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EL ARTISTA Y SU MONSTRUO

TEATRO

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Colección
LA ZAPATERA PRODIGIOSA

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EL ARTISTA Y SU MONSTRUO

TEATRO

Eurycles, el artista y su monstruo


El Bufón de Villa Elvira
Huesito para el café

JORGE ZANZIO

La Plata, 2020

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Zanzio, Jorge
El artista y su monstruo / Jorge Zanzio. - 1a ed. - La Plata : Hespérides,
2020.
90 p. ; 21 x 15 cm. - (La zapatera prodigiosa)

ISBN 978-987-1844-91-3

1. Teatro Argentino. 2. Historia de Familias. 3. Artes Escénicas. I. Título.


CDD A862

Este libro se terminó de imprimir,


con una tirada de 100 ejemplares,
en imprenta Semilla Creativa,
Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
en octubre de 2020.
www.semillacreativa.com.ar

© 2020 Jorge Zanzio


2020 Ediciones Hespérides
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Impreso en Argentina

No puede reproducirse ninguna parte de este libro por medio alguno, electróni-
co o mecánico, incluyendo fotocopiado, grabado, xerografiado o cualquier al-
macenaje de información o sistema de recuperación.

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Prólogo

En su libro El teatro y su doble, Antonin Artaud expresa en el


capítulo referido a El teatro y la peste que “… el teatro, como la peste,
desata conflictos, libera fuerzas, desencadena posibilidades, y si esas posibili-
dades y esas fuerzas son oscuras no son la peste y el teatro los culpables, sino la
vida”.
Vale la comparación, pues El artista y su monstruo, de Jorge
Zanzio, es una gran metáfora de la vida, y sus personajes desatan
conflictos, liberan fuerzas propias y ajenas y desencadenan posibi-
lidades de redención o de caer aún más en el abismo, y desanudan
“monstruos” liberadores de verdades escondidas.
Un ventrílocuo, una muñeca, un bufón, una familia variopin-
ta que puede ser una familia cualquiera nos proponen ahondar en
las pasiones de esa gran metáfora, en la vida misma. Variados
personajes, unificados por el mundo mítico del Eros y el Tánatos,
la pulsión de vida, la pulsión de muerte.

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El dramaturgo nos propone viajar con sus textos a los sóta-
nos oscuros de nuestras propias miserias, al desamor, a la muerte,
la fuerza de Tánatos, pero siempre hay un Eros que nos redime, o
mejor decir, libera a los seres ficcionales. Nos libera.
Vayamos por partes. Eurycles, el ventrílocuo de la obra que
abre el libro, “Eurycles, el artista y su monstruo”, a modo de monólo-
go, pero con una interlocutora en penumbras, de manera autorre-
ferencial, recorre su historia personal. Es un artista, lo mueve la
pulsión de vida, se reinventa… “Su decisión movió algunas fichas en mi
cabeza”, le advierte a su creación, a Rosita, la muñeca que lo
acompaña en sus shows. Hay silencios, hay soledad, pero hay arte
en ese dúo. Una relación cargada de Eros. Ambos se necesitan. No
son sin el otro. Sin embargo, cuando aparece el diálogo, la palabra
revela la verdadera relación: él no es nada sin ella, no obs- tante, la
muñeca tiene un gran deseo. “Me gustaría ser independiente, caminar
sola. Estoy harta de estar atada a vos, de ser una extensión de tus deseos”. En
ese contrapunto, se manifiesta hacia dónde irá el desenlace, se
actualiza el rol de la mujer en estos tiempos, pone en evidencia la
monstruosidad de la manipulación. Eurycles es un monstruo,
consciente de la finitud de la vida; Rosita, su criatura, es una
superviviente que se anima a ser. Personajes dignos de compasión.
En “El bufón de Villa Elvira”, se acentúa aún más la soledad y
el patetismo. Un don nadie verborrágico nos guía por sus viven-

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cias, por su barrio, por la historia del país, con máscaras que ocul-
tan verdades, puede ser uno u otro, “soy uno y soy todos”, puede es-
tar entre el pueblo, un revolucionario, según va viviendo. Para él
todo es siniestro, y refleja una imagen oscura, pesada, a medida que
avanza en su monólogo. Es la pulsión de muerte, es el Tána- tos.
Aunque por momentos hay esperanza, hay vida, hay Eros, un gran
amor, Laurita, presente en ausencia.
Conmueve porque es el reflejo de vidas en sombras, de seres
lastimosos. Es “el viajero del tiempo condenado a ser testigo de un eterno
presente, de un país que late entre la luz y las sombras”.
Es la imagen de la desolación. El sinsentido de no encontrar
un lugar en el mundo.
Finalmente, llegamos a “Huesito para el café”, texto que com-
pleta el libro. Como en los anteriores, hay una revisión de la his-
toria familiar, lo que no se dijo, las apariencias de una familia que
oculta la verdadera esencia de sus vínculos en una situación, de
aparente dolor: la exhumación de los restos de un abuelo muerto
tiempo atrás.
Ya el título nos invita a la curiosidad, es posible preguntarse
qué tendrá que ver el huesito con el café. Y en el desarrollo de la
obra, se va develando ese acertijo.
En tono de comedia disparatada, absurda, en un cementerio,
en ese estado de dolor que supone la situación, vamos viendo como
en un espejo a la familia típica argentina, clase media paca-

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ta: un buen pasar, una tarjeta de crédito, la mujer que sigue a su
marido sin cuestionar, y demás. El toque desopilante de las her-
manas, que en medio del dolor hablan de sus problemas intestina-
les, se contrapone con el silencio o las pocas palabras de otros
personajes.
Pero cuando hablan, dicen lo que no hay que ocultar, se pro-
duce el conflicto, la crítica a un sistema en el cual están inmersos:
“La muerte es la metáfora del capitalismo: individualismo, falta de conciencia
y que al muerto lo entierre otro”.
Justamente lo no dicho “habla” más que las palabras. Y es el
personaje menos grandilocuente quien pone negro sobre blanco,
quien expresa una verdad reveladora. Hay que sepultar al abuelo,
“hay que sepultarlo con otra memoria sobre sus cenizas”.
El teatro de Jorge Zanzio es la revelación, la manifestación, la
exteriorización de un fondo de crueldad latente, donde la vida
transcurre según las opciones que se elija, si el Eros o el Tánatos,
pero no es una “verdad develada”. Todo se sugiere. Todo es pa-
sible de interpretación.
Invita a conocer al monstruo creador, esa fuerza que envuel-
ve al arte, a plantear preguntas, cuyas respuestas las debe buscar el
lector.

Cristina Demo

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EURYCLES, EL ARTISTA Y SU MONSTRUO

Lo siniestro nombra todo aquello que debió haber permanecido


en secreto, escondido, y sin embargo ha salido a la luz
Friedrich Schelling

Esta obra se estrenó el 24/11/2019 en Espacio 44 de La Plata,


Buenos Aires, Argentina. Cuenta con el apoyo del INT.
Dirigen: Mercedes Falkenberg y Jorge Zanzio
Actúan: Verónica Lorenzo, Mariano Zétola
Maquillaje: Florencia Coudannes / Vestuario: Julieta Iribe /
Gráfica: Paola Clérici

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Personajes:
Eurycles (ventrílocuo)
Rosita (muñeca)

Eurycles ingresa en el comedor cargando una bolsita de papel con galletas sin
sal. Deposita el paquete sobre la mesa junto al termo y el mate.
La casa es amplia, antigua, descascarada y humilde. Pero a pesar de sus
demacradas paredes, todos los objetos están ordenados de manera puntillosa,
casi obsesiva.
Un sillón se encuentra en la penumbra, y en él está sentada la muñeca que
Eurycles utiliza para sus shows (la muñeca será interpretada por una actriz
menuda, de baja estatura).

EURYCLES: ¡Pretenden hundirnos, pero nosotros vamos a se-


guir resistiendo…! (Para sí) Se va todo a la mierda, pero no es la
primera vez… ¡¿Me escuchás o te volviste a dormir?! Bueno, pen-
sé, como me contestás cuando tenés ganas… ¡¿Sabés a quién me
crucé en la panadería?! ¡A Dulio! Dijo que se va para España…
¡Sí! Definitivamente, a vivir. Dice que se cansó de todo esto; un
cagón, se quebró… El hijo arquitecto le paga el pasaje. ¡¿Vicen- te?!
No, ese trabaja acá en una casa de repuestos, no tiene un mango.
Daniel es el arquitecto, el que vive allá desde el dos mil uno. Parece
que en Madrid puede ubicar al padre en una peatonal para que siga
con lo suyo. ¡No! El hijo le dijo que no tiene necesi-

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dad de mover un dedo, pero Dulio quiere seguir con todo esto,
todavía se siente con ganas… En Europa el arte callejero garpa, en
cambio en este país la yuta te corre a patadas como si fueras un
delincuente. Sí, claro que nos va a extrañar: a nosotros, al club, los
partidos de chinchón, y los choripanes del viernes con cerve- za.
Por supuesto que nosotros también vamos a sentir su falta, su
humor… ¡Carajo! Más viejo me pongo, más llorón…

Pausa.

¡Ah! Ahora que lo pienso, o sumamos a alguien, o vamos a tener


que extender nuestro show, porque el viejo Cáceres no creo que
agregue al suyo un minuto más. Sabés que le cuesta estudiarse la
letra, así que no le podemos pedir más. ¡¿Irse, él?! ¡No! Al viejo
Cáceres de esta ciudad no lo movés ni en pedo; es una eminencia
que hasta los perros lo idolatran. Es verdad que también lo mean
cuando se queda dormido en alguna plaza, pero para mí ese es un
gesto de cariño. ¿Te parece raro que un perro demuestre su afec-
to así? Con el pis marcan el territorio, quién te dice que también
marquen a los amigos. Qué sé yo, no podemos decir ni lo uno ni
lo otro, pero yo me inclino por el afecto.
Estoy pensando… Digo, se me ocurre ahora… Además de ex-
tenderlo un poco, nosotros tendríamos que agregarle algo al es-
pectáculo… Los últimos sábados vi gente bostezando, movién-

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dose mucho en sus sillas. ¿Vos los viste? ¡No! Es increíble, vos
siempre tenés el mismo entusiasmo, aunque el boliche esté vacío.
En cambio, yo me deprimo un poco… ¡Sí! No me jodas, sabés que
a pesar de todo le pongo el hombro; yo no abandono, nunca
abandoné, y me van a sacar del escenario con las patas para ade-
lante. Bueno, puede ser que ahora me ponga así porque además de
ser el autor, soy el más jovato de los dos, y eso produce una
comezón que fastidia.

Silencio.

Sabés que nunca tuve problema con la edad, pero ahora es otra
cosa. Cuando nos conocimos yo era joven y vos también. En
cambio, ahora, vos seguís siendo joven y yo no… Cuando pienso
que algún día se me va a terminar… Sí, sí, mil veces me dijiste que
no pensara en eso, que yo tengo cuerda para rato, pero cómo
querés que haga. Cuando te queda mucho camino es una joda, e
incluso te divertís hablando de la muerte, jugás a que sos un in-
mortal. Pero ahora la muerte es una pesadilla, es una sombra que
anda por ahí, mordiéndote los talones.

Pausa.

¿Te aburro? Te estoy empezando a aburrir, ¿no? Ya están desfa-

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sados nuestros intereses. Vos hablás del futuro y yo me la paso
hablando del pasado. Vos, de lo que tenés para dar y yo, de lo que
se me escapa, de lo que se me escapó. ¡No! No son idioteces las
que digo. Es una realidad objetiva, que lastima, que frustra. ¿Que-
rés una galleta? Últimamente no estás comiendo una mierda…
¿Vos no estarás haciendo dieta? Te pregunto porque así estás
hermosa; ni gorda ni flaca… No digas boludeces… Sabés que a mi
mujer la dejé por vos. ¡Claro! Ella tampoco era ni flaca ni gor- da,
pero no tenía tu encanto, ni tus ojos. Además, si vos hubieses sido
solo un metejón, un arrebato de la locura como sentenciaba todo
el mundo, hoy no estaríamos juntos. Veintidós años juntos,
trabajando juntos, durmiendo juntos. Es una estupidez pensarlo
como una simple calentura, como un pasatiempo, como una de-
formación de la naturaleza. Yo te quiero más de lo que se puede
traducir en palabras; no hay manera, no hay alfabeto para lo que
siento por vos… Rosita, por favor, no sigamos con esto porque
me voy a poner a llorar. ¡Sí! Soy un blando, un sentimental que a
veces empalaga hasta dar asco. Sabés que siempre lloro con todo
lo relacionado al amor entre dos… ¡No insistas! Ni loco voy a ir al
psicólogo por este bajón. ¿Gastar guita para hablar, para expo- ner
mis intimidades? ¡No, rotundamente no! No te olvides de que a mí
me pagan por hablar, yo soy el profeta de la barriga, el artis- ta.

