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¿Qué significa
escuchar?
Posted on octubre 1, 2004 by Jorge garcia
Desearía que fuese falsa esta afirmación de Roland Barthes porque en tanto
que nuestra cultura es una cultura del habla, nadie está preocupado por
cambiar los lugares de escucha. Lo primero que hay que decir es que
sorprende que prácticamente ningún campo del saber de las llamadas ciencias
sociales o humanistas tome en cuenta la escucha. La escucha se da como algo
ya dado; se supone que para escuchar no se requiere habilidad ni aprendizaje
ni cierta destreza, como si se tratara de un don natural; se le considera como
supuesta en el diálogo, en las teorías del discurso, en las teorías de la acción
comunicativa. Ni siquiera se considera pertinente preguntar qué significa
escuchar. Si Heidegger habló del olvido del ser, nosotros ahora podríamos
hablar del olvido de la escucha. Sorprende que la tradición occidental, siendo
una tradición del logos, no incluya a la escucha como parte central de la
racionalidad. No se puede negar que hablar implica escuchar y sin embargo
nadie se toma la molestia de señalar, por ejemplo, que en nuestra cultura hay
profusión de trabajos escolares centrados en la actividad expresiva y muy
pocos, ninguno en comparación, dedicados al estudio de la escucha.
El logos en el que nos movemos, es decir, la racionalidad que nos rige es,
desde esta perspectiva, una racionalidad deficiente que habita una ceguera
desde la cual toda forma de escucha se sitúa en alguno de los lugares
tradicionales de escucha, el arrogante o el servil [3] , el arrogante que es el de
la obtención del saber y el servil que es el de la obediencia. Hay que recordar
que el verbo obedecer viene del latín oboedire que significa escuchar u oír.
Es interesante, por otro lado, que en todas las tradiciones de escucha en las
que participamos ésta es unilateral, es decir, no hay una noción diádica del
escuchar así como sí hay una noción dialógica del hablar. Pero esto no debería
sorprendernos si tomamos en cuenta y en serio el trabajo de Carlos
Lenkersdorf titulado Los hombres verdaderos[4] en el que analiza la
estructura sintáctica del tojolabal en comparación con la del castellano y de las
lenguas indoeuropeas en general. En su estudio Lenkensdorf da cuenta del
hecho lingüístico que se presenta en el tojolabal de que las frases tienen dos
sujetos agenciales en vez de uno solo como tienen las lenguas indoeuropeas;
es decir, en tojolabal son dos los sujetos que ejecutan la acción de dos verbos
que se corresponden, de tal manera que es imposible afirmar «yo les dije»,
pues la estructura de la frase equivalente incluye otro sujeto que es quien
escucha, en tal forma que se diría «Yo les dije. Ustedes
escucharon». Lenkensdorf subraya el hecho de que cuando en castellano se
dice algo a alguien hay solamente un sujeto agente, solamente el que habla es
el sujeto de la acción mientras que el que escucha mantiene una posición
pasiva, subordinada. La hipótesis de Lenkersdorf es que en tanto que la lengua
no está apartada de la manera en que vemos el mundo, las diferencias
sintácticas corresponden a diferentes cosmovisiones, lo que en este caso
significaría que nuestra cosmovisión tiene la estructura sujeto-objeto y no la
de sujeto-sujeto como en las lenguas dialógicas y que por tanto el rol
prioritario es de los actos de habla mientras que el papel subordinado, el papel
de objeto, lo ocupa por lo general el papel del escucha.
Sin embargo, cuando Heidegger analizaba el concepto de logos, de manera
novedosa sí se plantea este problema y pregunta: «si tal es la esencia del
habla, entonces ¿qué significa `escuchar’?» [5] . Parafraseando a Spinoza
quien afirmaba enigmático: «nadie sabe lo que puede el cuerpo», puede
decirse ahora que «nadie sabe lo que puede la escucha», o mejor, nadie sabe lo
que es la escucha.
En muchas reflexiones del rol que deben jugar las minorías en los procesos
sociales se suele considerar la dimensión emancipatoria ligada exclusivamente
con tomar la palabra. Expresiones como «dar la voz a los que no la tienen»,
«hacer escuchar la propia voz», la necesidad de que los grupos oprimidos
«encuentren su propia voz», y otras semejantes, son habitualmente levantadas
como armas liberadoras. Y como contraparte, los roles de escucha están
asociados con los grupos oprimidos mientras que los grupos sociales
poderosos son a menudo los que no escuchan o los que silencian a otros. Lo
que emancipa no es, pues, escuchar sino hablar, tomar la palabra. Se cree que
la única manera de cuestionar el paradigma de los lugares tradicionales de
escucha, el arrogante y el servil, es disponiéndonos a hablar. La escucha
queda entonces solamente en sus posiciones habituales: contra ellas,
hablemos. Y hay que hablar, ciertamente. En favor de la escucha no se trata
ahora de que todos callemos, de que las minorías guarden silencio. ¿De qué se
trata entonces?
Para comenzar habría que buscar abandonar la relación directa entre escucha-
opresión y palabra-emancipación. Para seguir, hay que tener claro que no se
trata de escuchar de cualquier manera. Si lo que hay que evitar son sus formas
tradicionales, esto implica guardarnos tanto de una escucha cuyo objetivo sea
la configuración de un saber disciplinario así como de la escucha-obediencia.
Por más que hoy nos resulte obvio y elemental, no deja de ser paradójico que
esta suspensión relativa de la acción sobre la cosa sea más compleja y menos
habitual que la acción misma. Es ahí donde se expresa una nueva forma de
subjetividad. No son pocos los años que requieren analista y paciente para
aprender a escuchar. Como dice Lacan, en nombre del paciente la escucha
también será paciente. ¿Y como no ha de ser paciente si de lo que se trata es
de destejer demorándose las comprensiones implícitas de sentido asentadas
como capas geológicas?
Por otra parte y por último, así como la escucha analítica nos ilustra sobre
el complejo proceso de cercamiento en la cura del objeto a, no simbolizado,
donde se inscribe lo turbio, lo inquietante, lo terrible, también puede
ilustrarnos sobre la importancia de prestar atención en el espacio social a
territorios no evidentes desde la perspectiva de los códigos hegemónicos.
Como lo plantea Zizek, la representación simbólica del todo social se
construye sobre la necesaria negación de un antagonismo básico, antagonismo
cuya existencia y postulación previene que la realidad social se constituya
como un todo cerrado o como una estructura armónica o balanceada [15] .
Pero esta negación regresa a la representación global bajo la forma de algo
indeterminado o indecidible. Tan indeterminado y monstruoso como las
muertas de Juárez, tan inquietante e indecidible como los caracoles
zapatistas. Por eso, tal vez podemos decir con Derrida: “Debemos aprender
cómo dejar que el espectro hable, cómo devolverle el habla, aunque esté
dentro de nosotros, en el otro, o en el otro que está en nosotros” [16] .
[7] Ibid., p.19.
[8] Este pasaje de La República es comentado por Susan Bickford en The
dissonance of democracy, Cornell University Press, 1966, p.1.
[10] VM, p.555.
[11] Barthes, op.cit., p.255.
[15] Zizek,, “`I Hear You with My Eyes´; or, The Invisible Master”, en
Renata Salecl and Slavoy Zizek, eds., Gaze and Voice as love objects, Duke
University Press, 1996, pp.113-4.