( _
ise decabierta: Maio Muchik Carlo Ginzburg
En eubiecta:
Théodore Duret, 1912
de Edoward Vuillard (1860-1940),
[National Gallery of Art, Washington D.C.
‘Chester Dale Collection
E} juez y el historiador
Consideraciones al margen del proceso Sofri
‘Traducido del italiano por
Alberto Claveria
aaa steer, ns tein
stp ao px cai moo sae lee,
nec pogrtica, puma ur, sin pans peo
chs dk ues del COPYRIGHT
Esra sp Toe
"Stood ty Go Anya 8
asaya & Maio Mh Telemach 43, 28027 Madi
‘Sixes Pot
Depint leak MELO 993
i
1
: ‘Nose permit a reps lo paride et io su
(
1
“Tu original ide eo sorico
Esacdicion de
EL joer elitr
compuesi en ios Timed le [2 punon eel dena de eit
+e cam dni en ose do
ia rien SA Fuenbtad(S08)
‘Shi nde 98 7
lnpreso en Espa Pein Spain ANA & Mario Muchnik"
8
q
2
3
#
oS
>
y
3
2
qiINTRODUCCION
Escribo estas piginas por dos motivos. El primero
personal. Conozeo a Adriano Softi desde hace mi
de treintaaifos. Es uno de mis amigos més queridos
En verano de 1988 fue acnsado de haber impulsado a
un hombre a matar a oto. Estoy completamente s
guro de que esta acusacién carece de fundamento,
La Audiencia de Milén Ilex a conclusiones distin.
tas, El 2 de mayo de 1990 condené a Adriano Sofri
Gunto con Giorgio Pietrostefani_y Ovidio Bompres-
si) a veintid6s aftos, y a Leonardo Marino (su acusa-
dor) a once afios de cércel: a los dos primeros como
inductores y alos otros, respectivamente, como eje-
ccutor material y como cémplice del homicidio, co-
‘metido en Mildn el 17 de mayo de 1972, del comisa
to de policfa Luigi Calabresi
‘Segtin la Ley italiana, un acusado debe ser consi-
derado inocente hasta la sentencia definitiva, Pero al
principio del primer proceso el acusado Adriano So-
fri dectaré publicamente que en aingtin caso se val-
drfa del derecho de apelar. Como otras. personas,
también tave de inmediato muchas dodas sobre la
conveniencia de esta decisién, si bien no sobre fa pu-
reza de Tas tazones que la inspiraban, En alia, en
40s tltimos aos tos procesos por delitos politicos 0
9I
mafiosos han vuelto del revés con frecuencia (con
‘mucha frecuencia), en recursos de apelacidn o de ca-
sacién, las sentencias condenatorias pronunciadas cn
primera instancia, Sofr, renunciando de antemano a
Ta apelaci6n, ha querido sustracrse a la eventualidad
de una absolucién pospuesta. Pues una absolucion
pospuesia le ha parecido, equivocadamente 0 no,
menos Timpia, casi oscurecida por uma sombra, Hay
quien considera su decisién como una presién inde-
bida sobre los jueces det proceso entonces en curso.
Sin embargo, quienes conocen a Adriano Softi han
reconocido en ello un rasgo de su carécter: una ele-
vada imagen de s{ mismo, en-este caso indisolubl
‘mente unida a la certidumbre de su propia inocencia
ya su incapacidad para las compovendas. Habiendo
renunciado @ apelar, no podré defender en Ta sala su
propia inocencia cuando se celebre el proceso en se-
‘gunda instancia
‘Ante la inminencia de este proceso, escribo inva-
ido por la angustia ante Ja condena que ha golpeado
injustamente a un amigo mio y por el deseo de con-
veneer a los demés de su inocencia, Pero la forma de
‘estas paginas (muy diferente, como se ver, de la tes-
Uificacién) tiene un origen completamente distinto.
Y al sefialar esto me refiero al segundo de Jos moti-
‘vos que puntualizaba antes.
