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Suplemento económico Cash, 28.nov.2021, pp. 4-5


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Las elites erosionan la autoridad política que no pueda ser domesticada

Capitalismo, democracia, derechos y alimentos


El Gobierno enfrenta el dilema acerca de cuánto de su voluntad política está dispuesto a poner en juego, lo que significa
tensar la cuerda del conflicto con las elites dominantes, a cambio de garantizar que haya suficiente comida en la mesa de
cada familia
Por Rubén Manasés Achdjian*

“Con la pandemia, el compromiso de las instituciones de la democracia liberal y del Estado de


Bienestar se fracturó” advierte Rubén Manasés Achdjian. Imagen: AFP

E n el campo de las ideas políticas y económicas escasean las novedades y abundan los conflictos
recurrentes. Una y otra vez volvemos sobre nuestros pasos para confirmar, como decía Unamuno,
que las únicas novedades hay que buscarlas en los clásicos.
Hace 40 años el sociólogo alemán Claus Offe publicó “Las contradicciones de la democracia
capitalista”, un artículo medular que vale la pena releerlo a la luz de esta “nueva” civilización inaugurada por
la pandemia.
Offe recordaba que, pese a las discrepancias ideológicas que mantenían, el liberalismo y el marxismo
tradicionales coincidían en sostener que el capitalismo -modo de producción basado en la propiedad privada
y organizado a través de mercados- y la democracia -sistema de representación política ampliada por el
sufragio universal- eran incompatibles.
El argumento obedecía a razones bastante sencillas de comprender. Por un lado, los liberales
decimonónicos (J. S. Mill o A. de Tocqueville, entre muchos otros) creían que la “libertad” era un logro
civilizatorio demasiado importante como para dejarlo librado a los caprichos “igualitaristas” de una ple be
ignorante que, sufragio mediante, podía devenir en una tiranía.
Por su parte Marx, en Las luchas de clases en Francia había concluido en que la burguesía no podía
sostener sino excepcionalmente la vigencia del sufragio universal porque, si lo hiciera permanentemente,
socavaría todos los cimientos mismos de la sociedad capitalista.
Durante buena parte del siglo XIX, liberales y marxistas coincidieron en la idea de que las reglas de
juego de los mercados y los derechos electorales ampliados no hacían buenas migas. Sin embargo,
señalaba Offe, el siglo XX planteó una perspectiva muy distinta sobre esta tensión: derrotados los regímenes
nazifascistas y consolidada la experiencia soviética -que los países de Europa occidental percibieron como la
nueva amenaza-, capitalismo y sufragio universal hallaron, a partir de la posguerra, una manera de
aceptable de coexistir bajo el paraguas común de la democracia liberal.

Pobreza
También hace 40 años, el economista bengalí Amartya Sen publicó un exhaustivo trabajo sobre la pobreza
por el cual, años más tarde, obtuvo el premio anual de economía del Banco de Suecia. En aquella obra (Poverty
and Famines: An Essay on Entitlements and Deprivation, Oxford, 1981) Sen estudió las hambrunas ocurridas en
Bengala (1943), Etiopía (1973) y Bangladés (1974), y concluyó que las mismas no se debieron a la excepcional
escasez de alimentos causadas por las sequías o las malas cosechas, sino a la existencia de barreras legales y
culturales que impedían el acceso de amplias franjas de la población a los alimentos.
Para Sen, las hambrunas que llevaron a la muerte a miles de personas se debieron a una distribución
asimétrica de derechos (entitlements) entre las personas, impidiendo así que ellas pudieran acceder a bienes
concretos con los cuales satisfacer sus necesidades más elementales.
Según la mirada de Sen, bengalíes y etíopes de las clases más pobres morían de inanición simplemente
porque carecían del derecho de propiedad sobre los alimentos o porque no podían influir en la fijación
de sus precios para poder acceder a ellos a través de las reglas de mercado.

Ruptura de un compromiso básico


La pandemia inauguró un escenario político y económico en el cual estos dos viejos aportes teóricos -el de
Offe, desde la sociología política y el de Sen, desde la economía- volvieron a adquirir actualidad y relevancia.
Por un lado, el compromiso básico entre capitalismo y democracia que surgió a mediados del siglo
pasado y que se expresaba a través de las instituciones de la democracia liberal y del Estado de
Bienestar se fracturó, tal vez definitivamente.
En la actualidad, las elites dominantes han resuelto cancelar unilateralmente el viejo sistema
de consensos y compromisos que las vinculaba con las representaciones políticas. Hoy esas elites
(tanto a nivel global como nacional) están determinadas a quitarse definitivamente de encima la “molesta
tutela” que, aunque débil, intentan ejercer los gobiernos democráticos y para ello recurren al enorme poder
de fuego de sus corporaciones y de los medios de comunicación que controlan.
La novedad que aportó esta inusual convergencia entre posverdad y pandemia es que estas elites
actúan, explícitamente y sin pudores, en la erosión cotidiana de toda autoridad política que no pueda ser
domesticada.
Durante el largo período de aislamiento social impuesto por la propagación del virus se ha asistido
al abuso de los más variados dispositivos comunicacionales para manipular las emociones y
preferencias de un electorado extremadamente volátil que, luego, se vuelca a las urnas para legitimar un
conjunto de intereses lesivos para la propia democracia.

