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crónicas de una muerte agazapada

Crónicas de una
Muerte Agazapada
Bolero de Sangre
El Último Cuplé del Emperador

Iván Vera-Pinto
iván vera-pinto

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crónicas de una muerte agazapada

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Crónicas de una Muerte Agazapada


Iván Vera-Pinto Soto

ISBN 978-956-302-056-4
Bolero de Sangre. Registro Propiedad Intelectual Nº171434
El último cuplé del Emperador. Registro Propiedad Intelectual Nº171435

Edición, Diagramación y Estilo


Miriam Salinas Pozo

Secretario Ediciones Campvs


Pedro Marambio Vásquez

Impresión
Hernán Jeraldo Jorquera

Compaginación
José Castillo Jara

Imprenta Universidad Arturo Prat

Ediciones Campvs
Universidad Arturo Prat
Av. Arturo Prat 2120
Fonos 57-394 382 / 394 272
Iquique. Región de Tarapacá
Chile
Julio, 2008

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crónicas de una muerte agazapada

Crónicas de una Muerte


Agazapada

Bolero de Sangre
El Último Cuplé del Emperador

Iván Vera-Pinto

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ÍNDICE

A modo de Epitafio............................................................................................... 9
Presentación.........................................................................................................13

Crónicas de una Muerte Agazapada


Bolero de Sangre.................................................................................................15
El Último Cuplé del Emperador.....................................................................51

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A modo de epitafio

Algo de seducción debe tener la muerte. La reflexión que realizamos


sobre ella es la que en última instancia nos distingue de los otros seres vivos.
Ya sea como propuesta de humor, los velorios son los lugares donde la
gente ríe más. El texto que vamos a leer no es una excepción. En todo caso,
hay un delgado hilo que une al humor y el dolor. No en vano Groucho
Marx dejó como legado su epitafio: “Perdonen que no me levante”. El
humor, ya lo sabemos sirve para soportar las situaciones más trágicas. Y la
muerte es una de ellas.
Los textos de Iván Vera-Pinto, huelen a muerte, pero con banda de
música. Hace tiempo que la música popular (más allá de lo que eso significa
y quiere decir) viene revalorándose, sobre todo en el teatro. Sin pretender
hacer historia de su presencia en el teatro chileno, hay que remontarse a
“La Pérgola de las flores” y a “La Negra Esther”, por sólo nombrar a las más
vistas. En este caso, el bolero y la rutilante y eterna figura de Sara Montiel,
le sirven a Vera-Pinto para crear situaciones, llamar fantasmas, inventar
locaciones. Y eso no es gratuito, nuestro autor es gran consumidor de
música. Los autores solemos poner en escena, camufladas o no, nuestras
pasiones.
Pero la muerte tiene un tránsito. A Primo Levi le preguntaron
si le temía a la muerte. Y dijo que no. Le teme al sufrimiento. El autor
de “Si esto es un hombre” sobreviviente del campo de concentración de
Auschwitz, hablaba con razón. Sabía lo que era la tortura. “Comer, volver
y contar” era el trío de palabras que le permitió sobrevivir. Los chilenos
sabemos de eso, aunque con razones que no logro entender, nunca hemos

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hecho la conexión entre el holocausto nazi con la dictadura de Pinochet.


Y eso que para los nortinos Pisagua fue nuestro Auschwitz. La tortura, ese
acto que pone en duda el dogma de la Ilustración al afirmar que la bondad
es algo natural en el ser humano, sigue siendo un tema de marca mayor.
Más allá de lo macabro que resulta, vale a pena preguntarse el porqué de
su práctica. ¿Por qué Guantánamo? Pero, a nuestro autor, no le gustan las
respuestas cerradas, y sobre todo en este tema. Por ello con el oficio de
teatrista nos deja pregunta para la casa. Y es que el arte, en cualquiera de
sus manifestaciones es eso, reflexión, es poder sacar en el silencio de la casa,
algo que no es habitual, las lecciones de los casos.
La figura del “Emperador” un torturador que cree redimirse a través
de los recuerdos en busca de una madre que nunca tuvo, o que bien perdió
por el camino, le sirven a Vera-Pinto para actualizar, sin poner fechas ni
situaciones, uno de los más grande dramas de nuestra vida como sociedad.
La voz y figura de Sara Montiel opera como esa madre que a través de la
película “El último cuplé” lo remite a esa infancia donde todo pasado fue
mejor. Un tema, el de la tortura, de la dictadura, de la delación, entre otros
que nunca debemos olvidar.
El bolero con su inmensa geografía que Juan Podestá nos ayudó a
desentrañar, le sirven a Iván para reconstruir la memoria popular tomando
como hilo conductor un bar. Tenga el nombre que tenga, al fin de cuentas,
todos los bares son iguales, sólo cambian su escenografía, estos lugares
esconden y muestran un estilo de vida que se estrena cada vez que el sol
se pone. Llámese “El Dándalo” o “El Genovés” (me temo que hemos
perdido “El Democrático”) lo que importa es poblar esos lugares de luces
y de sombras como el bolero de Solís cuyo nombre de pila es Javier.
Con Iván nos une una larga amistad. Pero no voy a hablar de eso
aquí. Sólo referir que su relación con el teatro proviene de los años 60. Y es
una relación, la que lleva con el grupo “Expresión”, de amor casi enfermizo.
Y digo “casi” para no realizar una patología de una actividad que implica
tener un pie en la tierra y otro en el cielo. Una cosa es la locura y la otra es

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la enfermedad. Pero más allá de lo anterior, hay que resaltar la pérdida del
pudor de nuestro autor. Y es que publicar implica un acto de nudismo que
no todos están dispuestos a realizar. Felizmente lo ha hecho y ha pasado a
aumentar la densidad dramáturgica de nuestra alicaída actividad cultural
iquiqueña.
Estas dos obras primas hermanas entre sí: la vida y la muerte, con
sus singulares acentos puesta en escena nos revelarán aspectos de nuestra
sociabilidad, de nuestros afectos y miserias. Y quizás de una u otra
grandeza.
Bernardo Guerrero Jiménez

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Presentación

“La muerte es un castigo para algunos,


para otros un regalo, y para muchos un favor”
Séneca

Desde hace mucho tiempo me ha sugestionado la absurda y espantosa


figura de la muerte. Esa impía y sigilosa compañera que es capaz de
darnos una súbita puñalada a todas nuestras ambiciones, utopías, sueños,
pasiones, placeres y hasta la necia ilusión de la vida eterna. Pero a pesar
de esta funesta percepción, debo reconocer que las personas que tienen
la amarga posibilidad de palpar su cercanía, instintivamente, proyectan
una mirada de recogimiento hacia su interior, con todas sus verdades y
ocultas realidades. Habitualmente, quienes yacen en lecho de la muerte
generan, angustiosamente, los pensamientos y las imágenes más auténticas
y humanas de sus existencias; puesto que en ese trance no hay poder ni
nada que pueda detener el trágico desenlace.
Cuando decidí escribir las dos obras que contiene este volumen lo
hice a partir de una idea eje: la muerte; obviamente, matizada de verdad y
ficción. En esa línea nació”Bolero de Sangre”, pieza que pretende develar
las historias de reconocibles personajes de una desaparecida cantina,
quienes después de su fallecimiento continúan fantaseando o”penando”en
una dimensión irreal y fantasmagórica. Día tras día -como en un ritual-
estos despojados seres se reúnen en un espacio etéreo, para llevar a cabo
la catarsis de sus vidas que pudieron haber sido y no fueron. El discurso
surrealista se tiñe de humor negro y música de bolero; dos efectivos medios
que permiten devanar tiempos inefables, tiempos de deseos y pasiones
brumosas.

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La otra creación,”El Ultimo Cuplé del Emperador”, reflexiona sobre


la tortura, práctica tan violenta y alejada de toda belleza humana que, sin
embargo, es una fuente inagotable para muchos artistas y literatos; quienes,
constantemente, elevan sus voces de denuncia frente a las atrocidades que
se cometen desde el poder de cualquier Estado. Parafraseando al maestro
de teatro argentino Eduardo Pavlovsky”Las dictaduras, a veces, cuando
no matan estimulan la imaginación. Las democracias multinacionales
de mercado, en cambio nos vuelven anémicos, como grupo cultural
transformador...Ya no corremos peligro. Tenemos la cabeza a medio
privatizar”.
Aunque muchos reprobemos el terror, el dolor y la sangre; no
obstante, estimo que es un deber social escribir sobre la tortura. Si bien nos
asusta todo lo que nos relatan sobre lo que ha ocurrido en nuestra historia
y, lo que es más terrible, que sigue ocurriendo en muchas latitudes; a pesar
de aquello, tenemos que tratar de impedir, con nuestra creatividad, que
siga reinando la impunidad.
El texto intenta hacer introspección a un torturador en la fase de
su decadencia final, en el crucial momento que agoniza, acorralado y
atormentado por dos enemigos silenciosos: el cáncer y la locura. El lenguaje
brutal y mordaz permite auscultar la subjetividad del criminal, su sombría
vida privada, los dolores que arrastra desde su infancia, su incapacidad de
amar y sus perversiones más recónditas.
En ambas anécdotas la muerte se presenta agazapada, sedienta
y amenazante, esperando dar un zarpazo para desgarrar la piel de los
personajes y dejar traslucir la carne viva; con sus fulgores y sombras, con
sus pasiones y miserias.
El autor

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“BOLERO DE SANGRE “
(Fue lo que pudo haber sido y no fue)

PERSONAJES
Arturo: 60 años

Rubelinda: 58 años

Carolina: 25 años

Heriberto: 26 años

Guitarrista 1: No tiene edad

Guitarrista 2: No tiene edad

(La acción transcurre en un espacio indefinido. La atmósfera es fantasmagórica.


Algunos muebles de lo que fue una cantina. Al empezar la obra se escucha un
saxo triste interpretando el bolero de Bobby Capó “Poquita Fe”, luego la melodía se
fusiona con la voz y el sonido de las guitarras, ejecutadas por dos hombres vestidos
rigurosamente de negro y de expresiones dramáticas. En penumbras se ven las siluetas
de los demás personajes. Al terminar el tema musical los guitarristas se miran
lúgubres, luego de sus bolsillos sacan grandes pañuelos y secan unas imaginarias
lágrimas. Dejan sus guitarras en una mesa y levantan unas copas de vino, con ellas se
dirigen al público y beben después de cada intervención).

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Escena I
Llanto de Cocodrilo

Guitarrista 1: Esta noche estamos reunidos para conmemorar un año


más de la desaparición de la cantina con más tradición en
este puerto, me refiero a “Poquita Fe”.
Guitarrista 2: “Poquita Fe”, nombre que repiquetea a triste esperanza y
manipulada caridad.
Guitarrista 1: Y aunque el tiempo pase y convierta en polvo los recuerdos,
tengo la certeza que desde los escombros volverá a surgir
ese viejo rincón donde muchas veces borrachos salimos a
perseguir la madrugada.
Guitarrista 2: Porque usted debe saber que quien pierde la fe ya no puede
perder más.
Guitarrista 1: Estas viejas añoranzas que arden en melancolía, siguen
su camino con la perversa intención de removernos
algún enrollado recuerdo y así hacernos llorar a “moco
tendido”.
Guitarrista 2: Y no olvide que en la fe no hay espacio para la desesperación
ni el llanto de cocodrilo.
Guitarrista 1: Por esta apasionada aspiración de querer ver lo que
no existe, mi corazón se reanima y vuelvo esta noche a
encontrarme con aquella cantina en donde el hígado no
existía y el humo era libre.
Guitarrista 2: (Mirando al otro) .Compañero, parece que hay demasiada
congoja en este vino y resaca de todo lo bebido.

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Guitarrista 1: Tienes razón, las copas nos hacen resurgir sepultadas


historias escritas con sangre, con tinta sangre del corazón.
Guitarrista 2: Cualquier palabra más que digamos es igual a estar
ausente.
Guitarrista 1: Es mejor disfrutar en silencio los brumosos sueños que
cuelgan de la pared del recuerdo. Compañero, en esta
hora de la ceniza es necesario buscar un pecho fraterno.
¿Bailamos?
Guitarrista 2: Sí, bailemos (Bailan. Se vuelve a escuchar en saxo
interpretando el bolero “Poquita Fe”. Se va extinguiendo
la luz del cenital).

Escena II
Engaños y Desengaños

Carolina: (Junto a la mesa de Arturo). Don Arturito, usted como


siempre tan puntual para llegar a su cita.
Arturo: Por supuesto, si tú me dices ven lo dejo todo. Si tú me
dices ven será todo para ti.
Carolina: (Ríe). ¡Qué buena labia tiene!
Arturo: Esta es la ruta que estaba marcada. Sigo insistiendo en tu
amor que se perdió en la nada.
Carolina: Siga esperando no más. Usted sabe que aún muerta
sigo casada, así por lo menos dice mi madre. Aunque
debo confesarle que en vida me hubiera gustado haber
tenido un compañero romántico y florido para hablar.

