3. Espacios emblemáticos del hombre moderno : el templo y el palacio ... .... .. ........... 297
11. LOS ÓRDENES: UN VOCABULARIO PARA COMPONER MENSAJES .... .... .. ............. .......... .... 301
11.1 . La teoría modal y el decoro .................... ... .... ... . ..... ... .............. ..... .. ........ ... .. ........... . 301
11.2. Advocación , fun ción y significado ............................... ......... .. ................................... 304
Obras de referencia ........................ ... ............................................................................ ... ......... 31 1
Capítulo 1
EL CONCEPTO DE ESPACIO ARQUITECTÓNICO
Consuelo Gómez López
I. EL CONCEPTO DEL ESPACIO EN LA HISTORIA Y EN LA HISTORIOGRAFÍA
Considerado por algunos arquitectos e historiadores del arte como el más destacado
y sobresaliente de los elementos que componen la arquitectura, o tan solo por otros como
uno de los que la componen, lo cierto es que el espacio ha constituido a lo largo de la
historia un elemento esencial del debate crítico surgido en torno al hecho arquitectónico.
Su concepto se ha visto sometido en el tiempo a un proceso continuo de reflexión, revi-
sión y reformulación por quienes le han dado forma y le han estudiado e interpretado,
proyectando a través de sus opiniones las diversas posturas críticas desde las que cada
uno se iba situando frente a la arquitectura: la tradición, el influjo de la teoría y la cultura
arquitectónica del período en el que desarrolla la obra, su propia teorización frente a la
misma, o el influjo ejercido por los modos de conocimiento y los usos políticos y cultura-
les del momento, muy determinados a su vez por los múltiples intentos de definición de
la noción de espacio que se han ido formulando desde el ámbito de la filosofía, la ciencia
y el arte, a lo largo de la historia.
El concepto del espacio arquitectónico propio de la arquitectura occidental se ha con-
vertido, de este modo, en una creación histórica (G. C. Argan, 1982), en cuya definición ha
intervenido de forma especial, por lo que se refiere a la Edad Moderna, la consideración
del edificio en sí mismo y en relación con el entorno que le rodea, es decir, en su doble
dimensión arquitectónica y urbanística. Tengamos en cuenta que el espacio define los vo-
lúmenes que hacen posible la función arquitectónica y el recorrido a través de su interior.
Pero es también a su vez el resultado de las relaciones que los edificios establecen entre
sí, y con el entorno que les rodea. Y esta consideración actúo en la Edad Moderna como
un elemento decisivo para arquitectos y urbanistas a la hora de proyectar sus obras. Así lo
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El concepto de espacio arquitectónico
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CAPÍTULO 1
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El concepto de espacio arquitectónico
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CAPÍTULO 1
El debate iniciado a finales del siglo XIX y principios del XX cobraría fuerza a partir de
los años cincuenta del pasado siglo, con los trabajos de Rex D. Martienssen (El concepto del
espacio en la arquitectura griega, 1958), Giulio Carlos Argan (El concepto del espacio arquitec-
tónico desde el Barroco a nuestros días, 1966), Christian Norberg-Schulz (Existencia, Espacio,
arquitectura, 1975), Cornelis Van De Ven (El espacio en arquitectura, 1981), P. A. Michelis
(«L’Espace-Temps et l’architecture du XX siecle», en Journal of Aesthetics vol. VIII. Athenes.
1959) o Bruno Zevi (Saber ver la arquitectura, 1958 y Architecture in Nuce: Una definición
de Arquitectura, 1969). A ellos se unirían las reflexiones sobre el concepto de espacio de
historiadores del arte como P. Francastel, E. Panofsky, M. Fagiolo, P. Portoguesi o M. Tafuri,
entre otros muchos, dando continuidad a un tema que sigue siendo objeto de debate
hoy en día.
Aunque con matices y ciertas posturas divergentes, muchos de estos autores coinci-
dían en afirmar que el espacio constituía el elemento imprescindible del hecho arquitec-
tónico. Así lo expresaba el arquitecto y crítico de arte B. Zevi, quien consideraba que:
«La experiencia del espacio interno es el fenómeno peculiar de la arquitectura, el que
define y consolida los contenidos sociales y los instrumentos técnicos y los valores expre-
sivos cualesquiera que sean, de la poesía a la prosa, de lo hermoso a lo horrendo; el
espacio interior, es por tanto, el “lugar” donde se dan cita y se cualifican todas las mani-
festaciones de la arquitectura» (Zevi, 1969).
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El concepto de espacio arquitectónico
La idea se hizo presente, de hecho, en las diversas interpretaciones vinculadas con di-
ferentes formas de pensar y abordar la cuestión por el conjunto de historiadores del arte,
arquitectos y críticos, que protagonizaron desde el principio y desde diversas posiciones, el
debate historiográfico. Entre ellas la corriente Funcionalista, representada por L. H. Sullivan
(1856-1924), para la que todo edificio está determinado por su función, incluida aquella
relacionada con su carácter simbólico; la Formalista, representada por Arnheim y
H. Wölfflin, que otorga una absoluta preponderancia a los elementos formales de la obra,
al margen de consideraciones éticas o estéticas; la Historicista, que hacía depender el he-
cho arquitectónico de su contexto, con J. Burckhardt, H. Wölfflin, S. Giedion y N. Pevsner a
la cabeza; o la Espacialista, defendida por arquitectos como H. Focillon (1881-1943), quien
consideraba que la esencia de la arquitectura residía en el espacio. Esta afirmación cobró
fuerza con los trabajos de H. Wölfflin, P. Frankl, B. Zevi y S. Giedion, autores todos ellos que
aparecerán repetidamente en la bibliografía de cualquier estudio de la arquitectura moder-
na, determinando con sus interpretaciones nuestra actual visión de este período artístico.
En el discurrir de este debate surgiría en los años 60 del pasado siglo la posición críti-
ca de José Ricardo Morales, quien ponía en tela de juicio (La concepción espacial de la ar-
quitectura, 1969) la idea enunciada por Schmarsow de que el espacio era la esencia de la
arquitectura, introduciendo una relevante diferenciación entre el espacio físico y el abs-
tracto, que sería muy reivindicada por la arquitectura del movimiento moderno y que
marcaría gran parte del debate sobre el concepto del espacio a partir de entonces, espe-
cialmente entre los arquitectos. La postura de Morales estaba clara:
«La arquitectura no «modela» el espacio, así fuera materia dócil, entre otras razones
porque el espacio no es una entidad real y perceptible, sino una abstracción que puede
efectuarse desde campos muy distintos del pensamiento y partir de incontables supuestos.
Por lo tanto no se configura el espacio, sino lo espacial o extenso, que es algo muy dife-
rente» (J. R. Morales, La concepción espacial de la arquitectura, 1969).
Desde otro punto de vista, resulta interesante la intervención en el debate sobre el es-
pacio de M. Foucault en los años 70 del pasado siglo, quien se encargó de reivindicar una
visión ideológica del espacio. A partir de los estudios que realizó sobre los siglos XVIII y XIX,
Foucault puso en relación los conceptos de saber, poder y espacio, llegando a reconocer
que el espacio era fundamental para el ejercicio del poder (El ojo del poder. Entrevista con
Michel Foucault, en Bentham, Jeremías: «El Panóptico», 1980). Poco más tarde, el pensador
marxista H. Lefevre, en su relevante obra The production of Space, pondría sobre la mesa
una nueva distinción entre el espacio físico (percibido), mental (abstracto) y social (vivido).
Con sus escritos, todos estos autores contribuyeron a mantener viva la vigencia crítica
del tema entre historiadores del arte, teóricos críticos y arquitectos. Así lo demuestran las
palabras pronunciadas en 1981 por el arquitecto C. van De Ven, quien comentaba:
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CAPÍTULO 1
«¡El espacio! una palabra con tal atractivo mágico para el arquitecto del siglo XX, una
palabra tan empleada (y mal empleada) que comencé a preguntarme de dónde provendría
y qué podría significar. Escuchando a mis maestros, les oí emplear la palabra «espacios»
con diversas entonaciones y, al principio de los libros sobre arquitectura, tal concepto suele
ser presentado como el alfa y omega de la misma. Y, finalmente, cuando comencé a dise-
ñar, tuve la excitante impresión de haber topado con el concepto más misterioso e intan-
gible de la arquitectura: el espacio» (El espacio en arquitectura, 1981).
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El concepto de espacio arquitectónico
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Textos
«Tres concepciones del espacio»
De la obra de Sigfried Giedion (1941). Espacio, tiempo y arquitectura.
Origen y desarrollo de una nueva tradición. Barcelona, 2009, pp. 36-37.
«… Hay tres etapas en el desarrollo arquitectónico. Durante la primera etapa (la primera concep-
ción del espacio), el espacio se hacía realidad mediante la interacción de los volúmenes. Esta etapa
abarcó la arquitectura de Egipto, Sumer y Grecia. El espacio interior no se tenía en cuenta.
La segunda concepción del espacio comenzó a mediados de la era romana, cuando el concepto de
espacio interior llegó a ser sinónimo de cavidad. Alos Riegl fue el primero en reconocerlo. Pese a varias
diferenciaciones profundas, este concepto del espacio perduró a lo largo de todo el período que abarca
desde el Panteón de Roma hasta finales del siglo XVIII.
La concepción del espacio surgió a principios del siglo XX, con esa revolución óptica que abolió el
punto de vista único de la perspectiva… y así pudieron volver a valorarse esas cualidades de emana-
ción espacial que tienen los edificios exentos. Se aprecia cierta afinidad con la primera concepción del
espacio… Al mismo tiempo la máxima preocupación de la segunda concepción del espacio (la cavidad
del espacio interior) continúa existiendo, aunque hay un enfoque profundamente distinto del proble-
ma del abovedamiento…».
****
«… Al igual que la pintura tardó en llegar a expresarse realmente a través del color, la arquitectura,
para expresarse realmente a través del espacio, tuvo que esperar a la civilización romana. No puede
decirse que las construcciones del antiguo Egipto se expresasen realmente a través del espacio (…). Los
griegos, que fundaron nuestro concepto de humanidad, llevan el espacio a la escala humana, lo entien-
den siempre no en sí mismo, sino como vestimenta del hombre, es decir, plásticamente (…). El templo
griego es, más que verdadera arquitectura, una magnífica escultura: un bloque de mármol plástica-
mente modelado al exterior como un grandioso altorrelieve, pero dentro del cual no se vive (…).
En Roma se pierde el supremo equilibrio helénico, no contenido por más tiempo en sus límites: la
razón del mundo ya no es el hombre como medida espiritual o como modelo plástico del universo, sino
el hombre como tensión, fuerza que busca un punto de apoyo, energía física y potencial moral, volitiva.
Por tanto, el romano concibe el espacio no como término de armoniosa contemplación, sino como lugar
de su acción, de su insaciable experiencia y conquista; y por eso se rodea del espacio, y amplía sus edifi-
cios, aumenta los vanos interiores, los remata con ábsides y cúpulas; los hace, en fin, casi explotar en
una dilatación inmensa: cuando se entra en el Panteón o entre las ruinas de las Termas o de la basílica
de Majencio, uno se siente envuelto rápidamente por el sentido de una extraordinaria enormidad del
espacio… la arquitectura romana es así el primer lenguaje constructivo propiamente espacial que nos
han ofrecido las civilizaciones antiguas: es la primera arquitectura en su sentido auténtico (…). Alguien
quizá responderá que también los edificios egipcios o helénicos tienen espacio, ya que también en ellos
se puede entrar, caminar, estar. Pero he aquí la raíz de un equívoco fácil, el de confundir espacio físico,
en el que se actúa, con el espacio artístico, el espacio convertido así en forma de una imagen artística…».
21
El Panteón de Roma (s. II a. C.). En el Tercer Libro de Arquitectura de S. Serlio (1540)
(exterior de la fachada y planta).
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CAPÍTULO 1
Esta concepción del espacio fue asumida por los arquitectos del Quattrocento, para
quienes el debate en torno a su creación se convirtió en algo esencial desde el punto de
vista artístico, llevándoles a emprender un interesante camino de experimentación, cuyo
objetivo consistía en conseguir un espacio racional y unificado, fácilmente comprensible,
que debía estar necesariamente basado en la lógica de las relaciones espaciales, pero en
el que también se tenían en cuenta los efectos que pudiese tener su contemplación en el
espectador.
Desde una perspectiva formal, como veremos más adelante, los teóricos y arquitec-
tos del Renacimiento han considerado a la arquitectura clásica como un sistema defini-
do por la presencia de los órdenes clásicos, extraídos y reinterpretados a partir del
Quattrocento por parte de los humanistas. Sin embargo, debemos indicar aquí, y así lo
veremos a lo largo de los temas que componen este libro, que no podemos someter toda
la actividad de innovación que desarrollaron los arquitectos del Renacimiento a la aplica-
ción de los órdenes. La renovación y la creación de un nuevo espacio arquitectónico resi-
dió en parte, en efecto, en la codificación de un lenguaje arquitectónico cada vez más
estricto y normativo, que tenía su base en el empleo de los órdenes, pero también en el
empleo que se hizo de conceptos como la proporción, la perspectiva y al simetría, entendi-
das como base de la creación de un espacio ordenado. De hecho, tanto la teoría de los
órdenes como la reflexión sobre las proporciones y el uso de la perspectiva, gozaron de
una vigencia incontestable durante todos los siglos de pervivencia del Clasicismo (XV al
XVIII). Todo ello hizo de la proporción y la perspectiva, junto a la recuperación de los ele-
mentos propios del lenguaje arquitectónico de la Antigüedad Clásica, los principales ins-
trumentos de trabajo de los arquitectos del Renacimiento. El espacio arquitectónico del
Renacimiento se convirtió, en virtud de su empleo, en un espacio unificado, regido por
los principios de armonía, orden y simetría, sometido a las leyes de la perspectiva que
organiza el espacio.
La recuperación de la doctrina arquitectónica vitruviana tuvo mucho que ver en este
proceso. En sus Diez Libros de Arquitectura, Vitruvio había expresado una idea de la arqui-
tectura de la que formaba parte esencial la proporción. «No puede hablarse de una obra
bien realizada —decía Vitruvio— si no existe una relación de proporción, regulada como
lo está en el cuerpo de un hombre bien formado». Es decir, que la armonía que hacía
un edificio bello y bien construido pasaba inevitablemente por respetar un sistema de
proporciones basado en el cuerpo humano, o lo que es lo mismo, en la Naturaleza, que
tenía como base la euritmia (buena disposición entre las diversas partes de una obra) y la
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El concepto de espacio arquitectónico
simetría, o lo que es lo mismo, el control del espacio arquitectónico. Se trataba de una ley
de carácter antropométrico, según la cual debía existir una correspondencia entre las
medidas de una determinada parte de la obra y su conjunto, haciendo de éste una espe-
cie de organismo. La idea queda muy bien recogida por Vitruvio en sus Diez Libros de
Arquitectura cuando dice:
«El diseño del templo obedece a la Simetría, cuyas leyes ha de observar el arquitecto
rigurosamente. La Simetría depende a su vez de la Proporción, en griego analogía, que es
la correspondencia en las medidas de las distintas partes del todo y las del todo con la
parte que se toma como norma. De aquí se derivan los principios de la Simetría. Sin
Proporción y sin Simetría no habría leyes según las cuales trazar los planos del templo,
como si no hubiera relación entre sus elementos como la hay, por ejemplo, entre los
miembros del cuerpo humano cuando está bien hecho. (…) Pues bien, de igual modo
debe hallarse en los templos la mayor armonía en las proporciones y relación de simetría
entre los elementos y el conjunto que forman. (…). Así, ya que la naturaleza ha hecho el
cuerpo humano del modo que los miembros guardan proporción con las medidas totales,
parece fundada la antigua norma de que en el edificios perfecto los distintos elementos
guarden exactas proporciones con el trazado general y el total…» (cap. II).
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CAPÍTULO 1
«… porque, ante todo, con el estudio y la diligencia del gran Filippo Brunelleschi, la arqui-
tectura volvió a encontrar las medidas y las proporciones de los antiguos, así en las colum-
nas redondas como en las pilastras cuadradas y en las esquinas rústicas o enlucidas, y
entonces se distinguían los órdenes, y se hizo ver la diferencia que existe en ellos; se
estableció que las cosas obedeciesen a una regla, siguiesen un mayor orden y fuesen dis-
tribuidas con mesura…».
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El concepto de espacio arquitectónico
No sería, sin embargo, hasta la llegada de Alberti, cuando esta concepción del espa-
cio basada en la proporción y la perspectiva, así como en la armonía entre las partes,
alcanzase su concrección teórica a través de su obra De Re Aedificatoria (1450). Para
Alberti este sistema de proporciones no solo debía corresponder a un número preciso, a
una proporción, sino que debía también responder a un principio de organicidad: las
proporciones de la arquitectura abarcaban y expresaban el orden cósmico. Así, de la mis-
ma forma que el hombre es imagen de Dios y las proporciones de su cuerpo provienen
de la voluntad divina, los miembros de la arquitectura se encontraban ligados entre sí
como los miembros de un cuerpo. La coherencia entre las partes derivaba, pues, de un
antropomorfismo que regía las relaciones necesarias de las partes entre sí y con el todo.
Además, Alberti desarrolló la idea de que la belleza era un elemento sujeto a princi-
pios y reglas, de entre las cuales la proporción sería la más importante, convirtiéndose en
parte imprescindible de cualquier proyecto arquitectónico.
Con estas palabras, Alberti recuperaba la ley de las proporciones de Vitruvio. Pero le-
jos de quedarse en sus principios, fue más allá. En su discurso integró esta ley arquitectó-
nica en un debate más amplio de carácter religioso y filosófico, muy vinculado a la nueva
concepción del hombre y del mundo por parte del Humanismo, por el cual los principios
geométricos que regían la ley quedaban integrados en el contexto de una armonía y un
orden superiores. El sistema vitruviano, por el que se reconocía la existencia de un siste-
ma proporcional interno de los órdenes arquitectónicos y del edificio, basado en las rela-
ciones del cuerpo humano, fue de este modo aceptado sin reservas por Alberti. Pero fue
a su vez integrado en una dimensión más amplia: la que afectaba a todas las partes del
edificio en función de la aplicación de las leyes de la aritmética y la geometría, además de
las relaciones existentes entre los intervalos musicales a los que ya había aludido Vitruvio,
así como en el establecimiento de una relación directa entre las proporciones del edificio
y las leyes de la naturaleza. Para Alberti las proporciones participaban de las leyes de la
naturaleza, y ello permitía establecer una correspondencia directa entre ellas y la armo-
nía del universo.
La doctrina vitruviana cobraba así sentido a la luz de una nueva interpretación del
Universo de raíz griega y medieval, en la que era patente el influjo del Neoplatonismo. La
consecuencia fue el surgimiento de un nuevo ideal de espacio arquitectónico, configura-
do como una especie de micro universo, reflejo de la forma humana del cosmos, capaz
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CAPÍTULO 1
de remitir a una armonía superior, la del macrocosmos. Es decir, un espacio con capaci-
dad representativa, sujeto necesariamente a las leyes de la simetría, entendida como el
resultado de la perfecta integración de las partes y el todo. Esta fue la aspiración espacial
de muchos arquitectos del Renacimiento y el principio que dio fundamento a sus obras,
como podemos observar a través de los trabajos realizados por Brunelleschi para la
Sacristía Vieja de San Lorenzo ya aludida, para la Capilla Pazzi o para las iglesias de San
Lorenzo y del Santo Spirito, cuyas plantas se articulan mediante un la repetición de un
módulo cuadrado en planta y prismático en volumen, cuya disposición ordenada consti-
tuye un perfecto reflejo de la aspiración renacentista de conseguir un espacio ordenado
a partir de la aplicación de la ley de la proporción, que fuese reflejo de un orden mental.
Algo similar ocurriría en lo realizado por el propio Alberti para la iglesia de San Andrea
de Mantua.
Texto
«La proporción armónica en la arquitectura del Renacimiento».
De la obra de Rudolf Wittkower, La Arquitectura en la Edad del Humanismo,
Buenos Aires, Nueva Visión, 1958, pp. 102-104, 117 y 126.
«Podríamos decir que el axioma básico de los arquitectos renacentistas es la convicción de que la
arquitectura es una ciencia y de que cada parte de un edificio, en tanto por dentro como por fuera,
debe hallarse integrada en un solo sistema de relaciones matemáticas. Ya hemos visto que de ningún
modo puede un arquitecto aplicar a su antojo a un edificio un sistema de relaciones de su propia elec-
ción, que las relaciones deben adecuarse a las concepciones de un orden superior, y que el edificio
deber reflejar las proporciones del cuerpo humano. Este último requisito, sobre todo, fue universal-
mente aceptado, dada la autoridad de Vitruvio. Así como el hombre es imagen de Dios y las proporcio-
nes de su cuerpo provienen de la voluntad divina, del mismo modo las proporciones de la arquitectura
deben abarcar y expresar el orden cósmico…»
«… La descomposición de las relaciones a fin de hacer armónicamente inteligibles las proporcio-
nes de una habitación nos resulta sumamente extraña. Y, sin embargo, en esa forma se concibieron las
proporciones durante todo el Renacimiento. Para la mentalidad renacentista, un muro es una unidad
que contiene ciertas posibilidades armónicas latentes. Las unidades menores, en las cuales es posible
descomponer la unidad total, son los intervalos consonantes de esa escala musical, cuya validez cósmi-
ca está fuera de toda duda…»
«… Para los hombres del Renacimiento las consonancias musicales eran las pruebas audibles de
una armonía universal que tenía vigencia en todas las artes. Esta convicción no sólo se hallaba profun-
damente arraigada en la teoría, sino que —cosa que actualmente suele negarse— cristalizó en la
práctica…».
27
F. Brunelleschi. Sacristía
Vieja de San Lorenzo.
Interior (planta, alzado
y cúpula).
Florencia, 1421-1428.
28
F. Brunelleschi. Pórtico del Hospital de los Inocentes. Florencia, 1421-1428.
Esta obra posee interés desde múltiples puntos de vista. Constituye una especie de lección de
perspectiva aplicada a la arquitectura y una muestra de cómo el arquitecto ha controlado el
espacio, disponiendo cada objeto de forma ordenada a través del uso de dicha perspectiva. La
obra queda de este modo completa. Cada uno de sus elementos resulta imprescindible para crear
su visión unitaria final.
Es una obra emblemática desde el punto de vista que aquí nos ocupa, esto es, del empleo
del sistema de proporciones en el que se basa la arquitectura de F. Brunelleschi, articulada a
partir de un módulo previamente establecido. El ancho del vano y del pórtico es igual al alto de
las columnas, conformando un módulo compuesto por un cubo que se repite nueve veces en
perspectiva.
29
D. Bramante. San Pietro in
Montorio (planta, alzado y vista
exterior). Roma, 1503.
30
CAPÍTULO 1
31
El concepto de espacio arquitectónico
asimismo el modo en que éste podía ser percibido y entendido. Con su nuevo método
perspectico, Brunelleschi pretendía demostrar al público que el espacio representado
usando las técnicas perspectivas era un espacio convincente que podía ser percibido
como un espacio real. Y aquí entraba en juego, por tanto, el tema de la percepción del
espectador; un aspecto en el que cobran especial sentido las palabras de historiador y
teórico Panofsky, quien al hablar de la perspectiva, indicaba: «... por un lado reduce los
fenómenos artísticos a reglas matemáticas sólidas y exactas, pero por otro las hace depen-
dientes del hombre, del individuo...» (E. Panofsky, p. 51).
Como indicaba también Panofsky «la perspectiva permitía fijar a voluntad un punto
de vista, y centrar en torno a él toda la realidad representada...» (Panofsky, 1995, p. 412).
O lo que es lo mismo, permitía representar la realidad, sometida a reglas matemáticas,
desde un único punto de vista elegido por el artista, eliminando los puntos de vista múl-
tiples que pudiesen generar cualquier tipo de ambigüedad perceptiva. Es decir, eliminan-
do la arbitrariedad. El espectador sería ahora, en el contexto de este nuevo sistema de
ordenación, el que construiría el espacio desde su posición, adoptando el protagonismo
absoluto a través de su mirada, proyectada sobre una obra construida a partir de criterios
de organización racional de la realidad que le rodeaba.
La aplicación práctica de la representación racional del espacio propia del
Quattrocento consiguió materializarse, como hemos visto, en obras florentinas como el
Pórtico de los Inocentes, las iglesias del Santo Spirito y San Lorenzo, o en San Andrés de
Mantua. A través de ellas se definió un espacio unificado y ordenado que el Clasicismo
intentaría posteriormente codificar y convertir en norma, haciendo de la perspectiva y de
su valoración del punto de vista único el método fundamental para organizar el espacio y
componer arquitecturas y espacios urbanos, a partir de la valoración del papel del espec-
tador y de su capacidad para percibir el espacio desde un punto de vista fijo.
Decía —una vez más debemos citarle— E. Panofsky en su obra La perspectiva como
forma simbólica:
32
CAPÍTULO 1
Este fue el rasgo esencial que caracterizó la concepción espacial del Clasicismo, cuyas
investigaciones en torno a la perspectiva estuvieron caracterizadas por el intento de defi-
nir el espacio arquitectónico a partir del sujeto que le contemplaba, es decir, a través de lo
que conocemos como «perspectiva monofocal», estableciendo las relaciones espaciales a
partir de la visión de un espectador inmóvil. Es entonces cuando el espacio cobra verdade-
ro sentido como ente infinito estructurado según las leyes absolutas de las matemáticas.
Texto
Piero Sampaolesi, «Brunelleschi y la invención de la perspectiva».
De la obra de P. Sampaolesi, Brunelleschi, Milán, 1962.
«La invención de la perspectiva puede considerarse la clave para comprender la concepción arqui-
tectónica de Brunelleschi. La regla perspectiva es, al mismo tiempo, un método de trabajo del artista
y, sobre todo, un «orden natural» (…) El espacio se racionaliza de un modo exacto en su capacidad de
ser medido, en un aspecto general por la regla de la perspectiva, y en un aspecto tecnológicamente
fundamental por la adopción del orden antiguo. Establecido el orden como vínculo estático y único
método de dimensionamiento de las estructuras resistentes… la valoración sensorial, es decir, la per-
cepción de las dimensiones del edificio, y del espacio interior y del volumen exterior, ya no es empírica
sino que ella misma está racionalizada».
Para los arquitectos clasicistas la perspectiva fue un instrumento con el que conseguir
efectos de continuidad espacial sometidos a unos principios, a unas normas, como la con-
tinuidad finita y medible, en la que cada elemento arquitectónico fuese considerado en
relación con la distancia, la medida, etc. que mantuviese con los demás, a fin de ser perci-
bido de acuerdo a unas reglas fijas por un espectador situado en aquel lugar, permitiéndo-
le a través de estos recursos obtener «una visión ideal» del conjunto. Éste es el principio
que aplicó Bramante en el Claustro de Santa María de la Paz, en Roma, donde el arquitec-
to concibió una obra que requería la contemplación del espectador desde el centro del
patio, lugar desde el que podría abarcar con su mirada el conjunto y contemplar ideal-
mente la obra, haciendo que la perspectiva monofocal se convirtiese en el método que
ordenaba la visión del conjunto. Y estos mismos principios fueron los que rigieron la cons-
trucción del Belvedere, realizado también por Bramante, donde el artista ordenó el espa-
cio a partir de la definición previa de un punto de vista que se situaba fuera de la obra y
que coincidía con el lugar desde el que el Papa contemplaría el conjunto, definido al modo
33
D. Bramante. Proyecto para el patio del Belvedere, Roma, 1505.
(Según Giovanni Antonio Dosio), 1558-1561. Biblioteca Vaticana.
Esta obra es una muestra emblemática de la organización del espacio a partir del principio
del punto de vista único y la perspectiva monofocal, propios del Clasicismo. El proyecto formaba
parte de un plan más amplio ideado por el papa Julio II para remodelar el área del Vaticano. Su
finalidad era conectar dicho ámbito con una villa o residencia de retiro existente en el otro extre-
mo. Contemplaba la creación de un gran patio de 300 m de longitud y 25 m de altura, dispuesto
en tres terrazas unidas por escalinatas, que finalmente alcanzaban una gran exedra. Ante el
palacio papal se dispuso una amplia plaza pensada para la celebración de fiestas y torneos. Al
fondo, a modo de exedra, se configuraba una especie de anfiteatro con asientos para los espec-
tadores. En dirección al Belvedere el espacio se organizó mediante terrazas que salvaban el des-
nivel, por las cuales se iría ascendiendo mediante una escalera central que marcaría el eje de la
perspectiva.
El conjunto, que no llegó a realizarse tal y como el arquitecto lo había pensado, fue proyec-
tado a partir de la consideración de la visión que el Papa pudiera tener el mismo desde la Cámara
della Segnatura. Desde allí las líneas horizontales y verticales dirigen el ojo hacia el hemiciclo final,
que constituye el punto máximo de referencia visual. El espacio se pone así al servicio del poder
mediante una organización basada en la aplicación de la perspectiva en un espacio regido por la
simetría y la armonía de las proporciones.
El diseño del Belvedere tuvo importantes repercusiones en la planificación de los jardines
europeos de los siglos XVII y XVIII, la contemplar en su estructura todos aquellos elementos que se
van a configurar como tópicos de organización espacial: terrazas, escalinatas, rampas, exedra, etc.
34
CAPÍTULO 1
35
El concepto de espacio arquitectónico
36
Texto
Arnold Hauser, «El concepto del espacio y la arquitectura manierista.
Los Uffizi, la Laurenziana y las obras de Giulio Romano».
De la obra de A. Hauser El Manierismo. La crisis del Renacimiento y los orígenes
del arte moderno, Madrid, 1965.
«Uno de los supuestos más importantes de la estructura artística era, para el Renacimiento, la
unidad de escena representada, la conexión local de la composición, en una palabra, la lógica de las
relaciones espaciales. Todo el sistema de la perspectiva, de la proporcionalidad y de la tectónica era
solo un medio para la consecución de los efectos espaciales. El manierismo lleva a una disolución de
la estructura renacentista del espacio y a la desintegración de la escena representada en una serie
de ámbitos espaciales, no solo separados externamente, sino organizados internamente también de
modo diverso; es decir, conduce a una atomización de la estructura de la obra… La arquitectura del
manierismo se distingue de toda otra arquitectura por el hecho, sobre todo, de que crea una visión
del espacio que es incompatible en sí con el espacio empírico y que encierra en sí un intrincado anta-
gonismo de los criterios de realidad… Cuando uno se encuentra ante la columnata de los Uffizi o en el
vestíbulo de la Laurenziana, el espectador no se siente elevado a una zona del ser más elevada, más
equilibrada y serena, sino al contrario, confuso, desarraigado, expuesto, situado en un ámbito espacial
de estructura abstracta… El patio de los Uffizi de Vasari (comenzado en 1560) es una de las construc-
ciones más características de esta especie. Al contrario que los patios cerrados del alto Renacimiento,
como por ejemplo el de Bramante o el del Palazzo Farnese, en Roma, que llevan en sí los rasgos de la
delimitación, la serenidad y de la finalidad, el patio de los Uffizi está tan orientado en sentido longitu-
dinal, que ya solo por ello causa la impresión de una calle abierta. La tendencia a la profundidad del
patio se acentúa tanto más, cuanto que, al final, se encuentra perforado, sin ofrecer a la mirada aquel
punto de sosiego que parece prometérsele desde un principio. El patio discurre como un corredor,
pero no llega al espacio abierto, sino que es cortado repentinamente, y eso también de una manera
indecisa y equívoca (…).
El sentimiento de intranquilidad que se apodera del espectador en los Uffizi, se intensifica hasta
convertirse en desasosiego en el vestíbulo de la Laurenziana (proyectado en 1524). Aquí Miguel Ángel
hace desaparecer, no solo la unidad, el equilibrio y el ritmo armonioso de la arquitectura clásica, sino
también la lógica tectónica dominante en ella. Las absurdas dimensiones, especialmente las de la
enorme escalera en un espacio tan reducido, los marcos excesivamente gruesos de las ventanas ciegas,
las cuales ya por eso carecen de efectos de profundidad, las grandes consolas que aparecen tanto más
grandes por carecer de función, todo ello es harto claro para que haga falta insistir en los detalles. El
desasosiego que se apodera del espectador está provocado, empero, también por medios menos lla-
mativos, pero que no por eso son menos decisivos en la impresión total: así, por ejemplo, las columnas
insertas en los nichos, tan carentes de función como las consolas, o bien la articulación de las paredes,
que causan la impresión de la fachada de un palazzo de suerte que, al final, el espectador se ve poseí-
do por un sentimiento aún más escindido que en los Uffizi. En el patio de los Uffizi se queda uno en la
duda de si se tiene ante sí el frente de un patio o la fachada de una calle, mientras que aquí la fachada
de la calle se encuentra forzada dentro de un espacio interior, al que parece hacer saltar en pedazos, y
la impresión es tan angustiosa como, por ejemplo, la del aposento con la Caída de los gigantes, de
Giulio Romano en la residencia de Mantua».
37
M. A. Buonarotti. Biblioteca Laurenziana, Florencia (h. 1530).
La obra constituye un manifiesto del concepto de espacio definido por los primeros arquitec-
tos manieristas. Su composición está basada en el juego de yuxtaposiciones entre el cubo estre-
cho y alto que albergaba la escalera, y el recinto bajo y estrecho de la biblioteca. Todos sus ele-
mentos contribuyen a crear una nueva espacialidad, cuyo resultado es la ruptura del espacio
unitario del Clasicismo y la introducción de la tensión perceptual en el espectador.
Miguel Ángel reformó y reorganizó los elementos de la columna y el entablamento, invirtien-
do y reasignando sus funciones. Creó además figuraciones nuevas para las molduras, los marcos
de puertas y hornacinas, o las molduras. Su trabajo constituye un ejemplo de la revisión crítica a
la que sometieron los arquitectos del Renacimiento los principios de composición del Clasicismo.
Estas «licencias» dentro de la norma clasicista representaban en el terreno práctico una actitud
similar a la que mostraría Serlio en su interpertación de los órdenes, así como la de otros teóricos
que le sucedieron. La dificultad para conjugar los principios vitruvianos con la práctica arquitec-
tónica, así como el deseo de reinterpretación del lenguaje clásico, servirían como telón de fondo
a estas obras.
38
M.A. Buonarotti. Plaza del Capitolio (Roma, 1537-1564), según el grabado
de Etienne Dupérac.
En esta plaza Miguel Ángel dio forma a un verdadero espacio de prestigio, dotado de grandes
connotaciones simbólicas. El conjunto fue concebido a partir de la arquitectura, es decir, desde la
definición de la forma espacial y de su significado simbólico a partir de la disposición de los edi-
ficios y su propio carácter.
El proyecto tuvo como resultado un espacio de carácter teatral y escenográfico en el que la
perspectiva jugaba un importante papel, pero donde la disposición de los edificios, el orden
gigante de sus fachadas, la forma trapezoidal de la plaza y el juego geométrico de su propio
pavimento, introducían un concepto espacial determinado por la variedad de puntos de vista y el
juego que el espectador establecía con los diferentes elementos que le componían. Sin duda, algo
muy diferente de lo que Bramante había hecho en el Belvedere a partir del empleo de la pers-
pectiva monofocal.
39
M. A. Buonarotti.
Plaza del Capitolio,
Roma, 1537-1564.
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CAPÍTULO 1
El resultado de todo ello sería la ruptura del sistema de visión renacentista, basado
en el supuesto de la existencia de un distancia fija entre el espectador y la obra. Surgió
entonces la necesidad por parte de los artistas de dar forma a ese espacio coextenso,
41
El concepto de espacio arquitectónico
42
G. L. Bernini. Palacio del Vaticano (escalera regia). Roma, 1663-1666.
Fue realizada entre 1663 y 1666 en un espacio asimétrico, cuya irregularidad fue compensa-
da a través de la distinta separación de las columnas en relación a la pared. En la primera rampa
las columnas se aproximan gradualmente para obtener el efecto de perspectiva. El rellano que la
interrumpe en su par te intermedia pretende crear mediante efectos lumínicos y ruptura de pla-
nos, la sensación de profundidad. La obra constituye una continuidad de lo que Borromini había
realizado en 1635 en el Palacio Spada.
43
El concepto de espacio arquitectónico
La fachada de la iglesia de Santa María della Pace constituye un excelente ejemplo del
empleo de los recursos escenográficos aplicados a la arquitectura barroca. La fachada, con su
pórtico de columnas y su juego de convexidades y concavidades, simula el frente de un escenario,
con los edificios adyacentes desempeñando el papel de una especie de palcos escénicos. La facha-
da se proyecta sobre el espacio urbano, hasta el punto de que su construcción obligó a demoler
parte de las casas circundantes.
El efecto de sorpresa, el juego de luces y sombras, de figuras geométricas, etc. forman parte
del nuevo juego empleado por los arquitectos barrocos para construir un espacio de cualidades
escénicas.
44
CAPÍTULO 1
al diseño de espacios urbanos, regidos todos ellos por unos principios escenográficos que
forman parte igualmente de la nueva concepción del hombre y del mundo, trasladada
ahora a la creación de espacios artísticos. De hecho, el espacio del barroco no puede ser
entendido sin tener en cuenta su conexión con el desarrollo de la escenografía teatral.
Es paradigmático el caso de San Pedro del Vaticano o, en una escala más reducida, de
San Ivo alla Sapienza, de Borromini, cuyo espacio delantero es aprovechado para generar
una gran tensión visual.
La obra se inserta en un patio con logias de finales del siglo XVI, que Borromini conecta con
su edificio a través de una exedra, creando una perspectiva que coloca más allá del horizonte el
edificio y su cúpula. De este modo Borromini antepone a la iglesia un espacio con el que crea
tensión visual, al tiempo que contrapone diferentes directrices espaciales: la perspectiva del pór-
tico y el desarrollo en vertical de la iglesia.
45
El concepto de espacio arquitectónico
Este nuevo concepto de espacio afectará al modo en el que se articulan las fachadas y
a la relación que éstas adoptan con el espacio urbano en que se insertan. Los palacios,
por ejemplo, abren sus fachadas a la calle mediante galerías, creando un interesante jue-
go dialéctico entre el interior y el exterior, como ocurre en el Palacio Barberini, en Roma.
Y por su parte arquitectos como G. L Bernini, F. Borromini y P. da Cortona juegan en las
fachadas de edificios como San Andrés del Quirinal, San Carlo alle Quattro Fontane y
Santa Maria della Pace, con la dialéctica entre lo cóncavo y lo convexo, lo interior y lo ex-
terior, los planos verticales y los horizontales, o las líneas curvas y las rectas, que produ-
cen un continuo proceso de ruptura de formas y de planos. Todos ellos hacen que el espa-
cio interior del templo salga hacia el exterior mediante unas fachadas monumentales,
convirtiéndose en símbolos de la fe y emblemas urbanos de la ciudad contrarreformista.
Entre las innovaciones incorporadas a la arquitectura del palacio Barberini por sus arquitec-
tos, se encuentra la ruptura con la tradicional fachada de aspecto fortificado, propia de los palacios
urbanos, mediante la creación de un cuerpo central con tres pisos de galerías. Como si de un patio
se tratara, la fachada quedaba expuesta así ante el espectador de un modo teatral, flanqueada por
dos alas que creaban una forma de H. Se generaba así una tensión visual en quien la contemplaba,
mediante la ubicación de un espacio intermedio que fue muy del gusto de los arquitectos barrocos.
46
CAPÍTULO 1
47
A. Pozzo. Iglesia de San Ignacio (decoración de la bóveda). Roma, 1685.
48
CAPÍTULO 1
Estos mismos principios serán también aplicados al interior de los templos, donde la
sobreabundancia de elementos arquitectónicos y decoración escultórica y pictórica com-
plican la composición espacial. Y donde, a su vez, la luz homogénea y regular del
Renacimiento se transforma para generar un espacio que cobrará sentido mediante el
juego de contrastes entre luces y sombras, empleados para destacar espacios, resaltar
planos o guiar la mirada del espectador a imágenes transcendentes, como ocurriese en
el emblemático caso de la Cátedra de San Pedro, realizada a mediados del siglo XVII en
S. Pedro del Vaticano, o en el transparente que Narciso Tomé realizó en la Catedral de
Toledo, adquiriendo un importante componente simbólico. Fue ésta una tendencia que
evolucionó hasta adquirir cada vez más importancia a medida que avanzase el Barroco.
Las capillas, habitualmente en penumbra, contrastaban así con el Altar Mayor, en el que
se concentra la mayor capacidad lumínica. Mientras, en su interior, las cúpulas se consti-
tuyen, como veremos en profundidad más adelante, en el recurso esencial para hacer
penetrar en el templo la luz y, a partir de su control, crear una determinada atmósfera.
A su vez, su decoración introduce al espectador en un espacio ilusorio, creando un gran
flujo de tensiones perceptuales a través de la creación de efectos que niegan la lógica
arquitectónica y sugieren un espacio infinito, que traspasa los límites reales del edificio
mediante el recurso de la perspectiva ilusionista. De este modo se conseguía trasladar el
acento, como indica Rupert-Martin «de lo material a lo etéreo». Basten como ejemplo las
impresionantes cúpulas del barroco romano y napolitano a las que se ha hecho ya alu-
sión, cuyas características podemos observar en los trabajos realizados por arquitectos
como Pietro da Cortona, Giovanni Battista Gaulli «Il Guercino», Giovanni Lanfranco,
Guarino Guarini o Andrea Pozzo. Con ellos las pinturas ilusionistas —las denominadas
«quadrature»—, que tenían origen en el Renacimiento como recurso artístico, se lleva-
ron a su máxima expresión, combinándose con otros elementos, como los espejos, para
crear una confusión extrema acerca del límite del espacio y de sus proporciones, multipli-
cando hasta el infinito el efecto de los detalles decorativos mediante el empleo virtuoso
de la perspectiva.
Desde su formación berniniana y borrominiana, G. Guarini llevará a un nuevo punto
el manejo de la geometría y el control de la luz para construir sus espacios, en los que la
cúpula adquiere un protagonismo esencial. Desde la consideración de que las matemáti-
cas y la geometría sirven para definir el espacio, llega a la búsqueda de un espacio mate-
mático concebido como búsqueda del espacio infinito, algo que, según se pone de mani-
fiesto en sus obras, puede conseguirse mediante el empleo como recurso de la repetición
rítmica de las formas y del empleo de múltiples elementos que generan una multiplicidad
de estructuras espaciales, que pueden ser combinadas para generar múltiples espacios
combinados en uno solo. Las iglesias de San Lorenzo (1668-1687) y del Santo Sudario
49
El concepto de espacio arquitectónico
50
G. Guarini. Iglesia de San Lorenzo. Turín, 1668-87.
La forma de la planta es un octógono con ocho lados curvados hacia el interior del espacio
principal. El arquitecto empleó aquí muchas unidades espaciales diferentes que complicaban
sobremanera la lectura del espacio, cuya coherencia ha sido rota. A ello contribuye la profusa y
variada decoración pictórica y escultórica del edificio. El espacio, bien definido y delimitado de la
arquitectura clásica, se transforma aquí a través en una especie de «espacio disuelto», compuesto
por una multiplicidad de órbitas y direcciones que parten de lugares de encuentro y se bifurcan en
diversas direcciones, creando lo que G. C. Argan denomina como «extensión ambiental». La cúpula,
por otra parte, aparece como una especie de estructura sin soporte, compuesta por un conjunto
de nervios entrecruzados sobre la que se levanta una nueva cúpula, provocando el efecto de diso-
lución del espacio real a partir de los efectos lumínicos.
Si comparamos el modo en el que Guarini ha empleado aquí los elementos arquitectónicos
para construir el espacio, con el uso que hace de los mismos Borromini en el interior de San Ivo
alla Sapienza, podremos encontrar interesantes puntos en común: en su interior, la cúpula de San
Ivo carece de tambor y se inserta directamente en la cornisa, que repite el perímetro de la planta.
Además los mismos salientes y hundimientos de la planta se transmiten a la cúpula, que capta sus
tensiones visuales en el centro.
51
El palacio y los jardines de Versalles vistos en perspectiva desde la Avenida de París.
Pierre Patel. h. 1668.
En esta obra, el pintor P. Patel muestra el palacio y los jardines de Versalles en el momento
de finalización de las primeras obras de embellecimiento que Luis XIV encargó al arquitecto Luis
le Vau. Lo hace a través de una vista panorámica en la que se incluyen los distintos edificios del
Palacio, con la plaza de Armas y un cortejo real que realiza su entrada en el antepatio, en primer
plano, y una vista del antiguo pueblo de Versalles a la izquierda. Lo demás es una sucesión de
planos configurados por arquitectura y naturaleza, articulados a través de un eje que habría de
configurar la «Gran Perspectiva» que organizaba este espacio.
Durante el siglo XVII los arquitectos franceses hicieron grandes aportaciones a la organiza-
ción del espacio exterior, creando una original integración entre la arquitectura residencial y la
ordenación de la naturaleza. Versalles es un ejemplo emblemático. La grandeza de Versalles
constituye un ejercicio de poder en manos de Luis XIV, que expresa de este modo el orgullo de
sus aspiraciones y el deseo barroco de dominar lo ilimitado. Pero aquí la extensión está regulada
y organizada por un planteamiento racional, de base geométrica.
El historiador Ch. Norberg-Schulz, hablaba en su obra Arquitectura occidental (1984) de la orga-
nización del espacio en la Francia de Luis XIV, a través de la relación entre la arquitectura y la natu-
raleza, mediante una serie de elementos de los que participaría abiertamente Versalles. Decía así:
«… una serie de ejes centrífugos crearon una nueva relación abierta con el entorno. Las
ideas en que se basan estas innovaciones proceden de la arquitectura de jardines. El gran
innovador en este campo fue André Le Nôtre (1613-1700). A pesar de su infinita variedad,
sus jardines se basan en unos pocos principios elementales. El elemento principal es, natu-
ralmente, el eje longitudinal, que constituye el «recorrido» que lleva al visitante hacia su
meta: la experiencia del espacio infinito. Todos los demás elementos están relacionados con
este eje: el palacio que divide el recorrido en dos mitades diferentes; la llegada desde el
mundo urbano a través del patio «abierto»; la inmersión en el infinito, definida como un
tránsito gradual a través del ambiente todavía «civilizado» de los parterres, la naturaleza
«domesticada» del bosquecillo y la naturaleza «natural» de lo selvático. Se introducen ejes
transversales y esquemas radiales para dar la sensación del carácter abierto del sistema».
52
CAPÍTULO 1
Tras las experiencias barrocas, en el siglo XVIII se produce un agotamiento del concep-
to de espacio tradicional y la preparación de una nueva concepción espacial: la de la
arquitectura moderna (G. Carlo Argán, El concepto del espacio arquitectónico. 1982). A ello
podremos añadir que no se produce en estos momentos ninguna aportación espacial
nueva, si bien el redescubrimiento del arte griego y de las excavaciones de Pompeya y
Herculano influyeron en la creación de un nuevo tipo de decoración de interiores basados
en estudios romanos, en los que las superficies planas y el geometrismo del Neoclasicismo
se combinaba con lo decorativo.
53
El concepto de espacio arquitectónico
Obras de referencia
54
Capítulo 2
LA TEORÍA DE LOS ÓRDENES
Consuelo Gómez López
55
I. EL ORDEN EN LA ARQUITECTURA CLÁSICA: EL LEGADO VITRUVIANO
56
I. EL ORDEN EN LA ARQUITECTURA CLÁSICA: EL LEGADO VITRUVIANO
Decía J. Summerson que «la arquitectura clásica solamente es identificable como tal
cuando contiene alguna alusión, por ligera y marginal que sea, a los “órdenes antiguos”»
(Summerson, J., 1963). El historiador inglés pronunciaba estas palabras en el marco de
unas charlas radiofónicas destinadas a estudiantes de Historia del Arte y de la Arquitectu-
ra, a quienes deseaba explicar en qué consistía la arquitectura clásica. Summerson encon-
traba la esencia de la misma en esos «órdenes», rasgo sine qua non de cualquier cons-
trucción a la que nos pudiésemos referir con la etiqueta de «arquitectura clásica».
