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el Demos: la muerte del sujeto político‐jurídico en el reino del sujeto
económico1
Érika Fontánez Torres
Dos asuntos llamaron mi atención a partir del mensaje del gobernador Alejandro García
Padilla2 sobre la reforma (o, como le llama el gobierno, la “transformación”) contributiva. Por
supuesto, hay mucho más en la agenda que se ha discutido y es importante discutir. No
obstante, decía, hay dos asuntos que me interesa destacar. El primero tiene que ver con el
señalamiento del Gobernador sobre el entendido que nutre la nueva política contributiva: los
individuos contribuyen no a partir de su identidad como trabajadores sino en tanto
consumidores. El segundo elemento que me interesa destacar es relacionado pero no surge a
partir del anuncio del gobierno sino a partir de la reacción a este. Se trata precisamente de
una reacción en tanto individuos‐consumidores y no en tanto ciudadanos o sujetos políticos.
El caso de la forma que asume la reacción al impuesto sobre la educación es el ejemplo que me
interesa destacar.
Estos dos elementos, lejos de verse por separado, van de la mano en tanto ambos son muestra
de la transformación que ha sufrido la esfera política y la razón de Estado: el gobierno ya no se
posiciona frente a ciudadanos a los que tiene que rendir cuentas en tanto son los que le han
delegado poder, sino que administra una corporación integrada por individuos‐consumidores
en una sociedad de mercado. De la misma forma, los individuos se ubican frente al Estado en
tanto consumidores‐compradores y su reacción mayormente toma la forma de un reclamo
para que se les permita ser consumidores de acuerdo con los parámetros que dicta el mercado.
Así, por ejemplo, el anuncio del Gobernador respecto a la imposición de un impuesto al
consumo provoca no ya un reclamo hacia el Estado respecto al pacto o contrato social
incumplido (o como mínimo una rendición de cuentas), sino respecto a cómo su acción
gubernativa afecta la capacidad de consumir, independientemente lo que se consume. En el
caso de la educación, por ejemplo, lo que está en discusión ‐a partir de una reacción en tanto
consumidores‐ no es que seamos consumidores‐compradores de educación sino todo lo
contrario, se cuestiona el que con el impuesto corremos el riesgo de no serlo.
1 Publicado en la Revista 80grados el 3 de abril de 2014. http://www.80grados.net/deshacer‐el‐demos‐la‐muerte‐
del‐sujeto‐politico‐juridico‐en‐el‐reino‐del‐sujeto‐economico/
2 Mensaje del 13 de febrero de 2015. Puede ver el mensaje en (“García Padilla vuelve a explicar los cambios al
sistema contributivo,” EL NUEVO DIA).
Visto así, el sujeto‐ciudadano político, perteneciente a un espacio que puede conceptualizarse
como “mundo común”, “sociedad”, “pueblo”, “polis” o “estado‐nación”, es desplazado por el
sujeto construido por los parámetros de la racionalidad neoliberal: todos somos ante todo
consumidores. Somos en todo caso clientes. Este desplazamiento no solo remueve otros
entendidos sino que dicta las pautas, los límites y las racionalidades de la discusión a partir de
una lógica particular. De ahí que, por ejemplo, en lugar de discutir y debatir cuáles criterios
serían más justos e igualitarios para la distribución de la contribución de cada cual al pote
común o qué partidas de recaudos se utilizarían para determinados propósitos y prioridades,
la discusión gira sobre el porciento de impuesto que tendrá lo que compramos, sin importar si
eso que compramos (salud, educación, transportación, educación universitaria) debería ser
un ‘bien’ de consumo más y en tanto eso estar sujeto a la capacidad de pago de cada cual y su
disponibilidad y calidad de acuerdo con la dinámica de oferta y demanda.
Pero, además, la lógica del consumidor pretende borrar de la superficie las circunstancias de
desigualdad subyacentes al acceder al mercado. Parecería decir esa lógica que todos
accedemos (o podemos acceder) en igualdad de condiciones a los bienes que compramos y
por tanto, los elementos de calidad y necesidad están ausentes de la razón de Estado. Así, en la
esfera política somos meros sujetos que con capacidad de auto administrarnos, autonomía de
la voluntad y de acuerdo con el principio de libertad contractual, seleccionamos “libremente”
la compra de educación, salud, vivienda, seguridad, ciudad, entre otros.
Por otra parte, en la lógica del sujeto consumidor es mucho más difícil plantear un reclamo
sustantivo de justicia que no sea lo que sea aquello que se ha determinado ‘naturalmente’ que
es lo ‘justo en el mercado’. Después de todo, todos somos consumidores ‘en igualdad de
condiciones’ según la lógica del mercado. Esto es así pues el mercado no discrimina respecto a
identidad nacional, de género, preferencia partidista o de clase. ¡¿Quién lo duda?! Todos y
todas –si contamos con la capacidad de pago, y eso por supuesto, no es bajo esta lógica sino un
criterio individual‐ podemos acceder a la mejor educación, a la urbanización de mayor
seguridad, al mejor y más eficiente vehículo, al mejor tratamiento médico. Así que como
consumidores somos todos iguales ante el Estado‐Mercado.