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Lamentablemente estuve amarrada con un tipo bruto que


nunca estuvo a mi lado.
Arturo: No te quejes, por lo menos él tenía un sueldo seguro y
ayudó a tu madre. En cambio para qué me sirvió a mí ese
romanticismo añejo. Para nada. Carolina, recuerda que en
esos tiempos todos vivían con el alma fría. Lo único que
les interesaba era el dinero. Tal vez ellos murieron antes
que nosotros y ahora están en el infierno. Ellos no tenían
corazón porque se les había terminado desde hace tiempo
el deseo de amar.
Carolina: Don Arturo, esa ausencia de amor también la viví en carne
propia.
Arturo: Probablemente también te diste cuenta que sin un amor la
vida no se llamaba vida. Sin un amor el alma vive derrotada,
desesperada en el dolor, sacrificada sin razón. Sin un amor
no tenemos salvación.
Carolina: Siempre me acuerdo que usted mucho hablaba del amor.
Pero después que su mujer lo dejó, nunca más lo vimos
con otra pareja.
Arturo: No me hables de aquello que me trae malos recuerdos.
Ahora, en este rincón de muertos, menos necesito de la
compañía de una mujer. Únicamente me basta mis dos
fieles amigos: el vino y los boleros. (Canta “La Puerta”, de
Luís Demetrio). “La puerta se cerró detrás de ti. Y nunca
más volviste a aparecer. Dejaste abandonada la ilusión que
había en mi corazón por ti” (Rubelinda le hace una señal
a Carolina para que le traiga algo de comer a Arturo.
Carolina asiente)
Carolina: Don Arturito, arriba el ánimo, no se me ponga triste como
antes. Le traigo de inmediato algo rico para que coma y
calle. (Sale).
Arturo: (Soliloquio). Pasaron desde aquel ayer ya tantos años,
dejaron en su gris correr mil desengaños (Al darse cuenta

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que no hay música, grita) ¡Qué pasa con “Los Inolvidables”!.


¿No van a seguir cantando?
Rubelinda: Don Arturito ya no existe “Los Inolvidables”. Hace mucho
tiempo que desaparecieron. Quién sabe dónde estarán.
Arturo: Pero recién los escuché cantar “Poquita Fe”.
Rubelinda: Es el eco que nace de estas paredes angustiadas. Son las
voces de las almas pérdidas que nos acompañan en nuestra
última morada. (Ambos se miran con resignación). Pero no
se preocupe aún me queda algunos discos de boleros que
no los devoró el incendio. ¿Qué quiere escuchar?
Arturo: A ver, tiene algún disco del inmortal José Alfredo
Jiménez.
Rubelinda: Creo que sí (Busca en una maleta y saca un disco. Va y lo
coloca en un .tocadiscos antiguo. Se escucha el tema “Pa´
todo el año” José Alfredo Jiménez. Carolina vuelve con un
plato de comida y lo coloca en la mesa de Arturo).
Carolina: Don Arturito aquí tiene la especialidad de la casa para que
picotee. Como siempre está como usted le gusta: frito con
el aceite quemado de un año.
Arturo: (Sonríe). Gracias. Total en el patio de los callados la comida
chatarra ya no me puede hacer mal... (Carolina se ríe y sale
de escena).
Rubelinda: (Se acerca a la mesa de Arturo con un libro de contabilidad
medio quemado). Don Arturo, no le molesta que le haga
compañía, aquí se está más cómoda.
Arturo: (Toma un diario). Está en su casa, doña (Rubelinda le sirve
vino a Arturo. Mira el libro de contabilidad. Silencio breve.
Los diálogos de ambos personajes no estarán conectados en
esta escena).

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Rubelinda: ¡Aquí está la madre del cordero! ¡Está más claro que el
vino tinto! Estas deudas fueron la causa que terminaron
por volverme loca.
Arturo: (Lee). Sin discursos, pero con muchos recuerdos fue
despedido en la tarde de ayer Arturo Martínez, popular
cantante de boleros de la bohemia de este puerto.
Rubelinda: En esos días estaba desesperada. Los intereses de la
financiera sepultaron mis últimas ilusiones.
Arturo: (Lee). Ante familiares, escritores, pintores, músicos,
amigos y antiguos parroquianos de la desaparecida cantina
“Poquita Fe”, el diácono realizó un breve acto litúrgico
que concluyó con las estrofas del canto “ yo les resucitaré
en el día final”.
Rubelinda: La culpa de todo la tuviste tú viejo de mierda. Me dejaste
empeñada hasta mis sacros huesos. Al final no pude
responder a los compromisos y “Poquita Fe” se fue a la
mierda.
Arturo: (Lee). Fue un acto simbólico, porque la cremación se
realizará después que la autorice un juez.
Rubelinda: Desgraciado, te hiciste famoso por mujeriego y viciosos
jugador. Puteaste tanto o más que Daniel Santos. Y
de pronto, en una noche traicionera, te dio el ataque al
corazón. Y ahí quedaste más tieso que Tutankamón. Tu
muerte fue de un solo tiro, como un disparo certero de un
francotirador de Al Qaeda.
Arturo: ((Lee). Quienes le vieron en las últimas semanas lo
consideraron como un ser solitario y tímido, que
últimamente presentaba fuertes síntomas de depresión e
incluso rasgos de un trastorno más severo.
Rubelinda: Fueron diez años de agonía y de huelga de hambre contra
el mundo. Fue un tiempo de quijotadas y de sacrificios.
De pactos y negociaciones con el demonio para evitar la

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catástrofe. Además, todas las noches no podía dormir,


tenía pesadillas por las deudas y por haber permitido que
mi hija perdiera la virginidad con ese “viejo verde”.
Arturo: (Lee). Su decisión de quitarse la vida, ingiriendo una copa
de veneno, fue recibida con asombro entre sus amistades.
Algunos cercanos comentaron que en vida fue un cantante
frustrado y un hombre que sufrió un duro desengaño
amoroso. Esta situación se agravó después de perder a
sus mejores amigos en el terrible siniestro ocurrido hace
algunos meses atrás en la cantina “Poquita Fe”, recinto
ubicado en el populoso barrio portuario.
Rubelinda: Viejo, te quería como a nadie te ha querido. Te adoraba
ciegamente como a Dios; te burlaste de mi amor y de mi
vida, te reíste de mi llanto por tu amor. (Con rabia). Fui
tu fiel compañera, prostituta y paño de lágrimas. Te di mi
vida y para qué: para sufrir sólo tormentos.
Arturo: (Deja el diario y proyecta al vacío). Quiero que sepas mujer
que es imposible seguir viviendo de esta manera; yo te
agradezco con toda el alma tu noble empeño y te prometo
sentirme fuerte cuando digas que no me amas, que es para
otro tu corazón.
Rubelinda: (Proyecta al vacío). Juro quitarme la vida para olvidarte,
pero prometo resucitar en tres días más, porque hay
amores que se vuelven resistentes a los azotes masoquistas
y a las balas pérdidas. (De la sombra aparece el Guitarrista
1, porta un cáliz.)
Guitarrista 1: (Con unción apostólica). Hermanos: Soy el oficiante mayor
de esta misa del olvido. Suministro el brebaje embriagador
para expiar las culpas escondidas y corregir los cuerpos más
torcidos de la vida. Perdono los pecados, sin imponer más
penitencia que el recuerdo eterno de lo perdido. Tomad y
bebed, esta es mi sangre sagrada. (Invita a beber a ambos.
El hombre lo hace con devoción y ella con placer. Aparece el
Guitarrista 2 y canta en tono sacro “La Copa Rota”, de José
Feliciano).

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Rubelinda: (Bebe). Licor mío, sangre de mi Dios, asesina a todas mis


soledades y desengaños.
Arturo: (Bebe).nLicor mío, llévame a morir entre siluetas que no
puedan caminar derechas y que balbuceen idioteces.
Guitarrista 1: Hermanos: En este templo donde nacen los mitos y
los héroes, quiero que se reconcilien con sus antiguos
fantasmas y pesadillas.
Arturo: (Mira a la mujer). Mujer impía: Te pido que te estrelles en
mi carne viva con la avidez suicida de un Kamikaze, para
que te quedes hundida en mis osamentas pérdidas.
Rubelinda: (Mira al hombre). Viejo cornudo: Quiero que en este
rincón infinito, en esta cantina donde mueren los valientes
y también los otros, seas el antropófago de mi dolor. No
olvides que el canibalismo es la forma más sublime del
amor. Por eso ven, no esperes más. Muerde mi boca y mi
lengua envenenada para acabar con mi sufrimiento (Se
besan con dolor).
Guitarrista 1: Ahora hermanos, vayan en paz, les absuelvo en nombre de
Chivas Regal y el espíritu de Bacardi. Amén. (La luz se
extingue).

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Escena III
Piel Ardiente

(Se ilumina otra área. Heriberto se encuentra en ropa interior. Carolina busca
algunas ropas entre varias cajas).

Heriberto: ¿Es necesario que me quede así en pelota?


Carolina: Por supuesto, aquí hay tanta ropa que tienes que probarte
todo. Recuerda que los mozos siempre deben lucir limpios
y ordenados.
Heriberto: Bueno, si tú lo dices, así será.
Carolina: (Le pasa un pantalón). A ver pruébate cómo te queda
este pantalón. (El se coloca el pantalón y ella le cierra la
cremallera) Se te ve bien el “paquete”.
Heriberto: Te gusta aprovecharte de la ocasión.
Carolina: ¿Por qué lo dices? (Buscando una chaqueta).
Heriberto: Es que no te da vergüenza mirar y tocarme.
Carolina: Y qué nuevo voy descubrir de lo que ya conozco.
Heriberto: Y cómo sabes (Le toma el trasero)
Carolina: (Enojada). ¡Mierda! Cometiste un grave error. ¡Toma!
(Le aprieta con la mano los genitales).
Heriberto: (Grita) ¡Aaaaay! ¡Chucha me cagaste el cabeza de ajo!
(Cae sobre las cajas)
Carolina: El trabajo que te dimos no incluye toqueteo. Este no es
un café con piernas. Sólo yo puedo tocar. (Como ve que

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no se levanta por el dolor se acerca preocupada). ¡Levántate!


Además de caliente eres más gritón que corneta de
cumpleaños. (El muchacho se sigue quejando de dolor).
¡Cresta, parece que la embarré! Disculpa. ¿Te apreté muy
fuerte? (Le ayuda a levantarse, pero él la toma de los brazos
y la lanza sobre sí mismo. Se inicia una lucha lúdica. El la
besa y la acaricia. Ella al principio lo rechaza y luego cede).
¡Qué exquisito tu aliento! Hueles a muerto de siete días.
Heriberto: Tal vez más. Parece que me estoy descomponiendo por
dentro.
Carolina: (Imitando a una publicidad). Te voy a dar un consejo de
amiga: Para evitar tu aliento a tumba toma una fusión
de Cilantro, Malva, Llantén, Manzanilla, Encina, Anís,
Enebro y Acoro. O por último cómprate unos caramelos
de menta. (Con exagerada pasión). Ahora, sin abrir la
boca, bésame, con un beso enamorado, como nadie me ha
besado. (Se besan en los labios y en todo el rostro. De pronto
ella lo muerde en el cuello y escapa. El la sigue. Carreras por
el salón. Ríen y juegan. Aparece Rubelinda) .
Rubelinda: ¡Carolina! ¡Carolina!
Carolina: ¡Qué pasa! (Heriberto queda estático. Es invisible para
Rubelinda).
Rubelinda: ¿Dónde te metiste? Te estaba llamando desde hace rato.
Carolina: No pasa nada. Usted sabe que aquí en estas
sombras es muy fácil perderse. Bueno, la verdad…Estaba
buscando un vestuario para Heriberto.
Rubelinda: (Irónica). Así que estabas buscando un vestuario para
Heriberto. Pero si él ya no existe. Sácalo de tu tonta cabeza.
Deja en el nicho esos extraños juegos eróticos del pasado.
Además, estemos donde estemos, no olvides que estás
comprometida más allá de la muerte con el hombre que
una vez nos salvó la vida. Incluso en estas circunstancias
debes comportarte como una digna señora, casada por
la santísima iglesia católica. Pero, no sé lo que tienes en

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la “mollera”, nunca entiendes mis consejos. Tu viciosa


promiscuidad te persigue por todos lados, eso seguro lo
heredaste de los genes paternos.
Carolina: No me venga a comparar con el sinvergüenza de mi padre
que me dejó botada en mis primeras menstruaciones
y mucho antes que tuviera las mejores experiencias
incestuosas.
Rubelinda: De tu padre no voy hablar ni una sola palabra. Bien
chamuscado está en el infierno. Pero yo no me sacrifiqué
para criar a una puta de mala muerte. Así que mucho
cuidado con las palabras que escupas al aire, porque todo
lo que digas puede ser usado en tu contra. Ahora ponte
de inmediato cubos de hielo en tu sapo encantado y no
te muevas de mis faldas. (Grita, sin ver a Heriberto).
¡Heriberto! aborto de monasterio de abadesas, escúchame:
Antes de seguir molestando a Carolina, dedícate mejor
a limpiar los baños del mundo, deben relucir como un
trasero Mormón. (Rubelinda sale).
Carolina: (Al salir le pasa la mano por los genitales de Heriberto
estático). ¿Cómo está la cabecita de ajo? (Ríe a carcajadas.
Sale. Se va la luz).

