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Voces inminentes

Primera edición: 2023

Ojo de cuervo, editoras

Hermosillo, Sonora, México

Publicación independiente

Coordinadora editorial: Karen Lilián Encinas Huerta


Asistente Editorial: Alexia Braneth Bustamante Aguirre

Coordinadora de redacción: Andrea del Carmen Alvarado Arce

Asistentes de redacción: Adalia Estela Flores Sánchez y Shiara Yanisell Miranda Martínez

Coordinador de diseño: Gahel Moroyoqui Díaz


Diseño editorial: Kevin Alfredo Fragoso Othon

Asistente de diseño editorial: Alejandra Rivera Contreras

Diseño artístico: Mariana Reneé Bocanegra Gomez


Marketing: Gloria Carolina Solis Castro

Asistentes de marketing: Brenda Guadalupe Valdez Palomares y Priscila Oviedo Moreno

Administradora: Esmeralda Vanessa Espino Díaz


Asistente administrativa: Maria Guadalupe Waldo Coronado

Encargada de producción: Mariana Ramirez Castillo

Asistente de producción: Noah Zorobabel Lizarraga Jimenez

Encargada de ventas: Adalia Estela Flores Sanchez


Asistente de ventas: Marian Marcela Robles Campas

Portada: Mariana Reneé Bocanegra Gomez

Ilustraciones: José Guillermo G. Valencia y Mariana Reneé Bocanegra Gomez

Asesor editorial:

Josué Gutiérrez González

editorasojodecuervo@gmail.com
Facebook: Ojo de cuervo editoras
Ojo de Cuervo Editoras

Somos un colectivo de estudiantes normalistas a quienes guía la


necesidad y el interés de compartir nuestras producciones para
hacer que la literatura fluya y llegue a todas las manos. Buscamos
inspirar otras iniciativas editoriales sin fines de lucro brindando
acompañamiento, asesoría y cofinanciamiento a todas aquellas
personas que busquen fomentar la escritura y el libre intercambio
de literatura.

Se reciben proyectos o manuscritos de autoría individual o colectiva en


editorasojodeccuervo@gmail.com
Prólogo

Se dice que un autor ha encontrado su voz cuando después de


mucha tinta consigue forjarse un estilo, una manera de escribir,
una perspectiva del mundo, una poética. Invariablemente se nos
aconseja desconfiar de quienes recién ingresan en el ámbito de
los autores publicados. Pero, ¿acaso es posible hacerse de una voz
al primer intento? He de responder simplemente que sí. Más allá
de la cuestionable celebridad, tener voz significa, ante todo,
ocupar un espacio. Somos poseedores de una voz cuando
tenemos algo que decir y alguien nos escucha. En este sentido,
puedo asegurar que las dieciocho voces que componen este libro
se han ganado el derecho a ser escuchadas. Poco importa que este
sea su primer relato publicado, pues detrás de cada texto y de cada
autor que ocupa estas páginas hay una larga travesía marcada por
la convicción irrenunciable de contar algo digno de sus lectores.
Es justo reconocer que la pasión puesta en esta tarea literaria
no es más que la prolongación de un compromiso que precede a
esta incipiente búsqueda narrativa. No olvidemos que las voces
que aquí se estrenan hicieron hace tiempo el pacto de acompañar
a otros más jóvenes en su tránsito por la vida. Nuestras y nuestros
autores son normalistas con la firme consigna de que su misión
está en las aulas, en las escuelas y en las comunidades,
precisamente ahí donde la palabra cobra su auténtica dimensión
para abrir caminos, edificar voluntades y cincelar las conciencias.
Tomando en cuenta la vocación abrazada por sus autores, no
es extraño que buena parte de las historias aquí reunidas se lancen
sin miedo a sondear ese momento enigmático de la vida que
llamamos adolescencia. Algunos relatos se resisten a los lugares

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comunes de este tipo de historias, y otros decididamente
explotan el cliché con ironía y conciencia. Prevalece ante todo
una exploración centrada en la experiencia femenina. Alejandra
Rivera, Vanessa Espino, Brenda Valdez, Karen Encinas y Priscila
Oviedo ensayan sendos acercamientos a esas pequeñas y grandes
batallas que las adolescentes luchan todos los días: desde la
parálisis detonada con cada episodio de micro machismo en el
hogar o las ansiedades de un sistema educativo que entiende todo
menos a las personas, hasta la sensación de abandono en medio
de la pandemia. Por su parte, Gahel Moroyoqui, Kevin Fragoso y
Alexia Bustamante se decantan por sumergirse en las múltiples
formas que toma ese primer enamoramiento —a veces dulce, a
veces cruel— con el que todos nos inauguramos a la vida. Sin
temor al riesgo, Arath Álvarez se despoja de todo pudor y se lanza
de lleno al encuentro con una voz adolescente implacable que
desde el inicio provoca al lector con su particular filosofía.
Sin embargo, no todas las historias se centran en la juventud
como espacio propicio para el descubrimiento, también hay en
este álbum de vidas erráticas aproximaciones desde la madurez.
Al igual que en los trabajos ya referidos, las autoras se abocan a
contar con valor el mundo desde la óptica de las mujeres. Mariana
Ramírez ejecuta un afortunado juego de equilibrio a partir de la
memoria y del teatro como gran metáfora de la vida. En un tono
completamente distinto, las protagonistas de María Waldo y
Adalia Flores retratan sin idealismos los horrores de esa violencia
patriarcal que lo mismo agrede en lo doméstico que desde la
explotación en los campos agrícolas donde miles de mujeres y
niñas son despojadas todos los días. Gloria Solís se adentra en el
dolor imperceptible detrás de cada anciana sometida al abandono
y la negligencia. En cambio, Andrea Alvarado nos ofrece un
ambicioso relato que parte de la agonía para celebrar la
existencia, un auténtico viaje a la semilla que hace germinar la
esperanza.
La antología se completa con un ensamble de relatos
decididos a mirar de frente otras realidades que nos agreden.
Zorobabel Lizarraga, Reneé Bocanegra, Shiara Miranda y Marián

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Robles rehúyen los caminos antes transitados para ir a la zaga de
los secretos mecanismos que mueven a la violencia homicida. Ya
sea en tono de ficción noir o con atisbos de lo gore, sus narraciones
se adentran en los terrenos de la psicopatía, el fanatismo
mesiánico y otros sutiles pliegues por los que se atisban mundos
secretos.
Con este repertorio de narraciones, Ojo de Cuervo Editoras se
afianza como proyecto editorial que encuentra en las escuelas
normales el surtidor de una literatura vibrante, dispuesta al riesgo
y convencida de que para existir precisa de formar a sus propios
lectores.
Un buen día, estas dieciocho voces inéditas emprendieron el
trabajo de escribir con absoluta honestidad y disciplina, hoy la
obra está concluida. Solo el tiempo dirá si las palabras aquí
vertidas habrán de convertirse en el punto de partida para que en
un futuro otras voces retornen al nido y con sus garras nos
obliguen a mirar el mundo desde otros ojos.

Josué Gutiérrez González


Director de la Escuela Normal Superior,
plantel Hermosillo

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Alma

Alejandra Rivera Contreras

Echó la última botella de agua dentro de la hielera cargada y la


acercó a la cajuela del carro de su papá. “Suban la hielera al carro”,
les gritó a sus hermanos mientras corría de regreso a la cocina por
la bolsa de Sabritas que seguramente irían comiendo en el
camino y el paquete de taquitos que había preparado más
temprano, cerró las puertas y observó el patio delantero, sin cerco
y descuidado, esperando no haber olvidado nada.
—¡Vámonos ya! —gritaron desde adentro del carro y ella salió
corriendo para subirse.
—Yo no quiero ir ahí —les dijo a sus hermanos, quienes
siempre le dejaban el asiento de en medio. Era verano,
seguramente prenderían el aire al máximo y no le harían caso de
bajarle, aunque les dijera que tenía frío o aunque la vieran
temblando. Y tal como pensó, hicieron como si no la hubieran
escuchado, miró al espejo retrovisor y notó los oscuros y serios
ojos de su padre observarla desde ahí, “cállate” sabía que decían.
—Dame papitas —su hermano menor le quitó la bolsa de las
manos para abrirla y tomar un puño con sus manos
completamente sucias, quizás pegajosas.
Su otro hermano pasó medio cuerpo sobre ella y tomó el
paquete para agarrar él mismo dos puños. Le aventó la bolsa
nuevamente a su regazo y así se convirtió en la mesa comunitaria
del lugar, la única ventaja era que podía comer cómodamente.
Estaba emocionada, salir a cualquier lugar era algo que le
gustaba y de alguna forma le daba paz. Tenía la oportunidad de
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vivir pequeñas aventuras. Hacía tiempo que no salía más que para
hacer el mandado, se ocupaba mucho en casa moviéndose de
arriba a abajo y de un lado a otro, era sorprendente lo mucho que
se ensuciaba una casa de cinco personas en unos cuantos días.
Apenas tenía tiempo de hacer las tareas y de ocuparse de la
comida, o de pensar qué tocaría cocinar ese día.
En algún momento del camino se cansó de ver el asfalto mal
puesto y los charcos de agua imaginarios creados por la ilusión
del insufrible calor al final del pavimento que terminaron por
marearla, pronto se sintió sacudida y olvidada en el asiento
trasero para ver a sus hermanos correr hacia el agua. Se rascó los
ojos con el recuerdo del grato sueño y buscó entre sus bolsas el
protector solar para pasar la incómoda crema pastosa por su piel
expuesta, y tomó el bolso con las toallas de baño que ocuparía la
familia esa tarde.
Apenas abrió la puerta del auto sus ojos sensibles por el
reciente sueño lloraron y se cerraron por sí solos, era
especialmente sensible a la luz del sol que irónicamente se
presentaba más fuerte en esa ciudad aburrida y olvidada. Era
como si cada vez que salía la cegara.
—¡Aquí está el protector! —les gritó de espaldas mientras
acomodaba una toalla en el suelo para los que quisieran
recostarse bajo la palapa y acomodó la comida tapada sobre la
mesita. El calor quemaba como siempre y la arena ardía al tocarla
con la planta tierna del pie. Podía notar cómo se derretía el paisaje
lejano en un lago de ondas que distorsionaba su forma y a los
inocentes pelícanos refrescándose en el agua. Más cerca, en la
orilla, se encontraba su familia chapoteando antes de atreverse a
ir dentro.
Se acercó al mar después de mucho rato y miró con cuidado
para no toparse con ninguna de esas aguamalas que tanto dolían
al tocarte, aunque era poco probable que se acercaran si el día
estaba soleado como en ese momento.
—Oye —miró detrás de ella a su hermano menor que la veía
de una manera muy molesta. —¿Y la hielera?

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—¿Qué hielera?
—¡La hielera con la soda!
Sintió una tibia sensación bajándole por la garganta hasta ir
directo al pecho y un leve mareo al pensar que la hielera se había
quedado en la casa, detrás de la cajuela y junto al viejo árbol que
cada día crecía más inclinado al suelo.
—¿No la subieron a la cajuela?
—Pues no, we, ¿por qué no dijiste nada? —Alma vio al resto
acercarse formando casi una línea recta, su hermano menor, su
padre en el centro y su hermano mayor cual soldados la miraban
con actitud reprobatoria.
—Les dije que la subieran, porque me devolví por la comida
cuando… —antes de que pudiera terminar, un “qué bestia” la
interrumpió, seguido de una larga lista de quejas que salían de la
boca de los otros, no podía prestar atención a lo que decían, tenía
una bola en la garganta que no sabía si era por las ganas de llorar
o maldecir.
—Ya va a comenzar a llorar —dijo alguno de ellos.
Hizo sus manos puños escondida de los otros ojos oscuros que
la observaban y dio media vuelta dispuesta a entrar al mar.
“Nomás se hace la víctima” creyó escuchar un susurro a lo lejos,
pero la transparencia del agua en la orilla y las conchas siendo
arrastradas la distrajeron lo suficiente. A lo lejos podía notar la
pequeña y difusa figura de su mamá sentada en la arena sin
acercarse al mar. El agua lucía tan desanimada como ella
subiendo y bajando lentamente en un compás que a la vez
resultaba relajante, se metió hasta que el agua le llegó a la clavícula
y ahora fresca miró directo al sol, solo por unos segundos que la
dejaron viendo negro.
La ida al mar había sido un fracaso, no había salido como
planeó y el regreso a la casa se sentía incómodo con tres cabezas
enojadas y una pasiva que se mantenía indiferente fuera cual
fuera el caso. Por su parte estaba preocupada por cómo estaría
todo una vez llegaran a su casa. Debía echar la lavadora con la
ropa mojada para que no se apestara, seguramente harían falta
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huevos para el desayuno y la sala se llenaría de arena apenas
entraran.

—Mija, ya me voy. Ahí hay carne molida a ver qué haces —


escuchó la voz de su mamá, ella asintió con la cabeza y continuó
cosiendo el cojín de la sala que se había deshilado por cuarta vez
en el mes. Era pésima cosiendo, odiaba hacerlo desde que le tocó
llevar ese aburrido taller de costura en medio de sus clases. Y si
había otra cosa que odiaba más que coser era cocinar,
simplemente no le salía y era quizás más sencillo que lo hicieran
sus hermanos que, según todos, tenían muy buena mano. Pero
como casi siempre, no estaban en la casa.
Ya estaba finalizando el día y aún tenía que terminar de limpiar
su habitación que parecía más descuidada que nunca, y además
tenía que realizar la compra de esa semana en ese mismo
momento.
Entró al súper que visitaba todas las semanas, se veía igual de
sucio y deteriorado que siempre, pero las ofertas que tenía valían
completamente la pena. Tomó una canasta roja de plástico y
caminó por entre los grises pasillos con luces parpadeantes y olor
a Fabuloso.
Miró el estante lleno de frutas y pensó en cuál de todas debería
llevar esa noche.
—Estos de aquí están más buenos —le sonrió la viejita junto a
los plátanos.
Miró al señor que colgaba aburrido al costado de la anciana y
que parecía tan distraído como ella misma cuando estaba en
clases, como si no quisiera estar ahí, pero tuviera que hacerlo. Le
dedicó una sonrisa enorme a la mujer y asintió a sus palabras, esta
le regresó la sonrisa y la pareja comenzó a alejarse después de que
la anciana tomara un mazo.
Llevaría un par o más, en la casa los plátanos salían volando y
eran los favoritos de su papá.
Llegó a su casa cargando cuatro bolsas de mandado y se dio
cuenta que su papá y sus hermanos veían en la televisión alguna
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película repetida. El mayor de ellos se acercó a revisar las bolsas
que apenas había dejado sobre la mesa y la miró molesto.
—¿Dónde están las Sabritas que te había dicho? —lo miró
extraño y después observó las bolsas ahí.
—No alcanzó para eso, tenía que traer todo el mandado.
—¿Neta? Es que no buscas lo más barato, siempre que vas te
gastas todo. Para mí que hasta te quedas con la feria.
—Si no te gusta, ve tú —era ridícula la discusión que había
formado.
—Ándale pues, si tú apenas haces eso y ni lo puedes hacer bien
—el tono de su hermano sonaba tan burlón y confiado, como si
tuviera todo el derecho a imponer su pensamiento.
—Ya cállense —dijo su hermano menor, quien siempre tenía
algo que decir, cerró la boca antes de ponerse a acomodar el
mandado. Lo mejor era no hacer más grande el problema.
Lo único bueno de ese fin de semana era que terminaban las
vacaciones de verano. No era que le gustara estar en la escuela en
esos pequeños salones pintados de gris con las ventanas cubiertas
y con mesabancos perfectamente alineados al pizarrón que se
usaba poco. Extrañaba a sus amigas como nunca, ese verano no
había podido ir a ninguna de las juntadas que habían hecho en la
casa de Verónica o las salidas a los puestos de comida rápida en la
esquina de la calle grande.
Cerró la puerta de su casa a las 6:50 am y recorrió las calles
solitarias, excepto por esa manada de perros destruyendo la bolsa
de basura de la señora de la esquina y por el hombre que pasaba
tan temprano recogiendo los botes de aluminio que quedaban del
fin de semana. Suspiró feliz el aire que lucía más sucio por la
mañana, pero que le recordaba la libertad de caminar tres cuadras
antes de llegar a la secundaria. Esperaba encontrarse con sus
amigas apenas llegara. Y por fin se le cumplió un deseo, apenas
atravesó las rejas que tenían como puerta notó a sus tres amigas
sentadas en el macetero debajo del árbol junto a la cancha cívica.
Caminó hasta ellas y les sonrió cuando la vieron llegar, ignorando
que se sentía un poco ansiosa por encontrarlas de nuevo.

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—¡Llegó la Alma! —la recibió Claudia y le hizo un espacio en
el grupo para que pudiera sentarse. —Hace mucho que no te
veíamos ¿Qué estuviste haciendo?
—Nada, estuve casi siempre en mi casa. ¿Cómo les fue a
ustedes?
—¿Y qué hacías todo el día en tu casa? —Verónica se cruzó de
piernas y se estiró hacia arriba.
—Tenía muchas cosas que arreglar porque ya casi entrábamos
a la escuela —respondió rápido Alma y miró a lo lejos cómo el
resto de los uniformados se reencontraban con sus amigos y
cómo los hombres jugaban al futbol en la cancha de la escuela,
esperaba que esta vez no le tocara un balonazo. —Pero también
fui a la playa con mi familia.
—Yo también salí, acampamos en el terreno de un amigo de
mi papá y en la noche se escuchaban los coyotes, mi mamá llevó
las casas de acampar y nos dio de cenar salchichas asadas, pero
había muchos mosquitos —contó Claudia.
—Odio los mosquitos —se removió Ana pensando en los
insectos que tanto le desagradaban.
—A mi mamá se le olvidó llevar el repelente y mi papá estaba
muy enojado porque le hacen mucho las picadas, trae unas
“bolotas” —se rio Claudia mientras les mostraba la foto del brazo
de su papá lleno de picadas. —Pero mi nana le dio una pomada
muy buena.
—Qué gracioso, tu papá olvidó llevar su propio repelente —
comentó Verónica y así tan rápido la conversación murió. Alma
miró a su costado con su cara arrugada, las cosas comenzarían a
ponerse incómodas. Verónica siempre decía cosas raras que las
hacía sentir así la mayoría del tiempo y por eso no tenía muchos
amigos, no se podía hacer bromas con ella presente.
—Sí, verdad, qué tonto —Claudia se rio falsamente y giró hacia
Alma esta vez. —¿A ti cómo te fue en la playa?
—Estuvo bien, nomás se nos quedó una hielera en la casa y
tuvimos que comprar otra vez las cosas —sonrió incómoda y giró
hacia Ana —¿tú qué hiciste?
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—Mi familia no sale de vacaciones, mi mamá sigue
quedándose con mi tía en La Paz y mi papá pasa más tiempo en
su trabajo.
—¿Y sin tu mamá no salen? —Verónica miró a Ana y parecía
genuinamente interesada en su respuesta.
—Es que ella era la que hacía las salidas, ya ves que es bien
mandona —le respondió Ana de lo más normal sin notar que las
cejas de Verónica se habían curvado en desacuerdo. —Pero a que
no adivinan, Luis me habló por Instagram y me contó que quiere
invitarte a salir a ti.
Claudia apretó los labios, Luis ya la había invitado a salir
muchas veces antes.
—¿Otra vez? —preguntó Claudia y observó sus dedos
juguetear entre ellos. —Ya les había dicho que no quería ir con él.
—Ay, ándale. ¿Vas a salir con alguien? No le hagas el feo, es mi
amigo —Ana la animaba, pero Claudia no se veía para nada segura
de salir. Ya había dicho antes que no le gustaba Luis, pero capaz
mentía porque a la mayoría les llamaba la atención. Claudia
parecía pensársela una y otra vez porque miraba a la nada y
apretaba sus manos como quien tiene muchas dudas.
—Ya dijo que no, no la puedes obligar —Verónica habló. Todas
dirigieron su atención a la chica de ojos grandes y cabello corto y
recto, quien las veía a cada una de regreso. Verónica era como las
aguamalas, se entrometía en cualquier conversación de cualquier
tema y cuestionaba cosas que no eran cuestionables, o te decía
cosas para que pensaras mal de todo. Era tonto, porque al final ya
no podías hacer nada sin que te acordaras de lo que te había dicho
antes.
—No te estoy preguntando a ti —Ana la miró mal y se levantó
del asiento arreglando su falda. —Sabes que por eso nunca te
invitan ¿verdad? —aseguró más que preguntar y comenzó a
caminar hacia el salón de la primera hora, o hacia la cancha de
atrás.
—Si no quieres ni responderles los mensajes no lo hagas —
Verónica le acarició el cabello a Claudia y le sonrió a Alma para ir
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hacia lo que parecía el baño. Por una vez, lo que decía Verónica
comenzó a tener más sentido.
Haciendo la cena por la noche sintió celos de sus hermanos
una vez más, los miraba por la ventana de la cocina divertirse en
el patio delantero con el resto de los vecinos. Jugaban a policías y
ladrones, pasaban corriendo de un lado a otro. En tiempos
anteriores podría estar ahí también ella, pensaba, cuando su
mamá no tenía que trabajar todo el día.
La televisión pasaba puras películas aburridas y novelas sin
chiste. A veces pensaba en lo que decía Verónica. Cuando la tele
pasaba los anuncios y sus hermanos aprovechaban para rellenar
sus vasos o ir al baño, Alma ponía especial atención a los anuncios
de detergente, de jabón para trastes o de cuidado del hogar.
Siempre iban para las mujeres, porque solo salían mujeres. ¿Era
por eso que siempre iba aquella viejita por las compras de la
semana? Pero sus pensamientos se interrumpieron al ver a su
hermano entrar con un golpe en el ojo. De pronto, su única
preocupación era ponerle una pomada y un poco de hielo para
que bajara la inflamación.
—Agh —se quejó el muchacho y apretó sus puños al sentir la
crema fresca tocar la bola que tenía sobre el ojo. —Duele un
chingo, hazlo bien.
Ignoró su comentario para seguir cubriendo el espacio
golpeado de la manera más suave posible. Quizás si usaba un
algodón en vez de sus dedos…
—¡Duele un putero! ¿Qué estás haciendo? Dámelo a la verga —
le arrebató la pomada de las manos y se vio frente al espejo
molesto y a la vez preocupado de notar el enorme chichón junto
a la cicatriz que tenía desde los nueve años. Alma lo miró desde la
mesa y dividió su atención entre picar el chile para las papas con
machaca y a su hermano atendiéndose a sí mismo. No fuera a ser
que se escondiera otra vez porque le daba miedo el doctor.
—Hola —Abraham la saludó. Era la tercera vez que se le
acercaba en el recreo esa semana. —¿Sí hiciste la tarea de inglés?

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—Simón —Alma sacó su cuaderno de la mochila rosada y se lo
extendió al chico que la miraba con ojos abiertos y cara extraña.
—¿Qué tienes?
—Nada, es que me sacó de onda que hablaras así —se rió un
poco y tomó el cuaderno echándolo en su mochila negra. Pero
todavía no se había ido, se sentó junto a ella y la miró de frente.
—Es que no me gusta que las niñas digan esas palabras, suenan
raras.
Le respondió a su sonrisa con otra y desenvolvió el sándwich
que había preparado esa misma mañana para comer.
—Qué rica se ve tu comida —apuntó al sándwich en sus manos
y después le mostró la bolsa de Sabritas que él traía. —Mi mamá
ya no se levanta temprano para hacerme el desayuno y nomás me
da veinte pesos para que compre algo.
—Yo me hice esto —le respondió Alma mirándolo extraño y
dándole una mordida al pan con jamón y queso amarillo.
—¿En serio? Mi hermana también le ayuda a mi mamá a
cocinar a veces, pero no le sale, es mejor que cocine mi vieja.
Abraham se le hacía tan parecido a sus hermanos. Quizás
tampoco sacaba la ropa del baño para echarla a la ropa sucia o
golpeaba la pared en la noche cuando perdía en el videojuego de
su celular. Pensó en eso todo el día, y por más sencillo que les
parecía a otras personas, a ella le carcomió todo un día.
—Lava la ropa que saqué de mi cuarto, ya me voy para que le
digas a mi pa.
Alma dejó el cuaderno a un lado para mirar con sus cejas
curvadas hacia abajo a su hermano mayor quien pasaba de un
lado a otro fumigando la casa con su desodorante en aerosol.
—¿Qué? —le preguntó, solo para que repitiera lo que había
dicho. Por fin le bajó el sonido a la música de banda que
seguramente se escuchaba a unas cuadras de la casa y él la miró
desesperado.
—Que laves la ropa, voy apurado, le dices a mi pa que me fui
y agarré el dinero que dejó en el buró de su cuarto.

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¿Es que había agarrado el dinero de la comida? Era extraño que
las cosas que tantas veces les decía Verónica comenzaran a
transformar el sentido en el remolino de sus pensamientos, ¿o era
que los estaba trastornando? No tenía idea, le asustaba armar una
pelea, pero al final de cuentas nadie gana sin hacer el sitio arder.
—¿Y por qué lo tengo que hacer yo? —Miró directamente al
muchacho que seguía poniéndose las botas de rodeo color café
con un bordado extraño de hojas sin color.
—¿Cómo qué por qué? Haz paro —se pasó rápidamente el
cepillo por su corto cabello y jaló la camisa hacia abajo mirando
cómo lucían sus brazos frente al espejo.
—Tengo mucha tarea, no puedo.
—Que mamona, ya ni un favor se te puede pedir —y el
conocido tono violento comenzó a sobresalir como casi siempre
que ella se negaba a hacer algo, y eso que casi nunca decía que no.
Lo vio aventar el cepillo a su lugar y tomar molesto el cinturón de
cuero para empezar a ponérselo. La bola en su garganta comenzó
a formarse y se vio a sí misma pararse de su lugar en el sillón para
agarrar la fea alcancía de perro donde echaban la morralla y
aventársela sobre la cabeza, reventar los viejos cojines de la sala y
estrellar el sartén sobre la estufa, poner su música favorita a todo
volumen procurando que la notaran.
Al final, solo se giró y regresó a su cuarto con el dolor
oprimiendo su cuello. “Siempre exagera” escuchó murmurar a
alguien, pero no quiso pensar en quién lo había dicho. Daba lo
mismo, no todos los hombres eran iguales, pero sí los que ella
conocía.

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Árbol de limón

Mariana Ramírez Castillo

¿Por qué será tan fácil recordar? Parece ser la acción más fácil y
menos esperada, es como una flor en primavera, de hecho, en el
hogar de mi tía Paloma había un árbol de limones, era
sorprendente cómo daba constantemente limones y cómo
echaba raíz, todos en la familia lo cuidaban, ya que decían que
tenía la presencia de mi bisabuela Victoria, tal vez, y sin ninguna
explicación, en la vida somos ese árbol de limón.

Viernes 17 de julio, 5 am.


Todos los días a las cinco de la mañana suena la alarma, ya se me
ha vuelto una costumbre desde que vivía con mis abuelos,
extraño esos momentos donde lo cotidiano era ver a mi nana
sentada en la silla del comedor preparando el café y a mi tata en
la puerta sentado en cuclillas fumándose un cigarro. ¡Ay! qué
tiempos aquellos donde no pesaba el sueño y las mañanas eran
de sosiego, recuerdo que a mi tata le encantaba contar una y otra
vez la historia de la billetera.
—Un día acompañado de la María nos fuimos a tramitar unos
papeles al banco, antes de pasar delante de nosotros se
encontraba un hombre muy alto, parecía poste, cuando nos
llamaron a la caja el señor había dejado una billetera con un fajo
de billetes.
—Y qué hizo tata, ¿se la quedó?

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—No, muchacha, le grité “¡hey señor, dejó la billetera!”, me
volteó a ver y me dijo, “muchas gracias”, después me tomó del
brazo y me lo alzó hasta arriba, verdad María y gritaba
sacudiéndome “Ya no existen hombres como estos”, casi me saca
el brazo de la sacudida que me dio.
En este momento de mi vida las mañanas son aceleradas y
apenas puedo sentarme a tomarme un café y mucho menos
poder recordar, pero cuando llega el día en que puedo hacerlo, es
inevitable no recordarlos.
¡Por dios, se me hace tarde!

6:35 am.
En el trascurso al trabajo iba pensando en mi tía Socorro, ella
siempre fue de carácter fuerte, siempre fue mi fuerza y mi
defensora, recuerdo llegar desmotivada una tarde después de
clases y al verme me preguntó:
—¿Cómo te fue Victoria?
—Más o menos.
— Pero, ¿qué pasó? —me insistió.
—Es que una niña me molesta en clases y me dice que estoy
muy fea.
Mi tía socorro con su cara indignada me dijo:
—Cuando te diga eso procura estar sola y le dices esto
“botellita de vinagre todo lo que digas será pa ti y pa tu madre”, y
además recuerda, mi niña, la que es linda es linda y la que no que
se opere.

7:45 am.
Hoy en día esa frase me sigue alejando de esas personas que
quieren y gustan de calificar a la gente, vaya que me ha servido en
esta profesión, la profesión de la actuación es un área de mucha
soledad, aún recuerdo cuando tuve que tomar mis maletas e ir
por un rumbo desconocido para cumplir los sueños que hoy
estoy realizando, pero también puedo decir que es un área de
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muchas maravillas, estar arriba de un escenario o ser alumbrados
por los reflectores pueden ser el pasaje a recuerdos, lo cual me
hace recordar por qué elegí esta carrera, desde pequeña tuve una
gran inclinación por toda el área artística y esto se lo puedo
atribuir a mi tía Paloma, a ella le encantaba grabarnos y crear
escenarios donde recreábamos a los cantantes de la Academia,
pero también compartimos un pasatiempo que era ver una y otra
vez las novelas que tenía en su buró, creo que llegábamos al punto
en que ya no se podían ver de tan rayadas que se encontraban, en
una tarde al lado de mi tía Paloma veíamos una novela, estábamos
en su habitación recostadas en la cama y recuerdo llegar a una
escena donde la protagonista decía una frase, la cual mi tía repitió:
“A mí no me insultas ni me ofendes nunca más.”
Dentro de mi cabeza me preguntaba cómo era que se sabía el
diálogo y cómo podía expresar las emociones del personaje.
Desde ese momento comencé a ser más observadora en las
palabras y expresiones de los actores y entre más veía más me
interesaba pertenecer al mundo de la actuación. Después de tanto
tiempo me parece mentira poder subirme a un escenario en
donde el público me observa y las acciones que pasan pueden ser
buenas o desastrosas, por otra parte, la adrenalina se siente por
cada esquina, es una energía pesada de estrés y felicidad, son
momentos penetrantes, es como vivir la vida en segundos,
recordar se hizo algo continuo en mi vida, anhelar el pasado es
una cuestión de crecimiento y de madurez.

8:15 am.
Hoy por la tarde tengo taller de teatro y aunque en ocasiones
estoy demasiado cansada para impartirlo, trato siempre de
visualizarme en mis alumnos, yo fui como ellos y tal vez ellos
lleguen a estar en mi lugar, jamás quiero perder la emoción de
enseñar lo que sé. Eso lo aprendí gracias a una tarde platicando
con mi tío Camilo sentados en las sillas del comedor, me sentí
intrigada respecto a su forma de ser y ver la vida, por lo cual le
pregunté si alguna vez había deseado escribir una historia, mi tío
me contestó que sí tenía un escrito guardado entre sus cosas y que
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me lo mostraría, mientras platicábamos y se hacía más extensa la
plática acerca de lo que él había escrito, mi tío empezó a leerme
un párrafo extenso y entre más leía, su risa empezaba a
disminuir, las lágrimas comenzaron a mezclarse con las palabras
y con un fuerte golpe cerró el cuaderno, volteó a verme y me dijo
que era estúpido creer que podemos cambiar el mundo, en esa
tarde me di cuenta que ser joven significa soñar y ser adulto es el
gran misterio de la vida.

14:20 pm.
Cuando llegué al taller de teatro mis alumnos ensayaban una
escena donde tenían que representar a dos jóvenes enamorados,
me recordó a mi adolescencia, ¡vaya!, el solo hecho de recordarlo
me pone la piel de gallina. Cuando me encontraba cursando mi
segundo año de preparatoria, un día por el pasillo de la escuela
escuché una voz que llamó mi atención, no era desconocida, pero
parecía que nunca le había prestado atención, al ver a la persona
me quedé helada y mi única reacción fue sonreír, y la sonrisa fue
correspondida, así fue por varios días y dentro de ese pasillo se
podían sentir muchas energías…

17:36 pm.
Al terminar el taller de teatro, me subí a mi carro, de repente di
un suspiro de cansancio, todo iba normal, cuando la radio se
encendió y empezó a sonar “My girl” con The Temptations a lo
cual mi cuerpo reaccionó poniendo mis pelos de punta y
haciéndome recordar a mi padre sentado al volante cantándome
esa canción, gritando fuerte cada vez que llegaba la parte donde
dice my girl, en ese momento de mi vida yo siempre agachaba la
cabeza avergonzada de que pudieran ver a mi padre cantar o me
tapaba los oídos para no escuchar su mala entonación y para
empeorarlo todo, a él le encantaba ir golpeando el volante como
si fuera una batería, me parecía absurdo y vergonzoso, pero la
verdad es que si en ese momento hubiera sabido que me dejaría

24
en el invierno como el sol deja a las flores indefensas ante la
crudeza del frente frío, hubiera cantado con él.

19:05 pm.
Como he dicho, nunca es fácil desprenderse de los recuerdos y
menos cuando estos son necesarios para recordarnos quiénes
somos. El constante deseo de volver a ser joven, de volver a los
recuerdos más bellos y sólidos de mi vida, se ha vuelto el hábito
más cansado y difícil, solo eso me queda, el recuerdo de quién era
y en quién me convertí, solo quiero descansar, me recuesto como
habitualmente lo hago, mis ojos se cierran lentamente y ya no soy
un ser humano, sino ese árbol de limón.

00 am.

25
Efecto retardado

Esmeralda Vanessa Espino Díaz

La luz del sol me está dando directamente en la cara, ¡maldita sea!,


por qué tiene que haber una ventana junto a mi cama. Me levanto
rápido para ir a sentarme a una silla tan incómoda que se siente
como piedra después de unas 6 horas de estar en el mismo lugar
y escuchando las mismas palabras de siempre que de seguro ni
recordaré para mañana.
Agarro la lap, la prendo, parece que sabe que se me hizo tarde,
tan lenta como siempre, ya me imagino el regaño por no poder
decir presente a tiempo.
—¡Buenos días, chicos!
—¡Buenas, maestra!
—¡Hola, muy buenos días, profe!
Algunos de mis compañeros saludan con tantos ánimos, hasta
parece que son los que me faltan a mí y bueno, los otros
seguramente vienen con las mismas energías que las mías.
La profe habla y no logro entender nada y ni siquiera la puedo
interrumpir porque va demasiado rápido, “¡¿Qué tipo de clases
son estas?!” me dieron ganas de gritar en medio de la clase. Solo
“explican” lo que hay que hacer y después te dejan a tu suerte con
la excusa de “se les tiene que ir quedando todo en la cabeza”, no
soy una máquina, cómo voy a recordar todo.
—Chic…. tie..n que hac…. u. tr….ba….
De golpe cierro la laptop, ni siquiera puedo concentrarme en
lo que la maestra dice. No logro ni levantarme de esta silla, siento
27
un montón de hormigas caminando por mi pierna, muy apenas
pude llegar a mi cama, para acostarme y quedarme ahí al menos
por un rato.
Se supone que debo aprender, pero ¿por dónde empezar? ¡Y
ni pensar en preguntarle a mis compañeros!, me verán como la
tonta que no pone atención, ¿pero a quién engañamos?, todos se
cuelgan de los únicos cuatro o cinco que le lamen los pies a la
profe.
No pude evitarlo, se me puso la vista borrosa y de pronto vi
bien, luego sentí mis cachetes mojados. El cuerpo me pesa y
parece que mi cama me da un ligero abrazo que parece que me
pide que nunca me vaya, que hasta me quita las ganas de todo,
solo espero que llegue la noche para poder dormir.

—¡Oye levántate!, ¡levántate ahora! —me dijo mi mamá,


dándome una sacudida, solo volteé al techo y escuché la puerta
cerrarse, puse los pies en el piso pidiéndole al reloj que no
marque las horas.
Fui al baño a lavarme la cara y escuché cómo mi mamá le
gritaba a mi hermano. Yo no le tengo miedo a nada, porque nada
me puede pasar, lo que sí me da miedo es mi mamá… sus regaños
no se comparan con nada. Mi amá también me regaña a mí, pero
no suele ser tan feo.
Revisé la caja de cartón que tenía debajo de mi cama para
buscar una foto que mi mamá quería, lo hice de volada antes de
que me la volviera a pedir, porque la segunda pedida va con golpe,
pero eso no era lo único que buscaba, esperaba encontrar una
carta que me dio mi nana hace años, de veras que la extraño
mucho, era la única que me entendía.
Recuerdo la vez que me preparó un caldo de pollo que olía tan
bien y estaba muy bueno, estábamos sentadas una frente a la otra
tomando hasta la última gota, hasta quedar con la cara sudada.
Tenía tantas preguntas que hacerle, pero me daba miedo
preguntar y que las respuestas no fueran lo que yo esperaba.
Escuché unos pasos, ¡ay no, ya viene!

28
—¡Y tú te la llevas encerrada todo el día, eres tan amargada que
nadie se junta contigo!
¿Acaso solo vino a desquitarse?
Solo agaché la cabeza, no es que yo sea amargada, solo estoy
triste, ¿por qué no lo entiende? No puedo ir por ahí sonriendo
como si nada. Digo, que bueno que ellos si pueden ver que todo
se viene abajo y poner una cara feliz, pero yo no, ¿por qué tengo
que sonreír como tonta para agradarle a los demás?
Azotó la puerta y cayó al piso una botella, me cayeron los
pedazos de vidrio en la cara.
No puedo evitar soltarme a llorar como loca culpándome por
ser una mala persona.
¿Qué le puede dar alguien a su madre? ¿Molestias? ¿Estrés?
¿Problemas? A mi hermano no parece preocuparle, le da igual
todo, pero a mí no. Siempre ha sido así, para que no se sienta mal
él, la agarra contra los dos, aunque yo no tenga la culpa de nada.
En una ocasión le festejaron una buena calificación cuando
solo se la lleva jugando, siempre nos andan comparando, no
puedo llevar solo notas de 10 porque me dicen que es mi
obligación hacerlo, pero no fuera mi hermano porque a él le
aplauden todo, cuando lo único que hace es copiar en el examen,
en serio los quiero, pero a veces solo quisiera irme de aquí.
Parece que mi única salvación es mi cama, es la única que me
consuela, hasta la siguiente vez que tenga que levantarme y
escuchar el sonido de las teclas de la computadora.
Salí al patio a tomar aire, el día está gris, con esas nubes que
tanto me gustan, decidí que sería agradable salir y que el aire me
golpeara la cara por un rato. Me agrada caminar sin saber a dónde
llegar, es el momento más libre que tengo, pero también el más
indicado para que me lleguen todas las dudas a la cabeza.
Vi muchos niños jugando en el parque con esa pelota
descosida y llena de lodo, que al parecer todavía aguanta sus
buenas patadas. Están dos niños en los columpios y otro está
dibujando, mientras escribía su nombre, esas letras de patas de
araña me hicieron recordar la vez que la maestra del kínder nos
29
mandó llamar a mi amiga y a mí para regañarnos por salir antes
al recreo para ganar los columpios, que por su culpa nos los
ganaron.
La vida era mejor de morritos, hacías lo que querías y nadie te
regañaba. Al ver a estos niños me hace pensar que su única
preocupación es acomodarse bien el cubrebocas, tan
insoportable que no nos deja ni respirar, pero me agrada, así no
tengo que sonreír al ver a un conocido.
Sin pensarlo llegué hasta la casa que era de mi abuela, vi que
en la entrada tenía varios recibos y avisos, me acerqué para poder
mirar y de paso revisar el buzón.
Se hacía de noche y parecía que iba a llover, no llevaba
paraguas, así que corrí entre medio de los charcos hasta la parada
del camión, el sonido tan ruidoso que parece que se va a desarmar
y la gente que no sé si estaba sudando o andaba mojada alargando
el cuello para ver a lo lejos si viene la ruta, me hizo recordar las
tardes que teníamos que echar los libros en una bolsa para que no
se mojaran y esperar a que los papás pasaran por sus hijos para
llevarlos a su casa. Mi amá nunca iba por mí, me tocaba llegar sola
a la casa toda remojada, pero eso sí, con los libros bien secos.
De camino a la casa, recorrer cada calle en serio que me da
mucha paz, es como si quisiera que el recorrido nunca terminara,
ver a tantas personas a mi alrededor me hizo imaginarme qué es
de cada una de ellas, si se sienten tan miserables como yo, si
tuvieron un buen día y van de camino a su casa a abrazar a sus
familias.
Ver a los que se suben a cantar y vender dulces para salir
adelante, me hace sentir la más tonta al caer en cuenta que no soy
la única que tiene problemas. Tal vez el problema sea la barrera
que ponemos nosotros mismos, mi nana sabía perfectamente
cómo romper con la mía, si ella estuviera aquí me diría qué hacer,
quedarme sola sin ella, con mis padres que no hacen el intento
por entenderme y con mi hermano que solamente éramos
amigos cuando se trataba del cumple de la abuela, me hace
extrañarla mucho. En serio que es triste cómo tu cumpleaños se

30
borra cuando mueres y solo queda el día en que moriste, un día
que solo representa mucho dolor.
Abrí la puerta principal de la casa esperando no hacer mucho
ruido.
—¿Dónde andabas?
—Hola pa, salí a caminar.
—Tu mamá te está esperando, ve.
En cada paso que daba me temblaban las piernas, empecé a
respirar rápido para controlarme. Entré al cuarto, mi mamá
estaba sentada en la cama, solo imaginaba que me regañaría por
salir sin avisar o por no tender bien la cama, pero algo malo
tendría que ser. Me tomó por sorpresa el abrazo que me dio, sentí
cierta calidez y por ese instante me sentí bien, es cierto eso que
dicen que un abrazo vale más que mil palabras, porque en ese
momento era lo único que necesitaba.
—No he sido la mejor de las madres y no he sabido demostrar
de la mejor manera lo que siento por ti, pero todo lo que hago es
por ustedes.
Sonrió y me dijo, “ven vamos a cenar”, cerró la puerta. Pensé
en comprar una soda con la feria del camión, revisé en el cajón
viejo y hasta el fondo vi un papel que tenía mi nombre, me dio
mucha curiosidad, no lo había visto antes, mi corazón empezó a
latir más fuerte mientras escuchaba el sonido del papel viejo que
ya llevaba bastante tiempo ahí.
“Fíjate en lo que haces ahorita, ya no eres nada de lo que hiciste
ayer, ve hacia delante”.
Me dijo mi abuela en un pedazo de papel arrugado lleno de
manchas de café. Siempre sabía qué decirme, incluso después.

31
La felicidad del infeliz

Arath Benjamín Álvarez Monge

“La felicidad es pasajera” decía así en un extraño grafiti plasmado


en la parte trasera de un asiento del camión, yo estaba por ahí
sentado.
Tenía los tenis tan manchados de mierda por la mala higiene
de la calle, no la culpo, pues hallo una cierta benevolencia en ella,
el solo hecho de ser pisado todos los putos días y noches, no ha
de ser tan fácil.
Conforme el camión avanzaba, llevaba la cabeza llena de
preguntas sin respuesta, parecía que iba a hacer un examen, pero
no.
Le di la vuelta a la ruta de la ciudad dos veces, no sabía por qué,
tal vez por el mero hecho de que me gusta pasear y apreciar la
naturaleza de esta ciudad tan artificial o por el simple hecho de
no querer llegar a casa. Muchos pensarán que no hay nada más
seguro y cómodo que estar en casa, yo hago de cualquier sitio mi
hogar, sintiendo y observando a través de los cristales borrosos
que conforman mis ojos. Esto siempre y cuando conserve mis
audífonos que solamente sirven por un lado, un par de versos de
Metrik Vadder, y un pequeño porro clavado en la calceta.
Finalmente, llegado a mi destino, mi mente empezó a
distraerse. Vi a una morra bastante linda para el sitio en donde
vivo, me llamó la atención visualmente. La vi muy sola y
tranquila, parecía que estaba esperando algo o a alguien. Pensé en
animarme en conocerla, pero a mi cobardía le interesó más
acercarse a la musa del individualismo. Me tumbé en mi cama y
33
me quedé pensando en lo sucedido, no pos ni pedo. Ese
regionalismo tan típico y común de aquí me hace pensar en la
trascendencia del significado que nos ha hecho expresar y actuar
de forma negativa para nuestra propia persona, una forma sutil
de autosabotaje. Puede sonar reconfortante, pero por otro lado
me pone en desventaja ante la adversidad de poder atender los
problemas que da la vida. Es raro.
En fin, dormí para luego levantarme con más sueño...

Agradezco a mi corta memoria por no clavarme tanto en una idea


o situación, pues sinceramente creo que para vivir una vida plena
se debe de sentir más que andar pensando mucho, actuar más y
lo negativo dejarlo de pensar. Me gusta pensar en esto, me
reconforta. Puede sonar a una vida como más conformista, pero
es lo que me ha dado más tranquilidad. Y si lo pienso bien, ¿me
beneficia esto? Claro que sí, y seguiré haciéndolo. Traspasar la
barrera de la realidad y dejarme llevar por el placer pleno y la nula
preocupación, una vida hedonista. Si algo sale mal, o si hay
incógnitas que no pueda responder, pues lo ignoro y me digo a
mí mismo como aquella canción que escuché alguna vez en una
playlist punkera “si las cosas van a valer verga pues que lo haga
bien”.
Dicho esto, procedí a darme un tiro con mi jefe, llegó a altas
horas de la noche y andaba pedo y llegó violento a casa. Vaya que
nuevas…
Después salí de mi hogar con mi bolsa de 10 gr, la amo. Me
dirigí a la escuela filosófica del antiguo Sócrates: la casa de mi
carnal Marco, el campo donde se va a quemar más que en el
ABC.
—Qué onda, carnal.
—Qué onda, we, ¿cómo estás?
—Bien, we, ¿y tú? ¿Cómo fue tu día?
—Hmm, pues prefiero más la noche, we.

