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Esta traducción fue realizada por un grupo de personas que de
manera altruista y sin ningún ánimo de lucro dedica su tiempo a
traducir, corregir y diseñar libros de fantásticos escritores. Nuestra
única intención es darlos a conocer a nivel internacional y entre la
gente de habla hispana, animando siempre a los lectores a comprarlos
en físico para apoyar a sus autores favoritos.
El siguiente material no pertenece a ninguna editorial, y al estar
realizado por aficionados y amantes de la literatura puede contener
errores. Esperamos que disfrute la lectura.
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Indice
Sinopsis
Prólogo
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Epílogo
Nota de la Autora
Sobre la Autora
¡Visítanos!
Sinopsis
De todos los misteriosos huéspedes que llaman hogar al Santuario, nadie es
más antisocial o retirado que Maxis Drago. Pero claro, es difícil mezclarse con el
mundo moderno cuando tienes una envergadura de cincuenta pies.

Hace siglos, fue maldecido por un enemigo que juró verlo caer. Un enemigo
que le quitó todo y lo dejó aislado para siempre.

Pero el destino es una perra, con un gran sentido del humor. Y cuando lanza
viejos enemigos hacia él y amenaza a la mujer que pensó muerta hace siglos,
vuelve con una venganza. Un día moderno de Nueva Orléans se ha convertido en
un campo de batalla para el mayor de los males. Y dos dragones deberán mantener
la línea o caer en llamas.
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Hellchasers #7
Dark Hunters #25
Prologo
Arcadia, 2986 A. C.

¿Es esto la muerte o el infierno?

Maxis le gruñó a su hermano mientras se esforzaba por sacar a Illarion de la


mazmorra inmunda donde había estado atrapado por más semanas de las que
podía contar. Maldita sea, su hermano pequeño era pesado para una criatura cuyas
comidas eran en su mayoría ratones de campo y trigo.

Cállate, le espetó Max con sus pensamientos. Si no puedes ayudar, entonces no


me distraigas mientras estoy tratando de salvar tu escamosa piel sin valor de las alimañas
humanas.

No sé por qué te quejas así. Los seres humanos no son tan malos. A mí me gustan...
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saben a pollo.

A pesar del peligro que les rodeaba y su amarga rabia por su última
"encantadora" situación y la traición que los había puesto aquí, Max tuvo que
contener su risa. Deja a Illarion encontrar el humor en el peor momento
imaginable. Pero entonces, era por eso que estaba arriesgando su vida, nivel y
garra para salvar a Illarion cuando todo sentido dragón que poseía le decía que
abandonara a su hermano y se preocupara por su propio maldito trasero.

No me lo estás haciendo más fácil, ya sabes.

Lo siento. Illarion trató de usar sus piernas humanas para caminar, pero las
débiles, desconocidas extremidades se doblaron debajo de él. ¿Cómo equilibrarse en
estas delgadas cosas, de todos modos? Él frunció el ceño hacia Max. ¿Cómo lo haces?

Pantalones pitillo y vinagre... y la necesidad decidida a vivir lo suficiente para


llegar a los que les habían hecho esto y matarlos a todos.

Y después de que todos esos pobres demonios fueran hacia problemas contigo en esa
cueva. Estarían tan decepcionados de ver que tus esfuerzos fueron en vano.

Max dejó escapar un suspiro de frustración.

Lo juro por todos los dioses, Illy, si no dejas tus tonterías, voy a dejarte aquí.

Con su expresión seria, Illarion empuñó la mano en el pelo rubio largo y


enmarañado de Max y lo obligó a mirarlo a los ojos. Vete, hermano. Así no soy más
que un ancla para ti y tu libertad, y ambos lo sabemos. Juntos, estamos atrapados. Solo
tienes posibilidades a la luz del día.

Apretando los brazos alrededor del frágil cuerpo humano de su hermano,


Max bloqueó miradas con Illarion. Era tan inquietante ver azules ojos humanos
mirándolo fijamente y no las normales serpentinas amarillas de su hermano. Mirar
a la cara de un hombre y no un dragón. Lo que les habían hecho en contra de su
voluntad estaba mal en todo aspecto.

Sin su permiso, habían sido hechizados, capturados y fusionados con un alma


humana que ninguno de los dos entendía, o cómodamente llevaba.

Un día, habían sido totalmente Drakos1, al siguiente...

Humanos.

Pero a pesar de que no eran los mismos en esta forma, seguían siendo los
mismos en corazón y espíritu. Y una cosa nunca, nunca cambiaría.

¡Somos drakomai! Y no abandonamos a nuestros kinikoi. ¡Tú lo sabes!


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Podía ser que no se agruparan en comunidades que vivían o compartían
domicilios, una vez llegados a la mayoría de edad, pero cuando el Bane-Cry
sonaba, estaban moralmente obligados a prestar atención y luchar juntos hasta que
derrotaran a todas las amenaza...

O la muerte los separara.

Illarion hizo una mueca cuando tropezó y cayó, arrastrando a Max con
él. ¿Por qué hicieron esto? ¿No es suficiente cazarnos y matarnos por deporte? ¿Habernos
esclavizado durante siglos? ¿Qué más quieren las alimañas humanas de nuestra especie?

Max no habló mientras ayudaba a su hermano a volver sobre sus pies y se


tambaleaba con él hacia la estrecha abertura que oró porque los llevara al bosque
donde podrían encontrar refugio. La respuesta no consolaría a Illarion más de lo
que lo había consolado a él. Más bien, le molestaría infinitamente.

Habían sido un implacable experimento para que el rey Lycaon pudiera


salvar a sus inútiles y quejumbrosos hijos, que habían sido maldecidos por el dios
Apolo a morir a los veintisiete años. Aunque Max podía respetar al hombre por no
querer perder a sus hijos por una maldición que no tenía nada que ver con la
familia del rey, sino con un antiguo dios rencoroso con línea de sangre de la reina,
a Max no le gustaba ser el medio por el cual Lycaon esperaba lograr una cura.

1 Drakos: dragón.
Incluso ahora, se acordó de la vista del feroz dios acadio Dagon en su
armadura ennegrecida cuando Dagon le había atrapado con sus poderes arcanos.

—Fácil, Drakos —había dicho el dios mientras Maxis luchaba contra él y hacía
todo lo imposible por combatirlo—. Me agradecerás por lo que hago. Voy a hacerte
mejor. Más fuerte.

Pero esto no era ninguna de esas cosas. Nunca se había sentido tan débil o
vulnerable.

Tan perdido.

Y lo peor había sido despertar en frente de su "gemelo". Un macho humano


idéntico a este cuerpo cuya alma de alguna manera se había fusionado con la
suya. A diferencia de Max, el humano no había sido lo suficientemente fuerte
como para sobrevivir al hechizo que Dagon había utilizado en
ellos. Probablemente porque Dagon no se había molestado en aprender qué tipo de
drakomai era Maxis antes de volcar su magia.

La magia nunca había jugado bien con la raza maldita de Max. Era por eso 8
que habían sido originalmente concebidos y cargados con sus deberes sagrados.

El débil ser humano murió aullando en agonía unas horas después del
lanzamiento de hechizos, mientras su cuerpo intentaba convertirse a la forma de
dragón. Aunque Max no había disfrutado de la transición a humano, había
sobrevivido a ello.

Apenas.

Él sólo deseaba poder controlar el impulso que lo arrojaba de humano a


dragón y viceversa. Esas transiciones horribles venían a intervalos aleatorios sin
previo aviso. Algo que lo mantenía conectado a tierra por el momento, ya que la
última cosa que quería era estar en el aire cuando sus alas se volvieran brazos y le
enviaran a una caída en picado.

—¡Allí están!

Max maldijo entre dientes al oír humanos detrás de ellos. Trató de usar sus
poderes en ellos, pero así como estaba...

Inútiles.

Los ojos de Illarion se ampliaron con pánico.

¡Vete! Déjame.

¡Nunca! Mejor morir a tu lado tratando, que sacrificar tu vida para salvar la mía. No
te dejaré, hermanito.
Una lágrima corrió por la mejilla ensangrentada de Illarion mientras eran
invadidos por seres humanos, retomados y encadenados como los animales que
eran. Max luchó lo mejor que pudo. Pero ya que realmente no sabía cómo utilizar
su cuerpo humano, eso le sirvió de nada.

En cuestión de minutos, fueron arrastrados de nuevo a su oscura, sucia jaula


donde otras especies aguardaban el mismo horrible destino.

Ser experimentos de los dioses y el hombre.

Disgustado y furioso, tomó a su hermano en sus brazos y lo protegió lo mejor


que pudo, mientras las miserables criaturas alrededor de ellos aullaban por
misericordia y muerte.

¿Qué será de nosotros, Maxis?

¿Honestamente? No tenía ni idea. Pero una cosa estaba absolutamente clara


para él.

Somos drakomai. Somos kinikoi. Y si tengo que matar a todos los humanos y dioses en
este universo, por encima y por debajo, te juro, hermano pequeño, que volaremos de nuevo
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en los cielos azules como hemos nacido para hacer, y viviremos sin ellos y sus miserables
maldiciones. Nadie nos detendrá.

Sin embargo, incluso mientras decía estas palabras, sabía que Illarion lo
haría. Algunas cosas eran mucho más fáciles de decir que de hacer.

Y no importaba la intención o lo que se sintiera al respecto, no todas las


promesas podían cumplirse. Como una diosa celosa hasta de sí misma, el Destino
era una cruel, amargada perra que hacía a menudo mentirosos al hombre y a la
bestia. Nunca dispuesta a la misericordia, no le había mostrado nada de eso a
alguno de ellos o a su raza.

—¿Aún está vivo?

Max se quedó inmóvil al oír la voz del rey de Arcadia mientras el anciano se
acercaba a su jaula oxidada. Era un tono brusco que Max había aprendido a
reconocer, a su más profundo pesar.

—Sí, Majestad. Ambos animales fusionados con los príncipes sobrevivieron y


están intactos. ¿Debemos matarlos ahora?

Max se quedó helado ante eso.

—¡No! —gritó el rey—. También son mis hijos. Incluso si nacieron de las
bestias, siguen siendo de mi línea de sangre real, sean sus corazones de mis hijos o
de una criatura sin mente fusionada con ellos. Son todo lo que queda de mi
preciosa Mysene, y nunca voy a deshonrarla. Tráiganlos a mí para que pueda
abrazar a mi sangre y la de mi reina caída. Quiero conocer a mi hijo lobo y a mi
hijo dragón y darles la bienvenida a este mundo.

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Santuario
1
Nueva Orleans, 2015

—Sabes, realmente alguien debería sólo colocar una cerca de alambre de


espino alrededor de todo este lugar y declararlo un manicomio.

Max resopló ante el ingenio seco de Dev Peltier mientras dejaba la rejilla
plástica para vasos limpios en el tatami para Aimee Kattalakis se lo llevara. Con el
pelo rubio de unos tonos más claros que Max, Dev era uno de los pocos hombres
en el Santuario que también era más musculoso.

Haciendo una pausa tras el mostrador junto a Dev, Aimee envolvió un largo,
11
agraciado brazo alrededor de la cintura de su hermano y arrugó la nariz hacia él.

—El término correcto es centro de salud mental. Ponte a ritmo con los
tiempos, viejo oso de cueva nudillos-lentos.

Max se rió del humor rápido de la were oso femenina. Una cosa sobre la
espinosa dueña del bar era que Aimee siempre mantenía a sus hermanos y
empleados en estado de alerta. Ella se apartó para recoger dos vasos de la caja y los
colocó en el estante debajo de la barra mientras cantaba la canción Metal
Jukebox. Para ser un oso, tenía la voz de un ángel.

Y sarcásticamente, la rubia de largas piernas había sido uno de los miembros


favoritos de Max del clan de osos Peltier desde el día en que había buscado refugio
en el famoso bar y parrilla El Santuario que su familia había fundado en el corazón
de Nueva Orleans.

Herido y apenas con vida después de un encuentro desagradable con un


antiguo enemigo, Max se había derrumbado en el tercer piso de este mismo
edificio, a los pies de Aimee. Cuando se había despertado una semana más tarde,
había estado sentado en el piso de su ático junto a él, acariciando las escamas de su
cabeza, completamente sin miedo de su forma de dragón, y tarareando una
canción de cuna francesa suavemente. Ella, a solas, le había cuidado hasta que
sanara y se aseguró de que él sobreviviera. La verdadera profundidad de su
bondad y compasión por los demás nunca había dejado de sorprenderle.
No había un cambiaformas en este edificio o el siguiente que no diera su vida
para salvar la de ella.

Pero ninguno más que el afortunado hijo de puta de pelo oscuro al que ella
llamaba suyo.

Fang Kattalakis se acercó a la parte delantera de la barra y pasó alrededor de


las cervezas de cuello largo especialmente elaboradas y reservadas para sus
metabolismos cambiaformas "únicos" para hacerles saber que había bloqueado la
puerta principal. Un ritual que significaba que El Santuario ahora estaba cerrado a
los humanos por unas horas de respiro Were-Hunter. Inclinó su cerveza fortificada
hacia Max.

—Hay tantos idiotas pueblerinos, hermano. Y tan pocos dragones que


escupan fuego.

Dev se echó a reír.

Tomando su cerveza, Max arqueó una ceja ante la extraña observación, con
curiosidad por lo que le estaba pidiendo. 12
—¿Disculpa?

Fang soltó un largo suspiro de sufrimiento mientras miraba a su compañera.

—¿Cuán encariñada estás con Cody? ¿Puedo ofrecerlo como sacrificio a


Max? ¿Por favor? —Miró a Max—. Sé que no es mujer o virgen, pero ¿exactamente
cómo de exigentes son ustedes los dragones sobre esas cosas?

Como no quería ir allí por varias razones personales, Max se puso a romper y
limpiar los dispensadores de refrescos mientras Dev preparaba los grifos de
cerveza.

—Depende del dragón.

Aimee chasqueó la lengua hacia ellos.

—Por favor, no maten y ni se coman a mi hermano pequeño. No quiero


escuchar la perra indigestión que te daría, y dudo que Carson tenga suficientes
Rolaids para curar ese ardor. Probablemente tomaría la mitad de los bomberos en
la parroquia de Orleans apagarlo.

—Maldita sea. —Fang suspiró de nuevo. Luego alzó la vista con esperanza—.
Oye, si yo soplara accidentalmente pimienta en tu cara, Max, y tú estornudaras,
¿cuáles son las probabilidades que arrojaras fuego sobre él?

Echando agua carbonatada en un cubo de metal, Max sacudió la cabeza hacia


el lobo.
—No funciona de esa manera.

—Entonces, ¿de qué sirve tener un dragón que escupe fuego a mano?

—Siempre tenemos a Simi —dijo Dev—. Con suficiente salsa de barbacoa, se


comería lo que fuera. Incluso desagradables familiares oso.

—Todos ustedes son tan malos. —Frunciendo el ceño, Aimee puso su mano
sobre su distendido estómago y tomó aliento bruscamente.

Fang inmediatamente se movió a la parte trasera de la barra para apoyarla.

—¿Estás bien?

Recostándose contra él, le sonrió a su marido.

—Tus hijos se están divirtiendo como oseznos con un picnic de miel.

Una sonrisa de orgullo se extendió por su cara.

—Los pequeños lobos son nocturnos... Al igual que su padre. 13


Ella resopló ante eso.

—Lo juro, si tengo cachorros, te convertiré en una alfombra de lobo para mi


piso.

Fang rió, luego la besó en la mejilla.

—¿Por qué no vas arriba y descansas? Terminaré de cerrar y prepararé la


barra.

Aimee vaciló.

—No te preocupes. Ni siquiera voy a intentarlo con el papeleo. Después del


desastre que hice de la última vez, he aprendido la lección sobre mantener mis
patas lejos de ahí. —Fang señaló a la alta rubia amazónica que estaba barriendo el
piso cerca de ellos. Una antigua Dark-Hunter, Samia era aún mejor que Dev,
mucho más atractiva que el promedio. A pesar de que la diosa griega Samia había
sido esclavizada hasta puntos que Max no hubiera podido soportar, a Max le
gustaba mucho Sam, sobre todo porque ella no hablaba mucho. Y nunca le hacía
preguntas sobre su pasado —algo que apreciaba aún más.

Como Aimee, Sam era compasiva y amable cuando se trataba de los demás,
ya fueran personas, animales o una mezcla de los dos.

Tan pronto como el embarazo de Aimee se había hecho público, Sam y Dev se
habían trasladado de vuelta al viejo cuarto de Dev en la casa Peltier de al lado para
calmar los temores de Dev, ya que se preocupaba como una anciana por la salud y
el bienestar de su única hermana. No que Aimee lo necesitara. Con once hermanos
relacionados por sangre, aún más por cariño y amigos cercanos, tenía más de su
cuota de hombres que querían ayudarla a levantar cualquier objeto en cualquier
lugar, y trinchar las partes del cuerpo de su marido por arriesgar su vida con un
complicado embarazo híbrido.

—¿Sam? —preguntó Fang mientras la amazonas se detenía en el mostrador—


. Por favor, lleva a Aimee a la cama por mí y asegúrate de que está atrapada allí.

—Claro. Espera. —Sam le tomó la mano enguantada a Aimee—. Vamos,


cariño. No quieres sobrecargarte. Tienes que cuidar de esos Chow Chow que llevas
ahí.

Aimee gimió ante su peor temor sobre que sus hijos híbridos de oso y lobo
pudieran lucir así.

—Estás en mi lista de Navidad, Sam. ¿Alguien más?

Dev levantó las manos y negó con la cabeza.

La osa lo fulminó con la mirada, luego se volvió hacia su marido mientras el


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hermano gemelo de Dev se paseaba hasta agarrar la cerveza fortificada de Fang. La
mueca feroz, sedienta de sangre en su rostro habría hecho que los niños corrieran
gritando por sus madres y que gladiadores experimentados mojaran sus
armaduras con terror.

Aimee chasqueó la lengua ante su expresión.

—Fang, asegúrate de que Dev no mata a Rémi mientras estoy fuera.

Haciendo estallar la tapa de la cerveza, el oso la miró con una mueca aún más
feroz.

—No Rémi... Cherif. Maldita sea, Aims, por lo general eres la única que
puede diferenciarnos. ¿El embarazo echó a perder tus células cerebrales?

Aimee se mordió el labio.

—Lo siento, Boo. Por la forma en que has estado con el ceño fruncido toda la
noche, habría jurado que eras Rémi.

Dev, Rémi, y Cherif eran parte de un conjunto de cuatrillizos idénticos, con


su hermano Quinn completando su número. Solos, los osos eran patea-
traseros. Juntos, eran malditamente invencibles.

A menos que fueras un dragón escupe fuego. Entonces no había mucho en


este mundo que fuera una amenaza para tu salud o bienestar.
Cherif resopló.

—Sí, bueno, ¿qué esperabas? Ustedes me dejaron arriba con Etienne toda la
noche. Ha estado follando hasta agotar mi último nervio como si esa fuera la única
mujer que ha visto en cien años. Lo juro, mamá debería habernos hecho un favor a
todos y comerse ese cachorro al nacer. Por lo menos habría salvado mi humor... y
cordura. Tienen suerte de no estar llevándome por asesinato justo ahora.

—Aquí, aquí. —Dev chocó botellas con él—. ¿Dónde está el pequeño idiota?

—Terminando una mano de póquer con Eros. Espero que gane y el dios lo
lance contra la pared en medio de la ira. Ese es un lío al que me ofrezco como
voluntario para limpiar.

Aimee encontró la mirada divertida de Max.

—Oh, Dios mío, ¡son horribles! Estoy tan contenta de que ames a tu hermano.

Max se encogió de hombros mientras enjuagaba las boquillas de soda y las


ponía en su lugar. 15
—¿Qué puedo decir? La ausencia en efecto hace crecer el cariño, y haberlo
encerrado en un reino infernal durante mil años significa que no tengo que tolerar
ninguna mala costumbre que Illarion posea con suma paciencia.

Ella golpeó a Dev en el estómago.

—¿Ves lo geniales que son los dragones? Deberías tomar nota.

—Bien. Encierra a Etienne y Rémi en un reino infernal durante mil años y te


prometo que seré amable con ellos cuando salgan.

Fang rió.

—Ve arriba, Aimee. No vas a ganar esta pelea.

—¿Estás en serio poniéndote de su lado?

Fang palideció.

—Uh, no. Nunca. No soy un lobo tonto y no tengo ningún deseo de dormir
en una caseta de perros esta noche.

Juguetona, ella movió su dedo hacia él antes de tocarle la nariz y besarlo.

De repente, se produjo un fuerte ruido arriba que les dijo que Cherif podría
haber conseguido su deseo de que Eros matara a Etienne por ganarle. Pero no fue
el inesperado ruido lo que hizo que el pelo en la parte posterior del cuello de Max
se parara. Fue una fisura en el aire que no había sentido en siglos. Una que
atravesó su espalda como una trituradora.

Todos los sentidos que poseía estaban en alerta máxima.

No. No había manera de que fuera posible...

No podía ser.

Su respiración se detuvo cuando vio a un sangrante Serre luchando con las


escaleras, llevado por un pequeño grupo de mujeres vestidas con el atuendo de la
guerra y la antigua armadura de una larga muerte. Aunque El Santuario se cerraba
para los humanos a las cuatro y media de la mañana, permanecía abierto todo el
día para cualquier criatura sobrenatural que necesitara un refugio seguro para
descansar de la batalla. Limanis como éstas siempre habían sido pocas y distantes
entre sí, y en el siglo XXI, sólo había un puñado intactas y en funcionamiento.

Como medida de precaución para evitar que los humanos descubrieran


accidentalmente su raza sobrenatural y enloquecieran, la familia oso Peltier tenía
todo el edificio protegido. Cualquiera que llegara aquí a través de la magia se 16
limitaba a hacerlo en el tercer piso, donde un guardia cambiaformas siempre
estaba apostado.

Esta noche, Serre Peltier se había retirado de ese deber. Rubio como sus
hermanos y hermana, era una versión ligeramente más pequeña de los quads, lo
que significaba que era todavía más grande que la mayoría de las criaturas. Pero
aún así, no había logrado impedir que su trasero fuera pateado por las recién
llegadas de Arcadia que lo derribaron delante de su grupo.

Eso en cuanto a acatar la eirini, o las llamadas Leyes de la Paz, que Savitar y
la Omegrion habían establecido para su especie.

Rubia y construida para el asesinato, la líder del pequeño grupo de mujeres


agarró a Serre por su corto pelo y tiró su cabeza hacia atrás para mostrar su rostro
maltratado al grupo. Sostuvo un anticuado kopis griegos en su garganta.

—¿Quién es dueño de este lugar?

Cuando Aimee comenzó a avanzar, Max, sus hermanos y su marido la


cortaron para protegerla a ella y a los bebés no nacidos que llevaba. Era obvio que
este grupo estaba aquí para la guerra y no para hacer la paz o tregua.

Fang se movió para estar cara a cara con la guerrera perra mientras Max
cubría a Aimee.

—Es mi hermano a quien sostienes. Te sugiero que lo sueltes o pierdas la


cabeza.
Ella pasó una mirada mordaz sobre el cuerpo de Fang.

—Soy Drakaina Arcadia y no me preocupo por especies inferiores. Hazte a un


lado, animal.

Sam se puso al lado de Fang. Con sus manos enguantadas en las caderas,
enfrentó a las mujeres con la abierta hostilidad de alguien dispuesto a luchar.

—Soy Samia, Basilinna de los Thurian Riders, nieta de Hippolyte, que era la
hija de Ares. Declárate.

—Nala, Basilinna del Drakaina, favorecida por Ares, Artemisa y Atenea.

Samia se burló.

—Qué colorido impresionante. Ahora suelta mi hermano más querido o sufre


mi ira completa y mi probada cuchilla de batalla.

Nala apretó su agarre en su cabello. El dolor debe haber sido grave, ya que un
momento después, Serre cambió involuntariamente a su forma de oso
original. Algo que sólo ocurría cuando los Katagaria tenían severo dolor o sufrían 17
una descarga eléctrica.

Sam manifestó su equipo. Los hombres avanzaron para enfrentar a su grupo


mientras Aimee se disparaba más allá de ellos para cubrir a Serre.

—¡Esperen!

Todas las miradas se dirigieron a las escaleras y por un minuto completo,


Max estuvo completamente inmóvil mientras la marca en su mano se calentaba y
quemaba en respuesta a su aparición. Cada parte de su cuerpo cobró vida de una
manera en que no lo había hecho en más siglos de los que podía recordar.

El dragón dentro suyo salivaba y devoraba lo humano en él tan rápido que


apenas podía sostener su forma.

Luchaba por respirar. Si se convertía en dragón en este momento, destruiría


la mitad de la barra. Era demasiado grande en su cuerpo original como para
cambiar aquí y ahora.

Pero no era fácil seguir siendo humano...

No cuando la bestia dentro de él se agitaba a este nivel. No cuando quería


sangre.

Su sangre.
Luciendo como una gran reina envuelta en un manto color rojo, marrón y con
plumas de oro, una exuberante figura de hermoso cabello castaño cobrizo bajó las
escaleras. Un velo rojo caía sobre su cara para formar un pico afilado que protegía
sus ojos.

Pero conocía su color. Un devastador verde inquietante con perlas de


oro. Llenos de inteligencia. Tenían una forma de mirar con desprecio que hacía
encogerse.

Seraphina de los Drakaina-Scythian Riders. Voluptuosa. Apasionada.

Cómo odiaba cada respiración que tomaba.

Las amazonas se separaron para dejar paso a través de ellas y que pudiera
acercarse a su reina. Para los ciegos seres humanos, su armadura parecería pintada
con escamas de bronce. Sin embargo, no era así. Esas eran escamas bronceadas y
conservadas de dragones Katagaria muertos, y su marca como una de las
cazadoras de dragones más viciosas de su tribu.

La campeona de su reina. 18
Seraphina golpeó su pecho en señal de saludo y bajó la cabeza.

—Perdone mi interrupción, Basilinna, ¿pero tal vez pueda ser de ayuda?

Nala vaciló.

—¿Está él aquí?

—No, mi Basilinna. Me temo que su informante le mintió. Yo sabría si mi


compañero estuviera aquí.

Nala maldijo y pateó a Serre en las costillas. Con un movimiento de su


vibrante capa roja, se enfrentó a Seraphina.

—Voy a destripar a ese demonio. —Y con eso, condujo a sus guerreras al piso
de arriba.

Seraphina se quedó atrás mientras se iban. Era extremadamente estúpido


mentir a su reina. Lo sabía y sin embargo...

Ella recorrió con la mirada a los hombres reunidos. Pelo negro


definitivamente no era lo que la Drakos buscaba. Por su hedor fétido, lo reconoció
como a un Katagaria nacido lobo. El resto eran todos rubios. Todo
excepcionalmente guapos y bien constituidos. Dos eran gemelos. No podían ser su
Maxis. Ellos, como el herido cuando se volvió humano de nuevo y se puso de pie,
eran osos.
Eso sólo dejaba a uno.

Como los demás, llevaba ropa extraña —no la de un guerrero o la tradicional


de los Drakos. Su cabello rubio oscuro estaba muy corto, pero cuando sus ojos se
encontraron, ella reconoció esas características masculinas perfectamente
cinceladas. Esa mandíbula fuerte, rígida e inflexible. Esa mirada de desafío de
fuego que la atravesó con su orgullosa arrogancia. Un orgullo que siempre la había
enfrentado contra sus tradiciones y cultura.

Su mano se calentó con la familiar quemadura. Algo que sólo ocurría cuando
dos compañeros se encontraban de nuevo después de una larga separación.

Decidida, se dirigió hacia él, sólo para que su camino fuera bloqueado por la
otra amazonas en la habitación.

Samia hizo un gesto hacia las escaleras.

—Vete con tu tribu.

Seraphina negó con la cabeza. 19


—Hay algo aquí que me pertenece.

Samia se mantuvo firme y sólida.

—No hay nada aquí para ti.

—Oh, sí, lo hay. —Ella levantó la mano para que Samia viera la marca del
dragón en su palma—. Estoy aquí por mi compañero.
2
Max maldijo mientras esas palabras cortaban el silencio inmediato y se hacían
eco en la habitación. Toda la atención se dirigió directamente hacia él mientras
quedaban boquiabiertos al cómico unísono.

Antes de que Max pudiera pensar en escaparse, Dev tomó su mano entre las
suyas y la revisó para ver la marca correspondiente. Chasqueando la lengua, negó
con la cabeza con desaprobatoria condescendencia.

—¡Maxy! ¡Tienes algunas „xplicaciones que dar!

Empujó a Dev por su mala imitación de Ricky Ricardo. Dev se rió con buen
humor. Nada realmente inmutaba a ese enorme hijo de puta. 20
Aimee se alejó de donde había estado revisando la nariz rota y los labios
sangrantes de Serre.

—¿Es eso cierto, Max? ¿De verdad estás emparejado con... ella? —Por la
forma en que vaciló, era obvio que había tenido que luchar por usar un término
más cortés.

Soltando un suspiro cansado, Max asintió lentamente.

—Sí, los dioses odian mis entrañas. Y tienen un sentido del humor enfermo.
—De ahí la prueba viviente delante de ellos.

Le habían emparejado a ella.

Un nacido dragón con una nacida caza dragones Arcadiana.

Cherif resopló.

—Bueno, eso explica el misterio de tu falta de interés en las mujeres todos


estos años. Asumimos que eras gay.

Max le mostró una sonrisa irritada.

En realidad, habría preferido mucho más ser gay que verse obligado a su
celibato involuntario. La peor maldición de su especie era que los varones
emparejados eran físicamente incapaces de dormir con alguien más que sus
hembras apareadas. Una vez que las Parcas les asignaban un compañero, no
podían tomar ninguna otra, siempre y cuando esa compañera viviera. El enlace
definitivo.

El día en que se había alejado de su esposa, había sabido exactamente a qué


estaba renunciando. El alto precio que debía pagar por su libertad y cordura... lo
cual decía todo sobre la farsa absoluta y el infierno que era su matrimonio.

Asegurándose de mantener su expresión en blanco, cruzó los brazos sobre su


pecho.

—¿Qué estás haciendo aquí, Sera?

—Tenemos que hablar... solos.

Sí, claro. Fui a la guerra a entrenar para mi matrimonio... solo para que ellos
nunca hubieran funcionado del todo bien para ninguna de las partes.

A menos que estuvieran desnudos y ella en celo.

Lamentablemente, eso sólo sucedía dos veces al año, y se podía decir por su
postura cabreada que no había suerte esta noche. 21
A menos que ella fuera a destriparlo. Eso podría ser interpretado como un
paso adelante respecto a su situación actual de celibato.

Max sacudió la cabeza.

—Te dije todo lo que tenía que decirte hace mucho tiempo.

—Las cosas han cambiado.

—Yo no, y tengo serias dudas que tú lo hayas hecho. Diablos, incluso estás
con la misma ropa que tenías la última vez que te vi. ¿Y eso ha sido hace
cuánto? ¿Tres mil años? ¿Más o menos?

Ella lo miró.

Se rió con amargura.

—Y ahí está el resplandor de odio en tu mirada que tan bien recuerdo. Punto
hecho. Todo es igual. Ahora allí está la salida. —Él se dirigió hacia la puerta que
conducía a la cocina.

Seraphina se teletransportó por la habitación para coger su brazo y


mantenerlo en su lugar. Esos ojos verde-oro le hechizaban y debilitaban su
voluntad más de lo que quería admitir.

—No, Maxis. Es muy diferente. Por favor. Tengo que hablar contigo.
Él arqueó una ceja ante eso.

—Wow, esa es una palabra nueva para ti. No tenía idea de que siquiera
estaba en tu vocabulario. —En el pasado, ella siempre lo había tratado como un
animal sin cerebro al que estaba condenada a estar acerca. Uno que tenía que
entrenar para que no meara en su alfombra o masticara sus muebles.

Con un poco curiosidad por lo que la había traído a este período de tiempo,
echó un vistazo a Fang.

—Si estoy muerto para la luz del amanecer, lobo, persíguela y estruja su
garganta.

—No creo desear saber qué tipo de sexo de dragones viene con ese tipo
de advertencia. Me alegro de ser un oso emparejado a una hermosa mujer.

Max ignoró el comentario seco de Dev. También sabía que no debía llevar a
Seraphina cerca de su hermano menor, que estaba durmiendo en el ático de Max...
en forma de dragón. Lo último que quería hacer era dañar más a Illarion. Su
hermano pequeño había tenido suficiente. 22
Su trabajo consistía en proteger a su familia.

Incluso de su propia compañera. Y después de haber estado emparejado con


ella y se forzado a vivir con su raza, sabía exactamente lo que le hacían los
cazadores a los dragones. Qué pensaban de ellos. Su armadura rendía un homenaje
sangriento a lo que su gente pensaba de su especie.

Estaban mejor muertos y sus restos se utilizaban únicamente como


decoración o ingredientes para sus velas y ungüentos de belleza.

Así que en vez de esp, él los teletransportó a la sala especial en el segundo


piso que Dev y sus hermanos habían construido para su clientela más
rebelde. Completamente insonorizada, les daría total privacidad. También lo
protegía para evitar que usara magia en su contra. Teniendo en cuenta lo que había
hecho con él la última vez que había cometido el error de estar a solas con ella, era
también una precaución apropiada.

Esperó hasta que ella estuvo adentro antes de encender la luz y cerrar la
puerta de la espartana sala pequeña.

Con lo que él no contaba era con la reacción involuntaria de sus hormonas a


su proximidad. El aroma de rosas dulce de su piel hizo que su sangre quemara y
su boca se hiciera agua. Antes de que pudiera detenerse, empezó a dar vueltas
mientras ella se quedaba en el centro de la sala, bajo la luz reflejándose en su
armadura y piel morena como un halo majestuoso.
Maldito fuera el Hades. Había olvidado lo hermosa que podía ser su
compañera cuando no estaba tratando de matarlo y montar su piel en la pared de
su tienda de campaña. Tenía ese exuberante cuerpo lleno hecho para un sinnúmero
de horas de sexo maratón. Y una caliente pasión amazónica que cualquier hombre
mataría por probar.

¿Lo peor? Todos los recuerdos de las horas que habían pasado juntos cuando
no estaban peleando e insultándose el uno al otro y a su herencia lo inundaron de
nuevo. Las horas en que ellos dos habían estado metidos en su tienda, riendo y
bromeando.

Maldita su mente y su incapacidad para olvidar...

Seraphina trató de concentrarse en por qué estaba allí. Por qué estaba tan
desesperada por hablar con su enemigo. Pero Maxis no estaba haciendo esto fácil
para ella. ¿Cómo podía haber enterrado el recuerdo de cómo de increíblemente
guapo y sensual era Maxis? ¿De cuánto la afectaba su presencia?

Cuán feroz y letal. Comprometido. Seductor. Prohibido. Abrumadoramente


masculino y primordial, poseía el magnetismo primo de los Drakos que era 23
imposible de resistir para cualquier mujer. Incluso las niñas habían quedado
reducidas a risitas ininteligibles en presencia de él.

Peor aún, tenía la cabeza inclinada hacia abajo y daba vueltas alrededor de
ella como si fuera una presa que quería devorar. Y eso la estaba dejando sin aliento
y poniéndola caliente contra su voluntad.

Ella frunció el ceño.

—¿Podrías dejar eso?

—¿Deja qué? —Su retumbante voz de barítono profundo era un reto. Nadie
tenía un acento como él. Las palabras salían de su lengua como si las poseyera.

Negándose a permitirle seducirla, respondió a su reto con la misma cantidad


de ferocidad.

—Sabes lo que estás haciendo.

Una insidiosa sonrisa sexy se extendió sobre sus labios.

—¿Es que te molesta?

Sí. Por supuesto que lo hacía. Era lo que todos los hombres Drakos hacían
para largar sus irresistibles feromonas e intoxicar a cualquier mujer que
ansiaran. Era por eso que ese feroz depredador era tan fascinante, y lo
sabía. Ninguna criatura nacida había tenido nunca un señuelo tan seductor similar
al de un dragón masculino de plena madurez. Era parte de lo que los hacía tan
increíblemente peligrosos.

—Necesito hablar contigo.

Se acercó a ella entonces. Presionando la parte delantera de su musculoso


cuerpo contra su espalda, bajó la cabeza para poner su mejilla contra la de
ella. Esos espinosos bigotes se burlaron de su carne cuando comenzó el lento y
rítmico vaivén Drakos que era su propia forma de juego previo. Podía sentir cada
músculo en su cuerpo tenso y adormecido mientras se envolvía alrededor de ella y
la sostenía contra él.

Oh queridos dioses...

¿Cómo lo hacían? ¿Era algo con lo que los dragones nacían o apartaban a los
varones jóvenes y se los enseñaban? Todo su cuerpo cobró vida como si estuviera
en el fragor de la batalla. O desnuda en su cama. Era tan intenso que ni siquiera
pudo protestar cuando él le quitó el casco y lo dejó caer al suelo. O cuando liberó
su pelo para que cayera sobre sus hombros. Lo único que podía hacer era apoyarse
contra él y rendir su peso a su hipnótica danza primitiva. 24
Sin aliento, sintió su dureza contra su cadera mientras él le rodeaba la cintura
con el brazo y bajaba la cabeza para rozar sus labios contra su cuello. Su garganta
se secó y cada parte de ella ansiaba sentir sus manos sobre su cuerpo.

—Yo también tengo necesidades, Sera.

Cerrando los ojos, se estremeció y odió la parte de ella que respondió


instintivamente a sus lentas caricias. Pero entonces, esa era la naturaleza de la
bestia. Aunque ella y Maxis eran diferentes tipos de dragón, seguían siendo
dragones.

No humanos.

Una raza completamente diferente.

Más apasionada.

Fiera...

En todas las cosas.

Ella debería haber sabido que no era humano la primera vez que se
vieron. Normalmente lo habría hecho, pero, al igual que toda su especie con la
mayor debilidad que tenían, había estado en la cima de su ciclo
reproductivo. Como los humanos, los dragones podían tener sexo en cualquier
momento que querían, y muchos lo hacían, sobre todo porque no podían quedar
embarazadas hasta que encontraran a sus compañeros.

Pero cada seis meses, las mujeres entraban en un período fértil donde eran
conducidas a aparearse contra toda razón y cordura. El impulso era tan fuerte que
era imposible para ellas pensar en otra cosa. Era lo que había llevado a muchos de
los mitos con respecto a las amazonas. Era un momento en que llegaban a las
ciudades para ningún otro propósito que el de encontrar hombres para saciar sus
ansias bestiales. Un momento en el que la falta de machos fértiles elegibles en sus
clanes conducía a la guerra con sus vecinos con una furia frenética.

Era malo para ellos antes de que las Parcas crearan un vínculo de
compañeros. Una vez que se seleccionaba y ordenaba ese compañero, el ansia por
aparearse durante su periodo fértil era aún peor.

Esta noche, era insoportable.

Incapaz de resistirse, hundió su mano en su suave cabello y apretó sus labios


más cerca.
25
Y cuando él bajó la mano para ahuecarla a través de su armadura, ella gimió,
la necesidad una locura insoportable.

—Dime qué quieres —le susurró al oído.

Mordiendo su labio, ella tomó su mano y la apretó con más fuerza.

—Te necesito dentro de mí.

Él tomó su oreja entre sus dientes para cortarla suavemente mientras frotaba
su entrepierna hinchada contra su cadera. Luego le dio un beso en su preciosa
mejilla... Su aliento atormentando su carne con su calor.

Luego la soltó y se alejó con frialdad.

Esos ojos de oro la traspasaron con odio helado.

—No soy tu puta o un mueble. Por encima de todo, no soy tu perro para
seguir tus órdenes.

Aturdida y sin aliento, ella lo miró.

—¿Disculpa?

Con su propia respiración entrecortada, él puso más espacio entre ellos.

—Te dije cuáles eran mis condiciones para el matrimonio. Una asociación. No
la esclavitud y servidumbre a tus caprichosas y arbitrarias reglas de la irrazonable
ley amazónica. ¿Y tú qué hiciste? Elegiste despiadadamente a tu tribu por encima
de mí. Y todavía llevo esas cicatrices.

Seraphina hizo una mueca cuando aquella noche lejana se repitió en su


mente. Nala casi lo había matado.

—Era joven y estúpida, y soy lo suficientemente Dragonswan2 para admitirlo.

—Es demasiado tarde. Prefiero vivir la eternidad en el celibato que sufrir un


día más con alguna de ustedes. ¡Ahora vete! Tus hermanas te están esperando.

Su rechazo picó más de lo que jamás habría creído posible. No que


importara. Ella no estaba aquí para rogarle volver a su cama. Estaba aquí para
rogar por su ayuda.

—No es así de simple.

—Es así de simple. Tú y yo terminamos. Acepto el hecho de que no puedo


tener otra amante, pero tú eres libre de encontrar un tonto que pueda para saciar tu
hambre. Ahora vete. No haces más que molestarme. 26
Seraphina se atragantó al recordar las últimas palabras que había hablado con
ella hacía mucho tiempo mientras la miraba con los ojos embrujados por la
traición.

—Te dije cuando nos emparejamos que yo con mucho gusto te daría mi corazón, mi
vida y mi amor, pero que cuando lo hiciera vendría con una condición. Nunca abusarías de
mí. El amor no es abuso. Y me has hecho daño por última vez, mi señora. He terminado
contigo. Para siempre.

Pero el destino la había obligado a volver a él.

Y no tenía otra opción. Necesitaba su ayuda.

Su garganta se tensó al pensar en la mejor manera de decirle lo que


necesitaba. Él la odiaría aún más por el secreto que había guardado. Y no podía
culparlo por ello. Había estado tan equivocado lo que le habían hecho.

Lo que había hecho ella personalmente.

Arcadiano. Katagaria. En retrospectiva, todo parecía tan estúpido. Y la


amarga agonía en sus ojos esta noche le decía exactamente cuánto daño había
hecho su crueldad —las cicatrices persistentes que había grabado en su leal alma.

Tienes que decirle.

2 Dragonswan: Hembra cambia-formas dragón.


¿Pero cómo? La raza humana ya había hecho tanto con él y sus hermanos
antes de que ella lo hubiera conocido, y por medio de sus propias manos crueles,
que le habían hecho aún más daño. Tenía todo el derecho a despreciarlos a todos.

Deja de ser una cobarde. Tiene que saberlo. Tiene derecho a escucharlo de tus propios
labios.

Honestamente, no había manera fácil de hacer esto.

Ningún método rápido o fácil, o incluso suave.

Y como él se dirigía hacia la puerta para salir, no tenía más remedio que
soltarlo para él.

—Tus hijos te necesitan, Maxis. Si no te entrego, los matarán a ambos.

27
3
Max parpadeó lentamente mientras las palabras de Seraphina le golpeaban
como un mazazo. Durante un minuto, no pudo respirar mientras las asimilaba y
comprendía su completa implicancia.

—¿Hijos?

—Hijo e hija.

La habitación se inclinó. Sí, eso era realmente lo que había querido decir. No
la había entendido mal. Max extendió la mano y se apoyó contra la pared mientras
se esforzaba por comprender todo lo que le estaba diciendo. Él era padre.
28
—No lo entiendo.

—Fue la noche antes de tu rebelión...

Su rebelión. Linda selección de palabras esas. Al diablo la verdad y lo que


había sucedido en realidad. Distorsiona toda la situación. Claro. Que él sea el malo
en todo esto. ¿Por qué no?

Nada cambia jamás. Y esa, justo allí, era la razón de por qué se había alejado y
dejado atrás el único hogar verdadero que jamás había conocido. El por qué no
había tenido elección. Para ellos, para ella, él no era más que un animal sin razón
que debía ser controlado y confinado. Algo para ser colocado en una jaula y
alimentar con sobras. O para ser brutalmente sacrificado.

Se había visto obligado a irse antes de que hubieran tomado el último vestigio
de su cordura, junto con lo que había quedado de su destrozado orgullo.
Estúpidamente había pensado todo este tiempo que ella ya se lo había quitado
todo.

