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Propuesta novedosa, imaginativa y audaz, para terminar con la diabólica

industria del juicio


Autor:
Ackerman, Mario E.

Cita: RC D 235/2023
Encabezado:

Afirma el autor que, más allá de los agravios que suelen expresarse en relación a quienes profesan la abogacía,
a quienes se desempeñan en el ámbito laboral, se les imputa, además, ser los creadores y ejecutores de una
industria del juicio, cuyo producto final sería un desmesuradamente alto índice de litigiosidad. En este escenario,
vuelve a instalarse el propósito erradicador de la repudiada industria y la idea de una reforma laboral que se
apoyará -entre otros-, en dos instrumentos principales, que se desarrollan en el presente.

Sumario:

I. ¿Qué pretendía Dick el carnicero? II. Sin novedad en el frente. III. Los dos instrumentos principales de las
propuestas de reforma en la contratación laboral para promover el empleo. IV. Una perinola en la que casi todos
pierden. V. Una propuesta irreverente y temeraria: Subordinarse a la Constitución y cumplir con la ley. V.A. Los
objetivos declamados y sus contradicciones evidentes. V.B. Y si ...?

Propuesta novedosa, imaginativa y audaz, para terminar con la diabólica industria del juicio

The first thing we do:


let's kill all the lawyers
W. Shakespeare - King Henry VI

I. ¿Qué pretendía Dick el carnicero?

En la Segunda Parte del drama histórico Enrique VI, escrito por William SHAKESPEARE a fines del siglo XVI,
relata éste el levantamiento contra la corona de los aldeanos de Kent, liderados por Jack -o John, según las
distintas versiones- CADE.

En el marco de esa rebelión que había producido en Inglaterra a mediados del siglo anterior, y con el propósito
de instaurar el orden del mayor desorden, pone SHAKESPEARE en boca de Dick el carnicero, lugarteniente de
Jack CADE, la famosa propuesta -que en su lengua originaria transcribí al principio-: lo primero que hacemos:
matemos a todos los abogados.

Eran aquellos tiempos muy anteriores a las reformas inspiradas en BEVERIDGE, y previos aún a las dificultades
financieras que enfrentan actualmente tanto los sistemas de seguridad social como los de prepaga privados a
causa de los elevados costos de la medicina, lo que tal vez explique que Dick no sugiriera entonces matar a
todos los odontólogos y a los médicos para reducir los gastos que provocan las caries y las enfermedades... y así
infinitamente hasta, por ejemplo, como podría ocurrir entre nosotros, disolver el INDEC para terminar con la
inflación -bueno..., algo similar se intentó en algún momento, con resultados por demás modestos-.

En cualquier caso, aquella imaginativa iniciativa de eliminar a los abogados -y, de paso, dejar sin razón de existir
a los jueces y al Poder Judicial- para cerrar así las puertas del imperio de la ley, como toda hierba mala que
renace en los jardines a los que no se dedican los cuidados adecuados, suele rebrotar también entre los yuyos
de los cerebros desquiciados de gobernantes huérfanos de vocación democrática.

De hecho, antes de escuchar el trasnochado cuestionamiento a la tradicional separación e independencia de los


poderes del Estado formulado en tiempos de democracia desde la más alta jerarquía del poder político de

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nuestro país, y en el terreno que aquí interesa, Augusto PINOCHET, cabeza visible y emblemática de la
sangrienta dictadura sufrida por el pueblo chileno, en el año 1981, con su famoso Decreto-Ley 3648 disolvió los
tribunales del trabajo, culminando así el proceso iniciado con el Decreto-Ley 32, del año 1973, en virtud del cual
había incorporado en cada uno de los juzgados laborales entonces existentes a un representante de las Fuerzas
Armadas y Carabineros.

Cabe también recordar que en los años '90, en Nueva Zelanda, su entonces Ministro de Finanzas, Ruth
RICHARSON, intentó -esta vez sin éxito- la eliminación de la Justicia del Trabajo, con el argumento de que ésta
se ocupa de los contratos de trabajo, y éstos son esencialmente iguales a los contratos normales[1].

No es empero necesario llegar a estas extremas y por demás extravagantes iniciativas -que, de todos modos, de
cara a los vientos que soplan hoy en estas latitudes no deben descartarse totalmente[2]-, para escuchar y temer
propuestas reformadoras que pongan en cuestión y en severo riesgo la lógica protectora de las instituciones
fundamentales del Derecho del Trabajo.