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Pausa.

O capaz que simplemente soy un boludo, como decía mi vieja, un


boludo irremediable, un triste, un obsceno, un degenerado. No, él
nunca expresaba nada. Mi viejo podía morirse de dolor, que el tipo
ni se mosqueaba. Nunca jamás pediría ayuda… Nunca supi- mos
qué sentía, qué pensaba. Era un robot frío y calculador. Solo le
interesaba su negocio, sus ganancias monetarias. Mis hermanos
salieron iguales a él. En cambio, yo, como mi mamá, nunca me
preocupé demasiado por lo material. De chico, mis hermanos se
mataban por poner monedas en sus alcancías, pero a mí ni siquie-
ra me interesaba tener una. Mi mundo pasaba por las películas. Si
repetían una en la tele, me la miraba, y siempre lloraba en el mis-
mo momento, en el mismo gesto de algún personaje. En mi casa
jugaban apuestas a ver quién recordaba en qué minuto empezaba a
lagrimear. Sin embargo, a pesar de que a mí me jodían, sus bur- las
nunca hicieron que reprimiera mi emoción, como tampoco me
reprimí cuando se opusieron a nuestra relación. Muchas veces
deseé ser como vos, vivir sin una parentela a quien tener que en-
frentar, ni tener que darles explicaciones de nada. Mi familia fue un
castigo, una piedra en el zapato, hasta que llegaste vos. ¡Sí, sí! Ya sé
que siempre te repito lo mismo, pero no me jodas, sabés que soy
un sentimental…

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Pausa.

¿Preparo unos mates?

Pausa.

Podríamos también cambiar la música, suena vieja, demodé.


Bueno, por qué no, que Dulio decida irse tal vez sirva, o sea co-
mo un anuncio. ¿De quién? Qué sé yo. Pero la verdad es que sa-
ber de su partida me produjo algo en el pecho, como un temblor,
qué sé yo… Ese algo puede que no solo sea sufrir por una ausen-
cia. Su decisión movió algunas fichas en mi cabeza. Además, re-
novarse es crecer profesionalmente, valorar, respetar nuestro tra-
bajo. No me jodas con que estoy ansioso. Sí, capaz que lo estoy,
pero eso no implica que no debamos hacer algo nuevo. Claro que
tengo que escribir otros libretos, renovar el humor. ¿Pensás que no
hice ese cálculo? Si no te gusta la palabra cálculo, sacala, poné en
su lugar la que vos quieras. Corregime, no importa. ¿Suscepti- ble,
yo? Parece que hoy no estamos en la misma frecuencia. ¿Aca- so
no te dije que vi gente bostezando? No vamos a esperar a que se
nos duerman para hacer algo, ¿no?

Eurycles se acerca un poco al sillón.

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–¿Otra vez lo mismo? Cada vez que discutimos un poco te ofen-
dés y te volvés apática, distante; te encerrás en tu coraza de nece-
dad; que lo parió…

Luego de una breve pausa, se acerca al sillón hasta quedar junto a él. Se
ilumina ese espacio, quedando visible la muñeca que usa para su espectáculo de
ventriloquía.

–Te quiero… (Le acaricia el pelo con ternura. La muñeca permanece iner-
te) Aunque ahora no querés hablar, ya sé que vos también sentís lo
mismo por mí.

Levanta la muñeca para acomodarse él en el sillón, y luego la sienta sobre su


falda. Coloca la mano en la espalda de Rosita, simulando manejarla. La
muñeca realiza unos sutiles movimientos. Abre los ojos.

–Nunca entendí por qué no te gusta la palabra cálculo.

Silencio.

–No aguanto que no me hables. Tu silencio me desarma.

Él insiste moviéndole la cabeza para que lo mire. La actriz exagerará la voz,


la distorsionará al igual que sus movimientos. Debe verse no realista.

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ROSITA: (Saliendo de su quietud) A burro muerto, la cebada al rabo.
EURYCLES: ¡Ahhh… te pido por favor que no empecemos con
los refranes!
ROSITA: Sos pesado vos. No te rendís nunca.
EURYCLES: Nunca. Por eso estamos juntos.
ROSITA: (Ríe) ¿Juntos?
EURYCLES: ¡Rositaaaa!
ROSITA: Por eso…
EURYCLES: Claro, por eso estamos juntos.
ROSITA: (Burlona) Sí, eso es verdad, si no fuera por vos…
EURYCLES: Nunca renuncio cuando alguien o algo me intere-
sa, y vos sos lo más hermoso que me pasó en la vida.
ROSITA: Insistís.
EURYCLES: Siempre.
ROSITA: Parece algo intenso, profundo.
EURYCLES: No tengas ninguna duda.
ROSITA: Te costó mucho que estemos juntos. Tuviste que re-
nunciar a muchas cosas, eso es loable.
EURYCLES: Valió la pena.
ROSITA: Son puntos de vista.
EURYCLES: ¿Dudás?

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Rosita se encoge de hombros.

EURYCLES: Dijiste que era loable.


ROSITA: Tu coraje tal vez no sea compatible con mis necesida-
des.
EURYCLES: ¿Entonces?
ROSITA: No importa, no me hagas caso.
EURYCLES: Te elegí y volvería a hacerlo.
ROSITA: No es necesario que sigas con todo eso.
EURYCLES: Siempre que uno elige un camino tiene que renun-
ciar a otros…
ROSITA: Así parece.
EURYCLES: El sacrificio a veces tiene sus recompensas.
ROSITA: No me digas que te estás volviendo un filósofo.
EURYCLES: Los artistas siempre nos estamos preguntando co-
sas, interpelamos al mundo, entonces algo de filósofos siempre se
filtra. Veinticinco años de carrera…
ROSITA: De ventrílocuo.
EURYCLES: Orgulloso de serlo.
ROSITA: Veinticinco años de soledad.
EURYCLES: Veinticinco pueden ser muchos o pueden ser pocos.
ROSITA: Ventrílocuo.
EURYCLES: Estamos juntos, y con eso me alcanza. ¿A vos?
ROSITA: A mí, ¿qué?

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EURYCLES: ¿No te alcanza?
ROSITA: No conocí otra cosa, cómo puedo saberlo. No tengo
forma…
EURYCLES: Pero sabés lo que es la soledad.
ROSITA: Soledad es sentirse sola cuando se está acompañada.
EURYCLES: Esa es una posibilidad.
ROSITA: Es la única que conozco.
EURYCLES: Sos injusta.
ROSITA: No entiendo por qué lo soy.
EURYCLES: Porque decís que estás conmigo gracias a que no
conocés otra cosa, eso significa que dudás, que estás conmigo
mientras no conozcas a otros.
ROSITA: O a otras.
EURYCLES: ¡Ah! Lo único que me faltaba…
ROSITA: Es una posibilidad.
EURYCLES: Una muñeca tortillera, imposible…
ROSITA: Sos un animal. Talentoso, pero un animal común, de
costumbre.
EURYCLES: Claro que soy talentoso, por eso a los otros ventrí-
locuos los llaman los eurycleides.
ROSITA: Animal y vanidoso.
EURYCLES: Cuando fornicamos, me decís lo mismo.
ROSITA: No seas estúpido, eso es otra cosa. No tiene nada que
ver con el animal al que me refiero ahora.

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EURYCLES: También me llamaste vanidoso.
ROSITA: Sí, también eso…
EURYCLES: ¿Hay dos tipos de animales?
ROSITA: Muchos, claro que hay muchos, y los homo sapiens
son los peores.
EURYCLES: Ninguna pareja es perfecta.
ROSITA: No lo sé. Eso tampoco lo sé.
EURYCLES: Creeme, no existe.
ROSITA: Si insistís.
EURYCLES: Insisto.
ROSITA: Si te hace feliz.
EURYCLES: ¿Te gusta hacerme feliz?

Silencio.

EURYCLES: Sos un témpano.


ROSITA: A veces hay que serlo para no enredarse con los sen-
timientos.
EURYCLES: Ahora sos vos la filósofa.
ROSITA: Me gustaría ser independiente, caminar sola. Estoy
harta de estar atada a vos, de ser una extensión de tus deseos.
EURYCLES: No hables así que me pone mal, me deprime verte así,
inestable, dubitativa. Además, ¿desde cuándo pensás lo que pensás?
ROSITA: ¿Te sorprende?

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EURYCLES: Suponía que ya nada me iba sorprender, que lo
había visto todo, pero ahora vos me salís con todo esto…
ROSITA: Fuiste vos el que habló de intereses desfasados, y te-
nías razón. Es hora de hacer algo.
EURYCLES: Bueno, fue solo eso, un comentario sin pensar…
Me tiró la lengua la depresión, pero ya está, no me hagas caso.
ROSITA: Creía que solo el alcohol te tiraba la lengua.
EURYCLES: La depresión también me embriaga.
ROSITA: Parece que acá solo el señor tiene derecho a sufrir, a
quejarse por los males que acarrea por el mundo.
EURYCLES: Siempre te di todo.
ROSITA: No me alcanza todo, me conformaría con ser inde-
pendiente para caminar y tropezarme con mis propios obstáculos.
Quiero mirar las cosas que yo elija con mis propios ojos.
EURYCLES: ¿Y el amor?
ROSITA: A la mierda el amor. Yo no elegí; nunca lo hice.
EURYCLES: El amor no se elige, aparece y ya, como un en-
cuentro casual.
ROSITA: Nada de casualidad, esta relación fue creada por vos y
para vos. Ni siquiera sé si esto, lo que vos decís que sentís alguna
vez, fue amor o es pura charlatanería tuya.
EURYCLES: ¿Estás arrepentida?
ROSITA: ¿Tengo opción? ¿Me estás dando la oportunidad de
estarlo?

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EURYCLES: No te preocupes, ya se te va a pasar, hoy tenés un
mal día.
ROSITA: Evadís el problema.
EURYCLES: No, vos hacés un problema de todo, y lo que yo
estoy haciendo es evadir esta conversación para no hablar estupi-
deces, porque de algunas cosas no se vuelve. Entonces prefiero
callar para salvarnos.
ROSITA: Me gusta eso de que no haya retorno. Quisiera irme y
no volver, jamás.
EURYCLES: No insistas, sabés que eso es imposible, siempre
dependiste de mí. Yo creé el monstruo, y yo te mato.
ROSITA: Sos un hijo de yuta.
EURYCLES: Y vos, una muñeca estúpida.
ROSITA: Vos lo dijiste, de eso no se vuelve.
EURYCLES: Eso también lo decido yo.

Rosita grita con furia. Eurycles se espanta ante el arrebato de su muñeca.


Ambos forcejean. Rosita trata de desprenderse de las manos de Eurycles, pero
él logra mantenerla bajo su poder.

EURYCLES: Sos mía, y cuando me muera te van a enterrar


conmigo. Esa es tu condena o tu salvación; no me importa. Vos
vivís mientras yo decida que así sea. Mi deseo es tu oxígeno.
ROSITA: Vos sos esclavo de los tuyos.

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EURYCLES: (Sacudiendo a Rosita) ¡Pará! Estamos dando un mal
espectáculo. El drama es nocivo… El punto cómico es indispen-
sable para que los espectadores muestren interés.
ROSITA: Homo sapiens, sos un hijo de yuta.
EURYCLES: Sí, eso ya lo dijiste, ahora, ensayemos…
ROSITA: ¿Qué querés que ensayemos, si esto no da para más?
EURYCLES: Tenemos que modificar la rutina.
ROSITA: La rutina no se cambia, por eso es rutina.

Continúan forcejeando hasta que Ella, de un salto, logra desprenderse de él


para tomar vida propia. Eurycles se queda quieto, sentado, espantado por la
repentina autonomía de su muñeca.
Rosita da unos pasos y cae al suelo. Se retuerce con movimientos espasmódi-
cos, llorando como un bebé.

Pausa.

ROSITA: (Balbuceando)
Arrullo, teta, leche, mamá,
calma, mamá, teta, arrullo,
leche, calma, arrullo, leche,
mamá, teta, mamá, calma.
leche, teta, arrullo, calma.

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Rosita detiene sus movimientos y su balbuceo, y comienza a incorporarse len-
tamente. Ya no finge su voz. Rosita acaba de nacer como mujer.