Pero esa respuesta no solo proviene en formato gubernamental sino que la lógica ‐en tanto
estructural‐ delimita la reacción de la ciudadanía a una precisamente a partir de su identidad
de consumidora. El reclamo toma la forma de exigencia consumista, nos ubicamos como
clientes que reclamamos al Estado poder seguir consumiendo, comprando aquello que en
principio no pretendía formar parte de un bien de consumo el cual cada cual se procurase de
acuerdo con su poder adquisitivo. La Constitución bien podría garantizar un derecho
ciudadano amplio a la educación primaria y a la salud y, sin embargo, dadas las circunstancias
en las que ambos asuntos se han transformado a bienes de consumo que cada cual se procura,
no hay ciudadano o ciudadana que lo exija pues en cambio está exigiendo poder comprarlo al
precio que dicte el mercado y de acuerdo con lo que dicte mi capacidad de pago. Valga señalar
que no hay que confundir este reclamo con lo que sería uno sobre el derecho a ‘escoger’ las
circunstancias de educación de mis hijos e hijas puesto que si se mira de cerca, sabremos que
la libertad contractual de quienes compran educación es de pura adhesión de acuerdo con lo
que las circunstancias permitan pagar y no necesariamente a raíz de lo que realmente
ofrecería el tipo de educación de calidad que se busca. A esto, por supuesto, subyace un
sistema público de educación echado a pérdida desde el punto de vista educativo, el cual, por
supuesto, se deja para aquellos y aquellas que el mercado excluye por falta de capacidad de
pago, que como bien me señalaba un colega, son aquellos sectores considerados ‘excedentes’.
Ese derecho, después de todo, es solo operacional para los y las que no pueden participar
como consumidores pero que tampoco se tratan como ciudadanos en tanto la educación que
se le ofrece es “lo que queda”. Así, tenemos una ciudadanía que exige pagar por el derecho a la
educación, que se conforma con la salud como un negocio, que acepta el dictado de las
aseguradoras de salud y reclama ser consumidor en lugar de ciudadano con derechos.3
Por supuesto, el estado de cosas antes del anuncio de la reforma contributiva dictó las pautas
estructuralmente para esta reacción. El señalamiento que hago no tiene la pretensión de
condena sino que busca propiciar una reflexión sobre la transformación de la lógica del
debate en esta reacción. Hace tiempo dejamos de ser ciudadanos con derecho a una educación
de calidad, a la salud, al acceso a un sistema de justicia, a la ciudad, a un sistema eficiente de
transportación pública. Se dirá que nunca antes lo fuimos pero el punto no es aquí tener un
marco de comparación con el pasado sino distinguir las narrativas que potenciaban una
discusión sobre estos asuntos en otros términos. Nuevamente, de lo que se trata es de que se
ha normalizado la idea de un no‐referente distinto a aquel de clientes y consumidores de
estos bienes en el mercado, bienes y servicios a los que la única forma de acceder es mediante
3 Por supuesto que el consumidor en tanto tal tendrá derechos pero no son a estos los que me refiero sino a
derechos en tanto ciudadano político.
la gestión individual‐privada, es decir, mediante su compra de acuerdo con los parámetros
establecidos por las dinámicas de mercado. Así que hace tiempo la máxima que opera es a
cada cual de acuerdo con su capacidad de pago. De ahí que los entendidos sobre los sujetos
políticos que sean capaces de cuestionar la lógica del mercado sobre la cual opera la política
sean los entendidos de clientes y consumidores en lugar de sujetos políticos que buscan
transformar su mundo de vida más allá de sus intereses individuales en tanto sujetos del
capital.
Me parece que estos ejemplos son una muestra de lo que tanto Michel Foucault como más
recientemente Wendy Brown han descrito como la transformación del sujeto político al sujeto
económico: del homo politicus al homo economicus. Ya no es secreto que el mundo
contemporáneo está sufriendo de una especie de colonización epistémica por parte de las
racionalidades, conceptos y dispositivos de las lógicas del mercado. No me refiero al poder de
las corporaciones en el mundo globalizado sino a la instalación de la lógica neoliberal en los
diferentes confines de la vida cotidiana. Se trata de cómo las lógicas y racionalidades del
neoliberalismo han provocado la desaparición o privatización de lo político, como señaló en su
momento Hannah Arendt. La lógica avasalladora del mercado se manifiesta en las formas en
que conceptualizamos las controversias, en los temas y propuestas de la vida diaria, en la
transformación de las universidades y del mundo académico e incluso en las formas en que
académicos, expertos e intelectuales abordan los debates en y fuera de la esfera pública. El
Derecho, por su parte, como campo sistémico, no está exento de este fenómeno.