Escena IV
Aunque me Duela el Alma

(Rubelinda, bebe amargada una copa de vino. Ingresan los guitarristas y se sientan
a su lado)

Guitarrista 1: ¿Qué le ocurre mamita? ¿Por qué tiene esa cara de


funeral?
Guitarrista 2: ¿Está amansando recuerdos con alcohol?

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Guitarrista 1: ¿Es el jote negro efervescente de carroñera que se le fue a


la cabeza?
Guitarrista 2: ¿Está haciendo un hoyo negro de su propia realidad?
Guitarrista 1: ¿Está paladeando el vómito del último trago?
Guitarrista 2: ¿Está en trance con los viejos fantasmas de amor que la
persiguen?
Rubelinda: Están hablando puras huevadas. Ustedes no saben lo
que representa para mí este boliche. Es toda una vida de
trabajos y sacrificios. Si lo hubieran visto cómo era en sus
mejores épocas. Aquí venían los “pijes”, hombres de billete
largo. Era la cantina más respetada de este puerto. Aún
recuerdo que los clientes me llamaban cariñosamente
“mamá Rube”. Eran otros tiempos, otros tiempos...
Guitarrista 1: Tiempos para contener el aliento.
Guitarrista 2: Tiempos para beber y engañar nuestros pobres destinos.
Guitarrista 1: Tiempos para soñar con la tristeza amarga del primer
trago.
Guitarrista 2: Tiempos para curar heridas de amores imposibles.
Guitarrista 1: Tiempos de copas vacías con huellas imborrables del ayer.
Guitarrista 2: Tiempos que ya no existen
(Suena un metalófono, emulando a un programa radial. El Guitarrista 1 adopta la
postura de un locutor conduciendo un concurso)

Guitarrista 1: Doña Rubelinda me escucha.


Rubelinda: Sí, lo escucho
Guitarrista 1: Primera pregunta de nuestro concurso: Dígame quién es
el autor de esta canción…

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Guitarrista 2: (Canta) “Reloj no marques la hora, porque mi vida se


acaba…
Rubelinda: ¡Roberto Cantoral!
Guitarrista 1: Muy bien. Nuestro programa “Seducción Latina”, le
entregará como premio diez discos compactos que reúne
200 canciones que no tuvieron éxito en los 100 años de
historia del bolero.
Rubelinda: Gracias, me servirán para ambientar la cantina en el día de
los muertos.
Guitarrista 1: Y aquí va la segunda pregunta: ¿Cuál es el título de esta
canción?
Guitarrista 2: (Canta). Mujer si puedes tú con Dios hablar, pregúntale
si…
Rubelinda: ¡Perfidia!
Guitarrista 1 ¡Sensacional! Se ganó una exclusiva colección del Reader’s
Digest, con la agónica voz de Javier Solís, grabada
precisamente en sus últimos días en la Clínica Santelena.
Rubelinda: Gracias, la pondré cuando me vengan a embargar el
negocio.
Guitarrista 1: Y vamos a la última pregunta. Si responde correctamente
se ganará un servicio mortuorio integral, incluido un
responso con boleros remasterizados por Luis Miguel.
Rubelinda: ¡Eso si que no! Juro por la estaca de Drácula que no podría
escuchar su pedante voz, pronunciada por sus dientes
separados.
Guitarrista 1: Es extraño que no quiera ganar a este tótem mediático.
Déjeme decirle que el paquete incluye sus yates, aviones,
viajes, novias e hijo legítimo.

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crónicas de una muerte agazapada

Rubelinda: No insista, soy escrupulosa. Le confieso que su canto me


provoca una náusea de nueve meses y un parto sietemesino.
¿Podría cambiarme el premio?
Guitarrista 1: ¿Y qué prefiere?
Rubelinda: Deseo los bigotitos recortados de Pedro Infante.
Guitarrista 1: Entiendo, usted se identifica con el símbolo de la rectitud
y el trabajo del mexicano pobre pero honrado. Está bien,
como nos ha caído simpática le pagaremos, incluso sus
deudas con el Fondo Monetario Internacional, si contesta
acertadamente.
Rubelinda: Estoy preparada para la prueba final. Le aseguro que
puedo incluso responder estoicamente el interrogatorio
más aberrante de Villa Grimaldi.
Guitarrista 1: Mucha atención. Por favor, cante en éste, su último minuto
de vida, sin titubeo ni pausas, la canción cuyo autor nos
cuenta la vida de un joven enfermo de tuberculosis, quien
comprendió que el amor por una joven era imposible y
tenía que actuar inmediatamente ante lo sano y hermoso
de ese mismo amor. Entonces escribió una hermosa página
de renunciación y profundo dolor que decía...
Rubelinda: (Canta “Nosotros” del Trío Los Panchos).
Atiéndeme, quiero decirte algo,
que quizás no esperes, doloroso tal vez...
Escúchame que aunque me duela el alma,
yo necesito hablarte y así lo haré…
(Suena el metalófono y se corta abruptamente el canto).

Guitarrista 1: Fue tal su desesperación por darle un poco de dignidad a


su vida y a su hija que intentó todo para salir adelante.
Rubelinda: Rezaba todas las noches. Me encomendaba a todos los
santos.

29
iván vera-pinto

Guitarrista 1: Daba pensión, lavaba ropa ajena, vendía dulces y helados;


incluso, hasta aceptó más de alguna ayuda interesada de
hombres de paso.
Rubelinda: Y aunque parezca esto un guión de rancia película
mexicana, puedo asegurar que la vida para una mujer sola
y que tiene únicamente sus manos para trabajar, es más
dura que la misma ficción.
Guitarrista 1: Aún me parece estar viendo la imagen de mamá
Rubelinda, soñando con un imaginario amor que nunca
llegó a tener. (Se escucha de una radio antigua la voz de los
Panchos, interpretando el tema “No Me Quieras Tanto, de
Rafael Hernández. De la sombra aparece el Guitarrista 2,
superponiendo su voz al del disco y baila con la mujer)
Yo siento en el alma,
tener que decirte;
que mi amor se extingue,
como una pavesa;
que poquito a poco,
se queda sin luz.
Yo sé que te mueres,
cual pálido cirio;
y sé que me quieres,
que soy tu delirio
y que en esta vida,
he sido tu cruz…
(La canción es interrumpida por sonidos de ambulancia, policía y bomberos)

Guitarrista 1: (Voz de locutor). Extra, extra, extra. Interrumpimos nuestra


transmisión para darle a conocer que en el populoso
barrio “El Triángulo de las Bermudas”, se produce en
estos instantes un gigantesco incendio. Se está efectuando
un llamado de comandancia a todas las compañías de
bomberos de la ciudad… (Rubelinda grita de dolor y su

30
crónicas de una muerte agazapada

cuerpo se contrae en el suelo como un ovillo. La música


queda pegada como un disco rayado. La luz se extingue).

Escena V
Torturas de Amor

(Carolina está sentada en el suelo de la bodega, fumando droga. La luz es tenue.


Entra Heriberto, enciende la luz y la sorprende. Ella esconde la droga).

Heriberto: ¿Qué estás haciendo?


Carolina: (Turbada). Qué te importa
Heriberto: (Se burla). Qué te importa. ¿Quieres que te traiga tu
ataúd?
Carolina: No pasa nada.
Heriberto: Podemos conversar...
Carolina: (A la defensiva). ¿Para qué?
Heriberto: Tal vez de algo sirva.
Carolina: No me vengas con sermones dominicales, ni hostias
vaginales, que ya me las he comido todas (Se levanta para
irse). ¡Chau!
Heriberto: (La toma del brazo). Ven, hablemos.
Carolina: (Provocativa). ¿De qué quiere hablar el lindo? ¿Quiere
que le apriete otra vez el “cabecita de ajo”.
Heriberto: ¿Por qué eres así?

31
iván vera-pinto

Carolina: Porque me gusta y punto (Otra vez intenta salir. Heriberto


la vuelve a tomar fuerte de los hombros. Forcejean. Ahora
ella lo abraza y besa).
Heriberto: Deja esa porquería, es por tu bien.
Carolina: (Agresiva). Si es por mi bien, entonces tendré que dejarlo
todo: la pasta base, el alcohol, el boliche, a la vieja, a mi
marido, al “consolador”, el Chat, a Dios…
Heriberto: (Tapa la boca de ella suavemente con su mano). Te acuerdas
que así nos conocimos.
Carolina: (Ríe) Sí. Y a los pocos días hacíamos el amor a toda hora
y sin condones. Teníamos relaciones en cualquier lugar y
ocasión.
Heriberto: Sí, me acuerdo. Fue muy cómico hacerlo en aquella mesa
donde alguna vez se había sentado un presidente.
Carolina: Más gracioso fue cuando hicimos el amor en la vieja
bañera. Tú te metiste primero y quedaste con las rodillas
en las orejas y el periscopio intentando asomarse. Y yo, en
cambio, quedé con el culo encima del tapón y con la llave
del agua en la nuca. Y entonces empezamos a movernos
desenfrenadamente. Y empezó la marejada (Hace sonido
guturales imitando al mar agitado). Aquello parecía “La
tormenta prefecta”
Heriberto: Y te acuerdas de esa noche que estábamos atendiendo
clientes. De repente nos miramos y nos pusimos
calentones.
Carolina: Y terminamos haciendo el amor en el baño.
Heriberto: Y tu pantalón no te bajaba, entonces te quitaste el zapato
para sacarte tu calzón.
Carolina: Todo fue muy rápido, pero excitante. Claro sí que con la
emoción perdimos de vista la zapato, de la cual no nos
habíamos ni percatado hasta que me comencé a vestirme.

32
crónicas de una muerte agazapada

Heriberto: Y tú no querías salir así del baño. Después de mucho


buscar encontramos tu zapato.
Carolina: En el fondo del water (Ríen). Éramos unos locos. Nos
deseamos infinitamente.
Heriberto: Fue un amor de carne viva y ardiente.
Carolina: Gracias a tu insaciable “cabeza de ajo” dejé la droga.
Heriberto: Gracias a tu “sapito calentón” me bañé una vez por
semana.
Carolina: (Ríe). Teníamos el mismo sentido de humor.
Heriberto: (Ríe). Sí, absurdo y negro
Carolina: (Pensativa). Cuántas anécdotas pasamos.
Heriberto: ¿Por qué te quedaste pensativa? ¿De qué te acordaste?
Carolina: Es que me vino a la mente la acostumbrada imagen tuya:
fría y distante. No se por qué después de hacer el amor te
ibas mentalmente de mi lado.
Heriberto: Tenía temor que tu madre nos descubriera.
Carolina: ¿Era eso verdaderamente?
Heriberto: Con sinceridad, no lo sé. Pero, te juro que no tenía nada
que ver con tu cuerpo, ni tu piel, ni tus pechos, ni los
rollitos de tu vientre y menos con el olor penetrante de tu
sexo. Lo que pasaba era que mi mente estaba en otra parte,
en un eterno viaje. Me sentía un joven enamorado de la
vida y deseaba volar como un pájaro por todo el mundo.
Carolina: Por eso te dejé ir. Aunque te quería como la arena quiere a
su playa, no podía cortarte las alas. Además, no te olvides
que yo estaba casada con el “hombre invisible”.
Heriberto: Nunca olvidé tus poéticas palabras en la despedida:
“Arráncame la piel de tu piel a besos”.

33
iván vera-pinto

Carolina: Eso lo aprendí de un bolero. Lo que no supiste es que


después de tu partida cayó la desgracia en “Poquita Fe”.
Heriberto: Sí, lo supe. Acuérdate que del peor suceso fui testigo
directo.
Carolina: Por esos días negros nubarrones cubrieron con sus sombras
nuestra mínima felicidad.
(Cambio brusco de luz y de intensión. Arturo irrumpe violentamente y arrastra
a Carolina de los cabellos. La mujer no emite ninguna voz de dolor. Heriberto, se
convierte en otro torturador. Trae un bidón grande de agua y le hunde la cabeza a
Carolina en el líquido).

Arturo: Quiero que desaparezcas de inmediato de mi mente.


Que te vayas de mi lecho y de mis sueños. Que no cantes
nunca más en tu ventana ni te me presentes desnuda en
las noches de sábanas húmedas. ¡Perra callejera! Aún
recuerdo tu voz angelical que me decía que se podía
estar enamorado de varias personas a la vez, y de todas
con la misma pasión, sin traicionar a ninguna, porque el
corazón tiene más cuartos que un prostíbulo. Y yo te creía.
Por tu culpa me convertí en un vagabundo de la noche
que te buscaba desesperadamente entre putas, chulos,
alcohólicos, dementes y nómadas desamparados. Y
terminé convertido en un monstruo crucificado de cabeza
por mis mejores amigos. Por eso vuelvo noche tras noche
para asfixiarte, para que nadie vuelva a suspirar por ti, para
que nadie quiera mirar tu cuerpo de hembra ninfómana.
(Grita). ¡Para que nunca más la historia vuelva repetirse!
(Arturo cae llorando al suelo. Transición. Heriberto levanta Arturo, lo sienta en una
silla y le amarra las manos en el respaldo del mueble. Ahora, Carolina, se transforma
en torturadora y Heriberto en su ayudante. La mujer se acerca a Arturo con un
instrumento eléctrico)

Carolina: (Provocativa). Mi precioso amor, quiero que comprendas


que todo lo que te haré es un acto patriótico y Dios sabe
que es para bien del país.