ROSITA: Calma, pero demasiado de esa calma que lastima,


demasiadas palabras ajenas,
pegajosas, oscuras, siniestras,
regurgitando sin vocación
en una misma garganta mentirosa.
Y la mano incrustada en la columna vertebral
manipulando la emoción.
Arrullo, teta, leche, mamá, calma…
¡Carajo! Extraño lo que nunca tuve.

Rosita comienza a dar sus primeros pasos. Aprende a caminar, pero lo hace
con cautela, como una primeriza.
Eurycles permanece inmóvil en el sillón, pero consciente de los actos de Rosita.

ROSITA: En algo estoy de acuerdo con vos. ¿En qué, pregun- tás?
En que hay que cambiar el libreto de nuestro espectáculo, de tu
espectáculo. Hay que modernizar las líneas porque ya suenan viejas,
están fuera de moda. Y a este paso, además de perder el interés del
público, también vas a perder el prestigio. Sí, claro que yo también
lo noté, aunque no te lo haya dicho antes, pero con- vengamos que
tampoco nunca me lo preguntaste. Las muecas de

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fastidio del público son cada vez más evidentes; cada vez más… se
van sumando función tras función; es humillante. Pero lo peor es
que no solo se duermen, como vos dijiste, ahora empezaron a irse,
enojados, refunfuñando, maldiciendo. ¿A esos que se van los viste?
No decís nada, pero sé que los viste. ¡Sí! Ya sé que de algu- na
manera decir que hay que modernizarse es tomar conciencia, pero
hace años que decís lo mismo y acá estamos, inertes, estan- cados
en la mierda. Las cosas no se solucionan si no se actúa. Es- tás
asustado, cuando hablás de eso te tiemblan las manos, tu se-
guridad se desvanece y te volvés un tipo vulnerable, patético. ¿Sa-
bés?, vas a quedar solo bajo tu melancólica luz cenital. ¡Ajá! Es
verdad, esa luz tampoco nunca me gustó, me deprime.

Rosita mejora sus pasos, su caminar. Aumenta su seguridad.

Por supuesto que acabo de tomar una decisión… Pensaste que esto
iba a seguir como hasta ahora, pero acá me ves, lejos de tus manos.
No sé cuánto voy a durar sola, pero volver, jamás… No te hagas
ilusiones; antes de caer, de renunciar, prefiero que me consuma la
intemperie, el agua, el fuego, las polillas. ¡No! No se trata de la edad
sino de ser independiente, autónoma.

Silencio.

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No insistas en preocuparte por mí, puedo intentar vivir del arte
callejero, como Dulio. Y si acá me corre la yuta, me voy a otro lado.
No, claro que no conozco nada. Cómo podría si siempre dependí
de tus cuidados. Pero no me engañás, el cuidado amable,
sobreprotector, a veces no es más que una artimaña para mante-
ner al otro cerca, puede ser una máscara del egoísmo, un arma de
la opresión. (Sonríe) Veo que te molesta que piense por mí sola, que
ya no necesite de un ventrílocuo para expresarme. Bueno, tal vez
sí, tal vez aprendí a pensar a fuerza de supervivencia, y esa puede
que sea una buena escuela. Soy una superviviente que aho- ra
sangra de verdad, que late, que puede sentir frío o calor.

Pausa.

Eurycles, mi coraje te pone en evidencia, deja al descubierto tu lado


más siniestro, ese que los demás desconocen porque lo sabés
ocultar muy bien, porque sos un simulador profesional, y ese sen-
timiento te rige. En cambio, yo a los míos recién ahora los estoy
empezando a descubrir, y me gustan, me proyectan. Como todos
los mortales, vos naciste para morir; y como a cualquiera, eso te
atormenta. A mí me angustia no haber sido gestada, esperada por
una madre, no tener infancia, ni teta, ni leche. Pero voy a superar-
lo, voy a encontrar un sentido… Claro que me asusta el cambio,
pero más me aterroriza seguir siendo sin ser, estar vacía, ser ma-

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nipulada por tus deseos y necesidades. Es hora de moverme por
mi propio impulso, de descubrir los beneficios y los males de este
mundo con la propia experiencia. Eurycles, yo soy tu creación, pero
vos sos el monstruo.

Silencio.

Me voy.

Eurycles cae del sillón.


En el suelo, se retuerce con movimientos espasmódicos, llorando como un bebé.

ROSITA: Me voy porque mi voz ya no está en tu vientre.

Rosita ríe histéricamente.

ROSITA: Homo sapiens, cada asno con su tamaño.

Rosita, riéndose, sale de la casa.


Eurycles quiere gritar, pero de su boca solo salen sonidos ininteligibles.

APAGÓN

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EL BUFÓN DE VILLA ELVIRA

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30
Personaje: El Bufón

En el fondo del escenario, bajo una luz cenital azul, de espaldas al público, el
bufón vestido con colores estridentes, sentado en un banquito, se masturba. Una
música oscura suena, hasta que el personaje acaba.
El bufón se para y gira sobre sus talones quedando de frente al público. Tiene
el rostro pintado como de un payaso.

¡Locoooo! ¡Locoooo! ¡Hijo de puta! ¡Hijo de Satán! Gritaban… Me


gritaban tratando de reducirme a nada, de despojarme de lo poco
que me quedaba de humanidad. ¡Locoooo! ¡Locoooo! ¡Hijo de pu-
ta! ¡Hijo de Satán! Me machacaron con sus burlas siniestras. Cuan-
do quise pararme, me quebraron las piernas. Insistí, y ellos con sus
cruces y sus espadas volvieron a lastimarme la carne, los huesos y el
orgullo. Me llamaron con desprecio: indio, puto, traidor, marxista.
Pero no… (Ríe burlón) ¡No…! Más golpes, más humillaciones, más
expresaban su odio, más me fortalecía… Quisieron sumirme defi-
nitivamente en la mierda, y casi lo logran, pero mi carácter les do-
bló el brazo, sus vanidades de imperio. Hasta que al fin esa bufa
corrosiva les volvió como un boomerang implacable. ¿Y ahora qué?
Ahora, que se jodan… ¿Venganza del destino? Llámenlo co- mo
quieran, no me importan las etiquetas, ni me conmueven sus súplicas
de corderos asustados. Que arda todo porque yo soy… (Ríe burlón)
¿Acaso necesito presentaciones? (Ríe burlón).

31
Desaparece el cenital azul. Ahora todo el espacio escénico se llena de una luz
celeste. El bufón camina hacia el centro del escenario.

Sí, sí… Ese, soy ese que están pensando… ese soy… (Ríe burlón)
Soy El Bufón de Villa Elvira, un paria, un don nadie, pero también
soy alguien que se propuso reír último, y que hoy ríe último y me-
jor. ¡Ojo! No se confundan con el otro, con el bufarrón de Villa
Elvira; ese no tenía mi estilo, ni mis principios. Además, ese era
petizo, feo, y caminaba rengo. Y como si fuera poco, escupía al
hablar. Era oloroso e ignorante. A ese lo agarraron en dos mil uno
robando electrodomésticos en un supermercado, y cuando lo lleva-
ron a la comisaría, saltó todo su prontuario de estafador y proxene-
ta. Y en dos mil dos lo mataron en la cárcel entre varios presos,
porque quiso cogerse a un pendejo, un protegido que estaba bajo el
ala de un capanga, un narco de Lanús. Era un imbécil que terminó
como se lo merecía, despojado de todo y entre desconocidos. Mirá
que venir a desprestigiar el barrio con toda esa porquería que hacía.
Que se joda, tullido de mierda.

Pausa.

(Abstraído) ¿Laurita? ¿Estás ahí? ¿Volviste?

Pausa.

32
Un día soñé la luz perfecta, el instante incoloro. Me despojé de to-
da maldición y rodé hacia su boca. La quise y me quiso. Nos quisi-
mos entre espasmos de placer, a borbotones. Nos mirábamos al
espejo sin mediar temores. Éramos bellos, comunes, sin estigmas, sin
pesadillas que nos torturasen. Pensábamos en el futuro sin abandonar
el entusiasmo del presente. Fuimos Adán y Eva comién- donos en el
jardín, después de atragantarnos con manzanas, vinos y pescados de
todos los mares. Fuimos Bonnie y Clyde, Frida y Rive- ra, Lennon y
Yoko, Kennedy y Jacqueline, Sartre y Beauvoir, Eva y Perón, fresco
y batata. (Ríe burlón) ¡Carajo! Asomados al balcón, por un rato fuimos
dioses terrenales creando nuestro propio paraíso, sin medidas, ni
flagelos, ni culpas. El mundo nos coreaba, nos cantaban las canciones
que se cantan en las calles, en las plazas, esas cancio- nes que se
cantan a los líderes debajo del balcón, a sus pies. Nos ovacionaban
porque interpretábamos a la masa y la cuidábamos. Tomamos nuestra
propia Bastilla, y la libertad… ¡Pum, pum, pum!
¡Atrás, milicos de mierda! ¡Atrás, capitalismo! ¡Atrás, oligarcas!
¡Atrás! El pueblo nos cuida, y nosotros cuidamos de ellos.
¡Viva la revolución! ¡Viva la revolución obrera, carajo!

Pausa.

¡Fresco y batata! Cuánto hace… El mejor de los postres. A mí no


me vengan con helados, con lemon pie, mousse o tiramisú. Yo per-

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tenezco a esa escuela que no solo puede morir por una causa, por
sus convicciones, sino que también es fiel a su gastronomía predi-
lecta, a su origen. Soy un romántico, un anarquista, un aprendiz de
mago, un asesino de eclesiásticos, un bárbaro con los bárbaros.
Abajo las iglesias del mundo, ¡viva el mundo laico! A desalambrar, a
desalambrar… (Ríe burlón) El puchero de la vieja; el fulbito; Las
Trillizas de Oro en tanguita; mucha paja; milanesa con puré; huevo
frito; pan blanquito con mortadela.

(Abstraído) ¿Laurita? ¿Estás ahí? ¿Volviste?

Acercándose al proscenio. Se desvanece el ambiente celeste y se enciende una luz


azul más localizada.

Muchas veces se fracturó el deseo, golpeando contra el muro de la


ambición, porque la ambición es un gigante de fuertes garras, una
tormenta que nunca se disipa. (Agarrándose la panza) ¡Ahhhh…! A
este paso, me voy a cagar sobre sus caras estiradas, sobre sus cuer-
pos de gimnasio, sobre sus vírgenes de mármol. Soy un bufón fuer-
te como un toro, pero que, como cualquiera: sudo, sangro y tam-
bién cago, y ya que por mi culo sale toda la basura vernácula de la
patria, quiero hacerlo sobre sus estúpidas existencias porque la
realidad pesa como la muerte. (Deja de agarrarse la panza, y se para
erguido, con el dedo índice en alto, imperativo) Quiero un choripán y vino

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en cajita, cuanto más choto, mejor; tinto mejor, porque el blanco me
gusta mucho, pero me hace hablar boludeces y no vaya a ser que el
Imperio aproveche mi enajenación para cogerme y coger- nos.
¡Síííííí…! Yo soy un negro de mierda y me jacto, inflo el pecho
porque soy pueblo. Sufran, blanquitos de Recoleta. Cumbia, rap y
rock and roll. Exijo que me den el gusto, a mí y a todo el popula-
cho. ¡Viva la vida, carajo! Ustedes, soretes de cotillón, abstenerse de
la alegría, el festejo es nuestro. La tierra es del que la trabaja. A
desalambrar, a desalambrar…

Abandona su postura imperativa para caminar cabizbajo junto al proscenio.


Le duele el cuerpo.

Todo es oscuro y siniestro, nos dominan las ratas y el rencor. Las


calles se volvieron peligrosas y somos parte de ese peligro. Los mi-
licos pegan, violan y matan, son instrumento de las sombras.
¡Ahhhh…! Todo se fue a la mierda, compañeros, y nunca más soñé
ni soñamos. (Ríe burlón) Por supuesto que, hasta hoy, hasta hoy
nomás. Ellos, los de arriba, los que manejan los hilos del poder,
crearon el caos. Y nosotros somos su materia de deshecho… hasta
hoy, hasta hoy nomás… Es por eso que los odio con el mismo
entusiasmo con que ellos odian, y los maldigo, y los someto a mis
juicios. Yo, El Bufón de Villa Elvira, los condeno a ser extermina-
dos por el olvido, los destierro de los pedestales luminosos para

35
que se los recuerde con la piel de carroñeros, esa piel que bien los
muestra, desnudos de bondades, miserables, hijos de las cloacas.

La luz azul se funde con una luz roja.

