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Escucha Activa y Reconocimiento del Otro

Podríamos aseverar que los seres humanos cuando se comunican no comparten


información, comparten sentido. Esto significa que, además de escuchar las palabras
del interlocutor, para entender el mensaje necesitamos darle un significado a lo que
oímos. Es necesario entonces que exista un referente común, algo compartido entre
las personas que se están comunicando para que puedan entenderse.

Aceptamos como un hecho dado que todos compartimos los mismos significados
cuando hablamos. Pero pareciera que a veces el mensaje que el otro escuchó difiere
del que su interlocutor quiso transmitir. Existen diversas interpretaciones de un
mensaje que podrían derivar de diferentes visiones de la realidad. Esto no tendría que
constituir en sí un problema; el problema surge cuando creemos que nuestra
percepción de esa realidad es única. Todo mensaje requiere una acción interpretativa
del oyente. Cuando los significados de quien habla y quien escucha no coinciden, se
podrían generar dificultades en la comunicación.

Nos comunicamos de diversas maneras, por ejemplo, a través de la ropa que usamos,
los medios de transporte que elegimos, los medios de pago (tarjeta de crédito,
contado) y así podríamos seguir nombrando innumerables acciones cotidianas. Pero,
para que esta comunicación se dé, los actores deben compartir el significado atribuido
a cada una de ellas. En este proceso comunicacional, no sólo intervienen el mensaje y
los interlocutores sino también un universo significante que se despliega en un
momento socio-histórico particular y que le otorga marco a esta comunicación.

Por lo general, nos centramos en lo que las otras personas o nosotros mismos decimos
y cómo lo decimos. Desde temprana edad se nos enseña a leer, escribir y a exponer
conceptos de forma oral. Pero no a escuchar.

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La escucha no es algo que nos viene dado, ella requiere por un lado, de una
predisposición actitudinal que supone la atención del sujeto. Por otro lado, este
hecho encierra además otra presunción: poder escuchar implica necesariamente
registrar al otro en sus diferencias para conmigo.

Las tecnologías actuales nos acercan a la información con una gran velocidad, las
imágenes, los colores y la forma de presentación capturan los sentidos. Esta velocidad
se replica en la mayoría de nuestras acciones cotidianas. La respuesta debe ser rápida
y precisa. Pero, para poder comunicarnos y escuchar de manera activa necesitamos
tiempo. Un momento que nos permita el ejercicio de poner en suspenso nuestros
preconceptos y tratar de entender lo que el otro, diferente a mí, intenta comunicarme.

Si nos remitimos a la etimología de las palabras, OBEDECER viene del latín oboediere,
que significa “saber escuchar”. Esto entonces, nos conduce a una noción de escucha en
la cual la persona recibe la información de manera pasiva. Tal vez por esta razón no se
habla de “aprender a escuchar”. A diferencia de esta modalidad (que la podemos ver
en la concepción clásica de paciente o de alumno), la escucha “activa” implica una
acción del sujeto.

Volviendo la mirada hacia el pasado podemos encontrar la noción que tenían los
estoicos de la escucha. Zenón de Citio fue el fundador de la escuela filosófica “estoica”.
Su base fue la moral de los filósofos cínicos, y ponía un gran énfasis en el bien racional
que se obtenía a través de una vida virtuosa, es decir, acorde a la Naturaleza. Una frase
célebre de este pensador era “tenemos dos orejas y una sola boca, justamente para oír
más y hablar menos”. Dicen también los estoicos que la escucha se purifica mediante
el silencio. Se escucha desde cierta experiencia y para ello el silencio es vital. Silencio
en el decir y silencio de sí mismo. Este último implica la posibilidad de escuchar al
prójimo y no, como muchas veces nos pasa, que nos escuchamos en el otro. Nos
invitan a pensar nuestra competencia para escuchar.

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Una parte fundamental de la comunicación es el lenguaje, éste nos permite
exteriorizar emociones, ideas y sensaciones. También nos antecede, está ahí antes de
que nosotros advengamos como sujetos de este mundo. Nacemos en un universo de
significados. Si tomamos como unidad de análisis el lenguaje, podríamos poner como
ejemplo la lengua de los Tojolabales. Según Wikipedia Tojolabal es la lengua
mayense hablada por la etnia del mismo nombre que habita en la zona centro oriental
del Estado Chiapas, México. Es una de las aproximadamente 30 lenguas mayas que se
reconocen actualmente. El nombre tojolabal o mejor tojol’ab’al (según la ortografía
propia más aceptada) significa en sí mismo: “discurso recto” o “palabra que se escucha
sin engaños”. El tojolabal, al igual que otras lenguas indígenas de América, tiene
distinciones de clusividad, es decir posee dos formas verbales para la primera persona
del plural ('nosotros') diferenciando el nosotros inclusivo ('yo + tú' o 'yo + tú + otro(s)')
con el nosotros exclusivo ('yo + otro(s), pero no tú' o 'yo + otro(s) pero no alguien que
me escucha').

Carlos Lekensdorf desarrolla un estudio sobre la forma de comunicación de esta tribu.


Lo que nos indica es que si realizamos una comparación en frases comunicacionales el
resultado sería:

Castellano Tojolabal

Yo lo dije Yo lo dije. Vos lo escuchaste

Según Lekensdorf ambas frases explican estructuras típicas de oraciones de


comunicación. Las estructuras de estas frases son desiguales. “En el castellano la
perspectiva es verticalista y autoritaria y se contrapone al horizontalismo
complementario (…)” y continúa deduciendo de esto que “si estas estructuras están
en la lingüística, seguramente también se encuentran en estructuras no lingüísticas.
Supone que según las mismas “cada cultura conforma la lengua como la realidad no
lingüística”.

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Al dar cuenta de esta mediatización de la realidad que vemos, también podemos
comenzar a trabajar activamente para mejorar nuestros niveles de comunicación.
Practicar “estoicamente” la escucha activa, acercándonos de esta manera a un
mayor registro del otro como sujeto diferente a mí.

Como menciona Foucault: “jamás podemos salir del lenguaje, pero nuestra movilidad
en el lenguaje no tiene límites y nos permite ponerlo todo en cuestión, incluso el
lenguaje y nuestra relación con él”.

Referencias

Castoriadis, C. (1975). La institución imaginaria de la sociedad. Barcelona: Tusquets

http://www.fermentario.fhuce.edu.uy/index.php/fermentario/article/view/51

http://etimologias.dechile.net/?obedecer

http://www.um.es/tonosdigital/znum6/estudios/Lenkersdorf.htm

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