Como indicaba Forssman:
«… es evidente que los órdenes, aun estando sujetos a los cambios de los estilos históricos
(sin duda el dórico de Blondel no es ya el de Serlio), conservan cada uno su carácter incon-
fundible. Una iglesia barroca de Alemania meridional o de Austria se diferencia claramen-
te en el estilo del Gesú de Vignola, pero ambas iglesias están concebidas a partir del or-
den corintio y son, por tanto, ante los ojos de los contemporáneos, sustancialmente com-
parables entre sí. Sin esta continuidad, Juvarra no habría podido cubrir con una cúpula del
siglo XVIII la Iglesia de San Andrés de Mantua, comenzada por Alberti en el siglo XV, sin
destruir la unidad del edificio sagrado» (Forssman, E. Dórico, Jónico y Corintio en la arqui-
tectura del Renacimiento, 1983).
57
La teoría de los órdenes
Para comprender el significado que adquirieron los órdenes en esa arquitectura clási-
ca que analizaba Summerson en sus charlas radiofónicas, es decir, la de los siglos XV a
XVIII, es necesario que nos remontemos a su origen, esto es, a la Antigüedad Clásica.
Concretamente al arte griego, en cuyo contexto se desarrollaron un conjunto de normas
—el canon en el caso de la escultura y el orden en el de la arquitectura— que regulaban
la ejecución de las obras, confiriéndolas belleza y perfección. Para el caso de la arquitec-
tura estas normas adquirieron su concreción a través del desarrollo de los denominados
«órdenes arquitectónicos», una especie de leyes ideales o de reglas estructurales que re-
gulaban el modo en el que debían disponerse las diversas partes del soporte y de la cu-
bierta de los edificios, las cuales podían, sin embargo, variar para adaptarse a las caracte-
rísticas de las diferentes construcciones. Los órdenes se constituyeron así para la
arquitectura griega en una especie de composición gramatical. Su recuperación en el
Renacimiento a partir del redescubrimiento del texto de Vitruvio y sus posteriores reinter-
pretaciones por parte de los arquitectos y teóricos de la Edad Moderna, hicieron que este
modo de componer edificios mantuviese su vigencia hasta finales del siglo XVIII, caracteri-
zando lo que conocemos como «lenguaje del Clasicismo».
Podemos decir que durante la Edad Moderna los órdenes fueron la base del proyec-
to arquitectónico. Los arquitectos los adoptaron como principio de autoridad, conside-
rando que su procedencia de la arquitectura griega y su carácter autosuficiente para la
construcción de edificios, consagraba su empleo como principio general de composición
arquitectónica o, lo que es lo mismo, como un código de obligado respeto, iniciándo -
se de este modo un proceso de sistematización de la arquitectura basada en dicho códi-
go. Los órdenes se convirtieron de esta manera en un modo de concebir el proyecto
arquitectónico. Y aunque las posiciones de los arquitectos respecto a la interpretación
del clasicismo fueron variando con el tiempo, los órdenes se mantuvieron como lengua-
je, como el aparato conceptual empleado por el arquitecto de la Edad Moderna para
«hacerse entender».
Al igual que en muchas otras cuestiones relacionadas con la práctica artística de la
Edad Moderna, en este proceso ejerció una gran influencia el texto de Marco Vitruvio
Pollion, especialmente a partir de la interpretación que el arquitecto y teórico latino del
siglo I a. C. aportaba en relación al origen de los órdenes griegos. La primera descripción
escrita de los órdenes está en el De Architectura, de Vitruvio. Concretamente en sus libros
tercero y cuarto, donde describe tres órdenes —dórico, jónico y corintio—, y aporta algu-
na información sobre el toscano. Explicaba también en qué parte del mundo surgió cada
uno y con qué dioses o diosas debía corresponderse cada orden. El texto de Vitruvio,
único conocido que abordaba el tema, se convirtió en fuente de autoridad e inspiración
para las formulaciones teóricas modernas desde el siglo XV hasta el siglo XVIII, momento
58
CAPÍTULO 2
59
Cesare Cesariano. Ilustración de los órdenes arquitectónicos. En la traducción
de Los diez libros de arquitectura, de Vitruvio. Como, 1521.
Cesare Cesariano llevó a cabo 1521 la primera traducción íntegra del latín al italiano del texto
de Vitruvio, acompañada de comentarios con tipografía renacentista e ilustraciones grabadas en
madera. Para ilustrar las explicaciones que Vitruvio hacía sobre la proporción, eligió la catedral
gótica de Milán, su ciudad natal, incluyendo un triángulo para referirse a la geometría. Con ante-
rioridad, en 1511, se habían llevado a cabo otras traducciones, como la parcial de Francesco di
Giorgio, o la de Fra Giocondo.
Su traducción constituye un ejemplo de cómo la traducción de la obra dio lugar a interpre-
taciones y añadidos que modificaban su contenido, cuestión que afectó también a los órdenes.
La traducción contribuyó a difundir la obra de Vitruvio entre los arquitectos del Cinquecento.
Cesariano ilustró la traducción de Los Diez Libros de arquitectura con la que sería la primera
imagen de los órdenes, a los que se podía ver reunidos en una lámina. Pero lo hacía en una espe-
cie de interpretación libre que no concordaba con los tres órdenes descritos por Vitruvio en los
libros III y IV de su obra. Define así seis órdenes (dos tipos de orden dórico, junto al jónico, corin-
tio, ático y toscano).
60
CAPÍTULO 2
Por principio, los arquitectos modernos mostraron un gran interés por los órdenes.
Tengamos en cuenta que los órdenes vitruvianos estaban regidos por el principio de la
relación de proporción entre sus diferentes partes, inspirada en las proporciones del cuer-
po humano, o lo que es lo mismo, de la Naturaleza, de modo que no fue difícil que los
artistas del Renacimiento integrasen en su discurso la recurrencia a este sistema de com-
posición, pues constituía un modo de hacer que el edificio fuese bello y reflejase a su vez
su relación con la Naturaleza. Las reglas de los órdenes, en tanto que procedentes de la
Naturaleza, garantizaban la belleza y la perfección. De este modo, la doctrina vitruviana
de los órdenes fue calando y afirmándose en toda Europa.
Los arquitectos desarrollaron en torno a ellos un proceso de investigación que partía del
valor que se otorgaba a la Antigüedad, representado en este caso en el texto de Vitruvio, y
en la búsqueda de modelos a partir de los cuales verificar las claves del sistema de compo-
sición de los órdenes, a través del estudio de las ruinas. Y es aquí, como hemos dicho, donde
surgió el primer problema, al constatar los edificios antiguos no estaban construidos de
acuerdo a las normas de Vitruvio. Es decir, que las ruinas y el texto no se correspondían. La
investigación arqueológica en este ámbito fue continua y la discusión sobre las proporcio-
nes de los órdenes cada vez mayor, a medida que se tenían más datos sobre las obras real-
mente construidas. Así, durante todo el tiempo de vigencia del Clasicismo en la arquitectu-
ra, ésta se organizaría a través de tres elementos que la conformaron: el conocimiento del
corpus teórico de los Tratados (el de Vitruvio y los tratados de los contemporáneos), la inves-
tigación práctica de las ruinas antiguas y la experimentación directa en la obra construida.
La falta de concordancia entre la teoría y la práctica se convertiría para los arquitectos
de los siglos XV a XVIII en un problema tanto práctico como teórico, abriendo al mismo
tiempo la puerta a la libre y personal interpretación de los órdenes por parte de los arqui-
tectos, aunque siempre con un respeto a la consideración de ser una norma esencial con
la que componer y construir. Y es aquí donde entra en juego la posición particular de
cada uno de los arquitectos y teóricos frente al bagaje vitruviano. Podríamos decir —lo
veremos a continuación— que en buena medida supieron sacar partido al texto de
Vitruvio, pues a través de sus propuestas convirtieron a los órdenes en elaboraciones pro-
pias que pretendían convertirse en tipos o modelos ideales, condicionados en su formula-
ción y concreción por tres elementos fundamentales: la interpretación que cada uno de
estos teóricos hizo de las normas de composición establecidas por Vitruvio en su tratado
—muy poco claras especialmente en lo que se refería a las proporciones que debían tener
los órdenes—, el estudio y observación de las ruinas de la Antigüedad, y finalmente la
capacidad que cada uno de estos hombres demostró para intentar dar solución a las am-
bigüedades que se producían entre lo que leían en el texto de Vitruvio y lo que sus ojos
podían ver observando, estudiando e incluso midiendo los edificios de la Antigüedad.
61
La teoría de los órdenes
Los elementos del sistema (columna o pilastra: basa, fuste, capitel; entablamento: ar-
quitrabe, friso, cornisa) se consideraron —y se revelaron con el tiempo— fijos y constan-
tes. El problema se planteó en su combinatoria, en su conjugación, en su relación: la co-
rrespondencia entre la altura y el diámetro de las columnas, la medida del intercolumnio,
la altura del entablamento y el tamaño de sus elementos, la forma de los perfiles, el trazo
y diseño del capitel, la superposición de estos órdenes, las ventanas y las puertas que les
corresponden, etc. Todo ello sería objeto de continuo debate, que daría lugar al surgi-
miento de numerosas propuestas.
De hecho lo que ocurrió fue que los órdenes, como parte fundamental del Clasicismo,
estuvieron siempre presentes, en sus diferentes consideraciones, en el campo de la espe-
culación arquitectónica de la Edad Moderna: contemplados como elementos de un siste-
ma compositivo, como simples ornamentos de la arquitectura, o como modos de expre-
sar el significado que podía tener el edificio desde el punto de vista alegórico o simbólico.
Es decir, desde una triple consideración estructural, ornamental y expresiva. Por lo gene-
ral, cada teórico o cada arquitecto se mostró afín a una sola de estas consideraciones,
pero algunos de ellos expresaron una idea del orden arquitectónico en el que la que se
hacían compatibles dos o más valores, siempre desde la consideración de que constituían
una norma ineludible a la hora de construir. Serlio, Vignola, Palladio, Philibert de L’Orme,
Fréat de Cambray, Juan Bautista de Villalpando o Laugier, por mencionar sólo algunos de
los arquitectos y teóricos más destacados del contexto europeo, dieron forma a un marco
variado en la interpretación de los órdenes desde sus formulaciones más personales. Si a
ello unimos que cada una de estas formulaciones fueron a su vez reinterpretadas por los
propios arquitectos de cada momento artístico a través de los edificios que diseñaron, nos
encontraremos con un marco diverso, en el que si bien los elementos propios del lengua-
je de los órdenes permaneció invariable, manteniendo así vivo el Clasicismo, su forma de
conjugarse presentó interesantes variables. Todas estas formulaciones eran una muestra
de la actitud creativa mantenida ante el Clasicismo por teóricos y arquitectos, para quie-
nes quedó patente que los órdenes eran un sistema de composición basado en los princi-
pios del vitruvianismo. Pero también un modo de expresión de carácter alegórico. Ambos
elementos, compositivo y expresivo, dieron sentido a los órdenes, vinculando el lenguaje
arquitectónico de los teóricos y arquitectos modernos con el vitruvianismo y, a partir de
él, con el Clasicismo.
Cada período de este proceso artístico, al que E. Forssman denominó la «edad del
Vitruvianismo», estuvo vinculado a la preferencia por un orden con respecto a los demás:
el siglo XV prefirió el corintio, condicionado por la contemplación de las ruinas de la Roma
Imperial; el Clasicismo buscó el equilibrio entre los tres órdenes defendido por Bramante;
el Manierismo se decantó por el toscano y el dórico, representados en las obras de Giulio
62
CAPÍTULO 2
63 docID=4
Texto
«El declinar del vitruvianismo en el siglo XVIII».
De la obra de E. Forssman, Dórico, jónico y corintio en la arquitectura del Renacimiento,
Bilbao, 1983, p. 193.
«… También desde el punto de vista estrictamente estético, se minó las bases sobre las que se
sustentaba toda la doctrina del vitruvianismo. A partir de Alberti, se había creído que la belleza de un
edificio y de sus partes dependía de sencillas proporciones conmensurables, es decir, fundadas en las
mismas relaciones entre números enteros que definen las armonías musicales. Cuando Palladio asig-
naba a una habitación la proporción 2:3, daba con esto forma visible a un intervalo de quinta musical.
Esta doctrina, de origen pitagórico, fundamentaba todo el sistema de reglas del vitruvianismo. En
efecto, también los órdenes tenían proporciones bien definidas, fundadas en números conmensura-
bles, que no podían alternarse de manera arbitraria sin con ello destruir las armonías visuales creando
disonancias. Pero desde el momento en que se empieza a dudar de la existencia de una belleza ligada
a reglas absolutas, también el sistema de los órdenes, de sus dimensiones y de sus significados prees-
tablecidos, empieza a vacilar. Este proceso empieza con Claude Perrault, que en sus Ordonnances de
cinq espèces de colonnes (1683), explica cómo las armonías musicales son algo totalmente distinto de lo
que llamamos armonía en arquitectura; el arquitecto, por ejemplo, es libre de modificar las proporcio-
nes de las columnas en relación con las necesidades y con su propio gusto. En el siglo XVIII la belleza se
convierte, por tanto, en un hecho subjetivo, ligado al gusto de la época y de cada artista. Se puede to-
davía educar el gusto mediante el estudio de los clásicos, pero ya no se está dispuesto a aceptar reglas
absolutas. De la misma manera, también el lenguaje arquitectónico vitruviano pierde su carácter obli-
gatorio y es menester buscar otros efectos y otros medios expresivos».
64
CAPÍTULO 2
«Haránse Templos Dóricos a Minerva, a Marte y a Hércules; pues a estos dioses, por su
fortaleza, no les corresponden edificios delicados. A Venus, Flora, Proserpina, y a las
Náyades, parece convenir el Orden Corintio, porque las fábricas primorosas, y adornadas de
flores, hojas y volutas, parece añadir belleza a la propia de estas deidades. A Junio Diana,
Libero-Padre y otros dioses semejantes, haciéndoles Templos Jónicos, se tendrá un medio,
templando la robustez Dórica, y la delicadeza Corintia» (Los Diez Libros de Arquitectura, I, II).
65
La teoría de los órdenes
Leamos un texto de Vitruvio sobre el orden corintio, en el que el autor sigue la misma
estructura que emplease para describir los otros dos órdenes, y observaremos con preci-
sión cómo quedan fijadas en su texto las tres ideas básicas que habrían de servir de base
al debate posterior.
Texto
Vitruvio, «De los tres órdenes de columnas, de su origen y de su invención»
(Vitruvio explica el origen y forma del orden corintio).
De la obra Los diez Libros de Arquitectura, libro IV, capítulo I.
«En cuanto al tercer género de columnas, llamado corintio, representa la delicadeza de una don-
cella, cuyo talle, por su edad, es más fino, y por lo tanto más susceptible de recibir adornos que puedan
aumentar su belleza natural. La invención del capitel en este orden se cuenta que fue debido a estas
circunstancias: una doncella de Corinto, apenas núbil, enfermó y murió; su nodriza fue a poner sobre
su tumba, en un canastillo, algunos de los objetos que a la muchacha más habían agradado en vida, y
para que pudieran conservarse a la intemperie más tiempo sin estropearse tapó la cesta con un ladri-
llo. Por una casualidad vino a quedar el canastillo sobre la raíz de una planta de acanto. Oprimida
luego por el peso del canastillo, esta raíz de acanto que estaba en medio comenzó en la primavera a
echar tallos y hojas, que fueron creciendo a los dados de la cesta y tropezando con los cantos del ladri-
llo por efecto de la presión, tuvieron que doblarse, produciendo los contornos de las volutas. El escul-
tor Calímaco, al que los atenienses llamaron Catatechnos, a causa de la delicadeza y habilidad con que
tallaba el mármol, acertó a pasar por allí, casualmente, cerca de la tumba, vio el canastillo y se fijó en
la delicadeza de las hojas que iban naciendo, y prendado de esta nueva modalidad y belleza de la
forma, la reprodujo en las columnas que hizo después para los de Corinto, y estableció las proporcio-
nes con arreglo a ese modelo».
«Es de acuerdo con sus doctrinas como he presentado las relaciones que hay que tener en cuenta
en la ejecución de las obras del orden corintio. Por tanto, las medidas de su capitel deben estar acomo-
dadas de la siguiente manera: el grueso de la columna, en su parte inferior, debe ser igual a la altura
del capitel incluyendo el ábaco; que la anchura del ábaco ha de ser tal que la diagonal que parte de
uno de sus ángulos al otro tenga dos veces la altura del capitel, y así esta extensión, producirá la medi-
da justa de los cuatro lados del ábaco. Estos cuatro frentes se recortarán cóncavamente desde los án-
gulos una novena parte de toda su longitud. La base del capitel tendrá la misma anchura que la parte
alta de la columna, sin el astrágalo ni el sumoscapo. La altura del ábaco será la séptima parte de la
altura del capitel. Quitado el ábaco, lo que queda tendrá que ser dividido en tres partes; una formará
las hojas inferiores; otra, las segundas hojas, y la tercera parte quedará para los caulículos de los que
salen las hojas que se extienden para encontrar el ábaco…Tales proporciones, pues, deberá tener el
capitel corintio para estar bien construido. Otro tipo de capiteles se colocan sobre estas mismas colum-
nas, pero aunque se les designa con varios nombres, no podemos decir que sean originales ni opinar
que estas particularidades de sus simetrías constituyan un nuevo género de columnas. No son otra
cosa, según vemos, incluso en sus denominaciones, que transformaciones o modificaciones de las co-
rintias, de las jónicas y de las dóricas, cuyas proporciones han sido transferidas a una nueva combina-
ción y refinamiento en la tala de los capiteles». «… Para Venus, Flora, Proserpina y las Ninfas son muy
convenientes las maneras corintias, porque los modos elegantes y floridos, adornados con hojas y vo-
lutas, engrandecen la ornamentación debida a estas diosas».
66
CAPÍTULO 2
67
La teoría de los órdenes
En este palacio de Alberti se emplean por primera vez superpuestos los tres órdenes descritos
por Vitruvio. Este sistema de órdenes superpuestos sería también empleado por Bramante en el
claustro de Santa María della Pace o en el patio del Belvedere.
La superposición de los órdenes se convirtió en la forma más habitual de resolver las facha-
das de los palacios, tomando como fuente de inspiración El Coliseo. Se empezaba por el dórico y
se finalizaba en el corintio, de modo que la función sustentante de las pilastras se conservaba,
ubicando en la parte inferior al orden más robusto. Es lo que conocemos como «superposición
ortodoxa de los órdenes». Con ella se lograba armonía en la estructuración de los elementos
distributivos de la fachada, además de otorgar al edificio una referencia de raigambre clasicista.
68
Texto
Sobre los órdenes clásicos y el orden itálico.
Del texto de L. B. Alberti, De Re Aedificatoria, L. VI.
«La necesidad llevó a colocar capiteles sobre las columnas, con el fin de que en ellos encontraran
acomodo las vigas al confluir. Pero el basto leño cuadrado que se utilizaba a tal fin resultaba antiesté-
tico. En consecuencia, en un principio hubo en el pueblo de Doro (si nos fiamos a pies juntillas de los
griegos), quienes tuvieron la idea de imitar con el torno un objeto parecido, con el fin de darle el aspec-
to como de una escudilla redonda colocada bajo una tapa cuadrada…los jonios, a la vista de las cons-
trucciones dóricas, dieron su aprobación al uso de la escudilla en los capiteles, pero no a aquella des-
nudez suya ni al añadido del cuello. Por tal motivo incorporaron un trozo de corteza de árbol
dispuesta de tal forma que, colgada a uno y otro lado y rizándose sobre sí misma, cubría los laterales
de la escudilla. Vinieron a continuación los corintios por iniciativa de Calímaco, a quien no agradaron
las escudillas, sino que al haber visto junto al sepulcro de una niña un vaso bastante alto vestido a la
sazón con las hojas de un acanto que brotaba del suelo y lo rodeaba, le había agradado sobremanera.
Se adoptaron por consiguiente, tres tipos de capitel, que los entendidos adoptarían en su práctica del
oficio: el dórico…, el jónico y el corintio»
«… por todas partes se encuentra uno con capiteles diferentes, que han sido realizados con gran
cuidado, con exquisito esmero por quienes se han afanado en encontrar soluciones nuevas. Pero no
hay ninguno que pueda rivalizar con los anteriores, salvo uno que para no confundirlo con todos los
demás precedentes del extranjero, denomino “itálico”. En efecto, añadió a la alegría de los corintios, la
delicadeza jónica y en el sitio de las asas recibió unas volutas colgantes: obra agradable y airosa sobre-
manera».
69
La teoría de los órdenes
«Yo he querido en el principio de este libro imitar a los cómicos antiguos, porque
algunos de ellos cuando querían representar alguna comedia enviaban un embajador
delante, para que en breves y suficientes palabras diese noticia a los que esperaban oírla
de todo aquello que en la comedia se había de recitar. Y así, habiendo yo en este libro de
decir de las cinco maneras de los edificios, que son toscano, dórico, jónico, corintio y
70
CAPÍTULO 2
compuesto, me ha parecido que en el principio se viesen las figuras de las especies y for-
mas de que pienso tratar. Aunque las columnas y sus ornamentos, en lo que toca a estas
primeras figuras, no serán en toda la proporción ni aún en las medidas especificadas,
porque no servirán más que solamente para la «manera» principal que han de tener y para
que se conozcan generalmente sus diferencias, porque en su lugar se tratará de ello en
particular y general muy específicamente (...)».
Como luego hiciesen muchos otros autores, Serlio presentó a los órdenes como ele-
mentos canónicos invariables inspirados en la Antigüedad, manteniendo una relación crí-
tica con el texto de vitruvio. Su visión de los órdenes era, pues, una elaboración propia y
contemporánea que aspiraba a convertirse en modelo. Sin embargo, Serlio contemplaba
la posibilidad de las licencias formales que pudiesen introducir los arquitectos a la hora
de componer sus obras, cuestión ésta que él mismo aplicó en su tratado. Con la inclusión
de estas licencias en el contexto de la tradición vitruviana, que en ocasiones justificaba
como una adaptación a los nuevos tiempos, Serlio se convirtió en el iniciador teórico del
manierismo arquitectónico.
Aunque lo veremos con más detalle cuando hablemos del valor expresivo de los órde-
nes en el tema final de este libro, es importante que tengamos en cuenta que una de las
más importantes contribuciones de Serlio a la teoría de los órdenes consistió en sus apor-
taciones a la teoría modal. Lo que hizo fue lo siguiente: si Vitruvio había relacionado cada
orden con diferentes dioses y diosas paganos, Serlio los haría corresponder con santos y
santas de la religión cristiana. Indica el historiador E. Forssman al respecto que la idea
pudo partir del círculo de Bramante, quien empleó el orden dórico en el templete de San
Pietro in Montorio, que hemos visto ya en el capítulo anterior como ejemplo de construc-
ción basada en la aplicación del sistema vitruviano de proporción y armonía. Bramante,
según Forssman, habría aplicado aquí el dórico —un orden directamente basado en
Vitruvio, puesto que apenas estaba presente en los ejemplos que podían contemplarse a
través del estudio de las ruinas, donde prevalecía el corintio—, en un edificio-monumen-
to con valor representativo dedicado a un santo heroico, San Pedro. El edificio había sido
erigido en el lugar donde, según la tradición, había sido sacrificado. Estaría así asumiendo
el principio de asociación vitruviano entre orden y advocación, aunque aquí desde una
lectura cristiana. El principio, así establecido, pasaría a formar parte de la teoría arquitec-
tónica del manierismo y del barroco.
Al asumir este principio, Serlio iniciaba un interesante camino de asociación simbólica
de la forma y estética de los órdenes con su propio significado, que habría de alcanzar un
gran éxito en la práctica arquitectónica, especialmente en el espacio social y religioso ge-
nerado por el ambiente de la Contrarreforma.
71 docID=4
Sebastiano Serlio. Los cinco órdenes arquitectónicos. En el IV Libro de Arquitectura (1537).
Serlio fue el primero en representar en 1540 los cinco órdenes como una serie cerrada, asu-
miendo los cuatro órdenes descritos por Vitruvio y el compuesto añadido por Alberti. A partir de
él fue frecuente que los diversos tratados de arquitectura se iniciasen con una imagen de los
órdenes, así como con el reconocimiento explícito de sus autores de que era en los órdenes donde
residía el fundamento del lenguaje compositivo de la verdadera arquitectura, o lo que es lo
mismo, de su gramática. Los diversos teóricos presentaron a los órdenes como elementos fijos e
invariables, si bien la mayoría de ellos fueron fruto de su inspiración en la Antigüedad y de su
propia invención a partir de la observación de edificios de la misma.
72
A. Palladio. Diseño del Templete
de S. Pietro in Montorio,
de D. Bramante (Roma, 1502).
Vicenza, Pinacoteca Cívica.
73
La teoría de los órdenes
Con su obra teórica sobre arquitectura, Serlio llevó a cabo la primera sistematización teórica
de los órdenes arquitectónicos. Su obra, en la que el aparato gráfico cobraba un gran protagonis-
mo, inició una tendencia de gran éxito en la tratadística arquitectónica de la Edad Moderna: la de
la elaboración de libros de órdenes que pretendían codificar sus proporciones y presentarlos
como un conjunto de fórmulas ideales de combinatoria lingüística.
74
S. Serlio. Aplicación del orden toscano sobre almohadillado rústico.
IV Libro de Arquitectura (arriba).
D. Bramante. Proyecto para la Casa de Rafael. 1513 (abajo).
75
G. Romano. Palacio del Te (cortile). Mantua, 1524-1534.
Serlio no se limitó en sus libros de arquitectura a representar los órdenes, sino que mostró
un gran número de aplicaciones prácticas de los mismos a edificios reales, creando así una espe
cie de catálogo de obras que sirvieron de fuente de inspiración para los arquitectos del siglo XVI.
La importancia de esta práctica arquitectónica fue fundamental, pues contribuyó a la codificación
del lenguaje del Clasicismo: un lenguaje para el que Serlio reivindicaba respeto, pero también la
posibilidad de incorporar «licencias» o variaciones de libre interpretación por parte del arquitecto.
En sus tratados incluyó varios ejemplos de la combinación del almohadillado rústico con los
diversos órdenes, en una especie de «homenaje actualizado» hacia la Antigüedad clásica, pues
como él mismo indicaba: «Ha sido opinión de los antiguos romanos mezclar con el almohadillado
rústico no sólo el dórico, sino también el jónico e incluso el corintio; por lo cual no será ningún
error hacer una mezcla de un sólo estilo, representando en él parte en obra natural y parte en
obra artificial».
La imagen superior muestra uno de dichos ejemplos. Giulio Romano ha superpuesto aquí el
orden toscano sobre un almohadillado rústico, en una composición arquitectónica a modo de arco
de triunfo, cuya versatilidad permite su aplicación a la puerta de una fortaleza de una ciudad o de
un edificio. Recordemos que el orden rústico había sido empleado ya en la Antigüedad, especial
mente en las puertas de las ciudades y en obras públicas, como puentes y acueductos; y que en el
Renacimiento había sido recuperado por arquitectos como Bramante —a quién Serlio admiraba
profundamente y denominaba como «el arquitecto prudente»—, a través del proyecto para la Casa
de Rafael (1513), o por Michelozzo a través de la fachada del Palacio Medici-Ricardi, de Michelozzo,
aunque en estos casos sin su combinación con los órdenes clásicos. Alberti sí lo habría fusionado
con los órdenes, sin embargo, en el Palacio Rucellai. Asimismo, fue muy empleado por otros arqui
tectos de la órbita manierista en palacios, fachadas de jardines, etc., tal y como vemos en el cortile
del Palacio del Te, de Mantua, obra de Giulio Romano, en este caso siguiendo una composición muy
similar al empleada por Serlio, donde el orden toscano se combina con el paramento en rústico.
El empleo del almohadillado rústico en combinación con los órdenes clásicos fue también
elemento recurrente de las decoraciones efímeras diseñadas para las fiestas, especialmente para
los arcos de triunfo, muchas veces inspirados directamente en los modelos serlianos.
76
«Ha sido opinión de los antiguos romanos mezclar con el almohadillado rústico
no sólo el Dórico, sino también el Jónico e incluso el Corintio; por lo cual no será ningún
error hacer una mezcla de un sólo estilo, representando en él parte en obra natural y parte
en obra artificial; por ello, las columnas con bandas de piedras rústicas, y también el
arquitrabe y el friso interrumpidos por las claves, manifiestan una obra natural, pero los
77 docID=4
La teoría de los órdenes
capiteles y parte de las columnas, así como la cornisa con el frontón representan una obra
de la mano del hombre; esta mezcla, en mi opinión, es muy grata a la vista y representa
en sí una gran potencia. Por tanto, creo que para una fortaleza este estilo es más conve-
niente que ningún otro; y en cualquier parte de los edificios rústicos donde se coloque,
quedará bien; con esta mezcla se deleitaba más que ningún otro Giulio Romano, como dan
fe muchos lugares de Roma y también en Mantua en el bellísimo palacio llamado del Te,
un poco alejado a las afueras de la ciudad, sin duda un magnífico ejemplo de Arquitectura
y pintura de nuestros tiempos».
78 docID=4
Portada de la Regola delle
Cinque Ordine de Archittetura,
de J. B. Vignola, h. 1562 (arriba).
El orden jónico, según Vignola,
en la Regola (abajo).
79
Vignola, Regola delle Cinque Ordine
de Archittetura (h. 1562).
Más que escribir sobre los órdenes, lo que Vignola hizo fue esquematizar en cuadros un
procedimiento inventado por él para determinar las medidas de los cinco órdenes y construir a
partir de los mismos.
El tratado, basado en la aportación de numerosas imágenes que servían de base a sus expli-
caciones, aportó a la arquitectura del siglo XVI un componente de practicidad que no habían
aportado otros tratados. De ahí su gran éxito. El Tratado demostró su vigencia a lo largo de la
Edad Moderna, como prueban las sucesivas ediciones editadas en diferentes países y en diversas
lenguas, que se sucedieron en los dos siglos siguientes. La diferencia parece clara si comparamos
estas imágenes, acompañadas de texto, con las que ilustraban la traducción de Vitruvio, por
ejemplo la de Cesare Cesariano.
Así, el libro de Vignola exponía los cinco órdenes arquitectónicos canónicos también
recogidos por Serlio (dórico, jónico, corintio, toscano y compuesto), aplicando una teoría
de las proporciones existentes entre el pedestal, la columna y el entablamento fácilmente
inteligible que la hiciese aplicable en la práctica. Con su método, Vignola consiguió dar un
paso más sobre lo que había hecho Serlio, aportando practicidad a la proyección de edi-
ficios, lo que garantizó su éxito. Su Regla o «módulo» no dejaba de ser algo subjetivo,
hasta el punto de que aconsejaba a los arquitectos «acomodar» a su regla cualquier ele-
mento arquitectónico olvidándose de las posibles contradicciones que pudiesen existir.
Para ello, recomendaba emplear una regla basada en lo siguiente: el establecimiento de
una relación constante entre el pedestal, la columna y el entablamento, válida para todos
80 docID=4
CAPÍTULO 2
los órdenes (4:12:3), así como la creación de un módulo a partir del semidiámetro de la
columna medido en la parte baja del fuste. La definición de todas las dimensiones indivi-
duales de los componentes de un orden estarían determinados por ese módulo. De este
modo, el arquitecto podría adaptar cualquier orden a una altura dada mediante un senci-
llo cálculo algebraico.
Tras Vignola, Andrea Palladio incorporaría un nuevo eslabón dentro de la teoría ar-
quitectónica de los órdenes con la publicación en Venecia, en 1570 de I quattro libri
dell’architettura, en cuyo Libro I trataba de la teoría de los cinco órdenes arquitectónicos.
Palladio asumiría sin cuestionamiento los cinco órdenes de Serlio, cuyo tratado ejerció
una importante influencia en Palladio en sus años de formación. Asimismo, asumió tam-
bién los principios establecidos por Vignola sobre los órdenes. De hecho, el libro I de su
Tratado viene a ser una recopilación de lo establecido en esta materia por ambos autores.
Pese a estas fieles aceptaciones, Palladio hace una lectura de la doctrina vitruviana,
así como de Serlio y Vignola, desde una actitud innovadora, en la que se permitía introdu-
cir novedades sobre las obras de la Antigüedad, que indicaban una cierta actitud hetero-
doxa hacia la misma. Pese a observar que las columnas dóricas no tenían basa, por ejem-
plo, él decidió emplear una basa ática para las mismas. El tratado de Palladio tuvo una
amplia repercusión en la arquitectura posterior, especialmente en el entorno británico,
como más adelante podremos estudiar.
81
Palladio, Recreación de capitel. En el I Libro.
Palladio se muestra seguidor de algunas licencias en relación con los órdenes, pese a su
inicial ortodoxia. Así, también a pesar a su reivindicación de Vitruvio como referente, y a que
recomendaba la habitual superposición de órdenes vitruviana, indicaba en el Libro I de su
Tratado:
«Cinco son los órdenes que los antiguos usaron: y son el toscano, el dórico, el jónico,
el corintio y el compuesto. Deben estos colocarse en los edificios de manera que el más
sólido esté debajo, como más apto para sostener el peso, con lo cual el edificio tendrá el
basamento más firme. Así, el dórico se pondrá siempre debajo del jónico, el jónico deba-
jo del corintio y éste debajo del compuesto… Si se quiere omitir uno de estos órdenes,
v. gr. poniendo el corintio inmediatamente sobre el dórico, puede practicarse, con tal que
siempre el más sólido se coloque debajo, por la razón dicha. Daré por menor las medidas
de cada uno de ellos, no ya según señala Vitruvio, quanto las he observado en los edificios
antiguos…».
Ya en la traducción de Vitruvio que había realizado Daniele Barbaro en 1556, ilustrada por
Palladio, este arquitecto había cambiado el orden de presentación de los órdenes que originaria-
mente había establecido Vitruvio, intentando aportar una nueva visión del tema, que no tuvo
entonces consecuencias.
82
CAPÍTULO 2
Siguiendo la línea de Vitruvio y Alberti, Vicenzo Scamozzi publicó en 1615 su Idea della
architettura universale, en cuyo Libro VI abordaba la teoría de los órdenes desde un punto
de vista novedoso. El título de la obra, que adquirió una gran difusión y se convirtió en un
referente para la arquitectura del siglo XVII, resulta bastante revelador. Indicaba la inten-
ción del autor de convertir su teoría arquitectónica en código universal, en el que los ór-
denes tenían un papel fundamental. Para Scamozzi el orden entendido en sentido gene-
ral, es decir, como principio ordenador, era parte consustancial del funcionamiento
racional del mundo y de la Naturaleza. De ese orden participaban los cinco órdenes de
la arquitectura clásica, a los que Scamozzi denominaba —siguiendo a Serlio— con el
término «ordine».
Su representación se basada en Serlio y Vignola, ante cuyas teorías expresaba, sin
embargo, alguna discrepancia, llegando a afirmar, por ejemplo, que los órdenes eran algo
inmutable por formar parte del principio de la Naturaleza y participar del orden divino.
Decía Scamozzi que «los órdenes no deben transformarse, sino procurar con destreza
mejorar los que tenemos y conducirlos a su mayor perfección», y criticaba a quienes «pre-
tendían la invención de nuevos órdenes o que se añadiesen otros a los ya existentes». Con
este planteamiento Scamozzi iniciaba una nueva sensibilidad ante el Clasicismo, normati-
vizando los planteamientos flexibles de sus antecesores y sometiendo a los órdenes a un
principio de racionalización extremo. Es posible que tras esta rigidez y dogmatismo se
escondiese una respuesta a la invención por parte de De L’Orme, tan solo unos años an-
tes, del «orden francés», al que seguirían el «orden español», de S. Le Clrec, el alemán de
L. Chr. Strum, el británico de Adam, entre otros, así como el «orden salomónico» de los
españoles Prado y Villalpando, que más tarde estudiaremos.
Frente a la «explosión» teórica desarrollada en torno a los órdenes en la Italia del
siglo XVI, el único teórico del siglo XVII que escribiría sobre el tema en la siguiente centuria
sería Guarino Guarini, quien desde una posición menos estricta y más relativista que la de
Scamozzi defendía la existencia de un número ilimitado de órdenes y la posibilidad de
variar sus proporciones, aunque no con una libertad absoluta. Su postura quedaba justi-
ficada en el reconocimiento de la variación que podía experimentar el gusto, la estética,
con el tiempo, lo que le llevaba a defender la licencia frente a la norma, situándose en
una posición que entraba en franca polémica con la defendida por Scamozzi. En conse-
cuencia, Guarino Guarini defendía la existencia de tres órdenes dóricos, tres jónicos y tres
corintios, e incluía los órdenes latinos (toscano, compuesto), entre los griegos. Como nove-
dad, además, también Guarini hablaba de un orden gótico, dotando de este modo a su
teoría de los órdenes de un sentido ecléctico, de un concepto que mezclaba la innovación
83
La teoría de los órdenes
Scamozzi reivindicaba el respeto a las normas de composición de los órdenes como algo
esencial de la arquitectura, en tanto que ésta formaba parte de un orden superior, al ser parte de
la propia Naturaleza. Se rescataba así el principio vitruviano que hacía depender la arquitectura
de la Naturaleza y se iniciaba una nueva sensibilidad ante el Clasicismo, normativizando los plan
teamientos flexibles de sus antecesores y sometiendo a los órdenes a un principio de racionaliza
ción extremo. Es posible que tras esta rigidez y dogmatismo se escondiese una respuesta a la
invención por parte de Philibert De L’Orme, tan solo unos años antes, del «orden francés».
84
85
La teoría de los órdenes
86
Philibert De L’Orme, El «orden francés». En Le premier tome de l’architecture,
París, 1567.
En la imagen podemos ver el orden francés y la columna ideadas por el teórico y arquitecto
galo para el Palacio de las Tullerías, incorporando unos anillos decorativos que servían para ocul-
tar las uniones de las piezas que componían el fuste.
El orden francés debe inscribirse en el contexto de la interpretación de las licencias aportadas
por Serlio en su teoría de los órdenes, así como en el intento francés de apropiarse del lenguaje
del clasicismo y hacerle propio en un ejercicio de reivindicación nacionalista.
De L’Orme presentará su orden francés en su Premier Tome de l ‘ Architecture (1567), una
especie de columna de piedra «que se extrae de los troncos de los árboles», con lo que el arqui-
tecto hace un guiño a la arquitectura griega y a sus columnas, trasladadas de la madera a la
piedra. Se mostraba así seguidor de la tendencia vitruviana que hacía depender a la arquitectura
de la propia Naturaleza.
87
La teoría de los órdenes
Conviene destacar que Francia fue la pionera en el ámbito europeo en abrir a mediados
del siglo XVII un debate en torno a cuál era la verdadera naturaleza de los órdenes y cómo
debían emplearse en la arquitectura moderna; en realidad un debate de gran calado sobre
el Clasicismo, del que fue buen representante Fréart de Chambray, quien publicó en 1650
una obra denominada Parallèle de l’architecture Antique avec la moderne donde hacía una
compilación de estudios previos sobre los órdenes, estableciendo como novedad la existen-
cia de tres órdenes griegos (dórico, jónico y corintio), considerados como ejemplo de perfec-
ción y belleza (aunque ésta recaía, según el principio albertiano, en la simetría), a los que se
reconocía además un carácter autosuficiente para la construcción; y dos latinos (toscano y
compuesto), entendidos como degeneraciones de los anteriores y representantes de la «irra-
cionalidad» de la arquitectura. La arquitectura prefecta se encontraba, por tanto, en un re-
greso a los órdenes griegos, es decir, a los órdenes tal y como se daban en la Antigüedad.
Detrás de los postulados de este autor estaba la polémica existente en la época en
torno a la defensa del Clasicismo frente al Barroco, muy viva en Francia, defendida por
este autor como algo casi doctrinario, excesivamente racionalista, que se adelantaba así al
Neoclasicismo y que tenía como trasfondo el pensamiento absolutista. Fréart de Chambray
realizaría también una especie de jerarquización de los autores que habían tratado el
tema de los órdenes, priorizando a Vitruvio, y hacía una gran exaltación del orden corin-
tio por considerar que fue el empleado en el templo de Jerusalén, protagonizando con
esta opinión un intento de vincular la arquitectura clásica con el Cristianismo a favor de
los intereses del absolutismo y la Contrarreforma. El arquitecto español Juan Bautista de
Villalpando había hecho ya por entonces, como más adelante veremos, algo similar en
nuestro país, y su influencia se dejó sentir sin duda en el autor francés.
La postura mantenida por Fréart de Chambray en torno a los órdenes no era sino el
telón de fondo de uno de los más interesantes debates suscitados en la teoría del arte de
la Edad Moderna: el generado entre antiguos y modernos, tras el cual lo que existía era un
cuestionamiento crítico del valor de la Antigüedad como ideal de perfección. Las pregun-
tas eran las siguientes: ¿Representa la Antigüedad Clásica un ideal de perfección al que los
arquitectos modernos deban aspirar, o es un estadio primitivo de la arquitectura supera-
ble en su perfección? En resumen: ¿Los antiguos representan el principio o el fin de la
creación arquitectónica? ¿Puede ser el Clasicismo un lenguaje universal? Antiguos y moder-
nos por igual argumentaron su postura en un número infinito de textos titulados Parallèle
des anciens et des modernes. Fréart se alineó, como hemos podido comprobar, al lado de
los antiguos, defensores de la autoridad de Vitruvio y del valor de lo griego.
88
R. Fréart de Chambray, Parallèle de l’architecture Antique avec la moderne, París, 1650.
Con la traducción de Vitruvio al francés en 1547 por parte de Jean Martin, la tratadística
francesa sobre arquitectura pasó por una fase donde la búsqueda de la practicidad y de solucio-
nes «nacionales», marcaron la pauta. Sin embargo, este fenómeno tuvo su reacción, protagoniza-
da en buena medida por Fréat de Chambray, quien reivindicó el retorno a la tradición antigua
elaborando un cuadro crítico de las proporciones otorgadas a cada uno de los órdenes por los
grandes autores. Defendía la fidelidad a lo transmitido por griegos y romanos, así como por el
tratado de Vitruvio.
En su obra Parallêle de l’architecture Antique… aborda con detalle el tema de los órdenes,
haciendo una análisis comparativo de las proporciones de dos en dos, como el ejemplo que se
muestra en la lámina, en el que se compara el jónico de Palladio con el de Scamozzi.
Desde su posición de defensa de lo antiguo, Frèat veía con malos ojos el orden francés de
De L’Orme, así como los órdenes «cariátide» y «persa» de Jean Goujon. Su crítica ante las licencias
de De L’Orme le llevan incluso a afirmar que el talento de este teórico y arquitecto francés se
centraban más en su modo de construir que en el de la composición de los órdenes.
89
Frontispicio y representación de los órdenes jónico y corintio. En la segunda edición
de Los diez Libros de Arquitectura de Vitruvio, realizada por M. Perrault. París, 1684.
La obra de Vitruvio contó también con ediciones en italiano, francés, alemán y español. En
Francia la realizada por el científico francés Claude Perrault fue una de las más conocidas, publi
cándose por primera vez en 1673 una primera edición, y una segunda en 1684.
La traducción de Perrault debe entenderse en el contexto del ambiente surgido en Francia en
torno a la Real Academia de Arquitectura, creada en 1671, y en el intento de analizar con rigor el
texto de Vitruvio, con el fin de crear una especie de «doctrina global» de la arquitectura que se
sustentase en su obra. Sin embargo, Perrault introdujo a través de los numerosos comentarios
realizados al texto latino, una visión crítica de los principios arquitectónicos vitruvianos. Se abrió
así un debate que tuvo su contestación en las formulaciones realizada por otro arquitecto,
F. Blondel, quien escribiría un texto dedicado íntegramente a rechazar las ideas de Perrault. El
debate tendría su respuesta en una nueva obra de Perrault, la Ordonnances des cinq espèces de
colonnes selon la méthode des anciens, publicado en 1683, donde proponía para cada orden arqui
tectónico un conjunto de valores modulares en el que podrían basarse los arquitectos modernos
para construir. De este modo, el texto de Vitruvio servía de base para una elaboración absoluta
mente propia y actualizada, basada en los principios del vitruvianismo.
90
Del lado de los modernos se situaría Claude Perrault, que continuaría la polémica
treinta años después a través de su traducción comentada de Vitruvio —en realidad se
trataba de una crítica a éste—, así como de su tratado sobre los órdenes Ordonnance des
cinq éspèces de colonnes selon la méthode des anciens (1683). La posición de Perrault al lado
de los modernos fue en este caso muy clara, defendiendo la capacidad de los arquitectos
para reinterpretar y crear a partir del legado antiguo.
«Sólo como figuras retóricas —decía— nos son disponibles a todos los órdenes, de
modo que los cinco órdenes de la arquitectura están igualmente en las manos de los
arquitectos. El mérito de un arquitecto no es, por consiguiente, usar columnas, sino situar-
las con juicio y componer bellos edificios con ellas».
91
Claude Perrault, Reproducción del templo de Diana en Éfeso.
La querella entre antiguos y modernos puso de manifiesto una cuestión esencial: que se
había perdido la confianza en la tradición recibida del Clasicismo.
En el último cuarto del siglo XVII Perrault inició, con su traducción comentada de Vitruvio, una
nueva actitud ante el Clasicismo en Francia que afectó también a interpretación de los órdenes, a
los que dedicó su Ordenación de los cinco tipos de columnas según el método de los antiguos (1683).
El telón de fondo era la creación de la Academia Francesa en 1671 y la creación de una doc-
trina oficial en arquitectura que vinculase a ésta con el poder absoluto de Luis XIV.
El debate artístico se centró en el texto de Vitruvio, ante el cual Perrault mantuvo una postu-
ra crítica, indicando que la belleza de las formas no dependía tanto de las proporciones como del
consenso general en torno a la obra. Esta opinión creó una gran controversia, que se inscribía en
realidad en el debate de antiguos y modernos, o lo que es lo mismo, de los defensores del Barroco
y del Clasicismo entendido como norma.
92
CAPÍTULO 2
Desde mediados del siglo XVIII la teoría de la arquitectura francesa mostraría varias
tendencias simultáneas, cuyo denominador común sería la mentalidad ilustrada y la opo-
sición al Rococó. Marc-Antoine Laugier, por ejemplo, defendería a mediados del siglo XVIII
la inspiración de los órdenes en la Naturaleza y haría derivar la arquitectura de la cabaña
primitiva, considerando a los órdenes no como ornamento, sino como parte estructural,
constitutiva, de la arquitectura, puesto que para él resulta esencial mantener la lógica
constructiva. Se sumaba, sin embargo, a la defensa de un orden francés y a la teoría del
carácter o vinculación del orden con un sentido expresivo o alegórico concreto defendida
por otro arquitecto francés: Boffrand.
La teoría de Laugier reivindicaba el sentido estructural de los órdenes que les había
dado origen, así como la belleza que les había acompañado en su nacimiento. Esta acti-
tud de anticuario provocó un verdadero revuelo en la teoría arquitectónica moderna eu-
ropea, por cuyo ambiente se difundió a través de traducciones y ediciones varias. Fue
defendido y atacado, suscitando un interesante debate que introduciría a la arquitectura
en una nueva visión del arte Clásico: la del Neoclasicismo.
93
La teoría de los órdenes
de Vries, el arquitecto ampliaba el carácter del decoro definido hasta entonces, relacio-
nando las diferentes edades del hombre con los órdenes. Así, recomendaba el corintio
para la juventud, el dórico para la madurez, etc., opción que sería ampliada por su hijo
Paul, quien relacionó los órdenes con los sentidos de la vista, el tacto, etc.