Ahora esto. Había escondido a sus hijos de él. Le odiaba tanto a él y a su


herencia que deliberadamente lo había mantenido fuera de sus vidas, donde ni
siquiera podría estar allí para participar en la crianza de sus propios dragonets3.

Max apretó los dientes cuando el dolor le recorrió.

3 Dragonets: Niños cambia-formas dragón.


—¿Por qué no me lo dijiste?

—Yo iba a hacerlo esa noche... ya sabes... más tarde, pero hacía rato que te
habías ido. No tenía forma de rastrearte.

Debido a que una dragonswan embarazada no podía viajar en el tiempo y él


había dejado muy atrás su aldea amazónica, prometiendo nunca volver a ella ni a
su mundo de nuevo. Ella era la única razón por la que se había quedado en la
antigua Grecia.

Y sólo se había aventurado allí debido al Bane-Cry de su hermano que lo


había convocado a la guerra en su propia casa y época.

Después de la brutal muerte de Haydn, su intención había sido dejar esa


época y país en el pasado... pero en la hora más oscura de Max, ella le había
encontrado. Por un pequeño momento, había pensado erróneamente que ella había
sido enviada por Dios para consolarle durante su dolor...

No pudo estar más equivocado. Seraphina nunca había sido otra cosa que su
propio infierno personal. 29
—Podrías haber enviado a una de tus hermanas —escupió esa odiada
palabra—, en mi búsqueda.

—Lo hice. Cubriste tu rastro admirablemente. Nadie fue nunca capaz de


encontrar ningún rastro de ti.

Era como decía. Tan furioso había estado en aquel entonces, que lo más
probable era que las hubiera asesinado antes de que pudieran hablar. Sólo el
tiempo y la distancia, y la sorpresa absoluta, le habían permitido perdonarles la
vida al llegar aquí esta noche.

Ella tragó saliva antes de hablar de nuevo.

—Estarías orgulloso de tus hijos, Maxis. Son un honor para ambos.

Esas palabras fueron una daga en el corazón.

—¿Sus nombres?

—Haydn y Edena.

Repitió los nombres en su cabeza silenciosamente y permitió que la calidez


del amor paternal se extendiera por él mientras trataba de imaginar cómo lucirían.
Como serían.
Si le odiarían tanto como él odiaba a su propio padre. Pero en defensa de
Max, su ausencia había sido la falta de conocimiento. No el odio y el asco por sus
jóvenes que su padre había sentido por él.

—¿Llamada así por tu madre? —susurró.

Ella asintió.

—Y Hadyn en honor a tu hermano, que murió el día antes de conocernos.

No podía creer que ella hubiera recordado el nombre de su hermano. Sólo le


había mencionado a Hadyn una vez en un momento de extrema debilidad en el
primer aniversario de la muerte de Haydn. Nunca antes y nunca desde entonces.

—¿Dónde están ellos ahora?

—Nala los tiene escondidos. Está confabulada con un demonio que ha


exigido que el Dragonbane4 sea entregado a él. Si fracaso en lograr llevarte con
ellos, van a matar a los niños.

Max maldijo entre dientes. La única razón por la que Nala sabía de su marca 30
Dragonbane que traicionaba su miserable herencia y su maldición era por la noche
en que Sera le había entregado a su reina para que le disciplinara públicamente y le
ridiculizara.

Él se estremeció involuntariamente al recordar los detalles amargos de algo


que hacía todo lo posible por no pensar.

—¿Por qué no le dijiste quien era yo cuando estuvo aquí?

—No me di cuenta de que eras tú hasta después de que se fue. No es que


importe. Aun así no te habría entregado a ella. No después de la última vez.

Sí, claro. Su lealtad a esas perras era absoluta. Una lección aprendida de la
manera más dura imaginable.

—Perdóname si encuentro eso tan difícil de creer.

Al menos tuvo la decencia de mirar hacia otro lado.

—Fuiste advertido, en repetidas ocasiones, de lo que sucedería si no dejabas


de rebelarte contra nuestras leyes. Te rogué que te rindieras a ellas.

—¡Soy un drakomai5! —gruñó—. ¡Nacido en la consagración sagrada de los


dioses, y criado de la leche materna de los demonios! No soy un perro para ser
confinado con correa y ser enseñado a comportarse. Ni siquiera por una reina.

4 Dragonbane: dragón maldito.


—No, eso con toda seguridad no lo eres. —Ella entró en sus brazos y él sintió
que su determinación se debilitaba.

¿Lo peor? Su auto-preservación se estrelló aún más rápido. Maldición.

Poniéndose de puntillas, ella apretó sus senos contra su pecho y hundió una
grácil mano en su pelo. Esas largas uñas elegantemente limadas rasparon su piel,
poniéndole aún más duro y volviéndole más desesperado por la última cosa que
podría hacer con ella.

Quería maldecirla y apartarse, pero lo tenía capturado en su señuelo de


sirena. Y estaba indefenso en sus brazos. Siempre había estado impotente a sus
encantos.

—Nunca quise hacerte daño, Maxis. Si pudiera retractarme de mis acciones,


me habría ido contigo cuando me pediste que dejara mi tribu. Y tienes razón.
Debería haber luchado por ti. Tú habrías luchado por mí.

Sí, lo habría hecho. Con cada onza de sangre vital que poseía. Si sólo ella
hubiera sido tan leal a él. 31
Incluso ahora, luchaba por no tocarla. Por permanecer completamente
inmóvil y envuelto en el odio que necesitaba sentir con el fin de protegerse y no
permitir que ella le lastimara aún más. No sólo había arrancado su corazón, le
había alimentado con él.

—Habría muerto por ti.

Un triste ceño delineó su frente mientras pasaba los dedos por el pelo en su
nuca. Eso hizo que escalofríos corrieran a lo largo de su cuerpo y encendió todas
las hormonas que poseía.

—Echo de menos tus trenzas y plumas. Te ves tan extraño con este pelo corto
y esa ropa rara. Pero no estás menos feroz o guapo.

Él echaba de menos los días en que tontamente había pensado que podrían
tener un futuro juntos. Cuando había creído estúpidamente que lo amaba y estaba
tan comprometida con su unión de apareamiento como él.

—Háblame de este demonio que tiene a mis dragonets. ¿Por qué viene tras de
mí?

—Porque eres drakomai, creen que estás protegiendo algún objeto que el
demonio necesita para vengarse de un Daimon llamado Stryker. El demonio robó
algo que se llama la tabla Smaragdine y…

5 Drakomai: dragón natural.


—¿Te refieres a la Tabla Esmeralda?

Ella se encogió de hombros.

—No lo sé. Es verde. ¿Eso es importante?

¿Si era importante? No podía creer que ella hubiera preguntado eso.

Él le dirigió una mirada divertida.

—Ya que contiene las palabras para deshacer la creación del mundo... Un
poco.

El color desapareció de su rostro.

—¿Hablas en serio?

—Nunca bromearía sobre el final de toda la existencia, o algo que podría


abrir las puertas sagradas y desatar toda clase de infierno sobre esta tierra... Esa
tabla era lo que protegía mi hermano. Es por lo que Hadyn dio su vida.

Ella dejó caer la mano.


32
—¿Así que conoces este objeto?

—Sé de él. Hadyn nunca me permitió verla. Esa es la maldición de mi raza.


Protegemos nuestros secretos de todos. Incluso de los parientes de sangre.

Seraphina se estremeció en silencio cuando esas palabras le recordaron su


traición a él. Por desgracia, esa no era la naturaleza de su especie. Pero él tenía
razón. Los drakomai eran criados para ser los centinelas y protectores de los
objetos sagrados para los dioses y hadas. Estaba cableado en su ADN defender
ferozmente cualquier cosa que cayera bajo su protección. No permitir que nadie se
los arrebatara, siempre y cuando tuvieran aliento en sus cuerpos. La necesidad de
mantener ese pacto era tan fuerte que habían sido conocidos por regenerar
extremidades e incluso cabezas con tal de continuar su lucha contra cualquier
enemigo que tratara de quitarles su encargo. No había nada como su voluntad de
sobrevivir y proteger. Realmente eran las criaturas más feroces y leales nacidas.

Y ella cruelmente había despreciado eso por un grupo de perras que carecían
de todo entendimiento de verdadera lealtad.

Soy una estúpida de lo peor.

Deseando poder cambiar lo que había pasado entre ellos, acarició con la
mano el área de su muslo donde había sido marcado como un joven drakomas6.

6 Drakomas: joven dragón natural.


Él agarró su muñeca para que dejara de tocarlo. Esos ojos dorados la
atravesaron con la belleza fogosa que siempre había sido su Maxis. ¿Cómo podía
haber elegido a alguien más sobre él?

—¿Dónde están mis dragonets? —Por su tono de voz, sabía que tenía la
intención de ir tras ellos. Solo. Pero entonces, esa era la naturaleza de su bestia.

—Te van a matar.

Se burló.

—Que lo intenten.

Tan valiente.

Tan estúpido.

—Tú eres uno. Ellos son muchos.

Y aun así esa vieja luz ardía en el fondo de sus feroces ojos, sin miedo. Nada
podría disuadir a un dragonswain7 cuando se decidía por un camino. 33
Incluso si era uno de suicidio.

—Los Draki8 no me asustan. Yo era un drakomas nato mucho antes de que


ellos fueran creados o nacieran. No un mestizo. De sangre pura y empollado,
generado del huevo de mi madre demonio. Si creen que me pueden detener, los
reto a traer lo mejor que tengas y los asaré sobre el pozo de su propia estupidez
arrogante.

Extendiendo la mano, ella ahuecó su mejilla en su palma.

—Y fuiste fusionado con un príncipe Apolita. Esa sangre y forma te debilita.


Ellos saben cómo forzar tu cambio y bloquearte en este frágil cuerpo donde no
puedes luchar con tu poder drakomas completo. —Las lágrimas la ahogaron
cuando el pasado regresó con venganza y le recordó lo que le habían hecho a su
orgulloso compañero—. No puedo observar que te hagan eso de nuevo. Apenas
sobreviví a tu último desgarramiento.

Se puso rígido mientras la furia volvía a sus ojos y sus mejillas se oscurecían,
advirtiéndole que estaba apenas aferrándose a su forma humana.

—Ya somos dos.

7 Dragonswain: macho cambia-formas dragón.


8 Draki: raza de dragones mestizos.
Una lágrima se deslizó fuera de su ojo mientras sus recuerdos se disparaban
de nuevo. Por un momento, ella lo vio como había estado cuando se conocieron.
Envuelto en las pieles y cueros de los Were-Hunters Arcadianos que había
vencido, quienes habían intentado tontamente matarle, él había estado sentado en
la parte trasera de una pequeña kapeleia9, bebiendo solo. Su pelo largo y rubio
oscuro tenía diminutas trenzas en la parte delantera como muchos tracianos, y
plumas Gerakian10 habían sido trenzadas en ellas. Su hermoso rostro había estado
pintado como los de otros miles de bárbaros, con un espiral celta o patrón picto.

En ese momento, ella no había pensado nada de eso porque no conocía su


raza. No se había dado cuenta de que las plumas en su pelo eran trofeos de los
Centinelas Were-Hunter que alguna vez le habían cazado por deporte y
encontrado un adversario mucho más digno de lo que sus avanzadas habilidades
marciales habían estado preparadas para manejar. Más bien, había asumido que
era de una tribu nómada de la estepa humana que estaba de paso por territorio
escita.

Sus hermanas amazonas se habían esparcido a través de la sala llena de gente


bebiendo para encontrar pareja, quienes las habían acogido ansiosamente con la 34
juerga de los borrachos.

Desconsolado, Maxis ni siquiera había mirado su aproximación. Con su


mirada dorada poseída, había estado atando una cadena de plata a través de sus
dedos. Una que todavía llevaba las manchas de sangre de su hermano sacrificado.

Cuando ella se acercó a su pequeña mesa, le había dado una mirada de


advertencia que decía que quería estar solo. Ella debería haber escuchado.

Más bien, esa arrogancia distante le había hecho señas contra todo sentido
común. Y, por supuesto, que poseyera el mejor cuerpo y la cara más hermosa de
cualquier hombre allí era un aliciente. Aún mejor, esas largas piernas y brazos le
habían dicho que era mucho más alto que el hombre promedio. Algo que ella
siempre había encontrado deseable y sexy. Irresistible.

Lo mejor de todo, contenía el aura de un salvaje guerrero sediento de sangre.


Un señor de la guerra bárbara. Un hecho del que la espada de dragón en la mesa
junto a su mano había dado testimonio. Si ella no hubiera estado en la agonía de su
ciclo reproductivo, podría haberse resistido a él.

En cambio, había caminado allí con plena temeridad amazónica, empujado


hacia atrás su silla y sentado audazmente a horcajadas sobre ese cuerpo largo y
musculoso.

9 Kapeleia: griego antiguo, significa taberna.


10 Gerakian: patria que refiere a cambia-formas alados.
Mientras ella se deslizaba a sí misma por sus muslos y en su regazo, él había
jadeado audiblemente y ella había tomado esa ventaja para devastar su boca
abierta. Para hundir sus manos en su pelo exuberante, suave, con plumas atadas, y
saborear cada pedacito de esos labios increíbles y esa lengua experta. Entonces
totalmente envuelto en su abrazo y atención, Maxis sólo se había separado de su
beso lo suficiente para pagarle al dueño de la kapeleia por su bebida y alquilar una
de sus oikemata, habitaciones pequeñas, para tener privacidad.

Esa había sido la noche más increíble de su vida. Ella debería haber sabido
por su resistencia, destreza, habilidades y cicatrices, que no era humano. Pero la
verdad, había estado demasiado agradecida por encontrar a un hombre con el que
finalmente pudiera saciar la dolorosa hambre en su interior como para
cuestionarlo.

Desnudos, respirando entrecortadamente, y todavía entrelazados, por fin se


detuvieron para tomar un pequeño refrigerio poco después del amanecer. Justo
cuando la habitación comenzaba a aclararse, ambos habían retrocedido mientras la
quemadura en sus palmas comenzaba y sus marcas de emparejamiento aparecían.

Conmocionada y horrorizada, ella había mirado de su mano a la suya para


35
verificar su peor miedo.

—¿Eres un Were-Hunter?

Él había dudado antes de responder.

—No exactamente.

Ella había fruncido el ceño y orado en silencio porque al menos fuera de la


misma rama de su especie y que eso fuera lo que había querido decir con su
críptica respuesta. Debido a que eran nacidos humanos que habían aprendido a
cambiar de forma durante la pubertad, muchos de su raza negaban su naturaleza
animal.

—¿Arcadiano?

—No.

Su miedo se había triplicado con esa simple negación. Queridos dioses, no


dejen que sea cierto. Ella casi se había ahogado con la siguiente palabra,
amargamente despreciada.

—¿Katagaria?

—No.
¿No? Incluso más enferma del estómago, sólo podía pensar en otra espantosa
posibilidad.

—¿Humano? —Había intentado de nuevo.

Él había sacudido la cabeza.

¿Qué demonios quedaba? Él no tenía colmillos así que no había manera de


que pudiera ser un Daimon o Apolita. Ningún Were-Hunter se había emparejado
jamás a un dios o un demonio que ella supiera...

Aún más aterrorizada, lo había mirado fijamente.

—No lo entiendo. —Comparó sus marcas otra vez y eran idénticas. Ninguna
de las dos había estado allí antes. Eran sin duda las marcas de emparejamiento
únicas de los Draki—. Si no eres Arcadiano, Katagaria o humano, ¿qué eres?
¿Cómo es que estamos emparejados?

—Por un trío de perras viciosas que nos odian a ambos y envidian el aire que
respiramos. 36
Fue entonces que le había explicado que era un verdadero nacido dragón que
había sido capturado y deformado por un antiguo dios y el rey que había
comenzado su raza para salvar a sus hijos y que ellos no murieran horriblemente
como su esposa lo había hecho.

Que él era el primer dragón Were-Hunter jamás creado del hombre y la


bestia. Y que sabía exactamente lo que quería decir la marca.

O bien aceptaban el emparejamiento en el que no tenían voz ni voto o él


quedaría impotente y ambos serían estériles por el resto de sus vidas.

Lo cual no era una opción en absoluto ya que era un drakomas inmortal


nacido de la unión prohibida y maldita de un demonio y un arel.

Ahora aquí, siglos más tarde, se paraban como eternos enemigos acérrimos.

Él un drakomas nato.

Ella una dragonswan arcadiana nacida que estaba comprometida a perseguir


y matar a todos los Draki Katagaria que pudiera encontrar.

Eso fue sólo el comienzo de sus diferencias; la mayor de ellas era que él era el
dragón que había fundado su raza. El Dragonbane, la única criatura por la que
cada Were-Hunter vendería su alma por matar. Otra marca en su cuerpo que no
había visto hasta después de que hubieran consumado su emparejamiento y
mientras Maxis se vestía. En el momento en que sus ojos habían caído en la marca
con forma de dragón que se arrastraba fuera de su huevo estaba escondida debajo
de los cabellos en su muslo izquierdo, había sabido su significado al instante.

Maxis era el Drakos marcado, el primero de su raza que había matado a otro
Were-Hunter en salvajismo y a sangre fría. Asesinado, se rumoreaba, sin razón
alguna.

La única bestia que todos los Were-Hunters querían desollar vivo y por la
cual reclamar la recompensa. Su vida había sido la primera por la que el
Omegrion, el consejo que gobernaba a su pueblo, se había reunido para denunciar
y exigir una sentencia de muerte.

Y él era su compañero.

El padre de sus hijos.

El creador de su raza.

Haciendo una mueca por la crueldad de las Parcas que la habían jodido en
serio, Seraphina tragó saliva antes de hablar de nuevo. 37
—Sé que si bien es la naturaleza de mi especie reunirse y permanecer juntos,
de luchar como un grupo, tu raza es solitaria. Pero…

Un golpe repentino en la puerta la interrumpió.

Ella gruñó con frustración cuando Maxis se movió para atender.

Abrió la puerta para mostrarle al lobo del piso inferior.

—Teniendo en cuenta lo que dijiste antes, cuando te fuiste para secuestrarte a


ti mismo con tu pareja, quería asegurarme de que aún estabas vivo y... —Él se hizo
a un lado para mostrar lo último que habría pensado contemplar alguna vez.

Una rara mandrágora pálidamente fantasmal.


4
Max dejó escapar un suspiro irritado al ver a Blaise de pie fuera de la sala,
detrás de Fang. Mientras que su cabello largo y trenzado era blanco como la nieve,
su piel era de oliva oscura como la de Max a pesar de albinismo de Blaise. A
primera vista, era poco lo que les indicaba como familia —algo que les había
servido bien, ya que evitaba que sus enemigos los usaran uno contra el otro.

—Hermano, tú siempre eliges los peores momentos.

Aunque se suponía que Blaise era prácticamente ciego en su encarnación


humana, la lenta sonrisa que se dibujó en su rostro dijo que sabía que Max no
estaba solo.
38
—¿Es eso el olor de una Dragonswan en su ciclo lo que huelo? Suertudo
dragón que eres. No es de extrañar que quisieras estar solo.

Aún más agitado por la vulgar insinuación, Max soltó un gruñido que era
único de su raza. Un signo que los padres utilizaban para corregir a sus errantes
hijos, por lo general precedido por una paliza.

—Es mi compañera a las que estás insultando. Discúlpate.

A pesar de que no estaba en su naturaleza, Blaise retrocedió


inmediatamente. Pero sólo porque eran familia y Max era el mayor.

De lo contrario estarían luchando en estos momentos.

—Perdóname, Strah Draga. —Blaise usó el término formal para la compañera


de un dragonswain—. Al parecer mi hermano no ha compartido su buena noticia
conmigo. —Blaise chasqueó la lengua en la dirección de Max—. Hubiera enviado
un regalo de bodas si lo hubiera sabido.

—Ya que nos emparejamos siglos antes de que nacieras, habría pagado
dinero por verte hacer eso.

La mandíbula de Blaise se aflojó.

—¿Y no podías mencionármelo? ¿En serio?

Fang le dio una palmada en la espalda.


—Te dije que estarías sorprendido. ¿No?

—Muy bonito. —Blaise envió una mirada vengativa en dirección de Fang—


. Recuerda, lobo. La venganza es una perra.

Fang resopló.

—¿Que puedo decir? Mi esposa siempre está quejándose de que soy el que
peor se comporta de todos sus hijos. Y teniendo en cuenta el hecho de que uno de
su prole rebelde es Dev, eso lo dice todo. —Su sonrisa se amplió a un nivel
irritante—. Y con esa anotación, flotaré hasta la planta baja para darles espacio
para discutir a fondo este infierno de genialidad. Háganme saber si tengo que
ocultar órganos más tarde o si hay salpicaduras de sangre que tenga que limpiar...
traten de no derramar hemoglobina en cualquier cosa que tiña. No quiero escuchar
a Quinn quejarse sobre repintar.

Seraphina miró ida y vuelta entre las dos especies diferentes de dragón antes
de poco a poco acercarse a Blaise y olerlo. Extraño. Olía más humano que dragón.

—¡Oye! Sí me bañé —dijo Blaise en un tono de broma ofendido mientras se 39


alejaba de ella—. Realmente eres confianzuda.

Max sonrió por su incredulidad.

—Nuestra madre era tan exigente como una amazona en celo y tenía la moral
de una de ellas también.

Ella lo miró.

—La cual es la única razón por la que alguna vez pudiste haber sido
considerado digno de una de nosotras.

Blaise aspiró bruscamente.

—Ay, Max, ella es rápida. Me gusta.

Él ignoró el comentario.

—¿Qué haces aquí, Blaise?

—Venía a advertirle de algo bastante importante... ahora estoy pensando que


podría estar llegando demasiado tarde.

—¿Por qué?

—Alguien accedió al poder de la Tabla de Esmeralda. Fracturó una parte del


hechizo de Merlín alrededor de Terre Derrière le Voile y casi desató el gran mal de
vuelta en el Myddangeard.
Seraphina frunció el ceño mientras Max maldecía entre dientes otra vez por
esa salvada por los pelos que habían tenido de algo potencialmente fatal.

—¿De vuelta en qué?

—Medio-guardia. —Max repitió la palabra en Inglés Antiguo lentamente—


. Tú lo conoces como Oecumene... el mundo habitado por la humanidad. Este
reino.

—¿Y Merlín?

—Mi jefe en Avalon —explicó Blas.

Max sabía que eso también carecería de sentido para ella, ya que era muy
anterior a Arturo y todas las leyendas que rodeaban al rey fey medieval y su corte.

—Es una dimensión alternativa, similar a en la que fuiste desterrada.

Su mandíbula cayó mientras la indignación oscurecía sus mejillas. Sus ojos


mostraron ese desprecio familiar que una vez le había cortado hasta la esencia de
su alma. 40
—¡Bastardo! ¿Sabías que estaba atrapada y sin embargo me dejaste allí para
pudrirme por toda la eternidad?

La ironía de su ira le divertía.

—Una vez más, te recuerdo cómo nos separamos. Te rogué venir conmigo
para comenzar nuestra propia familia en paz, juntos, lejos de la política corrupta de
tu tribu de la cual tú sabías y acordaste que estaba mal, ¿y qué hiciste? Me
arrastraste del cuello con tu reina y me entregaste a su cuidado tierno y
amoroso. Así que dime por qué debería haber desafiado a los dioses que te
castigaron por su rebelión y arriesgar la vida para liberarte después de lo que todas
ustedes me hicieron.

Seraphina quería recordarle que era su compañera, pero eso cortaba en


ambos sentidos. ¿Cómo podía esperar que desafiara a los dioses para protegerla
cuando se había negado a desafiar a su propia basilinna, que tenía poder de mucho
menos alcance?

Él estaba en lo correcto. Ella debería haberlo apoyado en lugar de renunciar a


algo que había sabido incluso entonces que estaba mal.

Y eso sólo la enojó aún más. No con él, sino consigo misma... que desquitó
con él por hacerla sentir de esta manera, por recordarle la vergüenza que ella
ocasionó para sí misma por su parte en la farsa de su juicio por negligencia y
castigo.
—¡Te odio! Si no fuera por mis hijos, no estaría aquí.

Max le dirigió una sonrisa de desprecio frío y seco.

—Si no fuera por mis dragonets, ya te habría matado.

La parte más triste era que no dudaba de eso. Él era, después de todo, un
animal. Una serpiente reptil. Su naturaleza despiadada de sangre fría era lo que le
había hecho ser el Dragonbane marcado.

Confundirlo con un humano era lo que la había metido en este lío. No podía
permitirse nunca a sí misma olvidar una vez más que al final del día, no había
nada humano en él. A pesar de que podía llevar la piel de un hombre, su corazón
era y siempre sería el de una serpiente dragón alado.

Una nacida de un vacío huevo frío, no del tibio vientre nutriente de una
madre.

Él no había sido sostenido y cuidado cuando era bebé. Nunca había sido
protegido o amado. A los pocos minutos de su solitario nacimiento, se había
abierto camino fuera de su huevo y cometido su primera muerte para poder
41
vivir. Se había metido en el cuerpo de su presa para poder estar un poco caliente
mientras roía sus entrañas.

Maxis se había generado sin comprensión del amor, la compasión o la


decencia. Sólo estableciendo orden en las criaturas que caían en su cadena
alimentaria —una cadena de comida donde él reinaba supremamente. Cada
criatura caminante en este planeta estaba en su menú y sujeta a sus invencibles
habilidades marciales. Nada ni nadie era sagrado para él. Y había dejado un
sangriento rastro de cuerpos humanos y Arcadia a su estela.

Tratando de no pensar en eso o vomitaría, miró al recién llegado que parecía


tener un poco más de humanidad en él que Maxis. Aunque su especie de dracokyn
era familiar para ella, no sabía mucho acerca de las mandrágoras. Sin embargo, el
aura de magia que tenía era inconfundible. Él, como Maxis, era un hechicero de
habilidad suprema.

—¿Qué es este gran mal del que hablas?

—Morgana le Fey. ¿La conoces?

Ella negó con la cabeza.

—Suertuda —dijo Blaise en voz baja, luego más fuerte—: Está relacionada
con los Tuatha Dé Danann, y es una reina sidhe oscura.
—Si alguna vez cruzas su camino, querrás evitarla. —El tono de Maxis era
plano y seco—. A pesar de que eres Arcadiano, ella tomará tu corazón al igual que
con nosotros y lo utilizará para sus hechizos.

—Hablando de eso... ¿dónde está Illarion?

Maxis le envió una escalofriante mirada de lado a ella antes de contestar la


pregunta de Blaise.

—Descansando. Y ya que estás aquí, ¿puedo pedirte un favor?

—Claro.

—¿Cuidarías de él mientras asisto una cuestión con mi Dragonswan?

Blaise frunció el ceño.

—¿Cuán importante es esto?

—Algo personal en lo que prefiero no implica a mis hermanos.

Seraphina vio el destello de luz en la mirada lavanda del dragón Blaise al


42
darse cuenta de que Max estaba a punto de hacer algo extremadamente
peligroso. Solo.

—Max…

—No hables. Esto es algo que tengo que hacer sin ninguno de los dos en mi
camino molestándome en el proceso. Illarion todavía se está ajustando a este
mundo y tiempo. Él no necesita que lo dejen por su cuenta en este momento.

Blaise movió la cara hacia arriba.

—Excepto por los Monty Python y algunas otras franquicias de películas, no


soy aficionado a este período de tiempo, ya sabes.

—Lo sé.

Cuando Maxis se volvió hacia ella, vaciló. No lo hagas. Él no te perdonará.

Por otra parte, él ya me odia. ¿Cuál es la diferencia?

Y en su mente, lo vio en la fosa como ella lo había dejado la última vez que lo
había visto en su tribu. Casi muerto. Sangrando a causa de ella y lo que le había
hecho.

Sí, él era inmortal, pero podía ser asesinado.


Eso fue lo que casi le habían hecho entonces y era lo que pretendían hacer
ahora. Tomar sus poderes y su corazón de dragón y utilizarlos en contra de este tal
Stryker.

Él es un animal. Sacrifícalo por tus hijos y acaba con esto.

A sangre fría. Despiadadamente.

Al igual que él y todos los de su especie.

Sin embargo, en su mente, no era eso lo que ella recordaba de su


compañero. No era la bestia dragón lo que rondaba sus sueños y traía lágrimas a
sus ojos cada vez que recordaba su pasado juntos. Era el macho tímido que había
sido tan curioso acerca de su mundo. Tan amable con ella y reflexivo a pesar de su
frío inicio. El que había intentado encajar con su tribu y complacerla. Con ese fin,
se había quitado la ropa y costumbres de dragón, y había adoptado su estilo de
vestir y manera de hacer las cosas. Durante tres años, había dejado de lado sus
garras y formas salvajes, y hecho todo lo posible por suprimir todo lo que sabía y
era para no enfadar a las mujeres de su tribu.
43
Y habían sido implacables con él. Incitándolo e
insultándolo. Degradándolo. Incluso sus hombres lo habían rechazado y se habían
asegurado de que no era incluido en todo lo que hacían.

Eres incapaz de comprender. Sólo eres un tonto animal. Incluso le habían arrojado
piedras o palos para alejarlo cada vez que se acercaba a ellos, como si fuera un
cuervo o alguna otra molestia alimaña que no querían alrededor.

Ni una sola vez él se quejó de eso con ella. Simplemente se había alejado en
silencio, con la cabeza alta. Sus ojos atormentados.

Era por eso que había hecho todo lo posible para no mostrarles su verdadera
forma. Más bien, se había quedado en su cuerpo humano mientras físicamente
podía hacerlo. Hasta que había estado tan débil y enfermo que no podía soportarlo
más. Entonces él buscaba privacidad para cambiar por un breve respiro y
dormir. En algún lugar oscuro y aislado, para que nadie de su tribu viera su
cuerpo real, como si lo que hiciera, lo que realmente era, fuera innatamente malo y
grotesco.

Prohibida.

En toda su larga existencia, Maxis había sido el único que había hecho este
tipo de sacrificios por ella. El único que alguna vez había puso sus necesidades por
encima de las suyas.

Y le había dado las dos más grandes bendiciones de su vida. Haydn era tan
parecido a su padre, no sólo en forma y manierismos. Él tenía la misma lealtad y
honor. Esa necesidad de proteger todo lo que amaba por encima de todo, como si
fueran objetos sagrados.

A diferencia de Maxis y sus hermanos, sus dos hijos eran Arcadian. Nacidos
humanos y entrenados para ser cazadores de dragones como ella y su pueblo. Nala
y las demás habían sentido una emoción morbosa por el hecho de que ambos eran
de los mejores cazadores de su tribu.

Cuando Edena había cometido su primer asesinato, habían celebrado con una
alegría entusiasta que todavía enfermaba una parte del alma de Seraphina.

Ahora que lo pensaba, Max ni siquiera le había preguntado acerca de las


formas base de sus hijos. No le había importado. Eran su progenie y eso era todo lo
que le importaba. No que fueran o no Arcadia o Katagaria.

Independientemente de sus formas de nacimiento, eran suyos, y por lo tanto,


valían la pena su vida. A pesar de que eran extraños y él nunca los había conocido.

Y su gente se atrevía a llamarlo el animal. A su manera, él sabía más sobre el


amor y la decencia que cualquier hombre que había conocido. 44
En ese momento, ella tomó una decisión que sabía que le enfurecería. Pero él
ya había sufrido bastante por su estupidez. Ella no iba a verlo ser sacrificado sin
ninguna razón. No cuando sabía que podía evitarlo, y ayudarlo a él.

—¿Blaise? Si te importa tu hermano, impídele salir. Irá a hacerle frente a un


demonio que planea matarlo y traer de vuelta el reinado de los demonios
sumerios.

Max maldijo en voz baja mientras Blaise se movía para bloquear la puerta.

—¿Acaso olvidaste mencionar un pequeño detalle, hermano?

Maxis suspiró pesadamente.

—No lo olvidé. Lo dejé afuera intencionalmente.

Blaise farfulló.

—Infierno de detalle que omitir. ¿Te importaría explicar?

—En realidad sí. Si me disculpan...

Blaise bloqueó completamente la puerta.

—No me hagas llamar a Kerrigan. Puede que no sea capaz de patearte el


trasero, pero tiene una buena posibilidad para hacerlo.
—No es divertido. Y no tengo tiempo que perder. Ahora hazte a un lado o de
lo contrario yo te moveré, y no te gustarán los moretones que te causará ello.

—¿Por qué? ¿De verdad quieres tanto morir?

Max se rió, bajo y malvado.

—No soy una mandrágora, Blaise. ¿Tienes idea de cuánto tiempo ha pasado
desde que he matado en mi verdadera forma? ¿Cuánto he perdido? Durante
mucho tiempo me he visto obligado a vivir en una jaula. ¿Quieren una
batalla? Que vengan. Esto es para lo que fui engendrado. Si verdaderamente es un
dragón nacido lo que quieren, entonces yo digo que deben enfrentarse a uno real y
no los maricones mestizos con los que han estado luchando. Déjenlos probar mi ira
ardiente mientras los envío directamente a sus respectivos infiernos.

Seraphina se estremeció ante esas palabras gruñidas. Él estaba en lo


correcto. Sólo había visto su forma real una vez y la había aterrorizado a tal
extremo que él le había prometido que nunca se transformaría a su alrededor otra
vez. Aunque ella había matado a decenas de Katagaria y otras razas de dragones,
no eran nada como él. Los Drakomai eran los más antiguos y más mortales de su 45
especie. Eran tan poderosos que incluso cuando Nala había intentado todo lo
posible para obligarlo a transformarse, él había sido capaz de mantener su cuerpo
humano. Sin importa el dolor que habían amontonado sobre él. Lo máximo que
habían conseguido fue hacer que sus alas sobresalieran involuntariamente de su
espalda.

Nada más.

No podía imaginarse ir contra él en la batalla. Tendría que ser aterrador.

Pero Blaise no flaqueó y continuó bloqueando su camino. Era cómico, en


verdad.

—Bien, entonces. Sangraré por todo el lugar y haré que Quinn se cabree
contigo cuando tenga que volver a pintar la habitación.

Max dejó escapar un suspiro de frustración.

—Lo juro por los dioses... —Tomó Blaise y lo sentó físicamente al otro lado
para poder pasar. Cuando empezó a atravesar la puerta, Blaise soltó un estridente
grito inquietante.

Con un gruñido feroz, Max volvió atrás y cubrió la boca de Blaise con su
mano.

—¡Para!
Blaise lo mordió.

Maldiciendo a su hermano e insultando a la madre de ambos, Maxis sacó su


mano.

—¡No puedo creer que hicieras eso!

Ella no tenía ni idea de qué era eso hasta que la puerta se abrió para mostrar
otro dragón masculino. Un poco más alto que Maxis, tenía largo pelo color marrón
generosamente salpicado con reflejos castaños. Estaba despeinado por el sueño. A
pesar de que estaba completamente desarrollado y era musculoso, frunció el ceño
hacia ellos como un niño pequeño e irritable que estaba enojado por haber sido
despertado.

Al darse cuenta de que no había amenaza inminente, se frotó los ojos... un


gesto que le recordaba mucho a Haydn en la mañana.

¿Qué demonios están haciendo ustedes dos, crías? Pensé que estaban bajo ataque. Las
palabras densamente masculinas se susurraron en su mente como si las proyectara
allí. Se rascó la barba en la mejilla. 46
Blaise empujó a Maxis.

—Él está planeando dejarnos atrás e ir a luchar contra unos demonios por su
Dragonswan solo. Dile lo estúpido que es. Yo ya lo intenté y él es demasiado
estúpido para escuchar.

El dragonswain arqueó una ceja ante eso. Su fuerte mirada de acero se posó
en ella y se estrechó con una sed de sangre que la asustó. Sacudiendo la cabeza,
dejó escapar un suspiro de frustración mientras le daba una mirada de furia a
Maxis.

¿Ya puedo matarla?

Con los ojos muy abiertos, Seraphina retrocedió.

—¿Disculpa?

—¡No! —espetó Maxis—. Y deja de preguntarme eso.

Ignorándola por completo, el recién llegado miró hacia el techo.

Esto simplemente no es justo. Yo perdí a mi Edilyn y sin embargo, ¿esta perra vive y
vuelve? ¿Por qué, dioses? ¿Por qué?

Contrayendo la mandíbula, él miró a Blaise.


¿No podemos hacer una transmutación de almas? ¿Colocar el alma de mi compañera
en su cuerpo?

—Podría ser.

Max les gruñó.

—¡Paren! ¡Ustedes dos! No van a cambiar su alma.

Leyendo sus labios, el dragonswain siguió hablando sólo a través de sus


pensamientos gesticulando hacia Seraphina.

No entiendo por qué sigues protegiéndola. Ella nunca ha traído nada más que un
infierno absoluto de miseria a tu puerta. Tú mismo me dijiste que apenas podía mirarte
cuando vivían juntos. Así que ¿por qué estás tan ansioso ahora por morir a su
mando? Déjala podrirse en el lío en que esté metida. Le hará bien y es todo lo que se merece.

Seraphina se estremeció ante una verdad que ni siquiera se había dado cuenta
de que Maxis había notado. Para su vergüenza, Illarion tenía razón, había tenido
un mal rato mirando a su compañero cuando compartían una casa.
47
—¡Basta, Illarion! Ella es la madre de mis hijos y no voy a soportar una
palabra tuya en contra de ella.

La mandíbula de Illarion se aflojó.

¿Engendraste con ella? ¿Eres infinitamente estúpido?

Su mirada pasó de Maxis a atrapar la de ella con una frialdad que envió
escalofríos por su espina dorsal.

En lugar de proteger a su raza, Max, deberías haberle cortado la garganta a esta puta
desagradecida y comerte a sus nonatos cuando tuviste la oportunidad. Salvarnos de toda la
miseria y el dolor que nos han causado desde entonces. Por no hablar de la indigestión y las
úlceras.

Le dio otra mueca fría a Seraphina.

Agradece ser su compañera. Eso evita que mi mano arranque tu corazón y se haga un
festín con él... Arcadiana. La forma en que escupió la palabra en su mente la hizo
sonar como la peor clase de insulto.

—Si no fuera por ellos, Illarion, nunca hubieras conocido a tu Edilyn.

Illarion se estremeció y apartó la mirada.

No estás ayudando a su causa, hermano. Únicamente me recuerdas por qué los odio a
todos y con qué saña se la llevaron lejos de mí... Ahora, ¿qué es esta locura infernal en la
que estás?
Max lo miró.

—Eres el único ser vivo que puede hablar conmigo de esa manera y no ser
destripado en el suelo.

—Um, sí —dijo Blaise en un tono irritado—. ¿Por qué tiene el favoritismo? A


mí casi me dejas fuera de combate por ello.

Illarion envió otra mirada maliciosa hacia Seraphina antes de contestar la


pregunta de Blaise.

Antes de que nacieras, Blaise, yo fui el que encontró a Max después de que su tribu
casi lo castrara y desollara vivo. Tenía una amordazada con un collar metriazo que limitaba
su capacidad de utilizar su magia en modo alguno. Ni siquiera podía transformarse para
curarse a sí mismo. Si yo no lo hubiera encontrado cuando lo hice, él habría muerto. Dudo
que hubiera durado otras tres horas en la condición en que estaba.

Blaise aspiró bruscamente ante lo que eso significaba y Seraphina cerró los
ojos con dolor y horror. Lo que Illarion no sabía era que odiaba su propio ser por la
parte que había tenido en eso, mucho más de lo que jamás imaginaría. Era un 48
momento que la había perseguido día y noche. Y, en particular, cada vez que había
mirado los rostros de sus hijos y tenido que explicarles por qué su padre no estaba
con ellos.

Que todo era su culpa y que nunca debían culparlo a él por ello. Ellos sabían
que ella no lo culpaba. ¿Cómo podría?

Con su labio curvándose, Illarion la rodeó.

Si un enemigo lo hubiera encontrado, él habría sido eviscerado y torturado aún


más. No digo que fuera peor, porque nadie podría haberle hecho peor daño que tú y tu tribu.

—Basta —soltó ella, incapaz de soportarlo.

Pero él no tenía piedad por ella.

Incluso le habían cortado sus alas para mantenerlo en la tierra.

—¡Alto! —gruñó Max.

Ahora, incluso Blaise la miró. ¿Qué podía decir? ¿Que no se suponía que
debían hacer eso? ¿Que ella había luchado contra sus hermanas para que dejaran
de torturar a su compañero, y sólo había dejado de luchar contra ellas por miedo a
abortar a sus hijos? Había estado tan horrorizada por sus acciones contra Maxis
como sus hermanos ahora.
Pero ella había estado impotente para detenerlo. ¿Sinceramente? Nunca había
superado su propio sentido de desesperanza de ese día. Esa sensación de cuán
poco control tenía. Había sido la lección más dura de su vida.

Maxis rompió entre sus hermanos para acercarse a ella. Para su sorpresa,
levantó suavemente su barbilla hasta que encontró su mirada embrujada.

—Mis alas crecieron de nuevo.

Después de doscientos años. Dejándole a merced de enemigos de los que no podía


escapar hasta poder volar de nuevo.

Él miró por encima de su hombro hacia Illarion.

—Eso me enseñó a ser un luchador más fuerte. Ahora déjalo. No se trata de


mí o del pasado. Se trata de mis dragonets y su supervivencia.

Illarion se movió para colocarse a la espalda de Maxis. Puso su mano sobre el


hombro de su hermano.

Eres el único padre que he conocido. Y eres mi mejor amigo. No voy a dejarte luchar 49
solo.

Blaise asintió.

—Tres dragones son mejor que uno.

Burlándose, Max dejó caer la mano del rostro de Seraphina.

—Dos dragones y una mandrágora.

—¿Qué es exactamente una mandrágora? —preguntó ella, no muy segura de


la diferencia exacta entre ellos.

—Son los hijos de dragones seducidos por Adoni, que quería


domesticarlos. Nacidos del vientre de una madre Adoni, eran híbridos de las dos
razas primero... hasta que se convirtieron en una especie separada por sí mismos.

Blaise asintió.

—Mi padre era el líder de las mandrágoras bajo el rey Uther


Pendragon. Cuando yo nací con este aspecto… —Él extendió las manos para
mostrar su rostro— …mi madre demoníaca decidió que no tenía ningún uso para
su hijo mandrágora especial. Me entregó a mi padre, que luego me llevó al bosque y
me dejó para morir.

—Lo siento.

Él se encogió de hombros.
—No lo hagas. Lo superé. Y dada la maravillosa personalidad de mi madre, y
el temperamento oh-tan-bueno de mi padre, lo prefiero antes de haberme quedado
con uno de ellos. Normalmente, sólo le digo a la gente que no sé nada de mis
padres y dejo las cosas así. Es más fácil que lidiar con su pena por algo que
realmente no me afecta.

Al igual que Maxis. Nunca le había molestado en absoluto que su madre


hubiera abandonado su nido y lo hubiera dejado para morir o sobrevivir por su
cuenta. Algo que Seraphina no había sabido de él hasta que había visto a una de
las mujeres de su tribu amamantando a su bebé.

Él se había detenido en seco para mirarlos con una curiosa mueca.

—¿Qué es lo que le hace a ese pobre niño?

Seraphina se había reído de su sorprendida pregunta.

—Amamantándolo.

Perplejo, había profundizado su ceño aún más cuando volvió a mirar a


Seraphina.
50
—¿Por qué? ¿Está enfermo?

Seraphina había hecho una pausa para mirar hacia él cuando se dio cuenta de
que iba en serio.

—Es lo que hace una madre con su hijo para darle de comer. ¿A ti no te
amamantaron?

—No. Nunca. Sólo era alimentado por los demonios cuando estaba enfermo y
sólo vi a mi madre una vez, cuando volví a mi nido para enterrar a mi piel y ella
estaba poniendo más huevos allí. Al principio, le pareció que era un
intruso. Cuando la ahuyenté, cortó mis alas como castigo y me dijo quién era.

Había sido su turno para estar completamente sorprendida por la


revelación. No podía entender lo que él describía.

—¿Por qué te abandonó?