Como señalé, las formas torcidas y hasta perversas que ha tomado la discusión de la reforma
contributiva en la ciudadanía y el estudiantado se han visto obligados a participar en el
espacio público en defensa de un mercado que no solo los ahoga, sino que dicta las pautas de
perpetuación del privilegio y crecimiento de la desigualdad, es un ejemplo. Defender “el
derecho a comprar” educación a partir de la capacidad de pago, como única opción para
proveer una educación de mediana calidad (por decir lo menos), y echando a pérdida lo que
sería un derecho constitucional en tanto ciudadanos, por ejemplo, es un indicio de que el
lenguaje del mundo liberal se agotó, no se puede ‘traducir’ o, dirán algunas, caducó. Pero no
son estos los únicos ejemplos y es de esperarse que tengamos muy pronto muchos más. Las
políticas de austeridad, las formas en que se asume la discusión pública respecto a éstas, la
impregnación del análisis costo‐beneficio en distintas facetas de la vida individual y colectiva,
las narrativas en exceso sobre empresarismo, la corporatización de la Universidad pública,
entre otros asuntos, son muestra de una transformación profunda a partir de la racionalidad
neoliberal que no se limita a lo que antes concebíamos como ‘asuntos económicos’. De hecho,
Foucault deja claro en sus conferencias que no se trata meramente de que la economía política
dicta el gobierno. Tampoco es meramente el señalamiento de que el principio adoptado por el
gobierno es el económico o que solo se escucha a los economistas. Se trata de la
normativización del criterio de mercado en todas las facetas del diario vivir, de la
administración de la vida propia en tanto ‘recurso’ o ‘capital humano’, algo que si bien se ha
señalado desde el marxismo, aparenta tener unas dimensiones que percolan de manera más
profunda.
En su más reciente libro, Undoing the Demos: Neoliberalism's Stealth Revolution, Wendy Brown
(Brown, 2015), de la mano de las excelentes conferencias de Foucault4 sobre el Homo
Economicus (Foucault, 2010a) explica esta transformación avasalladora y revolucionaria a
partir de los entendidos y racionalidades del neoliberalismo. Brown, sintetiza el asunto en
tres planteos: (1) el ascenso de la razón neoliberal ha significado un desvanecimiento de la
‘razón de estado’ como la conocíamos hasta ahora; (2) la racionalidad neoliberal ha
significado un desplazamiento de las configuraciones del Estado, la sociedad, el sujeto y el
ciudadano; (3) la transformación no es meramente una respecto a las políticas institucionales
macro o micro económicas (privatización, desregulación), sino que se trata de lo que Foucault
llamó “el ascenso de una nueva forma de razón normativa” (Foucault, 2010a, p. 27). Se trata
de una racionalidad a través de la cual la métrica del mercado se extiende a todas las
dimensiones de la vida humana: política, cultural, social, educativa, pública y privada. Los
términos en que se debate, se delibera, se toman decisiones y se discuten los temas o emiten
juicios y opiniones, todos, parten de una métrica particular: (1) el Estado‐Nación es una
corporación; (2) los ciudadanos son ‘capital humano’; y (3) la actividad humana es una
‘inversión’. Esto incluye, además, un desplazamiento o más bien una restructuración del
sujeto de derechos, es decir, el homo juridicus también ha sufrido una transformación.
Los planteamientos y el análisis de Brown en su libro, me parecen vitales para cualquier
reflexión sobre los modelos e instituciones liberales que hoy día cuestionamos, y esenciales
4 Vea en particular las Conferencias del 28 de marzo y el 4 de abril de 1979 en el College du France, páginas 267‐
290; 291‐316.
para cualquier intento de construir nuevas narrativas para darle sentido a la democracia (un
sentido que es disputable, por supuesto). Para los y las interesadas en el discurso jurídico y la
idea de los derechos, por otro lado, también resulta imprescindible entender muchos de los
argumentos que Brown elabora pues entre los planteos que trae está el tema de la
transformación de lo que entendemos como ‘Estado de Derecho’ y el hiper pragmatismo y
utilitarismo libertario que en gran medida está sustituyendo la idea de los derechos. Mucho
más, me parece que este análisis es vital para entender y analizar en lo que hoy día ha
desembocado aquello que llamamos la política.
Ahora bien, no hay que confundir el análisis de Brown con el argumento de que el capital o las
corporaciones dominan al Estado, algo que las corrientes marxistas han señalado por demás.
Se trata de algo más. En este sentido, Brown señala:
My argument is not merely that markets and money are corrupting or degrading
democracy, that political institutions and outcomes are increasingly dominated by
finance and corporate capital, or that democracy is being replaced by plutocracy‐‐rule
by and for the rich. Rather, neoliberal reason, ubiquitous today in state craft and the
workplace, in jurisprudence, education, culture, and a vast range of quotidian activity,
is converting the distinctly political character, meaning, operation of democracy's
constituent elements into economic ones. Liberal democratic institutions, practices,
and habits may not survive this conversion. Radical democratic dreams may not
either. (Brown, 2015, p. 17)
Y es que desde Foucault y sus conferencias, ya puede verse la salvedad de que no se trata
meramente de la producción de una teoría racional del mercado sino de cómo el mercado
pasó a ser un asunto de la economía a un asunto de práctica gubernamental, de un lugar desde
el cual producir veracidad. (Foucault, 2010b, pp. 29–30). Para Foucault se trata de que el
mercado constituye el estándar de verdad y ese estándar es ‘natural’, no un estándar de ‘justo
precio’, sino de un precio que fluctúa ‘naturalmente’. A partir de ese precio del mercado que
fluctúa de manera ‘natural’, se disciernen las prácticas gubernamentales que se consideran
correctas de las incorrectas. Es el mercado, acotaba Foucault, el que determina lo que es un
buen gobierno y eso nada o poco tiene que ver con un funcionamiento acorde con ‘lo justo’ o
la ‘justicia’. Foucault elabora una genealogía para este proceso y más importante, nos llama a
preguntarnos cómo fue posible que esta transformación ocurriera. Es esto lo que intenta
hacer Brown en su libro al concretar la discusión en tres ámbitos particularmente en el
contexto de los Estados Unidos, que muy bien pueden servirnos para hacer lo propio: la
educación superior, la gobernanza y el mundo del derecho.