34
—Shh te entiendo, bro.
Después de eso se procedió a preparar esa bonita combinación
de papel y planta.
Noté la transición de andar normal a estar colocado, mi compa
me dice que es lo mejor que ha fumado, eso lo dice siempre que
voy con él, me alegro por él, la verdad.
Después de varias ideas y chistes que espontáneamente iban
saliendo procedí a irme a casa. Le di un manotazo de despedida
a mi carnal, chocamos puños y me dice este vato que auch.
Resulta que se metió en pedos con su familia por andar en esta
vida de vicios. No le pregunté sobre los detalles porque todos
tienen sus propias mierdas por resolver. Pero lo entiendo.
Seguí caminando por mi barrio, pensando en lo sucedido, y
pensando en la legalidad de las drogas. Hablé conmigo mismo,
escuché que esto antes era de locos. Ahora es una necesidad para
saciar el ratón que llevo en el coco. ¡Pisé mierda, puta madre!
Limpié y seguí caminando.
A unas cuantas cuadras y en un poste, abajo, me encontré con
una caja de cigarrillos, me emocioné para tomarlos, pero al
instante me decepcioné de que no tuvieran nada. Otra vez no.
Luego pasó un viejo auto con una bocina al exterior hablando
sobre la prevención de las drogas y una especie de sermón
cristiano. Ugh, que hueva. Cómo pueden decir que la droga es
mala si en su practicidad le da un toque distinto a la vida. Alguna
vez escuché un verso de Original Juan, que expresaba el uso de la
marihuana para conseguir ese efecto de felicidad en un instante,
mientras otros, que no consumen, se la pasan mortificados,
busqué y busqué por querer encontrar esa “felicidad”. Creo que
en estos tiempos en que vivimos mucha mierda, un efecto
agradable siempre es y será aceptable. La gente que está en contra
de todo esto es porque no se ha adentrado lo suficiente a este otro
mundo. “Yo prefiero vivir mi vida a lo natural” así dijo una
pendeja que estaba ligándome en la escuela. Se olvidó que en los
tiempos de antes de la revolución se llegó a consumir una especie
de hongo alucinógeno como método de supervivencia para saciar
el hambre y esto resultó en un gran cambio neurológico,
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afectando la cognición y psiquis de la especie que ahora
conocemos como ser humano. Y esto me resulta interesante, no
me imagino el gran viajesón que se dieron nuestros ancestros
para lograr llegar a lo que somos hoy en día. Qué envidia.
Después de haber llegado a casa, saludo a mi chihuahua, la
noto un poco inquieta y me muestra señales de que no ha comido.
Le doy un par de tortillas, pues es lo único que quedaba en casa.
Se las come y viene por más, lamentablemente ya no hay nada.
Mucho menos para mí, hoy toca ayunar de nuevo, chale. No
queda más que hacer que subirme al techo de mi casa con un
porro y admirar la luna llena, la envidio, pues no he comido nada.
Aspiro profundamente, y le digo a mi chihuahua que las cosas
se pondrán bien. La verdad no me preocupo tanto, al final todo
estará bien, y si no está bien no hemos llegado al final. Perdí la
conciencia y caí dormido, no recuerdo qué más pasó aquella
noche. Para despertarme mi despertador es experto. A la mañana
siguiente desperté más feliz que un morro estando en una fábrica
de dulces, tocaba el mañanero. Es de las pocas cosas que me hacen
el día. Por suerte mi madre me dejó una nota con los deberes de
la casa para cumplir y al final un pequeño mensaje de “te amo” y
al costado un plato de huevos y pan tostado. Shh no sé si la
merezco, la verdad. Mi madre trabaja todo el día, me da agüite
ver como se la pasa sacrificando su tiempo de vida por la mía,
mientras yo me maldigo por haber nacido y haber sido la causa
de tanto sufrimiento y trabajo por parte de mis padres. En fin, que
complicada es la vida. Procedí a saciar mi hambre y me nació la
curiosidad de ver el periódico, era de días pasados pero la info
sigue siendo valiosa. Qué novedades encontré, lo mismo de
siempre: violencia y corrupción, lo que más me gusta. Perdí la
atención que le daba a la lectura porque no me convencía lo que
venía ahí. Después de haber terminado de comer, y por
consiguiente estando limpio el plato, me entristecí. Cuando me
muera, quiero ir al infierno, soy y somos una mierda como
personas, es muy difícil verlo, nos convencemos de ser mejores
personas día a día, pero la historia nos ha mostrado la misma
faceta. Yo en mi positivismo he pensado cambiar el mundo, pero

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al final me maldigo, pues no muevo ni un solo dedo y las cosas
siguen como siempre. Me doy asco, cobarde por naturaleza.
Espero en el futuro pongan mi caso en un periódico y que de
título pongan “el loco del #349 acabó con su sufrimiento”.

Ha pasado el tiempo y he seguido haciendo de las mías. Haciendo


nada logro alcanzar mis nulos objetivos. No tengo razón para
hacer algo especial en mi vida. Solo me dejo llevar y ver en dónde
deparo. Es interesante ya que no se sabe qué nos va a tocar en
cualquier día. Alguna vez alguien me dijo que debería hacer algo
especial con mi vida, yo me pregunto el porqué de esa idea tan
tonta que ha creado el capitalismo, tiene sus razones, pero no
debería de ser así para todos. Trabajar para estudiar y conseguir
más trabajo para luego estudiar más y trabajar más. Todo eso hace
desgastante la vida. Me da pereza. Simplemente con ver a los
animales haciendo nada, contemplando la vida, me convenzo de
ver qué cae para después interactuar. ¿Por qué no somos así?, pero
bueno, solo soy un loco más en este mundo repleto de
pseudocuerdos. Olvidé estas ideas cuando me puse a realizar mis
putas tareas escolares.

Llegaba mi cumpleaños, “un año más de vida” me decía mi mamá


mientras me regalaba un par de calzoncillos, mientras por otro
lado yo pensaba en el día de mi muerte, en cómo sería. Dirán que
solo hablo y pienso sobre tragedias, pero en realidad son temas
de los que no se habla mucho, será por algo.
Mi madre prometió llevarme en la noche a un restaurante de
comida oriental, “está bien mamá, nos vemos a las 8”.
Claramente no iba a rechazar una oferta así. “Baja avión
completo” pasaba por mi mente. Por mientras, fumar todo el día
esperando con ansias la noche. Antes tenía que ir al trabajo. La
verdad es algo que me disgusta, trabajo con desgana y el ceño
fruncido porque cambio mi tiempo valioso por algo de menos
valor. Pero es lo que hay.

37
Llegado al tiempo ansiado, me preparo y me dice mi mamá
que me arregle bien. Siempre llevo puesto lo primero que vea,
pero esta vez decidí esforzarme. Zapatos negros, pantalón recto
de mezclilla y mi playera del real Madrid. Mi madre se disgustó,
pero se le pasó conforme pasaba el tiempo. Ella iba más formal,
lo cual es raro para ir a este tipo de lugares, pero siempre es así
cuando sale en público. Es algo que no entiendo, pero lo dejo
pasar por alto. No sé, cada quien vive como quiere. Por otro lado,
escogí una mesa y me dice mi mamá que agarremos esa mejor,
una que estaba al lado de una gran ventana con la cual ella pudiera
ver al auto, para que no le pasara nada. Nos sentamos y llega
alguien a darnos el menú. “Escoge todo lo que quieras” dice mi
mamá. Es de las frases más importantes que hay en la vida. Creo
que pesa más en comparación con un “puede besar a la novia”
“sacaste un diez” o un “métemelo por detrás”. No quise pensarla
mucho.
—Dame uno de cada uno.
—Tenemos un paquete especial en el que va incluido un gran
plato con los diversos guisos con que cuenta el restaurante.
—Deme ese, señol.
El muchacho que nos trajo el menú sacó una pequeña risa
incómoda y ya apuntado lo que pedimos y lejos de nuestra mesa,
mi madre me pegó un zape por lo ocurrido, pero luego se
empezó a reír. Vaya…
Pasado un tiempo y recordando la infancia con mi madre, por
fin llega lo bueno. Un gran plato de todos los colores con lo cual
mi madre y yo nos sorprendimos y devoramos por un buen rato.
Me habría gustado que estuviera mi padre. Solo lo pensé, pero
no se lo dije a mi mamá. Al parecer no quería arruinarle el tiempo
que pasábamos juntos. Tristemente lo dejé pasar, luego lo olvidé.
Seguido del postre, una gran rebanada de pastel.
Pasado el tiempo y ya casi para irnos, decidí ir al baño. Camino
hacia donde se ubica y de repente veo en otra mesa una pequeña
galleta de la suerte. Me emociono un poco, ya que solo había visto
esas cosas en la tele. Miro a todas partes para saber si es de alguien,

38
pero nadie se aparece por ahí. Es mi momento. Me acerco y cojo
la galleta y me la llevo clavada en mi bolsillo. Triunfó el mal. Hice
mis cosas y le digo a mi mamá que huele a gas. Es hora de pagar
la cuenta. Pero antes de eso, como de costumbre mi madre va a
hacer sus cosas de mujer en el baño. Cansado y lleno, mi
glotonería me recuerda la galleta. Me la devoro de un solo
bocado. Después de esto no recuerdo mucho. Grave error.

¡NOCHE DE LOCOS! JOVEN MUERE POR UN ATRAGANTAMIENTO CON UNA


GALLETA DE LA SUERTE. EL PAPEL DE LA GALLETA QUEDÓ ATORADO EN
EL ORGANISMO Y CAUSÓ UNA RETENCIÓN DE LÍQUIDOS QUE HIZO
PERECER AL INDIVIDUO.

Fue así que logré aparecer en el periódico, no de la manera en


que yo quería, pero algo es algo.
Es curioso la forma en que esto sucedió, la muerte me
acompañó en la senda de la vida sin que me hubiera dado cuenta.
Me esperaba una muerte más épica, pero, en fin, quién soy yo
para decidir eso tan importante, pero sí me repugna, como para
que todos recuerden esa escena. Te maldigo, maldito destino,
pero aun así me tranquilizo, pues no pudiera estar hablando de
esto mientras estoy muerto.
Después de día y medio de fallecido, una noche en la
madrugada, desperté en el velorio que me organizó mi familia.
“¡¡Es un milagro de Dios!!” alabaron todos en ese momento
mientras yo estaba acostado en esa puta caja de madera de mala
calidad que les alcanzó a mis padres, ni en mi muerte puedo estar
en paz, a gusto, pero, en fin, desperté y me levanté con una gran
resequedad en la garganta y haciendo gárgaras me encontré con
la sorpresa del objeto que me había matado alguna vez en el
pasado, la hoja de la galleta de la suerte. Me dio curiosidad y
miedo querer saber qué decía ahí, lo guardé para más al rato y
saludé a la familia que hacía un momento estaba despidiéndome.
Es chistoso, pues nunca había visto esa transición de funeral a una

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fiesta y pedota astral por parte de mi familia. Sin duda, es un día
que nunca olvidaré.
Llegado a casa y tumbado en la cama, respiré y exhalé tanto
como pude para tranquilizarme y prendí un cigarrillo, saqué de
mi bolsillo el verdugo mensaje y lo leí millones de veces aquella
noche, no sabía qué decir o entender al respecto. A veces me
sugestiono de más con cualquier cosa, y creo sacarle destino
propio a todo a mí alrededor. Aprendí a dejar eso de lado, pero
esa vez hizo retumbar mi cuerpo provocándome un escalofrío
que nunca había sentido, ni cuando aquella vez que probé por
primera vez mí apreciada marihuana. “Las respuestas están
dentro de ti”, al principio me causó risa tonta, es irónico que me
haya pasado esto a mí, típica frase cliché asiática, filosofía barata,
pero en el fondo no, o es que a veces las palabras más comunes
son las que menos se entienden o analizan.
En fin, quién sabe, esta vida es tan compleja a veces, y otras tan
absurda y sin sentido. Literalmente, tenía la respuesta de mi
muerte dentro de mí, y yo cagándola, vomitando esa clave,
corrompiendo el equilibrio de la vida y haciendo de mí todo un
buen lázaro. Sin duda, esta vida que llevamos no es tan fácil,
pagarlo sale caro y yo me lancé a pedir todo fiado. Qué hdp.

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Mañana te digo

Kevin Alfredo Fragoso Othón

Cómo tarda el pinche camión, tengo un buen rato esperando.


Estoy preocupada por ti, no sé ni qué tienes, pero algo tienes, por
algo doña Matus te llevó en friega a Hermosillo.
Me lleva la chingada, no pasa el camión y no dejo de pensar en
qué tienes. Hasta me pregunto por qué me preocupo tanto por ti,
o sea, somos mejores amigas, pero, sabe, siento que me preocupo
demasiado.
Al fin llegó la ruta de la Costa. Está bien feo el camión, pero lo
bueno es que no va lleno. El camionero me pregunta por el pasaje,
como si fuera una ratera, así como las que hay en el Poblado.
Claro que lo tengo, me dan ganas de decirle y mentarle la madre,
porque nomás a mí me dijo de la feria, pero me da miedo. Mejor
me siento para que no me siga diciendo de cosas.
Hay como unas nueve personas en el camión, sentadas donde
les dio la gana, la mayoría están dormidas, casi casi como si no les
importara a donde van, tan feo que es no tener un destino, ¿cuál
será el mío?
El camionero ese me da miedo, me recuerda mucho a Jesús,
¿no se te hace? Así, moreno, cabello negro, y luego con esa vibra
rara, como si atrás de cada frase quisiera decir algo más, como si
su intención fuera otra, como aquella vez que te platiqué, que era
la primera vez que me había puesto un vestido bonito que había
comprado porque se me veía bien, y me dijo que qué bonita me
veía, que hasta parecía una mujer de verdad, que se me veía muy
bien de todas partes, como queriendo insinuar algo más, siempre
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saboreándose sus palabras, como si se estuviera tomando su
caguama, me dio tantas ñáñaras que le grité “¡ay ya cállate, nadie
te está preguntando!” Y todavía se atrevió a decirme el rabo verde
ese que solo decía lo que veía, que debería usar más ese tipo de
ropa. Y ya van varias, también a mi mamá le hace esos
comentarios, pero toda mensa ella, no le dice nada, hasta parece
que le gusta que le diga eso, ya sabes cómo es.
Ese tipo de comentarios son los que me incomodan, tú sabes
de cuales me refiero, y te juro que no dejo de pensar en que
siempre quiere llegar a algo más. Lo peor es cuando toma, si de
por sí es grosero, cuando anda pedo se pone peor. La última vez
me tiró con una caguama vacía porque no barrí bien la casa, lo
bueno que estaba tan pedo que no me dio. Soy tan pendeja como
mi mamá, no sé hacer nada, y él se la pasa trabajando en el pinche
campo, piscando para que yo ni sepa barrer, que si no te da
vergüenza, no sé cómo le vas a hacer cuando te cases con un
hombre, pobrecito, no sabe lo que le espera.
Esas palabras están muy presentes en mi cabeza cuando lloro
por las noches, lo único que me hace olvidarme de eso son los
momentos que paso contigo. ¿Te acuerdas cuando nos
conocimos? Entrando a la prepa, eras muy inteligente, quién sabe
qué te pasó, me caías bien gorda por eso, pero nos juntaron en
equipo y terminamos siendo mejores amigas. Cuando estábamos
haciendo la maqueta del ADN, me acuerdo que nos reímos
mucho porque terminamos haciendo una especie de collar con
unas bolitas de unicel atravesadas de un hilo y le dimos solo un
giro para que pareciera como una hélice. No me quería ir a la casa,
era muy feliz en ese momento cont…
—¡BAJAN!
Me quedé dormida todo el camino. Por unos segundos, se me
había olvidado por qué andaba en el camión. Espero que estés
bien, no puedo dejar de pensar en qué tienes, ¿qué será?
La verdad es que no sé dónde bajarme, así que también me
voy a bajar donde las demás personas se están bajando, pero no
sé qué camión agarrar para ir al Hospital General. Me le acerco a
una señora que creo que está esperando el camión. Ya es noche
42
así que me da miedo acercarme a alguien. Le pregunté si sabía
que camión agarro para ir a donde estás y la vieja viéndome por
encima del hombro y con asco me contesta que no sabe y que
agarre el primero que pase. Quién se cree esta vieja. Me hace
sentir triste, desolada, rechazada, como en la prepa. Por esas cosas
me salí ¿te acuerdas? Solo a ti te importó. Los edificios me dan
miedo, ya está oscureciendo, y se les va la vida.
Volteo a los lados para ver si viene un camión, pero no se ve
nada, así que mejor espero a que simplemente pase. Veo mi reloj
y la aguja no se mueve, y yo ya quiero verte. Me lleva la chingada,
esto me pasa por venir sola, si mi mamá estuviera aquí, tal vez,
me diría qué hacer. Veo otra vez mi reloj y no avanza, si mi papá
estuviera aquí me diría qué hacer. Se me acerca un señor
preguntado que sí que hago aquí. Jamás había escuchado una risa
tan fea en mi vida, me hace sentir humillada, como si estuviera
tonta, fea, como si volviera a la prepa. Tú me defendías y cuando
estaba triste me decías que ya no llorara, la vida no te va a esperar
a que dejes de llorar, se va a ir y te vas a quedar atrás, siempre me
acuerdo de eso cuando tengo ganas de llorar. Aquí no pasa ningún
camión, es allá enfrente, niña, dónde está esa gasolinera. Solo me
limito a darle las gracias y me voy. En cuanto cruzo el boulevard,
el camión llega y abre la puerta. No tengo mucha feria así que le
doy lo que creo que vale, como 5 pesos, le pregunto al camionero
que si este va al Hospital General. Pues sí pasa solo que hay que
dar un vueltón.
Qué amable es el señor este, no como el otro. El camión está
vacío. Mejor me siento hasta adelante porque me da miedo estar
al fondo tan sola. ¿A qué vas al Hospital? Vengo a ver a una amiga
que está mala, ¿qué le pasó? Dudé por unos segundos qué decirle,
pero es que realmente no sé lo que tienes. La verdad no sé, pero
sé que está grave. Pues a ver, quien sabe si alcanzas a verla, porque
según yo ahorita ya no hay visitas, pero quien sabe.
Me entra una angustia de pensar que no voy a poder verte,
pero en eso me dice el camionero que no me preocupe, que a
estas horas no se sube mucha gente, y menos por esta ruta, la 01
La Manga. El camionero se resigna a solo ver el camino, así que

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yo también. Estoy asombrada viendo la ciudad por la ventana,
¿cómo es que hay tantas cosas? Hoteles, edificios grandísimos con
paredes de cristal, ¿De dónde vienes niña? Se me olvidó que venía
en el camión. Del Poblado, señor, ¿de qué poblado? Del Poblado
Miguel Alemán, o sea de la Costa. Ten mucho cuidado porque
aquí no es como allá, aquí hay mucha más gente dispuesta a
hacerte daño. Me estremece mucho lo que dice, porque tú sabes
que sé cómo cuidarme, y a la única persona a la que le tengo
miedo es a aquel pendejo de Jesús y sus comentarios. Está bien
señor, gracias por avisarme. ¿Qué es ahí señor? Ese es un panteón,
que oscuro se ve, ¿no hay luces? No hay ni para las calles, que va a
andar habiendo para los muertos. Que chistosa la risa del señor,
me recuerda a tu risa cuando me resbalé en el parque y nos
reímos toda la tarde. Te extraño mucho.
Me lleva la chingada, cuánto tarda en llegar al Hospital, y luego
el tráfico no ayuda mucho. Señor ¿falta mucho para llegar al
Hospital? La verdad es que sí, niña, pero no te preocupes, luego
luego llegamos. Oiga y ¿eso qué es? Ya me agarraste de guía
turista, ese es el aeropuerto.
En mi vida había visto un avión despegar, que bonito se ve,
parece un pájaro gigante, quisiera ser un avión, o bueno, mejor
un pájaro, para poder escapar y visitarte sin que tus papás se den
cuenta. Doña Matuz es bien grosera conmigo, no sé qué tiene
contra mí, porque siempre que llego a su casa le grita a Don
Jacinto, “viejo, ya llegaron las lenchas” y tú siempre me volteas a
ver y luego volteas la mirada a tu mamá y le dices, pues ya se
fueron porque no las veo, o algo así, pero siempre me río cuando
haces eso. Ojalá y estés bien. Ahora que lo pienso, fuera de ti no
tengo mucho, o nada, tal vez mi má, pero desde que se puso con
ese viejo cochino ha cambiado mucho.
Mira niña, ese es un Hospital, y esos edificios al lado son una
universidad, el famoso ITH. Si este fuera el Hospital General, ya
hubiera llegado. Pensé que no le gustaba ser guía turístico. La
mera verdad, morra, no hablo mucho así que no me molesta por
esta vez.

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Siempre he querido ir a la universidad, pero mi má dice que
tengo que ayudarle en la casa, que si me voy, me voy a convertir
en una puta, no entiendo por qué lo dice, tal vez porque me
quiere arrastrar al infierno que vive ella en la casa. Ya casi
llegamos, niña, mira ahí es donde hacen la Coca-Cola, una vez
pedí chamba ahí y me la dieron, pero está bien sarra, te chingan
bien culero y te pagan peor. ¿Y qué anda haciendo de camionero?
Porque imagino que no gana la gran millonada. Manejar algo tan
grande le da sentido a mi vida. Solo me preocupo por manejar y
ya. Siento que ayudo a los demás llevándolos a sus destinos. Y
aunque no lo tengan…
Esa frase se parece a una que me dijiste. Tengo miedo de que
te pase algo malo, de que ya no puedas tomar el rumbo de tu vida
por ti misma, hay que hacernos pájaros mejor, ándale, para irnos
cuando haga frío, y poder dormir juntas en nuestro nido.
Pudiéramos ir a cualquier lado sin que nadie nos dijera nada,
volar por el cielo, ser libres de todo, de tu familia, de la mía. Ahí
quedó niña, espero que tu amiga esté bien, pero no cruces la calle
como las vacas, vete por el puente.
Por fin llego al mentado Hospital, y no es tan grande como me
lo imaginaba, pero me impresionó ver el edificio tan bien hecho.
Me sorprende cuánta gente hay durmiendo afuera, mucho vago,
muchas caras solitarias, parece que esperan algo, yo creo que lo
que todos llevan dentro, esperan lo inevitable. ¿cómo puede ser
que haya tanta gente adentro también? Están tirados en los
pasillos como si fueran sábanas, o basura, que feo ser así,
desechable. No sé dónde preguntar por las visitas, hay demasiada
gente.
Buenas noches muchacha, vengo a visitar a María del Refugio
Esqueda. La que parece ser la recepcionista se ve cansada de la
cara, me imagino que no ha descansado bien, parece un poco
amargada, ni siquiera me voltea a ver, que fea su indiferencia, no
la culpo, ha de estar harta de atender a tantas personas.
Ya no se puede, se acabó el tiempo de visita, tienes que esperar
hasta mañana a las 8 am. Chingada madre, no quiero esperar
tanto tiempo, me da miedo estar con toda esa gente afuera.
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Muchacha por favor, vengo desde el Poblado, me da miedo estar
afuera sola.
Sola, sola me voy a quedar si algo te pasa. Nunca me pasó por
la mente que, por un momento, solo por momento, podía estar
sola. Sin ti. Sin nadie. Sin mundo. Sin destino.
Por favor, no quiero estar sola. No quiero ser como mi má,
atrapada con un borracho y no aspirar a más. Viviendo una vida
que no me guste. Señorita, solo necesito 5 minutos para saber que
está bien.
Bueno, chamaca, tienes 5 minutos nomás, dile al guardia que
te deje pasar, que dice Alma. Está en el piso de arriba, subes las
escaleras a la derecha y es la segunda puerta del lado izquierdo.
Me mareé con tanta instrucción, pero luego le agarré el rollo.

Hola, es lo único que me sale decirte, te digo que te ves distinta,


que no te ves como la última vez que te vi y sé que me mientes
cuando me dices que no tienes nada, lo noto en tu cara, y solo me
dices “hola”, que sí qué hago aquí, pues es obvio que vengo a verte,
ya te dije que estoy muy preocupada por ti, entro y te veo
horrible, ya dime, ¿qué tienes? Me dices que los doctores no saben
y me llenas de preguntas de cómo llegué aquí, por qué estoy aquí,
¿no puedo venir a verte? Vengo desde el Poblado preguntándome
qué tienes, preocupada, cruzando el mundo entero para verte y
no he dormido bien por lo mismo.
Quiero creer que realmente estás bien pero no lo estás, y no
me quieres decir para no preocuparme. Ya solo dime, qué tienes.
Tengo miedo de perderte, de no estar contigo. Quiero saber que
tienes. Dime por favor. Es que yo te quiero decir algo, algo que
siempre he pensado y nunca te digo por miedo. Es muy
importante. Te quiero decir que…
…Muchacha ya pasaron los cinco minutos, se tiene que retirar.
Está bien, mañana te digo.

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Suspiros del alma

Andrea del Carmen Alvarado Arce

Despierto y desapareces.
—¡Carguen a 200! Muévanse.
Pero vuelves a mí en cada suspiro.
—¡Ya levántate, Yeli! Acuérdate que luego se nos hace bien
tarde.
—Ay, amá, sí alcanzo a quedarme otros 5 minutos más
dormida.
—Ya te dije, ven, yo te ayudo.
Cada mañana que me toca ir a la escuela es un problemón,
pero grande. Primero, mi amá se enoja porque mis hermanitas
rompieron algo, luego mis hermanas lloran y mi apá bien agusto
sentado, casi acostado en un sillón porque regresó bien tarde del
trabajo y no alcanzó ni a llegar al cuarto. Después de ver todo el
drama en mi casa, mi ma se acuerda que me debe llevar a la
escuela y salimos casi volando en el carro, casi casi me cierran las
puertas en la cara. Me han de tener lástima y por eso me dejan
pasar, aunque creo que también la cara de desagrado de mi amá
hace que hasta las profes me ayuden con la mochila de rueditas.
La verdad a mí no me gusta convivir con los niños de mi edad,
la última vez que intenté hablar con un niño me pegó un chicle
en mi cabello y tardé días intentando quitármelo. Cuando mi amá
se dio cuenta, casi me dejaba pelona de tantos jalones que me
daba con el cepillo. Aparte, yo creo que la escuela no sirve de
mucho, aunque apenas estoy en cuarto de primaria yo creo que

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deberíamos de tener más vacaciones que clases, de todos modos
el profe se la lleva hablándole todo el día a la maestra Lupita, a
veces me quedo pensando en qué pasaría si llega la esposa del
profe y se diera cuenta que la profe Lupita es su novia. Pero
bueno, mi ma dice que no me tengo que meter en lo que no me
importa.
A veces siento que tengo que ser más amigable con las niñas,
no sé qué hacer cuando alguien se me acerca y quiere platicar
conmigo porque siento que no tengo mucho que decir. Mi amá
dice que todas las personas debemos de ser buenas con cualquier
gente, porque nunca sabemos por lo que está pasando alguien. La
verdad a mí no me interesa todo eso, a mí lo único que me
importa es llegar a mi casa y que en la mesa ya estén servidos los
platos con pozole y mucha verdura. ¡Pero qué rico!
—Yeli, Yeli, ¿Yeli, dijiste algo?
—Ay, aquí te, tenías que estar Li, Litza.
—No puedo creer que me estés hablando, hasta gusto me da
que ni quieras verme. Nos metes cada susto cuando te quedas
dormida. De la nada te despiertas y empiezas a contarme que
nuestra mamá hizo esto, que fuimos a tal lugar y no sé qué más.
Pareces loca, pero la verdad prefiero mil veces escucharte
balbucear que ya no hacerlo.
—Apoco cre, crees que, que ya no voy a de, despertar, Lili. Si
to, todavía aguanto.
—¿Todavía aguantas? Si sigues aquí por las descargas que te
metieron y el medicamento que traes ahí en el brazo. Me da un
chingo de miedo cuando te quedas dormida, Yeli, ¿Yeli?
Despierto todas las mañanas y siempre es lo mismo. No te
conté, pero ya me gradué de la primaria, ahorita estoy por entrar
a la secundaria y la verdad tengo miedo. Miedo de conocer a
nuevas personas, de estar en otra escuela, de no encajar en algún
grupo, de que mis maestros sean regañones y cosas así. Mi amá
me dice que es normal que me sienta así porque estoy entrando
a una nueva etapa y no sé qué, se avienta un sermón cada que me
habla de esas cosas, pero le doy gracias que se preocupe por mí y

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que se tome el tiempo de escucharme y aconsejarme, no te
imaginas lo mucho que la quiero. Pasan los días y más grande se
vuelve el miedo a entrar a la escuela, mi ma platica mucho de eso
con la vecina de enfrente que también tiene un hijo de mi edad,
todas las tardes viene con su hijo que nomás no me cae. Siempre
vienen a restregarnos en la cara que Lalo sacó diez en esto, tiene
un diploma en esto, practica tal deporte y cosas así. Yo creo que
Lalo ya hasta ha de tener trabajo con sueldo. Me cae muy mal la
gente que es así, que nomás anda viendo en qué te puede hacer
sentir menos o que te dice cosas feas para que te sientas mal.
Estoy empezando a hacer yoga con mi amá, dice que sirve para
relajar el cuerpo y estar bien “espiritualmente”. Yo ni le entiendo,
nomás le sigo la onda y empiezo a estirar la pierna, el brazo,
muevo la cabeza para un lado, para el otro y así duramos buen
rato. A veces mi hermanita se nos queda viendo y casi casi le veo
un signo de interrogación en la cara, me da mucha risa.
—Sí, todavía me acuerdo cuando hacían eso tú y mi mamá. Me
acuerdo que pensaba, ¿por qué hacen esos movimientos tan raros,
querrán ir al baño?
—Estabas muy pe, pequeña para entender, Lili. Si yo que, que
era ma, mayor que tú no entendía lo que nuestra ma, mamá hacía,
menos tú que, que tenías co, como 6 años.
—¡Hasta que despiertas, canija! Tengo desde ayer aquí sentada
escuchando lo que balbuceas. Ya vinieron a revisarte cuatro veces
los enfermeros. Vieras que chulo está el Doctor Teo, tiene unos
ojazos bien hermosos.
—No me extraña de ti que andes co, coqueteando, le voy a
decir al Manuel.
—No pues mejor vuélvete a dormir. Oye, aprovechando que
ya estás despierta, acuérdate que tenemos una plática pendiente
tú y yo, no te hagas tonta.
—¿De, de qué hablas Li, Lili?
—De lo que tienes, Yeli. Cómo creció tan rápido, cómo avanzó
hasta este nivel, hace cuánto estás en este estado.
—No te, tengo una respuesta pa, para tu, tu pregunta.
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—¿No?
—Aún no.
“La vida no es nada”, así dice mi amá cada que se entera que
alguien falleció, dice que podemos desaparecer en un segundo,
en un abrir y cerrar de ojos, de la noche a la mañana, que
podemos desvanecernos como el humo. Me gustaría que fuera
cierto, yo cuando estoy en el salón se me hacen eternos los 40
minutos que dura hablando el profe Ray. Se me pasó decirte que
ya tengo amigas, se llaman Delia y Azucena, me la paso bien
agusto con ellas porque también son de mi modo, no hablan
mucho y siempre tratan de estar cuando más las ocupo, por
ejemplo, ahorita vi a Delia…
—¿Delia? ¿Delia Gutiérrez?
—Tan buena per, persona, ¿no la vi, viste? Ahorita se acaba de,
de ir.
—¡Ocupo que llamen con urgencia al Doctor Teo!
Mis tardes son más tranquilas, me quejé mucho que mi ma me
enseñaba yoga, pero aprendí a relajarme y a reflexionar. Tan
metidas estamos en esto mi amá y yo que hasta nos inscribimos
en un gimnasio con una maestra que te enseña muchas cosas de
yoga. Nomás que mi amá me mandó sola el primer día, dijo que
se sentía “indispuesta” para ir, pero así dice cuando se pelea con
mi papá. Anoche se escuchaba que mi ma le decía: “Ya sabía que
andabas en esas fregaderas otra vez Manuel Arturo Cruz
Molina…” yo nomas escuché que le dijo su nombre completo y
mejor me fui, a lo mejor y también la agarraba contra mí. Pero
bueno, igual decidí venir al gimnasio, yo pensé que a lo mejor
habría niñas de mi edad, pero entré y me pasaron por enfrente
tres ancianas con sus tapetes y su botella con agua. Siento que hay
una vibra muy ligera aquí, de esas veces que, con solo entrar a un
lugar, de ver gente amable, de percibir un olor a sándalo, te sientes
cómoda y libre. Exactamente a las 5:07 de la tarde empezamos a
estirar y mientras hacemos los ejercicios, escucho murmurar a
dos señoras atrás de mí.
—Oye, Olga, ¿sabías lo que le pasó a la Juana?

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—Ay, Esperanza, si toda la cuadra se enteró que el marido le
salió del otro bando.
—Sabes que yo ya tenía las sospechas, te lo juro por diosito que
en cuanto vi al Gilberto dije, ¡uy no! Se me hace que este corre pa
tercera.
—¡Cállate, Olga! Nos van a escuchar y acuérdate que hay gente
muy chismosa que solo le gusta andar hablando en secreto de otra
gente.
No puedo creer lo que le pasó a doña Juana, yo ni la conozco
y hasta siento feo que la hayan dejado. Justamente la maestra nos
está diciendo que debemos aprender a soltar nuestros problemas
para tener nuestra mente en paz, yo creo que doña Juana debería
de venir.
Son las 7:15 en punto, voy saliendo del gimnasio y me siento
más ligera, con más ganas de vivir, no sé cómo explicarte este
sentimiento. Me gusta irme por la plaza grande, porque siempre
están los muchachos tocando sus guitarras afuera del Café 49, la
mayoría de las veces que paso por aquí se me queda viendo el
Luis, pero a mí el que me gusta es el Polo y no sé cómo acercarme
a él, pero estoy segura que si le pregunto a mi amá cómo puedo
hacerle, ella me va a decir qué hacer.
Cuando vengo a unas cuadras de mi casa, veo que pasa en
friega una ambulancia y una bombera atrás, y luego pasan como
cuatro patrullas que nomás se les ve el polvo que dejan de tan
recio que van. Me asusta mucho el sonido tan fuerte que hacen
las sirenas, siento que mi corazón se acelera, pero a su vez, deja
de latir.
—¡Carguen las paletas a 200! ¡Háganse a un lado!
Cuando doy vuelta en la casa de doña Flor, veo que es mi casa
la que se está incendiando. Hay una cortina de humo que no me
deja ver si hay alguien dentro, trato de correr, pero siento que no
avanzo, siento mis pies muy torpes, me hormiguean las manos,
mis ojos comienzan a sentirse húmedos y siento mi piel muy
sensible. Es ella, puedo ver su cabello castaño al hombro, su piel
tan blanca que hace resaltar sus venas, sus zapatos amarillos que

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nunca se quita, su pulsera que le hice el día de las madres. Estoy
segura que es ella, es mamá. Mi mamá se murió.
—Sí, Yeli, mamá falleció. Pero sabes que siempre nos
acompaña.
—Tú no la viste Li, Litza, no viste cu, cuando el viento sopló ta,
tan fuerte que, que levantó la sa, sábana blanca que cubría el
cuerpo de ma, mamá.
—Tú no debiste de estar ahí hermana, éramos muy pequeñas
para entender lo que pasaba.
—Aún sigo pe, pensando en qué hubiera pa, pasado si, si me
hubiera acompañado a la clase…
Vivo en un mundo distinto al que estaba acostumbrada a vivir.
No es lo mismo vivir sin mi ma. Me tiembla la voz, no puedo
lograr hablar sin trabarme, mi maestra dice que es normal que
hable así porque viví un momento traumático en mi vida que me
es imposible sacarlo de mi mente y cada que hablo vuelvo a
revivir lo que pasó.
Mi nueva casa es tan… no sé. No hay armonía, no se siente que
yo pertenezca aquí. Mi papá solo sabe comprar comida ya hecha
y perderse toda la tarde con la botella de tequila en la mano. Mis
hermanas preguntan si mi mamá está bien en el cielo, pero en
este momento no sé en dónde esté. Siento una necesidad de creer
en algo, de saber que alguien me acompaña y me protege. Siento
una necesidad de fe, ¿pero ahora en qué puedo creer?
Tan rápido pasan los días que ya estoy por graduarme de la
prepa. Aunque ya pasaron 4 años desde la muerte de mi amá, aún
veo su rostro y escucho sus palabras: “Debes ser buena con todas
las personas…” Trato de ser mejor día con día, voy a terapia de
lenguaje y practico mis actividades del habla. Siento que el
tiempo avanza muy rápido y yo no hago nada de provecho.
Aunque por las tardes horneo pasteles, siento que es mi
pasatiempo favorito. Mis hermanas me preguntan si entraré a
alguna universidad, pero la verdad siento que no me atrae tanto
como la repostería. Mi sueño es abrir un local grande en donde
yo haga y venda pasteles.

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—Y muy buenos, por cierto.
—Lili, te, tenemos un pe, pedido para una boda. Hay que
apurarnos
—No me digas eso, Yeli, acuérdate que cerraste el local cuando
pasó lo que pasó. Tienes que alivianarte para seguir haciendo
pasteles, yo quiero que mis hijos tengan un pastel hecho por ti en
cada cumpleaños…
—¿Hijos? Si apenas ti, tienes 14 años Lili.
Avanzo y no me detengo, ahorita tengo muchos planes en
mente. Ni tiempo me da de conocer a alguien, mis hermanas me
dicen que ya mejor me meta a un convento de monjas porque al
paso que voy, me voy a morir virgen. Ellas no entienden que esas
cosas no son para mí, yo la felicidad la encuentro en el olor a
harina con vainilla, en el calor del horno, en la suavidad del
turrón, en los utensilios de cocina. Me siento como un pájaro libre
en los cielos cada que hago la mezcla, cada que decoro con colores
se me viene a la mente los zapatos amarillos de mamá, tan
excéntrica y colorida.
Siento que se me está yendo el tren, diría Litza, porque cada
que paso por la plaza grande me topo a las parejas derramando
miel a plena luz del día, nomás se escuchan los besos tronados de
los muchachos de prepa. Yo a su edad todavía creía en santa y
estos chamacos ya hasta andan procreando vidas humanas.
Ya que paso por la plaza, por fin llego a la iglesia. En el tiempo
que pasó desde lo de mi amá, encontré refugio en lo divino. Antes
pensaba que el yoga era relajante pero no sabía que venir y
escuchar al padre hablar, escuchar los cantos que retumban en las
paredes tan enormes, oler a copal y desconectarte del mundo y
sus problemas por una hora te hace ver lo maravilloso que es
vivir. Cuando acaba la misa me toca volver a pasar por la plaza, y
de noche yo creo que los muchachos aprovechan las macetas con
árboles grandes para hacer sus cosas con las plebes. Qué
barbaridad con estos chamacos, ya hasta se me acercó uno, yo
pienso que ha de querer la hora, pero por si acaso me guardo el
reloj y la cartera.

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—Qué tal, Yelitza, cómo andas.
—Qué tal, oye que, qué pena, pero no re, recuerdo conocerte.
Cómo es que sabes mi, mi nombre.
—Discúlpame si te molesté, es que siempre te veo pasar por
aquí a la misma hora y le pregunté a la señora de los dogos que si
cómo te llamabas porque quería hablarte. Es que se me hace que
estás muy chula.
—¿Chula? Cuántos años ti, tienes, 15, 16…
—No qué pues, Yeli, si no estoy tan chamaco. Tengo 19, aunque
me veo más morro. También me dijeron que eres un poco más
grande que yo.
—¿Un poco? Te, te llevo 10 años.
—Pero no tiene nada que ver, ni que fueras mi prometida. Qué
vergüenza, ni te dije quién soy. Me llamo Canek, nomás que los
plebes me dicen Cane.
—Oh muy bien, no pues mu, mucho gusto, Canek. Oye me te,
tengo que ir a cerrar mi pa, pastelería porque ya ca, casi son las
8:30 de la noche y te, tengo a mi hermana ahí sola.
—Órale que bien, no pues igual yo te veo pasar por aquí todos
los días Yeli, mañana a ver si platicamos un ratito y pues te invito
cena de ahí de la esquina.
—Ah sí, pues un gusto de co, conocerte Cane.
¿Alguna vez experimentaste el amor a primera vista? Porque
no tengo palabras para explicar lo que siento. Esa voz tan ronca y
apasionante me hizo vibrar, y sus ojos tan endulzantes y cálidos,
me hicieron retroceder en el tiempo y ver los ojos de mi madre.
Unos ojos color miel con ligeros destellos de color verde que te
pueden hacer perder horas tan solo viéndolos. Es él.
Mi ruta favorita se está volviendo la plaza grande, ya ni me
interesa escuchar a los que se andan besando, a los que se pelean,
nada interfiere mientras vea a una bolita de 5 muchachos con el
uniforme de la 77 porque sé que por ahí anda.
—Qué tal, Yeli, anoche nos quedamos platicando buen rato,
verdad

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—Ay no, Cane, llegué bien ta, tarde al local casi a las 11. Pe, pero
siento que nos estamos co, conociendo mucho más. La verdad
creo que es cierto eso de, de que la gente no, no es lo que aparenta.
—A qué te refieres, Yeli.
—Es que, cuando yo te vi pe, pensé que eras un simple
muchacho, de esos que, que nomás andan viendo a las
muchachas con su fa, falda corta y de los que se la llevan de, de
fiesta en fiesta. Ya sabes, a lo mejor po, porque siempre traes tu
camiseta desfajada, tus pan, pantalones largos y holgados, tus
tenis siempre de co, color negro, tu cadena tan reluciente y tu
arete con una cruz. Si no te, te conociera pensaría que eres ese
chico, el que no se fijaría en alguien como yo, tan reservada y
tarta…
—Espera, no digas eso. A lo mejor no aparento ser alguien
serio y con una imagen impecable, pero estoy seguro de que
puedo hacerte sentir más que solo cariño Yeli, ni siquiera pienso
en la diferencia de edades o en la diferencia de vida que tenemos,
no me importa porque sé que vales la pena. ¿Alguien como tú
fijándose en alguien como yo? Está de locos, aquí yo soy el
afortunado, el que debería de dar gracias de que una persona
trabajadora, responsable y honesta le haga caso a alguien que
apenas sobrevive el día a día.
—Me encanta ese lado de ti, al que ca, casi nadie tiene acceso.
—Nadie más que tú merece conocerme así. A veces me siento
tan vulnerable ante ti que no puedo evitar el pensar que contigo
lo quiero todo, una vida, hijos, un hogar…
—¿Hogar?
—A lo mejor piensas que estoy loco, pero no crees que
deberíamos experimentar el vivir juntos, digo, para saber si
realmente encajamos. Porque pues ya ves que luego se andan
separando porque no se conocen bien. Estaría mejor ver eso
desde un principio, ¿no crees?
No sé. Siempre pienso en cómo satisfacer a los demás, en
ayudar y darlo todo de mí, pero nunca pienso en ser feliz, en
darme tiempo, en seguir lo que mi corazón dice. Y hoy, me dice
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que lo haga, que me entregue. Entre más lo pienso, más me
ilusiona la idea, así que se lo diré. Solo me alistaré para irme y lo
esperaré en donde siempre.
—Por qué tan arreglada, Yeli, a dónde vamos o que…
—Oye Cane. Ya pe, pensé bien el rumbo de nosotros. Me de,
demoré en saberlo, pero sé que es la decisión co, correcta.
—Entonces tú qué dices, ¿sí?
—Me gustas y, y confío lo suficiente en ti. Sí.
—Espera, ¿sí? No estás bromeando conmigo, ¿verdad?
—Es en serio, Cane.
—¡Hasta que me hiciste caso! No te imaginas lo alivianado que
me siento…
—¿Alivianado?
—Quise decir lo feliz, lo feliz y contento que me siento de
escuchar que sí me vas a dar entrada. Sinceramente yo pienso que
es la mejor manera de conocer a una persona Yeli, seguro que sí.
—Me atrevo a de, decirte que, aunque tenga dudas, creo que
encontré a la persona con la que quisiera de, despertar todas las
mañanas y ver esos ojos tan endulzantes. Siento tus abrazos co,
como un rayo de sol en el invierno, tus besos son tan suaves como
el tu, turrón de mis pasteles. Te siento dentro de mí y qui, quisiera
que nunca salieras de ahí, porque ahí perteneces.
—Me dejas sorprendi…
—Espera, aún no termino. Me, me siento aterrada a este
cambio, pero qui, quiero que sea un amor mutuo.
—Esperas lo mejor de mí y eso tendrás. Aunque tengas más
vida que yo, prometo algún día alcanzar tus éxitos.
Cada plática que tenemos me hace reflexionar, no es la clase
de persona que yo pensaba. Aunque personas externas me digan
y me hagan comentarios ofensivos sobre él, sobre lo que en
realidad busca, sobre la diferencia de edades, yo siento que debo
conocerlo por mí y no por ellos. Pero no lo sé. ¡Estoy tan
confundida!