Había estado tan desconcertado por ella como ella por él.

—¿Por qué se quedaría?

Horrorizada, ella se echó a reír nerviosamente por su incapacidad para


comprender la decencia humana básica y el papel que tenía un padre en el
desarrollo de sus hijos.
—Para alimentarte. Vestirte. Protegerte.

—Era totalmente drakomas para ese entonces. No requiero ropa. En cuanto a


la comida, la encontraba por mi cuenta y era más que capaz de escabullirme y
esconderme de lo que fuera que me persiguiera o luchar contra eso. —No había
habido animosidad o condena para sus padres en su tono. Sólo simple
aceptación. Para él eso era lo que hacía una madre.

Daba a luz a sus hijos y los dejaba a su suerte. Si vivían o morían era
exclusivamente asunto de ellos.

Seraphina había tenido problemas para comprenderlo. Pero, como un animal,


él no podía entender por qué estaba tan desconcertada.

Mientras se dirigían a su tienda, él había mirado hacia la madre


amamantando por última vez.

—Si tuviéramos hijos, ¿les darías el pecho a mis dragonets de esa manera?

Qué extraña pregunta. 51


—Claro.

Una lenta sonrisa se había extendido por su hermoso rostro.

Ella ladeó la cabeza con curiosidad.

—¿Qué?

—Estoy contento de tener una madre para mis dragonets Arcadianos. Tal vez
los dioses finalmente me han perdonado.

—¿El qué?

—Sobrevivir a lo que debería haberme matado.

Ella nunca había entendido realmente qué quería decir y él se había negado a
explicarse más a fondo.

Ahora, Seraphina miró a los tres hermanos dragón que nunca habían
conocido el tierno toque de amor de una madre. Nunca habían conocido lo que era
una verdadera familia. No que ella lo hubiera experimentado mucho. Su propia
familia había sido brutalmente asesinada por un ataque de dragón al cumplir ella
los catorce años. El último acto de su madre había sido envolver su capa de dragón
alrededor de Seraphina y empujarla a una pequeña lomada donde los dragones no
podían llegar. Hecho de las escamas de los dragones que su madre había matado,
eso había protegido su joven cuerpo del fuego del dragón que arrasó con su aldea.
Pero ese acto había dejado a su madre expuesta a su furia y ataque.

Y ella murió en agonía, intentando todo lo posible para salvar a sus hijas y su
tribu.

Era por eso que Seraphina odiaba tanto a los Katagaria y se había
comprometido a verlos en sus tumbas.

Cuando ella se enteró de que estaba emparejada con uno...

—Mátame. —Maxis le había entregado su propia daga con cabeza de dragón


y acostado en la cama con los brazos extendidos, su garganta ofrecida para el
sacrificio—. Si no puedes soportar esta unión, entonces libéranos a ambos de
ella. Prefiero estar muerto que condenado a ningún consuelo en absoluto.

Gruñendo con furia, ella se puso a horcajadas sobre él, con toda la intención
de tomar su oferta. Pero al mirar a esos ojos tranquilos, receptivos, humanos que
esperaban por su golpe mortal, había sido incapaz de hacerlo. Mientras que ella,
como su madre anteriormente, había dado muerte a incontables dragones en la
batalla, nunca había asesinado a un hombre. 52
No a sangre fría.

Como si hubiera leído sus pensamientos, él cubrió su mano con la suya sin
miedo y presionó la hoja contra su garganta. Tan cerca, que había extraído su
propia sangre.

—Termínalo, cazadora de dragones. Libérate de la maldición de los Destinos.

Su mirada había ido de sus ojos a las cicatrices en su cuerpo de sus batallas
contra su pueblo. Cada pensamiento en su mente le había gritado que le quitara la
vida, que acabara con él en ese mismo momento.

Él es un animal. Un enemigo…

Sus músculos se habían tensado mientras presionaba la hoja aún más


profundo en su cuello.

Con un grito de guerra, había tirado la daga lejos de su garganta, arrojándola


a un lado. Entonces había enterrado sus manos en su pelo y le dio un beso,
rodando en la cama hasta que él estuvo encima de ella.

Con su cuerpo encajado entre sus piernas, se había mantenido


completamente inmóvil mientras miraba hacia ella, esperando a que cambiara de
opinión.

Había querido maldecirlo. Odiarlo. Pero había perdido su corazón en


aquellos atormentados ojos llenos de dolor. En la dulzura de sus labios y en su
cabello del color de la miel mezclado con pequeñas trenzas y plumas. Él no la
tocaba como un animal. La tocaba como un hombre tierno que sólo la veía a ella y
a nadie más.

Sabiendo que estaba consignándoles a ambos un futuro incierto, había


tomado una respiración entrecortada.

—Termina con el emparejamiento, dragón. Que los dioses se apiaden de


nosotros dos.

Pero nunca lo hicieron.

Más bien, habían sentido un placer perverso por meterse entre ellos todos los
días hasta que Maxis finalmente había tenido suficiente de ella y su pueblo y se
había ido con su corazón destrozado por la traición.

Había pensado que la muerte de su madre era el peor momento de su vida.

Hasta que había descubierto su huida de la tribu, tontamente había pensado


que su muerte o ausencia sería un alivio. Que restauraría su vida a lo que había
sido antes de que ella lo encontrara, y haría que las cosas estuvieran bien de nuevo.
53
No lo había hecho. En su lugar, casi la había destruido.

Demasiado tarde, se dio cuenta de lo que había sostenido en sus manos y no


apreciado. Lo que su señor dragón había significado realmente para ella. Todo lo
maravilloso que había traído a su vida.

Una fiesta de cacería de un dragón había acabado con su familia y su


inocencia infantil en el lapso de una noche brutal. Pero un solitario y feroz señor
dragón le había dado un alma y un corazón. Le había enseñado a sonreír y amar de
nuevo.

A confiar.

Por encima de todo, le había enseñado a reír y vivir de una manera que no
sabía que existía.

Luego, en un solo acto para salvarse a sí misma, se había desterrado de vuelta


a la oscuridad, permaneciendo allí despojada de todo y con el corazón roto.

Y ni siquiera podía culparlo por ello. Él había soportado más de lo que


cualquier criatura debería soportar.

Lágrimas se juntaron en sus ojos cuando lo miró de nuevo y esos recuerdos la


persiguieron. Era tan hermoso ahora como lo había sido entonces.

—Dioses, pensé que esto sería más fácil de hacer.


—¿El qué?

—Consignar tu muerte. Una vez más. —Seraphina se mordió el labio


mientras miraba entre ellos—. No sé qué hacer, Maxis. Aunque no pueden utilizar
a nuestros hijos para el hechizo, Nala los destripará si no le entrego el corazón del
Dragonbane.

¿Por qué él?, preguntó Illarion.

Ella se encogió de hombros.

—El hechizo que quieren requiere el corazón del padre de nuestra raza. El
primogénito Apolita-Dragón que derramó la primera sangre.

El Dragonbane.

Max miró a Illarion y reconoció el secreto que los dos habían compartido
durante cinco mil años. No sólo estaban unidos por la sangre de su
madre. También lo estaban por un príncipe y su panteón de crueldad salvaje.

Blaise se aclaró la garganta. 54


—Sabes... habiendo sido llevado alrededor de la perra de la reina de la gente
fey y viendo la mierda desagradable que les arrojaba a todos; las puñaladas por la
espalda, las mentiras, las verdades a medias, etcétera; sólo tengo que hacer una
simple pregunta... ¿Alguien se ha molestado en averiguar qué hará este hechizo
realmente una vez que esté terminado?

Max se rió con amargura.

—Tengo una muy buena idea, ya que tienen Tabla de Esmeralda de Haydn.

Los ojos de Blaise se desorbitaron ante la mención de eso.

—Combina eso con lo que tú proteges…

Y tu corazón, terminó Illarion.

—¡Bishhhh! —Blaise hizo el sonido de una explosión arrojando sus manos.

Seraphina frunció el ceño.

—No entiendo muy bien lo que estás diciendo.

Max bloqueó miradas con ella.

—No están simplemente planeando destruir a este Stryker. Están pensando


en liberar a la Destructora, reuniendo a los dioses del Caos, y restablecer el viejo
orden.
Blaise asintió.

—Si tienen éxito en eso, cariño, no son sólo tus hijos a los que matarán. Si no a
toda criatura que tenga una onza de energía luminosa en ella.

Illarion dejó escapar un suspiro silencioso.

Lo cual significa todos nosotros, todos los que amamos y también algunos a los que no
somos tan aficionados.

55
5
—¿Le diste los niños a tus demonios para que se los coman? ¿Has perdido la
cabeza? —Completamente boquiabierta, Nala se detuvo en el centro de la
habitación con poca luz, mirando a Kessar. Aunque el demonio de ojos rojos se
alzaba sobre ella, se negaba a dejarse intimidar por él. Especialmente ahora,
cuando estaba tan furiosa.

Le dio de comer los niños a sus dos demonios. Lo repetía una y otra en su mente,
porque no se podía creer que hubiera hecho algo tan tonto en los cinco minutos
que le había dejado solo.

Este asunto era mucho más grave de lo que él podía adivinar. Uno no iba y
jodía con Seraphina. Sólo lo hacía con un gran ejército.
56
Y él era un tacaño con unos pocos miles de demonios.

Se burló de su ira.

—Harías bien en elegir otro tono, no vaya a ser que te añada a nuestro menú.
Recuerda que de no ser por mi buena voluntad, todavía estarías recogiendo mierda
de pájaros en el campo abierto donde los dioses te dejaron para que te pudrieras.

—¡Y tú te encontrarás en medio de una enorme tormenta de mierda cuando


Seraphina se entere de esto! Ahora nunca te guiará a su compañero. Ya puedes
olvidarte de encontrarla.

—No tendrá que hacerlo. Una vez que controlemos a sus engendros, serán
capaces de olfatear a su donante de esperma por nosotros. Es una solución mucho
más fácil y rápida que la tuya. —Una lenta y maligna sonrisa retorció sus labios—.
Además, no ha regresado. Estoy pensando que nos ha traicionado.

Nala luchaba por no poner los ojos en blanco hacia el hijo de puta, pero
teniendo en cuenta lo que le había hecho hasta al último miembro de su tribu que
había cometido ese error, no quería poner a prueba la paciencia del demonio. A
pesar de que ella era basilinna y una guerrera feroz por derecho propio, no era
rival para el antiguo demonio y sus aterradoras habilidades. Y eso sólo la enojaba
más.
Una vez su tribu y ella habían hecho huir despavoridos a los propios dioses.
Pero los gallu eran otras entidades por completo. Y habían sido creados para
ningún otro propósito que poner fin a panteones y masacrar a los dioses.

Lo que les hacía extremadamente letales, incluso más que las Amazonas
Escitas. El único miembro de su tribu que podría enfrentarse a ellos era Seraphina.
Nadie estaba seguro del porqué. Aunque Seraphina siempre había sido muy hábil,
algo había sucedido cuando se emparejó con su dragón que había pateado sus
habilidades hasta un nivel completamente nuevo.

Desde entonces…

Fue por eso que Zeus las congeló en piedra. Había sido la única manera de
que dejaran de derrotar a los dioses griegos contra los que luchaban.

—¿Mi señor?

Ambos se volvieron para ver al segundo al mando de Kessar, Namtar,


acercarse con un nerviosismo que no presagiaba nada bueno.

Especialmente no para Namtar. Agradecida porque distrajera el foco de la ira


57
de Kessar, Nala dejó escapar un suspiro de alivio cuando vio al demonio.

Arrodillándose ante Kessar, tragó saliva audiblemente mientras una gota de


sudor bajaba por la piel color caramelo oscuro. Era obvio que preferiría estar en
cualquier otro lugar del mundo que aquí ahora mismo.

Se aclaró la garganta y finalmente le habló a Kessar.

—Tenemos un pequeño problema, mi señor.

La expresión en el rostro de Kessar era una de asesinato apenas contenida.

—¿Cuál?

—Los niños…

—Se volvieron gallu.

Namtar negó con la cabeza lentamente.

—No, mi señor. Parecen ser inmunes a los mordiscos gallu.

Nala no estaba segura de cuál de ellos estaba más sorprendido por la noticia.

—¿Perdón? —jadeó antes de poder pensarlo mejor.

Namtar movió su hermosa mirada en su dirección.


—No son completamente griegos. Tampoco pueden ser completamente
vrykolakas-kynigos. Parecen ser otra cosa. No estamos seguros de qué significa.

Ahora esa era una palabra que no había escuchado en mucho tiempo. Era el
término original para su especie que los griegos solían utilizar.

Haciendo caso omiso de su pregunta, Kessar dio un paso adelante. El rojo en


sus ojos se intensificó a medida que asomaba una mueca de desprecio hacia ella.

—¿Qué información has retenido acerca de tu campeón?

Ella tragó saliva.

—Nada… ¡lo juro!

Kessar se negó a creerla. Era demasiado conveniente. ¿Cómo no iba a saberlo?


Estos eran los miembros de su tribu, nacidos entre ellos. Habían vivido con ella
durante años después de que su padre se fuera corriendo. Su madre era su primera
campeona.

¿Seguramente Nala sabía quién y qué habían albergado entre su gente? 58


Enojado y maldiciendo en voz baja sobre cómo debería haber dejado que su
tribu amazónica y ella se pudrieran, Kessar se dirigió de su pequeña sala del trono
a la celda donde había arrojado a los hijos de Seraphina. Desde que los Daimos
estaban cazando a los gallu y utilizando su sangre y almas para poder caminar bajo
la luz del día, habían sido llevados bajo tierra y a la virtual extinción.

Durante los últimos años, Kessar y su puñado de leales demonios habían


jugado al escondite con antiguos aliados. Y todo por culpa de un “pequeño”
desacuerdo que tuvieron Stryker y él sobre cuándo y cómo matar a alguien. Y el
hecho de que Stryker hubiera discrepado con Kessar por ir por su esposa, su hija…
y, bueno, él.

Aunque Kessar no entendía por qué se había enfadado tanto el Daimon. Eso
era lo que pasaba en la guerra. Los objetivos cambian. Las fronteras se movían. Las
batallas se ganaban y se perdían, y se conseguían nuevos territorios, mientras que
otros se perdían.

Sucedía y era de esperar. Como comandante, Stryker debería saberlo tan bien
como cualquiera.

Al final, los amigos y aliados no importaban. Sólo lo hacía la causa.

Tu lealtad.

Pero, lamentablemente, su alianza contra los Olímpicos se había disuelto


después de que Stryker despertara al dios griego de la guerra y la antigua entidad
creara problemas que les habían vuelto el uno contra el otro. Ya no se unificaron o
volvieron a lo que eran antes. En una noche particularmente mala, se habían
convertido en enemigos y no lo habían solucionado.

Ese era el problema con los amigos.

Cuando llegaba el momento, y siempre lo hacía, de que la amistad se


disolviera, esos amigos se convertían en enemigos. Y sabían cuáles eran las
debilidades del otro mejor que nadie.

Sin embargo, ahora las tornas estaban cambiando. Cuando Stryker había
permitido que los Dark-Hunters colocaran el amuleto sumerio alrededor del cuello
de Apolo y drenaran temporalmente los poderes del dios, sin saberlo, le abrió una
puerta por la que deslizarse a Kessar.

Y trajo a Kessar un nuevo grupo de aliados con los que montar una fiesta y
jugar.

Al igual que Stryker, Kessar sabía exactamente cómo y dónde dar el golpe de
gracia contra los Daimons que se habían convertido en sus hermanos gallu. Y no 59
dudaría en darlo. Ojo por ojo. Garganta por garganta.

Testículo por testículo.

No estaba en la naturaleza de su especie calcular hasta el más pequeño


movimiento. Los gallu habían sido criados como el último “vete a la mierda” de
sus antiguos dioses para destruir el mundo si el mundo les destruía. Sabiendo eso,
Stryker nunca debería haberse vuelto contra ellos y declararles como una fuente de
alimento para su pueblo.

Esa era la razón por la que el Daimon iba a acabar a tres metros bajo el suelo.

Al menos eso era lo que pensaba Kessar mientras abría la puerta de la celda
donde había encadenado a los jóvenes Were-Hunters. Había esperado encontrarles
donde les había dejado.

En cambio, le saludó la visión de los restos humeantes de tres gallu sin


cabeza. Aturdido por la vista, ladeó una regia ceja. Las cadenas que habían
sostenido a los jóvenes dragones habían sido arrancadas de las paredes y los
collares metriazo que él mismo les había colocado alrededor del cuello para
bloquear su magia y mantenerles dóciles estaban hechos pedazos en el suelo a sus
pies.

—¿Qué demonios? —preguntó lentamente.

No había ninguna señal de algún dragón adulto joven. Enojado hasta el


punto de exponer sus colmillos, se volvió hacia la reina amazona.
Con los ojos bien abiertos, ella observó el daño que habían causado.

—¿Qué ha ocurrido?

Namtar negó con la cabeza.

—Sinceramente, no lo sé. Para cuando Neti y yo abrimos la puerta,


encontramos esto. ¿Cómo pudieron hacerlo?

Kessar pateó los restos de los gallu más cercanos a él. Había muy pocas
criaturas capaces de matarlos. Y sólo una vez había luchado contra una que podía
hacerlo. Un escalofrío le recorrió la espalda ante la perspectiva de enfrentarse a ese
hijo de puta peludo de nuevo.

—¿Cuál es el nombre de su padre?

Nala frunció el ceño.

—Estoy intentando recordarlo. Nosotras nunca lo utilizamos. Um…

¿Está jodiendo conmigo? ¿De verdad no podía recordar algo tan banal? 60
¿O algo tan vital?

Él encontró su mirada vacua.

—¿Puede que fuera Maxis Drago?

—¡Sí! —Pero la alegría rápidamente desapareció de su mirada cuando se dio


cuenta que no era bueno que él supiera el nombre del dragón—. ¿Cómo lo sabes?

¿Cómo lo sabía…?

Enfermo del estómago, intercambió una mirada con Namtar.

—Hijo del lilitu.

Imagínate.

Sin embargo, ella no tenía ni idea del monstruo que había albergado sin
saberlo.

—¿Qué es eso?

Se rió de su estupidez. Pero claro, siendo mujer, jamás habría llamado la


atención de un demonio lilit. Eran depredados exclusivamente de varones y, en
particular, de los demonios masculinos y dioses.

—En resumen, nuestras madres. Los gallu nacieron originalmente en los


huevos del lilitu.
—¿Me estás diciendo que es tu hermano?

Cómo deseaba que fuera así de simple.

—No. Fuimos criados de manera diferente por nuestros dioses. Diseñados


para un propósito específico. Él en realidad nació de la unión prohibida de una
madre lilit y un padre arel, y creció para ser una herramienta de los antiguos
dioses. —Kessar la atravesó con una mirada dura, antes de soltar la bomba sobre
su verdadera naturaleza—. Y se dice que quemó a su propia madre en un ataque
de ira y le arrancó la garganta con sus propios dientes.

—¿Hablas en serio?

Él asintió mientras levantaba su camisa para exponer la herida de su costado


que nunca había sanado. La cicatriz de una viciosa mordedura que iba desde el
pezón hasta la cadera y que siempre rezumaría veneno de dragón.

—No es sólo tu Dragonbane. Es mi plaga personal y la única criatura en el


universo por la que daría cualquier cosa para poder batallar una vez más.

—¿Cualquier cosa?
61
—Cualquier cosa… Más que eso, tiene en su poder algo mucho más poderoso
que la Tabla de Esmeralda. —Bajó la camisa—. Olvídate de la restauración del
viejo mundo que una vez conocimos. Con lo que tiene, podríamos reinar como
dioses nosotros mismos. Tendríamos el poder no solo de tomar vidas, sino también
de crearlas. Construir y destruir mundos enteros, y panteones.

Totalmente sorprendida, le miró boquiabierta.

—¿Me estás diciendo que ese tonto dragón que vivía en mi pueblo…?

—Es una de las criaturas más poderosas y antiguas que ha vagado jamás por
este planeta. —Kessar se rió amargamente—. Nunca fue un animal tonto, perra
estúpida. De no ser por la maldición colocada sobre su madre, habría nacido un
Naşāru.

Seres de la luz más pura, eran los protectores del orden y los defensores de
los dioses primigenios. Guerreros resolutos del más alto honor y de los corazones
más nobles. Su lugar era permanecer lejos del mundo y de aquellos que vivían en
él para que el mal no les corrompiera.

Pero una vez expuestos al mundo, se convertían en la criatura más mortal de


todas.

Y Maxis más que ninguno.

—¿Qué maldición? —preguntó Nala.


Kessar cruzó los brazos sobre el pecho.

—Después de que Lilit cometiera el error de seducir a un dios y quedar


embarazada de su hijo, su esposa diosa la maldijo a ella y a toda su clase a nunca
más dar a luz a un niño vivo, o llevar un feto en su vientre. Además de poner
huevos y sólo tener niños serpiente. Y así nació la primera raza de dragones de los
lilitu malditos. Debido a lo que eran esos niños, sus madres les escondieron y les
dejaron morir en cavernas y cuevas. Con el tiempo, los dioses se enteraron de que
estos niños eran excelentes supervivientes y que su naturaleza solitaria les
convertían en los vasallos perfectos para proteger sus objetos más sagrados.

—¿Y cuál es el objeto que protege?

—El Sa'l Sangue Realle.

Ella frunció el ceño.

—Nunca lo había oído.

Kessar se burló de su ignorancia. 62


—Es un cuenco que su madre le robó a su padre que puede conceder la
inmortalidad a todo el que beba de él. Y tomar la inmortalidad de los que la tienen.
Cualquier arma que se sumerja en un líquido en su interior puede matar cualquier
cosa que perfore. Más que eso, otorga omnipotencia y omnisciencia totales.

—¿Y estás seguro de que él lo tiene?

Kessar le dio un revés.

—Conozco a la criatura que busco. —Hizo un gesto a los cuerpos en el


suelo—. Y conozco cómo de extraña es la especie que puede matar a tres gallu tan
fácilmente, sobre todo en la adolescencia. —La agarró por el cuello y tiró de ella
más cerca—. Encuentra a la putalteza11 de su madre. Tenemos que hacernos con la
correa de su padre y de ellos, y encontrar ese plato. Si fallas, tendré el gran placer
de pasar el resto de la eternidad haciéndote mi perra personal.

***

—Sujétate, Deenie. No puedo ir más lejos.

11
Putalteza: puta + alteza / bitchtress: bitch + highness.
Edena agarró con fuerza el cuello de su hermano cuando Hadyn perdió
altura y cayó de cabeza al suelo muy por debajo de ellos sobre el que habían
volado fuera del alcance de los demonios de los que habían escapado. Herida, ella
había sido incapaz de tomar la forma de dragón. Y en el momento en que se
estrellaron contra el duro suelo, ella cayó. Pero fiel a su naturaleza, él se enroscó
alrededor de ella para protegerla lo mejor que pudo.

Cuando finalmente dejaron de caer y rodar, él estaba de espaldas con las alas
extendidas y ella escondida entre sus enormes garras y enclavada fuertemente en
su pecho. Escuchó su corazón latiendo bajo su mejilla amoratada. Estaban en una
especie de valle bajo un vasto cielo oscuro lleno de estrellas brillantes. Un cielo que
no conocía en absoluto.

—¿Hadyn?

Él gimió.

—¿Sigues vivo, hermanito?

—No —se quejó con una ligera risa llena de dolor. Aflojó su agarre para que 63
pudiera deslizarse de sus enormes garras y comprobar sus heridas. Jadeando y
débil, inclinó la enorme cabeza de pinchos a un lado y la miró con esos misteriosos
ojos dorados—. ¿Te mordieron?

Ella negó con la cabeza.

—¿Te estás convirtiendo en gallu?

—No lo creo. —Colgó su enorme lengua por un lado de la boca como un


perro que estaba jugando a hacerse el muerto—. Pero en este punto, no me importa
siempre y cuando deje de doler. ¡Uf! Cereeeeebros. Necesitooooo… —Se detuvo
para mirarla—. Ah, mierda. Estoy aquí contigo. Si necesito cerebros como sustento,
me voy a morir de hambre.

Poniendo los ojos en blanco, ella empujó su garra. Tenía un retorcido sentido
del humor, pero apreciaba que intentara animarla en medio de su terrible
situación. Siempre fue bueno en eso. Siempre le querría por intentar hacerle ver el
mejor lado de las cosas, cuando definitivamente no estaba en su naturaleza
hacerlo.

Era por eso que amaba tanto a su hermano. Por qué mataría o moriría por él.

Gracias a los dioses Hadyn estaba bien y todavía Hadyn, no era un horrible
esclavo gallu.

Por extraño que pareciera, cuando el gallu había ido a alimentarse de él, en
lugar de convertirse en uno de ellos, la alimentación le había transformado en su
cuerpo real a pesar del collar que llevaba puesto. Algo que había necesitado
muchísimo porque estar atrapado como un ser humano durante tanto tiempo
había estado matándole lentamente.

Desde pequeña había sabido que su hermano era un Katagaria Drakos —


como su padre— que necesitaba estar en su forma de dragón más que en la
humana. Un secreto que los dos habían escondido a todos, incluso a su propia
madre, por miedo a lo que su tribu podría hacerle a Hadyn si alguna vez conocían
la verdad. Los dos habían crecido con las historias de horror sobre cómo su padre
había sido expulsado de su tribu por su nacimiento animal.

Ella mataría antes de permitirles enviar lejos a su hermano. O hacerle daño de


alguna manera.

Y mientras yacían allí, se dio cuenta de lo irregular y áspera que era su


respiración. En lugar de igualarse, estaba empeorando.

Edena ahuecó su mejilla de dragón.

—Ralentiza la respiración antes de que hiperventiles. 64


—Lo estoy intentando.

—¿Hade? Mírame —Ella acarició las escamas de su hocico—. Concéntrate y


respira. Dentro… fuera… dentro… fuera —repitió el ritmo constante y lento hasta
que su respiración entrecortada volvió a la normalidad.

Desde que cumplió la hora de su nacimiento, había tenido problemas con sus
pulmones. Nadie estaba seguro de por qué. Y la condición solo había empeorado
cuando se convirtió en un dragón en la pubertad. Hacía su voz muy profunda y
ronca. Poco más que un susurro que requería que los otros escucharan con mucha
atención para entenderle cada vez que hablaba.

Nala había querido que su madre le abandonara a los elementos y no


desperdiciara valiosos recursos en alguien tan débil. Pero su madre se había
negado y luchado contra el peligro para mantenerle con ellos. Era su hijo y se
negaba a dejar que nadie le hiciera daño.

Con los años, Seraphina se había enfrentado a cualquier que se metiera con
Hadyn o le insultara.

Por lo menos, cada vez que les oía.

Sólo Edena conocía las angustias reales que su hermano tenía que soportar a
diario. Dado que no había nada que su madre pudiera hacer, él le ocultaba la
mayor parte y le rogaba a Edena que hiciera lo mismo. Él era mucho más fuerte de
lo que nadie sabía. Incluso más que ella. Sin él, dudaba que hubiera podido
superar toda la miseria de sus vidas.

Tosiendo, él rodó de lado para poder respirar más fácilmente.

Ella le palmeó la espalda, teniendo cuidado de evitar los cortes que le habían
hecho los demonios.

—¿Dónde crees que estamos?

—No lo sé.

Estaba tan oscuro aquí. Y frío. Pero por lo menos ya no estaban congelados en
piedra. Finalmente podían moverse de nuevo.

—¿Debería intentar llamar a Matera?

Él jadeó y sacudió la cabeza.

—Podría alertar a los otros de donde estamos. —Envolvió su cola alrededor


de ella y envió una ola de calor a través para ella. 65
Presionando la mejilla contra sus escamas, sonrió.

—Gracias.

Metió sus alas alrededor de ella para hacerle una manta de cuero.

—¿Estás caliente ahora?

—Sí. ¿Cómo sabías que tenía frío?

—Tú siempre tienes frío. No hay suficiente grasa en ti para mantener el calor.

Ella se rió.

—Soy lo suficientemente grande como para darte unos azotes.

Él hizo un sonido grosero de negación.

—Sólo porque me dejo ganar.

De repente, se oyó un ruido fuerte y feroz sobre sus cabezas. Algo que
retumbaba como un trueno vicioso. Unas luces brillantes bailaban a través del
paisaje.

—¿Qué es eso?

Hadyn inmediatamente volvió a ser humano, a pesar de que era muy difícil
para él hacerlo.
—No lo sé. Pero dudo que sea bueno.

Ella tomó su mano entre las suyas; retrocedieron hacia las sombras y vieron
las extrañas cosas que volaban en el cielo sobre sus cabezas. ¿Lo peor? Podían oír
voces de otros buscándoles.

¿Qué es una instalación militar?, proyectó en silencio hacia su hermano.

No lo sé. Pero no creo que se suponga que debamos estar aquí, y estoy bastante seguro
de que si nos atrapan, nos van a poner en otra jaula.

Y ella no podía contradecirle en eso.

Manteniéndose en las sombras, corrieron a lo largo de una pared de algún


tipo, lejos de los sonidos y las máquinas que no comprendían. En cuanto a la
vegetación, supuso que estaban en un desierto. Pero ella no tenía idea de dónde.

O en qué período de tiempo.

Cuando llegaron al final de la pared, ella se detuvo bruscamente. Se detuvo


tan de repente que Hadyn se estrelló contra ella antes de ver lo que había causado 66
su nuevo pánico.

Allí en la oscuridad había otro grupo de demonios esperando para


capturarles.
6
—Aquí. Parece que podrías necesitar esto. Es sidra caliente con ron. Ayuda
con los nervios antes de la batalla.

Seraphina se apartó del grupo que se reunía para salvar a sus hijos para
agradecerle a Aimee. Ella tomó la peculiar copa que olía bastante deliciosa. Y
cuando su mirada cayó en el estómago distendido de Aimee, se dio cuenta de un
hecho que se había escapado de su anterior atención.

La osa era una Arcadiana. Tenía que serlo. Aimee no sería capaz de cambiar
de forma durante el embarazo. Ese era uno de los peores inconvenientes de ser una
hembra Were-Hunter —estabas encerrada en tu forma base durante el embarazo.
Si algo las obligaba a cambiar de forma mientras llevaban a otra vida, tanto la
67
madre como el niño o los niños morían.

Dioses, tan malo como habían sido sus propios miedos mientras llevaba a sus
hijos, no podía imaginar el horror incierto con el que Aimee debía tratar. Al menos
ella y Maxis eran de la misma especie. ¿Cómo podría una osa Arcadiana soportar
estar con un lobo Katagaria?

¿Cómo siquiera se habían cortejado? ¿O concebido? La creencia común era


que estas parejas eran estériles. Claro que su propia existencia desafiaba todo
orden natural. Teniendo en cuenta lo que Lycaon y los dioses les habían hecho, era
imposible saber, en verdad, lo que un Were-Hunter podía o no hacer.

—¿Estás emparejada con un Katagaria? —la pregunta salió antes de que


pudiera detenerla.

Las facciones de Aimee se convirtieron en piedra y toda amabilidad se


evaporó de sus ojos.

—Ten cuidado con tus próximas palabras. Mi madre era Katagaria. Mi padre
Arcadiano. Y ellos murieron como compañeros vinculados.

Eso la sorprendió. La vinculación era la mayor declaración de amor para su


especie. Significaba que la pareja acoplada había tomado la decisión mutua y
consciente de que en lugar de dejar que la muerte los separara, optaron por
combinar sus fuerzas vitales en una sola. Cuando un compañero moría, el otro lo
seguiría hacia la eternidad.
Muy rara vez los Arcadianos hacían ese pacto irrompible. Simplemente no
era práctico. Y a pesar de que Maxis se lo había pedido y ella lo había rechazado
por miedo, siempre había asumido que sería aún más raro que los Katagaria
hicieran ese compromiso tan fuerte. La mayoría de los Arcadianos los creían
incapaces de comprenderlo. Para su eterna vergüenza, ella se había negado a
unirse a Maxis, con la esperanza de que el día en que uno muriera el otro fuera
libre de encontrar a un compañero de su raza.

Pero eso había sido antes de que ella hubiera tenido a sus hijos. Ellos y la
ausencia de él le habían enseñado una apreciación por su compañero que deseaba
haber tenido antes de que se marchara.

—¿Acaso sus diferencias no te molestan?

Las facciones de Aimee se suavizaron mientras colocaba su mano sobre su


estómago y acariciaba amorosamente a los niños no natos que llevaba.

—Lo que me molestó fue tener que ocultar y mentir sobre mi forma
verdadera a causa de los prejuicios que otros poseen. El tener que esconderme y
escapar con mis padres y hermanos antes de que nos concedieran la licencia para 68
un limani. El hecho de que mis padres tuvieran que vivir en secreto incluso de sus
propias familias, o arriesgarse a ser lastimados ellos o nosotros.

Seraphina sólo podía imaginarlo. Los dioses sabían que su tribu nunca había
sido amable con Maxis. Lo único que había salvado a sus hijos fue el hecho de que
eran Arcadianos nacidos y sus habilidades con la espada los había obligado
detener las burlas. Nadie quería enfrentarse a sus habilidades guerreras o su
devoción maternal.

Aun así, Haydn se había llevado la peor parte. Eso lo había obligado a crecer
mucho más rápido y más fuerte de lo que debería. Y había una amargura profunda
en sus ojos que le desgarraba el corazón cada vez que captaba sus expresiones con
la guardia baja. Él nunca había sido tratado como suficiente entre su gente y ella lo
sabía.

Al igual que su padre.

Sólo por eso, Seraphina casi podía odiar a su tribu.

Sin embargo, las palabras de Aimee le dieron la esperanza de que tal vez
Hadyn algún día encontrara a una mujer que pudiera amarlo como él se merecía
ser amado.

—Gracias, Aimee.

Ella inclinó la cabeza.


—Cuando quieras.

—¿Puedo hacerte otra pregunta?

—Claro.

—Tú... —Seraphina hizo una pausa mientras trataba de pensar en una forma
más suave de formular su pregunta—. ¿Alguna vez te molesta que Fang sea un
lobo?

—¿Porque soy una oso o porque soy una Arcadiana?

—Ambos.

Aimee negó con la cabeza.

—No. Nunca me importó que él fuera un Lykos Katagaria. Aunque no quiero


admitirlo, perdí la cabeza el primer día que lo vi. Pero me dio miedo cómo otros, y
en particular mi madre, reaccionarían a nuestra unión. Me aterraba lo que podrían
hacer con nuestros pequeños una vez que estén aquí. Mi compañero viene con
algunos enemigos aterradores. Y no sólo en nuestra comunidad. —Ella echó un 69
vistazo hacia sus hermanos masivamente enormes—. Pero la buena noticia es que
yo vengo con una aterradora familia autoritaria.

Ella se rió del mal juego de palabras12. Luego se puso seria al recordar por
qué era tan dura con los Katagaria. Esos recuerdos todavía la despertaban en la
noche con terrores que nunca se desvanecían.

—Pero los Katagarias nunca desgarraron a tu familia, tampoco.

La ira volvió a los ojos de Aimee.

—No. Sólo vi a mis hermanos mayores y a mis padres ser brutalmente


masacrados debido a la mentira de bastardos Arcadianos y su innecesario odio e
intolerancia contra los hermanos Katagaria... y los hermanos que asesinaron eran
Arcadianos. Pero ellos no quisieron creerlo... ¿Honestamente? Prefiero acostarme
con animales en la noche. Dada mi experiencia, son mucho menos propensos a ir
por mi garganta que sus homólogos humanos.

Seraphina barrió su mirada alrededor del pequeño grupo reunido en el tercer


piso del Santuario, preparando un rescate para sus hijos.

Diferentes especies.

Katagarias y Arcadianos.

N/T: Aimee dice over-bearing (autoritaria) resaltando la palabra bear, que ingles significa “oso”.
12

De ahí el juego de palabras.


Todos trabajando juntos para salvar a dos adolescentes que nunca habían
conocido y de los que no sabían nada. Cada uno preparado para sangrar y morir
por ellos.

No podía comprenderlo y sabía en su corazón que su tribu nunca haría algo


como esto para salvar a extraños, especialmente niños Katagaria.

Aimee tenía un buen punto.

Como no quería pensar en ello, estaba a punto de tomar un trago cuando


otros tres lobos llegaron subiendo las escaleras para unirse a su grupo de ataque,
una atractiva mujer humana yendo a la cabeza... cada uno de ellos llevaba un niño
pequeño en sus brazos. Tres niños y una niña con edades comprendidas entre el
año y los seis más o menos. Pero dado el hecho de que eran Were-Hunters, los
niños podrían ser mayores que eso. A diferencia de sus primos apolitas y
humanos, los Were-Hunters crecían mucho más lento, y lo que podría parecer un
niño de seis años Were-Arcadiano fácilmente podría ser tan grande como de diez o
incluso once o doce años.

Profundamente dormidos, los bebés estaban acurrucados en los brazos de los 70


adultos.

Fang se acercó de inmediato para tomar a la niña de la única humana.

—¿Qué están haciendo aquí?

La humana lo besó en la mejilla.

—Cómo si tu hermano mayor fuera a dejar que te enfrentaras a esto por ti


solo. O dejarme a mí sola en la casa con una amenaza inminente de algún tipo, a
pesar de que tengo dos manadas de lobos haciendo guardia en cada casa en los
alrededores de mi bloque. Sé realista. Esta es una sangrienta alerta, así que aquí
estamos hasta que se acabe y todo esté tranquilo y seguro.

Fang rió.

—Bueno, me alegra verte. Tal vez puedas hablar con Aimee para que se vaya
a la cama. No me escucha y ha estado levantada durante casi veinte horas
seguidas.

Chasqueando la lengua, la humana se acercó y abrazó a Aimee.

—¿Qué te he dicho sobre descansar por esos cachorros?

—Lo sé, lo sé. Me iba a la cama cuando todo esto sucedió. Es difícil dormir
cuando mi familia está aquí planeando irrumpir como matones entre una horda de
demonios sumerios que fueron creados para comerse dioses por diversión.
La loba que sostenía a un pequeño niño tenía la misma expresión de reproche
en su rostro.

—Necesitas descansar, Aims. Vamos. Pongamos a estos cachorros en la cama


y Bride vigilará por ti a la manda por unas horas. —Entregó el niño en sus brazos a
Aimee, luego tomó a la niña de Fang—. Vuelvo enseguida para prepararme para la
batalla.

Fang la besó en la mejilla.

—Gracias, Lia.

Seraphina se congeló cuando el pequeño grupo se acercó a ella. La


voluptuosa humana de pelo castaño rojizo le ofreció una sonrisa amable.

—Soy Bride Kattalakis. La cuñada de Fang y compañera de su hermano Vane,


el lindo de cabello oscuro a su lado. —Pasó la mano sobre la cabeza de su
durmiente hijo mayor—. Este es nuestro hijo, Trace, y la niña es nuestra hija,
Trinity.

Seraphina inclinó su cabeza hacia ella.


71
—Un placer conocerte.

—Igualmente.

La loba tenía un color de pelo extraño que era rubio pálido en las raíces y
poco a poco se ensombrecía hasta el negro en los extremos. Sus ojos castaños eran
amigables.

—Yo soy la compañera de su hermano Fury, Angelia. Pero llámame Lia, todo
el mundo lo hace... Los dos pequeños más jóvenes son los nuestros. Asher es el
mayor, el rubio, y el bebé de cabello oscuro es Ryan.

Ella debía haber tenido una expresión peculiar en su cara porque al segundo
siguiente, Lia se rió.

—Sí, lo sé. Fury y Fang son Katagaria. Vane y yo somos Centinelas


Arcadianos. Y todos los niños son Arcadianos... por ahora. Pero ya que tanto Vane
como Fury cambiaron su forma base durante la pubertad, estamos esperando a ver
si los niños siguen siendo Arcadianos o cambian dentro de unos pocos años.

Sus ojos se ampliaron.

—¿Pueden hacer eso?

Aimee se rió.
—Sí. Podemos cuando hemos mezclado linajes. Yo empecé como un cachorro
y cambié luego.

Ahora eso era algo que Seraphina no sabía o había considerado. ¿Podría
haberle sucedido a uno de sus hijos? Edena había estado actuando muy peculiar y
misteriosa. Seraphina había pensado tontamente que podría deberse a un
enamoramiento por un macho del que ella no estaba segura. Pero eso podría
explicar algo del comportamiento muy irracional de su hija...

¿Podría Edena haber cambiado de Arcadiana a Katagaria y haber estado


demasiado aterrada de decirle al respecto?

No estaba segura de qué le molestaba más. El hecho de que podría haber


sucedido o que su hija no confiara en ella con la verdad. Que Edena tuviera miedo
de que su propia madre la juzgara por algo que la niña no podía evitar.

Mientras las mujeres se alejaban, Fury, que tenía cabello rubio pálido similar
al de Blaise, se adelantó. Se movió con Trace en sus brazos.

—No te preocupes. Te aprenderás nuestros nombres lo suficientemente 72


rápido. Y soy el más fácil de recordar ya que soy el de más probabilidad de decir o
hacer algo realmente estúpido u ofensivo. Pero no te ofendas. Soy socialmente
torpe y mentalmente atrofiado. —Arrugó la nariz en un gesto muy lobuno—. Una
vez que se enteraron de que ya no era un Arcadiano fui expulsado con dureza de
mi manada Arcadiana antes de que me educaran totalmente. Lia y Bride siguen
tratando de enseñarme cómo se comportan los seres humanos, y aunque lo estoy
aprendiendo es muy difícil enseñarle a un lobo viejo nuevas habilidades sociales.
Así que no dejes que hiera tus sentimientos. No digo nada de ello en serio.

Ella le sonrió.

—Igual yo. No entiendo muy bien este período de tiempo o... cómo todos
ustedes hacen las cosas.

Él le dio una mirada a su vestimenta.

—¿Siglo cuatro antes de Cristo? ¿Tribu de la Estepa?

—Amazona. No estoy segura de lo que entiendes por siglo cuatro antes de


Cristo.

Él acarició la espalda del bebé durmiendo en una forma paternal muy


humana.

—¿Qué emperador o señor de la guerra te ponía mayormente de los nervios?

—Filipo de Macedonia y su hijo Alejandro.


Él dejó escapar un silbido.

—Síp, eres una anciana. ¿Estabas a favor de Roma o lo odiabas con todo tu
ser?

—No es mi grupo favorito.

—Una cuantas advertencias, entonces. Hay dos de ellos en esta ciudad,


Roman y Valerius. Ellos están de nuestro lado. Trata de no matarlos.
Especialmente a Val. Una vez pasada su imbecilidad, realmente es un tipo bastante
decente. Y su esposa es una de las mejores amigas de Bride. Estaría
verdaderamente enfadada si lo matas, lo que alteraría a Vane y bueno... ya sabes,
todo la mierda iría cuesta abajo.

Seraphina se rió. Sí, sí lo haría.

—Gracias por el aviso.

Él inclinó la cabeza.

—Déjame ir a acostar a mi sobrino con mis hijos, ya vuelvo. 73


Sola de nuevo, volvió a escuchar al pequeño grupo que continuaba
discutiendo la mejor manera de intentar un rescate de sus hijos sin ser comidos por
los gallu en el proceso.

Por primera vez, Seraphina entendía cómo Maxis debió haberse sentido
cuando se había visto expulsado de su tribu después de su emparejamiento. Cómo
de completamente perturbado habría estado y lo extraño del entorno, las
costumbres y las caras. Debido a que ella había nacido entre las amazonas, siempre
había conocido sus tradiciones, su lengua, cómo luchaban e iban a la guerra, y se
había sentido parte de ellas.

Sí, había sido huérfana tras el ataque a su aldea, pero no había sido la única
sobreviviente de esa noche. La tribu Amazona de su tía les había dado la
bienvenida con los brazos abiertos y una gran compasión. Cada uno de ellos le
habían dado familias adoptivas y tratado como hijas natas.

Desde el momento de la llegada de Maxis a su pueblo, ellos lo habían


recibido como a un extraño y nunca le habían permitido olvidar el hecho de que él
no era uno de ellos y que nunca sería totalmente aceptado entre los de su raza.