Su libro comienza con la salvedad de que cualquier intención de teorizar la relación entre
democracia y neoliberalismo enfrenta el reto de las ambigüedades y múltiples significados de
ambos conceptos. Sabemos particularmente la cantidad de debates contemporáneos sobre el
término democracia y la multiplicada de abordajes para dar cuenta de el imaginario popular
del término. Brown nos ofrece un recorrido sobre las formas que han asumido ambos
términos; en el caso del concepto democracia, por ejemplo, desde la concepción platónica y de
la antigua Grecia hasta abordajes más recientes como el de Jacques Ranciére que desde una
distancia crítica a Platón propone mirar el demos no desde quienes lo conforman sino a partir
precisamente desde aquellos excluidos, es decir, desde la erupción de “la parte que no es
parte” en el cuerpo político. (Ranciere, 2004) A partir, entonces, de un reconocimiento de que
el concepto en democracia es un concepto en disputa, Brown propone “liberarlo” de un
formato en particular pero a la vez insiste en su importancia y valor en tanto un entendido
político de auto‐regulación del “pueblo”, quien quiera que sea ese “pueblo”. Así, nos dice
Brown, la democracia no solo es oponible a la idea de tiranía y dictadura, al fascismo o al
totalitarismo, a la aristocracia, plutocracia o corporatocracia, sino también –y esto es lo
novedoso y más importante‐ la democracia como algo opuesto a un fenómeno contemporáneo
en que gobernar se trasmuta a la administración de un orden avasallador de racionalidad
neoliberal.
Lo mismo hace con el concepto neoliberalismo. Para Brown el concepto “neoliberalismo”
trata de una forma distintiva de racionalización, de producción de sujetos, una “conducta de
las conductas”, un esquema de valoración. Por supuesto, señala, el neoliberalismo nombra un
conjunto de respuestas específicas de índole político y económico en contra de las políticas
keynesianas y de la social democracia y trata de diversas prácticas en las que se atienden con
criterios economicistas distintas esferas y actividades en el proceso de gobernar. Pero no es
esto a lo que Brown le dedicará más atención. La racionalidad neoliberal a la que Brown se
refiere tiene que ver con el fenómeno de que tanto las personas como los estados producen y
reproducen en su construcción social el modelo neoliberal corporativo: existe ya una
expectativa de que tanto las personas como los estados se comporten en formas en que
maximicen su “capital” tanto en el presente como en el futuro. Los conceptos “empresarismo”,
auto‐inversión y la atracción de inversionistas, no son exclusivos del mundo económico y
corporativo, sino que la vida cotidiana y el mundo común y político lo ha acogido como la
forma de vida. Brown explicita cómo esto se materializa en el mundo contemporáneo, es
decir, cómo, según lo señaló Michel Foucault, las coordenadas dejaron de ser las del homo
politicus para dar paso al homo economicus:
As both individual and state become projects of management, rather tan rule,
as an economic framing and economic ends replace political ones, a range of
concerns become subsumed to the Project of capital enhancement, recede
altogether, or are radically transformed as they are “economized”. These
include justice (and its subelements, such as liberty, equality, fairness),
individual and popular sovereingty, and the rule of law. They also include the
knowledge and the cultural orientations relevant to even the modest practices
of democratic citizenship.(Brown, 2015, p. 22)
Resaltan los ejemplos concretos en esta discusión, particularmente el ejemplo de cómo la
educación superior ha seguido los dictados de la racionalidad del mercado, convirtiéndose en
una empresa más en la que los criterios de educación universitaria dejan de ser los
académicos para responder a la idea de competitividad y a criterios corporativos que hacen
que se genere una privatización desde adentro y sin necesidad de ‘privatizarse’ en el sentido
tradicional. El Capítulo 6 está dedicado a este tema. En el caso de la política, el gobierno y la
administración pública, Brown nos trae como ejemplo un discurso del Presidente Obama y
como a pesar de insistir en políticas de justicia social, su discurso las legitimaba siempre y
exclusivamente desde la óptica del mercado. El Capítulo 4 está dedicado a este tema.
Finalmente, aborda el tema del sistema legal y la economización de la lógica jurídica,
particularmente discute precedentes del Tribunal Supremo de los Estados Unidos que
ejemplifican el desplazamiento de la lógica de los derechos o la adaptación de la lógica a los
análisis del mundo corporativo. El Capítulo 5 está dedicado al tema del Derecho y el
razonamiento jurídico.
¿Qué elementos destacaría de este acercamiento?. Para fines de quizás contar con una
discusión futura sobre estos aspectos, comparto algunos de los asuntos que me parece que
Brown destaca de manera prístina.