En este ámbito, el apogeo de los manuales sobre los órdenes estuvo representado a
finales del siglo XVI por Dietterlin, quien los tomó como base para realizar creaciones fan-
tásticas en grabado sobre cobre a través de una obra de carácter ilustrativo, convirtiéndo-
les en una especie de repertorio de ornamentos desvinculados de su sentido estructural.
Junto a ello, este autor defendió la idea del decoro, presente ya en sus predecesores cen-
troeuropeos, e intentó relacionar la mitología antigua con los motivos cristianos, otorgan-
do a los órdenes un sentido simbólico hasta entonces inexistente.
94
CAPÍTULO 2
La restante teoría del siglo XVI seguiría en Centroeuropa esta estela, que también se
dejó sentir en los siglos XVII y XVIII de forma especial en este ámbito alemán, donde surgie-
ron numerosos libros de órdenes en los que éstos eran tratados con un sentido ornamen-
tal o en los que se intentaba imponer de forma rígida el canon de Vignola. Sobre esta
concepción destacarían sólo algunas propuestas defendidas por teóricos como Nicolaus
Goldmann y Christoph Sturm, que trabajaron en el siglo XVII siguiendo los principios de
Vignola, Palladio y Scamozzi. En dichas propuestas los órdenes volvían a considerarse
como principios ordenadores de la arquitectura y no solo como complementos ornamen-
tales, incluyendo su carácter expresivo a través de la recuperación de la teoría del decoro.
Los órdenes se diferenciarían para ellos en «vulgares y nobles». Los primeros —vinculados
a lo masculino— eran el toscano y el dórico, mientras que los nobles o femeninos serían
el jónico, el compuesto y el corintio. Para sus proporciones se adoptará a Vignola y se
propondría además un orden alemán.
Durante los siglos XVI y XVII la teoría de la arquitectura inglesa se sirvió de la la-
bor efectuada por los tratadistas italianos, traducidos al inglés a partir de ediciones
francesas y holandesas. No fue hasta el siglo XVIII cuando comenzó a desarrollarse
una teoría propia.
Con alguna excepción ciertos autores, como John Shute, abordarían a mediados del
siglo XVI la teoría de los órdenes. Shute lo haría en una especie de libro de órdenes al es-
tilo nórdico escrito a modo de adaptación del libro IV de Serlio, en el que lo más singular
era el modo en el que este autor interpretaba la analogía establecida por Vitruvio —reco-
gida posteriormente por la teoría arquitectónica del Quattrocento—, entre la columna y
la figura humana, incorporando a los órdenes una especie de variante en forma de cariá-
tide. Además, Shute seguiría la tendencia contrarreformista de intentar vincular lo profa-
no con lo cristiano, haciendo derivar los órdenes del Arca de Noé y de la Torre de Babel.
Más tarde, en la segunda mitad del XVII, Christopher Wren abordaría también el tema de
los órdenes con ciertas aportaciones propias, que consistían en la incorporación a los ór-
denes greco-romanos de uno nuevo: el orden tirio, que según el teórico y arquitecto re-
presentaba un orden anterior al dórico, el cual veía reflejado en algunos monumentos de
la Antigüedad y también en el Templo de Salomón. Se trataba de un intento de atribuir a
los órdenes un origen divino similar al que llevase a cabo Juan Bautista de Villalpando en
España a comienzos del siglo XVII.
95
John Shute. Representación del orden dórico con Hércules (izquierda)
y del orden corintio con cariátide (derecha). En The First and Chief Grounds
of Architecture. Londres, 1563.
El libro de J. Shute sobre los órdenes conoció cuatro ediciones e introdujo en Inglaterra el
discurso sobre la arquitectura clásica.
En un intento de reconciliación de lo pagano con lo cristiano propio del ambiente contrarre
formista, Shute remonta el origen de los órdenes a tiempos bíblicos, haciendo derivar la arquitec
tura griega de la torre de Babel.
La representación de los órdenes junto a diferentes figuras pretendía expresar visualmente el
principio de la teoría modal vitruviana, por la que los diferentes órdenes se relacionaban con un
principio femenino o masculino.
Pero la teoría arquitectónica inglesa del siglo XVIII, incluida la de los órdenes, estuvo
dominada, como sabemos, por el Palladianismo, a partir del cual se editaron manuales a
modo de libros de bolsillo. Dentro de esta tendencia merece la pena destacar las posturas
de arquitectos como Robert Morris, quien intentó convertir el palladianismo en el «estilo
96
97 docID=4
La teoría de los órdenes
con un género (femenino, masculino, etc. y una vinculación con dioses o diosas paganos)
o una función concreta (templo, palacio, etc.), debido a la correspondencia que exigía
esta aceptación entre clasicismo y paganismo. Sagredo era clérigo. De ahí su postura en
este aspecto.
Diego de Sagredo.
Medidas del Romano.
Toledo, 1526.
Algunos arquitectos y teóricos iniciaron en España, tras la obra de Diego de Sagredo, una
tendencia que tomaba como base la teoría modal de los órdenes de Vitruvio, pero que iba
más allá, intentando hacer corresponder la forma de los edificios con su significado. Lázaro
de Velasco, traductor de Vitruvio, recomendaba por ejemplo el empleo de tres círculos con-
céntricos para la construcción de un edificio dedicado a la Santísima Trinidad, haciendo co-
rresponder así la forma con el significado cristiano de la obra, poniendo en marcha una
98
CAPÍTULO 2
tendencia que llegaría también a la teoría de los órdenes, especialmente cuando Francis-
co de Villalpando tradujese en 1552 el texto de Serlio, y con él llegase a la teoría y a la prác-
tica arquitectónica la cristianización de los órdenes propugnada por el teórico italiano.
Autores como Fray Lorenzo de San Nicolás a comienzos del siglo XVII se sumarían en
nuestro país a esta tendencia vitruviana-serliana, recomendando el dórico para los tem-
plos de órdenes mendicantes, etc., iniciando una tradición de gran éxito que se mantuvo
hasta el siglo XVIII. Pero puesto que sus teorías superan con mucho el uso exclusivo de las
funciones ornamentales y estructurales de los órdenes para profundizar en el ámbito ex-
presivo de los mismos, estudiaremos su desarrollo más adelante, cuando abordemos el
uso de los órdenes como lenguaje simbólico.
Una vez conocido el tratado de Serlio, y con él la posibilidad de introducir la «licencia»
en la teoría de los órdenes, España se sumó a la tendencia ya presente en Europa de crea-
ción de nuevos órdenes. El tema fue abordado en uno de los tratados de arquitectura más
completos del siglo XVI español, el publicado por Diego de Arfe y Villafañe entre 1585-87,
quien en su IV libro presentaba una teoría de los órdenes basada en Serlio, pero enrique-
cida con elementos platerescos, introduciendo un sexto orden, el «ático», que permitía
establecer una conexión entre el plateresco y la teoría arquitectónica del Renacimiento.
Pero al margen de esta aportación, la más importante y con mayores repercusiones a ni-
vel internacional realizada desde nuestro país sobre este tema fue la llevada a cabo a co-
mienzos del siglo XVII por parte de los arquitectos jesuitas Gerónimo de Prado y Juan
Bautista de Villalpando, con la creación del «orden salomónico», una de las más impor-
tantes aportaciones realizada desde España a la teoría moderna de los órdenes.
Prado y Villalpando hacían derivar el nuevo orden del Templo de Salomón, a partir de
los comentarios realizados por el último de estos autores al Libro de Ezequiel, en el que se
describía el Templo de Salomón, llegando a la conclusión de que éste coincidía con las
indicaciones dadas por Vitruvio para la construcción de templos.
Este orden salomónico sería redefinido con posterioridad por Fray Juan Ricci, quien
retomó la tradición de las columnas helicoidales de San Pedro del Vaticano, cuya proce-
dencia se atribuía al Templo de Salomón, y aplicó la torsión de dichas columnas a las ba-
sas, los entablamentos y los demás componentes de los órdenes, de modo que toda la
arquitectura quedaba ondulada. Estas formas encontraron un buen campo de experi-
mentación en altares y arcos de triunfo vinculados a la arquitectura barroca. Ricci adoptó
además la simbología cristianizada de los órdenes arquitectónicos de Serlio y la adaptó a
las necesidades españolas, ampliando el catálogo de los mismos con la inclusión de un
orden rústico y uno grutesco, así como de órdenes mixtiformes, en los que se puede apre-
ciar una influencia de los órdenes decorativos del norte de Europa, especialmente de los
desarrollados por teóricos como Dietterlin y Vedreman de Vries.
99
Recreación del orden salomónico
El orden salomónico del que habla Villalpando en relación al templo de Salomón se trataba
en realidad del orden corintio, pero con la inclusión en su capitel de elementos, como la hoja de
palma o los dátiles. Villalpando consideraba que todos los órdenes vitruvianos derivaban de este
primer orden, vinculando así la teoría clásica de los órdenes con el cristianismo, como hiciesen en
esta línea otros teóricos europeos que ya hemos tenido oportunidad de estudiar, pues de hecho la
influencia del texto de Villalpando fue muy importante, tanto dentro como fuera de España.
Con su teoría, Villalpando pretendía demostrar que los órdenes no eran una invención paga-
na, sino una creación directamente realizada por Dios. Los órdenes vitruvianos quedaban así, una
vez más, sacralizados.
Bernini eligió para el Baldaquino de San Pedro del Vaticano cuatro columnas torneadas, las
llamadas «columnas salomónicas», siguiendo la tradición vigente en el siglo XVI que atribuía dicha
configuración al Templo de Salomón, otorgando así a San Pedro un gran valor simbólico como
nuevo templo de Jerusalén y a Roma como nueva ciudad sagrada. Bernini pudo fundamentarse
también en la Regola de Vignola, en la cual estaba descrita e ilustrada una similar. Este modelo
de columnas corintio-compuestas se difundió luego a toda la arquitectura de altares de Europa.
El orden corintio, por su parte, fue el más empleado en los grandes templos el Barroco euro-
peo, como San Pablo de Londres, San Carlos de Viena, Los Inválidos de París, El Gesú de Roma, la
Sorbona de París, etc. El corintio confería a estos templos, según la reformulación de la doctrina
vitruviana realizada por los teóricos de la Edad Moderna, un aspecto rico y bello. Su empleo era
para ellos la forma suprema de la arquitectura.
100
Fray Juan Ricci. La pintura Sabia. 1659.
Texto
«Sobre Fray Juan Ricci y el orden salomónico». Del artículo «Santa Prisca
en el contexto del Barroco», de R. Taylor. 20/10. GM Editores, 2010.
«Fray Juan Ricci, en su referido tratado, emplea en varias ocasiones el término “columna salomó-
nica” por considerar que este tipo de soporte era “residuo del templo de Salomón, cuya traza fue de
Dios”. Añade, además, que es apto para “servir no sólo a la Arquitectura, sino a la Pintura”, de modo
que no era para él algo meramente teórico. Pero su verdadera innovación consistió en extender la on-
dulación de la columna al pedestal, basa y entablamento para crear un «orden salomónico entero». Sus
escritos van acompañados de varios dibujos a pluma de los detalles de su orden y proyectos comple-
tos. En su Epitome architecturae o Breve tratado, dedicado al papa Alejandro VII y a Cristina de Suecia,
incluso hay una serie de diseños encaminados a reformar el baldaquino de Bernini, que debió ver en
1662 cuando estuvo en Roma, de acuerdo con los principios de su orden ondulante… El mero hecho
de querer ampliar las categorías de los soportes clásicos con la inclusión de nuevos ejemplos hetero-
doxos implica el decisivo rechazo de toda la doctrina vitruviana de los órdenes de la arquitectura. No
cabe duda, como Juan Antonio Ramírez ha demostrado, de que Guarino Guarini conoció el tratado de
Ricci, posiblemente a través de la versión original latina, en el curso de un viaje que, como dijimos,
realizó por la Península Ibérica hacia 1658-1659; 20 años más tarde incorporó las ideas del español en
101
el texto de su Architettura civile, publicada póstumamente en 1737. Guarini no se refiere en ningún sitio
a su orden como “salomónico” (aunque menciona su procedencia del templo de Jerusalén), sino que
figura, como se dijo, con el nombre de “ordine” corintio supremo. De igual forma, añade que es “intie-
ro”, el mismo calificativo empleado por fray Juan Ricci. Al comparar los órdenes de fray Juan Ricci y del
padre Guarini, nos damos cuenta de su fundamental identidad… No obstante, hay entre ellos ciertas
diferencias que conviene señalar. Por ejemplo, mientras el español reviste de hojarasca los fustes de
sus columnas, Guarini los adorna exclusivamente con estrías helicoidales. Éste no extiende la ondula-
ción a la base de la columna ni tampoco al pedestal, probablemente porque estas modificaciones re-
sultan bastante antiestéticas. Por otra parte, al tratar de la cornisa la hace ondular en doble sentido, es
decir, tanto horizontal como vertical. Ricci se abstiene de darle ondulación a los capiteles. Guarini, en
cambio, ilustra uno que sí la tiene. Incorpora un querubín, motivo claramente salomónico… Según él,
entran en los soportes compuesto y salomónico “las perfecciones de todos los órdenes”.
Parece que el tratado de fray Juan Ricci sobre el “orden salomónico entero” alcanzó cierta difusión.
Palomino lo conoció y se lamentaba de que no se estampara… De lo que no hay ninguna duda es de
que a partir de 1630 la columna salomónica comienza a ponerse de moda en España. Sólo dos años
después de la inauguración del baldaquino de Bernini, en 1633, el ensamblador-arquitecto Pedro de la
Torre inicia el retablo mayor de la iglesia del hospital del Buen Suceso en Madrid, junto con un cama-
rín, terminado en 1637. El retablo tenía columnas salomónicas profusamente revestidas… De ese mis-
mo lapso es otro conocido ejemplo con columnas torsas. Se trata del proyecto para un tabernáculo
exento, dibujado por Sebastián Herrera Barnuevo, para la capilla de San Isidro en San Andrés.
Asimismo, fueron suyos el retablo con columnas salomónicas y el camarín de la capilla mayor del con-
vento de Nuestra Señora de Atocha realizado en 1662. En 1666 se comenzó a trabajar en el trascoro de
la catedral de Sigüenza, obra de Juan de Lobera, realizada en mármoles polícromos, que incorpora
salomónicas de fuste liso. Para 1674, Francisco de Herrera, el Mozo, trazó el retablo mayor de la iglesia
de Montserrat en Madrid, ejecutado por José Ratés y su nieto, José de Churriguera, también con colum-
nas salomónicas y, al parecer, un camarín...».
102
CAPÍTULO 2
Obras de referencia
ARNAU AMO, JOAQUÍN, La teoría de la arquitectura en los tratados, Madrid, Tebas Flores, 1987.
CASTEX, JEAN. Renacimiento, Barroco y Clasicismo. Historia de la arquitectura, 1420-1720. Madrid,
Hazán, 1990.
FORSSMAN, ERIK, Dórico, jónico y corintio en la arquitectura del Renacimiento. Bilbao, Xarait, 1983.
GONZÁLEZ MORENO-NAVARRO, JOSÉ LUIS, El legado oculto de Vitruvio. Madrid, Alianza Editorial, 1993.
KRUFT, H. W. Historia de la teoría de la arquitectura, Madrid, Alianza Editorial, 1990.
MARCHÁN FIZ, SIMÓN. La disolución del clasicismo y la construcción de lo moderno. Salamanca, Uni-
versidad de Salamanca, 2010.
RAMÍREZ, J. A. «El sistema de los órdenes o la utopía de la Razón y el sueño de la libertad». Madrid,
1991.
SUMMERSON, JOHN, El lenguaje clásico de la arquitectura, de L. B. Alberti a Le Corbusier. Londres,
Thames and Hudson, 1963 (existe una reedición de la editorial Gustavo Gili en 2010).
SZAMBIEN, WERNER, Simetría, gusto, carácter. Teoría y terminología de la arquitectura en la época
clásica (1550-1800). Madrid, Akal, 1993.
TAFURI, MANFREDO, «Cesare Cesariano e gli studi vitruviani nel quattrocento», en VV. AA. Scritti rinas-
cimentale di architettura. Milán, 1978.
VV. AA., La teoría de la arquitectura, del Renacimiento a la actualidad. Taschen, Madrid, 2003.
VV. AA., Palladio, 1508-2008. Valencia, UPV, 2008.
WIEBESON, DORA. Los Tratados de Arquitectura. Madrid, Ed. Blume, 1988.
WITTKOWER, RUDOLF, Los fundamentos de la arquitectura en la Edad del Humanismo. Madrid, Alianza
Editorial, 1995.
103
104
Capítulo 3
EL VOCABULARIO ARQUITECTÓNICO
Esther Alegre Carvajal
105
106
I. LA APLICACIÓN DE LOS ÓRDENES
107
El vocabulario arquitectónico
Texto
«Brunelleschi y “la invención de la nueva arquitectura”».
De la obra de Leonardo Benévolo, Historia de la arquitectura del Renacimiento:
la arquitectura clásica (del siglo XV al siglo XVIII), Barcelona, 1981, v. 2, pp. 70-71.
«Los tipos de distribución y construcción de los edificios romanos, condicionados por las distintas
exigencias del momento a que pertenecen, fueron probablemente estudiados por Brunelleschi —y
más tarde por otras muchas generaciones de artistas—, sin intentar reproducirlos. En cambio, las for-
mas convencionales de los órdenes arquitectónicos y de sus respectivos complementos, que ya los ro-
manos habían tomado de la tradición helenística, son nuevamente aceptados como modelos ideales,
aptos para transformar el repertorio infinitamente variado de la tradición gótica en un repertorio finito
y normalizado.
Se hace indispensable enumerar las consecuencias de esta elección […]
a) Las formas de los elementos arquitectónicos no son ideadas “a posteriori”, con sus proporcio-
nes correspondientes y casi todas sus particularidades decorativas; es decir, están, “normaliza-
das”. […]
b) Los elementos normalizados sobre la guía de los modelos antiguos no son partes independien-
tes, sino que resultan ligados entre sí por correspondencias proporcionales, igualmente norma-
lizadas, formando algunas asociaciones típicas que se denominan “órdenes arquitectónicos”.
La columna o la pilastra —compuesta de tres partes: basa, fuste y capitel— está asociada
siempre a un entablamento, compuesto a su vez de tres cuerpos superpuestos: arquitrabe, fri-
so y cornisa. El entablamento define las dos posibles posiciones del arco, que puede estar im-
postado con un revestimiento similar al del arquitrabe, que en el segundo caso puede exten-
derse a los pies derechos.
Limitada así la casuística de las posibles asociaciones, la composición del edificio puede ser
analizada y reducida a un esquema geométrico (el cual define la posición recíproca de los ele-
mentos típicos) lo bastante simple como para poder ser percibido con claridad a través de la
distribución de los elementos».
108
CAPÍTULO 3
Dentro de las ruinas legadas por la arquitectura antigua existían dos modelos de es-
tructura, en los cuales se conjugaba la columna con su entablamento (elementos funda-
mentales de los órdenes). El primero había sido trasmitido por los griegos a los romanos,
y consistía simplemente en la disposición directa del entablamento sobre la columna; el
segundo, creado por los romanos, combinaba arco, columna/pilar y entablamento. El pri-
mer esquema establecía el significado funcional y constructivo de la columna, mientras
que el segundo planteaba un problema más amplio, la articulación de los muros, la subor-
dinación o no del muro al orden y la unidad de ese muro.
En el Hospital de los Inocentes, por primera vez, Brunelleschi utiliza de forma siste-
mática el riguroso repertorio de los órdenes clásicos, directamente inspirado en las ruinas
romanas. Brunelleschi, como vamos ver, lo hace desde una opción personal reuniendo
columna con arco.
Para Brunelleschi, los órdenes clásicos se presentan como un instrumento útil para
hacer visualmente más evidente su nueva arquitectura, su nuevo concepto espacial.
Concepto que en realidad ya había elaborado al construir la cúpula de Santa María de las
Flores, donde todavía no había decidido incluir el sistema de los órdenes. El pórtico de los
Inocentes se configura gracias a la creación de un módulo básico espacial: cuatro colum-
nas enlazadas por arcos definen un cubo cubierto con una bóveda baída. El módulo se
puede repetir reiteradamente y de forma abstracta, construye la forma arquitectónica y
elabora una nueva idea del espacio como abstracción geométrica, tridimensional, infini-
ta, homogénea e independiente de las materias u objetos. La aparente recuperación de la
articulación del orden romano, el orden compuesto, está claramente dirigida a hacer po-
sible este planteamiento espacial. Los órdenes están subordinados, y permiten como me-
ros instrumentos útiles, la construcción de un espacio racionalmente pensado, de una
arquitectura que originalmente es una idea abstracta de base matemática.
109
F. Brunelleschi. Pórtico del Hospital de los Inocentes. Florencia, 1419-1427.
En el Hospital de los Inocentes por primera vez Brunelleschi utiliza de forma sistemática el
riguroso repertorio de los órdenes clásicos, directamente inspirado en las ruinas romanas, y ar-
ticula de forma clásica una arquería. Plantea un edificio porticado, en el cual el pórtico sirve de
tránsito entre el espacio ciudadano y el propiamente habitable. En él se sucede el mismo ritmo
de arquerías y vanos separados por cornisa. El orden compuesto, el romano por excelencia, es el
elegido. En las enjutas de los arcos se incluye decoración mediante tondos de cerámica vidriada.
Se mantiene el doble juego de color entre elementos estructurales y paramentos.
El muro también queda subordinado al orden y a la normalización que impone, gracias a las
ménsulas sobre las que descansa la bóveda.
En los extremos de la arquería, enmarcando las entradas, Brunelleschi dispone pilastras, sin
alterar el ritmo del orden compuesto.
110
CAPÍTULO 3
111
El vocabulario arquitectónico
112
CAPÍTULO 3
dancia entre estructura y decoración, así los órdenes han de distinguir cada una de las
plantas del edificio. Alberti, tomó el Coliseo, como modelo, y desarrolló la idea de aplicar
pilastras verticalmente sobre la superficie del muro y, algo que va a ser más determinante,
la disposición ascendente de estos órdenes: dórico, jónico y corintio, la norma para super-
poner uno sobre otro.
Desde el arqueologísmo de Alberti, la superposición es el método más natural, ya que
consigue reinstaurar soluciones aplicadas en la antigua Roma, a partir del ejemplo del
Coliseo, para solventar un problema que es novedoso. La combinatoria y la superposición
de los órdenes serán esquemas básicos en el desarrollo de la tipología del palacio, donde
este mecanismo rige tanto la composición de su fachada como la de su patio, cuando la
superposición se plantea en la doble arquería.
Alberti plantea por primera vez el problema de la combinatoria de los órdenes y de su super-
posición. Lo hace en el desarrollo de una fachada, en la del palacio Rucellai, donde ofrece una
solución, un esquema que se convertirá en el programa del clasicismo. Toma el Coliseo como
modelo, en la disposición ascendente de estos órdenes: toscano, jónico y corintio, la norma para
superponer uno sobre otro. Luego Bramante lo aplica en una estructura de arquerías, en el claus-
tro de Santa María della Pace.
El palacio Rucellai fue construido por Bernardo Rossellino, siguiendo el proyecto de Alberti,
entre 1446 y 1451.
113
El problema de la combinatoria irá afectando con el paso del tiempo de forma mucho
más general a todo el edificio, en el que se trata de mantener el armónico equilibrio de
esa combinatoria. Así por ejemplo va a ocurrir en las villas palladianas, donde las alas en
las que se abren se entienden como una prolongación del basamento del bloque central;
por tanto deben responder a un orden más robusto que el del pórtico central, siguiendo
las leyes de esa combinatoria (así ocurre en la villa Badoer con orden jónico en el pórtico
central y orden toscano en las alas).
El manierismo, al alterar la conjugación de los órdenes de forma estricta, permite
variaciones en la estructura formal ascendente básica, dórico, jónico y corintio; esto es lo
que plantea Miguel Ángel en el palacio Farnese de Roma, al introducir un tercer piso en
el continuo ascendente de los órdenes. Pero además, la fachada del palacio Farnese no
presenta superposición de pilastras y entablamentos, sino que los cuerpos se diferen-
cian y estructuran según sus líneas de ventanas. No por ello pierde la referencia a los ór-
denes, recordemos que ventanas y puertas también tenían la correspondencia dórica,
jónica y corintia establecida por Vitruvio; Miguel Ángel remata este esquema con una
potente cornisa.
Pero la ruptura de este sistema compositivo de la superposición se produce con la
aparición de una nueva estructura arquitectónica: el orden gigante, colosal o monumental,
que van a desarrollar Miguel Ángel en Roma y Palladio en Venecia, y que consiste en utili-
zar un orden de columnas o pilastras que recogen la altura de más de un cuerpo de una
fachada, asociándolos en una sola unidad. Realmente es a Bramante a quien correspon-
den las primeras propuestas para su uso tanto en la Santa Casa de Loreto en Roma, en
1509, donde recoge una planta y media con el mismo orden, como en la propuesta pa-
ra el interior de la basílica de San Pedro del Vaticano en 1506. Aunque es Miguel Ángel
quien lo desarrolla plenamente en la plaza del Campidoglio en Roma, en 1539, y poste-
riormente tanto en el interior como en el exterior del muro en la basílica de San Pedro
del Vaticano a partir de 1546. Finalmente, es Andrea Palladio quien en sus iglesias vene-
cianas lo lleva a sus máximas consecuencias, ya que determina que el carácter y la estruc-
tura de un orden prevalezca sobre los demás. A partir de aquí se desarrolla el orden mo-
numental del Barroco, gracias a la extraordinaria difusión que hacen de él los Tratados de
Serlio y de Palladio.
Forssman señala que se empieza a hablar de orden colosal:
«Cuando un mismo orden abraza por lo menos una planta y media; en tal caso domi-
na toda la fachada, pero esto no significa que tenga necesariamente un aspecto colosal.
Los palacios capitolinos de Miguel Ángel como del palacio Valmarana de Palladio represen-
tan en cambio otro tipo en el cual la existencia de dos plantas asume verdaderamente el
114
CAPÍTULO 3
carácter de orden giganta. Así se puede atribuir a estos dos maestros la paternidad del orden
monumental barroco» (En Dórico, jónico, corintio en la arquitectura del Renacimiento).
115
Texto
John Summerson, «La gramática de la Antigüedad».
De la obra de John Summerson, El lenguaje clásico de la arquitectura.
Barcelona, 1984, pp. 28-34.
«El Coliseo de Roma suministra enseguida una respuesta en el lado menos dañado de este asom-
broso edificio. Vemos sus tres interminables galerías abiertas, arco sobre arco, con una maciza planta
adicional arriba. Y vemos que cada hilera de arcos está enmarcada por una columna continua. La fina-
lidad estructural de estas columnatas es nula o insignificante. Son representaciones de la arquitectura
del templo, talladas como en relieve sobre un edificio que no es un templo, que tiene varias plantas y
está construido como sistema de arcos y bóvedas.
Si este modo de combinar el sistema arqueado con el adintelado —utilizando este último como
simple medio de expresión— nos parece absurdamente sencillo es sobre todo porque estamos muy
acostumbrados a él. Es sencillo, pero cuando lo empezamos a examinar más detalladamente, no es tan
sencillo ni mucho menos. En el Coliseo tenemos cuatro órdenes: dórico en la planta baja, jónico en la
siguiente, corintio en la tercera, y en la última y ciega, un orden indeterminado que algunos han iden-
tificado con el compuesto, pero que en realidad solo se da en el Coliseo. Centremos ahora nuestra
atención en uno de los arcos de la plantas abiertas, por ejemplo en la de en medio, que es jónica, …
Tenemos aquí una construcción gramatical completa. Está controlada por el orden jónico que solo
obedece a sus propias reglas estéticas tradicionales. La forma y las dimensiones del arco y de los estri-
bos que hay detrás de las columnas vienen determinadas en cambio por las exigencias de la construc-
ción y la conveniencia. Ha sido preciso lograr una convergencia armoniosa de ambas disciplinas, cosa
que, en mi opinión, se ha conseguido. Las molduras del pedestal de las columnas están alineadas con
la peana de la galería arqueada. Las impostas del arco cortan a las columnas un poco por encima de la
mitad de su altura y el arco se instala confortablemente entre las columnas y el arquitrabe de encima.
Esta satisfactoria disposición se ha logrado gracias a un equilibrio muy cuidadoso entre las diversas
necesidades: la dictadura estética del orden jónico y las exigencias prácticas de la construcción».
116
Alberti articula una nueva tipología de fachada, planteando una arquitectura modular y simé-
trica. Concebida al modo de los arcos triunfales romanos, Santa Maria Novella se estructura en
base a un cuerpo cuadrangular, sobre el que se dispone un gran frontón flanqueado por volutas,
este modelo será muy utilizado. La simetría es absoluta, hasta el punto que, el bicromatismo,
típico de la arquitectura florentina, se va a utilizar para diferenciar los elementos modulares. De
distinto modo Brunelleschi lo había utilizado para establecer la separación entre elementos sus-
tentantes y sostenidos.
El historiador Rudolf Wittkower, explica en el capítulo «La interpretación albertiana de la
Antigüedad en la arquitectura», de su obra La Arquitectura en la Edad del Humanismo (1958):
Todos los nuevos elementos introducidos por Alberti en la fachada —las columnas,
el frontón, el ático y las volutas— no habrían sido más que rasgos aislados si no fuera por
la armonía general que servía de fundamento a su aparato teórico. La armonía, la esencia
de la belleza, se basaba, en la relación de las partes entre sí y con el todo; en efecto, un
único sistema de proporciones impregna la fachada, definiendo el lugar y las dimensiones
de cada elemento y cada detalle concreto.
Alberti se inspira en el esquema de los arcos de triunfo romanos para articular una
nueva tipología de fachada en Santa María Novella (1458), con base en una arquitectura
modular y simétrica. De forma novedosa y rotunda, se olvida del carácter y significado de
los arcos de triunfo (paganos, conmemorativos, imperiales) para abstraer, seleccionar solo
117
El vocabulario arquitectónico
Tal vez una de las innovaciones de mayor trascendencia la establece Miguel Ángel en
una de sus primeras obras en Florencia, el proyecto para la fachada de la iglesia de San
Lorenzo (que no se construyó). Mantiene el esquema de arco de triunfo planteado por Al
berti dividiendo la estructura arquitectónica en dos alturas y rematando su espacio central
con un frontón triangular. La novedad estriba en la introducción del mismo orden de co-
lumnas en los dos pisos, precedente de lo que será después su orden gigante.
Siguiendo el esquema de fachada impuesto por Alberti, Palladio introduce una im-
portante novedad en el conjunto de sus iglesias venecianas, San Giorgio Maggiore (1566),
San Francesco alla Vigna (1570) y el Redentore (1577), cuyas fachadas se diseñan con un
orden gigante que recorre, de forma unitaria, los dos cuerpos exteriores hasta llegar al
frontón. La estructura de arco de triunfo se lleva a sus máximas consecuencias.
Las fachadas del Barroco van a permanecer fieles al esquema de dos plantas introdu-
cido por Alberti en Santa María Novella, pero las partes individuales pierden su indepen-
dencia en beneficio de una acentuación general del eje central, es decir de la entrada.
118
La iglesia de Il Gesú de Roma marca este camino; proyectada por Vignola y construida
por Della Porta, su disposición acentúa el eje principal (la axialidad) y se asimila a un gran
portal; de este modo el edificio forma parte del espacio exterior y participa como elemen-
to activo del ambiente urbano. Se divide en dos pisos, cada uno de ellos con un orden, y
se remata con un frontón del ancho de la nave. Los límites de las naves laterales están
disimulados con volutas que contribuyen a mantener la composición piramidal, como ya
expuso Alberti en sus obras. Fue repetida en incontables edificios y las variaciones sobre
el tema solamente afectaron al enriquecimiento plástico del paño central.
119
El vocabulario arquitectónico
Texto
Rudolf Wittkower, «La interpretación albertiana de la Antigüedad
en la arquitectura».
De la obra de Rudolf Wittkower, La Arquitectura en la Edad del Humanismo, Buenos Aires,
1958 (Alianza Forma, 1995, pp. 82-83).
«Las fachadas que hemos comentado aquí —S. Francesco (1450), S. Maria Novella (1458), los dos
proyectos de S. Sebastiano (1460 y 1470) y S. Andrea (1470)— ilustran un desarrollo resultado del cambio
de la interpretación albertiana de la antigüedad. En su primera fachada, la de S. Francesco, Alberti utili-
zó una estructura clásica sin lograr deshacerse de ciertos elementos problemáticos, rasgos tradicionales
y reminiscencias góticas. Además, los detalles clásicos revelan cierta propensión hacia las formas román-
ticas y fantásticas, tal como puede observarse echando un vistazo a uno de los capiteles. La Antigüedad
es la autoridad que guía al arquitecto, pero su acercamiento es más emocional que ortodoxo.
120
Las fachadas siguientes, la de S. Maria Novella y el primer proyecto para S. Sebastiano, suponen un
cambio hacia un clasicismo expurgado y son el resultado de una actitud purista hacia la Antigüedad,
también visible en el tratamiento de los detalles. Sin embargo la solución de compromiso entre muro
y columna que conecta las fachadas de S. Francesco y S. Maria Novella fue abandonada en S. Sebastiano.
En esta ultima iglesia, el sometimiento de la autoridad de los motivos clásicos ha sido reemplazado por
su interpretación en el marco de la lógica de la arquitectura mural. Y en el segundo proyecto de
S. Sebastiano, y aún más en S. Andrea, el acercamiento purista a la arquitectura clásica deja paso a una
deliberada y libre combinación de sus elementos.
En el periodo relativamente breve de veinte años, Alberti recorrió toda la gama de revivals posi-
bles durante el Renacimiento. Evolucionó desde un primer enfoque emocional a otro arqueológico.
Más tarde, subordinó la autoridad clásica a la lógica estructural del muro. Finalmente, rechazó la ar-
queología y la objetividad y utilizó la arquitectura clásica como un almacén en el que proveerse de
los materiales necesarios para una planificación libre y subjetiva de la arquitectura mural. Alberti
fue probablemente el único arquitecto que pasó por estas tres etapas, una detrás de otra y en una
evolución lógica».
La fachada de la iglesia del Gesú de Roma fue realizada por Giacomo Della Porta que modi-
fica el proyecto original de Vignola. Ambos arquitectos fijan la tipología de iglesias de la Con
trarreforma, mediante la creación de un modelo fácilmente repetible, que se extiende con gran
éxito. Vignola la planta y el interior y Della Porta la estructura de la fachada que sigue el esquema
de «arco de triunfo» fijado por Alberti en Santa María Novella.
121
La perspectiva era una ciencia de la visión, era la nueva óptica. Su órgano informante
era el ojo. Alberti instituye el procedimiento de la perspectiva de forma teórica.
En la basílica de San Lorenzo (1418) y más tarde en el Santo Spíritu, partiendo de la
tipología basilical de tres naves preexistente, que Brunelleschi mantiene consciente de su
prestigio clásico pero también de su origen cristiano, adapta y aplica el nuevo espacio
clásico. El edificio subraya la idea de una contemplación en perspectiva, y construye una
pirámide visual que avanza desde la luz de la nave central a la oscuridad de las capillas,
ayudado por el sistema modular que utiliza y la degradación de las dimensiones. Para
conseguirlo, apartándose de la ortodoxia vitruviana, Brunelleschi inventa e introduce un
trozo de entablamento entre capiteles y arco; todo se subordina a hacer visualmente más
evidente su nueva idea del espacio como abstracción geométrica, tridimensional, infinita,
homogénea e independiente. Piero Sanpaolesi apunta:
«El espacio se racionaliza de un modo exacto en su capacidad de ser medido, en un
aspecto general por la regla de la perspectiva, y en un aspecto tecnológico fundamental
por la adopción del orden antiguo […] la valoración sensorial, es decir, la percepción de
las dimensiones del edificio, y del espacio interior y del volumen exterior, ya no es empíri-
ca sino que ella misma está racionalizada, pues desde entonces superponemos mental-
mente al mismo edificio su malla perspectiva» (Piero Sanpaolesi: Brunelleschi, 1962).
122
Filippo Brunelleschi. Iglesia
de San Lorenzo (planta e interior).
Florencia, 1421-1428.
123
El vocabulario arquitectónico
124
La planta central
125
El vocabulario arquitectónico
Alberti en De re aedificatoria (VII, 4), la propia naturaleza eligió la forma redonda para
configurar las cosas que se generan, se mantienen o se transforman por obra suya, como
el globo terráqueo, los astros y los nidos de los animales. El espacio centralizado se entien-
de como la recuperación de una tipología espacial asociada con lo clásico y lo pagano,
cuyo diseño se basa en la aplicación del círculo, la más perfecta de las formas, al entender-
se que a través de la belleza de sus proporciones y armonía entre sus partes se mueve a los
fieles al sentimiento religioso. Este planteamiento traspasa lo meramente real y arquitec-
tónico para convertirse en el fundamento de las plantas centralizadas de la ciudad ideal.
En este primer momento hay tanteos significativos para aplicar la centralización de la
planta a todo un edificio y específicamente una preferencia a la centralización del espacio.
Este interés queda patente en Brunelleschi, quien a lo largo de su trayectoria investiga en
torno al problema del espacio central, su racionalización y universalidad, y sobre la síntesis
con el espacio longitudinal. Ya en la solución dada en Santa María dei Fiore consigue crear
un movimiento de atracción del conjunto del espacio longitudinal anterior, las naves, ha-
cia la cabecera centralizada. Pero es en la Sacristía Vieja de San Lorenzo —ver p. 26—
donde contrapone la tipología longitudinal de la iglesia con la planta cuadrada de la sa-
cristía, que cubre con cúpula semiesférica. Continúa estudiando la síntesis orgánica de
espacio central y espacio longitudinal en la capilla Pazzi, donde va a tratar de repetir la
idea de un espacio centralizado pero sobre una planta rectangular, por tanto la cúpula no
va descansar sobre cuatro muros, como en San Lorenzo, sino que a través de pechinas se
asienta en dos muros y dos arcos. La capilla Pazzi, además, es la única obra en la que
Brunellesqui diseña una fachada exterior, que resuelve con un pequeño pórtico exterior,
cubierto con bóveda de casetones, interrumpida con una cúpula en su parte central, con
un lenguaje clásico perfecto.
De Brunelleschi a Bramante los arquitectos renacentistas persiguieron ese ideal de
espacio equidistante de un centro, aunque por lo común en la concreción de sus proyec-
tos compaginaron la disposición longitudinal de las naves con una zona presbiterial de
planta central, como hemos visto en Sant’Andrea de Alberti y en el Gesú de Vignola.
Sin embargo, tras estos intentos y cerrando la arquitectura del Quattrocento, todavía
hay tanteos significativos para aplicar la planta central a todo un edificio. En Milán coin-
ciden y mantiene un estrecho contacto, Leonardo y Bramante, ambos inmersos ya en
esa búsqueda, cientifista y experimental, de una forma unitaria, expresión tanto de lo
particular como de lo universal, la expresión de un ideal de belleza. En Milán Leonardo
realiza los bocetos de edificios de planta central, poco tiempo después, en Roma,
Bramante construye el Templete de San Pietro in Montorio —ver p. 30—. Que, como en
los bocetos de Leonardo, se plantea como un pequeño edificio de planta circular, centra-
lizada, rodeado de un pórtico de columnas, sobre escalinata, cubierto con cúpula de
126
CAPÍTULO 3
127
Caradosso. Medallada con la representación del proyecto de Bramante
para el Vaticano. Roma, 1506.
Realmente el proyecto de Bramante para el Vaticano no se conoce muy bien. La clave para
entender la filosofía del proyecto reside en la medalla acuñada por Caradosso (1506), enterrada
bajo la primera piedra.
de solucionar los problemas técnicos. Proponiendo, en uno de ellos, una proyección lon-
gitudinal de una nave que tendría capacidad de albergar a un número mayor de fieles.
Éste será el proyecto que reinterpretarán Rafael, Peruzzi y Sangallo, y del cual prescindirá
Miguel Ángel. Todas las dudas sobre la funcionalidad de la planta central ya están con-
templadas antes de la muerte de Bramante.
Una vez muerto Bramante en 1514, Rafael se hace cargo de las obras de San Pedro.
Todavía no se tenía un proyecto definitivo, lo que se une al desinterés tras el fallecimiento
de Julio II. Rafael plantea una planta de cruz latina, con la cabecera tal como la proyectó
Bramante, con amplias naves rematadas en pórtico. El proyecto de Rafael apenas se cons-
truyó y tendrá una escasa incidencia posterior.
Peruzzi trabaja en las fábricas del Vaticano desde 1520, año de la muerte de Rafael,
hasta 1527. Retoma la opción centralizada de Bramante y vuelve a una planta de cruz
griega rematada con ábsides semicirculares e inscrita en cuadrado, la cúpula sigue siendo
el elemento nuclear y centralizador. Posteriormente Sangallo opta, al igual que Rafael,
por separarse de la idea de planta central añadiendo tres naves. La cabecera, muy poten-
te se articula mediante tres ábsides. La cúpula se mantiene como elemento referencial de
toda la construcción.
128
129
El vocabulario arquitectónico
pleta en sí misma, sin ninguna relación con el entorno urbano o con el espectador (espa-
cio centralizado «ideal» del Renacimiento).
A principios del siglo XVII, Carlo Maderno se encarga de terminar el edificio y rompe
definitivamente con la idea de centralización, al adicionar una nave central y varias late-
rales, e introducir un eje longitudinal.
El ideal de la planta central del Renacimiento se ha mostrado como imposible, pero
no la centralización de un espacio interior dominado por el vacío de la cúpula, ni la cen-
tralidad visual que esa cúpula imprime en el conjunto de la ciudad.
Las cúpulas
130
CAPÍTULO 3
131
Miguel Ángel. Basílica de San Pedro del Vaticano (cúpula). Roma, 1546.
Miguel Ángel concibe la cúpula como una escultura, una arquitectura monumental e impo-
nente que condiciona la valoración del resto del edificio que actúa como basamento de la misma
—Maderno mantendrán en parte esta sensación visual cuando proyecte su monumental pórti-
co—. Todo el edificio se plantea de forma que ningún elemento disminuya el valor tectónico de
la cúpula, verdadera protagonista del edificio.
El lenguaje clasicista —grandioso— que utiliza Miguel Ángel en la articulación de los ele-
mentos arquitectónicos, no sigue la severa ligazón dictada por la normativa clasicista del Alto
Renacimiento, aunque trasmite la monumentalidad de los edificios de la Antigüedad. Proyecta un
orden colosal de pilastras corintias, órdenes gigantes que apenas fueron utilizados en la arquitec-
tura antigua y que a partir de este momento se harán algo frecuente.
Según lo expuesto, podemos concluir que aunque los teóricos recomendaban una
planta central para las iglesias, bajo la idea de que el círculo y los polígonos son formas
perfectas —es una excepción Pietro Cataneo, el cual sostiene que en una ciudad la iglesia
principal debe tener forma de cruz, porque la cruz es el símbolo de la redención—, la
planta central no resultaba adecuada a las necesidades litúrgicas y se alejaba de la tradi-
ción que había adoptado la planta basilical para el templo cristiano. Por lo que, como
hemos visto, ya a lo largo del siglo XVI se desarrolla una crítica importante al «ideal» de la
planta centralizada, que se utilizaba más bien para pequeñas capillas. El problema se in-
tentó resolver por medio de elipses, forma con la que podrían sintetizarse los esquemas
centralizados con los longitudinales. Los primeros experimentos son los proyectos de
Peruzzi y de Serlio todavía en el siglo XVI.
132
CAPÍTULO 3
La iglesia del Gesú da una nueva interpretación a dos motivos tradicionales de los edificios
medievales: el camino de la redención y la bóveda celeste. Pero además establece principios es-
paciales fundamentales en el desarrollo de las iglesias barrocas: por una parte integra el esquema
longitudinal con el centralizado y por otra el edificio de la iglesia forma parte, y participa, de un
conjunto mayor, el espacio urbano.
133
El vocabulario arquitectónico
Texto
De la obra de F. Escrig, Félix Escrig Pallarés, Las grandes estructuras del Renacimiento
y el Barroco. Sevilla, 2002, pp. 62-64.
«Cuando en 1546 Miguel Ángel recibe el encargo de continuar la labor de Sangallo, su plantea-
miento se refiere fundamentalmente a la planta y a la iluminación interior. No tenía, ni se hizo de in-
mediato una idea de conjunto como había hecho Sangallo. El Concilio de Trento del año anterior no se
pronunció claramente respecto a la forma de los templos, salvo en los de planta circular, que se des-
aconsejaron por paganizantes. Su gran habilidad en las primeras intervenciones fue la de aumentar el
aspecto de grandeza disminuyendo el tamaño. Al disminuir la planta cualquier tipo de cúpula que se
realizara ganaría en elevación. Para ello reforzó los soportes centrales y estableció un modelo para la
conclusión del conjunto que presentó al Papa. Vasari y Duperac fueron los garantes de su proyecto
hasta el punto que cuando en 1565, el continuador de las obras Pirro Ligorio, quiso alterar los diseños
de Miguel Ángel fue inmediatamente despedido. El carácter del Divino queda bien atestiguado en las
discusiones con la jerarquía eclesiástica. Requerido para explicar el proyecto pudo responder que la
misión de ésta era buscar el dinero, que del resto se encargaba él.
¿Qué aportó Miguel Ángel para merecer tal confianza? Para empezar un esquema claro y bien di-
mensionado. Por primera vez un arquitecto se pronuncia rotundamente en torno a la planta centrali-
zada. Ya no hay rincones. Sobre un cuadrado hay superpuesta una cruz. El resto es fábrica. Y sobre
todo ello un tambor y una cúpula fiel al espíritu albertiano. Ojo, no es Brunelleschi, es una mezcla de
Alberti y Bramante. Un tambor coronado con una cáscara semiesférica. Pero también ha aprendido de
aquel que no es suficiente con dibujarla. Hay que construirla y tiene 42 m de diámetro. En sus dibujos
Miguel Ángel trata desesperadamente de aligerar cargas, de ahí la doble hoja que al interior sería se-
miesférica y al exterior ligeramente peraltada para sostener la linterna. Y entre ellas unas nervaduras
meridianas que las conectan. Se ha producido la paradoja de que la sección es mayor en la clave que
en la base, lo contrario que el Panteón cuyo modelo copió Bramante. Y para absorber los empujes
pone un sólido cinturón en el tambor, muy medieval, completamente disfrazado de orden clásico».
134
135
El vocabulario arquitectónico
Plantas elípticas
Fue de las iglesias centralizadas menores de donde surgió el tipo de planta caracterís-
tica del Barroco: la elíptica. Como había ocurrido con el esquema espacial de la planta
longitudinal centralizada, Vignola fue el primero en construir plantas elípticas, como las
de las iglesias de Sant’Andrea (1550) o la de Sant’Anna dei Palafrenieri (1572); con ambos
edificios Vignola creó otro prototipo que llegó a ser muy importante para todo el desarro-
llo del Barroco, a partir del cual se proyectaron multitud de iglesias elípticas, practicadas
por arquitectos como Volterra, Vitozzi, Mascherino.
136
CAPÍTULO 3
La elipse apareció una y otra vez como forma arquitectónica básica o como elemento
imprescindible durante los siglos XVII y XVIII. Al tener una forma rotunda y completa, la
elipse ofrecía pocas posibilidades de variación, por tanto fue más utilizada como punto de
partida para programas más complejos —en particular por Borromini— que como ele-
mento final, como ocurre en la iglesia más importante de Bernini, Sant’Andrea al Quirinale
(1658-1670) —ver p. 47—. En este prototipo la elipse longitudinal se constituye como una
de las formas barrocas fundamentales, porque funde movimiento y concentración y su
claro carácter irracional era apropiado para realizar los propósitos expresivos de la Iglesia
romana. De esta forma, nuevamente la síntesis entre lo longitudinal y lo centralizado cu-
bre las necesidades simbólicas y prácticas exigidas.