Cuando Maxis había visto por primera vez el número de tiendas Drakainas,
había frenado su caballo y echado un vistazo a la reserva salvaje.

—No me digas que tienes miedo.


—No miedo. Sólo estoy inquieto. —Su mirada se había dirigido a la colección
de mantas y escudos que las mujeres de la tribu mostraban fuera de sus tiendas, lo
que hacía que las escamas bronceadas y los esqueletos de antiguos dragones
asesinados se alardearan con orgullo como trofeos de guerra—. ¿Cuál es el castigo
por matar a un Amazonas en combate?

—Ninguno, siempre y cuando sea justo y abierto. El asesinato, sin embargo,


es castigado con rapidez y severidad. Yo no te aconsejaría hacerlo. No importa lo
tentador que podría ser.

Y mientras se iban acercando a la gran tienda de Nala, donde estaban


amontados una hilera de cráneos de dragón sobre postes hechos con la espina
dorsal de un dragón, él había arqueado una ceja.

—Creo que conozco a ese tipo.

Ella se había reído, hasta que se dio cuenta de que él no estaba bromeando.

—¿De verdad?

—Aye, pero no pasa nada. Le debía dinero. —Él le había guiñado un ojo.
74
Su sentido del humor y extrema inteligencia siempre la habían tomado por
sorpresa. Era lo que siempre le había encantado sobre su compañero.

Maxis no era lo que ella esperaba.

—¿Estás bien?

Tragó saliva ante la pregunta de Samia que la arrastró lejos de sus recuerdos
y de vuelta al presente.

—Pensando en el pasado.

Sam asintió con una sonrisa simpática.

—¿Escuché que despertaste recientemente de una maldición que te convertía


en piedra? ¿Qué hiciste?

—Luché para el grupo equivocado de dioses y fui demasiado exitosa en ello.

Sam aspiró bruscamente.

—Eso lo haría. Así que, ¿a quién hiciste enojar?

—Zeus.

—Ouch.
Seraphina no comentó sobre eso mientras su mirada caía en el corte bajo de la
camisa de Samia, donde parte de una marca de doble arco y flecha se asomaba.

El símbolo de un Dark-Hunter —eran guerreros inmortales que habían


vendido sus almas a la diosa Artemisa para luchar en su ejército y proteger a la
humanidad de los Daimons que se aprovechaban de las almas humanas para
alargar sus vidas. Dado que ellos cazaban a la raza prima que había dado a luz a
los Were-Hunters, normalmente se evitaban o eran considerados enemigos de su
pueblo.

Qué extraño que Samia terminara emparejada con un Were-Hunter... Esa


debía ser la unión más extraña de todas.

—¿Estás todavía al servicio de Artemisa?

Sam negó con la cabeza.

—Ya tengo mi alma de vuelta. —Apuntó con su barbilla hacia Dev, que
estaba empujando a su hermano gemelo—. Es un adorable were-oso el que me
posee ahora. 75
—¿Y eres feliz?

Una sonrisa maliciosa se extendió por su cara.

—Él es un tipo muy especial de felicidad.

—¿Eso qué significa?

—Le encanta bromear y me irrita hasta el borde del asesinato, pero no lo


pediría de ninguna otra manera. Él lo es todo en este mundo para mí. —Ella vagó
de nuevo hacia Dev para darle un abrazo desde atrás.

Una parte de Seraphina envidiaba a Sam por su fácil familiaridad con su


compañero. Ella nunca había tenido eso con Maxis. Parte de ello era el hecho de
que él era mucho más alto y más grande que ella, incluso en forma humana.

Pero sobre todo se debía a que ella era extremadamente consciente de sus
"otras" diferencias. El hecho de que se destacaba radicalmente entre otros machos.

Incluso en este grupo.

Tanto él como Illarion y Blaise. Si bien no eran los más grandes en sus
encarnaciones humanas, había algo más salvaje e innatamente poderoso. Algo que
te advertía que eran mucho más de lo que aparentaban. Ellos emanaban una
tranquila confianza de depredador letal que otras especies no tenían. Un aire que
decía que eran la cúspide de la cadena alimenticia y que nadie más podría
agregarlos a su menú en ningún momento. Estaban ahí a su sola discreción. Y no
había nada que se pudiera hacer para detenerlos.

Él también se movía con una gracia exquisita. Una fluidez de músculos y


tendones que era a la vez hermosa y desconcertante, como ver a un elegante gato
salvaje acechando a su presa en la sabana.

Maxis era la máquina de matar perfecta.

Era lo que había sido concebido para ser. Todo por lo que había sido creado.
Desde los albores del tiempo, su especie había existido por ningún otro propósito
que el de matar y reproducirse. Para protegerse y proteger.

Para sobrevivir en reclusión solitaria, bajo las más duras condiciones


ambientales, calientes o frías, para darse un festín o pasar hambre. Mientras que
otras criaturas necesitaban interacción social para salvar su cordura, los dragones
no lo hacían.

Las hembras eran biológicamente impulsadas a encontrar machos dos veces


al año para reproducirse y perpetuar su especie. A menos que un macho captara el 76
olor de una hembra muy fértil, ellos se contentaban con permanecer célibes y
solitarios.

Solos durante siglos.

Ser fusionados con los humanos había cambiado eso. Los Arcadianos, porque
poseían corazones humanos, formaban comunidades y tribus o patrias de clanes
de dragones, como lo hacían muchos de los Katagaria de corazón animal.

Pero Maxis había permanecido solo incluso después de su transición.

Hasta que habían sido asignados como compañeros. A solas con ella, Maxis
había sido increíblemente atento y cariñoso. Insaciable. Y fiel a su sangre de
dragón, él la había hecho su propio objeto sagrado que mantener y vigilar, para
que nadie se atreviera a amenazarla o dañarla. Ella había sido la única cosa que
había vigilado de manera diligente.

Rara vez dormía cada vez que ella estaba con él. Nadie podía acercarse a ella
porque él lo miraría con minucioso recelo, siempre listo para atacar si decían o
hacían algo para lastimarla.

Y todo el tiempo que había vivido con ella, él había buscado su compañía y la
había hecho sentir como si fuera la mujer más bella y preciosa en todo el mundo.

Teniendo en cuenta el hambre absoluta que había poseído por ella, no tenía ni
idea de cómo se las había arreglado para salir y regresar a sus formas monásticas.
Incluso ahora, él no dejaba de mirarla con ese familiar calor abrasador en sus ojos,
los que le decían que quería encontrar un rincón aislado para ellos... se mordió el
labio como si ya la estuviera saboreando. Eso la dejó sin aliento y hambrienta, y
por eso, casi podría odiarlo.

Había subestimado seriamente cuánto impacto tendría su presencia en ella.


Cuán traidor sería su cuerpo una vez que estuviera tan cerca de él. Queridos
dioses, era insoportable estar bajo ese escrutinio dorado de nuevo y no tener
alguna manera de probar esos labios. Correr sus manos sobre su cuerpo largo y
ágil, y disfrutar de su rica piel morena...

¿Acaso todas las parejas se sentían así? ¿Tenían la misma necesidad


abrumadora cuando estaban juntos?

Claro que Seraphina sabía por experiencia que los otros Arcadianos Draki no
respondían de esta manera a sus compañeras. De hecho, las mujeres de su tribu,
incluso las ya emparejadas, habían estado atraídas por Maxis de una manera que la
había cabreado mucho. En cualquier momento en que pensaban que podían salirse
con la suya, lo habían acorralado y llamado "curiosidad" por el hecho de que él era
Katagaria y ellas nunca habían estado antes tan cerca de un Katagaria Drakos fuera
de una batalla, especialmente no uno en forma humana. Habían afirmado que sólo
77
querían ver si había alguna diferencia entre su especie y los machos Arcadianos.

Esa misma cosa había llevado a su primera pelea de verdad cuando ella
regresó a su pueblo de una cacería para encontrar que se había ido. Su tienda vacía.

Sin señales de que había estado allí en absoluto. Algo que era una pública
bofetada brutalmente grosera en el rostro, cuando se esperaba que las parejas
recibieran a sus guerreras al regresar. Él tendría que haber estado allí con el resto
de los machos, niños y aldeanos ancianos para celebrar la fiesta del retorno de la
batalla que se montaba en un desfile ante la tienda de Nala. Dado que Seraphina
era la campeona de la reina, se suponía que él debía estar esperando fuera de la
tienda de Nala para saludarla tanto a ella como a Nala.

Como su compañero, su ausencia fue bien notoria, sobre todo desde que
habían dejado un espacio de honor para que lo ocupara él.

En lugar de aplausos, la habían saludado sonrisas e insinuaciones sarcásticas.

Un interrogatorio rápido a sus vecinos y se enteró de que Maxis había dejado


su pueblo justo después de su partida de ataque. Nadie lo había visto desde
entonces.

Enojada y preocupada, Seraphina se había dirigido hacia el bosque, con las


especulaciones de su tribu sobre las actividades de él zumbando en sus oídos. De
todo, desde que él se había ido a cazar humanos hasta que estaba practicando
magia negra y conjurando dioses extranjeros.
Debido a que eran compañeros, ella no tenía ningún problema en recoger su
olor para realizar un seguimiento, a pesar de que tenía más de un día. Era la
misma capacidad que la había permitido localizarlo aquí en el Santuario.

A menos que Maxis bloqueara su olor y usara sus poderes en su contra,


Seraphina podía encontrarlo con facilidad.

Esa fue también la primera y última vez que lo había visto como dragón.

Sin pensarlo, lo había seguido a una cueva oscura donde se había refugiado
para aguardar su regreso. Debido a que él había colocado sus pertenencias en la
guarida de un completo dragón sin su conocimiento, ella no se había dado cuenta
de que eso era suyo.

Hasta ese momento, no había pensado en el hecho de que Maxis había


llegado a su matrimonio con nada más que la espada del asesino de dragones que
había tomado del asesino de su hermano, la ropa que llevaba puesta y el caballo
que ella le había dado como un regalo de bodas.

Cuando tropezó con el dragón dormido, había desenvainado su espada, con 78


la intención de matar a la bestia. Los oídos de él habían temblado al detectar el
sonido sutil del raspado de metal.

Con un estruendo feroz que decía que se estaba preparando para dejar que el
fuego saliera, él había abierto los ojos y se había vuelto hacia ella con un vicioso
gruñido salvaje. Sus profundas escamas azules se habían vuelto de color rojo
brillante, el color de la batalla... y luego verdes cuando él centró su mirada en ella y
se relajó. Había doblado sus alas hacia abajo para ponerlas en su espalda y
deslizado su cola a un lado de su pie izquierdo —la posición de un dragón para
paz y aceptación.

—¿Sera?

La conmoción y el horror al darse cuenta de que eso era a lo que los dioses la
habían emparejado la había reclamado tan plenamente que ella realmente no
recordaba los próximos minutos. Sólo que cuando volvió a sus sentidos, Maxis era
humano y la sostenía contra su pecho mientras sollozaba violentamente. Algo que
no estaba en su naturaleza.

—Lo siento mucho. —Había besado las lágrimas en sus mejillas mientras
buscaba calmarla—. No era mi intención asustarte.

Una vez que la sorpresa había desaparecido y su mente funcionaba otra vez,
ella lo miró.

Es un dragón. Un horrible dragón pura sangre.


Un dragón.

Sí, sabía lo estúpido que sonaba. Ella sabía lo que era.

Pero saber y ver...

Eran tan diferentes entre sí.

Él era una de esas cosas terribles y homicidas que había matado brutalmente
a toda su familia. A su madre y a sus hermanas. Sin tener consideración o
misericordia. Uno de los animales que no tenía ningún cuidado o preocupación
por su pueblo. Que se aprovechaba de ellos como si fueran ganado.

Como si no fueran nada.

Y cuando había mirado alrededor de la oscura caverna y visto sus baúles de


tesoros y su guarida —las cosas que él valoraba— se había dado cuenta de que esto
era a lo que él consideraba su hogar.

No su tienda. No su tribu.
79
No ella.

Este era su hogar. Su guarida.

Él es un animal. La pila de paja en el suelo atestiguaba eso. Paja como la que su


caballo tenía para dormir. Sin cama o almohada. O manta.

Incluso tenía un canal de agua.

Disgustada, lo había empujado lejos y se había puesto de pie cuando la cruda


realidad la abofeteó con fuerza.

Con expresión sorprendida, él se puso de pie.

—¿Qué está mal?

Ella no sabía por dónde empezar. La cuestión no era lo que estaba mal. Era
qué estaba bien.

—Se suponía que debías estar en el pueblo para darme la bienvenida a casa.
¿Por qué no estabas allí?

Él rió burlonamente.

—Realmente no quería verte volver a casa con las pieles y escamas de mis
hermanos goteando desde los lomos de sus caballos mientras las arrastraban por el
pueblo. Maldita sea, de seguro no quiero celebrar sus engañosas victorias y
derramamiento de sangre.
¿Engañosas? Eso sólo hizo crecer su furia. ¡Cómo se atrevía a descartar el
peligro de lo que habían hecho!

—¡Yo soy tu compañera!

El calor había oscurecido sus mejillas engañosamente humanas.

—¡Y yo soy el tuyo! Acabas de verme, en mi cuerpo real, y gritaste por una
hora, luego entraste en shock. ¿Cómo te hubieras sentido si te hubiese hecho eso la
primera vez que te vi desnuda?

—¡No es lo mismo!

—¿No lo es? O mejor aún, ¿qué pasaría si hubieras venido aquí para
encontrar cráneos y huesos humanos esparcidos por el suelo y decorando las
paredes? ¿Eh? ¿Cómo reaccionarías ante grasa humana quemándose como aceite
para mis antorchas? Aun así, me dejaste solo en tu pueblo que se sustenta con los
restos de dracokyns. Y eso incluye a la carpa donde duermes. ¿De verdad piensas
que no sé que los postes se hacen de huesos y colmillos drakomai? ¿O que las velas
que se queman en todo el pueblo se hacen de grasa de dragón? ¿Crees que no 80
reconozco ese olor?

Poco dispuesta a ceder el punto dado él que tenía razón, no se molestó en


contradecirlo. En cambio, se trasladó hacia algo que él no podía discutir.

—¡Tú lugar está a mi lado!

—Aye, a tu lado. No debajo de tus pies para ser pisoteado. No soy un macho
Amazona que abastezca todos tus caprichos y pida una palabra amable de tu parte.
No te pertenezco. ¡No soy tu propiedad! ¡Y no voy a permitir que me trates como
tal!

—Y yo no voy a permitir que me avergüences delante de mi basilinna o mi


tribu. He trabajado muy duro para llegar a mi posición…

—¿Como una asesina?

—Cazadora de dragones.

—No. —Él negó con la cabeza—. Entrar furtivamente en la guarida de un


dragón mientras duerme y cortar su garganta no es noble. Es asesinato. Tú no
cazas. Tú entras de puntillas para asesinar.

—¿Y qué hacen los dragones? ¡Atacan aldeas durmientes! ¿No es eso
asesinar?

—No, no lo hacemos. Nosotros no atacamos, nunca. Los Katagaria no son


drakomai. No me insultes confundiendo a mis hermanos con uno de ellos. Somos
una raza completamente diferente. Hechos por un rey Arcadiano y un dios
psicótico que quería complacerlo. Fusionados con apolitas por magia oscura. Es la
línea de sangre de tu clase la que contamina a esos pobres bastardos. Los Drakomai
no se levantan para atacar sin provocación. No cazamos por cualquier motivo
excepto para comer, y no hacemos de los hombres nuestra presa. Eso no está en
nuestra naturaleza. Siempre y cuando te quedas fuera de nuestro territorio y
guaridas, los dejamos en paz.

—¡Mientes!

Él sacudió la cabeza.

—Somos animales solitarios que sólo peleamos cuando nos confrontan.

Ella hizo un gesto hacia los baúles de tesoros que los rodeaban. Al oro y las
joyas que brillaban en la penumbra.

—¿Y qué con eso? ¿Aquellos no son tus trofeos de guerra?

Una sincera conmoción había marcado sus hermosos rasgos. 81


—Difícilmente. No tengo necesidad de un tesoro o de dinero. Esas son cosas
dadas a mí para protegerlas. Las mantengo en fideicomiso para sus legítimos
propietarios.

—¿Esperas que me crea eso?

—Lo creas o no, eso depende de ti. Es la verdad. Todo lo que poseo lo coloqué
en tu tienda.

—¿Y por qué no estabas en mi tienda a mi regreso?

Él comenzó a mirarla con hosco desafío.

—¡Contéstame!

Sus ojos habían soltado el mismo fuego que podría haber respirado
fácilmente sobre ella.

—No uses ese tono conmigo. No te hablo de esa manera y exijo de ti el mismo
respeto que te muestro como mi compañera.

La furia se había cocinado a fuego lento profundamente dentro de ella y


había querido golpearlo por eso. En la cultura amazónica, los hombres se
inclinaban ante sus mujeres y estaban, en verdad, subordinados a ellas. Pero sabía
que él no venía de ese tipo de ambiente. Y hacía todo lo posible por entenderlo y
respetarlo.
Aun así, era difícil cuando iba en contra de todo lo que ella conocía.

—Bien, entonces. Por favor, explícame por qué me humillaste hoy.

Él resopló con incredulidad y repitió sus palabras hacia ella.

—Por favor, ¿explícame cómo te he humillado hoy?

—No estando allí cuando regresé. Mostraste una total falta de respeto por mí
y mi posición en la tribu. Y todos se rieron de mí a causa de ello.

Su mandíbula se aflojó.

—No lo sabía. —Con su frente surcada con sincero arrepentimiento, él cerró


la distancia entre ellos y tomó su mejilla en su palma cálida—. Si eso es verdad,
entonces lo siento mucho, Sera. No tenía ni idea de que esa era tu costumbre.
Nadie me lo dijo. Te lo juro, nunca quise hacerte daño.

Era muy duro estar enojada con él cuando la miraba de esa manera. Cuando
él la tocaba con tanta sinceridad amorosa. Sintió que su ira se marchitaba. Pero
peor que la ira era el dolor subyacente, y las burlas de su gente lastimaban mucho 82
más profundo de lo que quería admitir.

—¿Por qué no estabas allí?

Entonces lo vio. La amarga agonía en sus ojos. Su propio dolor y vergüenza.

—En el futuro, si me lo imploras de esa manera, me aseguraré de estar


presente a tu llegada.

—¿Pero no te quedarás en el pueblo mientras no estoy?

Él sacudió la cabeza.

—¿Por qué?

Su mirada había quemado en la de ella.

—Sabes por qué, Sera. Que lo diga en voz alta sólo te enojará y no resolverá
nada. Y ambos sabemos que lo único que puedes hacer es dejarlo... lo cual no
harás. —Le colocó un tierno beso en los labios—. Ya no quiero pelear contigo. Ven,
déjame enmendarme por mi ligero malentendido. Te lo prometo, al finalizar la
noche me ganaré mi camino de regreso a tus favores.

Y lo había hecho. Siempre lo hacía. No importaba lo mucho que quisiera estar


enojada con él, tenía maneras de hacerla sonreír. De fundir su ira hasta que ella se
riera y estuviera feliz de nuevo.
Ese era el mayor truco de todos. Su habilidad para lavar su dolor y expulsar a
sus demonios con nada más que una sonrisa burlona, un abrazo cálido y un tierno
beso.

Peor aún, había tenido razón ese día. Las integrantes de su tribu siempre
habían sido demasiado libres con sus manos en su cuerpo. A pesar de que sabían
que estaba emparejado y fuera de los límites —no que él pudiera hacer nada aún si
hubiera querido—constantemente habían tratado de acorralarlo para poder
compararlo con un hombre "normal". Haciendo una comparación "con las manos".

A favor de Maxis, él había hecho todo lo posible para evitarlas a ella y a sus
caricias baratas. Hacía todo lo que podía para encajar y complacerla. Para hacer
que su unión funcionara.

Si tan solo lo hubiese encontrado a mitad del camino.

Seraphina hizo una mueca cuando la culpa de eso se instaló con fuerza en sus
hombros. Le había pedido cosas que estaban mucho más allá de la tolerancia, y
todavía no podía soportar pensar en ello. En las cosas que él había sufrido.
83
Para complacerla.

Ella no lo había merecido y lo sabía. Por desgracia, esa comprensión había


llegado demasiado tarde. Había escuchado a las personas equivocadas y permitido
que su veneno invadiera su corazón. Había dejado que sus creencias y opiniones
interfirieran en su relación con Maxis. En lugar de confiar en ella y su marido,
había confiado en ellos.

Y aprendió por las malas que muchas personas hablaban bajo los celos
pretendiendo decir la "verdad" y con "buenas intenciones". Cuando honestamente,
su único propósito era hacer a los demás tan miserables en sus vidas como lo eran
en las de ellos.

Y en lugar de tener un esposo devoto a su lado cuando habían nacido sus


hijos, como Aimee tendría a Fang, ella había estado completamente sola.

La pérdida de lo que podría haber sido era lo que más la entristecía. Su


orgullo y su ciega estupidez le habían robado toda la vida familiar que debería
haber tenido.

Pero no había forma de volver. Y no tenía a nadie a quien culpar por ello,
excepto a sí misma.

—Así que, ¿cómo encontraremos el lugar donde están atrincherados? —


preguntó Dev a Fang, distrayéndola de sus pensamientos.
—Llamé a Thorn, y como son gallu, él está desorientado. Puesto que no caen
bajo su jurisdicción, no se ocupa de ellos y no sabe nada al respecto. Traté de
llamar a Sin y no obtuve respuesta, así que le dejé un mensaje a Kish para decirle lo
que estaba pasando. Él dijo que hará que me llame lo antes posible.

Dev miró a su hermano menor Kyle, quién se les había unido hacía poco
tiempo.

—¿Qué pasa con Kerryna? ¿Ella no los conoce? Son técnicamente su familia,
¿verdad?

Kyle hizo un grosero sonido de oso.

—Um. Síp. La están cazando para poderla esclavizar y utilizarla para


despertar a sus malvadas hermanas. Ni que decir que tiende a mantenerse lo más
lejos de los gallu como sea posible. Algo así como tú y Rémi. Por mucho que nos
ame, no será voluntaria para ayudar en esta lucha. Y si le pedimos ese favor, su
esposo romperá nuestras cabezas y nos hará alfombras de piel de oso. Los
Carontes son ridículamente protectores en ese sentido, sobre todo cuando se trata de
la madre de sus jóvenes. Xed básicamente me persiguió fuera del club, incluso por 84
tratar de hablar con ella sobre los gallu.

Dev resopló.

—Pero ella puede darnos información, ¿verdad?

Kyle le dio una mirada divertida.

—Permíteme reiterarme. Me persiguió fuera del club... con salsa barbacoa.


Mientras se relamía los labios y me llamaba por mi nombre.

—¿Y?

Fang respondió por él.

—Dale a la chica un descanso. Básicamente la encerraron al momento de


nacer, por lo que en realidad no ha interactuado con ellos... y aunque nació de los
gallu, no es realmente una de ellos. Por lo que ha dicho en el pasado, son bestias
separadas.

Seraphina se sintió enfermar al sentir a donde iba esto. Y cómo de lento. Ellos
no tenían mucho más tiempo antes de que Nala volviera aquí y le exigiera que se
fuera.

O peor aún, que descubriera que ella había mentido y que Maxis estaba aquí,
después de todo. En retrospectiva, tal vez no debería haber venido. Ella podría
haber jodido esto.
En realidad, no necesitaba ninguna ayuda en absoluto.

A un lado, Maxis intercambió una mirada con Illarion, lo que le dijo que los
dos estaban hablando en sus cabezas. Luego trabó miradas con ella.

—Yo podría ser capaz de encontrarlos. Pero requeriría que mi compañera


confiara en mí e hiciera algo que para ella es repugnante.

Sus ojos se ampliaron ante eso.

—¿Qué?

Illarion lo tomó del brazo y negó vigorosamente con la cabeza.

Maxis no le hizo caso.

—Saldrá bien.

Illarion rodó los ojos. Pronunció una maldición silenciosa hacia su hermano.

Blaise se echó a reír, pero se detuvo al darse cuenta de que el resto de ellos no
estaban en su conversación privada. Se aclaró la garganta y se escabulló hacia una
85
esquina para examinar un punto en la pared, a pesar de que era ciego.

Seraphina frunció el ceño.

—¿Qué está pasando?

Max vaciló mientras barría su mirada alrededor de todos los reunidos allí.
Esta mezcolanza heterogénea era su familia y él no quería arriesgarse a perder a
ninguno de ellos.

—Puedo seguir el rastro de los niños.

—No hay manera —dijo Sera fehacientemente—. Los tienen protegidos. Si


fuera posible, yo ya lo habría hecho.

—Yo puedo encontrarlos. —Su tono sostenía una determinación absoluta.

Su expresión era sin duda tan cómica como la de él perfecta. Claro que ella
siempre había subestimado sus habilidades. La mayoría de las criaturas, en su
perjuicio, lo hacían.

—¿Cómo?

—Si confías en mí completamente podré hacerlo.

Fang ladeó la cabeza como si ahora entendiera lo que estaba pasando.

—¿Eres en parte Oneroi?


Max resopló ante la suposición de que él era uno de los dioses que
incursionaban en los sueños humanos para poder desviar sus emociones.

—No me insultes. No soy griego. Fui capturado y arrastrado a Arcadia.


Nunca fue mi patria.

La mandíbula de Fang cayó.

—¿De verdad?

Illarion asintió.

Aunque yo soy hijo de Ares, estamos relacionados a través de nuestra madre. Max es
mucho mayor. Sus poderes son mucho más fuertes y más parecidos a las de los dioses que a
los de un típico Were-Hunter.

Incluso Dev estaba asombrado.

—Así que, ¿qué eres, entonces?

—Xarunese. 86
—Salud —dijo Dev secamente—. ¿Necesitas un Kleenex? ¿Un Benadryl?

Max suspiró pesadamente ante el jodido sentido del humor del oso.

—La Tierra de Xarun. Como con la Atlántida, los dioses tuvieron problema
con ella. Lo poco que queda se encuentra en el fondo del Mar Negro. Soy uno de
los pocos que sobrevivió al hundimiento.

—Ouch.

Max inclinó la cabeza hacia Kyle por verbalizar el dolor de esa pesadilla en
particular.

—Espera un minuto. —Dev ladeó la cabeza como si acabara de darse cuenta


de lo que Max les estaba diciendo—. No eres griego o Apolita... ¿cómo
exactamente eres un Katagaria?

Carson Whitethunder, el halcón que era también su veterinario residente y


médico, le dio una sonrisa maligna a Dev. Él y Aimee eran las dos únicas criaturas
allí que habían visto la marca en el muslo de Max. Y sólo porque habían tratado
sus heridas. Aimee cuando Max había arribado por primera vez, a un solo latido
de la muerte, y décadas más tarde Carson después de un par de sus enérgicos
enfrentamientos con los enemigos que habían intentado durante años destruir a la
familia Peltier.
—¿No te has preguntado por qué, en más de cien años de vivir aquí, Max
nunca ha puesto un solo pie fuera de este edificio?

Dev resopló.

—Aquí somos todos raros. No juzgo.

Max miró a Seraphina al recordar la forma menos que agradable en que había
manejado la noticia al saber qué era esa marca. Por qué la llevaba.

Nunca había tenido la intensión de que nadie de aquí supiera sobre ello. Pero
había llegado el momento de sincerarse.

—Recuerden que están obligado por todas las leyes del Omegrion. Ninguno
de ustedes puede atacarme en tierra del Santuario.

—Jesús, chico —se quejó Dev—. ¿Qué eres? ¿El Dragonbane o algo así?

Max inclinó la cabeza hacia él y tan pronto como lo hizo, absorbió el poco
oxígeno de la habitación. La mitad de los cambiaformas a su alrededor dieron un
paso hacia atrás, como si el ser aterrador cerca de ellos pudiera mancharlos. 87
Todo el humor y la cordialidad se evaporaron de los ojos de Dev mientras lo
miraba boquiabierto.

—¿Me estás tomando el pelo? ¿Tú eres la razón de la guerra entre los
Katagaria y los Arcadianos?

Illarion se interpuso entre ellos.

No es tan sencillo, Dev. Cálmate.

Dev frunció los labios.

—No es tan sencillo mi trasero. Asesinó al heredero de Lycaon a sangre fría y


empezó este baño de sangre entre nuestros pueblos, ¿y me estás diciendo que no es
tan simple?

Max sintió ese mismo nudo enfermo en su estómago que tenía cada vez que
alguien veía su marca y lo reconocía.

Era el más odiado entre su pueblo.

No, no su pueblo.

Ellos eran griegos y apolitas.


Él no lo era. En realidad él nunca había sido uno de ellos. Siempre un extraño
odiado. Un intruso que había sido confundido con ellos desde el día del Dagón,
cuando lo habían capturado y relacionado con sus antepasados.

Incapaz de soportar sus rechazos, encontró la mirada de Sera y también


esperó que lo condenara.

Seraphina se atragantó con las lágrimas al ver la agonía familiar en esa


mirada dorada. La reserva y la aceptación del hecho de que él no pertenecía a
nadie.

Por primera vez, lo vio a él.

Peor aún, se vio en la forma en la que los demás reaccionaban, gritando y


acusándolo de crímenes y delitos. Juzgándolo sin una audiencia o sin
entendimiento. Como ella, ellos lo habían aceptado hasta hacía sólo unos minutos
y ahora lo estaban atacando, sin escucharlo. Estaban tan ocupados condenándolo
por las historias que les habían estado contando que ninguno de ellos le preguntó
qué había sucedido.
88
Actuaban como si supieran.

Pero ninguno de ellos había estado allí. Con la excepción de Maxis, ninguno
de ellos había nacido aún.

Sin embargo, eran los expertos, con todas las respuestas.

—¡Basta! —gritó Fang, levantando sus manos para llegar a los otros y que se
calmaran—. Nos ocuparemos de la cuestión del Dragonbane después de que esto
termine. Ahora tenemos que centrarnos en conseguir a los niños para alejarlos de
los gallu antes de que los conviertan. Independientemente de cualquier otra cosa,
ellos son inocentes en esto.

Con ojos angustiados, Max tendió la mano hacia Seraphina. Por la expresión
de su rostro, ella podía decir que él esperaba que reaccionara de la misma forma
que lo había hecho la primera vez que se había enterado de que era el Dragonbane:
rechazándolo por completo y eludiéndolo mientras se alejaba como si fuera
veneno.

Esta vez, ella hizo lo que debería haber hecho entonces, tomó su mano y le
sonrió.

—Confío en ti, Señor Dragón. Llévame a tu guarida.

Pero mientras cerraba su mano alrededor de la de ella, un escalofrío de


aprensión se precipitó por su columna vertebral. Con esta acción, ella o bien le
estaba salvando a todos sus vidas... O estaba condenándolos a la muerte. Y no sólo
a ellos. Sus hijos estaban contando con ella para no arruinar esto. Sin embargo,
¿qué otra opción le quedaba? No había a nadie más a quien recurrir.

Sí, Maxis era el enemigo más odiado de su pueblo. Pero él era el padre de sus
hijos. Y ella era la única oportunidad que tenía para salvarlos.

Dioses, por favor, que esta sea la decisión correcta.

89
7
Seraphina dejó escapar un lento suspiro nervioso mientras echaba una
mirada alrededor del enorme ático donde Maxis había hecho su hogar. Tenía cosas
"modernas" que ni siquiera podía empezar a comprender, pero aparte de unas
pocas de esas, le recordaba tanto a su vacía cueva que levantó escalofríos de déjà vu
en su cuerpo.

Eran sin duda los mismos troncos de su cueva los que se alineaban en la
pared de ladrillo a la derecha. Esta era su casa en una forma que nunca lo había
sido su pueblo.

Y eso la puso más triste que nada. Había encontrado aquí con extraños el
consuelo que debería haber conocido con ella. Su compañera.
90
Maxis usó sus poderes para encender el pie de hierro con cuatro velas. La luz
parpadeó y se fusionó con los rayos del sol naciente para emitir sus sombras contra
la pared.

Illarion y Blaise los siguieron a la habitación y cerraron la puerta. Por la forma


en que Maxis seguía haciendo muecas y actuando con su hermano, ella asumió que
estaban teniendo una conversación privada en sus cabezas.

Suspirando, encontró la mirada en blanco de Blaise.

—Él no piensa muy bien de mí, ¿verdad?

—Estoy tratando de ser imparcial, pero si una cuarta parte de lo que está
diciendo Illy es cierto... ¿a tu gente realmente le gusta hacer joyería con los
colmillos, báscula y huesos de dragones?

Ella sintió la fluencia de calor a su rostro.

—No cazamos mandrágoras.

—Por lo que estoy escuchando, no lo sabes. Tu gente no se molesta


exactamente en averiguar si están cazando Katagarias o no. Es, básicamente, matar
indiscriminadamente e ir detrás de cualquier gran serpiente que no sea Arcadiana.

—Para, Blaise —dijo Maxis en un tono suave—. Ella no tiene la culpa de esto.
No. Nosotros lo somos, tú y yo. Maldigo el día en que te dejé convencerme de salvar a
su especie. Illarion la recorrió con una mirada escalofriante. Deberíamos haber dejado a
los dioses llevárselos a todos.

—Basta, Illarion. Y yo no te convencí de una mierda, según recuerdo. Estabas


en ello más que yo. Además, lo que está hecho, hecho está. Ahora bien puedes
optar por ser parte de esta solución, o salir. No voy a tolerar que molestes
incesantemente. Tengo que concentrarme.

Illarion levantó las manos.

Bien. Veamos cómo maneja esto. Después de todo, ella nunca se molestó en
preguntarte nada sobre lo que realmente eres. De donde vienes. Cómo fuiste arrastrado a su
mundo para convertirte en parte de él. En los tres años que viviste con ella, ni una sola vez
se preocupó lo suficiente como para aprender.

Maxis le gruñó a su hermano.

—No te metas en mi cabeza y pensamientos... lo juro, debería haberme


comido el huevo en lugar de anidarlo. 91
Seraphina arqueó la ceja ante eso.

—¿Lo anidaste?

—Lamentablemente sí, e hice un trabajo pobre con él, también. Como puedes
ver.

Illarion rodó los ojos.

Blaise se rió.

—Max intentó anidar todos a sus hermanos. Al menos aquellos de nosotros


que pudo encontrar. Una vez al año, mientras que ella vivía, iba hasta donde
nuestra madre ponía sus huevos y los recogía para que no tuvieran que salir del
cascarón solos y la deriva en busca de la supervivencia.

La mirada irritada en el rostro de Maxis le dijo que no quería que su hermano


compartiera ese chisme con ella. Pero ella se alegraba de que Blaise hubiera
hablado.

E Illarion tenía razón. Había mucho que nunca se había molestado en conocer
sobre su esposo.

—¿Anidaste a Hadyn?

Maxis asintió.
—Él fue el primero que encontré, con sólo días de edad. Vagando y perdido,
como un pequeño insecto.

No era de extrañar que hubieran sido tan cercanos.

Max nos enseñó el Bane-Cry para limpiar los pulmones y por eso no importaba lo
lejos que estuviéramos, podríamos llamarnos siempre el uno al otro en busca de ayuda, de
necesitarla. Y mientras que el resto de nuestros hermanos no respondía, Max siempre venía
a nosotros si estaba en condiciones físicas de hacerlo.

Ese pensamiento trajo lágrimas a sus ojos. Y había sido esa capacidad de
amar lo que ella se había perdido de su compañero. No, él no era el animal que su
tribu lo había acusado de ser. ¿Cómo he podido dejarte ir?

—Ni aquí ni allí —dijo Max, dándole una mueca molesta a cada hermano. La
condujo hacia una amplia zona del ático que estaba cerrada con cortinas.

No fue hasta que él corrió la pesada cortina de brocado azul oscuro que se dio
cuenta de que aquí era donde "anidaba" ahora.

En realidad, tenía sentido. Puesto que él dormía en forma de dragón, sería


92
demasiado grande para cualquier tipo de cama. Y de nuevo, eso le recordaba lo
diferentes que eran. Y el hecho de que a pesar de su forma y belleza masculina, él
seguía siendo un animal en su corazón.

Como si escuchara ese pensamiento, Illarion se burló de ella. Esto es una mala
idea.

Suspirando pesadamente, Maxis le envió una mirada seria a su hermano


antes de tomarle la mano y tirarla dentro del área con cortinas. Su mirada la quemó
con esa mezcla peculiar de mundanidad hastiada y preciosa inocencia que era
únicamente suya.

—Sé que nunca me has visto como algo más que un animal y soy muy
consciente de lo que piensas de mi especie. Sólo recuerda que esto es por tus hijos
y reprime ese pensamiento.

Ella abrió la boca para negarlo, pero él puso un dedo suavemente sobre sus
labios.

—No mientas. Los dos sabemos la espantosa verdad. Soy un


animal. Calculado y engendrado. —Dio un paso atrás—. ¿Blaise? ¿Puedes sujetarla
durante un minuto? No estoy seguro de cómo va a reaccionar a esto.

Estaba en la punta de su lengua decirle que no la tratara como una niña


cuando él cambió tan rápido que casi gritó por el terror.
Había olvidado lo grande que era su cuerpo de dragón. Cómo de enorme y
aterrador.

Incluso tan espacioso como era el ático, Maxis tenía que agacharse y apenas
podía moverse. Llenaba completamente el área. Por esa razón, no podía girarse. Y
más bien tuvo que retroceder contra la pared, donde ella asumió que
dormía. Cielos, era enorme.

—¿Estás bien? —Blaise le frotó el brazo para confortarla.

Tragando saliva, asintió.

—Es sólo que ha pasado mucho tiempo desde que estuve así de cerca de un
dragón. Y aún más de uno que no estuviera tratando de matarme. —Debido a que
se enorgullecían de ser humanos, su tribu rara vez tomaba forma de dragón. Lo
consideraban una pérdida de control... algo similar a una rabieta.

Las escamas iridiscentes de Maxis brillaban como joyas en la penumbra. Y


cuando se movió, vio en sus alas las cicatrices viciosas que Nala y su tribu habían
dejado. La culpa la apuñaló duro por el papel que había jugado en eso. 93
—Lo siento mucho, Maxis —suspiró.

Max se quedó inmóvil ante el sonido de sus sinceras palabras. Esta era una
reacción muy diferente a la que ella había tenido la última vez que lo había
encontrado en forma de dragón.

No había gritos de terror. Sin correr o atacar.

En cambio, se acercó a él lentamente y colocó una mano en su ala cicatrizada


que nunca se había curado adecuadamente desde su desgarradura. Aunque podía
volar con ella, no era especialmente cómodo hacerlo.

Y nunca nadie lo había tocado como ella ahora, estando él en su cuerpo real.

Como si le importara.

Ni siquiera Aimee...

Levantando la cabeza, esperó ver el familiar desprecio en su mirada por su


forma de dragón. Sin embargo, no estaba allí. Por primera vez en la historia, Sera
pasó una curiosa mano sobre sus escalas. Y a pesar de que no tenía sentido, eso lo
consoló.

—Eres tan caliente.


No somos como los otros reptiles. Envió sus pensamientos hacia ella. Mi opinión
personal es que se debe a nuestra capacidad de crear fuego. Por alguna razón, eso parece
elevar nuestras temperaturas corporales, sobre todo cuando somos dragones.

Ella sonrió con tristeza hacia él.

—No. Tú definitivamente no eres como cualquier otra persona. —Mordiendo


su labio, tocó la cicatriz en su pierna trasera que lo marcaba como el primogénito
de su raza. El temido Dragonbane—. ¿Qué es lo que tengo que hacer?

Confiar en mí. Debes recostarte conmigo y dejar que te guíe fuera de este reino a
donde quiera que hayan llevado a nuestros dragonets. Pero si luchas contra mí en esto,
harás un daño irreparable.

—¿Confías en mí?

Max vaciló. ¿Honestamente? Estaba aterrorizada de lo que podría hacer con


él. Pero no tenía otra opción. Era la única manera de localizar a sus hijos. Puesto
que él nunca los había conocido, ni siquiera podía comenzar a realizar un
seguimiento sin ella. Cualquier criatura podría utilizar su olor para llevarlo por 94
mal camino. Sólo su madre sería capaz de afinar la búsqueda hasta los verdaderos.
Nada engañaría sus sentidos maternos.

Sí.

Y aún así vio el miedo escondido detrás de sus ojos mientras se arrodillaba a
su lado.

Rodó un poco para que pudiera instalarse cómodamente en el refugio de sus


brazos. Sin embargo, ella era tan pequeña ahora. No era de extrañar que le
temiera. Una garra era casi del tamaño de todo su cuerpo. Un hecho que ella
tampoco se perdió.

Con su mano temblorosa, ella se extendió para tocar su garra.

Es filosa, le advirtió. Cuidado con el borde.

Ella se echó hacia atrás para descansar detrás de su espolón.

—¿Cómo pudiste haber sido capturado por Dagon?

Max vino a ayudarme cuando Dagon me tenía atrapado. Furia oscureció los ojos
de Illarion. Mis poderes estaban atados, por lo que no podía luchar o protegerme.

No fue tu culpa que yo volara a ciegas, Illy.

Fue porque te llamé en estado de pánico y tú estabas demasiado preocupado para ser
cauteloso.
Max suspiró.

No importa. Realmente no necesito una razón para haber sido estúpido. Puedo
encontrar un montón de razones para explicar ese vicio en particular por mi cuenta.

Illarion resopló mientras él y Blaise se adelantaban para ayudar a ubicar a


Sera contra él.

Blaise dio un paso atrás.

—Mantendré guardia en la puerta para asegurarme de que nadie los molesta.

—Gracias. —Sera estaba rígida en sus brazos.

Illarion se trasladó a las cortinas.

Esperaré para acompañarlos.

—¿Qué quieres decir con acompañarnos?

Él sonrió, pero no respondió antes de cerrar las cortinas y dejarlos solos.


95
Ella volvió la cara hacia Max.

—¿Qué quiso decir?

Nada. Cierra los ojos y piensa en nuestros pequeños. Imagínate con ellos y deja que
tus pensamientos se quedan en ellos. Pase lo que pase, no dejes que nada ni nadie te
distraiga.

Seraphina no estaba segura de qué esperar. Honestamente, estaba


aterrorizada. Pero había algo innatamente calmante en la forma en que Maxis
respiraba. Su calor radiante se filtraba en su cuerpo, adormeciéndola. Le recordaba
las noches en que él la había sostenido en sus brazos, esperando a que se durmiera
para poder escaparse y buscar su descanso en su cueva. Debido a que su forma
original era la de un dragón, tomaba concentración y energía mantener una forma
humana, especialmente durante las horas de luz. Muy pocos Katagaria podían
mantener la forma humana mientras estaban heridos o al luchar. Sólo los más
fuertes de los fuertes lo lograban. Pero no importaba lo poderoso de la bestia,
cuando dormían, invariablemente regresaban a su especie original. Era
involuntario como cambiar de forma cuando eras golpeado por una descarga
eléctrica. Cualquier cosa que perturbara las corrientes eléctricas alrededor de sus
células los cambiaría.

Por eso Maxis siempre había tenido la precaución de dejar su tienda de


campaña y su pueblo en todo momento que necesitara descansar. Nunca había
confiado en que no le harían daño.
—¿Por qué son tan suaves tus escamas? —suspiró ella mientras luchaba por
mantenerse despierta contra el agotamiento repentino causado por la cálida y
relajante comodidad de su cuerpo.

—Todos los drakomai tienen escamas flexibles.

—Son como plumas.

—¿Lo son?

Ella asintió, hundiéndose aún más entre ellas. Era la sensación más agradable
y reconfortante. Como una cama de lujo. Mejor aún era el aroma de sándalo y
vainilla únicamente suyo. Había olvidado ese olor delicioso de su piel que una vez
le había causado codiciar cualquier prenda de ropa que llevara.

¿Por qué había temido esto?

Antes de que pudiera detenerse, volvió la cara hacia las escamas e inhaló su
masculino aroma.