¿Cómo se ha abordado el tema del neoliberalismo y los problemas que confrontamos a
partir de este? Usualmente se entiende por neoliberalismo el ensamblaje de políticas
económicas a partir de la idea del libre mercado. Esto incluye, por supuesto, la desregulación,
la privatización de bienes y servicio, el remplazo de políticas de impuestos progresivos por
regresivos, las políticas de austeridad, entre tantas otras áreas y ejemplos. Los críticos de
estas políticas neoliberales, nos detalla Brown usualmente trabajan en una de estas cuatro
críticas:
1. Intensificación de la desigualdad: Se plantea cómo las políticas neoliberales
producen la concentración de riqueza en estratos sociales “más altas” y en el 1% de la
población, mientras la inmensa mayoría sufre el impacto de estas políticas y
empobrece. El gap entre ricos y pobres se recrudece con la paulatina reducción de lo
que se conoce como “clase media” o sectores medios. El tema de la desigualdad
adquiere atención en esta crítica. Brown identifica en esta instancia a Robert Reich,
Paul Krugman y Amartya Sen, entre otros intelectuales y expertos que llaman la
atención sobre los niveles de desigualdad que el sistema está produciendo.
2. Mercantilización anti‐ética: Se llama la atención sobre cómo el proceso de
comodificación o mercantilización de ciertos bienes y servicios no alcanza límites,
produciendo controversias y disyuntivas éticas y consecuencias indeseadas. Así, se ha
llamado la atención a la explotación humana, los límites de la comodificación de la
educación y el medioambiente, entre otros. Ejemplo de este abordaje son los
acercamientos de Debra Satz y de Michael Sandel que han puesto en cuestionamiento
los límites morales del mercado (Sandel, 2013; Satz, 2012).
3. El dominio corporativo sobre el Estado: Este abordaje crítico enfatiza en el tema de
cómo el poder corporativo domina las decisiones del gobierno y de política económica.
El foco de atención de esta crítica es demostrar la relación al punto de indiferenciación
entre el Estado y el Capital. Brown señala a Sheldon Wolin (Wolin, 2010) como un
ejemplo de este acercamiento.
4. La destrucción de la economía: Finalmente, está el punto de vista mayoritariamente
acuñado por economistas que señalan que las políticas neoliberales han terminado en
una destrucción de la economía (economic havoc), a partir del ascenso avasallador y
libertario del capital financiero y sus efectos en el mercado financiero. Aquí se plantea
el tema desde la óptica de una crisis del sistema capitalista a partir de la crisis del
2008 en el mercado financiero, las políticas de Wall Street y la burbuja financiera. El
enfoque es eminentemente economicista.
Ahora bien, ¿Cómo Wendy Brown enfoca el problema? ¿Hacia qué nos convoca a
acercarnos? Si bien su libro reconoce los acercamientos antes expuestos, Brown es enfática
en que el problema es mucho más profundo que lo que los anteriores acercamientos puedan
ofrecer. Se trata de analizar el neoliberalismo no a partir de una serie de políticas de estado,
una fase del capitalismo o una ideología a favor de una clase capitalista, sino a partir de un
orden de razonamiento normativo que toma forma a partir de prácticas cotidianas,
formulaciones valorativas y una métrica que abarca toda dimensión de la vida humana
(Brown, 2015, p. 30). Y esas prácticas, entendidos y esferas no necesariamente involucran
intercambios monetarios pues no se circunscriben al mundo del intercambio de bienes y
servicios. De la mano de Foucault, Brown nos describe el alcance de la lógica neoliberal:
[W]e may (and neoliberalism interpellates us as subjects who do) think and act
like contemporary market subjects where monetary wealth generation is not
the immediate issue, for example, un approaching one’s education, health
fitness, family life, or neighborhood. To speak of the relentless and ubiquitous
economization of all features of life by neoliberalism literally marketizes all
spheres, even as such marketization is certainly one important effect of
neoliberalism. Rather, the point is that neoliberal rationality disseminates the
model of the market to all domains and activities –even when money is not an
issue –and configures human beings exhaustively as market actors, always,
only, and everywhere as homo economicus.
¿En qué forma el neoliberalismo construye sujetos?, se pregunta Brown. Habría que
distinguir qué tipo de sujetos y en qué instancias se materializa esta construcción. Brown
acota que tanto Carl Schmitt, como Hannah Arendt y Claude Lefort llamaron la atención a las
mercantilización del Estado, de lo político y de la sociedad, pero aún así, ella vislumbra algo
distinto en las formas que asume la “economización” neoliberal de la actualidad y señala tres
aspectos a considerar. Primero, en contraposición con el liberalismo económico clásico, dice
Brown, nosotros somos en todos los sentidos sujetos económicos, somos homo economicus. ¿Y
quién es el homo economicus? Foucault responde: “es el sujeto que persigue su propio interés
y cuyo interés es tal que (se presume) que converge espontáneamente con el de los demás. Es
la persona que debe dejarse a solas”. (Foucault, 2010a, p. 270) Pero para Foucault el homo
economicus no es meramente la contraparte del gobierno, no es el ‘individuo’ vis a vis el
Estado. El homo economicus es, a partir del Siglo XVIII, su ‘partner’, una especie de sujeto cuya
subjetividad permite una nueva razón gubernamental, es la razón misma de la ‘frugalidad del
gobierno’.