Siguiendo la propuesta de Bernini, el desarrollo de este modelo tiene un punto
de partida en la iglesia de Santa María in Campitelli de Carlo Rainaldi que tomó una elip-
se longitudinal a la que agregó un presbiterio circular cubierto con cúpula y rematado
con linterna.
En el Barroco estamos viendo cómo las soluciones tipológicas del espacio religioso
van a experimentar una evolución paralela a la sucedida en las fachadas y la configura-
ción interior: en principio dependen de los modelos creados y consolidados en momentos
anteriores, como por ejemplo del tipo planteado en Il Gesú de Roma; con el tiempo se
convierten en casos de gran complejidad y carácter personal como lo demuestra la obra
de Borromini o la de Guarino Guarini.
En las obras de Francisco Borromini encontramos un enfoque fundamentalmente nue-
vo al problema del espacio arquitectónico. La contribución de Borromini no consistió en el
desarrollo de tipos nuevos, sino en inventar un método para tratar el espacio, basado en
los principios de continuidad, interdependencia y variación. Para Borromini el espacio es
el elemento constitutivo concreto del proyecto arquitectónico, mientras que para Bernini
el espacio es un escenario para un acontecimiento dramático expresado con la escultura.
El espacio en Borromini está dominado por el dinamismo, por el movimiento, un
movimiento ondulatorio (los elementos espaciales se contraen y expanden como si fueran
de material elástico) y continuo. Las paredes pierden su condición de cerramiento, para
conformarse como elementos dinámicos y en movimiento que se adaptan al juego im-
puesto por la planta y la cúpula y que confieren unidad a esa estructura arquitectónica
que es la iglesia. Se articulan de forma continua y unificada, el ritmo del movimiento es
constante gracias a series incesantes de pilastras (columnata ininterrumpida que define el
espacio) y a los ángulos redondeados que no rompen el ritmo del movimiento.
Entablamento continuo, ciñe las paredes y las envuelve sin interrupción, y si es necesario
se transforma, dúctilmente se modela, en arco, en voluta, en el elemento arquitectónico
que corresponde, en vez de interrumpirse para introducirlo.
137
El vocabulario arquitectónico
En la iglesia de San Ivo alla Sapienza (Roma, 1642-650) —ver p. 45—, Borromini creó
uno de los organismos más originales de la historia de la arquitectura. La planta se estruc-
tura entorno a un hexágono, donde alternan ábsides y nichos de fondo convexo. La com-
pleja forma adquiere unidad mediante la articulación continua de la pared y el entabla-
mento que la ciñe. Pero su verdadera novedad es el intento de continuidad vertical, al
reproducir sin interrupción en la cúpula la compleja forma de la planta.
El movimiento ondulante se somete, al mismo tiempo, a dos fuerzas estabilizadoras
de la estructura arquitectónica, añadiendo tensión al conjunto: el doble eje Barroco (dis-
posición biaxial), longitudinal desde el exterior, vertical desde el centro de la cúpula.
Francesco Borromini.
Iglesia de San Carlo
alle Quattro Fontane
(planta e interior).
Roma, 1634-1637.
Se levanta sobre un pequeño solar irregular, donde plantea una planta ovalada y llena de
sinuosidades, sobre la que se levantan muros ondulantes, cargados con columnas, pilastras y ele-
mentos decorativos, que dotan al conjunto de gran movimiento y unos efectos plásticos y espacia-
les propiamente barrocos. Se cubre con cúpula oval, decorada con casetones de distintas formas,
que se van reduciendo hacia el centro, consiguiendo el efecto engañoso de una mayor altura.
138
CAPÍTULO 3
Esta unidad espacial definida por una articulación continua de paredes y ángulos re-
dondeados, se mantiene en la fachada donde las superficies se hacen ondulantes, cónca-
vas, con esquinas redondeadas y gran entablamento elástico que las ciñe, caracteres que
permiten que el edificio se adapte y conforme el entorno urbano como sucede, entre
otras, en la iglesia de San Carlo alle Quattro Fontane —ver p. 242—.
En Borromini, la pared —que se articula gracias al lenguaje clásico de los órdenes—
es la zona crítica donde se encuentran las fuerzas capaces de crear un espacio unificado;
series de pilastras, columnas, capiteles, entablamentos se vuelven dúctiles, se hacen elás-
ticos, crecen y se desplazan en el mismo ritmo ondulante, pero no por ello abandonan sus
reglas, sus proporciones, la conjugación de sus elementos o su combinatoria.
El interior Barroco, a pesar de su pretensión de transcendencia, se configura general-
mente como un espacio orgánico y real articulado por el movimiento inherente al conjun-
to. Este carácter reside en el tratamiento de unas paredes que pierden su condición fron-
teriza mediante el empleo de determinados efectos ópticos como su trepanación o la
incorporación de espejos. Este anhelo de dinamismo, sinuosidad y efectismo está desa-
rrollado al máximo en la denominada «yuxtaposición pulsante» de Guarino Guarini; se
concibe tanto en el interior como en el exterior de los edificios y de igual modo se aplica
a la tipología sobre la que se levantan los mismos.
En las obras de Guarino Guarini se lleva a cabo sistemáticamente el método general
propuesto por Borromini, el espacio es el elemento constitutivo de la arquitectura, pero
es el movimiento ondulatorio (considerado como la propiedad esencial de la naturaleza)
quien la determina, ratificado por la innovación que supuso la sucesión de unidades ver-
ticales (espacios centrales superpuestos), que desarrolla en sus iglesias como en San
Lorenzo —ver p. 51—.
Pero esta arquitectura tan compleja y decorativa (exacerbada en el Rococó) tuvo pro-
fundas críticas. Forssman ha señalado cómo es la continuidad plástica de los órdenes, la
persistencia de sus normas y el uso de las cúpulas, los elementos que constituyen y permi-
ten la estabilidad de los dogmas esenciales del sistema arquitectónico clásico, y son estos
elementos los que propician su permanencia. El rechazo de los hombres de la ilustración
a la última arquitectura barroca no les apartó de los elementos del lenguaje clásico, bien
al contrario los reforzaron y volvieron a cargarlos de contenido.
El mito de la Antigüedad, las ruinas de los monumentos antiguos, el viaje a Roma,
volvió a ser la base sobre la que construir un modelo arquitectónico de validez universal,
en el que los órdenes arquitectónicos, elementos constitutivos esenciales, retornaran a su
función constructiva original. La crítica a los excesos y el recargamiento decorativo
Barroco y Rococó, y la necesidad de optar por una arquitectura funcional y verdadera, en
la que todos los elementos arquitectónicos respondieran a una función constructiva, no
139
El vocabulario arquitectónico
140
Texto
Jean Castex, «Estructuras estelares, cascarones, cúpulas celulares».
De la obra de Jean Castex, Renacimiento, Barroco y Clasicismo, 1994.
«La crítica tipológica cerrada del barroco abre la vía a una concepción enteramente nueva del só-
lido construido. La técnica es con frecuencia ordinaria […]. Es más bien en la concepción mecánica del
cuerpo construido y de sus articulaciones donde el barroco se muestra excitante y audaz. Pero que el
empleo del término “cuerpo” no nos llame a engaño: no tiene ninguna significación antropomórfica, ni
menos aún orgánica, pero nos transmite la preocupación por la totalidad, construcción y apariencia,
materia de las bóvedas y los muros y espacio que encierran.
Esto es lo que traducen, en concreto, las expresiones de estructuras estelares, cascarones y cúpu-
las celulares, todas las cuales evocan una cierta solidaridad y unas sutiles relaciones entre unidades
próximas. Las bóvedas en estrellas son el resultado del recorte de una cúpula en seis u ocho paños
mediante arcos que unen sus extremos de dos en dos, lo que da lugar a una compartimentación pro-
picia a hallazgos diversos. Los cascarones, ovoides, esferoides, conoides, no existen sino ensamblados
por todo un juego de intersecciones, directamente o por medio de lunetos. Las cúpulas celulares están
hechas de cascarones superpuestos, embutidos, que asocian al volumen principal toda una periferia
de alveolos que contribuyen a su equilibrio y su definición.
La distinción entre los tres géneros de estructuras no siempre es fácil, ya que existen amplias posi-
bilidades de hibridación entre las mismas».
141
142
Capítulo 4
MODELOS DE EDIFICIOS
Esther Alegre Carvajal
143
I. EL PALACIO
I.1. El modelo italiano y su difusión en la arquitectura española
I.2. El Hôtel francés reflejo de un nuevo gusto
II. LA VILLA. ARQUITECTURA Y NATURALEZA
II.1. Las villas de Palladio
II.2. Los Château y la distribución francesa
II.3. Los palacios reales del Barroco
II.4. El jardín y su desarrollo
III. OTROS MODELOS
III.1. Biblioteca, hospital, teatro
Obras de referencia
144
«La arquitectura, como el universo, como la historia, como la sociedad, será pensada
por tipos, es decir a partir de un pequeño número de esquemas espaciales seleccionados
que van a condicionar durante tres siglos la posibilidad misma de organizar formas (será
ilusorio pensar en proyectar sin ellos; no habrá trabajo de invención sino una reelabora-
ción continua y dolorosa de los mismos esquemas). Todo ello es claramente neoplatónico:
la idea, más real que lo real, concentrada en el tipo, y la superioridad del proyecto sobre
su realización» (en Renacimiento, Barroco y Clasicismo, pp. 52-53).
Pero en su recorrido el Renacimiento rebasa los contenidos del modelo para interpre-
tar la realidad y crear la propia (Alberti y Brunelleschi), de la tipología como clasificación
(recetario de los tratados sobre la aplicación de los órdenes) o como codificación de tipos
145
Modelos de edificios
(las villas palladianas). Algo importante se introduce cada vez con más profundidad, el
arquitecto es un intelectual teórico, que explica y conoce las leyes que determinan la rea-
lidad arquitectónica, tanto los órdenes como las estructuras, que es capaz de medir mo-
delos y tipos y de contrastarlos. En este sentido la Antigüedad se mostró como una cultura
histórica concreta, que permite analizar y clasificar los objetos reales.
Tafuri expone como:
«Para Alberti el concepto de tipo arquitectónico revestía aún valores de historicidad
(en cuanto deducido mediante selección en el repertorio de la antigüedad), naturalidad
(en cuanto la antigüedad se elegía como segunda y perfecta naturaleza), universalidad (en
cuanto a los significados simbólicos ajenos a los modelos especiales, a la gramática de
los órdenes y a las reglas de la proporcionalidad armónica, se atribuye valor cognoscitivo
de la esencia misma de la armonía universal)» (En «El método de proyectación de
Borromini», 1972).
A lo largo del Renacimiento existe una persistencia en los tipos, un intento de invaria-
bilidad formal —ejemplo: la planta central—, pero este tipo se ve continuamente someti-
do a la necesidad de resolución de problemas concretos. Por ejemplo, la adaptación que
hace Bramante de la planta central en el templete de San Pietro in Montorio —ver p. 30—
y posteriormente en la iglesia de San Pedro del Vaticano —ver p. 129—, introduciendo la
variación de escalas y la sucesiva definición de tipos. O cómo esa estructura centralizada se
manifiesta en todos los tratados de la ciudad ideal y posteriormente se ven reflejados en la
Palmanova de Scamozzi —ver p. 194—.
Esa idea de arquitectura, que solo encuentra su lugar lejos de la realidad, será el ori-
gen de la «utopía renacentista» por excelencia: la ciudad ideal. Solo ahí, lejos de todo
condicionante, es posible una teoría de la arquitectura, una tipología arquitectónica.
Cuando Francesco di Giorgio Martini en su Trattato di Architettura ofrezca modelos de la
ciudad en el libro III y sitúe en ellas las diferentes necesidades edificatorio–urbanas y
cuando, por otra parte, en el libro II muestre modelos de casas y palacios para la ciudad,
estará confiando en las posibilidades reales de una nueva arquitectura para un nuevo in-
dividuo urbano. Posteriormente, en la ciudad de Versalles (proyectada en 1670) se van a
plantear grupos de edificios que a veces parecen muy artificiales y que parecen forzar los
hábitos de sus habitantes; la arquitectura impone la forma de vida, la preocupación por la
clasificación se hace cada vez más dogmática, a cada grupo social le corresponde su tipo,
perfectamente separado y diferenciado del otro. La clasificación tipológica de los prototi-
pos arquitectónicos de vivienda permite ordenar los grupos sociales y la sociedad misma.
Frente al arquetipo ideal, Palladio y Serlio son, tal vez, los arquitectos de este periodo
que desarrollan, de forma más consciente, una amplia investigación tipológica que per-
mite que sus modelos asuman un valor reconocido y real: Serlio en su clasificación de los
146
CAPÍTULO 4
Texto
J. M. García Roig, «Tipología-Morfología. La formación del modelo».
En Javier Rivera, J. (coord.): Arquitectura y Orden. Ensayos sobre tipologías arquitectónicas.
Valladolid, 1988.
147
Modelos de edificios
I. EL PALACIO
Desde el siglo XV y a lo largo del siglo XVI, la vivienda de la alta aristocracia se transfor-
mó. Se abandonó la estructura fortificada de los castillos, y se codificaron tres tipos de
residencia: el palacio urbano, la villa y la villa suburbana (palacio, jardín, explotación
agrícola). Los tres sirven de vivienda a la misma elite social y, pese a su diferencia tipológi-
ca y simbólica, representan aspectos de la misma forma de vida. Ya en el Tratado de
Alberti se presentan los diferentes tipos y se establece el significado de cada uno de ellos:
«Pero las villas y las casas urbanas de los ricos difieren en eso, pues a los ricos las villas
les sirven de residencia en verano, y las casas urbanas para defenderse más cómodamen-
te en invierno. Por tanto, gozan en sus villas de todos los refinamientos de luz, aire, de
lugares espaciosos y hermosas vistas. Pero en la ciudad gozan más de las placenteras
delicadezas de la noche» (Alberti, De re aedificatoria, V, 18).
«Todavía hay un tipo de edificios privados en los que se busca aunar la dignidad de las
casas de la ciudad y los deleites y placeres de las villas…, y esos son las casa con jardín en
torno a la ciudad…, las cuales no impiden los quehaceres y se puede gozar en alguna parte
de aire purísimo» (Alberti, De re aedificatoria, IX, 2).
Serlio repite las tipologías albertianas y en su Tratado presenta una serie de proyectos
diferenciados para el palacio y la villa. Es interesante destacar que presenta veinticuatro
proyectos de villas y solo uno de palacio, lo cual indica que el último se considera un tipo
fijo con menos posibilidades de variación.
Palladio tomó un punto de partida análogo y en su segundo libro habla de «casa den-
tro y fuera de la ciudad». La villa es el lugar donde «el cuerpo conserva más fácilmente la
fuerza y la salud; y en el que, finalmente, fatigado con la agitación de la ciudad, se
recuperará y reconfortará en gran medida».
148
Privado, sin embargo, no quería decir individual y mucho menos subjetivo, pero esta
última característica sí la recogía la villa. Alberti también indica estas diferencias:
«Entre la casa de la ciudad y la casa campestre hay aún… esta diferencia, que los ador-
nos de la casa de la ciudad han de ser mucho más serios que los de la campestre, pues en
las campestres se admite todo tipo de alegrías y placeres. Hay otra diferencia: que en la
ciudad se ve uno obligado a moderarse en muchas cosas, por el que dirán los vecinos, pero
que se pueden usar más libremente en la casa campestre» (Alberti, De re aedificatoria, IX, 2).
149
Modelos de edificios
toda Italia, como demuestra el palacio del Diamante de Ferrara, obra de Biaggio Rosseti, en
el que el almohadillado adopta la forma de punta de diamante. Fuera de Italia se repite
profusamente en España, especialmente en los palacios construidos por la familia Mendoza.
Alberti, en el palacio Rucellai, introduce una leve variación, no sobre la tipología
arquitectónica que se mantiene intacta, sino sobre el carácter del edificio, marcado por
ese elemento esencial, el almohadillado, abriendo con ello todas las posibilidades expre-
sivas de este elemento plástico. Lo aplana, lo debilita, con ello disminuye el carácter
de fortaleza que todavía quería mantener el edificio palaciego, e incluso lo convierte en
una cita arqueológica, al transformarlo en basamento, en el opus reticulatum romano,
que deja visto como en las ruinas (a pesar de que en los edificios romanos siempre estu-
viese revestido).
El palacio Piccolomini de Rossellino en Pienza —ver p. 199— sigue estrictamente el
modelo albertiano. Aunque la característica verdaderamente original de este palacio es el
tratamiento de la fachada al jardín, o mejor la relación que se establece entre ambos gra-
cias a la apertura de una triple galería, relación que ya se estaba experimentando en las
villas y que determinará el futuro de la tipología palaciega.
Muy significativo es también el tratamiento de los patios interiores de estos palacios;
en ellos se constata el desarrollo de la arquería, su superposición, siguiendo las rígidas
normas de los órdenes, o cómo se utiliza, tanto para componer un mundo cerrado (patio
central) como para establecer una transición desde la arquitectura hacia el espacio dilata-
do de la naturaleza (fachada hacia el jardín).
Michelozzo, en el palacio Médici, plantea doblar en cuatro el pórtico de los Inocen-
tes, sin ofrecer un tratamiento especial al piso superior. Luciano Laureana, en el palacio
de Urbino, ofrece un tratamiento singular para el piso superior, estableciendo un orden
de pilastras con entablamento entre cuyos intercolumnios sólidos no se abre una ga-
lería, si no que se sitúan los huecos de las ventanas. El paso siguiente lo ofrece el pala-
cio Venecia (que ha sido atribuido a Alberti) donde se toma el diseño básico del Coliseo
y se adapta al cubo que conforma el patio: arquerías superpuestas de arcos de medio
punto enmarcados entre columnas y entablamento siguiendo las normas de la superposi-
ción de los órdenes.
Este modelo florentino tiene un larguísimo recorrido, y las variaciones sobre él van a
ser lentas, puntuales (no sufre una continua experimentación como hemos visto en las
tipologías de iglesias) y, en realidad, trascurrirá mucho tiempo antes de abandonarse el
tipo básico sobre el que se fundamenta: cubo cerrado en torno a un patio, fachada con
almohadillado y pórticos con órdenes clásicos en el patio. Sin embargo, estas limitadas
revisiones de la tipología original van a ser una constante a lo largo del tiempo —ver pa-
lacio Pitti en p. 165— .
150
Michelozzo di Bartolomeo. Palacio Medici-Ricardi. Florencia, 1444.
Antes de continuar con el desarrollo del palacio en la Roma del Cinquecento, nos de-
tendremos durante un momento a comentar el importantísimo desarrollo que el palacio
florentino tuvo en España, y muy especialmente en el círculo de una de las más importan-
tes familias nobiliarias de Castilla, la familia Mendoza.
Es indudable que en Castilla se van a dar pasos muy significativos en la definición de
la vivienda de la alta aristocracia. Mucho menos pegada a la gramática de la Antigüedad,
a su análisis arqueológico y a su definición como nuevo lenguaje arquitectónico, eso no
impidió que se desarrollara un experimento práctico, con enorme éxito, sobre la estruc
tura, las tipologías y los tipos formales que llevaron a adoptar el modelo florentino de
151
palacio como propio. Tal vez incluso a definir de forma mucho más contundente su pro-
totipo. Será en los palacios mendocinos donde aparece por primera vez la estrecha rela-
ción del palacio con la ciudad, plaza-palacio se convierten en una estructura aristocrática
de enorme potencia y desarrollo. Pero también donde se desarrollan las galerías directa-
mente relacionadas con jardines palaciegos altamente significativas.
«Guadalajara es un completo y sobresaliente precedente donde se desarrollan por
primera vez todos y cada uno de los elementos que van a conformar las ciudades nobilia-
rias mendocinas. En ella optan por una solución formal diferente de la estructura medieval
de castillo que, aunque se muestra como un sistema todavía activo y útil, no aporta el
significado de modernidad, de innovación, de diferenciación deseado por los Mendoza
para reforzar su imagen. En Guadalajara, mediante un planificado proyecto de conjunto
construyen por primera vez, el elemento más emblemático de sus ciudades nobiliarias, el
conjunto palacial. De nueva planta erigen su famoso palacio del Infantado y, frente a su
espléndida fachada, disponen una gran plaza de representación ducal […] Siguiendo la
pauta de Guadalajara, las ciudades nobiliarias mendocinas cultivan un modelo perfecta-
mente definido, caracterizado por la construcción del conjunto palacial con un proyecto
unificado, en el que siempre se levanta un palacio de nueva planta plenamente urbano»
(en Esther Alegre, Las Villas Ducales como tipología urbana).
Otra de las grandes innovaciones dentro de la tipología de palacio que aporta Castilla,
es la forma y el valor que se da a la escalera. En primer lugar se va a definir la tipología de
tres tramos. Aparece en los dibujos de Francesco di Giorgio, este tipo se plasmó por pri-
mera vez en la iglesia de San Juan de los Reyes de Toledo (1504) de Juan Guas y en el
Hospital de la Santa Cruz, también en Toledo y obra de Enrique Egas (1504-1514), así como
en el castillo de la Calahora (Granada 1508-1512) de Michele Carlone. Unos años después
Diego de Siloe erigió la magnífica Escalera Dorada de la catedral de Burgos, desarrollada
básicamente sobre un plano en forma de T. Pero como indica Nikolaus Pevsner:
«Pero mientras tanto, en España, se había creado otro tipo, el más grandioso de todos
y, una vez más según parece, con el único precedente de bocetos italianos que no llegaron
a llevarse a la práctica. En el caso de este tipo, conocido como escalera imperial, el mode-
lo son los dibujos de Leonardo. Una escalera imperial es la que se eleva dentro de un gran
espacio rectangular cerrado […] conduciendo hasta el piso superior mediante dos brazos
situados a izquierda y derecha del primer tramo, al que corren paralelos […] Este tipo
aparece por primera vez, según la información que poseemos, en el monasterio de El
Escorial (1563-1584), obra de Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera […] estas escaleras,
en las que la persona que sube o baja percibe vívidamente el espacio se desarrollaran fuera
de Italia […] El de El Escorial [el modelo] se convirtió en un sello distintivo de magnificencia
principesca» (en Nikolaus Pevsner, Breve Historia de la arquitectura europea. Madrid, 1994).
152
Lorenzo Vázquez. Palacio Ducal de Cogolludo. Cogolludo (Guadalajara), 1488-1492.
Aunque el promotor de la labor llevada a cabo en Cogolludo fue don Luis de la Cerda, I duque
de Medinaceli, fue Lorenzo Vázquez, el arquitecto del Gran Cardenal Pedro González de Mendoza,
quien llevó a cabo el proyecto del palacio de Cogolludo y fue el propio cardenal el que propuso
la transformación de la villa en una corte aristocrática a la italiana. Con la construcción de este
palacio, los Mendoza fueron los primeros en introducir en España las renovadoras formas arqui-
tectónicas de la cultura italiana y el nuevo lenguaje artístico del Renacimiento. El palacio, sin
torres, con almohadillado florentino y fachada marcada por la horizontalidad y la simetría, apor-
tó el significado de modernidad, de innovación, de diferenciación, deseado por los Mendoza pa-
ra formalizar su imagen de poder. Éste se entiende como un objeto innovador y simbólico dentro
de la ciudad.
El palacio de Cogolludo, por primera vez en Castilla, utiliza el lenguaje clásico de la arquitec-
tura, en palabras de la época se construye a lo romano, e incluye los nuevos ideales clásicos de
orden, racionalidad y armonía recuperados por los artistas italianos.
153
Modelos de edificios
que la planta noble superior se articula mediante pilastras. Bramante separa los dos
elementos que combinados determinan el carácter de los palacios: el almohadillado se
reduce a la parte no noble, funcional, mientras que los órdenes clásicos diferencian la
parte residencial.
El almohadillado permanece como seña de identidad de la vivienda aristocrática ur-
bana, pero con un nuevo carácter utilitario que ya no hace alusión a las antiguas casas
fuertes. Este modelo se exportará a toda Italia y, en Venecia, debido a la escasez de suelo
urbano, incluirá la variante de dos pisos nobles.
Los siguientes palacios romanos continúan fieles a la estructura arquitectónica defini-
da en el palacio florentino pero, al igual que Bramante, introducen variaciones en la arti-
culación de la fachada. Significativos en este sentido son la serie de palacios que constru-
ye Rafael: el palacio Branconio dell’Aquila, desaparecido, o el florentino Pandolfi, con una
arquitectura sencilla y monumental en la que todos los elementos son clásicos, pero cuya
ordenación no corresponde ya a esa norma, poniendo en marcha las alternativas manie-
ristas. Recordemos que la superposición de los órdenes y su combinatoria se codifica,
muy eficazmente, en el primer Renacimiento en la tipología palaciega, iniciando con ella
su andadura anticlásica.
Otra opción es la que inicia el palacio Farnesio, diseñado por Antonio da Sangallo el
Joven, donde la imagen de un poder absoluto, se establece al abandonar los códigos aris-
tocráticos anteriores: el almohadillado florentino y el juego de los órdenes. Su fachada
lisa y monumental se articula en tres pisos por ininterrumpidas molduras y series largas
de ventanas. El palacio fue terminado por Miguel Ángel quien rompe, de forma más con-
tundente, con el modelo florentino del Quattrocento. Frente al carácter horizontal y serial
que había propuesto Sangallo, Miguel Ángel marca un claro eje longitudinal, abriendo
una puerta monumental en la planta inferior y un balcón de fiestas en el piso noble.
Proyecta el último piso del palacio, la gran cornisa que remata el conjunto, y estructura
además el patio con el juego de los órdenes pero conjugados de forma antinormativa. En
los cambios que introduce en el palacio Farnese de Roma, crea dos elementos que serán
fundamentales en la evolución del palacio barroco: un eje longitudinal que relaciona el
palacio con el entorno urbano, acentúa el centro de la fachada, y proyecta abrir la pared
posterior del patio con una loggia transparente.
La idea espacial, centrípeta y cerrada del palacio florentino empieza a desmoronarse
(aunque todavía permanece), el eje longitudinal rompe su propensión a la centralidad del
patio, y lo relaciona con la estructura urbana y las galerías hacia el jardín lo abren y lo
dilatan hacia otros espacios.
Los palacios romanos de Domenico Fontana, Vaticano, Laterano y Quirinal son varian-
tes simples del palacio Farnese.
154 docID=4
Antonio de Sangallo el joven. Palacio Farnesio. Roma, 1495-1512.
Sangallo rompe con la planta cuadrada estructurada por un patio central. Plantea una plan-
ta rectangular con dos alas laterales. La fachada de la calle que se abre a una gran plaza y la
posterior a los jardines.
La fachada se ordena de forma distinta al modelo de palacio romano, donde la planta infe-
rior se destinaba a uso comercial, y las plantas nobles se ordenaban con los órdenes clásicos.
Sangallo retoma el modelo florentino, adaptándolo. Articula tres pisos, divididos por cornisas y
rematados en alero. Los órdenes no están presentes en la fachada —aunque si lo están en el patio
interior—, pero rigen las medidas de las ventanas seriadas de cada planta y de cada uno de sus
elementos, y la novedosa alternancia de frontones triangulares y curvos del piso intermedio.
El palacio fue terminado por Miguel Ángel que, frente al carácter horizontal y serial que había
propuesto Sangalo, rompe con una puerta monumental y un balcón de fiestas en el piso noble,
marcando un claro eje longitudinal simétrico.
155
Modelos de edificios
Porque Palladio compone sus series tipológicas, tanto de palacios como de villas, partien-
do de un principio radicalmente distinto. Ya no se trata de crear un espacio cúbico, cerra-
do y centrípeto, o de introducir en él ejes que rompan la centralidad y dilaten el edificio
hacia espacios diferentes a él, plaza o jardín. Palladio pretende crear una secuencia de
espacios simétricamente ordenados. Con él, la distribución interior de las estancias en
planta, organizadas en una cuidadosa cadena simétrica y proporcional, se hace dominan-
te, algo que no había tenido demasiada importancia en los palacios anteriores, pero que
estaba presente en los edificios romanos antiguos, especialmente en las termas, edificios
que estudió profusamente. Además, Palladio hará de sus órdenes el factor dominante del
edificio; ellos son los que establecen las reglas y toda su arquitectura queda sometida a
sus medidas, categóricamente clásicas.
Uno de los muchos ejemplos es el palacio Thiene, distribuido a partir de un salón con
cuatro columnas, situado en el centro; sigue una estancia cuadrada que precede a otra de
igual longitud pero la mitad de anchura; continúa la sucesión con una habitación circular
cuyo diámetro es igual al lado de la cuadrada. Estas medidas, ligadas unas a otras, deri-
van de las reglas de proporcionalidad de los órdenes.
En el Barroco, dos elementos adquieren protagonismo: la distribución interior y la
organización sistemática, y la interacción del palacio con el entorno urbano que, como en
las iglesias, se consigue acentuando el centro de la fachada, su eje central, como ya había
hecho Miguel Ángel en el palacio Farnese. Pero además, la arquitectura italiana desde el
siglo XV había codificado dos tipos fundamentales de arquitectura civil, el palacio y la vi-
lla, aunque también había dejado claro cómo ambos tipos tendían a su síntesis. Los pala-
cios con jardín como el palacio Barberini en Roma y el Palais du Luxembourg en París,
serán los modelos de los palacios barrocos.
Texto
Jean Castex, «Tipología del palacio romano del siglo XVI».
En la obra de Jean Castex, Renacimiento, Barroco y Clasicismo. Madrid, 1994, p. 135.
«La observación sobre el terreno y el estudio de la planimetría concuerdan: en Roma, en el siglo XVI,
se constituye un tipo de palacio urbano claramente identificado y cuyas características se mantienen
todavía en el siglo XVII. Sus rasgos más evidentes atañen a los caracteres distributivos: una manera de
inscribirse en la parcela, de distribuirla mediante un patio casi siempre porticado, una disposición
constante de la escalera. La permanencia de estos rasgos a lo largo de dos siglos indica que se trata de
hechos culturales que corresponden a un cierto estado de la propiedad, a un cierto modo de reparti-
ción de las personas a las que es asignado el espacio […] e incluso a una clara idea de lo que es abor-
dar la escalera. Ninguno de estos rasgos hubiera alcanzado una nitidez tal sin el trabajo arquitectónico
que los ordena. Este orden es, en un primer grado, el de un saber constructivo: la planta baja aparece
156
poderosamente entibada por las bóvedas de las tiendas y de las cocheras que portan sobre tabiques
regulares; las salas de los pisos aparecen plafonadas y condicionadas por una definición precisa de la
ventana. Pero el orden es, eminentemente, el de la geometría de una figura que se inscribe en la par-
cela y controla las relaciones. Este orden depende de una cultura sabia que tiene sus reglas, recibidas,
apoyadas y hechas públicas a través de la teoría. La teoría indica un sistema de pensamiento que,
desde luego, no es funcional pero que evoca la analogía del cuerpo. Y esta analogía del cuerpo, que no
tiene interés por sí misma, permite alcanzar la claridad objetiva de las referencias que articulan el
programa formal: una vez más, objetos de conocimiento ofrecidos al análisis y al trabajo y, por supues-
to, tomados de la Antigüedad. Cada palacio sueña con una «domus» antigua y encuentra en ese sueño
la capacidad para establecer su orden —orden de una forma, de un saber, de un saber práctico y de
una cultura—. Si nos preguntan qué es un tipo, decid: un asombroso sistema de correspondencias».
El palacio Barberini en Roma (1625), en el que trabajan Maderno y Bernini ayudados por
Borromini, inicia una nueva tipología. Plantea una planta en H, totalmente revolucionaria para un
palacio en esa ciudad. Un determinante eje longitudinal permite organizar la planta de forma
sistemática (aunque no simétrica) y establecer una relación con el ambiente urbano. Bernini con-
tinúa trabajando en la sistematización de las plantas y en el palacio de Montecitorio, consigue una
disposición simétrica respecto al eje central que se acentúa con una gran entrada y un novedoso
patio en forma de U flanqueado por escaleras. En el palacio Chigi-Odescalchi, Bernini define una
nueva fachada con largo predicamento en la época barroca. Los palacios de Bernini muestran un
fuerte deseo de sistematización y de integración plástica horizontal y vertical. Toda esta trayecto-
ria culmina en los proyectos que realiza para el Louvre.
157
Modelos de edificios
La tipología del palacio florentino en forma de bloque cerrado tenía en Italia claros
precedentes en la Antigüedad, se adaptaba a las condiciones climáticas de esta región y se
adecuaba a la sensibilidad italiana para la forma y la articulación plástica, por lo que
tuvo, como hemos visto, una extraordinaria vigencia. De igual manera fue una tipología
ampliamente extendida y desarrollada en España, donde existen numerosos e interesan-
tes ejemplos. Sin embargo, en Francia la tradición era distinta y el clima más riguroso re-
quería viviendas más cómodas. El hôtel deriva de prototipos medievales (casas urbanas y
casas campestres) que constan de varias unidades distribuidas en torno a un espacioso
patio. Por otra parte el jardín se estaba convirtiendo en Italia y en toda Europa en un
elemento de prestigio del que ya no se podía prescindir. Así desde principios del siglo XVII
el palacio francés se abrió hacia el exterior, hacia el jardín, y el hôtel francés adquirió su
característica planta en forma de herradura.
Pero la tipología del palacio francés se caracteriza, además de por su planta y su aper-
tura hacia los jardines, por una gran preocupación por las cuestiones de uso y comodidad,
que van a estar presentes en toda la arquitectura francesa del siglo XVII aunque de manera
firme en la vivienda aristocrática. Tanto en el château como en el hôtel, el deseo de como-
didad, de confort, la distribución práctica y funcional de las diferentes estancias y la diver-
sidad de cada habitación con usos específicos, determina el desarrollo de la planta de es-
tos edificios. Château y hôtel urbano desarrollan el mismo tipo fundamental, pero el hôtel
finalmente acabará constreñido en la trama urbana, construido entre otros edificios, no en
espacio abierto como el château, y por tanto sujeto y limitado en un espacio muy definido.
El hôtel francés del siglo XVII es lo opuesto al cúbico y cerrado palacio italiano del siglo XV
y XVI; con planta en forma de U, patio anterior y un marcado eje longitudinal definido por
la puerta de entrada, el gran vestíbulo y la salida al jardín, se expande y se dilata de forma
158
CAPÍTULO 4
natural hacia otros espacios: el entorno urbano y el jardín, algo que costó una larga y fa-
tigosa experimentación al palacio italiano. La geometrización de todos los elementos,
patio, edificio y jardín, refuerzan la disposición longitudinal y su expansión. Pero en am-
bos prototipos el empleo de los órdenes clásicos determina la articulación, la diferencia-
ción o la unificación formal de los espacios, establecen las medidas proporcionales y pro-
porcionan el carácter clásico y la referencia a la antigüedad que toda arquitectura del
poder necesitaba.
Su precedente está en modelos italianos adaptados en el siglo XVI. Serlio viaja a Francia
en 1541 y erige el Gran Ferrara prototipo del hôtel francés. En el siglo XVII el modelo del hôtel
es minuciosamente codificado, lo que no impide que su necesidad de adaptarse al espacio
disponible suavice y haga flexible su estructura. En el hôtel Liancourt de Brosse y Lemercier
(1613), la imposibilidad de tener un patio separado lleva a la existencia de dos patios conti-
guos, y que el eje principal de cour d’honneur no se corresponda con el del jardín; en el
hôtel Sully de Cerceau (1624), el solar profundo y estrecho lleva al desarrollo de una simple
planta axial; en el hôtel Bretonviliers, también de Cerceau (1637), nuevamente la estructura
del solar lleva al desplazamiento del eje principal y a adaptar la distribución modélica.
Mansart en 1635 con su hôtel de la Vrillière, pero sobre todo en el Hôtel du Jars, apor-
ta una significativa variación a la tipología, el appartement double, que permite una mejor
ubicación de la escalera. Será seguido en los proyectos de Le Vau, hôtel Tambonneau
(1639), desaparecido, y hôtel Lambert (1640).
159
Modelos de edificios
El final del concepto de fortaleza medieval como residencia aristocrática llega con la
villa, tipología donde se conjugan arquitectura y naturaleza. La esencia de este nuevo tipo
de residencia es el ser contenedor del ocio y del placer, de la evasión de las tensiones de
la vida urbana, y el refugio de la cultura clásica, y el lugar donde se pretende emular la
vida de los antiguos romanos del modo más riguroso posible.
160
CAPÍTULO 4
161
Giuliano da Sangallo. Villa Poggio a Caiano.
Pintada en un luneto de la Villa Medicea di Artimino hacia 1599.
Fue encargo de Lorenzo el Magnífico en 1480, en las cercanías de Florencia. Sangallo propo-
ne un renovado modelo tipológico lleno de referencias arqueológicas, precedente de villas del
XVI. De planta cuadrada, los principios de proporción y simetría se aprecian tanto en la planta
como en el alzado. Está construida sobre un basamento porticado o basis villae que M. Tafuri
considera tomado de la villa romana de los Misterios de Pompeya, sobre el que destaca el pronaos
con tímpano clásico (cuyo friso, según Chastel, es símbolo de «los ciclos del tiempo», del «orden
universal»), y con una cúpula central que cubre los dos pisos de la villa dándole unidad orgánica
al conjunto. Ambos elementos, fachada con tímpano clásico y cúpula, serán centro de las investi-
gaciones de Palladio.
Esta villa es reflejo de aquella imagen literaria del locus amoenus clásico, donde los olores de
las plantas y sonidos de los pájaros y el agua penetran en la racionalizada arquitectura (domina-
da por la proporción y simetría), y el observar el paso de los ciclos de la naturaleza es manifesta-
ción del ideal de otium buscado por el humanismo neoplatónico.
Belvedere, construida para Inocencio VIII en Roma, y de cuyo arquitecto no se tiene certe-
za aunque es atribuida a Pollaiuolo, y la desaparecida villa de Poggio Reale que proyecta
Giuliano da Maiano en Nápoles para Alfonso de Aragón, de la que queda constancia a
través de un grabado del tratado de arquitectura de Sebastiano Serlio. Al mismo tiempo
el Belvedere de Bramante —ver p. 34— resuelve una serie de problemas importantes,
convirtiéndose en un modelo referencial para toda la arquitectura del siglo XVI, y de for-
ma concreta sobre la villa en el desarrollo de los jardines, gracias al modelo aterrazado
que define.
162
CAPÍTULO 4
La primera villa suburbana del Cinquecento es de Baldasare Peruzzi, quien por en
cargo de Agostino Chigi, realiza la villa conocida como la Farnesina (1509), que supone
uno de los primeros ejemplos de planta en forma de «U» (tipología que será muy usada
en Francia).
Durante los últimos años de su vida, Rafael trabaja en el proyecto de la villa del car-
denal Giulio de Médici (futuro Papa Clemente VII) en el Monte Mario, la llamada villa
Madama. La diáfana arquitectura se funde con la naturaleza que, a modo de jardín ate-
rrazado con rampas y escalinatas en el que se distribuyen estatuas clásicas y fuentes,
se asemeja al planteamiento de Bramante para los jardines del Belvedere, pero con la
diferencia de que Rafael aumentan, si cabe, el gusto por la naturaleza. Continúan los
encargos, como el de Julio III a Vignola, quien le construye para su tiempo de ocio la Villa
Giulia, conjunto estructurado con pisos en desnivel y diversos volúmenes abiertos al exte-
rior. En su proyecto, la naturaleza queda perfectamente controlada mediante fuentes
y distintos espacios de jardín, que se unen por pabellones semitransparentes realizados
a base de columnas y arcos. Su base más antigua se encuentra en los escritos de Plinio
y las descripciones de las villas de la Roma antigua. La unión del jardín con el edificio del
palacio se realiza mediante una gran exedra circular en la que utiliza un lenguaje total-
mente clásico.
Jacopo Vignola.
Villa Giulia y el Ninfeo.
Roma, 1550.
Pirro Ligorio, que recibe encargos de Pío IV o del cardenal Hipólito d’Este, renueva la
idea de villa en base a los modelos de la Antigüedad, como la Villa Adriana en Tívoli, inte-
resándose por el carácter teatral y de sorpresa en los jardines, innovación que también
centrará la atención de los arquitectos en el Barroco. Pero volviendo a Vignola, es él quien
logra conjugar aquella idea de villa o palacio-jardín con la de palacio-fortaleza, solución
que encontramos en el Palacio Farnese en Caprarola, obra iniciada por Peruzzi y conti-
nuada por Antonio da Sangallo, el Joven.
Un paso definitivo es el que plantea Giulio Romano en el Palacio de Té, en Mantua.
Romano aprovecha tipológicamente las experiencias desarrolladas en las diferentes villas
romanas. En planta proyecta un cuerpo rectangular en torno a un patio, que supone
la parte de palacio, unido a un complejo jardín, con un patio semicircular terminado
en una gran pérgola. Esta inspiración la toma de la Villa Madama de Rafael. Lo más im-
portante y novedoso, en este complejo, es la manera en que está concebido proyec
tualmente. Los palacios construidos hasta ese momento tenían cuatro alzados idénti-
cos, Romano propone cuatro alzados distintos, cada fachada será diferente, con un ca-
rácter distinto, una en forma de logia, otra en pórtico, etc., desarrollo impensable se-
gún el modelo clásico.
En Florencia bajo el patronazgo de Cosme de Médici, luego gran Duque de la Toscana,
trabaja Bartolomeo Ammanati en la transformación del Palacio Pitti en una villa de re-
creo, donde levanta un patio en tres órdenes con almohadillado, y los denominados jardi-
nes de Bóboli; también proyecta el puente de Santa Trinidad —destruido por los bom-
bardeos de 1944 y en la actualidad fielmente reconstruido—. La sillería almohadillada de
la fachada se emplea igualmente en el patio, donde actúa como en una especie de orden,
consiguiendo darle un aspecto impresionante.
Texto
En la obra de James S. Ackerman: La villa. Forma e ideología de las casas de campo.
Madrid, 1990, p. 26.
164
El palacio Pitti diseñado por Brunelleschi fue adquirido por Cosme I de Medici en 1549, quien
mandó ampliarlo y lo transformó en una villa de recreo encargando la construcción de los jardi-
nes Bóboli a Bartolomeo Ammanati y a Nicolo Triboldo. El diseño original del jardín rodeaba un
anfiteatro, donde se hacían representaciones teatrales.
Tras el desarrollo de los jardines, Bartolomeo Ammanati realizó la construcción de una gran
cortile (patio) tras la fachada principal para unir el palacio con los jardines. Diseña un patio de tres
plantas, menos en la crujía que se une al jardín. Donde articula la superposición de órdenes,
como la había definido Alberti, pero con un almohadillado que recorre todas las alturas, al igual
que en la fachada principal.
165
Modelos de edificios
Hay que recordar que en Venecia nunca se abandona el Aristotelismo, sino que se
funde con el Neoplatonismo que se extendía, y que comenzaba a entrar en crisis en estos
momentos en la península (lo cual señala las diferencias entre los humanismos veneciano,
florentino o romano); por otro lado, el desarrollo del Humanismo no encontró aquí inte-
rrupciones bruscas por acontecimientos políticos ni religiosos que despertaron en todas
las provincias un profundo sentimiento de crisis intelectual y religiosa. Ese mantenerse,
en cierto modo, ajeno a las crisis del Clasicismo viene dado además porque la sociedad
que domina, política y económicamente, la región es una burguesía ennoblecida, en un
primer momento comerciante y después cultivadora de tierras (al cerrarse las rutas co-
merciales del Mediterráneo por el avance turco así como por el reciente descubrimiento
de América), que encuentra en el Clasicismo y en la Antigüedad un modelo de civismo y
moralidad a mantener.
James S. Ackerman (La villa. Forma e ideología de las casas de campo, 1990) ha demos-
trado que las circunstancias económicas eran propicias en el Veneto a las explotaciones
agrícolas en gran escala, con el capital retirado de las grandes empresas comerciales del
Mediterráneo dominado entonces por los turcos. Se hace necesario un nuevo tipo de vi-
vienda en el campo distinto del palacio urbano, y al no tener restos de modelos romanos,
la búsqueda y la inspiración se encuentra en modelos literarios latinos. El caso de la villa
veneciana es el mejor ejemplo de las renovaciones tipológicas que mencionábamos; y es
Palladio quien da forma a esta nueva tipología de villa, de carácter eminentemente prác-
tico y simbólico, en sentido religioso (con pórtico, frontón y espacio central a la manera de
templo clásico, además de estar «protegidas» con esculturas de determinados dioses,
como Ceres). Por tanto, es un concepto distinto al de otras villas, que como señalan Nieto
y Checa, pueden considerarse imperiales como el Belvedere, hedonistas como la Madama,
caprichosas como Castello o Lante, o misteriosas como Pratolino o Bomarzo.
En el Veneto Palladio integra villa rústica, de explotación agraria, y villa suburbana,
destinada al esparcimiento. Su simple elegancia, y su arqueologísmo (cargadas de fronto-
nes y pórticos) las dotaron de una dignidad y las convirtieron en prototipos de enorme
influencia, copiadas por la aristocracia inglesa y luego en la América colonial con la mis-
ma funcionalidad; tal vez hayan sido los edificios menores con mayor influencia y con
más versiones.
Palladio construye las primeras villas a comienzos de la década de 1540. Presentan
todavía un aspecto acastillado con torreones en las esquinas, para rápidamente desarro-
llar su específica tipología: un eje central, sobre el que se dispone una sala cruciforme,
que determina el centro del edificio; una planta que se alarga desde el cuerpo central
166
CAPÍTULO 4
167
Andrea Palladio. La villa Rotonda (o villa Capra).
Vicenza, 1566.
168
Texto
Jean Castex, «Palladio: el ciclo tipológico de las villas».
En la obra de Jean Castex: Renacimiento, Barroco y Clasicismo. Madrid, 1994, pp. 153-154.
«Con Palladio no se habla ya en singular de “la” villa (la villa Madama por ejemplo) o “el” palacio
(el palacio de Té), sino que se coloca en seguida el plural: “las” villas o “los” palacios palladianos. Desde
la villa Poiana (1548) a la famosa Rotonda (1566-1567) podemos contar no menos de nueve villas im-
portantes que cubren algo más que el decenio de actividad desbordante de 1550-1560. En la propia
Vicenza quedan ocho o nueve palacios, sin contar con los edificios públicos, proyectados o construidos
entre 1540 y 1570. Con Palladio, abandonamos el terreno de la obra singular y nos adentramos en el de
la serie de obras unidas entre sí por el hecho de compartir una base común, la de un tipo, a partir del
cual describen variaciones que le permiten explorar una a una sus propiedades: es lo que Tafuri llama
ciclo tipológico. Ello supone un método de trabajo: se conservan páginas en las que Palladio alinea las
plantas posibles que responden a un caso dado (17 plantas sobre una hoja), y sabemos que no dibuja-
ba en vacío sino en el momento en que se le hacía un encargo que le planteaba un problema preciso.
Se puede decir que cada villa fija por un instante una búsqueda experimental que oscila entre la razón
de varias posibilidades que a veces se realizarán más tarde en otros lugares. Quiere ello decir que un
edificio deja de significar en sí mismo, aisladamente: en adelante, tendrá sentido sólo con relación a
los demás edificios, por el lugar que ocupa en la serie. Ello implica la definición de un núcleo mínimo
que permita comparar una a todas las villas (o los palacios), de tal manera que la diferencia entre las
mismas haga aparecer una constelación de formas no tan alejadas entre sí como para no poder sopor-
tar esta comparación: es decir, una gran coherencia en el interior de un sistema cuya ley la constituyen
el número y la variación. Esta coherencia en el orden supone, a su vez, dos cosas: un acuerdo con la
clientela (el tipo responde a las expectativas de la clientela, satisface lo que diríamos hoy una demanda
social) y un trabajo teórico riguroso para definir arquitectónicamente el tipo».