Maxis maldijo al sentir sus caricias todo el camino a través de su 96


cuerpo. Durante un minuto, vio las estrellas por la intensidad de la lujuria que lo
golpeó como algo físico.

¡Maldición! Había olvidado cuán intensos eran estos sentimientos por


ella. Cuánto ansiaba estar con ella. Aunque su cuerpo podía agitarse ligeramente
por otras, no era nada en comparación con lo que sentía ahora que su compañera
estaba con él de nuevo.

Peor…

—Estás entrando en tu ciclo fértil, ¿verdad?

Ella respondió hundiéndose más profundo contra él. Empuñando sus


escamas.

Max aspiró bruscamente cuando cada hormona en su cuerpo salió despedida


por su toque.

—Sera? —intentó de nuevo—. ¿Puedes oírme?

—¿Sí? —Ese aliento levantó escalofríos por todo su cuerpo y fue su propia
forma de una caricia.

Su propia forma de tortura.

Mordiéndose el labio, él supo que no era el momento ni el lugar. Pero no era


fácil distraerse de la calidez de su presión contra él. De la curva de sus exuberantes
pechos llenos que prácticamente se derramaban de su parte superior, y de la
invitación de esos labios que quería probar hasta llorar de placer.

Estaba a punto de rendirse cuando sintió una extraña interrupción en el éter a


su alrededor.

No era Illarion.

Totalmente alerta, levantó la cabeza para buscar con todos sus sentidos. El
antiguo mal arcano era uno que no había sentido en mucho, mucho tiempo.

Y no estaba solo.

—¿Maxis?

Con su corazón latiendo con fuerza por la repentina oleada de adrenalina, los
manifestó a ambos en la oscuridad y metió a Sera detrás de él para
protegerla. Buscó en la zona nebulosa a su alrededor que le recordaba demasiado a
Irkalla.

Y ahora que pensaba en ello... 97


¿Por qué iban ellos a estar aquí? ¿Estaba equivocado?

Cada terminación nerviosa de su cuerpo se arrastró con advertencia.

Bien, esto no puede ser bueno. Aterrorizado por lo que pretendía Kessar, Max
cambió de vuelta a su forma humana y enfrentó a Seraphina. Dioses, había
olvidado lo hermosa que era. Cuánto había significado una vez para él.

Cuánto todavía lo hacía, a pesar de su sentido común y sus mejores


negaciones. Pero no había tiempo que perder ahora. Era el momento de hacer para
lo que la había traído aquí.

Ahuecamiento sus hermosas mejillas redondas en sus manos, él le sonrió.

—¿Confías en mí?

Vio incertidumbre en esos ojos color avellana mientras buscaba en su mirada


con recelo.

—Sí. ¿Por qué?

Max no habló. No podía. Lo que él estaba a punto de hacer, ella nunca podría
perdonarlo. Sin embargo, era algo que debía hacer. Que ella lo odiara si tenía que
hacerlo.

Al menos esta vez, su odio estaría justificado.


Seraphina sabía que algo estaba mal por la luz en esos ojos de oro, pero no
sabía qué. En lugar de hablar, Maxis apretó sus brazos alrededor de ella y la atrajo
al ras de su duro y musculoso pecho. Inclinándose, acarició su cuello con su
rostro. Su cálido aliento quemaba su piel y envió escalofríos por todo el
cuerpo. Peor aún, la dejó sin aliento y con un anhelo caliente que lo quería tanto
dentro de ella que era casi imposible resistirse.

Justo cuando estaba a punto de preguntarle lo que estaba haciendo, ella sintió
la punzada aguda de sus colmillos hundiéndose en su yugular. Gritó y comenzó a
luchar, pero fue inútil. Él la tenía completamente sometida.

Estaba completamente a su merced.

Débil y confundida, no entendía por qué estaba haciéndole esto. ¿Estaba


tratando de lastimarla o de matarla? ¿Castigarla por lo que había hecho con él? ¿Se
suponía que ésta era su venganza? ¿Matarla a ella y a sus hijos?

Con su cabeza tambaleándose, en un momento ella estaba en los brazos de la


oscuridad. Al siguiente, estaba de vuelta en su habitación, tumbada en el suelo
detrás de la cortina cerrada. Sola. 98
—¿Maxis?

¿Qué? ¿Por qué estaba aquí?

¿Qué estaba pensando?

Las cortinas se abrieron al instante para mostrar a Illaron, luciendo tan


confundido como ella.

¿Qué pasó?

—No lo sé. —Sintiéndose enferma y débil, ella limpió su cuello para


encontrar el menor rastro de sangre—. ¿Él bebió de mí? —Ni siquiera sabía que los
dragones podían o harían eso.

El color desapareció de las facciones de Illarion.

¿Qué?

Ella le mostró su mano manchada de sangre.

—Él me mordió... me mordió —enfatizó, haciendo un gesto hacia su cuello—, y


luego me desperté aquí. ¿Por qué?

Blaise llegó corriendo detrás Illarion.

—¿Que está pasando?


Illarion dejó escapar un profundo gruñido gutural.

Max acaba de tomar su sangre para poder realizar un seguimiento de sus dragonets
por su cuenta, luego la envió de vuelta aquí sin él.

Maldiciendo, Blaise apretó los dientes.

—¿Por qué haría eso? ¡Teníamos un plan! Uno casi decente... Eso podría casi
haber funcionado. Tal vez, con la luz correcta y buen tiempo. ¿Por qué lo habrá
alterado?

Debido a que este era su plan todo el tiempo. Enfrentarse a ellos sin poner a
cualquiera de nosotros en peligro. El hijo de puta estúpido planea luchar solo. ¡Porque es un
jodido idiota! Sabía que no debía confiar en él. ¡Lo sabía! Él negó con la cabeza. ¿Por qué
tuve que confiar en él?

Horrorizada, Seraphina se puso de pie.

—¡No podemos dejar que haga eso! Una mordida. ¡Un rasguño y se
convertirá en un gallu!
99
Illarion rió amargamente ante su preocupación.

Ese no es nuestro peor temor.

—¿Cómo en el nombre de los dioses no es ese nuestro mayor temor? Excepto


por su muerte, claro.

Illarion se puso serio cuando la enfrentó con una seca, corta mirada.

Tú en serio, realmente no sabes nada de mi hermano, ¿verdad?


8
Max sintió la oscuridad prohibida que lo acechaba. Era la misma contra la
que había luchado el día que Hadyn había muerto. El mismo mal que había ido
por sus kinikoi desde la hora que habían ocupado sus puestos sagrados. Debido a
quién y lo que eran, el peligro era una parte natural de su existencia. Siempre
habían sabido de él y lo aceptaban como una amenaza siempre presente a punto de
estallar y matarles a ellos y a todos los que se les acercaban.

Fue por eso que se quedaron solos e hicieron todo lo posible para que nadie
se acercara a ellos. Todos aquellos a los que amaran podrían ser utilizados en su
contra, en cualquier momento.

Teniendo eso en cuenta, debería haberlo pensado antes de intentar tener una
100
familia con Seraphina. Pero ella había sido tan irresistible esa noche cuando había
estado de luto. Había necesitado la comodidad física para aliviar su corazón
doliente y ella había necesitado un hombre para aliviar sus antojos.

Ahora…

En forma de dragón, ladeó la cabeza para sacudirse los extraños ruidos de


rozamiento que nunca había oído antes. En su mente, llevaba los recuerdos de Sera
de sus hijos. Y el total del amor, la devoción y la adoración con los que ella dio a
luz a sus dragonets lo calentó profundamente. Si cerraba los ojos, casi podía fingir
que también lo quería.

Y lo que más odiaba era lo mucho que deseaba tener esa parte de ella. Pero al
menos amaba una parte de él.

La mejor parte.

Irascible y alegre, Edena era la imagen misma de su madre en la flor de su


juventud. Largo pelo rojo llameante con flequillo que siempre oscurecía sus ojos y
causaba que su madre la castigara por esconder su vibrante color dorado del
mundo.

Su hijo era fuerte y alto, desafiante y demasiado rápido con sus respuestas
sarcásticas para la paciencia y la cordura de su madre. El cabello de Haydn era un
tono más profundo de castaño, y su piel era aceitunada como la de Max. Dónde
Edena tenía la piel de porcelana de su madre con un poco de pecas sobre su nariz,
Hadyn no tenía ninguna en absoluto. Ambos tenían los pómulos altos de Max y la
forma felina de los ojos de su madre. Pero eran los profundos hoyuelos de Edena
los que debilitaban su corazón. Igual que su madre, tenía una sonrisa que podría
iluminar la noche más oscura y debilitar la resolución más severa.

Que los dioses se apiadaran del hombre al que dedicara esa sonrisa.

Y estaba tan agradecido de que hubieran nacido humanos. De que los dos se
salvaran del odio de su madre hacia su especie. Que ninguno hubiera visto en los
ojos de Sera la condena despectiva que había vislumbrado a veces dirigida hacia él,
cada vez que hacía algo demasiado dragonino a su alrededor.

Pero esos días de ocultar su verdadera naturaleza habían quedado atrás. Si


querían inclinar el dragón...

El dragón estaba aquí y listo para la guerra.

Vengan aquí, perras.

Doblando las alas, voló bajo, siguiendo sus olores hasta que estuvo seguro de
que sus hijos estaban cerca de los restos desmoronados de un antiguo templo.
101
Luego cambió a su forma parcial humana, dejando sólo sus alas para poder seguir
rastreando siendo igualmente letal, y explorando toda la zona. Un escalofrío le
erizó el bello de la nuca mientras escuchaba a los vientos sacudir la tierra a su
alrededor.

Todavía sentía la presencia del mal inquietante. Le rodeaba. Pero más que
eso, captó el olor de algo aún más peculiar...

Arcadiano.

¿Qué demonios?

Su nariz se crispó por el olor familiar. Era similar a Illarion y sin embargo
totalmente diferente. No su hijo, sino un pariente.

Disolviendo las alas, Max se deslizó entre las sombras, atento a cualquier
señal de sus enemigos.

Esta era una guarida de dragones. Pero no cualquier guarida... Gruñendo,


miró por la ventana a las personas en el interior. Eran lobos y drakos. Dos grupos
que normalmente no se asociaban entre sí.

Aún más peculiar, estos hablaban un dialecto más antiguo que el inglés
medieval. ¿Mercian? ¿O saxon? Para saberlo necesitaba a Cadegan, a Illarion o a
Blaise. Eran especialistas en ese campo.

Cómo era…
Sólo podía recordar vagamente ese idioma y seleccionar algunas palabras
perdidas que no tenían sentido para él.

Tampoco le importaba. No estaba aquí por ellos y no se preocupaba por su


discusión. Cerrando los ojos, utilizó sus sentidos para afinar lo que le había llevado
a este oscuro lugar. Sintió la presencia de su hija primero.

Esa ira ardiente que era tan similar a la de su madre le hizo sonreír. Hasta que
entendió el origen de su furia y por qué era tan intensa en ese preciso momento.

Su vista se oscureció instantáneamente. Queriendo sangre, se dirigió


directamente hacia el templo más antiguo a unas cuantas yardas de distancia,
donde su hijo e hija estaban atrapados en un gran escenario que parecía haber sido
diseñado para juegos o eventos.

Eso por sí solo sería suficiente para enfurecerle. Pero lo que hizo hervir su
sangre fue lo que estaban haciendo allí. Los varones mayores luchaban contra su
hijo en una batalla sin reglas de juego de Prine para ver quién sería el primero en
dormir con su hija.
102
Con sólo un escudo y una espada, Haydn estaba sangrando y siendo
golpeado en el centro de la arena con una pierna enganchada a una gran cadena.
Aun así, no se daba por vencido o mostraba debilidad. Más bien, luchaba contra
ellos con la valentía de un gladiador.

Cuando uno de los hombres se apresuró hacia su hijo, Max casi cometió el
error de lanzarse al ataque para salvarlo. Pero estaba en una seria inferioridad
numérica.

Tampoco tenía que preocuparse.

Hadyn embistió al hijo de puta con el escudo, le tiró a la suciedad y le


apuñaló antes de girar y atrapar al siguiente que le atacaba por la espalda.
Seraphina había entrenado bien a su hijo. Luchaba como un campeón.

Aprovechando la distracción mientras Hadyn les hacía pedazos, Max se


movió rápidamente hacia su hija.

En el momento en que tocó sus manos, ella trató de luchar y atacar.

—Shh —le chistó al oído—. Estoy aquí para salvarlos.

Volvió la cabeza para mirarle por encima del hombro y sus ojos se
agrandaron como si le reconociera.

Max destrozó las cadenas que la sujetaban al poste de acero.

—¿Puedes montar? —susurró.


Con cuidado de no alertar a los otros de lo que Max estaba haciendo o de que
estaba allí, asintió en silencio mientras valientemente se quitaba la mordaza.

Él se tomó un momento para sostener su mejilla amoratada y admirar su


valor y belleza, mientras el amor, la alegría, la tristeza y el dolor le abrumaban. Era
de su carne y sangre. Su hija. Algo que nunca había pensado tener. Especialmente
una vez que había dejado atrás a Seraphina. Se había relegado a sí mismo a vivir su
vida en una completa soledad estéril.

Ahora, su hermosa hija estaba frente a él, una perfección aún no crecida. No
del todo una mujer, pero definitivamente no una niña.

Más que nada, quería abrazarla contra él y sostenerla durante el resto de su


vida. Mantenerla a salvo y atesorarla.

Si tan sólo tuviera más tiempo.

Pero aún tenía que salvar a su hijo. Besándola suavemente en la mejilla, se


volvió y tomó su forma de dragón.

—Sube, niña.
103
Cuando los demás gritaron y corrieron para ponerse a cubierto y coger las
armas ante su repentina aparición en medio de ellos, ella saltó a su cuello y se
sujetó con fuerza.

Max voló por su hijo.

Haydn se preparó para atacarle, hasta que vio a su hermana en la espalda.

—¡Está bien, Hade! Ha venido por nosotros.

Aun así, él vaciló mientras miraba a Max. No había miedo en sus ojos,
solamente una apreciación sana del tamaño y ferocidad de Max. Con una garra,
Max tiró de la estaca que sostenía al niño y bajó la cabeza para que Hadyn pudiera
reunirse con su hermana.

—No te preocupes. Los llevaré con su madre en pocos minutos.

Sin embargo, antes de que Max pudiera retirarse, los arcadios lanzaron una
andanada llena de flechas electrificadas sobre él con una locura frenética.

Bueno, mierda, esto es nuevo.

Y lo malo no era el dolor de las heridas de flecha. Tampoco que se sintieran


bien... particularmente. Eran las sacudidas de electricidad que enviaban a través de
su cuerpo que le obligaban a cambiar de dragón a humano y viceversa. Algo que
se sentía como el peor tipo de espasmos musculares imaginable.
Sus hijos rodaron al suelo y aterrizaron cerca de él, fuera de peligro. Max
tropezó lejos de ellos, aterrorizado de aplastarlos inadvertidamente mientras
cambiaba. Imagínate, nadie quería ser atrapado debajo de un dragón de nueve
toneladas. Los refuerzos que los osos habían hecho en las vigas del Santuario para
apoyar su peso eran materia de leyendas.

Los arcadios acometieron con ímpetu al ataque mientras estaba debilitado e


incapaz de luchar.

Echando la cabeza hacia atrás, Max gritó y llamó a cada pedacito de magia
que tenía.

Y con ella, envió a sus hijos al Santuario donde su madre estaba esperándoles.
Trató de seguirles, pero no tenía la fuerza suficiente para eso. ¡Maldición! La
electricidad era el verdadero punto débil de su especie. No sólo hacía estragos en
sus cuerpos físicos, sino que tampoco era la mejor amiga de su magia.

Ahora mismo…

Mataría por tres segundos de control. 104


Jadeando y débil, intentó encontrar refugio. O rodar sobre uno de esos
bastardos mutantes.

Fue inútil. Eran demasiado rápidos y corrían como las cucarachas que eran.

Apenas avanzó diez pies antes de que le tuvieran rodeado. Al menos veinte
dragones y lobos arcadianos estaban allí. Guerreros machos y hembras armados y
listos para matarle. O peor aún, derrumbarle.

Aun así, lucharía contra ellos hasta el final. Roció tanto fuego como pudo en
forma de dragón, pero eso rápidamente se esfumó cuando se volvió humano.

Se preparó para la batalla cuando uno de los Drakos que tenía pelo largo y
oscuro se le acercó. El hombre miró con odio a Max. El sentimiento es mutuo, perra.

Sin embargo, mientras intercambiaban desdén y burlas, había algo


extrañamente familiar en el Arcadiano. Max ladeó la cabeza, tratando de ubicarle.

—¿Me reconoces, dragón?

—No —mintió, porque no quería darle ningún tipo de satisfacción.

Con un grito furioso, él le dio un revés a Max.

—¡Mataste a mi abuelo! —Dando un paso atrás, hizo un gesto con la barbilla


a los demás reunidos a su alrededor—. Convoquen a mis primos. Díganles que
Damos por fin ha localizado al bastardo Dragonbane. ¡Esta noche nos vengaremos
de la línea de sangre Kattalakis! Y mañana iremos por sus hijos para terminar lo
que él comenzó. Santuario o no, ¡lo quemaremos hasta los cimientos!

105
9
Seraphina se volvió hacia el destello brillante, esperando encontrar a Maxis
allí. La repentina sorpresa de ver a sus hijos...

El alivio y el amor se desbordaron en su interior. Las lágrimas llenaron sus


ojos. Gritando en agradecimiento, corrió hacia ellos y les acogió en el abrazo más
apretado que pudo a pesar de que Hadyn soltó inmediatamente una protesta
verbal de que ella le estaba haciendo daño. Estaba tan sacudida que temía que sus
piernas no la sostuvieran. Si Hadyn no la hubiera sujetado contra su pecho, estaba
segura de que se habría arrugado a sus pies. Ni siquiera su condición desaliñada y
el hecho de que necesitaban un baño y ropa limpia les impedía ser lo más hermoso
que jamás había visto en su vida. 106
—Está bien, mamá —murmuró él mientras descansaba la barbilla en la parte
superior de su cabeza. Igual que su padre, era mucho más alto que ella—. Estamos
bien. Está todo bien.

Ella no iría tan lejos. Su pobre bebé estaba cubierto de sangre y moretones. Su
ropa de andar por casa rota y sucia. Y eso la hizo desear la garganta y el corazón de
todos los que se habían atrevido a tocarle. ¡Cómo se atrevían a ponerle las manos
encima a sus hijos!

Con la respiración entrecortada, ella se echó hacia atrás para examinar a


Edena. En las mismas condiciones que su hermano, su túnica y pantalones estaban
rotos y cubiertos de mugre y sangre. Seraphina sintió que se ponía pálida cuando
un terrible pensamiento cruzó su mente.

Edena tenía la edad de una dragoswan emparejada...

Voy a matarlos. Con mis propias manos, a todos y cada uno de ellos, y voy a clavar
sus cabezas en la pared… Con Santuario o no.

A la mierda la misericordia.

—Hadyn no dejó que me tocaran —le aseguró Edena rápidamente, como si


pudiera leer los pensamientos de su madre y supiera el origen de la furia de
Seraphina.

—Apenas. —Él se tambaleó hacia atrás y cayó sentado con las piernas
cruzadas en el suelo. Con fuerza.
Pasándose la mano por su pelo castaño corto, dejó escapar un suspiro
agotado y luego hizo una mueca al rozar sus nudillos contra la mejilla amoratada.
La miró con un gesto adorable que era idéntico a uno que Max había usado cuando
vivía con ella y ella solía confundirle con sus extrañas maneras „Amazonas‟.

—¿Dónde estamos?

Seraphina no respondió a la espinosa pregunta; pasó por encima de sus


piernas y miró a su alrededor, esperando que Maxis se uniera a ellos. Ya tendría
que haber vuelto.

¿Cómo de lejos estaba del Santuario? ¿Qué le estaba tomando tanto tiempo?

Algo asustada de apartarse de sus bebés otra vez, mantuvo la mano de Edena
en la suya.

—¿Dónde está su padre?

—¡Sabía que era él! —Edena golpeó a su hermano, quien hizo una mueca y la
empujó suavemente para que no le volviera a golpear—. ¡Te lo dije! 107
—No, no lo hiciste.

Haciendo caso omiso de su ira, Edena encontró la mirada de Seraphina con


tristeza en los ojos.

—Le atacaron y él nos envió aquí mientras luchaba contra ellos. No creo que
fuera capaz de seguirnos.

Blaise maldijo, causando que sus hijos se dieran cuenta de que había otras
personas en la habitación. Edena se retiró cuando Hadyn se puso en pie para
interponerse entre ellas y sus tíos.

Seraphina sonrió ante el dulce gesto protector que era tan similar a lo que
habría hecho Max. Aunque para ser honesta, no había mucho que el pobre chico
pudiera hacer ahora mismo en su condición herida, excepto caer y hacerlos
tropezar en su camino para atacarla. Pero Dios, le amaba por intentarlo.

Soltó a Edena para coger a Hadyn suavemente por la cintura y empujar su


enorme cuerpo de adolescente a un lado.

Acariciándole la espalda, le sonrió con orgullo para hacerle saber lo mucho


que apreciaba su dulce consideración.

—Edena, Hadyn... les presento a sus tíos. Blaise e Illarion.

—Hola. —Blaise hizo un gesto hacia la pared.


Desconcertado por eso, Hadyn les frunció el ceño a ella y a Edena.

Illarion los ignoró a todos.

Que se jodan las presentaciones. Tenemos que llegar a Max. ¿Dónde está?

El ceño de Hadyn se derritió en una máscara de shock.

—¿Alguien más piensa que es extraño que un tío no pueda ver y el otro no
pueda hablar? ¿Hay una razón para eso?

Blaise le lanzó una sacudida que le hizo soltar un aullido.

—Cuidado, mequetrefe. No necesito ver en esta forma para darte una patada
en el trasero. En cuanto a la voz, a Illarion le cortaron las cuerdas vocales los
humanos idiotas que intentaron impedir que respirara fuego cuando era un niño.
Alégrate de que no te pusieran las manos encima.

Él de inmediato bajó la cabeza.

—Lo siento. No fue mi intención ofenderlos a ninguno de los dos. Soy un 108
idiota insensible que no siempre consulta a su cerebro antes de abrir la boca, sobre
todo cuando estoy herido. Si te hace sentir mejor, en las últimas veinticuatro horas,
tuve a tres demonios intentando comerme para la cena, una docena de arcadios
sacándome la mierda a golpes y a mi hermana haciendo sangrar mis oídos con sus
gritos. Es bastante seguro que perdí algo de testosterona en el camino. Y
definitivamente perdí una mierda de toneladas de orgullo y dignidad.

—¡Hadyn! ¡Cuida tu boca!

—Lo siento, mamá.

Sacudiendo la cabeza, Seraphina se alejó para coger la espada de batalla de


Maxis de la percha que la aseguraba a la pared cerca de la puerta. Cuando empezó
a irse, Illarion la atrapó. ¿Qué estás haciendo?

—Blaise y tú cuiden a los niños. Yo voy a por Maxis.

—Esa sería una profundamente mala idea.

Seraphina miró por encima del hombro para ver a Fang de pie en la puerta ya
abierta.

—¿Perdón?

Él se hizo a un lado para mostrar al alto Centinela Arcadiano de pelo oscuro


que estaba detrás de él. Sólo que este no era su hermano Vane. Era otro Drakos.
Uno que nunca había visto antes. Vestido con una cota de malla medieval y
sobrevesta amarilla, y con el pelo recogido en una cola de caballo, tenía el aura de
refinamiento real y feroz de un guerrero arrogante. Aunque la mayoría de los
Centinelas optaban por ocultar sus marcas faciales con magia, las suyas eran más
que evidentes.

Fang les presentó.

—Seraphina Drago, este es Sebastian Kattalakis, Príncipe de Arcadia.

Su mandíbula se aflojó al darse cuenta de que se trataba de uno de los


príncipes reales. Un descendiente directo de Lycaon, el rey de Arcadia que había
creado su raza.

Pero antes de que pudiera inclinarse ante él, Illarion resopló con desdén.

¿Qué mierda, Fang? Tú también eres un Kattalakis.

Sebastian arqueó una arrogante ceja por su grosería.

—Sí, pero mi abuelo era el hijo del rey. El heredero original nacido de la reina 109
apolita, Mysene.

Bueno la-di-da, Sr. Pantalones Lujosos. ¿Acaso no eres especial? ¿Quieres una
galleta de héroe por el título?

Blaise fingió un ataque de tos.

—Discúlpenme. Estoy teniendo un raro flashback Kerrigan. ¿Debería irme


antes de que las cosas mortales comiencen a volar?

No, soy yo el que se va. Mi hermano me necesita y el aire aquí de repente es rancio.

—¡Espera! —ordenó Sebastian en un tono que dejó a Illarion con una


expresión agria en su hermoso rostro. Una que decía que Sebastian estaba a punto
de sufrir.

O pasar el resto de la noche en un pabellón de quemados.

—Vine aquí para advertir a Fang sobre lo que estaba sucediendo. Hace unos
minutos, recibí una citación de mi primo para asistir a un linchamiento porque el
Dragonbane ha sido capturado.

Seraphina se quedó sin aliento ante sus palabras.

¿Por qué has venido aquí?

Sebastian se encogió de hombros ante la pregunta beligerante de Illarion.


—Pensé que podrían querer avisar a Savitar para detenerlo. Como limani,
Fang tiene la capacidad de comunicarse con él. Yo no. Y habiendo sido linchado yo
mismo, no apruebo que se le haga a otro. Nunca. Encuentro la práctica de mal
gusto y por debajo de nuestra especie.

Seraphina no podía estar más de acuerdo.

Illarion miró a cada uno de ellos a su vez.

¿Qué han hecho? ¿Repartir anuncios? Durante miles de años, Max permaneció
oculto y a salvo. Dirigió esa mirada hostil hacia ella. Volviste a su vida por cinco
minutos y todo se está desmoronando. Ahora todo el mundo sabe quién es y todos están
atacándole. ¿Por qué tienes que arruinar su vida cada vez que te acercas?

—¡Eso no es justo!

¡No, no lo es! Él nunca te hizo nada, excepto tratar de protegerte. Desearía que le
hicieras un favor y salieras de su vida antes de que le mates.

Blaise se quedó sin aliento.


110
—Illarion...

No lo hagas, hermano. Sólo digo la verdad. Todos lo pensamos. Yo sólo lo he dicho.


Estoy harto de ver a mi hermano sangrar por ella.

Seraphina dio un paso hacia él, con la intención de hacerle comer esas
palabras, pero antes de que pudiera, un fuerte golpe sonó al otro lado de las
cortinas.

Todos se congelaron.

Se giraron al unísono hacia el roce inesperado. Un suspiro exasperado fue


interrumpido por las cortinas que se separaron sólo lo suficiente para lanzar un
objeto redondo entre ellas. Rodó a través del cuarto y aterrizó con otro golpe
húmedo y blando en el suelo antes de seguir rodando unos cuantos pies.

Edena gritó y bailó detrás de su hermano cuando el objeto se posó cerca de


ella y resultó ser una cabeza humana sin cuerpo.

Un instante después, una enorme y espinosa cabeza de dragón se asomó


entre las cortinas para ofrecer una sonrisa de medio lado.

—Lo siento, amor. No me di cuenta de que había más gente.

Seraphina se quedó boquiabierta al ver a Maxis tendido como si nada inusual


hubiera ocurrido.

Él arqueó una ceja de dragón hacia Sebastian.


—Espero que no sea amigo tuyo. Y si lo es, mierda dura. Es un imbécil.
¿Alguien tiene hilo dental extra grande? Tengo un trozo de cazador de dragones
Arcadiano atascado entre mis dientes. Y esas cosas saben fatal. E Illarion, te
equivocas. No saben a pollo. Es más como a trasero podrido de tres días.

Blaise y Fang se echaron a reír. Sebastian pareció ofendido. Hadyn y Edena se


quedaron boquiabiertos.

—Si yo dijera eso, nunca más saldría de mi cuarto —murmuró Hadyn a su


hermana.

—Sí, exactamente. Y no lo olvides. —Sacudiendo la cabeza, Seraphina cerró la


distancia entre ellos para poder comprobar a Max y asegurarse de que estaba bien.

Que ella no estaba alucinando su repentina aparición.

Max no se movió mientras veía a su Dragonswan caminar hacia él con un


paso lento. Esperaba que le condenara como estaba seguro de que lo haría por
haber matado a uno de los suyos.

¿Pero honestamente? Estaba demasiado cansado y demasiado herido para


111
que le importara. Dejen que lo odie. El hijo de puta se lo merecía. Habían tratado
de pincharlo.

La próxima vez, deberían llevar más hombres. Y lanzas más grandes. Y


marinarse a ellos mismos con un poco de salsa de soja.

Gah, ¿qué tipo de dieta meada comían estos desgraciados? ¿Carne de gato
podrida? ¿Vino de col?

Sin embargo, en lugar de condenarle, ella se dejó caer de rodillas delante de


su rostro y se apoyó contra su hocico. Y cuando se lanzó llorando para abrazarle,
no estaba muy seguro de qué pensar ni qué hacer. Fue tan inesperado que por
unos instantes, estaba bastante seguro de que estaba soñando.

O muerto.

—¿Sera? —dijo con los dientes apretados. Tal y como le abrazaba, no podía
abrir la boca sin hacerle daño.

Aun así ella no se movió. Se aferró a él con un agarre de hierro mientras sus
lágrimas calientes caían sobre sus escamas. Preocupado y mucho más excitado de
lo que debía ser capaz con todo lo que le dolía, se obligó a regresar a su cuerpo
humano para poder abrazarla sin herirla. Se encargó de conjurar un jersey y unos
vaqueros sobre sí mismo para que sus hijos y sus hermanos no vieran su cicatriz.

Le apartó el pelo de las mejillas húmedas.


—¿Qué pasa, Seramia? —preguntó con el cariñoso apelativo que le había
dado hacía mucho tiempo.

Ella estaba tan disgustada que no podía hablar. En cambio, se levantó sobre
sus rodillas, envolvió su cuerpo alrededor de él y le mantuvo en un fuerte abrazo
con la mejilla apretada contra su corazón. Tenía un brazo envuelto alrededor de su
cuello y el otro bajo su brazo, y se agarraba las manos detrás de la espalda con
tanta fuerza que no estaba seguro de que fuera a dejarle ir alguna vez.

Completamente desconcertado, encontró la mirada de Illarion por encima de


su hombro.

¿Ayuda?

Por primera vez, Illarion la miró con algo que no era odio irracional. Si Max
no lo hubiera sabido, pensaría que su hermano finalmente aprobaba a su
dragonswan.

Sólo abrázala, Max. Necesita saber que realmente estás aquí y entero. Las mujeres son
así a veces. 112
Después de haber estado acoplado a una hembra humana que le amaba,
Illarion lo sabía mejor que él. Pero Max no estaba tan seguro de estar entero. Le
dolía todo tanto que apenas podía tomar una respiración profunda. Y estar en un
cuerpo humano era un tipo de infierno especial.

Sin mencionar…

—Fang, no pasará mucho tiempo antes de que los arcadios me rastreen aquí y
te exijan que me entregues. —Como el Dragonbane, las leyes del Santuario no se
aplicaban a él. Era la única criatura a la que legalmente podían negar refugio. Los
propietarios tenían todo el derecho a echarle.

Y su experiencia personal decía que nadie quería ese tipo de miseria, y


definitivamente no les culparía por no querer ir en contra de otra patria para
cobijarle. Sobre todo porque él no era familia.

Después de haber vivido aquí por más de dos siglos, no podía pedir a los
Peltier que fueran a la guerra por él. Ya habían perdido suficiente en esta locura de
Katagarias contra Arcadianos.

—Si protegen a mi familia por mí, que son inocentes en todo esto, me
aseguraré de alejarles de su hogar. Sólo necesito un minuto para recuperar el
aliento y recoger un par de cosas. Te prometo que no voy a dejar que el Santuario
quede en el fuego cruzado de mi desastre.

Resoplando, Fang metió las manos en los bolsillos traseros.


—Muchacho, no te atrevas a insultarme con esa mierda. Pueden besar mi
trasero de lobo peludo, que es exactamente lo que Aimee desollaría vivo si me
atreviera a dejar que te llevaran. Yo no renuncio a la familia. —Hizo una pausa—.
Bueno, podrían quedarse con Fury. No estoy tan apegado a él. Pero sólo lo
tendrían el tiempo que tardara en abrir la boca, y luego lanzarían su trasero de
vuelta con una catapulta. Tiene esa extraña particularidad de boomerang.

Max se rió ante su tono hosco, sabiendo que era pura bravuconería. Fang
mataría por su hermano.

—No quieres este tipo de calor. Confía en mí.

Fang echó un vistazo a los otros dragones en la sala.

—Eres uno de los primeros residentes que los Peltier aceptaron cuando se
mudaron aquí. Cuando Eli y su manada usaron a su bruja para prender fuego la
barra, fuiste tú el que salvó a Aimee, Dev y Cherif de ser quemados vivos. Y tú eres
la única razón por la que el fuego no se extendió a la Casa Peltier y atrapó a los
otros que estaban durmiendo allí, incluyendo a un Dark-Hunter que hubiera
quedado atrapado en el interior por la luz del día. También conozco las historias. 113
Hermano, no hay ni un cambiaformas en este sitio que no querría luchar por ti.
Ahora no sé qué es lo que ocurrió para que te marcaran y de hecho no me
importa... Lo único que sé es quien eres tú. Y si lo mataste, se lo merecía. Así que
eres libre de quedarte. Si son lo suficientemente tonto como para atacarnos,
conozco a un bar lleno de Carontes hambrientos en el Distrito de Almacenes a los
que les encantaría masticar carne de dragón. —Miró la cabeza en el suelo—. Y a
diferencia de ti, no les importa si sabe a pollo o no. —Entonces se rascó la
barbilla—. Vas a recoger eso, ¿verdad? Porque no quiero tener que dar
explicaciones.

Frotándose la frente, Sebastian dejó escapar un lento suspiro.

—Espero que sepas lo que estás haciendo, lobo.

Fang arqueó una ceja.

—¿Siquiera me conoces? Por supuesto no tengo idea de lo que estoy


haciendo.

Ignorando el comentario hosco de Fang, Max se levantó para enfrentar a


Sebastian.

—Ve a tu Regis y dile que llamo a los miserables que cogieron y apresaron a
mis dragonets. ¿Quieren al Dragonbane? Yo quiero sus gargantas. Un combate
justo. En el círculo.

—¡No! —exclamó Seraphina.


—¿No? —Max arqueó una ceja.

—Quiero matarlos yo.

Él le sonrió. Esa era su dragonswan. Feroz hasta el final.

—Demasiado tarde. Yo pedí el desafío primero.

—Yo les di a luz. Debería tener el honor de vengarles.

—Y en caso de que esto vaya mal, prefiero que pierdan a la figura paternal
que no conocen que a la que sí conocen y con la que están más unidos.

—Yo prefiero no perder a ninguno —dijo Edena—. Sin ofender.

Hadyn asintió.

—Estoy de acuerdo con los niños. —Blaise sonrió.

Ignorando el comentario, Sebastian encontró la mirada de Fang.

—Si quieres que emita el reto, lo haré. Pero vigila tu espalda. Tengo un mal 114
presentimiento sobre todo esto.

Fang suspiró.

—Lo haremos. Dale a Channon un beso de mi parte.

Sebastian inclinó la cabeza hacia ellos antes de desaparecer.

—¿Channon? —preguntó Seraphina.

—Su compañera. —Fang señaló la sangre en el cuerpo de Max—. ¿Necesitas


que llame a Carson?

Max sacudió la cabeza.

—Sólo necesito descansar. Estaré bien. —Miró a Hadyn—. ¿Y tú, niño?

Hadyn miró a su madre y se mordió el labio.

—¿Estás bien, Matera?

—¿A qué te refieres?

—¿Acerca de nuestro padre?

Ella frunció el ceño, todavía no muy segura de qué estaba hablando.

Edena dio un paso adelante para colocar una mano en su hombro.


—Díselo, Hadyn. Es la hora.

Asintiendo, se inclinó hacia adelante a cuatro patas mientras Edena


retrocedía para darle mucho espacio. Un segundo después, Hadyn surgió en una
forma de dragón que era casi indistinguible de la de Maxis.

Con un profundo gemido de alivio, rodó sobre su espalda y dejó que su


lengua colgara fuera de su boca.

—Gracias a los dioses. Necesitaba esto. —Jadeó y gimió su miseria—. ¡Ah,


gah, era tan difícil mantenerse humano! —Su cola se agitaba como la de un perrito
feliz.

Seraphina no estaba segura de qué hacer con él o sus comentarios.

—¿Hadyn?

Riéndose de su angustia, Edena se adelantó para frotar su vientre.

—Está bien, mamá. Es sólo un bebé grande.


115
—Bebé mi trasero. ¡Esa mierda duele!

—¡Hadyn!

—Lo siento, Matera. ¡Fue brutal! —Él cubrió su hocico con una garra.

Aturdida, Seraphina trató de darle sentido a eso.

—¿Me estás diciendo que eres Katagaria?

Todos se paralizaron. Como si cada uno de ellos esperara con gran


expectación su respuesta y su reacción.

—Sí —rechinó.

Seraphina se estremeció ante la duda subyacente en la voz de su hijo.

—Oh, Hadyn. —Ahogada en lágrimas, se acercó a él y le acarició el hocico


como había hecho con Maxis antes—. ¡Precioso! ¿Cómo pudiste pensar por un
momento que no te querría por eso?

—Oh, no lo sé. ¿El hecho de que eres una cazadora de dragones que lleva
botas hechas con las pieles de los dragones que has matado?

—De tal palo, tal astilla. —Ella sostuvo su mano hacia Maxis mientras
acariciaba la mejilla con escamas a su hijo—. No me importa qué forma tengas,
muchacho. Sigues siendo el bebé que llevé dentro de mí. El ángel al que he
cuidado y protegido. ¿Cómo pudiste pensar por un segundo que alguna vez
podría odiarte por algo que no puedes evitar?

Edena golpeó su estómago.

—Te lo dije.

Hadyn le devolvió el golpe con su cola.

—¡Mamá!

—Hadyn, deja de golpear a tu hermana con la cola.

—Ella empezó.

Seraphina se volvió hacia Maxis.

—¿Puedes hacer algo?

—¿Cómo qué?

—¿Hablarles? ¿Qué hacías cuando tus hermanos se peleaban? 116


Se encogió de hombros.

—Dejarles. Por lo general, se detenían una vez que prácticamente se


desangraban.

Hadyn se rió. Edena se veía horrorizada.

Riendo, Max pasó junto a Sera para finalmente poder echarles un vistazo a
sus hijos. Era un sentimiento tan extraño estar con desconocidos que eran suyos.
Sin embargo, una parte de él lo sabía. Podía sentirlo.

—¿Puedo abrazarte? —preguntó Edena.

Las lágrimas brillaban en sus ojos antes de que ella se arrojara contra él.
Hadyn volvió a ser humano para poder lanzarse contra la espalda de Max y unirse
a ellos.

Seraphina no podía respirar mientras los observaba. En ese momento,


realmente se odiaba por lo que había hecho. Las lágrimas nublaron su visión
cuando vio a sus hijos con el padre que nunca debería haber sido un extraño para
ellos.

Como si sintiera su tristeza, Maxis extendió la mano hacia ella y la tomó en


sus brazos. Ella tomó su mano y les permitió tragarla en su capullo.
Hasta que Hadyn protestó por sus costillas magulladas. Dando un paso atrás,
volvió a ser un dragón.

Maxis le sonrió a Edena, entonces a Hadyn, antes de volverse hacia Blaise.

—¿Puedo pedirte un favor?

—Claro.

—Los gallu no van a parar y tampoco las dos manadas que vienen por mí. Es
una venganza de sangre de siglos de antigüedad. Necesito que mis hijos estén
donde no puedan llegar a ellos.

—¿Quieres que les lleve a Avalon?

—Por favor. Es el único lugar que conozco que está fuera de su alcance.

Hadyn y Edena protestaron inmediatamente.

Seraphina también quería discutir, pero sabía que Maxis tenía razón. Esta era
la única manera de mantenerlos a salvo. Ya habían sido castigados por los dioses 117
por sus acciones. No les quería de nuevo en la línea de fuego.

—Tiene razón. Es sólo por unos días. Lo prometo. Vayan con su tío y nos
pondremos en contacto muy pronto.

Cuando Blaise empezó a irse, Max le detuvo.

—Dile a Merlín que no se preocupe. No he olvidado mi juramento o mis


deberes. En caso de que caiga, la tutela se destinará a Falcyn y luego a ti.

Él arqueó una ceja.

—¿Pero no a Hadyn?

Max sacudió la cabeza.

—Nunca le haría eso. La maldición que conlleva es demasiado fuerte.

—Así que nos la das a nosotros. Gracias, hermano.

Max se rió.

—Es mi venganza por todos los años de infierno que me has dado.

Blaise se puso serio.

—Se lo diré. Ten cuidado.

—Y ustedes. —Besó la mejilla de Edena y abrazó a Hadyn una vez más.


Seraphina necesitó más tiempo para decir adiós. A excepción de cuando Nala
se los había llevado, nunca habían estado separados.

—Iré por ustedes muy pronto. Los quiero.

—Te quiero. —Edena la besó en la mejilla.

Hadyn la abrazó y la besó.

—Te quiero, Matera.

—Te quiero. Protege a tu hermana.

—Lo haré. —Y luego se fueron.

A solas con Maxis e Illarion, Seraphina se sintió extrañamente vacía. Había


sido madre durante tanto tiempo que había olvidado lo que era estar sola. No tener
que mirar por encima del hombro para asegurarse de que sus hijos no se quedaran
atrás y mantuvieran el ritmo.

Ahora… 118
—Tenemos que prepararnos para la guerra.

Maxis asintió.

Illarion se acercó a la cabeza sin cuerpo.

Yo me encargo de esto. La envolvió en una camiseta. Sus ojos tristes se


encontraron con los de Maxis. Siento mucho haberte arrastrado a esto. Luego miró a
Seraphina. Y siento haber sido tan grosero contigo todo el tiempo que has estado aquí. En
realidad fui yo quién le jodió la vida a mi hermano y lo arruinó, no tú, mi señora. Fui yo. Y
juro que no voy a atacarte con mi odio hacia mí mismo nunca más. Por favor, perdóname.
10
Max agarró el brazo de Illarion cuando se giró para irse.

—No tienes nada por lo que pedir disculpas en lo que a mí se refiere. —Él
esbozó una sonrisa reprendiendo—. Dicho esto, podrías haber sido un poco más
amable con mi Dragonswan.

La atormentadora agonía en la mirada de Illarion fue abrasadora.

¿Cómo puedes no odiarme? ¿O por lo menos, culparme o maldecirme por lo que te


hice?

Max hundió la mano en el pelo largo de Illarion y clavó la mirada en la suya


para que pudiera ver la sinceridad de su corazón.
119
—¿Mi vida sin ti habría sido mejor? ¿En serio? Vamos a decir que nada de
esto hubiera pasado. Recuerdo cuando éramos unos drakomas completos de
sangre caliente. ¿Dónde estaría ahora? ¿En una cueva en algún lugar solo como tú
lo estabas, permaneciendo en Avalon? Tienes razón, Illy. Eres un jodido hijo de
puta fuera de serie que me salvó de ese horrible destino. Debería salir contigo ahora
mismo y sacarte la mierda a golpes por lo que me hiciste.

Illarion resopló.

Te odio.

Sonriendo, aumentó la presión en el pelo de su hermano antes de soltarlo.

—Yo también te odio.

Entonces Illarion hizo la única cosa que no había hecho desde que era un
pequeño dragonet. Metió a Max en un fuerte abrazo y le mantuvo allí. Cuando por
fin dio un paso atrás, se negó a mirarle a los ojos, como si la acción le avergonzara
demasiado como para reconocerla.