34
crónicas de una muerte agazapada

Arturo: (La mira desfalleciente). Comprendo, pero quiero que


sepas que tú eres la culpable de todas mis angustias y todos
mis quebrantos; llenaste mi vida de dulces inquietudes y
amargos desencantos.
Carolina: (Le acaricia el cuerpo con el instrumento eléctrico). Mi
tesoro, estarás aquí durante dos años y medio en cautiverio.
A lo mejor nunca seas acusado de ningún delito. Pero
igual serás torturado, humillado y violado. Finalmente, te
expulsaremos del país y te quitaremos la ciudadanía.
Arturo: Aunque me envíen a Guantánamo, estoy dispuesto a
quererte hasta enloquecer, de rogar por ti, de llorar por ti,
sin poder dormir, sin poder comer…
Carolina: Termina con esa cursilería plagiada y dímelo todo, antes
que llegue el guatón y te trate sin piedad. ¿Cuál es tu
nombre?
Arturo: Arturo Martínez.
Carolina: ¿Edad?
Arturo: 60 años.
Carolina: Estado Civil
Arturo: Cornudo.
Carolina: ¿Profesión?
Arturo: Cantante de boleros.
Carolina: ¿Especialidad gastronómica?
Arturo: Pastel de venas cortadas, con cebollas finamente picadas.
Carolina: ¿Sabes cuál es el olor del bolero?
Arturo: No, no sé…

35
iván vera-pinto

Carolina: Este es el olor del bolero (Hunde la cabeza de Arturo en sus


senos)…Rico ¿no? Ahora cuéntame todo.
Arturo: No puedo. Por única vez no daré ningún nombre, ninguna
dirección, ningún número de teléfono. Tú no existes. No
eres real. Eres sólo mi alucinación.
Carolina: Así que no soy real… Me vas a obligar a provocarte desgarros
musculares, castraciones, pinchazos, ahogamientos,
quemaduras, violaciones, privación de sueños, cortes y
descargas eléctricas (Le da una señal a Heriberto para que
traiga otro instrumento de tortura. El joven trae una soga
para colgarlo. Carolina se la coloca en la cabeza de Arturo.
Se produce un corte de luz) ¡Mierda! ¿Qué pasa con la
luz?
Heriberto: Parece que fue un corte en todo el sector.
Carolina: ¡Maldición! Justo cuando iba llegar al orgasmo más
deseado.
Arturo: Mi vida, disculpa, parece que en el bolsillo izquierdo de la
chaqueta conservo la linterna chica que me regalaste para
mi cumpleaños. (Carolina revisa la chaqueta, saca una
linterna y alumbra el rostro de Arturo).
Carolina: Gracias amor, se nota que me amas, aún conservas mi más
preciado obsequio.
Arturo: Además esta luz es mucho más intima.
Carolina: Bueno, acabemos de una vez por toda con este folletín
latinoamericano. Y ahora te exijo que hables sin parar,
sin respetar ninguna coma, ningún punto y ninguna luz
roja. ¡Vamos!... ¡Apúrate mierda! Mira que las pilas de la
linterna no son de alcalina.
Arturo: (Habla vertiginosamente). Nunca tuve un trabajo seguro.
Viví haciendo “castillos en el aire”. La única vez que tuve la
oportunidad de grabar un disco los productores se rieron

36
crónicas de una muerte agazapada

de mí. Me dijeron que tenía la voz gastada, que los temas


estaban pasados de moda, que no tenía buena imagen y que
mejor me fuera a cantar a las micros. Qué idiota, pretendía
ser igual que Pedro Infante, un hijo del pueblo convertido
en estrella. Y mira cómo terminé, en una cantina de mala
muerte, esperando a un Godot que nunca llegó. Sufriendo
una larga agonía propia de los peores dictadores.
Carolina: (Susurra al oído de Arturo). Eres un buen niño. Los has
dicho todo y sin remordimientos. Ahora puedes bailar, por
primera y última vez, desnudo en este desierto solitario,
luego tu historia será sepultada en las tumbas clandestinas
de Pisagua. (Surgen los guitarristas y cantan melosamente
“Voy a apagar la luz”, de Armando Manzanero. Arturo
comienza a sacarse su ropa y queda en calzoncillos. Baila
con su sombra reflejada en una pared. A la mitad del tema
se escucha sólo las guitarras mientras dicen sus textos los
guitarristas).
Guitarrista 1: Arturo, no habrá multitud, ni guardias de honor en tu
funeral.
Guitarrista 2: Y nadie te recordará año a año con una misa pomposa.
Guitarrista 1: No tendrás un monumento al pie de tu tumba.
Guitarrista 2: Jamás la Warner Music organizará un homenaje
internacional para recordarte.
Guitarrista 1: Ni siquiera te llevarán flores al cementerio.
Guitarrista 2: Y lo peor de todo: tu nombre jamás figurará en Google.
Arturo: Adiós mundo cruel, adiós. ¡Qué vida más oscura! Nunca
tuve la suerte de poder inventarme un personaje y que éste
quedara en la memoria histórica de toda una generación.
(Para la música en seco. Los guitarristas sacan unas pistolas
con silenciador y le disparan a quemarropa. Cae Arturo).

37
iván vera-pinto

Guitarrista 1: Por lo menos has muerto con la imagen de un desdichado


e indefenso cantor de cantina, mezcla rara de dandy y
frágil poeta.
Guitarrista 2: ¿Crees tú que murió por una causa buena?
Guitarrista 1: No sé. Eso lo sabrá solamente él, y hasta es posible que ni
él lo sepa.
Guitarrista 2: Trágicamente murió anoche en el Tibiritabara, cuando
tenía para largo rato de vida. Lo mató un chulo celoso.
Guitarrista 1: No. Murió envenenado por una prostituta.
Guitarrista 2: No. Lo mató un sicario en Colombia.
Arturo: (Se levanta) ¡Mienten, mienten y mienten! El hijo de puta
no ha muerto todavía. Volvió para cantar, como prometió
Mac Arthur (Vuelven a dispararle y cae definitivamente.
La luz se extingue)
Guitarrista 1: ¡Idiota! Ese desgraciado de Mac Arthur nunca fue
bolerista.

Escena vi
Los Borrachos Nunca Mienten

(Se ilumina un área y Heriberto habla con voz aterciopelada de locutor radial. Un
bolero se escucha de fondo)

Guitarrista 1: Es la medianoche. La hora del romanticismo. La hora del


bolero. Voy a apagar la luz para pensar en ti y así dejar volar
mi imaginación. Con estas letras de bolero comenzamos
nuestro programa radial “De corazón a corazón”. Ésta
es la cuna de desengaños, amparos para amores eternos,
eco de lamentos y recuerdos, lúcida radiografía de

38
crónicas de una muerte agazapada

nuestros vaporosos sentimientos, de nuestros fracasos


y arrepentimientos. (Se ilumina una mesa donde están
Arturo y Rubelinda borrachos).
Arturo: Vamos, cuéntame en confianza tus pecados. ¿Somos
amigos, no? Además, estamos solos. No hay nadie.
Rubelinda: Es que las paredes hablan
Arturo: Aquí no hay paredes. No hay nada. Esta cantina sólo existe
en nuestra imaginación. Yo no existo, tú no existes, él no
existe, nosotros no existimos. Estamos solos con nuestras
conciencias
Rubelinda: Es que no sé por dónde empezar.
Arturo: Por el comienzo siempre, viejita.
Rubelinda: Me cuesta un poco.
Arturo: Todo en la vida siempre cuesta al principio. A ver, te
ayudo. Por qué no comienza por tu primera regla, por
tus primeros “polvos”, por los cigarrillos que fumabas en
el baño a escondida, por las revistas pornográficas que
circulaban en tu escuela, por tus amores platónicos con
los profesores, por tu primera prueba de amor...
Rubelinda: ¡Santo Dios!, de eso hace mucho tiempo. Ya ni me
acuerdo. Eso es parte de la prehistoria.
Arturo: Entiendo tu pudor. Sé que a tu edad es difícil confesar toda
la verdad. Anímate, estamos solos. Ningún “opinólogo”
se enterará de lo que digas. Tu vida no aparecerá en esos
matinales televisivos enredosos.
Rubelinda: Está bien…De niña trabajé en la calle para ayudar a la
casa...
Arturo: ¡Qué bien!
Rubelinda: Aunque nací pobre no era viciosa...

39
iván vera-pinto

Arturo: ¡Bendita seas entre todas mujeres!


Rubelinda: Pero a los quince años dejé de ser virgen. Y ahí vino el
aborto, los golpes y el encierro (Se queda en silencio).
Arturo: Vamos mujer, sírvete más vino para que te llenes de coraje.
(No se ha dado cuenta que la botella está con corcho) ¡Por la
cresta! Se acabó el vino…
Rubelinda: ¡No, pues! ¡Sáquele el corcho a la botella!
Arturo: ¡Cresta! ¡Corcho maricón! Rube, no creas que estoy
borracho, no. Por favor, sigue contándome de tu vida que
me excita más que la línea caliente o los sitios Web de sexo
fuerte.
Rubelinda: Me acuerdo cuando entré a refregar pisos en “Poquita Fe”,
todos los días veía al hombre del terno blanco y zapatos de
charol.
Arturo: Ese tenía la pinta de cafiche.
Rubelinda: Cuando lo vi. por primera vez me derretí completa. Usted
sabe la carne es débil. A los pocos meses me convertí en su
amante.
Arturo: Parece que aquí viene la mejor parte de este dramón
“chanta”.
Rubelinda: Pero claro, como soy una mujer de principios, pensé si he
de entregar mi cuerpo y mi alma que sea a alguien que
Dios me dé hasta la victoria final.
Arturo: ¿Lo querías?
Rubelinda: Sí, lo quería. Fui siempre su fiel esposa. Llevé sus golpes y
machucones con mucha dignidad...
Arturo: ¡Qué imbécil!

40
crónicas de una muerte agazapada

Rubelinda: Y una noche, con su hediondez a ron y perfume de puta, se


fue para el infierno. Y ahí quedé más sola que Penélope.
Arturo: Pero tenías a Carolina, tu hija.
Rubelinda: Carolina, fue la cruz que me dejó el viejo. Al principio
empezó a faltar al colegio y después a tener sus encerronas
con la droga en la bodega. Me acuerdo que tenía que echar
desodorante y prender inciensos para que no oliera el
negocio a esa porquería.
Arturo: Así que andaba en malos pasos.
Rubelinda: Ahí mismo me dije: Rubelinda, tienes que salvar a tu
hija.
Entonces no le di más vuelta al tema y la casé con el
minero. No me interesó si estaba enamorada o no. Total el
viejo andaba caliente con ella y en la cama todo se arregla.
Arturo: Pero, tú sabes que sin amor el alma muere derrotada,
desesperada en el dolor, sacrificada sin razón.
Rubelinda: Entiéndame, tenía que salvar a la muchacha y al negocio.
No tenía otra solución. Alguien debía asumir las deudas
que me dejó el viejo.
Arturo: ¿No te dio vergüenza lo que hiciste con tu hija?
Rubelinda: Ahora recién me doy cuenta de la tremenda maldad que le
hice. El minero después que se cansó de comerse la “fruta”
se convirtió en el hombre invisible. Nadie supo dónde
se fue. Y ahí quedó Carolina, llorando su rabia, dándose
vueltas como una leona enjaulada.
Arturo: (Irónico). Yo creo que el minero era mago. Se echó sus
“polvos” con la muchacha y desapareció.
Rubelinda: (Solloza). Ese es mi peor pecado. El viejo me pago un
montón de billetes y luego si te he visto no me acuerdo.

41
iván vera-pinto

Arturo: Nunca es tarde para pedir perdón.


Rubelinda: No, cómo yo le voy a pedir perdón a Carolina.
Arturo: ¿Por qué no? Acaso los padres no pueden pedir perdón a
sus hijos por alguna falta cometida.
Rubelinda: Debí haberle hecho caso a mi horóscopo.
Arturo: Nada de orgullo tonto ni filosofía barata. Vas a ir donde
Carolina y le vas a decir: hija perdón, la cagué…
Rubelinda: Ya no hay remedio. Ya todo acabó. No se puede volver el
tiempo atrás.
Arturo: (Se acerca a la mujer y le da una bofetada en la mejilla).
¡Cobarde!
Rubelinda: (Devuelve otra bofetada). ¡Maricón! (Arturo va a devolver
la bofetada, pero la mujer le toma la mano firmemente. Se
miran y se abrazan con fuerza. Ella llora) ¡La cagué!
Arturo: ¡La cagaste!
Guitarrista 1: (Con voz de locutor) Amigas y amigos, el bolero es
sentimiento, frustraciones, sueños no realizados, amores
imposibles, engaños; en fin, vivencias y bilis de la vida.
Esta fue una edición de su programa profundamente
sentimental “De a corazón a corazón”… (Se extingue la luz
y se ilumina la bodega).

42
crónicas de una muerte agazapada

Escena VII
El Último Suicidio

(Heriberto y Carolina están en la intimidad en una ambiente irreal. Los guitarristas


interpretan solamente en guitarra un bolero)

Heriberto: Tenemos que despedirnos y espero que sea a perpetuidad.