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—¿De qué estás confundida hermana?
—De irme co, con él.
—¿Con aquel? Todos los días doy gracias a Dios de que se
separaran. Todos sabíamos en las cosas que andaba metido el
pinche Canek, menos tú. Te tenía bien cegada con todo lo que te
decía y la lavada de oídos que te daba todas las noches. Ya ni la
friegas, no sé cómo pudiste durar 10 años con él y no darte cuenta
que estaba contigo por conveniencia.
Pasa el tiempo y siento que fue la mejor decisión que he
tomado. Encontrarlo me hizo sentir que mi vida vuelve a ser igual
a cuando estaba mi mamá, una vida llena de felicidad, de calma y
llena de amor.
“La vida no es nada…” decía mi ma, la vida no es nada si no la
compartes con la persona correcta, la vida no es nada si no la
sabes vivir, la vida no es nada si hoy mueres. Tengo ya algunos
años pensando día y noche esa frase, no sé, me siento tan extraña
que siento que la persona que duerme junto a mí no es la misma.
Me da miedo pensar que ya se dio cuenta que la edad es algo que
importa, pero él decía que solo era un número y no intervenía.
Que lo que dijeran los demás no importaba, que éramos felices.
Éramos.
Decidí ir de nuevo a la iglesia, tal vez pueda encontrar paz ahí.
Pero paz siento que ya no es una opción para mí. ¡Pas!, siento que
me hicieron en el pecho cuando veo de lejos a una pareja muy
feliz, de la mano. ¡Pas!, siento que retumba mi corazón a cada
paso que doy, ¡Pas!, siento que vuelve aquella sensación de mis
pies torpes cuando trato de encararlo, mi corazón se acelera, mis
ojos se sienten húmedos, mis brazos hormiguean.
—Carguen las paletas a 100. ¡A un lado todos!
Mi vida es un constante dolor, un dolor que no tiene
explicación. Pienso tanto en él que siento que mi cabeza va a
estallar, mis entrañas se revuelcan, no logro pasar un bocado. ¡Ya
por favor!
—Yeli, Yeli, corazón. No me hagas esto otra vez, por favor. No
quiero verte así, no quiero ver cuando el monitor marca 0 y ver
57
cómo le meten descargas a mi hermana. Solo quiero que
descanses, que estés bien. Yo sé que no es muy agradable estar en
esta habitación blanca con olores a farmacéuticos, pero solo
quiero que estés, que respires, que existas.
—Fue él.
—¿Él? A qué te refieres, Yeli, o de qué me estás hablando. No
digas mucho, no quiero que te canses.
—Gracias a él lo, lo descubrí.
—¿Qué descubriste, Yelitza? Quién es él.
—El cáncer, gracias a Canek lo, lo supe. No era un simple do,
dolor, él fue el cáncer.
Me duele, me duele la piel cuando me toca el viento, me duele
tocarme, me duele estar aquí. Yo no quiero estar aquí. Yo quiero
estar con ella, cuando no había dolor, quiero estar dormida en sus
piernas. La vida después de cierto tiempo duele, ¿sabes?, duele
tener que enfrentar todas las situaciones, la injusticia en las calles,
el ver crecer a las personas que más quieres y saber que tendrán
que pasar por lo que tú has pasado, que tendrán que enfrentar
dolores por los que tú pasaste. Nadie merece esto, nadie, nadie
merece confundir un dolor severo con un cáncer que ya avanzó,
que ya te contaminó, que te toma como una bestia posada encima
de ti, con ojos de victoria y hambre por consumirte, como una
plaga que habita dentro de ti y está en búsqueda de llegar a todos
los rincones para no dejar nada. Eso es el cáncer, eso es la vida.

Estoy agotada y cansada. No me queda nada, solo entregarme.


Entregarme en cuerpo y alma. Rezo por las noches, rezo por ti,
rezo por dormir y verte aparecer.
—Yelitza, ya levántate, acuérdate que se nos va hacer tarde.
—Mamá, aún hay tiempo, solo dame 5 minutos más.
—Ven, yo sé que estás cansada, pero te aseguro que te vas a
sentir mejor si te levantas de esa cama y me acompañas.
—Siento miedo.

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—La vida no es nada hija, pero eres buena, y mereces que la
vida lo sea todo. Así que ven, yo te ayudo a levantarte.
—Hora: 07:29 am

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Omnes Moriendum

Noah Zorobabel Lizarraga Jiménez

La sala estaba penetrada por un nauseabundo olor metálico y el


papel tapiz de la pared teñido a montones. Aquellos sillones de
Domus fueron testigos de un desbordante amor pasional y de los
instintos más atroces y poco ortodoxos de los cuales el ser
humano es capaz.
—No encontré más Cloralex, es todo el que había, aunque creo
que con eso será suficiente, creo —dijo él tapándose la nariz.
—Será suficiente —respondió Ainara volteando de reojo
mientras acomodaba el cuerpo en el baño.
—Aquí está la segueta, fue la más grande que pude encontrar
—dijo mientras ponía la herramienta sobre la taza del baño.
—Me estás tomando el pelo, ¿no? —gritó Ainara mientras la
sujetaba y lo miraba con cierto odio.
—No, de verdad, es la más grande que encontré, no es como
que le voy a decir al de la ferretería “oye no tienes una así como
para partir en pedazos a un cabrón”, ¡pues no! — respondió él casi
gritando y agitando sus manos.
—Hmm, bien…solo nos estamos tardando y necesitamos
limpiar este desastre, ve por más lejía para la alfombra y ve ya que
comenzaré a trabajar en él y no creo que quieras verlo, ¿o sí? —
dijo Ainara riéndose.
Él salió asqueado y un poco asustado aún. Ainara contemplaba
fascinada la hórrida obra de arte en su sala, y observaba

61
detenidamente el oro manchado de su Patek Philippe mientras
se subía la manga de su bata de baño.
—Esto no va a salir con cualquier joyero —murmuró viendo
su reloj.
Caminó hacia el baño, pero antes puso un poco de música,
cambió de estación pues nunca fue seguidora de Flans y “Las mil
y una noches” le recordaba mucho a él. Siguió buscando una
estación de su agrado; odiaba la voz de José Luis Perales, así que
prefirió algo de su infancia.
La sierra se movía rítmicamente al son de “Put Your Head on
My Shoulder” y mientras ella tarareaba, los últimos vestigios de
vida surgían de su boca, quejándose de los fríos y filosos dientes
de aquella sierra de mango rojo.
Llegaron a México en 1982 junto con la crisis de la deuda
externa y con un hambre inmensa de poder. A Ainara le causaba
gracia que a sus espaldas sus socios se refirieran a ellos como los
esposos “Cortés” por aquello de la Conquista y por ser de España,
en cambio a Lucas le exasperaba con frecuencia el ridículo apodo
pues era más sensible para todo. Estos dos fueron invitados a
trabajar por un empresario de mucho peso en aquel entonces.
Lucas y Ainara eran una pareja joven, ambiciosa y brillante, al
principio se asustaban con el estilo de vida de los empresarios
mexicanos, solo se limitaban a ver y callar. La cotidianidad hacía
que su vida cayera en una monotonía que los abrumaba,
especialmente a Ainara, pues le desesperaba llevar un ritmo de
vida aburrido, siempre quería más. Lucas era más pasivo, inocuo,
manipulable. Era clasificado como un mentecato por sus
compañeros, tan inocente como un niño, sin malicia. Ainara, por
su parte, era fría; tenía una sonrisa sardónica que acompañaba de
pensamientos retorcidos que la hacían perderse durante minutos
en su mente. Ella era aún más atrevida de lo que podía llegar a ser
Lucas, su piel nacarada, su cabello alborotado y su clase ocultaban
el monstruo dormido que llevaba dentro.

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Extenuada, Ainara presionaba los dientes de la sierra contra el
cadáver en un esfuerzo por cortarlo de un tajo, pero era inútil; era
más lo que se estaba manchando que lo que cortaba.
—¡A la mierda! ¿No pudo conseguir algo mejor este idiota? —
dijo Ainara enfurecida.
Corrió a la cocina y abrió el cajón desesperadamente mientras
buscaba algún cuchillo con el suficiente filo como para sustituir la
segueta que él le había llevado, hasta una cuchara le hubiera
venido bien en ese momento. Encontró uno y antes de regresar
al baño encendió un cigarro para despejar la mente, mismo que
encontró en el bolsillo del cadáver. Dio una gran bocanada,
regresó al baño, se hincó y le besó la frente para posteriormente
seguir cortando.
En el transcurso de cuatro años el matrimonio se fue
deformando por culpa de los excesos y las malas compañías; el
alcohol, las drogas y la corrupción eran invitados de honor en
cada una de sus reuniones. Poco a poco se fueron transformando
en aquello que tanto les asustaba a su llegada y que era parte de
los estatutos para ingresar a las élites de poder. Los gritos y peleas
eran también parte de su dulce despertar, sus riñas subían de
intensidad con el paso de los días y cada vez era más el odio que
el amor en la relación.
Una de tantas noches de viernes, Ainara subía a su
departamento mientras sostenía una canasta con jamón serrano,
aceitunas, una fina selección de quesos y un vino para regalarle a
Lucas, movida tal vez por un retazo de amor que guardaba muy
dentro. Al entrar, Ainara sorprendió a Lucas con dos prostitutas y
una montaña enorme de cocaína, una escena típica entre los
grandes empresarios. Ella gritaba y manoteaba al mismo tiempo
que él se sacudía torpemente la nariz y trataba de detenerla; la
aventó bruscamente y le lanzó cerca la botella de la canasta en
signo de advertencia, gritándole miles de maldiciones y
amenazándola de muerte, tal vez por la euforia a la que se veía
sometido por tanta droga.
Ainara salió corriendo de la habitación y sollozaba al mismo
ritmo que sus pies se movían por aquel pasillo que le parecía
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eterno. Las paredes del elevador la ahogaban y en su mente solo
deseaba que aquel 19 de septiembre, Lucas hubiera tardado 5
minutos más en ver el Ángel.
Ese catastrófico día estaban en una reunión muy importante
con unos empresarios y políticos, se hablaba de cómo se iban a
manejar ciertas cosas.
—La deuda está de la chingada, pero por lo menos seguimos
bien —dijo uno de los empresarios mientras se reía.
—A ver cómo nos va, este pendejo de La Madrid la caga
mucho, parece niño chiquito —respondió otro de los
empresarios.
—¿Creen que nos vaya a afectar mucho? —preguntó Lucas a
todos los que estaban en la mesa.
—Estoy seguro que sí, pero pues hay que aprovechar la
situación, ¿qué no? —respondió otro de los socios.
En ese momento empezó a temblar y todos salieron de prisa
de la oficina donde se llevaba a cabo la reunión, Ainara corrió,
pero como siempre, Lucas estaba perdiendo el tiempo. Se
reunieron todos alejados del edificio, Ainara se desesperaba de no
ver a Lucas, la gente seguía saliendo y se escuchaba el crujir del
edificio. Entre la multitud apareció Lucas y abrazó a Ainara,
minutos después el edificio cayó frente a sus narices, llevándose
a un gran número de personas con él.
—Maldito jo´puta —dijo Ainara entre dientes mientras
caminaba apresurada con la cabeza agachada.
Sus ojos estaban hinchados y entre pisos se secaba con su
pañoleta hasta llegar a la recepción, el portero la saludó, pero ella
caminaba sin prestarle atención, empujó la puerta con su delgado
y pálido cuerpo.
Caminó sin rumbo fijo, su espalda ligeramente encorvada y
sus manos dentro de la chamarra eran símbolo de su letargo. Su
mente deambulaba al igual que ella, el frío de la Ciudad de
México le daba calor a sus pensamientos hasta que sus ojos se
vieron iluminados por el club de moda, el Capi. Estuvo varios

64
minutos parada afuera viendo cómo los cadeneros le ponían una
chinga a un tipo y le sacaban un pase de la chamarra.
—No chingues, ¡sí es! —dijo en voz alta una de las personas que
estaba en la fila.
Asombrados, miraban a Roberto Palazuelos aleteando para
quitarse de encima a los cadeneros. Ainara se reía escondiéndose
con la manga de su chamarra y decidió irse. Caminó durante siete
minutos hasta llegar al Bengala, su gusto culposo, disfrutaba estar
en ese lugar, se sentía como en casa. Entró y la fiesta estaba en su
punto, en ese lugar había tanto alcohol y cocaína como para
dormir a todos los empresarios de Polanco, incluyendo a su
marido.
Irónicamente no traía dinero, salió con solo un millón, muy
poco para una noche. Caminaba entre la gente y las luces
robóticas la cegaban y a su vez resaltaba la ropa de diseñador,
todos la veían como algo raro, ¿cómo teniendo tanta lana vas a
enfiestarte en ese tugurio? Le gustaba ese lugar pues se sentía
cómoda estando ahí, oficinistas y asesinos bebiendo en el mismo
lugar, el equilibrio perfecto.
—Dame una conga y emm…tráeme un whisky, ah y unos
Benson mentolados.
Lentamente se acercó un hombre a su mesa; portaba una
horrible camisa, peinado con brillantina, aun así era atractivo
para ella, su pantalón apretado dejaba a la imaginación si aquel
bulto era real o solo un par de calcetines muy bien acomodados.
Su aroma era una combinación entre cigarros Fiesta y colonia de
Brummel que penetraba las entumidas fosas nasales de todos lo
que estaban a su alrededor. Ainara lo veía con deseo y en su mente
imaginaba escenas masoquistas con él.
—Qué onda, ¿me prestas la laira? —dijo él.
—¿Disculpa? —respondió Ainara un tanto confundida.
—Sí, la laira pues, el encendedor— dijo mientras hacía con sus
manos la seña de encender el cigarro.
—Claro, ten —dijo Ainara manteniendo el contacto visual con
él.
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Ainara apilaba las colillas teñidas de carmesí y a la par se
mordía los labios, miraba su cuello con un deseo morboso por
morderlo. Sería la riña que tuvo, la falta de sexo o realmente aquel
tipo era muy sexy. Después de encender su cigarro la ignoró, solo
se fue sin hacer ningún gesto, ni agradecer. Pasaron cuarenta
minutos, los tragos hicieron efecto y pidió la cuenta, dejó a
medias el último trago sobre la mesa y una propina de trescientos
mil pesos, Una vez en la calle, tomó un canario y se fue. Era su
zona de desahogo, las penas y preocupaciones se iban con una
cuba, dos Don Pedro y una punta.
Despertó en su sillón, toda desalineada y con un dolor de
cabeza que la cegaba parcialmente, al levantarse se percató de que
Lucas ya no estaba, solo sobras de unas torrijas preparadas con
prisa. Ella caminaba por su departamento buscando pistas de lo
que estuvo haciendo él después de su dramática salida.
—Al menos no se acabó toda la botella y se cortó las venas—
dijo Ainara mientras se reía en silencio.
Dejó la botella sobre la barra y tomó un baño reflexivo para ir
al trabajo, durante el trayecto a su oficina algo no la dejaba pensar,
los pensamientos y el deseo por el tipo de la noche anterior eran
más fuertes que el motor del Crown Victoria. El día transcurrió
de lo más normal, no había visto a Lucas en la oficina y eso era un
alivio para ella, a pesar de que forzosamente lo tenía que ver en
la noche para la cena con unos pelmazos de mucho poder, pero
le aliviaba que por lo menos no iba a estar a solas.
Se llegó la hora de la cena, su carro estaba estacionado afuera
del restaurante, los nervios eran evidentes y la bolsa de Pizzerolas
parecía no tener fin. Se bañó en agua de colonia para desaparecer
el aroma a tabaco pues a Lucas no le gustaba, y se bajó. Ya en la
recepción se encontró con Lucas, solo se vieron durante dos
segundos, se besaron en la mejilla y entraron.
La cena estuvo un tanto incómoda, pues ella tenía la cabeza en
otro lugar, mientras degustaba su comida seguía pensando en el
tipo del bar, algo tenía que la atrapó.

66
Ainara estaba totalmente perdida, en su mente solo había
espacio para aquel hombre y su horrible cabello.
Al cabo de un par de horas y unos cuantos tragos se fueron a
casa, al llegar al estacionamiento se vieron mutuamente y
rompieron el silencio
—¿Cómo te fue hoy? —preguntó Lucas.
—Bien, cuando desperté ya te habías ido y no te vi en todo el
día— respondió Ainara mientras metía sus manos en los bolsillos
del abrigo.
—Sí, tuve un par de reuniones que se extendieron pero si
hablé con Celia para saber si estabas ahí—agregó Lucas.
Caminaban por el estacionamiento dirigiéndose al elevador,
antes de subir, Lucas la tomó del brazo y le pidió disculpas, tenía
un sentimiento de culpa por lo que había hecho. Ella enmudeció,
no sabía ni qué pensar y mucho menos qué decir, se sentía
conmovida pero aún le tenía un poco de rencor por lo sucedido.
A pesar de sus impulsos nunca la tocó, pues la amaba y era
incapaz de lastimarla, pero se dejaba llevar por el
comportamiento de sus amistades, era como un niño. Subieron a
su departamento, colgaron los abrigos como de costumbre y se
fueron a la habitación. La vista desde ese punto era hermosa y se
asemejaba un poco a la que tenían cuando vivían en Nueva York,
le venían a su mente recuerdos de su luna de miel, ella fumaba un
Benson extra largo y reflexionaba.
Después de terminar casi media cajetilla se metió de nuevo a
su habitación y miraba a Lucas, tan débil, tan inocente, tonto. Su
figura en posición fetal mostraba su verdadera personalidad, a
pesar de querer aparentar ser alguien rudo, no podía. Ella se
recostó mirando al techo hasta que en un momento el sueño y el
alcohol la vencieron y se quedó dormida.
A la mañana siguiente se levantó y él ya no estaba ahí como de
costumbre. En la cocina solo había residuos de comida, ropa
tirada y su cámara de video Sony pues a Lucas le fascinaba filmar
todo. Se duchó, tomó unas magdalenas con café como desayuno

67
y se fue a su trabajo, ya era el segundo día después del último
incidente y en su cabeza seguía la imagen de aquel tipo del bar.
El día transcurrió normal; firmar oficios, comer con gente
importante e inhalar coca, la única diferencia era que el recuerdo
del hombre la seguía atrofiando. Al salir de la oficina se encontró
con Lucas.
—Hola…emm… ¿te apetece salir a cenar? —dijo Lucas con un
tono de voz bajo.
—Cariño, quisiera, pero no me he sentido bien en estos días,
lo reagendamos, ¿sí? —contestó Ainara sin hacer contacto visual.
—Claro, no te preocupes —dijo Lucas un tanto decepcionado.
Realmente no se sentía mal, solo deseaba estar sola. Lucas, por
su parte, se fue de fiesta con sus amigos. Ainara estaba en su
habitación practicando su pasatiempo favorito, fumar. De pronto
una idea vino a su mente, ir al bar a buscar a ese tipo, por más que
evitaba pensar en él no podía contener las ganas de ir, se vistió y
tomó camino hacia el Bengala.
Al entrar, solo buscaba con profundidad a su prospecto, pero
no estaba. Se sentó en el mismo lugar de siempre, los meseros ya
sabían lo que pedía y la atendieron automáticamente, después de
un par de horas estaba resignada a que no vería a la persona que
buscaba, antes de irse pidió una última copa al mesero, cuando
este llegó se inclinó y le susurró al oído.
—Señorita, la buscan en la barra.
—¿Quién? —respondió Ainara con un gesto de confusión.
—No sé, así me pasaron el dato, seño —dijo el mesero
mientras elevaba los hombros.
Ainara se levantó y fue a la barra, y ahí estaba él, su
subconsciente trataba de decirle algo, ella sabía de quien se
trataba. Ella se recargó en la barra y esperó a que le hablara, pero
este ni se inmutó por su presencia, se fue al baño en ese
momento. Al cabo de dos minutos él regresó y se sostuvo con una
mano mientras que con la otra apretujaba al mismo tiempo su
vaso y un cigarro sin encender.

68
—Oye, ¿no traes una laira que me prestes? —dijo él,
sosteniendo el cigarro con el puente de los dedos.
—Estás de coña, ¿no? —respondió Ainara desconcertada.
—Órale, que bonito hablas, supongo que no eres de aquí,
debes de ser de Colombia o Argentina o algo así —respondió
mientras le sonreía.
—España —respondió Ainara sin verlo a los ojos.
—Ándale, algo así me imaginaba. La vez pasada no te noté el
acento, hasta ahorita —dijo.
—Claro, cuando no me agradeciste por el mechero —dijo
Ainara mientras le daba el encendedor.
Empezaron a hablar, en un instante hicieron clic, ella se olvidó
de todo en ese momento, de los documentos que tenían que
firmar y hasta de preguntarle su nombre. Una canción de Flans
armonizaba la escena, conversaron por mucho tiempo hasta el
cierre del bar. Ni la fría acera ni la poca luz era impedimento para
seguir fumando y mirándose a los ojos, de un instante a otro sin
pensarlo sus labios chocaron y brincaron bruscamente al carro de
él, una Brasilia descuidada que se convirtió en su nido de amor
durante 12 minutos. Se vistieron de prisa y cada quien se fue por
su parte sin decir más que un “nos vemos luego”.
Ainara llegó a su departamento a escondidas, revisó la
habitación y Lucas aún no estaba en casa, se desvistió, se tiró en
su cama y se enredó entre las sábanas como una adolescente
recordando su amorío exprés hasta quedarse dormida.
Al día siguiente se levantó, preparó un tardío desayuno y se
sentó en la barra de la cocina mirando perdidamente la ruidosa
urbe, sentía un remordimiento en el fondo, pero predominaban
las ganas de encontrarse con él de nuevo. Cupido había tocado de
nuevo a las puertas de su corazón, él era una cápsula de escape
para su horrenda realidad. Eran las cinco menos cuarto del
sábado y en su departamento había una tranquilidad que le
agradaba, pero a su vez le inquietaba, un silencio al que no estaba
acostumbrada, era Lucas que no había llegado aún a casa y quién
sabe dónde estaba metido.

69
No se inmutó por Lucas, se bañó y se cambió. Escogió el traje
más elegante que tenía y se puso los aretes de Tiffany a juego con
el collar, un regalo de aniversario de parte de Lucas, mismo que
le obsequió antes de su atropellada llegada a México. Tomó las
llaves de su carro y salió en busca de él, quería verlo de nuevo.
Llegó al Bengala buscando al gerente, los empleados aún estaban
limpiando y preparando todo para recibir a sus sedientos
invitados pues era sábado.
—Buenas, señorita, ¿cómo está? —preguntó el mesero.
—Qué tal, Sergio, bien, gracias por preguntar, ¿sabes dónde
está tu jefe? —respondió ella de forma desesperada.
—Sí, está en el piso de arriba, ahí en la oficina por si gusta subir
—dijo el mesero.
Subió las escaleras hacia la oficina, abrió la puerta y estaba el
gerente haciendo el corte de la noche anterior, ahí lo saludó
rápidamente y deseosa le preguntó por el nombre del muchacho.
—Ahhh tú también ya caíste —dijo de forma burlesca. —Se
llama Luis Rodrigo —añadió mientras ella salía de la oficina.
Ella no entendió a qué se refería, ni le importó tampoco, solo
quería saber su nombre. Apresurada y entusiasmada bajó las
escaleras de caracol y esperaba deseosa que apareciera. Se recargó
en la barra y pidió un trago replicando la dinámica de la noche
anterior, miraba su reloj a cada instante y movía su zapatilla
esperando a que entrara por la puerta roja del club. Fueron los 30
minutos más largos de su vida, pero por fin había llegado, la
misma camisa y el mismo perfume penetrante que la cautivó.
Pasó de largo, ni siquiera la volteó a ver, como si aquella
entrega mutua se hubiera borrado de su mente por completo. Ella
lo miraba con odio, pero a su vez eso la hacía aferrarse más a él y
querer su atención, ella usó el recurso que tenía a la mano, el
dinero. Pidió una gran botella de champaña y toda la gente del
club miraba fijamente la espumosa botella como si hubieran
descubierto el fuego. Ella cumplió su cometido, él la volteó a ver
y al cabo de 5 minutos ya estaba postrado en su mesa, pidiéndole
de nueva cuenta un encendedor para prender su cigarro.

70
—Y… ¿en qué trabajas o qué? —preguntó Luis muy interesado.
—Hmm, tengo una empresa pequeña. Pero cuéntame, ¿en qué
trabajas tú? —dijo Ainara para persuadirlo.
—En una carnicería, me encargo de sacar de los congeladores,
cortar y así —dijo Luis.
—Debe de ser muy divertido tu trabajo —respondió Ainara
sonriendo y mordiéndose ligeramente los labios.
Siguieron conversando, después se metieron al área VIP del
club y se bebieron toda la botella juntos, a su mesa llegaban
rondas y rondas de tragos y las vestiduras rojas de los sillones
acolchados parecían estar nevadas. Sin preguntarse nada y al calor
de las copas comenzaron a besarse y a tener sexo sin importarles
que lo que los dividía del resto era una cortina guinda. Ainara le
mordía el cuello y lo aruñaba con fuerza al punto de sacarle
pequeñas gotas de sangre, eso le excitaba, le enardecía imaginarlo
cortando carne con sus brazos empapados de sangre.
Despreocupados salieron del bar sin antes pagar la cuenta y dejar
una pequeña propina por lo que habían roto y ensuciado,
tomaron un canario pues estaban sumamente alcoholizados y se
dirigieron al departamento de Ainara. Subieron a rastras las
escaleras mientras seguían acariciándose, empujaron la puerta y
sin encender las luces se aventaron a los lujosos sillones que
recién habían llegado, volaron sus prendas por toda la sala y se
entregaron el uno al otro, de nueva cuenta.
La mañana siguiente los rayos del sol atravesaron las cortinas
de la sala de estar e iluminaron los cuerpos desnudos. Ainara se
levantó y cruzó la sala como si fuese Eva, Luis Rodrigo observaba
asombrado las dimensiones y finos acabados del departamento y
entre dientes se felicitaba a sí mismo.
Aprovechando la ausencia de Lucas, levantaron su ropa del
piso y se cambiaron para ir a un exclusivo restaurante en Bosques
de Chapultepec a tomar el desayuno y aliviar la resaca que tenían
de la noche anterior.
Así comenzó este tórrido amorío, amor que mes con mes
crecía a la par que los problemas maritales, eso no les impedía

71
seguir dándose sus escapadas al Bengala que se había convertido
en su punto de reunión. Los tragos, el polvo y los ceros
interminables a la derecha era costumbre de cada viernes, estar
con él le llenaba de energía mientras que con Lucas cada vez era
más esporádico el sexo y los “te amo” eran más forzados que
reales.
Una de las tantas noches de romance en el Bengala, al calor de
las copas Luis Rodrigo sacó sus garras, sus verdaderas
intenciones.
—Te tengo una pregunta, ¿eres feliz conmigo? —dijo Luis.
—Claro, si no, no estuviéramos aquí y no haríamos el amor
todos los viernes —respondió Ainara un tanto indignada.
—Es que, me siento mal, ¿me entiendes?, yo quisiera ser tu
esposo, no alguien con quien te citas en un bar y ya, quisiera ser
algo más Nara, estoy harto de verte solo los viernes y solo vernos
un rato, quiero estar contigo todos los días sin andarnos
escondiendo.
—Luis, eso no se puede, ¡entiende! es imposible lo que dices—
respondió Ainara con fuerza.
—No si de verdad lo quisieras, si así fuera desde cuándo nos
hubiéramos librado de él.
Un silencio incomodo arribó a la mesa, un pequeño trago a la
copa seguido de un relamido de labios fue suficiente para romper
la tensión y pedir la cuenta e irse temprano del bar. Solo se
limitaron a darse un beso y cada quien tomó un rumbo distinto.
De camino a casa, Ainara pensaba a conciencia lo que Luis le
había dicho, todo el camino a casa le dio vueltas a ese asunto. Al
llegar, todo estaba oscuro en el departamento, únicamente estaba
la cámara de Lucas sobre la barra de la cocina, al lado un Gansito,
el postre favorito de ella.
A la mañana siguiente Lucas ya no estaba, pero le había dejado
unas magdalenas sobre la barra, esta vez con una nota que decía
“Son para ti, se cuánto amas el dulce. ¡Te amo!”. Ella intentó sentir
algo, sin embargo, no pudo. Eso no impidió que se comiera las

72
galletas acompañadas de un café para amenizar su mañana,
mientras seguía pensando en el comentario de la noche anterior.
Pasaron dos semanas en las cuales no fue al club. Lucas en
ocasiones le daba detalles, como si supiera que había una batalla
interna en la cabeza de Ainara por su amor. Ainara se fue a su
trabajo y alrededor de las once en punto, desde su oficina, llamó
a la carnicería donde trabajaba Luis, rompiendo la regla de oro
que habían pactado.
—Sí, diga —contestó Luis.
—Hola, ya sabes quién soy —dijo Ainara con un tono
apresurado.
—¿Qué onda, eh? Pensé que ya no iba a saber de ti, dos
semanas y nada —respondió Luis con un tono sarcástico.
—He estado un tanto ocupada, discúlpame —respondió ella.
—A ver, siento que esta llamada tiene un motivo, no es nomás
porque sí —respondió Luis.
Ainara recargó sus pies sobre el escritorio, seña de que la
llamada iba a ser larga. Dialogaron durante media hora acerca de
su relación, como si fuera una terapia de pareja y tomaron
decisiones en cuanto a cómo deshacerse de Lucas, Ainara sugirió
primero de una forma legal pero poco a poco se fue
distorsionando hasta pensar en otras alternativas, todo esto con
el objetivo de saber cómo lograr la sucesión de derechos de la
empresa, un plan que se tornaba cada vez más macabro.
Las siguientes semanas Ainara se sentía culpable y de vez en
cuando salía con Lucas, inhalaban algunas líneas y tenían sexo,
pero para ella ya no era lo mismo, solo trataba de imaginar que
estaba con Luis para que el tiempo pasara más rápido. Una parte
de ella intentaba aferrarse y querer amarlo a la fuerza, pero no
daba resultados, se acercaba cada vez más el día y el insomnio
hacía sus noches más largas.
Se llegó el día tan esperado, por la mañana todo fue tranquilo,
Ainara sentía un poco de remordimiento por lo que iba a suceder,
así que lo invitó a desayunar.

73
—Sé lo que está pasando, no sé quién sea ni me interesa
saberlo, solo te diré algo… no quiero que pase lo de siempre, Nara,
por favor —dijo Lucas un tanto molesto.
—Lucas… —respondió Ainara mientras que Lucas la
interrumpía.
—Ya sé tú respuesta, puedo controlar la situación de los celos,
pero con lo otro no podría. Hemos estado casi siete años bien,
tenemos que seguir así —dijo Lucas.
Ainara asintió con la cabeza, Lucas le hizo un gesto al mesero
para pedir la cuenta.
—No olvides que te amo Ainara, te amo y te amaré siempre,
pero por favor no lo estropees —añadió Lucas mientras se ponía
sus gafas de sol.
Ese comentario la enterneció un poco e hizo que se le creara
un nudo en la garganta, tomó un sorbo de jugo.
—Yo también te amo, Lucas, gracias por todo —respondió con
la voz entrecortada.
Terminaron y se fueron a sus respectivas actividades del día,
ella taconeaba y miraba el reloj de su oficina, esperando
impaciente y nerviosa la hora. Pasadas cuatro horas, Ainara y él
llegaron al departamento, el sol estaba casi por meterse cuando
colgaron sus sacos en el perchero de la entrada. Ainara decidió
tomar un baño mientras que él preparaba todo el escenario para
la sangrienta escena que estaba por suceder, seguido de esto salió
del departamento.
El agua caliente caía sobre su piel mientras se frotaba con
fuerza, inhalaba y exhalaba, preparándose mentalmente. Escuchó
el característico sonido de la puerta principal, sabía que había
llegado. Salió del baño y se puso su bata de seda, fue a la sala y ahí
estaba, lo miraba por última vez mientras ordenaba sus ideas y
seguía respirando hondo.
—Escuché cuando llegaste, ¿cómo te fue? —preguntó Ainara.
—Bien, algo cansado…

74
—¿Quieres un trago? Me serviré uno —dijo Ainara para
romper el silencio.
—¡Claro! —contestó.
Se sirvieron un trago de whisky y Ainara veía como él
recargaba sus pies en la mesa de centro mientras se fumaba un
cigarro, ella intentaba buscar una razón para no matarlo. Después
de una cantidad considerable de tragos, reunió el valor que le
faltaba: fue al baño, tomó del cajón unas tijeras de costura y las
puso en la bolsa de su bata.
Regresó a la sala, ahí se le quedó viendo fijamente, lo veía
cómo inhalaba grandes líneas de coca, lo tomó del brazo y lo
empujó en el sillón para posteriormente besarlo. De un momento
a otro comenzaron a desvestirse, Ainara observaba con
fascinación el cuello.
Mientras aún tenían sexo, ella lo besaba y lentamente sacaba
las tijeras de la bolsa de su bata, las deslizó por su cadera y se las
encajó en el centro del pecho aprovechando que sus manos se
encontraban ocupadas, sus ojos se saltaron, repitió el movimiento
en tres ocasiones, pero no vio resultados, él seguía luchando por
quitarla de encima. Desenterró las tijeras y las clavó por un
costado del cuello, pero una vez más no tuvo éxito pues no estuvo
ni cerca de la yugular. Él seguía manoteando e intentando
quitársela mientras que ella desesperada seguía apuñalándolo en
otras zonas del cuerpo haciendo que brotara sangre a chorros por
todos lados.
Él la tomó de los brazos y la aventó para poder levantarse,
Ainara se levantó y tomó un vaso vació de la mesa de centro y se
lo aventó a la cabeza, ocasionando que brotara más sangre y que
descuidara su espalda, ella atacó por atrás, lo sujetó de la cabeza
para apuñalarlo en las costillas y el estómago. Debilitado cayó al
piso, Ainara tomó el florero de porcelana de la mesa, lo estampó
con fuerza sobre su nuca y lo dejó inconsciente.
Estaba tendido en el piso. Ainara estaba cautivada viendo
cómo la sala de su departamento se había convertido en una
película snuff, eso le gustaba, incluso le excitaba. Después de estar

75
perdida en el espacio por un momento, reaccionó y lo arrastró
hacia el baño de su habitación, lo colocó en el piso y abrió la
regadera para que corriera la sangre del cuerpo que aún estaba
inconsciente, lo acomodó de diferentes formas para drenar la
sangre y escuchó los torpes pasos por el pasillo, seguido del
característico clack de la puerta principal.
—Ya llegó —murmuró Ainara.
Él entró al departamento y enmudeció al instante, estaba
asustado por la brutalidad de Ainara, la sangrienta escena le
revolvió el estómago de inmediato, ella salió a la sala para
encontrarse con él.
—Te dije, Ainara, ¡te dije que no lo estropearas! Ahora toca
iniciar de nuevo, como siempre, siempre es lo mismo —dijo
Lucas con un mohín de coraje, mientras se tallaba la cara tratando
de asimilar la situación.
—Deja de reprocharme, Lucas, mira que él quería que te
matara, tienes suerte de que te ame más a ti —contestó mientras
lo señalaba con las manos llenas de sangre.
Lucas solo la veía callado, temeroso.
—¿Qué miras? No tenemos tiempo, necesito que vayas a
conseguir una serie de cosas, escucha; compra una segueta, entre
más grandes los dientes, mejor…También necesito que traigas
toda la lejía que encuentres, bolsas y ehhh… ya conoces el resto,
¡anda ve ya!

76
Otra realidad

Brenda Guadalupe Valdez Palomares

Lidia se sentía frustrada, quería ser como esas niñas que se


encontraban en el parque, bonitas, inteligentes, con temas
interesantes de qué hablar, hasta deseaba que sus ojos no vieran
con tanta claridad para poder usar lentes.
—Mami, quiero un libro, ¿me lo compras?
—¿Y eso? —dijo muy extrañada la mamá. —Te acabo de
comprar un teléfono y ya estás pidiendo otra cosa. Pide cosas que
te hagan más provecho.
Al día siguiente en la escuela, les comentó a sus amigas que
quería saber sobre más cosas y una de ellas dijo:
—¿Qué tienes en la cabeza Lidia? Suficiente tenemos con la
escuela.
Las otras dos solo la miraron extraño y se rieron. Lidia se sintió
tan avergonzada y no habló más del tema. En el fondo, esperaba
esa reacción por parte de ellas.
“Tienen razón”, pensó, “nadie de mis amigas lee libros, seré la
única niña rara que lo haga. Ya me imagino, haciéndome la
interesante con un libro y lo único que provocaré es que se rían o
me vean extraño”.
Por las tardes, cuando estaba acostada en su cuarto viendo las
paredes rosas, se imaginaba que era una renombrada empresaria
con miles de ocupaciones en el día y conviviendo con personas
importantes.

77
“¿Seré alguien importante algún día? ¿Cuántas cosas tengo que
saber para llegar a serlo? ¿Terminaré como mi mamá? ¡Ay no! Yo
sí quiero ser feliz”.
Lidia continuó con su vida normal y dejó sus preocupaciones
infantiles de lado. Al menos por ese momento. Había quedado en
salir con sus amigas al cine un día de la semana.
—Hay que ir al cine saliendo de la escuela, ¿qué dicen?
—¡Sí! Vamos el viernes, saliendo de la escuela —dijeron Lidia
y su amiga de al lado.
—Muy bien, Lidia y Ana sí pueden, ¿y ustedes?
—Sí, vamos —dijeron todas.
Llegó el viernes y las niñas se fueron al cine. Estando allá, a
mitad de la película, Lidia notó que sus amigas estaban en el
teléfono. Le entró un sentimiento extraño, no sabía cómo
expresarlo. Llegó a su casa pensativa, no sabía cómo se sentía,
aunque sí sentía algo, sentía un vacío.
Antes todo tenía sentido y estaba bien, pero desde aquel día, la
envolvió un sentimiento extraño, como si le hubiera quitado el
filtro a una foto donde se veía bonita, y ahora la viera con
imperfecciones, y sin la piel de terciopelo.
De nuevo en su cuarto, comenzó a soñar despierta. Se
imaginaba que era la dueña de una empresa millonaria, que iba a
exposiciones de arte en París y que sus amigas le pedían prestado.
—Ahorita estoy muy ocupada, pero agenda una cita con mi
asistente, si gustas.
—Está bien Lidia, recuerda que somos amigas desde
secundaria.
—Claro, claro, te tomaré en cuenta.
—¡Lidia! Ven a cenar, hace mucho que te estoy hablando, no
sé qué haces ahí encerrada todo el día que ni siquiera escuchas
cuando te hablo.
Durante la cena, Lidia seguía pensando.
—Mami, ¿qué estudiaste?

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—Estudié cómo ser mamá.
—Ya, en serio.
—Estudié hasta la prepa. Me tuve que salir de estudiar para
mantenerte.
La mamá de Lidia tenía en el rostro una expresión seria,
agotada.
—¿Por qué lo preguntas?
—Nomás, ¿y qué te hubiera gustado estudiar en la universidad?
—Lidia, deja de decir tonterías y termina de cenar para que
hagas tu tarea.
—Sí, ma, no es para que te enojes.
El resto de la cena, las dos se quedaron en silencio viendo sus
platos de comida.
Lidia se sintió confundida, no sabía por qué su mamá rara vez
sonreía y platicaba de temas serios con ella, ni novio tenía que la
pusiera de mal humor, así que no sabía el motivo de su enojo.
Solo sabía que no tenía algún recuerdo de su mamá riendo a
carcajadas como Sandra ríe a veces con su mamá o como Karla
platica de sus cosas íntimas con la suya.
Al día siguiente en la escuela, se sentía mejor porque tenía
clase con su maestra favorita de español, la maestra Lidia. Le
causaba mucha gracia que la maestra, al referirse a ella, le decía
tocaya en lugar de su nombre.
—En la clase de hoy hablaremos de los movimientos literarios
y sus principales representantes.
—Que inteligente la maestra, ¿verdad?
—Ay, Lidia, es la maestra, tiene que saber todas esas cosas
porque le pagan.
Para Lidia, su maestra se veía como la mujer más inteligente e
interesante cuando daba sus clases.
—A ver, tocaya, tú que andas tan pensativa, espero que estés
pensando en la clase y no en otras cosas. Dime qué autores acabo
de mencionar.

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—Emm…
—Ay, maestra, si Lidia todo el tiempo está en las nubes.
Todos en la clase se empezaron a reír. A Lidia no le parecía
importarle que se rieran de ella sus compañeros. Se reían de cada
estupidez que ya estaba muy acostumbrada.
—¡Silencio! A ver, tú que te estás riendo, dímelos.
—¿Yo?
—Sor Juana Inés de la Cruz, Tirso de Molina y Lope de Vega
—contestó Lidia —lo mismo que vimos la clase pasada, Diego…
parece que el que no pone atención es otro.
—¡Uy! Bien tocaya. Bueno, ya basta de interrupciones,
seguimos con la clase.
Conforme transcurrió la clase, a Lidia la invadía una
inquietud. Quería hacerle una pregunta personal a la maestra,
pero no se atrevía. Cuando sonó la chicharra para el recreo, se
decidió.
—Maestra, ¿le puedo preguntar algo?
—Dime, tocaya.
—¿Usted cree que soy una niña rara y que siempre ando en las
nubes?
—No, a mí me pareces una niña muy inteligente y que andes
en las nubes quiere decir que estás pensando o reflexionando
sobre algo. Eso hacen las personas inteligentes, pensar.
—Maestra, ¿usted lee libros?
—Sí, a veces. Es muy bonito leer libros, te metes en otros países
y otras épocas.
—¿En serio? No sabía que tanto así era leer un libro, porque los
de la escuela me dan mucha flojera, bueno, los que no son de
español. Yo quisiera aprender más cosas, cosas de otros países,
pero mis amigas se ríen de mí cuando les platico y también
pienso que es una tontería. A veces me siento tan burra.
—Claro que no eres burra, lo que pasa es que eres muy chica
y te faltan muchas, muchas cosas por aprender. Pero me parece

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excelente que quieras explorar otras cosas, eres una niña muy
inteligente y los libros te van a gustar mucho y vas a aprender
muchísimo. Además, hay otras cosas, hay muchas actividades que
puedes hacer para entretenerte y aprender cosas nuevas, hay
actividades que se realizan fuera del horario de clases, aquí en la
escuela se realizan varios tipos de actividades, aparte de aprender
te divertirás mucho.
—¿Cuál maestra? No he escuchado de ninguna actividad de
esas.
—¿Te interesaría?
—No sé, depende de qué actividad sea, solo le digo que los
deportes no se me dan.
—Bueno, sí hay actividades deportivas, pero también de otro
tipo. Hay una que te convendría mucho, es una olimpiada de
conocimiento, te tienes que preparar sobre varios temas e irás
pasando por etapas compitiendo con otras escuelas, pero
necesitas dedicarle muchas horas al día. Tendrás que acomodar
tu horario habitual porque también estarán las tareas de la
escuela, bueno, mañana con más tiempo te explico lo demás para
no abrumarte.
Lidia solo estaba escuchando y comenzando a pensar todo el
esfuerzo que eso implicaba.
De pronto le empezó a latir el corazón de una manera tan
increíble que parecía que se le iba a salir, un sudor frío empezó a
brotar de su frente y sus manos y hasta le faltaba la respiración,
era una sensación tan asfixiante, hasta que de pronto…
—Entonces, ¿estás dispuesta a dar todo de ti?
—Sí, me gustaría participar. Creo que puedo hacerlo.
—Pero necesitas el permiso de tu mamá porque tienes que
venir algunos días por la tarde y salir de la escuela cuando se
realicen eventos de la olimpiada.
—Sí, maestra, le diré en cuanto llegue a mi casa.
—Voy a tramitar el permiso ahora para que tu mamá pueda
firmarlo pronto porque la convocatoria está por cerrarse.

81
Lidia se fue a su casa entusiasmada y a la vez nerviosa con esa
nueva actividad. Mientras estaba quitándose el uniforme, Lidia
solo pensaba cómo decirle a su mamá que deseaba entrar a esa
olimpiada. Sentía un pequeño temor de que su mamá se enojara
y se negara a darle el permiso.
—Mami, sé que no tienes tiempo, pero… no, no, así no. Ma, ¿ni
sabes qué?, me inscribí en una nueva actividad de la escuela, es un
concurso, digo, una olimpiada de conocimiento… Ay, a ver si no
me regaña por no haberle dicho primero.
Mientras caminaba a paso lento hacia la cocina, seguía
practicando cómo decirle a su mamá.
—Mmm… qué rico huele. ¿Qué hiciste de comer?
—Pollo en crema.
—¡Que rico, mami!
—¿Qué pasó? ¿Por qué tan misteriosa?
—Me inscribí en una olimpiada de conocimiento…
—¿Y eso?, ¿para qué?, ¿y la escuela?
—Es saliendo de clase, ma, y a veces por las tardes. Eso me va
a ayudar mucho en la escuela.
—Ay, Lidia, yo no sé para qué te metes en esas cosas, pura
pérdida de tiempo. También te digo que yo no tengo tiempo ni
dinero para andar gastando en gasolina llevándote dos veces al
día a la escuela.
—No te preocupes, ma, yo me las arreglo.
—Eso espero, porque esta semana estaré haciendo horas extra,
así que llegaré tarde y menos tiempo tendré. Trataré de dejarte
comida hecha para que la calientes cuando llegues.
—Está bien. Oye, se me olvidaba decirte que me tienes que
firmar una hoja, es un permiso.
—¿Dónde firmo?
—Aquí.
—Listo. Y pobre de ti descuides la escuela o andes por ahí de
vaga con ese pretexto.

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—Ay, ma, cómo crees.
Cuando Lidia llegó a su cuarto no cabía de la emoción. Nunca
se imaginó que sería tan fácil. Se sentaba en la cama, después se
paraba y se miraba al espejo con unos lentes. Luego tomaba un
libro y practicaba cómo respondería a una pregunta lo más rápido
posible y de la mejor manera. Incluso por la noche no podía
dormir pensando en todo lo que le esperaba.
—¡Lidia! Levántate ya son las 6:30, vas a llegar tarde. Te dije
que te durmieras temprano, no creas que no me di cuenta que
apagaste la luz de tu cuarto hasta las once, de seguro estabas en el
teléfono.
—¡Ya voy, ma! —gritaba mientras brincaba de un lado a otro
poniéndose el uniforme lo más rápido que podía —¿No has visto
mi otro zapato?
—No, y más vale que te apures porque te voy a dejar y te irás
caminando a la escuela.
Lidia salió a tiempo del cuarto y alcanzó a su mamá en la
puerta. Mientras iba muy contenta a la escuela porque le esperaba
algo nuevo, su mamá iba estresada y pitando cuando un carro se
metía en la fila. Cuando llegaron a la escuela, Lidia le dio un beso
y un abrazo a su mamá y le deseó un buen día. Esto cambió el
semblante de ella y se le vio más relajada.
—Buenos días a todos, hoy veremos un nuevo tema. Saquen
su libro y su cuaderno por favor.
—¡Hola maestra! aquí tengo el permiso ya.
—Muy bien, tocaya, vemos eso al final de la clase.
Mientras transcurría la clase, Lidia pensaba en cómo les diría
a sus amigos sin que se burlaran de ella, siempre decían que
hablaba cosas un poco raras, pero se llevaba bien con ellos. De
pronto, toda la emoción se convirtió en miedo, así que decidió
posponer ese momento.
Sonó el timbre para salir al receso y todos salieron corriendo
menos Lidia, que esperaba hablar con su maestra.