Voy a comprobar a los demás. Estoy seguro de que podrían aprovechar el momento
para recuperar el aliento, y decidir qué hacer con la tribu de ella y los demonios que quieren
reclamarte.

—Gracias.
Illarion inclinó la cabeza hacia él y se fue.

De pronto a solas con Seraphina, Max se dio la vuelta, sin saber qué decir.
Ella había volado de vuelta en su vida como un torbellino invisible y traído todo
tipo de devastación y revelaciones a su estela. Era casi tan rápido y sorprendente
como el inesperado regreso de Illarion después de siglos de ausencia.
Honestamente, los dos le habían dejado tambaleándose y sintiéndose
desequilibrado y mareado.

Mientras que el regreso de Illarion había requerido que reorientara sus


arreglos de vivienda —se había visto obligado a aprender a compartir su espacio
en el ático con otro dragón— esto...

Esto lo cambiaba todo. El hecho de que fuera padre había redefinido


completamente quién y qué era, así como sus lealtades y responsabilidades.

Ahora tenía una familia.

Su primera prioridad ya no era proteger a los miembros de la familia Peltier y


el Sa'l Sangue Realle. Era proteger a su propia progenie y asegurarse de que vivían. 120
Nunca antes se había arrepentido de ser marcado como el Dragonbane. Ni
siquiera había intentado defenderse durante el juicio.

Ahora…

Su familia necesitaba que no fuera eternamente cazado. Por primera vez en la


historia, lamentaba lo ocurrido hacía tanto tiempo y la decisión de desperdiciar su
vida. Lo que le había parecido una solución simple entonces, ahora tendría
imprevistas consecuencias letales.

¿Cómo puedo arreglarlo?

No tenía ni idea.

Seraphina se acercó a Max lentamente, insegura por su estado de ánimo


repentinamente sombrío. Qué decirle para consolarle. Había un aire peculiar en él
que ella no podía distinguir. Pero una cosa era obvia...

—Estás sangrando. —Le tomó del brazo para llevarlo de vuelta a su... bueno,
dudó en llamar cama a la paja extendida en el suelo. Cualquier otra cosa podría
hacerle sentir insultado—. Hay que limpiarte las heridas antes de que se infecten.

—Sanarán.

Ella quiso discutir, pero él sabía más que ella. Sin embargo...

—Me sentiría mejor si me permites atenderlas.


Finalmente, su mirada se suavizó. Un poco de su rigidez abandonó sus
miembros.

Ella pasó la mano por la mancha de sangre en su camisa y le frunció el ceño.

—¿Cómo eres capaz de mantener tu forma humana y estar tan herido?

Se encogió de hombros.

—Soy una bestia diferente. Con la excepción de Illarion y yo, los otros a los
que cogieron para crear a los Were-Hunters eran todos Draconi, más pequeños,
más animales en la naturaleza que sus primos drakomai grandes. También
carecían de las mismas habilidades mágicas y paranormales.

—¿Cómo es que un dios no supo la diferencia?

—No creo que le importara. O tal vez sí lo hizo y estaba probando con
diferentes razas Drako para ver cuál de ellas combinaría mejor con el ADN Apolita
antes de mezclar nuestra sangre con el hijo de Lycaon. —Suspiró—. Al final,
¿realmente importa? 121
En realidad no. Con su corazón dolorido por lo que le habían hecho a él y a
su hermano, le sacó la camisa por la cabeza para examinar las heridas de su cuerpo
humano. Heridas que ella sabía que probablemente eran más profundas en su
forma de dragón, aún ocultas por su magia —como solía hacer con su marca. Él
debió haber luchado ferozmente por sus hijos. Pero claro, eso era lo que mejor
sabía hacer. Luchar y sangrar para proteger.

—¿Cómo conseguiste volver?

—Luché.

Reprimiendo una sonrisa ante su confirmación verbal de sus pensamientos,


trazó las crestas de su duro abdomen. Su cuerpo había sido siempre mejor que el
de cualquier hombre. Generosamente salpicado con dorado bello oscuro, ese
cuerpo la había tentado y complacido hasta el borde de la locura. En una ocasión se
había pasado horas rastrillando las uñas sobre los picos y valles de su desgarrador
pecho y sus poderosas piernas. El príncipe griego con el que había sido fusionado
debió de ser bastante espectacular. No era de extrañar que Lycaon decidiera con
tantas ganas salvar la vida de su hijo.

Maxis le cogió la mano entre las suyas.

—¿Por qué me tocas cuando sé lo mucho que te disgusta mi raza?

Esas sinceras palabras la estrangularon.

—Nunca me disgustaste, Maxis. Sólo me asustabas.


—¿Asustarte?

Ella asintió al confesar el secreto que siempre le había ocultado. Ya era hora
de decirle la verdad. De dejarle ver su corazón y sus verdaderos miedos. Por qué
se había apartado de él cuando debería haber abrazado todas las partes de su señor
dragón.

—He luchado con suficientes dragones para saber lo poderoso que eres en
realidad, a pesar de que intentas ocultarlo. El mismo aire que te rodea chisporrotea
con tu energía. Como ya he dicho, el que puedas mantener tu cuerpo alternativo,
con ese horrible dolor... Nadie más puede hacer eso.

—Esa no es razón para temerme.

Ella dejó escapar una nerviosa risa contradictoria.

—Es toda razón para temerte. Eres el Dragonbane. El que derramó la primera
sangre sin razón.

Él se echó hacia atrás como si lo hubiera abofeteado. 122


—¿Así que es eso, entonces? Me juzgas sin saber. ¿Has visto mi corazón y
sigues ciega a él?

—No, ahora tú eres quien está siendo injusto.

—¿Cómo lo sabes?

—Si no me importara, ¿crees que habría llevado a tus niños sin saber si eran
humanos o dragones? Cada día del embarazo, estuve aterrorizada de lo que saldría
de mí.

Él resopló con desdén.

—Porque temías no ser capaz de amar a un verdadero dragonet nacido.

Las lágrimas nublaron su visión mientras contaba su vergüenza eterna en voz


alta.

—En parte. No te equivocas. Tenía miedo de eso. Pero cada vez que pensaba
en deshacerme de ellos, no podía. Porque recordaba cómo me sostenías, me
protegías. Cómo aguantaste el maltrato de mi tribu en silencio para no herir mis
sentimientos, y eso me hizo decidir mantener esa parte de ti, sin importar qué.

—¿Lo veías?

Ella asintió.

—Y me odio por no decir nada.


En ese momento, al mirarlo a los ojos, vio el mismo doloroso recuerdo que
aún la perseguía.

Seraphina acababa de regresar de una misión particularmente peligrosa.


Como habían estado al borde de la guerra con otra tribu amazónica, Nala se había
quedado con un contingente de guerreras para defender el pueblo por si eran
atacados, y envió a Seraphina a dirigir sus fuerzas contra los dragones que habían
visto.

Exhausta y herida después de perder a la mitad de su partida de caza por los


Katagaria, Seraphina no había hecho otra cosa que soñar con volver a casa y
dormir durante horas. De acurrucarse junto al cálido cuerpo de Maxis y que él la
sostuviera hasta que olvidara los rancios olores de la batalla.

Sin embargo, Nala había emitido una convocatoria inmediata para una
audiencia a su regreso.

Recién salida de la matanza, Seraphina había ido a su reina e inclinado


profundamente, pensando que el asunto tenía que ver con su caza o con la
amenaza de invasión de las amazonas. 123
No pudo haber estado más equivocada.

Nala se había levantado de su trono, algo que nunca era una buena señal.

—Hemos terminado con esa cosa que has arrastrado a nuestro pueblo y nos
has obligado a tolerar desde hace años para tener un compañero de juegos.

—¿Disculpa?

—¡Tu rabioso compañero! ¡Me atacó!

Seraphina se había quedado boquiabierta.

—Disculpa, ¿qué?

Nala señaló los restos de una profunda contusión color púrpura en su brazo.

—Tu animal me atacó. Sin provocación. Es desobediente. Irrespetuoso...


¡Peligroso! ¿Y si hubiera atacado a uno de los niños? ¿O a la pareja de otra persona
que no podía protegerse a sí mismo?

—Basilinna, por favor. Estoy segura de que…

—¡No! No más excusas. Es un animal salvaje que has dejado sin vigilancia
caminando entre nosotros sin ningún tipo de reglas o límites. Nosotras, yo, no
podemos permitir que siga libre, sin marcar. No después de esto. Ha llegado el
momento de que elijas, o tus hermanas o tu bestia. ¡No voy a excusar esto! —Ella
hizo un gesto a su brazo lesionado.

—¿Estoy siendo expulsada?

—No. Debes someterlo a una desgarradora. Sólo entonces podré permitir que
se quede en nuestro pueblo, pero sólo mientras lo tengas encadenado como el
animal salvaje que es. Si no estás de acuerdo, lo ejecutaré.

Aterrorizada, Seraphina había tragado saliva audiblemente. Maxis no


toleraría que le mantuviesen encadenado. Y ella no podía culparle.

Nala lanzó un collar a sus manos.

—Tráemelo dentro de una hora para su castigo o enviaré a una tessera a por
su cabeza.

Con manos temblorosas, cogió el collar y lo metió en su bolso. Una parte de


ella quería rogar desesperadamente para que Nala cambiara de opinión. Pero sabía
que sería inútil. Nala estaba demasiado enfadada. 124
Y ella era reina. Su palabra era la ley por la que todos ellos vivían y morían.

Incapaz de luchar contra la orden de Nala, Seraphina se había dirigido a su


tienda, donde encontró a Maxis esperando con su exiguo puñado de ropa ya
empaquetado.

En el instante en que vio su rostro, él se había estremecido visiblemente.

—Supongo que lo has oído.

—¿Que magullaste a mi Basilinna? ¡Por supuesto! ¿En qué estabas pensando?


—Ella nunca olvidaría la expresión de su cara. Se había atrevido a actuar como si
ella lo hubiera abofeteado por alguna razón. Y eso sólo la hizo enojarse.

—Iba a mudarme a mi cueva, pero no quería hacerlo hasta tu regreso. Me


parecía descortés no decir adiós y avisarte a dónde iba. Sé lo preocupada que te
pones cuando no sabes dónde estoy. Ahora que estás de vuelta... Creo que es lo
mejor. Nadie más aquí sabe dónde está.

—¿Eso es todo, entonces? ¿Esa es su solución? ¿Por lo menos no vas a pedir


disculpas?

Sorpresa total llenó sus ojos y expresión.

—¿Por qué?
—¿Por avergonzarme? ¿Por asaltar a la líder de mi tribu? ¿Algo de eso te
suena familiar?

Con el ceño fruncido, él la miró.

—Te pedí que te fueras conmigo.

—¿Esa es tu respuesta? No abandonaré mis deberes y a mi tribu por ti, a tus


órdenes, por lo que ¿está bien que los ataques cada vez que me vaya?

—Yo no he dicho eso.

Furiosa, ella vio como él tomaba su mochila y la echaba sobre su espalda,


luego su espada y capa de piel. Un tic furioso había latido en su mandíbula, como
si él tuviera algún derecho a estar enojado después de lo que le había hecho a los
dos. Tenían suerte que Nala no estuviera reclamando la vida de ambos.

—Voy a estar en la cueva cada vez que tengas antojos por mí.

Cuando empezó a alejarse, ella lo había tomado de su brazo para detenerlo.


125
—Espera, Maxis.

Él hizo una pausa para mirarla con una expresión de esperanza que se había
derretido rápidamente a triste resignación al darse cuenta de que ella no iba a
impedirle irse.

Suspirando, él se inclinó para besarla en la mejilla.

Y tan pronto como estuvo a punto de besarla, ella colocó el collar alrededor
de su cuello y lo encendió.

La respiración de él se había vuelto desigual al instante mientras dejaba caer


todo lo que tenía y trataba de quitárselo. Dado que nunca había usado un collar,
ella no había sabido que iba a ser doloroso. Pero cuando él se puso de rodillas,
jadeando y desesperado por eliminarlo, ella se dio cuenta de que no estaba
prohibiendo su magia. Lo estaba lastimando.

—¿Qué has hecho? —Su tono había estado lleno con absoluta agonía.

—Nala ha exigido una desgarradora. Es hora de que aprendas tu lugar.

Con ojos muy abiertos, él la había mirado con tal furia que ella realmente
había dado un paso atrás por miedo.

—No hagas esto, Sera. No voy a perdonártelo.


—Es demasiado tarde para eso. No tengo otra opción. —Agarrando el collar,
ella trató de arrastrarlo a la tienda de Nala. Entonces rápidamente aprendió cuán
pesado era su obstinado peso inerte.

Sin otra opción, lo había dejado en su tienda para decirle a Nala que lo había
atrapado. Y mientras se alejaba, sus maldiciones hacia ella sonaron en sus oídos.

—¡Haz esto, Sera, y voy a dejarte para siempre! ¡Te prometo que no voy a
aceptar esto sin protestar! Te arrepentirás de lo que has hecho. ¡Lo que les
permitirás hacerme!

En retrospectiva, ella ni siquiera estaba segura de por qué lo había hecho.


Nala nunca había sido tan buena con ella. Podía culpar a la humillación de ser
llamada ante su reina a su llegada. Especialmente teniendo en cuenta el número de
veces que le había dicho a Maxis que se mantuviera alejado de los demás. Que le
había ordenado retirarse. Con su agotamiento a su regreso...

Un millar de cosas eran excusas estúpidas y pobres.

Lo único que realmente podía decir en su defensa era que no había tenido 126
idea de cuán brutal podrían ser para él. Normalmente, una desgarradora era unos
pocos latigazos, no más de diez por mal comportamiento a un compañero, unos
días en el pozo y un par de semanas más de rechazo.

Luego todo volvía la normalidad. Puesto que ya rechazaban a Maxis, y él era


más fuerte que la mayoría, ella no había pensado mucho en él siendo castigado,
aparte de que sería para apaciguar a Nala y evitar que más acción fuera tomada en
contra de Maxis.

Sin embargo, en el instante en que ella le dijo a Nala que estaba con el collar y
esperando, Nala había llevado a la mitad de la aldea para arrastrarlo y que
pudieran atacarlo como si él fuera el único responsable de todos los males que un
Katagaria había hecho a un Arcadiano. La salvaje alegría en sus ojos mientras
dejaban caer una ira inimaginable en su cuerpo todavía la hacía estremecerse.

Cuando ella empezó a avanzar para protegerlo, Nala la había agarrado y


empujado de regreso.

—Interfieres y serás la siguiente.

—Basilinna…

—¡Lo digo en serio! Nadie desafía mi autoridad. Y definitivamente no un


perro pedazo de mierda.

Seraphina había dado un paso atrás, pensando que eso podría acelerar las
cosas. Pero unos minutos más tarde, cuando no mostraron señales de detenerse,
cuando sus vítores de júbilo habían continuado para que empeoraran y ellos aún
tenían que establecer un castigo formal para él, ella se había movido para
detenerles sin tener en cuenta las amenazas de Nala.

Se habían vuelto hacia ella entonces. Una pelea sin cuartel de la que se había
visto forzada a retirarse o arriesgarse a perder a sus hijos no nacidos.

Para el momento en que el enojo se agotó y finalmente lo habían arrastrado


para luego arrojarlo en el foso, el daño estaba hecho. Maxis apenas había sido
capaz de respirar o moverse. Con las alas rotas, había yacido allí, jadeando de
dolor como el animal que le acusaban de ser.

—¿Maxis?

Él se había negado a mirarla. En su lugar, había contemplado el muro,


parpadeando lentamente.

Afligida y enferma, Seraphina había querido calmarlo. Retirar todo lo hecho.

—Maxis, por favor, mírame. 127


Finalmente, él le había clavado una mirada llena de odio frío.

El tiempo y el silencio colgaron entre ellos mientras trataba de pensar en qué


decirle. Pero al ver su estado y la furia de la traición en esos ojos dorados —ira y
rabia que se merecía totalmente...

Nada le vino a la mente.

En cambio, él le había dicho en voz baja las palabras que la habían perseguido
desde entonces.

—Te dije cuando nos emparejamos que yo con mucho gusto te daría mi
corazón, mi vida y mi amor, pero que cuando lo hiciera vendría con una
condición. Nunca abusarías de mí. El amor no es abuso. Y me has hecho daño por
última vez, mi señora. He terminado contigo. Para siempre. —Luego había cerrado
los ojos y se había negado a mirarla.

Ahora él estaba delante de ella otra vez. Y tenía una nueva oportunidad de
arruinarlo todo.

O una nueva oportunidad para reconstruir. Si él la dejara.

Queriendo empezar de nuevo, extendió la mano y tocó ese pelo corto que le
recordaba lo diferente que era del feroz dragón al que había sido acoplada hace
mucho tiempo.

—¿Vas a contarme lo que pasó entre Nala y tú?


Más tristeza oscureció sus ojos.

—No te preocupes. ¿Qué diferencia hace?

—Porque en vez de atacarte aquella vez, debería haberte preguntado tu


versión de los hechos, y nunca lo hice. Quiero saberlo ahora. ¿Por favor?

Max vaciló. Todavía no estaba seguro de que esto fuera una buena idea. Pero
en realidad, ¿qué más daba?

Asintiendo con la cabeza, le tendió la mano.

—Deja que te lo enseñe.

Ella frunció el ceño.

—¿Enseñármelo, cómo?

Sus ojos la despreciaron por su vacilación.

—¿Aún no confías en mí? 128


—Yo no he dicho eso. Sólo…

—No confías en que no te haga daño. —Ella podría negarlo todo lo que
quisiera, pero él vio la verdad en su mirada avellana. Con un profundo suspiro, se
dirigió a su dormitorio—. O lo haces o no, tú eliges. A mí me da igual. —Había
acabado con ella y a su relación hacía siglos.

Cansado, dolorido y honestamente cabreado con todo, se dirigió a su


pequeño montón de pieles a veces utilizado como almohada. Tendría que haberse
convertido en un dragón de no haber sido por el horror que sus ojos delataban
cada vez que veía su verdadero cuerpo. Pero claro, estaba acostumbrado a que los
demás reaccionaran mal.

Era un dragón, después de todo. Sólo les hacían fiestas a su especie cuando
los dragones eran falsos o habían sido sacrificados y estaban celebrando su muerte.

Así que se quedó pasmado cuando ella lo siguió y se acostó a su lado.

—Muéstrame.

Él abrió los brazos en invitación.

Seraphina vaciló, sin saber lo que iba a hacer con ella. Sin otra opción, se
acurrucó y dejó que la abrazara. Ahuecando su cabeza, él apoyó la barbilla en su
pelo y la acunó contra su cuerpo. Podía oír su profundo y feroz latido del corazón
debajo de su oreja.
—Cierra los ojos y deja que te guíe.

Ella obedeció y se quedó atónita cuando las imágenes... no, los recuerdos
empezaron a atravesar su mente. Sólo que no eran sus recuerdos, eran los de él.

Max había ido a bañarse y a buscar agua fresca mientras esperaba su llegada.
Desde hacía más de quince días, se había visto obligado a soportar la insoportable
miseria de la vida entre las Amazonas sin ella. Debido a su promesa, estaba
encerrado en su pueblo donde no le permitían el más mínimo de hospitalidad.

Mientras que ella había sabido algo de eso, no se había dado cuenta de que
también había sido expulsado de sus comidas. Que cada vez que regresaba a su
casa para encontrar comida esperando por ella, era algo que él había cazado y
preparado para ella porque no le permitirían tomar sus porciones a menos que ella
estuviera allí y las consiguiera para ellos.

Ni siquiera se le permitía sacar agua de su pozo para que no lo contaminara.


Más bien, él tenía que ir de excursión a la corriente para recoger su propia agua y
llevarla de vuelta a su tienda de campaña.
129
Cuando él volvió de llenar sus reservas, se encontró con Nala en su tienda de
campaña, esperando.

—¿Dónde estabas?

Preocupado por su presencia inesperada, había puesto su agua en el suelo y


frunció el ceño ante su pregunta.

—¿Sera ha sido herida? —Era una suposición natural, ya que la reina visitaba
a la pareja de las guerreras solo por esa razón.

Riendo, ella lo rodeó.

—No. Las envié lejos. No volverán por unos días más.

Su estómago se había encogido ante la perspectiva de estar más tiempo sin


ella.

—Oh.

—Así que dime, dragón, ¿qué haces aquí mientras ella no está?

Encogiéndose de hombros con indiferencia, él volvió a llenar sus reservas de


agua.

—Espero.

Ella había arqueado una ceja ante eso.


—¿Y?

Inseguro de por qué le preguntaba eso, él había puesto la jarra a un lado. Era
lo que su especie hacía. No eran un grupo creativo. Más bien, comprobaban el
perímetro, marcaban su territorio y guardaban lo que caía bajo su protección. Los
pasatiempos no servían para nada, excepto para distraerlos de sus funciones.

—¿Y qué?

—¿No te aburres esperando?

—En realidad no.

Ella le chasqueó la lengua.

—Sabes, yo podría ayudarte a pasar el tiempo.

—¿Cómo es eso?

Nala se había detenido frente a él entonces. Con ojos hambrientos, había


extendido la mano y trazado una línea por el centro de su pecho que se había 130
dirigido directamente a una parte de su anatomía que no era para ella.

Max le cogió la mano justo cuando ella fue más abajo de su ombligo.

—Estoy emparejado.

En lugar de ser intimidada, había enganchado el dedo en la cintura de sus


pantalones.

—¿Sabes en lo que sigo pensando?

—No tengo idea, mi Basilinna.

—La noche en que Seraphina te trajo a nuestra inspección.

El calor había impregnado sus mejillas ante el amargo recuerdo de una noche
que preferiría olvidar. Para apaciguar a su reina y sus hermanas mujeres de la
tribu, Sera lo había “presentado” a ellos para que pudieran inspeccionarlo y tener
la seguridad de que era lo suficientemente dócil para residir en su pueblo.
Completamente desnudo, se había visto obligado a soportar sus escrutinios
audaces y manoseos groseros de su cuerpo, mientras se aseguraban de que era
“hombre” suficiente como para vivir entre ellos.

Ninguna parte de él había quedado sin examinar.

O acariciar.
Para el final de la misma, había estado tan furioso y herido que habría dejado
a Sera, pero ella se había disculpado y prometido que no iba a dejar que lo trataran
así de nuevo. Que se trataba de un evento de una sola vez, y que ella iba a hacer las
paces con él.

Aun así, la humillación y el dolor se habían quedado en su corazón. Sobre


todo porque él sabía que no hacían eso a los machos Arcadianos. Los arcadianos
eran respetados y se les permitía su dignidad.

Nunca a él.

El animal.

—¿Qué de esa noche? —le había preguntado él, dando un paso atrás, fuera de
su alcance.

Ella había cerrado la distancia entre ellos y alargado la mano para tocar las
plumas trenzadas en su pelo.

—Eres el macho más guapo de nuestra tribu. ¿Lo sabías? 131


—No, Basilinna. No he prestado mucha atención a los otros hombres de aquí.

Ella había reído ante eso.

—Ya sabes, parte de tu trabajo en esta tribu es servirme y complacerme.

Esas palabras lo habían hecho estremecerse. Especialmente cuando ella llegó


a los cordones en sus pantalones.

Agarrando sus manos, él la había alejado.

—Basilinna, por favor. No puedo hacer nada. Conoces las leyes de nuestro
pueblo.

—Y qué desperdicio que son. Aun así... tienes otras partes que son capaces de
complacerme. —Ella había llevado la mano de él a su pecho—. Dime que no has
sentido curiosidad acerca de otras mujeres como nosotras contigo.

Él había tratado de apartarse, pero ella era implacable.

—¿Sabes cuántas veces los he visto a los dos como animales en celo? Sé
exactamente lo capaz que eres como amante con tu boca y tus manos.

La ira y la vergüenza hicieron una mezcla mortal en su corazón.

—¿Nos has espiado?

—Fue curiosidad humana. Algo que un animal no entendería.


El insulto lo había picado. Siempre odiaba cuando se lo decían.

—Ahora como tu Basilinna, te ordeno que te sometas a mí. ¡Dame lo que


quiero!

Él la había agarrado con más fuerza para mantener sus manos fuera de sus
pantalones y lejos de su cuerpo.

—No.

—¿No? —Su tono sorprendido le hubiera hecho reír si la situación no hubiera


sido tan seria—. ¿Te atreves a rechazarme?

Él la miró.

—Sólo soy un estúpido animal, incapaz de comprender las complejidades de


cómo funciona tu sociedad. En mi mundo, las reglas son simples. Tengo una
compañera y soy suyo, de nadie más.

—Y ella sería la primera en traerte desnudo a mi cama y encadenarte allí si se


lo ordenara. ¿Eres demasiado estúpido para comprender eso? 132
Aún más furioso, había empezado a negarlo. Pero en el fondo de su corazón,
sabía que Nala estaba diciendo la verdad. A cada paso, Sera le había demostrado
que iba a someterse a su reina, no importaba lo ridícula o injusta que fuera la
orden.

Qué humillante.

Sin embargo, no iba a aceptar esto. No sin una pelea.

—Entonces, consigue el permiso de Sera. Pero sin eso... No lo haré. Ella es mi


Dragonswan. Mi lealtad y mi corazón van primero a ella.

Nala le dio un revés.

—¡Y ella vendrá a mí, estúpido hijo de puta! —Extendió su mano por él de
nuevo.

Esta vez, Max la había agarrado del brazo y la obligó a echarse atrás, hacia la
abertura de la tienda.

—¡No voy a follarte, puta! No me importa quién seas. Tú no eres mi Sera y yo


no deseo tu trasero humano en mi cama. —Él la había empujado con tanta fuerza
que ella se había tropezado y caído por la abertura, fuera de la tienda.

Sabiendo que si se quedaba probablemente la mataría, Max había reunido


inmediatamente su espada y algunos suministros, y dejado el pueblo para dirigirse
a su cueva y esperar el regreso de Sera. Ese era el único lugar que alguna vez sintió
como si le perteneciera. Donde nadie se burlaba de él o lo menospreciaba.

Él había vuelto a su forma de dragón tan pronto como pudo y voló a la


seguridad de su único refugio. Sera estaría furiosa por esto. Lo sabía. A ella nunca
le gustaba cuando enfurecía a su reina. Habría un montón de gritos después.

Pero no era una puta para ser intercambiado. Y mientras que él haría
cualquier cosa para complacer a su pareja, este era el límite. Se ocuparía de la furia
de Sera. Pero prefería eso a ser tratado como un objeto inanimado, sin voluntad
propia.

Sí, su corazón era el de un animal. Leal. Fiero. Protector. No entendía la


duplicidad y la mentira del pueblo de ella. Por encima de todo, no entendía la
traición y los celos.

Honestamente, deseaba que Sera pudiera entender por qué no quería


quedarse en casa sin ella.

Son mis hermanas. Cuidamos las unas de las otras. 133


¿Y yo no cuido de ti?

No es lo mismo, Maxis. No entiendes el vínculo de hermandad que compartimos.


Tengo un juramento que defender.

¿Y qué de nuestra unión? ¿Tu palabra a tu pareja?

Las Parcas nos obligaron a estar juntos.

Las mismas Parcas que te pusieron con tus hermanas. Tus vínculos con ellas no son
más fuertes que tus vínculos conmigo. Así que no, no entiendo tu lealtad a ellas sobre la de
tu propio compañero. ¿Por qué no vienes conmigo?

No puedo dejar todo lo que conozco para estar contigo.

¿Por qué no? Yo salí de mi mundo para estar contigo.

No es lo mismo.

¿Porque yo no soy humano?

Y ahí siempre se estancaba la discusión, ya que todo se reducía a ese hecho.


Era un indigno animal para el corazón humano de ella. Que soñaba con encontrar
a un hombre al que amar. Max nunca sería nada más que una decepción. No
importa lo que dijera o hiciera. Cuando ella lo miraba a los ojos, no veía a un
hombre allí.

Veía a una bestia indomable. Una que la avergonzaba.


Afligido por la ira que sabía que ella desataría cuando regresara, se había
arrastrado pesadamente a su cueva donde había reunido todos los elementos bajo
su égida y maldecido a cada uno de ellos. Los aplastó con su cola, odiando lo que
era.

Odiaba el hecho de que el corazón de su dragón se hubiera enamorado de


una mujer humana que era incapaz de amarle.

Y que por eso se quedaba, a pesar de la animosidad y los desafíos.

Porque en el fondo, lo que más odiaba, era la esperanza de que un día Sera
vería más allá de su corazón y al alma que le pertenecía a ella. Que aprendería a no
despreciarlo por algo que él no podía evitar más de lo que ella no había podido
evitar nacer entre un grupo de perras mezquinas.

Pero las esperanzas y los sueños eran para los seres humanos.

Y parecía que también lo era el amor.

Seraphina se apartó cuando regresó a su propio cuerpo. Durante un minuto,


no pudo moverse ni respirar mientras escuchaba el latido constante del corazón de
134
Maxis. Mientras re-visualizaba sus recuerdos y sentía que una rabia ciega la
consumía.

Esta vez, no era por él. Era por los que realmente se lo merecían.

—¿Por qué no me lo dijiste? —susurró.

—Nunca me escuchabas.

Tenía razón. Empujándose a sí misma, miró esos ojos heridos y trazó la línea
de sus labios con la punta de sus dedos.

—Lo siento mucho. —Por primera vez, vio la humanidad a través de sus ojos
y comprendió exactamente lo que Aimee había querido decirle.

Durante toda su vida, ella se había centrado en el clan de los Katagaria que
había atacado su aldea y asesinado a su madre. Aún no sabía por qué habían hecho
eso.

Un asesinato, masacre animal. Eso era todo lo que le habían dicho nunca. Era
lo que hacían los Katagaria. Todo lo que sabían. Eran animales salvajes que
mataban indiscriminadamente y sin conciencia.

No les importaba quién o qué destruían. Eran incapaces de comprenderlo.

Pero Maxis tenía razón. Jamás le había mostrado ese lado a ella.
Bueno, a excepción de la cabeza rebanada unos minutos antes. Sin embargo,
podría excusar eso. Ella habría hecho algo peor si hubiera estado allí para salvar a
sus hijos.

Por primera vez, miró a su compañero y no buscó al ser humano en su


interior.

Vio su corazón animal por lo que era. Hermoso.

Y se dio cuenta de que se había enamorado precisamente de eso. Era el


animal dentro de él lo que ella atesoraba por encima de todo. Era lo que lo
convertía en Maxis. Lo que lo hacía diferente de los demás hombres.

Con el ceño fruncido, él pasó sus dedos sobre las frías mejillas de ella.

—¿Por qué estás llorando?

—Porque te hice daño cuando no debería haberlo hecho. Hacía caso a los
demás cuando debería haber llegado contigo a un acuerdo a solas. Y, sobre todo,
porque sé que no merezco la segunda oportunidad que voy a pedirte. 135
Max aspiró bruscamente ante sus palabras. Pudo sentir que ella hablaba en
serio. Pero ella había hablado “en serio” antes y él había vivido para lamentar
confiar en ella.

—No sé, Sera. Han pasado muchas cosas entre nosotros.

—Lo sé. Y sé que no tengo derecho a pedirte esto. —Ella tomó su mano entre
las suyas y le besó la palma—. ¿Puedo compartir un recuerdo contigo?

Él vaciló antes de asentir.

—Sólo piensa en ello y lo veré.

Tenía tantos recuerdos que quería mostrarle de sus hijos. Pero había uno en
particular que él necesitaba ver.

Era de cuando sus gemelos habían entrado en la pubertad. Habían estado


aterrorizados por sus emociones y su magia.

Hadyn en particular había sido asustadizo. En retrospectiva, se dio cuenta de


que debía haber sospechado que estaba cambiando de humano a Katagaria. Como
tal, se había resistido a sus nuevos poderes incluso más que Edena. Tampoco había
hecho más fácil que los Arcadianos miraran mal a cualquiera que cediera a su
naturaleza animal y se transformara.
Su gente consideraba débil cambiar de forma. Mientras que otras patrias
Arcadianas tenían sus propias leyes y costumbres, en la suya se esperaba que
mantuvieran sus formas humanas sin importar qué.

Pero sus hijos no eran como los demás y ella lo sabía. Por encima de todo,
quería que se sintieran más cercanos al padre que nunca habían conocido.

Para ayudarles a llegar a un acuerdo con quién y qué eran, Seraphina les
había llevado a la cueva que había pertenecido a Maxis. Había esperado que
contactaran con su noble padre.

Hadyn se había detenido tan pronto como llegaron a la entrada.

—¿Qué es ese olor?

—Su padre. Ésta fue su guarida mientras vivió conmigo.

Eso había cambiado en ambos sus actitudes. Entraron en la cueva y miraron a


su alrededor como buscando algún tipo de conexión con el dragonswain que
nunca habían conocido. 136
Edena había fruncido el ceño.

—¿Por qué nos has traído aquí?

—Para que puedan cambiar a dragón y no teman lo que son.

Hadyn le dirigió una mueca burlona a su hermana.

—Ragna dice que nunca debemos dar rienda suelta a la bestia dentro de
nosotros. Una vez que la liberas, es difícil devolverla a su lugar.

—Y ellos nacieron Arcadianos. Ustedes no. Su padre era un fiero y orgulloso


dragonswain y nunca deberían avergonzarse de esa parte de ustedes mismos. Ya
que son mestizos, creo que podrían tener habilidades especiales como un dragón
de las que los demás carecen. Podrían incluso ser capaces de mantener esa forma
por más tiempo. Por lo menos, deberían probarlo y ver.

Edena había expresado su incredulidad.

—No lo sé.

—Yo lo haré. —Hadyn había dado un paso más en la cueva, asegurándose de


dejar espacio entre ellos. Les dedicó una sonrisa brillante—. ¡Miren esto! —Un
instante después, había tomado su forma de dragón.

El miedo le había robado el aliento a Sera, pero rápidamente lo escondió de


su hijo.
El chico había tropezado, igual que Max e Illarion cuando habían sido
transformados en seres humanos por primera vez. No podía controlar del todo su
enorme cuerpo de dragón.

—Oh, esto es tan raro. —Justo entonces dio su cola contra la pared—. ¡Ay!
Tengo que tener cuidado con eso. —La elevó y se golpeó en la cabeza con el
extremo de púas.

Al instante, había regresado a ser humano para frotarse la lesión no


intencional que se había hecho a sí mismo.

—¡Oh, Dios mío! ¿Es sangre? —Él había tendido la mano a su madre—. Mira
esto. ¡Estoy sangrando!

Tratando de no reírse, Sera corrió hacia él mientras Edena se había burlado de


su valiente hermano.

—¡Oh, Dios mío! Sólo el idiota de mi gemelo se podría golpear con su propia
cola. ¿Cómo puedes ser tan estúpido?

—Hazlo y verás lo difícil que es controlar esa cosa. Juro que tiene mente
137
propia.

—No, dulzura, esa es tu cola de enfrente.

—¡Edena! —Seraphina había jadeado—. ¡No puedo creer que hayas dicho eso
a tu hermano! ¿Dónde has oído eso?

—¡Por Dios, Matera! Casi tengo treinta años. Soy la última de mis amigas que
no ha tenido un amante todavía. Y si eso es lo que te preocupa, entonces necesitas
hablar con tu hijo acerca de dónde ha estado plantando esa cola frontal más corta
últimamente.

Gruñendo, Hadyn se había lanzado hacia su hermana, pero Sera lo había


atrapado.

—¡Paren! ¡Los dos! ¿Y a quién has estado cortejando, joven?

Antes de que pudiera responder, Edena habló por él.

—Yo no lo llamaría cortejar.

Él la había mirado boquiabierto.

—¿Hadyn? Mírame y responde a mi pregunta. ¿Por qué no me lo dijiste?

Él había levantado su barbilla desafiante.

—No es una discusión que un hombre quiera tener con su madre.


—Y no es culpa suya. Se arrastran sobre él cada vez que nos dejas.

—¿Es eso cierto?

Él había asentido tímidamente.

—Dicen que mi padre tenía increíble resistencia porque era un dragón y


quieren saber si me parezco a él.

Horrorizada, ella miró a su hijo.

—¿Y las has dejado probarlo?

Descaradamente, él le había sonreído.

—Cada vez que puedo.

—Estás castigado. Sigue así y sangrarás.

—¿Qué?

—Lo digo en serio, Hadyn. Aléjate antes de que te haga más daño. 138
Haciendo pucheros, él obedeció.

Ella se volvió hacia su hija.

—Muy bien, Deenie. Tu turno.

Edena se movió de nuevo y sacudió sus brazos a sus costados. Con un


profundo suspiro de coraje, cambió de forma e inmediatamente se golpeó la cabeza
contra el techo.

—¡Ay!

—¡Ja! —Hadyn había bromeado con su voz profunda y ronca—. ¡Te lo dije!

—Silencio, Hadyn. O voy a ir a por ti.

—Me gustaría verte intentarlo.

Seraphina les gruñó. ¿Por qué tenían que pelear todo el tiempo? No tenía
sentido para ella y quería ahogarlos a los dos.

—¡Niños, paren!

Satisfechamente sofocados por un minuto, se acercó a Edena.

—¿Cómo te sientes?
—Hadyn tenía razón. Es extraño. ¿Te sentiste así la primera vez que
cambiaste?

Sera había sonreído ante la pregunta.

—¿Quieres saber un secreto?

—Síp.

—Nunca he cambiado.

Ambos la habían mirado boquiabiertos.

—¿Nunca? —jadeó Hadyn.

—Nunca. Mis padres no creían en el cambio para los Arcadianos. Y ya que


nunca he estado en shock... siempre he sido humana.

Edena había vuelto a ser humana.

—¿Entonces por qué nos haces hacer esto? 139


Ella le había apartado el cabello de los hermosos ojos de su bebé, que le
recordaban mucho a los de Maxis.

—Porque su padre era un hermoso dragón orgulloso. Y quería que


compartieran esta parte de él. Nadie debe quitarles eso. Nunca los dejen hacerlo.

Con el ceño fruncido, Hadyn se había acercado a ellas.

—¿Amaste a nuestro padre?

—Lo hice y siento haberlo alejado de ustedes. Pero nunca tengan miedo de
usar el don que les dejó. Son drakomai. Siéntanse orgullosos de eso y nunca dejen
que nadie los haga sentir inferiores.

Max se apartó de su recuerdo para mirarla.

—¿De verdad les dijiste eso?

Ella asintió.

—Hablaba en serio, Maxis.

—Entonces demuéstralo.

—¿Cómo?

—Conviértete en un dragón.
El color desapareció de su rostro.

—¿Disculpa?

Max respiró hondo antes de que soltar su ultimátum.

—¿Has dicho que quieres empezar de nuevo? Entonces abre tu corazón y


demuéstrame que estás dispuesta a ello. Quiero que te enfrentes a la bestia que
vive en tu interior. Como hiciste cambiar a nuestros hijos, quiero que cambies. Sólo
una vez. Si puedes abrazar al dragón dentro de tu propio corazón, entonces
podríamos tener una oportunidad.

—¿Y si no puedo?

—Entonces sabré que estás mintiendo. Si no puedes soportar al dragón que


vive en tu cuerpo, ¿cómo podrías aceptar y amar al que está dentro de mí?

Seraphina sabía que él tenía razón. Pero mientras lo miraba, dudaba de que
pudiera hacerlo. Durante demasiado tiempo ella había negado a esa bestia. Se
había escondido. Hacerlo ahora... 140
¿Y si ella no podía volver?

—Lo digo en serio, Sera. Tú me diste una elección imposible una vez. Ahora
yo te doy una. Cambia para mí o me perderás para siempre.
11
—¿Quieres que cambie aquí? —preguntó Seraphina, mirando alrededor del
ático que de repente parecía demasiado pequeño para dos dragones de gran
tamaño.

Una luz burlona brilló en los ojos de él.

—¿Lo harás?

—No sé... tengo miedo.

La luz juguetona se extinguió inmediatamente.

—Y es por eso que estoy insistiendo. Necesitas comprender a la bestia dentro


141
de ti. Hacer las paces con esa parte de ti misma. Quiero que entiendas el don que
les diste sin saberlo a nuestros dragonets.

Aun así, la aterrorizaba. Pero él tenía razón. Había hecho que sus hijos lo
hicieran. Para ser justa, también debía hacerlo.

Maxis se apartó de ella y se puso de pie. Él extendió su mano.

—Ven conmigo, mi precioso cisne. Te voy a enseñar lo que significa ser un


feroz dragón. Confía en mí.

Contra toda razón y cordura, lo hizo.

Su mano temblorosa tomó la suya y le permitió ayudarla a levantarse. Un


momento estaban en su ático de Nueva Orleans y al siguiente...

—¿Dónde estamos?

—Avalon. Es el lugar más seguro que conozco para esto. El único lugar que
conozco al que podemos ir y no ser molestados ni perseguidos. —Su mirada se
oscureció antes de darle un casto beso que curiosamente la dejó sin aliento—.
Ahora, déjate llevar.

Ella esperó a que se alejara antes de tomar una respiración profunda y...

Dejando caer los brazos a los lados, ella negó con la cabeza.
—No puedo hacer esto.

Él arqueó una ceja mientras le daba una mirada severa y cruzaba los brazos
sobre su pecho.

—¿No puedes o no quieres?

No quería, pero ella no estaba dispuesta a admitir eso ante él.

—¿Por qué es tan importante para ti? ¿Qué es lo que realmente importa?

—Porque le tienes mucho miedo a eso y a mí. Quiero que entiendas a la bestia
en tu corazón. Ver por ti misma lo que significa ser un dragón. Sólo una vez en tu
vida, Sera. Eso es todo lo que pido. Compláceme.

En todos estos siglos, rara vez le había pedido algo. Y mientras estaba allí, la
llenaba de vergüenza recordar aquellos puñados de veces.

Cada vez que estaba fuera de casa, le había pedido que le dejara quedarse en
su cueva en la que no era ridiculizado por su pueblo, y ella le había negado esa
comodidad. Él le había pedido que no le sometiera a su tribu para ser 142
inspeccionado como un animal enjaulado.

Ella también le había negado eso.

Le había rogado que huyera con él y formar una familia. Vivir, solo los dos,
en paz. Sin tribu. Sin odio. Comenzar de nuevo y crear, en lugar de destruir.

Y lo último que quería para ella era que por él le cayera la furia de Nala.

Las lágrimas llenaron sus ojos de nuevo al darse cuenta de lo injusta que
había sido. Y cruel. Se ahogó en un sollozo.

—Sera —suspiró él, destellándose a su lado para poder atraerla a sus


brazos—. Está bien. No tienes que hacer esto.

Y eso logró hacerla llorar como un niño. Enterró la cara contra su pecho y
lloró mientras todo el dolor y el pesar la sacudían. Deberían haber tenido una vida
juntos. En cambio, sus miedos y su orgullo les habían separado durante siglos. Sus
hijos y ella habían sido atrapados como estatuas de piedra y él había sido obligado
a vivir célibe en total soledad.

Peor aún, habían herido a la única criatura en su vida que nunca había
tratado de hacerle daño. En toda su vida, Maxis fue el único para el que ella había
sido lo primero. Y a pesar de todo, aún lo hacía.

Enterrando las manos en su pelo, ella coloco sus labios en los suyos y le besó.
Dejó que el sabor de su dragón llenara sus sentidos, recordando la forma en que él
había sido una vez. Cómo la había saludado y sostenido. Sin reservas. Sin engaño.
Siempre su compañero leal y valiente.

Mordiendo sus labios, ella dio un paso atrás para sonreírle.

—Soy tu Dragonswan. Enséñame. —Con una respiración entrecortada, se


obligó a abandonar el refugio de sus brazos y correr hacia la pradera abierta.

Max no estaba seguro de qué pensar. No hasta que la vio extender sus alas, y
luego transformarse en un hermoso dragón rojo. Su risa llenó sus oídos mientras
ella corría, despreocupada, a través de la pradera.

Unos tres segundos y luego tropezó y cayó de bruces.

Preocupado, corrió hacia ella.

—¿Estás bien?