Se trata para Brown de uno de los elementos más subversivos del neoliberalismo. Adam
Smith, Ricardo y otros dedicaron su vida al tema de la relación de lo económico con la vida
política pero nunca, nos dice Brown redujeron la vida política a lo económico, mucho menos
imaginaron que lo económico absorbiera otros aspectos de la existencia en “sus propios
términos y métricas” (Brown, 2015, p. 33). En segundo lugar, el homo economicus toma forma
de capital humano en el que el sujeto se auto administra como capital posicionándose
competitivamente como un valor en el mercado en lugar de un sujeto de intercambios e
intereses. Este segundo aspecto, dice Brown, distingue los acercamientos de Marx, Polanyi y
Bentham, por ejemplo. En tercer lugar, el modelo de capital humano ubica al sujeto en tanto
preocupado con potenciar su competitividad en todos los dominios de la vida y actividad, que
no se circunscriben a los intercambios monetarios sino que incluye la educación, la
capacitación en áreas del saber, el ocio, la reproducción, es decir, las decisiones en general y
las prácticas cotidianas se relacionan con “el valor en el mercado”. El sujeto actúa a partir de
un auto‐empresarismo: “as neoliberal rationality remakes the human being as human capital,
an earlier rendering of homo oesconomicus as an interest maximizer gives way to a
formulation of the subject as both a member of a firm and as itself a firm, and in both cases as
appropriately conducted by governance practices appropriate to firms.” (Brown, 2015, p. 34).
Es a partir de lo anterior que el argumento del libro de Brown pasa por diferentes aspectos de
la vida del demos: la educación, el derecho y la gobernanza. Luego de retomar las conferencias
de Foucault, Brown diserta sobre cómo el mundo contemporáneo ha transformado los
principios de democracia, política y justicia al idioma economicista, vaciando de contenido
aquello que alguna vez disputamos como los contenidos de la ciudadanía democrática o la
soberanía popular. Así, el impacto avasallador del neoliberalismo ha sido el desvanecimiento
de la ya entonces anémica concepción del homo politicus, con las consecuencias que esto tiene
para las instituciones e imaginarios que –aunque siempre disputados‐ nos ofrecía el mundo de
la democracia liberal. Pero no termina ahí, no se trata nada más de la destrucción de los
entendidos sobre el demos, la política y el Derecho sino que, como bien señalaba Foucault,
toda nueva racionalidad política no solo deshace la anterior sino que crea una nueva y esta ha
sustituido la anterior con “nuevos sujetos, nuevas conductas, relaciones y mundos”. (Brown,
2015, p. 36). Todo se mira desde la comodificación, es decir, desde la mercantilización, de ahí
que no seamos ciudadanos sino “capital humano”, no ciudadanos sino consumidores, no
sujetos políticos sino dueños de capital, no estudiantes sino clientes; no somos profesoras
sino contratistas, no somos sino recursos humanos en todas las facetas de nuestra vida:
“human capital’s constant and ubiquitious aim, whether studying, interning, working,
planning retirement, or reinventig itself in a new life, is to entrepreneuralize its endeavors,
appreciate its value, and increase its rating or ranking. In this, it mirrors the mandate for
contemporary firms, countries, academic departments or journals, universities, media or
websites: entrepreneuralize, enhance competitive positioning and value, maximize ratings or
rankings”. (Brown, 2015, p. 36)
¿Qué implicaciones tiene esta transformación en la lógica del mundo “común”?
Primero, somos ‘capital humano’ no solo para sí mismos, explica Brown, sino también somos
capital humano en todo y para todo aquel espacio o institución a la que pertenecemos. La
lógica de ser ‘capital humano’ permea la forma en que nos y se nos conceptualiza en el Estado,
en la comunidad internacional, en el lugar en que trabajamos, en la escuela, en la Universidad,
en la ‘comunidad’. Por lo tanto, en todas estas instancias, la competitividad es la razón de ser y
competitivos al fin, la lógica es de suma cero, todos contra todos y cada cual compite para
asegurar su sobrevivencia o perece. Como bien señala Brown, el sujeto moral kantiano ha sido
desplazado: nada de fin en sí mismo, somos un medio; cada cuál a cargo de sí, responsable de
sí mismo y se convierte en un sujeto instrumentalizable por la suma del resto. Una
democracia compuesta de capital humano es pues, la suma de ganadores y perdedores y no
los sujetos políticos que viven a partir de un contrato social. La lógica de igual trato e igual
protección, queda, además desplazada. (Brown, 2015, p. 38). Asimismo, donde todo es capital,
lo laboral desaparece como categoría y los parámetros de análisis basados en clase,
alienación, explotación y asociación entre trabajadores también. Se deshace la lógica del
trabajo para dar paso a la otra, de forma tal que se de pie a la desregulación de las
protecciones laborales, los derechos como pensiones y seguridad en el empleo y otras
protecciones basadas en una lógica de ciudadanía. Finalmente, el homo economicus como
sujeto único del mundo de vida y del espacio político, hace desvanecer la idea del interés
público, de lo común, de la pertenencia al demos o al ‘pueblo’ soberano: “as neoliberalism
wages war on public goods and the very idea of a public, including citizenship beyond
membership, it dramatically thins public life without killing politics”. (Brown, 2015, p. 39).