Carolina: Sí, así es más seguro. Pero ahora no quiero flores, ni
mocos, ni lágrimas y menos palabras poéticas que se las
lleva el viento. Sólo quiero tu ultima esperma anidado en
mis entrañas.
Heriberto: Mi esperma y mi sudor estoy dispuesto a dejártelos porque
para mí, sinceramente, son secreciones incomodas.
También te puedes quedar con el rosario de mi madre y
todo lo demás.
Carolina: ¿Y adónde te voy a encontrar?
Heriberto: Tal vez en las noches, detrás de cualquier mesón (Va a
besarla, pero ella lo detiene con un suave gesto y le da una
bolsita de caramelos).
Carolina: Toma, para que no me olvides y siempre tengas un buen
aliento.
Heriberto: Gracias, guardaré tus caramelos junto a mis “dientes de
leche”, bajo la almohada.
Carolina: Recuerda que si tienes un hondo penar, piensa en mí.
Heriberto: Y si tienes ganas de excomulgar, piensa en mí.
Carolina: Piensa en mí, cuando beses a tu mascota.

43
iván vera-pinto

Heriberto: Cuando llores por la muela del juicio, también piensa en


mí…
Carolina: Mi amor, yo sé que volverás cuando amanezca y escuche el
despertar de los buitres.
Heriberto: Volveré cuando te vengan tus dolores de colón.
Carolina: Mi amor, que cursi somos.
Heriberto: Somos ridículamente cursi. A mí me encanta serlo.
Carolina: Mi tío, Agustín Lara, siempre decía: “Cualquiera que es
romántico tiene un fino sentido de lo cursi y no desecharlo
es una posición de inteligencia”.
Heriberto: Tu tío Agustín era otro cursi, igual que nosotros. (Le
besa las manos) Amor, no prolonguemos más este final,
porque corremos el riesgo que los travestís, feministas,
beatos y anarquistas que están observándonos se aburran
de nosotros.
Carolina: Tienes razón: Los desenlaces y la vida son un simple
suspiro que se van como los espejos al carajo. Pero, antes
que partas quiero pedirte un gran favor.
Heriberto: Dime.
Carolina. Ayúdame a sepultar la inventada biografía de mi madre.
Heriberto: No puedo involucrarme en esa historia. ¿Por qué no llamas
mejor a un panteonero o a un mercenario?
Carolina: Te aseguro que será una muerte limpia, sin huellas ni
dolor, tal como ella siempre lo deseó.
Heriberto: (Se siente una sirena de barco) Mi amor, no puedo, ya es la
hora, la barca tiene que partir.

44
crónicas de una muerte agazapada

Carolina: Por favor, será el mejor recuerdo que me puedas dejar.


Ayúdame a silenciar a mi madre de una vez por toda en el
jardín del edén.
Heriberto: Mi amor, las muertes nunca son limpias. Además, la prensa
inventará que yo soy el principal sospechoso.
Carolina: Te lo suplico. Hazlo por ese criminal amor que siempre nos
hemos prometido compartir. (Le besa apasionadamente.
Ella le vuelve a pedir ayuda con el gesto. Heriberto niega
con la cabeza). Esta bien, comprendo, sino así lo quieres
no te involucraré en nada. Solo te pido que seas un testigo
protegido y si te llaman a declarar, no te preocupes, irás
con el rostro encapuchado como el comandante Marcos.
Espera. No te vayas.
(Antes que le responda el joven, Carolina sale de escena corriendo. Vuelve a sonar
la sirena del barco. Heriberto se pone nervioso, no sabe si irse o quedarse. Vuelve
Carolina arrastrando una tina de baño, donde viene Rubelinda, rodeada de velas
y con una copa en la mano. Le siguen en cortejo los guitarristas, interpretando en
un coro trágico la primera parte del bolero “Noche de Rondas” de Agustín Lara. Se
detienen los personajes y adoptan la postura de funeral en silencio).

Rubelinda: (Bebe y canta “Me equivoqué contigo”, de José Alfredo


Jiménez).
“Qué triste realidad me has ofrecido.
Qué decepción tan grande haberte conocido.
Quién sabe Dios por qué te puso en mi camino.
Me equivoqué contigo,
como si no supiera que las más grandes penas las debo
a mis amores.
Me equivoqué contigo,
después de tantos años,
de tantas amarguras y tantas decepciones” .

(Vuelve a beber).

45
iván vera-pinto

Guitarrista 1: Mamá Rubelinda: Te vas sin mentiras, sin verdades


ocultas, sin recuerdos, sin rencores y sin culpas.
Guitarrista 2: Te vas con las inmortales deudas, el mal trago y tu cuerpo
postrado.
Guitarrista 1: De tu mano sin fuerza caerá la copa sin darte cuenta y ahí
quedarán borrachas tus antiguas utopías.
Rubelinda: (Voz de discurso político). Pero antes de mi muerte, quiero
que todo el mundo sepa que el bolero es un canto suicida,
homicida, parricida, fraticida, matricida, feticida y
germicida. Es un lamento de cornudos y boludos. Es una
fosa común llena de fragmentos de mujeres: labios, bocas,
cabellos, corazones, manos y ojos. Es un mundo extraño
en donde todas las mujeres somos a la vez vírgenes y putas;
santas y malvadas. ¡Escuchadme! ¡Mujeres unidas del
mundo! No se dejen engañar por los conocidos boleros
embaucadores y calentones. No permitan que les metan…
(Los guitarristas le tapan la boca con sus manos y ponen sus
pistolas en la cabeza para que no siga hablando).
Guitarrista 1: Y ahora, Rubelinda, vas a ocultar tu amargo dolor
bebiendo este néctar: Cianuro Light, con cero colesterol
(Carolina toma la copa de Rubelinda y le echa un polvo en
ella).
Carolina: Madre, te ruego fortaleza y resignación. Esta muerte es
mucho más digna que tu pobre existencia.
Rubelinda: (Canta “Esta Noche”, de S. Lima).
Esta noche yo quería que el mundo acabase
y para el infierno el señor me mandase,
para pagar todos mis pecados”.

(Carolina le hace beber la copa a su madre. Muere de manera


fulminante).

46
crónicas de una muerte agazapada

Guitarrista 2: (A Carolina). Carolina, esta es la carta que tu madre dejó


para ti. Me pidió que cuando muriera le cumplieras su
último deseo.
Carolina: (Abre la carta y canta”Declárate Inocente”, de José Alfredo
Jiménez y Lucha Villa)
Préndeme fuego si quieres que te olvide.
Méteme tres balazos en la frente.
Haz con mi corazón lo que tú quieras.
Y después por amor, declárate inocente”.

(Guitarrista 1 le pasa su pistola. Carolina la toma y le da tres disparos a su madre.


Silencio. Luego todos toman las velas y encienden la tina que arde en llamas. Se
escuchan unas sirenas de autos policiales y ambulancia. Heriberto escapa asustado
de escena)

Guitarrista 2: Fue un extraño deseo que nunca Carolina se atrevió a


cumplir.
Guitarrista 1: Sin embargo, inexorablemente, el fatal desenlace ocurrió.
Nunca se supo quién lo hizo y por qué misteriosa razón.
(Arturo entra a escena en silla de ruedas y con una linterna
en mano. El ambiente está lleno de humo y fuego. Explora el
espacio. Los demás personajes están parados como espectros.)
Guitarrista 1: La policía al llegar al lugar del siniestro encontró
totalmente destruido el bar. “Poquita Fe”, ubicado en el
conocido barrio “El Triángulo de las Bermudas”.
Guitarrista 2: Calcinados se hallaron los restos de dos mujeres. Se supone
que corresponden a la dueña del negocio, Rubelinda
Morales y de su hija, Carolina Sepúlveda.
Guitarrista 1: En estado de gravedad quedó una tercera persona. Se trata
de Arturo Martínez, quien se encuentra de acuerdo al
informe médico fuera de riesgo vital.

47
iván vera-pinto

Guitarrista 2: Algunos vecinos aseguran que antes de comenzar el fuego


se escucharon varios disparos y vieron escapar a un joven.
Guitarrista 1: Aún no se tiene clara las causas que provocaron este
terrible drama que enluta… (La voz se pierde de manera
ininteligible. Arturo se detiene y hunde su cabeza en sus
manos. Sonido de saxo triste. Luego levanta la cabeza.
Transición. Proyecta al infinito).
Arturo: ¡Dios mío! ¿Dónde están mis amigos? Quiero volver a
vivir en “Poquita Fe”, mi viejo rincón del alma. Quiero
nuevamente encontrarme con “Los Inolvidables”, esos
antiguos cantores populares (Ilumina con la linterna
un área). Ya no están…Dónde estará mamá Rubelinda,
la reina de la bohemia de ayer, hoy y siempre. ¿Dónde
estará? (Ilumina otra área vacía). Todo está quemado
(Se cubre la cabeza con sus manos. Pausa. Luego levanta el
rostro iluminado y saca un celular de su chaqueta, marca
un número). Aló, aló…hablo con la línea amiga. Buenas
noches, quiero comentarle una situación muy grave...
No, no, por favor, no necesito ninguna charla porno con
jovencitas discretas que satisfagan mis fantasías. Tampoco
quiero a conejitas de play boy, ni Bayron complaciente,
ni a ninguna sirenita sensual con la cola paradita. No se
haga el gracioso. Por favor, sepa usted jovencito que mi ex
esposa es Opus Dei, oleada y sacramentada. Ella defiende
de los límites morales del país… ¡No, no, no! ¡Cállate
mierda! ¡Por la grandísima reputa! Quiero decirte que
no están “Los Inolvidables”. Sí, huevón, desaparecieron.
Y también desaparecieron la mamá Rubelinda, su hija
y todos sus amigos. Sí, todos, todos desaparecieron. No
sé, a lo mejor los quemaron, los hicieron volar del mapa
(Pausa) Sí, huevón. Claro que estoy alterado… ¿Qué
dices?... Qué pregunte de su paradero en la Comisión de
Derechos Humanos ¡No me vengas con pendejadas!...
Qué podría intentar invocar al espíritu del “guatón”
Romo o a sus tenebrosos amigos de seguridad para que
me digan qué hicieron con mis compañeros… ¡Ándate
a la mierda! (Corta. Piensa). Es posible que tenga razón.

48
crónicas de una muerte agazapada

Los acusaron de subversivos, los mataron y los lanzaron al


mar. O quizás nunca existieron. Acaso fueron un mito, un
paradigma destruido o un cuento lacrimógeno, inventado
por un puto bolero. Tal vez, fueron remordimientos
paridos en nuestra pobreza pueblerina. ¡Mierda! (Pausa)
Posiblemente en noches oscuras como ésta ya no valga la
pena volver a exhortar a ningún muerto. A lo mejor sea
preferible cantar. Sí, eso, cantar, aunque sea con la voz
desgastada por el tiempo. Cantar porque la vida es una
herida absurda. Hoy, como ayer, las tristezas nos asaltan en
cualquier encrucijada de la vida y es por eso que sentimos
la irresistible necesidad de cantarles un sentido bolero.
Sí, un bolero irracional y de sangre, de tinta sangre del
corazón (Se escucha el bolero “Poquita Fe”, interpretado por
un saxo triste. Arturo proyecta al infinito y canta. Al fondo
se ve una sombra de una mujer que baila sola).

TELÓN

49
iván vera-pinto

50
crónicas de una muerte agazapada

EL ÚLTIMO CUPLÉ DEL EMPERADOR

Personajes
Emperador
Mujer

51
iván vera-pinto

Poema a la muerte
Tomad mi sangre.
Tomad mi sudario de muerte y
Lo que queda de mi cuerpo.
Tomad fotografías de mi cadáver en la tumba, solo.
Enviádselas al mundo,
A los jueces y
A la gente con conciencia,
Enviadlas a los hombres de principios y mente justa.
Y dejad que carguen con su culpa, ante el mundo,
Por esta alma inocente.
Dejad que pese sobre ellos, ante sus hijos y ante la historia,
Esta alma inocente destruida,
Esta alma que ha sufrido a manos de los “protectores de la
paz”.1

(La acción sucede en una habitación lúgubre e irreal. Da la impresión que las personas
que la habitan lo hacen en forma transitoria. Una puerta de entrada por un lateral
y una pequeña ventana en el foro. Una cama, un velador, una silla mecedora, una
silla normal, una mesa llena de remedios y periódicos. Además, hay una alacena
vieja con vasos, copas, una jarra, otros objetos y un afiche de la actriz Sarita Montiel
pegada en el vidrio del mueble. Sobre otra mesita hay una máquina de cine de 16
milímetros y unos carretes de películas).

1 Poema de Jumah al Dossari. Preso y torturado en Guantánamo, desde 2003.

52
crónicas de una muerte agazapada

Escena I
El Fantasma del Emperador

(El hombre, vestido en un raído pijama, está acostado en su cama leyendo en voz
alta un libro.)