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—¿Estás lista? Hoy después de clases empezaremos con la
primera sesión para ver los temas que se abordarán y con qué
alumnos y maestros te apoyarás.
—Sí maestra, ya le hablé a mi mamá sobre quedarme después
de clases y dijo que sí.
—Estaré en la sala de cómputo.
—Sí maestra, en cuanto salga me voy para allá.
Lidia llevaba tanto tiempo pensando en ese tema que ya no
sabía si le emocionaba tanto. Cuando iba a entrar a la sala, vio a
cuatro estudiantes, que serían sus compañeros en la olimpiada,
todos de distintos salones. Con esto volvió a desanimarse porque
dos de ellos habían sido criticados por sus amigos y catalogados
como nerds y volvió a su mente el temor a las burlas o rechazo de
sus amigos y compañeros. Sintió que ya no era tiempo de echarse
para atrás, así que decidió entrar y sentarse.
Enfrente estaba un pizarrón con algunos de los temas que
estudiarían, entre ellos estaba uno de sus temas favoritos, el
antiguo Egipto. A Lidia le fascinaban los temas que tuvieran que
ver con historia, siglos pasados y otras civilizaciones, en especial
los egipcios. Esto la animó de nuevo, todo lo que podría aprender
y con ayuda de otros alumnos y maestros, formando un equipo,
era como armar un rompecabezas de 500 piezas, de esos que le
encantaba armar con su mamá cuando tenía tiempo (muy rara
vez), cada quien aportando su parte del trabajo para ir cubriendo
los temas a tratar durante la olimpiada.
Al paso de una semana, llegó la fecha tan esperada, el primer
encuentro entre escuelas. Lidia estaba muy nerviosa y para su
suerte, su equipo no era de los primeros en participar. Aun así,
todas las escuelas estaban presentes en el primer encuentro.
La primera competencia fue de la escuela Gastón Garrido y la
escuela Fausto Topete. De esos 10 participantes sentados enfrente
hubo alguien que llamó la atención de Lidia. Tenía los ojos claros
y redondos, el cabello rizado, color negro oscuro y una sonrisa
hermosa, por si fuera poco, era el niño más refinado, listo y audaz
ante sus ojos. Una sola aparición de 10 minutos bastó para tener

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toda la atención de Lidia. Lo único que sabía de él era que se
llamaba Enrique y era el nombre más bonito.
Cuando estaba por terminar el encuentro de Enrique, hubo un
instante en el que cruzaron miradas. Inmediatamente Lidia
agachó la cabeza sintiendo una oleada caliente por todo el cuerpo
y una sonrisa involuntaria se desprendió de su rostro. A su vez,
sintió un poco de pena porque Enrique se dio cuenta de que ella
estaba mirándolo, aunque tal vez era él quien estaba mirándola
primero, así que su rostro esbozó una sonrisa aún más grande que
la anterior.
Terminado el encuentro, era el turno de otras dos escuelas y
los participantes tenían que pasar a tomar lugar entre los
espectadores (el resto de los estudiantes y maestros). Para fortuna
de Lidia, Enrique se sentó a solo dos asientos de ella y las oleadas
de calor en el cuerpo y hormigueo de estómago volvían, pero esta
vez se sentía más nerviosa que la primera. Lidia sentía la mirada
en ella, la ronda de preguntas que tenían enfrente, los murmullos
de alrededor eran inexistentes en ese momento, solo sentía una
mirada fija en ella, pero no se atrevía a voltear.
Cuando por fin se decidió, se topó con una sonrisa amable y
un saludo.
—Hola.
—Hola.
—¿Cómo estuve ahorita? Me sentía tan tonto, me tardé para
responder la tercera pregunta.
—Emm… Estuviste muy bien, digo, como los demás.
—Gracias, estaba algo nervioso. ¿Cómo te llamas? Yo me llamo
Enrique, pero no me gusta, me gusta más Quique, así me dicen
mi familia y amigos.
—Soy Lidia, me da gusto conocerte, Quique, y me alivia saber
que no soy la única que está nerviosa, es la primera vez que
participo en algo así.
—Yo casi siempre, mis maestros siempre me insisten y me
gusta, así que siempre termino cediendo.

85
—A mí también me convenció mi maestra, siento que todos
los que están aquí son muy buenos.
Pasaron dos turnos más y Lidia estaba aterrada, todos eran tan
listos, tan inteligentes, tan seguros para responder. Parecía como
si tuvieran grabadas de memoria todas las respuestas y en el
orden correspondiente. Sentía admiración por todos ellos y
quería aprender tanto como ellos, estaba aterrada, pero también
fascinada. Y llegó el momento.
—Tercera pregunta para Lidia de la escuela Álvaro Obregón.
¿Qué países participaron en la primera guerra mundial y en qué
año inició?
—…
—¿Lidia?
Lidia no respondía. Se quedó paralizada. El maestro
mencionó su nombre de nuevo.
—Señorita.
—Lidia, te hablan. ¿No vas a contestar? Eso nos costará muchos
puntos.
—Lidia, ¿qué te pasa? —dijo otro de los compañeros de Lidia.
Sus compañeros le hablaban y ella no respondía. En ese
momento sentía muchas ganas de llorar y salir corriendo, decirles
que se retiraba de la olimpiada y que siguieran sin ella, quería
esconderse debajo de la mesa y cerrar los ojos para sentir que
nadie la estaba viendo.
—Lidia nos hiciste perder puntos, nos hemos esforzado
mucho para intentar ganar y vienes a arruinarlo.
—Sabía que ella no iba a poner de su parte y que no se tomaría
esto en serio.
—También pensé lo mismo.
—Perdónenme, por favor, se me olvidó la respuesta y me
paralicé, no supe qué hacer, todas las miradas estaban en mí y me
dio mucha vergüenza que todos estuvieran esperando mi
respuesta. Les prometo que no vuelve a pasar.

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Después de ese momento, Lidia no podía ni ver a Quique de
la vergüenza que sentía. Cuando iba caminando sentía las
miradas y susurros de los demás participantes.
—¿Estás segura que no te equivocaste en el nombre de la
olimpiada? Esta es la olimpiada de conocimiento, tal vez tú ibas a
la olimpiada de mensos. No pudiste contestar algo tan fácil.
—El menso eres tú porque mi equipo le ganó al tuyo con 8
puntos —dijo Quique.
—Gracias, Quique, pero es verdad, que vergüenza. Me quedé
como una tonta en una pregunta tan fácil. Nunca pensé que estar
ahí enfrente fuera tan difícil.
—No pasa nada, Lidia. Es tu primera vez, a todos nos pasa. Yo
sé que la próxima lo harás bien, me acuerdo que la primera vez
que participé respondí que el país más grande del mundo era
América Latina. No sé en qué estaba pensando, pero eso ya hasta
se me olvidó, lo mismo va a pasar con lo de hace rato.
—Muchas gracias, Quique.
En ese momento, Lidia sintió que Quique le quitaba un gran
peso de encima y se le pasó un poco el sentimiento de pena.
Terminó ese largo día y Lidia estaba algo desconcertada. Pensó
que sería más emocionante y que no serían tan duros con ella,
pero decidió seguir preparándose para seguir adelante.
Pasaron algunas semanas y Lidia y sus compañeros seguían
preparándose para la olimpiada y las siguientes rondas. Todo esto
empezó a cansarla. Llegó el día de la entrega de boletas y cuando
llegó a su casa, su mamá estaba furiosa.
—¿Qué significa esto? Es lo único que te pedí Lidia, que no
descuidaras la escuela. La escuela es más importante que
cualquier tontada, cualquier jueguito de la niña lista.
—Ma, es que he tenido muchas cosas que estudiar y…
—¡Y nada! Vete a tu cuarto a hacer tus tareas y no quiero recibir
más calificaciones así de bajas porque te olvidas de esa dichosa
olimpiada.

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Lidia trataba de hacer todas sus tareas, pero los del equipo de
la olimpiada querían reunirse todos los días. Un día que no pudo,
se enojaron bastante con ella y decidió no volver a faltar. Mientras
tanto, seguía manteniendo comunicación con Quique a través del
celular, sentía que él era la única persona que la entendía.

—Quique, no sé cómo le haces para estudiar para la escuela y


la olimpiada, se me junta todo y los niños se enojan conmigo
cuando no puedo reunirme y mi mamá no quiere llevarme. Eso
hace que me tarde mucho en llegar y para regresar igual, llego
tarde y me queda muy poco tiempo para las tareas.
—No te estreses, Lidia, cuando necesites ayuda dime, no
tengas pena. Todo se trata de saber organizarse y no perder el

88
tiempo. Yo sé que eres muy inteligente y tú puedes con eso y más.
Solo que es algo nuevo para ti. No te desanimes.
—Gracias, Quique, es bueno saber que no soy la única que se
la lleva en la escuela.
Pasó el tiempo y Lidia seguía dando su mayor esfuerzo, salía
de la escuela una hora más tarde de lo habitual, por lo que su
mamá ya no pasaba por ella. Se iba caminando, llegaba
calentando comida y de regreso a la escuela a seguir estudiando.
Se sentía tan cansada y sus compañeros parecían tan cómodos,
tan tranquilos y ella tan desorganizada. Trataba de cumplir en
ambas partes, y hasta ahora estaba logrando cumplir con sus
compañeros de la olimpiada.
Un día Lidia no se quería levantar y su mamá enojada entró al
cuarto gritando.
—¡Lidia, no seas floja, ya levántate! Cuántas veces te tengo que
decir que te duermas temprano. No me gusta andar esperándote,
se me va a hacer tarde. Lidia, ¿qué son esas ronchas?
—No sé, ma, no me siento bien.
—Ahorita tengo una reunión, no tengo tiempo de llevarte al
doctor, hija. Quédate en casa, no vayas a la escuela.
—Pero ma, tengo un examen y tengo que estudiar en la tarde.
—Te quedas, dije. Te vas a volver loca, no sales de la escuela,
por eso te enfermas, yo creo. Cuando vuelva te llevo al doctor.
Lidia obedeció, pero se quedó muy preocupada por el examen
y por la reunión con los compañeros de la olimpiada. Se quedó
en cama, pero con un dolor muy fuerte de cabeza y ronchas
saliendo en más partes del cuerpo, principalmente en la cara y
brazos.
Cuando la mamá de Lidia llegó se sorprendió al ver a la
maestra Lidia y a un extraño adolescente en su casa.
—¿Qué pasa?
—Me preocupé porque Lidia no asistió a la escuela y tenía
examen. Ella es tan responsable.

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—Mamá, él es Quique, un amigo, vino a verme porque me
sentía mal y a mí maestra ya la conoces.
—Mucho gusto, Quique. Gracias por venir, maestra, pero no
era para tanto, ahorita llevaré a Lidia al médico.
—Señora, no quiero entrometerme, pero creo que lo que tiene
Lidia son síntomas de estrés. Ha estado bajo mucha presión y
entiendo si usted no quiere que ella siga en la olimpiada de
conocimiento, pero se puede lograr con apoyo de todos y una
buena organización.
—Maestra, yo tengo muchas cosas que hacer y no me da
tiempo de nada.
—Yo puedo ayudar a Lidia, señora, si me da permiso de venir
para apoyarla con lo de la olimpiada o con la escuela —dijo
Quique entusiasmado.
—Es un gesto muy amable de tu parte. Me parece bien, si tus
papás te dan permiso.
—Lidia no te presiones, tú puedes con esto y más. Con la ayuda
de nosotros podrás cumplir con todo, ya verás —dijo la maestra
de Lidia.
—Es que es demasiado para mí. Me la llevo todo el día en la
escuela y me duele la cabeza siempre, creo que lo mejor sería que
deje la competencia. Yo no soy tan inteligente como los demás,
siempre me ven raro, se enojan conmigo y siento que ni siquiera
me quieren en su equipo. Creo que preferirían ser un equipo de
cuatro integrantes y cuando digo algo nadie me toma en cuenta.
—Eso va a pasar muchas veces, pero nos tenemos que poner
fuertes y enfocarnos en lo que nosotros queremos.
—Mis compañeros tampoco querían que estuviera con ellos,
siempre discutimos y todos queremos tener la razón, pero poco
a poco vamos cooperando. Yo tampoco la he tenido fácil, Lidia,
no pienses que es porque no perteneces aquí, siempre en un
equipo habrá distintas opiniones y ellos tienen que aprender a
respetarte.
—Así es, hija, en mi trabajo también pasa lo mismo y eso no
me hace pensar en renunciar o que no pertenezco ahí. Siempre
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te vas a topar con este tipo de problemas, pero hay que aprender
a afrontarlos.
—Ya ves, tocaya, todos te entendemos, siempre va a existir
alguien que critique lo que haces, pero eso no te debe importar.
Tú enfócate en ti y tus metas.
—Gracias. Creo que no supe organizarme y no sé si pueda
porque viene el otro encuentro, no quiero que me suceda lo
mismo que en el anterior.
—Lo vas a lograr. —le dijo su maestra.
—Gracias, voy a tratar de estar más en casa para que Lidia no
tenga tanta carga y no vuelva a suceder esto.
Después de que el doctor confirmara que eran síntomas
debido al estrés que Lidia estaba teniendo en esos días, ella y su
mamá se dedicaron a crear un horario de actividades de la
escuela, la olimpiada y la vida social para que no se presionara.
Su mamá cambió de actitud y comenzó a ayudar e
involucrarse más en los asuntos de su hija, Quique fue de gran
ayuda para Lidia porque la ponía al corriente con los temas de la
olimpiada y así podía prestar igual atención a la escuela. Decidió
ignorar las burlas de sus compañeros y cuando todo estaba
tomando forma, sintió la misma emoción que al principio y a su
vez, un gran alivio.
—La siguiente pregunta es para Lidia, ¿cuál es la ciudad más
grande del mundo?
—Tokio.
—¡Correcto!
Pasó el turno del equipo de Lidia y así transcurrió el día, cada
vez tenía más confianza en ella. Llegó la hora de anunciar al
ganador.
—Empezamos con el tercer lugar. Ahí va… El tercer lugar va
para la escuela Álvaro Obregón.
No lo podía creer, aunque ella estaba preparada para todo,
jamás imaginó obtener un lugar en la competencia. Sintió una
alegría tan grande, todos los de su equipo se abrazaron y ni

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siquiera escucharon el segundo y primer lugar. Nada más
importó, solo pensaba que tanto esfuerzo y problemas habían
valido la pena. Todos saltaban de emoción y Lidia sentía ganas de
reír a carcajadas, de subirse arriba de la silla y bailar.
Su mamá y maestra la felicitaron. A partir de aquel día, Lidia
sintió una conexión especial con su mamá y todo gracias a su
maestra y su insistencia para entrar en la competencia. Esos días
habían sido más felices que muchos otros porque compartía una
actividad con su mamá y eso las unió. Además, se sentía tan bien
consigo misma por todo lo aprendido y los nuevos amigos que
había hecho. El equipo de Quique fue quien se llevó el primer
lugar, otro motivo para festejar, pues los dos veían los frutos de
tanto esfuerzo.
Lidia continuó su relación con Quique, aunque cuando le
preguntaban que eran ellos dos, no sabía qué responder. Los días
en la escuela se normalizaron ya que había pasado la olimpiada y
Lidia se sentía muy aliviada de que ya todo hubiera pasado.
—Lidia, ya nos dijeron que eres una cerebrito.
—Pues no sé si una cerebrito, pero sí creo que soy más
inteligente que antes.
—No sé cómo te puedes llevar con esos nerds.
—No tiene nada de malo convivir con otras personas. Aparte,
son muy inteligentes, me gusta mucho que me enseñen otras
cosas.
—Ya hasta hablas como ellos.
Lidia se retiró porque no quería ocasionar un problema con
sus amigas, aunque ahora estaba dudando si lo eran. Cada que
tenían oportunidad hacían burlas al respecto.
Llegó la hora de entrar al salón y tocaba clase de física.
—Jóvenes guarden silencio, estamos viendo este ejercicio que
está en el pizarrón para los que andan perdidos.
—Maestro ya terminé el ejercicio.
—Sí, ahora es la nueva ñoña, solo le faltan los lentes y los
granos.

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Todo el grupo empezó a reírse del chiste que hicieron sobre
Lidia.
—¡Silencio! Estoy explicando este ejercicio y ustedes no hacen
más que hablar.
Todos se callaron y Lidia tenía un nudo en la garganta, desde
que había participado en la olimpiada, sus compañeros se
burlaban de ella, incluso más que antes. Tenía ganas de
desaparecer. Solo se decía a sí misma que era inteligente y que esa
experiencia valía la pena, aunque no tenía tanto efecto como ella
esperaba. Antes les contestaba a sus compañeros, pero ahora no
se sentía de ánimos para hacerlo, quizás en el fondo pensaba que
tenían razón. Comenzó a alejarse de las que decían ser sus amigas,
ahora comía sola y no tenía ganas de convivir con nadie.
Conforme pasaron los días, el bullying fue en aumento y no
sabía qué hacer, le resultaba tan difícil ir a la escuela, ya no
hablaba con Quique y su mamá casi no estaba en casa porque
hacía muchas horas extra.
Un día no fue a la escuela, algunos de sus maestros se
preocuparon y decidieron contactar a su mamá. Se puso furiosa
porque la había dejado en la puerta de la escuela y era imposible
que no se presentara en clases. Trató de contactarla, pero no
contestaba.
Cuando la mamá de Lidia llegó a la casa estaba más furiosa que
antes, pensando en su trabajo y el permiso que había pedido. Al
entrar a la habitación no podía creer lo que estaba viendo. Lidia
se había tomado un frasco de pastillas y mientras estas hacían
efecto en su cuerpo, sentía latir el corazón de una manera tan
increíble que parecía que se le iba a salir, un sudor frío empezó a
brotar de su frente y sus manos y hasta le faltaba la respiración,
era una sensación tan asfixiante, cuando de pronto…
—Entonces, ¿estás dispuesta a dar todo de ti?

93
Justos por pecadores

Adalia Estela Flores Sánchez

Me sentía cansada, los pies me dolían y tenía mucho sueño, la


noche anterior mi Andreita no me dejó pegar la pestaña ni un
ratito, hacía una y mil cosas para que no me durmiera, ella no
comprende que tengo que madrugar para trabajar todos los días.
Las miradas y rostros cansados de estas personas reflejan lo difícil
y desgastante que es la vida en el campo, la carnosidad de los ojos
de algunas mujeres y hombres me hacían confirmar que ser una
persona sin estudios ni oportunidades en la vida es jodido, pero
aquí nadie se queja porque la felicidad que provoca salir en un día
de raya rumbo a la casa no tiene precio. La buena vibra de la gente
los sábados no se compara con nada, risas por aquí y por allá, que
si le caes con el seisito platicador en la tarde o cualquier otro plan
de sábado.
En ese momento solo pensaba en llegar a mi casa y ver a mi
hija bien cambiadita. De seguro mi amá ya le había hecho sus
colitas y le había puesto sus tenis nuevos. Nada como ver a mi
chipilona emocionarse cuando me ve llegar, ni la raya ni nada se
compara con la compañía de mi hija un sábado por la tarde, en
donde solo tengo tiempo para pensar en ella y en qué cosas le
hacen falta, y en eso pensaba. También pensaba en echarme un
cocón bien helado junto con mi amá para acompañar los tacos
paseados que como todos sabemos son los meros meros,
mientras esperaba a que se me enfriaran los pies y que mi amá
me contara cómo se portó la niña y que a lo mejor ya sabe contar
hasta el cinco y cómo le fue con las ventas y algún que otro
chismecillo del pueblo, esos nunca faltan.
95
Por un momento, me quedé pensando en el morrito de
unos doce años que venía hasta el fondo bien en su rollo con su
bocina colgada al cuello que lo hacía sentirse grande, malón y
hasta el todas mías para su corta edad, ese que en la mañana al
bajarse del carro se le cayó de la bolsa del pantalón un cincuenta
de mota y que como era de esperarse los demás batos lo trajeron
a carrilla y que de seguro de esos cincuenta no le tocó nada al
chamaco. Malditos vicios. Pensé en todo lo que ese morrillo
tendría que haber pasado para tener que estar así, no me enojé
con él, pero sí con la vida que es tan injusta. La llamada de mi
prima Lucy cortó la canción que iba escuchando con mis
audífonos.
—Dígame licenciada.
—Hey, ¿qué onda? ¿Dónde vienes? —la noté asustada, alterada
y rápidamente mi intuición me hizo pensar que algo no andaba
bien y sí que no me falló.
—¿Qué pasó? Aquí voy entrando al ejido, ¿por qué?
—Oye, no me vas a creer, pero es que…
—¿Qué cosa? ¿De qué hablas? No me asustes Lucy, ya sabes que
no me gusta que andes con tus cosas.
—Cuáles cosas, no te vayas asustar, Ester, pero dicen que
encontraron colgado al Chema, ¿tú crees? Ay no, Ester, andamos
bien asustados.
—¡¿QUÉ?!, ¿dónde?, ¿cuándo? No juegues con eso, Lucy.
—Es neta, te lo juro, hace como una hora lo hallaron en la casa
de don Camilo, ya ves que él le cuidaba ahí, a nadie se le ocurrió
que ahí estuviera pues ya ves que pensábamos que se había tirado
a perder por la deuda.
—Tanto que le dije —no sabía cómo reaccionar, empecé a
sentir pulsaciones por todo el cuerpo, de un segundo a otro mi
cuerpo ya estaba todo sudado, el corazón se me salía, mi cerebro
no podía asimilar lo que estaba escuchando. —¿Y la niña? Dime
que ella no sabe nada, Lucy.
—Obvio no, pero lo peor es que ya andan los viejos
buscándote porque doña Juana jura que tú tuviste algo qué ver y
96
luego luego les mandó a decir a aquellos. Por eso mi tía me dijo
que te marcara.
—Ay no manches, yo no tengo nada que ver ni he ido pa’llá —
me arrepentí de haber dicho eso pues algunos me voltearon a ver.
—Pos ya andan aquí como locos, dando y dando vueltas, dice
mi tía que mejor ni llegues a la casa, ya ves cómo es esta gente que
no perdonan nada. Piérdete un rato por ahí.
—Hey, pero no traigo saldo, marc…
No pude ni siquiera decirle que me cuidara bien a la niña.
Cómo podía ser posible. Pensé en tantas veces que le supliqué al
Chema que se dejara de esas cosas, que nada bueno le iba a traer
eso. Pero ya andando bien entrado no le importó nada, ni perder
a su mujer y a su niña, a su única familia que nunca lo dejó abajo
y a pesar de que fuera como fuera, Andreita nunca lo dejó de ver
y bien encariñada que está con él, tal vez eso fue lo que más me
pesó.
Faltaban unas cuatro cuadras para llegar a la casa y por pura
suerte no habíamos entrado mucho al ejido y no me quedó de
otra más que gritarle al carrero:
—Aquí me voy a bajar.
—¿Aquí mero? —me dijo al mismo tiempo que frenó el carro
casi en seco. Algunas cabezas que venían dormidas se levantaron
y miraron extrañados pues aquí no se baja nadie. Pero nadie dice
nada, solo se miran unos a otros de la manera más incómoda.
—Sí, porfa.
—Ándele pues, ¿pero el lunes se sube allá en el Realengo o
aquí?
—No, oiga, allá.
No me di cuenta de lo recio que cerré la puerta, me sentía
aturdida. Quería volverme invisible o que me tragara la tierra,
cualquier cosa sería mejor que esto.
Era inevitable pensar en el Chema y lo que había hecho, cómo
era posible que ya no estuviera más aquí ni pa seguir haciéndome
la vida de cuadritos. Nunca le deseé que le pasara eso a pesar de

97
cómo se haiga portado conmigo y que nunca me defendió de
doña Juana y sus pasadas de lanza. Me hizo conocer el lado chido
de la vida, aunque al final me haiga querido embarrar en sus
trances. Quién sabe cuántas cargas debía ya pa mejor decidir
renunciar a todo, a su vida.
Pedirle ayuda a alguien pa que me ayudara a salir del ejido
sería mi última opción, ¿cómo confiar? Caminé en friega hasta
agarrar monte, entre más caminaba más me perdía. Ni los
animales, ni el suelo caliente por arriba de los 40° y ni siquiera
toparme con un punto entre las gobernadoras me importó, solo
quería llegar a la carretera y que Dios dijera pa dónde. Lo único
que esperaba era otra llamada de la Lucy y que me dijera que todo
era mentira.
“Tú eres mi enfermedad y esto es la medicina que ocupo,
entiende” me dijo aquel día con los ojos perdidos y la boca reseca
que se movía de una manera anormal y fue lo que hizo que yo
me decidiera de una vez por todas a irme a vivir con mi amá. El
hambre como quiera se me pasaba, los moretones como quiera
me los escondía, pero ya no soporté ni un día más seguir siendo
el pretexto pa que se pusiera bien loco hasta el punto de quedarse
a gusto después de golpearme con sus asquerosas manos.
Las piernas me temblaban, las manos me sudaban y si por
algún momento me tapaba los oídos podía escuchar la alteración
del corazón, clara señal de que algo no andaba bien, sentía que el
aire me hacía falta.
Dios dame fuerzas. Repetí eso un montón de veces mientras
veía pasar los carros que por ningún motivo se paraban a pesar de
mi insistencia. Habían pasado unos pocos minutos esperando el
raite y yo sentía que tenía horas ahí, pero si agarraba camino
menos me iban a querer subir por allá.
Miré que del camino que va pa el ejido venía un carro, le
supliqué a Dios que fuera quien fuera no me reconociera y no se
parara. Mientras el s10 todo descarapelado por el sol y los años,
con el vidrio quebrado y las llantas lisas se acercaba a mí, yo me
trataba de disfrazar poniéndome los trapos en la cara que me
ayudaban a cuidarme del sol en el campo. Entrapajarme la cara
98
con una camiseta vieja era pan comido. Me puse a ver el celular
agachando la cabeza lo más que pude.
—¿Pa dónde va oiga? ¿Va pa un campo? —lo dudé, pero alcé la
mirada como no queriendo. La voz vieja no me sonaba nada
familiar, el carro nunca lo había visto, era el chance.
—Voy pa la “Y”.
—Súbase pues, ¡ámonos!
El hombre ya mayor jaló con fuerza la agujeta que estaba
amarrada en la manija quebrada de la puerta.
—Ta fuerte el sol oiga. ¿Cómo la trató el calor ahora? Ya se
quiere dejar venir, ¿no?
—Sí, ¿no? —le contesté sin estar segura de lo que me preguntó.
—¿Es usted del ejido?
—Sí, de aquí.
—Órale, órale, yo me vine a dar la vueltecita con un amigo
muy querido, es de los López. A lo mejor conoces al viejo, tiene
unas tareas de uva y ya ve que ya mero empieza el corte y ando
viendo lo de la gente y eso. A ver cómo viene este año.
—Sí, ya mero empieza, ¿no?
El hombre pudo notar mi voz entrecortada y lo distraída que
estaba. No dijo una palabra más hasta llegar al poblado.
Lloré todo el camino, pero mantuve el rostro y el cuerpo sin
movimiento. Tenía miedo de no volver a ver a mi chipilona, pero
a su edad ya se le queda grabado todo. Aunque ella no sabía nada
de lo que estaba pasando, a mí ya se me figuraba que la había
decepcionado, que era la peor madre por dejarla, pero al rato
como quiera vengo por ella. Solo quería un abrazo de mi niña.
Trataba de pensar solo en ella, en su carita y sus carcajadas, pero
de repente el Chema de nuevo y sentía como si me dieran una
puñalada en el estómago. Primero Dios, todo pasará. No dejaba
de repetir eso en mi cabeza. Dios, si en algo te he fallado
perdóname y si en algo te he servido ayúdame a ser fuerte y a
poder salir de esta.

99
—¿Dónde mero? —me dijo el señor tan amablemente que ni
siquiera lo sentí en todo el camino porque era de esa gente que
no te dan mala vibra, pero que tampoco fingen ser amables, de
esa gente que debería estar lleno el mundo.
—Aquí está bien oiga, muchas gracias.
Ese “muchas gracias” era innecesario pues al bajarme le iba a
volver a decir una o dos veces más, pero reconozco que así soy
cuando estoy muy nerviosa.
Grupos de gentes que van y vienen, el calor no es un
impedimento cuando tienen el tiempo contado para divertirse
un ratito antes de que los vuelvan a llevar a los campos o al campo
de guerra, mejor dicho. La mayoría hombres, hombres que
tienen su hogar a fácil unos 4 días de distancia, hombres que aquí
no vienen a jugar, cientos y cientos de hombres que vienen a
enriquecer a unos cuantos sonorenses. Se conforman con
pasearse por los tianguis con sus botes de cerveza de los más
baratos y comerse un pollo asado como entre seis. Comprar su
rollo de papel y jabón y hay otros que estrenan un celular nuevo
a sabiendas que se lo quitarán antes de irse, porque así es, porque
así toca. Toda esa gente sufre un tormento, sufre hambre, sufre
soledad, pero nomás la temporada, luego llegarán felices a sus
casas, con un poco de dinero que les saben a millones porque es
dinero limpio. En cambio, este tormento que siento no va a durar
una temporada, no se va acabar y olvidarlo, no cuando te pasa
esto. Quiero ser ellos.
Casi para llegar me aseguré que el señor de hace rato no
anduviera por aquí, no es que me importa si me mira, pero por si
acaso es mejor que no. La central ya me estaba esperando, sus
paredes empolvadas y con diferentes azules por el paso de los
años, el número 83 en el plastiquito en la puerta, y afuerita
muchas maletas, maletas grandes que vienen a quedarse aquí
unos meses. No estaba donde quería estar, pero por lo menos
estaba donde debía. Entré y di los pasos largos para llegar a la
taquilla que por suerte estaba vacía, había gente sentada, pero era
mejor no voltear.

100
—Buenas tardes, un boleto para Hermosillo —hablé un poco
más bajo de lo normal y temblorosa.
—Identificación —ni las buenas tardes se dignó a decir la vieja,
gente amargada.
—¿La credencial? —pregunté y solo afirmó con la cabeza, con
una mano estirada esperando y con la otra meneándole a la
computadora. Para mi suerte necesitaba la credencial para cobrar
hace rato en el campo, entonces hasta el momento otro punto a
favor por más raro y extraño que eso se sintiera. Se me hacía
eterno esperar a que me hiciera el boleto, y más aguantándome
las calmas de la mujer, pero trataba de actuar normal pa no
levantar tierra.
—La salida es a las 2:30 pm destino Hermosillo, asiento trece.
Le di las gracias pa no ser grosera igual que ella, me di la vuelta
y disimuladamente volví a asegurarme que la gente esperando no
fueran conocidos.
Un viejito cabeceando y agarrado de su bastón, una muchacha
escuchando música, una mujer con su niño como de la edad de
mi Andreita viendo vídeos en el celular, mientras se comía unos
Fritos que me hizo acordarme de mi amá, y saliendo del baño, el
Neto, sí cómo no, el mismo caminado, el mismo esqueleto, pero
ahora vestía diferente, andaba arreglado el morro. Mi compa de
la prepa que en friega me reconoció. Intenté hacerme la
disimulada buscando algo en la mochila. Intenté cambiar la
mirada, pero era imposible que no se diera cuenta que ya lo había
visto, se acomodaba su bolsa colgada al cuello y recargada en su
pecho, ¿por qué trae una de esas? Si me salgo seguro me va a
hablar y afuera hay más gente. Se dirigía a mí y a mí no me
importaría si hiciera como que no me vio, en otro momento se
hubiera visto grosero, pero en ese momento era lo que más
deseaba que hiciera.
—¿Qué onda, Ester? ¿Eres o te pareces? —era obvio que, si yo
pedía no toparme a nadie, la vida me iba a poner a gente que no
había visto hace años y con los que no quería platicar, no en ese
momento.

101
—Hey qué onda. Hace un montón que no te veía.
—Nombre, morra, pues tú no te dejaste ver ya, desde que te
saliste de la prepa y te juntaste con aquel bato, te perdí el rostro,
pero hasta disfrazada te reconocí, no cambias nada —que era fácil
de reconocer era lo último que quería saber, pero si lo dice el
morro que estuvo enamorado de mí toda la secundaria y hasta el
último día que lo miré en la prepa antes de salir embarazada así
debe ser. Sonreí de la manera más fingida que pude haber hecho.
—Pero qué onda, ¿vas saliendo del jale? ¿Pa dónde vas? Si se
puede saber.
—Voy pa Caborca a arreglar unas cosas del banco.
—Órale, morra, yo voy llegando de Peñasco, ahorita yo creo
ya me están esperando afuera —como desde que lo conozco, él
hablando mucho y en su rollo que ni cuenta se dio que le dije que
iría al banco en sábado y a estas horas. Al menos seguía siendo el
mismo chamaco.
—Oh, ta bien —fueron las únicas palabras que me pude
obligar a decir.
—Órale, morra pues a ver cuándo te vuelvo a ver, pero pásame
tú número pa hablarte y ahí si se te ofrece algo tu nomás dime y
ya sabes que todo bien —“sácame de aquí”, tenía ganas de decirle,
pero pensé nuevamente en la bolsa recargada en su pecho y eso
me hizo no decir nada.
—Mejor ¿sabes qué? Te voy a buscar en el face, Ester González,
¿no? Pero me contestas —dijo con una sonrisa en la cara, la misma
que me negué a besar hace unos años y que por alguna razón
estaba arrepentida de que no fuera así.
—Sí, ahí me buscas pues, cuídate mucho —dije con voz muy
baja y un saludo muy disimulado con mi mano.
—Simón, ya te la sabes —salió con la cara más feliz que la que
traía cuando salió del baño.
2:53 pm, como siempre los camiones llegando demasiado
tarde. Me metí entre la gente tratando de lograr ser la primera en
subirse, ahora ni cuando que me espero a ser la última como
siempre. Desde que me subí iba viendo los números como si el
102
asiento trece fuera el primero. Me sentí con un poco de suerte,
pues al menos no iba nadie al lado de mí.
A unos veinte minutos de que arrancó el camión, se detiene.
Apenas pude me asomé por el pasillo y luego por la ventana y
miré a un friego de patrullas como en retén y otras dos que
hicieron que se orillara el camión. Toda la gente paniqueada,
preguntándose entre todos qué estará pasando, siento que casi se
me sale el corazón y me siento aturdida, ¿cómo podía ser cierto
esto? Me quería hacer chiquita, caber por debajo de los asientos,
aventarme por la ventana sin causar ruido, esconderme en el
baño, nada era opción, nada sonaba lógico en mi cabeza.
—Buenas tardes, disculpen las molestias, les pedimos a
todos que por favor nos permitan alguna identificación oficial si
son tan amables —dijo un oficial de policía mientras otro llegó a
su espalda. Las mujeres y hombres buscando en sus bolsas algo
con lo que pudieran asegurar que nada deben, porque la petición
tan repentina hizo alarmar a todos ahí.
Por ser ellos, nadie cuestionó la razón de la interrupción, eso
pensaba mientras sudaba y recontra sudaba de los nervios, de
nuevo el puñetazo en el estómago. Si me niego a dar una
identificación no me van a creer, pues hasta eso que no le venden
boleto a nadie si no la muestras, imposible tirarla o esconderla
por ahí.
Un oficial por cada lado, revisando las credenciales y caras de
cada hombre o mujer que se topaban y brincando los asientos
vacíos lo que hizo que el oficial llegara más rápido a mi asiento.
—Ester, 22 años. ¿Viaja sola? —hice un pequeño movimiento
de afirmación con la cabeza.
—Descúbrase la cara, si es tan amable señorita — el oficial me
veía un poco extrañado por mis tenis llenos de lodo, y por mi ropa
vieja y despintada por el sol, qué me iba a importar en ese
momento.
Mientras me quitaba el trapo de la cara, el oficial esperaba
pacientemente, no sé qué tanto le veía a mi credencial. Que ya se
acabe esto, Dios mío por favor sácame de aquí, te lo…

103
—¡No, por favor! No me lleve, se lo suplico por lo que más
quiera, yo no tengo nada que ver, ¡se lo juro!
—¡Nana! ¡Nana! ¡Déjela, déjela! —se escucharon los gritos del
niño de la mujer de la central. Los gritos de ella desesperados, sin
discreción, con sus ojos llenos de arrepentimiento y su llanto
amargo. El oficial me extendió la credencial inmediatamente
después de escuchar los gritos y se fue en que la señora donde ya
había unos tres oficiales más. Me volví asomar por el pasillo a ver
si lograba ver algo por el espejo, pero estaba tapado de oficiales,
me asomé de nuevo por la ventana de mi asiento, por la de a un
lado y logré ver esa bolsa recargada en el pecho del Neto y a un
lado la camioneta negra a la que se subió en la central y arriba de
ella los cholos.
La gente asustada, los niños gritando y las madres intentando
calmarlos. Me sentía aturdida. Después de seguir avanzando el
camión no podía dejar de sentir el corazón destrozado al ver
cómo arrebataron a esa criatura de los brazos de su abuela y de
repente miré a mi Andreita llorando, arrancada de mis brazos y
pensando en lo que siempre dice mi amá: “en este mundo tan
cruel o lo que queda de él siempre pagan justos por pecadores”.

104
Recuerdos

María Guadalupe Waldo Coronado

La memoria es un monstruo, evoca recuerdos por voluntad propia.


Crees que tienes un recuerdo, pero es él quien te tiene a ti.
John Irving

Un ardor recorrió parte de mi cara, la cachetada de mi mamá me


había dejado aturdida, después de eso solo puede sentir una
lágrima deslizarse por mi mejilla…
Me sentía tan cansada, estaba harta de soportar sus tratos, lo
único que me daba vueltas y vueltas en la cabeza era el maldito
divorcio, solo necesitaba a una persona y esa era mi mamá, quería
que me abrazara, que me apoyara, que se enojara con él, pero
sucedió todo lo contrario, cuando llegué a la casa, primero me fijé
que no hubiera nadie más, solo ella y yo.
—Ma, necesito hablar contigo, ya no lo soporto más, ¡ya no
puedo con esto!, no voy a permitir que vuelva a tratarme así.
—¡Nadia! Por favor, él es ¡HOMBREE!, así son ellos, debes de
empezar a acostumbrarte de una vez.
—Me voy a divorciar.
—¡Estás loca! ¿Cómo piensas siquiera en divorciarte? ¿Qué
crees que va a decir la gente de ti, de nosotros? ¡Piensa en mí!
—¿Pensar en ti? Si es lo único que he hecho todo este tiempo,
para que tengas esta casa, comida en la mesa y tus lujos, yo he
tenido que soportar de todo, tú me obligaste a esto.
—¿Me estás reprochando?
105
De pronto solo pude sentir la cachetada de mi mamá, ya no
podía esperar más de ella, ni de nadie.
Llegué a mi pequeño departamento, no era mucho, apenas era
un cuarto con uno que otro mueble, pero a final de cuentas era
solo mío, me puse a recoger un poco, había un desastre, tenía
trastes que lavar, pero solo quería dormir un poco y dejar de
seguir lastimándome, ya todo era pasado y debía de empezar a
entenderlo.
De repente algo me despertó, era la alarma de las 7:30 de la
tarde, en mi celular había un mensaje de Annie.
—Oye, espero que estés despierta porque paso por ti a las 9:30
p.m. tienes que salir, no te puedes quedar todo el tiempo de
huevona.
—Ni empieces, yo no quiero salir.
—Es viernes y vas a salir, paso por ti a la hora que ya te dije,
bye.
Pensé en hacerme mensa y no salir o decir que estaba enferma,
pero ya había usado ese pretexto muchas veces y no me iba a
creer, así que solo me di un baño y me puse lo primero que
encontré en el clóset, justo cuando terminaba de desenredarme
el cabello mi celular comenzó a sonar, era un mensaje de Annie
diciendo que estaba afuera esperándome.
Cuando estábamos en la fiesta me sentí bien, platiqué un poco
con algunas personas, ya me salían aunque sea algunas palabras
de la boca cuando estaba rodeada de personas que desconocía y
no como aquellos días en los que me aterraba el solo hecho de
decir “hola”.
Cuando estábamos en la mesa platicando, una muchacha
pidió que nos tomáramos una foto, cuando mis ojos se
entrecerraron por lo fuerte que había sido el flash fue como si me
transportara, y aquel recuerdo volvió a mí.
Todas esas sensaciones de impotencia, rabia, miedo, coraje,
volvieron. Había días en los que estar con él era insoportable a
más no poder, yo solo quería desahogarme, gritar, llorar, mentar

106
madres, que todo eso me ayudara a sentir según yo, un poco de
paz por un momento.
—¿Dónde chingados estás?
—¿Ahora qué te pasa, qué tienes?
—¿Cómo fregados que te quieres divorciar de mí?
—¿De qué estás hablando?
—No te hagas, estúpida, lo escuché todo. ¿Apoco creíste que
no te iba a estar vigilando? ¿En serio creíste que te quedabas aquí
sola? Todo está grabado, hay cámaras por todos lados, a poco
crees que un juez va a creer lo que le digas. ¿Qué le ibas a decir?
¿Qué te trato mal? Cualquiera que vea la pinche casa en la que te
tengo viviendo jamás podrá pensar que te trato mal. Porque,
créeme que con estos videos, lo único que van a pensar es que
estás loca, y hasta al manicomio vas a dar, así que ten mucho
cuidado con lo que dices y haces porque sabes muy bien de lo que
soy capaz.
No creía lo que me decía, todas las veces que pensé estar sola
y en paz no eran para nada verdad, él siempre estaba sobre mí
como un buitre.
De repente todos esos recuerdos se apagaron y volví a estar en
aquella fiesta, estaba temblando, Annie se dio cuenta y me
preguntó si todo estaba bien, yo solo dije que sí con la cabeza y le
dije que me tenía que ir, ella intentó acompañarme, pero le dije
que estaba bien, que solo quería estar sola y descansar.
Salí casi corriendo de ese lugar, no pude evitar llorar, no
entendía cómo podía ser que después de todo este tiempo me
siguiera afectando así.
Llegué a mi casa y cerré todas las puertas tanto como pude y
me tiré en la cama como otros días, sentía un hueco en el pecho,
me sentía enojada por no haber podido superar todo lo sucedido,
me sentía tan tonta y a la vez tan cansada, me metí en las cobijas
y me tapé hasta la cabeza y no supe en qué momento dejé de
pensar y me quedé dormida.
Al siguiente día me dieron ganas de salir a caminar y respirar,
así que tomé mis llaves y fui al parque que está a unas cuadras de
107
mi departamento, me senté en una de las bancas y desde donde
estaba podía ver a una mujer con un bebé en los brazos. El bebé
lloraba y ese llanto provocó en mí algo extraño, y volvió a
sucederme lo del día de la fiesta, de pronto sentí cómo las manos
me sudaban, me temblaban y ahí estaba yo, en aquel pasado, en
el baño, escondiendo las pastillas anticonceptivas detrás del
lavamanos. Después de tenerlo todo el tiempo sobre mí, aprendí
a esconderme de él y de los ojos que me observaban en casa, tenía
que ocultarlas porque él no dejaba de pedirme un hijo o más bien
de exigirme, pero me aterraba y no soportaba ni siquiera pensar
en la idea de tener un hijo con él o como él, pero era más que
obvio que eso era algo que no podía decirle ni mucho menos
decidir. De repente algo en mi cabeza cambió y volví a estar en
aquel parque, en la realidad. La mujer y su hijo ya no estaban, así
que me fui a mi departamento, me sentía cansada en todos los
sentidos, lo único en lo que pensaba era en dormir y olvidarme
de aquel horrible recuerdo…
Su voz era muy fuerte, me aturdía los oídos, todos aquellos
vidrios estrellándose en el suelo solo me hacían explotar los
nervios, mis manos no dejaban de temblar, la voz no me salía,
solo sentía sus manos sobre mi cabello, el cráneo me dolía como
nunca, puso su cara frente a la mía, sus labios se movían, parecía
que me hablaba pero yo no podía escuchar nada, solo podía sentir
ardor en todo mi rostro, la sangre escurría por todas partes, por
un momento pude ver al piso, solo podía ver charcos de sangre
de todos los tamaños.
—Eres una estúpida, todo lo haces mal, siempre tienes que
salir con una pendejada.
—Ya suéltame, por favor, ¡te lo suplico!
—Ya cállate, si esto es lo único para lo que sirves.
—Ya, por favor, te prometo que no te volveré a molestar, pero
déjame en paz.
—No te soporto, ya me tienes harto.
—Si ya no me soportas, ¿por qué chingados no me das el
divorcio?

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—Que se te grabe muy bien en la cabeza que primero sales
muerta de esta casa antes que divorciada.
Me quedé tirada en el piso, mi cuerpo ya no se sentía y mis
ojos solo podían ver una imagen borrosa de él, de su espalda. Lo
único que pude ver fue cómo atravesaba la sala y ponía su arma
por dentro de la parte trasera de su pantalón y cómo bajaba su
camisa para intentar ocultarla, como si no supiera ya dónde
escondía el arma, la que siempre ponía entre mis ojos para
aclararme las ideas, según decía él.
Todo se apagó por un momento y aun cuando mis ojos se
abrieron, me asusté al sentir mi cuerpo húmedo. Por un
momento creí que se trataría de aquella sangre impregnada en
mí, cómo antes lo fue, pero era mi cuerpo asustado, con angustia,
y la evidencia estaba entre mis piernas y mis sábanas, con un olor
tan fuerte, aunque no tan parecido al de aquel terror que aún se
apoderaba de mí incluso estando dormida.
Me levanté de la cama, me quité la ropa y me metí a bañar, el
agua caía por mi cuerpo, solo pensé que ojalá esa agua pudiera
borrar todas las marcas que aún quedaban en mí y que ahora solo
eran la evidencia de aquellos días en el infierno.