II. Sin novedad en el frente

Poco, de lo mucho aunque monótono que hoy se dice en los mediocres debates públicos de estos tiempos,
supone novedad.

Y no hay razones para esperar que la arbitraria y agraviante imputación que surge de denunciar la existencia de
una supuesta industria del juicio laboral deba -ni pueda- ser una excepción.

La ignorancia, el prejuicio -que no es sino manifestación y consecuencia de aquélla-, ciertas conductas


individuales tan excepcionales como repudiables[3] o alguna mala experiencia personal, han llevado más de una
vez a que se agravie a quienes profesamos la abogacía con designaciones tales como aves negras, cuervos,
buitres, caranchos o alguna otra descalificadora identificación con animales de rapiña.

Pero mientras que esos insultos se dirigen genérica e indiscriminadamente a los abogados con independencia de
la especialización en la que ellos ejercen su profesión, hay uno más, sin que ello suponga omitir a los anteriores,
que sólo tiene como destinatarios a los abogados laboralistas -aunque no a todos, sino sólo a los representan y
defienden a los trabajadores-.

Se imputa así a éstos ser los creadores y ejecutores de una industria del juicio, cuyo producto final sería un
desmesuradamente alto índice de litigiosidad, apoyada ésta en el puro interés monetario y despojada de todo
fundamento jurídico y fáctico.

A pesar de la denominación, el reproche no consiste, por cierto, en haber logrado una clamorosa excepción a
décadas de progresiva e ininterrumpida degradación de la industria y destrucción del aparato productivo
nacional[4], sino en inventar juicios o, en el mejor de los supuestos, exagerar desmesurada e indebidamente los
montos de los reclamos.

No deja de ser interesante observar que así como la imputación no nace solamente -ni tan siquiera
principalmente- del sector empresario, que es el que podría ser considerado la víctima o el damnificado directo
de la denunciada y calificada como arbitraria e infundada litigiosidad, ella tampoco está monopolizada por un
sector político claramente identificable en su ideología.

Así, han manifestado su propósito y compromiso de terminar con la industria del juicio tanto Ministros de
Economía y otros funcionarios de los años '90 como economistas y otros voceros de lo que, en una aproximación
superficial, podría ser identificada como la derecha reaccionaria neoliberal[5], pero a quienes se suman también
políticos y técnicos que, al enfrentarse a aquéllos, pretenden presentarse como progresistas[6].

La designación, con la explícita condena, llegó al más alto nivel de decisión política del país no sólo cuando el
Primer Magistrado nacional anterior al actual agregó la denuncia pública -aunque no judicial- de una supuesta
mafia de los juicios laborales[7] sino, antes aún, cuando su predecesora en el cargo también expresó, en más de

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una oportunidad, su intención de poner fin a esta perversa industria, como lo hizo, por ejemplo, en el año 2012
cuando anunció el envío al Congreso del proyecto de ley de la que pocas semanas después sería la Ley 26773
que modificó la Ley de Riesgos del Trabajo.

Y este discurso agresivo y estigmatizador que, como señalo, no reconoce exclusividad sectorial ni ideológica,
vuelve a instalarse una vez más entre nosotros, ahora en la palabra y las promesas de campaña de los
principales representantes y referentes técnicos de la oposición al actual gobierno, quienes con el mismo
propósito erradicador de la repudiada industria, anuncian que en el supuesto de acceder al poder llevarán
adelante una reforma laboral que, en el terreno de la contratación laboral, se apoyará entre otros, en dos
instrumentos principales.

III. Los dos instrumentos principales de las propuestas de reforma en la contratación laboral para
promover el empleo

Según quedó antes dicho, varios candidatos de la oposición al actual gobierno, como también lo hacen algunos
de sus principales asesores en materia económica, reiteradamente insisten en dos propuestas principales, cuyo
propósito medular, según argumentan, es el de promover la creación de nuevos puestos de trabajo bajando el
costo laboral.

La primera y más repetida de esas iniciativas es la eliminación de las siempre mal llamadas "multas laborales",
que en rigor son los recargos indemnizatorios por trabajo no registrado[8].

