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Formas de abrazar a un fantasma

Laura Destéfanis
24 de agosto de 2023

Se dice que el biodrama es un género nacional, un aporte de “nuestra literatura” a las artes
universales. Otro de los inventos argentinos: el dulce de leche, la birome, la picana… el
biodrama. Vengo de la ANTIVISITA / Formas de entrar y salir de la ESMA y me pregunto por
qué la literatura argentina necesitó escribir dramaturgia de posdictadura en modo
testimonial, esto es: poner el cuerpo y la voz para contar la propia vida a un público de
cuerpo presente. Me pregunto cuáles fueron las necesidades que llevaron a una sociedad a
producir esos inventos. Repaso, imagino, recreo. Lo del dulce de leche viene recargado de
un aire legendario; se dice que fue la mulata que servía en casa del caudillo quien, en una
distracción, dejó quemar la leche azucarada al fuego. Pienso en el terror de esa mujer ante
la reprimenda del amo y en los siglos de sabiduría esclava marcados a hierro en su ADN
que la habrían llevado a sacar provecho hasta de las piedras, basta echar un vistazo a la
gastronomía nordestina y el libro de la Historia Nunca Escrita queda abierto a cada golpe
de cuchara. ¿Qué más? La birome. Ese invento nacionalizado argentino y que nos permite
escribir arltianamente, esto es, bajo toda circunstancia: quién no ha empuñado, ley 1420
mediante, una de esas, aunque más no sea en su versión trucha de venta callejera. Más
nacional, imposible. Larga vida a la BIC y larga muerte a esa invención del hijo del prócer
de las letras, el comisario Lugones, casi un emblema del matadero. Hacia allá vamos.
El biodrama reclama, en tiempos de posverdad, que aun cada resquicio de la ficción
se llene de garantías. Pienso en entrar a la ESMA: la posibilidad de esa última democracia
que me llevó de visita a un lugar impensado. A mí, que no me cabía en la cabeza el horror
de hacer un tour por los campos de la Mitteleuropa nazi. La ESMA es el antro que
pulverizó subjetividades, la de quienes nos precedieron en la lucha que nos parió. Pero
¿quién sale de ahí? Los imposibles números ‒a los que ya hizo referencia, claro, Martín
Kohan (2021)‒ arrojan la cifra de cien sobre cinco mil personas secuestradas entre quienes
salieron con vida. ¿Salieron? Vuelvo a Mariana, a esas “formas” que nos propone en modo
ANTI y a la deriva experimental del arte y su posibilidad de exorcizar fantasmas. A ellos, a
los nuestros, primero habrá que abrazarlos como lo venimos haciendo desde aquella
primera pregunta: “mamá, ¿qué son los desaparecidos?”, pregunta que ‒ cuenta Mariana
(2012)‒ ella nunca tuvo que hacerse. Había tres que la habitaban. Que le reclamaban (oh
eternos espectros) una venganza en forma de búsqueda. El niño, ese fantasmita-hermano
que en su relato crecía a su lado, abandonó la evanescencia de su sábana blanca veinte
años más tarde (y como sabemos no fue sin desdicha; vid. Gamerro, 2015). Pero esa es otra
historia, bastante al margen del relato que evoca esta reseña. Porque la ANTIVISITA fue
escrita para salir en busca de su madre, de su padre, de los restos de un naufragio que se
completan en el rito de cada puesta: la del miércoles 23 de agosto de 2023 contó con la
presencia de una tía, prima de su mamá y madre de la prima que la acompaña en escena
(¡ay!, el juego de espejos…). La non-fiction entra directo a la performance: la tía aportó un
recuerdo que es también ya parte del aire.
Aún no consigo salir de ese anti-“show” codificado en el paratexto: ANTI-VISITA.
Lo sé, porque estuve ahí en la (polémica pro)puesta en escena en el Casino de Oficiales,
que hay un disgusto en Mariana análogo ‒salvando toda distancia‒ al que a mí me
provocaban los relatos de visita a lugares que son cifra del horror: Auschwitz,
Mauthausen, Birkenau, la ESMA. ANTI es una declaración de principios y a buenos
conocedores, sobran las palabras que Mariana dedica entre líneas a la museificación
estatal de una historia que alberga parte de su biografía. A poco de ingresar al
espacio-fantasma (si estamos tan habituados a vivir entre cuerpos ausentes y falsas
verdades del periodismo por qué no habríamos de suspender la incredulidad de asumir
que estamos en el edificio de avenida del Libertador) todo es un juego de dobles, como en