En Francia el impacto de las ideas italianas tiene una primera repercusión en la vi-
vienda de la alta aristocracia. Los antiguos castillos fortificados se transformaron en
Château. Francisco I fue un entusiasta del arte italiano y trató de atraer a su corte a varios
artistas, entre ellos a Leonardo da Vinci, quien hizo un proyecto para el Château
Romorantin, que no se construyó, pero parece que fue decisiva su influencia en la distri-
bución y sobre todo en la complicada escalera helicoidal que aparece en varios château
del siglo XVI. También estuvieron en Francia Rosso Fiorentino, Primaticcio y Serlio. Pero
pronto los arquitectos franceses desplazan a los italianos.
En el château de Chambord (1519), el más famoso de los castillos del Loira, Domenico
de Cortona consigue la transformación de la idea de castillo medieval por un palacio aris-
tocrático, y se definen características fundamentales de esta arquitectura francesa: la
169
Modelos de edificios
planta está dominada por una simetría estricta, un cuerpo central rectangular o corps de
logis y alas laterales, marcando un contundente eje longitudinal que igualmente domina-
ra luego el jardín (el ejemplo es el château de Villandry, 1532); en el centro se sitúa la es-
calera, doble, helicoidal, que introduce un eje vertical que permite insospechados efectos
de perspectiva visual. El château de Fontainebleau es la obra más ambiciosa del momen-
to y donde se desarrollan estos planteamientos. Pero en estos edificios todavía el lenguaje
clásico de los órdenes es una estructura decorativa que pretende evocar el Clasicismo
italiano, sin comprometer la estructura del edificio.
En el siglo XVII, la sistematización de la estructura francesa, va a permitir el posterior
desarrollo del palacio real barroco, la lleva a cabo Salomon Brosse, que edificó tres grandes
Château de Fontainebleau.
170
CAPÍTULO 4
171
En los jardines, Andre Le Nôtre proyectó un eje central, continuación del definido en el edi-
ficio de palacio, y que corre en una amplia avenida que se perdía en el horizonte del paisaje. A
ambos lados de esta avenida se situaban dos zonas de parterres, divididas a su vez en dos por una
avenida transversal, en cuya intersección se encontraba un estanque con una fuente. Los parte-
rres estaban diseñados en broderie, y se flanqueaban con bosquetes que enmarcaban la zona de
parterres, de tal forma que la vista no se perdiese en los laterales y se fijase en la lejanía, lo que
acentuaba el efecto de amplitud del jardín.
Tras la caída Fouquet, tanto Le Vau, Le Brun y Le Nôtre pasaron a trabajar para el rey en Ver-
salles, donde les encargó que le construyesen un palacio igual, pero todavía más imponente. Vaux-
le-Vicomte es el prototipo que permitió el desarrollo de Versalles, no sólo es un prototipo sino, en
muchos aspectos, el ejemplo mejor logrado de la conjunción entre palacio y jardín francés.
172
CAPÍTULO 4
Finalmente, la fachada este del Louvre —ver p. 253— fue construida por Louis Le
Vau, Claude Perrault y Charles Lebrun entre 1667 y 1670. La Columnata no tiene prece-
dentes en el panorama francés y fue el primer ejemplo del estilo Luis XIV. Posee aspectos
barrocos (escala, profundidad y variedad rítmica), rasgos clásicos (volúmenes claros y sen-
cillos, horizontalidad, entablamentos continuos y la importancia concedida al detalle) y la
presencia italiana habitual (Miguel Ángel y Da Cortona) en el empleo de una cornisa hori-
zontal y un orden continuo sobre estilobato. El Louvre se configura, de este modo, como
el prototipo de arquitectura barroca en Francia producida durante el reinado de Luis XIV.
Un edificio que refleja el poder distante del absolutismo, con un lenguaje plástico claro y
una lectura absolutamente clásica.
El siguiente paso fue Versalles que representa el punto culminante de la arquitectura
palacial europea por su perfecta escenificación del poder absoluto.
La obra de Versalles no se puede estudiar de forma aislada, sino como un todo unita-
rio, palacio, espacio urbano y jardines —ver p. 52 y 252—, en el que cada una de las
partes se complementa con el resto. En el conjunto, el palacio se convierte en el núcleo
central, elemento difusor y receptor, que organiza las demás partes del mismo. Todos los
elementos presentan una estructuración geométrica. En primer lugar, se sitúa el Patio de
Honor, espacio que se abre a la ciudad y a las vías de comunicación que lo unen con París.
A continuación se sitúa el palacio, y en su parte posterior se abren los jardines y el bosque
que se extienden hasta perderse en el horizonte.
El palacio se articula con una planta en forma de U (planta tradicional francesa) en
cuyo centro se abre el patio central y donde se disponen las principales dependencias. De
este cuerpo central salen dos alas laterales, lineales, donde las estancias se organizan,
igualmente, en torno a patios centrales. Le Vau construye el eje central del palacio en
forma de U, conservando e integrando el viejo castillo de Luis XIII, rodeado de nuevas
edificaciones, como un bloque cuadrado con dos alas que permanece como un gran patio
de honor delante de la entrada principal.
Los magníficos jardines de Versalles fueron diseñados por André Le Nôtre, jardinero de
las Tullerías y diseñador de los jardines reales. Se estructuran en recorridos regulares pero
de infinitos horizontes. El terreno de planas terrazas se llena de grandes surtidores, parte-
rres geométricos y zonas boscosas, donde se incluyen pequeñas arquitecturas y grupos
escultóricos, de esquema racional y científico. Con ello se crea un modelo de jardín que se
extiende a toda Europa.
La ciudad se empieza a construir en 1670. Está pensada para residencia de los nobles
que vivían de los favores del rey y para los artesanos y comerciantes que servían a la cor-
te. Se ordena en un entramado regular de calles, según las normas marcadas por el pro-
pio rey, quien además establece modelos tipológicos de residencias dependiendo de los
173
Modelos de edificios
Las obras de construcción de Versalles se desarrollaron en dos fases, una primera entre 1661
y 1670, en que las obras son confiadas a Le Vau, y otra, desde 1678 hasta 1690, encargada a Jules
Hardouin Mansart.
Le Vau construye el eje central del palacio en forma de U, de modo que el viejo castillo de
Luis XIII, rodeado de las nuevas edificaciones, como un bloque cuadrado con dos alas, quedó con
un gran patio de honor delante de la entrada principal.
Hardouin Mansart realizó la fachada de los jardines planteada de forma lineal con dos alas
que forman ángulo recto, la de la izquierda destinada a los príncipes y la derecha para despachos.
Además proyectó la Galería de los Espejos, situada en el primer piso, en el centro de la fachada que
mira al parque; la visión del jardín que entre por las ventanas, se refleja en los espejos de la
galería, con lo que el fondo infinito de los jardines se funde con la arquitectura, creando una
sensación espectacular y teatral.
174
CAPÍTULO 4
175
Modelos de edificios
Pero poco a poco es Francia la que va tomando el relevo como centro del paisajismo
europeo y los jardines de Vaux-le-Vicomte, las Tullerías o Versalles son un elemento más,
y no el de menor importancia, para reflejar el poderío político y económico del absolutis-
mo de Luis XIV.
En los jardines del palacio de Versalles, André Le Nôtre parte de una estricta geome-
tría en la que todo se desarrolla simétricamente (con una diversidad cuidadosamente
controlada) desde de un marcadísimo eje longitudinal, que los atraviesa como una con-
tundente espina dorsal, se distribuyen parterres, arboledas, lechos de flores, estanques,
fuentes, etc., con un metódico trazado que continuaba sin un límite determinado hasta
fundirse con el paisaje natural.
Sobre un elemento tan concreto como el laberinto Charles Perrault (1677) escribe:
«… tal vez no sea el Laberinto lo que más deslumbra al principio, pero, considerándolo
bien, tiene más atractivos y encantos que cualquier otra. Es una parcela de bosque joven
muy espeso y frondoso, atravesado por multitud de paseos que se confunden unos con
otros con tanto ingenio que nada resulta tan fácil, ni tan agradable, como perderse en ellos.
Hay fuentes en cada extremo del paseo y en todos los cruces, de forma que, allá donde nos
176
CAPÍTULO 4
encontremos, veremos siempre tres o cuatro y a menudo seis o siete de una vez. Los estan-
ques de estas fuentes, todo con figuras y diseños diferentes, han sido enriquecidos con
rocalla fina y conchas raras, y tienen como ornamento diversos animales que representan
las más agradables fábulas de Esopo…» (Charles Perrault, El laberinto de Versalles. 1677).
Este conjunto urbano va a recoger los ideales de la arquitectura absolutista de Luis XIV, enten-
dido como residencia real y residencia de la corte. Se concibe fuera de París, por decisión personal
del rey, como una ciudad cerrada en sí misma y dominada por el palacio. El conjunto urbano se
despliega dentro de esta simbología, situado entre los jardines y la ciudad.
177
Modelos de edificios
178
CAPÍTULO 4
Situada en una planta superior al vestíbulo, por lo que Miguel Ángel se vio obligado a diseñar
su famosa escalera —ver p. 38—, se plantea con una planta longitudinal, alargada, y diáfana. Un
espacio absolutamente libre y luminoso dominado por la perspectiva, donde todos los elementos
están pensados para construir una pirámide visual perfecta.
Los muros se articulan con pilastras, entre las que se abren ventanas de rico molduraje, bajo
las cuales se disponen los pupitres de lectura con los libros.
179
Andrea Palladio. Teatro Olímpico. Vicenza, 1580.
De igual manera los hospitales (Hospital Mayor de Filarete) o los teatros (Teatro Olím-
pico de Vicenza de Palladio) tendrán un tratamiento singular a lo largo del Renacimiento
e intentarán ir definiendo un modelo que tardará todavía en poderse considerar como
una tipología codificada. M. Tafuri expone:
«La absoluta identificación entre espacio perspectivo y espacio natural, que toma
forma primero en las síntesis tipológicas brunellaschianas y después en las tipologías urba-
nas de la tratadística tardocuatrocentista y manierista, encuentra en la escena teatral un
lugar particularmente idóneo para representarse a sí misma como programa ideal, sin los
compromisos a los que los arquitectos están obligados en la común praxis proyectual»
(Manfredo Tafuri, «Arquitectura y teatro», en La arquitectura del Humanismo. 1982).
180
Texto
Manfredo Tafuri, «Arquitectura y teatro».
En la obra Manfredo Tafuri: La arquitectura del Humanismo. Bilbao, 1982, pp. 119-120.
«Las estructuras postizas, con las que las ciudades se adornan con ocasión de fiestas o “entradas
imperiales”, tienden a perpetuarse en las fachadas de las casas […]. Toda la ciudad, en el curso de esas
fiestas, se convierte en un inmenso teatro, y la hipótesis clasicista, fallida en el plano urbanístico, en-
cuentra en ellas una ocasión efímera para expresarse.
Contra esa tendencia reacciona la concepción teatral palladiana. Su atento y directo estudio de los
teatros romanos de Pola, Verona y Vicenza, su reconstrucción del teatro antiguo para la edición
Vitruviana de Barbaro (1556), el teatro provisional erigido por él en 1561-62 en el salón de la Basílica de
Vicenza, y el estable de 1565, construido para la compañía de la Calza en el convento de la Caritá en
Venecia, son las etapas que conducen a Palladio a la concepción del Olímpico vicentino.
Frecuentemente leído como anacrónico e intelectual homenaje al teatro clásico de escena fija, se-
gún una concepción superada en más de setenta años, el Olímpico, con su absoluta unitariedad de cávea
y escena y con las compenetraciones espaciales de los frons scenae y las falsas perspectivas (casi seguro
acentuadas en sentido ilusorio por Scamozzi), se remonta a los temas de la antigua codificación para fi-
nalmente fijar en el contexto urbano una tipología teatral con funciones altamente especializadas.
La “teatralidad” de la arquitectura palladiana es ciertamente la otra cara de una operación similar.
[…]. El teatro scamozziano de Sabbioneta (1588) y el farnesiano de Aleotti en Parma (1618-19) quiebran
la unidad arquitectónica del espacio interno con la introducción del arco escénico y con la eliminación
del frons secenae, más no podrán dejar de tener en cuenta la codificación tipológica palladiana, la cual,
al concluir las búsquedas del quinientos, se ofrece como alternativa a la pura evasión escenográfica. Con
ella, y por última vez, Clasicismo y teatralidad arquitectónica se funden en un riguroso intento de recu-
peración del valor ético e ideológico atribuido por el Humanismo a la unidad dialéctica del espacio».
181
Modelos de edificios
Obras de referencia
ACKERMAN, JAMES S.: La villa. Forma e ideología de las casas de campo. Madrid, Akal, 1990.
ARGAN, GIULIO CARLO: Renacimiento y Barroco. Madrid, Akal, 1996.
BENÉVOLO, LEONARDO: Historia de la arquitectura del Renacimiento. La arquitectura clásica del siglo XV
al siglo XVIII. Barcelona, Gustavo Gili, 1981 (1968). 2 vols.
BLUNT, ANTHONY: Arte y arquitectura en Francia 1500-1700. Madrid, Cátedra, 1983.
CASTEX, JEAN: Renacimiento, Barroco y Clasicismo. Historia de la Arquitectura, 1420-1720. Madrid,
Akal, 1994 (1990).
CHECA CREMADES, F. y MORÁN, J. M.: El barroco. Istmo, 2001.
NORBERG-SCHULZ, CHRISTIAN: Arquitectura Barroca y Arquitectura Barroca Tardía y Rococó. Madrid,
Aguilar, 1989 (1980). 2 vols.
TAFURI, MANFREDO: La arquitectura del Humanismo. Bilbao, 1982.
WITTKOWER, RUDOLPH: Arte y arquitectura en Italia. 1600-1750. Madrid, Cátedra, 1981 (1958).
182
Capítulo 5
LA CIUDAD Y SU ESTRUCTURA
Esther Alegre Carvajal
183
184
La ciudad bajo medieval en toda Europa, y por tanto en Italia o en España, es una ciu-
dad alejada de las grandes teorías (arquitectónicas o urbanísticas), donde los espacios y las
soluciones se componían libremente. Es en el primer Renacimiento cuando por primera
vez los principios de diseño espacial afectan por igual al interior que al exterior de la arqui-
tectura, es decir, construyen con la misma intensidad los interiores de los edificios como la
estructura de la ciudad. El diseño arquitectónico, las teorías estéticas y los principios de
planeamiento urbano, están íntimamente ligados y actúan de bajo los mismos principios.
El Quattrocento italiano da paso a una elaboración teórica de donde parten las uto-
pías sobre la ciudad ideal, que se va a interpretar como la representación de la sociedad
perfecta y cuya forma se establece como una ciudad amurallada, con una simbólica plan-
ta central, entramado regular presidido por una plaza igualmente regular y en ella el pa-
lacio del soberano; partiendo de esta nueva elaboración teórica, el deseo de orden y el
sentido clásico de equilibrio y regularidad se imponen, así como la necesidad de construir
un «espacio racional finito» y ordenado bajo las leyes matemáticas de la perspectiva, aun-
que el desarrollo de los planteamientos urbanos renacentistas fue bastante limitado.
Frente a ello el urbanismo barroco intentará la ilusión de conseguir un «espacio infini-
to» al crear sus ilimitadas perspectivas urbanas. La gran escala del barroco fue posible por
los inmensos y centralizados poderes autocráticos que florecieron en toda Europa. Los
gobernantes absolutos, como manifestación de su personal poder, dispusieron de los me-
dios económicos suficientes para llevar a cabo complejos programas de transformación
de las ciudades a escalas insólitas hasta ese momento.
185
La ciudad y su estructura
aplicable, y con ello fundamentar de forma racional (en el terreno del urbanismo) el con-
cepto de belleza ideal. El resultado son propuestas que presentan trazados regulares y,
plantas de una centralidad absoluta —con acusada tendencia al círculo—, en las que el
palacio del soberano y su plaza representativa se encuentran en el centro de esa estruc-
tura circular. Estas dos características son las que definen la Sforzinda de Filarete, o las
teorías de Francesco di Giorgio Martini.
Brunelleschi y Alberti serán los primeros en establecer un distanciamiento con res-
pecto al pensamiento de tipo tradicional, y en su búsqueda de la ciudad del Renacimiento,
la práctica real abre dos caminos diferentes.
En Brunelleschi, pese a no mostrarse como un teórico urbanista, la novedad de su
arquitectura es tan determinante y supone una ruptura tan radical con el pasado, que
tiene una influencia explícita sobre la concepción de la ciudad, hasta el punto que, en
más de una ocasión, ha sido considerado primero como urbanista y después como arqui-
tecto, colocándose así directamente como una de las fuentes ejemplares para los teóricos
de la ciudad ideal. No hay duda que en su actividad de arquitecto en la Florencia medie-
val, Brunelleschi establece importantes criterios que serán luego tenidos en cuenta como
teorías aplicables a la ciudad. Es uno de los hombres que más contribuye a crear la ima-
gen de Florencia como Nuova Roma, gracias a la cúpula que diseña para Santa María dei
Fiore, que se convertirá en símbolo del poder de la ciudad así como en referente visual de
su urbanismo. La idea de una reforma radical de la ciudad acaba de ser enunciada.
Su modelo se centra en hacer tabula rassa de los procesos formativos del pasado abo-
gando por una intervención por puntos en la ciudad (la cúpula de Santa María de las
Flores), mediante el principio de crecimiento adicional interno, lo cual posibilitará, con el
tiempo, una renovación total de la estructura urbana que invierta la antigua, según un
nuevo diseño lógico; esta forma de actuar es la que lleva a cabo en la plaza de la
Annunziata de Florencia donde proyecta la nueva idea del espacio como abstracción
geométrica, tridimensional, homogénea e independiente, «un espacio limitado y en repo-
so» (Morris, 1984 p. 178). Pero más allá de la resolución funcional, espacial, formal y téc-
nica, la obra tiene una fachada urbana en forma de pórtico o galería porticada que se
instituye como una clara apuesta brunelleschiana con respecto al espacio público. La ga-
lería tiene tanta novedad como propuesta urbana que, como hemos visto, como propues-
ta arquitectónica. Tal potencia tiene el diseño de Brunelleschi y tan determinante es en la
definición del espacio que su misma concepción fue aplicada por arquitectos posteriores
para completar todo el borde del espacio urbano al que mira el Hospital. El resultado es
una plaza sistematizada, regular, poligonal, visualmente homogénea. Constituye una es-
pecie de «microcosmos», un oasis, un lugar ideal, geométricamente ordenado, en medio
de la ciudad cambiante.
186
CAPÍTULO 5
Texto
A. E. J. Morris, «El Renacimiento: Italia establece un modelo».
En la obra de A. E. J. Morris: Historia de la forma urbana. Barcelona, 1984, p. 194.
Siguiendo fielmente la estructura del Hospital de los Inocentes, Michelozzo proyectó en 1454 un
pórtico de entrada a la iglesia (de la Santissima Annunziata) de una solo crujía que armonizase con la
arcada de Brunelleschi. Este pórtico fue ampliado con posterioridad por Giovanni Caccini, entre 1601 y
1604, creando una columnata corrida a lo largo del lado noroeste de la plaza. Los soportales del tercer
lado de la plaza frente al Hospital de los Inocentes fueron proyectados por los arquitectos Antonio da
Sangallo el Viejo y Baccio d’Agnola en 1516. Estos soportales sirvieron para unificar una serie de edifi-
cios dispares en una unidad espacial que recuerda en cierta manera a las columnatas que rodean el
foro en Pompeya. Paul Zucker considera que en contraste con el periodo medieval, donde cada arcada
pertenecía al propio edificio, en el Renacimiento las arcadas amplían el espacio de la plaza, integrando
volúmenes estructurales y vacíos espaciales.
Edmund Bacon, en su pasaje extraordinariamente interesante de su Desing of Cities, basa su
«principio del segundo hombre» en la Piazza Annunziata, afirmando que «cualquier obra realmente
importante posee en su interior fuerzas seminales capaces de influir en el posterior desarrollo de su
entorno y, con frecuencia, de modos imaginados por su propio creador». La enorme belleza y elegan-
cia de la arcada de Brunelleschi en el Hospital de los Inocentes… halló expresión en otras partes de la
plaza, tanto si Brunelleschi pretendía que fuera así como si no. La decisión crucial, considera Bacon,
fue la de Sangallo «al dominar su impulso hacia la autoexpresión, imitando casi al pie de la letra el
diseño de Brunelleschi, edificio que tenía entonces ochenta y nueve años de antigüedad. Este diseño
fija la forma de la Piazza Annunziata y establece en el hilo del pensamiento renacentista el concepto
de espacio creado por varios edificios proyectados en relación unos a otros. A partir de esto el “princi-
pio del segundo hombre” puede ser formulado como sigue: es el segundo hombre quien determina si
la creación del primero será proseguida o destruida».
187
La ciudad y su estructura
188 / ÓRDENES Y ESPACIO: SISTEMAS DE EXPRESIÓN DE LA ARQU ITECTU RA MODERNA {SIGLOS XV-XVII I)
CA PÍTULO 5
plaza porticada , al igual que las calles principales, al modo de los antiguos foros romanos.
Pero, como ya hemos apuntado, la propuesta de Alberti no era la construcción de una
nueva ciudad sino transformar con sentido histórico las ciudades reales para que en ellas
se pudiera llevar una vida agradable, en su ciudad no ha de faltar «ninguno de los ele-
mentos necesarios que se requieren para llevar una vida moderadamente cómoda». La
ciudad se piensa por partes desde su propia realidad.
Sin embargo, después de Alberti las propuestas urbanas idea les se plantean como
ciudades de nueva planta , completas y pensadas de forma unitaria . Y de la misma forma
que está ocurriendo en arquitectura , círculo y cuadrado se muestran como las formas
geométricas perfectas. Las formas que mejor expresan la relación entre el todo y las par-
tes y por tanto la relación de perfección y proporción . El espacio ideal de la ciudad , unita-
ria y centralizada en un punto, expresado en ideas y dibujos, es tridimensional y está
controlado visualmente.
Representación de la
planta de Ciudades
ideales del Renacimiento.
1. La Sforzinda de Filarete
(1460-1465).
2. Fra Giocondo (Giovanni of
Verona), c. 1433-1515.
3. Girolamo Magi (or Maggi)
(c. 1523-c. 1572) (1564).
4. Giorgio Vasari (1598).
5. Antonio Lupicini
(c. 1530-c. 1598).
6. Daniele Barbara
(1513-1570).
7. Pietro Cattaneo
(1537-1587).
8 y 9. Francesco di Giorgio
Martini (1439-1502).
geometría estrellada en cuyo centro se alzan los monumentos del poder civil y religioso.
Su planta se articula con dos cuadrados superpuestos inscritos en un círculo, formas
geométricas perfectas, que combinadas marcan el trazado radial de la ciudad. Otro gran
proyecto urbano es el que desarrolla el arquitecto Francesco di Giorgio Martini para la
reforma de la ciudad de Urbino de Federico de Montefeltro. En su Trattati di architettura,
ingegneria e arte militare (1482) está muy presente su concepción antropomórfica de la
proporción y de la arquitectura, que entendía estaban integradas en una armonía y orden
superiores (esa idea de proporción asociada a la figura humana y en relación con el edifi-
cio entend ido como organismo, es algo tomado del tratado de Vitruvio); según él , la
ciudad tendría «razón, medida y forma de cuerpo humano». La plaza principal, portica-
da, ocupa el centro urbano y acoge catedral y palacio. Como técnico militar e ingeniero,
y debido a las exigencias del mecenas, lo más desa rro llado de su propuesta es la fortif i-
cación urbana ; en este sentid o, su trabajo inicia una experimentación que culminará en
el siglo xv1.
Esta ciudad ideal es la racionalización de toda la teoría de la construcción central del
Renacimiento. El tipo es: un ed ificio de planta central , cubierto con cúpula , en medio
de una ciudad centralizada , con planta circular o en estrella. Estas utopías urbanas se
convierten en realidad en las ciudades pintadas en las tablas de Urbino, Baltimore y
Berlín , en las cuales el paisaje urbano se construye en perspectiva (es tridimensional
y controlado visualmente) con templos y palacios erigidos bajo los principios arquitectóni-
cos del Clasicismo.
Desde mediados del siglo xv1 , las consideraciones en torno a la ci udad se dividen en
dos tipos de es peculación , por un lado las utopías creadas por los filósofos que eli gen
modelos de ciudad para crear las imágenes del Estado perfecto. Y por otros los Tratados
que plantean actuaciones sobre la ciudad concreta , la ciudad real. Estos tratados rápida-
mente adquieren caracteres diferentes. Se desarrollan los que abordan temas de la arqui-
tectura civil y los Tratados de arquitectura militar, sobre fortificaciones, donde la ciudad
centra lizada y con trazado geométrico se convierte en la tipología más deseable.
«Durante los siglo XVI y XV II la correspo nd encia entre la forma de la ci udad y el orden
socia l que representaba se convirtió en un tema recurrente para algunos pensadores inte-
resados en establecer un modelo de sociedad perfecta. La ciudad ideal se convirtió para
algunos de ellos en un tema literario que escapaba a la realidad y se sumergía en el mundo
de lo imaginario. Surgieron así las propuestas de la sociedad utópica, que tomando como
referencia el diálogo La República de Platón , aspiraban a configurar un estado perfecto,
donde triunfase la justicia y el bien común , y en el que los ciudadanos fuesen felices gra-
cias a su perfecta organización » (Consuelo Gómez López: «La ciudad ideal en el Renaci-
miento» en La imagen de la ciudad en la Edad Moderna. Madrid , 2011).
190 ! ÓRDE NES Y ESPACIO: SISTEMAS DE EXPRESIÓN DE LA ARQU ITECTU RA MODERNA {SIGLOS XV-XVIII)
CAPÍTULO 5
En este sentido, el modelo de ciudad de las utopías literarias desarrolla una verdadera
aspiración por buscar la forma urbana ideal -como alternativa a las ciudades reales-
en la que el espacio se organiza gracias a la perspectiva , se delimita por la proporción y
la medida , y en él el hombre es el centro de la relación con el universo. Es una ciudad
ideal que refleja la idea platónica de un estado perfecto donde triunfe la justicia , el
bien común y la racionalización de la vida política y social; donde la vida del hombre esté
presidida por un orden igualitario, posible gracias al simbolismo del espacio racional y
a la arquitectura.
Son ciudades alejadas, apartadas del resto del mundo. La idea de un mundo oculto
posib le gracias al descubrimiento de América . Descritas en términos de unidad, armonía
y racionalidad. La más conocida es Utopía de Tomas Moro {Londres, 1516), en la que se
describe una ciudad sede de una «sociedad ideal» caracterizada por la igualdad de sus
ciudadanos, la posesión comunitaria de tierras y bienes, el sistema democrático, la ética,
la educación y la libertad religiosa y una organización jerárquica de puestos y funciones.
Tom as Moro, siguiendo el esquema de la utopía clásica, desarrolla , en primer lugar,
una crítica a su propia sociedad -el estado de la Inglaterra del siglo xv1-, ante la que
ofrece la alternativa de la sociedad perfecta que se desarrolla en la isla de Utopía. Ésta
está descrita a través del relato de un viajero, donde la ciudad id ea l se presenta como
una ciudad amurallada , definida por un espacio geométrico que favorece la igualdad
de sus ciudadanos.
Siguiendo la estela de Utopía, Tommaso Campanella , en La Ciudad Sol en 1623. Reflejo
de las diatribas político-religiosas de la sociedad del momento, plantea el ideal de la ciu-
dad de la Contrarreforma, una ciudad centralizada gracias a una planta circular, radiocén-
trica , divida en siete partes que tienden al centro gracias a siete círculos concéntricos,
cortados por cuatro radios, que señalan los puntos cardinales y desembocan en cuatro
puertas. En el centro, un gran templo solar es el símbolo de templo de Salomon, la casa
del gobernante. La ciudad se entiende como un espacio metafísico cuya organización
partía de la correspondencia entre microcosmos y macrocosmos.
Johannes Valentinus Andreade publica su Christianopolis en 1619, ciudad que seco-
rresponde con la utopía política del protestantismo, en la que se elige la planta cuadrada
como forma simbólica de la verdad y la bondad . Posteriormente, Francis Bacon, en la
ciudad ideal de Besalén descrita en la Nueva Atlántida (1627), plantea una ciudad ideal
espacio para el conocimiento científico presidido por el Templo de Salomón, faro del sa-
ber en la ciudad . Igualmente en la Descripción De Sinapia (siglo xv11), su anónimo autor
manifiesta un claro conocimiento de la teoría y la práctica urbanística del momento, y
específicamente de las experiencias en América y de las Leyes de Indias (1573), promulga-
das por Felipe 11.
uTomás Moro inauguro este género literario a través de la obra Utopía , cuyo segundo capítu-
lo estaba dedicado a la descripción de Amauroto, ciudad-sede de una sociedad ideal caracteriza-
da por la igualdad de sus ciudadanos. [...] Para ello Moro eligió una ubicación concreta: la ladera
de una colina, en el centro de una isla, así como un determinado modelo espacial ya presente en
la tradición de la ciudad ideal: el de la ciudad amural lada, esta vez de planta cuadrada, con calles
anchas y rectas, hermosos jardines y casa de fachadas homogéneas, en la lín ea ya descrita por
Alberti. La ciudad divida en cuatro sectores de idéntica extensión, tenía en cada uno de ellos una
plaza central, definiendo de este modo lo que habría de ser un rasgo común de las formulaciones
utópicas sobre la ciudad: la creación de un espacio totalmente cerrado y definido a través de la
geometría, donde todo estaba determinado y regulado. En definitiva, una ciudad que definía
con su orden espacial el orden social». (En Consuelo Gómez López: uLa ciudad ideal en el
Renacimiento» en La imagen de la ciudad en la Edad Moderna. Madrid , Editorial Universitaria
Ramón Areces, 2011. p. 31 ).
«La obra di Giorgio fue profusamente ilustrada por Fra Giocondo y en ella se presentaba una
ciudad construida proporcionalmente en torno a un centro, bien fuese a través de un trazado
radial o a través de su organización a partir de un eje de simetría. La ciudad esta ría conformada
por un polígono regular amurallado, con su centro ocupado por la plaza principa l, un espacio
geométricamente definido [.. .].
Además Francesco di Giorgio incorpora como novedad a la teoría urbanística del Renacimiento
la asimilación del cuerpo humano a la ciudad y a la arquitectura, proponiendo una ciudad radia l
cuya forma remitía simbólicamente al universo, al que debía considerarse como modelo de per-
fección al ser obra de Dios. "La ciudad - decía di Giorgio- tenía juicio, medida y forma de
cuerpo humano". El teórico asumía así en su obra la alusión al círculo y al cuadrado como mode-
los geométricos de perfección, así como las nuevas consideraciones técnico-militares aplicadas a
la forma de los baluartes, dotando a la ciudad de un sentido más realista . El simbolismo y la
funcionalidad quedaban de este modo unidos, adquiriendo una gran difusión y auge entre los
posteriores planteamientos de la ciudad idea l fortificada realizada por arquitectos e ingenieros
militares». (En Consuelo Gómez López: «La ciudad ideal en el Renacimiento» en La imagen de la
ciudad en Ja Edad Moderna. Madrid, Editorial Universitaria Ramón Areces, 2011. p. 31).
«Palmanova , la ciudad fortaleza de Venecia, se inició en 1593; el proyecto incluía una torre
central en la plaza del mercado, quizá en recuerdo de la Sforzinda de Filarete. La obra se atribu-
ye a Scamozzi, pero quizá esté inspirada en el segundo libro de la obra de Maggi y Castriotto.
Palma nova es un ejemp lo precoz de la realización de una ciudad homogénea y concebida global-
mente, y su influencia se ha hecho notar en la evolución posterior; en la actualidad es una ciudad
[... ], testimonio de una tradición que intentaba regular la vida de manera racional» (En Helen
Rossenau: «La fase manierista», en La ciudad ideal. Madrid, 1986, pp. 69-70).
HEI Renacimiento siguió dejando sentir su atractivo durante mucho tiempo. Sin emba rgo, a finales
del siglo XVI se produjo un cambio que contribuyó a la especia lización, una división en estratos con-
vencionales rígidos, que condujo a la fase conocida con el nombre de manierismo. Las razones de es-
tos cambios fueron la aparición de estados nuevos y centralizados, la sustitución de las repúblicas por
monarquías hereditarias, por ejemp lo Florencia, la amenaza de guerras e invasiones de enem igos ex-
ternos, el impacto creciente de la Reforma en cuanto factor político, y la competencia económica, es-
pecialmente de Francia y de los Países Bajos.
[...] En dicho período, las ideas de los urbanistas se llevaron a la práctica o, cuando no fue posible,
se plasmaron al menos por escrito. Los arquitectos crearon trazados regulares de gran perfección for-
mal, pero destinados a objetivos principalmente militares. Estas fortalezas y ciudades fortificadas te-
nían como base las trad icion es de Vitruvio y de Fila rete.
La expresión programática de las tendencias de la fase manierista se encuentran en el título del
tratado de Vicenzo Scamozzi (1552-1616), L'ldea della Architettura Universa/e, aparecido en 1615 y ree-
ditado, con traducciones y adaptaciones en muchos idiomas europeos, a lo largo de todo el siglo XV II.
Influ yó en la obra de divulgadores tan conocidos como Fréart de Chambray, auto r de Para/le/e de
f'architectura antique avec la moderne, publicada en 1650. El amplio tratado de Scamozzi, desp ués de
presentar una panorámica de los modelos romanos, establece las normas que deben regir la planifi -
cación de la ciudad ideal. Debe estar divida regularmente en cinco espacios abiertos, de finalidades
claramente determinadas, como ya indicara Fila rete, cuya obra conocía Scamozzi a juzgar por el índi-
ce de su Architectura. La plaza central y más amplia estaba reservada para el ayuntamiento, la
Signoria , mientras que las cuatro más pequeñas estaban destinadas al intercambio y a los negocios, al
mercado de abastos general, a la venta de verduras y fruta y de vino y animales, respectivamente. Una
plaza más pequeña constituye la contrapartida del río y da un toque de refinada as im etría a todo
esquema simétrico».
tiende a la forma circular como representación del hombre y del mundo, incorpora defi-
nitivamente dos elementos esenciales: la concreción de la imagen - los dibujos de plan-
tas de ciudades-y el simbo lismo del trazado geométri co.
Baldasarre Peruzzi en su Trattato di Architettura militare (1540) planteaba una ciudad
radial conformada a partir de la combinación del cuadrado y el círculo. Pietro Cataneo en
su Quattro Libri del I' Architettura (1554) apostaba por ciudades ideales de polígonos regu-
lares entre las que destaca la de un perímetro amuralla do con baluartes pentagonales,
cuyos edi ficios quedaban organizados geométricamente en forma de damero a partir de
una plaza central con manzanas y plazas secundarias. Buonaiuto Lorini (Venecia , 1592)
diseña una ciudad con doble perímetro amurallado, siendo el exterior ya estrellado y el
trazado de las ca ll es radial con plazas secundarias. De igual manera, el ingeniero y militar
Pese a esta rica elaboración teórica sobre la ciudad , no son pocos los estudiosos que
han cuestionado la existencia de una ciudad específica del Renacimiento; lo cual es cierto
en el sentido de que la ciudad entendida como configuración de un espacio urbano uni-
tario (tal y como propagaban los tratados) fue una construcción sobre papel más que real,
teórica más que práctica, es decir, una utopía. Son excepcionales los ejemplos de creación
o transformación urbana, tratándose mayoritariamente de intervenciones puntuales, de
racionalización , de las ciudades medievales; y la imposibilidad de cambiar las estructuras
urbanas preexistentes para llevar a cabo las ideas elaboradas, hace que el deseo de cons-
trucción de la ciudad humanista se intente mitigar con abundante arquitectura efímera, e
impregnando la ciudad de un sentido escenográfico, de máscara, que se verá acrecentado
durante las fiestas.
Las intervenciones realizadas sobre la ciudad medieval pretenden, no sólo el objetivo
de racionalizar un «desordenado» entramado urbano, sino que con ellas se resuelve inser-
tar, en determinados puntos estratégicos, unos monumentos símbolos, es decir unas cons-
trucciones representativas capaces de alterar, de transformar por sí mismos la imagen, el
valor y la significación de la ciudad preexistente (como ocurre en Florencia o Roma).
Jean Castex expl ica el problema que se planteó al intentar construir sobre una ciudad
preexistente:
«Construir en la ciudad o, mejor construir la ciudad , es trabajar con una geometría que
no es la de la escuadra y proyectar sobre suelo que no es blanco como el papel , sino ocu-
pado y desigual. ¿Hay por ello que abdicar? No: el tipo, endurecido por una estructura ,
inviste el solar, toma cuerpo en él , inflexiona , se corrige, se atiene a lo esencial y, gracias
a todo este trabajo sobre sí mismo, revela y engendra la ciudad » (en Renacimiento, Barroco
y Clasicismo, 1994).
196 ! ÓRDENES Y ESPACIO: SISTEMAS DE EXPRESIÓN DE LA ARQU ITECTURA MODERNA (SIGLOS XV-XVII I)
CAPÍTULO 5
Príncipes y señores, poseedores del poder sobre una sociedad eminentemente urba-
na, persiguen el engrandecimiento personal , así como la acción política, económico-co-
mercial y cultural , a través de la reforma y de la controlada expansión de la ciudad. Ésta
transformación se plantea a partir de a una idea de ciudad y de unos modelos urbanísti-
cos idea les, que estaban proporcionando los tratadistas, aunque se concreta -tra nsfor-
mación física y/o simbólica- sobre las tramas urbanas preexistentes.
Ejemplo de esa transformación es la ciudad de Florencia, con una estructura descen-
tra lizada y po licéntrica (como también Roma o Venecia) a la que se pretende raciona lizar
y conseguir dar unidad en la multiplicidad , con ayuda de algunas vías, plazas y, funda -
mentalmente, de construcciones como las de Brunelleschi ; esos monumentos símbolos
capaces de conferir una nueva imagen y significado a la ciudad y entre los que destaca la
cúpula de Santa María dei Fiore que, visible desde toda la ciudad, se convierte en su ima-
gen y en referente visual permanente para su ordenación urbanística, además de ser sím-
bolo de la nueva cultura arquitectónica.
Según Leonardo Benévolo la transformación de Urbino es una de las empresas urba-
nísticas más coherentes de este momento. Al lí, el duque Federi co di Montefeltro (asume el
poder en 1444 hasta 1482), «señor» militar, considera las ventajas polít icas y financieras
derivadas de la promoción del arte y la cultura , y pretendiendo ser «e l Pericles de una
nueva Atenas» (G. C. Argán), traerá a renombrados artistas como Piero della Francesca
(pero no sólo italianos, sino también flamencos o españoles como Pedro Berruguete) para
convertir la ciudad en un enorme taller.
En Urbino se plantea la subordinación de la antigua ciudad al nuevo conjunto del pala-
cio ducal, cuyo principal artífice fue Luciano Laurana (¿-1479) (ver capítulo 4). El palacio
está dispuesto en forma de «L» cuyo interior da a la ciudad y su exterior, mira , se abre, res-
bala hacia el valle. El palacio de Urbino fue calificado por Baltassar Castiglione como una
auténtica «ciudad en forma de palacio», tal y como Alberti había definido los palacios rena-
centistas. Otro arquitecto que trabaja en la ciudad es el sienes Francesco di Giorgio Marti ni ,
que en 1477 comienza a fortificarla , para después dedicarse a puertos, puentes, iglesias y
palacios. Es consciente de que la arquitectura no es desligable de la proporcional idad y re-
gu laridad del urbanismo, e intenta poner de acuerdo unidad y variedad , tratando de conci-
liar formas ideales y empirismo. Pero circunstancias dadas en el caso de Urbino, como la
estabi lidad política o el reducido tamaño urbano, eran «ideales» y difíci lmente repetib les.
Urbino plantea el modelo de la ciudad del guerrero, que opta por una imagen acas-
tillada y defensiva , e introduce los principios de regularidad geométrica en el interior
del palacio . Este modelo será ampliamente difund ido y uti li zado en toda Europa. En
Castilla tiene, en el castillo-palacio de los duques de Alba , en Alba de Tormes, uno de sus
mejores ejemplos.
En 1459 el nu evo Papa , Eneas Silvio Piccolomini (Pio 11), eli ge su ciudad natal como
residencia y decide convertirla en una ciudad conmemorativa , que desde entonces sella -
mará Pienza. El proyecto ejecutivo se encarga al arquitecto y escultor Bernardo Rossellino
(1409-1464), pero Alberti estará como asesor y supervisor del Papa. Pienza supone esa
rara ocasión en la que un arquitecto consigue desarrollar, aunque sólo sea en parte, un
planteamiento de ciudad id ea l. El programa urbanístico que se busca está claramente
198 / ÓRDENES Y ESPACIO : SISTEMAS DE EXPRESIÓN DE LA ARQU ITECTURA MODERNA (SIGLOS XV-XV III)
CAPÍTULO 5
enunciado en los Commentari del papa Pio 11 , según el cual se piensa el antiguo burgo
medieval como un centro que, desde el punto más alto de la ciudad , reúna en una plaza:
la catedral , el palazzo público, el palazzo del cardenal Borgia y el palazzo papal
Piccolomini . Todos los edificios articulados gracias al uso de la perspectiva conforman
una misma unidad arquitectónica , creando una escenografía urbana de traza regular (la
plaza es poligonal) cuyo sentido unitario queda acentuado por la pavimentación de dise-
ño geométrico. Las fachadas de los edificios, pensadas unitariamente, conforman el espa-
cio geométrico, el cubo, de la plaza , un espacio cerrado, centralizado y tridimensional ,
como el pensado y desarrollado en los palacios florentinos, aunque ahora no es ya solo el
edificio palaciego el que, como había hecho Alberti en Florencia , adquiere carácter de
monumento, sino la ciudad entera (el centro de la ciudad es capaza de ordenar, el resto
de la estructura). En Pienza teoría y práctica se sitúan juntas, la remodelación y ordena-
ción del centro urbano la convierte en un modelo posible en cuanto a sus intenciones de
apl icación . Una estructura urbana: plaza-palacio, se transforma en el monumento símbo-
lo, capaz de alterar, de transformar por sí misma la imagen, el valor y la sign ificación de la
ciudad preexistente.
Biaggio Rossett i (1447-1516). La llamada Addizione Erculea , promovida (en 1490) por
el duque Ercole 1 d'Este, se caracterizó por su trama ortogonal en la que se integra la
plaza principal , una nueva estructura regular, con la estructura urbana preexistente, a
través de una larga calle recta; así como por estar pensada de una nueva manera funcio-
nal, co n largas ca ll es rectas (que, confluyendo en un punto de fuga , daban al espectador
la sensación de encontrarse dentro de un espacio pictórico quattrocentista) y gracias a su
anchura (suficiente para el paso de peatones y carros) se solucionaba el problema de la
circulación y se mejoraba la salubridad de la ciudad , protegida por un nuevo y mayor
recinto amura lla do.
Sabbioneta es una opción más radical que Pienza o Ferrara, construida en su tota li-
dad de nueva planta por Vespasiano Gonzaga, con todos los elementos de la ciudad ideal.
Todas las experiencias quattrocentistas sob re la ciudad fueron delimitando ideas bási-
cas sobre la capacidad de interven ir en gra ndes organismos urbanos. Por un lado, se
concretan los espacios del plano urbano sobre los que se puede actuar y sus principa les
elementos de diseño: la calle rectilínea , sobre todo la ca lle principal, la plaza regular y la
trama reticular. Al mismo tiempo se van definiendo los espacios y los campos de acción
en los que rea lmente es interesante intervenir: nuevas áreas públicas (sobre todo apertura
de nuevas plazas); nuevas estructuras urbanas definidas a partir de la regulación de redes
viales (reestructurando calles o abriendo nuevas); ampliación y adicción de nuevos barrios
(siempre con trama regular); y fortificaciones y trazado de nuevas ciudades .
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Ferrara (planto
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de la ciudad).
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200 ! ÓRDENES Y ESPACIO: SISTEMAS DE EXPRESIÓN DE LA ARQU ITECTURA MODERNA (SIG LOSXV-XVI II)
Texto
Esther Alegre Carvajalt «La Villa Ducal española y su relación
con las ciudades ducales italianas».
En la obra de Esther Alegre Carvajal, Las Villas Ducales como tipología urbana.
Madrid, 2004, pp. 38-43.
Las propuestas urbanas desarrolladas en las Villas Ducales españolas representan soluciones prag-
máticas, de idénticas características a las desarrolladas en las ciudades ducales italianas, y todas ellas
basadas en esta idea albertiana de conjugar respeto y nueva intervención[...] En Urbino, la contradicción
entre crecimiento y preexistencia histórica se resuelva mediante la adaptación del castillo medieval a las
nuevas tendencias y su conversión en el punto de articulación, de centralidad , de toda la trama urbana,
la misma solución que, como veremos, es la que se aplica en las españolas Béjar, Baena o Zafra , en las
que se intuye, al igual que en Urbino, un intento de renovación no limitada, ni alimentada, por la rigidez
de la teorías; 1474 Federico de Montefeltro, conde de Montefeltro, fue nombrado por el papa Sixto IV,
duque de Urbino; en su ciudad ducal construyó, sobre las fábricas del antiguo castillo, un magno conjun -
to palacial mediante su transformación en un rico palacio renacentista , bellamente decorado y enrique-
cido con variadas obras de arte, al que añadió la plaza ducal reutilizando antiguos patios de armas[.. .].
Otra opción fue la utilizada en Ferrara, aunque en las villas Ducales españolas tendría un desarro-
llo más limitado [.. .] de esta compleja opción, las Villas Ducales españolas tomarán el sentido de de-
terminar un ámbito espacial adicional a la trama medieval para en ella integrar el nuevo ámbito urba -
no renacentista , compuesto por el área de prestigio, palacio-plaza, y apoyado en la muralla , opción
que se desarrolla en Guadalajara, Pastrana o Medina de Rioseco. Es una vía que favorece posibles ex-
pansiones urbanas que, como en Pastrana, consigan la definición de un eje en el que el palacio ducal,
junto con la plaza, se convierta en la centralidad de la nueva ciudad , tal y como postulaban las teorías
de la ciudad ideal. Estos dos ejemplos, Urbino y Ferrara , tienen la escala y el sentido de una reinterpre-
tación global de la ciudad existente, pero no son una aplicación de los nuevos modelos formales
geométricos elaborados por la utopía urbanística renacentista , sino son modelos posibles donde se
combina el nuevo estilo con las preexistencias.
Además se desarrolló una tercera vía , siguiendo las ideas brunellesquianas de una intervención
por puntos[...]; ésta es la opción que propone en 1492 el genial Lorenzo Vázquez en la Villa marquesa!
de Cogolludo y que los Duques de Medinaceli aplicarán a su Villa Ducal. Si Brunelleschi había concebi-
do una intervención por puntos, tan radical que por sí misma reestructurara la ciudad medieval ,
Lorenzo Vázquez desarrolla igualmente un intervención concreta , pero con la que consigue la reafir-
mación de la trama medieval, es decir, construye el palacio ducal y lo inserta en la plaza medieval de
mercado, reafirmando la centralidad de la misma . Es una opción similar a la que desarrollo en 1492,
Ambrogio di Curtis para Ludovico el Moro en Vigevano, donde realiza la plaza ducal, aunque aquí la
opción es más radical ; tras la demolición de la antigua plaza medieval, se planifica y construye la nue-
va traza uniforme, opción que ha sido considerada como la «primera manifestación del urbanismo
programado». Lorenzo Vázquez plantea en Cogolludo la conservación de la antigua plaza y en ella es
donde inserta el palacio.