Las actas del proceso de Milfn y de la instruccién
que lo prevedié me han situado repetidamente ante
relaciones intrincadas y ambiguas entre el juez y el
historiador. Pues bien, hace ya aiios que doy vucltas
‘este tema, En algunos ensayos he intentado indagar
sobre las implicaciones metodol6gicas y (en sentido
lato) politicas de una serie de elementos comunes &
las dos profesiones: indicios, pruebas, testimonios.!
En este punto me ha parecido inevitable una con-
frontacién més profunda. Lo cual se inscribe en una
larga tradicién: el propio titulo (que por otra parte ¢s
cexplicito) de este Librito copia, como he descubierto
10
mientras lo escribia, el de un ensayo publicado
cen 1939 por Piero Calamandrei.? Pero hoy dia el did-
logo, nunca facil entre historiadores y jueces, ha co-
brado una importancia crucial para ambos, Intentaré
cexplicar el porqué partiendo de un caso concreto: ef
(que, por las razones ya expresadas, me afecta tan de
cerca,
Los fundamentos de fa sentencia han sido hechos.
piiblicos, con gravisimo retraso, el 12 de enero
de 1991. A ellos dedico la segunda parte de este es-
crito. He preferido mantener la distincién entre las
dos partes por motivos que explicaré mas adelante.
Los Angeles, febrero de 1991
Agradezco sus observaciones a Paolo Cari
Luigi Femrajoli y Adriano Prosperi.*
* Quiero agradecer a mapiado 1. M. Reig saya pra
comava les tenon rosea alas al lexi price
‘espatiol (WN, del T.) 7é
'
EL JUEZ Y EL HISTORIADOR
1
Una ligera desorientacién. “Tal es la primera sensa:
cid experimentada por quien, acostumbeado por ra
‘zones profesionales a leer procesos inquisitoriales de
los siglos XVI y XVII, empieza a revisar las actas
de la instrucei6n dirigida en 1988 por Antonio Lom-
bard uez instructor) y Ferdinando Pomarici (fiscal)
contra Leonardo Marino y sus presuntos cémplices.
Desorientacién porque estos documentos tienen,
frente a cualquier expectativa, una fisonomia curio-
samente familiar. Hay en ellos diferencias importan-
tes, como la presencia de abogados defensores, que
‘aungue prevista en un manual inguisitorial como el
Sacro Arsenate de Eliseo Masini (Génova, 1621),
raramente se ponia en prictica en aguella época.
‘Ademés, como en los tribunales inguisitoriales de
hace tres 0 cuatro siglos, los interrogatorios de los,
posibles culpables se llevan a cabo en secreto, lejos,
Ge tas miradas indiseretas del pliblico (de hecho,
en lugares inadecuados, como cuarteles de carabi-
ner0s).
BLos interrogatorios se destrrollan, o mejor, se de-
sarrollaron, Con la entrada en vigor del nuevo c6di
0 ha desaparecido parcialmente del proceso penal
italiano la instruccién secreta: esto es, el aspecto mAs
inquisitorial que inadecuadamente se emparejaba
con el otto aspecto, més acusatorio, constituide por
Ia fase del juicio' oral? La instruccién, disigida
por Lombardi y Pomarict contra Marino y sus pre-
Suntos cémplices, ha sido una de tas diltimas (y quizé
precisamente la éitima) levada a cabo seguin el ant
guo e6digo.