Se trata fundamentalmente de las indemnizaciones impuestas por las Leyes 24013 -del año 1991- y 25323 -del
año 2000- y que son parte fundamental de los instrumentos diseñados en esos años para combatir el trabajo en
negro[9].

La primera de ellas fue dictada durante el gobierno de Carlos MENEM, cuando su Ministro de Economía era
Domingo F. CAVALLO, y la segunda durante el gobierno de Fernando DE LA RÚA, cuando el Ministro de
Economía era José Luis MACHINEA, a quien al año siguiente sucedió -fugazmente- Ricardo LÓPEZ MURPHY y
a éste nuevamente Domingo F. CAVALLO.

La lógica de estas normas es la de promover el registro regular de los trabajadores en relación de dependencia a
partir del reclamo que en ese sentido pueda hacer el trabajador -quien, por cierto, está en la mejor posición para
conocer su situación de irregularidad registral- imponiendo el pago de severas indemnizaciones a los
empleadores que no se allanen a la regularización solicitada.

Cabe especialmente recordar que, de acuerdo con lo establecido en el artículo 11 de la Ley 24013, "...si el
empleador diera total cumplimiento a la intimación dentro del plazo de los treinta (30) días, quedará eximido del
pago de las indemnizaciones (...) (las previstas para las distintas hipótesis de registro irregular), a lo que en el
artículo 14 se agrega que para la percepción (...) (de dichas indemnizaciones) no será requisito necesario la
previa extinción de la relación de trabajo".

Reglas éstas que confirman el propósito principal de toda esta estructura normativa, que consiste en la
promoción tanto de la regularización como de la conservación del empleo, como lo contempla en forma expresa
el artículo 2, inciso j) de la Ley 24013.

En este contexto, como complemento necesario, y por la vía de un agravamiento indemnizatorio, se otorga al
trabajador que haya formulado el reclamo una protección reforzada frente al riesgo de la pérdida del puesto de
trabajo.

Estas sumas de dinero, cuyo pago está a cargo del empleador infractor y su único destinatario es el trabajador en
situación de irregularidad, tienen así la doble función de compensar a éste por el daño que supone el no haber
estado regularmente registrado -en lo inmediato, por ejemplo, por la imposibilidad del acceso a una obra social y,
en el futuro, por la pérdida de un beneficio previsional- y, al mismo tiempo, desalentar al empleador que pretenda
beneficiarse con la reducción del costo que implica no cumplir con sus obligaciones contributivas.

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Pero hay en los lineamientos generales de esta descripción de las reglas de la Ley 24013 -como, en alguna
medida, también en las de la Ley 25323- algo que debe ser especialmente subrayado: esas multas laborales
-como equivocadamente se las califica- son indemnizaciones que sólo se imponen a los empleadores que violen
la ley omitiendo registrar regularmente a sus trabajadores y dejen de cumplir así con sus obligaciones con el
sistema de seguridad social.

Simétricamente, y como consecuencia de ello, ningún buen empleador que cumpla con la ley y asuma el costo
que su competidor infractor elude, está -ni podría ser- obligado a pagarlas. De hecho, el empleador en blanco es
uno de los beneficiarios indirectos de la persecución y castigo de quienes contratan irregularmente y de este
modo compiten deslealmente con aquél.

Esa primera iniciativa derogatoria se complementa con una segunda, no menos insensata, y que es la
eliminación de la indemnización por despido y su sustitución con la creación de un fondo de cese laboral -aunque
las designaciones en los diferentes proyectos no son uniformes- que, bajo diferentes denominaciones según sea
el autor del proyecto, será percibido por el trabajador en sustitución de aquélla a la fecha de la terminación de la
relación de trabajo, y que estaría formado por cotizaciones de los empleadores en un monto determinado como
un porcentaje de la remuneración que deban abonar a sus trabajadores.

Según es sabido, este modelo de capitalización de la antigüedad funciona actualmente en nuestro país en el
ámbito de la industria de la construcción con el diseño de la "llamada Ley" 22250 y sus modificaciones, que
conceptualmente mantiene el modelo creado en el año 1967 con la "llamada Ley" 17258 y, al margen de las
objeciones jurídicas que pudiera merecer en cuanto protección insuficiente frente al despido arbitrario, él puede
encontrar una justificación en la alta rotación y la nota de eventualidad que caracteriza a la contratación laboral
en esa actividad.