Han pasado los meses y aún no siento que algo cambiara, lo


importante ahora era firmar los benditos papeles de divorcio,
pero como era de esperarse no iba a ser tan fácil deshacerme de
él…
Quién iba a imaginarse que un día sus mentiras me ayudarían
tanto, aunque no podía negar que aún me invadía la rabia de que,
ante todos, me exhibiera como si yo aún fuera de su propiedad,
me revolvía el estómago cómo alardeaba ante lo demás que mi
decisión era solo un capricho y que tendría que volver con él
tarde o temprano.
Regresar a aquel lugar me hacía sentir escalofríos, era muy
extraño volver a estar ahí, se sentía helado y no hubo que esperar
mucho tiempo para sentir esa frialdad en mi propia piel. Los
ruidos comenzaron a escucharse por todos lados, de pronto las

109
manchas color vino eran cada vez más visibles y lograron invadir
gran parte del lugar. Me sentía mareada, apenas podía deslizar mi
cuerpo por el suelo, no podía moverme bien, esta vez ya no sería
como las anteriores, sabía dónde escondía aquello que me
ayudaría a solucionarlo todo de una vez por todas. Él me hizo
sentir tan débil por tanto tiempo y ya no estaba dispuesta a
permitirlo, el poder que él tenía sobre mí se terminaría, ya no
podía seguir más con esto. El estruendo fue más calmante de lo
que me pude imaginar, ahora lo único que necesitaba era
descansar, subí las escaleras y me arrojé a la cama, lo necesitaba.
No sé cuánto tiempo dormí, aunque el olor era muy fuerte no era
más desagradable de lo que él lo fue.

110
Sepulcros blanqueados

Marian Marcela Robles Campas

Desde que era un adolescente siempre supe qué era lo que quería
ser, mi conexión con el Señor siempre fue un lazo tan fuerte que
a mis 17 años tomé la decisión de entrar al seminario. Aunque no
lo parezca ser sacerdote requiere una dedicación completa de
tiempo y vida. Uno tiene que entender lo que Dios pide y
quererlo. Sin embargo, estos años de servicio me han hecho
mirar el mundo de otra manera. Hay tantas personas que, con el
perdón de Dios nuestro Señor, no deberían estar en nuestra
tierra.
Últimamente cada vez me cuesta más despertarme, la soledad
y los años me han cobrado factura, quizá solo sea el pasar del
tiempo.
—Hoy es lunes, Señor, apiádate y dame fuerzas para entender
a mis hijos, que con aquellos pecados han marcado su alma,
ayúdame a saber guiarlos por el buen camino…
—Ave María purísima, padre.
—Sin pecado concebida, hija mía. El Señor esté en tu corazón
para que puedas arrepentirte humildemente de tus pecados.
—Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.
—…
—Perdóneme Padre, hace una semana estuve hincada a su
lado, prometiendo que jamás lo volvería a hacer, pero ese
pequeño ¡es un demonio!
—Claro, lo recuerdo, dime ¿qué fue lo qué pasó?
113
—Volví a poner las manos de mi nieto sobre el fuego de la
estufa.
—Hija mía, es solo un pequeño. Ninguna acción requiere
semejante crueldad.
—Lo siento, padre… pero se lo dije a mi hijo. Yo siempre soñé
con que fuese un gran médico, no un niñero. Se lo dije cuando
conoció a esa mujer, “¡ella no es buena para ti!” Y se lo dije cuando
supieron que el bebé tenía una discapacidad, ¡tenían que haberse
deshecho de él! Además, quien en su san…
—Reza diez Padrenuestros, di una oración por los santos
difuntos y ve a misa todos los domingos. Ahora recemos el “Yo
pecador”.
Sí, esa es la respuesta que se la da a un monstruo cuando roza
con su cola el séptimo círculo del infierno. El mismo monstruo
que va por la calle vistiendo de sastre, con una sonrisa y una
mirada que te recuerda a la abuela, aquella que con su voz calma
las tormentas. Que delante de la compañía demuestra la vida
deseada y que con tantos golpes de pecho a hundido a quienes se
han atrevido a contarle un pecado. Pero, ustedes se preguntarán
cómo un sacerdote puede conocer la vida de un penitente.
Ella es Cecilia, es una señora que delante de todos es la
perfección, es la esposa, madre y la nuera perfecta, pero la
realidad es que no. Detrás de ese muro perfectamente hecho para
la sociedad se encuentra una mujer desalmada, con poca empatía
con la gente que la rodea, con la capacidad de hacerle creer a las
demás personas que todo lo que ella realiza está bien. Es la típica
vecina que critica a las hijas de las demás personas, aunque ella
tenga lo mismo en casa, aunque lamentablemente para ella en su
caso no es así.
Por otro lado, tenemos al “amigable amigo de todos”, el señor
Joaquín, maravillando a todo el vecindario con su hermosa
familia, eso solo es a simple vista, como casi todas las personas
que vienen y conversan conmigo. Joaquín viene 2 veces cada 3
meses, su culpa es un poco extraña, él engaña a su esposa con
mujeres que conoce en su trabajo, menciono la palabra extraño

114
porque cuando se hinca no puedo percibir si las lágrimas que
salen de sus ojos son reales.
—Padre, lo he vuelto a hacer, mi mente se nubló de nueva
cuenta, cuando veo a esas hermosas chicas es imposible ocultar
mi deseo…
—La tentación es un arma muy poderosa del mismo ser
humano, debemos saber controlarnos con nuestra propia
voluntad, Joaquín.
—Lo sé, Padre, siempre que intento resistirme…
—Ven, Joaquín, recemos.
A veces por las noches mi vida se encuentra sin sentido, me
invaden preguntas. ¿Siempre estaré así? ¿Valió la pena? ¿Qué hago
aquí? Estos últimos meses me he sentido sin nada, mi fe en el
Señor sigue intacta, pero a veces, solo a veces, quisiera algo más,
algo que me haga sentir vivo, algo que pueda hacer, solo algo, algo
más…
Otro domingo, otro domingo más, no puedo faltar, es lo único
en mi vida. ¿No es miserable? No, no lo es, piensa en el Señor.
Viene Cecilia, como de costumbre, es la primera en la puerta,
de verdad que su fe es tan grande como la altura de esta iglesia, o
seguramente su fe en el infierno es tanta que viene a borrar las
fechorías del mes. No puedes pensar así, no pienses eso.
—Hola, Padre.
—Hola, Cecilia, ¿cómo has estado? ¿A qué se debe esta vez?
—El día de ayer… —mi mente ya no daba para más,
escuchando a esta señora y viendo en el fondo que venía Joaquín,
mi estómago se empezó a revolver, no sé a qué se deba este
sentimiento, es como si quisiera salir de aquí, espera… salir de
aquí… Jesús se va a molestar… Pero quizá Jesús quiera esto…
—Entonces él con su llanto…
—¡Ya es suficiente!
—¿Padre?
—Disculpa, hija mía, no sé qué estaba pensando, continúa por
allá, confiesa en silencio…
115
Ha pasado un tiempo y aún sigo teniendo estas “voces” en mi
cabeza, me piden, me gritan que castigue a las personas. ¿Es Dios
hablándome? Dejaré esto por un tiempo, me siento raro, ya no
sé en qué creer, sí, en Dios… claro que creo en Dios...
¿Por qué dejaré esto? Esto es mi vida. ¿Vida? Yo era miserable,
pero… no lo era… ¿miserable? Claro que no si tenía a Dios… tenía…
¿tenía?... tengo a Jesús.
Ellos fueron, esa gente que se limpia las manos, el alma, con
una simple confesión y recitar unas palabras, esa gente me ha
hecho esto, mi alma seguirá limpia, si, si, ¿qué harás?... ¿por qué
pienso esto?
Entre tantos pensamientos, caminando hacia casa, ¿es quién
yo creo? Sí, Joaquín. Creí que estaba dejando los vicios atrás.
—Padre —logra decir.
—Joaquín, creí que habías dejado el alcohol, mira hijo como
te encuentras.
—Eso pensé, Padre —dice entre risas —Ana Bertha me echó
de la casa.
—¿Cómo así, hijo?
—Se apareció por la oficina y estaba atendiendo un asunto —
lo dice usando un tono burlesco
—…
—¡Victoria, Padre! Me encontró con Victoria.
Al escuchar eso, quedé impactado, es como si se estuviera
burlando de mí también, el Joaquín arrepentido de la iglesia,
aunque no tan creíble, comparado con este es una burla, de
pronto comencé a sentir mi cuerpo caliente y unas voces en mi
cabeza.
—¿Esta es una señal?
—¿Qué dice, Padre?
—No, nada, continuemos juntos caminando a casa.
Mientras escuchaba a Joaquín hablar de Victoria, de sus lindas
piernas y sus grandes senos, mi mente también divagaba en cómo

116
podía mirar a su esposa con los mismos ojos, se notaba que ella lo
adoraba, cuida de sus hijos y siempre alababa a Joaquín con los
compañeros de misa. Entre tantos pensamientos la sed de
venganza tomó mi cuerpo, aquellas voces vuelven a mí y la
sensación de querer un sentir nuevo dentro se apodera de mí.
—¡Joaquín!
—¡Padre!
Hoy es un día muy tranquilo, anoche se escuchaba mucho
relajo por toda la colonia, no sé qué habrá pasado, me siento bien,
siento una sensación dentro de mí, algo diferente, pero me
agrada, es un placer que no sentía desde hace mucho tiempo.
Parece que todo se puso a mi favor, al parecer todos los
pecadores decidieron descansar y quedarse en casa, me siento
aliviado, quizá jamás tenga que volver a escuchar más farsas.
—Hola, Padre.
—Lili, ¡qué gusto! ¿Cómo te encuentras?
—Bien Padre, andaba por aquí cerca y quise venir a saludarlo.
—Eres bienvenida, hijita mía.
—Sí, bueno, además, venía con otra intención —dice un poco
triste.
—Dime, hijita, ¿qué es lo que sucede?
—Bueno, pues ¿recuerda la última vez que estuve aquí y le
platiqué acerca de don Joaquín?
—Sí, lo recuerdo.
—Pues hoy me siento mal por lo que le desee.
—Ay, hijita mía, todos cometemos errores, además, no debes
sentirte mal, es algo que no pasará y que solo quedó en el aire.
—¿Acaso no sabe lo que pasó hoy por la mañana?
—No, ¿qué sucedió?
—Encontraron a don Joaquín muerto cerca del camino hacia
su casa.
—Pero, cómo así, no había escuchado nada, ahora entiendo el
por qué nadie ha estado por aquí…
117
En ese momento sentí tristeza, la muerte de una persona
siempre es una noticia fuerte, sin embargo, a los pocos minutos
sentí un alivio. Será un pecado decir eso, pero por lo menos su
esposa, Victoria y yo estaríamos exentos de las mentiras de
Joaquín.
Los días siguientes la colonia se sentía un poco triste, fuera de
la casa Joaquín se encontraba un altar donde los vecinos se
encargaron de poner fotos y flores de las cosas que le gustaban a
Joaquín, aunque al parecer hay personas que les gusta realizar
maldades con el altar.
En fin, con el paso de los días se fueron realizando
investigaciones, tras el suceso y otros más que se fueron
presentando, mi familia se unió un poco, quizá el hecho de
imaginar perder a alguien cercano de esa manera hace que todos
quieran aprovechar a sus seres queridos. Además, el sentimiento
de desinterés hacia mi labor como sacerdote ha cambiado, cada
día me siento mejor, después de todo, muchos de los pecadores
como Joaquín han dejado de venir a la iglesia, las misas cada vez
se encuentran un poco más solas, espero todo vuelva a la
normalidad pronto.
Bueno, es hora de comer, debo salir del baño, seguramente
mis sobrinas están ansiosas de probar la cena.
—Mamá, pero ¿cómo se lo diremos?
—Por favor, Isabella, de eso se encargarán las autoridades.
—Sí, Isa, mamá tiene razón.
—No puedo creer que mi tío haya matado a ese hombre.
—Sí, además él sería incapaz de mentirnos de esa manera.
—Lo sé hijas, lo mejor es alejarnos un poco de él, mientras se
resuelve, recuerden que él está padeciendo una enfermedad,
tenemos que tener cuidado, terminaremos la cena y aquí no ha
pasado nada, ya tomaremos acciones después de esto.
—Sí, hijas, hagan caso a su madre, recuerden que tienen el
video de seguridad de la tienda que está a contra esquina del lugar
donde fue encontrado don Joaquín.

119
—¿Enfermedad? ¿Maté a una persona? ¿De qué están
hablando?
—Tío, ¡espere un momento!

—Y así fue, mi Ángel, así me enteré de la atrocidad que había


hecho —lo dice entre risas —no me arrepiento de nada, Joaquín
lo tenía merecido.
—¡Luces fuera!
—Bueno, mi Ángel, es hora de dormir, mañana es día de
limpieza, mañana continuamos hablando…

120
Siempre estoy aquí

Shiara Yanisell Miranda Martínez

04-07-10
Estaba tranquilo, pero parecía que recordar lo aceleraba
demasiado. De la nada se levantó del sillón y comenzó a gritarme,
su respiración estaba en mis poros. Mientras me gritaba, lo detuve
con el hombro y le dije que se calmara. Estiré mi mano para
tomar la anestesia e inyectársela, pero cuando sacó el cuchillo se
abrió una herida en el pecho y me dijo “si yo muero, tú tendrás la
culpa”. Inyecté otra dosis de Aripiprazol en el muslo, aunque es
posible que sus funciones neuronales sean afectadas aún más por
los efectos secundarios de las mismas.

Fecha de próxima dosis: 30-07-10, si tiene efectos mayores que


los acostumbrados después de la primera, es necesario retirar el
medicamento o reducir la Aripiprazol a 300 mg.

Se abre la puerta y entra con su mirada al suelo, se sienta frente a


mí en ese sillón azul que compré hace un par de años.
Expediente: MRJS-YRLM 6-2010
—¡Buenos días, Saúl! Qué bueno que andas aquí otra vez, la
verdad si no vienes de perdida una vez a la semana siento que no
trabajé. ¿Cómo te ha ido en estos primeros días que no nos vimos?
—Ayer dormí tranquilo, esas pastillas que me diste el último
mes me cayeron al cien, bueno ahí la llevo, de perdida no me va

121
tan mal como con la otra que me dabas, esa sí, a veces hasta me
arrepentía de habérmela tomado.
—¿Cuál dices, la Olanzapina?
—Nosé, ni me acuerdo, creo que eran las blancas.
—Sí, son las Olanzapinas, pero, ¿cómo te sentiste con este
nuevo tratamiento?
—Pues es que con la otra me daba cosa porque me daban unos
ataques en el pecho bien raros, no sé cómo explicarte, ya sabes
que mi rollo nada más era sacar dientes y a veces ya ni de eso me
acuerdo. Pero bueno, con ese nuevo que me diste pues ya no me
siento tan cansado, ni me siento tan inútil cuando intento ayudar
a mi esposa en la casa, te acuerdas que cuando vimos que no
cambiaba nada aquel medicamento pues también te había dicho
que se me caía todo y que mi esposa me regañaba por romperle
los platos, pues fíjate que ahora sí he quebrado algunos pero por
lo menos no me he terminado la vajilla que tanto le gusta usar,
aunque le he dicho que puede comprar otra mejor que esa con el
dinero que le doy, de todas maneras dice que esa es la que le gusta,
deja tú, a veces me da risa que se me queda viendo cuando agarro
uno de esos platos para servirme ese rico pescado que hace los
sábados la doña que limpia la casa, ya sabes, hace buena comida.
—La verdad que sí, sabe bien, de hecho, gracias por invitarme
a comer ese día.
—Ah pues, ya viste que no me gusta que me sirva la comida, o
me la sirvo yo o me sirve mi esposa, porque si de por sí ha de
tener miedo de verme, ahora si me sirve la comida tan cerca…
—Decirte que andas más feliz, me queda corto, se nota mucho
la diferencia con el cambio de tratamiento, viste, siempre te dije
que si le echábamos ganas ibas a ganarle a todo esto, genético o
no, ya estás a nada de dejar de visitarme para las citas, así como
cuando fueron los primeros días que saliste de estar internado en
estas cuatro paredes y luego ni te vas a acordar de esto, ya verás.
—Pues sí, tienes razón, pero si te soy sincero no estoy bien del
todo…

122
—No tienes por qué estarlo, acuérdate que apenas estamos
cambiando de tratamiento, es normal que eso cause en ti otros
efectos, recuerda que te lo dije al momento de sugerirte el
cambio.
—Ya sé, pero quiero que ya todo pase. Ayer anduve bien todo
el día, ya no había sentido tanto miedo como antes, como que ya
no estaba esa cosa en mí, como que me sentía nuevo, pero cuando
ya me fui a acostar; ahhhh sabes qué, creo que otra vez entraré a
trabajar, si todo sale bien con este tratamiento se supone que me
darán la oportunidad de seguir en mi consultorio, el licenciado
ya se está haciendo cargo de la demanda más grande.
—Ves, te digo que las cosas ya están tomando forma, las cosas
no siempre van a estar mal, todo va a mejorar para ti y tu familia.
—Pues ojalá, pero bueno, te digo que andaba todo bien y
cuando me fui a dormir, lo soñé, pero fue bien rápido, me levanté
con mucho miedo otra vez, se me escurría el sudor en todo el
cuerpo, me desperté con sabor salado. Me levanté y pues intenté
recordar bien el sueño, pero no pude, como que solo lo veía a él
viéndome dormir, pero después se iba o como si nunca hubiera
estado y estaba intentando acordarme pues se me vino a la mente
cuando los morros se ponían a fumar y de la nada la colilla de
cigarro ya estaba en el suelo. Fíjate que por primera vez había
sentido que lo había dejado ir, pero cuando me desperté lo sentía
más en mí, como si él ahora estuviera dentro, no sé cómo
explicártelo.
—No te preocupes, Saúl. Estás cosas suceden, ya verás que
pronto no me necesitarás.
—A veces quisiera haber muerto con él y tal vez así no tendría
que luchar contra mí mismo, porque ya estoy cansado. Ojalá
también me hubiera disparado.
—Tienes que tomar las cosas con calma, estos sucesos no se
superan en dos semanas. Tienes que prepararte para efectos
secundarios porque tengo que darte la próxima dosis, ya llevamos
algunas, no te preocupes, confío en que te irá bien.

123
—Me acuerdo cuando íbamos juntos al barrio que estaba muy
lejos de la casa, pero como siempre, teníamos curiosidad por
saber cómo vivían otros y sí que vivían diferente. No me imaginé
que las cosas cambiaran tanto, no pensaba que recurrir a brujos
era la respuesta a todo mal. Normalmente, no suelo hablar de
estos temas en la casa, ya sabes que no puedo hacerlo. Aparte el
que me habla me dice que no lo haga, que solo somos él y yo. De
verdad, no sé cómo es que cuando llego puedo abrir la boca
contigo. El otro día estaba en la cocina y de repente en mi mente
sentí que desperté, aunque todo el tiempo estuve despierto, pero
es como si hubiera tenido los ojos cerrados. Pasó de la nada,
estaba comiendo, luego parpadeé y mi papá me agarró de las
manos porque quise pegarle a mi esposa. No sabes cuánto odio
ser quien soy, no poder cambiar esto ni saber de qué manera
hacerlo, no sé cómo pararlo. De la nada está hablándome como
si fuera yo su dueño.

Fecha de última revisión: 26-06-10


Hace una reflexión repentina acerca de su mejor amigo y se
ríe al mencionar las primeras palabras, sin embargo, se encuentra
con un matiz pálido y unas profundas ojeras; semblante fatigado.
Al estar contando los acontecimientos sus manos se tornan
temblorosas y se agita un poco, pero persiste contando.
Alucinaciones de etapa dos: aguda. Ideas confusas.
Momentos ocasionales de aparición de voces.
Sin razón aparente, solo deja de narrar los acontecimientos.
Durante los próximos 40 minutos no habló nada.
Sus manos rozan su pantalón con un nerviosismo difícil de
frenar, tal parece que se levantará a golpear su punto de enfoque.
La pupila de sus ojos se va haciendo grande, su mirada fija en un
solo lugar.

124
Jeringa precargada – 400 mg.
Abilify Maintena 400 mg inyectable.
Aripiprazol.

Si se presentan reacciones adversas con la primera dosis de


400 mg al mes sin los 10 mg y 20 mg de aripiprazol oral durante
los anteriores 14 días, se debe considerar reducción de la dosis a
300 mg.
Próxima revisión: 22/julio/10

04-06-10
Su esposa viene con él a la clínica, algo que no pasaba desde hace
ya unos meses.
Vino para informarme que su esposo Saúl tuvo un ataque más
fuerte que los anteriores, su tono de voz nervioso, se escucha
cierto miedo y turbación, sus manos temblorosas y sus ojos
hinchados.
Menciona que les llamó a sus padres, pero en la espera dice
que sintió mucho miedo y prefirió atarlo a una silla con la
manguera que tenían en el porche hasta que sus padres llegaron.
Condición del paciente: Saúl llega con pequeñas marcas en sus
brazos de la presión de la manguera.
Él solo me dice que recuerda ver a su esposa llorando en el
sillón frente a él, mientras él está atado en la silla y de inmediato
vinieron acá.
Dice que se siente desorientado y triste.

Expediente: MRJS-YRLM 4-2010


—Me dijo que yo lo había matado, que era mi culpa. Días antes
me dijo que matara a mi esposa, intenté echarme en el fuego para
ya no hacerle daño a ella, pero no funcionó, jamás prendió la
mecha, me enfadé de intentarlo y por eso sigue aquí y ahí. Saúl
comienza, es tu hora. Ves ese gato de allá, ve tras él y mátalo, córtale el

125
cuello y sácale los intestinos. Córtalo en pedazos y ve como maúlla, ve
como sus pobres pelos salen por todos lados, lávate las manos y que no sepa
nadie. Me levanto en las noches, a veces lo sueño a él y es extraño
porque en los sueños no habla, maúlla, no pide auxilio me encaja
sus garras en el pecho y ahí, ahí siempre despierto, empapado de
sudor, le corro a la sala porque pienso que en algún momento me
pedirá matar a mi esposa y creo hacerlo. Tú lo mataste Saúl, no
tienes que culpar a nadie más, fuiste tú.

27-11-07
Sesión 1 dentro de la clínica
Paciente: Saúl Ortega del Pino.
Diagnóstico: Esquizofrenia paranoide.
Descripción del dibujo realizado por él: muchos círculos con
otros círculos más pequeños dentro.

La primera cita en el consultorio, después de unas semanas de ser


diagnosticado con esquizofrenia paranoide. Fue suspendida la
visita para el paciente desde el 02 de noviembre del presente año
hasta la fecha en la que se realiza este registro de seguimiento.
Entra al consultorio, estaba por presentarme cuando me
interrumpe, se le corren las lágrimas por sus mejillas y dice
desesperadamente que necesita que le ayude, agita sus manos,
tiene el rostro pálido, menciona que no le quiere hacer daño a su
familia, que quiere que sus papás descansen de él.
Medicamento disponible para el paciente: Inyección de
quetiapina de 300 mg: Antipsicótico atípico inicial, que
interacciona con un amplio rango de receptores
neurotransmisores.

Detalles del día: 05-07-10


Le hice una llamada a Saúl y me contestó su esposa, le dije que
regresara cuando quitaran los puntos de su pecho y me respondió
llorando que ya no podía más, que lo mejor era alejarse de él
126
porque estaba esperando un bebé y no quería perderlo también.
A decir verdad, colgué la llamada y dejé de sentirme un
psiquiatra, este caso me estaba afectando tanto emocionalmente
que había días que no comía por pasarme el tiempo investigando
acerca de estos fenómenos y de por qué se producían, la ciencia
dice muchas cosas, pero no me da soluciones.
Expediente: MRJS-YRLM 24-2010

Fecha: 10-08-2010
—No sé cómo pasó y te pido me disculpes, ayúdame a no volver
a hacerlo, detenme, no quiero hacerte daño. No tienes de qué
preocuparte, ambos sabemos que no eres tú, intentaré tener más
cuidado. Cuando mi esposa me vio así ya no vi en su cara lástima
como antes, le vi miedo en sus ojos. Ya no hables Saúl. No te haré
caso. Había una niña en el barrio al que iba que tenía la mirada
llena de miedo, se notaba porque no le quería decir nada a nadie,
ni nos saludaba cuando llegaba con mi mejor amigo, hasta le
llevábamos paletas que robábamos de la alacena de mi mamá,
pero siempre nos decía que nos fuéramos.
—¿Y qué con la niña? ¿Sientes que es ella la que te habla? ¿Ya
no piensas que es tu mejor amigo el que te atormenta?
—No sé. Cuando me habla no tengo control, solo hago lo que
me dice, ni siquiera sé definir su voz, me siento bien cobarde y
me da vergüenza.
—Saúl, sé que no te gusta contar cómo te sientes ni qué pasó,
pero ¿quieres contarme de tu mejor amigo?
—Es que de la nada vi a mi mejor amigo, el que iba conmigo
al barrio. Seguíamos siendo amigos. Tenía su cabeza llena de
sangre sobre mis manos y me acordé de la vez del gato, que
cuando desperté tenía su cuerpo. Cállate, Saúl, los intestinos
escurriéndose en mis manos, no entendía cómo pasaba que en
segundos mis manos estaban todas ensangrentadas. No, no era
como en mi trabajo, sacaba muelas y llenaba mis guantes de
sangre, pero jamás dormía, sabía lo que hacía. Siempre llegué a
pensar que mi mejor amigo me iba a enterrar, y qué decir cuando
127
supe que su esposa vio todo, me demandó, pero no aceptaron los
cargos, me diagnosticaron con problemas psicológicos, pero creo
que cometieron un error, debería estar dentro. Un día vi a la niña
entrar a una casa, la seguí, perdí a mi mejor amigo porque él decía
que no deberíamos molestarla. Entró a una casa abandonada y
pensé que haría pipí y que tenía miedo porque vivía en la calle,
pero llevaba un reloj en mi muñeca que me regaló mi papá, así
que le tomé el tiempo mientras estaba escondido detrás de una
pared, pero pasaron 40 minutos y jamás salió. Decidí entrar a la
casa, había grafiti por todos lados, olía horrible a orina, en las
paredes había signos que no había visto nunca, era una especie de
círculo con muchas letras, de repente escuché pasos y salí
corriendo por si ella ya venía, salió con sangre en sus manos, tenía
un vestido de colores y también estaba todo sucio y manchado.
La seguí de nuevo.
—Necesito que me cuentes bien los detalles, no olvides
ninguno. Recuerda que vamos a tener que regresar a esos días
varias veces hasta que podamos encontrar una salida a todo esto.
—Pues sí, la mamá de la morrita. Deja de hablar de ella, es mi hija
era la bruja del barrio, la que todos mentaban pero que nunca
había conocido hasta ese día.
Finaliza el expediente.
Me paré lentamente hacia el sillón azul, extendí la mano al
mueble.
—¿Por qué dices que era bruja?
Estaba emocionado por saberlo era la primera vez que estaba
tan cerca de cosas tan espirituales, pero decidí anestesiarlo
porque recordar lo alteraría de nuevo. Despertó llorando.
—¿Lo hice de nuevo?
—Tranquilo, estás bien.
—¡Maldita bruja, se me metió el demonio por su culpa! Tú lo
querías Saúl.
Otra vez estábamos callados viéndonos a los ojos, de
inmediato voltee a ver si estaba la anestesia y me dijo “ya sé lo que

128
estás pensando. No puedes jugar conmigo, piensas que te haré daño,
¿no es así?”
Ahora sentí que yo era el que estaba nervioso y pálido. No, no
me harás nada porque estábamos hablando acerca de cómo te fue
hoy. Decidí extender la sesión.
Hoy mi esposa me dijo que esperamos un bebé pero que no
quiere perderlo por mi culpa y pensé en tomar pastillas y dormir
para siempre, pero sabía bien que no sería para siempre. Aunque
estés en el infierno, te voy a buscar.
—¿Quieres que él te gane?, ¿qué no dices que quieres cambiar?
Pues entonces cambia, ¿o me estás diciendo que mi trabajo es una
basura?
—Me di cuenta de que quizá es mi mejor amigo quien ya no
quiere soltarme por el daño que le hice a su esposa, si yo le
traicioné, ahora le toca a él no dejarme ser feliz. Creo que
intentaré ingresar a la cárcel, de perdida ahí mueren los que se lo
merecen. Tú no tienes que morir, tú tienes que matar.
—Ayer le conté a mi esposa lo que hice en el barrio, cuando
fuimos no sabíamos que para pertenecer a ellos teníamos que
hacer lo mismo que ellos. Las primeras veces que me lo dijeron
me asusté mucho, pero tenía curiosidad. No me animaba y ellos
me dijeron que anhelaba tanto que estuviera con ellos que harían
lo posible para animarme, así que me llevaron con la bruja del
barrio, ahí vi a la niña, cuando llegué escuché que le dijo “mamá,
¿dónde pongo la sangre?”, recordé sus vestidos manchados, le
reconocí de inmediato la voz de miedo. Pero quería pertenecer al
grupo, ahora que caigo en cuenta creo que la doña ya sabía que
iría porque cuando llegué me dijo que me estaba esperando.
Tienes que dejar de hablar… tienes una promesa que cumplir. Me dijo
que me tenía que hacer una herida y la neta me eché pa´ tras, pero
quería pertenecer al grupo pues, por eso tengo esta cicatriz,
después me dijo que tenía que quebrarme un hueso de los dedos,
era para que cuando los morros me volvieran a decir qué hacer
ya no sintiera compasión por nadie y le dije que bueno porque no
le creí nada, pensaba que mi nombre lo había dicho porque los
morros le dijeron. Cuando quebró el hueso me dieron ganas de
129
matarla y yo creo que tal vez ahí surtió efecto la cosa, lo peor es
que, ella misma lo reparó, no tuve que ir a los doctores carísimos
de mis papás. Mi mejor amigo no fue ese día al barrio porque en
la madrugada había estado vomitando todo y su jefita le dijo que
se quedara en casa. Te volveré a recordar todo lo que hiciste, ¡cuerpo
estupefacto desde aquel primer fuego moriste!

130
Expediente: MRJS-YRLM 40-2011
18-08-11
—Me acaba de llamar tu esposa, Saúl, ¿por qué no te inyectaste
otra vez? Tú sabes bien que es importante hacerlo, puedes tener
un ataque grave si dejas de tomar el medicamento, te di esa
responsabilidad, Saúl…
—Es que no tuve tiempo, no le digas la verdad, miéntele, tú no
necesitas eso, ya falta poco para que puedas estar en paz. El pacto conmigo
ya casi se cumple.

Hablamos un poco, pero lo sentía callado, esta vez entró con las
manos detrás como un niño pequeño, se sentó, cruzó sus piernas,
se reía a todo lo que decía, hasta pensé que hoy era uno de esos
buenos días, su pierna estaba en movimiento constante, eso me
desespera y eso significa que está inestable, pero algo no tiene
coherencia.
Quizá dejar el medicamento es mejor que consumirlo.
¡Rómpele el cuello con ese cuchillo que te dije que compraras ayer!
¡Hazlo como con ese gato asqueroso y te guardas uno de sus dedos para
que lo colecciones con la pata del gato! —¡No, no, ya cállate! Yo, yo…
no estoy enfermo
—¿Estás bien?
—Sí, solo no tengo ganas de hablar hoy.
¡Hazlo, Saúl! ¡Vas a escuchar sus deliciosos huesos romperse, vas a
volver a tener sangre en tus manos! —No, no lo haré, no puedo
hacerlo, ¡te voy a ganar maldito! ¡Agarra esa libreta y quémala, todos
tienen que seguir creyendo que solo es una enfermedad, que no estoy
dentro, es información que te perjudica la que tiene, quémala! ¡Dile que
no pertenece aquí!
—Puedes retirarte si así lo prefieres para que puedas ocupar tu
mente y que no trabaje esa voz en ti.
¡No lo escuches Saúl, quédate, quédate a ver cómo sufre, él no sabe todo
lo que has pasado, él no te ha creído nada, piensa que eres un maldito
asesino! —¡TÚ ME FORMASTE ASÍ!

131
—Saúl, creo que te inyectaré la dosis que necesitabas… Tienes
que…
Hazlo pedacitos que ya no solo sea en tus sueños. Acércate, acércate
¡Solo hazlo! Tranquilízate Saú…
¡Qué delicia esa sangre escurriéndose en ti, te dije que podías, verás a
tu mejor amigo muy pronto, prometí que te dejaría, pero no, me quiero
quedar contigo! —Maldito miserable. No Saúl tú sabes que no fui yo,
acuérdate que ¡tú fuiste quien mató a tu mejor amigo!, ¡fuiste tú quien se
deshizo de su bebé!, ¿ya te acordaste? Te levantaste a las 3 de la mañana
y mandaste a tu esposa por un café, no podías dormir Saúl, ¿ahora lo
recuerdas?
—Cállate, yo no lo hice. La esperaste en las escaleras y la lanzaste,
¿y el bebé?, ¿Dónde está, Saúl?, ¿No recuerdas que lo metiste al
refrigerador y te sentaste enfrente para ver correr la sangre por el piso?
¿Ya recordaste? ¿Recordaste que los intestinos de tu mejor amigo los
colgaste en el abanico del techo y solo veías que daban vuelta?
¿Recordaste? Como se entrelazaban el intestino grueso con el delgado
mientras ese cuarto en el que estabas se manchaba de ese rico color, ese
aroma… Saúl, lo vuelves a oler ahora.
—¡Déjame en paz, ya vete, lárgate, déjame te lo ruego, sal de
aquí! No Saúl, recuerda que te veo en todos lados, aunque dudes; si
duermes estaré en esas sombras y si mueres, te diré “siempre estoy aquí”.

132
Soy lo que no somos

Karen Lilián Encinas Huerta

XX01
De pequeña, recuerdo perderme mucho. Lo hacía no solo en
lugares como el mercado, el parque o tratando de llegar a mi casa,
sino que también me perdía en el laberinto de mi cabeza. Y
también me alteraba muy fácilmente, así como también me
controlaba de pronto. Me preocupaba mucho por desilusionar a
las personas, sentía de pronto ese… ese temor que no se me
quitaba ni siquiera pensando en mi mamá, o en mi papá, saber
que no podía controlar y cambiar al mundo como yo quisiera,
cuando yo quisiera. Y aunque no me guste presumir, yo,
específicamente yo, sé lo que necesita el mundo, sé que necesitan
las personas, sé lo que anhelan los más grandes y sé sobre todo
qué es lo que la gente piensa y quiere de mí, lo que nunca supe ni
comprendí, fue qué necesitaba yo. Y quién sabe, quizás si acepto
que en realidad no hay respuesta para esto que siento,
probablemente, puede que al final termine comprendiéndome y
la demás gente pueda responder por mí lo que yo jamás podré.
Mi mamá siempre ha dicho que soy una niña muy especial,
pero nunca lo dice como cualquier otra mamá, que solo habla por
hablar y en realidad no sabe que su hijo es un mocoso mal
agradecido. Sé que es feo pensar así, pero es verdad. Mi mamá lo
comenta con un tono de maravilla, casi como si no pudiera creer
que fuera una persona real, y que fuera suya. Aunque también la
recuerdo muy exhausta e histérica por lo mismo. Me da risa hacer
memoria de eso porque siempre me lo contaba con un tono

133
molesto, pero con una sonrisa en su cara. Aunque después siento
mucha nostalgia, desde entonces me da intriga y miedo saber que
me conceptualizaba diferente, pero no me trataba de otro modo,
y eso me confundía más.

XX05
—¿Entonces estoy enferma mamá? —le preguntaba en aquel
entonces con muchas ganas de saber la verdad.
—No, claro que no, mira, siéntate aquí. Lo que pasa, es que tu
cerebro te da distintas órdenes, por ejemplo, si tú le dices a un
niño que tome un vaso de agua y lo ponga acá, el niño solo hará
eso —me comenzaba a explicar. A pesar de que yo no entendía
porque me hablaba de un vaso con agua, yo solo quería saber de
qué estaba enferma.
—Ponme atención, ya casi termino. Entonces, si yo te digo a ti
que solo cambies el vaso de lugar, al ser tú muy curiosa, primero
puede que tomes del agua, levantes el vaso, lo deslices, lo agites y
ya al final, lo pongas donde te dije.
Yo seguía sin entender, ¿y cómo iba a hacerlo? Tenía solo siete
años cuando estaba en tercer grado de primaria y ya no me
preocupaba tener solamente ropa calientita en tiempo de frío o
ver algo “lindo” antes de dormir porque me daba miedo tener
pesadillas, sino que me obsesionaba con los demás, hacía míos
sus problemas con la esperanza de aliviarlos un poco, siempre fue
un problema para mí ponerme en primer lugar, pensaba en que,
si para cuidar tengo que soportar, lo iba a hacer con tal de que no
sufrieran como yo, y a pesar de todo, todo el tiempo escuché decir
a mis compañeros “Isabela es una tonta”, “Isabela es rara, por eso
nunca habla”, “Isabela no es femenina porque solo juega con
niños a policías y ladrones”. Estoy súper segura de que en ese
entonces no entendían para nada el significado de esa maldita
palabra, como tampoco entendían que estaba aterrada, que temía
equivocarme y que no comprendía varias de las cosas de lo que
las otras niñas hablaban y por eso no me interesaban. Pero por
otro lado... quería atención, quería afecto y reconocimiento, aún

134
tengo claro un recuerdo de ya más grande. Recuerdo pensar y
decir en mi cabeza...
“Mírame. Estoy aquí. Mírame, ¿Por qué no me miras? Se me
cansa la mano de tenerla arriba, yo sé la respuesta, yo sé, yo
quiero. Isabela, Isabela, anhelo escuchar decir a la maestra, pero
mencionó a Antonio. Antonio, el niño inteligente. Antonio, el
niño alto, guapo y popular. Antonio, el típico niño que es un
bravucón con carita de ángel, eso a mí no me gusta para nada. Lo
vi riéndose de mí, volteando a ver el pizarrón como si nada. Qué
molesto es que lo prefieran a él y no a mí, ¿es porque hablo
mucho?, ¿o porque no le agrado mucho a la maestra? Ay...”
Pero eso no era tan molesto para mí, no como cuando me
jalaba mis chinos hasta abajo y le decía que me dolía para que se
detuviera, ¡pero no lo hacía! O como cuando me regañaba mi
mamá porque olvidaba hacer algo que me había pedido, pero no
lo hacía a propósito. O como cuando no lograba hacer algo bien,
me deprimía, tomaba el cuchillo y...
—¡Isabela!, te estoy hablando —se me paró el corazón del
susto. Miré a mi maestra enojada, luego mi cuaderno rayado con
varias palabras al azar, luego a la maestra otra vez.
—¿Mande? —quería llorar, que no me regañe por favor, que
no lo haga.
—No estás prestando atención, ven a sentarte enfrente —me
dijo señalando un mesabanco al lado de su escritorio. Ahí se
sentaban los alumnos desobedientes, ¿seré una desobediente?
Solo asentí, no le quería ver la cara, ni a mis compañeros, ni a
mí, de seguro me veía muy tonta.
Ese día en cuanto llegué a casa, después de haberme quitado
el uniforme, me la pasé buscando la ropa más fea y desgastada
que pude encontrar para ponerme, me aseguré de que nadie se
diera cuenta y fui a la cocina, tomé de nuevo el cuchillo y con
rabia lo apunte hacia mí, no me daba miedo ni el filo ni el dolor
punzante en mi garganta, ni siquiera morirme, me daba una paz
pensar en que por fin mi cabeza estaría tranquila, lo que me
detenía era pensar en mis papás, “pero si yo no estoy ¿entonces

135
quién los va a querer?”. Lloraba, estaba llorando mucho y tenía
que calmarme, mis ojos me ardían. Solté el cuchillo, respiré y me
fui a mirar en el espejo del baño, no alcanzaba del todo, pero no
importaba, solo quería ver si parecía que había llorado.
Tuve que hacer como que había visto un vídeo muy
conmovedor y explicarle a mi mamá que cómo podía ser que la
gente fuera tan mala con los pobres animalitos. Me creyó, no
quería que se sintiera mal porque estuve llorando. Y como ya
había llorado un rato y no creía hacerlo otra vez, me acerqué a su
habitación para preguntarle nuevamente…
—Mamá, ¿yo qué soy?
—¿A qué te refieres con eso? —mi pregunta pareció
sorprenderle, dejó lo que hacía y se acercó hacia mí, me cubrí con
mi cabello la zona roja de mi garganta.
—Sí, tú dijiste hace mucho que yo era diferente, ¿por qué soy
diferente? No me siento diferente, me siento fuera de lugar…no
encajo con mis compañeros y no los entiendo.
—Mmm… mira, mi amor, tú eres un tipo de persona muy poco
común, eres muy inteligente para tu edad, comprendes muchas
cosas, eres temeraria, destaca mucho tu empatía por las personas
y los animalitos —me contaba mientras me sonreía.
—¿Me estás tratando de decir que soy alguien sensible y
temerosa? Pero si eso no es especial, mamá, yo no soy alguien
importante —de nuevo, sentía el corazón pequeñito y quería
llorar.
—No te confundas, piénsalo así, ¿cuántos niños aun sabiendo
que algo está mal o que los van a regañar, terminan haciéndolo
de todas maneras? —me animaba a responderle con
movimientos de su mano.
—No sé… ¿pocos? —no entendía su pregunta.
—En realidad no lo sé yo tampoco, porque, para empezar, la
mayoría de los niños aún no tienen la suficiente madurez o
inteligencia para reflexionar eso, pero tú sí lo has expresado desde
muy pequeña. Ahora piensa en esto, ¿cuántos niños de tu edad
tienen un sentido tan fuerte de la justicia y la empatía como el
136
tuyo? —me quedé callada un momento, sabía que quería que
respondiera, pero me daba pena admitirlo —¿Entonces? —me
insistía.
—¿Creo que solo yo…? —fue más como una pregunta, no me
sentía cómoda con decir eso, ¿no es presumido? Me acordaba de
Antonio y no quería para nada parecerme a él. Qué horror.
—Así es, son características de un niño índigo, por eso a veces
me preocupas mucho, porque hay cosas muy pequeñas que te
hacen mucho daño y no quiero que te sientas así de triste todo el
tiempo, más cuando yo ya no esté —me decía volteando para otro
lado.
Se repetía en mi cabeza, una, dos, tres veces lo último que dijo
“cuando yo ya no esté”. Me hacía pensar en si Dios sería como los
demás y podría quitármela para hacerme daño, luego pensaba en
que yo era la única persona horrible por pensar eso de Dios.
2¿Cuánto falta para eso? ¿Me gustaría acompañarla en su eterno
descanso? ¿Dolerá? ¿Lo podré soportar? ¿No existir?” Me
pellizcaba el brazo para no sentir ese dolor en el pecho que no se
me quitaba, sentía ganas de vomitar, quería escapar. “¡Abrázame!
¡Mamá abrázame que me muero!” Era tanto mi miedo que
comencé a dar vueltas por toda la sala corriendo y dando brincos
por todos lados. Mi mamá se reía diciendo que de pequeña hacía
lo mismo y no caía rendida hasta muy de madrugada.

XX11
Con el tiempo volví a preguntarle un par de veces más a mi mamá
sobre las personas índigo. Nunca quise buscar el significado y
entendía lo que quería de ellas, pero, ¿por qué no me dijo eso
desde un principio? Quizás de ese modo no me hubieran acosado
tanto de pequeña, o muy probablemente me hubiera resultado
más sencillo hacer amigos y esforzarme por encajar. O tal vez ella,
sabiendo que esa clase de personas son muy inquietas, le pudo
haber contado a mi papá para que no me hubiera dado tantos
coscorrones por necia y desesperada. Me hubiera ahorrado
muchos problemas.

