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Un federalismo de confrontación
Las relaciones financieras entre el Gobierno Nacional y las provincias han sido, desde
siempre, motivo de permanentes conflictos. De hecho, durante casi todo el Siglo XIX,
la historia de las instituciones políticas argentinas se resume en la historia de las
sucesivas disputas por el control y la apropiación de los recursos fiscales.
En las últimas semanas estos conflictos dejaron atrás su estado de aparente latencia
para convertirse nuevamente en una cuestión de primer orden. El pasado 23 de enero,
los gobernadores peronistas se reunieron en San Juan y allí plasmaron un documento
de tono crítico. Luego de un brevísimo momento inicial caracterizado por los gestos
amables hacia el nuevo Gobierno, los mandatarios provinciales peronistas
endurecieron su discurso de cara a una confrontación que, a grandes rasgos, ya está
planteada. El texto surgido de aquella reunión fijó un modelo de federalismo fiscal
bastante preciso que los gobernadores del PJ intentarán imponerle a la administración
de Mauricio Macri.
PRIMERAS TENSIONES
¿Cómo fue el tránsito desde aquel primer momento de entendimiento a este otro de
confrontación? El 12 de diciembre, transcurridas apenas cuarenta y ocho horas desde
la asunción de su mandato, el Presidente mantuvo su primera reunión plenaria con los
gobernadores. La opinión general sobre ese primer encuentro fue calificada como
positiva. Más allá de las peticiones particulares que plantearon los gobernadores,
quedó claro que ninguno de ellos estaba dispuesto a tolerar el método tradicionalmente
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empleado por distintos gobiernos nacionales de recurrir al uso discrecional de los
recursos federales para disciplinar a los gobernadores renuentes a acompañar sus
políticas. Pero pocas semanas más tarde el Presidente firmó dos decretos que
pulverizaron el clima de entendimiento hasta entonces existente entre el Poder
Ejecutivo Nacional y los gobernadores.
LA DISCUSION (ETERNA)
Frente a este nuevo escenario, los gobernadores peronistas resolvieron en San Juan
pasar a la confrontación abierta y aumentar la apuesta. Ya no se trataba de la
devolución del 15% sino de discutir “desde cero” una nueva ley de coparticipación en
su ámbito natural: el Congreso Nacional.
Por supuesto, la discusión de esta ley deberá esperar a la apertura de las sesiones
ordinarias del Congreso, pero en el ínterin, los ministros de Hacienda provinciales
intentan negociar un plan para la devolución de los fondos que actualmente se derivan
a la Anses. El fracaso de una solución negociada llevaría a la judicialización masiva del
conflicto, una salida que tanto la Nación como las provincias buscan evitar a toda costa.
El juego político que gira en torno al régimen de coparticipación no es, por cierto,
sencillo de resolver por varias razones.
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pastel le corresponderá al Estado Nacional, por un lado y a las provincias en su
conjunto y a la CABA, por otro, y (c) la distribución secundaria que fija el porcentual
que le tocará a cada provincia respecto de la porción de pastel previamente repartida
en la distribución primaria.
Es obvio que una instancia arrastra a la otra por efecto de cascada. Si el pastel es
demasiado pequeño –por decisión del Fisco federal de no incluir en él ciertas fuentes
tributarias de especial interés para las provincias– la negociación por las posteriores
distribuciones (primaria y secundaria) se hará más intensa e impredecible por varios
argumentos.
EL JUEGO DE LA COPA
El futuro formato de la distribución primaria será muy complejo de resolver si el
Estado Nacional no admite reducir su actual participación en el reparto. Cuando se
sancionó el régimen vigente, en enero de 1988, la Nación debía percibir el 42,34% de
los fondos más el 1% en concepto de Aportes del Tesoro Nacional (ATN) administrados
por el Ministerio del Interior. En aquel momento existían 22 provincias, la CABA no
gozaba de autonomía y la gestión de la salud pública y de una parte de los servicios
educativos aún eran una responsabilidad federal. El rechazo de los gobernadores al
incremento del porcentual de la CABA en el sistema de reparto -aun cuando la medida
en sí no disminuye lo que sus provincias perciben- puso en evidencia que, en lo
inmediato, ellos no aceptarán que el Gobierno disponga motu proprio ninguna
alteración unilateral del actual esquema y que, de cara al futuro, pretenden una
reducción sustantiva de la porción que percibe el Estado Nacional para mejorar la
participación relativa de todas las provincias, y no solo de la que percibe la CABA.
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Para agregar mayores elementos de complejidad a toda esta discusión recordemos que
la Constitución reformada en 1994 estableció que la labor legislativa del nuevo régimen
de coparticipación tuviera origen en el Senado, una instancia donde el bloque de la
coalición Cambiemos se encuentra en incontrastable minoría, una incómoda posición
que se mantendrá durante todo su mandato.
Los hechos que suceden en estos días apenas marcan el comienzo de una compleja y
agobiante negociación cuyos resultados nadie puede hoy predecir con certeza.
Dos décadas de frustraciones muestran que gran parte de la complejidad que encierra
la sanción de una nueva ley de coparticipación radica en el propio diseño legal pensado
en su momento para sostener el régimen vigente. Hasta el momento, el “juego de la
copa” ha estimulado a los actores a competir antes que a cooperar.
Para evitar una nueva frustración, esta salida requiere de una enorme capacidad de
imaginación de todos los actores implicados para que no vuelvan a jugarlo del mismo
modo en que lo hicieron en el pasado.
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