[... ] En muy pocos casos se intentarán transformaciones urbanas completas o incluso construccio-
nes de nueva planta [.. .]. Sabbioneta es una opción más radical que Pienza; construida en su totalidad
de nueva planta por Vespasiano Gonzaga, con todos los elementos de la ciudad ideal [...]. En España,
siguiendo esta tendencia, se construyó la Villa Ducal de Lerma, de nueva planta; [...]su fuerte carácter
de lugar festivo de la Corte regia , su [... ] carácter conventual y el hecho de tener como único fin el de
servir a la ambiciones de un valido [.. .].
ex hibirán a través del arte, el cual cada vez se encontrará más lejos de ser únicamente un
medio de prestigio cultural. Lo que fuera alianza entre arte y poder se convertirá en so-
metimiento. Pero no es sólo la nobleza quien desea hacer del arte, incluyendo el urbanis-
mo, manifestación y escena rio de su poder, sino también la burguesía ; ambas procurarán
transformar en el siglo xv1 la ciudad medieval, que a lo largo del siglo xv sólo había sufri-
do modificaciones físicas puntuales, además de ser objeto de numerosos estudios y pro-
yectos teóricos ideales.
Un ejemp lo de ese tipo de intervenciones urbanísticas transformadoras, impositivas y
representativas se encuentra en la Florencia del Duque Cosme, la Roma de los Papas
Farnesio, y las intervenciones en Nápoles o Génova .
En 1534 llega a Florencia , tras su destierro, Cosme de Medici , con el cual las artes reci-
bieron un nuevo estímulo, enfocado a exa ltar la ciudad , su arte y artistas, así como a
Texto
Leonardo da Vinci.
11 Codice Atlontico dello Biblioteca Ambrosiano di Milano. Giunti, 2000
(Códice Atlántico, B. 16r, B 36r) .
«Las calles M son seis brazas más altas que las calles PS y cada calle debe ser veinte brazas de
largo y tener media braza de rebaja desde los extremos al centro, y en ese centro debe de haber, a
cada braza , otra braza de hendidura de un dedo de largo por donde el agua de lluvia debe correr
hacia las alcantarillas hechas en el mismo plano PS; y en cada extremo de la anchura de dicha calle
habrá un pórtico de PS; y en cada extremo de la anchura de dicha calle habrá un pórtico de seis bra-
zas de anchura bajo las columnas; y sabed que quien quiere caminar por toda la ciudad por las calles
podrá usarlas a su entera conveniencia , y quien quiera caminar por las bajas exactamente igual; por
las calles altas no deben pasar carros ni cosas semejantes: así pues será so lo para los gentileshom-
bres; por las bajas deben pasar los carros y otras cargas para uso y comod idad del pueblo. Cada casa
debe dar la espalda a la otra dejando la calle baja en medio, y por las puertas N se meten las vitua ll as,
como leña, vino y cosas semejantes. Por las vías subterráneas se deben evacuar los residuos y demás
cosas fétidas. De un arco a otro debe haber trescientas brazas, es decir, que cada vía reciba luz de los
huecos de las calles de arriba; y en cada arco debe haber una escalera redonda de caracol, pues en los
rincones de las manzanas se orina y se defeca; y en la primera esquina debe haber una salida para
orines e inmundicias comunes; y por dicha escalera se descenderá de la calle alta a la baja; y las calles
altas comenzarán fuera de las puertas, también a esas puertas les he dado la altura de seis brazas.
Hágase esta ciudad junto al mar o junto a un río grande para que las inmundicias puedan eliminarse
gracias al agua».
«El Carácter de objetos que adquieren los edificios palladianos, no les impide, como en el
caso de las fachadas venecianas [la inserción en puntos de gran visibilidad de episodios lingüísti-
cos clasicistas, como las fachadas de San Giorgio y el Redentore, inciden en el desarrollo de una
ciudad que, como Venecia , admite escasa modificaciones] , adquirir un claro sentido urbanístico.
En el caso de Vicenza, el hecho es patente [...] La ciudad ve escasamente modificado su tejido
urbano, pero la inserción de nuevos edificios palaciegos - Palacio Valmara , Thiene, lsepo da
Porto- modifica su aspecto en sentido clasicista. Con todo, algunas intervenciones adquieren un
sentido urbanístico indudable, como la modificación de la Basílica a la que el arquitecto recubre
ahora de una máscara clásica , con lo cual, se pasa de un concepto de plaza de tipo abierto a otro
de tipo cerrado, sin modificar el perímetro, sino a través de la inserción de un episodio, de un
objeto tan clasicista como la Basílica». (En V. M. Nieto y F. Checa, «La ciudad real , realizaciones
ideales y utopía en el cinquecento», en El Renacimiento: formación y crisis del modelo clásico.
Madrid, 2000, p. 321).
Con el nuevo asentamiento romano de la corte papal crece la relevancia de esta ciu-
dad así como el deseo de presentarla como la capital del mundo (y al Vaticano como la
civitas Dei), ambos hechos hacen necesarias una importante reforma urbanística y arqui-
tectónica. La recuperación por parte de Julio 11 de una serie de territorios para el papado
devolverá a Roma su prestigio, no só lo dentro de Italia sino en el ámbito internacional , el
Papado quiere convertir Roma en cabeza de la Iglesia católica y descubre la necesidad de
contar con un arte capaz de servir como símbolo a toda la cristiandad. Pero la Roma que
los papas se encuentran al vo lver de Avignon se hallaba necesitada de una remodelación
y saneamiento del tejido urbano, así como de su restauración arquitectó nica; y tras unos
tímidos inicios por parte de Martín V y Eugenio IV, será durante el pontificado de Nico lás V
(entre 1447 y 1455) cuando se comiencen las intervenciones sistemáticas sobre la ciudad
-con el asesoramiento de Alberti-, aunque sin lograr dar la unidad orgánica deseada
al conjunto urbano, pero será el germen de la Roma , capital y símbo lo universal del
Cristianismo del Barroco.
Los trabajos realizados tanto por Nicolás V como por sus sucesores no cumplirán ese
deseo universalista. Se acercará más con la segunda restauración urbanística promovida
por Sixto IV (entre 1471 y 1484), conocido como Restaurator Urbis, en la que lleva a cabo la
construcción de la Capilla Sixtina , la vía Sixtina, las iglesias de Santa María del Popolo,
Santa María della Pace, o la restauración del hospital del Santo Spirito. La instauración del
Jubileo en 1475 supuso el incremento económico de la ciudad , ga nancias que, al ser admi-
nistradas inteligentemente, derivaron en reformas de mejora y amp liación, dotando pro-
gresivamente a Roma del prestigio y alcance que posteriormente iban a ser necesarios
para su nueva cond ición de sede oficial del cristianismo universal. Los mayores esfuerzos
constructivos se concentraron en el Vaticano, que debía ser la representación en la tierra
de la Civitas Dei, una nueva Jerusalén Celestial, un conjunto sagrado conectado, aunque
claramente diferenciado, de la ciudad profana de Roma .
La concepción del espacio urbano en perspectiva va a tener en Roma otros hitos, que
van a definir también la importancia de los elementos urbanos como creadores de nue-
vas estructuras espaciales.
La ca ll e en el Renacimiento no fue entendida ni tratada como un espacio unitario
para igualar la ciudad , la calle se compone de una suma de unidades individuales, que ya
en Roma demostraron cómo podían facilitar el tránsito por la ciudad y su peregrinaje si su
trazado era recto. El paso siguiente era tratar de dotar de unidad visual a esa calle.
Bramante plantea una concepción unitaria en la vía Julia, abierta por encargo de Julio 11
(1506) y que alcanzaba la longitud de un kilómetro, aunque no fue terminad a. Miguel
Ángel intenta esa unificación construyendo el espacio de la calle en perspectiva con un
campo visua l limitado y con un punto de fuga identificable que sirve de cierre y límite. Lo
consigue con la Porta Pia que se encu entra situada al final de una avenida, Vía Pia , donde
se encu entran la mayoría de los grandes edificios de la Roma antigua, pero que se abre
con la intención de urbanizar zonas nuevas de la ciudad . La porta limita y cierra la nueva
avenida. Esta intención unita ria ti ene su mejor expresión en Florencia , con la construcción
de la Galería de los Uffi zzi por parte de Vasari, quien plantea una ca ll e en perspectiva, co n
un punto de fuga foca l, la arcada (que a su vez queda abierta al infinito) y cuyo espíritu
un itario está determinado por la arquitectura, pórticos en el piso bajo y molduras que
recorren el conjunto unificando la visión del mismo. El camino hacia la uniformidad
arquitectónica que permite la monumentalización completa de la ciudad, está preparado.
Giorgio Vasari.
Galería de los Uffizi.
Florencia, 1560.
En los mismos años, Miguel Ángel recibe el encargo de la remodelación de la Plaza del
Capitolio (1546) -ver pp. 39-40- que en ese momento no era otra cosa que un conjunto
de construcciones antiguas cuyo núcleo principal era el edificio del fondo, la gran Biblioteca
del Capitolio. La plaza era el punto central de la ciudad , situado inmed iatamente antes del
foro, y su remodelación supuso la intervención en el centro urbano, físico y simbólico, de
la ciudad para darle a este centro del poder una nueva y monumental configuración .
Miguel Ángel toma el edificio de la Biblioteca de la plaza del Capitolio como referen-
cia central de todo el espacio. En su fachada dispone un orden monumenta l de pilastras
que remata con una balaustrada decorada con esculturas; el acceso al edificio se resuelve
Miguel Ángel. Biblioteca del Capitolio (fachada). Plaza del Capitolio. Roma.
Miguel Ángel toma como referencia central de todo el espacio urbano de la plaza del Capi-
tolio, el edificio de la Biblioteca; la plaza hasta ese momento era un conjunto de construcciones
antiguas, con un edificio fundamental , la gran biblioteca del Capitolio. Miguel Ángel dispone su
fachada como fondo, casi teatral , del espacio urbano; el desnivel del terreno se salva gracias a una
escalera monumental de doble vertiente, y en la fachada dispone un orden monumental de
pilastras, que remata con una balaustrada decorada con esculturas. Los edificios laterales, geme-
los, y a nivel de la plaza, se sitúan de forma oblicua a la biblioteca, sus fachadas repiten el orden
monumental de pilastras y la balaustrada con esculturas.
mediante una esca lera monumental de doble vertiente, que muestra un cierto aspecto
teatral. Los edificios laterales de la plaza, gemelos, se colocan de forma oblicua al de la
Biblioteca, creando una perspectiva invertida que acentúa el efecto de profundidad de
la plaza. Posteriormente se sitúa en el centro de la plaza (resaltado por dibujos lineales en
el paramento) la escu ltura ecuestre de Marco Aurelio.
Miguel Ángel crea un espacio en perspectiva, pero el espacio no se reduce a la plaza,
ésta es un elemento más dentro de una estructura urbana dilatada. En primer lugar
Miguel Ángel incorpora , como elemento urbano, las terrazas que ya Bramante había in-
troducido en el Belevedere, lo que le permite crear una composición en profund idad: es-
calinata, plaza , ciudad , con un marcado eje central (estatua) y una visión axial. Todos
estos elementos serán investigados y desarrollados ampliamente en la ciudad barroca;
como también lo será su concepto de espacio escenográfico: un conjunto arquitectónico
unitario de escala colosal.
Las experiencias de Roma durante esta primera mitad del siglo xv1 determinan una
nueva visión sobre las posibilidades de construir una ciudad clasicista: la intervención
tiene que estar limitada a áreas o a elementos de la ciudad ; la calle rectilínea permite
reestructurar, no so lo la imagen de la ciudad incorporando la visión en perspectiva , si no
también el transito y el sentido de la misma; la plaza se presenta como un elemento esen -
cial , simbólico, funcional y estructural, permitiendo la concreción de dos ideales renacen-
tistas: la centralidad (homogénea y finita), plazas regulares cerradas; y la mirada focal, al
convertirse en puntos de fuga de redes viales en perspectiva (tridente romano); pero tam-
bién ab ren nuevas posibili dades, la búsqueda de un espacio infinito y la incorporación de
sugerentes elementos urbanos, como las grandes escalinatas, como veremos enseguida.
Texto
Leonardo Benevolo, <<Tratadística y Ciudad en la segunda mitad del siglo XVI)).
En Luciano Patetta: Historia de la Arquitectura. Antología crítica. Madrid, 1997, pp. 253-255.
En general, las nuevas ciudades europeas pueden ser clasificadas, según su función predominan-
te, de la siguiente manera :
1. Ciudades fortificadas.
2. Ciudades residenciales, para albergar a una minoría de ciudadanos expulsados durante
los con fli ctos religiosos.
3. Nuevas capita les de pequeños estados.
1. Las ciudades fortificadas, como ya hemos dicho, constituyen el grupo más numeroso.
Después de la tregua de Crepy, el ingeniero boloñés Girolamo Mari ni proyecta por encargo de
Francisco 1, el año 45 dos nuevas plazas fuertes - Vitry-le-Francois y Vi llefranche-sur-Meuse- ...,
«La ciudad se distingue del medio que lo rodea en lo que ella es, en el paisaje, el
punto de enraizamiento del pod er. El Estado crea la ciudad . En la ciudad el Estado toma
asiento ... Instrumento de regulación , la ciudad , desde que se disiparon las tinieblas de la
protohistoria , aparece en esencia como capital. Central. Ella es centro, el eje de un sistema
de soberanía . La capacidad de regir y de asegurar el orden general se condesa en ese
punto focal. Allí se despliega en su plenitud. Desde aquí ella se expande hasta sus márge-
nes fronterizos, generalmente silvestres y desérticos, que separan la ciudad de sus vecinos
semejantemente construidos. La ciudad es entonces indisociable de las extensiones rústi-
cas que la rodean y que ella tiene vocación de organizar. Lo que la singulariza es que
representa el lujo, el orgullo -que ella demuestra-, el modelo de su orden perfecto. La
originalidad de su espacio urbano está dado por todo esto».
Desde la segunda mitad del siglo xv1, durante el reinado de Sixto V, y sob re el suelo de
Roma es dónde de mejor forma se materializó el urbanismo barroco. El poder absoluto
real , en el caso de la Roma papal , impulsó una transformación urbana que, como hemos
visto, había empezado con la vuelta de los papas del ex ilio de Aviñón .
Frente a la ciudad renacentista diseñada como un elemento terminado (centralizado
y unitario, con un espacio finito), con sus límites claramente definidos por murallas
que circunscriben el tej ido urbano y esquemas que refuerzan el centro de la ciud ad , el
barroco, especialmente con el pontificado de Sixto V en Roma , define por primera vez las
líneas de la red fundamental del tráfico en una ciudad moderna . Un 'sistema' planificado,
donde se definen centros dominantes, ejes visuales y ejes funcionales, calles rectilíneas
y plazas regulares.
Por razones religiosas fue necesario crear vías que unieran las siete basílicas principales
de la ciudad y los templos que los peregrinos debían visitar en una única jornada. Sixto V
quería hacer de Roma «un único sagrado temp lo». Recoge los proyectos de reordenación
de papas anteri ores, pero les dota de mayor proporción. Las vías no son ya simples en la-
ces, casi casuales de edificios, sin o se componen con un sistema de ca ll es que en laza de
forma racional , cómo da y rápida edificios muy alejados de la ciudad . Nuevas cal les hacen
posible la amp liació n de la ciudad.
214 / ÓRDENES Y ESPACI O: SISTEMAS DE EXPRESIÓN DE LA ARQU ITECTURA MODERNA (SIGLOS XV-XVII I)
CAPÍTULO 5
Las vías, según un esquema de 1588, formaban una estrel la que irradiaba desde la
Basílica de Santa María la Mayor hacia las distintas iglesias o lugares sagrados. Domenico
Fontana , arquitecto de Sixto V plantea qu e:
«... deseando aún Nuestro Señor facilitar el cam ino a aquellos que, movidos por la devo-
ción o por votos, suelen vis itar frecuentemente los más santos lugares de la ci udad de
Roma , y en particular las siete iglesias tan ce leb rad as por las máximas indulgencias y
reliq uias que al lí existen, ha abierto en muchos lugares multitud de vías amplísi mas y mu y
rectas, de modo que cada uno pueda , sea a pie, a caba ll o o en coche, sa lir del lu ga r que
desee de Roma y tras ladarse, casi directamente, al templo que sea de su predilección para
practicar sus devociones».
Estas vías, reconoce Fontana , se rea lizaron «co n di spendios verdaderamente increí-
bles», at ravesaban todo tipo de parajes de la ciudad , procurando «variadas y diversas
perspect ivas, así que, además de faci litar la práctica de la devoción, cautivan también con
su belleza los sentidos del cuerpo».
Roma no poseía en este tiempo plazas de las características de las de Florencia , Siena o
Venecia que sirv ieran de centros urbanos y que alojaran edi fi cios de importancia ciudada-
na, por lo qu e Sixto V procuró que delante de los edificios construidos por él, el Laterano y
el Quirinal , existiera n espacios libres
qu e permitieran intervenciones futu-
ras. Así mismo propuso la misma me-
dida en el cruce de calles y en los pun-
tos de unión de la ciudad nueva con el
casco antiguo; estos espacios (tod avía
no urbanizados de forma ordenada
como una plaza) servirían como pun-
tos de encuentro o hitos de la ci udad,
se potenciaban con la colocación de
obe liscos, tanto nuevos como prove-
nientes de la ciudad clásica . Pero sob re
todo estos puntos con obeliscos, crean
profundas perspectivas que posibilita-
ran el desarrollo de la ciudad barroca.
La red urbana resultante del proyecto de Sixto V define una ciudad que no se organi-
za en torno a un centro principal , sino que une diversos centros, se sirve de los obeliscos
para marcar los nudos del sistema .
La transformación de la ciudad se acompañó de medidas que permitieran la mejora
de las condiciones higiénicas y sa lubres. Entre ellas destaca la restauración del acued ucto
del Aqua Fe/ice, construido por Alejandro Severo, alrededor del año 200, había permane-
cido abandonado a lo largo de toda la Edad Media . Ahora se propone para proveer de
agua a la zona de las co linas de la ciudad. El resto de la población contaba con veintisiete
fuentes públicas que eran otro motivo de embel lecimiento de la ciudad .
Existían otros tipos de actuaciones, que sin ser obras civi les contribuían al progreso de
la ciudad y que son típicas del urbanismo más reciente. Entre ellas se podrían destacar el
fomento de la ed ificación en las zonas afectadas por las nuevas vías, por medio de deter-
minadas ayudas o privi legios; y la recuperación de la antigua industria romana de la lana
y la seda , para lo cual se dieron órdenes de plantar gran número de moreras e incluso se
estudió la transformación del Coliseo en fábrica de hiladuras, incluyendo viviendas para
operarios, aunque no se llegó a desarrollar.
La plaza tiene una honda trad ición como centro y corazón de la ciudad, pero mien-
tras en el Renacimiento tenía un carácter público y civil en el Barroco se transformó en
parte del sistema ideológico general. Esto es evidente en plazas como la francesa place
Royal, cerrada , geométrica y en el centro con una estatua del soberano.
La creación de plazas monumentales llegó a ser imperativo de todas las ciudades ba-
rrocas, generalmente en relación con los principales ed ificios del sistema planificado de la
ciudad del absolutismo. La mayor y más representativa de las plazas ideológicas es la de
San Pedro del Vaticano, donde Bernini idea una estructura que simbol iza los brazos
abiertos y envolventes de la Iglesia. La plaza se inscribe dentro del programa ideológico
que ya había marcado la cúpu la y la iglesia.
En ella se encuentra como primer prob lema mantener el espíritu de la basílica, resal-
tando el valor que Miguel Ángel había dado a la cúpula como centro de la cristiandad y
como referencia visua l de toda Roma. Por tanto, tiene que articu lar una plaza que acen-
túe este sentido. Pero, además, esa plaza debe servir para albergar a los mi les de peregri-
nos que acuden al jubileo, tiene que tener un valor simbólico evidente y mantener en su
centro el obelisco egipcio.
El planteamiento de Bernini es realizar una plaza que sirva para minimizar la potente
fachada de la basílica y qu e reafirme el carácter de la cúpu la de Miguel Ángel , tanto su
valor visual como su valor simbólico, manteniendo que la cúpula se pueda ver en todas
direcciones. Así, proyecta un espacio abierto, de forma elíptica, conformado por dos arcos
de círculo cuyos centros están sepa rados por un espacio de 50 m. En medio de la plaza se
levanta el obe lisco, y a ambos lados se coloca una fuente. Los semicírculos se plantean
como dos amplísimos pórticos, de cuatro hileras de columnas toscanas, desarrollando
una arquitectura severa y monumental , como un recuerdo a los momentos de mayor es-
plendor del arte. Las dos alas del pórtico recuerdan las dos alas del Belvedere de Bramante.
Además, dichas alas y la propia plaza tienen un carácter simbólico muy acusado, expresa-
do por el propio Bernini como« ... los brazos de la Iglesia que acogen a todos los cató licos
para reforzar su fe ... ». Los pórticos se cubren con un entablamento adintelado rematado
en balaustrada corrida y decorado con esculturas.
Como elemento de enlace entre la elipse y la fachada de la basílica , Bernini planteó
un elemento trapezoidal que además sirviera de transito visual hacia la misma fachada y
que fuera degradando poco a poco la visión de la cúpu la.
Esta plaza simboliza los brazos abiertos de la iglesia que recogen a todos los fieles. A ella se
accede a través de sucesivas hi leras de columnas de orden toscano, y en ella se situa el obelisco
levantado por Sixto V y dos fuentes construidas por Maderno.
La denominada «Piazza Retta», la zona anterior a la fachada de la basílica es de forma tra-
pezoidal y si rve de uni ón co n el espacio laico de la plaza elíptica . En su proyecto se jugó con
efectos de perspectiva en las fachadas latera les, ligeram ente oblicuas, para aumentar la fastuosi-
dad del conjunto. Este mismo elemento ya había sido utilizado por Miguel Ángel un siglo antes
en la Plaza del Capito lio.
Se ensancha hacia la fachada , de tal forma que se funde con la basílica y con la plaza, se
estructura mediante pilastras pareadas decrecientes, que realizan el juego de orientar hacia dicha
fachada la mirada del espectador, hecho que se refuerza con el desnivel que existe en el sue lo.
Se remata , como la co lumnata, con una balaustrada coronada de escu lturas que desarrolla todo
el aparato retó rico y teatral del Barroco.
Al otro extremo de la fachada Berni ni planteó también un cerram iento, de tal forma
qu e nadie viera San Pedro de frente. Proyectó un cuerpo monum ental de columnas
que fu era simétrico a la fachada. La plaza así ideada se presenta ba como una antesala
de rece pción de peregrinos, a la vez qu e servía de gran atrio de la basílica . De esta for-
ma , el valor arquitectónico, plástico y simbólico de la cúpula queda refo rzado .
Actualmente la plaza está abierta y de ella arra nca una de las má s importantes vías
de Roma , pero si el conjunto se observa de frente se pierde toda la se nsación elíptica
de la plaza, toda la idea de universalidad, de populosidad y de protecció n qu e Bernini
había qu erido plasmar.
El interior de la co lumnata, amp lísimo, está pensado para que la gente pueda circu-
lar por dentro capta ndo todo el valor simbólico del conju nto. La arqu itectura se dispo-
ne como en un templo clásico, con un orden monum ental de columnas rematada s
en frontón .
La plaza del Popo/o -ver pp. 214 y 295- cuya reestructuración se comenzó bajo el
pontifi ca do de Leó n X, con la apertura de la vía Babuino, adquiere el esquema de triden-
te nacido durante la época barroca. Rea lm ente la plaza del Popolo es el prototipo de
uno de los motivos fundamentales de las ciudades barrocas: las cal les radiales. Además
es la concreción más exacta de la función de perspectiva en la construcción de la ciudad,
la plaza es el centro focal , pero tambi én el lu gar simból ico: es la entra da principal de la
«ciudad sa nta». Para remarcar su sim etría y ord enación , posteriorm ente, en el lad o me-
ridional de la plaza Rainaldi construye dos iglesias de cúpu las gemelas.
La plaza Navona es otra de las grand es plazas remodeladas en esta época por el pro-
pio Bern ini (1647-1651). La forma original de un estadio romano, el de Domiciano, sirvió
para defini rl a. Es por tanto una plaza alargada , pero limitada y cerrada por la arquitectu-
ra, «u na estructura jerárquica barroca», con la fachada de la igl esia de Sant'Agnese de
Borrom ini presidiéndola. Tres fu entes, de Bernini , divid en el espacio alargado impidien-
do una sensación de vacío.
El otro foco importante del urbanismo barroco es París. En esta ciudad , no se siguió
un sistema planificado para reestructurar la ciudad como ya hemos visto en Roma , si no
que la actuación urbana se centró en la regulación y apertura de una serie de plazas,
que fueron capaces con el tiempo de reordenar la ciudad . Pero como en Roma la actua-
ción fue muy importante creando «centros significativos» e hitos en la ciudad , que
rompieran con la imagen y la estructura del pasado y que hablaran del presente, de
la monarquía y su poder, cada una de estas plazas cuenta en su centro con una estatua
del monarca .
Enrique IV proyectó una serie de plazas regulares, con viviendas y en cuyo centro
instala una estatua del soberano como punto central y focal, donde simbólicamente se
materializa la relación del pueblo con el soberano. De nueva planta se crea la place Roya/e
-ver p. 296-, un espacio urbano cerrado, cuadrangular, con la estatua del soberano en
el centro. El tipo de arqu itectura , no es clásica , no tiene una intención de monumen-
Texto
Jean Castex, «El edificio como cómplice de la ciudad».
En la obra de Jean Castex, Renacimiento, Barroco y Clasicismo. Madrid, 1994, pp. 251-252 .
«La ciudad barroca no podía ser sino espectacular. Espectaculares son la plaza de San Pedro y la
extensión de los enormes palacios, los hospicios y cuarteles, las explanadas para paradas militares,
los paseos por los que aristocracia se muestra en sus carrozas. Un primer nivel de lectura es, pues,
el acceso de la ciudad a lo legible. Su confusión laberíntica debe ser reemplazada por una imagen
simple, global, de trazos claros. Lo veremos en el caso de París[ ...]. Rara vez encontramos un ejem-
plo tan completo cuya coherencia no se vea perturbada por algún obstáculo: la idea que Wren se
hace de la reconstrucción de la City de Londres después del incendio de 1666 (pero es una idea que
queda en el papel), o mejor el caso de Turín, capital de un Estado pequeño pero avanzado, que es
objeto de tres ampliaciones sucesivas en el siglo XVII , hasta 1710 y que se convierte en un modelo de
urbanismo.
Pero la ciudad barroca es más sutil y no se contenta con un modelo de legibilidad superficia l. Si la
propaganda se insinúa por todas partes, ningún nivel de la estructura urbana debe sustraerse a su
marca. Todo se convierte en asunto de instrumentalización.
[... ]Al curvarse, la fachada de numerosos edificios romanos del siglo XVII engendra un espacio
urbano, un breve segmento que el edificio proyecta a la ciudad . La idea de asociar un espacio hueco,
exterior, al espacio interior de un edificio, a uno y otro lado de la fachada , no es nueva: la hemos visto
ya en Pienza, donde existe una estrecha relación de positivo a negativo entre la catedral y la plaza , y el
bloque cúbico y el jardín cerrado, por otra . Sin embargo hay una gran diferencia entre lo pensado por
Alberti y Rossellino en Pienza y lo que Portoghesi llama con frecuencia "el ataque al espacio urbano"
por el espacio de la fachada»
220 / ÓRDENES Y ESPACIO: SISTEMAS DE EXPRESIÓN DE LA ARQUITECTURA MODERNA (SI GLOS XV-XVIII}
CAPÍTULO 5
talidad (como en el Capitolio de Miguel Ángel), sino que eli ge la arquitectura flamenca,
de carácter más burgués. La place Dauphine no tiene un sentido cerrado, sino que sirve
de enlace entre el pont Neuf y la Tle de la Cité, se adapta al espacio al tiempo que le da
La place Royal, hoy des Vosges, es cerrada y cuadrada, con una arquitectura no monu-
mental clásica, pero que empieza a uniformizarse, creando una sensación de continuo
ordenado que no tenían las plazas romana s. La place de France es un proyecto típicamen-
te barroco con forma de estrella; la plaza es de planta semicircular, su lado recto se apoya
en la muralla, de ella irradian ocho calles rectas (a mpliación de la idea del tridente), su
punto de confluencia es una nueva puerta de entrada a la ciudad. El proyecto se puso en
marcha pero no se terminó.
A este conjunto de plazas en la segunda mitad del siglo xv11 se unieron la place de las
Victories ver p. 297 y place Vendome (repitiendo la solución de la place des Vosges). Son
espacios «interiores urbanos», cerradas por paredes que cada vez tienden más a la unifor-
midad de la arquitectura, y a la monumentalización gracias a esa uniformidad. Pensadas
como lugares geométricos, poco a poco determinan la aparición de bulevares que las
unen, en los que están presentes la s innovaciones en la proyección de jardines, sobre
todo las introducidas por André Le Notre.
Las plazas mayores españolas fu eron casos urbanos aislados y extraordinarios, a ve-
ces bastante desvinculados del resto del contexto urbano, precisamente por esa caracte-
rística propia de volcarse hacia dentro. Esta introversión se manifiesta en que no existen
grandes avenidas de acceso ni ampliaciones fuera de su perímetro rectilíneo. Pero fueron
espacios completos para la ciudad absolutista: regulan el lugar de mercado, sirven para el
esparcimiento y la relación social, y se concretan como gran escenario de la fiesta (sus
balcones sirven de palcos de teatro), profana , religiosa o de exaltación del poder monár-
quico. La diferencia entre las plazas mayores españolas, con las plazas construidas unos
años antes en París, es ese carácter integral y cívico, son centro de mercado, lugar de es-
pectáculos, religiosos o profanos, de reunión , de exhibición, etc.
El modelo de plaza mayor española se inicia con la de Valladolid. La plaza vieja sufrió un
incendio en 1561 y fue restaurada por encargo del rey Felipe 11 sobre un diseño de Francisco de
Salamanca. Aunque es uno de los primeros ejemplos de plaza regularizada y con fachadas que
tienden a ser homogéneas, todavía no podemos hablar del modelo de plaza mayor totalmente
definido, puesto que no constituye un espacio absolutamente cerrado -un edificio-urbano-, al
no entrar sus calles a través de arcos. La plaza mayor de Madrid tampoco lo será totalmente,
puesto que la homogeneidad de sus fachadas es obra de juan de Villanueva a finales del siglo XVI II.
La plaza mayor de Salamanca es un ejemplo paradigmático. Es barroca, edificada entre 1729
y 1733, y supone un espacio absolutamente cerrado, regular, con una arquitectura de fachadas
homogéneas, cuyas avenidas de acceso mueren en arcos de entrada a la plaza. La plaza mayor
española tiene la característica de volcarse hacia dentro, es un espacio urbano introvertido, que
aunque es una intervención urbana de primer orden en la ciudad , supone un hecho aislado y
extraordinario, puesto que se desvincula del resto del contexto urbano, y no existen grandes
avenidas ni ampliaciones fuera de su perímetro rectilíneo.
«Desde la segunda mitad del siglo XVII (cuando el superintendente de las construcciones reales,
Jean-Baptiste Colbert, y el ingeniero Vauban llevan a cabo, bajo los auspicios de Luis XIV, la demolición
de la muralla, ya inútil, sustituyéndola por el anillo de los grands boulevards), la red de los recorridos
arbolados, bien integrada en el sistema de los parques, diseñados en gran parte por Le N6tre, se con-
vierte no só lo en el nuevo cauce de las relaciones entre la cap ital y el hinterland sino también, en mu-
chos aspectos, en un símbolo de la nueva ciudad "so lar". Desde el ani llo periférico, algunos ejes radia-
les se unen a los sistemas viarios ya existentes, penetrando en los tejidos medievales y abriendo a veces
escorzos espectaculares sobre las presencias naturales: el Sena y los parques. Valga como ejemplo el
eje Este-Oeste, flanqueado por los espléndidos jardines de los Campos Elíseos (1666). Será el barón
Haussmann, alrededor de dos siglos más tarde, el encargado de llevar a término el diseño de transfor-
mación contenido embriona riamente en la intervención colbertiana.
Por otro lado, la apertura de las grandes plazas, iniciada en el siglo XVII I por Enrique IV con la rea li-
zación de la Place Dauphine (1607-1614) y de la Place Royal (hoy Plaza de los Vosgos, 1605-1612), se con-
vierte en el siglo XVIII en una técnica determinante en los proyectos de intervención urbana, tanto en lo
que respecta a los programas de modificación de los existentes como en lo referente a los planes de
nueva expansión. Uno de los aspectos más interesantes es el procedimiento ejecutivo que prevé la antici-
pación de la construcción de fachadas, según los dictámenes de un proyecto unitario impuesto por edic-
to real , sobre las subsiguientes sistematizaciones internas de los edificios, confiadas a la iniciativa privada.
Se pone así en práctica, en nombre de la pública magnificencia, un sistema de control de la imagen urba-
na que aun limitándose a la epidermis de la envoltura externa de los edificios, hizo posible una calibrada
composición de las cortinas edilicias, que conservan intacta su fascinación tras el tiempo transcurrido».
La obra de los arquitectos barrocos ita lianos fue continuada y completada en Fran-
cia durante el final del siglo xv1 1. Se impone en ese tiempo la residencia rea l fuera de
la ciudad y unida a la naturaleza frente al palacio urbano. Luis XIV opta por la construc-
ción de Ve rsal les mejor que completar la qu e fuera residencia de sus antepasados,
el Lou vre de París.
Versa ll es pasó de una simpl e residencia de caza co n Lui s XIII a residencia oficia l de
Luis XIV, siend o la respuesta arquitectónica del poder absoluto del monarca. La urbaniza-
ción de Versa lles com ienza hacia 1671, en torno al palacio y sus jardines, surge un tridente
de avenidas que se rematan en una plaza de armas, que se une al propio palacio. Es una
propuesta urbana a una esca la que nunca se había planteado antes. Tiene su precedente
en el Tridente romano, au nqu e su escala es mayor puesto que la estructura urbana de nue-
va planta enlaza con el palacio, el centro de todo, y con el espacio natural de los jardines.
parque y la entrada del palacio se adentran formando tridentes en el bosque y hacia París,
extienden la organización de la naturaleza racionalmente dominada del parque a todo el
territorio circundante -natural y urbano-, que queda sometido al punto focal del pa la-
cio precisamente porque ha sido concebido como un paisaje o una vista que debe ser
contemplada desde un punto privilegiado - las habitaciones de Luis XIV- y, al que con
clara intención escenográfica , se han aplicado las tres notas que constituyen para P. Lave-
dan las características esenciales de la urbanística barroca : la perspectiva monumental, la
línea recta y la uniformidad de proyecto y realización» (en Checa y Morán , El Barroco, 1982,
p. 154).
El Royal Crescent es un
espacio semielíptico alrede-
dor del cual se alza un con-
junto de treinta casas, sus
fachadas palladianas iguales se abren sobre un amplio espacio verde, una suave pendiente natu-
ral. El Royal Crescent no es una plaza, ni sigue el modelo del Circus construido por John Wood , en
1753, quien impone la uniformidad de las fachadas, con un lenguaje arquitectón ico palladiano,
en una plaza de planta circular y cerrada , una piafa contenida en sí misma . El Royal Crescent,
construido por John Wood Jr. (hijo del anterior), en 1767, es la ampliación de una de las calles,
articulada de forma novedosa, que parte del Circus.
Plantea un pensamiento contrario a Versal les, donde naturaleza y arquitectura se visualizan
de forma equivalente. Una comunidad de viviendas igualitarias que expresan una armonía, por
la uniformidad de sus fachadas y por su relación con la naturaleza -no es utópica, sino reali-
dad-. El peso del Estado ha desaparecido para resaltar la vida de la ciudad , una ciudad que,
podemos deci r, ya es burguesa .
«El caso de la colonización de América por los españoles es una clara muestra de la importancia
del factor político y cultural en la fundación de ciudades de trama ortogonal. [... ) Santa Fe, sería el
modelo para las primeras ciudades americanas trazadas a cordel , como Santo Domingo. Se sabe que
Nicolás de Ovando estuvo en ella, y que aplicó el modelo ortogonal en La Española entre 1504y1520.
Gonzalo Fernández de Oviedo en su Historia general y natural de las Indias señala que Santo Domingo
era magnífica "porque como se ha fundado en nuestro tiempo fue trazado con regla y compás, y a una
medida las calles todas".
El modelo urbano hispanoamericano se va perfeccionando desde los primeros momentos de la
conqu ista; se elabora luego a la vez que se desarrollan los programas de investigación científica sobre
geografía e historia natural de Indias[... ) y está ya perfectamente diseñado en la Recopilación de las
Leyes de Indias. [...] La creación de ciudades fue una estrategia de dominio territorial y de acu lturación.
Al igual que habían hecho los romanos al conquistar Hispania, la urbanización de los indígenas fue un
objetivo temprano de la colonización española y se extendió también a los pueblos y aldeas[... ).
En el siglo XVI las Leyes de Indias establecieron de forma bien precisa la organización de la ciudad
hispa noa merica na:
La plaza mayor, donde se ha de comenzar la población, siendo costa de mar, se debe hacer al des-
embarcadero del puerto, y si fuere lugar mediterráneo, en medio de la población. Su forma de cuadro
prolongada que por lo menos tenga de largo una vez y media de su ancho, porque será más apropósito
para las fiestas de a caballo y otras. Su grandeza proporcional al número de vecinos [...) De la plaza
sa lgan cuatro calles principales, una por medio de cada costado, y además de estas dos por cada esqu i-
na. Las cuatro esqu inas miren a los cuatro vientos principales[ ... ] todo en contorno, y las cuatro calles
principales, que de ellas ha de salir, tengan portales para comodidad de los tratantes[.. .). Y[...) salgan
libres, sin encontrarse en los portales, de forma que hagan la acera derecha con la plaza y la calle [.. .).
Sin duda la creación de ciudades realizada en los reinos americanos de la monarquía hispana du-
rante el siglo XVI es una empresa ligada a los desarrollos más avanzados de la urbanística y de la
ciencia del Renacimiento. Desde la elección de los emplazamientos hasta la misma traza y construc-
ción de edificios públicos, pasando por la resolución de problemas de abastecimiento de aguas, el
control de las condiciones higiénicas o las interpretaciones alegóricas sobre la ciudad , todo necesita ser
comprendido en el contexto intelectual de la ciencia europea de la época, en su ap licación a esa Nueva
Europa que era la América recién descubierta . [... ) En lo esencial el diseño ortogonal se ap licó de for-
ma sensibl emente si milar a todo lo largo del dominio hispano en Indias, aunque sin duda el examen
diacrónico de los que se propusieron y realizaron permite detectar enriquecimientos y variaciones.))
Obras de referencia
ALEGRE CARVAJAL, ESTHER: Las Villas Ducales como tipología urbana . Madrid , UNED, 2004.
BRAUNFELS, W.: Urbanismo occidental. Madrid , Alianza , 1993.
BE ÉVOLO, LEONARDO : La ciudad europea. Barcelon a, Crítica , 1993.
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«El uso del lenguaje clásico de la arquitectura ha implicado, en todas las épocas que ha alcanzado
gran elocuencia, una cierta filosofía. No podemos usar amorosamente los órdenes a menos que los
apreciemos, y no podemos apreciarlos sin estar'COnvencidos de que encarnan algún principio absoluto
de verdad o belleza. La fe en la autoridad fundamental de los órdenes ha adoptado diversas formas; la
más simple puede expresarse en términos: Roma fue la más grande; Roma fue la más sabia. La profun-
da veneración de Roma es la clave de gran parte de nuestra civilización. [.. .] Esta fe conmovedora e
irracional en las excelencias de Roma pertenece fundamentalmente al siglo XV[.. .]. Pero en la sencillez
de esta fe estaba precisamente su vulnerabilidad . Estimulaba a la acción, pero también era reto para la
investigación y la crítica ; y los espíritus críticos aun sabiendo y aceptando que Roma fue la mejor y la
más grande, necesitaban saber por qué. ¿Por qué fue Roma la fuente de toda bondad en la arquitectu-
ra? Una respuesta era: porque todas las personas cultas del mundo concuerdan en la incomparable
belleza de la arquitectura romana; pero esto no era sino eludir la cuestión. Otra respuesta afirmaba
que llevaba en su seno ciertas reglas matemáticas rectoras de toda belleza; pero esto no era fácil de
demostrar. Una tercera respuesta -la más profunda, con diferencia- era que la arquitectura romana
descendía, a través de la griega, de la época más primitiva de la historia humana, por lo que estaba
dotada de una especie de rectitud natural; era, en realidad , casi una obra de la naturaleza. Se invocaba
a Vitruvio para apoyar este punto de vista . Él nos enseñaba que el orden dórico se desarrolló a partir de
un prototipo de madera. Esto se tomaba como base para argüir que los templos originales habían teni-
do troncos de árbol por columnas y que, por tanto, derivaban de bosques primitivos. E incluso existe
una curiosa referencia material para esta creencia: en el claustro de Sant'Ambrogio de Milán, diseñado
por Bramante, hay columnas en cuyos fustes se han labrado los muñones de ramas cortadas».
«El lenguaje del imperio era el latín. Mientras el latín verbal iba desapareciendo en
Europa , el latín arquitectónico se impuso como lenguaje de las monarquías de los nacien -
tes Estados europeos y sobre todo, de la Iglesia. Entre 1425 y 1789 en Europa se habló el
latín arquitectónico - y los norteamericanos lo cogieron in extremis para los edificios
oficiales de su naciente nación-. Sucesivos tratados lo codificaron durante ese tiempo y
una pléyade de artistas exploraron sus inmensas posibilidades. Alberti , Serlio, Vignola ,
Palladio .. ., Bramante, Miguel Ángel , Giulio Romano, Bernini , Borromini ... » (Juan Díez del
Corral: Manual de crítica de la arquitectura, 2005).
todo el xv1 , y es que el verdadero modelo de la arquitectura había que buscarlo en la re-
conciliación del texto de Vitruvio con los monumentos.
En la práctica, la predisposición clasicista del Quattrocento, como hemos apuntado, es-
taba lejos de ser un estilo único, de hecho en ella se encuentran diversos estilos igualmente
clásicos. Esta variedad se debe a que el clasicismo del siglo xv fue fruto de distintas experien-
cias (Brunellesch i y Alberti y sus dos vías) pensadas para casos determinados y además con-
dicionadas por factores ideológicos, políticos, plásticos y metodo lógicos (el Renacimiento en
Venecia , Milán o Urbino). De modo que estas distintas experiencias constituyen una suma
de «clasicismos» y no un Clasicismo único, excluyente y académico. Es durante los últimos
años del Quattrocento y las primeras décadas del Cinquecento cuando nuevas experiencias
se encaminan a formar y definir un Clasicismo unitario, riguroso, monumental, académ ico
y normativo que la historiografía ha denominado Renacimiento Clásico o Alto Renacimiento.
Con la llegada del siglo xv1 las prácticas arquitectónicas se renuevan , y, a partir de los
logros alcanzados en el Quattrocento, alcanzan el punto que se considera el apogeo de la
arquitectura del Renacimiento: el Clasicismo (tamb ién llamado Alto Renacimiento); se ca-
racteriza por consegu ir la perfecta articu lación entre idea concebida y realización prácti-
ca; una articulación que en arquitectura se encuentra ligada a la orgánica armonía o
concinnitas albertiana, que es reflejo de una armonía universal superior, sin olvidar el
importante logro clasicista que supuso la concepción científica del arte y del artista , que
deja de ser el mecánico ejecutor de una obra para convertirse, encarnándose por primera
vez en Leonardo, en el nuevo artista moderno, un interdiscip li nar erudito. Se consigue
un ir definitivamente arte y ciencia, como anhelaba el Quattrocento. Se abre aquí el deba-
te en torno a va ri as cuestiones, entre las cua les el problema de las definiciones de Clásico
y Clasicismo se encuentra en primer lugar, y seguido aparecen otras como la de la diversi-
dad clasicista o la del carácter normativo de esta tendencia clásica .
El debate arquitectónico se va a producir, no en Florencia, sino en Roma y se centrará
en la búsq ueda de una arqu itectura normativa basada en Vitruvio y de carácter universa l,
pero es en su estricta normatividad donde lleva implícita su propia contradicción.
Bramante quiere demostrar el valor universal de las formas y reglas de composición
clásica, pero sin limitarse a utilizarlas sigu iendo los modos tradicionales sino, en las más
extremas variantes que concibe de esas circunstancias arquitectónicas. Según algunos his-
toriadores, hace esto en un intento de comprobar de manera experimental el campo de
val idez abarcado por el repertorio compositivo clásico, buscando intencionadamente las
contradicciones que pueda haber en él y que así señalen los límites del esti lo. Recordemos
la equivalencia entre espacio real y espacio virtual , ensayada por primera vez en Santa
María Sopra San Satiro en Milán, juego que repetirá tiempo después Bernini en la Scala
Regia del Vaticano.
Durante los diez años del papado de Julio 11 , el lenguaje clásico del arte, y muy espe-
cialmente de la arquitectura, adquiere todos sus significados: comunicativos y expresivos
de un poder universal (ver Capítulo 7); el Clasicismo es el lenguaje que celebra el poder de
la Iglesia al igual que lo fue el modelo imperial romano. Con el nuevo Papa, el arte y la
cultura gozarán de un mecenazgo de envergadura hasta entonces desconocida y enorme
apoyo político, bajo la condición de someterse a la exigencia pontificia de materializar el
mensaje «autocelebrativo» romano de la Ecclesia Triumphans y de mediar entre la cultura
pagana y la fe religiosa , entre el poder político-económico y los valores trascendentes.
Lograr una concordatio entre Clasicismo y Cristianismo en la que el arte asume una fun-
ción que es, a la vez, doctrinal, emblemática y simbólica del prestigio y del poder. Estas
características permiten el desarrollo del lenguaje clásico bajo los poderes absolutos de
los estados barrocos.
El Renacimiento clásico se muestra como un movimiento efímero cuya extinción se
encuentra en sus propios orígenes. Un estricto lenguaje que pretende ser de valid ez uni-
versal en un mundo absolutamente dispar no tiene ningún sentido, ya que tiene que estar
sostenido por leyes que difícilmente se cump len , por el lo, su ocaso se encuentra en su
propia rigidez dogmática.
La estela dejada en Roma por Bramante y Rafael será la que sigan el resto de arquitec-
tos reseñables durante el Alto Renacimiento, hasta que la llegada de su crisis (fechada en
1520, año de la muerte de Rafael y de la excomunión de Lutero e inicio de la Reforma
Protestante) traiga consigo al hombre que marcará un nuevo rumbo, Miguel Ángel , y haga
que aquel estilo clásico evolucione hacia el Manierismo (considerado segundo momento
del Cinquecento), con el cual se cu estionarán los anteriores valores clasicistas mediante
diversas alternativas; un Manierismo constru ido sobre las «li cencias» introducidas en el
período anterior así como en la personal obra de Miguel Ángel (cuya tendencia anticlásica
se agudiza desde 1513), y que plantea una enorme plural idad y riqueza de significados
opuestos a las ideas de un iversa lidad del Alto Renacimiento.
La polémica entre el Clasicismo entendido como un «estilo único», o como diversidad
iniciada con el siglo XVI, avanza en la segunda mitad del siglo hasta decantarse finalmente
por el valor de las «licencias» que dentro del Alto Renacimiento se habían ido introducien -
do y abrazar, esencialmente a través de Miguel Ángel , el Manierismo.
Texto
Manfredo Tafuri, «Antirenacimiento, Anticlasicismo y Manierismo».
En la obra de Manfredo Tafuri: La arquitectura del Humanismo. Bilbao, 1982, pp. 123-124.
«Se debe a la historiografía alemana la individualización de una vasta serie de temáticas que, des-
de los primeros años del 500 [1500] en adelante, parecen testimoniar una cada vez más difundida
oposición a los dogmas del Clasicismo. Poniendo de relieve los aspectos irracionales, contestatarios,
surrealistas, intelectuales, populares, de esas corrientes, se pone en duda al mismo tiempo la tesis de
Michelet y de Burckhardt sobre la homogeneidad misma del Renacimiento [... ]. El problema crítico,
abierto por Pinder y por Dvoráz para la pintura, se extiende en Friedlander y en Panofsky a la arquitec-
tura: las investigaciones rafaelescas, las contaminaciones entre pintura y arquitectura de Beccafum i,
Pirro Ligorio y Giulio Romano, las herejías lingüísticas de Miguel Ángel , son interpretadas como intole-
rables rebeliones, como vulneraciones del universo formal adquirido, como paradojas derivadas de
una espasmódica y, a pesar de todo, inhibida rebelión individual. [...].