Pero fa impresién de continuidad con el pasado
{que me habia sorprendido de inmediato no estaba li-
gada solamente a los aspectos institucionales de Ix
fase de instruccién. Se debia a una scmejanza més
sutil y espectfiea con los provesos inquisitoriales que
mejor conozco: los efectuados contra mujeres. y
hombres acusados de brujeria, En ellos la invitacion
ala complicidad tiene una importancia crucial: sobre
todo cuando en el nticleo de las confesiones de los
acusados se halla el aquelarre, Ia reunién nocturna
de brujas y brujos4
Esponténeamente en ocasiones, més frecuente-
‘mente obligados por Ia tortura o por las sugerencias
de los jueces, los acusados acababan dando los nom-
bres de quienes habian participado con ellos en los
ritos diabélicos. De modo que un proceso podia
(como de hecho sucede con frecuencia) generar
‘otros cinco, diez 0 veinte, hasta involuerar la co-
munidad entera. Pero la Inguisicién romana, herede-
ra de la inguisicién medieval (0, como antes era de-
nominada, episcopal), que habfa dado un impulso
decisivo @ la persecucién de la brujeria, fue también
Ja primera en plantearse dudas sobre la legitimidad
Juridica de este tipo de procedimientos. A principios
dol siglo XVI, en los ambientes de la Congregacién
romana del Santo Oficio fue redactado un mont-
mento, titulado Insiructio pro formandis processibus
is
in causis_strigum, sortitegiorum & maieficiorum
{“Instruccidn sobre ef modo de proceder en los pro-
.ces0s de brujas, sortilegios y maleficios"], que supo-
nia un claro giro respecto al pasado. La experiencia,
se decfa en el mismo, muestra que hasta el momento
Ios procesos de brujerfa no han sido Uevados casi
nunca sobre la base de criterios aceptables.5 Los jue
ces de los tribunales inquisitoriales periféricos eran
advertidos al respecto: tendrfan que controlar todas
Jas afirmaciones de los acusados por medio de “ex
uisitas diligencias judiciales”; seguir la pista, si era
posible, de los cuerpos del delito; y probar que las
Ccuraciones 0 las enfermedades no eran atribuibles a
ccausas naturales.
“También el proceso det que quiero hablar se basa
0 la figura de un acusado-testigo, de un acusado
que es al mistno tiempo acusador de sf mismo y de
ciros. Las autoacusaciones de Leonardo Marino son
el punto de convergencia de una trigica secuencia de
hechos de la mayor notoriedad. Los recordaré breve:
mente, El 12 de diciembre de 1969, en et momento
culminante de la temporada de huelgas y de luchas
obreras conocida por el nombre de “otofio caliente”,
exploté en Milén, en una sede de la Banca dell’ Agri
coltura, una bomba que mat6 a 16 personas (otra
‘moritfa poco después) e hitié a 88. A los dos dias ta
policfa detuvo a un anarquista, Pietro Valpreda, a
quien tos periddicos moderados (y el primero entre
ellos fue el Corriere della Sera) presentaron ata opi
nidn pablica como autor del atentado. El ferroviario,
anarquista Giuseppe (Pino) Pinelli fue Hamado a ta
comisaria de Milin para hacer comprobaciones. Pa-
ssaron tres noches hasta que el cuerpo de Pinelli vol6
desde la ventana del despacho del comisario Luigi
Calabresi, donde se hallaban en aguel momento un
oficial de carabineros y cuatro agentes de policfa, Un
periodista encontré a Pinellitirado en el suelo, ya sin,
‘conocimiento. Dos horas mas tarde, en una impre-
ISent
|
c
vista rueda de prensa nocturia, el comisario general
de Mildn, Marcello Guida, declaré a los periodistas
‘que Pinelli,enfrentado a las pruebas innegables: de
su complicidad en el atentado, efectuado por Valpre-
dda, se babja tirado por la ventana gritando: “Es el fin
de la anarquia”. Posteriormente esta circunstancia
fue desmentida. Se dijo que Pinelli, en una pausa
del intersogatorio, se habfa acercado a la. ventana
para fumar un cigarrillo: afectado por un desmayo,
se habia precipitado, A estas versiones distintas se
‘comtrapone una Tercera, que empezé a circular insis
teniemente en el mbito de la izquierda (tanto parla-
‘mentaria como extrapaslamentaria): Pineli, al reci-
bir de un agente un golpe de karate mortal, habia
sido arrojado, ya eadiver, por la ventana del despa
cho de Calabresi. En 1969 el grupo Lotta Continua
empez6, a través de sus propios drganos de prensa,
una violenta campaia contra Calabresi, el comisario
que dirigié el interrogatorio, acuséndoto de ser el
asesino de Pinelli, Unos meses més tarde Calabresi
se querell6 contra el periddico Lotta Continua por
difamacién, En el curso del proceso, el 22 de octubre
de 1971 se decidié la exhumacién del eadiver de Pi-
nelli. Poco después el abogado de Calabresi recusé
al presidente del tribunal: el proceso fue rernitido a
tuna nueva instancia, BI 17 de mayo de 1972 Cala-
bresi fue muerto de dos tiros de pistola en el portal
de su propia casa. El asesinato no fue reivindicado
Por nadie, Al dia siguiente un comentario aparecido
en el diario Lotta Continua emitia al tespecto un jui-
cio sustancialmente favorable ("un acto en que los
Coprimides reconocen st propia voluntad de justi
ia”), si bien no lo reivindicaba. AlaGn tiempo més
tarde se considers sospechosos del crimen a algunos
extremistas de derechas: el procedimiento fue poste-
riormente abandonado por falta de pruebas.