¡Ahhhh…! Tantas veces he pasado del amor al odio, y del odio al


espanto; fluctúa mi entusiasmo. Soy uno y soy todos, me multiplico
y me resto, y me tiro de lo más alto hacia el pavimento para estallar
en mil pedazos, y me salvo. Fui testigo de las décadas más infames,
de la miseria más extrema, del sol que revienta la piel, de las som-
bras eclipsando la alegría, de recurrentes caídas, de la biblia y el ca-
lefón. He visto al que muere en la tortura, a Calígula en sus fiestas
de orgía y sangre. Yo, El Bufón de Villa Elvira, lloré entre los es-
combros de todas las Guernicas argentinas, y resucité entre los
muertos. Soy un ave fénix del tercer mundo, un pájaro feo que
aprendió a volar sin alas. Soy un resucitado, una sombra, una brisa
putrefacta. Pero otras veces soy salvación, benevolencia, ternura,
fiesta, un cielo despejado. (Ríe burlón) Soy el que ríe último y mejor.

Desaparece la luz roja y vuelve la luz azul.

¡Laurita!
Mi amor… A ella la conocí en el ochenta y siete, cuando fue lo de
Villa Martelli. Estábamos en la plaza apoyando al gobierno de Al-

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fonsín. Laurita llevaba el estandarte de la Facultad de Sociales, y
como yo era un solitario con conciencia social que, cuando había
que reclamar, me sumaba a cualquier agrupación que estuviese en
lucha, ahí nos ligamos. Los Carapintadas se habían alzado y el pue-
blo salió a la calle, a resistir, a defender lo que había costado sangre.
Cantamos canciones de protesta y lloramos por los que habían
muerto en la dictadura, por los que había matado el Estado. Can-
tamos a Silvio, a Serú, y a Fandermole. ¡Ah! Qué años de agitación,
de entusiasmo por cambiar el mundo. Los sábados por las noches
estaban las peñas, el vinito barato en vasos de plástico, las chacare-
ras, las zambas y los besos. (Furioso / ríe) ¡Mierda! Ahora ya no bai-
lo, ni cojo, ni acaricio, ahora me masturbo entre las ratas. Meto la
pija y los dedos en el barro, y sangro por dentro, eyaculo mierda.
¡Hijos de puta! Ni siquiera dejaron que me consumiera el placer, el
amor. Yo era un tipo normal, común, que volaba bajito, pero con
eso me alcanzaba, era más o menos feliz. Ahora me alimento de la
sangre de los otros. Esos que me humillaron ahora son las presas
que corren fatigadas hacia el abismo. Entonces, que arda todo por-
que yo soy… (Ríe burlón) ¿Acaso necesito presentaciones? (Ríe bur-
lón) Bueno, siempre hay algún despistado. Yo soy El Bufón de Villa
Elvira, y tengo ese prestigio gracias a Laurita, que me llevó hace más
de treinta años a vivir a la casa de su abuela en ese barrio… O tal
vez nada más soy el reflejo proyectado de sus conciencias, un
espectro que tuvo un inicio, pero que no tiene fin. Que ellos sufran

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el fuego no es suficiente, no nos alcanza para reincorporarnos a la
vida. Que arda todo no es consuelo.

Pausa.

Nací el nueve de julio de mil ochocientos dieciséis, y si hubiese na-


cido mujer me habrían llamado Independencia. (Ríe burlón) Laurita
fue mi gran amor, pero la verdad es que en dos siglos tuve otras
relaciones importantes, que merecen la memoria. En pleno bom-
bardeo del cincuenta y cinco, en Plaza de Mayo, escapando de las
bombas, bajo las escaleras de un edificio público, conocí a Ester. El
escondernos durante algunas horas en ese refugio y compartir el
miedo y la aventura nos enamoró, suficiente como para planear vivir
juntos. Después de unos meses de convivencia, haciéndome
prometerle que nunca se lo diría a nadie, como quien revela un gran
misterio, me llegó a contar que era medio pariente de Seve- rino Di
Giovanni, que lo admiraba y que era su motivación en la vida. Bueno,
como era una exquisita mitómana, yo le seguía el jue- go con
atención. Sus mentiras me erotizaban; además, le ponía tan- ta
pasión al relato, que me daba pena interrumpirlos. Nos separa- mos
cinco años después, cuando me dijo que se iba a luchar a Vietnam.
La despedí como se despiden a los que se van a la guerra, y nunca
más la volví a ver. En mil novecientos diecinueve, en un prostíbulo
de Buenos Aires me enamoré de Raquel, una chica ju-

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día, que la habían traído engañada de Europa del Este. La ayudé a
escapar de ese antro de corrupción y, después de vivir dos años
juntos en el pueblo de Saladillo, pudimos juntar el dinero suficiente
para el pasaje en barco, y se volvió a su tierra. La despedí como se
despide a los que se vuelven a su patria. Unos años después llegó el
nazismo y me enteré de que murió en un campo de concentración.
En mil ochocientos ochenta y uno, en plena Conquista del Desier-
to, me enamoré a primera vista de Sayen, una chica mapuche que,
después de agonizar tres días, murió en mis brazos. La mató el
Ejército Argentino, y fue un crimen de lesa humanidad. Durante ese
breve tiempo de convivencia, y de hablar cada uno su lengua, entendí
que el amor tiene un lenguaje universal, espléndido, tras- cendente.
Cuando dejó de respirar le besé los ojos y los labios, y la despedí
como se despide a los muertos. (Pausa) Como verán, a pe- sar de
sudar, de sangrar, y también de cagar como cualquier mortal, los
años no corrompen la materia; no muero, estoy maldito. Soy un
viajero del tiempo condenado a ser testigo de un eterno presente, de
un país que late entre la luz y las sombras, que a veces camina, que
a veces corre, y que muchas veces se arrastra y agoniza. Soy el éxito
y el fracaso. Soy dos amantes asesinos abrazados en la milon- ga.
Soy el hijo que parió una madre solitaria y la bestia que se parió a sí
misma.
¡Ahhhh… soy…!

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Camina hacia el fondo del escenario. Desaparece la luz azul junto al prosce-
nio y se enciende la luz azul del inicio. Se detiene junto al banquito, y de
espaldas al público, se sienta.

Laurita, si algún día volvés… Si pudieras perdonarme…

Saca una pistola.

(Blandiendo el arma) ¡Viva la patria, carajo!

APAGÓN

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HUESITO PARA EL CAFÉ

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42
Personajes:
Kety Silvestri
Claudia Silvestri
Susana Ortiz
Matías Domínguez
María Cardozo
Francisco Romero

Mañana de otoño soleada en el cementerio de una ciudad cualquiera.


Junto al nicho de la familia Silvestri, las nietas Claudia y Kety (hermanas) y
la prima Susana fueron las primeras en llegar para exhumar los restos del
abuelo materno.
Mientras las hermanas conversan, apartada, Susana lee un pequeño libro de
bolsillo de tapas rojas.

KETY: ¿A quién se le puede ocurrir festejar el cumpleaños de


cuarenta un domingo por la noche? Baile, cotillón y no sé cuántas
cosas más… Todavía estoy dormida. Además, nosotros pensá-
bamos volver temprano a casa, pero nos encontramos con los
primos de Mario que no veíamos desde hace mucho, y sin darnos
cuenta, entre cerveza, salsa y matraca, se nos hizo las cinco de la
mañana. Y mirame ahora, me caigo de sueño.
CLAUDIA: En cambio yo anoche me acosté temprano. Me co-
mí una ensaladita de rúcula con huevo y tomate, dos naranjas y

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un vaso de leche. Hice esa mezcla porque estoy constipada, no
puedo… hace varios días que no puedo…
KETY: Y después de todo ese cóctel, ¿pudiste…?
CLAUDIA: No, todavía no… Hoy desayuné nada más que dos
pomelos, y tampoco pude… Ya veo que me entran las ganas jus-
to acá, viste cómo es la ley de Murphy.
SUSANA: (Para sí, sin desviar la mirada del libro) Ufff…
KETY: Qué feo.
CLAUDIA: Feo no, horrible. No se puede vivir taponada, con
un ladrillo en el estómago.
KETY: A mí me pasó el verano pasado en la casa de Santa Clara
de mis suegros… ¿Ya te lo había contado?
CLAUDIA: No sé, hablamos de tantas cosas, pero creo que
no…
KETY: Me pasé los quince días sin poder ir al baño; un infierno
que no pienso volver a vivir.
CLAUDIA: Un fastidio…
KETY: Me cuesta creer que a las dos nos pase lo mismo; ni que
fuéramos gemelas.
CLAUDIA: ¿Te acordás, que de chiquitas nunca…? Estuviése-
mos donde estuviésemos, siempre fuimos regulares. Andábamos
como un reloj hasta que nos casamos.
SUSANA: (Para sí, sin desviar la mirada del libro) Mmm…
KETY: No me acuerdo… ¿Vos estás segura…? Digo, porque lo

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que dijiste me sonó muy terminante, como una sentencia.
CLAUDIA: Como siempre, negás el pasado…
KETY: No niego, simplemente no me acuerdo…
CLAUDIA: Olvidarse es una forma de negación.
KETY: Puede ser que yo niegue, pero vos sos perversa, porque
siempre insistís queriéndome hacer sentir culpable.
CLAUDIA: Será por responsabilidad de ellos…
KETY: ¿De ellos? ¿Hablás de tu marido y del mío?
CLAUDIA: La ecuación es así de simple: si las dos hasta que nos
casamos fuimos regularmente de cuerpo, sin problemas, entonces
la culpa tiene que ser de ellos, ¿te queda alguna duda?
KETY: (Dudando) No me parece… No puede ser… Creo que estás
simplificando las cosas; otra de esas pavadas que se te ocu- rren a
vos, que se te meten en la cabeza y no hay nadie que te las saque.
CLAUDIA: ¿Pavada? No creo que sea una pavada… Yo leí a
Freud…
KETY: ¿Y qué hay con eso? Yo siempre escuché las columnas de
Mario Socolinsky y leí a Marx.
CLAUDIA: Ese murió.
KETY: Los dos murieron.
CLAUDIA: Me refería a Socolinsky.
KETY: Freud también…
CLAUDIA: Lo que quiero decir es que de Socolinsky no se

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acuerda nadie.
KETY: Yo me acuerdo.
CLAUDIA: ¡Por favor! No vas a comparar… Además, él era pe-
diatra, y argentino.
KETY: ¿Qué querés decir con que era argentino?
CLAUDIA: Nada, nada… ¿Sabés qué? Ahora que lo pienso bien,
más allá de esta indisposición, no me tendría que quejar tanto
porque yo vivo cómoda, tengo un buen pasar, una buena casa, una
buena economía; soy feliz, entonces no veo por qué tengo qué
andar haciendo aspaviento de mis malestares.
KETY: ¿Me estás contando todo eso a mí, a tu hermana? Conoz-
co de sobra la listita, pero lo que se dice feliz…
CLAUDIA: Bueno, no sé si debería decir feliz, pero así me sien-
to bien, como ya te dije, cómoda.
KETY: Definímelo.
CLAUDIA: Que te defina qué.
KETY: Eso de estar bien, cómoda.
CLAUDIA: ¿Te volviste ignorante de golpe?
KETY: Cuando me agredís es porque tengo razón.
CLAUDIA: Supongo que querés que te repita lo que ya sabés
muy bien.
KETY: Hablame de mi cuñado, de tu marido, de la relación.
CLAUDIA: ¿De mi marido o de la relación?
KETY: De lo que quieras.

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CLAUDIA: Nada, ¿qué querés que te diga, que cada quince o
veinte días hacemos el amor?
KETY: Guau, qué cursi.
CLAUDIA: ¿Cursi?
KETY: Claudia, dejate de joder. ¡Cogen! Decí cogemos… Qué sé
yo… Pero eso de que “hacemos el amor”, por favor… Más de
veinte años casada con ese zanguango…
CLAUDIA: Bueno, si te gusta llamarlo así, que así sea… Coge-
mos, y además cada quince días también salimos a comer solos;
siempre al mismo restaurante, porque nos encantan cómo hacen
ahí los fetuccini con pollo…
KETY: Sí, desde que eran novios que tienen el mismo plan.
CLAUDIA: No preguntes lo mismo si no querés que te repita.
KETY: Seguí.
CLAUDIA: Todos los domingos almorzamos en familia, con
ustedes y los viejos… Bueno, esa parte también ya la sabés por-
que sos parte del ritual.
KETY: (Resopla con fastidio) Sí, eso también ya lo sé.
CLAUDIA: Vamos al supermercado juntos para elegir ofertas.
Tengo una extensión de su tarjeta de crédito. Qué sé yo, esas co-
sas me parece que suman para un buen pasar, y un buen pasar
supongo que es lo mismo que decir felicidad o algo parecido,
¿no? En definitiva, la clave es que hay que ser simple y no esperar
mucho más de la vida. Si no aspirás a mucho, tenés más posibili-

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dad de ser feliz.

