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Libro Queen, capítulo CAPITULO 20 — LION, página 4 leer en línea

El ascensor se llena y emprendo el trote por las escaleras. Este es el problema de Amelie quien está acostumbrada a tener atención
todo el tiempo y cree que los demás son subalternos, pero esto no es más que un juego, ya que quien la lleva de la mano es un
manipulador nato que vive del sufrimiento de los demás especialmente del mío que trato de alcanzarlos.

Sacan a Koldun llevándolo a un sitio aparte. No abordan la camioneta, toman uno de los túneles internos. Siguen rodeados de
verdugos pasando las puertas que nos dejan en un… ¿Restaurante privado?

Salamaro hace parte de los presentes al igual que el coronel y Patrick quienes están con varios sujetos con porte de alemán. De los
adultos soy la más baja de aquí, no hay más de cinco mesas y ocupan la más grande.

—¡Queen! —me llama Amelie señalando un asiento— ¡Ven!

Los demás voltean a verme… Las mujeres presentes son sumisas o visten como tal mientras que yo luzco vaqueros pitillo, blusa de
abdomen descubierto y mi cazadora de cuero blanco con tachas.

—Te está llamando la princesa —se me acerca Salamaro con disimulo— ofreciéndote una silla.

«Necesito que me caiga un rayo».

—Ve y siéntate —insiste.

Suelto el aire que tengo estancado tomando asiento sin saber ya qué más hacer, es esto o ir a esperar afuera como alma en pena.
Quedo al lado de Amelie que está a la derecha del Boss.

Patrick y el coronel están frente a mí y Salamaro a mi lado. Todos están absortos en una conversación en Alemán mientras que el
camarero se acerca por mi izquierda queriendo saber qué voy a ordenar.

—Queremos una cajita feliz —pide Amelie tratando de hacer el número dos con los dedos— con soda y muchas papas para Queen.

—Disculpe, pero no tenemos cajita feliz —indica el camarero y ella tira de la manga del ruso que tiene al lado.

—Mi lord…

—Venga conmigo —Salamaro se levanta llevándose al camarero y yo volteo a Amelie para que se deje de pendejadas.

—No conoces a ese sujeto y ¿Qué te he dicho de los desconocidos? —le susurro— Son monstruos y no nos acercamos a los
monstruos.

—No le digas que es un monstruo —susurra también —, no es un monstruo.

—Si lo es y estás siendo muy injusta conmigo —le reclamo—. Tan preocupada por ti y ni me consideras.

—¿Vas a hacer una rabieta?

—Si —me ofendo—, voy a hacer una rabieta. No me escuchas…

—¿Y eso te pone triste? —deja la mano sobre mi hombro mientras sacudo la cabeza.

—Ni para que te digo si no te importa.

El olor a comida me remueve los intestinos cuando sirven aperitivos los cuales no hacen más que recordarme las horas que llevo sin
comer. El sitio lo recorro como siempre queriendo buscar salidas, pero no sé a quién engaño, más tardaré en levantarme que alguien
en plantarme de nuevo en una silla.

Los primeros platos los reparten llenándome la boca de saliva. No es momento para sentir hambre, pero las necesidades físicas son
cosas que no se pueden evitar. El brazo del camarero roza el mío y la atención de los presentes queda en mí con la caja roja que me
ponen al frente.

A Amelie le dan una igual y da pena, mucha pena, pero… La hambruna me gana y la abro rápido sacando lo que hay
adentro; «Hamburguesa». Rasgo la salsa con los dientes mientras que el coronel me repara con cara de ¿En serio? Sin embargo, no me
importa, simplemente recuesto la espalda en la silla tragándome mi comida.

—¿Qué? Mira a otro lado que no te voy a dar —hablo con rabia y blanquea los ojos, «Imbécil».
Sigo comiendo mientras siguen hablando de sus asuntos y le ayudo a Amelie con la suya echándole aderezo antes de volver a lo mío.
Mi estómago se regocija y le doy los últimos sorbos a la soda, «Dios, gracias, nunca me había sabido tan bien una cajita feliz».

La princesa me quita el juguete mientras que continúo acabando con lo que le falta hallando el postre que está en el fondo de la caja,
es de mora y desprendo la tapa chupandome la punta de los dedos que se me untan.

Es pequeño y una buena cantidad suele quedarse en el empaque que lo cubre, por ello, le paso la lengua saboreandolo con los ojos
cerrados, «Delicioso». La vuelvo a pasar una segunda y tercera vez buscando la cuchara que no encuentro, «No está», así que uso la
lengua repasando los bordes antes de meterla adentro. Los labios se me untan y los limpio volviendo al postre que sigo saboreando
hasta que...

Tosen elevándome la mirada y es Patrick quien sacude la cabeza con disimulo indicándome que no siga. Los ojos de los hombres
están sobre mí y el vistazo sombrío del Boss me endereza en el asiento cuando se levanta yéndose.

—Ten linda —Patrick me da su cuchara.

—Gracias.

El ruso no vuelve, Amelie termina y media hora después Salamaro me lleva a un sitio aparte mientras que el vacío que se abre en mi
pecho me avisa que ha llegado la hora de lo que quería y no quería, «Una cena antes de despedirla, eso fue lo que me dieron».

El coronel está con las dos personas que esperan recibiendo órdenes; «Tyler y Death». Empiezo a llorar queriendo devolverme, pero el
pecho de Patrick me recibe mientras que Salamaro aparta a Amelie dejando que el amigo de Christopher se ocupe de mí.

—Tranquila —me pide llevándome con él —. Quiero que escuches lo que te voy a decir, ¿Vale?

Intento contener el ardor que me invade sollozando, pero no puedo.

—Yo también tengo a mi hija lejos, a mi esposa —empieza—, y estoy contando las horas para verlas, pero tenemos que concentrarnos
en lo que se avecina y los pequeños tienen que estar en un sitio seguro.

Trata de que razone y procuro explicarme eso a mí misma, pero lo que somos no me deja.

—Tenemos que pelear. Si queremos un mejor futuro para ellos hay que hacerlo y por el cariño que le tengo a tu familia te pido que
confíes en mí y la dejes ir al sitio designado, porque Gehena también está en riesgo y en Italia está Antoni —explica—. Las cosas van a
explotar en cualquier momento y no podemos trabajar tranquilos preocupados si pueden o no hacerles daño porque son la carnada
que usan para atraparnos— agrega—. Tyler y Death van a escoltarla a ella y a los mellizos junto con su nana.

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