Emperador: “Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre


es un pedazo del continente, una parte de la tierra; si el
mar se lleva una porción de la tierra, toda Europa queda
disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa
de uno de tus amigos, o la tuya propia; la muerte de
cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la
humanidad; en consecuencia, nunca preguntes por quién
doblan las campanas; doblan por ti”2 ¡Huevadas! (Lanza
el libro con fuerza a un rincón de la pieza. Ingresa la mujer,
viste un vestido largo de riguroso color negro. Trae en su
mano un maletín, parecido al que usan los médicos).
Mujer: Señor, es muy tarde para que siga leyendo (Recoge el libro
y lo deja sobre el único velador que existe). Le daré sus
remedios y luego a dormir tranquilamente.
Emperador: Sabes muy bien que para mí es imposible dormir.
Mujer: Para usted nada es imposible. En su vida ha superado
pruebas muy difíciles. Hace poco los periódicos le dieron
por muerto; sin embargo, aquí está peleando contra la
muerte, como un soldado invencible.
Emperador: Ya no estoy tan seguro de mi fortaleza. El informe médico
fue lapidario: cáncer gástrico y en último grado. Creo que
de esta jodida situación no me salvo.

2 John Donne (1572-1631)

53
iván vera-pinto

Mujer: Tenga fe en Dios, sólo EL puede ayudarlo. Yo rezo por


usted todas las noches.
Emperador: Te lo agradezco, pero creo que a esta altura ningún Dios
me puede auxiliar.
Mujer: Le repito: Tenga fe. La fe es lo último que se pierde en la
vida. Y ahora a tomar su medicina (Toma una jarra con
agua y vacía el líquido en un vaso. L.uego abre su maletín,
saca un frasco de remedio, abre su tapa y vierte unas gotas
de la medicina en el vaso. Le hace beber al hombre. Del
mismo maletín extrae una jeringa y una inyección. Prepara
el material).
Emperador: Nadie me ganó en la vida. Vencí a patadas hasta la misma
vida. Pero este enemigo traidor silenciosamente me está
destruyendo por dentro. Cuando sentí los primeros
síntomas no le hice caso, pero luego vinieron los
terribles dolores abdominales, las náuseas, los vómitos, la
pérdida del apetito, los sangrados en las defecaciones, las
dificultades para tragar los alimentos, la pérdida de peso y
el debilitamiento total. (La mujer le coloca la inyección en
el brazo).
Mujer: ¿Quiere que coloque la película de Sarita Montiel para
que descanse?
Emperador: Sí, está bien. Solamente con la presencia de ella puedo
dormir algunos momentos. (Soliloquio)¡Carajo! Quisiera
borrar los fantasmas de mi cabeza, pero no puedo. A
veces, incluso, pienso que soy el asesino de mis propios
sueños, si es que alguna vez los tuve. (La mujer va hacia
la vieja máquina de cine y coloca una película. En la pared
se proyecta la escena de Sara Montiel, cantando “Fumando
Espero”. Luego apaga la luz) .
Mujer: Buenas noches. (Se sienta en una mecedora y se cubre las
piernas con una pequeña frazada. Se escuchan algunos
diálogos de la película. El hombre comienza a dormirse. De
pronto, se queja, luego, emite un fuerte grito. La mujer se

54
crónicas de una muerte agazapada

levanta y se acerca silenciosa a la cama. Se queda mirándolo


con una sonrisa siniestra).
Emperador: (Delira) ¡No, no!... ¡Aléjate de mí! Desaparece de mi vista
y de mi mente. Tú estás muerta, ya no existes. Todo se
convirtió en polvo: tus huesos, tus extremidades, tu ropa,
tu olor, tu sexo, tus lágrimas y tu sangre. No eres más que
polvo calcinado por el desierto. Nadie sabe de tu paradero.
Ningún pariente puede llevarte flores a tu tumba. Tu
cuerpo está sumergido en las profundidades del mar.
Despedazado en el fondo del acantilado más siniestro de
la tierra. Devorado por una jauría de asquerosas aves de
rapiñas y víboras. Convertido en cenizas en un infernal
horno crematorio. Violado por una turba uniformada en
el sótano de un convento. Nada queda de ti. ¡No puedes
hacerme nada! ¡Estás muerta! ¡No me puedes vencer!
¡Sólo eres un horripilante fantasma! ¡Apártate, aléjate!
(Llega al paroxismo) ¿Qué quieres de mí maldita sombra?
¿Quieres que te suplique perdón? ¡No, nunca lo haré!
Soy el “emperador”, un combatiente como aquellos que
lucharon en las cruzadas. Hoy, los enemigos, los herejes,
los hijos de Satanás son otros. Tal vez, los mismos de
siempre, pero con otro disfraz. Es por eso que la guerra
santa nunca puede terminar. El mundo es una permanente
batalla entre la luz y la oscuridad, entre el bien y el mal. Yo
soy un luchador que ha tenido que ensuciarse las manos
en esta larga guerra contra el mal. (Se levanta de la cama y
toma a la mujer de los hombros y la sacude). Entiéndeme,
yo cumplí una misión. Estoy limpio con mi conciencia y
mis creencias. Y estoy seguro que lo que hice lo volvería a
repetir (Se ahoga su voz y se desploma al borde de la cama.
La mujer lo levanta, lo acomoda, le seca el sudor de su cara y
le hace maternales caricias en su cabeza. El hombre le palpa
los senos. Se calma. Ella va hacia el proyector de cine y lo
apaga. Apagón).

55
iván vera-pinto

Escena II
La Marejada

(La mujer está parada mirando hacia el exterior por una ventana semiabierta. El
hombre viste el mismo vestuario y está sentado en su cama, pensativo).

Mujer: (Alegre) ¡Ven querido! ¡Mira que siniestro luce el mar


hoy! Sus marejadas y crecidas son majestuosas. Parece un
gigante furioso que quiere devorar la isla, al sol, a los niños,
a los hombres y a las mujeres. Como tiembla la tierra al
reventar esas oscuras olas, parece que fueran a penetrar en
nuestro inexpugnable refugio. ¡Mira! ¿No te parece que es
maravillosa la bruma? Ella cubre de gris el horizonte y no
deja transparentar ninguna realidad.
Emperador: (Se levanta de la cama con dificultad y se acerca a ella). Sí,
mi amor, para nosotros todo lo oscuro es bello; es por esa
razón que siempre mantenemos las puertas y ventanas
cerradas, así impedimos que la luz nos ciegue. Nadie nos
ve y con nadie nos comunicamos. Con todo, te confieso
que tengo miedo que esa misma oscuridad me impida
recordar mi historia. ¿Dónde estará mi madre imaginada?
La verdad que nunca supe. Tal vez, se encuentre en un
tiempo muerto o extraviada en esa bruma.
Mujer: Es extraño que sientas miedo y que te intentes recuperar
tu memoria ¿Para qué? Es mejor no tener memoria, ella es
peligrosa en nuestra condición.
Emperador: Es extraño que estemos contemplando el mar, escondidos
en esta casa perdida.
Mujer: Tengo la sensación de vivir un inesperado exilio y de no
pertenecer a ningún lugar. De sentirme rechazada por
todos: la familia y los antiguos amigos. Además, no se si
los tuve, no se si existieron. Ni siquiera me imagino qué

56
crónicas de una muerte agazapada

ocurrió con mi hijo que encargué hacer desaparecer.


No se nada. Sólo se que tú vives y que estás a mi lado
compartiendo estas últimas horas. (El hombre acaricia el
rostro de la mujer. Breve silencio).
Emperador: ¿Por qué tu boca no sangra? ¿Por qué no deja escapar
ningún dolor, ninguna súplica?
Mujer: ¿Por qué tu boca no delata ningún nombre, ninguna
confesión, ninguna maldición?
Emperador: ¿Por qué tus ojos no lloran?
Mujer: ¿Por qué tu corazón no siente nada?
Emperador: ¿Por qué no me pides clemencia?
Mujer: ¿Por qué no sueñas?
Emperador: ¿Por qué no gritas, lloras y te orinas?
Mujer: ¿Por qué agonizas eternamente?
Emperador: ¿Por qué no te puedo nombrar?
Mujer: ¿Por qué no puedes correr por la playa?
Emperador: ¿Por qué nadie nos quiere acompañar en nuestro funeral?
Mujer: ¿Por qué nadie nos evoca?
Emperador: ¿Por qué no tenemos hijos?
Mujer: ¿Por qué no podemos hacer el amor?
Emperador: ¿Por qué seguimos con vida?
Mujer: Calla y cierra tus ojos para siempre
Emperador: Aunque quisiera no puedo. Mil veces maldigo a Dios. ¿Por
qué no me deja morir de una vez por toda? (Se escucha la
marejada más violenta).

57
iván vera-pinto

Mujer: De nada te sirve maldecir. Cada cual es responsable de


su destino. Ven, no desesperes y quédate aquí agazapado
en la oscuridad, ella es la única que nos puede asilar. (Lo
cobija entre sus brazos como si fuera un niño. Abre su
blusa y deja que el hombre le bese los senos).
Emperador: Parecemos dos animales atemorizados, esperando que
nos lleven al degolladero para que cercenen nuestras
extremidades.
Mujer: O para que nos exhiban en la plaza pública, en las portadas
de los periódicos y en los informativos de televisión
Emperador: Ya no existe otro camino para nosotros. Tendremos
que vagar por ciudades vacías. Tocar puertas cerradas.
Perdernos en nieblas imborrables y sumergirnos en
nuestro propio infierno. (Se escuchan ladridos de perros
que se acercan. La pareja se queda en alerta) .
Mujer: ¿Escuchas?
Emperador: Sí, tal vez, vienen por nosotros
Mujer: Al fin nos descubrieron. Ya no tenemos escapatoria. (Va
rápidamente hacia un interruptor de pared y apaga la luz.
Penumbra. Al poco rato golpean enérgicamente la puerta de
calle. Los ladridos son más fuertes. La pareja se esconde bajo
la cama. Insisten los golpes. Una luz de linterna entra por
algún rincón de la habitación. Se escuchan voces. Silencio
sepulcral. Se alejan perros y voces).
Emperador: (Asoma la cabeza por debajo de la cama). Parece que ya se
fueron. ¿Quién sería?
Mujer: Ellos
Emperador: No creo. Si fueran ellos hubieran derribado la puerta.
Mujer: A lo mejor eran gente del pueblo.
Emperador: O turistas que quieren conocer la cabaña.

58
crónicas de una muerte agazapada

Mujer: No creo. Nos hubiera avisado “Halcón Negro”.


Emperador: Probablemente eran unos intrusos que merodeaban
por el bosque. Pero ten cuidado, aún no prendas la luz,
pueden estar cerca. (Salen ambos de su escondite. Ella se
dirige sigilosamente hacia la puerta, la abre suavemente y
mira hacia el exterior. El hombre va hacia su velador, lo abre
y saca una pistola. Revisa la nuez y la vuelve a guardar).
Que ridículo, el “Emperador” escondido como un niño
bajo la cama, más asustado que un escolar detenido en una
jefatura de policía. (Se sienta al borde de su cama).
Mujer: No hay nadie. Se fueron. Parece que eran unos campesinos
que van camino al otro lado del monte. ¡Santo Dios!
Pasamos el primer susto, después de seis meses de encierro
en esta cabaña. Pronto tendremos que pensar en otro
refugio. Nuestra secreta presencia puede despertar
sospecha entre los pobladores. (Prende la luz de la pieza).
Emperador: Y así seguir deambulando de un lado para otro. ¡Carajo!
En esta precariedad no puedo decidir ni reír, ni golpear ni
violar. (Mira a la mujer apesadumbrado y luego la abraza
con fuerza. Pausa). Bésame en la boca, así como se besan
los enamorados.
Mujer: No puedo. Además, te provocaría más sufrimiento.
Emperador: Inténtalo, por favor.
Mujer: No, es inútil.
Emperador: Te lo ordeno. Recuerda que soy el “Emperador”
Mujer: (Ríe). Fuiste el “Emperador”. Ahora sólo eres una piltrafa
humana.
Emperador: Te lo suplico. Quiero sentir el único placer que no he
sentido jamás. Hazlo por todo lo que hemos vivido juntos,
por nuestros pecados que llevamos a cuesta. (La mujer se
acerca lentamente y lo besa en la boca. El hombre enseguida

59
iván vera-pinto

comienza a sentir un fuerte dolor abdominal que crece


rápidamente. Su cuerpo se dobla y grita). ¡Por la gran puta!
¡Me cagué! ¡Me cagué!
Mujer: (Levanta al hombre que hace arcadas y lo recuesta en la
cama. Enseguida, toma una toalla de algún lado, le baja
el pantalón del pijama, luego su calzoncillo y le limpia el
trasero. El hombre se cubre el rostro). Te das cuenta, estás
castrado. No puedes hacer el amor. A penas los labios de
una mujer te rozan se desatan en tu cuerpo convulsiones y
te cagas. Te das cuenta, incluso los hombres más poderosos
y viles se cagan en los pantalones. Hasta los más soberbios
y tiranos en su agonía imploran a su madre y a Dios para
que los salven. Ya no eres un hombre. Hace mucho tiempo
que perdiste tu dignidad. Ya nunca más podrás sentir el
placer de una piel sobre tu piel. En este lastimero ocaso
sólo te queda masturbarte con añejas y melancólicas
ficciones. (La mujer va a la máquina de cine, la enciende
y vuelve aparecer la proyección de la película “El Último
Cuplé”. Finalmente, se sienta al lado del hombre y con su
mano comienza a masturbarlo por debajo de las sábanas. El
hombre transita del dolor al placer, mientras se escucha los
diálogos del film. Apagón).