Amén de que la extensión de ese modelo al resto de las actividades luce, inicialmente, como poco razonable y
particularmente vulnerable de cara a las normas constitucionales, no puede dejar de observarse que, con
independencia del monto de la contribución patronal con la que se pretenda formar el referido fondo,
inevitablemente ello supondrá un incremento directo en el costo de contratación.

Bien entendido que así como la señalada vulnerabilidad jurídica del sistema será mayor en cuanto menor sea el
monto de la cotización, un valor elevado de ésta no garantiza que aquél pueda superar el test de
constitucionalidad.

En cualquier caso, la combinación de ambas iniciativas puede tener consecuencias devastadoras no ya sobre los
derechos de los trabajadores sino, antes aún, sobre los costos de las empresas y el sostenimiento del sistema de
seguridad social.

IV. Una perinola en la que casi todos pierden

No siempre es fácil conseguirlo, pero la concurrencia en las proporciones adecuadas de ignorancia, estupidez,
soberbia y malas intenciones puede resultar la combinación perfecta para que el resultado de estas iniciativas
-que por cierto no deberían suponer un juego de azar- sólo tienda a tener perdedores.

Porque tal es precisamente el resultado final al que se podría llegar si se concretaran las dos modificaciones
antes referidas, aunque con la particularidad de que, a diferencia de lo que solía ocurrir en las viejas e inocentes
películas de aventuras, acá siempre pierden los buenos y, como perversidad adicional del sistema, se ayuda a
ganar a los malos.

El buen empleador, entendido aquí como tal al que cumple con todas las obligaciones laborales y con los
organismos de la seguridad social, y que así nunca corre los riesgos que genera la contratación en negro, verá
inmediatamente incrementados sus costos ordinarios[10] con la obligación de cotizar al fondo de cese laboral.

A esto se agregará la competencia desleal de aquellas empresas que, alentadas por la eliminación de los

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recargos indemnizatorios, contraten en negro con la consecuente reducción de sus costos laborales directos e
inmediatos.

Pero, además y especialmente, ese buen empleador estará sujeto al albur del cuestionamiento de la validez
constitucional del nuevo sistema que, aun cuando se apoye en cotizaciones mensuales de montos elevados
-como podrían ser los actuales del régimen de la construcción establecidos en la llamada Ley 22250-, difícilmente
pueda considerarse compatible con la garantía del artículo 14 bis de la Constitución Nacional de protección
contra el despido arbitrario. Inconstitucionalidad que crecerá en sus probabilidades en proporción directa a la
disminución del monto de las cotizaciones.

En el extremo opuesto, el mal empleador, en cambio, amén de la reducción inmediata de los costos de
contratación, al desaparecer las indemnizaciones y los recargos por la contratación irregular de trabajadores,
sumará al beneficio de la eliminación de ese costo eventual la tranquilidad de que, frente al peligro de la pérdida
del puesto de trabajo con una compensación económica disminuida significativamente con relación a las actuales
indemnizaciones, difícilmente un trabajador reclame su regularización.

De todos modos, esta verdadera promoción del trabajo no registrado no implicará necesariamente que sea todo
ganancia para quienes contraten en forma irregular, pues a la cancelación de la posibilidad de estar asegurados
en una ART -lo que supone que deberá asumir en soledad el costo de los siniestros laborales- se adicionará el
riesgo de un reclamo de daños y perjuicios por la situación de discriminación en la que se encontrarán sus
trabajadores en negro[11].

Bien entendido que todo ello quedará sujeto a las resultas de un juicio laboral de duración y final inciertos y que,
en cualquier caso, siempre dejará abierta la puerta a un acuerdo conciliatorio, que rara vez el trabajador
negociará en condiciones que le resulten favorables.

Amén de los empleadores, y esto explica también el empeño del Estado en la regularización de las relaciones
laborales, varios son los terceros que resultan perjudicados directamente por el trabajo en negro.

Se destacan entre ellos, al no recibir las contribuciones y aportes de los empleadores y los trabajadores, el
sistema previsional, el de obras sociales, el fisco e incluso las organizaciones sindicales.