Pasaron dieciséis alos. El 19 de julio de 1988 un
ex obrero de In Fiat que habia mifitado en Lotta Con-
16
tinua Leonardo Marino-, se presents en el puesto
de carabineros de Amegtia (no lejos de Bocca di Ma-
gra, donde vivia con su familia) diciendo que era
presa de una crisis de conciencia y que querfa confe-
sat varios delitos relacionados con su pasada mil
tancia politica. (La cronologia det arvepentimiento
«que aqui damos es ta que inicialmente se difundi6,
rio Ta que surgi dos afios mas tarde en el curso del
proveso.) El 20 de julio Marino fue conducido al
Aespacho del centro operativo de Jos earabineros de
Milin, donde se levant6 acta de sus primeras decla-
raciones. Al dia siguiente, en presencia del fiscal
Ferdinando Pomatici declaré que habia tomado par-
te, ademés de en una serie de robos cometidos entre
1971 y 1978, en la muerte de Calabresi. Esta habia
sido decidida (siempre sein la version de Marino)
por mayorfa por fa ejecutiva nacional de Lotta Conti-
nua. Al mismo Marino lo habia incitado a pasticipar
en la aceién uno de los dirigentes del grapo, Giorgio
Pietrostefani; consimtié sélo tras baber reeibido (en
Pisa, después de una reunién) confirmacién explicita
de la decision por parte de Soft, a quien estaba espe-
cialmente ligaco: algunos das después del encuentro
con Solri, se habia dirigido a Mikin y habia esperado
bajo Ia casa de Calabresi, junto con Ovidio Bom-
pressi; inmediatamente después del homicidio hab
sacado de alli a Bompressi el ejecutor material, en
tun coche robado tres moches antes y habia huido.
‘Todo esto fue relatado con gran abundancia de deta-
Iles. Pero los informes, por minuciosos que sean, de.
tun acusado-testigo no constituyen garantia suficien-
te: esto To haba visto yo en tos juicios de la Inguisi-
cciGn romana del siglo XVII, al releer los procesos
por brujeria celebrados por sus tribunales. Para po-
der ser ‘ontada en cuenta, una confesiGn debe ser co-
rroborada por descubrimientos objetivos.
Enseguida veremos cémo se entirentaron a esta di-
ficultad los jueces del proceso contra los presuntos
7=
autores del asesinato de Calabresi, Lo que hasta el
momento queda claro es que encontrar pruebas 0
descubrimientos objetivos es una operacién comin
no sélo a los inguisidores de hace trescientos cin-
ccucata afios y a los jueces de hoy, sino también a los
hristoriadores de hoy y a Jos inquisidores y jueces.