137
Qué equivocada estaba. Sí antes fue un horror, lo que le siguió
fue aún más difícil. Miento, lo peor sucedió cuando me presenté
en mi clase, cometí el error de decir que era índigo frente al
grupo.
Parada frente a toda la clase, en un salón pequeño para 50
alumnos y sobre todo una maestra aún más irritada que nosotros
por el aburrimiento del primer día, quizás por eso preguntaron,
“¿y qué es eso?”, aunque no nos conociéramos, “yo también quiero
saber qué somos”. Pensé fugazmente.
Me quedé callada un rato mirando a todos lados para ver si
alguien más sabía el significado, así al menos si me equivoco
nadie se podría dar cuenta.
—Son personas diferentes —le respondí a mi compañero que
estaba hasta el otro lado del salón, mientras estaba parada en mi
asiento, cerca de la puerta, apretujando un costado de mi falda
caqui con la mano izquierda.
—¿Diferente cómo? —me cuestionó otra compañera de forma
mucho más directa.
—Pues… son personas muy solidarias y amables, también son
bastantes maduras y… creativas y temerarias —respondí mientras
apretaba más fuerte el borde de mi falda para mantenerme
tranquila.
—¿Sabes qué significa temerario? —me pregunta la maestra.
Dios mío santo, no me ayuda, maestra, solo quiero sentarme y ya,
gritaba dentro de mí.
—S-sí, sí sé, son personas que no… ¡que de cierto modo no le
tienen miedo a nada! —casi grito lo último, siento que estoy roja
y acalorada, no me dejan de mirar y al parecer les hace gracia esta
situación, ¿por qué? Puede que de los nervios haya comenzado a
temblar, puede que mi compañero sentado atrás de mí se haya
dado cuenta de eso porque de pronto comentó a toda la clase:
—¿Estás segura? Yo te veo muy nerviosa, como que eres una
mentirosa, mira nada más cómo tiemblas —comentó un
compañero riéndose mientras me tocaba la mano cerca de mi

138
muslo, me tomó desprevenida y pegué un grito, ¿por qué me
toca?
Giré asustada y muy apenada al verlo, es un niño mucho más
grande que yo, con acné en la cara y el peinado hacía arriba, como
la mayoría del salón. Lo reconocí por su estúpida sonrisita
burlesca que siempre me daba, casi como la de un niño cuando
se da cuenta que logra su cometido o se sale con la suya, como si
fuera mejor que yo. Solo resuena en mi cabeza “es Antonio, es
Antonio, es Antonio…” y antes de poder decirnos algo, se escuchan
carcajadas y burlas hacia mí por todos lados. “Miren nada más, sí
se puso roja por nada, ha de ser toda una santa”, “yo creo que sólo
quiere hacerse la especial…”, “para mí que esas personas no
existen, ¡deja de inventar cosas!”
—¡No!, pero sí existen, mi mamá me lo dijo, me dijo que yo
soy una de esas personas especiales —le grité a todo el grupo,
pisando fuertemente.
—Quizás te dijo que eras especial, pero especial en el sentido
de que estás loca, rarita —habló Antonio nuevamente para todos,
haciendo que pusiera toda la atención en él. —Puede que tu
mamá piense que eres “especial”, sólo por tu actitud de niña
buena, pero eso no te hace diferente ni mejor a las demás, que te
quede claro.
La maestra en eso pidió silencio y a causa de la escena que
montamos, nos dejó de tarea realizar nuestra biografía,
mencionando que fue a causa mía por no saber contar bien
sucesos de mi propia vida. ¿Qué acaba de suceder? Qué ingenua
he sido, realmente creía que era alguien especial, pero en realidad
solo es mi personalidad, ¿será así como son las cosas? Qué fea es
mi personalidad entonces, pero, ¿no es imposible que haya
alguien tan bueno y tan malo en el mundo al mismo tiempo? En
ese caso, que yo realmente sea una persona índigo, ¿significa que
no tengo una personalidad propia? ¿Sólo soy un montón de
suposiciones, hipótesis e ideas? ¿Tengo la capacidad de saber
cuándo estoy actuando yo y cuándo mi personalidad índigo?
¡¿Tengo yo a dos personas diferentes en mí?! ¿Soy real? Maldita
sea, ¿quién soy?
139
Aquel día, en cuanto acabó la escuela, salí disparada a mi casa,
no quedaba tan lejos, pero aun así sentí que con cada paso que
daba me atrasaba más y más para algo inevitable. Lloré tanto al
llegar, que casi sentí que me desmayaba de lo abrumada que
estaba. Aventé la mochila al suelo, quise golpear la pared, pero me
daba miedo que escucharan el golpe sonando en seco, puse
música alta, di un solo brinco a la cama y me tapé la cara con una
almohada para ahogar el eco de mi furia. Me enderecé después
de un rato y me quité el bulto de cobijas que traía encima. Y a
pesar de ya no traerlas puestas, aún sentía el peso en los hombros
y el calor en el rostro. Esto no puede ser tan malo, solo tengo que
alejarme lo más que pueda de mis compañeros y esconderme en
el receso. Puedo hacerlo. Lo que no podía hacer, era la tarea de la
maestra, me había humillado como los demás, no trató de
ayudarme en ningún momento ni mucho menos me defendió de
lo abusivo que fueron mis compañeros, ¿qué clase de maestra es
esa? Si yo fuera una, jamás haría algo así. Le diré cuando me pida
la tarea que no pude hacerla porque salimos por una emergencia,
es más, le diré también que no vale la pena siquiera entrar a su
clase, le diré que es una mala maestra.
Sentía trabada la mandíbula, sentía cómo sonreía lo justo, al
pensar en hacerla sentir mal consigo misma por sus acciones.
Sentía ganas de hacerla mierda, no hay mejor expresión que esa.
Me detuve un momento a pensar “¿Qué estoy haciendo? ¿En qué
estoy pensando?”, lloraba abruptamente mientras me arañaba el
estómago. Basta, no puedo pensar así, ni mucho menos hacerlo,
soy sólo una niña, ¿qué puedo hacer aparte de llorar y quejarme?,
¿qué más puedo hacer para no atormentar mi mente aparte de
causarme otro tipo de dolor?
Me destruye el pensamiento invasivo de miseria y decepción
que tengo por mí misma. Quizás si escribiera todo sería mucho
más fácil asimilar las cosas. Sí, es lo que haré, cada que comience
a sentirme mal o me suceda algo malo escribiré lo que sienta.
Digo, no creo poder escribir más de lo que pienso.

140
XX42
Llevo ya no sé cuántas horas invertidas de mi vida escribiendo,
comprando plumas, acabando la tinta, volviendo a comprar
plumas, escribir, perderlas, destrozarlas y yendo otra vez por más.
Exactamente, con plumas me gusta imaginar que nunca me
equivoco y todo lo que escribo, cuando escribo algo, es por una
razón, incluso los “errores” como el poner porq acompañado de
un garabato con forma de relieve al final. Tachar, rayar,
sobreponer o manchar palabras con otras y que quede algo tipo
Me satisfacía el hecho de... para que solo yo pueda saber qué trataba
de decir. Llevo ya no sé cuántas hojas utilizadas, rotas,
desordenadas, perdidas, escritas y reducidas a cenizas por el
tiempo, por las lágrimas o por las termitas. Llevo, sin lugar a
dudas, no sé cuánta sangre, sudor y lágrimas derramadas por ellas
y en ellas, cada que las escribía sentada en la silla del escritorio de
mi cuarto, en el balcón de casa de la abuela, en el terreno
campestre después de alguna fiesta con los primos y familiares
que tanto quería pero que tanto me dolían. Las que derramaba
después de pasar por el DIF, en la calle Reforma, por ver a los
niños queriéndome vender algún dulce descalzos, no sé si porque
en realidad no tenían calzado o para que sintiera más lástima por
ellos. Las derramaba por esa confusión y duda que me golpeaba
cada que me gastaba mi dinero en ellos y al rato que venía de
vuelta, los veía con Sabritas, dulces o alguna bebida. Las que caían
naturalmente por el simple hecho de que mi corazón ya no podía
con el peso de la tristeza, deshaciéndose a chorros, en estado
agónico, terminando por derramar gotas rojas y espesas sobre
ellas cada que me autoflagelaba. De las más pesadas, seguro que
fueron por alguna que otra persona, pero sin mentir, las que más
me ahogan y nunca se terminan, son las que guardo por mi
madre, que ni rogándole a Dios escasean, ni estando tan cerquita
del infierno se secan.
Y ahora es cuando escribo lo último de mí en este cuaderno
usado, viejo y destartalado. Me recuerda a la Biblia que tenía mi
madre desde hace tantos años, con la tapa totalmente
desprendida y la costilla descosida, yo siempre le decía que la

141
tirara, pero ella siempre se negó, decía que mi papá se la había
dado en su primer año de casados y que por nada del mundo la
cambiaría. Sí solo pudiera saber que ahora es mi padre el que no
se despega de ella se le derretiría el corazón de ternura. Como
sea, probablemente también se aferre a mis cuadernos y libretas
cuando en breve se entere que ya no estaré, como lo hace con la
Biblia de mamá. Quizás también tratará de buscar alguna
respuesta divina entre mis miles de millones de renglones
escritos, pero no la encontrará. Porque en todo este tiempo jamás
supe resolver la incógnita de mi vida, ¿quién fui?

XXXX
Se escuchaba de fondo un sonido estático en la transmisión de las
noticias, todo el set e incluso la casa, se había quedado helada con
la noticia de esa mañana, “Después de mucho tiempo surgen
nuevos hallazgos respecto a las personas de aura violeta-azulada.
El día de hoy nos comparte el científico Sebastián Esqueda,
especialista en el ámbito de la neurociencia y psicología, que
apoyándose en aportaciones a la ciencia como las de Camilo
Golgi, Antonio Alcalá Malavé, Franz J. Gall y la figura principal en
esta área, Nancy Ann Tappe. Esqueda, este gran joven, consigue
crear el primer artefacto de resonancia magnética que capta el
aura de las supuestas personas índigo. De momento, hay varias
personas voluntarias para someterse a probar este modelo. Las
estadísticas nos demuestran que hay un 80% de probabilidad a
favor de que…”
Me sacó de mis pensamientos la voz de mi abuela. Estaba
sentada frente a la pantalla, casi metiéndome en el set yo también,
ni siquiera noté cuando me acerqué tanto. Ella se encontraba en
su sillón, muy por detrás de mí, cuestionándome.
—¿Por qué llorar, Isis? Sí esas son muy buenas noticias, se
vienen buenos tiempos —me decía mientras se ajustaba sus gafas
oscuras, ya no se usaban así, pero a ella le gustaba que se vieran,
decía que así tapaba un poco más sus arrugas.

142
—Sí, sé que sí, pero no sé porque lloro, abue —era verdad, no
sabía porque lloraba, pero sentía mucha tranquilidad, sentía que…
a partir de ese momento, podría ser sincera conmigo misma.

143
El noticiero seguía, contaban en un momento que había
mucho futuro en este tema, y eso me hizo preguntarme, ¿las
personas índigo no eran importantes antes? ¿Nadie las buscaba?
En eso la respuesta a mi pregunta surgió tan de repente, que
incluso me asusté, parecía que me habían escuchado desde allá.
El científico a cargo de la investigación comentaba “Mi interés por
este tema surge a partir de una serie sin orden de escritos,
cuadernos y libretas que fueron botados a la basura, pero
rescatados por un padre que buscó incansablemente una
respuesta, tratando de demostrar la existencia de esta clase de
personas entre nosotros. Este pobre señor pasó los escritos de
mano en mano a científicos, historiadores, docentes, inclusive
doctores, sin embargo, nadie se interesó lo suficiente como para
darle una oportunidad. Y henos aquí, algunos años después de
que llegó a mí por medio de una vieja plataforma para socializar
y compartir información con conocidos o amigos, algo tan casual,
que se convierte hoy en día en un paso enorme para la raza
humana. De momento, solo me queda tratar de dar una respuesta
cercana a la autora de estos escritos, que yace ya en un descanso
eterno y que fue su propio objeto de estudio, diciendo que esta
clase de personas, son por defecto, lo que nosotros no somos.
Muy buenas noches.”
Me levanté muy despacio del piso, sentía como si tuviera un
saco muy pesado encima de mí. No fui a cenar, aunque mi abuela
me estaba llamando. Entré a mi habitación al fondo del pasillo,
me acosté de lado abrazando mi peluche y lloré, lloré como si
estuviera cargando con el dolor de alguien más, de muchos más,
tratando de sanar. Lo que hace que me pregunte a mí misma en
la completa oscuridad de mi habitación, ¿Soy yo parte de lo que no
somos?

144
Tempo

Mariana Reneé Bocanegra Gómez

11:00 AM, despierto, pues el alboroto no me dejó dormir, no me


lo podía perder, no cualquier día vamos de campamento, no es
que sea un privilegio, pero al menos para nosotros no siempre es
accesible ir, he visto las mejores fotografías del Nacapule y claro
que es más que lindo, los linces sobre las rocas, los pumas
concentrados en esa ave probablemente protegida por el estado y
el peyote que de seguro algún drogadicto irá a buscar, todo eso
plasmado en un solo cerro del estado.
Me pongo uniforme deportivo, un simple short/falda y una
camisa deportiva blanca, pues estaré escalando piedras y sudando
mucho, con suerte, los profesores nos van a dejar usar la tirolesa,
esa que para los jóvenes es la recompensa de una larga caminata.
La mayoría de los compañeros llegaron mucho antes de la
hora a la que los citaron, al parecer todos estaban entusiasmados
por el día de hoy, ni qué decir del muchacho que apenas llega a
clases sin peinarse y el uniforme desarreglado, él llegó antes de la
hora máxima de llegada, o de la chica que siempre va maquillada
a todas partes, aunque se le haga tarde, ahora parece lienzo sin
pastas; sin una gota de maquillaje.
Todos en el grupo con los que me junto hemos quedado de
vernos a las 7:00 AM en la caseta de la escuela, todos con los ojos
brillosos de entusiasmo y compartiendo lo que cada una de
nuestras mamás nos dieron de merendar porque será un día largo
y pensamos compartir todo lo que nos mandaron.

145
—¡Esto está super padre! Vaya que para ser la primera vez que
vengo, gran sorpresa la que me di, es mucho más hermoso de lo
que me imaginé —exclamó Ana mientras el clima fresco de la
puesta de sol entraba por su sudadera. Sus amigos estaban alegres
mientras jugaban a las atrapadas, las chicas lindas se encontraban
retocándose el maquillaje mientras hablaban sobre lo muy guapo
que es Martín del 603 y sobre lo mal que es usar tenis con falda.
Ana se encontraba caminando por los alrededores, no muy
lejos, pues la podían regañar. De pronto siente como un tenis se
vuelve cada vez más flojo, —maldita sea, se ha desabrochado —
pensó, se agachó y lo volvió amarrar, pero ahora con una doble
vuelta para que no volviera a suceder, igual con el otro tenis. En
el intento por abrochar el segundo, se dio cuenta que su papel de
receta médica con las indicaciones de sus pastillas para la alergia
cayó de su mochila. Desde pequeña ha batallado con ese picor en
su paladar, o su garganta y nariz congestionada y ni hablar de las
pequeñas ronchas que le salen por todo su cuerpo cada vez que
suda o toca polvo, así que sí, en este tipo de situaciones silvestres
era indispensable que tuviera a la mano ese dichoso papel.
Sus compañeros se encontraban distraídos jugando, en redes
o demás, y los profesores estaban más entretenidos en saber el
chisme de cómo la coordinadora escolar desabrocha un botón de
su camisa cada que entra a la oficina del director, que saber en
cómo está el bienestar de sus alumnos o qué están haciendo.
Ana se adentró cada vez más entre los árboles, sin darse cuenta
que cada vez perdía más y más el sentido de la orientación, pero
para ella el objetivo se encontraba a no más de 5 pasos de ella,
pasos que no se acercaban por más que trotara tratando de ser
ágil y el papel no volara cada vez más con el viento. En un intento
por tomarlo, el pequeño papel dejó de volar, haciendo que ella
frenara en seco de igual manera.
—Bien, quédate ahí —dio un par de pasos, pero al mismo
momento había una gran ráfaga de viento al no tener ya árboles
que lo disiparan, esta vez haciendo que el papel pasara por unas
vallas de metal haciendo que Ana pensara que solo era terreno
privado de alguien que muy seguramente no estaría cerca.
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Estaba muy equivocada, pues a lo lejos vio donde suponía ella
era la entrada, había dos personas custodiando. Importándole
poco lo que fuera a pasar, saltó la muy pequeña valla a su parecer
y siguió su camino tras el papel, dándose cuenta que no era un
terreno cualquiera, sino que parecía un estacionamiento de
remolques, campers y baños públicos, fue extraño, pero no
imposible, pues por su mente pensó algo como empresa de
minería o algo por el estilo. Lo impactante fue que, entre su
curiosidad y su mala atención a las cosas, no vio en qué momento
el pequeño manuscrito se bañó en una especie de líquido rojo
espeso. Quedó atónita por un segundo al no saber qué era ese
lugar, pero volvió a reaccionar cuando algo, o mejor, alguien,
habló mediante un micrófono.
Dedujo que todo era por el tipo de ambiente, se miraba que
era un lugar de entretenimiento, pues había luces, colores,
sonidos por todas lados y locales con bastante gente. El error más
grande que pudo cometer, es que nunca se fijó en qué tipo de
artefactos tenían esos locales luminosos.
—Buenas tardes, casi noches… anunciamos segunda llamada
para…” —la voz por la bocina se escuchaba cerca, tal vez a no más
de 100 metros. Fue acercándose cada vez más sin dejar de lado el
temor que sentía por meterse a un lugar al cual no fue invitada,
pero se vio tranquila al ver que no era la única, ya que había
bastantes personas, como ancianos, muchachos, señoras y uno
que otro niño corriendo. No se vio preocupada por tratar de
esconderse, pues pasaría desapercibida.
El mismo hombre de traje de aspecto elegante y alto, dio la
tercera llamada para empezar lo que sea que estarían haciendo.
La bulla comenzó a resonar, la gente aclamaba a varias personas
y Ana seguía sin entender, pero aún con la pizca de curiosidad y
emoción por saber a quién verían.
—¡Wow! Los veo muy emocionados el día de hoy, sé que es un
día especial y con ello, llevan espectáculos especiales, los cuales
serán encargados a sus personas favoritas..." —habló desde la
misma explanada en que lo vio en la primera vez, el presentador
aún no terminaba, pero las personas ya gritaban eufóricos. Si esto
147
fuera en la ciudad, sería uno de los espectáculos más populares,
pues los gritos eran muy altos y las instalaciones bien mantenidas.
En el fondo la gente solo aclamaba por distintas personas, o eso
pensaba ella, porque escuchaba al menos 3 tipos de nombres
distintos que nunca había escuchado en su vida, ¿Golab?
¿Alricaus? ¿Zagán? Y al menos otros 2 nombres más que suponía
que eran nombres artísticos.
El presentador llamó a Zagán, hombre de aspecto intimidante,
tal vez unos 24-25 años, un tanto egocéntrico, de traje formal
color negro, una capa que le cubría desde la cabeza hasta altura
de la rodilla, y sobre todo por ese cráneo de venado que llevaba
por máscara que era tal vez lo que más resaltaba de él.
Mientras subía, las personas gritaban más y más, al parecer es
el mejor espectáculo, o al menos eso dijo el presentador. El
hombre empezó a elegir a una persona del público, una vez
decidido lo hizo pasar al escenario, era un muchacho con aspecto
nervioso que se sentó enfrente de una mesa y lo amarró de
muñecas y tobillos.
—Tal vez será algún truco barato de desaparecer los nudos —
pensó.
Una vez estando ahí, el hombre quitó la tela que cubría la
mesa, dejando sorprendida a Ana por la gran cantidad de
cuchillos, martillos, cierras, objetos pequeños que realmente no
lograba ver y unos paquetes envueltos en tela o plástico color
negro. Sin duda es un acto que ella nunca había presenciado. No
supo cuándo, no supo cómo, pero estaba ahí sin saber por qué el
hombre estaba cortando la lengua del tipo y llenándose de sangre
las manos sin importarle en lo más mínimo. Seguido vio como
tomaba unas pequeñas agujas y empezó a introducirlas en cada
una de las uñas de las manos, pero, sobre todo, nunca pensó en
cómo un simple artefacto de cocina podía hacerle tanto daño a
una persona puesto que ahora por la piel de entre medio de las
piernas del hombre, pasaba un rallador de queso sacando tiras y
tiras de cuero, carne y chorros de sangre. Sin duda el hombre
torturado gritaba, pero más eran los gritos eufóricos del público
que aclamaban por más, pero ella no lograba escuchar nada,
148
cuando quiso reaccionar solo sintió cómo alguien la tomaba por
la espalda y le ponían algo sobre la cabeza, al parecer no pasó
desapercibida y ahí supo que todo estaba perdido.
Ana despertó en un cuarto o tal vez departamento, cocina, sala
y comedor, estaban todos juntos en un lugar reducido y tal vez
uno o dos cuartos aparte del baño. De primer momento no
recordó nada, pero su mente se vio despejada luego de unos
segundos y fue ahí donde se dio cuenta que estaba encerrada en
un lugar totalmente desconocido y descuidado, lo peor de todo
es que estaba sujetada con una cadena por el tobillo, como si de
un animal de circo se tratara. Su cabeza dolía y sentía que todo le
daba vueltas, y sabía que había estado en ese lugar por bastante
tiempo, pues al tratar de mover el cuello, este le dio un tirón que
recorrió toda su columna. Trató de prestar atención, pues si en
uno de esos videos que salen en redes sociales le enseñaron, es
que, en caso de secuestro, siempre tienes que prestar atención al
sonido que se presenta a tu alrededor, pues sus ojos y labios se
hallaban tapados con lo que pensó era tela y cinta. De fondo solo
se escuchaba una discusión, una discusión de al menos 3
personas, personas hablando sobre la chica de uniforme que violó
la “seguridad” de la feria en la que se encontraban. Minutos
pasaron tratando de encontrar una escapatoria, pero sabiendo
muy en el fondo que eso sería casi imposible. De un momento a
otro escuchó lo que no se imaginaba.
—Si ella está aquí es porque ustedes inútiles no están a cargo
de manera correcta de la seguridad de la feria —una primera voz
se hizo presente gritando sonoramente enfurecida.
—No sé lo qué harán ni cómo, pero quiero que encuentren un
plan lo antes posible.
Oído eso, Ana ya no pudo callar más, trató de desatarse a como
diera lugar y eso causó que la cadena golpeara el piso de madera
haciendo resonar por todo el lugar y las pisadas hacia ella se
hicieron presentes.
—No puedes escapar… —dijo la chica que acababa de entrar
mientras le tocaba un mechón de su cabello.

149
Las lágrimas de Ana se hicieron notar con gestos de miedo y
gritos de agonía, o al menos eso intentaba, ya que su garganta
simplemente se raspaba. Quiso gritarle que se alejara, que no la
tocara y que por favor se apiadara de ella.
—Linda, tranquila, aún no te pasará nada —posicionándose a
un costado del hombre que también había entrado a la
habitación.
Eso, lejos de tranquilizarla, la alteró más, pero sabía que era
caso perdido seguir peleando por una lucha que no podía ganar.
Ana balbuceó haciendo que la otra la mirara curiosa, estaba
asustada e incómoda, no quería estar ahí y menos con esos tipos
tan raros.
—¿Qué quieres decirme, niña? —la de estatura más alta le dijo
mientras le quitaba la cinta con tal brusquedad que se quejó
sintiendo que la piel de los labios se le desprendía. Sabía que ya
era inútil pelear, así que no le quedó más que suplicar entre
lágrimas.
—Por favor, les prometo que no diré nada, pero solo quiero
salir de aquí —dijo entre lágrimas.
La voz de un hombre, que lo distinguió como el presentador
que vio cuando entró al recinto rodeado de personas, se hizo
presente.
—No hagas ruido porque nosotros seremos pacientes, pero el
dueño de aquí no, a nosotros nos importa un carajo lo que te vaya
a pasar, pero sin duda a Zagán no —dijo el hombre de traje con
voz golpeada y un tanto intimidante.
—Ah, y otra cosa… —dijo volteando a ver a la chica alta —tú
serás la encargada de cuidarla mientras pensamos en qué hacer
—una notable mueca se hizo presente en la chica mientras
rodeaba los ojos, volteando a ver a Ana con una cara que sabía que
no significaba nada bueno.
El tiempo pasó, realmente no sabía cuántas horas o días había
pasado ahí, el cuarto con las ventanas tapadas y las horas
interminables de sueño que hacía con tal de no estar en su
realidad hacía que perdiera la noción del tiempo. Sabía que sola
150
no estaba, pues cuando se encontraba despierta escuchaba cómo
entraban y salían en ocasiones de una habitación y de olores que
se hacían presentes desde la cocina cuando se preparaban la
comida, comidas que en algunas ocasiones ella también
consumía. Aproximadamente de 4 o 5 veces al día la chica que al
parecer se llamaba Alricaus iba a visitarla para supervisarla en las
cuales, poco a poco por medio de charlas iban “conociéndose”,
aunque sabía que esa palabra le quedaba muy grande a la acción,
pues no era más que charlas superficiales, pero al menos supo
más o menos cómo era la dinámica de la feria.
Al parecer, al lugar donde entró no era un lugar de
entretenimiento habitual, o al menos no era una feria como ella
pensaba, sino que era un lugar manejado por traficantes y donde
los de la élite iban a divertirse de manera sádica, pues las personas
que ella pensaba era el público, eran personas que tal vez le
debían a la mafia o eran trabajadores del otro bando de mafiosos
y de esa manera saldaban la deuda o una venganza. A cambio de
eso, las personas con poder podían tener entretenimiento
distinto y a su sádico gusto. Ana pensaba que a sus 18 años ya había
visto de todo, que ya nada la iba a sorprender, pero al parecer no
había llegado a conocer la malicia en su máximo esplendor.
Alricaus, tal vez no tenía más de 24 años, Ana sabía que ella
trabajaba de “animadora”, por no decir lo que en realidad era, una
asesina, pero con Ana al pasar de los días, se empezó a comportar
de mejor manera, pues si ella se alteraba o trataba de escapar,
Zagán, le daba una paliza hasta dejarla sin fuerzas en el suelo.
Sus ganas de huir cada día eran menores, sabía que era
adelantar la muerte, y a eso sin duda le temía mucho, pues
siempre Alricaus le platicaba los actos que se cometían ese día y
lo hacía de manera tan natural como contar que fue a la tienda y
el día estaba soleado. Ella ya había rogado que la mataran, pues
los golpes que le daban cuando se ponía mal o insistente ya
estaban cerca de hacerlo, pero le temía a la muerte porque le
recalcaban que su muerte sería mucho peor a lo que se cometía
en la tan aclamada feria.

151
Ana se encontraba recostada, supuso que era por la
madrugada, pues los gritos habían cesado, lo que nunca imaginó
es que Zagán, el hombre que últimamente le daba comida y la
golpeaba de vez en cuando, entraría a su cuarto y se recostaría a
su lado. De primera vista, Ana se asustó, pero al momento que vio
que tenía una bandeja con lo que parecía ser un sándwich, sus
músculos se relajaron.
—Come —le dijo el hombre arrastrando sus palabras y con
notorias manchas rojas sobre su camisa blanca.
Al recostarse a lado de ella, asimiló que estaba ebrio por el
hedor que le llegaba a las fosas nasales. Lo que sí le hizo temer,
era el brazo que se postraba alrededor de la cintura, Ana pensó lo
más lógico, la tocaría de manera indebida y eso ocasionó que
dejara de masticar y sus músculos se tensaran de nuevo.
—Come, no te haré nada —dijo Zagán, pero la desconfianza y
la tensión aún existía y eso lo notó el hombre. —Obedece —dijo,
pero esta vez con más firmeza, haciendo que la adolescente
hiciera caso, pero con confusión.
La noche pasó y él nunca se fue, llegó un momento de la noche
donde ella cayó dormida y ya no supo más, pero una risa y el
rechinar de la puerta hicieron que los dos cuerpos postrados en
el colchón se removieran. Ana sentía cómo el brazo del chico aún
la presionaba y el sonido ronco y molesto como si de un animal
gruñendo se tratase, se escuchó a pocos centímetros de su oreja.
—Aww, gran noche la de ayer —dijo la chica con una sonrisa
de oreja a oreja con un cierto tono de burla.
—Lárgate… —dijo Zagán con molestia por haberlo despertado
temprano después de beber unas copas por la noche.
—Vine a buscarte porque el jefe te habla, al parecer hoy tienes
más trabajo de lo habitual…ah, y todos estaremos ocupados, no
puedes dejar a la chica sola —dijo con un tono neutral. La
confusión de Zagán se hizo notar, pero fue en busca del jefe para
ver qué le solicitaba.
Ana y Alricaus se quedaron calladas mientras escuchaban los
pasos del hombre alejarse, pero al resonar la puerta en señal de
152
que ya se encontraban solas, Alricaus soltó un pequeño grito
mientras pedía que le contara qué había pasado la noche anterior,
por el contrario, Ana ni se inmutó, su apariencia ya no era la
misma, ya no sabía cuánto tiempo había pasado, pero suponía
que unas cuantas semanas, pues los moretones que pueden durar
de 4 a 7 días, aparecían y desaparecían con el paso del tiempo, su
labio molido de golpes se abría y volvía a sanar, la marca de la
cadena ya no era solo marca, ahora era un tipo de callo que ya no
hacía que le doliera el tobillo y sus uñas eran tan largas como si
fueran postizas, su imagen era decadente y eso Alricaus lo notó.
Ana no sabía por qué, pero suponía que fue lástima o la poca
confianza que han podido agarrar con el pasar de los días, pero la
frase que Alricaus dijo la tomó por sorpresa.
—Está bien, no quieres hablar. Ven, vamos a darte un baño,
pero tienes que prometerme que no harás nada que te
comprometa a que te maten o golpeen, después de eso seguimos
hablando —si eso se lo hubieran dicho unas semanas antes, Ana
hubiera planeado qué hacer, hubiera luchado hasta el cansancio,
pero ahora sus fuerzas no daban para más que ser manipulada
por alguien más, pues sentía que su cuerpo estaba tan débil como
para ya no caminar, la falta de agua, de comida y las grandes
oleadas de calor que alcanzaban los 40°C de la zona ya le estaban
cobrando factura.
Alricaus la ayudó a despojarse de sus prendas y adentrarse a la
regadera, el agua estaba helada, pero ya nada importaba, hilos de
líquido entre rojo y café de la sangre seca bajaban por sus piernas.
La regadera fue cerrada y la chica alta la dejó unos segundos en lo
que iba por la ropa que le pondría, no sin antes asegurarla con
una cadena a la base del inodoro, la fuerza de Ana no era más que
para abrir una bolsa de frituras, así que luchar contra una cadena
y un artefacto de cerámica, no serviría de nada más que para su
muerte, así que no intentó nada.
Una vez llegó la mayor, la vistió con unas prendas que tal vez
unas semanas antes sí le hubieran quedado, pero con el peso
visiblemente más bajo de lo habitual, las prendas le quedaban
grandes y largas. Le ayudó a ponerse ropa interior limpia, un

153
vestido por encima de la rodilla y un suéter de puntos color azul
cielo que no se miraba en el mejor estado, pero era lo suficiente
para ya no pasar frío en las noches donde el cerro no cubría las
brisas que llegaban de la playa.
Una vez estando de nuevo en la habitación solo quería echarse
a dormir, pues el estar limpia de nuevo la hizo relajarse, pero ese
no era el plan de Alricaus, ya que habían tenido un trato de que le
contara qué había pasado la noche anterior.
—¿Entonces? —dijo la alta para que le diera seguimiento. Ana
la miró y le contestó —¿Después te puedo hacer una pregunta yo?
— la mayor lo pensó un momento y solo le contestó un “tal vez”.
—En realidad no pasó nada relevante, llegó ebrio y me trajo
comida, pero no sé por qué me abrazó, también fue raro para mí
—salió de manera natural. Al mirar a Alricaus solo podía observar
su cara seria que esperaba por más respuestas. —Ahora sigo yo —
continuó Ana. —¿Sus nombres son reales? Porque nunca los
había escuchado y he de suponer que son nombres artísticos… —
Ana nunca quitó los ojos de la alta.
—Esa pregunta no es nada malo, así que puedo contestarla —
la mayor se relajó notoriamente —esos nombres sí son artísticos,
sería estúpido decir nuestros nombres reales, de hecho, muchos
de aquí ni siquiera tuvieron uno, pues nacieron aquí y nunca lo
necesitaron, así que se les asignó uno de la lista dependiendo
cómo son los niños desde el nacimiento —dijo Alricaus con total
seguridad.
—¿Cómo que dependiendo cómo son? ¿De qué lista hablas? —
dijo Ana intrigada.
—Pues la lista, la lista de nombres, esa lista se desprende de los
demonios más fuertes que hay, y cada uno tiene su significado.
Por ejemplo, Alricaus, que significa…
La puerta se abrió de golpe interrumpiendo a la mayor.
—Ven —dijo Zagán con tono demandante, no sin antes verla
de arriba abajo por el cambio repentino de la chica postrada en el
suelo dándole por primera vez una media sonrisa.

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—Me vas a acompañar al trabajo —las cejas de Ana se guiaron
ligeramente hacia arriba en señal de miedo y preocupación, —
pero no sin antes esto —levantó su mano con un arnés de manos
como si de un esclavo en el siglo pasado se tratase. La humillación
era más que obvia, pero Ana no podía hacer nada.
Una vez puesto el arnés, Ana se miró por primera vez en
mucho tiempo frente un espejo y el cambio la hizo casi gritar,
pues tenía al menos unos 10 kilos abajo, manchas oscuras por
debajo de sus ojos en señal de cansancio y marcas de moretones
por todas partes. Seguido, Zagán se puso a un lado de ella, con un
porte pulcro, el traje totalmente limpio, la camisa blanca
reluciente y la máscara de hueso como recién comprada. El
ambiente se puso incómodo, pues los dos en el espejo, la correa
atada en las manos de la chica, los colores tenues de las prendas
de la misma y aquella mirada tímida, era como si un juego de sado
se tratase, aquello era una imagen que para el primer enfermo
que se cruzaran afuera se podría volver loco de lujuria por
sexualizarla de esa manera… y vaya que habría muchos de ellos
afuera.
Las cosas estaban acomodadas como la primera vez que llegó
ahí, con la diferencia que resaltaba más, pues esta vez era
totalmente de noche y muchas más personas estaban. Ana iba
unos pasos por detrás de Zagán, pero no por mucho tiempo, pues
los jalones que le pegaba a sus manos por tardar eran agotadores.
Las personas los miraban, unos por ser el entretenedor Zagán, los
trabajadores por ser la primera vez que miraban a la chica por
fuera de la casa y algunos visitantes por la imagen tan
extrañamente excitante.
Algunos hombres le chiflaban, otros felicitaban a Zagán por tal
acción. El hombre simplemente los miraba o saludaba con la
cabeza a algunos conocidos, pero en ningún momento dijo
alguna palabra, no hasta que un hombre notoriamente ebrio se
aventó hacia Ana tratando de tocarle de manera indebida. Este
acto hizo que Ana corriera hacia Zagán buscando un poco de
ayuda, irónico. Cuando el más alto sintió como la chica se pegaba,
lanzó un golpe directo a la nariz al hombre ebrio. No supo

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exactamente por qué, pero cuidar a la chica fue su primera
necesidad en ese momento. Desde ahí supo que todo estaba
acabado para ella y sobre todo para él.
Una vez llegaron a la función, Zagán se sentó a esperar la
tercera llamada para su aparición del acto de la noche. Cuando se
llegó la hora, le entregó la correa con Ana a uno de los guardias
pidiendo, o más bien exigiendo, que la cuidara y que no dejara de
ver la función a como diera lugar. Una vez él ya listo en el
escenario, los nervios de Ana empezaron a aumentar, pues había
recordado lo que vio por primera vez…
Zagán estaba seleccionando a alguien del público, los gritos,
las personas con sonrisas como si fuera algún premio y otras
solamente serias viendo hacia la nada. La mesa con la tela se
encontraba por encima del templete, la silla con parecido a silla
eléctrica estaba siendo tomada por la seleccionada, Ana sabía lo
que pasaría, sabía que la harían ver aquel acto de crueldad, y así
fue. La mujer fue amarrada, pero algo inesperado surgió, pues el
presentador le hizo llamado a otra persona, a Golab, un hombre
tal vez un poco más alto a su estatura, pero notoriamente más
bajo que Zagán. Los dos comenzaron a acomodar sus
instrumentos, uno con armas filosas y paquetes negros con una
mecha, mientras que otro preparaba los bidones con algún
líquido rojizo dentro. El show comenzó, los gritos aumentaban
conforme la sangre salía, la mujer amarrada ya no tenía uñas y un
par de dedos, abrieron su blusa como si fuera lo más normal del
mundo y cortaron el sostén sin cuidado alguno de cortar con la
navaja su piel, comenzaron a quitar superficialmente tiras de
carne manchando así sus manos y sus trajes tan limpios como el
vestido de Ana. Pero lo peor no fue eso, lo peor fue cuando
rociaron aquel líquido de los bidones como agua, fue ahí cuando
cayó en cuenta y recordó el nombre y lo que hacía Golab. Chorros
y chorros de vómito salieron de sus entrañas, vómito que no supo
de dónde salió, pues ni siquiera había comido, una mezcla de
agua salió primero y cuando el cuidador le levantó la cabeza para
que viera como aquella mujer se quemaba viva entre llantos y
gritos lo siguiente que salió de su boca era un líquido verde que

156
hacía arder su garganta. No soportó más, el dolor de cabeza, los
gritos de la gente, los jalones de cabello que le daba el guardia y
aquella sonrisa tan sádica del hombre cubierto de sangre que le
brindaba desde el escenario la hizo desvanecerse en su lugar.
Ana pensaba que solo había estado dormida, pero se mantuvo
gritando, golpeando y diciendo cosas que no debería, hizo eso
hasta que la encerraron en un cuarto siendo Zagán y la mayor
tratando de tranquilizarla. Zagán cambió repentinamente de
tratar de tranquilizarla a un notable enojo, así que comenzó a
golpearla nuevamente, sus heridas volvieron a abrirse, los ojos no
podían ver de lo hinchados que se encontraban, esta vez no solo
heridas de golpes le daban, la tortura mediante quemaduras se
hizo presente, su cuerpo se sentía mallugado de tanto golpe y
conforme más la golpeaban, menos sentía… Ana estaba perdida
pero muy en el fondo sabía que ese era el camino para liberarse.
De fondo escuchaba cómo alguien la llamaba por su nombre,
ella entre sueños miraba a sus amigos correr, a sus profes
regañarla por haberse ido lejos y su receta de pastillas acomodada
en una carpeta, pero no, poco a poco el sonido era más claro y
fuerte para sus oídos y fue ahí donde se dio cuenta que solo estaba
soñando, que sus amigos no estaban, que los profes no le decían
nada y no había ningún gato, de lo contrario, solo se encontraba
una chica limpiando sus mejillas de aquellas lágrimas que
salieron entre sueños. Despertó de golpe y se levantó, provocando
que su cabeza doliera y se mareara. Alricaus la reprendió y le dijo
que estaría bien, que solo había tenido un pico de estrés por lo
sucedido. Al parecer Ana pensaba que solo había estado dormida,
recordó todo, pero no sentía nada, no tenía miedo, no tenía dolor
y ya no tenía preocupaciones.
—¿Qué pasó? —dijo Ana en un tono neutro.
—¿No recuerdas lo de anoche? —contestó la mayor.
—Sí... y es por eso que pregunto, ¿por qué no estoy muerta? —
contestó viendo hacia la nada.

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—Sí… sé que tal vez tengas confusión de porqué estás así, de
por qué no tienes más miedo, pero nunca tuvimos la oportunidad
de decirte quién era en realidad yo, me presento, yo soy…
Ana recordó cómo Alricaus sacaba un reloj de bolsillo de la
maleta que utilizaba para trabajar, después de eso recordó cómo
un golpe en su mejilla la hizo caer. Lo que Ana no sabía, es que
una vez que ella cayó en el suelo, comenzaron un ritual de
hipnosis. Alricaus meneaba el reloj por encima de la cabeza de
Ana y recitaba unas palabras.
—Uno, un calor agradable corre por sus venas… dos, estás en
un estado de calma… tres… una ligera neblina te invade… cuatro…
todo está negro alrededor de ti… es la oscuridad… cinco…
obedeces… seis… obedeces… siete… no peleas… ocho… no te vas…
nueve… eres nuestra… diez… aquí laboras.
Salió de sus recuerdos para escuchar su estadía y perdición.
—Nunca tuvimos la oportunidad de decirte quién soy en
realidad, me presento, yo soy Alricaus, demonio de psicología e
hipnosis.
Sábado, 20 de enero de 2018
Los cientos de restos humanos encontrados en las
inmediaciones del Cañón del Nacapule presentan rastros que
fueron calcinados en una hoguera utilizada por el crimen
organizado para desaparecer personas. Hasta la mañana del
sábado, el conteo de piezas humanas recuperadas era de 144 y tras
el arribo del colectivo de búsqueda de Las Rastreadoras de El
Fuerte la cifra se elevó en una veintena más.

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Una vida más

Priscila Oviedo Moreno

Otro día más en esta sin chiste y fea secundaria, cada día que
despierto pienso, ¿necesito seguir estudiando?, ¿me servirá
estarme levantando todos los días a las 6 am? Solamente estoy
escuchando a mis maestros que no me dejan platicar con mis
amigas, qué aburrido es, yo quiero estar platicando de lo que nos
pasa todos los días y los niños que nos gustan. Cómo quisiera que
nomás vayamos a la escuela a estar platicando y no nos dejen
tarea, en fin, es mi obligación porque no me gusta trabajar aún,
ya que, no me queda de otra, ash. Y si no hago caso a mis
prefectos. Y si llevo la falda corta como me gusta, sin usar esas
calcetas feas grises y tan calientes que me muero de calor, yo
quiero ir con mis pestañas llenas de rímel y mi rubor bien rosa,
pero siempre que lo hago me mandan a prefectura, como me
caen gordos todos los prefectos, como si ellos no hubieran sido
adolescentes, son tan aburridos. ¿Acaso yo también seré igual de
aburrida y amargada que ellos? Espero y no, porque hasta yo me
caería mal. Bueno, en fin, tengo que levantarme de mi cama con
mis cobijas rosas tan calientitas, porque luego me dejan afuera de
la escuela los prefectos y tengo que hacer que mi mamá se baje
conmigo, y ¡NO! ¡Wey qué osooo!, mejor llego puntual. Ya mejor
dejo de estar pensando en eso y mejor me pongo mi feo
uniforme.
—Viri, ¿piensas quedarte en cama toda la mañana o qué
piensas?
—Amaaá, no quiero ir, ¿y si inventas que tengo cólicos?

159
—No, otra vez no, Viri, siempre quieres inventar algo para no
ir a clases.
—Mmm, ¿y mi hermana enfadosa, ya está desayunando?
—Sí, apúrate porque te vamos a dejar y te vas a ir caminando
Mientras me estoy poniendo mi falda fea tableada de color
caqui que parece que estoy en la cárcel y mi blusa blanca que me
queda toda aguada y no me hace lucir mi cuerpo, me pongo a
pensar que siempre hago lo mismo, siempre hago enojar a mi ma
y a mi hermana porque tardo mucho, pero ash, cómo me choca
que sea tan puntual mi hermana, siempre quiere llegar dos horas
antes, ni que le fueran a poner falta en todo, igualita a mi pa.
—Wey, apúrate, ya estás toda lenta desayunando, como
siempre por tu culpa llego tarde a todos lados
—Ya cállate, no me estés apurando que me voy a tardar más.
Nomás termino de desayunar y me lavo los dientes.
Espérenmeee, ya voy amá, nomás me pongo los tenis.
Como siempre en el camino a mi escuela, mi ma siempre
pone la radio, me aburren mucho las noticias, mejor pongo mis
canciones de reggaetón, están más divertidas y así llego bien
ambientada con mis amigas.
—Viridiana ¡BÁJALE! Me van a explotar los oídos aquí atrás
—Qué enfadosaa, siempre me amargas, ok.
Me encanta el camino hacia mi escuela, siempre veo cosas
diferentes, pero como siempre hay una filota de carros para
dejarnos en la escuela. ¿Por qué no hacen más grande la calle o
por qué no abren más puertas? Nada les cuesta.
—Ma, déjanos aquí en la esquina, porque nos van a cerrar la
puerta y otra vez te vas a tener que bajar para que nos dejen entrar.
—¡Ayy, no! Yo no voy a caminar tanto, déjanos en la puerta,
ma.
—Pues yo me bajo, que por tu culpa, Viridiana, siempre llego
tarde
—Bueno, pues, yo también me bajo aquí en la esquina ma,
para que des vuelta y no te metas a la filota que hay.
160
Cómo me enfada hacer fila para entrar y ese largo camino para
el salón. Ay no, y el profe siempre con sus chistes malos que me
hacen reír a fuerzas y este salón tan sucio que siempre hace un
chorro de frío y está todo feo, pero todo sea para no verme como
la amargada del salón y más que soy la más popular de la escuela,
tengo que verme siempre bien y simpática.
—Qué onda, Viri, ¿vamos a la cooperativa?
—Qué flojera, mejor tráeme unas chips moradas.
—Vamos, floja, para salirnos un rato de la clase que está tan
aburrida
—¡SEÑORITAS! ¿A dónde van?
—A la tienda, profe, ahorita venimos.
—Primero hagan la actividad y ya pueden salir.
—Vamos rápido ¡CORRE!
Me gusta correr por mi escuela y caminar sobre los salones,
sobre todo estar sentada recargada en los pilares y en las bancas,
aunque están bien chiquitas y calientes todo el tiempo, apenas
cabemos, pero nunca faltan las risas y chistes, sobre todo, estar
jugando a brincar la cuerda y a estar haciéndonos mensos jugando
vóley porque ninguno sabemos cómo jugar. 10:00 am y suena el
timbre para salir a receso, todos corren hacia la cooperativa, me
choca que se llene y tarden tanto en atendernos, pero como
siempre yo empujo a todos y me meto entre los demás para que
me atiendan más rápido, por algo soy la más popular de aquí.
Wow, que rápido pasan los años y ya me encuentro en tercer
grado de secundaria, se me fue volando, no puedo esperar por
que llegue el día de mi graduación y poder salir de la secundaria
para entrar a la preparatoria.
Se llegó el día de la graduación y Viridiana y sus amigas se
encuentran emocionadas.
—Amigas, ¿ya están listas para ir a la graduación?, yo estoy en
el salón de belleza de Enrique, donde me están poniendo muy
bonita y donde me tomaré muchas fotos porque está divino con
esas paredes con dibujos de flores y las luces que encandilan.