ESCENA III
La Agonía

(El hombre yace débil en su lecho, mientras la mujer está arrodillada rezando en voz
baja, con un rosario en la mano. Luego, se persigna, se levanta y enciende un cigarro.
Se pasea alrededor de la cama).

Mujer: Hijo, quiero que siempre tengas presente la ley de la


siembra y la cosecha: “Aquel cosecha el bien, quién antes
ha sembrado el bien. Y aquel cosecha maldad,  quién
antes ha sembrado maldad”. Es por eso que nuestra iglesia

60
crónicas de una muerte agazapada

nos enseña que aquel que muere en pecado mortal se va al


infierno.
Emperador: Madre, tienes razón. Pero la misma iglesia nos enseña que
existe la posibilidad de un cambio radical del infierno
al cielo, si en último minuto, se da un perdón por  un
sacerdote, en el lecho del moribundo.
Mujer: No te preocupes por eso. No necesitas ningún cura que te
de absolución a tus pecados. Hay peores homicidas que
han sido perdonados por Dios.
Emperador: ¿Tú crees?
Mujer: Claro que sí. Y tú no eres mejor ni peor a otros personajes
que han bañado de sangre las calles del mundo. Además,
a ninguna religión y menos al poder político le interesa
condenar a quienes son acusados de victimarios. En
cambio, en todos los territorios siempre la gente de pueblo
queda sola, deambulando por los juzgados, las ventanillas
de ministerios y los despachos de abogados, pidiendo
papeles, mostrando heridas, reviviendo penas hasta el
infinito.
Emperador: Esa misma gente es lo que no me da tregua: Siguen mis
pasos, se meten en mi cuerpo, protestan públicamente y
me retuercen la conciencia.
Mujer: Y seguramente al intentar dormir escuchas muchos gemidos,
gritos desgarradores y bramidos de desesperación.
Emperador: Sí. Y también me tiemblan las manos y el cuerpo, por eso
prefería que hablaran rápido. No me gustaba hacerles esa
porquería.
Mujer: (Sonríe).Vamos, no tienes que mentirle a tu madre. Sé que
te gustaba hacerles esa cochinada, porque así descargabas
tu odio engendrado de años. Pero ahora descansa, cálmate,
tu guerra ya terminó.

61
iván vera-pinto

Emperador: Mujer, la guerra nunca termina, sólo existen breves treguas.


Debo mantenerme oculto en esta isla y estar siempre al
acecho.
Mujer: Te entiendo. No eres el único que está en la misma situación.
Hay muchos otros como tú que aún viven camuflados y
cuya existencia se entremezcla con nuevas identidades y el
consentimiento de los gobiernos de turno.
Emperador: Lo peor es que después de una guerra, como la que tuvimos,
siempre hay que buscar algunos chivos expiatorios. En este
caso, yo soy uno de ellos.
Mujer: Los traidores y los cobardes acostumbran elegir como
responsable de todo el desastre a un combatiente muerto,
que no puede declarar, ni cantar, ni ladrar.
Emperador: ¿Acaso estoy muerto?
Mujer: Hace mucho tiempo que lo estás, incluso, antes que te
pariera.
Emperador: Entonces esta agonía no existe, tú tampoco existes.
Mujer: Ambos no existimos, la guerra nos sepultó en un inmundo
vertedero. Ni siquiera recuerdan nuestros nombres y
menos nuestros rostros.
Emperador: Sentirse muerto era un invento de los detenidos para no
traicionar a sus compañeros. Pero siento que aún no estoy
muerto, puesto que escucho tu voz.
Mujer: No es mi voz, es la de otro espectro que alarga tu agonía.
(Pausa) ¿Cómo pudiste delatar a tus amigos y luego
convertirte en verdugo de los mismos?
Emperador: No tengo palabras para justificar nada. Todo lo hecho
en mi vida lo asumo con hombría, pero tampoco estoy
dispuesto a cargar con penas ajenas. Por lo demás, esperaba
este final: anciano, enfermo, loco, abandonado y odiado
por todos.

62
crónicas de una muerte agazapada

Mujer: Hijo, cuando te escucho me provocas rechazo, pero al


mismo tiempo una fascinación perversa. Aún retengo
en mi mente tu rostro infantil que alguna vez besé con
ternura, pero se muy bien que bajo esa expresión tan
humana escondes la maldad más recóndita.
Emperador: (La queda mirando fijamente. Cambia la actitud
desfalleciente a la de ira). ¡No me digas hijo! Estás
mintiendo, tú no eres mi madre. Estoy seguro que no
guardas ninguna fotografía mía, ni siquiera un juguete,
nada. (Trata de olerla). Tú no hueles a leche materna,
sino a hembra atormentada, encerrada y violada. Hueles
a excremento y a sangre caliente. No me vas a engañar. No
te confesaré nada. Prefiero que me dispares en un paredón
de este pueblo.
Mujer: En eso nos parecemos “Emperador”, aunque nos sometan
a las torturas más horrendas nunca nos rendimos. En mis
últimos días de existencia preferí la muerte antes que la
delación, de esa manera humille a mi torturador.
Emperador: ¡Ah! Veo que sabes mi apodo. Me has reconocido. Lo
sabía, tú eres una de ellos. Vamos no dilates más este
grotesco final. Si quieres vengarte hazlo de inmediato y
pégame un balazo en la cabeza. En tu situación yo lo haría
sin vacilar.
Mujer: Tu presunto coraje no te salvará del peso de tus crímenes.
Por lo demás, creo que no mereces un final heroico.
Emperador: (Exasperado). ¿Crees acaso que este es un final heroico?
¿Crees que es memorable morir así, con este cáncer que te
come las tripas, con la caca que te corre por las piernas y
sin contar con la ayuda de nadie?
Mujer: No te agites, no quiero que mueras tan pronto, aún
tenemos que decirnos muchas verdades (Lo toma de los
hombros y lo recuesta). Espera un momento (La mujer
va hacia el mueble, saca una botella de ron y una copa. Le
sirve un trago al hombre).Toma, sírvete tu última copa, te

63
iván vera-pinto

ayudará a relajarte y no sentirás tus convulsiones. Vamos


confía en mí (El hombre bebe con dificultad. Al ingerir
siente un dolor y escupe el trago) .
Emperador: Esta mierda me hace peor. (Tose. Pausa. Se reanima) ¡Ya,
vamos directo al grano! Que yo se me todas esas artimañas
de hacerse el amigo con el detenido. ¿Qué quieres?
Mujer: Conversar contigo
Emperador: ¿De qué?
Mujer: De tu vida. Me gustaría saber tu nombre ¿Lo recuerdas?
Emperador: No, lo olvidé hace mucho rato. Qué importancia tiene eso
ahora.
Mujer: ¿Y por qué te decían el “Emperador”?
Emperador: En esos tiempos de guerra era el amo y señor de mi propio
imperio. Ya que con un solo movimiento de mi mano
podía decidir la vida o la muerte de muchos.
Mujer: ¿Y eso te provocaba placer?
Emperador: Sí, lo reconozco. En especial cuando tenía a mis pies a
hombres y mujeres pidiéndome clemencia para que no les
aplicara más corriente o no los colgara o no les diera más
golpes en sus cuerpos amoratados.
Mujer: ¿Y después en tu intimidad que sentías?
Emperador: ¿Después? Bueno, era como si algo se rompía en mi mente.
La sensación era igual que la de un drogadicto. Al pasar los
momentos de agitación y violencia me venía una angustia,
algo así como un delirio de persecución o un arrebato de
remordimientos que no me dejaba dormir.
Mujer: Pero, al otro día, seguías torturando.

64
crónicas de una muerte agazapada

Emperador: Era mi misión. Entiende, no era un criminal sino un


soldado que debía cumplir con su deber.
Mujer: Ese fue un cuento que te inventaste o te hicieron creer. Tú
nunca fuiste un soldado, sino un traidor de tus propios
compañeros. Quizás por eso ya no sentías remordimientos.
Preferías no pensar y no sentir.
Emperador: Todo lo contrario, por eso sentía remordimientos. Al
tiempo me convencí que el mundo siempre ha estado
dividido en buenos y malos. A mi me pagaban para
defender la Patria y a los buenos ciudadanos, así me
recalcaba mi jefe.
Mujer: ¿Acaso te pagaban para realizar una sesión de “parrilla”,
una hora de “picana”, una tarde de “submarino” y una
noche de “pau d’arara” a tus propios amigos?
Emperador: Sí, me pagaban y me protegían. Por primera vez recibí un
sueldo. Todo eso me daba seguridad y una sensación de
poder. Antes fui un delincuente: el “Chaveta”. Después
me convertí en “cuerpo de defensa” de los niñitos
revolucionarios, aunque nunca entendí que mierda estaba
haciendo con ellos. Lo único que me gustaba era estar en
la calle enfrentando a la policía, asaltando los negocios y
pegándoles en la cabeza a los “niños bien”…Pero cuando
llegó la guerra, ahí tuve que salvar mi pellejo. Era
maleante, pero no huevón. No me costo mucho aprender
el nuevo oficio, al final era el mismo, había que pegarle
ahora a los otros: a los niñitos revolucionarios. La vida
se construye así: golpe a golpe. Fue así que me la pase
todos los días golpeando genitales, doblando brazos y
aporreando las caras contra la pared. Al día daba 82 golpes,
ni más ni menos. Era una profesión como cualquiera otra;
reconozco que era un poco sucia, pero necesaria para
salvar al país, eso también me lo “machacaban” los jefes
todos los días. Bueno, la misma cantaleta me repetía en las
noches cuando comenzaba a sufrir las alucinaciones y la
cabeza me daba vueltas.

65
iván vera-pinto

Mujer: Ahí te ganaste el apodo del “Emperador”, reconocido


delator responsable de muchas detenciones y torturas. Y lo
que es peor también te convertiste en activo colaborador
durante las macabras sesiones de los organismos de
seguridad. (Irónica) Dime: ¿Eras verdaderamente un
funcionario público o un asesino?
Emperador: Te insisto: Era un empleado que debía obedecer órdenes y
hacer bien su trabajo.
Mujer: ¿Acaso torturar acaso es un trabajo?
Emperador: No me vengas con pendejadas. Todos saben que este oficio
es más antiguo que el de las prostitutas. Hasta la santa
iglesia ha torturado por sus ideales. No nos vamos a sacar
la suerte entre gitanos.
Mujer: ¿Cómo puedes ser tan miserable para justificar ese
infierno? (Enciende otro cigarro).
Emperador: La vida siempre ha sido así: el más fuerte se come al
más débil; unos ganan y otros pierden. Dale una mirada
al mundo y te darás cuenta que tengo razón. Ya ves,
demócratas, socialistas, nazis, judíos, cristianos y moros;
todos han hecho lo mismo: matar para subsistir e imponer
sus cagones principios. (Ella le lleva el cigarro a la boca del
hombre, éste lo aspira)
Mujer: (En susurro) ¿Te acuerdas de algunos muertos?
Emperador: (En susurro) Sí, de todos.
Mujer: Dime algunos nombres.
Emperador: Qué importa ahora sus nombres, ya están muertos.
Mujer: Quizás, me puedas describir algunas circunstancias.
Emperador: (Cínico). Lo que te diga ahora, tenlo por seguro que
mañana lo voy a negar (Pausa) Me recuerdo de un tipo
de aproximadamente 50 años, medio canoso, bajito, de

66
crónicas de una muerte agazapada

contextura regular. Lo colgamos de una ducha y como


le habíamos aplicado corriente tenía mucha sed. Abrió
la llave y tomó agua. Al rato llegó un centinela y le cortó
el agua, pero él nuevamente la volvió a abrir y nosotros
dejamos que el agua corriera. Debe haber estado unas
horas con el agua de la ducha corriendo por el cuerpo. En
la noche falleció de una bronconeumonía fulminante. Fue
un error de cálculo (Ríe).
Mujer: ¡Eres un hijo de puta!
Emperador: Soy el hijo que pariste en tu celda.
Mujer: Tú no eres mi hijo. No hueles a mi leche, sino a sangre
podrida. Tú nunca has tenido madre. Eres un bastardo que
te criaste en la calle, asaltando a mujeres y ancianos. Luego
fuiste atraído por el discurso político contra los ricos, pero
nunca renunciaste a tu ropaje de lumpen. Cuando joven
eras capaz de vender hasta tu madre por tener plata en los
bolsillos.
Emperador: No me hables de mi madre (Escupe al suelo) Es cierto, fui
un bastardo y un muerto de hambre. Nunca tuve afectos
de nadie, ni navidad, ni cumpleaños, ni zapatillas, nada. Y
no quería seguir en esa mierda de vida: pobre y acorralado.
Tenía que ser alguien. Quería tener algo que me hiciera
sentir un hombre fuerte y respetado. Me antojaba tener
un auto y muchas mujeres. Deseaba codearme con gente
importante y aprender hablar bien como los mariconcitos
universitarios. No quería seguir siendo perdedor. Era
incapaz de imaginar otro horizonte, por eso tuve que
hacer lo que hice. Aparte tenía mucha rabia aquí adentro
contra todos, en especial contra esos niñitos, de uno y otro
lado, que tenían padres y de todo. Sabía bien que teniendo
poder nadie se reiría de mí, nadie me gritaría en la calle
bastardo. De esa manera me convertí en amo y señor de la
vida de otros, podía hacer lo que se me antojara con esos
hombres y mujeres entregados a su destino.

