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LA SOCIEDAD DEL SIGLO XVI

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Hablamos de una sociedad hondamente sacudida por el reciente anclaje

en el Nuevo Continente y todo lo que esto supone, no sólo en el nivel del

pensamiento y del imaginario sociales, sino para su economía y relaciones:

Remesas de productos nuevos, importaciones y estímulo al mercantilismo,

perspectivas de ingresos estatales de monopolio sobre el tráfico con fuerza de

trabajo indígena, nuevas posibilidades de ensayo con cultivos y flora, oro y

plata con que nutrir las arcas del Estado, impulso al afloramiento de una

protoburguesía comercial de ultramar, etc.

Este potencial contrasta con periodos de penuria labrados por un imperio

que está armándose y sustentándose sobre la profundización tributaria, el

cobro del Servicio a cada Corte peninsular para costear viajes a un monarca

que es sobre todas las cosas Emperador, la pérdida de exenciones fiscales por

Estamento, la cesión de tierras de Realengo a Oficiales extranjeros y

aristócratas, y el desmantelamiento de la producción textil en “virtud” del

aprovisionamiento lanero a los centros imperiales del Mar del Norte.

A esto sumar la volatilidad del oro y la plata, que salen en masa

procurando el pago de intereses a prestamistas y financieros por ejemplo

flamencos.

Las respuestas de los agraviados no se harán esperar (movimiento de “las


Comunidades” en Castilla, revueltas de “las Germanías” valencianas y

mallorquinas), si bien la Aristocracia interna -aunque también agraviada y

desplazada de la Corte y burocracia en favor del centro germano- cierra filas en

torno a una política monárquica de la que depende, al fin y al cabo.

En las ciudades, la producción está organizada por gremios y, al interior de

estos, el Maestro ejerce su directriz sobre el Oficial o Compañero, y sobre el

Aprendiz. Los menestrales y Corporaciones de oficio ven apretárseles las

tuercas impositivas, mientras el trigo, o no llega, o es acaparado por quienes

especulan con su precio. A las puertas de las ciudades los mercaderes pagan

el portazgo, y otros derechos aduaneros como el almojarifazgo.

La concentración agraria cerealista se topa no solamente con su propio

sub-rendimiento, sino con una ineficacia de transporte, y un subdesarrollo de

los mercados y de las vías de tránsito, que en su conjunto ocasionan inflación

del grano (aparte ya de la especulación...).

En el rural levantino de regadío, la competencia por trabajo y sustento

entre campesinos arrendatarios “cristianos viejos” y horticultores moriscos, será

leña al fuego de las revueltas anti-señoriales y de reclamaciones de expulsión.

Los moriscos viven a veces en Alhamas, o Aljamas (del árabe yaamiia:

“comunidad”, “estar juntos”), junto a población judía que no existe oficialmente

como tal, sino como “conversos”.

La monarquía reprime sus manifestaciones culturales, lingüísticas y

religiosas (e incluso da ultimatum al “bautismo general” amenazando con

expulsión), pero los mudéjares son mano de obra cualificada y más barata que
“contra-prestar” al campesino arrendatario cristiano, así que obtienen

protecciones de los poderes señoriales. Por su parte, la Inquisición

(institucionalizada desde finales del siglo XV) los querrá identificables, así que

les obligará a llevar cosida una media luna de paño azul.

La ruina económica a la muerte de Felipe II contrasta con el desarrollo del

primer periodo del Siglo de Oro en la cultura y el arte (el llamado “quinientos”

en eco del “cinquescento” italiano), y la condición de imperio estimula el

desarrollo de por ejemplo la Geografía y la Náutica.

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