Todos ellos, aunque no siempre lo hacen con el entusiasmo esperable, deberían estar a la cabeza de las
acciones tendientes a desalentar y perseguir el trabajo no registrado y, en cualquier caso, formarán parte del
elenco estable de damnificados por el debilitamiento de los instrumentos destinados a evitarlo y reprimirlo, como
necesariamente ocurrirá con las anunciadas propuestas de derogación o modificación de las Leyes 24013 y
25323.

Y queda, por fin, la primera y gran víctima de estas novedosas promesas de reforma de las reglas de
contratación laboral y terminación de la relación de trabajo: el trabajador.

Este sujeto de tutela preferente, como lo calificó ya en varias oportunidades nuestra Corte Suprema -no por
capricho sino con fundamento en las normas internacionales sobre derechos humanos y en las garantías y
derechos fundamentales de nuestra Constitución Nacional-, será quien, en manos de estos aspirantes a
reformadores, deba soportar las consecuencias más graves de sus iniciativas.

Porque todo será pérdida para el trabajador.

Y la primera y mayor de esas privaciones será la de la expresión más pura de la libertad, que es la posibilidad de
decir que no.

Esto será así porque no sólo no podrá rechazar él las condiciones de irregularidad registral que le impondrá
inicial y unilateralmente el empleador[12], sino tampoco lo podría hacer en el futuro sin correr el riesgo de perder
el empleo sin derecho a una protección reforzada frente a la imaginable represalia.

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Despido éste que podrá producir el empleador a sabiendas de que ello, al igual que el haber contratado en
negro, no tendrá para él consecuencias gravosas.

No será necesario, sin embargo, llegar a la extrema hipótesis de trabajo no registrado para ver limitada la
posibilidad de reclamo del trabajador.

En efecto, desaparecida la barrera a la prepotencia del empleador y al uso arbitrario de sus poderes jerárquicos
que supone la indemnización por despido -sobre todo en la hipótesis de despido indirecto-, quedarán natural y
radicalmente reducidas las posibilidades del trabajador de oponerse a los posibles abusos de la posición de
supremacía de aquél, ya que todo intento de reclamo implicará el riesgo de la pérdida inmediata del empleo, sin
que esto acarree para el empleador un costo adicional ni para el trabajador una compensación económica.

De este modo, mientras que resulta difícil encontrar un adjetivo para calificar a estas propuestas de reformas,
basta un sustantivo para identificar la primera de sus consecuencias: el miedo.

Pero el miedo, una de las cuatro grandes negaciones o limitaciones de la libertad frente a las que prevenía
Franklin D. ROOSEVELT, experimentará simultánea y complementariamente con la materialización de estas
pretendidas reformas tanto una migración como una potenciación.

El empleador lo perderá frente a las diferentes posibilidades de violar la ley, sea contratando en forma irregular o,
aun sin incurrir en ello, dejando de cumplir con las obligaciones que le impone el marco normativo o desbordando
los límites de sus poderes jerárquicos que surgen también del ordenamiento legal.

El miedo, en cambio, golpeará esta vez con mayor intensidad a esa persona cuyo único patrimonio es ella misma
y su capacidad de trabajo y que, como bien es sabido, sin la posibilidad de elegir entre hacerlo o no, o de hacerlo
de otro modo, sólo puede ponerla a disposición del empleador, entregando de este modo libertad a cambio de
salario.

Y esta inocultable pérdida de libertad que supone el trabajo dependiente[13] a la que el Derecho del Trabajo y las
normas laborales pretenden ponerle límites y proveerle seguridades, se verá ahora potenciada por el miedo a
formular reclamos legítimos.

¿No será entonces esto a lo que aspiran e hipócritamente intentan ocultar estos usurpadores del lenguaje de la
libertad con su campaña contra ese diabólico e inexistente fantasma que han bautizado como la "industria del
juicio"?

V. Una propuesta irreverente y temeraria: Subordinarse a la Constitución y cumplir con la ley

V.A. Los objetivos declamados y sus contradicciones evidentes

Los dos grandes objetivos declamados en las propuestas de reformas laborales hasta aquí examinadas dicen ser
promover el empleo genuino y reducir la litigiosidad laboral[14].

Nada debería por supuesto objetarse a estos propósitos.

Sin embargo, la combinación de los instrumentos con los que se pretenden alcanzar los objetivos declamados
lleva a un resultado estrafalario en el que lo primero que se observa es la manifiesta y grosera contradicción con
estos propósitos.