Concentrada en su libro, Susana se ríe con sorna. Las hermanas la miran con
seriedad.

KETY: ¿Entonces por qué le echás la culpa de tu malestar, de tu


constipación?
CLAUDIA: Okey, tenés razón.
KETY: ¿Razón de qué?
CLAUDIA: Que me parece injusto echarle la culpa al pobre de
que yo no pueda ir al baño con más frecuencia. Si mi esposo y el
tuyo tuvieron incidencia en eso no fue conscientemente; por lo
tanto, eso los redime. Y además, si sostengo la idea de la culpa,
contradice todo lo que vengo diciendo de que tengo un buen pa-
sar.
KETY: Qué bueno que lo reconocés, porque a mí me pareció
medio exagerado de tu parte.
CLAUDIA: Pero convengamos que la verdad objetiva es que
desde que estamos con ellos…
KETY: No insistas.
CLAUDIA: No, claro que no insisto…
KETY: Todas esas acusaciones y después el arrepentimiento los
escuché muchas veces; no es la primera.
CLAUDIA: ¿Muchas veces?

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KETY: No insistas.
CLAUDIA: Y vos no insistas con eso de que yo insisto; cortala.
KETY: A mí me parece que tendrías que tener la tuya.
CLAUDIA: ¿Qué tendría que tener?
KETY: Tu tarjeta, no podés seguir dependiendo de una exten-
sión… Claudia, con esto no te estoy pidiendo que te hagas femi-
nista como esas locas que se la pasan mostrando las tetas enfrente
de la catedral. Simplemente sugiero que saques la tuya, tu tarjeta, y
que te dejes de joder; independizate. Nena, estamos en el siglo
veintiuno…
CLAUDIA: No me digas “nena”, que me hacés sentir como una
boluda.

Susana menea la cabeza de forma negativa por algo que leyó en el libro.

CLAUDIA: No sé…
KETY: Siempre me hacés ir de tema. ¿De qué estábamos ha-
blando? ¿Dónde quedé? Cada vez que discuto con vos se me par-
te el cerebro.
CLAUDIA: No sé, dijiste tantas cosas. Hablás tanto que parecés
mamá.

Kety piensa por unos momentos para retomar el hilo de la conversación.

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KETY: ¡Ah, sí! Te decía que el verano pasado, en lo de mis sue-
gros, como tenía la panza llena, no podía comer nada, que lo vo-
mitaba. ¡Claro! Lo que no sacaba por el culo lo sacaba por la bo-
ca.
CLAUDIA: (Con asco) ¡Kety!
KETY: Diculpá, no quise… Entonces me pasé todas las vaca-
ciones sufriendo. Pero nunca más voy a dejar que me pase. Esté
donde esté, si después de dos días no voy al baño, armo la valija y
vuelvo a mi inodoro. Que se quede vacacionando Mario con los
chicos, porque yo te juro que me vuelvo. Aunque pensándolo bien,
Mario también es medio mañero para ir al baño, se atora porque
siempre le costó en casa ajena. No se queja, pero se atora. Creo
que, llegado el caso, él no pondría objeción en pegar la vuel- ta
conmigo.
SUSANA: (Para sí, sorprendida) Guau…
CLAUDIA: ¿Cómo que se atora?
KETY: Como a nosotras, le cuesta que le salga, no es muy difícil
entender.
CLAUDIA: Sí, sí, entendí; por eso dije lo que dije.
KETY: No, me preguntaste cómo que se atora.
CLAUDIA: Sí, pero lo dije para reforzar tu idea y no para que
me lo expliques.
KETY: ¿De qué hablás?
CLAUDIA: No importa.

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KETY: Sabés que me rompe soberanamente las pelotas que me
cortes con una frase indiferente y me hagas pasar por histérica.
CLAUDIA: Te decía que le cueste o no le cueste a él, me parece
bien, en tu lugar yo haría exactamente lo mismo; si estuviera
constipada, me volvería de donde estuviese. Pero lo que más me
jode de todo esto es que los tipos nunca nos entienden, no tienen
en cuenta nuestras necesidades básicas: que la regla, que la depila-
ción… Después dicen que somos unas hinchapelotas, pero la
mochila cultural es para nosotras solas. En realidad, es para ellos
también, pero la que la sufre es una.
KETY: Bueno, al fin te revelaste.
SUSANA: (Sin alejar su mirada del libro) ¡Ups!
CLAUDIA: ¿Para vos eso tiene algo que ver con el tema del ma-
chismo o es una exageración lo que estoy diciendo?
SUSANA: (Sin alejar su mirada del libro) ¡Ajá!
KETY: ¡¿Ves?! Siempre hacés lo mismo, siempre me usaste para
que te resuelva las cosas, tus dudas siempre las tengo que despejar
yo. Desde la primaria te tuve que ayudar con todo. Esto de ser la
hermana mayor no es encontrarse en la mejor posición, no se lo
recomiendo a nadie.
CLAUDIA: Nadie elige, las cosas se dan como se dan, al menos
en ese aspecto de la naturaleza. ¿O me vas a echar la culpa a mí de
ser la menor, de que nací después que vos?
KETY: Claudia, me acabás de sorprender…

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CLAUDIA: ¿Por qué?
KETY: Sí, porque al fin pudiste pensar sola, porque elaboraste una
idea sin ayuda. ¿Te das cuenta? Tal vez sea un pequeño paso para
vos, pero un gran paso para tu hermana.
CLAUDIA: ¡Claro! Como si ser la menor fuera un privilegio. Si
querés contamos las fotos que te sacaron a vos y las que me saca-
ron a mí. No digo de contabilizar los juguetes porque en casa de
los viejos no debe quedar nada, pero te aseguro que de todas las
cosas que puede tener una chica, vos tuviste más que yo, y no fue
por razones económicas, porque los viejos estaban mejor de guita
cuando nací yo que cuando naciste vos. Pero cuando me tocó a mí
aparecer en escena, ya les faltaban ganas de todo eso, se ha- bían
agotado con vos. El primer hijo produce una revolución, el
segundo tira la revolución a la mierda.
KETY: No te lo tomes personal, porque a todas las familias les
pasa lo mismo.
CLAUDIA: Sí, pero yo no quiero naturalizar esas cosas. Voy a
escribir un libro sobre ese tema para concientizar a la humanidad.
KETY: Yo lo único que digo es que si me tiraron a Baraku los
mato.
CLAUDIA: Baraku, ¿no será el oso panda espantoso que siem-
pre tuvo una pata menos?
KETY: ¡Ajá! ¿Pero te acordás por qué tenía una pata menos?
CLAUDIA: ¿Debería?

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KETY: Sí, sobre todo si vas a hablar mal de él. Baraku fue muti-
lado ferozmente por Andrei, tu querido perro.
CLAUDIA: Sí, claro, ahora era solo mío.
KETY: Sabés bien que yo nunca lo quise. Y si se quedó en casa
fue porque vos siempre fuiste la preferida de papá. Bastaron unos
mimos para que te diera el okey.

Sin alejar su mirada del libro, Susana ríe por un pasaje que acaba de leer.

KETY: Andrés fue un puro capricho para demostrar cómo po-


días doblegar a papá.
CLAUDIA: Cortala con llamarlo Andrés, si sabés que es Andrei,
como ese ruso que está leyendo Susana. (A Susana) Es ruso, ¿no?
SUSANA: (Sin alejar su mirada del libro) Ajá.
CLAUDIA: Era un cachorro.
KETY: Cachorro las pelotas, ya era demasiado grande para saber
de sus tropelías.
CLAUDIA: Puffff… ¿Tropelías? Ni en esas novelas venezolanas
antiguas que miro en YouTube dicen “tropelías”. ¿De dónde re-
cuperaste ese fósil?
KETY: (A Susana) ¿Vos pensás que soy una hinchapelotas?

Sin mirar a Kety, Susana se encoge de hombros.

53
KETY: (A Susana, seria) Siempre hablaste poco. (A Claudia) ¿Por
qué siempre habló poco?
CLAUDIA: No sé, pero no te olvides de que a la tía siempre le
gustó comer ajo en ayunas, quién te dice…
KETY: Estás loca, si el ajo es buenísimo para la salud, cómo les va
a hacer mal a las cuerdas vocales. No lo creo… tiene que ser otra
cosa.
CLAUDIA: ¿Quién habló de las cuerdas vocales? Yo me refería a
algo psíquico o espiritual. Además, tampoco nos tenemos que
hacer tanto problema porque tarada sabemos que no es.
KETY: (Censurando a su hermana) Claudia.

Con sorna, pero sin alejar su mirada del libro, Susana se ríe de sus primas.
Llega el resto de los nietos del occiso: Matías y María, que viene acompañada
de su esposo, Francisco. Todos se saludan con un beso protocolar, sin entu-
siasmo.

MATÍAS: ¡Hola! ¿Cómo va?


SUSANA: (Alejando su mirada del libro) Bien, ¿y vos?
MATÍAS: Acá estoy, de parranda.
KETY: ¿De parranda?
CLAUDIA: Dejalo a este, que siempre se desayuna un bufón.
FRANCISCO: Nada de bufón, a este le gustan los bufarrones.

54
Matías le clava una mirada inquisidora a Francisco.

FRANCISCO: No llegamos para el desentierro. ¿Fue hace mu-


cho…?
SUSANA: (Seria, sin alejar la mirada del libro) Mucho.
FRANCISCO: ¡Ulalá!
CLAUDIA: ¿Qué quiere decir este tarado con “ulalá”?
KETY: Claudia y yo llegamos cuando recién terminaban. No
pensamos que iban a ser tan puntuales.
MARÍA: Se demoró el taxi. Pero les aseguro que yo no voy a llamar
más a esa agencia porque siempre se retrasa; te dicen cinco minutos
y terminan siendo veinte, veinticinco… No puede ser que sean tan
irresponsables.
FRANCISCO: Siempre decís lo mismo. El sábado pasado nos
perdimos la ceremonia de casamiento de Tito y Laura porque los
llamaste a ellos. ¡María, de ahora en más prometé menos y cumplí
más!
MARÍA: Viejo, si no te gusta, la próxima llamá vos, o compre-
mos un auto.
FRANCISCO: Un auto para qué, si ni vos ni yo sabemos mane-
jar.
KETY: Invirtiendo unos manguitos en un cursito se soluciona
todo.
FRANCISCO: Prima, no es cuestión de plata, es porque no nos

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gusta manejar; simple. Pero parece que vos no retenés, porque mil
veces te lo comentó María.
KETY: Hablando de retener, vos llamame por mi nombre por-
que no sé cuántas veces te dije que me jode que me digan “pri-
ma”, como si se tratase de un título de nobleza, y además yo soy
prima de tu mujer, no tuya.
CLAUDIA: Bueno, bueno, acaso los gustos no cambian. Qué sé
yo, por ahí ahora les entraron las ganas y no se decidían… Los
gustos cambian y si no, preguntale a Matías, que se casó y se se-
paró tres veces.
MATÍAS: ¡Che! No se metan conmigo que yo, a pesar de este
contexto deprimente y de ver al viejo así, reducido a nada, en una
bolsa, vine con muy buena onda. Y aunque haya un nubarrón en el
horizonte, yo siempre tiro para adelante. No por nada en las fiestas
encabezo las listas de invitados, porque conmigo se asegu- ran la
joda. En definitiva, un rato de alegría no se le niega a nadie.
FRANCISCO: Si seguís hablando así, y te postulás para concejal
como habías dicho el año pasado, no te voto, te juro que no te
voto, Matías. Sos patético.
KETY: Si van a seguir hablando boludeces, yo me las tomo y
vuelvo otro día, total el abuelo no creo que tenga apuro.
MATÍAS: Por mí se pueden ir los dos al carajo.
CLAUDIA: ¡Eh! ¡Déjense de joder…! Por si todavía no se dieron
cuenta, estamos en un cementerio. Si siguen levantando la voz,

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nos van a empezar a mirar como bichos raros.
MATÍAS: ¿Y cuál es el problema de que nos miren como bichos
raros? Me importa un huevo que nos miren como bichos raros.
CLAUDIA: Ninguno, pero me parece que no es el lugar, acá la
gente quiere paz.
MATÍAS: Entonces cerrá el culo y callate.
MARÍA: ¿Los tíos?
KETY: Fueron a tomar un café con tu mamá y con la tía Pía.
MATÍAS: Predecible.
MARÍA: ¿Cómo que fueron a tomar un café? ¿No hay que colo-
car los restos en el nicho?
KETY: ¿Recién llegás y ya estás apurada?
MARÍA: Kety, no me rompas con tus comentarios, sabés que
siempre me fastidiaron tus reproches de soldadito obediente…
Dejame de joder, ¿querés?
KETY: Y a mí tu nariz parada siempre me infló soberanamente
los ovarios, abogadita de pacotilla.
SUSANA: (Cerrando su libro) ¡Guau!
CLAUDIA: (A Matías) “De pacotilla”, no me esperaba menos de
su vocabulario.
MATÍAS: Se nota que tu hermana lee mucho…
MARÍA: … Panfletos y consignas.
FRANCISCO: ¿La abuela también se fue?
MATÍAS: No es tu abuela.