El Estado privatizado y la transformación de la lógica jurídica
En este escenario, el Estado está privatizado y la lógica de su operación es la racionalidad del
mercado. Siguiendo a Foucault, se trata de un modelo en que el Estado es un mero
administrador como el de una firma o corporación y el efecto (esto es importante entenderlo
para cualquier actuación contra hegemónica), no es simplemente que el Estado se ha achicado
o está ‘manos afuera’ en detrimento del ‘patrimonio público’. Lo más perverso de este proceso
es la transformación conceptual y práctica que esto implica: aquellos entendidos –aunque
siempre cuestionados‐ sobre lo democrático, lo igualitario la libertad y la soberanía han
cambiado y han pasado del registro de la lógica política al registro de la lógica mercantil.
Finalmente, como parte de su abordaje a la transformación de homo politicus al homo
juridicus, Foucault señala cómo el homo juridicus también sufrió una transformación. El
cambio se hace patente en el derecho público. El problema fundamental del derecho público
ya no es la fundación de la soberanía, las condiciones de legitimidad de la soberanía o las
condiciones bajo las cuales los derechos del soberano pueden ejercerse legítimamente. Estos
eran asuntos primordialmente de los Siglos XVII y XVIII. La nueva racionalidad desata un
gobierno de la frugalidad, cuya paradoja estriba en una práctica gubernamental intensa y
extensiva pero a la vez frugal. (Foucault, 2010a, p. 28) Se trata de un funcionamiento
gubernamental cuyo objetivo es gobernar con la menor intervención y el lugar de producción
de la verdad en la ‘razón de estado’ ya no está en la regulación sino precisamente en la
justificación de no regular: “This site of truth is not in the heads of economists, of course, but
is the market”. (Foucault, 2010a, p. 30) Y ¿cómo crea el Estado un cuerpo normativo que
garantice el ejercicio del poder a través de la no‐intervención? ¿Cómo lograr un andamiaje
gubernamental frugal que exista pero no regule? A través del derecho privado, diría yo. Es
precisamente el fenómeno que estamos viendo de países soberanos o estados cuyo derecho
público se hace irrelevante al ser demandados por falta de pago, incumplimiento de contrato,
quiebras, todos escenarios del derecho privado. El derecho publico, el del gobierno frugal se
da a través de su no‐lugar, ocupado a su vez por el derecho privado donde los parámetros son
los de libertad contractual, el pacta sunt servanda, los acreedores y los deudores. Es a partir de
la lógica del derecho privado que los estados modernos operan. Desde ahí su frugalidad.
Como señalamos, es el mercado el que nos condiciona para discernir entre un buen o mal
gobierno, una buena o mala política pública, sobre qué prácticas son correctas o incorrectas:
“the market is a site of verediction”. (Foucault, 2010a, p. 32) En tanto eso, el criterio de los
derechos, del sujeto kantiano o de los derechos fundamentales, cede hacia una configuración
jurídica que adopta el marco del balance costo‐beneficio. En ese escenario, desde la Teoría del
Derecho, por ejemplo, puede explicarse el éxito y el entusiasmo con cierto pragmatismo
jurídico y las corrientes jurídicas del Law and Economics (Véase Posner, 2014).
Es así como la transformación va de un homo juridicus a un homo economicus. El sujeto
jurídico es el que le dice al Estado, al fundador del derecho positivo de acuerdo con los
principios del derecho natural: “Estos son tus límites porque yo tengo derechos y estos son
intocables. No puedes hacer esto porque te he confiado mis derechos y no puedes permitir
que otros a su vez los trastoquen”. El mundo de la economía de alguna manera está limitado
por el mundo que se crea a partir del sujeto de derechos. Pero el homo economicus que
desplaza al jurídico, ya no precisa decir esto, es más ya no lo dice. Ahora el sujeto del mercado
es quien dice: “No debes hacer esto porque no puedes hacerlo y no debes hacerlo porque no
sabes el cómo, no puedes saber el cómo”. El cómo, por supuesto, lo dicta el mercado. Es, como
señala Foucault, un reto distinto a la lógica política tradicional del soberano como límite del
Estado:
But homo economicus is not satisfied with limiting the sovereign’s power; to a
certain extent, he strips the sovereign of power. Is power removed in the name
of a right that the sovereign must not touch? No, that’s not what’s
involved. Homo economicus strips the sovereign power inasmuch as he reveals
and essential, fundamental, and major incapacity to govern, that is to say, an
inability to master the totality of economic field as a whole. The whole set of
economic process cannot fail to elude a would‐be central, totalizing bird’s‐eye
view…..I think the emergence of the notion of homo economicus represents a
sort of political challenge to the traditional, juridical conception, whether
absolutist or not, of the sovereign. (Foucault, 2010a, p. 292)
En resumen, la teoría jurídica delas instituciones del liberalismo no puede lidiar con una
soberanía distinta, la de los sujetos que no son individuos o ciudadanos frente al Estado sino
que son capital humano, los nuevos sujetos de la economía o mejor dicho, del mercado.