Ella trató de enderezarse y se cayó una vez... y otra vez. Finalmente, se sentó
y dejó escapar un suspiro de fuego de frustración.
143
—No es fácil ponerse de pie, ¿verdad?

—Para mí lo es. —Él cambió de forma para mostrárselo—. Tienes que


equilibrar tu peso de forma diferente. Utiliza tus alas para contrarrestar.

Ella lo intentó. Y falló.

—Maldito seas por hacer que parezca tan fácil.

Con una sonrisa, él la ayudó a levantarse y utilizó su cuello y su peso para


ayudarla... tal como lo había hecho por sus hermanos cuando habían sido jóvenes.

—¿Mejor?

Ella asintió y sonrió cuando se levantó en un inestable equilibrio.


Extendiendo las alas amarillas, se movió hacia adelante, luego se sentó de nuevo
para mirarle.

—Tenías razón. No es tan diferente ser un dragón, ¿verdad?

—No.

—Todavía soy yo.

—¿Creías que serías alguien más?

—No, pero…

Él arqueó una ceja de dragón.


—¿Pensabas que ibas a perder puntos de CI13?

No, algo peor.

—Creí que iba a ser menos...

—¿Humana?

Ella asintió.

—Como he dicho, es la sangre Apolita y humana lo que hace que los


Katagarias sean peligrosos. No el dragón. El dragón sólo les hace más grandes.

Y al parecer más intensos.

—¿Puedes enseñarme a volar?

—Mejor te enseño primero a caminar. No quiero que te hagas daño. —Y


entonces le mostraría cómo usar sus alas para despegar del suelo.

Riendo y sonriendo, Sera lo logró después de algunos intentos. Aunque


todavía no tenía su experiencia o elegancia, estaba bastante satisfecha con sus
144
esfuerzos. No estaba mal para su primera vez.

Max sacudió la cabeza al ver su expresión.

—No puedo creer que no hayas hecho esto antes. ¿Nunca tuviste curiosidad?

No era tan simple como eso.

—Jamás he estado en shock. Y... luché contra la urgencia de cambiar cada vez
que se apoderaba de mí. Mi tía, Keria, siempre dijo que no debíamos ceder al
animal dentro de nosotros. Que debíamos temer que nos llevase y nos gobernara.

—¿Y ahora?

Ella cambió de nuevo a su forma humana.

—Nunca debí tener miedo. Lo siento, Maxis. —Completamente desnuda,


hizo lo que nunca había hecho antes. Le abrazó en su forma de dragón.

Cerrando los ojos, Max saboreó la sensación de su cálida carne femenina


contra sus escamas. Maldita sea, lo hizo con tanta fuerza que por un momento, no
pudo respirar.

—Um, tengo una pregunta.

Abrió los ojos para mirarla.

13 CI: Coeficiente intelectual.


—¿Cuál?

—¿Cómo puedo recuperar mi ropa?

Riendo, volvió a ser un hombre para poder atraerla a sus brazos y presionar
la parte de él que estaba más desesperada por ella contra sus caderas.

—¿Estás segura de que eso es lo que quieres?

Seraphina tomó aliento bruscamente mientras él pasaba sus manos sobre su


piel desnuda y mordisqueaba la carne de su cuello.

—No si vas a seguir haciendo eso.

Y entonces se apartó y comenzó rodearla como siempre, consiguiendo


marearla y excitarla. Era una combinación de su esencia y esa mirada ardiente.
Como si fuera a devorarla y saborear cada pulgada de su cuerpo. Lo cual
invariablemente hacía. Con una minuciosidad que era inhumana y embriagadora.

Y esa combinación particular de bestia salvaje y hombre sexy era mortal.


145
—Max...

Él se zambulló frente a ella y se acercó para un apasionado beso


increíblemente dulce mientras la levantaba y la mantenía contra su cuerpo duro y
musculoso. Ella envolvió sus piernas alrededor de su cintura mientras él les bajaba
a la tierra para que pudieran profundizar su beso. Inclinando la cabeza hacia atrás,
ella gimió por lo bien que se sentía su boca en su garganta. Por lo increíble que era
tener toda esa dura fuerza presionándola de nuevo.

—Te he echado mucho de menos —suspiró ella mientras exploraba la rica y


satinada piel con sus manos.

—Y yo a ti. —Él tomó su cara, mirándola a los ojos—. Quiero que sepas que
cuando me enteré de lo que Zeus había hecho a tu tribu, fui detrás de ti para
liberarte.

Ella parpadeó con incredulidad.

—¿Qué?

Él asintió.

—Traté de intercambiarme por tu libertad. Lamento mucho haberte fallado.

¿Cómo podía pedirle disculpas después de lo que le habían hecho? ¿Después


de lo que había permitido que le hicieran?

—¿Fuiste tú el que colocó mi piedra bajo un escudo?


El calor inundó sus mejillas y le dirigió una mirada tímida.

—Como no pude liberarte, quise protegerte. Zeus había prohibido a todos


que removieran las piedras de donde las había colocado. Te hubiera destrozado.
Así que construí el escudo sobre ti para proteger tu estatua de cualquier daño.
También lo habría hecho por los niños, si lo hubiera sabido.

Ella le miró con asombro.

—No puedes evitarlo, ¿verdad?

—¿El qué?

—Cuidarme.

Él tomó su mano en la suya y le besó la palma marcada.

—Eres mi Dragonswan. Mi Strah Draga. Es un honor para mí cuidar de ti.

—¿Esa es la única razón?

Sacudiendo la cabeza, le acarició el cuello.


146
—No. —Su ardiente aliento quemó su piel y envió escalofríos por todo su
cuerpo—. Tú eres mi corazón, Seraphina. Y dejarte fue lo más difícil que he hecho
nunca.

Ella hundió su mano en su cabello y acunó su cabeza contra su cuerpo


cuando su amor por él la inundó.

—Lo siento, Max.

Besó sus labios y se echó hacia atrás para ofrecerle una sonrisa triste.

—Está bien. Nací maldito. Incluso ahora, sé que no seré capaz de mantenerte
conmigo.

—Has dicho eso antes, pero nunca me lo has explicado. ¿Cómo fuiste
maldecido?

Él se pasó los dedos por el pelo mientras la tristeza oscurecía sus ojos.

—Mi madre me dio a luz para cautivar a mi padre. Cuando me negué a ser
utilizado, me maldijo por ello. Por eso Illarion fue capturado cuando era un joven
dragón y le cortaron la garganta. Para castigarme. No se me está permitido ser feliz
como a los demás.
—Oh, akribos... no fue la maldición de tu madre la que nos separó. Fue mi
estupidez. Mi egoísmo. Pero te lo prometo, no voy a dejar que nada se interponga
entre nosotros otra vez.

Max quería creerle. De verdad. Pero incluso mientras ella decía esas palabras,
sabía que era mucho más fácil decirlo que hacerlo.

Y no importaba la intención o la emoción, no se podían mantener todas las


promesas. Los dioses eran perras amargas que a menudo convertían en mentirosos
al hombre y a la bestia. Y nunca les habían mostrado misericordia a él o a los de su
especie.

Había sido herido tantas veces que no podía permitirse creer en nada. Tenía
demasiada experiencia.

Pero al menos estarían juntos por tiempo. Y se comprometió a saborear ese


tiempo que se les concediera.

Cerrando los ojos, hundió sus labios en los suyos y la respiró. Su cuerpo era
increíblemente suave y cálido. Tan dulce. Había olvidado lo bien que se sentía 147
abrazarla. Cuánto le gustaba la sensación de sus piernas deslizándose contra las
suyas mientras le mordía los labios y el mentón. Siempre había sido una mujer de
apetitos fuertes. La mayoría de los hombres habrían estado aterrorizados por la
forma en que se negaba a contenerse.

Siempre había adorado esa parte de ella. No era extraño que al volver a casa
le tirara en broma al suelo para poder ponerse a horcajadas sobre él. A veces le
había acechado por el bosque cuando iba a bañarse. En cuanto se despojaba de sus
ropas, ella se abalanzaba como un depredador, lloviendo besos y caricias por todo
su cuerpo.

Incluso ahora, les hizo rodar para ponerle de espaldas y poder lamer y
degustar su pecho y abdomen. Vivía para ser la más agresiva en la cama. Era como
si tuviera algo que demostrarles a los dos. Y era lo suficientemente hombre para
darle la ventaja y echarse hacia atrás y disfrutar de su juego. Y dejarla salirse con la
suya con su cuerpo.

Él siseó mientras ella mordía sus costillas, y luego descendía para lamer y
burlarse del hueso de su cadera, mientras que su mano ahuecaba su saco y lo
masajeaba suavemente hasta el punto de que apenas podía contenerse.

—¿Sera? —Él apartó la mano jadeando de placer—. Ha pasado demasiado


tiempo para que hagas eso. Me temo que mi control no es lo que solía ser.

Un pequeño mohín le tentó aún más.


—Entonces tendré que volver a ponerte en forma. —Su pequeña sonrisa
maliciosa le encantó hasta que ella se inclinó para llevárselo a la boca.

—Oh, dioses —dijo sin aliento mientras todo le daba vueltas. Durante un
minuto, estuvo seguro de que iba a explotar en su boca trabajando su magia sobre
su cuerpo. Pero entonces justo cuando estaba a punto de perder el control, le dio
una larga lamida y se arrastró por su cuerpo hasta que pudo ver su sonrisa.

Max hundió las manos en sus ricos rizos rojos, que caían en cascada sobre sus
hombros pálidos y ocultaban sus pechos llenos.

—Mi Seramia.

Seraphina disfrutó del apelativo cariñoso que había echado de menos más de
lo que creía.

—Mi precioso dragón. —Inclinándose hacia delante, besó sus increíbles labios
antes de empalarse en él.

Gimieron al unísono. Mordiéndose el labio, se tomó un momento para


saborear su plenitud grande y gruesa en su interior. Nadie nunca la había hecho
148
sentirse como él lo hacía. No porque fuera un dragón, sino porque le amaba. Y la
hizo temblar cuando elevó lentamente sus caderas para empujarse contra ella.

—Quiero que sepas que nunca te he sido infiel, Maxis. Desde el día en nos
emparejamos, nunca he tomado a otro amante.

—¿Por qué?

—Simplemente no podía. No importa lo mal que estuviera durante mi ciclo,


no quise a nadie más. Veía a otros hombres y no eran tú.

Su sonrisa la calentó desde el interior.

—Gracias.

Tomando sus manos, se las llevó a los pechos mientras se echaba hacia atrás y
le montaba como había soñado hacer todas las noches que habían estado
separados. Él la llenaba por completo. Y por un momento, se olvidó de todo lo
demás. De todos los años que no estuvieron juntos.

Max se entregó a ella por completo. Como siempre había hecho. Ella
atravesaba todos y cada uno de los muros que él alzaba alrededor de su corazón.
Por eso se había obligado a sí mismo a dejarla. Porque era la única a quién no
podía decir que no.

Nunca.
Era su refugio.

Y su peor infierno. Por ella, no había nada que no haría. Incluso ir a la


muerte.

Cuando se corrió en sus brazos, la abrazó con fuerza y se unió a ella en


perfecta paz. Y mientras jadeaban, sintió cómo aumentaba el ritmo de los latidos
de su corazón mientras la thirio se alzaba en su sangre. Era la necesidad animal de
combinar su fuerza vital con la suya para no tener que vivir sin ella. Era algo que
todos los Were-Hunters no unidos sentían cada vez que tenían relaciones sexuales
con sus parejas.

Una vez había cometido el error de pedirle que se uniera a él. Y aunque sus
palabras de rechazo habían sido amables, la expresión de horror absoluto en sus
ojos color avellana ardió para siempre en su corazón. Una parte de su alma se
había encogido al ver esa dura reacción.

Ese rechazo.

Así que la sostuvo en sus brazos y no se molestó en repetir esa pesadilla. 149
Seraphina escuchó el feroz latido del corazón de Max bajo su barbilla
mientras trazaba círculos sobre su pecho y alrededor de su pezón. Su propio
corazón estaba tratando de sincronizarse con el suyo. De enlazarse con él. Incluso
podía sentir cómo sus dientes se alargaban para la ceremonia que les uniría
plenamente.

En la vida y en la muerte.

Y en su mente, recordó cuando Max se lo había pedido por primera vez.


Había sido justo después de emparejarse. Después de que ella tirara el cuchillo y le
aceptara.

Su inesperada solicitud la había sorprendido.

Ahora…

—¿Te unirías conmigo, Maxis?

Él se quedó completamente inmóvil y se tensó.

—¿Disculpa?

Levantándose, ella le miró.

—¿Podemos unirnos?
Un brillante ceño se dibujó en su rostro mientras le apartaba el cabello de la
cara.

—No hay nada en este mundo que desee más...

—Entonces, ¿por qué oigo un pero en tu voz?

—Conoces ese pero. Estoy bajo una orden de ejecución, con casi todos los
Were-Hunter existentes detrás de mí. Y tenemos a dos dragonets que necesitan que
su madre les cuide. No puedo correr el riesgo de caer y llevarte conmigo a la
tumba.

—No voy a dejar que te hagan eso.

Él apretó los brazos a su alrededor.

—Y eso es lo más dulce que nadie me ha dicho nunca. Gracias. Pero no puedo
aceptar un vínculo contigo ahora mismo.

Deseando que las cosas fueran diferentes, Seraphina apoyó la cabeza en su


pecho y tocó la marca en su pierna. 150
—¿Cómo detenemos a los demonios que te persiguen?

—Esa es la pregunta, mi señora, para la que me gustaría desesperadamente


tener una respuesta.

De repente, un feroz chillido les llegó desde el bosque.

Sera se retiró.

—¿Qué es eso?

Max se sentó inmediatamente.

—Es un Bane-Cry. Illarion está bajo ataque.


12
Max volvió al Santuario para encontrarse una suerte de infierno desatado.
Rémi estaba encerrado en la Casa Peltier con su hermano Cherif, Carson, los niños
y las mujeres embarazadas, junto con los Howlers y una contingencia de
Arcadianos y Katagarias listos para morir por Aimee y los demás.

Mientras bajaba del ático con Sera detrás de él, se encontró con Rémi en el
pasillo delante de la habitación de Aimee. Sin duda Rémi había tomado ese puesto
para asegurarse de que nadie se acercara a su hermana y la amenazara mientras
descansaba.

Max se detuvo frente a él.


151
—¿Qué está pasando? He oído el llamado de mi hermano.

Con su familiar sonrisa burlona, Rémi hizo un gesto con la barbilla hacia las
escaleras que conducían a la parte principal de la casa.

—Illarion y los demás están en el bar. Nosotros estamos protegiendo el fuerte.


Las amazonas han regresado con los lobos Kattalakis Arcadianos que quieren tu
trasero en una bandeja. Probablemente deberías quedarte aquí mientras Dev y los
otros se encargan de ellos. Personalmente me hubiera gustado conseguir mi parte
de carne de lobo. Ya que no puedo tener la de Fang por emparejarse con mi
hermana, me conformo con sus primos.

A pesar de que a la mayoría de los cambiaformas y seres humanos no les


gustaba Rémi por su personalidad mordaz, a Max sí le gustaba. Ssiempre habían
coincidido en su filosofía básica. En caso de duda, mátalos a todos y deja que los dioses
lo resuelvan.

Rémi miró por encima del hombro de Max a Sera.

—¿Quieres que vigile a tu Dragonswan mientras tanto?

Max se volvió un poco y sonrió al ver la expresión perturbada en su hermoso


rostro.

—Um... no. —Él pasó un brazo sobre sus hombros—. Creo que voy a soltarla
sobre ellos. Ella es mucho más feroz que yo.
Rémi estuvo tan cerca de sonreír como podía. Al menos hasta que su sobrino
Jake salió del cuarto de los niños con un bebé soñoliento en brazos.

—Oye, tío Rémi, ¿crees que es seguro ir a la cocina a por un poco de leche?
No quiero despertar a mi mamá y ya no nos queda. He intentado que Aubie se
vuelva a dormir sin leche, pero no me hace caso.

Max no se perdió el profundo dolor familiar que cruzó los ojos azules de
Rémi al ver a Jake y a Aubert. Eran los hijos de su hermano gemelo Quinn y su
compañera Becca —la osa de la que Rémi aún estaba perdidamente enamorado y a
la que había querido acoplarse. Pero las Parcas habían sido aún más crueles con él
de lo que habían sido con Max y Sera.

Enmascarando su dolor, Rémi rozó el cabello oscuro de Aubert para calmar al


niño que pedía su leche.

—Yo iré a la cocina. Ustedes quédense aquí donde están a salvo.

—Está bien. Voy a ir a cambiarle. —Jake regresó al cuarto de los niños


mientras su hermano pequeño gemía en protesta. 152
—¡Aubie quiere leche!

Cuando bajaron las escaleras hasta la cocina, hacia la barra, oyeron los gritos
de enfado que curiosamente le recordaban a los gritos infantiles de Aubert.

Rémi se mordió el labio mientras murmuraba en voz baja lo mucho que


quería luchar.

—Patea algunos traseros por mí, Max —dijo en un tono más fuerte, antes de
coger la leche y volver con sus sobrinos.

Cuando Max se dirigió hacia las puertas de vaivén, Sera le tomó del brazo.

—¿Huirías conmigo?

Él sonrió ante su inesperada oferta.

—¿Ahora me entiendes?

—Lo hago.

—El don de la oportunidad de mi señora apesta. —Max se tomó un momento


para abrazarla y besarla en la frente—. No sabes lo que eso significa para mí. Pero
no puedo hacerle eso a los Peltier y a mi hermano. No después de todo lo que han
hecho por mí durante todos estos años.

—Y es por eso que te amo y te odio.


Resoplando por su extraño sentido del humor, la soltó y se deslizó por la
puerta giratoria para ver lo que estaba sucediendo en el bar.

Fang, Vane, Dev, Illarion, los lobos y los osos estaban en el bar, listos para
enfrentarse a todos los miembros de la tribu de Seraphina. Afortunadamente, el
bar estaba todavía cerrado a los seres humanos o hubiera sido la receta para el
desastre.

—¡Exijo que entreguen al Dragonbane! Atacó a nuestra tribu, mató a nuestros


compañeros, y…

—Ve a llorarle a tu mamá, perra, no me importa —escupió Fang al lobo


Arcadiano.

—Fang. —Vane se puso entre su hermano y el otro lobo—. ¡No ayudas!

Dev se rió.

—Tal vez no, pero es muy entretenido y ayuda a animarme.

Samia golpeó a su marido en el estómago. 153


—No te metas en esto. Si quisiéramos hacer explotar el bar otra vez,
hubiéramos traído a Rémi aquí.

Sera pasó junto a Max para hacer frente al grupo.

—Esto no es sobre el Dragonbane. Esto es sobre el pacto de Nala con un


demonio.

—Cállate. —Nala la fulminó con la mirada.

—No. No en esto. No voy a ver como destruyes a mi compañero de nuevo.

—Seraphina...

Pero Sera se negaba a formar parte de esto.

—Renunciaré a mi lealtad a la tribu antes de permitir que te lo lleves. —Sacó


su espada de la vaina—. Quieres a Maxis... tendrás que pasar a través de mí.

Illarion se posicionó a su espalda.

Completamente aturdido, Max se había quedado congelado en donde estaba.


No podía creer lo que estaba viendo. ¿Era real? ¿Sera le estaba defendiendo?

Fang se colocó a la izquierda de Sera.


—Como pueden ver, nos gusta nuestro Dragonbane. Va muy bien con los
muebles.

Se oyó un aplauso sarcástico, rompiendo la tensión.

—Bonito. —Un demonio dio un paso delante de detrás de los arcadianos. No


era Kessar, pero había algo remotamente familiar en él. Max intentó recordar
dónde le había visto antes.

Definitivamente era un gallu. El hedor era inconfundible.

El demonio se detuvo en frente de Fang y le dedicó una sonrisa burlona.

—Sin embargo, parece que todos han olvidado algo. Mientras que ustedes
están obligados por las leyes del Omegrion, nosotros no. ¿De verdad quieren que
dé rienda suelta a mis guerreros aquí? ¿Cuánto tiempo crees que tú y tus animales
podrán aguantar?

Fang no se amilanó.

—Lo suficiente para poder colgar tu cabeza en mi pared. 154


El demonio abrió la boca para hablar, pero entonces comenzó a hacer un
extraño ruido de gorgoteo.

Sera e Illarion retrocedieron. Igual que Nala. Max se acercó para proteger a su
familia de lo que se avecinara.

Más rápido que un parpadeo, Dev cogió un cubo de fregona y lo colocó frente
al demonio justo a tiempo para atrapar el vómito. Haciendo una mueca y
maldiciendo, él miró a Sam.

—Síp, cuando crías a tantos sobrinos y sobrinas como yo y diriges un bar,


conoces ese atractivo sonido de he-comido-demasiado, así-que-agarra-un-cubo-tío-
tengo-que-vomitar. —Presentando una expresión aún más desagradable, se volvió
hacia el demonio—. ¿Has terminado? Porque tío, esto que estás devolviendo es
asqueroso. Y de verdad espero que esta mierda no sea contagiosa.

En su lugar, el demonio cayó de rodillas en plena agonía. Sufría tanto, que no


podía hablar.

Dev colocó el cubo a un lado al tiempo que los demás miraban al demonio en
un silencio aturdido.

—¿Alguien conoce a un médico de demonios?

—¿Qué le ocurre? —preguntó Nala.


Fury se encogió de hombros.

—Creo que no le ha sentado bien su última víctima. ¿A quién te comiste?

Dev resopló con sarcasmo.

—A juzgar por el contenido de la cubeta, yo diría que a un Muppet. Se parece


a La Rana René.

Sam dejó escapar un gemido de exasperación.

—Son repugnantes.

Con un gesto exagerado, Lia asintió en completo acuerdo.

Y el demonio seguía convulsionando y vomitando. Jadeó y farfulló.

Entonces estalló en pedazos.

Al unísono, todos dieron un paso atrás desde sus posiciones como si tuvieran
miedo de que eso, también, fuera contagioso. 155
—Santa. Mierda —suspiró Dev.

Fury tomó la mano de Lia.

—Mi maldita tía atolondrada.

Fang y Vane tocaron con las puntas de los pies los restos humeantes del
demonio antes de inspeccionar el resto de la sala.

—¿Savitar? —llamó Vane.

Fang frunció el ceño.

—¿Thorn?

Nadie respondió. Con el rostro pálido, Fang encontró la mirada de Max.

—¿Alguna vez has visto u oído hablar de algo como esto?

Antes de que pudiera responder, Nala jadeó alarmada. Entonces gritó de


dolor.

Sera dio un paso hacia ella.

—¿Basilinna?

Ella levantó la mano y vio que se estaba volviendo lentamente gris.

—Creo que me estoy volviendo de piedra... ¿y tú?


Horrorizada, Seraphina examinó su propio cuerpo.

—Creo que no.

Con la respiración entrecortada, Nala sacudió la cabeza.

—¿Qué está pasando? —gritando, desapareció y se llevó a sus amazonas con


ella.

Fang y Vane se volvieron hacia los Arcadianos, pero sin su demonio y las
guerreras amazonas, su fanfarronería se había desvanecido.

—Esto no ha terminado —prometió el líder—. Yo también soy un Kattalakis


Lykos y exijo la satisfacción de ver al que maldijo a nuestra raza pagar por sus
crímenes. ¡Regresaré!

Y con eso, se fueron.

Max se dio cuenta de que Sera se había puesto blanca.

—¿Seramia? 156
—Yo tampoco me siento bien. —Se llevó la mano a la frente—. Es una
sensación extraña. —Sus piernas se doblaron.

Max la tomó en sus brazos y les teletrasportó desde la barra a la enfermería


de la Casa Peltier.

—¡Carson!

El Gerakian apareció al instante.

—¿Qué le ocurre?

—No lo sé. Está enferma o algo.

Max dio un paso atrás para que Carson pudiera examinarla. El tiempo se
ralentizó mientras se mordía el labio y esperaba ansiosamente a que el médico les
dijera que ella estaba bien. Que esto era sólo agotamiento por el increíblemente
largo día que habían tenido.

Eso era lo que esperaba.

Por desgracia, no fue lo que Carson dijo.

—Es extraño. Es como si el hechizo que Kessar desbloqueó se estuviera


invirtiendo.
El aliento de Max quedó atrapado en su garganta cuando el miedo le
atravesó. No... Carson estaba equivocado. Él tenía que estarlo.

—¿Qué?

—Se está convirtiendo lentamente en piedra.

En ese momento, sintió como si todo el aire hubiese abandonado


violentamente su cuerpo.

—¡Pura mierda! No me jodas, Carson.

Él se colocó el estetoscopio en su cuello.

—No lo hago. —Acariciando a Sera suavemente en el hombro, le ofreció una


simpática y triste sonrisa—. Lo siento. No tengo idea de cómo revertir esto.

Sus ojos brillaban cuando ella encontró la mirada de Max, pero consiguió
parpadear las lágrimas para retenerlas.

—Debería haber sabido que los dioses no nos permitirían ser libres. 157
Estábamos destinadas a ser castigadas por enfrentarnos a ellos. Seamos realistas,
no son exactamente conocidos por su misericordia.

Max se dejó caer de rodillas a su lado como si mil emociones lo saquearan a la


vez. Pero las únicas que sintió fueron el miedo y la angustia. El amor por el que no
quería perderla de nuevo.

—No puedo dejarte ir. No otra vez.

Ella le acarició el pelo.

—Lo siento. Nunca debí haber seguido a Nala en su guerra contra los dioses.
Estaba tan segura de que los sumerios se harían cargo de Grecia. —Riendo
amargamente, hizo una mueca—. Perra estúpida, nunca respaldó a un bando
ganador en ningún conflicto.

—¿Por qué luchaste contra ellos?

—No lo sé. Estaba enfadada con los dioses por lo que nos habían hecho. Por
lo que les habían hecho a nuestros hijos. Quería la sangre de Apolo y de Artemisa
por crear a nuestras razas. La de las Parcas por condenarnos. Era una misión
suicida. Sin embargo, me hizo sentir poderosa, como si tuviera algún control sobre
mi destino. ¿Cómo de tonta era?

—No fue tonto. Un poco arrogante y bastante miope. Pero no tonto. —Puso la
cabeza en su regazo y la abrazó con fuerza—. No puedo volver a pasar por esto. —
Él la atravesó con una furiosa mirada—. No lo haré.
—No podemos hacer nada.

—Sí, podemos.

Seraphina se quedó helada al oír su tono. Un presentimiento le dio


escalofríos.

—¿En qué estás pensando?

Mordiéndose el labio inferior, tragó saliva.

—Quédate aquí con Carson. Vuelvo enseguida.

—¡Maxis!

Él no la escuchó.

Cuando se desvaneció, intentó detenerle. Saltó de la cama y le agarró por el


brazo.

Demasiado tarde. Se fue sin dejar un solo rastro. Sólo un ligero revuelo en el
aire que no daba pistas de que él hubiera estado allí. Aterrorizada, encontró la
158
mirada de Carson, que reflejaba su misma preocupación.

—¿Qué va a hacer?

El médico sacudió la cabeza.

—No tengo ni idea. Pero supongo que nada bueno.

—Síp. Lo secundo.

***

Max vaciló antes de hacer algo absolutamente estúpido. La clase de estupidez


que, de hacerla alguno de sus hermanos, él mismo les hubiera dado una paliza
hasta la inconsciencia. Y luego arrojado agua sobre ellos para revivirlos.

Entonces les daría otra paliza.

Pero no se le ocurría otra manera de salvar a su Dragonswan de su destino. Y


si no se movía rápido, sería demasiado tarde.

Soltando un profundo suspiro, cerró los ojos e ignoró el dolor de sus heridas.
Llamó a cada onza de aliento de dragón en su interior y se teletransportó a las
Puertas de Samothraki. Aunque los seres humanos de esta época y lugar no veían
nada salvo los restos irregulares de tiempos pasados, sabía dónde estaba la entrada
a uno de los lugares laicos más sagrados. Como las puertas de entrada a Avalon y
a Kalosis, esta brillaba sólo unos pocos latidos de corazón justo al anochecer y al
amanecer. Tan rápidamente que era fácil perdérselo o descartarlo como un truco
visual.

Pero este era uno de los últimos lugares donde sus hermanos dormían en el
mundo moderno.

Y este era uno de sus últimos hermanos.

—¿Falcyn?

Nada más que la brisa marina de la tarde le respondió. Max se abrió paso a
través de las ruinas del ancestral templo donde la humanidad una vez había
pagado tributo a los dioses de la antigüedad. Donde una vez habían hecho
ofrendas a su especie, con la esperanza de ganar su cooperación y afecto.

Hoy las cosas eran muy diferentes.

—¡Maldita sea, Falcyn! ¡Si me puedes oír, contesta!


159
—No respondo a los seres humanos. Si quieres hablar conmigo, elige el
idioma correcto.

Max soltó una amarga carcajada y cambió a drakyn.

—No tengo tiempo para que seas un imbécil. Te necesito, hermano.

Algo le golpeó con fuerza en el pecho y salió volando. Por el dolor, y la


distancia que recorrió antes de estrellarse contra el suelo, diría que había sido la
cola de púas de Falcyn.

Con un gemido de dolor, él se incorporó.

—¿Estás satisfecho?

—En realidad, no. Cuando te corte por ser un idiota como deseo, puede que
me sienta mejor emocionalmente.

Esta vez, cuando atacó, Max detuvo el golpe. Haciendo uso de su campo de
fuerza, le bloqueó y se la devolvió a su hermano mayor.

—Por favor, Falcyn... por favor.

La presión contra él disminuyó.

Luego desapareció. Max se relajó, sólo para darse cuenta demasiado tarde de
que se trataba de un truco. Falcyn se materializó a su espalda y le atrapó en una
viciosa llave de cabeza. Apretó con fuerza mientras sostenía a Max contra su
cuerpo.

—He aquí lo que queda de mi isla gracias a ti, hermano. ¡Trajiste a esos
bastardos griegos aquí y te odio por ello!

Síp, está bien, puede que hubiera cometido un terrible error. Había esperado
que unos pocos miles de años hubieran suavizado el cabreo de su hermano.

Al parecer, Falcyn necesitaba unos pocos miles de años más.

—Lo siento. No tenía a dónde ir.

—Y yo no tengo nada más que decirte.

Sin más opción, Max se volvió hacia él para espetarle:

—¡Escúchame! No quiero pelear contigo.

Pero una pelea es lo que fue. Falcyn le atacó como un perro muerto de
hambre en un buffet detrás de la última costilla de cerdo. Maldición, había 160
olvidado lo fuerte que su hermano podía golpear. Sin otra opción, se transformó en
un dragón. Era la única manera de sobrevivir sin matar a su hermano.

Bueno…

Teóricamente. De todas formas, si Falcyn no recuperaba la cordura pronto,


Max siempre podría cambiar de opinión. No necesitaba a su hermano con vida
para reclamar lo que buscaba. Sólo su conciencia requería que Falcyn respirase.

Oh, queridos dioses, ¿de verdad? De repente, Illarion estaba entre ellos en su
cuerpo de dragón, empujándoles para separarles. ¡Paren! ¡Los dos!

Falcyn se dio la vuelta, tratando de pincharlo una vez más con su cola.

Max la atrapó con sus garras y la mordió tan duro que Falcyn gritó.

Illarion le fulminó con la mirada.

¿Era necesario?

Max liberó la cola.

—Un poco.

Con un gruñido irritable, Falcyn disparó fuego contra él.

Illarion lo congeló con sus poderes. Miró a Falcyn.


Somos los últimos de nuestra casa. ¿Puedes por favor dejar de sacrificar a nuestro
linaje?

—Entonces será mejor que salga de mi vista.

Falcyn...

—Lo digo en serio, Illy. No estoy de humor. —Se dirigió pesadamente hacia
su puerta.

—Necesito una DragonStone, Falcyn. Mis hijos y mi swan morirán sin ella.

Falcyn se congeló.

—¿Te atreves a pedirme eso?

—Eres el único que queda con una.

Falcyn se volvió para clavarles una mirada furiosa.

—Y en realidad no me importa una mierda. Váyanse a casa. Los dos. No


quiero volver a verlos.
161
Dichas esas frías palabras, desapareció entre las puertas.

Aturdido, Max se le quedó mirando.

—¿Hablas en serio?

Lo siento, Max.

Sin poder creérselo, se rió con amargura.

—Sabía que eras egoísta y frío, Fal, pero esto... Mamá estaría orgullosa de
saber lo mucho que se parecen. ¡Ojalá te hubiera matado cuando tuve la
oportunidad, hijo de puta!

Para, Max. Sabes por qué se siente así.

Sip, seguro. Como todos los demás, le culpaba por cosas que Max no había
querido. Por algo que no había podido evitar. Que él había hecho todo lo posible
por evitar.

Ahora Sera y sus hijos pagarían por ello.

Max sintió el peso de su culpa y dolor. No estaba bien. No le importaba llevar


el peso de su castigo. Estaba acostumbrado. Pero no dejaría que las consecuencias
golpearan a su familia.

Ni siquiera a Falcyn.
Pero no había nada que pudiera hacer. Con el corazón roto por haber
fracasado, volvió al Santuario con Illarion pegado a su cola para poder pasar todo
el tiempo que le quedara junto a su esposa antes de que los dioses la regresaran a
una inanimada estatua congelada.

***

Medea vaciló fuera de la habitación de sus padres cuando tuvo un mal


presentimiento ante el silencio poco habitual que la saludó. No que los sonidos que
oía cada vez que se aventuraba por aquí a esta hora fueran reconfortantes, ni
mucho menos, pero...

—¿Mamá? ¿Papá?

La puerta se abrió por su propia voluntad.

Aún más cautelosa, deslizó las manos a sus armas, lista para cualquier 162
amenaza que pudiera estar esperándola en la enorme habitación iluminada con
velas. Con las sábanas arrugadas, la cama de dosel tamaño king estaba vacía. A un
lado, las cortinas estaban descorridas como si las hubieran quitado rápidamente.

Entonces oyó el leve sonido revelador de alguien enfermo en el cuarto de


baño.

—Estamos aquí —la llamó su padre.

Aún sin saber si no era un truco, Medea se movió rápida y cautelosamente


hacia el sonido de arcadas.

Cuando alcanzó la puerta entreabierta, la empujó y se congeló en completo


shock.

Apenas vestida, su madre estaba inclinada en el suelo mientras su padre la


sostenía. Con el corto pelo negro alborotado y su hermoso rostro contorsionado
por la preocupación. Alguien, sin duda su padre, había trenzado el largo pelo
rubio de su madre para apartárselo del rostro y el vómito.

Los estaban pálidos y temblorosos.

Aterrorizada, Medea corrió hacia ellos.

—¿Qué está pasando?

Stryker tragó saliva antes de responder.


—No lo sé. Se despertó por las náuseas. Y ha estado así más de una hora. —
Ajustó el paño frío sobre la cabeza de su madre.

Dado que los Daimons y los marcados por demonios no podían enfermarse,
en teoría, o quedarse embarazados, esto no podía ser bueno. Medea se arrodilló al
lado de su madre.

—¿Matera?

Con la piel verdosa, su madre puso una tierna mano en la mejilla de Medea y
trató de sonreír.

—Estaré bien, pequeña. Sólo necesito un minuto.

Pero podía decir por el miedo en los ojos de su padre que esto era peor de lo
que su valiente madre le dejaba ver.

—¿Necesitas algo? —le preguntó su padre.

Ella dejó escapar un suspiro de frustración.


163
—Odio cargarte con cualquier otra cosa...

Él arqueó una ceja.

—Kessar ha regresado al campo de juego. Mi espía en el Santuario acaba de


decirme que tiene la Tabla Esmeralda en su poder y que ha despertado a las Jinetes
Scythian para que vengan por ti.

Su madre hizo un sonido de supremo dolor.

—Odio a esas perras. Debería haberle arrancado la garganta de Nala cuando


tuve la oportunidad.

Sólo su madre podía reunir tanto odio y veneno en esa condición. Claro que,
eso era lo que Medea admiraba de Zephyra. Era una luchadora hasta el amargo
final.

Su padre se rió de la amenaza.

—¿Él viene por mí?

Medea asintió.

—Y quiere a Max.

—¿Al dragón?

—Sí.
—¿Por qué? —le preguntó su padre con el ceño fruncido.

Antes de que pudiera hablar, alguien llamó a la puerta.

Medea se levantó.

—Voy a ver quién es. —Se teletransportó a la puerta, con la intención de


sacudir a quien estuviera allí. Sin embargo, tan pronto como la abrió y vio a su
segundo al mando y mejor amigo, Davyn, supo que algo iba mal.

Tenía el mismo tono verdoso en su piel y su guapo, encantador amigo parecía


tan enfermo como su madre. Y como sus padres, no se había molestado en
peinarse después de levantarse de la cama, algo que Davyn nunca permitía que
sucediera.

—¿Qué ocurre?

Él apoyó su mano contra el marco de la puerta y luchó por respirar.

—Hay algún tipo de enfermedad difundiéndose entre nuestras filas. —


Cuando quiso seguir explicándose, le interrumpió un ataque de tos—. Es como si 164
tuviéramos una plaga.

Un presentimiento aún peor la atravesó ante esas palabras. Cada vez que
alguien mencionaba la palabra “plaga” y “Daimon”, sólo un nombre le venía a la
mente...

Apolo.

Y esa rata hija de puta acababa de pasar por la residencia.

Aterrorizada de poder tener razón, pero deseando desesperadamente no


tenerla, se acercó a Davyn.

—Vamos, cariño, deja que te lleve a la cama.

Él se apartó de ella.

—No es que no apreciara la ayuda, pero no quiero contagiarte lo que


malditamente sea esto. Además, Stryker me destriparía si te contagio. Y yo
también lo haría.

Ella resopló por su enfermo sentido del humor.

—Sólo tú podrías ser tan gracioso y estar así de enfermo al mismo tiempo.
Voy a ir contigo de todos modos, antes de que te golpee. Sólo por si acaso.

Ofreciéndole una débil sonrisa, él desapareció.


Medea se tomó un momento para comprobar a su madre y a su padre otra
vez.

Su gigantesco y musculoso padre tenía a su madre acunada en su regazo


como su fuera un niño pequeño. Zephyra parecía tan pequeña y frágil, dos
cualidades que Medea normalmente no aplicaba a una mujer que era feroz y fuerte
sin medida.

Él sostenía el rostro de su madre en la enorme palma de su mano mientras la


mecía suavemente y mantenía su cabeza metida protectoramente debajo de su
barbilla. Su obvio amor atragantó a Medea y trajo lágrimas a sus ojos. A pesar de
todos los fallos de su padre, adoraba a su madre.

Y a ella.

Sintiendo su presencia, él atrapó su mirada.

—¿Quién era?

—Davyn. Voy a comprobar algo y luego te pondré al día. 165


—Confío en ti, hija.

Cuando empezó a salir, él la detuvo.

—¿Medea?

—¿Sí, Padre?

—Te quiero.

Durante un minuto, ella no pudo moverse. Aunque sabía que era así, no solía
decirlo en voz alta. Al igual que su madre, su padre era una criatura feroz y
violenta. Un Daimon despiadado de acción, no de afecto. El hecho de que se
sintiera obligado a decírselo la preocupó aún más.

—Yo también te quiero. —Y cuando se retiró, le oyó hacer lo último que


jamás había esperado.

Él susurró una oración a Apollymi para que ayudara a curar la enfermedad


de su madre.

Síp, eso dio miedo.

E irónicamente, hacia allí era a donde se dirigía. Si alguien tenía una pista
acerca de esto, sin duda, sería la antigua diosa de la destrucción de la Atlántida.

Medea se teletransportó desde su casa al palacio en la colina donde Apollymi


residía con sus guardias Carontes. Ya que era tarde, no estaba segura de donde
podría estar la diosa. Durante el día, que era tan oscuro como la noche en este
reino del infierno conocido como Kalosis, la diosa se encontraba normalmente en
su jardín.

Medea no estaba segura de si Apollymi dormía o si lo hacía por la noche. A


decir verdad, nunca había pensado mucho en ello. Aunque ahora que lo hacía,
Apollymi debía estar sola. Se mantenía al margen de los Daimons que la adoraban.
Y aparte de los demonios Caronte que la vigilaban, y además no había televisión
por cable aquí. La maldición que la encarcelaba en este reino le impedía visitar a su
hijo, Acheron, o salir de este lugar.

¿Qué hacía la diosa?

Definitivamente no crochet o jugar al parchís.

Medea dudó en el gran salón del palacio de mármol negro.

—¿Hola? —Eso parecía la forma más segura de anunciar su presencia sin


irritar demasiado a la peligrosa diosa.

Una alta mujer Caronte apareció a su lado. Con el verde pelo largo que hacía
166
juego con sus ojos, tenía la piel de color amarillo-anaranjado y cuernos y alas
naranja oscuro.

—¿Sí?

—Está bien, Sabine. Estoy segura de que está aquí para pedirme una cura
para su madre. Estás excusada esta noche. Ve a ver a tus pequeños.

Volviéndose, la Caronte dedicó una ligera reverencia a la siempre elegante


diosa Atlante.

—Sí, Akra.

Como un fantasma silencioso, Apollymi se deslizó de entre las sombras. Su


largo cabello rubio pálido flotaba alrededor de su cuerpo esbelto en gran contraste
con su vestido negro. Con sus arremolinados ojos plateados llenos de compasión,
se acercó a Medea.

—He oído la súplica de tu padre. ¿Qué está pasando?

Medea vaciló. Aquella era la Destructora Atlante. Una diosa de crueldad y


destrucción total que había masacrado a todo su panteón y a su familia...

No la reina de los sentimientos de felicidad.


—¿Por qué estás siendo tan...? —Medea pensó en una palabra para usar con
la diosa para que no la ofendiera y la hiciera terminar como una mancha en la
pared o en el suelo—, ¿amable?

Apollymi rió maliciosamente.

—Aunque tus pensamientos son correctos, niña, te recuerdo que les maté a
todos por el hecho de que hicieron daño a mi hijo. —Se puso seria—. A pesar de las
luchas que hemos tenido durante siglos, Stryker es también mi hijo, y aunque yo
no le di a luz, no le quiero menos por eso. Y como cualquier madre, ni dejaría ni
podría permitir que uno de mis hijos dañara al otro, y esos son los únicos
momentos en que he detenido los intentos de Stryker. No voy a permitir que
ataque a Apostolos o a Styxx. Mientras deje a sus hermanos y a sus familias en paz,
no le haré pedazos. Y no le haría más daño de lo que le haría a ninguno de mis
hijos.

Ella tomó la barbilla de Medea en su mano.

—Y eso te incluye a ti. Ahora, ¿qué necesitas de mí, hija?


167
Medea vaciló de nuevo. Honestamente, no estaba acostumbrada al afecto de
alguien que no fuera su madre, y por un tiempo, hasta que los seres humanos le
habían asesinado, de su marido.

Su relación con su padre era reciente. Nunca había tenido a un abuelo de


ningún tipo, y este lado de Apollymi más bien la asustaba.

Definitivamente la hacía sentir incómoda. Pero por ahora, lo aprovecharía.

—Parece haber una plaga esparciéndose entre los Spathi de aquí. Davyn está
enfermo, y también mi madre.

Los ojos plateados arremolinados de Apollymi brillaron rojos cuando dejó


caer su mano. Un viento invisible se deslizó por la habitación, azotando su cabello
alrededor de su cuerpo.

Siseando una maldición, se dio la vuelta y se alejó.

—¿Akra?

—¡Sígueme!

Medea sabía que no debía cuestionar o desobedecer ese tono de voz. Aceleró
sus pasos para alcanzar a la diosa, quien la guió a un nivel inferior del palacio que
había pertenecido a Misos, el dios Atlante de la muerte y la violencia. Dado el
aspecto de este nivel, diría que era el lugar donde ese antiguo dios una vez había
mantenido a sus invitados “especiales” para castigarles en sus vidas posteriores.
Según el hermano de Medea, Urian, esas almas habían pertenecido a los
primeros que consumieron los Daimons originales que Apollymi había traído aquí
para salvarles de la maldición de Apolo. Las almas de los corruptos condenados les
habían alimentado durante mucho tiempo.