161
—Perfecto, amiga, yo ya voy a terminar de alistarme y me iré
a poner mi vestido rosa con brillos.
Se llegó la hora del baile de graduación y lo único que puedo
esperar es estar en el baile cantando y bailando con mis amigas.
Primeramente, tengo que llevarme las botanas que me encantan
como el sushi y el queso con mermelada y galletas.
Durante el baile, Viridiana y sus amigas se encuentran muy
emocionadas por ya terminar la secundaria, tanto que no
pensaron en las consecuencias de consumir alcohol e ingresarlo
al salón de eventos donde es la graduación. Al estar durante el
baile, Viridiana y sus amigas empiezan a ofrecerle alcohol a todos
sus compañeros y la mayoría lo acepta.
Al terminar el baile de graduación los maestros se dan cuenta
que los alumnos se encuentran fuera del estado normal y no están
conscientes de lo que hacen, una mamá se da cuenta que su hijo
ha consumido alcohol por lo cual, entra al salón de eventos y
regaña a los maestros que supuestamente están vigilando a los
alumnos.
Como siempre, Viridiana y sus amigas fueron las responsables
de ingresar el alcohol al baile, los maestros les llamaron la
atención y pidieron llamar a la policía para arreglar mejor ese
problema, la mamá de Viridiana estaba afuera del salón de
eventos esperándola, cuando se da cuenta que llega la policía,
entra y pregunta qué fue lo que pasó y se da cuenta que tienen en
investigación a Viridiana y a sus amigas.
En la madrugada de ese día 26 de junio de 2016, Viridiana y
sus amigas son llevadas a la comandancia, en donde
permanecieron horas ahí y después fueron liberadas.
—Amigas estoy castigada, ¿y ustedes?
—También, amiga, pero nadie nos quita lo divertido que nos
la pasamos en la noche de nuestra graduación.
Viridiana al mes de graduarse de la secundaria, hace examen
para entrar al Colegio de Bachilleres del Estado de Sonora, en
donde logró quedar.

162
—Mira, mamá, si logré quedar en la prepa, ves, ya te demostré
que no soy tan burra como piensas.
—Yo no digo que eres burra, hija, sino que eres muy
escandalosa, pero muchas felicidades, espero y nos sigas trayendo
más logros que te beneficien y no que te perjudiquen.
Como siempre, mi mamá dándome sermones de que sea niña
bien, ¿qué no conocerá cómo son mis amigas en realidad? Si
supiera cómo son, no me diría nada, siempre mi mamá tan
antipática como a la antigua…
Ya es mi primer día de clases, que emocionada estoy, esto lo
tendré que festejar con mi mejor amigo.
—Hola, Gil, ¿vamos a la fiesta del fin de semana? Dicen que va
a estar súper padre y va a estar un DJ.
—¡Hola, Viri, vamos! Sí quiero ir.
—Estoy desesperada por la fiesta, ya quiero bailar.
—Oye, Viri, ¿ya viste quién te mandó mensaje?
—No, ¿quién?
—Tu ex amiga, Alexa, con la que se junta Paulina
—Oh sí, ¿qué querrá?
—Te puso que hay que salir, que terminó con su novio y está
aburrida, hay que invitarla.
—No se me antoja invitarla, pero está bien, vamos a ver si
cambió a como era antes.
En camino a la casa de Alexa, Viridiana se encuentra un poco
confundida porque le habló su amiga del pasado.
—Hola, Viri, hola, Gil —saluda Alexa con un beso en el cachete.
—Qué onda, Ale, ¿ya lista para la fiesta?
—Sí, tengo muchas ganas de salir.
En camino a la fiesta, Alexa le advierte a Gil y a Viri que
siempre saldrá con ellos porque le cayeron muy bien. Ellos se
voltean a ver con cara de ‘’y esta loca, solamente era para salir un
día no todos los fines de semana’’.

163
Durante la fiesta, Viridiana y sus amigas junto con Gil y Alexa,
se ponen a bailar. Después Alexa le dice a Viri si quiere ir con ella
a saludar a unos amigos y accede a ir a conocerlos.
—Ale, ¿por qué no me dijiste que tus amigos hacen cosas
malas? Mira, están llenos de pistolas.
—No seas aburrida, Viri, no te hacen nada ellos.
—Mmm, está bien, confío en ti, espero y no suceda nada malo.
A veces puedo pensar que Alexa continúa siendo la misma
persona por la que me alejé y eso me asusta un poco, no me gusta
que se lleve con gente que no hace las cosas bien, pero bueno, en
fin, tendré que seguirle la corriente y dejar de estar pensando
tanto en tonterías que solo hacen que me asuste más y me quiera
ir.
—Ale, ya deberíamos de regresarnos a la fiesta, dejamos a mis
amigas y a Gil, se van a molestar por eso
—Asco, cálmate vamos acompañarlos a un mandado, nomás
no te asustes porque te aviso que vamos con personas que traen
más pistolas que ellos, pero ni al caso, no te preocupes que ellos
no nos van hacer nada a nosotras, te lo pinky.
Durante el camino hacia donde iban los conocidos de Alexa,
se veía una carretera, pero al mismo tiempo, se miraba como si
fuera de terracería, eso me asustaba, ¿qué tal si ya no vuelvo a mi
casa? Me asusta que vayan manejando tan rápido y no tengan ni
cuidado de por donde van.
Cuando llegamos al lugar me hizo sentir muy asustada porque
todos se acercaron al carro, nomás se me quedaban mirando
diciéndome piropos.
—Ale, porfa, ya vamos, me siento muy incómoda y no me
quiero bajar del carro, además mi mamá ya me está marcando
que ya me vaya a la casa, si no, no me dejará salir el otro fin.
—Ey, vamos ya para ir a dejar a la Viri
Durante el camino de regreso me sentía más nerviosa de lo
normal, no sabía para dónde irme o qué decir en el camino,
pensaba en cómo iba a llegar a mi casa, si con bien o con qué.

164
Después de tanta desesperación al fin llegué a mi casa,
rápidamente le mandé mensaje a mis amigas y a Gil para decirles
que ya estaba en mi casa y que todo estaba bien. Al día siguiente,
otra vez Alexa me invitó a salir para dar la vuelta, accedí porque
no estaba haciendo nada en mi casa. Llegó en un carro muy lujoso
por mí, me dio un poco de miedo porque no se miraba muy
normal que digamos, le dije que me daba miedo el subirme a ese
carro y se molestó un poco.
—¡Que ridícula eres! —no me quedó de otra más que seguirle
el rollo e irme con ella y sus dos amigos a la calle.
—Le diré a Paulina si quiere venir con nosotros, para que se
distraiga un poco y conozca nuevas cosas, como este carro.
—Sí, dile, para pasar por ella.
Paulina al principio no quería ir, pero le rogué hasta que
terminé convenciéndola de que viniera con nosotros a dar la
vuelta. La verdad no pensaba en invitar a Pau porque ya me había
dicho que no le agradaba la amistad de Alexa porque siempre
invitaba para hacer cosas que las demás personas no querían y
siempre terminaba convenciéndote de hacerlas, por esa razón no
quería estar sola con Alexa.
—Pau, ¿siempre llega por ti en carros como estos?
—Sí, a veces siento que hace cosas malas, aparte su familia no
es de dinero, entonces no sé cómo le hace para darse algunos lujos
que tiene y siempre traer dinero porque ella es la que se ofrece a
pagar todo.
—Qué miedo, me imagino que debemos de tener cuidado con
ella.
—Ay, pero equis, somos jóvenes, es parte de la anécdota.
Otra vez de vuelta al COBACH, que flojera que siempre me
regañen por traer la falda supuestamente corta, pero yo no tengo
la culpa que me queden así. Equis, aunque me llamen la atención
no les haré caso, total no me pueden correr solamente por no
traer la falda hasta la rodilla, además hay algunas que tampoco
traen la falda así. Y luego, ay no esas calcetas tan feas, largas y
blancas que se manchan con todo…
165
Que rápido, ya pasaron 2 años y ya estoy en el último año de
la prepa, qué padre saber que ya casi soy mayor de edad y me
podré independizar, al fin podré salir de este pueblo tan feo y de
gente tan envidiosa. Bueno, equis, ya me pondré a estar atenta a
la clase porque luego ando preguntando y batallando en los
exámenes por no poner atención y todo por siempre estar
pensando en cosas que ni al caso.
—Viri, te anda buscando el güerito al que siempre le has
gustado, está afuera con un peluche grande, flores y chocolates.
—Ay no, qué horror, yo no quiero salir, mejor dile que no vine
a la escuela.
—Viri, no seas así ya está afuera, pobrecito.
—Bueno, dame cinco y voy.
Que flojera que no me supera el güero ese, que flojera estarlo
escuchando siempre con que quiere que sea su novia.
Otra vez Alexa invitándome a salir.
—Qué onda Viri, ven a mi casa para ir a dar la vuelta con un
amigo un rato.
—Está bien, más al rato voy a tu casa.
Me gusta estar en la casa de Alexa porque siempre está sola,
me gusta estar en su cuarto y su cama alta tan cómoda, en donde
siempre estamos platicando de todo mientras me maquilla o me
peina, me gusta ir a su casa y más porque a veces platico con su
abuelita, si es que está, me gusta ir a su cocina con esa mesa chica
y las sillas tan bajitas, siempre platico muy a gusto.
—Viri, vamos, ya llegaron por nosotras.
Otra vez llegando por nosotras ese tipo de carros tan raros, me
dan miedo y no me dan buena vibra, creo que le hablaré a mi
mamá para que venga por mí o me recoja en algún lugar, no
quiero estar con este tipo de gente que me pone intranquila.
—Mamá, ¿puedes venir ya por mí a la casa de Alexa, porfa?
—Sí, ya voy, ando cerca.
—Viri, que ridícula eres, no te vayas, dile a tu mamá que no y
mejor nos quedamos en la casa viendo películas.
166
—Le tendré que decir que siempre no venga, ya venía en
camino.
Sentía que no iba a estar a gusto y me quería ir a mi casa, sentía
que algo pasaría porque Alexa estaba muy rara y nerviosa, pero si
le digo que no quiero estar con ella se va a molestar y ya no va a
querer hablarme, siempre es tan sentida con todos, se molesta
bien rápido.
—Oye Viri, un amigo vendrá por nosotras un rato para ir a dar
una vuelta o para ir a cenar, ¿está bien?
—Mmm, Alexa, te dije que yo no quería salir, pero siempre tan
necia tú, vamos, pero solamente un rato.
Alexa y sus mentiras, siempre tiene una nueva mentira para
decir y nunca negarse, siempre termina convenciéndome de
hacer lo que ella quiere. Cuando llegaron por nosotras sentí cómo
me miraba su amigo, no me miraba para bien, pero pues mientras
yo no le haga caso nada pasará.
—Ale, ¿a dónde iremos?, ya se salieron de la ciudad.
—Vamos al pueblito de aquí enseguida, a ver si hay algo para
cenar porque aquí ya está todo cerrado.
Cuando llegamos a ese pueblito, enseguida de la ciudad, se
sintió como si fuera un pueblo fantasma, tan helado y tan oscuro,
ni una sola persona caminando, mucho menos carros andando,
¿será porque ya es media noche o porque nadie sale aquí? De
seguro ha de ser porque hay mucha inseguridad en estos pueblos
y la gente tiene miedo de eso. Le tendré que mandar mensaje a
Ale, porque esta carretera a donde van no es para ir a nuestra
ciudad y eso me da un poco de miedo y más que ya es media
noche. Como siempre de mentirosa, Alexa dice que vamos a ir a
comer al otro pueblito, siempre inventa cada cosa diferente, pero
bueno ella sabe por qué lo hace.
Llegamos al otro pueblo y en este sí se miraban más personas
y carros, pero igual se sentía la misma vibra que la del otro, era
tan incómodo todo esto, solamente quería irme a mi casa y estar
en mi cama tan cómoda con ese colchón aguado y relajante.
Cuando llegamos al Oxxo no me pareció tan sospechoso, Alexa
167
no quería bajarse del carro hasta que se fuera ese carro
sospechoso y se notó que tenía miedo a esa persona.
—Ya hay que bajarnos, tengo sed y quiero algo de tomar.
—Espérate, deja que se vaya ese carro.
Cuando me bajé al Oxxo, sentía como si nos estuvieran
vigilando, tenía escalofríos y esa vibra tan rara que a veces sentía
al estar con Alexa. Al subirnos al carro lo primero que vi fue que
se pararon dos camionetas detrás de nosotros, eso me asustó
demasiado, pero como dicen “el que nada debe, nada teme”. Alexa
se encontraba tan nerviosa como si supiera por qué estaban esas
camionetas atrás de nosotros.
¡Tok, tok! Se escuchó en la ventana, era un señor tan alto y tan
raro, tenía cara de una persona que no es normal.
—Bájate del carro, te hablan en esa camioneta.
—Alexa, ¿qué está pasando?
—No lo sé, solamente cállate.
Esto me parecía tan raro, sentía que todo se ponía frío. Lo
primero que miré al voltear a mi lado, era un joven de mi edad,
delgado y de piel morena, al mirarlo se podía identificar qué era
y a lo que se dedicaba.
—¿Qué está pasando? ¿A dónde nos llevan? ¿Por qué se van por
este camino?
Tenía tantas dudas en ese momento, no sabía por qué esos dos
hombres se habían subido al carro y habían bajado al amigo de
Alexa del carro para subirlo a una de esas camionetas, no entendía
qué estaba sucediendo.
—¡BÁJENSE! —escuché esa voz tan fuerte y dura, que mi
corazón comenzó acelerarse del miedo que sentía, no sabía qué
iba a suceder al bajarme del carro, no sabía si tirar mi celular o
qué hacer.
Al bajarme de ese carro pude ver cómo era el lugar donde
estábamos, ese lugar que jamás olvidaré, tan frío, lleno de piedras,
tierra y árboles secos que llevaba ese camino tan largo y no se
miraba que tuviera un fin. Esas preguntas que me hacían nunca

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las olvidaré, cómo esas personas pensaban que yo tenía alguna
relación con esa clase de gente. Yo no sabía que responder, ya que
era típico que todo el pueblo conociera a esas personas y yo no
sabía si contestarles con un sí o con un no, todo era tan confuso,
no sabía si volvería a casa a ver a mi familia, abrazarlos, a pelear
con mis hermanos y al mismo tiempo quererlos tanto, no sabía si
serían mis últimos minutos de vida o solamente sería una lección
más, me parecía que todo era como un sueño, pero al sentir cómo
me miraban o ponían sus frías manos en mis hombros o brazos,
me hacía recordar que no estaba en un sueño y que era la vida
real.
—Alexa, ¿por qué estamos aquí?, ¿conoces a estas personas?,
¿por qué les hablas por su nombre?
—Ya cállate y contesta lo que te preguntan.
Al voltear a mi alrededor solamente escuchaba cómo hablaban
entre ellos, cómo nos gritaban mientras golpeaban al amigo de
Alexa, escuchaba sus gritos de dolor y pensaba que a mí también
me lo podrían hacer, todo esto me ponía a pensar que esos
segundos parecían una eternidad.
—Déjenme ir, yo no sé porque estoy aquí, ni conozco a nadie
de las personas por las que me preguntan y no les quiero inventar
una respuesta.
No me contestaban, solamente estaban revisando mi celular
para confirmar si lo que decía era cierto y pensaban en qué iban
hacer conmigo y los demás, podía ver cómo me llegaban
mensajes de mi mamá preguntándome si estaba bien. Solamente
quería contestarle que todo estaba bien y que no se preocupara,
no sé cómo mi mamá presintió que me encontraba en peligro.
¡SÚBANLAS A LAS CAMIONETAS! Escuché desde lejos, en
ese momento me imaginé a dónde nos llevarían y qué harían con
nosotras. Al subirme a esa camioneta negra polarizada, con esos
asientos tan fríos y duros que parecía que estaba sentada en un
hielo, miraba que esas personas estaban completamente
cubiertas y no lograba identificarlas ni ver sus rostros, por lo que
pensé, ¿estas personas solamente me quieren asustar? Yo pensaba

169
que todo era una broma y que nada malo pasaría, pero me
equivoqué.
Llegamos al lugar donde desde un principio me imaginé,
parecía que estaba en medio del desierto, pero al bajarme del
carro logré ver una gasolinera y una carretera, por lo que pensé
que no estaba tan lejos de donde estábamos.
“Bájala del carro y amárrala” fue lo que escuché al llegar al
lugar, en ese momento no reaccionaba y no pensaba en qué es lo
que me iba a pasar, estaba sola con esos hombres, no sabía en
dónde estaban Alexa y su amigo.
¡ARRODÍLLATE! Al escuchar eso, lo primero que se me vino
a la mente fue “me van a matar”, pero al estarme haciendo las
mismas preguntas no sabía qué pasaría, yo no sabía qué contestar.
Al sentir esas manos grandes, tan duras llenas de callos en mis
hombros, lo primero que se me vino a mi mente fue mi familia.
Al escuchar un carro volteé y vi que era Alexa llegando
—¿Dónde estabas Alexa?, ¿tú sabías todo esto?
Al ver su mirada de odio, no supe que pensar.
—Súbanla de nuevo a la camioneta y que no salga de ahí
No sabía que iba a suceder, si me dejarían ir o me tendrían más
tiempo. Escuchaba como le gritaban y golpeaban a Alexa y a su
amigo, me entró una desesperación, pensaba que a mí también
me podrían golpear como se escuchaba que lo hacían con ellos.
Al bajarme de esa camioneta y el subirme a otra me hizo
pensar en un momento que nos dejarían irnos, solamente éramos
Alexa y yo junto a esos hombres tan raros, ir cubierta con una
manta en la cara y no saber a dónde nos dirigíamos me ponía a
pensar si llegaríamos vivas a nuestros hogares. Cuando escuché
que paró la marcha del carro y lo apagaron, pude escuchar que
pasaban carros muy rápido, me hacía sentir un alivio ya que
pensaba que ya estábamos muy cerca de la carretera.
—Los dejaremos ir, pero con una condición.
—Sí, por favor, díganos cuál, pero no nos haga daño, por favor.

170
—No volverán a este pueblo, no los queremos volver a ver
aquí.
—Sí, lo que ustedes digan.
Cuando nos dejaron ir y nos subimos al carro en el que
llegamos sentí un gran alivio, pero al mismo tiempo
preocupación y desesperación por llegar a mi casa. Iniciamos la
marcha en la carretera, cuando de repente:
—¡Nos vienen siguiendo! —gritó Alexa.
Volteé hacia atrás y logré mirar que venían a una velocidad
alta con los rifles por fuera apuntándonos. No sabía cómo
reaccionar ante eso, solamente escuché a Alexa cuando me dijo
que me agachara y no volteara. Yo le hice caso y solamente me
quedé en silencio. Logré ver que ya no estaban detrás de nosotros
y ya casi llegábamos a la ciudad, lo cual me hizo sentí un poco
aliviada que ya estaba un poco más cerca de mi familia.
—Déjenme a mi primero en mi casa —dijo Alexa.
—Está bien y después dejo a Viri.
—Sí, ya quiero llegar.
Mirar cómo estaba toda golpeada Alexa me hizo pensar en por
qué la habían tratado así y qué fue lo que había hecho para llegar
a esos límites tan feos. Llegué con mi familia corriendo y con el
corazón casi saliéndome del pecho, sentí tantas ganas de llorar,
pero al mismo tiempo no podía reaccionar, me sentía en shock.
—Papá, mamá, hermanos, perdónenme por lo que me pasó,
yo no sabía que podría llegar a esos problemas tan grandes por
tener la amistad de Alexa.
Después de platicarle todo a mis papás ellos comprendieron y
me aconsejaron, claramente en ese momento no podían
regañarme porque me encontraba muy asustada y eso iba a
empeorar las cosas, por lo que mis padres y mis hermanos me
apoyaron para salir adelante y superar toda esa tragedia tan
horrible que llegué a pasar por tener una amistad como la de
Alexa.

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Durante el día reflexioné en todo lo que había sucedido, tomé
la decisión de eliminar mis redes sociales por un tiempo porque
estaba consciente de que las redes te consumen y tenía miedo que
se supiera sobre lo que nos llegó a pasar y que las personas lo
tomaran por el lado negativo y buscaran burlarse de nosotros.
Viendo a mis alumnos pienso… no puedo creer cómo es que
han pasado solamente 10 años de mi atentado en ‘’mi vida loca’’ y
ahora soy una maestra a la que mis alumnos admiran por ser lo
que soy: ¡su maestra perfecta! Y yo pensando en acabar con mi
vida en esos tiempos para no afrontar mis problemas y que ahora
me hagan llamar la maestra perfecta, es increíble.
Bueno, en fin, dejaré de pensar en el pasado y pensaré más en
el presente, a ser la mejor maestra que todos piensan de mí, pero
qué bueno que decidí dejar ese pueblo de mala muerte.

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Xawi-i

Gahel Isaí Moroyoqui Diaz

—¡Aquí hace mucho calor! Parece que como si el sol estuviera


enojado con nosotros, ¿por qué estará resentido con nosotros?
Como si yo y tú tuviéramos la culpa de algo que lo haya
molestado.
—Sí… allá en mi tierra no hace tanta la calor, pero sí hay mucha
lluvia y la que se enoja es la creciente, que sin avisar se lleva tus
cosas hacia el canal del pueblo. La última vez que nos atacó fue
hace años allá, terminé perdiendo a mi perro y unos papales que
disque mi infancia. Pero aquí la calor sí es insoportable, qué
fuerte pega la güii en tu tierra, pobre mi Vichijj, a que la de estar
pasando mal con la yatüü en el campo. Nexquiariac se porta como
chuvee ante esa pobre mujer.
—Hay que ir corriendo al pozo para refrescarnos con el
primer chorro de agua, ya vez que el primero es el más helado.
—¡Vamos!
Fuimos chicoteados hacia el pozo de agua, dejé que ella
bebiera primero, siempre al lado de ella me sentía con la
obligación de ser todo un caballero, no era una simple escuincla,
era la chamaca por la que mi corazón latía. Su nombre era Xawì-
i, que, aunque sonaba raro y nunca lo había escuchado, ella me
decía que tenía cierto significado en su pueblo. Ambos teníamos
los trece años cumplidos, pero ella no lo sabía, siempre que
preguntaba mi edad me sumaba dos años más, a veces hasta tres…

173
—¡Ah! Que rica está el agua, no probaba un agua tan rica desde
que de pequeña allá en donde vivía tomaba agua sumergiendo la
chompa en el río.
—¡Sí! Está requetefresca. Y a qué sabe el agua de río.
—Sabe como a esta agua, pero te llenas más rápido con ella.
Mi Vichijj siempre llenaba una tinaja de esas como de lodo muy
duro, y la llenaba de agua, la dejaba afuera de la casita para que
quedara fría con el viento.
—¡Wow! Espero algún día probar esa agua, pero no tiene
animalitos o alguna basurita.
—Mi Vichijj siempre la colaba antes de llenar la tinaja con una
tela y así el agua quedaba más pura, ella siempre me cuidaba de
esas cosas, me quiere mucho.
—Entonces sí quiero probarla.
—Sí, está muy rica, pero allá en con mi Vichijj está muy lejos
de aquí, tardamos días en llegar aquí en esos carros grandes.
—Hay que irnos chicoteados al salón de clases, seguro la miss
ya se dio cuenta que nos fugamos un ratito de su sesión.
—Es verdad. ¡Huevo podrido el último!
—¡Patitas pa qué las quiero!
Corriendo hacia el aula yo me dejaba arrebasar por ella, me
gustaba ver cómo su cabello galopaba con el viento, aunque
también me ganaba, ella era más ágil que yo. Un día nos metimos
a la huerta de don Macumba a robar unos ramos de uvas. Don
Macumba, sabiendo cómo es la raza del poblado, siempre suelta
los perros para que se paseen por las líneas de uva y así puedan
atacar a cualquiera que intente entrar. La Xawì-i y yo nos metimos
bien chicoteados por la huerta y en la primera mata de uva
arrancamos los racimos, de la nada se empezó a escuchar unos
aullidos de los chuchos que cuidan la huerta y salimos corriendo
pa fuera lo más rápido que podíamos, la chava me llevaba gran
ventaja, ella era más flexible y veloz que yo, además de que yo
llevaba la mercancía, me empezó a dejar muy atrás, ahí no
importaba nada más que llegar al cerco y brincar para escapar de
la forajida de perros que nos perseguían, los chuchos
174
mordiéndome los talones y la plebe desconsiderada. Ese día
recibí cinco mordidas y me quedé sin uvas.
—¡Uff! ya sonó la chicharra anunciando el fin de las clases,
vámonos, hay que salir del salón para irnos a nuestras casas.
—Sí, ya me quiero ir, mucha escuela por hoy.
—¿Quieres acompañarme a mi casa?
—Claro que sí.
La Xawì-i vivía en una secta indígena, por las afueras del
pueblo, mi casa quedaba en dirección contraria, a pocas cuadras
de la escuela, por el centro. Pero me gustaba pasar tiempo con la
Xawì-i, y sin importar el calorón de medio día yo accedía a
acompañarla.
—Plebe, ¿por qué siempre me acompañas, aunque vivas lejos
de mi casa?
—Es que me gusta caminar, ya estoy algo panzón y quiero
bajarla.
—Mmm.
—¿Qué? ¿A caso me veo mejor de lo que creo?
—¿Somos muy buenos amigos, no es así? Somo casi hermanos
y siempre lo será
—Si tú lo dices…
—Al menos que algo pase después, en un futuro.
—¿Qué podría pasar?
—No lo sé.
Faltaban varios pasos para llegar a su casa, nos paramos a
sentarnos un rato en una piedra que estaba en la entrada bajo un
letrero que separaba el poblado con su raza, porque yo no era
bienvenido en su colonia, no entendía por qué, ni que les fuera a
gritar “indio pata rajada” o “paisa tostada” como les hacían llamar
de forma burlona los demás habitantes del pueblo. Antes de que
ella avanzara estuvimos un momento frente a frente platicando,
echando el chisme.
—Creo que desde aquí te puedes ir sola.

175
—Sí, gracias por acompañarme.
—Descuida, cuando gustes lo haré de nuevo.
Desde el lugar donde estábamos dialogando, se veía cómo en
su terreno se preparaban como para un festín o una ceremonia
religiosa, no le tomé mucha importancia, estaba enfocado en ella,
como si fingiera, mi mirada la buscaba, nada importaba cuando
estaba frente a ella, solo ella, yo era un tonto que apenas
comenzaba a experimentar el amor…
—Mira, qué padre están decorando, ¿verdad?
—Sí, parece que se hará una buena pachanga.
—Lo será, te lo aseguro.
—¿Nos colamos al festín? Seguro y hasta estará un grupo taka
taka.
—¡NO! Tengo mucho sueño, muero de hecho.
—Está bien, igual yo tengo cosas que hacer por allá.
—Bueno, te cuidas.
—¡Sale!
Estaba achicopalado, bien agüitado, solo fue una despedida
normal y anterior a ella no hubo nada especial, solo mucho
balbuceo sin sentido, pero su tiroteo fue ingenuo, escuchaba
como estatua y a la vez con un lloriqueo, sus ojos como que
chiquiaban con tanta paciencia…
—Que te vaya bien, Joseph —mi nombre en realidad era José
Luis, pero me gustaba cómo se escuchaba Joseph. Sonaba más de
joven grande.
—Mañana te veo en la escuela.
—Yo también, espero poder ir.
Sin ganas me di la vuelta y comencé a patalear lentamente, no
voltee atrás porque en mi mente imaginaba que ella venía
conmigo, a mi lado, tal vez no sosteniendo mi mano, pero sí
sacándome plática o pidiéndome que cargara su mochila.
Al día siguiente esperaba inquietamente como torbellino en el
aula, esperé con ganas durante toda la clase, hasta que llegó el fin,

176
no entendía porque la Xawì-i había faltado, ya habíamos quedado
en echarle ganas a la escuela. Tampoco me enrolé en el tema y me
fui a mi casa.
Al día siguiente mis ganas de verla chorreaban, y de igual
manera, la Xawì-i seguía sin venir a la escuela, al día siguiente fue
igual, ya me preocupaba su falta de interés por la escuela, ya dos
días de su fuga era mucho para mí, quería verla y saber de ella. Yo
no podía ir a su casa porque no era bienvenido en su secta, me
sentía solo. A las dos semanas en clase, me acostumbraba a ver su
mesabanco vacío, hasta empecé a hablar con los demás
compañeros, al final de la clase me acerqué a la profesora.
—Maestra, ¿sabe algo de la Xawì-i? Ya hace tiempo que no
viene a clases.
—Sí, se dio de baja, no vendrá más a la escuela, su mamá lo
notificó hace días.
—Gracias, maestra.
Mi cuerpo se fue pa bajo, tal vez exageraba, solo dejaba la
escuela, no el pueblo, pero ese era lo que quedaba del lado bueno,
por algún motivo yo sabía que ya no la volvería a ver, era una
corazonada, una maldita corazonada.
Me fui corriendo del salón de clases, salí de la escuela rumbo
a la secta indígena, entré como si no me importara que no me
querían ahí, gritando por las calles su nombre, las personas de ahí
solo me miraban y no hacían nada más, algunas chamacas salían,
tal vez su nombre era más común de lo que yo pensaba.
Esperanzado de encontrar rastro de ella, no encontré nada, me
senté en una llanta enfrente de una choza, salió una anciana y me
dijo:
—A ver tú lij lahuu-u, ¿eres el escandaloso que grita el nombre
de mi hija? Como eres molesto, chamaco, pélalo.
—¿Su hija es la Xawì-i?
—Que no escuchas bien, lo acabo de mencionar, quítate la cera
de los oídos.
—¿Dónde está? ¿Está aquí? ¿Se encuentra bien? Dígame, por
favor.
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—No, ella no está aquí, ni se encuentra bien.
—No me diga eso, por favor.
—Tonto, ella no está y no las verás nunca más, ni yo la veré.
—¿Qué pasó con ella?
—Su papá la vendió por $20,000 en efectivo.
—¿¡Qué!?
—Fue una gran oferta.
—Pero, ¿cómo?
—Ella ya era toda una Xanà Li, ya está en edad, ya hace rato
que había menstruado. Aparte eso a ti no te incumbe, es un pacto
ancestral de nuestro pueblo, lárgate de aquí antes de que te vea la
raza de aquí y te apedree.
—¿Dónde está? Dígame por favor.
—Muy lejos de aquí, muy lejos…
—¿Dónde?
—No lo sé, pero ya es harina de otro costal, ya no me importa.
Grité como un bebé al que le quitan su biberón, parecía que la
doña no me diría donde estaba la niña de mis ojos, no tuve otra
más que salir patas pa arriba del lugar antes de que se dieran
cuenta que estaba invadiendo zona indígena y me apedrearan,
aunque siendo franco, ya no me importaba…
—Gracias, señora, me retiro, si sabe algo de la Xawì-i, por favor
dígale que me busque.
—No... —mencionó la señora con su voz ronca de motosierra.
Me marché sin lo que buscaba y con rostro triste, las miradas
de los habitantes eran pesadas, como búhos o cuervos, pareciera
que nunca habían visto a otra persona, todo se sentía bien raro,
hasta los rayos del sol que botaban en mi espalda parecía que no
ardieran. No sabía a donde dirigir mi rumbo, solo caminaba sobre
la terracería, dándole la vuelta a los charcos de drenaje y achicado
por las vistas de buitre de los habitantes de la comunidad… En el
camino se me acerca una niña de ojos saltones y cabello tostado
de un negro opaco, como descolorido por el sol.

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—Tú eres el amigo de la Xawì-i, el que la acompañaba a su
weh-e, siempre cargando su ramo de libros, ¿no es así?
—Sí, ese mero soy, ¿qué pasa?
—La Xawì-i se fue con el Rules, anteayer la vendió su papá por
una feria, se le veía muy apachurrada.
—Pero por qué, cómo es que su papá la vendió.
—Sí… desde siempre, desde que la mujer tiene su primera
menstruación ya es marcada como una vaca, y los bueyes como
Don Rules ofertan al papá y hacen trato, nos venden como
animales o peor como un objeto.
—¿Sabes dónde pudiera estar? Quiero platicar con ella, la
extraño un montón.
—¡Huy! Yo que tú me la dejo hasta ahí que don Rules es un
abusón, si pones un pie ahí seguro te mata. Yo que tú mejor me
rindo y la dejo hasta ahí, don Rules no va a permitir que te le
acerques ni un pelito, para los bueyes es como una esclava, les
asignan tareas de la casa y del campo también, y hasta los patrones
se meten con ellas o se las prestan a sus compadres pa que lo
hagan, sepa como estará tu amiga, allá ya le pueden hacer lo que
quieran porque ya está comprada.
—¡Qué feo! Tienes que decirme dónde es, es más, ten, te doy
unas monedas pa que te compres algo.
—¡Sas! Pero yo te lo advertí, eh, don Rules se llevó a la plebe
no muy lejos de aquí, apenas se jalaron pal otro lado del rancho,
ten cuidado porque allá la raza se carga con machetes y son bien
celosos de sus terrenos.
—Gracias, chamaca.
Eso me asombró, en el pueblo de Xawì-i vendían a las niñas,
así como de mi edad, como si fueran gallinas o como un balón de
futbol. Me sentí raro al escuchar a la chamaca esa, por un
momento me sentí igual, como si mi vida tuviera un valor y al
mejor apostador podría hacer lo que quisiera conmigo, como si
fuera su perro. También me llegó en la mente una idea, decirle a
mi papá que fuera pa con el padre de Xawì-i y le diera una feria
para que se quedara con nosotros, pero recordé que ya había sido
179
vendida y aparte la Xawì-i se convertiría en mi hermana y los
hermanos se pelean.
Muchas cosas venían a mi cabeza mientras me acercaba al jacal
donde me había dicho la chamaca que estaba la Xawì-i, caminaba
y sí sentía como miedo por todo lo que me comentó sobre don
Rules, pero más por la Xawì-i, por todo lo que podría estar
pasando, si a mí no me gustaba ni levantar mi cama o lavar los
trastes, mucho menos estar con la pala o limpiar el corral, seguro
la Xawì-i estaría cansada de todo eso, yo era mucho más fuerte
que ella y no aguantaría tanto y peor por las cosas más feas que le
haría don Rules. Mis papás me dicen que no me acerque mucho
a las personas grandes, que se pueden enojar o también que tenga
cuidado de ellas porque si ven que te portas mal, ellos te roban o
hasta te pegan.
Ya a lo lejos se veía la choza con paredes de adobe con partes
de cartón de ese negro macizo, un techo de lámina oxidada y paja.
Lo primero que tuve que hacer fue pasar por el cerco de tarimas
de madera, antes, en las afueras del cerco, estaba un perro negro,
peludo y maltratado, como si recibiera golpes a diario o se peleara
con otros perros, estaba echo erizo como caracol en el suelo, ni
siquiera me prestó atención y solamente pasé por al lado de él,
puse un pie en la tarima y me lancé, fue algo sencillo porque
parecía como una escalera, me asomé pa ver si no se veía algún
animal adentro, pero parecía que no, de tanto silencio que había
llegué a la conclusión de que no se encontraba don Rules, así que
me asomé por la ventana para ver qué había. En cuanto me asomé
vi a una joven con el pelo corto y despeinado, con una cubeta de
agua de esas que utilizan en los campos para la pisca del chile
morrón, regando el piso de tierra para que no hiciera mucha
polvareda al pasar por encima de él. Como vi que la puerta era de
madera y solo tenía un mecate amarrado a un clavao, bastó con
desatarlo para abrirla, abrí la puerta y rápidamente la Xawì-i se
agachó miedosamente y como escondiéndose atrás de la cubeta…
Me quité el paño que llevaba y lo arrojé al suelo para que me
reconociera más luego…
—¡Hey! Xawì-i soy yo, ¿por qué te escondes?

180
—¿Joseph? ¿Qué haces aquí? Si te ve don Rules te va a matar.
—Vengo a verte, no me pasaste esa tarea que dijiste para la
clase de matemáticas.
—¡Jaja! ¿Quién te dijo dónde estoy?
—Una niña de tu pueblo, le di un par de monedas y soltó la
sopa.
—¿Entraste a la comunidad? ¿No te pasó nada? ¿Te golpearon
los negros?
—No, estoy bien. Vámonos de aquí.
—No, no puedo, mi padre me dijo que si me iba de aquí o me
alejaba sin permiso de don Rules me iba a golpear bien fuerte o
iba a ser rechazada por toda la familia.
—Pero si estás hasta golpeada y te tratan como una chacha,
cómo no quieres irte de aquí.
—No es que no quiera, es que no puedo hacerlo, debo hacer y
dejarme por todo lo de don Rules, es ahora mi dueño, dijo mi
papá.
—Cómo que tu dueño, ni que fueras tlacuache, vámonos de
aquí, esto no es bueno para ti.
—Pero mi familia, si me voy ya no me van a querer o don Rules
se ira contra ellos y les hará algo, es despiadado, si aquí llevo
semanas y ya me tiene bien jaloneada…
Mientras escuchaba a la Xawì-i se escuchó al fondo un
graznido lloricón de perro, era don Rules que atropelló con su
camioneta el perro que descansaba en la entrada al solar, pensé
que si era tan canijo como para darle mala muerte a un indefenso
animal, era capaz de hacerme algo peor, tal vez atarme a su
camioneta y lazarla por un barranco conmigo amarrado o a lo
mejor cortarme en pedacitos con su machete y darle de comer a
los coyotes que se juntan a aullar en el monte de las afueras del
pueblo, estaba muy asustado…
—¡No! Parece que llegó don Rules, rápido escóndete, si te ve
te mata. Métete debajo del lavabo, ahí hay unos sartenes, cúbrete
con ellos.

181
Rápidamente me metí como zopilote entre los sartenes de
barro y hoyas pozoleras. Se escuchó un golpe fuerte, ¡TAZ! Don
Rules azotaba a la puerta y gritaba una palabra muy rara a la Xawì-
i.
—¡Shuapil!, ¡Shuapil! que no está lista la cena, no ves que
vengo de con mi compadre y no he comido en toda la tarde, el
pinche Augusto no tiene ni pa ablandar la muela.
—No, aún no he puesto a cocer las lentejas, apenas las estaba
limpiando.
—A que Sihualt tan inservible, me costaste un chingo de feria
y no puedes ni hacer unas mugres lentejas, me late que tengo que
llevarte de nuevo con el tiendero para que le aflojes unas crepas
de Maseca.
—No, no, por favor, ya le voy a poner las lentejas en el comal,
deja nomas arde la llama y rapidito se hacen…
—Mas te vale Shuapil, hoy no tengo ganas de escuchar tus
lloriqueos… ¿De quién es ese paño tirado en el suelo? No es mío,
yo no uso uno tan estúpido, quiero que me digas quien estuvo
aquí. ¿Es por eso que no está lista la cena? ¿Que al caso no te doy
un techo y comida para que solo me sirvas? Parece que no
entiendes y andas de muy a chupetada con los paisanos.
—¡No! Espera por favor, es mío, yo lo compré hace tiempo y
no lo tenía guardado entre mis cosas.
—No soy tonto, Shiuapil, te traje sin nada a esta casa, no te
resistas que te va a costar más.
Veía todo por debajo del lavado, viendo que la regué al dejar
el paño en el suelo, don Rules parecía que le iba a pegar a la Xawì-
i unos buenos trompos, solo por dejar un paño en el suelo, por mi
culpa. La Xawì-i con pasos hacia atrás se acorralaba en la esquina
del jacal y don Rules furioso se arremangaba y empuñaba las
manos, gritándole de groserías que ni entendía.
A mi lado estaba un molcajete de esos de piedra con el que
machacaban los chiles para una buena salsa, sin pensarla tomé el
mortero del molcajete y me salí debajo del lavado, aproveché que

182
don Rules estaba de espaldas y le patiné un buen golpe en la nuca,
don rules azotó bien macareado al suelo.
—¡Ven! Xawì-i fuga de aquí y a tirarnos a perder.
—Pero qué hiciste, seguro lo mataste y si no en cuanto se
levante nos va linchar bien petatos.
—Entonces vámonos de aquí.
Corrimos con todas las ganas del mundo, sin importar lo que
le pasara a Don Rules, ese viejo abusón merecía el golpe, era la
única forma de irnos de allí sin daño alguno. La Xawì-i iba toda
escamada, pero a la misma vez algo entusiasmada, no corría
como lo hacía cuando jugábamos a las atrapadas en el gran solar
de la escuela, o como cuando nos aventábamos nuestras carreritas
improvisadas al ir a la tienda, se veía como si volara hacia la
libertad.
Tal vez eso le daba un super impulso porque parecía que
cargara nitro, siempre me ganaba en las chicoteadas, pero esta vez
me estaba dejando súper atrás, parecía que no le importara que
íbamos juntos, yo que siempre me las tiraba de fuerte en la
escuela al cargar más de dos mesabancos cuando me pedía ayuda
la maestra, me dejaba atrás como si nada. Al pasar por la secta, los
ojos pelados de toda la raza de la comunidad nos miraban, en
especial a mí, como si se tratase de un ladrón o el coyote que se
mete a comer sus gallinas, como si me llevase un tesoro o
simplemente observaban, hasta un perro que estaba en una casa
nos ladró muy fuerte, me asusté, pero seguí corriendo. Al pasar
por la casa de la Xawì-i ella ni siquiera volteaba, dijo que no le
cayó gordo que la hallan vendido, pero ni siquiera volteó a ver si
había alguien afuera o si se vería a su mamá tendiendo la ropa,
ella no giró ni la chompa y siguió corriendo. Ya se miraba el
cartelón verdeazulado que trazaba la línea entre el poblado y el
pueblo indígena, faltaba poco para poder salir, nos detuvimos un
poco en la piedra donde siempre nos detuvimos para descansar
después de acompañarla a su casa al salir de la escuela.
—Ya está muy oscuro y está haciendo mucho frío.
—Sí, a ver si no nos enchuecamos porque andamos sudados.

183
—¿Ahora qué hacemos, Joseph? No podemos quedarnos aquí,
si mi familia me ve que no estoy con don Rules vendrán por mí y
seguro hasta me amarran con él para siempre.
—No te preocupes, déjame pensar en algo.
—Tengo miedo, Joseph, y siento como un remolino en el
estómago, como que quiero vomitar.
—¡Ya sé! Vamos a con los bomberos, te acuerdas que un día nos
llevaron de la escuela a con los bomberos, jugamos con el
chapuzón de la manguera, me mojaste todo y hasta nos pasearon
en el camión rojo con escaleras.
—¡Sí! Fue muy divertido.
—El señor bombero nos dijo que si alguna vez necesitáramos
de su ayuda fuéramos a con ellos que nos iban a ayudar en lo que
sea.
—Sí, hay que ir.
—¡Vamos!
Nos paramos y encendimos las patas, pero esta vez un poco
más calmado, ya habíamos cruzado por completo la secta y
parecía que no nos alcanzaría don Rules o alguien que
reconociera a la Xawì-i. Casi al llegar a la casa de los bomberos
había una casita en la entrada, llegamos y se veía una luz por la
ventana, sonamos con las manos y se abrió la puerta.
—¿Qué pasa? ¿Qué hacen aquí tan tarde? ¿Con quién vienen?
¿Y sus padres? —Hizo tantas preguntas que casi me mareaba.
—No tenemos papás, hace mucho que ellos se fueron y no
sabemos nada.
—Pero, ¿cómo?
—Ellos vinieron a trabajar aquí a un campo en la pinga de
tomate, se les acabó el jale y se fueron pa la tierra de nuevo.
—¡Vaya! Vengan, pasarán la noche aquí, ya mañana veremos
qué hacer.
Esa noche la pasamos con los bomberos, ellos mismos nos
dieron unos sándwiches y juguito, dormimos en unas camas de
dos pisos, la Xawì-i quiso dormir arriba, aunque yo también la
184
quería, dejé que ella lo hiciera. Al amanecer nos llevaron a otra
parte, una casa muy grande de color naranja y blanco, tenía
pinturas de niños jugando y familias, había un área de juegos y
también había otros niños.
Al tercer día a la Xawì-i se le acercó una señora de lentes y
cabello como de lechuga, le hizo algunas preguntas y también se
fueron al baño y ya no alcancé a oír de qué se trataban, pero le
empecé a hacer guardia a la Xawì-i para que me dijera qué show.
—¿Qué te dijeron?
—Nada, solo me hicieron unas preguntas para saber de dónde
soy y me hicieron hacer pipi en un plastiquito.
—Qué asco. ¿Qué les dijiste?
—Les di la dirección de mi casa.
—Pero por qué, ya sabes lo que te harán si vuelves.
—Ya quiero volver y que termine esto.
Ese día no le hablé a la Xawì-i en lo que restaba de la tarde
noche, estaba algo molesto, pero más preocupado y a la vez tonto,
me había arriesgado para que ella pudiera huir de donde estaba
como encarcelada y ella regresa como si nada, tal vez después de
todo si era como un animal, hay animales que por más que los
maltraten siempre regresan, como cuando a mi perro una vez
estaba enojado con él porque ponchó mi balón de futbol, llegué
con él y le pegué un buen sopapo, no tardó ni cinco minutos para
que regresara como sin nada. Aunque sí se le miraban rasgados
los ojos a la Xawì-i. Al amanecer del siguiente día me le acerqué,
parecía como si estuviera empacando, no sé qué cosa porque
llegamos con nuestra pura ropa ese día, le pregunté que llevaba a
lo que me respondió.
—Un cambio de ropa que me dieron aquí y unas tortas para el
viaje.
—¿Qué viaje? Si estás a unos kilómetros de tu casa —le
pregunté sorprendido.
—Me voy a mi verdadera casa, con mi Vichijj.
—¡Qué! ¿Y eso?

185
—En toda mi vida, con ella siempre me he sentido bien,
cuando me vine con mis papás para acá solo era por un tiempo,
mientras se les terminaba el contrato en el campo, pero nos
quedamos, no sé por qué motivo.
—¿Y cómo sabes que no pasarás por lo mismo allá?
—No creo, mi Vichijj siempre fue apartada de la familia
porque no se llevaba con ella, por eso ella se quedó allá y no se
vino con nosotros.
—Te voy a extrañar.
—No te preocupes.
Ese mismo día me dejaron acompañar a la Xawì-i a por el
camión que la llevaría de regreso a su casa, a su verdadera casa,
un camión grande de color gris con negro, ella subió, pero sin
antes darme un abrazo, yo no hice nada más que rodearla con mis
brazos y despedirme en la mente.
Poco tiempo pasó después para que mis padres me
encontraran en el DIF, sí, después de varios días me aprendí el
nombre del lugar donde estaba. Regresé a clases después de
semanas de faltar, los primeros días eran tristes, sin mi amiga de
toda la vida no era lo mismo, nada era normal. Al mes empecé a
hablar con los demás compañeros, empecé a tener nuevos
amigos, pero sin olvidar mi amistad con la Xawì-i. Ella salió del
capullo donde vivía y se convirtió en una radiante mariposa y
voló.