‘Merece la pena detenerse cn esta tiltima coinciden-
cia, y sobre todo en sus implicaciones,
1
Las relaciones entre historia y derecho siempre han
sido muy estrechas: desde que surgié en Grecia, hace
dos mil quinientos aitos, el género litera que Mla
smamos “historia”. Si bien la palabra “historia” pro
cede del Ienguaje médico, ia capscidad argumen
tativa que implica viene, sin embargo, del ambito
juridico. La historia como actividad intelectual espe-
cifica se constituye (como nos recordé hace algunos,
afios Ammaldo Momigliano) en el encuentro entre
medicina y retérica: examina casos y situaciones
buscando sus causas naturales segsin el ejemplo de ta
primera, y los expone siguiendo las reglas de Ia se-
‘Bunda: un arte de persuadir nacido en los tribunales.°
Satin la tradicién clésica, a la exposicién histéri-
cea (como, por otra parte, ala poesfa) se le exigta, en
primer lugar, una cvalidad que los griegos Tlamaban
‘enargheia los latinos evident in narratione:1a.ca-
pacidad de representar con vivaeidad personajes y
situaciones. Al igual que un abogado, el historiador
tenia que convencer por medio de una argumenta-
cidn cticaz que, eventualmente, fuera capaz de co
‘municar la ilusidn de la realidad, y no por medio de
la produccién de pruebas o de la valoracién de prue-
‘bas producidas por otros.” Estas tiltimas eran activi-
dades propias de los anticuarios y de los eruditos:
18
peto hasta la segunda mitad del siglo XVIII histo-
ria y anticuaria constituyeron Ambitos intelectuales
completamente indepenclientes y frecuentados habi-
tualmente por individuos distinios.8 Cuando tn eru-
dito como el jesuita Henri Griffet, en su Traité des
différentes sortes de preuves qui servent a-établir la
vérité de Vhistoire (1769), compas al historiador
con un juez que criba atentamente pruebas y testimo-
nios, manifest una exigencia todavia insatisfecha,
aunque probablemente advertida ya por las partes
La misma seria realizada pocos afios después en The
Decline and Fall ofthe Roman Empire (“Declive y
caida del imperio romano”, 1776] de Edward Gib-
‘bon: la primera obra que fundia con éxito historia y
anticuaria.?
La comparacién entre historiador y juez. estaba
destinada a tener una gran fortuna. En el famoso di
cho, originariamente pronunciado por Schiller, Die
Weligeschichte ist das Weligericht, Hegel condens6,
en el doble significado de Weligericht (“tribunal del
mundo", pero también “juicio univers”), la esencia
de su propia filosofia de la historia: la secularizacion
de la visi6n cristiana de Ia historia universal (Welt-
‘geschichte) Se acentuaba la sentencia (con la ya
citada ambiguedad): pero se imponia al historiador
juzgar figuras y acontecimientos baséindose en un
Principio los intereses superiores del Estado ten-
dencialmente ajeno tanto al derecho como a la
moral. En el pasaje de Griffet, sin embargo, se acen-
tuaba lo que precede a la sentencia, esto es, la valo-
racidn imparcial de prucbas y testimonios por parte
del juez, A finales de siglo lord Acton, en la leccién
pronunciada con ocasién de su nombramiento como
Regius Professor de Historia Modema por la Univer-
sidad de Cambridge (1895), insistia sobre unas y so-
bre otras: la historiograffa, cuando esté basada en los.
documentos, puede levantarse por encima de los
acontecimientos y convertrse en “un tribunal reco-
19LL
TTT at
rocido, igual para todos”.!1 Estas palabras se haefian
«eco de una tendencia que se estaba difundiendo répi-
damente, alimentada por el lima positivista domi-
nante. Entre finales del siglo XIX y los primeros de~
cenios del XX la historiografia, y en especial la
historiografia politica ~de manera muy especial ta
historiografia sobre Ia Revolucidn francesa, asumid
tuna fisonomia visiblemente judicial.!? Pero dada la,
tendencia a asociar estrechamente la pasién politica
yeel deber profesional de la imparcialidad, se miraba,
con desconfianza a quien, como Taine (que, por su
parte, se habfa jactado de querer practicar la “z0olo-
sft moral”), examinaba el fenémeno revolucionatio
Con la actinid de un “jue supremo e imperturbable”
Alphonse Aulard, autor de estas palabras, asf como
su adversario académico, Albert Mathie7, prefirieron
revestirse altemativamente con 10s ropajes de fiscal
del Estado 0 de abogado defensor para probar, ba
sdndose en informes circunstanciados, las responsa:
bilidades de Robespierre o Ia corrupcién de Danton.