Inflación mundial
El aumento de los precios de los principales bienes de consumo -sobre todo el de los alimentos- no
solo restringió notablemente al acceso de los sectores sociales más rezagados a las mínimas condiciones
vitales, sino que puso en relieve la determinación con la que las principales empresas del sector están
dispuestas a defender sus “titularidades” en desmedro de los derechos de los consumidores.
Este fenómeno no solo ocurre a nivel nacional -donde el precio de los alimentos aumentó, en
promedio, 50 por ciento en los últimos 12 meses-, sino también a nivel mundial. El último informe elaborado
por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) señala que el índice
mundial del precio de los alimentos aumentó 32 por ciento en el último año y 25 por ciento el de los cereales.
Son, sin duda, índices impensados para un mundo que se había acostumbrado demasiado a la ausencia
de escenarios inflacionarios relevantes.
En Argentina, la combinación entre alimentos progresivamente inaccesibles, índices inéditos de
pobreza e indigencia y una permanente ofensiva política de los grupos de poder -a través de sus expresiones
políticas y mediáticas- sobre el Gobierno podría derivar en una situación socialmente explosiva.
El rechazo inicial de las principales empresas productoras de alimentos (Molinos Río de la
Plata, Ledesma y Arcor) a la decisión del gobierno de fijar precios máximos para los principales alimentos
de consumo popular durante 90 días puso en evidencia el tono en que se desarrollarás los dos conflictos que
se aquí se describen.

¿Por qué suben los precios?


Las acusaciones son recíprocas y las posturas irreductibles. Desde el lado empresario, se sostiene una y otra
vez que la causa de la inflación de los alimentos habría que buscarla en la expansión de la emisión
monetaria y del gasto público y, sobre todo, en la presión fiscal.
Desde el lado del Gobierno, el aumento de los precios se debe a que un sector del empresariado,
ante una devaluación que consideran inminente, busca ampliar sus márgenes de rentabilidad y
asegurarlos en dólares.
El punto en común en ambos discursos gira en torno a la voracidad: para los empresarios, el problema
es la voracidad fiscal por recaudar y gastar; para el Gobierno, es la voracidad empresaria por obtener
ganancias desbordadas.
En medio de este conflicto hay ciertos puntos de fuga que agregan más dudas que certezas. La
Confederación de la Mediana Empresa (CAME) produce todos los meses un informe en el que se
comparan los precios que reciben los productores de los principales alimentos con los que pagan los
consumidores frente a las góndolas.
La canasta de alimentaria que mide la CAME se compone de 25 productos (frutas, hortalizas, carnes
blancas y rojas, huevos y leche) y en septiembre pasado (última medición disponible) los productores
recibieron 26 por ciento del precio total que pagaron los consumidores finales. Esto significa que 3 de
cada 4 pesos que pagó el consumidor fueron a parar al Estado -a través de impuestos, que los productores
consideran excesivos- y a remunerar los servicios logísticos, comerciales y financieros implicados en toda la
cadena de distribución.
Entre el bolsillo del productor y el consumidor existen bastantes nichos que escapan al control que
dificultosamente intenta llevar adelante el Gobierno. Pareciera ser, también, que cuando el Gobierno le
apunta al bolsillo del productor, el control que pretende ejercer ocurre demasiado temprano y cuando lo hace
en las góndolas, ocurre ya demasiado tarde.

Otros factores
Frente a esa compleja situación no es consistente sostener que el control de precios resuelve el
problema de la inflación ni que garantiza la seguridad alimentaria, como tampoco lo es pensar que una
reducción drástica del déficit fiscal o de la emisión monetaria lo resolverá automáticamente, como sostiene
una y otra vez el mainstream económico.
Juegan, por cierto, otros factores muy variados e igualmente importantes: la intensidad de la puja
distributiva, los arreglos salariales, la velocidad de circulación del dinero en relación con la expansión de la
oferta de bienes, el cálculo de las expectativas, la recomposición de la demanda de dinero, las condiciones
externas, la evolución de los precios de los bienes transables. Y, sobre todo, juegan los diversos instrumentos
a los que se acude para resolver las tensiones emergentes de intereses y demandas en permanente
contradicción en una sociedad. Sobre esto último, la política tiene mucho más para decir que la
economía.
Tres rasgos de suma importancia caracterizan al actual momento que atraviesa la sociedad argentina:
fractura del diálogo democrático, titularidades enfrentadas y alimentos inaccesibles para amplios sectores de
la población.
Frente a la cerrada resistencia de los grupos más concentrados de la economía a negociar una mejor
distribución del ingreso o una ampliación de derechos, queda expuesto uno de los problemas más urgentes
y complejos que deberá enfrentar el Gobierno en los dos años de mandato que aún tiene por delante:
el dilema acerca de cuánto de su voluntad política está dispuesto a poner en juego -lo que significa tensar la
cuerda del conflicto con las elites dominantes- a cambio de garantizar que haya suficiente comida en la mesa
de cada familia.

(*) Politólogo (UBA) ruben.achdjian@gmail.com


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