186
Yo confiaba en ti

Alexia Braneth Bustamante Aguirre

¿Por qué lloras, amá? ¿Qué te hicieron? Pero ella no contesta…


Dónde está mi celular, son las 6:20, ya se me fue el pinchi
camión, a ver si alcanzo el de las 6:40. ¡Aush, mi dedo gordo! Lo
que me faltaba, voy a llegar tarde y golpeada de pilón. Es tan tarde
que ya está el noticiero de mi amá, a lo lejos escucho que dicen
“Noticia de hoy, encuentran cuerpo de una chica que fue violada
y asfixiada, el cuerpo corresponde a...”.
Sentí muchos escalofríos solamente de escuchar eso, no quise
saber más, mejor apagué la tele. Pero bueno, ya me tengo que ir,
ni chanza de despedirme de mi amá, y aparte no se ni dónde está.
¡Amá, ya me fui! Bye.
¡Ay no! Y todavía tener que pasar por donde están los cholos,
pero no sé si me dan más miedo los perros de la otra calle que los
cholos de esta, ya me trae harta ese tal Jony “El Polacas”, siempre
me está chiflando y gritando cosas. Como aquel día que me tocó
ir muy temprano a la escuela, parecía que me estaba esperando el
pendejo, al principio sí me daba miedo, pero ya después vi que
era puro pájaro nalgón. Y luego lo que me faltaba, casi me mocho
el dedo y los méndigos perros tras de mí por toda la calle.
¡Qué vergüenza! No, no puede ser, cómo se me pudieron
caer los libros aquí.
—Buenas buenas, mi güerita, se le hizo tarde este día, ya
mero me la comen los perros.
Ni modo, me cargó el payaso, me tengo que reír.

187
—Hey, Polacas, te traje algo, ven verás —se escuchó que dijo
un cholo.
—Aguanta vara verás. Voy ayudar a la güerita.
De repente otro cholo que no estaba nada mal se acercó y dijo:

—Yo le ayudo compita, vaya a ver si ya puso la marrana.


—Muchas gracias, así está bien —le dije.
—Eres Clara, ¿verdad?
—Sí, ¿cómo sabes mi nombre?
—Escuché por ahí que eres una morrita bien inteligente y
estudiosa y todo el show, aquí los chismes vuelan, morrita. Soy
Samael, pero todos me dicen el Sama.
—Amalaya, por sonsa se me pasó el camión, y tan miedosa que
soy con los perros.
—Wacha, morrita, yo te doy un aventón a tu parada para que
no venga otro firulais.
—Así está bien, gracias.
—Ea, morrita, no hay pedo, tu tranquila yo nervioso.
—Bueno pues, ¿dónde está tu carro?
—A menos que te quieras subir a papuchi, morrita, si vamos a
patrulla.
Me quedé como idiota buscando el carro y nada, ni modo, qué
vergüenza.
La verdad que se me hizo bien rápido el camino, aunque
ninguno de los dos hablamos casi nada, si acaso solo dos o tres
palabras, me daba pena por lo que pasó con los perros.
—Muchas gracias.
—Cuando quieras, morrita.
No puedo creer que en realidad esté esperando a que me suba,
este cholo nada que ver con ese Jony. En serio que jamás me lo
hubiera imaginado. Ay no, ya es muy tarde, ojalá y el maestro me
deje entrar a la clase, tengo que entregar la tarea, me la llevé
haciéndola toda la noche para que quedara muy bien. Ni tiempo
188
de avisarle a Mara o a Ares que voy a llegar tarde, ni pex a ver qué
me dice el maestro.
—Hola, Clara, qué ondas, ¿por qué llegas tarde? Te perdiste la
primera hora, nos dejaron hacer un ensayo de literatura, en el
receso te explico lo que pidió, te pusieron en pareja con Mara —
me dijo Ares muy preocupado.
—No sonó la alarma, estuvo muy rara mi mañana, si supieras,
me corretearon perros, se me cayeron los libros y los cholos que
están por mi barrio me ayudaron. Hasta uno me acompañó a la
parada.
—¿Y por eso cargas esa risita pedorra? Estaba muy preocupado
por ti, Clara, ¿qué tal si te pasa algo con esos cholos? ¿Por qué les
hablas? Me hubieras llamado —dijo Ares muy exaltado.
—Claro que no, Ares, tranqui, solo me ayudó y ya, pareces mi
papá queriéndome cuidar.
Ares ni siquiera me dejaba felicitarlo con tanta preguntadera,
se veía como que muy molesto por eso que le platiqué, igual y
porque es mi mejor amigo y me quiere proteger, pero está
exagerando, la neta.
—¡Feliz cumpleaños, Ares! Te quiero mucho, amigo, no sé qué
haría sin ti, te traje este pequeño detalle que por poquito y se lo
comen los perros.
—¡Wow! No te hubieras molestado, Clara, yo siempre estaré
para ti.
—¿En serio, te gustó? Es única yo la personalicé, además tiene
tu nombre.
Lo vi tan emocionado por la pulsera que le regalé, siempre
quise darle una, él es mi mejor amigo y lo quiero mucho. Él
siempre está al pendiente de mí, se preocupa por si desayuné o si
ya comí, es muy atento, por eso lo quiero tanto. Yo creo que sí le
gustó la pulsera porque se le lleva viéndola a cada rato.
Las clases se me fueron de volada, lo único que pensaba era lo
que pasó en la mañana. Al salir de la escuela, me puse de acuerdo
con Mara para la tarea que tenemos de literatura, quedamos en
que ella irá a la casa a las cuatro.
189
Ares me quería acompañar a la parada, pero le dije que no se
preocupara que yo me podría ir sola, no sé ni cómo quiso,
siempre es bien terco. Lo bueno que la parada me queda cerca.

Al pasar por donde estaban los cholos, lo único que yo hacía


era buscar a Samael, ni siquiera me importó que el Jony ese me
chiflara y me dijera babosadas. La verdad que pensaba que me lo
iba a encontrar, y no lo vi por ninguna parte. ¡Qué calor! Lo bueno
que no hay tanta gente en la parada.
¿Qué? ¿Por qué Samael está en la parada? ¿También se irá a
subir al camión? No puede ser, se me está acercando, ¿qué hago?
¡Trágame tierra!
—Quihubo, quihubo, morrita, ¿qué rollo con la escuela?
—Bien, con mucha tarea. ¿Y tú, vas a alguna parte? —le dije.
—Al cien yo, todavía no entro a trabajar, me cambiaron pa la
tarde y la neta vine aquí pa acompañarte a tu casa, capaz que te
salgan los perros otra vez.
No pude evitar reírme, la verdad que sí me sorprendí.
—No, no te preocupes.
—No pasa nada, morrita, mientras llega la hora del jale.
Cuando se sentó al lado de mí, pude ver que en su mochila
traía una flor, al ver que me di cuenta, me dijo:
—Te la traje pa ti, morrita. Venía caminando, vi unas matas y
luego la flor y pos dije de aquí soy. La neta me acordé de ti.
La verdad que me quedé en shock, no podría creerlo, todo
parecía que era como de telenovela. Neta que se hizo bien rápido
el camino, no quería ni llegar. De repente me preguntó:
—Oye morrita, ¿tienes novio o alguien que te ande rondando?
La verdad que en ese momento no sabía qué decir, me puse
muy nerviosa, porque yo nunca he tenido novio y más que nada
porque mi amá no me deja.
—No, muchas gracias por acompañarme. ¡Adiós!

191
Me quería acompañar hasta la casa, pero si mi amá me ve, me
mata.
En cuanto llegué a la casa me fui directo a mi cuarto, me tiré
sobre la cama y en mi mente estaba Samael.
¡Ay no! No manches, no me acordaba que Mara va a venir a las
cuatro, voy a dar una limpiadita rápido. En cuanto llegue le
cuento todo lo que pasó, ya me muero porque esté aquí.
En cuanto entró, nos fuimos a mi cuarto y la puse al tanto. Al
principio no la veía tan emocionada como yo, solo me dijo:
—Neta, Clara, estás emocionada nomás porque te ayudó y te
dio una triste florecita, ¿qué tiene de emocionante?
Pero a mí no me importaba, porque yo estaba en Babilonia
feliz, pero, a lo mejor y sí estoy exagerando. Al terminar la tarea
Mara luego luego se fue, la vi muy seria, nada que ver cómo es
ella, siempre tan locochona y tan pendiente de las redes sociales,
subiendo fotos de cada cosa que hace. Los demás siempre me
están diciendo que somos muy diferentes, qué cómo es posible
que seamos mejores amigas y todas esas cosas, la verdad es que
Mara es muy buena conmigo porque siempre me dice las cosas
que hago mal para que mejore, a veces es dura, pero pienso que
así es su forma de ser, así la quiero. Bueno, en fin, ando bien
cansada, mejor ya me voy a dormir, capaz y se me haga tarde
como ahora, ¡Dios guarde! Ya quería que amaneciera.
No sé por qué, lo primero que pensé en la mañana fue en
Samael. ¿Qué me está pasando? Cálmate, Clara, tú no eres así.
¡Clara, no pienses en eso por favor! No puedo explicar qué me
está pasando, nunca me había enamorado.
Me alisté rápido para ir a la escuela, no quería que se me
hiciera tarde otra vez. Al ir hacia la escuela, vi a Samael, ahí estaba
él con los cholos. Se acercó y me dijo que me podía acompañar a
la parada, le dije okey. En esta ocasión me pidió mi número de
celular y empezamos hablar durante el camino, me dijo que si
por qué la otra vez hui cuando me preguntó que si alguien me
andaba rondando, le dije la verdad, que nunca había tenido novio
y que por eso me ponía nerviosa. Y me dijo riéndose:

192
—¿A poco te pongo nerviosa, morrita?
Me puse roja, más vergüenza me dio, él me dijo que le diera
chance de seguir tratándome. No puedo creer que me confesó
que le gustaba, mi corazón latió a mil por hora. Por una parte, yo
también quería seguir viéndolo, pero también pensaba en lo que
diría mi amá si me viera. No sé ni cómo, la neta, pero le dije que
yo también quería, se me acercó y me dio un abrazo muy fuerte,
en serio que no me lo esperaba.
No sé qué me estaba pasando, cuando llegué a la escuela vi en
la entrada a Ares, escuché que decía mi nombre mientras tocaba
la pulsera, la verdad que sí se me hizo raro. Le pregunté que si
qué hacía y me dijo que se la estaba poniendo porque se le había
caído, en fin, no le tomé importancia. Luego me cambió de tema
y me preguntó que si había desayunado, le contesté que no y me
dijo:
—Lo sabía, por eso te traje unos hotcakes.
—No tengo hambre —pero él me los dio y me pidió que
comiera, no tuve otra opción, ya sé cómo se pone Ares, a veces se
pone muy intenso y no para hasta que consigue lo que quiere.
En eso Mara me dijo:
—Ay, Clara, no mames ya le quitaste el desayuno a Ares, te
pasas.
—No, él me lo dio.
—Ay, por qué siempre te trae a ti. ¡Siempre a la Clarita!
La verdad que sí me sentí un poco mal, aunque luego pensé
que a lo mejor y era broma de Mara porque a veces así la hace.
Por eso no le dije nada.
Samael comenzó a esperarme por las mañanas. Al salir de la
casa, en la pura esquina de la cuadra estaba él recargado con su
suetercito gris, con el cielo todavía oscuro, solo las estrellas y la
luna eran testigos de lo que estaba pasando. Por la tarde, al salir
de la escuela, él estaba parado ahí junto al poste de luz #88, ya se
estaba convirtiendo en mi número favorito.

193
Todo estaba pasando tan rápido, tenía que contarle a Ares que
me estaba enamorando, para pedirle consejos.
—Ares, te quiero contar algo, creo que me estoy enamorando.
—¿Neta, Clara?
—Sí, nomás que no me animaba a decírtelo, me daba
vergüenza.
—No te preocupes y qué bueno que me lo dices ahora, hace
tiempo yo también quería decírtelo, pero me daba miedo, miedo
a que me rechazaras, también estoy enamorado de ti.
No sé qué pasó, no me lo esperaba. ¿Cómo que Ares está
enamorado de mí? Será que por eso estaba tan pendiente de mí y
siempre mirándome, esto no puede estar pasando, si somos los
mejores amigos. No sabía qué decir, me quedé en shock.
—Ares, perdóname, creo que hay un error, yo estoy
enamorada de alguien más. Perdón si te llegué a confundir. Lo
siento.
Fue muy incómodo para mí, le vi la cara y neta que no sabía
qué hacer, ¡no puede ser!
—No mames, ¿cómo que de otro? Si no le hablas a nadie.
¿Crees que puedes jugar conmigo? Si lo único que hago es estar
como pendejo tras de ti, me la llevo pensando en ti, vivo por ti.
¡No es justo! Pensé que tú también me querías tanto como yo.
Me asusté cuando vi que aventó un mesabanco contra la pared,
nunca lo había visto así, estaba muy enojado, salió sin decir nada.
Quise esperar a que se le pasara para poder hablar con él, es mi
mejor amigo y a lo mejor está confundido. No quiero perder su
amistad, nos conocemos desde chiquitos.
Después entró al salón y se quedó muy serio. De repente lo
volteé a ver y estaba acariciando la pulsera que le había regalado,
se veía muy pensativo. Después sentía una mirada muy fuerte,
volteé y era Ares viéndome. No le quise tomar importancia
porque sabía que se le iba a pasar. Si no lo conociera pensaría que
me odia.

194
Por la tarde le marqué, al principio no me contestaba, pero
después de marcarle muchas veces me contestó, apenas le iba a
decir algo, cuando empezó a hablar primero, me pidió disculpas,
me dijo que estaba cegado por el enojo y cuando pasa eso no se
da cuenta de lo que llega hacer, pero que él me quería tanto que
no le importaba lo que había pasado, que todo quedaría atrás y
que podía confiar en él como antes. Como yo lo quiero mucho le
dije que no importaba.
La verdad que me quedé pensando toda la mañana, pero lo
único que quería hacer era ver a Samael. No me importaba nada.
Pero, ¿qué estoy haciendo?, mi amá me mataría si se entera, luego
va a decir que cómo puedo estar enamorada de un cholo, ya me
la imagino. Tengo que hacer algo para seguir viéndome con
Samael. ¿Y si le pido ayuda a Ares? ¡No! No puedo, y luego por lo
que me dijo hoy, pero, no creo que no quiera, él es mi mejor
amigo y aparte me dijo que olvidara lo sucedido y confiara de
nuevo en él. De seguro sí quiere, le voy a marcar.
—Hola, Ares, oye te quiero pedir un paro.
—Qué onda, Clara.
—Necesito que digas que vendrás por mí hoy, que iremos a un
lugar, tú invéntalo, mi amá confía mucho en ti.
No se escuchaba muy convencido, pero al final me dijo que sí.
Lo noté muy distante y como en cierta forma enojado.
Ares me ayudó y pude verme con Samael, la verdad que me la
estaba pasando muy bien, aunque sentía la presencia de alguien
que nos observaba, pero no hice mucho caso, será que era cosa
mía por estar en secreto, como diría mi madre “El que anda mal
siente que lo siguen”. Mi corazón casi explota cuando veo que
Samael se me acerca y me da un beso, nunca había sentido nada
parecido, de veras que no me importaba nada más que él. Ya era
media noche y me tenía que ir, Ares de repente salió detrás de un
árbol, me asustó, pero como ya era tarde se lo agradecí mucho,
siempre tan pendiente de mí.
Se llegó la mañana siguiente, no quería ni despertar para no
dejar de ver a Samael recordando la noche de ayer. ¿Qué? Ya casi

195
se me hace tarde, me tengo que ir corriendo a la escuela. Al llegar
lo primero que veo es a Mara y a Ares platicando, ¡me gustaría
que fueran pareja! Mis dos mejores amigos juntos.
—Hola, Ares, oye Mara hoy nos toca hacer el proyecto del
maestro Josué, hay que hacerlo temprano porque es mucho y
quiero tener un tiempito para ver a Samael, hay que ponernos las
pilas.
—Sí, está bien, no te preocupes.
En la tarde, llegó Mara para hacer el trabajo.
—Clara, tú ve leyendo en lo que voy prendiendo la lap.
—Bueno.
Al pasar un buen tiempo, aún no terminábamos, en serio que
se me hacía eterno y más porque nos faltaba mucho. A Mara le
llegó un mensaje y desde que lo abrió se puso rara, hasta muda se
quedó por un buen rato.
—Mara, ¿estás bien, te pasa algo? —le pregunté.
—Sí, sí, oye Clara, me llegó una invitación a la fiesta de Julia el
sábado. ¿Qué te parece si vamos? ¿Sí? ¡Ándale, dime que sí!
—Mara, acuérdate que tenemos que hacer el proyecto.
—No seas así, aún hay tiempo, ash ya vez porqué te dicen la
caga palo del salón, y mira que ahora que conociste a ese cholo
andas bien mamona, no sé qué te gusta de él, en serio. Bueno ya
perdóname es que a veces me desesperas, vamos, ándale ¡Es más,
yo hago la mayor parte! Pero dime que sí.
¿Qué tiene de malo Samael? Él es un buen chico, ¿será que
realmente me veo así? Pero no me gustan esas fiestas tontas en
donde lo único que hacen es pistear y meterse sabe que tantas
cosas por la nariz. Además, Mara, qué va a saber de Samael, ni
siquiera lo conoce bien…
—Clara, Clara, ¿me escuchas? Hey, qué piensas.
—Ay, perdón, me fui.
No quería ir, pero Mara se puso bien pesada y cuando se pone
así no hay de otra, así que acepté.

196
—¡No te vas arrepentir! Ya verás que te sorprenderás, bueno ya
es tarde, ya me tengo que ir mañana, nos vemos —dijo muy
contenta.
Al terminar la tarea, Mara luego luego se fue, que porque ya
era tarde. Se veía que tenía cosas que hacer porque salió muy
apurada, me quedé pensando en la fiesta, ¿y si invito a Samael
para que también vaya? Estaría súper bien, ya es hora de
presentarlo como se debe.
Por fin se llegó el día de la fiesta y lo único que quiero es ver a
Samael ahí. Tengo que verme bonita. ¿Qué puedo ponerme? ¡No!
Este no me gusta, esta tampoco. Si salgo con un vestido no me
dejará salir mí amá. Mejor me llevo la mochila para echar las cosas
adentro y en casa de Mara arreglarme. Espero y mi amá no me
cache, de seguro me mataría.
—Clara, en serio te quieres poner esto, se te ve bien feo, con
eso te ves como la niña que no rompe ni un plato como siempre,
como una niña nerd. ¡Cámbiale! Mira mejor te presto algo de mi
ropa, esa si está más bonita y a la moda. ¡Este me gusta! Te verás
muy bien, mídetelo. ¡Ay no! No te queda como a mí, nada que ver.
Mídete este, pues te queda más o menos. Definitivamente me
quedan mejor a mí. Ponte este mejor.
Sí me saqué de onda con lo que me dijo Mara, pero así es ella,
lo hace para que yo mejore.
La mamá de Mara nos llevó a la fiesta. Ahí ya estaba Ares muy
pensativo, al principio Mara quería darme algo de tomar, pero yo
no tomo y ella lo sabe, pero se puso tan intensa que no tuve de
otra, dijo que solo era piña colada, y como todos estaban bailando
y tomando no me pude negar, apenas y lo probé y ya me sentía
mareada. No puede ser, ¡qué fuerte está esto! Mara me decía que
le diera más tragos, pero entre más traguitos le daba más mal me
sentía, todo me daba vueltas.
—¿Por qué todo me da vueltas? ¡Mara! No me siento bien.
—Clara, afuera está Samael, no te puede ver así.
—Yo la ayudo, Mara, tú por mientras entretén a Samael —dijo
Ares.

197
De repente viene a mi mente aquella sensación de confusión.
Recuerdo perfectamente como si lo estuviera viviendo en este
instante, alguien sobre mí, intento quitármelo, pero no puedo,
estoy tan débil que ni siquiera puedo hacer fuerzas, cada vez
siento menos mi cuerpo. Lo único que se me viene a la mente es
que creí ver a Samael, al menos eso dijo Mara. ¿Cómo mi propio
novio puede hacerme esto? Me repito varias veces. Mi primer y
único amor me está destrozando el alma. Todos los recuerdos en
un instante vienen a mi mente, sus sucias manos tocándome, sin
poder defenderme, intento patalear y aruñar, pero es inútil, ¡no
puede ser! Siento en su muñeca aquella pulsera, no lo puedo
creer. ¡Yo confiaba en ti!
¿Por qué lloras, amá? ¿Qué te hicieron? Pero ella no contesta…
Dónde está mi celular, son las 6:20, ya se me fue el pinchi
camión, a ver si alcanzo el de las 6:40. ¡Aush, mi dedo gordo! Lo
que me faltaba voy a llegar tarde y golpeada de pilón. Es tan tarde
que ya está el noticiero de mi amá, a lo lejos escucho que dicen:
“Noticia de hoy, encuentran cuerpo de una chica que fue violada
y asfixiada, el cuerpo corresponde a...”

198
350 días

Gloria Carolina Solis Castro

Nuevamente suena el despertador y comienza otro día para


doña Enola. Son las 7 a.m. y su peculiar habitación con esa
sensación de siempre a 20 grados, con ese olor a sábana que lleva
años guardada y está recién sacada del clóset, se llena de luz
gracias a los fuertes rayos que el sol le regala cada mañana. En las
paredes se pueden apreciar cuadros vacíos y en los muebles hay
algunas esculturas de santos cubiertas de polvo. Al lado de esa
puerta rechinante de madera está la cama de la Ticha, la cual se
despierta exactamente en cuanto su ama pisa el suelo y arrastra
sus zapatos desgastados por la habitación.
—Buenos días Ticha, ¿dormiste a gusto?, creo que yo sí, fíjate
que hoy no me duele esta fregada espalda, ya me hacía falta
cambiar esa almohada.
Sus brazos truenan cada vez que los alza y los baja para tender
su cama.
—Ooh que la canción, esta méndiga cobija que nomás no se
acomoda. Chingao pues, ah ya... ah no… ¡ira pues! Y tú Ticha bien
a gusto nomás te me quedas viendo como siempre, no me ayudas
ni nada, a ver si te gusta que no te dé de comer, verás.
Después de tender su cama se pone su bata color rosa pastel
con flores que apenas se distinguen en la prenda, se coloca su
diadema en el cabello que es como una cascada de hilos de plata,
se echa encima aquel perfume que llena cada espacio de su casa,
y, junto con la Ticha, atraviesa el marco de su habitación.

199
Al salir del cuarto se puede sentir la presión de una casa sola,
esa presión que día con día hace que su pecho se comprima, así
que decide abrir las ventanas de su sala y cocina, también abre la
puerta de su casa para que la Ticha salga, pero la Ticha nunca sale
y doña Enola no entiende por qué, pues siempre está pegada a
ella como una fiel acompañante.
Doña Enola y la Ticha se dirigen a la cocina para preparar su
desayuno, una cocina con fuerte olor a café y al olor a ropa
guardada que usa doña Enola. Primero le sirve la comida a la
Ticha en su plato de plástico, de esos que son de niños, un plato
hondo con popote, y al lado de ese plato tiene uno igual para
servirle agua, después de eso pone a calentar agua para
desayunarse su amargo y exquisito café negro.
Mientras el agua está lista, Enola abre la estufa para sacar dos
tazas cafeteras, siempre pone dos, una para ella, y otra para su
esposo, es una costumbre que nunca perdió. Cuando la Ticha
termina de comer, ambas salen al patio, Enola a regar las plantas
de color verde opaco y la Ticha a seguir durmiendo. Mientras
riega las plantas, su mente se estaciona en cada recuerdo y
nuevamente habla con la Ticha.
—Mira namás que bonita flor, tan descuidada que la tengo, es
que casi no me gusta echarle agua porque me acuerdo de mi viejo,
¿si te acuerdas?, es que él me ayudó a plantarla, nombre si ese día
estaba el sol a todo lo que da y de todos modos mi viejo se aferró
a plantarla. Mira esta otra, esta me la compró mi Betito cuando
todavía vivía mi hombre, pero pues lástima que ya no pueden
venir porque su papá trabaja mucho, es que desde que murió el
Beto, mi hijo se puso muy triste y dice que la casa se lo recuerda
y mejor se fue, pero no te preocupes Ticha, vas a ver que van a
venir en Navidad otra vez.
Luego de unos momentos Enola siente sed y regresa a su
cocina por un vaso de agua, repite lo del café, pero esta vez para
sacar un vaso de plástico, y es ahí cuando recuerda el agua caliente
para el café, café que en realidad ya nunca se toma porque ya no
le sabe igual desde años atrás, cuando se fue su viejo.

200
Después de tomar agua, se sienta en su sofá con la Ticha al
lado, como siempre, prende la tele en un canal cualquiera y
comienza a ver la ventana que da a la casa de enfrente, donde ve
como un una familia pelea todas las mañanas porque el hijo
pequeño olvida su lonchera y tiene que entrar corriendo por ella
porque a su padre se le hace tarde para llegar al trabajo y su
hermana debe llegar antes a la escuela porque debe presentar su
maqueta a primera hora, la cual hizo con ayuda de su madre una
noche antes.
En pequeños momentos, Enola olvida el ruido de la televisión
para dar paso a que sus ojos se sumerjan en los recuerdos,
recuerdos que aparecen al ver las fotografías colgadas en su sala,
en donde una pareja de ancianos con una sonrisa que se asemeja
a una media luna y con los ojos opacados por el brillo del flash le
forman a Enola una mirada profunda y una forma en sus labios
muy triste de leer. En otra fotografía se puede ver a otra pareja,
pero más joven, en otra foto hay un niño pequeño con el peinado
más rígido que alguna vez le hicieron sólo para una ocasión, y en
la foto de al lado está una adolescente sonriendo a una cámara
por obligación. Pero la fotografía que más mira Enola siempre es
la que tiene colgada frente a la pared del sofá, una en donde se
puede ver en medio de dos niños a Enola pero sin su media luna
en los labios, y a una pareja de adultos, uno al lado de cada niño,
una imagen muy forzada donde falta luz en los ojos de Enola.
Esa foto tan empolvada es la que hace que cada día los ojos de
Enola se cristalicen y su mente viaje sin rumbo, haciendo aún más
espacio en su casa, anhelando que sea 24 de diciembre para que
su familia vuelva a visitarla por dos semanas, pero aún faltan 151
días.
El día transcurrió como de costumbre para Enola, se preparó
su comida sin sabor para ella y para la Ticha, durmió su siesta, se
despertó y vio una novela para después dejar otra taza de café
pendiente a las 5 de la tarde. A las 7 cerró todas las ventanas y
puertas de su casa y se recostó en su cama para esperar al día
siguiente.

201

Inicia otro día para Enola, repite su rutina mañanera en la
habitación, pero esta vez su tendido de cama lo hace sin
problemas, sin renegar, así es ella, es muy impredecible, a veces
se le olvida que vive con la Ticha y la deja encerrada como dos
horas en la habitación.
—Ay Ticha, perdóname, ya ves que esta memoria que tengo
nomás no me ayuda pa nada. ¡Pero tú también que no me dices
nada, ni que te abra la puerta me gritas!, tienes que poner de tu
parte también, pero ya ándale vente pa que desayunes pues.
Enola termina de darle desayuno a aquel ser que un momento
antes había olvidado en su habitación, se da cuenta que hace falta
comida en el refrigerador, así que decide salir a comprar lo
necesario para ella y para la Ticha. Durante el camino Enola
platica con ella de su pasado:
—Fíjate que antes en esta calle no había tanto vago, y había un
parque bien bonito donde mi viejo y yo veníamos de jóvenes. Si
bien me acuerdo yo que mi Beto me decía ‘’ándale mi amor, pide
la nieve que quieras, chambié tiempo extra y agarré más
dinerito’’, pero pues pobrecito él, ¿cómo iba a hacer que se gastara
su poquito dinero en mí?, aparte ya sabía yo que nos íbamos a
casar, por eso le decía que no, que ya tendríamos tiempo para
comprarnos hasta un carrito de nieves y darles nieve a nuestros
hijos y a nuestros nietos. Pero mira que Dios nomás nos quiso
mandar un hijo. Ay pobrecito mi hijo de mí, la muerte de mi Beto
lo puso bien triste que hasta venir a la casa lo deprime, pero con
el favor de Dios va volver a venir ahora para las navidades pues,
nomás que ora sí le tengo que preparar con tiempo sus tamalitos
para que mi hijo y mis nietos coman bien rico.
La Ticha sin comprender nada de lo que le dice, la mira con
brillo en sus ojos y moviendo su cola tan rápido como lo hacen
sus patitas. Luego de comprar la comida y acomodarla en su
refrigerador, Enola se sienta una vez más en su sillón que se
asemeja al desgaste de su mente, para así poder hundirse
nuevamente en sus vagos pensamientos.

202
Enola llora, otra vez, pero es un llanto muy extraño, sus ojos
no tienen destino fijo, simplemente miran un hoyo en la pared, y
entonces empieza a platicar con la Ticha, la cual se encuentra
recostada en sus piernas con su cabeza dirigida a sus ojos.
—Bien me acuerdo de la foto que estaba ahí colgada, era una
foto de mi viejo bien guapo con sus bigotes y su barba, pero en
una lluvia fuerte que hubo, la foto se me remojó porque no tenía
marco y pues se echó a perder. El día de la foto esa me acuerdo
que Beto me dijo que no le echara lonche que porque iba a haber
una fiesta con sus compañeros y les iban a dar comida, pero pues
ya ves que mi memoria nomás no y que le pongo de lonche una
torta de huevo y cuando llegó me dijo que se le antojaba más lo
que le hice que porque con amor sabe mejor la comida. Ay mi
viejo, cómo lo extraño…
Después de un rato a Enola se le olvidó por que estaba llorando
y salió a sentarse al porche, solamente miraba pasar los carros, las
motos, la gente que pasaba a pie, y ahí se estuvo hasta que se
metió el sol, hasta que sus recuerdos dejaron de darle vueltas en
la mente. Se metió nuevamente a su habitación y se recostó en su
cama.

Y así pasan los días, cada vez recuerda más a su familia. Como
todos los años, esos 350 días que pasa sin ella son eternos, su vida
tan rutinaria comenzaba a olvidarla, comenzaba a sentirse
cansada.
Cada vez más Enola olvida preparar su café, olvida cuidar sus
plantas, pasan los meses, y ya ni siquiera mir las fotos, a veces pide
ayuda a sus vecinos ahogada en llantos porque no encuentra a su
adorada perrita, pero ya todos saben que la Ticha se encuentra en
su habitación, muriendo de hambre, pues ya no son dos horas las
que la olvida, sino cinco o seis.
Un día Enola decide salir a la calle a caminar con la Ticha y
como siempre, su fiel acompañante la sigue entusiasmada,
mientras Enola le platica sobre cómo era vivir con su hijo, nuera
y nietos:

203
—Me acuerdo bien cuando el Betito le pedía a mi hijo que le
ayudara a armar un papalote para salir a volarlo a esta calle,
sabiendo bien que los árboles aquí siempre han sido bien altos y
se enredan, nombre, pero si es re terco el chamaco, ni quién le
gane, ahí andaba mi hijo armándose su papalote. Y luego mi nieta
la Rosita siempre andaba peleándose con su mamá porque nomás
no la dejaba salir a las fiestas con sus amigos, nombre, si siempre
había gritos en la casa, pero pues ahora todo está bien tranquilo,
me pone nerviosa a veces tanto silencio, pero pues qué le vamos
a hacer tú y yo. Lo bueno que ya nomás otros meses y llega
Navidad pa que ya se venga mi hijo a la casa.
Al pasar tres cuadras y seguir platicando sin parar con la Ticha,
llega a su casa y cansada decide sentarse en su mecedora que da
directo a la vista de la calle, se queda quieta y con la mirada fija al
cielo, pensando en quién sabe qué. Luego de una hora se percata
de la ausencia de su fiel compañera y entra en pánico.
Enola arrastra sus pies lo más rápido que puede hacia su
habitación con la esperanza de que nuevamente la haya olvidado
ahí, pero sus ilusiones y sus ojos caen al piso al percatarse de que
aquella pequeña cama se encuentra sola. Sale de su casa a pedir
nuevamente ayuda a sus vecinos, y como es de costumbre le dicen
que está encerrada en su habitación, sin saber que ella ya había
buscado ahí…
—Por favor, doña Enola, vaya a su cuarto y ábrale la puerta a
su perrita, se ha de andar muriendo de hambre.
—No, mijita, no me entiendes, es que te digo que ya la busqué
ahí pero nomás no la encuentro —le responde Enola con sus ojos
lagrimeados y su voz ahogada.
—No, mire, ándele, es más yo la acompaño… —la toma del
brazo, pero Enola en un movimiento brusco se zafa del agarre.
—Que no, Lupita, de allá vengo y no está la Ticha, yo la había
sacado a la calle conmigo, pero pues a lo mejor se confundió en
el camino, es más, la voy a ir a buscar.
—No, Enola, ahorita ya es tarde, mejor mañana le habla a su
hijo para que vengan a ayudarla y quién quita y para mañana su

204
Ticha vuelve sola, ándele mire, váyase a tomar un cafecito y
tranquilícese, ya mañana será otro día.
—Pues que Dios te oiga, Lupita.
Enola se regresa a su casa con la mirada en el suelo y con sus
ojos hundidos en lágrimas, sollozando por su compañera.
Cuando llega a su casa olvida cerrar todas las ventanas y se
sumerge nuevamente en la soledad que guarda su habitación,
recuesta su cansado y arrugado cuerpo en aquella cama que cada
noche le martiriza la espalda y se duerme.

Toda aquella rutina a la que Enola está acostumbrada desaparece
en una nueva mañana, en donde se levanta, se viste, y olvida por
completo tender su cama, esta vez recuerda que la Ticha no está
con ella en la habitación, así que sale de su cuarto, atraviesa los
pasillos de su casa y sale a la calle a buscar a su querida Ticha.
Ni siquiera acude a pedir ayuda a sus vecinos, solo salen ella
junto a su tristeza a recorrer las calles, sus ojos se estacionan en
cada esquina, en cada porche, en cada árbol…
—Ay, Ticha, si supieras las ganas que tengo de que mi hijo me
hable para contarle que mi viejo me deja con la taza de café
servida, vieras cómo lo regaña. Pero no te quedes callada como
siempre. ¿Ticha? —voltea a ver sus pies buscando cuatro patas
más que siempre la acompañan y recuerda el motivo por el que
salió a la calle…
Su expresión en la cara deja ver que en su pecho hay angustia
y dolor, que sus pies pesan y que sus ojos parecen jamás secarse.
La gente solo la voltea a ver como si ella ya hubiera perdido la
poca cordura que le quedaba, pero Enola, ajena a todas las
miradas, recorre más y más calles hasta llegar la noche y quedar
rendida en el sillón de su casa.
—Mira, Ticha, la foto ahora está más empolvada que la otra
vez, y tú que nomás no me ayudas a limpiar nada, de perdida
ponte a sobarme los pies que ya me queman, todo nomás por salir
a…

205
Nuevamente cae en cuenta de la situación y se hace pequeña
en el sillón, sus ojos se pierden en lágrimas y poco a poco se van
cerrando, su cuerpo queda unido a la superficie de aquel sillón
guinda que guarda recuerdos a los cuales Enola poco a poco va
dejando atrás.

Día 275 transcurrido del año para Enola. Las ventanas de su casa
siguen abiertas desde aquel día en el que la Ticha ya no volvió, ya
no olvida el agua caliente que deja en la estufa porque ya ni
siquiera se preocupa por sacar las tazas del café para ella y para su
viejo. Tampoco se puede saber qué es lo que está más marchito,
si sus plantas o su alma que con cada respiro va perdiendo
fuerzas.
Cuando se sienta afuera en la mecedora, se puede ver en su
cara un cansancio que atormenta su mente, que oprime los
recuerdos de aquellos seres que cuelgan en las paredes, como si
en realidad estuviera viendo marcos vacíos y empolvados.
La tristeza y la esperanza son algo que de su cuerpo se están
adueñando. Aun piensa en el regreso de su familia y aún sale a las
calles a buscar a su compañera.
—Ojalá mi Beto estuviera aquí para que me ayudara de
perdida a ponerle la comida a la Ticha cuando ella vuelva,
nombre, si vieras, Lupita, cómo se me apachurra el corazón
porque ha de estar pasando por fríos y hambres, pero ya le
marqué a mi hijo pa ver cuando vienen, pa ver si vienen antes pa
que me ayuden a buscar a la Ticha, nomás que no me contestan,
pero pues también yo que ocurrente, ha de estar bien ocupado mi
hijo, si es bien trabajador, pero pues mañana le vuelvo a marcar a
ver si tiene chance de contestar el teléfono.
—Ay, doña Enola, ¿segura que no quiere que le marque yo a su
hijo?, ándele, mire a mí no me cuesta nada ayudarla y a usted no
le cuesta nada dejarse ayudar, o mire, dígame dónde vive su hijo
y la llevamos para que no esté sola, o también podem…—Lupita
es interrumpida por Enola.

206
—¡Uyy, nooombre, mija!, si mi hijo dice que a cada rato se
cambian de casa por su trabajo, por eso dice que ni caso tiene que
me diga donde vive, pero gracias, Lupita, que amable eres, mira
yo mejor me voy a mi casa y mañana salgo otra vez a buscar a la
Ticha, buenas noches, mija, adiós.
Se va sin ni siquiera darle la oportunidad a su vecina de
despedirse, se da la vuelta con la cara agachada, como de
vergüenza, como de dolor…

Enola despierta en su sillón, ni siquiera se da cuenta de los días
que se queda dormida en él, el dolor de su espalda parece
apaciguarse con el dolor de la soledad que aparenta no sentir,
pero su cara se ve cansada y sus ojos cada vez se asemejan más al
color que toma el cielo cuando se va escondiendo el sol.
A veces sale a la calle y camina sin rumbo, otras veces sale y
camina con sus ojos brillosos, a veces un poco nublados y otras
veces muy opacos. Llega a su casa y se sienta en el sillón
desgastado, otras veces se recuesta en su cama. Se puede ver por
las ventanas cómo ahoga sus llantos con el sonido de la tele.
—Señor mío, esta noche solo te pido lo de todas las noches,
que mi hijo pueda venir otra vez pa la Navidad pero ahora que sí
se la pase en la casa, no como antes que puro trabajar él,
pobrecito, y otra pues que mi Ticha se encuentre bien pa que
vuelva o pues pa encontrarla yo en la calle, pobrecita ella que
nunca ha andado sola en la calle y luego que le dan miedo los
carros grandotes, amén, Señor.
Con sus ojos llenos de lágrimas recuesta su cabeza en dirección
al techo y se queda dormida.
Los días siguientes Enola ya no sale de su casa para buscar a la
Ticha, como si se hubiera olvidado completamente de su
existencia, como si jamás hubiera estado acompañada de aquellas
cuatro patitas fieles que la siguen por todos lados. Solo duerme,
despierta y a veces come. Ya no fue vista más por sus vecinos, ya
no pide ayuda a nadie, ya no deja mensajes de voz en el teléfono
de su hijo que jamás contesta. Las ventanas de su habitación se

207
cerraron, pero fue gracias al efecto del viento, y su casa se ilumina
solo por el tiempo en que el sol hace presencia. En los muebles
ya no se distingue el polvo que los adorna, simplemente están
tapizados de un solo color, la televisión, siempre prendida, ahora
solo hace sonidos de color gris.
Una noche sin fecha de espera, la tristeza llenó el cuerpo de
Enola, se echó a dormir sin los recuerdos por los que luchaba, fue
un sueño un tanto inquieto, de agonía, un sueño cansado en
donde su cuerpo abrumado no consiguió la comodidad, sino
hasta dos horas después. Una vez más dieron las 7 a.m. y aquellas
cuatro patitas que estaban perdidas, arañaban nuevamente la
puerta empolvada de la casa de Enola, solo que la Ticha no sabía
que aquella puerta ya jamás sería abierta.

208
Acerca de las voces inminentes

Alejandra Rivera Contreras, de la ciudad donde no se puede huir


del sol, estudiante y en un futuro quizás docente. Adoro los gatos,
los dulces y escribir, así hablo menos y expreso más.

Mariana Ramirez Castillo, nacida en la ciudad de Hermosillo.


Estudiante y futura maestra de secundaria, creativa, dedicada,
constante, leal y divertida. Apasionada por el teatro y la danza. Su
frase favorita “siempre vendrán tiempos mejores”.

Esmeralda Vanessa Espino Díaz, proveniente de Estación Pesqueira,


la tierra de la uva, persona resiliente y creativa, le gusta adquirir
nuevas experiencias, sobre todo si implican algún reto y resalta
que ser introvertida no significa que no se tenga nada que decir.

Arath Benjamín Álvarez Monge, un espíritu libre.

Kevin Alfredo Fragoso Othon. Nacido en Hermosillo. Escritor. Poeta.


Entusiasta.

Andrea del Carmen Alvarado Arce, nacida en el mar del Puerto de


Guaymas. Estudiante y futura maestra de secundaria, creativa,
organizada, atenta y precisa. Amante del mar, la pintura, la
música, el silencio y el café.

Noah Zorobabel Lizarraga Jimenez, futuro docente, originario de la


Ciudad del Sol. Disfruta de una taza de café, de conectar los
audífonos y ahogarse en un mar de música, adora las noches de
octubre. Aprecia la escritura y la ve como su mejor amiga, la
considera como un vistazo al interior de cada persona.

211
Brenda Guadalupe Valdez Palomares, originaria de Huatabampo,
Sonora. Una persona fuerte y centrada, amante de los libros y
películas de época. Tiene como pasatiempo favorito disfrutar del
tiempo con su familia y está comprometida con superarse y
construirse cada día, a su propio ritmo.

Adalia Estela Flores Sánchez, originaria de Caborca, Sonora. Futura


maestra, dedicada y comprometida. Es hija, hermana, tía y amiga
sensible. Mujer que ha reunido su carácter y fuerza para cumplir
sus sueños y ser un ejemplo de superación.

Maria Guadalupe Waldo Coronado, orgullosamente sonorense,


persona en proceso de construcción, mujer, hija, amiga y futura
maestra. En proceso de desarrollo y descubrimiento de su
escritura. Fiel amante de los animales, disfruta de pasar tiempo
con sus perros y de relajarse escuchando música.

Marian Marcela Robles Campas, originaria de Hermosillo, alumna y


futura docente, vanidosa, sentimental, auténtica y segura. Fiel
creyente en que la empatía es la medicina que el mundo necesita.

Shiara Yanisell Miranda Martínez. Escribir es su corazón desnudo


queriendo enriquecer al mundo con libertad y emociones.
Aprecia la melodía de las olas y la fragancia de las flores. Siempre
al lado de Dios, su sombra.

Karen Lilián Encinas Huerta, originaria de Hermosillo, Sonora.


Alumna, docente, escritora y persona. Persona de mente abierta
y resiliente, quien desde niña abrazó la lectura como parte de su
vida, quien sigue construyéndose, así como su gusto por ella.

212
Mariana Reneé Bocanegra Gómez, proveniente de la Heroica
Guaymas, corazón blando y espíritu desvergonzado. Fiel
creyente de que todos los sueños se hacen realidad, su energía,
alma y cuerpo se tornan de colores cada vez que toma el pincel.

Priscila Oviedo Moreno, originaria de Caborca, Sonora, pero


adoptada por la ciudad de Hermosillo, Sonora. Mujer, alumna,
docente, hermana, amiga. Mujer que le gusta conocer nuevas
experiencias y aprender de ellas, la escuela ha formado parte de
su vida como el apoyo incondicional para no dejarse caer.

Gahel Moroyoqui. Humano, no hay más.

Alexia Braneth Bustamante Aguirre, orgullosa de ser urense. Joven


atenta, responsable, comprometida, solidaria y perseverante.
Creyente en Dios y con gran amor por la docencia. Su principal
lema es “querer es poder”.

Gloria Carolina Solis Castro, de Empalme. Rutinaria y conformista,


pero también extrovertidamente introvertida, viajando en los
recuerdos a través de la música, amante de todo aquello que cause
nuevas emociones y sensaciones.

213
Índice

Prólogo ........................................................................................................... 5

Alma .............................................................................................................. 9
Alejandra Rivera Contreras
Árbol de limón ......................................................................................... 21
Mariana Ramírez Castillo
Efecto retardado ...................................................................................... 27
Esmeralda Vanessa Espino Díaz
La felicidad del infeliz ............................................................................33
Arath Benjamín Álvarez Monge
Mañana te digo ......................................................................................... 41
Kevin Alfredo Fragoso Othón
Suspiros del alma..................................................................................... 47
Andrea del Carmen Alvarado Arce
Omnes Moriendum ................................................................................ 61
Noah Zorobabel Lizarraga Jiménez
Otra realidad ............................................................................................. 77
Brenda Guadalupe Valdez Palomares
Justos por pecadores ............................................................................... 95
Adalia Estela Flores Sánchez
Recuerdos ................................................................................................ 105
María Guadalupe Waldo Coronado
Sepulcros blanqueados .........................................................................113
Marian Marcela Robles Campas
Siempre estoy aquí.................................................................................121
Shiara Yanisell Miranda Martínez
Soy lo que no somos ............................................................................. 133
Karen Lilián Encinas Huerta
Tempo....................................................................................................... 145
Mariana Reneé Bocanegra Gómez
Una vida más........................................................................................... 159
Priscila Oviedo Moreno
Xawi-i........................................................................................................ 173
Gahel Isaí Moroyoqui Diaz
Yo confiaba en ti ..................................................................................... 187
Alexia Braneth Bustamante Aguirre
350 días..................................................................................................... 199
Gloria Carolina Solis Castro
Acerca de las voces inminentes .................................................................211
Voces inminentes, se terminó de imprimir en el
mes de abril de 2023 en la Escuela Normal
Superior, plantel Hermosillo; Ayuntamiento y
Luis Orcí s/n, colonia El Choyal, Hermosillo,
Sonora, México, 83130.

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