67
iván vera-pinto

Mujer: Tu cinismo y tus sádicas palabras me revuelven las “tripas”.


Para qué seguir esta repugnante confesión. No mereces ni
siquiera un juicio justo.
Emperador: Tú no me puedes juzgar, porque tienes distintos
principios.
Mujer: De qué principios me hablas. Tú nunca los has tenido.
Emperador: Es cierto ¿Y para qué sirven los carajos principios? Es sólo
una masturbación mental. Cuando desnudaba y colgaba
a los prisioneros no pensaba en ninguna huevada de
principio, porque si no hubiese terminando llorando como
un maricón en sus brazos. Por eso que jamás he llorado
en mi vida, por nada ni por nadie. En este mundo no
hay cabida para los débiles y llorones. ¡Nunca he llorado,
mierda! (En un arranque de furia comienza a lanzar lejos
la almohada, cubrecama y otros objetos que alcanza hasta
caer agotado en su cama).
Mujer: (Soliloquio). Es preferible darle muerte ahora mismo como
un animal salvaje, de la misma manera como le robó la
vida a los difuntos sin sepultura (Va hacia un mueble y saca
una bolsa de plástico transparente y se acerca lentamente
al hombre). Emperador, dime: ¿Nunca has llorado en tu
vida? ¿Nunca te has emocionado?
Emperador: (Pausa). No, en ningún tiempo. (De pronto se le viene a la
mente una imagen). Miento, sí, una vez lloré (La mujer
se detiene). Si mal no recuerdo fue a fines de los años
50, tenía 13 años de edad, cuando fui a ver “El último
cuplé”, una película muy llorona de Sarita Montiel, en
aquel viejo teatro de mi barrio. (Se escucha distorsionada
la canción “El relicario” de Sarita Montiel). Hasta el día
de hoy me acuerdo de los rostros sudados de esas viejas
que lloraban como plañideras cuando la diva cantaba “El
relicario”. No se por qué razón se me hacía un nudo en
la garganta cuando veía esa melodramática historia de la
cantante que alcanzó la fama y que después el mundo se le
vino abajo al enterarse de la muerte de su novio, un joven

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crónicas de una muerte agazapada

torero madrileño. Me imagino que a eso llaman emoción,


esa cosa rara que te estremece todo el cuerpo. (Ella se
acerca). Bueno, sí, esa fue la primera y la última vez que
lloré. No puedo negar que cuando sentí en mis labios ese
sabor salado de las lágrimas, mi cuerpo reaccionó de una
manera increíble. Qué extraña sensación es la emoción
¿no? (Se queda mirando a un punto fijo. La mujer le coloca
rápidamente la bolsa en la cabeza y comienza asfixiarlo. No
hay resistencia. De pronto, bruscamente, le quita la bolsa del
rostro).
Mujer: ¡Mierda! No debo hacerlo. No puedo ser igual que él.
Emperador: (Medio asfixiado). ¿Por qué no me matas? Siempre has
sido una cobarde. Nunca te atreviste. Siempre tuviste que
enviar a otros para deshacerte de mí. Cuando tuviste que
deshacerte de mí dejaste que un amigo te hiciera el trabajo
sucio ¿no?
Mujer: Por eso odias a las mujeres, porque ves en todas a tu madre.
¡Bastardo! No mereces una muerte digna y ligera. Es mejor
que el cáncer se encargue de ti.
Emperador: ¡Noooo! ¡Mátame! ¡Te lo ordeno!
Mujer: Tú ya no tienes ningún poder, ni siquiera para controlar
tu esfínter. Lo mejor será privarte de todos tus recuerdos.
Ahora mismo destruiré tu película de sabor rancio y olor a
naftalina (Se dirige decidida hacia la máquina de cine, saca
la película, luego extrae un encendedor de su ropa y quema
la cinta)
Emperador: ¡Grandísima perra! No destruyas mi única inocencia, mis
contadas lágrimas, mi efímera dulzura. (Intenta levantarse,
pero no puede. Su cuerpo se retuerce en la cama como si
estuviera poseído por el demonio. Garabatea violentamente
palabras ininteligibles. Apagón)

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iván vera-pinto

ESCENA V
Caída del Emperador

(El hombre viste igual y está sentado en una silla. La mujer está cubierta con
una túnica blanca, rasura delicadamente la barba de él con una navaja. En cada
momento le saca filo al instrumento en una tira de cuero pegada a la pared).

Emperador: Anoche tuve otra de mis tantas pesadillas. Estaba parado


al borde de un agreste acantilado. Desde allí miraba al
mar pintado de verde, azul y turquesa.De improviso el
oleaje comenzó agitarse y su explosiva espuma cayó en
mis ojos dejándome casi ciego. Entonces sentí un absurdo
impulso: abrí los brazos y me dejé caer sin resistencia al
despeñadero. Por un momento el viento me sostuvo en
el aire, pero de pronto cambio de dirección y me lanzó
violentamente contra la espinosa pared. Oí la quebrazón
de mis huesos y el desgarro de mis músculos. En seguida,
aún consciente, caí al mar que me esperaba para devorar
mis carnes destrozadas. En un abrir y cerrar de ojos llegué
hasta las profundidades más oscuras, ahí me encontré con
muchas tumbas que estaban abiertas exhibiendo cuerpos
mutilados de hombres, mujeres y niños. Todos tenían una
sonrisa insolente y siniestra. Al mismo tiempo, cruzaban
delante de mis ojos: zapatos, carteras, sacos, sombreros,
llaves, libros, maletas, cartas, mensajes y un sinfín de
pequeños objetos personales. En ese minuto sentí como si
flotaba en el vientre de mi madre. Luego, una subterránea
corriente marina me arrastró hasta un nicho de piedra, allí
yacía una mujer entera vestida de blanco, perfectamente
conservada. Mi cuerpo cayó livianamente sobre el suyo y
sentí un susurro en mi oído que decía: “Mi querido niño,
me alegra que al final me hayas encontrado”. Sus brazos
me abrazaron como tenazas, por más que intentaba
liberarme de ellos no podía. Eran fuertes, pero a la vez
suaves y delicados. Sus cabellos bien cuidados olían a
violetas. Sus ojos negros, enigmáticos y profundos, estaban

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crónicas de una muerte agazapada

sintonizados con los míos. Su figura fina era exquisita y sus


pechos rebozaban leche y miel. El sentirla fría y húmeda,
pegada a mi cuerpo, me provocaba un misterioso y sutil
orgasmo. En ese ambiente alucinante e increíble, ella
abrió su vestido blanco virginal y me entregó sus grandes y
morenos senos. En aquel momento, sin mayor resistencia,
dejó que besará sus pechos hasta saciar mi inconciente
arrebato. (El hombre se queda extasiado con el sueño. Ella
deja de afeitarlo, se abre suavemente su túnica y le exhibe sus
senos. El comienza a besarlo como un bebé).
Mujer: (Le acaricia la cabeza). Mi pobre niño, mi vagabundo,
mi pequeño bastardo, me das mucha pena. Te das cuenta
que estoy seca, no tengo leche para ti. Por lo demás, no te
puedo tener a mi lado, no me lo perdonarían. Luego te
vendrán a buscar y te irás muy lejos. Tendrás que caminar
solo por el mundo y seguramente aprenderás a valerte por
ti mismo. (El hombre llora como un niño). No, mi nene,
no llores, por favor. Nunca debes llorar. Sólo las mujeres
lloramos (El hombre la queda mirando sin expresión. Ella
oculta sus senos).
Emperador: (Suplica).Te necesito, no me dejes botado como un
animal en este nauseabundo mercado. No soporto el olor
a pescado podrido, a sudor de cargadores y a mujeres
preñadas. (Se aferra a ella).
Mujer: (Se desprende con dificultad de él y se aleja). No me discutas
más. Aléjate de mí para siempre, que nadie sepa que existes
y que eres sangre de mi sangre. Aunque me duela decir la
verdad: Eres un engendro que nadie desea, menos yo (El
hombre se levanta furioso de la silla y toma a la mujer con
fuerza. Ella se resiste. Ambos luchan y caen al suelo. El la
golpea y ella queda aturdida).
Emperador: ¡Maldita perra seca! Ahora ya no podrás hacerme daño. Ya
no volveré a vivir en ningún orfanato ni de la caridad de
la gente. Ya nadie se reirá de mí. Nunca más me gritarán
bastardo. Ahora me respetarán. Me implorarán que los

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iván vera-pinto

mate. (Estrangula con sus manos a la mujer que yace


inerte) ¡Perra sarnosa! Te encontraré, aunque te ocultes
en el lugar más perdido de la tierra y te haré confesar todas
tus sucias pasiones. Ya verás, a golpes te haré salir leche
de tus manoseados senos (Le arranca la túnica. Queda
mirando un instante el cuerpo desnudo y luego empieza
a besarla por todas partes) Perdóname, madre, no quise
hacerte daño ni humillarte. No quise golpearte, quemarte
ni violarte. A pesar de tu hipócrita realidad y del delito que
cometiste, te sigo queriendo con tus grandes senos secos.
Te suplico, como a nadie he hecho en mi vida, que no me
conviertas en un monstruo. ¡Habla! Dime que no me vas
a dejar a mi suerte en este asqueroso matadero. ¡Habla,
habla! (De pronto, la mujer, abre sus ojos y comienza a cantar
suavemente parte del tema “Nena” de Sarita Montiel).
Juró amarme un hombre sin miedo a la muerte
sus negros ojazos en mi alma clavó
tu amor es mi sino
tu amor es mi suerte
tu amor es mi vida
me dijo y juró.

Llegarme juró en su querer


mas allá del dolor y el placer.
Y loca la hermosa
promesa del hombre
yo fui una mujer.
Nena...
Me decía loco de pasión.
Nena...

(El hombre se calma y se recuesta en el suelo. Ella se levanta y va a buscar la navaja.


La toma y se dirige hacia él. Se arrodilla y la coloca en el cuello del hombre).

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crónicas de una muerte agazapada

Emperador: Vamos, madre, demuéstrame el amor que siempre me


has ocultado. Quítame la vida, como lo hiciste una vez.
Termina con esta agonía. (Levanta con fuerza su torso y con
una voz sobrenatural dice los siguientes textos) ¡Hazlo perra
callejera! ¡No tengas miedo!¡Mátame! ¡Mátame!
(Ella en un movimiento rápido vuelve la navaja hacia su propio cuello y se hace un
penetrante corte en el. Breve pausa y cae fulminante al piso. Un grito ahogado se
escapa de su boca. El hombre se levanta rápidamente se da cuenta de la situación y
corre hacia su cama. Arranca una sábana y urgentemente trata de detener la sangre
del cuello de la mujer)

Emperador: ¡No te mueras! ¡Nooo! ¡Por favor, no me dejes! Vuelve


madre, tengo frío y hambre… ¡Mierda y mierda!... (La toma
de los brazos y la arrastra hasta la cama. No puede subirla,
entonces apoya su espalda en el mueble. Remece al cadáver)
¡Despierta, despierta! No te puedes ir. Tu eres la única mujer,
la fiel demente que me siguió hasta esta recóndita isla, aquí
en el fin del mundo, donde creí que nadie nos podía tocar.
(Llora desconsoladamente. De improviso se da cuenta de ello
y con la misma sábana se seca la cara. Cambia su actitud,
ahora es frío y duro. Se levanta) No madre, no te preocupes,
no voy a llorar. Desde que me dejaste no puedo llorar, ya
no debo llorar. (Se dirige a la alacena y arranca el afiche de
Sarita Montiel que está pegado en el vidrio) ¡Qué Carajo!
Todo fue nada más que sombras, espectros, fantasmas y
remordimientos que ahora no volverán a penetrar en mi
cabeza. Ya nunca más me acosarán. Ahora tendré el placer
de abandonar esos espantajos con sus eternos lloriqueos
de víctimas, madres y amantes. (Rompe la foto en muchos
pedazos. Esboza una sonrisa sarcástica. Luego dice su último
texto “mordiendo” las palabras) Madre, tienes razón: los
hombres nunca deben llorar. (Toma la navaja que está en
el piso y la lleva lentamente hacia su cuello. Finalmente,
ejecuta un rápido y profundo corte. Cae. Silencio breve. Se
escucha lejano el tema “La flor del Mal”, de Sarita Montiel,
mezclada con disparos, sonido de helicóptero y la voz lejana
de un locutor).

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iván vera-pinto

Voz: “Hace pocos instantes efectivos policiales dieron con


el paradero del “Emperador”, uno de los ex agentes
de seguridad más buscado del país. Hubo un fuerte
enfrentamiento; sin embargo, al ingresar la policía al
refugio se encontró con el cuerpo del hombre ya sin vida.
Se presume que se auto infirió un profundo corte en
la yugular con un arma blanca…” (La luz y la música se
extinguen lentamente).

TELÓN

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75
iván vera-pinto

Crónicas de una Muerte Agazapada


se imprimió en el taller gráfico
de la Universidad Arturo Prat,
en iquique, Región de tarapacá ,
en el invierno de dos mil ocho.

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