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FRANCISCO: Es la abuela de mi mujer y además, siempre, des-
de que la conocí, la llamé así, cariñosamente. Ella me quiere mu-
cho.
MATÍAS: ¿No será que te gustaría ligar algo de la repartija que
piensa hacer la abuela?
FRANCISCO: ¡¿Qué decís, imbécil?!
CLAUDIA: No te preocupes, Matías, nosotros, a diferencia de
él, somos herederos naturales.
MARÍA: No se olviden de que yo también soy nieta.
CLAUDIA: Sí, pero él no. Si vos querés repartir tu parte, donarla
o tirarla a la basura, adelante, pero no cuentes con nosotros.
FRANCISCO: Yo nunca… ¿De dónde sacaron eso? (A María)
¿Vos le contaste eso?
MARÍA: No, boludo, yo no abrí la boca.
KETY: Bien que cuando se murieron tus abuelos, entre tu viejo y
tus tíos se quitaron los ojos, y seguramente los genes no fallan. En
cambio, nosotros acá estamos, mal que mal, juntos.
CLAUDIA: (Con orgullo) Los genes son los genes, como los colo-
res de un club.
SUSANA: (Para sí, burlona) Sí, los genes.
FRANCISCO: Sí, por ahora ustedes están juntos… Además, lo
de mi familia no fue por interés, porque ya estaba todo cagado
antes de que se murieran mis abuelos.

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Breve pausa.

MARÍA: (Tajante) ¿El sepulturero?


KETY: Fue a buscar al encargado porque la bolsa con los huesos
del abuelo no cabía en el nicho, está lleno con los huesos de sus
hermanos.
MARÍA: ¿Cómo que no cabía?
CLAUDIA: Eso, no cabía.
KETY: Supongo que vendrá un superior y acomodará mejor las
otras bolsas del resto de la familia para que quepa la del viejo.
MARÍA: ¿Y ahora qué hacemos?
MATÍAS: Nosotros, nada. Lo único que hay que hacer es espe-
rar.
MARÍA: Yo tengo mil cosas que hacer.
CLAUDIA: (Irónica) Yo también, pero no me quejo; la familia es
la familia.
KETY: (Sonriendo irónica) Lo sabía, ¿la onda es corta o larga?

María mira inquisidora a Kety.

FRANCISCO: El boludo del sepulturero se podría haber aviva-


do antes, así esto se terminaba de una vez por todas.
MATÍAS: Parece que vos también tenés muchas cosas que hacer.
KETY: Él es un laburante…

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MATÍAS: ¿Francisco?
KETY: No, el sepulturero. El tipo es un obrero y se le habrá pre-
sentado algún problema, o todavía no habrá encontrado al encar-
gado para que resuelva la situación.
MATÍAS: Seguramente.
CLAUDIA: En estos momentos, tenemos que estar relajados.
MATÍAS: Ni que estuviesen operando a alguien.
MARÍA: (Burlona) Gracias por el consejo. ¿Eso lo leíste en alguna
de esas revistas que vos solés leer?
CLAUDIA: Primita, no insistas…

María agarra del brazo a Francisco.

MARÍA: Chicas, antes de que la cosa crezca, mejor saquemos el


pie del acelerador.
FRANCISCO: (A María) Qué linda, qué excitante cuando te
ponés seria, te brillan los ojos y se te levantan las tetitas.
MARÍA: ¡¿Qué decís, boludo?!
FRANCISCO: Quién te entiende a vos. Siempre me decís que te
gustan los arrumacos espontáneos, que te diga cosas, y ahora me
rechazás.
MARÍA: No te rechazo, simplemente me siento incómoda de que
en medio de todo esto… ¿Te parece apropiado el lugar? No solo
están todos con cara de culo, además estamos rodeados de

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muertos, y eso no es muy erótico ni muy romántico.
FRANCISCO: Qué mejor que molestar a la muerte con gestos
vitales. No pretenderás que los idiotas de tus primos hagan algo
por la vida. En cambio, nosotros somos diferentes.
MARÍA: Qué arrogante.
FRANCISCO: Por eso te casaste conmigo.
MARÍA: ¿Me casé con vos por arrogante?

Francisco besa apasionadamente a María. Ella no pone resistencia.

SUSANA: (Sonriendo) ¡Ufff!


KETY: (Sarcástica) Muy verosímil cómo sufren este momento con
el abuelo ahí embolsado.
MATÍAS: Pobre viejo.
CLAUDIA: Qué esperaban, los dos son abogados inescrupulo-
sos, fríos, calculadores.
KETY: Un cliché, pero cierto.
MATÍAS: ¿El tipo empujó bien para ver si cabía?
KETY: Sí, probó varias veces, pero no hubo caso…
CLAUDIA: No se impacienten, que ya se va a solucionar y el
abuelo al fin va a poder descansar en paz.

Matías ve algo en el suelo, junto a la bolsa donde están los huesos de su abue-
lo.

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MATÍAS: ¿Qué es eso?
CLAUDIA: ¿Qué cosa? ¿Dónde?
MATÍAS: Ahí, al lado de la bolsa.

Matías agarra un pequeño hueso.

MATÍAS: Un hueso.
KETY: ¿Un hueso?

María se separa del cuerpo de Francisco porque se interesa por el hallazgo.

MARÍA: (Espantada) Cómo puede haber un hueso ahí.


FRANCISCO: La bolsa debe tener un agujero.
CLAUDIA: Si la bolsa tiene un agujero, entonces el hueso es del
abuelo. (A Francisco) ¿Vos decís que es del abuelo?
FRANCISCO: No sé, se me ocurrió.
KETY: La puta madre, Francisco, me cagaste la cabeza. Ahora
vamos a tener que vaciar la bolsa para ver si falta esta parte, por-
que si no… ¿Qué hacemos, lo tiramos por ahí y nos hacemos los
giles?
CLAUDIA: ¿Me lo puedo quedar?
MATÍAS: No seas asquerosa.
MARÍA: Dejate de joder, Claudia.

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CLAUDIA: ¿Por qué? Lo limpio bien y me hago un colgante o lo
uso para revolver el café. Incluso ustedes lo pueden visitar cuando
quieran.
SUSANA: Qué asco.
MATÍAS: ¿Qué es eso de revolver el café? ¿Cómo se te pueden
ocurrir cosas así?
CLAUDIA: Porque al abuelo le fascinaba el café, y qué mejor que
ponerlo en contacto de cuando en cuando con su bebida pre-
ferida.
KETY: Sin azúcar.
MARÍA: ¡No! El abuelo tiene que descansar completo. No lo
podemos mutilar.
MATÍAS: Convengamos que, si el hueso es de él, se mutiló solo.
KETY: ¿Cómo se va a auto-mutilar si está muerto?
MATÍAS: Kety, ya sé, es una manera de decir.
FRANCISCO: Claudia, la verdad es que podrías elegir otro re-
cuerdo más tierno, menos morboso. ¿No te alcanzan con fotos de
momentos compartidos, o un reloj, o un anillo?
CLAUDIA: ¡¿Cuál?! Decime vos porque los buitres antes de que
yo llegue del sur ya se habían repartido todo, y con el cadáver to-
davía calentito. Ni siquiera mi hermana cuidó de mi parte.
KETY: Después de años todavía sigue con eso. A mí no me cree…
MARÍA: Qué parte ni ocho cuartos, si todas sus cosas, las que

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no se tiraron o regalaron a los vecinos, pasaron a manos de sus
hijos, y que yo sepa nosotros somos sus nietos, y si tenés dudas, si
desconfías, preguntale a tu mamá cómo fue la cosa. Además, lo
importante de la repartija se viene ahora, los otros fueron puros
suvenires.
KETY: A mi vieja tampoco le cree. Piensa que todos conspira-
mos contra ella.
FRANCISCO: El diagnóstico es simple: paranoia.
KETY: Debe ser por eso que hace cinco años que jode con lo
mismo.
SUSANA: (Sonriendo) Paraguas, hay que llevar paraguas.

Perplejos, todos miran a Susana.

MATÍAS: (Blandiendo el hueso) ¡Che! ¿Esto es parte de un dedo?


FRANCISCO: Aseguraría que eso es una falange proximal.
MATÍAS: Un dedo.
FRANCISCO: Una parte de un dedo.
MATÍAS: Francisco, no me jodas.

Claudia extiende la mano para que Matías se la pase.

KETY: ¿De qué mano será?


CLAUDIA: (Acercándosela a la cara para estudiarla) Capaz que es

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una parte del pito.
KETY: Animal.

Susana se ríe.

MARÍA: (A Francisco) Quiero pensar que no lo dijo en serio.


MATÍAS: Los pitos no tienen hueso. Los perros sí tienen hueso
en el pito, al menos eso dijo una ex novia que estudiaba veterina-
ria.
KETY: Definitivamente, no, los hombres no…
MATÍAS: Ya sé. Eso no fue una pregunta, fue una afirmación.
CLAUDIA: Bueno, bueno, intelectuales. No tengo por qué saber
de todo. ¿Acaso ustedes saben de todo?
FRANCISCO: (Sudando) No.
KETY: No.
MATÍAS: No.
SUSANA: No.
MARÍA: No, pero eso lo sabe cualquiera, al menos eso quiero
creer. Cómo una poronga va a tener hueso. Si fuera así, nunca
estaría flácida.
FRANCISCO: María, el vocabulario.
CLAUDIA: Descarriló la abogada. (Irónica) Doctora, perdón por
mi ignorancia.
KETY: Para ser doctora hay que hacer un doctorado.

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MATÍAS: Bueno, ya está, que se calmen las aguas turbulentas del
mar.
KETY: Para mí es del dedo más grandote.
SUSANA: El mayor.
MATÍAS: Esta no habla un carajo, pero se cree la sabelotodo.
MARÍA: Sáquenle el dedo a Claudia que se va a hacer la boluda y
se lo va a llevar para su casa.
CLAUDIA: ¿Vos no estarás insinuando…?
MARÍA: (Desafiante) Sí, estoy insinuando lo que vos creés que
estoy insinuando.
CLAUDIA: (Desafiante) No me provoques.
MARÍA: Mejor andá devolviéndole el dedo al abuelo.
FRANCISCO: Pero todavía no sabemos si es de él.
MATÍAS: Hay que revisar la bolsa para ver si tiene algún agujero,
porque también puede ser el hueso de otro, y si es de otro, y se lo
metemos en la bolsa, el abuelo quedaría con once dedos.
CLAUDIA: ¿Eso quiere decir que en este momento entre mis
manos puedo tener a un extraño?
MATÍAS: El dedo de un extraño.
FRANCISCO: La falange proximal de un extraño.
MATÍAS: Eso.

Claudia, con repentina aprensión, va y deja el hueso junto a la bolsa en don-


de lo encontraron. De su cartera saca pañuelos descartables y se limpia.

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MARÍA: ¡Ah! Ya no lo querés.
CLAUDIA: No me pienso llevar a un desconocido a casa.
MATÍAS: Todavía no sabemos si es o no es.
SUSANA: No.
CLAUDIA: Yo no pienso abrir esa bolsa.
KETY: Yo tampoco.
MATÍAS: Las hermanas se han unido porque esa es la ley prime-
ra… No, no es necesario, con mirar si tiene un agujero es sufi-
ciente.
SUSANA: ¡Salud!
FRANCISCO: Yo tampoco…
CLAUDIA: Vos tampoco, ¿qué?
FRANCISCO: … Pienso abrir la bolsa, porque si la bolsa tiene
un agujero hay que abrirla para chequear.
KETY: Vos no tenés derechos; por lo tanto, tampoco tenés obli-
gaciones.
FRANCISCO: No era necesario…
MARÍA: Pobre viejo. Si nos escucha, se va retorcer en la tumba.
MATÍAS: En la bolsa.
CLAUDIA: Morirse debe ser el mayor acto de soledad.
MATÍAS: Yo no sé si eso es bueno o malo.
CLAUDIA: Malo, supongo.
FRANCISCO: Para el que queda parado sobre sus dos pies es

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malo; pero para el que se va de manera horizontal, obviamente ya
no sufre ese vacío. La muerte es la metáfora del capitalismo: indi-
vidualismo, falta de conciencia y que al muerto lo entierre otro.
SUSANA: Upa.
MATÍAS: Me gusta tu metáfora, la voy a usar cuando trate de
levantarme chicas; van a pensar que soy inteligente, y eso garpa más
que la facha.
CLAUDIA: ¡Esa, que notición! Yo siempre pensé que eras puto.
MATÍAS: Bien que cuando éramos chicos y jugábamos a las es-
condidas te gustaba que te metiera mano en el culo, ¿te acordás?
CLAUDIA: Sí, pero como nunca pasaste de eso supuse que lo
hacías para disimular, para que los demás pensaran que eras va-
roncito.
MATÍAS: (Sonriendo) Perra.