Esta tradici6n de alegatos al mismo tiempo politicos
'y morales, seguidos de condenas 0 absoluciones, se
proyect6 largamente: Un jury pour la Révolution, es-
‘tito por uno de los mas notables historiadores vivos,
‘de la edad revolucionaria, Jaques Godechot, es del
afio 1974.18
El modelo judicial tuvo dos efectos interdepen-
ientes sobre los historiadores. Por una parte Jes in-
‘dujo a centrarse en los acontecimientos (politicos,
militares, diplométicos) que en cuanto tales podian
set atribuidos sin demasiadas dificultades a las ac-
cciones de uno 0 ms individuos; por otra, a descuidar
todos los Fendmenos (historia de los grupos sociales,
historia de las mentalidades y asi sucesivamente)
‘que no encajaban en esta pauta explicativa, Recono-
‘cemos como en un negativo fotografico, Meno de ra-
‘yaduras, los lemas en torno los cuales se constituys
ia revista Annates d'histoire économique et sociale,
20
fundada en 1929 por Mare Bloch y Lucien Febvre:
negacién de la histoire événementielle, invitacién a
indagar una historia ms profunda y menos aparent.
No es sorprendente encontrar entre las reflexiones,
rictodol6gicas redactadas por Bloch, poco antes de
morir, la irénica exclamaciGn: “Robespierristas, anti-
rrobespierristas, me hactis gracia: por favor, decid-
me simplemente quién era Robespierre.” Ante el
dilema “gjuzgar 0 comprender?” Bloch optaba sin
‘dudar por de la segunda alternativa.'# La vencedora
era, como hoy nos parece obvio, la alternativa histo-
riogrifica, Para no salimos del mbito de los estu-
dios sobre la Revolucién francesa, el intento de Al-
bert Mathiez. de explicar ta politica de Danton por
medio de su comupcién y la de sus amigos (La co-
ruption parlamentaire sous ia Terreur, 19272) nos
parece hoy inadecuado, mientras que la reconstruc
cia del gran terror del 89 por Georges Lefebvre
(1932) ha llegado a ser un clisico de la historiogratia
ccontemporiinea.!5 Lefebvre no formaba parte en sen-
tido estricto del grupo de “Annales”: pero La Gran-
de Peur nunca habria sido escrito sin el precedente
de Los reyes taumaturgos (1924) de Bloch, colega de
Lefebvre en la Universidad de Estrasburgo.!® Am-
bos libtos giran en tomo a acontecimientos inexis-
tentes: el poder de curar a los eserofulosos atribuido
alos reyes de Francia y de Inglaterra y las agresiones
de grupos de bandidos al servicio del “complot aris-
tocritico”. Lo que ha hecho historicamente relevan-
tes estos acontecimientos fantasmales es su eficacia
simbélica, esto es, Ia imagen que de ellos se hacia
una miriada de individuos anénimos. Es dificil ima-
ginar algo més lejano de ta historiografia moralista
inspirada a partir de un modelo judicial
Ciertamente hemos de regocijarnos de Ia dismi-
rucién de su prestigio, el cual ha acompaitado a la
desaparicién progresiva del historiador convencido
de interpretar las razones superiores del Estado. Pero
21LE
mientras que hace unos veinte aftos era posible sus-
cribir sin més Ia clara disyuncién entre historiador y
juez cfectuada por Bloch, hoy las cosas se presentan
‘més complicadas. La justa intolerancia ante la histo-
riografia, inspirada en un modelo judicial, tiende
cada vez més a implicar también a lo que justificaba
Ja analogfa entre historiador y juez, formuiada, quizé
por vex primera, por el erdito jesbita Henri Griffet:
Ja noci6n de prucba. (Lo que voy a decir s6lo en muy
pequefia medida se refiere a fenémenos italianos, Pa-
rafraseando a Bertolt Brecht, se podria decir que las
cosas viejas malas ~empezando por la filosofia de
Giovanni Gentile, invisiblemente presente en nucs-
‘to paisaje cultural~ nos han protegido de las cosas,
‘nuevas malas.)!7
Para muchos historiadores la nocién de prueba es
‘4 pasada de moda; asf como la verdad, a Ja cual ests
Tigada por un vincuto histéxigo (y por lo tanto no ne-
cesario) muy fuerte. Las razones de esta devaluacién
son muchas, y no todas de orden intelectual. Una de
cllas es, ciertamente, la exagerada fortuna que ha al-
ccanzado a ambos lados del Attantico, en Francia y en.