Se debe a los estudios de Pevsner, Hager, Argan , Nicco Fasola, Lotz, las ulteriores precisiones y los
oportunos "distingos" en el ámbito de una tradición historiográfica ahora ya consolidada. Mientras
Hockey Hauser, siguiendo diversas vías de aproximación , insisten sobre una lectura del Manierismo
como "arte de la alienación" [.. .] Battisti reconoce como antirrenacentistas [...] valores que no coinci-
den necesariamente con los del Manierismo.
Las dos tendencias dominantes, en todo momento, son la que ve en el Manierismo un movimiento
específico, limitado a algunos fenómenos artísticos particulares, y la que prefiere leerlo en sus contra-
dictorias expresiones, como características de una época.
Sin embargo, no faltan críticas a los propios conceptos de Manierismo y de Antirrenacimiento [.. .].
En este sentido, según [Shearman] el autor, la varietas, ya reconocida por Alberti como inmanente a las
leyes de la naturaleza y como tal potencial objeto de mímesis, puede explicar las infinitas variaciones
estructurales y decorativas del 500».
«(La) Tratadística que tiene una historia correlativa con la de la praxis arquitectónica: no sin razón
los esfuerzos hechos para definir un estab le y definitivo código lingüístico y sintáctico chocan contra la
realidad histórica concreta. [... ]
Pero también la recuperación arqueológica de la antigüedad elegida como segunda y más perfec·
ta naturaleza, entra bien pronto en crisis. Cuando en 1540, Claudia Tolomei funda la Academia vitru·
viana con el propósito de resolver definitivamente tanto las contradicciones del oscuro texto latino
como aquellas surgidas de su confrontación con los restos monumentales, está ya clara la polivalencia
de la clasicidad misma, y lo insostenible de su reducción a un modelo ahistórico. Se abren, por tanto,
dos vías opuestas, sólo sintetizab les en el ámbito del proyecto: de un lado, la institucionalización del
léxico arquitectónico, de otro, la exp loración curiosa e inquieta de los márgenes de la "herejía" conce-
bidos por el propio léxico.
La primera conduce en el ámbito de la cultura italiana , a la Regala dei cinque ordini de Vignola
(1562); la segunda al modelismo de Serlio [...]. Mientras de un lado se fijan de modo ah istórico y abs-
tracto los elementos del léxico del Clasicismo, desmembrando las leyes sintácticas con el fin de hacerlo
disponible para una gama infinita de aplicaciones, [... ] de otro se pone entre paréntesis ese problema
y se apunta por el contrario hacia las articulaciones sintácticas internas, en una obstinada búsqueda de
modelos figurativos y espaciales inéditos [... ].
El racionalismo que informa la teoría perspectiva y modular en los volúmenes de Alberti , de Luca
Pacioli o de Piero della Francesca , se reduce, en el manual de Vignola , a mero sostén de una simp lifi-
cada praxis operativa. Análogamente, la erudición arqueo lógica, el esotérico simbolismo, el experi-
mentalismo que informa la investigación tipológica de Bramante o de un Peruzzi, se reduce en los li -
bros de Serlio a una empírica combinación de imágenes.
Sin embargo, [... ] por su mediación (Serlio) la cultura manierista descubre nuevos grados de li-
bertad en la solución de sus problemas; y no es casual que el empirismo serliano llegue a ser uno de
los más valiosos instrumentos de conexión entre la cultura italiana y la cultura europea , y hasta
extraeuropea.»
Pero la indudable crisis del lenguaje clásico y el abanico de posibilidades que abre, se
encuentra magistralmente ejempl ificada en las obras de Miguel Ángel (au nqu e en su uni-
versalidad también se reencuentra el Clasicismo). La conocida versati lidad del artista le
lleva a abordar diversos tipos de obras (tanto religiosas como civiles, incluyendo en éstas
las urbanísticas), dentro de diversos campos (escultura, pintura y arquitectura), y en ubica-
ciones diversas. Trabaja , al igual que Vasari , en la Florencia de los Médici, así como en la
Roma de Pablo 111, promotor de la reforma de la Iglesia católica llevada a cabo entre 1545
y 1563; frente a ello en la ciudad de Venecia, centra su actividad Palladio, quien se man-
tiene ajeno a las crisis y las licencias romanas y quien está formulando una arqu itectura
«clásica» para una sociedad de tipo burgués, comerciante y laica, que encuentra en este
Clasicismo y en la Antigüedad un modelo de vida cívico y moral a seguir, con grandes
implicaciones posteriores.
Summerson no excluye al Manierismo del lenguaje clásico sino todo lo contra-
rio . Cuando señala a Miguel Ángel como transgresor, no lo considera descartable sino
un creativo que enriqueció e hizo evolucionar el lenguaje clásico. Y cuando habla del
Manierismo dice que «no es un estilo». Es «un "talante" de una época en la que ocurrieron
todo tipo de cosas distintas mientras ese talante prevaleció». Y no le molesta: «Para nues-
tro propósito -escribe- que es considerar la arquitectu ra como un lenguaje, intere-
sa únicamente determinar el grado en que el manierismo coloreó el lenguaje y enriqueció
su vocabulario».
Después de las resistencias contra la ortodoxia clasicista que suponen las licencias
manier istas , se produce un nuevo acercamiento al Clasicismo. Por tanto, a lo largo
de estos siglos, lo que se constata es una enorme complejidad y variedad de episo-
dios artísticos, todos bajo el poso común del Clasicismo. En este sentido Jean Castex
expone que:
«Pero, por grandes que fuesen su inquietud o su conciencia crítica , nadie, de Miguel
Ángel a Palladio, Borromini o Balthasar Neumann , puede esca par al dominio del clasicis-
mo, ni siqu iera cuando tocan los límites de éste o lo atacan desde el exterior» (en Jean
Castex, Renacimiento, Barroco y clasicismo, 1994).
Frente al espacio racional y unificado, regido por los prin cipios de armonía, orden y
sim etría, y sometido a las leyes de la perspectiva que organiza el espacio desde un único
punto de vista, que creó el Renacimiento, la arquitectura barroca -su espacio interior y
exterior- se caracteriza por su dinamismo y plasticidad , como hemos visto, proliferan las
fórmula s onduladas en plantas, fachadas e interiores. John Summerson , en su texto «La
retó rica del Barroco», expresa la condición de este periodo como clasicista por encima de
cualquier otra consideración :
Pese a todo la arquitectura barroca sigue siendo clásica, es decir desarrolla los fun-
damentos construct ivos y estéticos «redescubiertos» en el Renacimiento: los órde-
nes clásicos siguen siendo los gestores de la arquitectura y los conceptos de propor-
ción y armonía se concretan en la articu lación de espacios - i nfinitos en los qu e
se fund en arquitectura y naturaleza- bajo los principios de axia lidad , ejes longitudi-
nales y simetría.
Bernini reacciona desde el interior del clasicismo y refuerza las convenciones sobre las
que se basa. Para él , la forma de expresión pu ede ser resuelta acudiendo al léxico clásico,
en un clasicismo del siglo xv1 1característico de Roma (véase, por ejemp lo, la obra de Cario
Reina ldi o Cario Fontana) y no ajeno al academismo francés (como sabemos, Bernini fu e
invitado a intervenir en el Palacio del Louvre). En palabras de Tafuri: «Bernini selecciona,
depura , critica desde el interior los tipos arquitectónicos tradicionales (...) persigue direc-
tamente la confirmación , mediante instrumentos de investigación nuevos, de la herencia
más ortodoxa de la tradición tipológica clásica»; pero en el tratamiento de sus arquitectu-
ras, aún manipulando los elementos de la estructura clásica con la finalidad de adaptarse
al lugar o a determinadas necesidades (co lum nata de San Pedro del Vaticano), nunca se
aparta de las reglas.
Francesco Borromini.
San Cario alle
Quattro Fontane
(fachada) .
Roma , 1634-1637.
242 / ÓRDENES Y ESPACIO : SISTEMAS DE EXPRESIÓN DE LA ARQU ITECTURA MODERNA (SIGLOS XV-XVIII)
CAPÍTULO 6
da, rebelde, con frecuencia roza la irrelevancia y la contradicción ... Borromini acepta la
gramática clásica como base temática porque conserva válidas las afirmaciones en un
ámbito lingüístico relativo, porque piensa que las viejas reglas pueden transfigurarse y
extenderse como un organismo que crece por sustitución de células, que una nueva meto-
dología puede liberar, aligerar, estructurar dinámicamente el viejo discurso» (en Paolo
Portogh esi, Francesco Borromini, 1984).
La crisis que renueva los planteamientos expresivos del Barroco podemos situarla a
mediados del siglo xv111. Las viejas categorías en todos los campos del saber van a ser re-
formu ladas por la Ilustración, con su deseo de raciona lizar todos los aspectos de la vida y
del saber humano, sustituye el papel de la religión como organizadora de la existencia del
hombre por una moral laica que ordena desde entonces las relaciones humanas. La
Enciclopedia racionaliza los saberes, encargando a determinados especialistas el desarro-
llo de sus disciplinas específicas (por ejemplo, J. F. Blondel redactará la voz Architectura)
con el fin último de ser difundidas. Ilustración y Enciclopedismo convierten al hombre en
Texto
Eugenio Battisti, <<El Clasicismo del siglo XVII».
Historia de la Arquitectura. Antología crítica.
En Luciano Patetta, Madrid, 1999.
«Es justo designar dentro del Barroco una corriente clasicista que se concreta con la decoración de
los Carraci en la Galleria del Palazzo Farnese (el palacio más "clásico" de Roma) y se desarrolla con Reni ,
con el último Guercino, encontrando apoyo en Bellori y en la escuela de Maratta. Esta corriente repre-
senta el gusto oficial del siglo XVI I con notables oscilaciones y se manifiesta con particular coherencia
en la grandes empresas arquitectónicas, como la conclusión por Bernini de la Pa lza de San Pedro que
no por casualidad completa los proyectos de Nicolás V y representa la misma idea teológica: la de la
universalidad de la Iglesia . Especialmente en arquitectura, el arte más oficial, es relevante la presión del
clasicismo del siglo XVII. Las polémicas que se desatan (como la de Bernini y Borromini) adquieren un
tono dramático, y la antipatía por el Manierismo conduce a expresiones graves e injustas incluso contra
Miguel Ángel [... ]. La máxima creación contrarreformista, la gran iglesia apta para la predicación , tal
que constituya en el centro de la ciudad un gran lugar de encuentro, completamente abovedada, coro-
nada con una grandiosa cúpula , con fachada monumental, a poder ser de piedra, es una creación ínti-
mamente clásica, tanto más si se la compara con las tendencias, en el ámbito protestante, que condu-
cen a la simplificación de los edificios de culto [... ). Esto explica también por qué los arquitectos y
decoradores, incluso Bernini, frente a este tema , se concentran en un glosario vitruviano».
el centro del universo, potenciando el progreso industrial y científico y todo aque llo que
pudiera contribu ir a la mejora de sus condiciones de vida.
La realidad va a ser mejor conocida y la arqu itectura es un elemento básico para
transformarla , pero para ello tendrá que volver so bre sus principios. El rechazo del Rococó
propicia el afán por restaurar el arte antiguo al que se suponía no contaminado por la
degeneración del Barroco y que por tanto podía volver a ser un arquet ipo de belleza.
Nuevamente la recuperación de la Antigüedad clásica fue un ideal común que permite
que un esti lo, el Neoclasicismo, se difunda y se extienda con rapidez gracias a la abundan-
cia de textos críticos y teóricos. En todos los escritos de mediados del siglo xv111 aparece la
necesidad de vo lver a la Antigüedad clásica como modelo para los artistas porque en ella
estaba el verdadero estilo, los orígenes, en resumen , la vuelta a la naturaleza.
El descubrimiento y excavación de las ciudades de Pompeya y Herculano sepultadas
por la erupción del Vesubio, en 1737 y 1748 respectivamente, propicia un conocimiento
directo de las obras del arte antiguo, cuyo estilo y formas pasan con rap idez a todas las
artes, dando lugar incluso a una moda arqueológica. Con el deseo de recuperar las hue-
llas del pasado se ponen en marcha expediciones para conocer las obras antiguas en sus
lugares de origen . También Roma es un lugar de cita para viajeros y artistas de toda
Europa e incluso de América. En la ciudad se visitan las ruinas, se intercambian ideas y
cada individuo adquiere un bagaje cultural que ll evará de vuelta a su tierra de origen.
Todo ell o auspiciado y dirigido por las Academias.
Aunque las Academ ias aparecen en el Renacimiento, lo académico u opción plástica de
la Academ ia había surgido en la Francia de Luis XIV con una vocación específica: elevar el
Clasicismo a norma oficia l e indiscutible del gusto. En consecuencia, lo académico se recla-
ma defensor de lo clásico, por lo que en la medida en que otras alternativas atenten contra
sus normas, atenta rán también contra el Clasicismo que la Academia dice representar.
Texto
John Summerson, «La luz de la razón ... y de la Arqueología».
En la obra de John Summerson, El lenguaje clásico de lo arquitectura. Barcelona, 1984,
pp. 111-113.
«fue en Francia donde a mediados del siglo XVII, empezaron las preguntas sobre la auténtica naturaleza
de los órdenes y sobre el modo en que debían utilizarse en los ed ificios modernos. Se aceptaba la "rec-
titud natural" de los órdenes, y la primera preocupación de los críticos franceses era asegurar su integri-
dad y su pureza. La nueva llamada al orden llegó en una serie de libros. El primero fue el famoso
Para/le/e, el Paralelismo entre la Arquitectura Antigua y la Moderna, de Roland Fréart, que contiene una
minu ciosa comparación de los órdenes tal como se daban en la Antigüedad y tal como habían sido ....
Texto
Erik Forssman, «El declinar del vitruvianismo».
En la obra de Erik Forssman, Dórico, jónico y corintio en lo arquitectura del Renacimiento.
Madrid. 1983.
HEI nacimiento del neoclasicismo en arquitectura es un fenómeno complejo, no reductible a un
único origen . La historia de los estilos verá en él una reacción al rococó en vías de extinción, una ma-
nifestación de cansancio de un estilo ya decrépito. Quien crea en la eficacia de las influencias en la
historia del are advertirá la causa primera del neoclasicismo en el descubrimiento de Pompeya y los
templos de Paestum, que abrieron el horizonte cultural del momento a modelos totalmente nuevos.
Desde el punto de vista de la historia de las ideas, finalmente, una parte importante será debida al
gusto de la Ilustración por la historia que, de cualquier manera, habría dado con el camino para llegar
a los griegos y a su arquitectura, aún sin los descubrimientos arqueológicos de Italia y Gracia. [.. .)
Hemos constatado varias veces una presencia activa de los griegos en el sistema conceptual del
vitruvianismo y hemos visto que en él los "modos" dórico y jónico eran sustancialmente reconstruccio- ...
246 ! ÓRDENES Y ESPACIO: SISTEMAS DE EXPRESIÓN DE LA ARQUITECTURA MODERNA (SIGLOS XV-XVI II)
CAPÍTU LO 6
248 ! ÓRDENES Y ESPACIO: SISTEMAS DE EXPRESIÓN DE LA ARQUITECTURA MODERNA (SIGLOS XV-XV III}
CAPÍTULO 6
Jacques Lemercier.
Iglesia de la Sorbona
(fachada).
París, 1635-1642.
Realizado para René de Longheil, es la única obra de Mansart que nos ha ll egado completa
(sobre todo en lo que a decoración interior se refiere). La planta está formada por un cuerpo central
con un frontispicio y por dos alas laterales de iguales dimensiones, traduciéndose al exterior. El
espacio se articula a partir de volúmenes rectangulares individuales diferenciados y proyectados
como conjunto desde su propia autonomía. Sus aspectos clasicistas se observan en la estructuración
del frontispicio mediante la superposición tradicional de órdenes, en la sobria decoración interior o
en la magnífica esca lera.
identificador: Jacques Lemercier, Fran~ois Mansart y Louis Le Vau. Jacques Lemercier con-
figura un lenguaje con rasgos franceses propios y elementos italianos que proceden de su
formación en Roma . Su producción abarca desde los proyectos para la amp li ación del
Louvre (1624) hasta los significativos ejemp los del Palacio Richelieu y el Hotel de Liancourt
de París, dentro de la arqu itectura doméstica. Pero es en su producción religiosa donde
encontramos los ejemp los de mayor interés. Destacaremos dos: la iglesia de la Sorbona y
la de Val-de-Grace, ambas en París.
Muy diferente es el arquitecto Fran~ois Mansart, ya que su producción denota una
espontaneidad creativa y una sutileza e ingenio que le inscriben en la tradición francesa y
lo desmarcan de la influencia italiana en mayor medida que Lemercier. Su obra más ca-
racterística es el Chateau de Maisons (1642-1646) (ver Capítulo 4).
Louis Le Vau (ca. 1612) es el último gran arquitecto de este periodo y el nexo de unión
con el siguiente pues posteriormente trabajó para Colbert y Lui s XIV. Dos obras son las
propuestas como las de mayor relevancia. En primer lugar destacar el Hotel Lambert,
aunque fue durante el reinado de Luis XIV (1660-1685) cuando Louis Le Vau acometió sus
grandes empresas.
Bajo ese reinado de Luis XIV, en contraste con la economía problemática del resto
de Europa, Francia se encontraba en su periodo de mayor esp lendor. Las ideas de uni-
dad y poder se proclamaban desde una Corte adm ini stra da por el consejero real Colbert,
figura que concebía las artes al servicio de la glorifi cación francesa y como un medio de
asegurar la trascendencia de ésta a través del seguimiento de unas normas concretas
procedentes de la Ant igüedad (Vitruvio) y de sus posteriores reinterpretaciones (Vignola
y Scamozzi). Todo ello derivó en la creación de numerosas academias, la Academia de
Francia en Roma , o la Academ ia de las Ciencias o la de Arquitectura (fundada en 1671),
ambas en París, que aseguraron la consolidación del estilo barroco francés. Esta empre-
sa de dogmatización artística encontró su paralelo en la industria con la creación de la
factoría y escuela de los Gobelinos.
Dentro de esta dinámica genera lizado ra de las artes se produjeron las dos grandes
obras maestras del barroco francés: el Louvre y Versal les.
La fachada este del Louvre, tras desecharse los proyectos iniciales de Le Vau y todos
los diseños italianos (Cortona , Rainaldi y Bernihi) que se habían pedido, fue constru ida
por Louis Le Vau , Claude Perrault y Charles Lebrun entre 1667 y 1670. La columnata no
tiene precedentes en el panorama francés y fue el primer ejemp lo del esti lo Luis XIV.
Posee aspectos barrocos (esca la, profundidad y variedad rítmica), rasgos clásicos (volúme-
nes claros y sencill os, horizontalidad , entab lamentos continuos y la importancia concedi-
da al detalle) y la presencia ital ia na habitual (Miguel Ángel y Da Cortona) en el empleo de
una cornisa horizontal y un orden continuo sobre esti lóbato. El Lou vre se configura , de
este modo, como el prototipo de arquitectura producida durante el reinado de Luis XIV y
como un ejemplo ilustrativo del progreso y avances que había experimentado el barroco
francés desde sus inicios.
La realización de Versalles encarna a la perfección el espíritu promovido por
Luis XIV pues su construcción , empresa exclusiva de artistas de origen francés, respondía
a la dinámica de celebraciones festivas en la corte impulsada por el monarca. El
proyecto de Louis Le Vau fue aceptado por respetar el anterior castillo de Luis XI II y por
integrarlo en la nueva tipología en forma de U, constituida por una fachada y dos
pabellones de clara influencia italiana (muestra grandes analogías con la fachada del
Louvre proyectada por Bernini) que, a pesar de el lo, se inscriben en el más puro clasi-
cismo por el alejamiento progresivo del modelo italianizante que supusieron los
proyectos ulteriores. Los jardines, concebidos también a partir de planteamientos arq ui -
ectónicos, alcanzan tal proporción y unidad que quedan convertidos en la mayor materia-
lización del precepto clásico en Versal les. Clasicismo que convive con la grandiosidad,
pompa e ideología del más puro barroco, a las que domina y envuelve bajo sus princi-
pios y dogmas.
Luis XIV y su ministro Co lbert estaban desarrollando importantes obras en el palacio del
Louvre para adecuarlo como verdadero pa lacio real , digno de la capita l del reino. Para ello
requirieron la presencia y concurso de arquitectos italianos y franceses. Bernini planteó un pro-
yecto en 1664 y viajó a París en 1665. Los proyectos realizados por Bernini fueron rehusados
porque la intención de Luis XIV y de su ministro era realiza r un edificio que fuese claro reflejo
y mostrase la idea del poder absoluto; que fuese distante a la ciudad y al pueblo, que se con-
virtiese en un monumento erigido a la mona rquía francesa. El propósito de transformar la
fachada oriental del Louvre se desarrolló con un diseño de Louis Le Vau , Claude Perrault y
Charles Lebrun. ·
Este proyecto articula una co lumn ata so bre zóca lo -en la que se abandonan las formas
curvas propuestas en los proyectos de Bernini-. La co lumnata, sobre una fachada abso lutamen -
te horizontal, de dob les columnas corintias, se desarro lla de fo rm a novedosa, las columnas se
separan de la pared, dando ritmo y movimiento al plano y acentuando el claro-oscuro. Posee
aspectos barrocos (esca la, profundidad y variedad rítmica), rasgos clásicos (vo lúmenes claros y
sencillos, horizontalidad , entablamentos continuos y la importancia concedida al detalle). El eje
central se acentúa por un cuerpo sa liente que a modo de templo se remata con frontón.
En España el Renacimiento se desarrolla desde finales del siglo xv hasta finales del
siglo xv1. Los continuos contactos que se tienen con Italia desde finales del siglo XV permi-
ten el intercambio de artistas y de ideas. En un primer momento, los Mendoza y su arqui-
tecto Lorenzo Vázquez construyen las primeras obras renacentistas españo las, el palacio
de Cogo llud o (1495) -ver p. 153- en Guadalajara y el palacio-castillo de La Calahorra
Texto
John Summerson, «La retórica del Barroco»,
En la obra de John Summerson, El lenguaje clásico de la arquitectura. Barcelona, 1984,
pp. 85-87.
«Cuando volvemos nuestra mirada al Louvre de París, vemos otra columnata , sí, pero una colum -
nata cuya ex istencia sufre las inexorables limitaciones que lleva consigo formar parte de una residen-
cia real. El diseño de esta facha oriental fue uno de los grandes hitos de la historia arquitectónica de
Europa . El resto del Louvre ya se había construido, a lo largo de más de cien años, y Colbert, ministro
de Luis XIV, decidió que la facha oriental fuese una digna culminación del conjunto. Se encargaro n
proyectos a todos los arquitectos franceses de renombre y también a algunos italianos famosos, inclui-
do Bernini, que visitó París con gran pompa y cuyo proyecto fue aceptado. Pero no se construyó. Al fi-
na l se confió la obra a tres hombres: Le Vau , primera arquitecto del rey; Le Brun, su primer pintor; y un
médico de amplios conocimientos científicos, Claude Perrault. Siempre se ha creido que Perrault fue el
más original e innovador de los tres.
El resultado es espectacular. Ningún maestro italiano había conseguido nunca -quiza porque
nunca se le dio ocasión- exponer la arquitectura del templo romano a esta escala y combinándo la
con los fines del palacio. Pero lo primero que salta a la vista en el Louvre es, naturalmente, esa colum-
nata corintia de columnas romanas plenamente articuladas. Las columnas están pareadas. Ya había-
mos visto esta disposición antes, en la casa de Rafael , obra de Bramante; es una buena manera de
asegurar el ancho intercolumnio que exigen las ventanas. Pero las columnas de Bramante estaban
contra el muro. En el Louvre el muro interior retrocede un buen trecho en gran parte de la fachada, de
modo que las columnas se alzan como si realmente formaran parte de la columnata de un templo.
Pero si consideramos globalmente el conjunto de toda la fachada , veremos que, aunque la columnata
es un factor dramático que nos impresiona inmediatamente, no es el único a la hora de explicar el
éxito de esta obra. Este se debe al tratamiento del orden como un todo, a su integración en el edificio,
a su control sobre el edificio. ¿Qué tratamiento es este? Como ya hemos visto, el orden es independien-
te en dos largos tramos. Sin embargo, en el centro da un paso al frente y sostiene un frontón ; y aquí las
columnas están respaldadas por un sólido muro, un muro que, por cierto, tiene un arco sobre la entra-
da principal y está espléndidamente decorado con bajorrelieves encima del arco. Después, en los blo-
ques externos (pabellones los llaman los franceses y también la mayoría de nosotros), en los pabello-
nes extremos, el muro avanza hacia delante, y el orden, conservando el mismo intercolumnio que en
la co lumnata , se transforma en pi lastra. Pero, como para compensar esto, en el sutilmente intercolum-
nio central de estos pabellones hay un entrante en el que el muro retrocede hasta el mismo plano que
ocupa en el pabellón central [.. .]. Les aconsejo que sigan cuidadosamente esta descripción so bre la
ilustración porque el Louvre es un magnífico ejemplo de cómo "juega" un orden clásico para controlar
una fachada muy larga, no solo sin monotonía sino con ingenio, gracia y lógica estética ».
decorativa , el gusto por las relaciones geométricas entre los elementos y los volúme-
nes precisos, tal y como Herrera los había definido para este edificio. Su éxito fue tan
grande que el estilo denominado Herreriano, Escurialense o Clasicista, caracterizado por
la sobriedad continuó vigente en el siglo xv11, aunque transformado por el gusto Barroco.
La sobriedad de este esti lo se ha identificado tanto con la idea de Imperio español como
con el nuevo catolicismo triunfante. Frente al lenguaje ba rroco de la Roma de los Papas,
el estilo Herreriano define un lenguaje arquitectónico desornamentado, rígidamente
geométrico, plano y horizontal, rasgos que perduran en el barroco español.
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Texto
Fernando Checa Cremades, «El palacio».
En la obra de Fernando Checa Cremades y José M. Morán, El Barroco. Madrid, 2001, p. 171.
HLa idea de majestad en España y en Francia se basa en presupuestos distintos y sus diferencias
inciden muy directamente en la diferente idea de palacio. Mientras que en España, la rígida etiqueta ..,_
Inglaterra, al igual que Francia , poseía una fuerte tradición y un arraigado sentimien-
to de individualidad nacional en todas sus manifestaciones artísticas. El país sigue inmer-
so en la época medieval, de la que se conservan aún restos del sistema señoria l, y busca
mantener sus raíces góticas frente a la invasión foránea. Asimismo, Inglaterra guarda cier-
to paralelismo con Francia en el modo en que la influencia barroca italiana penetró en su
territorio: mediante el coleccionismo (principalmente a través de las iniciativas de Thom as
Howard , el político Buckin gham y el rey Carlos 1) y a través de aquellos artistas que fueron
enviados a estudiar al extranjero.
Es el caso del arquitecto lñigo Jon es, formado en Venecia , en la arquitectura de
Sansovino, Palladio y Scamozzi (por deseo del conde de Arundel ), experiencia que trasmi-
tió a su ll egada a Inglaterra , predominando desde ento nces el palladianismo en todas las
manifestaciones barrocas. Su concepción arquitectónica posee las líneas rectas y los volú-
menes sosegados característicos del maestro veneciano del Cinquecento que lo alejan del
Clasicismo que entonces representaba Roma. Pero también repercutió en su arquitectura,
la elocuencia y dramatismo propios del barroco italiano, y la intención de ser un instru-
mento para la propaganda del poder, ideas totalmente afines a la consolidación monár-
quica ingl esa. Inglaterra se desmarca del devenir histórico del continente durante todo el
período barroco. Con una coyuntura de progreso económico, pronto desarrolla una polí-
tica que obtuvo mayores libertades que en el resto de Europa y que se fue alejando de la
grand il ocue ncia y la propaganda de los estados abso lutos, factores que co ntribuye ron,
indudab lemente, a conforma r el estil o arquitectón ico y urbanísti co propio de Inglaterra.
El gran incendio que aso ló la ci udad de Londres en 1666 también determin a una si-
tuación diferenciada co n respecto al continente. Se impuso la necesidad de una recons-
trucción urgente y la elaboración de un gran plan de remodelación , que fu e adjud ica do a
Sir Christopher Wren. El proyecto de Wren fue rechazado por el rey Carlos 11, alegando lo
riguroso de su planteam iento para que fu era posible su ejecución. La racio nalidad de la
cuadrícu la de Wern y los ejes de ca lles fueron rechazados por un trazado menos sistemá-
tico. Posteriormente, las críticas al proyecto realizado se han suced id o en los diferentes
análisis de los estudiosos, basadas en que su puso una posibilidad insó lita en otras gran-
des ciudades eu ropeas y que, según estas críticas, no consiguió la unidad y armo nía pre-
visibl e. Otra de las críticas es qu e Wern utilizó un trazado en retícula inadecuado para un
terreno ondulado.
Christopher Wren .
Catedral de San Pablo.
Londres, 1676-1710.
Su arquitectura se ins-
pira en los grandes maes-
tros del Renacimiento, Bru-
nelleschi , Bramante y
Miguel Ángel y, aunque
cultural y cronológicamen-
te perten ece al periodo
barroco, participa del ideal
de geometría, proporción,
armonía y cla sicismo, con -
ceptos prop ios del periodo artístico anterior. Esto mismo plantea la arquitectura del otro gran
artista inglés del momento, Íñigo Janes.
«La era del vitruvianismo no termina repentinamente sino que sufre más bien una declinación
progresiva, cada vez más acentuada a lo largo del siglo XVIII. Este declinar está unido solo en parte a
las críticas de Vitruvio, que empiezan ya con Alberti y reaparecen con frecuencia durante el período
posterior. [.. .] La doctrina del vitruvianismo y la importancia de los órdenes no resultan de ninguna
manera disminuidas por estas reservas. Las soluciones puramente formales, "autónomas", aunque son
numerosas quedan como excepciones que confirman la regla , y es más, apelan a ella continuamente,
en el sentido de que la edad vitruviana siente la necesidad de una regla , de un aparato formal bien
caracterizado que haga de soporte a significados específicos. Fantasía artística y originalidad pueden
manifestarse solo en el marco de una norma dada, que se siente como inmutable, pero que por otra
parte es tan elástica que artista tan distintos como Vignola y Palladio, Delorme y Mansart, Elías Holl y
Fischer von Erlach pueden hacerla propia . El mismo Borromini , tan criticado como subvertidor de la
ortodoxia arquitectónica [... ]. se considera heredero de los antiguos, estudia su arquitectura e intenta
renovar su espíritu con sus propias obras.
[... ]También desde el punto de vista estrictamente estético, el siglo XVIII minó las bases sobre las
que se sustentaba toda la doctrina del vitruvianismo. A partir de Alberti se había creído que la belleza
de un edificio y de sus partes dependía de sencillas proporciones conmensurables, es decir, fundadas
en las mismas relaciones entre números enteros que definen las armonías musicales. Cuando Palladio
asignaba a una habitación la proporción 2:3, daba con esto forma visible a un intervalo de quinta mu -
sical. Esta doctrina, de origen pitagórico, fundamentaba todo el sistema de reglas del vitruvianismo. En
efecto, también los órdenes tenían proporciones bien definidas, fundadas en números conmensura-
bles, que no podían alterarse de manera arbitraria sin con ello destruir las armonías visuales creando
disonancias. Pero desde el momento en que se empieza a dudar de la existencia de una belleza ligada
a reglas absolutas, también el sistema de los órdenes, de sus dimensiones y de sus significados prees-
tablecidos, empieza a vacilar. Este proceso de revisión empieza con Claude Perrault, que en sus
Ordonnance des cinq especes de colonnes (1683) explica cómo las armonías musicales son algo totalmen-
te distinto de lo que llamamos armonía en arquitectura; el arquitecto, por ejemplo, es libre de modi-
ficar las proporciones de los columnas en relación con las necesidades y con su propio gusto. En el si-
glo XVIII la belleza se convierte, por tanto, en un hecho subjetivo, ligado al gusto de la época y de cada
artista. Se puede todavía educar el gusto mediante el estudio de los clásicos, pero ya no se está dis-
puesto a aceptar reglas absolutas. De la misma manera , también el lenguaje arquitectónico vitruviano
pierde su carácter obligatorio y es menester buscar otros efectos y otros medios expresivos.»
Obras de referencia
264 / ÓRDENES Y ESPACIO : SISTEMAS DE EXPRESIÓN DE LA ARQUITECTURA MODERNA (SIGLOS XV-XV III)
Capítulo 7
ÓRDENES Y ESPACIO:
UN LENGUAJE DE EXPRESIÓN
Consuelo Gómez López
l. EL ESPACIO MODERNO COMO CONCEPCIÓN Y EXPRESIÓN DEL MUNDO
del poder, constituyen hoy en día espacios de estudio ampliamente explorados por la his-
toriografía, para los que se reconoce de forma unánime el papel determinante que desem-
peñaron en la Edad Moderna. Los estudios realizados por S. Bertelli en las últimas décadas
han constituido, entre otros, una importante aproximación al nacimiento y desarrollo del
«universo cultural y festivo» de las cortes, en el que éstas se muestran como un centro muy
potente de organización de l poder, al tiempo que como un mundo complejo articulado en
torno a determinados espacios: algunos privados, especialmente acondicionados para la
fiesta y la representación en el interior del palacio (sa lones de banquetes, jardines, lagos,
paseos, teatros, etc.), y otros públicos, desarrollados en el espacio de la ciudad . Cada uno
de ell os aparecerá vinculado a un tipo de ce lebración (representaciones teatrales, ballets,
paseos triunfales, etc.), pero todos ellos se mostrarán ideológicamente relacionados con
el mundo de proyección política de lo cortesano, y concebidos por tanto como espacios
de representación .
Los espacios de los que hablamos, fuesen efímeros o permanentes, estuvieron carac-
terizados por su dimensión escénica, y repletos de préstamos de la escenografía teatral,
que se convirtió desde el Quattrocento en un campo interesante de interés para los hu-
manistas y artistas a partir de la recuperación de la idea del teatro antiguo. De hecho, fue
frecuente que los arquitectos que idearon los espacios de representación palaciega de la
Edad Moderna fuesen al tiempo escenógrafos. Brunelleschi , Alberti , Leonardo, Bramante,
Miguel Ángel , Rafael , Vasari, Giulio Romano, Palladio, Bernini, Borromini , A. M. Viani y un
largo etcétera lo fueron. Y también fue frecuente que muchos de estos espacios sirviesen
de marco a representaciones teatrales, convirtiendo las sa las y patios de los palacios en
teatros improvisados, a través de cuya distribución podemos seguir la aplicación de la
estructura y distribución del teatro clá sico, según la recuperación que venían haciendo
artistas y humanistas.
La perspectiva ap licada a la escena teatral y al conjunto del espacio de la corte en el
interior del palacio desempeñaría en este contexto un papel muy importante. Sería una
especie de nueva técnica para mostrar la nueva visión del mundo, que convirtió al teatro
renacentista en un espacio matemático, puramente visua l, opuesto al espacio real , donde
recrear y mostrar al espectador el orden creado por la corte y, a partir de ahí, por el pro-
pio Estado. Es decir, venía a ser una especie de «ventana abierta» a una realidad artifi cia l.
Sería en la corte de los Médici donde alcanzase su punto cu lminante la práctica de
desarrollo del escenario en perspectiva y la recreación hum anista del teatro ant iguo,
Desde las primeras décadas del XV I la estructura arquitectónica del teatro antiguo, reinter-
pretada por artistas y humanistas, empezó a integrarse en la arquitectura palacial , en un deseo
de asociar simbólicamente la imagen del palacio con la recuperación humanista de la
Antigüedad. De este modo, los patios palaciegos se convirtieron en un lugar frecuente para la
celebración de espectáculos teatra les, constituyendo un interesante ejemplo de cómo la arqui-
tectura de carácter cortesano podía asumir funciones vinculadas al mundo lúdi co y político de
la representación.
La cuestión nos puede resu ltar más clara si tenemos en cuenta que la mayoría de los teóricos
y artistas del Renacimiento asumieron la identificación entre perspectiva y escenografía que
había propuesto Vitruvio en sus Diez Libros de Arquitectura, hasta el punto de que la mayoría de
los tratados que se escribieron sobre el tema a partir de Serlio -quien había asumido plenamen-
te esta identificación en el 11 Libro de su Tratado de arquitectura (París, 1537)- dedicaron un
capítulo al desarrollo del escenario en perspectiva.
gracias a la co laboración de arquitectos- ingen ieros entre los que se encontraban Sanga ll o,
Giorgio Vasari, Bernardo Buontalenti y Giulio Parigi. El escenario creado para la repre-
setación de la comedia de Antonio Landi /1 Commodo (1539) marcó, en este sentid o, un
importante hito en la evolución del teatro de corte en Europa , pues en esta ocasión
Aristóteles da Sanga llo transformó el patio rectangular de l pa lacio a partir de la recupera-
ción de los elementos del teatro antiguo y de una organización del espacio de acuerdo a
los principios de la perspectiva , generando un punto de fuga que irradiaba del trono du-
cal , poniendo así de manifiesto cómo la ap licación de los principios de composición del
espacio propios del Renacimiento estaban siendo supeditados a la organización de un
espacio cortesano. La corte era , en este caso, lo que se quería representar; pero también
era , al tiempo, el principal espectador. La cuestión es interesante, pues si en la recreac ión
del teatro vitruviano el lugar donde convergían las líneas de visión quedaba sin ocupar,
ahora en el teatro cortesano dicho lugar lo ocuparía el pa lco real.
270 / ÓRDENES Y ESPACIO: SISTEMAS DE EXPRESIÓN DE LA ARQUITECTURA MOD ERNA (SIGLOS XV-XVIII)
··..
El proceso de integración de la idea del teatro antiguo en la estructu ra palacial fue en buena
medida consecuencia de cómo los artistas y humanistas de la época realizaron el proceso de
reconstrucción de la imagen del teatro antiguo. En tales ocasiones, el patio del palacio se conver-
tía en una gran cávea donde se ubicaban los espectadores, asumiendo una estructura que puede
ser comparada con la de los anfiteatros de la Antigüedad y, más concretamente, con el Coliseo,
así como con el Teatro Marcelo. Hay que decir a este respecto que en el intento de recuperación
del teatro antiguo que realizaron los humanistas en el siglo XV existió en principio una confusión
entre la estructura del anfiteatro y la del teatro, que no se resolvió hasta la publicación del De
Architectura, de Alberti, de modo que durante algún tiempo la idea del teatro se asoció con la de
un ed ificio centralizado.
Así aparece en las ed iciones que se publican a finales del siglo XV de las obras de Terencio, y
también en la traducción de Vitruvio de Francisco de Giorgio, o en el Tratado de Filarete. Esta
vinculación con el Coliseo constituía un referente simbólico, de signo arqueo lógico, asociado por
una parte con el poder de Roma , así como con el carácter moral del teatro antiguo.
La concepción espacial centralizada del teatro antiguo, recuperado por los humanistas e
identificado con estas imágenes, tendría su continuidad en el siglo XV II y se manifestaría a tra-
vés del proyecto teatral de Furttenbach (h. 1663), concebido como una gran habitación princi-
pesca de forma octogonal con dos puertas y con uno de los lados del octógono convertido en
escenario.
En España la idea del teatro antiguo contó con varios proyectos y construcciones efímeras. El
más destacado, el palacio de Carlos V en Granada, aunque no fue hasta la construcción del Coliseo
del Buen Retiro (1638-40) cuando existió el primer teatro palaciego permanente.
El patio del Belvedere constituye un buen ejemplo de apl icación de la perspectiva monofocal
a la construcción de un espacio dotado de unas características que le hacían apto para las repre-
sentaciones teatrales. En él se daba cita, además, la reconstrucción de la id eal del teatro antiguo.
Las ga lerías servían de palcos escénicos y la exedra final podía servir como grada o como escenario.
Hay que indicar, sin embargo, que la incorporación de la perspectiva a la escenografía teatral
cortesana que tuvo lugar en Italia no se produjo del mismo modo en otras co rtes eu ropeas. En
Francia, Inglaterra y los Países Bajos el em pl eo de este recurso fu e más tardío. Sí se incorporó, sin
em bargo, la id ea del teatro antiguo recuperada por los humanistas italianos. En Francia, por
ejemplo, Philibert De L'Orme llevó a cabo la primera adaptación de un patio palaciego a la fun-
ción teatral en el Chateau Neuf, en Saint Germain en-Laye {h. 1557), así como en el Palacio de las
Tullerías, diseñando un anfiteatro a partir de so luciones ya propiamente manieristas.
«Entre todas las cosas que pueden hacer las manos de los hombres para provocar co n
el lo admiración, placer para la vista y conte nto para la fantasía de los hombres, yo creo
que es el levanta r un escenario tal y como os lo muestro, donde en un lugar peq ueño un
hombre puede ver, construido por carpinteros y albañi les, hábiles obras de perspectiva ,
grand iosos palacios, grandes templos y diversas casas, tanto de cerca como de lejos ...
am plios luga res ll enos de casas, largas ca lles cru za rse con otras vías, triunfantes arcos,
altos pilares o columnas, pirámid es y obeliscos y mil cosas y edificios hermosos, adorna-
dos con innumerables luces ... Allí se puede ver a la luminosa lu na ascendiendo so la con
sus cuernos, y ya en lo alto, antes de que los espectadores se den cuenta , o la hayan visto
ascender. En otras escena s, se puede ver la sa lida de Sol con su curso alrededor del
mundo; y al final de la Comedia, lo puedes ver bajar muy artifici almente, momento en el
que muchos observadores han quedado atónitos. Y cuando la ocasión lo requiera, por
obra de arte verás a un Dios descendiendo del Cielo, también verás cometas y estrellas
atravesar los cielos ... cosas todas, cuando la ocasión lo requiera, qu e so n tan gratas a los
ojos de los hombres que un hombre no puede ver nada más hermoso hecho por las
manos de los hombres»( // Libro de arquitectura, París, 1545).
Participando de todas y cada una de las características que rodeaban a este mun -
do del teatro y el espectácu lo tendría lugar, a mediados de siglo xv1 , un hecho de gran
repercusión en el contexto ce remon ial europeo: el viaje que llevó a la corte españo la
desde Madrid a Bruselas entre 1548-1551. Un itinerario festivo conocido como El Felicísimo
Viaje, donde cada una de las ciudades por las que pasa ba la corte trasformaba y adapta-
ba su espacio para crear un locus teatral caracterizado por el desarrol lo de escenografías
en las que la sorpresa, la magnificencia y la maravilla estaban destinadas a impresionar
al espectador. Las jornadas que tuvieron lugar en la Corte de María de Hungría, aprove-
chando el marco que brindaba el palacio, qu e Jacques de Broeucq había terminado de
construir por aquellas fechas , condensaron como ningunas otras este tipo de elementos,
deviniendo en fuente de influencia para el resto de las cortes europeas de los siglos xv1y
xv1 1. A partir de aquellos momentos el mundo ceremonia l de los Austrias se convirtió en
un verdadero modelo de prestigio a im itar por el resto de las cortes, en un ejercicio de
asimilación entre recursos artísticos y magnificencia .
La fiesta de la Cámara Encantada fue una auténtica exh ibición de los componentes culturales
y estéticos del Manierismo. La sofisticación , el lujo, la maravilla y el encantamiento hicieron acto
de presencia en un banquete realizado en una estancia con sus paredes revestidas de tapices con
los Triunfos de Escipión; el techo se decoró con dos espejos colgantes adornados con escudos
reales de los que salían rayos, y con un cielo azul y estrellado del que comenzaron a descender
rayos, truenos, confetis, aguas de azahar y rosas, a tres mesas distintas, poniendo en práctica una
compleja escenografía que implicaba el conocimiento de los avances realizados al respecto en
Italia, así como la ap licación de los principios de la ingen iería a la elaboración de aparatos escé-
nicos complejos, en los que era habitu al la recreación de fenómenos atmosféricos o cósmicos. En
definitiva , todo un compendio de la cultura cortesana del Renacimiento emp leada para recrear
en este caso un espacio escénico que, según ha exp resado S. Bertelli, constituía un espacio socia l
rodeado de impli caciones ideológicas.
Las representaciones cósmicas, con planetas que giraban y nubes que se abrían, fueron muy
frecuentes durante el Renacimiento, sentando en buena medida las bases de la escenografía
barroca . Estos efectos escén icos eran muy del gusto de la cultura cortesana , pero además tenían
un importante valor simbó lico, pues la alegoría cósmica fue frecuentemente empleada para
representar la armonía y el destino político de las diferentes dinastías, utilizando el recurso del
asombro visual para llegar de modo más efectivo al espectado r.
Existió, por otra parte, un evidente préstamo entre las soluciones espaciales de carác-
ter escenográfico empleadas en la arquitectura efímera y aquellas otras que se pusieron
en práctica en la arquitectura permanente, aplicadas a ese espacio privado que existía en
espacios palaciegos. De este modo, no solo dichos lugares fueron transformados para
adaptarlos a una disposición escenográfica de carácter tempora l, sino que fueron a veces
configurados a partir de soluciones espaciales propias de la arquitectura teatral. Esta ten-
dencia llegaría a su máxima expresión en los siglos xv11 y xv111 , con las grandes residencias
palaciegas propias de las monarquías europeas, concebidas como espacios donde lo lúdi-
co y lo representativo adquirían pleno sentido, a partir de la composición de aparatos es-
cenográficos para cuya proyección y ejecución se hacía uso de la geometría, con el fin de
crear efectos ilusorios y lumínicos, o generar juegos de perspectivas con los que impresio-
nar al espectador. Versal les sería uno de los mejores ejemplos, o quizá el más emblemáti-
co. Pero podríamos hablar aquí también del resto de las grandes residencias barrocas
concebidas como espacios escenográficos, tanto por su propia arquitectura como por el
espacio que las rodeaba , como el jardín, el cual adquirió una gran importancia como es-
pacio de representación teatral.
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G. A. Canal <<Canaletto>>. Vista del jardín a través de una galería barroca (1760-68).
La adecuación del espacio arquitectónico a una función festiva fue frecuente en la arquitec-
tura moderna. Las loggias y galerías de los palacios sirvieron en numerosas ocasiones de palcos
escénicos desde donde contemplar las representaciones palaciegas y festejos que se celebraban
en el exterior.
Junto a ellas, la naturaleza se convirtió en un espacio de alto valor festivo donde las cortes
organizaban batallas acuáticas, torneos, luchas de ninfas y sátiros, etc. Las Magnificencias de
Bayona, organizadas en 1565 por la corte francesa de los Valois, constituyeron un hito importan-
te. Una vez más, tenían su precedente en las fiestas realizadas por la corte de los Habsburgo en
Bruselas, realizadas en el contexto del Felicísimo Viaje. Con ellas se pretendía crear un espacio de
maravilla caracterizado por su componente lúdico, al que la naturaleza servía a la perfección.
Tengamos en cuenta que el establecimiento de una relación dialéctica entre lo real y lo ideal,
entre naturaleza y artificio, o entre la combinación de belleza formal y valor simbólico, marcó a lo
largo del Renacimiento y el Barroco el proceso creativo de dos importantes realidades artísticas: la
fiesta y el jardín. Ambas tenían en común ser creaciones artificiales surgidas a partir de un com-
plejo proceso de elaboración, que pretendía dar forma a un espacio imaginario cargado de men-
sajes. Además, fiesta y jardín compartieron con frecuencia las mismas fuentes de inspiración, y
sigu ieron unas pautas de evolución similares, cuyo fin primordial consistía en la búsqueda de unos
recursos de expresión artística con los que construir un espacio escenográfico de carácter simbóli-
co, en el que poner en práctica mecanismos de propaganda política al servicio del comitente.