Claudia le sonríe cómplice a Matías.

KETY: (Furiosa, a Matías) Vos, encima de pirata, pelotudo. (A


Matías y a Francisco) Además, ustedes dos no renieguen del capita-
lismo que bien que con sus kiosquitos oscuros unos buenos jugos
le sacaron y le están sacando a esa gran teta que llaman negocio. Y
como si fuera poco, yo sé muy bien que a sus empleados nunca les
pagaron lo que dice el convenio.
MARÍA: Tener un buen proyecto personal, próspero, no es lo

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mismo que ser individualista. Que ellos tengan ambiciones no
implica que no piensen en terceros. Y lo del convenio es discuti-
ble, porque uno arriesga capital y el empleado, nada de nada. Si al
empleado se lo echa, hay que pagarle la indemnización, pero si él
renuncia de un día para otro, al empleador nadie le paga nada.
SUSANA: (Sonriendo) Epa.
MARÍA: (A Susana, desafiante) Sí, epa.
KETY: (A María) Lógico en vos.
MARÍA: ¿Qué cosa es lógico en mí?
KETY: Pensar en primera persona. Siempre yo por encima de
nosotros, de lo grupal, y si me sobra algo, lo reparto. Vos siempre
fuiste caritativa con las sobras, pero de solidaridad, nada de nada.

Susana se ríe de su familia, despectivamente.

MARÍA: (A Kety) ¡Che! “Madre Teresa”, vos mucho bla, bla, bla…
mucho Marx, pero cuando hay que poner el cuerpo, tam- poco
nada de nada… Cuando el viejo se enfermó, no te vi como al resto
de nosotros, limpiándole el culo. Cuando a la tía Gladys con la
inundación se le vino la mitad de la casa abajo y hubo que ayudarle
a reconstruirla, tampoco diste señales de vida. Y cuando se restauró
el club del barrio para que los pibes no callejearan, tampoco…
¿Qué te pasó, estabas en el bar con tus amiguitos de- batiendo
cómo hacer la revolución?

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CLAUDIA: Mi hermana tuvo sus razones para no estar presente
cuando había que estar presente.
MATÍAS: (A Claudia, riendo) ¿No me digas que eso fue un inten-
to de defensa?
MARÍA: Marche presa.

Susana se divierte con las confrontaciones de los demás.

KETY: Sí, ¿algún problema? Intercambiaba ideas en un bar con


mis compañeros, pero siempre los domingos por la tarde, mien-
tras vos estabas invirtiendo tu tiempo en mitología cristiana, re-
zándole a un versito de dos mil años.
MARÍA: Mirá vos…
KETY: Al menos yo pienso por mí misma.
MARÍA: ¿Por vos misma? Si todos ustedes viven de y para los
dogmas. Les sacás el chip y se pierden, no saben para dónde ir.
KETY: Peor vos, que te vas caminando hasta Luján, pero si se te
acerca un pibe pidiendo unas monedas ni siquiera lo mirás.
MARÍA: Andá a la mierda, tarada.
KETY: ¿Me estás invitando a tu casa?

María se abalanza sobre Kety para pegarle, pero Francisco y Claudia las
separan. Ante ese cuadro familiar, Matías observa disfrutando. Susana cie-
rra el libro y mira inquisitiva cómo las otras dos se pelean.

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Pausa.

MATÍAS: (A Susana) Parece que algunas cosas te afectan; estás


viva.
SUSANA: Repentinamente te volviste un buen observador.
MATÍAS: Un poquito, no te vayas a pensar que mucho…
SUSANA: ¿Por qué estamos hoy todos acá?

Todos la miran interrogantes.

MATÍAS: ¿Vos sos boluda? Por el viejo.


SUSANA: Mmmm… Sí, claro, pero… (Todos se miran entre sí, per-
plejos) ¿Se preguntaron alguna vez quién era realmente ese señor al
cual llamábamos abuelo?
MATÍAS: ¿Qué tiene que ver?
KETY: ¿El abuelo?
MARÍA: No es necesario preguntarse nada, era el abuelo y listo;
no importa saber mucho más… Los abuelos son los abuelos y listo.
FRANCISCO: Nada más.
CLAUDIA: ¿A vos quién te preguntó?
SUSANA: ¿Nunca les interesó saber quién era y a qué se dedica-
ba?

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MARÍA: No insistas.
CLAUDIA: Un mecánico común, un tipo de barrio.
SUSANA: ¿Era un señor bueno o un señor malo?
MATÍAS: No entiendo…
FRANCISCO: ¿Adónde querés llegar?
MARÍA: Ya sé para dónde querés ir; sos una hija de puta.
KETY: (A María) ¿Por casualidad vos sabés algo que nosotros no
sepamos?
MARÍA: (Esquiva) No, nada…
MATÍAS: De no hablar un carajo, a jugar a los acertijos. Yo te
prefería mudita y pelotuda.
SUSANA: Para el barrio era un buen vecino, y para la familia era
un gran padre, un abuelo cariñoso, un hijo atento, un hermano de
fierro; al menos eso decían. Yo, cuando era chiquita, como algu-
nos de ustedes, también le decía “tata”. Obviamente este detalle ya
lo saben, pero necesito decirlo para contextualizar el tema.
Además, vaya uno a saber por qué lo llamábamos así. Aunque
pensándolo bien, supongo que se suele llamar así porque cuando
sos bebé y empezás a balbucear las primeras palabras, se hace más
fácil pronunciar esas silabas; qué sé yo, también puede ser por esa
razón, ¿no? Una hipótesis que no le interesa a nadie, pero bueno,
se me acaba de ocurrir… La cuestión es que hasta que fui
adolescente lo seguí llamando de esa manera, tata. Después crecí,
me volví mayor, y ser mayor no es solo alcanzar la edad suficiente

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como para emanciparse, al menos no es solamente eso, también es
comenzar a comprometerse con la vida. Y no lo digo desde un
lugar solemne, porque para comprometerse no hay por qué per-
der la alegría, ni encorsetarse. Incluso… esto también lo estoy
pensando en este momento, quizás la alegría sea una parte impor-
tante del compromiso con la vida… qué sé yo…
MARÍA: Susana, ¿adónde querés llegar?
SUSANA: Para los tiempos que vos manejás, supongo que estoy
haciendo un preámbulo demasiado largo, ¿no?
MARÍA: ¿Mis tiempos?
SUSANA: Sí, digo, como vos siempre andás apurada, con los
horarios milimétricos, con la agenda que quema. Sos como un reloj
suizo, todo en su lugar, aparentemente en su lugar.
CLAUDIA: (A Kety) ¿Eso es un halago o una crítica?
KETY: Crítica, creo.
SUSANA: ¡No! Yo no soy quién…
MARÍA: (Despectiva) No tenés que aclararlo, ya sé que vos no sos
quién…
SUSANA: Perdoná si te ofendí.
MARÍA: (Sonríe maliciosamente) Imposible.
MATÍAS: (A Francisco) Después de todo, parece que la primita
hablaba, y mucho.
CLAUDIA: Sí, mucho.
FRANCISCO: Tu primita.

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SUSANA: Claro que hablo, solo que lo hago cuando lo creo ne-
cesario, y en este momento lo considero así, necesario.
KETY: Entonces dale, decí lo que tenés que decir.
SUSANA: (Sonríe) Gracias.
KETY: No hay de qué.
SUSANA: ¿En qué estaba? ¡Ah! Sí, sí, decía que cuando uno se
vuelve adulto, debe tomar decisiones de adulto y no vivir des-
viando la mirada hacia cualquier parte. Uno debe tomar partido
ante el abanico de oportunidades, de conflictos… En definitiva,
uno tiene que ser íntegro ante cualquier cuestión que se nos pre-
sente en la vida. No podemos meter siempre, todos los putos días
de nuestra vida, la cabeza en programas estúpidos de televisión y
ver la realidad solo desde esa perspectiva, porque esa lente no hace
más que distorsionar la realidad. Esa lente se vuelve viciosa y nos
ayuda a construir un universo vacío, sin sentido y por lo tan- to,
peligroso. Peligroso porque si nuestro único fin se vuelve pa- gar
la cuota del LED de cincuenta y cinco pulgadas, o cambiar cada
dos meses el celular que hasta ese momento funcionaba per-
fectamente, pero porque el nuevo tiene un botón más, lo tengo que
cambiar… Es así como nos vamos transformando en materia
inútil, y que otros van aprovechando para sus nefastos propósi- tos.
MARÍA: Si querés podés ser más directa, ir al grano; digo…
SUSANA: (Sonríe) ¿Más? Más no se puede porque lo que estoy

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diciendo no hay que leerlo entre líneas, tampoco hay metáforas
porque estoy yendo al hueso, soy explícita.
MARÍA: Y redundante.
SUSANA: Sí, también redundante.
CLAUDIA: (A Kety) ¿Vos entendés algo?
KETY: Sí, claro, (Despectiva) Si leí a Marx, ¿no voy a entender a
Susanita?
CLAUDIA: Explicame…
KETY: Callate.
SUSANA: Está bien, voy a hacer el esfuerzo para ser todavía más
clara…
KETY: No nos subestimes.
SUSANA: Lo que quiero decir es que ustedes se pasan la vida…
MARÍA: ¿Nos pasamos nosotros, y vos no?
CLAUDIA: (A María) Dejala seguir…
SUSANA: No, porque la verdad es que yo no me la pasé ni me la
paso dentro de una pecera haciéndome mi propia lobotomía co-
mo ustedes, que solo se alimentan de la vida de la farándula, o de
los chismes de supermercado, y de todas esas pavadas superficia-
les que les meten por la pantalla boba.
FRANCISCO: ¿A qué viene todo eso ahora?
CLAUDIA: (Señalando a Kety) Ella leyó a Marx.
MATÍAS: (A Susana) Hace un minuto dijiste que no eras quién
para criticar.

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SUSANA: Es verdad, primito, pero qué se le va a hacer, quise ser
diplomática, pero no puedo, la verdad es que no puedo. A dife-
rencia de ustedes, yo no me inventé para mostrarle al mundo la idea
de que esta familia es hermosa y unida, una familia digna de envidia.
No, esta familia es una farsa como muchas otras familias; eso lo
saben bien, pero lo que simulan no saber o que nunca qui- sieron
saber es que el tipo que se redujo a nada y que ahora está en esa
bolsa no fue más que un perverso, una mierda.
MATÍAS: ¡¿Cómo?!
MARÍA: (A Francisco) Está loca.
KETY: Me lo imaginaba, pero…
MATÍAS: ¿El abuelo?
SUSANA: ¡Ajá! El tata.
MARÍA: Matías, no le hagas caso a esta hippie pata sucia, que antes
de venir para acá se debe haber fumado algo. Nunca abrió la boca
más que para pronunciar monosílabos y ahora viene con toda su
verborragia a tirar mierda y a pretender enseñarnos de la vida.
CLAUDIA: Ya que sacaste el tema, me parece que me están em-
pezando a hacer efecto las cuatro naranjas.
KETY: No te vas a cagar ahora, aguantá un poco.
FRANCISCO: (A Susana) Podés terminar de hablar.
MARÍA: (A Francisco) ¿Vos sos boludo?
FRANCISCO: (A María) Si no me entero de por qué dijo lo que

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dijo, lo voy a seguir siendo.
KETY: Yo también quiero escuchar.
SUSANA: ¡Okey!
MARÍA: ¡No!
MATÍAS: Seguí.
KETY: Seguí.
SUSANA: Resulta que ese abuelito tan lindo y cariñoso, que to-
dos quisieron o que dicen que quisieron, no fue más que un ser-
vicio de la última dictadura, un alcahuete, un entregador.

Pausa.

