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Libro Queen, capítulo CAPITULO 19— CHAIN.

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El público que rodea el escenario está tan absorto en el combate que me da tiempo de subir a mi sitio con ella, el león y Salamaro me
siguen mientras que el peleador de abajo acaba con la vida de su contrincante y le da paso a la próxima pelea que acaba con más
sangre.

Recogen los cuerpos y el anfitrión sube calmando a la multitud.

—¡Vino el Boss! —avisan y la idolatría eleva sus miradas hacia mí.

No es por mi puesto o por ser un Romanov, me lo he ganado siendo más de lo que se me exige sin fallas o equivocaciones.

—Tienen un Petrov —avisa Salamaro y bajo junto con él.

¿Cómo olvidar a los Petrov? Si en su casa fue la treta que me amargó la vida. Traen al sujeto que desnudan dejándolo solo en boxer
antes de ubicarlo sobre la base de madera que arrastran al centro.

Las manos y los pies se los atan a los grilletes que están en cada punta de la mesa mientras me quito la camisa y me recojo bien el
cabello.

—¡Sangre, sangre!

Se exige abajo mientras el búlgaro clama por piedad alegando que no es un animal, pero a nadie le importa eso.

—¡Sangre, sangre! —piden con más fuerza.

Muevo mi cuello tomando el cuchillo que se requiere y el entrar a la tarima ocasiona otro grito. El hombre que ruega por su vida sigue
frente a mí y volteo a ver a la persona que me espera junto a Salamaro y a la que le ofrezco mi mano invitándola, mientras los demás
callan al notar lo que está por suceder.

•✦───────────•✧

Emma.

Horas antes.

La laptop la cierro con lentitud con los ojos encharcados y los pulmones ardiendo como si me ahogara en las aguas del mediterráneo.
La imagen de ella junto al león albino y el que la conexión desaparezca de un momento a otro me dice todo lo que debo saber y es que
la tiene.

Lo que he ocultado por más de dos años lo tiene ahora logrando un tirón abrupto en la cadena que creí suelta y ahora me arrastra.

El móvil lo busco en nanosegundos medio ciega, lo único que alcanzo a distinguir es su número en mi lista de contacto, lo llevo a mi
oreja sin obtener ningún tipo de respuesta y le vuelvo a marcar con la misma impaciencia cargada de desespero mientras me esmero
porque mi corazón no se detenga. «Nada», repito la acción una y otra vez, pero no hallo más que la contestación del buzón de voz.

Las lágrimas se deslizan por mi cara, el llanto me hace doler el estómago y termino con la cabeza contra la pared sin soltar el aparato
que no me da solución alguna. «Odio»... Odio esta condena y las malditas piedras que no me dejan de tirar.

«Contesta», ruego mentalmente para que lo haga, sin embargo, no lo hace y miles de escenarios empiezan a pasarse por mi cabeza;
Maxi, Dalila, los Lazareva, Cédric y todas las personas que se ha cargado por el mero hecho de odiarlas, ¿Qué queda para la hija del
príncipe de Gehena y para la sobrina de la mujer que odia? Para la hija de la mujer que tiene condenada a sufrir.

Mi frente choca con el concreto una y otra vez lastimándome; «Es que no debí», no debí traerla a este mundo repleto de estiércol. Fui
una inmadura, una ilusa, que por el afán de tener un poco de amor por parte de alguien la traje sabiendo que no debía y merezco que
me acribillen por eso.

La maleta que había empacado para el viaje a Gehena la tomo al igual que mi mochila. El teléfono sigue intentando contactarlo en la
cama y lo tomo cuando salta el buzón de mensajes.

—Por favor —ruego—, contesta, por favor.

El llanto me corta y termino colgando. Si algo le pasa sería mi fin, las rodillas se me debilitan con el mero hecho de pensarlo. Ella
podría vivir sin su madre, pero yo no sin mi hija y por ello con prisa me coloco los zapatos antes de meter los brazos en la mochila.

—¿Qué haces? —entra Sam.


—Me voy —limpio mis mejillas—. La mafia rusa tiene a Amelie, así que me voy.

—Voy a llamar a Rachel…

—¡¿Para qué?! —me le atravieso devolviendola— ¿Qué va a hacer? ¿Qué va a impedir? ¡Quieren que pague la maldita condena que me
tocó y, haga lo que haga, nada de eso va a cambiar!

«Solo lo retrasó». El que el coronel intentara llevarme minutos después de hablar con mi hermana lo confirma. Lo de la cabaña, su
regreso, todo no fueron más que advertencias que ya me es imposible evadir.

—Deja eso Emma —insiste Sam quitándome las cosas—. Rachel se va a encargar, solo deja que la llame.

—¡Si no quieres cargar con el peso de la muerte de tu sobrina dejalo! —la aterrizo— ¡Porque nadie puede hacer nada más que yo! ¡Ni
Gehena, ni mi hermana, ni nadie! ¡Solo yo porque fue mi culpa haberla tenido!

—Pero qué incoherencias dices.

—Solo cállate y déjame llegar —la encaro—. Sigan con lo suyo que su lugar es este y el mío es cumplir con lo que me tocó, por eso te
pido que te calles —le ruego—. Por ella, cállate y no hagas nada, que así como Rachel quiere proteger a sus hijos, yo quiero proteger a
la mía.

Los ojos se le humedecen y le doy la espalda tomando mi maleta. Rachel se fue al Oriente a hablar no sé con quién, pero de aquí a que
vuelva espero estar lejos.

Valerme de la realeza no tiene sentido, porque si eso no fue impedimento para que la tomaran, de nada va a valer ahora.

A Luciana no la veo por ningún lado y decido salir corriendo por la puerta de la cocina, el cabello me lo guardo bajo la capota y la
adrenalina que llevo me hace correr saliendo por la salida del personal de servicio. No luzco como una James, parezco una loca que
luce vaqueros sencillos, sudadera y una capota.

Las ganas de ir por ella pueden con todo, en Sodom tuve que escabullirme miles de veces y logro salir de la propiedad acelerando el
paso, quedo en la carretera y corro buscando la avenida mientras conecto los audífonos que saco de la mochila llamándolo otra vez
sin conseguir nada y por ello sigo corriendo en busca de un taxi.

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