En apretada síntesis, según quedó expuesto en los dos parágrafos anteriores, y al margen de la subrayada y
dramática reducción de los derechos básicos de los trabajadores, tres son las consecuencias inevitables de estas
descaminadas iniciativas:

- encarecimiento directo de la contratación laboral

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- abaratamiento del despido

- promoción del trabajo no registrado.

Y es entonces aquí donde, aunque esto resulte de total evidencia, es necesario hacer dos grandes grupos de
puntualizaciones

a) En orden a la promoción del empleo.

1) Para crear empleo se necesitan inversiones y lo primero que demanda el inversor es previsibilidad económica
y seguridad jurídica.

2) Amén de que ningún empresario serio contrata a un trabajador que no necesita, además de los dos ineludibles
requisitos anteriores, el estímulo adicional que suele requerir para hacerlo es que se le reduzcan los costos de
contratación -si es lo que sinceramente se pretende que haga- y no los de despido -que tampoco para él es
deseable y que, además, tal vez nunca lo produzca-.

3) Con relación a los eventuales costos de los despidos, como de cualquier otro precio, lo que el empresario
necesita es que tenga la mayor previsibilidad posible y no necesariamente que sea barato.

De hecho, la exageración en la reducción de las indemnizaciones abre las puertas a un cuestionamiento judicial
de su validez constitucional, con la consecuente introducción de la pérdida de certeza en el costo.

b) En orden a la reducción de la litigiosidad.

1) No parece opinable que la litigiosidad nunca es deseable para los empleadores, pero tampoco lo es para los
trabajadores. De hecho, el trabajador que busca trabajo no es un mamífero antropomórfico pleitómano que
pretende conseguir un juicio, sino tan sólo un ser humano normal que necesita que le paguen un salario
suficiente y tener estabilidad en su empleo para llevar adelante, él y su familia, una vida digna.

2) En un Estado de derecho democrático la reducción de la litigiosidad no puede lograrse de manera permanente


prohibiendo los juicios, cerrando los tribunales o matando a los abogados, sino identificando y actuando sobre
sus causas.

3) De cara a las reformas proyectadas y que aparecen hoy en las promesas de las campañas políticas, en las
que ocupa un lugar protagónico la eliminación de los recargos indemnizatorios por irregularidades registrales,
sólo un observador extraviado o mal intencionado puede sostener que son aquéllos y no éstas la causa de los
reclamos judiciales.

Natural es entonces que si se pretende que no haya demandas judiciales para obligar a los empleadores a pagar
indemnizaciones de montos importantes por haber contratado trabajadores en situación irregular o por abonar
salarios en negro, que en ambos casos supone violar la ley, lo que debe hacer cada empresario es contratar y
abonar las remuneraciones cumpliendo con todas las obligaciones legales de registro y cotización, pues la única
conducta que en esta materia abre la posibilidad -y la enorme probabilidad- de evitar un reclamo judicial es...
cumplir la ley.

4) Si bien es poco probable que prospere la idea de sustituir el clásico sistema de indemnizaciones tarifadas por
despido injustificado por un fondo de cese laboral o algo similar, no sólo porque supondría un notable incremento
de los costos directos e inmediatos de los empleadores -que son así los primeros que deberían oponerse a ello-
sino también, y especialmente, porque no resultaría un instrumento adecuado para proteger al trabajador frente
al despido arbitrario -como garantiza el artículo 14 bis de la Constitución Nacional-, nadie en nuestro imprevisible
país está en condiciones de asegurar que esa irracional iniciativa no va a prosperar.

Pero si acaso ello se produjera, y tal como sucedió con el artículo 39 y otras normas de la Ley 24557, con el
artículo 245 de la LCT, con varios artículos de la Ley 23551 y con otras normas laborales, se transformará ella en

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una nueva fuente de litigiosidad como, tarde o temprano, ocurre y debe ocurrir con las regulaciones que a su
mala calidad técnica suman la contradicción con preceptos constitucionales.

5) En suma, una vez más y a modo de síntesis: la litigiosidad laboral no es el producto de una confabulación de
abogados inescrupulosos que crearon una inexistente y monstruosa industria del juicio sino, fundamentalmente,
una consecuencia necesaria de la existencia de leyes que no respetan la Constitución Nacional o de
empleadores que buscan un beneficio de corto plazo dejando de cumplir con sus obligaciones legales.