(Foucault, 2010a, p. 294) Esto en tanto la teoría jurídica del sujeto de derechos, del sujeto que
delega al soberano sus derechos, no cuadra con la lógica de un Estado que es meramente
administrador de una corporación, en la que la justicia no es el criterio sino lo que
‘naturalmente’ sea el justo valor. Recordemos los tres aspectos de la ecuación: el Estado es
una corporación, los ciudadanos son capital humano, la actividad humana es una
inversión.
¿Qué queda entonces de la política? Queda lo tóxico, nos dice Brown. No hay vida ni criterio
de lo público o lo común pero eso no significa que no queda una esfera política en la que se
disputa el poder, el control de los ‘recursos’, las futuras trayectorias. Se trata de una esfera
vacía de entendidos que no sean los de la lógica del capital humano, la mercantilización, la
disputa del expertise económico, la comodificación de lo público. Se trata de una esfera pública
en la que sus miembros cuentan como recursos pero no comparecen como sujetos de
derechos, y peor aún, dice Brown, se trata de una esfera política manipulable, sin educación,
corporativizada, sin una cultura deliberativa, desapasionada por lo común y lo político,
desentendida del ámbito al cual pertenece y convencida de que el objetivo es la
competitividad en el mercado (Brown, 2015, p. 39).
Me parece que el planteamiento de este acercamiento de Foucault –en términos genealógicos‐
y de Brown ‐en términos de trazar cómo se materializa a partir de políticas públicas concretas
en el mundo contemporáneo‐ es importante tomarlo en cuenta como parte de nuestro análisis
de las políticas que enfrentamos, pues no solamente se trata de debatir el sentido ideológico y
las implicaciones de las políticas sino tomar en cuenta la forma que asume el debate y los
límites que la propia racionalidad nos predispone. Por supuesto, como bien Brown señala, no
se trata de ver la transformación hacia la lógica neoliberal a partir de una añoranza a la ‘Razón
de Estado’, al modelo del mundo del liberalismo o a la idea prevaleciente del contrato social
desde la teoría política clásica. Más bien, el punto es desentrañar las trampas discursivas y
narrativas que toma el debate, reconocer los límites y el desgaste de las instituciones con las
que contamos, con miras a tejer nuevos referentes y significados.
En el caso de Puerto Rico, temas como la política de despidos del gobierno, el achicamiento en
los servicios, el encarecimiento del sistema judicial, el desmembramiento de los planes de
retiro y las premisas que en su origen sirvieron a su diseño, la comodificación de bienes que
antes que bienes de mercado o meros negocios, deben ser asuntos garantizados para toda la
ciudadanía, como la salud, la educación y el medioambiente, entre otros temas, asumen las
formas de la racionalidad neoliberal que Brown discute. Concretamente puede verse el giro
que toma la discusión de la reforma contributiva a partir de estos entendidos. Lo mismo ‐por
dar un ejemplo que tengo muy cerca‐ se puede observar en las políticas universitarias, que
insisten detrimentalmente en la adopción de criterios de productividad, oferta y demanda,
costo‐beneficio e inversión, a la hora de tomar decisiones concretas sobre admisión,
reclutamiento de docentes, ofrecimientos académicos, entre otros. Esto sin duda está
transformando sigilosa pero vorazmente lo que entendemos por Universidad, al punto que no
es ya raro encontrarse con el argumento de que la relación entre estudiantes y profesores es
una meramente contractual. Así que no se trata solamente de acercarnos a estos asuntos
desde el señalamiento de políticas erradas sino de además cuestionar las formas en que el
propio de debate se asume.
Finalmente, habrá que preguntarse, en un escenario como este en que el racionamiento
neoliberal arropa tanto a instituciones como a individuos, ¿cómo retomamos la idea del
demos?. ¿Cómo y bajo qué parámetros insistir en la democracia? ¿Bajo qué entendidos
nuestras acciones toman o deben tomar forma?. Me parece que los acercamientos de Wendy
Brown y el asentamiento del homo economicus en la esfera política, la esfera jurídica e incluso
la personal, requeriría lo que Agamben planteaba, la idea de profanar. (Agamben, 2015). Pero
habría que detectar estas lógicas para profanarlas, insistir en otras formas de racionalizar los
eventos y las controversias de la esfera pública, resistirse al formato e insistir en ser sujeto
político y ciudadano antes que consumidor, y estar conscientes de las formas en que
acogemos y diseñamos los reclamos. Inmersos en estas estructuras no es fácil resistir la
instalación que ha tenido esta transformación pero parecería urgente retomar el demos
deshecho.
Referencias:
Agamben, G. (2015). Profanations. (J. Fort, Trans.) (Reprint edition). New York: Zone Books.
Brown, W. (2015). Undoing the Demos: Neoliberalism’s Stealth Revolution. New York: Zone
Books.
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Foucault, M. (2010b). The Birth of Biopolitics: Lectures at the Collège de France, 1978‐‐1979
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