Además, el jardín del Renacimiento y el Barroco surge, como la Fiesta, estrechamente vincu-
lado a las nuevas actividades de ocio de unos ambientes cortesanos que se hallaban experimen-
El ciclo pictórico del patio de Michelozzo en el Palazzo Vecchio, decorado con vistas de ciu-
dades, se realizó por iniciativa de Cosme de Medici. En él se representaron vistas de ciudades
imperiales de los Habsburgo. La decoración fue realizada en honor a Juana de Austria , hija del
emperador Fernando (hermano de Carlos V) con motivo de la celebración de su matrimonio con
Francesco de Medici, en 1564. En este caso el espacio se convirtió también en una verdadera
escenografía del poder de cualidades expresivas, dotado de un alto significado. El patio era el
lugar de ingreso del cortejo nupcial a la residencia oficial de los Medici; y al mismo tiempo
el espacio que marcaba la diferencia entre el espacio público de la fiesta propio de la ciudad , y el
privado del palacio.
Para cumplir con su función , el patio fue «rediseñado» superponiendo a su decoración origi-
naria otra de doble naturaleza : permanente y temporal o efímera. Lo interesante es que, acabada
la fiesta y desmontada la decoración temporal, el patio acabó mostrándose tal y como había sido
pensado para la fiesta. Las columnas fueron decoradas con estucos dorados, la loggia con grutes-
cos y trofeos; los lunetas, pintados al fresco con medallones que celebraban algunos hechos
gloriosos de Cosme de Medici, y bajo ellos algunas de las principales ciudades de los Habsburgo.
Se creaba así un espacio celebrativo que exaltaba la unión entre las dos dinastías. Como señala
Lucia Nuti en Le citta di Palazzo Vecchio a Firenze (Roma , 2003), la solución compositiva fue en este
caso muy sencilla : ciudades inscritas en un recuadro con su nombre identificándolas en alemán
y en latín.
lo que la ciudad y sus gobernantes deseaban ser y mostrar al mundo como emb lema de
su poder y magnificencia.
Para alcanzar tales fines, el espacio urbano se transformaba y adaptaba a las necesi-
dades representativas en función del tipo de espectáculo que se fuese a desarrollar: en-
tradas triunfal es, procesiones religiosas, autos de fe, corridas de toros, carrouselles, etc.,
cargando de va lor expresivo a calles y plazas a través de aparatos efímeros: arquitecturas
fingidas repletas de símbolos y alegorías donde el ruido de los fuegos artificiales, el co lo-
rido, la música, etc. creaban un espacio artificial cargado de espectacularidad.
'r•'·"'''·f't·
fx:i.-,li. úd.
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triunfales que emulaban las emp leadas por los emperado res romanos. En su recorrido se
instalaban arcos de triunfo de madera, cartón y materiales efímeros, haciendo de la ciu-
dad moderna una Nueva Roma al servicio de la exaltación de la magnificencia del prínci-
pe, de sus virtudes y de su fama. Así ocurrió en la primera entrada triunfal que realizó
Carlos V en Génova en 1529, así como en las que también hicieron en las ciudades italia-
nas tras la conquista de Túnez, convertidas en referentes para la creación de espacios efí-
meros en todas las cortes europeas.
Esta instrumentalización del arte en manos del poder, su puesta al servicio del Estado
encarnado en la figura del Monarca, fue fraguándose aprovechando, en general, ese carác-
ter representativo que llevaba aparejado la fiesta y, muy especialmente, las ceremonias de
entrada y recibimiento a las puertas de la ciudad. Uno de sus primeros y más significativos
exponentes será la «mitología imperial» que los artistas italianos desarrollaron en 1530 en
la ceremonia de coronación de Carlos V en la ciudad de Bologna, asociando su figura a la
de un emperador romano y la ciudad de Bologna a una «Nuova Roma». Ya en 1529, cuan-
do el futuro emperador fue recibido en las ciudades de Génova y Mantua, Pierino del Vaga
se había encargado de realizar unos arcos de decoración efímera que ponían de manifies-
to la asimilación artística de elementos propios de la Antigüedad Clásica. En esta ocasión,
la búsqueda de la autenticidad en la relación ideológica establecida con la Roma Imperial
propició, incluso, el emp leo de las ruinas y edificios antiguos de la ciudad para configurar
una «via triunfalis» en la entrada de Carlos V en Roma , cuya actualización iconográfica fue
superpuesta mediante el empleo de unos arcos proyectados por Giuliano da Sangallo.
286 ! ÓRDENES Y ESPACIO : SISTEMAS DE EXPRESIÓN DE LA ARQUITECTURA MODERNA (SIGLOS XV-XVI II)
CAPÍTULO 7
Esta idea de la ca ll e como espacio ceremonial tuvo una gran importancia en el urba -
nismo barroco, pues ejerció una gran influencia en la relación que el edificio establecía
con la ca ll e. Podemos decir que de algún modo el edificio se convirtió en «cómplice» de
la cal le, pues el hecho de que una procesión discurriese habitualmente por una vía fo-
mentó la constru cción de edificios monume ntales, generalmente de carácter religioso,
que transformaba n el pro pi o carácter de la vía, reforzan do la idea de «vía sagra da».
Ejemplo de ell o se rían las fac hadas curvas y on duladas que arquitectos como Bernin i,
Borromini y Pietro da Cortona rea lizan en la Roma Papa l, las cuales generaban un espa-
cio urbano en el que el edificio se proyectaba hacia el exte rior. Los edificios alineados en
dichas vías procuraron a su vez captar la atención del espectador mediante la creación
de estructu ras de fac hada o de espacios urbanos, situa dos ante ellas, en las que se ex-
pl oraba n al máxi mo los recursos visua les. Poco a poco la ciu dad se fue co nvirtiendo así
en un espacio escenográfi co, hasta el punto de qu e en ocasiones la ciudad parece haber
sid o constru ida para la fi esta, de modo qu e muchos de sus espacios reales cobra n sent i-
do a través de la misma .
Esta imagen aporta un buen ejemplo de la transfo rmación del espacio urbano con motivo de
la fi esta . Sus cal les y plazas se convertían en un espacio sagrado con dimensión política, destina-
do a persuadi r al espectador med iante la prolongación de los espacios interiores de los temp los
en las prop ias ca ll es de la ciu dad.
La fiesta tendrá cada vez más actos litúrgicos que intentaban ser un símbolo de la vida espi -
ritual y, junto a las entradas de los reyes en las ciudades empezaron a proliferar las ceremonias
de canonización de santos y mártires y el recibimiento de reliquias, en las que siempre se inten-
taba promocionar la idea de «Monarquía sagrada». Con motivo de tales acontecimientos la calle
se convertía en un espacio sacro de carácter ceremonial, entendido como prolongación del inte-
rior del templo.
Como muchas otras ciudades de la Monarquía Hispánica, la ciudad de Palermo se convirtió
a finales del siglo XVI en una ciudad Contrarreformista, donde la Fiesta fue ampliamente emplea-
da como instrumento de propaganda de la Corona y la de la Iglesia.
El centro de la ciudad que aparece en la imagen (1Quatri Canti), se convirtió en una especie
de ojo desde el que se visualizaban las diferentes puertas, enlazando con las mismas a través de
vías rectas por las que discurrían las procesiones. El espacio público de la ciudad se convertía así
en un espacio sacro y devocional.
ejercicio de ostentación pública en el que se convirtió la fiesta . Hay que tener en cuenta que
la plaza mayor adquirió en estos momentos un gran carácter simbólico, siendo un espacio
que pretendía identificarse a través de su forma con la figura del Príncipe y del Estado.
Por otra parte, las plazas constituyen un buen ejemp lo de cómo la fiesta transforma-
ba la imagen y el significado de la ciudad no so lo a través de lo efímero, sino también
desde el punto de vista del trazado, convirtiendo a la ciudad en un campo de experimen-
tación de recursos artísticos y, sobre todo, en un espacio de persuasión susceptib le de ser
transformado para convertirse en un espacio de poder, reflejo de las aspiraciones y de los
ideales políticos y artísticos vigentes en cada momento.
La plaza mayor de Madrid , sede de la co rte y del Imperio, se convirtió en el siglo XVII en una
especie de mod elo, en un espacio donde se miraban otras plazas españolas y que intentaba
incluso ser recreada mediante la decoración efímera.
Por otra parte, las plazas constituyen un buen ejemplo de cómo la fiesta fue capaz de trans-
formar la imagen y el significado de la ciudad no solo a través de lo efímero, sino tamb ién desde
el punto de vista del trazado, convirtiendo a la ciudad en un campo de experimentación de
recursos artísticos y, sobre todo, en un espacio de persuasión susceptible de ser transformado
para convertirse en un espa cio de poder, reflejo de las aspiraciones y de los ideales políticos y
artísticos vigentes en cada momento.
casas de fachadas homogéneas, o la Ciudad del Sol de Campanella , compuesta por varios
círculos concéntricos. Pensemos también en la planificación de las ciudades militares de
los tratados de Zanchi (1554), Cattaneo (1560), Maggi (1564) o Scamozzi , en las que la teo-
ría se aunaba con la práctica para presentar unas ciudades de trazado circular o poligonal
regidos por estrictos princip ios geométricos de tradición vitruviana .
La geometría de estos espacios estaba regida por un trazado ordenado y controlado,
con un perímetro circular o poligonal obtenido a partir del cálculo matemático. Su espa-
cio central estaba ocupado por la plaza principal , con la iglesia y el palacio como únicos
ed ific ios que destacaban en medio del caserío, distribuido en una cuidada retícula de
cal les. Un plan racional que establecía una interesante dimensión expresiva , muestra del
poder que presidía el espacio urbano, gobernándole y garantizando su orden. Esta confi -
guración adquirió en muchos textos de la época una lectura simbólica . La plaza , decían,
es el omb ligo de la ciudad , mientras que la iglesia es su corazón y el casti llo su cabeza. Así
lo expresaría Francisco di Giorgio en su tratado, introduciendo con ello un interesante
punto de encuentro entre mundo clásico y medieval , llegando al planteamiento de una
ciudad radial cuya forma presentaba un «va lor cósmico» vinculada igualmente con el
Neoplatonismo y su recuperación de la figura del círculo como imagen del cosmos. Esta
idea , vincu lada a los principios filosóficos medievales de S. Agustín , que consideraban a
Cristo como un cuerpo cósmico-esférico del que participaría el hombre y al que debería
elevarse para alcanzar la divinidad, otorgaría sentido a la forma urbana en un contexto
fi losófico-teológico. Todo ello desembocaría en la idea humanista de consideración de l
hombre como reflejo del universo, como microcosmos, dando lugar a la insistencia rena-
centista en los elementos centralizados y circulares como forma simbólica , que habrá de
tener una interesante muestra en el tema de la ciudad como refl ejo del mundo, de la di-
vinidad y del poder.
La predi lección por la geometría fue objeto común de arquitectos y urbanistas mo-
dernos, inclinados por la creación de un espacio ordenador de raíz platónico-vitruviana.
Alberti recomendaba ya en su tratado las calles largas y rectas para otorgar nobleza a la
ciudad, recurso que se convirtió además en una práctica muy efectiva para el urbanismo
moderno como modo de crea r ejes en perspectiva que permitiesen visua lizar los ed ificios
desde un determinado punto de vista , cuestión muy vinculada también al valor represen-
tativo que adquirieron los edificios y sus espacios circundantes en Época Moderna. La
aplicación de estas estrategias de organización del espacio fue muy empleada en la ciu-
dad del siglo xv1, enten dida en términos espaciales como el lugar en el que se manifesta-
ba el poder del príncipe, y concebida por tanto en función del mismo. Pero en ellas el
espacio vitruviano y platónico de las formulaciones teóricas del siglo xv se llegó a ha-
cer realidad , constituyéndose en el espacio de la organización del poder y de la exhibición
292 / ÓRDENES Y ESPACIO: SISTEMAS DE EXPRESIÓN DE LA ARQU ITECTURA MODERNA (SIGLOS XV-XV III)
Francisco di Giorgio Martini,
Tratado de Arquitectura civil y militar {h. 1475).
ciudad bien ordenada como reflejo de la ciudad perfecta. La política era , en este sentido,
una ciencia del gobierno de la ciudad y del Estado y en función de ello era considerada
como una ciencia «arquitectónica», que debía componer el gobierno «de las diversas par-
tes de que se compone la ciudad ».
Son muchos los casos que nos brinda el urbanismo moderno de esta mentalidad y de
cómo fue aplicada a través de la ordenación geométrica del espacio como alegoría metal.
Tantos que no pueden ser abordados en este estudio, pues habría que resumir la historia
de la forma urbana en los siglos xv a xv111. Roma , París, Londres, Turín, Viena , etc., pasaron
sus espacios por el tamiz de la geometría en las reformas que las llevaron a convertirse en
capitales de las grandes monarquías del absolutismo, en un ejercicio de competencia por
lograr ser la más espléndida ciudad de Europa, reflejo del poder del príncipe que la go-
bernaba y de su capacidad para transformar el territorio. La ciudad barroca se convirtió
así en un espacio espectacular, término con el que podríamos calificar la plaza de San
Pedro del Vaticano, las plazas reales francesas, el palacio de Versal les y las grandes aveni-
das parisinas, en las que la geometría se convertía en el principio ordenador de un espa-
cio que pretendía configurarse como imagen simbólica perfecta del poder fuerte, ordena-
do e inmutable que le había dado forma .
Las iglesias de la Roma papal o del París del siglo xv11 constituyen asimismo muy bue-
nos ejemplos de esta realidad , pero también el trazado de base geométrica que se impu-
so en las reformas urbanísticas que llevaron a cabo Sixto V y el arquitecto Fontana, y que
tuvieron como resultado la sistematización de las vías romanas que en lazaban las basíli-
cas pa leocristianas con la ubicación simbólica en sus espacios de obeliscos; o la ordena-
ción urbana que dio lugar al gran tridente romano, creando un juego de perspectivas que
partían de la puerta del Popolo, núcleo emblemático de acceso a la ciudad de los peregri-
nos que acudían a Roma , haciendo de la principal entrada a la urbe un espacio simbólico
del Cristianismo, un escenario teatral de carácter representativo, construido a partir del
control del espacio mediante la perspectiva.
La Francia del absolutismo, y más concretamente el París del siglo xv11 , sirve de buen
ejemplo del papel que desempeñó la geometría en la configuración de espacios de cua li-
dades expresivas vincu lados al poder absoluto. Gracias a la geometría París se convirtió en
un espacio de fácil lectura, en un espacio racional de trazos claros en los que se proyecta-
ba el absolutismo como aval ideológico. La visión del edificio y la percepción de su escala
en comparación con las construcciones que la rodeaban era lo que permitía captar su
valor como monumento entendido como espacio vinculado a la conmemoración de ideas
políticas, religiosas, etc. Partiendo de este principio, se va generalizando a lo largo del si-
glo xv11 una interpretación de la ciudad barroca en clave monumental y representativa ,
que pone en manos del poder la posibilidad de emplearla como instrumento de persua-
294 / ÓRDENES Y ESPACIO : SISTEMAS DE EXPRESIÓN DE LA ARQU ITECTURA MODERNA {SIGLOS XV-XV III)
Plaza del Popolo, con el tridente (Roma).
La plaza del Popolo se convirtió en uno de los espacios más representativos del Barroco
romano, realizado a partir de la creación de un juego de perspectivas que partían de la puerta de
acceso a la ciudad , confluían en el obelisco y se extendían por la urbe a través del gran tridente.
Esta solución, basada en principios de organización urbana de carácter racional a partir de
la geometría, tendría una gran repercusión en la creación de espacios barrocos. Con este empleo
calculado del espacio se establecía aquí un espacio de conten ido simbólico. El peregrino accedía
aquí, a través de un marco espectacular, a la Roma Cristiana, ciudad de la Fe, por la que era
conducido a través de las vías rectas del tridente.
do de manera armón ica y equi librada. Baste una de las descripciones del lugar para dar-
nos una idea:
u Los cam inos rad iales partían de puntos distantes en abanico a la fachada y los esque-
mas estaban conceb idos como sistemas ce rrados que limitaban la composició n. El edificio
principal tiene un interés foca l y debe ser lo suficientemente prominente para desempeñar
este papel en la intensidad de su emplazamiento. Se ve la naturaleza domesticada , que
abre horizontes lejanos, como el eje de los jardines que continua la línea de la avenida
central del trivium que conducía a la ciudad. Apareciendo así esta ciudad como conse-
cuencia y seguimiento del palacio, el cual se encierra en un rectángulo perfecto y se plan-
tea en simetría con relación a la calle axial».
Las plazas reales francesas fueron construidas siguiendo un modelo unificado y regular con
el que se pretendía transmitir simbólicamente el poder de los monarcas absolutos. La estatua
ecuestre del rey en el centro otorgaba valor significativo a este espacio de representación del
poder real.
En el ejemp lo de la plaza de las Victorias, el círculo de la plaza pretendía ser una imagen
alegórica del Lui s XIV, el Rey Sol.
longitudinal , o por qué la figura del cuerpo humano fue recomendada para expresar la
unión del alma con Dios en las iglesias de planta longitudinal. Las respuestas deberemos
buscarlas en el valor expresivo que adquirieron los espacios de la Edad Moderna a partir
del deseo consciente de sus promotores, clientes, artistas y teóricos, de expresar a través
de sus formas principios relacionados con la mentalidad , la rel igión o la po lítica . Los
ejemplos que podemos estudiar resultarían infinitos, por lo que nos limitaremos aquí a
abordar brevemente los que vincularon al hombre moderno con sus más importantes fa-
cetas como individuo y ser social: la espiritual representada a través del templo, y la civil
vinculada a la casa y el palacio.
El templo fue sometido durante el Quattrocento a un proceso de reelaboración forma l
y simbólico, que perduraría durante buena parte de la Edad Moderna a partir del desarro-
llo de la visión ideal del mismo planteada por Alberti en el VII libro de su tratado. Como
sabemos, Alberti adoptaba en el mismo al círcu lo como figura geométrica más adecuada,
no solo por sus va lores formales, sino también por el significado que encerraba. El círculo
cumplía a la perfección con la doctrina de las proporciones vitruviana, y confería belleza
al edificio, dando así legitimidad a la recuperació n formal de la Antigüedad . Pero era ade-
más imagen del cielo y de Dios, pues los humanistas vieron en el círcu lo la perfecta inter-
pretación matemática de Dios y del mundo a partir de la lectura de los textos de la
Antigüedad (Platón, Pitágoras), así como de la idea cristiana de que el hombre, como ima-
gen de Dios, encarnaba la figura del Universo (San Agustín , Santo Tomás). El templo se
convirtió así en un símbolo de la integración entre microcosmos y macrocosmos, o lo que
es lo mismo, de la relación entre el hombre y Dios. Para Alberti el templo circu lar iba in-
cluso más allá: se trataba de un instrumento que interactuaba metafísicamente con el
espectador, induciendo en el mismo pureza espiritual. Es por ello que recomendaba su
ubicación sobre un lugar elevado, visible y destacado del resto de los edificios; y por lo
que consideraba también que fuese el ornamento más bello de la ciudad .
Esta visión teológica y filosófica del templo de planta centralizada fue defendida por
otros teóricos del humanismo, como Filarete, para quien la contemplación de la forma
circular hacía que los cristianos pudiesen elevar su alma hacia Dios. La potencia de su va-
lor simbó lico y sus cua lidades forma les fueron tan fuertes que siguió empleándose en los
templos incluso a partir de 1572, cuando Carlos Borromeo, en plena Contrarreforma, apli-
caba el decreto del Concilio de Trento relativo a la construcción de las iglesias por el que se
recomendaba el retorno a la cruz latina, al considerar a la forma circular como algo paga-
no. Como indica Wittkower, cuyo texto recomendamos a continuación , las iglesias centra-
lizadas cubiertas por una cúpula , que reforzaba su centralidad , siguieron vigentes durante
los siglos xv11 y xv1 11, muy vinculadas por otra parte al concepto clásico de «monumento»,
convirtiéndose así en expresión simbólica de la magnificencia y el poder de la Iglesia .
298 / ÓRDENES Y ESPACIO : SISTEMAS DE EXPRESIÓN DE LA ARQU ITECTURA MODERNA {SIGLOS XV-XVIII }
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Junto a esta visión , el vitruvianismo, pasado por el filtro del Cristianismo, hizo también
que el templo fuese concebido a imagen y semejanza del cuerpo humano, adquiriendo
una forma que fue justificada por teóricos y arquitectos a partir de los argumentos que la
ponían en relación con su sentido simbólico. Tratadistas como Francisco di Giorgio, Fra
Giocondo, Leonardo o Cesare Cesariano tomaron como base las recomendaciones rea liza-
das por Vitruvio respecto a la necesaria inspiración en las proporciones del cuerpo humano
para alcanzar la belleza y la perfección , estableciendo además una relación invisible entre
el alma y Dios. Estas doctrinas serían recogidas por Serlio, con la consiguiente difusión en la
arquitectura de la Edad Moderna . La mezcla de principios clásicos y cristianos que encerra-
ban resultó muy adecuada para su puesta en práctica , siendo acogidas por teóricos y arqui-
tectos de la Edad Moderna, pues les permitía aunar la planta longitudinal recomendada
por los preceptos litúrgicos de la Contrarreforma con la centralidad aportada por las cúpu-
las. La iglesia del Gesú de Vignola representaría a este respecto un caso emblemático que
funcionó como modelo funcional y simbólico perfecto.
Retiro, el Louvre o Versa lles ... son sólo algunos de los muchos ejemplos que podemos
poner de este estado alegórico del espacio palacial , en el que la imagen dotaba de conte-
nido significativo al espacio.
Durante la Edad Mod erna la arquitectura alcanzó un gran valor expresivo que afectó
de modo esencial a la teoría de los órdenes y a la práctica arquitectónica. El principio era
el siguiente: Los órdenes, dotados de una función alegórica o simbólica que vinculaba
forma , función y significado, se imbuían de valor expresivo, y éste era transmitido al con-
junto del edificio. Como sabemos, este procedimiento tenía su origen en Vitruvio y fue
desarrollado por los arquitectos y teóricos de la Edad Moderna a partir de la lectura e in-
terpretación de los libros 111 y IV, donde el teórico romano presentaba los órden es me-
diante una vinculación de cada uno de ell os con un género (mascu lin o o femenino), un
carácter (rústico, firme, del icado, austero, etc.) y una advocación a alguna diosa o a algún
dios. Cada orden quedaba de este modo relacionado con un sign ificado y un tipo de obra ,
determinando con ello el «decoro» del edificio, que pasó a formar parte esencial de la
arquitectura junto con conceptos como la euritmia o la simetría. Este principio mantuvo
su vigencia en las diferentes formulaciones teórica s de los órdenes que se realizaron hasta
el siglo xv111 , otorgándo les un valor expresivo fundamental para hacer de los edificios ob-
jetos artísticos con va lor iconográfico, condicionando su forma , su función y su estética.
De ahí que muchos teóricos y arquitectos rechazasen la mezcla de órdenes en un mismo
edificio, aduciendo que solo introducían confusión en su lectura. Y de ahí también que
algunos iniciasen el camino contrario: el de aprovechar al máximo el valor expresivo de
los órdenes creando nuevos géneros (el orden francés, el salomónico, etc.), justificados en
gran medida por su potencia comunicativa , vinculada en cada caso al poder absoluto de
la Monarquía o del Crist ianismo.
Prueba del éxito de la func ión expresiva de los órdenes son las palabras de Sturm, el
último gran teórico del vitruvianismo, qu ien consideraba a los órdenes como «el alfabeto
de la arquitectura», térm ino con el que no sólo se estaba refiriendo a los órdenes como
elementos compositivos, sino también como lenguaje con dimensión expresiva. El dó ri co
- decía- «debía emplearse en las construcciones simples y modestas», mientras el co-
rintio sería propio de «edificios nobles y espléndidos», estab leciendo así una relación di-
recta entre la forma , el carácter del edificio y su función , con implicaciones desde el
punto de vista estético. Recordemos que el orden no afectaba solo a la columna y el capi-
tel, sino a todo el ed ificio (arqu itrabe, friso, cornisa , ventanas, puertas y elementos orna-
mentales) constituyendo, como decía Strum, un verdadero «alfabeto».
Y es que Sturm estaba resumiendo con sus palabras una actitud común a muchos
teóricos y arqu itectos de la Edad Moderna , a quienes esta función expresiva de los órde-
nes brindó la posibilidad de adaptar el lenguaje del Clasicismo a los nuevos tiempos,
atribuyendo a las formas derivadas del lenguaje de la Antigüedad un sign ificado renova-
do, un lenguaje de expresió n social , político y religioso que tenía su origen en los órdenes.
Para que ello se produjese fue esencial la lectura del texto de Vitruvio por los teóricos y
arq uitectos del Renacimiento, así como la reinterpretación que hicieron de los fragmentos
del texto latino en los que se aludía a los tres órdenes clásicos, haciendo de los mismos un
referente no só lo formal , sino también simbólico y estético del pasado grecolatino, un
sistema de composición arqu itectónica y un lenguaje de expresión capaz de dotar a las
obras de contenido alegórico. En definitiva, un vocabu lario para componer mensajes.
Fue realmente en el siglo xv1 cuando la teoría del decoro o teoría modal de los órde-
nes alcanzó su desarrollo de manos de arquitectos y teóricos. Su iniciador sería Serlio,
quien en 1537 publicaba su Libro IV, en el que dotaba a los órdenes de una estructura
compositiva y una lectura alegórica que permitía poderles aplicar sin problemas a la nue-
va arquitectura religiosa y civil del Renacimiento sin perder el carácter vitruviano. Veamos
lo que decía:
«Los antiguos dedicaron todos los edificios a los dioses, aplicándolos a aquellos que
más les pertenecían según su natura , si era robusta o delicada . Y así, la obra Dórica cons-
truyeron a Júpiter, y a Marte, y a Hércules, aquestos tales se les hacían los templos Dóricos,
por que fue tomado de la forma del hombre. Y la Jónica a Diana, a Apolo y a Baco, la cual
participa también de la forma matrona! o mujeril , porque tiene de lo robusto y lo delicado.
Diana por ser mujer es delicada , mas por el ejercitarse en cazar, participa de robusto. Y
Apolo por su hermosura , aunque es hombre, es algo blando y delicado, y también algo
robusto. Y así mismo Baco. Mas la manera Corintia por ser tomada de la forma del cuerpo
de una doncella, quisieron que fuese ded icada a la diosa Vesta la principal de las vírgenes.
Pero en este nuestro tiempo a mi parecer se ha de proceder de otra manera, no desvián-
donos mucho de los Antiguos en cuanto a la aplicación de los edificios: quiero decir, que
siguiendo la costumbre de nuestros Cristianos construiremos por mi parecer los edificios
sagrados, según la especie suya, primeramente a Dios y a sus Santos; y los ed ificios profa-
nos, así púbicos como secretos, principales y accesorios, hechos para los hombres, según
su estado y profesión. Y así digo que la obra toscana por mi parecer conviene para cosas
fuertes, como serían puertas de las ciudades, para fortalezas, para castillos y lugares para
guardar tesoros, y a donde estén las municiones y artillerías, o para cárceles y puertos
302 / ÓRDENES Y ESPACIO : SISTEMAS DE EXPRESIÓN DE LA ARQUITECTURA MODERNA (SIG LOS XV-XVI II)
CAPÍTULO 7
de mar, y otros semejantes edificios para uso de la guerra. Y así mismo sería para lo dicho
la obra rústica, porque ha de ser de piedra y de ligaduras y trabazones diversas, aunque
ha de ser gruesamente labrada. Cualquiera de estas cosas, cuando la han querido hacer
más delicada los arquitectos por su contentamiento, algunas veces las han mezclado,
según lo vemos en la Antigüedad , con la obra Dórica; y en otras partes con la Jónica , y
también con la Corintia. Pero en mi entendimiento, por ser la obra toscana la más gruesa
y sin ornato de todas las otras, me parece que en la Rustica convenga , y sea más conforme,
porque se manifiestamente se ve estar guardado esto de los toscano, así dentro en la
mayor y más principal ciudad suya , que es Florencia , como fuera de ella ; por las villas o
casas de placer de ella comarcanas, adonde hay tan hermosos edificios, y tan ricamente
labrados, hechos solamente de obra rústica , cuanto se pueden hallar en el restante de la
cristiandad , mezclados de aquella rustiqueza y delicadeza que a los arquitectos más les ha
contentado. Y por esto me parece que las tales obras se conforman más con la Toscana
que con otra especie.
»Los antiguos constituyeron la obra Dórica a Júpiter, y a Marte, y a Hércules, y a otros
dioses robustos; más después de la encarnación de la salud humana, debemos los cristia-
nos proceder y ordenarla por otra orden ; y así digo, que habiéndose de edificar algún
templo consagrado a Jesucristo Redentor Nuestro, o a San Pedro, o San Pablo, o a Santiago,
o a San Jorge, o otros cualesquier Santos cuya profesión, no sólo haya sido de hombres de
guerra, más que también hayan tenido del delicado y humilde, y también parte de fuerte
y robusto, en poner la vida por la Fe de Cristo. A estos tales santos conviene hacerles tem-
plos de este género Dórico. Y en cuanto a los hombres si algún caballero muy esforzado o
persona muy valerosa, como sería si fuese general o capitán de un ejército, si el tal man-
dase hacer algún edificio así público como dentro de casa , se le hará de este género. Y
tanto cuanto la persona que mandare hacer la obra fuere más robusta y valiente, le con-
viene que el edificio sea hecho con más braveza , y macizo y fuerte; y si otra persona
aunque fuera caballero si participare alguna cosa del delicado, mandado hacer esta obra,
se le puede hacer con alguna más delicadeza, así como en su lugar trataremos.
»De esta obra Jónica Vitruvio trata en el cuarto libro en el primer capítulo. Este géne-
ro los antiguos le compusieron sobre la forma matrona! , que es la forma de cuerpos de
mujeres ya de días y embravecidas, y la dedicaron como es dicho en este libro, a Apolo y
a Diana y a Baco; pero nosotros los Cristianos si hubiéremos de hacer algún templo de esta
orden, lo aplicaremos a todos aquellos santos que hayan sido en parte robustos y fuertes,
y en parte delicados y humildes. Y así a todas las santas que hayan sido casadas o llegado
a viejas de autoridad, que comúnmente las llamanos en España, dueñas honradas. Y si
algún edificio público o secreto se hub iere de hacer de esta forma para algunos hombres,
será a letrados y otros hombres de vida quieta y sosegada , y no a robustos ni delicados,
porque para los tales letrados de cualquiera facultad que sean será a su propósito esta
orden Jónica. Y si para algunas señoras de autoridad que hayan sido en cuanto mujeres
varoniles o va lerosas y para mucho. Si las tales hubieren de hacer algunos edificios, esta
orden será para ellas muy convenible.
»La derivación y origen del capitel Corintio fue de una virgen Corintia. Y porque
Vitruvio en el cuarto libro en el primer capítulo lo escribe particularmente, en tal caso no
será necesario fatigarme en replicar sobre este caso. Y por tanto solo diré que habiéndose
de hacer de este orden un templo, se debe consagrar y aplicar primero a la Virgen
Santísima Madre de Jesucristo Redentor Nuestro, la cual no sólo fue virgen antes del parto,
pero en el parto y después del parto, Y después de a esta Serenísima Señora a todos aque-
llos Santos y Santas que hayan hecho vida virginal o vivido castamente, para estos tales
esta tal orden conviene mucho y también para monasterios de monjas que han prometido
virginidad y son dedicadas al culto divino. Y si acaso algún edificio así público como secre-
to o sepulcros o cualquier cosa de edificios se hubiere de hacer de este orden , sea a per-
sonas de vida honesta y casta , porque para las tales se podrá usar esta forma ».
Como podemos comprobar, Se rlio seguía en rea lidad el mismo procedimiento que
Vitruvio, aunque sustituyendo a los dioses y diosas paganos por santos y santas de la reli-
gión cristiana, recomendando igualmente que los órdenes fuesen emp leados según el
estado y profesión de los comitentes, con lo que determinaba una interpretación social de
los órdenes, iniciando su incorporación a la arquitectura civil con función expresiva .
Su estela sería segu ida por Vignola, Palladio o Scamozzi y permanecería vigente, dentro
de lo que podríamos denominar como la «corriente vitruviano-serliana», hasta el siglo xv111.
Los arquitectos del siglo xv podían contemp lar el orden corint io en las ruinas de la
Roma imperial. Pero muy pocos eran los vestigios que se mantenían en pie del resto de
los órdenes. Tan solo en la planta baja del Coliseo o en Teatro Marcelo podía verse el dó-
rico; y por lo que respecta al jónico, so lo en el templo de la Fortuna Viril o en el de
Saturno, en el Foro. Poco habrían sabido los arquitectos modernos de estos dos órdenes,
por tanto, si no hubiese sido por la in clusión de los mismos en los Diez libros de arquitec-
tura, por parte de Vitruvio. El dórico se distinguía , según el teórico latino, por su simpli ci-
dad. Había sido consagrado por los griegos a las divinidades fuertes , preferentemente
masculinas, definiendo así para el mi smo un ca rácte r que se ría mantenido hasta el
Neoclasicismo, sobre el que teóricos y arquitectos del Renacimiento y el Barroco no harían
sino introdu cir ligeras variaciones. Serlio y Scamozzi , por ejemp lo, recogerían el carácter
sobrio del dórico enunciado por Vitruvio como valor formal y expresivo, y extenderían su
carácter al nu evo orden toscano que com enzó a ser empleado en el Renacimiento, al que
atribuyeron una solidez aún mayor qu e la del dórico, recomendando su empleo para
fortalezas , castillos, prisiones, pu erto s de mar y construccion es dedicadas a la guerra .
Decía Scamozzi al respecto:
«El ord en tosca no... en tod as sus partes es mu y sólido y desnudo, por eso se adecúan
a él las obras rústi cas o los recuadramientos poco delica dos, más que a cualquiera de los
otros órd enes y sobre todo en la co nstrucción de los pu entes y de las pri si on es y edificios
similares, que pueden ser ataca dos y deteri orados por las injurias del ti em po .. .».
La aplicación del dórico y el toscano a edificios civiles «viril es», sobrios y robustos se
mantuvo durante toda la Edad Moderna, defendida por teóricos de Italia y de otros ámbi-
tos europeos. El dórico-toscano fue empleado, por ejemplo, en las portadas de palacios y
castillos, adquiriendo una gran difusión gracias a Serlio (encargado de difundir este orden
en Francia y Centroeuropa) y a Vignola , tanto a través de su tratado de arquitectura como
de sus propias obras arquitectónicas, entre ellas la Villa Giulia o el Palacio Farnese, en
Caprarola , al que se intentó dotar de un sentido heroico mediante la aplicación de este
orden . Pero tambi én arquitectos y teóricos como Palladio o Scamozzi defenderían el em-
pleo del toscano, en el primer caso por ser «el más desnudo y sencillo de todos los órde-
nes de la arquitectura , por lo cual encierra en sí la primera antigüedad y carece de todos
esos ornamentos que hacen a los otros adm irables y bellos», y en el segundo por ser el
más antiguo y robusto . En esta misma línea se expresarían Fréart de Chambray o
Vedreman de Vries en Francia y Holanda . Todos ellos atribuían al dórico, al toscano y al
rústico, un valor expresivo que se vinculaba con estos conceptos: antigüedad , virilidad y
robustez, proyectados a través de una configuración formal que sobre todo en el caso del
rústico, era de gran potencia estética . Su empleo se correspondía así con unas determina-
das tipologías de edificios, algunas de ellas surgida en época moderna, que se correspon-
día básicamente con las establecidas por Serlio en su correspondencia teórica (puertas de
ciudades, aduanas, portadas de palacios y castil los, arquitectura militar o caba llerizas).
Por lo que respecta al jónico, Vitruvio había establec id o una correspondencia , sin
embargo, con los «dioses moderados» (Juno, Diana ... ), recomendando su emp leo para
aquellos edificios que se «alejen de la severidad de la manera dórica y de la delicadeza de
la corintia , siendo su característica la moderación ». Los teóricos del siglo xv1desarrollaron
ampliamente este principio vitruviano. Luca Pacioli, por ejemplo, decía que el jónico era
<< melancólico ... algo triste y propio de viudas», y sin ser tan extremo en su valoración , algo
más tard e Serlio reinterpretaría este estilo a partir de Vitruvio estableciendo un vínculo de
carácter cristiano, como hemos visto, entre el orden jónico y los «santos cuya vida haya
sido dura y ti ern a y tambi én a las sa ntas de vida matro nil », así co mo a los hombres de
letras de vid a tranquila, en el caso de los edifi cios civil es. Co n el mismo criteri o iconográ-
fico fue apli ca do este ord en por Pallad io y Scamozzi en Ita lia o por Ph ilibert Delo rme en
Francia, qu ien lo reco mend aba para castil los y palacios de grandes prínci pes, así co mo
por la mayoría de los teó ri cos del siglo xv11 , para qui enes el jóni co fu e siempre el «orden
mod erado». Como decía Laugier, el jónico tenía la virtud (psico lógica y estética), del «justo
medio», de la sere nidad, ta mbién ensalzada por otros teó ricos en relación a este ord en.
Si n embargo, a pesa r de ese equ ilibri o el jóni co no fue ta n empleado co mo el resto de
los órd enes en el Renacimi ento, pu es ese ca rácter interm edio qu e se le atribu yó debía
Esta pu erta supone un bu en ejemplo de cómo el orden dórico rú stico fu e aplicado a una obra
civil, la puerta de una ciudad , a partir de la relación establecida por Vitruvio entre los órd enes y
su carácter al egórico, y de cómo hicieron evolucionar a la misma los teóricos y arquitectos del
Manierismo, especialm ente Serlio, Scamozzi y Vignola.
La puerta pertenecía a una cerca urbana, de modo qu e la forma firm e y robu sta del dórico
y la función defensiva de la obra quedaban coherentemente integradas a partir de lo determina -
do por el vitruvianismo. El orden dórico almohadillado aplicado a las pilastras y a las semicolum-
nas del cuerpo central aporta una impresión de solid ez e inexpugnabilidad. A partir de este
modelo y del creado por Serlio en su tratado, el ord en rú stico quedó asociado al tipo de puerta
de la ciudad, siendo aplicado con profusión ta nto dentro como fuera de Italia.
responder a un efecto muy medido y ajustado desde el punto de vista estético por parte
del arquitecto, situándo le entre la severidad del dórico y la majestuosidad del corintio.
Uno de los arquitectos del Renacimiento que más em pleo hizo de este orden con un valor
expresivo fue Palladio en sus villas, así como Scamozzi . Ambos contribuyeron a difundir
este orden a través de unas arquitecturas donde todo aparecía mesurado, atenuado y
exento de excesos, o lo que es lo mismo, «en los límites del decoro». Las villas mostraban
de este modo la virtud de su comitente, cuya generosidad de án imo y cultura le inclina-
ban a la moderación. La difusión del pa lladianismo por Europa hizo del empleo del jónico
práctica frecuente entre los arquitectos de los siglos xv11 y xv 11 1.
Los órdenes fueron ap licados a los edificios con una funcionalidad expresiva y estética. Su
empleo debía estar sometido a unos principios concretos que otorgasen armonía a la obra y
fuesen a la vez expresión de su carácter.
Palladio apl icó a esta villa el estilo jónico de un modo integral, no solo en las co lum nas, sino
en el resto de los elementos arqu itectónicos: disposición de los intercolumnios, entablamento,
etc. Su finalidad era conseguir una impresión armoniosa y equ ilibrada que transmitiese el carác-
ter sereno y apacib le de esta vi ll a, situada en un hermoso y tranqui lo lugar. El orden jónico, vin -
cu lado a ese «punto intermedio» entre la robustez y la finura , o entre la delicadeza y la fuerza , se
co nvertía así en el recurso para expresar la visión id ea l de la obra.
Por lo que se refiere al orden corintio, fue también Serlio quien marcó la pauta de su
reformulación en el contexto de la cultura vitruviana , recomendando una trasposición
cristiana y profana del mismo. El corintio fue asociado con los edificios dedicados a la
Virgen y los santos y santas caracterizados por su pureza , así como a las viviendas priva-
das, edificios públicos y sepulcros de ciudadanos de vida honesta y casta. En la práctica,
sin embargo, el corintio fue aplicado a cualquier tipo de templos, considerado como el
orden más rico y bello. Se le atribuyó un sentido ornamental en el que todos los teóricos
estuvieron de acuerdo y que en ocasiones jugó en contra de la su sentido expresivo. El
corintio representaba para ellos la forma suprema de la arquitectura.
Como podemos comprobar, Serlio hizo que los órdenes fuesen considerados como
objeto de manipulación con propósito representativo, iniciando una tendencia de gran
repercusión en la arquitectura posterior. Su defensa de la licencia y la invención frente a
la imitación , estaría en la base de la creación del orden colosal por parte de Miguel Ánge l,
luego promovido por Pa lladio, así como la labor realizada por el mismo Pa lladio para
adaptar los órdenes a las tipologías arquitectónicas de su tiempo. Pero además, la línea
de Serlio sería llevada a su máxima expresión por arquitectos como De l'Orme, con su
creación del «orden francés», que expresaba los ideales nacionalistas de la Monarquía y el
Estado galo. Con él , De L'Orme creó un precedente para seguir experimentando con los
órdenes y ampliar su repertorio, que sería seguido en otros ámbitos europeos, donde se
transgredió la ortodoxia de los tres órdenes vitruvianos en pro de crear otros que sirviesen
a sus necesidades propagandísticas y expresivas. La aplicación del orden francés al pala-
cio de las Tul lerías o el concurso convocado para la construcción del tercer piso del pa la-
cio del Louvre en pleno debate teórico sobre el orden francés por parte de las Academias,
constituyen buenos ejemplos de la importancia conferida al valor expresivo de los órde-
nes en la arquitectura de la Edad Moderna y de la importancia que alcanzó asociado a la
expresión del poder absoluto.
Merece la pena destacar, en este sentido, la contribución realizada por Scamozzi a
la valoración de los órdenes como elementos representativos del absolutismo re ligioso,
partiendo de la idea de que éstos tenían su origen en el ordenamiento divino y era n por
tanto adecuados para manifestar lo sagrado. El emp leo de los órdenes se puso así
al servicio de la expresión del absolutismo eclesiástico, como vehículo de expresión de lo
milagroso y del esplendor del cielo (Hearn , 159), así como también de los monarcas
absolutos, indicando su poder ilimitado y su grandeza . La asociación creada por
Scamozzi entre los órdenes y la divinidad todavía se mantuvo con Fran~ois Blondel a fi-
nales del siglo xv11, si bien comenzó a disolverse a finales de siglo con Claude Perrault,
quien negaba cualquier asociación simbólica de los órdenes. Este proceso culminó con
el rechazo generalizado por parte de los neoclásicos hacia este tipo de asociaciones,
que iban en contra de la defensa por ellos realizada de la función puramente estructura l
de los órdenes.
Por lo que se refiere a España , donde el valor emblemático de los edificios fue muy
valorado por la teoría y la práctica arquitectónica desde los inicios del Renacimiento, la
teoría modal de los órdenes tuvo un gran éxito, pues brindaba la posibilidad de estab le-
cer las diferencias convenientes entre tipologías de edificios, advocaciones, jerarquías, etc.
Ya en el siglo xv11 Fray Lorenzo de San Nicolás haría corresponder a cada uno de los órde-
nes con un tipo de edificio religioso. El toscano, por ejemplo, sería adecuado para los
templos y casas de religiosos y religiosas descalzos, pues transmitía a la vez delicadeza ,
virtud , humildad y fortaleza. El dórico, sin embargo, iría destinado a las órdenes mendi-
cantes, a capitanes valerosos y a santos mártires, en prueba de su fortaleza . El jónico sería
para la s santas mártires y a las matronas, por su delicadeza y robustez; el corintio, sin
embargo, sería para la Virgen y para las casas de príncipes y monarcas, por su mayor or-
nato, etc. La clasificación fue asumida a finales del siglo por otro de los tratadistas espa-
ñoles más importantes, Simón Díaz, y también por fray Juan Ricci , quien desarrolló la
teoría modal partiendo de la teoría de la mímesis o imitación de la Naturaleza por parte
de la arquitectura , llevando a cabo además una cristianización de los órdenes clásicos.
Ricci llegó a diseñar una serie de portadas dedicadas a diferentes santos, acompañadas de
una justificación de la relación existente entre éstos y los órdenes.
Esta tendencia se mantuvo hasta el siglo xv 111, y no solo en el ámbito religioso, sino
también en el civil, con teóricos y arquitectos que recomendaban el uso diferenciado de
los órdenes en función de la tipología y destino del ed ifi cio (casas, palacios, alcázares,
templos de mártires, altares, etc.), dotando así al orden de un sentido representativo.
Si en la práctica arquitectónica se llegó a respetar el principio expresivo de los órde-
nes que representaba la teoría modal , es algo difícil de comprobar. Sabemos que los ar-
quitectos la conocían y que a veces la aplicaron, pero también que en ocasiones su em-
pleo resultó dificultoso, especialmente cuando los artistas se enfrentaban a ed ificios con
mezcla de funcion es y advocaciones, por ejemp lo, una puerta de una ciudad dedicada
a una santa.
Obras de referencia
BouZA, FERNANDO. Imagen y propaganda. Capítulos de la historia cultural del reinado de Felipe JI.
Madrid , Akal, 1998.
DE SESSA, CESARE. Capire lo spazio architettonico, studi di ermeneutica spaziale, Roma , Officina
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MíNGUEZ, VíCTOR y RODRÍGUEZ, INMACULADA. Las ciudades del absolutismo, Valencia , Universitat
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SEBASTIÁN, SANTIAGO. Arte y Humanismo. Madrid , Cátedra , 1981 .
STRO G, Rov, Arte y poder. Madrid , Alizanza Editorial , 1988.
W1nKOWER, RuDOLF. Los fundamentos de la arquitectura en la Edad del Humanismo. Madrid, Alianza
Editorial , 1995.
Esther Alegre Carvajal. Profesora del Departamento de Historia del Arte de la UNED. Especialista
en urbanismo y arquitectura de la Edad Moderna, sus líneas de investigación se agrupan en estudios de
nobleza, ciudad, poder e historia de la mujeres, en la Edad Moderna. Entre sus libros más destacados se
encuentran: Damas de fa Casa de Mendaza. Historias, leyendas y olvidos (2014), del que es directora
y editora; Retrato de fa mujer renacentista (2012), del que es editora (junto a A. Serrano del Ha ro); o los
dedicados a la ciudad nobiliaria de Pastrana, objeto central de su investigación: La villa ducal de Pastrana
(2003); Pastrana. La ciudad del duque (2007); Las villas ducales como tipología urbana (2004); Los
jardines de fa villa de Pastrana (1997) .
Consuelo Gómez López. Profesora del Departamento de Historia del Arte de la UNED. Especializada
en el estudio de la arquitectura y el urbanismo de la Edad Moderna, ha centrado su interés investigador
en el estudio de las elites de poder y su relación con la ciudad, el arte y los espectáculos en la Edad
Moderna. Los resultados de su labor investigadora han quedado recogidos en un importante número de
publicaciones: monografías yartículos en revistas especializadas, así como de la participación en congresos
nacionales e internacionales. Entre las monografías publicadas vinculadas al tema de esta obra: El
urbanismo de Alcalá de Henares en los siglos XVI y xv11: el planteamiento de una idea de ciudad; La
Relación de fa entrada triunfal de Ana de Austria en Madrid, de Juan López de Hoyos. Estudios, edición
crítica y notas (2007); Representar fa ciudad en fa Edad Moderna 1565. Wyngaerde en Alcalá (2015),
ambas en colaboración con otros autores.
colección
Editorial Grado