Así de simple es la cosa.

V.B. Y si ...?

De cara a este panorama que muy poco entusiasma y sólo anuncia más dificultades para los mismos problemas,
¿por qué no se actúa sobre las causas en lugar de ensayar soluciones estrambóticas que so pretexto de eliminar
las consecuencias las acentúan en su gravedad dejando a aquéllas intactas?

Esto es, ¿por qué, por una vez, no intentamos una osada pero simple y segura solución, que no sabe de
sofisticaciones, que consiste en respetar y hacer respetar la Constitución y cumplir y hacer cumplir las
leyes?

Cumplir todas las leyes, especialmente las que nos incomodan.

Sería necio desconocer las resistencias que encontrará este radical cambio cultural en un país que, en el decir de
Carlos NINO, tiene una larga práctica, que ya es tradición, de vivir al margen de la ley.

Sin embargo, perdidas ya las ilusiones y lastimada la esperanza, como lo hizo alguna vez Martin Luther KING en
un contexto de otra muy distinta complejidad y frente a un problema cuya gravedad ofendería la comparación,
¿por qué no permitirnos tener un sueño?

[1] Para los lineamientos generales de la concepción de Richardson en materia de política social ver
Richardson, Ruth, Making a difference, Shoal Bay Press, Christchurch, 1995, especialmente pág.
225/226. Ver también Ackerman, Mario E., Nueva Zelanda no es un espejo ni un buen ejemplo, en
Relaciones Laborales y Seguridad Social, Año I, Nro. 12, Buenos Aires, 1996, pág. 1295 y ss.

[2] Baste recordar, por ejemplo, que en el año 2018 el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social de
la Nación fue rebajado a la categoría de Secretaría de Gobierno de Trabajo y Empleo.

[3] Ningún ámbito del quehacer humano está exento de sinvergüenzas. Por eso son necesarias las leyes,
los jueces y... los abogados.

[4] En el marco de la que, en el decir de mi amigo Ricardo Monner Sans, es apenas una manifestación
más de la armónica decadencia de cuanto nos rodea.

[5] Dicho esto con un ruego de disculpas por el uso de una expresión casi vulgar a la que además
reprocho la usurpación y malversación del inmaculado lenguaje de la libertad.

[6] Y también aquí con mis excusas por la vaguedad y ambigüedad del adjetivo.

[7] En la que el entonces Presidente de la República, en una insólita actitud, llegó a hacer una injustificada
e injustificable imputación a un importante abogado laboralista.

[8] Expliqué ya en otras oportunidades las razones por las que las indemnizaciones de las Leyes 24013 y
25323 no pueden ser calificadas como multas. Ver, por ejemplo, En defensa de las indemnizaciones
-mal llamadas "multas"- por omisión o irregularidades en el registro de la relación laboral; a propósito de

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una sentencia de la Sala VI de la CNAT y otros decires, en Revista de Derecho Laboral Actualidad
2022-2, pág. 269 y ss.

[9] A las que se sumaron poco más adelante las modificaciones a distintas normas legales introducidas por
el Capítulo VIII de la Ley 25345, también del año 2000.

[10] Si se toman como referencia los valores de la llamada Ley 22250, anualmente el empleador estaría
haciendo pagos similares al costo del despido sin justa causa de todos sus trabajadores, aun cuando no
haya despedido a ninguno o, incluso, incrementado su plantel.

[11] Ver El trabajo "en negro" es una forma de discriminación, en Revista de Derecho Laboral 2019-I,
Igualdad de oportunidades y de trato, pág. 11.

[12] Porque de lo contrario no es contratado y bien es sabido que, normalmente -con raras excepciones-, no
es el trabajador quien reclama trabajar en negro.

[13] He explicado esto ya en varias oportunidades. Ver especialmente El trabajo, los trabajadores y el
Derecho del Trabajo en Ackerman, Mario E., Si son humanos no son recursos; pensando en las
personas que trabajan, Segunda edición revisada, ampliada y revisada, Rubinzal-Culzoni, Santa Fe,
2016, pág. 39 y ss. esp. pág. 47/57.

[14] Aunque, como ya se vio, esto último está presentado bajo el grotesco y descalificador propósito de
terminar con la industria del juicio.

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