Los rubios (Carri 2003), como en Los topos (Bruzzone 2008), como en cada “testimonio
enrarecido” (Bruzzone en Alba 2018) y en la hipótesis posdic del dos pero uno muerto
(Drucaroff 2011): Mariana, que es otra y ella misma, nos lleva de la mano por ese lugar que
conocemos bien (hayamos estado o no es parte de nuestro imaginario. Enumeremos:
ESMA, La Perla, Campo de Mayo, Pozo de Quilmes, Pozo de Banfield, Vesubio, Olimpo,
La Escuelita, Puente 12...). Mariana explica el roce de los grilletes en las escaleras y, como
en un cuento de terror, nos resulta tanto mayor la angustia de proyección in absentia que la
materialidad de la verdad revelada: no saber del todo cómo fue, no tener un cuerpo al que
duelar, recorrer un edificio fantasma, habitar un relato
social-grupal-familiar-personal-íntimo hecho (a) pedazos. Arriba aguardan las fotos, por si
cupieran dudas sobre las tintas que carga el biodrama. Mariana las va pegando por las
paredes y con ellas configura una historia. Su voz se oye firme pero las manos de Antígona
tiemblan al rozar las paredes.
Con los abuelos llega un respiro: se nos invita a acomodarnos en una sala de
proyección y ese modo de la ficción dentro de la no-ficción nos mantiene un rato a salvo
de los fantasmas. Porque en las fotos que vemos en pantalla son casi todos muertos de
cuerpo presente, a excepción de una tía, espectadora ella misma en la sala, y de la abuela
que hizo las veces de madre: Rosita Roisinblit, Site, la legendaria vicepresidenta de
Abuelas, mamá de su mamá Patricia Julia Roisinblit y abuela de todos nosotros, acaba de
cumplir 104 inclaudicables años. En el apellido habita también aquel otro terror, ese doble
de la Historia: el Gilman original es ocultado en la huida de los pogroms, con fuga hacia
Argentina, el país de acogida.
La particularidad del texto-espectáculo de Mariana Eva Pérez es la con-fusión
entre la narración de la propia vida y la de sus ancestros pero muy especialmente la de su
mamá, en quien se hará foco a partir del momento en que el Estado argentino las
desapareció a ambas. Patricia tenía veinticinco años y estaba embarazada de ocho meses;
Mariana sólo tenía un año. Hay una segunda escena inenarrable: Mariana señala a
bambalinas para indicar cómo se va su madre, cómo la ve irse con el bolso marrón que
había preparado para su segundo parto en un último recuerdo mediado por el relato de
una compañera que la sobrevive. Así de frágil puede ser una biografía cuando la fortaleza
que se hereda es proporcional a ese abismo. Así de espectral.
De esa imagen de Patricia yéndose que todos fuimos capaces de ver nos saca esta “visita
guiada experimental” mediante el truco de un retorno hacia los años previos a la masacre.
Compartimos la escucha de un demo y emerge la figura del papá de Mariana, José Manuel
Pérez Rojo, músico de esa banda de rock que había formado con amigos del barrio de
Caseros. Pronto sabremos que el cantante también está desaparecido. Eran muy jóvenes,
tanto más que la protagonista ‒y autora‒ de este biodrama. Sin embargo, mucha vida y
tantos proyectos habían tenido antes de que bajara el telón de la clandestinidad que ahora
la música vuelve a levantar. Y así flotan nuevamente en el aire, como el incienso que arde
en escena. Acaso este exorcismo nos lleve hacia una salida, aunque sepamos que de
algunos lugares no se vuelve Nunca Más.

Referencias

Alba, L. (2018). “Félix Bruzzone: ‘Los Topos es un testimonio enrarecido’”. Sonámbula, 22


de junio de 2018. Disponible en:
https://sonambula.com.ar/felix-bruzzone-los-topos-es-un-testimonio-enrarecido/ [Fecha
de consulta: 24 de agosto de 2023].

Bruzzone, F. (2008). Los topos. Buenos Aires: Mondadori.

Carri, A. (2003). Los rubios. Argentina.

Drucaroff, E. (2011). Los prisioneros de la torre. Buenos Aires: Emecé.

Gamerro, C. (2015). “Volveré y seré ficciones”. Disponible en:


https://revistaharoldo.com.ar/nota.php?id=66 [Fecha de consulta: 24 de agosto de 2023].

Kohan, M. (2021). “¿Querés saber por qué decimos que son treinta mil?”. Disponible en:
https://www.facebook.com/watch/?v=2551963698438878 [Fecha de consulta: 24 de agosto
de 2023].

Pérez, M. E. (2012). Diario de una princesa montonera: 110% verdad. Buenos Aires: Capital
Intelectual.

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