los Estados Unidos, el término “representacion”. El
uso que del mismo se hace acaba creando, en muchos,
casos, alrededor del historiador un muro infranquea-
ble. La fuente historica tiende a ser examinada exclu
sivamente en tanto que fuente de si misma (segiin el
‘modo en que ha sido construida), y no de aquello de
Jo que se habla. Por decirio con otras palabras, se
analizan las fuentes (escritas, en imagenes, etcétera)
en tanio que testimonios de "representaciones” socia-
les: pero al mismo tiempo se rechaza, como una im-
perdonable ingenuidad positivist, Ia posibilidad de
analizar las relaciones existentes entre estos testimo-
nios y Ia realidad por ellos designada o representa-
da.¥ Pues bien, estas relaciones nunca son obvias:
definirlas en términos de representacién sf que seria
ingenuo, Sabemos perfectamente que todo testimo-
22
nio est construido segtin un cédigo determinado: al-
canzar la realidad historica (o Ta realidad) direc:
tamente es por definicidn imposible. Pero inferir de
cllo la incognoseibilidad de la realidad significa caer
«en una forma de escepticismo perezosamente radical
que es al siismo tiempo insostenible desde el punto
de vista existencial y contradictoria desde el punto de
vista légico: como es bien sabido, la eleccién funda-
‘mental del escéptico no es sometida a la duda mets-
dca que declara profesar.|?
Con todo, para mi, como para muchos otros, las
nociones de “prueba” y de ‘verdad son parte cons
tutiva del oficio del historiador. Ello no implica, ob-
viamente, que fenmenos inexistentes o documentos
falsificados. sean histéricamente poco relevantes:
Bloch y Lefebvre nos ensefiaron hace ya tiempo lo
contrat. Pero el andlisis de tas representaciones no
‘puede prescindir del principio de realidad. La inexis:
‘encia de los grupos de bandidos hace mas significa
tivo (por ser més profundo y reveladox) el terror de
Jos campesinos franceses en el verano de 1789. Un
historiador tiene derecho a distinguir un problema
alli donde un juez decidirfa un “no ha lugar”. Es una
divergencia importante que, sin embargo, presupone
tun elemento comin a historiadores y jueces: el uso
de Ja prueba. El oficio tanto de unos como de otros
se basa en la posibilidad de probar, segiin determina-
das reglas, que x ha hecho y: donde x puede designar
tanto al protagonista, aunque sea anénimo, de un
acontecimiento hist6rico, como al sujeto de un pro~
ceedimiento penal; e y, una accién cualquiera 2
Pero obiener una prueba no siempre es posible; y
‘cuando lo es, el resultado pertenece siempre al orden
dc Ia probabitidad (aunque sea del novecientos no-
venta y nueve por mil), ¥ no al de la certidumbre.2!
Aqui se afiade una divergencia més: una de las tantas,
que sefialan, mas allé de la contigtidad preliminar de
que hemos hablado, la profunda discriminacidn que
23—
separa a historiadores y jueces. Intontaré bosquejarla
poco a poco.Y entonces surgitn las implicaciones y
{os Iimites de la sugestiva analogia sugerida por Lui~
gi Ferrajoli: “El proceso es, por asi decizlo, el tinico
caso de