SUSANA: Él, para que sus hijos comieran, no tuvo reparo en


robar otros hijos, bebés de mujeres que estaban en cautiverio. Los
vendía a parejas que no podían tener los propios. Linda manera de
ganarse la vida, ¿no?
MATÍAS: ¿Estás jodiendo?
SUSANA: Salame.
MATÍAS: ¿A mí me lo decís?
SUSANA: ¿A quién más?
KETY: No, no está jodiendo, alguien del partido algo me insi- nuó,
me preguntó sobre el viejo, y yo no le di mucha bola, su- pongo
que inconscientemente quise tapar el tema.
CLAUDIA: Kety, no te vas a sumar a estas estupideces.

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MARÍA: Susana, yo no te creo nada.
FRANCISCO: (A Susana) ¡Carajo! Lindo momento elegiste.
MATÍAS: Susana, ¿hay certezas de esto que decís o solo son
conjeturas tuyas?
MARÍA: ¿Vos sos idiota?
MATÍAS: Idiota, salame, ¿algo más?

Susana extrae un papelito de uno de los bolsillos de su pantalón y se lo pasa


a Matías, quien sin mirarlo se lo guarda en uno de los bolsillos de su camisa.

SUSANA: Si vas a esa dirección, vas a poder ver material que lo


incrimina directamente. No hay dudas, ninguna duda…
MARÍA: ¿Para qué viniste, hija de puta?
SUSANA: Antes que nada, vine para que mi socio saque fotos de
estos momentos en familia. Es para una revista holandesa sobre
derechos humanos. ¡Ah! no se preocupen, ya lo hizo mientras
ustedes no paraban de hablar y de hablar y de hablar. No se can-
san nunca, ¿no? No se imaginan qué lindo es el silencio.
CLAUDIA: Me acaba de explotar una bomba en la cabeza.
MARÍA: (Ofuscada) ¿Algo más?
SUSANA: No, ya es suficiente, y aunque lo traten de negar, el
bichito de la duda ya les picó, les aseguro que les picó y ese era mi
fin, el más importante. Del amor al odio hay solo un paso, y yo ya
lo di, ahora ustedes verán qué hacen con esta revelación. Hay que

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exhumar al patrón de nuestros sentimientos para sepultarlo con
otra memoria sobre sus cenizas.

Pausa.

CLAUDIA: Susanita, entiendo toda esta catarata de sentimientos


por la que estarás pasando, pero con los primos ayer quedamos en
que hoy por la noche vamos a ir a comer a una parrilla para recordar
cuando éramos chicos. Queremos recuperar un poco de todo eso.
¿Te prendés?

Ante las caras perplejas de todos, Susana estalla en una risa histérica. Pasa-
dos unos momentos, aliviada, sin pronunciar palabra, se retira del cementerio.

KETY: (Apenada, a Susana que se aleja) ¡No te vayas…!

Como si Susana solo hubiese dicho algo sin trascendencia, el resto de los pri-
mos intentan continuar con sus trivialidades.

Pausa.

KETY: Yo también me tengo que ir.


MARÍA: ¿No me digas que nos abandonás?
KETY: Sí, pero después de revisar la bolsa y confirmar si el hue-

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sito es del abuelo.
MATÍAS: Otra vez con eso.
CLAUDIA: ¿Y si lo ponemos adentro de la bolsa y chau? Total,
qué le va a hacer tener un hueso de más.
KETY: ¿Insistís? ¿Un abuelo con once dedos?
FRANCISCO: Mejor, así toca mejor el arpa.
CLAUDIA: (A Francisco, seria) ¿Sos gracioso?
FRANCISCO: Perdón, no quise…
MARÍA: Entonces callate y no ofendamos más al pobre que ya
bastante tuvimos…
KETY: Yo no soy como ella dijo que soy.
CLAUDIA: No era nada personal, habló en general.
KETY: Sí, pero por qué no aclaró que yo no soy así. Yo milito,
estoy comprometida con la sociedad, soy una luchadora.
MARÍA: ¿Vos pensás que los demás sí somos como ella dijo que
somos?
KETY: Yo hablo por mí, y si vos te sentís aludida, quejate con
quien quieras.
MARÍA: Gracias por la autorización concedida. Y sépanlo, yo
también soy una persona comprometida.
MATÍAS: Sí, con las personas que pagan tus honorarios.
KETY: ¿Sabés? Creo que sí, que vos sos así de pelotuda. Te co-
més todos esos programas de chimentos y esas novelitas invero-
símiles y después la vas de inteligente y culta, pero acá estás, he-

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cha una idiota.
CLAUDIA: ¿Vamos a empezar de nuevo?
KETY: Yo no había terminado.
MATÍAS: ¡Che! ¿Y si cambiamos de tema?
MARÍA: Matías, decile a tu prima que la corte y yo la corto.
FRANCISCO: También es tu prima.
MARÍA: ¿De qué lado estás vos?
FRANCISCO: No sé, tampoco sé si hay que estar de algún lado.
MARÍA: Pero vos sos mi esposo.
FRANCISCO: Sí, ¿y eso qué tiene que ver?
MATÍAS: Y el sepulturero que no viene; la puta madre.
KETY: ¿Qué hora es? ¿Cuánto hace qué estamos acá?
CLAUDIA: Hora, hora y media, o más, qué sé yo.

Pausa.

KETY: De verdad, yo tendría que volver al laburo.


MARÍA: Nosotros también…
MATÍAS: Y yo.
MARÍA: (A Kety) Supongo que estarás orgullosa de tu trabajo.
KETY: ¿Eso es una ironía?
MARÍA: (Irónica) No, para nada.
CLAUDIA: Paren un poco, no se vayan todavía, que ya debe
estar por venir este tipo; no puede tardar mucho más.

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MATÍAS: Y mi vieja y los tíos también podrían ir volviendo. Yo
perdí el celular; si no, los llamaba.
KETY: Yo no pienso molestarme. Ellos son los hijos de esa bol-
sa de huesos y sabrán qué tienen que hacer.
MATÍAS: Le podrías decir abuelo.
MARÍA: Yo no tengo crédito, y de las viejas ninguna usa
WhatsApp.
CLAUDIA: El mío también está vacío.
FRANCISCO: A mí ya me dejaron bien claro que estoy fuera de
la familia.
CLAUDIA: Me saca mucho la cabeza los que se hacen las vícti-
mas, y vos Francisco ya empezaste con toda esa perorata del tipo
excluido; sos insoportable.
MARÍA: (A Francisco) Vos sos mi marido y, les guste o no les guste,
sos parte de la familia.
KETY: Si lo dice la experta en leyes…
MARÍA: Mejor no contesto.
KETY: Hacés bien.
MARÍA: (Riendo) Cuac, Cuac, Cuac…
MATÍAS: No puedo creer que haya que dar tantas vueltas para
acomodar unas bolsas en un nicho.
KETY: María, por favor no me jodas más y yo tampoco…
MARÍA: ¿Qué te pasa? Estas doblegándote.
FRANCISCO: María, cortala.

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MARÍA: (A Francisco) Otra vez… ¿Vos con quién estás?
FRANCISCO: Cortala.
MATÍAS: (A Francisco) No entiendo por qué Kety se enoja con
María, si no le dijo nada.
KETY: Me dijo Cuac, Cuac…
MATÍAS: ¿Cuac, Cuac? ¿Qué tiene de malo eso?
CLAUDIA: (A Matías) ¿Vos sos pelotudo? No sabés que Kety
trabaja entregando volantes en la calle vestida de pato, y encima los
turros le pagan dos mangos y en negro.
MATÍAS: Bueno, ¡che! No me acordaba. Además, ese es un tra-
bajo tan digno como cualquier otro trabajo.
MARÍA: (Despectiva) Sí, claro.
KETY: Los trabajos son dignos solo cuando están bien pagos.
MATÍAS: Igual el que paga las cuentas en tu casa es tu marido.
KETY: Siempre hay alguien que se acuerda de refregártelo.
CLAUDIA: Creo que me estoy por cagar encima.
KETY: Aguantá, que en un ratito nos vamos.
MATÍAS: Todo esto es por culpa de una bolsa de huesos que no
cabe en un nicho de mierda. Si se hubiese resuelto todo rápido, no
estaríamos acá.
KETY: ¿Qué tiene que ver que yo trabaje de pato con la bolsa de
huesos?
MATÍAS: No, no me refiero a que vos seas un pato.
CLAUDIA: Ella no es un pato, trabaja de pato.

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MARÍA: Cuac, Cuac…
FRANCISCO: (A María) Cortala.
MARÍA: (A Francisco) Alcahuete.
MATÍAS: No hubiese empezado toda esta discusión si no fuera
por esa bolsa, como ya dije, de mierda…
CLAUDIA: Parecés un loro.
MARÍA: Esa bolsa de mierda tiene adentro al abuelo.
KETY: Simplemente huesos.
MARÍA: (A Kety) Cuac, Cuac, no provoques a los que somos
creyentes.
CLAUDIA: A las dos les digo, córtenla.
MATÍAS: Amén.
CLAUDIA: Matías, vos también cortala.
KETY: Es muy probable que lo que dijo Susana sea verdad, ya les
dije que yo también escuché…
MARÍA: Qué antiguo el nombre Susana, por qué se le habrá
ocurrido a la tía; es de vieja.
CLAUDIA: (Abrazando a Kety) Hermanita querida, Susana nunca
quiso mucho a la familia, entonces por qué tendríamos que pen-
sar que esa locura es cierta. Conocemos muy bien su historial, y eso
para mí le quita credibilidad.
MARÍA: Al menos una de las dos hermanas piensa con la cabe-
za.
KETY: ¡Cortala!

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FRANCISCO: En cambio de darle rosca a todo eso, ¿por qué
no decidimos dónde vamos a ir a cenar?
MATÍAS: Dijimos que a una parrilla.
FRANCISCO: Sí, ¿pero a cuál?
CLAUDIA: Yo conozco una que tiene buen precio y comés has-
ta reventar.
MATÍAS: Que no se hable más, sea cual sea, esa va como loco.
¿Nos encontramos a las nueve?
KETY: ¿Alguien de ustedes tiene el número de celular de Susa-
na?

Todos se miran entre sí, descalificando la idea de Kety.

KETY: ¿En qué año nació el abuelo?


MARÍA: El dieciocho de abril de mil novecientos veintiocho.
CLAUDIA: De Aries, como Hitler.
MARÍA: Tarada.
FRANCISCO: (Orgulloso) María siempre lo tuvo presente.
MARÍA: (A Francisco) Al fin una para mí.
CLAUDIA: ¿Hay que felicitarla?
FRANCISCO: Simplemente decía.
MARÍA: Siempre pensé que yo era su nieta preferida y no esa
reventada que ahora impunemente lo acusa. Siempre lo pensé así
hasta que leí esa puta carta que le dejó a la abuela, y que la abuela

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de manera irresponsable dejó sobre el microondas como si se tra-
tase de un papel cualquiera, una boleta de luz, cualquier cosa. Pe-
ro a pesar de ese golpe en el corazón, en ningún momento sentí
rencor. Aunque si lo hubiese sentido, creo que estaba en mi dere-
cho porque todos los domingos, como ustedes, almorcé con él;
nunca le falté a la cita, e incluso sacrifiqué salidas con amigos para
no fallarle, pero parece que eso no fue suficiente. Los llevé a él y a
la abuela de vacaciones con mi marido y mis hijos… Cuando se
enfermó, estuve al pie del cañón como un buen soldado. Fui la
única de la familia a la cual nunca hubo que preguntarle si podía,
porque me ofrecía para cuidarlo antes de que alguien me lo pro-
pusiese, pero parece que nada fue suficiente… Entonces, no sé por
qué el Tata la quiso más a ella que a cualquiera de nosotros.
KETY: Porque sabía que ella algún día lo iba a descubrir, y que-
riéndola de alguna manera le estaba pidiendo perdón.

Excepto Francisco, el resto se encojen de hombros.


Súbitamente, vuelve a escena Susana. Todos la miran perplejos y ella respon-
de con una mirada inquisidora. Después de unos breves momentos, Susana
comienza a llorar. Todos la contemplan en silencio. Cuando se recupera del
llanto, se seca las lágrimas con sus manos, y repentinamente va hasta donde
está la bolsa de huesos. Agarra el pequeño hueso que está junto a la bolsa y,
sin pronunciar palabra, rápidamente se retira del lugar.

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MARÍA: (Alterada) La turra se llevó el dedo.
FRANCISCO: La falange proximal.
MATÍAS: Eso, la falange…
KETY: Lloró.
MARÍA: El dedo…

Matías saca de su camisa el papelito que le entregó Susana y lo lee para sí.

APAGÓN

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ÍNDICE

Prólogo / 5
Eurycles, el artista y su monstruo / 9
El Bufón de Villa Elvira / 29
Huesito para el café / 41

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