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EL VALOR DEL EVANGELIO

Es sorprendente la gran diversidad de formas con las que se expresa el cristianismo


actualmente. Podríamos pensar que si nos trasladáramos a la época de los primeros
cristianos, esta diversidad desaparecería y descubriríamos una forma pura del cristianismo.
Lamentablemente esto es una mera ilusión. Laurence Freeman en su libro Jesús, el Maestro
Interior menciona que: «La idea de que una vez existió una única ortodoxia cristiana, que
luego se fragmentó o diluyó, no está respaldada por la riqueza y diversidad de las
perspectivas encontradas en los evangelios» (Pág.76).

Jesús fue un maestro carismático que compartió su sabiduría oralmente y, por ello, fue muy
difícil capturar el verdadero espíritu de su enseñanza. Los primeros cristianos escucharon lo
que encajaba en su cosmovision personal, lo que resonaba en ellos. Por tanto, las palabras
de Jesús fueron filtradas a través de los marcos cultural, mental, psicológico y emocional de
cada uno de ellos. Como resultado de esto, los testimonios escritos reflejan diferentes
interpretaciones y relatos sobre la vida y la enseñanza de Jesús, cada una de ellas con un
sesgo individual. Esto explica las inconsistencias que se encuentran en las Escrituras. «San
Lucas comenta al comienzo de su evangelio que hubo muchos otros relatos en circulación
durante el primer siglo después de la resurrección, según las tradiciones que nos
transmitieron los testigos presenciales y los siervos originales del evangelio» (Pág. 75).

Laurence Freeman continúa diciendo: «Nunca podremos saber con seguridad quién escribió
realmente los evangelios atribuidos a Mateo, Marcos, Lucas y Juan». Jesús trasmitió su
mensaje oralmente. Es la enseñanza viva de «alguien que enseñó con autoridad. Los textos
crecieron dentro de las tradiciones orales y escritas, pero se refinaron aún más mediante la
oración personal y el debate comunitario» (Págs.71-72). «También debemos recordar que
estos cuatro evangelios canónicos fueron escritos por personas que vivieron fuera de
Palestina dos o tres generaciones posteriores a los eventos que describen. Así, los
evangelios son diferentes ventanas que miran hacia la misma realidad» (Pág.76).

Podemos encontrar evidencia de esta diversidad temprana en las Escrituras que han llegado
a nuestros tiempos. Pablo reprende a los Corintios por sus «desacuerdos», porque cada uno
de ustedes dice: «Yo soy un hombre de Pablo» o «Estoy a favor de Apolo»; «Yo sigo a
Cefas» o «Soy de Cristo». También podemos ver en los textos de «Los Hechos de los
Apóstoles» y en «Gálatas», las diferencias de opiniones que existían incluso entre Pedro y
Pablo, Pablo y Santiago, y Juan y Tomás. Estas divisiones no ayudaron mucho,
especialmente porque tuvieron lugar durante una época de terribles persecuciones y
martirios.

Además, en estos primeros siglos aún no existía una institución reconocida como Iglesia.
Había muy pocos obispos, no existían credos, ni tampoco un canon establecido para las
escrituras. Excepto en Alejandría, donde existían edificios protegidos por ser esta ciudad el
granero del Imperio Romano, la gente tenía que reunirse en grupos aislados en casas
particulares, de forma muy similar a la de nuestros grupos de meditación.
Para hacer frente a esta diversidad, Ireneo, Obispo de Lyon (130-202 EC), uno de los pocos
obispos existentes, decidió reconocer solo cuatro evangelios, los de Mateo, Marcos, Lucas
y Juan, así como las cartas de San Pablo como textos «ortodoxos», es decir, como
«pensamiento correcto». Estos textos configurarían el canon con el objetivo de lograr cierta
unidad en la Iglesia primitiva. Aunque el Evangelio de Tomás era muy apreciado y
conocido, escogió el Evangelio de Juan simplemente por una decisión personal, puesto que
su maestro Policarpo había sido discípulo de Juan. Así, Ireneo podía reclamar la sucesión
apostólica que era de suma importancia. Todos los demás evangelios, y los grupos que los
utilizaran, fueron considerados «herejes», cuyo significado etimológico es «alguien que
elige». Algunos de esos evangelios también tenían un claro carácter apostólico, pero Ireneo
asumió que la línea debía ser definida en algún punto.

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