Pero, por desgracia, todas las cosas buenas llegaban a su fin. Y después de un
tiempo, los Daimons se habían visto obligados a salir y alimentarse de seres
humanos en el mundo para alargar sus vidas.

Gracias a Apolo y a su horrible maldición.

Al llegar al final del pasillo, Apollymi usó sus poderes para abrir una puerta
de hierro de gran espesor. Apolo estaba encadenado en un montón desnudo, el
dios griego que había condenado y brutalmente eviscerado al hijo de Apollymi,
Acheron, cuando era humano. Esa traición era la razón por la que la diosa le
odiaba tanto. Pero palidecía en comparación con los miles de años que Apolo se
había pasado torturando al hermano gemelo de Acheron, Styxx.

Como nieta de Apolo, Medea probablemente debería sentirse mal por el


antiguo dios. Pero dado que su maldición le había costado la vida y él no había 168
hecho nada cuando las alimañas humanas habían matado a su marido y a su hijo
pequeño por ninguna otra razón que por el hecho de que Apolo les había
maldecido a que les crecieran colmillos y vivieran sólo por la noche, simplemente
no podía encontrar en su corazón el perdón. Más bien, le odiaba aún más de lo que
su padre lo hacía.

Furiosa, se abalanzó hacia él.

Apolo se retiró riendo.

—Yo no lo haría si fuera tú.

Ella vaciló.

—¿Qué quieres decir?

—Sé por qué estás aquí y sí, soy la causa de todo.

Apollymi extendió la mano y le inmovilizó contra la pared.

—¿Qué has hecho?

Él se rió con más ganas.

—Todos han olvidado que yo soy el dios de las plagas. Ahorré lo suficiente
de mis fuerzas para una última venganza.

Medea se quedó helada.


—¿Qué hacemos, Akra?

La expresión en el rostro de Apollymi confirmó su peor temor. No había nada


que pudieran hacer. Un dios no podía deshacer el hechizo o la maldición de otro
dios.

La crueldad brilló en los ojos de Apollymi.

—Un bastardo se merece lo que es.

Apolo palideció bruscamente ante sus palabras. Había estado aquí el tiempo
suficiente para aprender a temer esa mirada, como todos ellos hacían.

—¿Qué quieres decir?

Apollymi deslizó una sonrisa insidiosa a Medea.

—No podemos matar a Apolo. No podemos deshacer este último truco... Pero
nadie dijo que no podíamos alimentar a los gallu con él y dejar que lo conviertan
en una de sus perras de sangre como lo hicieron con Zakar. ¿Qué opinas?
169
Medea se rió maliciosamente.

—Oh, mi Señora Apollymi, me encanta la forma en que trabaja su mente.


¿Debería llamar a Kessar para negociar?

—Sí, pequeña. Creo que deberías.

Apolo gritó.

—¡No puedes hacer eso! ¿Tienes alguna idea de lo que harán en el mundo?

Ella le repasó con una mirada fría y vacía.

—Olvidas, querido Apolo, que soy Apollymi la Gran Destructora. ¿Crees que
me importan esos tontos mortales? —Le sonrió a Medea—. Convócalos.
13
Desnudo bajo su montón de pieles, Max yacía en el suelo de su ático,
sosteniendo a Sera en sus brazos. Había enviado a Illarion con Blaise a buscar a los
niños y traerlos de vuelta así podrían verla antes de que ella volviera a ser piedra.
Pero él quería unos últimos momentos en privado para decir sus adioses.

Parecía que cada latido de su corazón hacía que el cuerpo de ella se enfriara
más y pusiera más rígido. Se estaba muriendo lentamente en sus brazos. Estaba
intentando todo lo que se le ocurría para mantenerla caliente y vibrante. ¿Cómo
podían sus poderes ser tan inútiles?

Ella le ofreció una amable y triste sonrisa mientras le tocaba los labios con los
dedos.
170
—No te preocupes, mi Señor Dragón. No es tan malo. De verdad. No es como
estar muerto... Sólo un largo sueño. Ni siquiera sé que estoy allí.

¿Como si eso ayudara? En todo caso, saber que ella existía en un estado
oscuro y vacío lo empeoraba.

Con sus ojos brillando, ella extendió la mano para cepillar su flequillo con
una mano.

—Sólo desearía haber podido ver tu cabello como lo recuerdo. Te ves tan
manso con este peinado. Tan humano. —Ella arrugó la nariz juguetonamente.

Él se rió mientras acariciaba suavemente sus senos.

—Habría pensado que preferías mi pelo corto y arreglado, como los hombres
de tu pueblo.

—No. Son tus salvajes costumbres draconianas las que siempre me han
cautivado. Fue lo primero que me atrajo de ti, por encima de todos los demás.

—Entonces, cierra los ojos.

Ella lo hizo, y él usó sus poderes para devolver su cabello al estilo primitivo y
barbárico que había tenido al acoplarse.
Tomando su mano, le besó la palma y la guió hasta sus largas trenzas con
cuentas que estaban atadas con plumas.

Sera jadeó cuando abrió los ojos para observarlo.

—¿Cómo hiciste eso?

—Tengo mis métodos de drakomas.

Riendo, ella enrolló una trenza fina alrededor de su dedo índice y jugó con su
pelo largo con tanto deleite que le puso realmente duro otra vez. Aunque cómo
podía tener una erección dada su última ronda ardiente estaba lejos de su
comprensión. Era algo bueno que no tuviera una cama, ya que estaba seguro de
que la habrían roto.

Ella rozó su trenza con sus carnosos labios.

—Ahí estás, mi salvaje y primitivo dragón.

Max se inclinó sobre ella y la besó mientras su corazón se rompía ante la idea
de perderla de nuevo. Tenía tantos poderes. Tantas baratijas y tesoros de los 171
dioses. Objetos encantados sin tiempo por los que personas habían muerto a lo
largo de la historia intentando encontrar y poseer. Pero nada podía detener o evitar
esto.

Nada.

Así que se aferró a ella con tanta fuerza que finalmente protestó.

—Me estás aplastando.

—Lo siento. Solo quiero mantenerte caliente y a salvo. —Él jugó con el lóbulo
de su oreja con su lengua.

Ella suspiró de placer.

—Cómo me gustaría que pudieras. No hay nada más que desee que
quedarme contigo.

Alguien llamó a su puerta. Max usó sus poderes para vestirlos de nuevo antes
de permitirle a su visitante entrar a su habitación.

Era Illarion, con una de las esferas mágicas de Merlín.

Max le frunció el ceño.

—¿Dónde están los niños?


Están bien y todavía en Avalon. Ya que no están en proceso de reconvertirse en
piedra, Merlín los mantuvo allí. Piensa que lo que sea que está afectando a Sera y a su tribu
aquí no puede romper la barrera para llegar a ellos en su lado de las cosas. Tenía miedo de
que si los enviaba de vuelta, volverían también a transformarse.

Sera dejó escapar un sonido de felicidad mientras se sentaba.

—¿No se están transformando de nuevo?

Illarion sostuvo la bola de cristal para que ella lo atestiguara.

Ambos niños estaban allí, en lo que parecía ser el castillo de Merlín en


Avalon. Se veían felices y, lo mejor de todo, sanos y enteros. Nada de preocupados
o estresados.

Edena se mordió el labio mientras movía su cabeza alrededor como un


pajarito, tratando de centrarse en la cara de su madre.

—¿Mamá?

Sera sonrió mientras tomaba la bola en sus manos. 172


—¿Edena? ¿Haydn? ¿Están bien?

Hadyn asintió.

—Estamos bien. ¿Y tú?

—Maravillosa, ahora que sé que los dos están bien.

Los labios de Edena temblaron.

—¿Es verdad? ¿Estás transformándote?

Ella asintió.

—Quiero que los dos escuchen a su padre y le permitan cuidarles en mi


lugar. ¿Pueden hacer eso?

Ambos asintieron.

—Te quiero, mamá —dijo Haydn, poniendo su mano en el orbe—. Me


gustaría estar allí para decírtelo a la cara.

—También yo. Solo recuerda que sin importar qué, voy a estar cerca. Y
Edena, necesito que seas amable con tu hermano en mi ausencia. Deja de tratar de
cortarle las alas todo el tiempo. Déjale aprender a volar o a estrellarse por su
cuenta.
—Voy a intentarlo. Por ti.

—Los amo a los dos. Por favor, cuídense entre ustedes y de su padre y sus
tíos por mí.

Edena empezó a llorar mientras Hadyn la tomaba en sus brazos para


consolarla.

Max tragó saliva cuando se le ocurrió una idea.

—¿Merlín? ¿Estás ahí con los niños?

La hermosa hechicera de pelo rubio platino se movió, colocándose al lado de


ellos.

—Estoy aquí. ¿Qué necesitas?

—Si llevara a Seraphina contigo, en Avalon, ¿crees que podrías evitar que
siguiera transformándose? ¿Que lo que sea que está salvando a los niños pudiera
salvarla, también?
173
Merlín vaciló.

—Podría, pero también podría matarla, ya que se encuentra en el proceso de


cambiar. No sé bajo qué tipo de hechizo la tiene Zeus. Sabes tan bien como yo que
puede ser irrazonable con la magia, y las consecuencias son imprevistas. —Echó un
vistazo a sus hijos—. Además, ella no es de tu línea de sangre. Aunque cargó a tus
hijos y mezcló su sangre con la tuya, no es lo mismo a ser nacido drakomai.
Simplemente no hay seguridad sobre qué podría suceder. Lo siento, Max. No
quiero probar algo y perderla.

Las lágrimas lo ahogaban. Merlín tenía razón. Con ella siendo piedra de
nuevo, siempre había una posibilidad de que pudiera encontrar otra manera de
restaurarla. De conseguir la Tabla de Kessar y utilizarla para liberarla de nuevo.

Pero no había forma de volver de la muerte. Sobre todo si Zeus astillaba su


estatua primero.

—Gracias, Merlín.

Ella asintió antes de que la niebla en el orbe se los tragara.

Sera ladeó la cabeza para mirarle.

—¿Qué con esa mirada? ¿Qué estás planeando?

Sí, a mí también me estás asustando.

Él se paró.
—Voy tras Kessar y la Tabla.

—¿Estás loco?

Max sacudió la cabeza.

—Es la única forma. La utilizó para liberarte. Entonces puedo usarla para
mantenerte aquí, también. —Miró a Illarion—. ¿Cierto?

Su hermano sacudió la cabeza.

Sí... no, esto es una muy mala, mala idea. Como tratar de secarte el pelo mientras te
duchas, o mear con un fuerte viento. ¿Estás loco?

—No. Estoy desesperado.

Es la misma cosa.

Él dio a su hermano una sonrisa irritada.

Bueno, lo es.
174
Sera se puso de pie junto a él.

—Estoy de acuerdo con Illarion. Ni siquiera pienses en hacer esto. ¿Estás


loco? No se puede entrar en una colonia de demonios y amazonas que quieren
verte muerto, y tomar la Tabla que el jefe de los demonios ambiciona. Tienden a
reaccionar mal a tales cosas. Créeme. Lo he visto. Creo que Nala usa la garra del
último dragón poseedor de tal arrogancia.

Illarion señaló su acuerdo con Sera.

¿Cuántos desafíos más estás planeando emitir? Jesús, Max. Hay maneras mucho
menos dolorosas de morir. Ahogarse en ácido es una de las que se me ocurre.

De repente, una luz brilló en la habitación donde estaban. Max se dirigió


hacia ella, pero algo lo mantuvo en su lugar. Una fuerza poderosa e invisible que
no podía romper.

Furioso, manifestó una ráfaga de fuego para atacar. Hasta que reconoció a la
fuente del poder.

Falcyn.

Sólo que esta vez, no estaba en forma de dragón. Vestido con su antigua
vestimenta de guerra negra, llevaba pieles y pelajes de los asesinos que habían
cometido el error de venir tras él, como trofeos y testimonio de sus habilidades
marciales insuperables. Su pelo negro era corto a excepción de una larga trenza
que se envolvía alrededor de su garganta y que estaba adornada con un colgante
plateado de dragón que hacía juego con sus ojos claros. Brillaban como el mercurio
en la penumbra.

Y no se perdían ningún detalle en absoluto.

Los ojos de Illarion se abrieron ampliamente cuando lo vio allí. Inclinó la


cabeza en reconocimiento ante el orden de nacimiento de hermano mayor y por
respeto.

Devolviendo el gesto a Illarion, Falcyn cerró la distancia entre ellos con ese
andar predatorio feroz que era únicamente suyo.

Sin decir una palabra, se detuvo frente a Seraphina y encontró la mirada de


Max.

—¿Puedo? —Estaba prohibido para un drakomas tocar la compañera de otro


sin permiso. Hacerlo era un delito de muerte en su cultura.

Max asintió.

Sera frunció el ceño mientras miraba de uno al otro. 175


—¿Max?

—Está bien, Sera. Este es mi hermano Falcyn. Confío en él... la mayoría de los
días.

Ignorando su crítica burlona, Falcyn tocó su frente helada, entonces su mano.

—¿Quién la maldice?

—Zeus.

Se burló con desdén.

—Entonces espero que esto moleste seriamente a ese bastardo, que estalle.
Deberías haberme dicho eso en un principio. No habría hecho esa búsqueda de
alma que duró tanto tiempo antes de ayudarte.

Con una garra, Falcyn se hizo una pequeña incisión en la muñeca hasta que
pudo reunir tres gotas de sangre. De su bolso, sacó una pequeña bola oblonga que
se parecía a un huevo, luego la cubrió con su sangre. La colocó en las manos de ella
y se las cerró en torno a eso mientras cantaba en la lengua de su madre. Él usó sus
manos para envolver el huevo cada vez más redondo.

Después de unos segundos, Sera inhaló con brusquedad, pero Falcyn sostuvo
sus manos en su lugar alrededor del huevo. Ella siseó.

—Quema.
Max apretó sus brazos alrededor de ella.

—Vas a estar bien. Él está extrayendo el veneno. Dale tiempo para que
trabaje.

Solamente entonces, ella se relajó un grado.

Para el momento en que Falcyn terminó el ritual, estaba aún más pálida, pero
su respiración era más firme.

Falcyn limpió la piedra en su manga y la devolvió a su bolso. Miró alrededor


del ático, expectante.

—¿Dijiste que tenías dragonets?

—Un hijo y una hija. Están con Blaise. En Avalon.

Por primera vez, las facciones severas de Falcyn se suavizaron. Blaise siempre
había tenido un lugar especial en sus afectos.

—Voy a asegurarme de que también estén protegidos y resguardados. 176


Cuando empezó a irse, Max lo detuvo.

—Gracias, hermano. ¿Puedo preguntar por qué cambiaste de opinión?

Falcyn giró de enfrentar las cortinas a mirar hacia atrás, primero a Max, luego
a Sera.

—Sigo pensando que eres un idiota. Todavía odio y envidio cada aliento que
llena tus pulmones. Pero eres mi hermano y somos drakomai. No me corresponde
quitarte a tu amada... Si hay alguna manera de ayudarla, entonces estoy
moralmente obligado a hacerlo. Conoces el código por el que vivimos y morimos.
Independientemente de lo que sienta por ti, es mi responsabilidad proteger lo que
amas y preservar nuestra línea de sangre.

—Una vez más, gracias.

Falcyn no respondió a eso. Era como si una parte de él estuviera avergonzada


por la gratitud. En su lugar, se volvió hacia Illarion.

—¿Todavía tienes la uña de dragón que te di?

Siempre.

—Sí, no es eso lo que he oído. —Falcyn le dio una palmada en el brazo—. He


oído que se la prestaste a un addanc. ¿Qué demonios te pasa? ¿No te enseñé nada?
—Negó con la cabeza hacia Illarion—. ¿Un addanc? ¿En serio? —Falcyn hizo un
sonido de supremo disgusto—. Todos mis hermanos son imbéciles. Lo juro. Ahora
llévame con los dragonets antes de que Blaise les extraiga la poca inteligencia que
les queda y les deje atontados también.

Illarion puso los ojos en blanco.

Mientras se iban, Max se echó a reír.

Sera frunció el ceño.

—¿Qué?

—Acabo de darme cuenta de por qué me agrada tanto Rémi. Me recuerda a


mi propio hermano idiota.

—¿Y eso te parece tan gracioso?

—Así es.

Sera extendió los brazos para examinarlos como si esperara que comenzaran
a volverse fríos y lentos de nuevo.

—¿Esto va a durar?
177
—Debería. Falcyn es el más antiguo de nuestra especie, que yo sepa. —
Frunció la nariz hacia ella—. Es incluso más viejo que yo.

—¡Guau! Entonces, ¿por qué te odia?

—Les fallé a él y a Haydn. Es por eso que no voy a fallarle nunca más a nadie
que ame. —Le pasó una mano por el cabello antes de levantar un mechón para
rozarlo contra su labio inferior.

Esa sola acción envió escalofríos a través de ella. Peor aún, despertó su
hambre por él de una manera que era aterradora. Antes de poder detenerse, le
enmarcó la cara entre las manos y guió sus labios a los de ella para poder
devastarle la boca y beber de él hasta llenarse.

Max se rió mientras la levantaba y apretaba contra la pared detrás de ella.

—¿Cómo puede mi swan estar tan hambrienta tan pronto?

Ella le mordisqueó la barbilla barbuda, con ganas de olvidarse de todo lo


demás.

Si tan sólo pudieran.

—Tenemos que encargarnos de Nala.

Él asintió.
—Tengo que conseguir la Tabla de nuevo y asegurarme de que Kessar no la
usa. —La levantó y se la echó al hombro.

Sera jadeó ante la acción, sobre todo cuando se dirigió hacia la puerta.

—¿Qué estás haciendo?

Él sostuvo juguetonamente sus piernas contra su pecho mientras continuaba


cargándola.

—Sigues metiéndote en problemas. No te voy a dejar fuera de mi vista.

—Puedo caminar, ya sabes.

—Sí, pero yo soy un dragón. Somos conocidos por secuestrar a hermosas


doncellas y llevarlas a nuestras guaridas.

Riendo, ella se entregó a su abrazo.

—Siempre me he preguntado acerca de eso. ¿Por qué los dragones secuestran


mujeres? 178
Él chasqueó la lengua juguetonamente.

—Estoy ofendido de que me preguntes eso dado el paseo que acabamos de


tener en mi cama.

—Eso no es una cama... Es tu pajar, quieres decir.

Al llegar al final de las escaleras, la alegría se desvaneció de su rostro. Su


mandíbula cayó, la deslizó fuera de su hombro y la dejó en el suelo delante de él.

Sera se volvió para ver a un nuevo grupo en la planta baja de la Casa Peltier.
El poder proveniente de ellos era suficientemente inquietante, pero fueron los dos
juegos de dioses gemelos idénticos los que le pusieron los nervios de punta y la
aterrorizaron.

Un par era fácil de confundir entre sí. Ambos eran altos, morenos, e
increíblemente sexis. La única manera de distinguir a uno del otro era que el de la
izquierda tenía el pelo negro más corto que el de la derecha.

—Sin —dijo Max, extendiendo su mano hacia él—. Zakar.

Le estrecharon la mano por turno.

El otro par era mucho más fácil de distinguir. Mientras que los dos tenían el
pelo largo hasta los hombros en estilos similares, uno tenía el suyo negro, con un
par de ojos plateados aremolinantes. El otro era rubio con ojos azul vibrante.
—Styxx —saludó Max al rubio—. Acheron. —Dio un paso atrás para
presentarla—. Mi compañera, Seraphina.

Acheron inclinó la cabeza hacia ella.

—Ojalá nos estuviéramos conociendo en mejores circunstancias. Sobre todo


porque estoy aquí para preguntarle a tu compañero si está bien que lo demos de
alimento a los gallu.

Sin golpeó a Max en la espalda y le puso una mano firme en el hombro.

—En realidad, no es una petición. Abróchate el cinturón, Ranúnculo. Te


lanzaremos debajo del autobús.

Max se quedó boquiabierto.

—¿Perdón?

—Sí —concordó Styxx mientras rodeaban a Max—. Y conociéndolos, están


planeando respaldarte, también. —Él le dirigió una sonrisa a Max—. Me gusta tu
nuevo corte, por cierto. Va bien con todo el sacrificio dragón que estamos a punto 179
de hacer a los dioses. Buenos tiempos.
14
—¿Sacrificio dragón? —repitió Sera con un jadeo—. Es una broma. ¿Verdad?

—Claro. Vamos a llamarlo así.

Boquiabierta, miró de Styxx a Max.

—No creo que me guste esto.

Max se aclaró la garganta.

—No te preocupes. Algunos días, a mí tampoco me gusta. Y estoy seguro de 180


que hoy sin duda va a ser uno de ellos. Saben que llevo cerca de treinta horas sin
dormir, ¿verdad?

Acheron soltó una carcajada.

—Bienvenido a mi mundo, adelphos. Creo recordar dormir... hace mucho


tiempo. O tal vez fue una alucinación provocada por la falta de sueño. Es difícil
decirlo, a este punto.

Max se frotó la ceja con el dedo medio.

—Así que estás pensando en servirme como comida para gallu. ¿Alguna otra
decisión que hayan tomado en mi ausencia que necesite saber?

Zakar dejó escapar una risa malvada.

—Estás muy tranquilo para ser un dragón a punto de ser sacrificado.

—Síp, bueno, nosotros no caemos con facilidad. No sabes lo que es la


indigestión hasta que intentas comer un dragón. Tenemos tendencia de devolver el
mordisco. Y con fuerza.

Dev soltó un grito de dolor.

—Y eso es más de tu vida sexual de lo que ninguno de nosotros necesitábamos


saber.

Max le disparó juguetonamente una ráfaga de fuego.


—¡Oye! ¿Te importa? —Fang se interpuso entre ellos y la apagó—. ¡No
quemes el bar! Maldita sea, niños, hay cosas que no debería tener que decir, y esta
es la primera de la lista. Nada de jugar con fuego dentro... ¡cerca de la barra de
madera y del alcohol inflamable!

—En fin... —Sin ignoró el arrebato de Fang—. ¿Sabes dónde están


escondidos?

—Irkalla.

—Oh —dijo Sin en un tono tan seco que podría usarse para deshidratar
océanos—. Eso es genial. Irkalla... ¿Por qué?

Max inclinó la cabeza como si fuera a compartir un gran secreto.

—Bueno, yo no soy... oh, espera. Síp, es cierto, soy un experto. Así que voy a
asumir que él está ahí porque tú no puedes ir y sacarlo arrastrándolo de las orejas
mientras grita. O matarlo.

—Tiene razón. —Zakar dejó escapar un suspiro irritado—. Me gustaría poder


retroceder en el tiempo y patearle el trasero a cada miembro de esa familia que
181
tuvo que ver con la liberación de esos bastardos sobre nosotros.

Sera frunció el ceño.

—Espera... ¿Ishtar no descendió a Irkalla y volvió? ¿Eso no quiere decir que


tú también puedes hacerlo?

El dolor ensombreció los ojos de Sin.

—Tiempo y lugar diferentes. Y yo, lamentablemente, no soy el dios que fue


mi hija. —Dio un paso atrás mientras reconsideraba su curso de acción.

—Puede que no lo seas...

Miraron a Max con una ceja arqueada.

Max se frotó el labio inferior con el pulgar mientras consideraba sus recursos.

—Sera me ha dado una idea. En realidad podemos usar el Asushunamir para


devolver a Ishtar a la vida.

Boquiabierto, Zakar le clavó una mirada de incredulidad.

—¿Tú eres el Koru-Nin?

—Síp. —Max encontró la misma mirada de incredulidad en Fang—. Es la


verdadera razón por la que nunca he dejado el Santuario hasta ahora. No me
podría importar menos la marca de Dragonbane. Cualquier persona que desee
irritarme y cazarme, que venga con amigos… y palas para cavar sus tumbas. Es
por lo que protejo por lo que me oculté. No puedo permitir que caiga en las manos
equivocadas. Y si alguna vez fuera derrotado... sólo mis hermanos Falcyn o Blaise
tienen la capacidad de hacerse cargo de eso. Ni siquiera Illarion podría manejar su
poder.

Seraphina sabía que la Sa'l Sangue Realle era importante, pero hasta que no lo
vio en sus rostros, no puedo entender completamente la responsabilidad de su
compañero. Lo importante que era Max para el universo en su conjunto.

Y lo increíblemente poderoso y mortal que era ese objeto. No era de extrañar


que los demonios lo quisieran.

Zakar estrechó su mirada en Max como si intentara entenderle.

—¿Alguna vez lo has usado tú?

—No es mi lugar. Y tampoco me tienta.

—He ahí el porqué es el guardián. Cualquier otro, y todos estaríamos


rindiéndole homenaje como nuestro gran y malvado señor feudal.
182
Max resopló por el tono seco de Acheron.

—Inclínate ante mí, escoria atlante.

—Exactamente.

Con ojos atormentados, Max entrelazó los dedos en el pelo de Sera mientras
hablaba con los demás. Fue el gesto más tierno que nadie jamás había tenido con
ella y la afectó mucho más de lo que quería admitir.

—Considerándolo, no hay ninguna razón por la que no podamos recuperar la


Tabla de Kessar y a los otros. Incluso en Irkalla.

Sin entrechocó sus nudillos con los suyos.

—Vamos a salar las arenas de Irkalla con su sangre.

—No. —Acheron sacudió la cabeza ante la propuesta de Sin—. Creo que esa
es una muy mala idea. Katra pediría nuestros traseros si te dejáramos ir y no
pudiéramos traerte de vuelta al final. No va a dejarte ir allí sin ella. ¿Estás
dispuesto a arriesgar su vida?

—¡Diablos, no!

Acheron le guiñó un ojo.

—Buena respuesta.
—¿Quién es Katra? —le preguntó Sera a Max.

—La esposa de Sin y la hija de Acheron. Como su esposa, es técnicamente


parte del panteón sumerio y podría descender a Irkalla con nosotros si decide
hacerlo, y como dijo Ash, lo haría para proteger a Sin. Pero también es la hija de
Artemisa. Con ese linaje y vínculos en esa cantidad de panteones rivales, quién
sabe lo que podría ocurrir si fuera allí. A pesar de que la mayoría de los dioses
deberían estar durmiendo, no sabemos con certeza que sea así con todos ellos. Con
nuestra suerte, y mi experiencia personal, digo que nos prepararemos para una
desagradable sorpresa. —Max suspiró pesadamente—. Para estar seguros, tenemos
que hacer esto sin el apoyo de panteones extraños. Con la excepción de Illarion,
cuyo padre es Ares, los drakomai pueden ir sin ningún problema.

—¿Qué hay de un lobo Hellchaser?

Max inclinó la cabeza hacia Fang.

—Eres bienvenido, hermano.

—¿Amazonas? —preguntó Sam. 183


—¿Eres una semidiosa?

Ella se erizó un poco.

—Nieta de Ares. ¿Eso cuenta?

—Demasiado cerca para que nos arriesguemos, especialmente por la cara de


descontento de Dev.

—Síp —dijo Dev irritado—. Volviendo al tema de Katra. Vas tú. Voy yo. No
me conviertas en un demonio, Sam. Me vería fatal con dientes aserrados.

Ella gruñó a su compañero.

—Eso también nos deja a Chi y a mí fuera —dijo Acheron—. Será mejor no
arriesgarse tanto.

—Pero yo todavía estoy dentro.

Sera le frunció el ceño a Styxx.

—¿Cómo puedes ir si tu gemelo no puede?

Styxx dejó escapar una risa malvada.

—Es una larga historia. La versión corta es que él fue ocultado en el vientre
de mi madre mientras era un feto para impedir que su panteón le matara. Aunque
su madre es una diosa, mi madre fue una reina humana. Así que, aunque nos
parecemos, otro truco de su madre para ocultarle y disfrazarle, soy un Chthonian.
Él es un dios. Eso me deja limpio para el servicio activo en los reinos inferiores
gobernados por panteones antiguos que prohíben su participación.

Fang comprobó su teléfono antes de volver a hablar.

—Y ese es mi jefe. Thorn tiene su propia situación explosiva que requiere de


toda su atención. De hecho, requeriría la mía también, pero decidió llamar en
cambio a Cadegan y a Varyk, y dejarme que yo lidie con esto.

Sera se cruzó de brazos.

—¿Así que seremos un puñado contra una horda?

Una luz juguetona oscureció los ojos de Styxx.

—Probabilidades típicas para mí.

Max hizo un gesto con la barbilla hacia Styxx.

—Styxx era el comandante de la Estigia Omada. 184


Fue su turno de quedarse boquiabierta ante el nombre de uno de los ejércitos
más exitosos y famosos de la historia. Estaba a la altura de Aquiles y sus
Mirmidones. En las guerras greco-apolónicas, la Estigia Omada fue invencible.

—¿Fuiste tú? Pero si no eres más que un bebé.

Styxx se rió de su insulto no intencional.

—Igual que Alejandro Magno. Es increíble lo que la gente puede hacer


cuando están muy motivados y hay un ejército enemigo pululando por encima de
tu cadáver, en caso de que caigas.

—Muy, muy cierto.

Ahora fue el teléfono de Acheron el que sonó. Él se apartó para responder.

—Luna de Sangre —dijo Dev, fingiendo un mal acento—. Para lo que


vivimos.

Cherif se burló.

—Puedo manejar eso. Es morir lo que me aterra.

Fang asintió en acuerdo mientras una vez más se acercaba para repasar los
detalles de su último plan. Aunque para ser honestos, Seraphina todavía no estaba
contenta con él. Algo le daba mala espina.
Después de unos segundos, Acheron regresó con el rostro pálido y
demacrado.

—Era Artemisa. Los gallu están atacando el Olimpo.

—¡Mia! —Sin desapareció inmediatamente.

Sera frunció el ceño ante su reacción aterrorizada.

—Mia es su hija —explicó Max—. Debe estar con su abuela.

—Oh, mierda.

Max miró a Acheron.

—Guíanos.

—Gracias.

Aguardaron mientras Acheron les teletransportaba al Olimpo. Porque sólo


los dioses o aquellos a los que estos permitían podían ir al Panteón. Obviamente,
tanto Acheron como Sin tenían ese permiso.
185
No fue en el templo de Artemisa, sino en los restos de edificios en la
montaña, donde aparecieron unos segundos más tarde.

A Max nunca le había gustado ir a la batalla con su familia. Le gustaba aún


menos con Sera a su lado. Pero sabía quién y qué era.

Una feroz guerrera amazona.

Sería el peor de los insultos pedirle que se quedara en casa y se mantuviera


alejada. Así que hizo lo único que podía. Manifestó su yelmo y su espada y se los
entregó a ella.

Ella frunció el ceño al cogerlos y ponerse el yelmo en la cabeza. Con una


adorable sonrisa que hacía cosas extrañas a su cuerpo, ella desenvainó la espada.

—¿Cómo lo has hecho?

—Fui el que te dio la espada, ¿recuerdas?

Seraphina estrechó su mirada en él con desconfianza antes de examinar la


empuñadura de su espada, como si la viera por primera vez.

—Está encantada, ¿verdad?

El rubor de su rostro y la inclinación tímida de su cabeza respondió a su


pregunta.
—Esto nunca fue un regalo de bodas. Fue tu manera de protegerme en la
batalla.

—No quiero que salgas herida. —Se mordió el labio en un gesto adorable—.
Es la Espada de Peleo. Aquiles me la envió para vigilarla y protegerla.

Las lágrimas la ahogaron. Se había dado cuenta de que sus habilidades de


batalla habían mejorado después de acoplarse. Y había pensado que era extraño
que ya no la hirieran en la batalla. Ni siquiera un rasguño. Lo había atribuido a su
propia necesidad de permanecer íntegra y a una mejora de sus habilidades.

Ahora…

Lo besó para expresarle su profundo agradecimiento por ser su compañero,


uno que la abrumaba e inundaba su corazón con calidez. Él era adorablemente
precioso.

—Te amo.

Max dejó de respirar cuando esas palabras lo golpearon como un puñetazo.


Nunca se las había dicho.
186
Ni una sola vez.

Honestamente, hubo momentos en los que estuvo convencido de que le


odiaba. Momentos en que habría jurado que ella quería tomar su espada y
atravesarle. O cortar una parte de su cuerpo a la que era bastante aficionado.

Bromeando, ella puso su mano en su mentón para poder abrirle la boca.

—Yo también te amo, Seraphina —dijo ella fingiendo una voz masculina.

Él se rió y besó su palma marcada.

—Definitivamente lo hago. Sólo que me tomaste por sorpresa con tu reacción.

Atrayéndola a sus brazos, la abrazó mientras las sirvientas de Artemisa


desbordaban de la habitación cuando una puerta se abrió y corrían gritando con
demonios pisándoles los talones.

Síp, esto era aún peor de lo que había esperado. No podía imaginarse cómo
habían entrado los gallu. No deberían haber tenido acceso al Olimpo.

Sin embargo, allí estaban.

Acheron ignoró a las doncellas y se precipitó a una habitación a su izquierda.


Max llevó a Sera detrás de él y los demás fueron a ayudar a las sirvientas de
Artemisa y a los otros dioses.
Seraphina nunca había visto nada como esto. Era peor que cualquier ataque
de dragón que jamás había presenciado. Los dioses seguían luchando, pero los
gallu eran feroces.

Tan pronto como Acheron abrió la puerta a su derecha, vieron que Artemisa
se había encerrado en su habitación con su nieta, que tenía la coloración de Sin,
pero era la viva imagen de una mini Artemisa. Cabía destacar que la niña estaba
ferozmente calmada mientras se aferraba a su abuela. Era como si supiera que
Artemisa nunca permitiría que le hicieran ningún daño.

Pero la visión más impactante fue el demonio Malachai que las estaba
protegiendo. Completamente demoníaco, llevaba su armadura de combate negra y
sus alas estaban extendidas para proporcionar un escudo entre ellas y cualquier
persona o cosa que se acercara a Artemisa o Mia. Tenía la piel roja y negra que se
arremolinaban sobre una cara hermosa y un cuerpo perfecto. Si no fuera por su
apariencia demoníaca y sus brillantes ojos rojos, habría sido exquisito.

Permitió que el dios sumerio pasara para ver a su hija, que se lanzó de
Artemisa para caer en brazos de su padre. Cuando entraron siguiendo a Sin, el
demonio les enfrentó con su espada, listo para la batalla.
187
Hasta que vio a Acheron.

Acheron se detuvo en seco como si esperara que el demonio fuera a atacarle.

En cambio, el Malachai inclinó la cabeza.

—Intentamos teletransportar a Mia cuando esto empezó, pero tienen todo el


lugar bloqueado. Me sorprende que hayan podido entrar.

Acheron manifestó su báculo.

—Yo no uso los canales estándares. Tengo mi propio punto de acceso.

—Me alegra oírlo. ¿Puedes llevarte a Artemisa y a la bebé?

Sin acunó la cabeza de Mia con su mano.

—Nick tiene razón. No puedo teletransportarme con ella. Estamos


encerrados.

—Genial —murmuró el Malachai antes de entrecerrar sus ojos hacia Max—.


Oye, dragón, ¿quieres ayudar a un hermano? Creo que juntos podemos abrirnos
paso para salir de aquí.

—Justo detrás de ti, chico. —Max tomó su forma de dragón. Dudó—.


¿Quieres unirte a nosotros o quedarte?
Seraphina frunció el ceño extrañada hasta que vio que Max tenía una silla de
montar en su espalda. Aunque había oído hablar de dragones guerreros y sus
jinetes, nunca había visto uno.

—¿Estás seguro?

—No deseo que estés en ningún otro sitio.

La idea de montar un dragón la aterrorizaba. Pero sabía que Max no le haría


daño, y su curiosidad la pudo. ¿Sería muy diferente de montar a caballo en la
batalla? Sólo que un caballo un poco más grande, en realidad.

Bueno, un caballo mucho más grande. Aun así...

Tragándose el miedo, se obligó a subir a su ala y a la silla.

—¿Estás lista?

Ella se aseguró a la silla y se preparó para el vuelo.

—Lista. 188
La fuerza de su despegue le robó el aliento. No era extraño que la silla tuviera
un respaldo tan alto. El viento la azotó mientras seguía al Malachai hacia la batalla.
Sus enormes alas eran rápidas y de hecho maniobraba ágilmente a pesar de su
gigantesco tamaño.

Al igual que el Malachai.

Juntos, lanzaron ráfagas de fuego a los gallu. La lucha era feroz. Entre dioses
y demonios. Por su vida, no podía entender por qué los gallu estaban atacando al
Panteón Griego. Y cuando los enfrentaron, comenzó a darse cuenta de la razón por
la que Maxis la había colocado en su espalda.

Desde allí arriba, no podía llegar a nada. Nada ni nadie podía acercarse a ella.
Por una parte estaba irritada. Por otra estaba encantada.

Bruscamente, él se ladeó con fuerza hacia la izquierda. Ella se agarró la silla


para ver qué lo había causado.

Artemisa había salido de su templo y estaba disparando feroz y rápidamente


a los demonios con su arco y flechas.

El Malachai se rió de su furia.

—Creo que cierta persona está un poco molesta porque se atrevieran a


amenazar a su nieta.

Max asintió.
—Pero esto me da una idea.

—¿Cuál? —preguntó Sera mientras volaban lejos del Malachai, hacia el


templo principal de la colina.

Pasó rozando a la horda demoníaca.

—Mira la cantidad de demonios que hay aquí.

—Muchos. ¿Tu punto?

Max se cernió justo fuera del frenesí de violencia.

—¿Quieres hacer algo de reconocimiento?

—Depende. Si tenemos que luchar, ¿me dejarás tocar el suelo?

Él giró su enorme cabeza de dragón para mirarla por encima del hombro.

—Me has pillado, ¿verdad?

Movió sus piernas, que estaban más o menos a una milla del suelo. 189
—Es difícil pasarlo por alto.

Él le dirigió una sonrisa en absoluto arrepentida.

—Bien. Si hay pelea, dejaré que te bajes.

—Muy bien, entonces. Muéstrame el camino, Señor Dragón. Obviamente iré a


donde me lleves.

Maxis se retiró de la lucha e intentó salir del Olimpo. Al principio, no pudo.


Algo le bloqueaba. Pero la herencia de su madre le permitió eludir la magia gallu y
encontró una manera de atravesarla, a pesar de todo lo que habían hecho para
evitar que alguien entrara o saliera.

Decidido a llegar a la Tabla de su hermano, la llevó a Irkalla. A pesar de que


no había visto a Kessar entre los atacantes del Olimpo, sabía que la mayoría de los
demonios gallu tenían que estar aquí y no en el reino donde habían estado antes
escondidos.

Lo que significaba que tenía una oportunidad de recuperar la Tabla mientras


los gallu estaban luchando contra los dioses griegos.

Odiaba retirarse de la batalla, pero esto era mucho más importante. La Tabla
Esmeralda era una amenaza igual de peligrosa, o incluso más, que los demonios
que les estaban atacando. No tendría mejor oportunidad de recuperarla.
Al entrar en el antiguo reino inferior, Max aterrizó y dejó que Sera
desmontara. Manifestó su propia armadura y armas. Se detuvo al captar el curioso
ceño fruncido en su rostro mientras le observaba.

—Es difícil colarse en las cavernas con el cuerpo de un dragón.

—Es verdad. Ocupas un montón de espacio. —Había un brillo travieso en sus


ojos avellana que era increíblemente seductor. Ahora recordaba por qué había sido
tan difícil dejarla ir. Por qué la había llevado a una habitación privada la noche que
se conocieron, en lugar de alejarse de ella.

Siempre había sido muy exigente con las swans en su vida. Nunca había
tenido una amante humana. Las humanas nunca le habían atraído en ningún
sentido. Había sido muy selectivo y sus amantes fueron tan escasas que sus
hermanos a menudo se habían burlado de él.

Pero la noche que Seraphina entró en esa antigua guarida a beber con sus
hermanas de la tribu, no le había importado lo que era. Su toque audaz le había
electrificado y sus labios habían despertado una parte de él que no sabía que
existía. Eso por sí sólo debería haberle advertido que estaban destinados a estar 190
juntos.

Que las Parcas la habían decretado como suya.

Ahora…

Bajó su cabeza por la cresta de su yelmo, capturó sus carnosos labios carnosos
y bebió de ella. Como siempre, respondió a su pasión con el fuego suficiente para
hacerle maldecir esta misión y el hecho de que no les sobraba un solo minuto para
quitarle la armadura de su exuberante cuerpo y saborearla como deseaba.

Pero más tarde, se aseguraría de que supiera exactamente cuánto la deseaba


aún. Profundizando el beso para saborearla una última vez, se apartó con un
gruñido irritado y se obligó a atender el asunto más apremiante.

Que lamentablemente no era el dolor de su hinchada ingle.

Seraphina sintió la ausencia de su calor corporal como un golpe físico. Sus


sentidos todavía estaban tambaleándose y desenfocados por ese increíble beso. Y
viéndole caminar delante de ella, tuvo dificultades para permanecer centrada en
algo que no fuera lo innegablemente sexy que era. Era mucho más fácil luchar con
ello en su forma de dragón.

Ningún hombre debería lucir así de bien en persona.

Mordiéndose el labio, usó el dolor para enfocarse en algo más que en cómo se
aferraba su armadura a sus músculos. En los movimientos de guerrero letal.
¡Para!

Ella sacudió la cabeza para despejarse.

¿Sabes a dónde vamos?, envió con sus pensamientos hacia él.

Sí y no. Conseguiré la Tabla. Pero no, no conozco este sitio.

Lo disimulas muy bien.

Él soltó una silenciosa carcajada.

No entendía como dejaba que la encantara. Estaba completamente irresistible.


Ella permaneció en silencio, ya que se habían colado en un reino inferior y prefería
no distraerle de su tarea. Estaba increíblemente oscuro. Inquietantemente
tranquilo. No era raro que los sumerios solieran describir a este lugar como
monótono y aburrido.

Los muertos se descomponían aquí en la nada tal como lo hacían en sus


tumbas. Y lo único bueno que se podía decir de ellos era que no castigaban a sus
muertos. Pero tampoco les recompensaban por una vida bien vivida. Simplemente 191
existían aquí hasta que se desvanecían.

Tan completamente trágico. Qué lugar tan lúgubre para ser enviado por toda
la eternidad.

Maz se detuvo de repente.

Sera intentó asomarse por encima de su hombro para ver qué había captado
su atención, pero era demasiado alto.

Espera aquí.

Ella quiso discutir, pero sabía que sería inútil, así que asintió y se quedó allí.
Probablemente era lo mejor. Así podría vigilar la oscuridad si alguien se acercaba
sigilosamente hacia ellos. No que pudiera ver en la oscuridad.

Pero tal vez respiraran fuerte. Haciendo fácil su trabajo.

O tal vez no se hubieran bañado por unos días...

Unos minutos extremadamente largos —que se sintieron como una eternidad


en el infierno— más tarde, sintió una presencia detrás de ella. Se dio la vuelta, con
la intención de golpear al culpable y correr.

—Soy yo —le susurró Max al oído—. Tengo la Tabla.


—¡No hagas eso! —Le pellizcó ligeramente el estómago para hacerle saber lo
poco que apreciaba su aparición por sorpresa, que le había quitado un siglo de
vida.

Él abrió la boca para hablar, pero se quedó completamente quieto cuando una
voz cortó la oscuridad, con una profunda resonancia misteriosa.

—Bueno, bueno. Sabía que si creías que nuestros números eran bajos,
vendrías. Y aquí Nala pensando que era un tonto cuando se lo dije.

Sin aliento, Seraphina se estremeció cuando alguien encendió una antorcha


en la oscuridad. Entonces deseó que no lo hubieran hecho.

Oh, queridos dioses.

Estaban rodeados de gallu.

192
15
Max maldijo entre dientes al ver a Kessar bajo la cegadora luz de las
antorchas. Una jodida trampa... y él acababa de caer directamente en ella. Debería
haber sabido que no sería tan fácil encontrar y recuperar la Tabla.

¿Cómo he podido ser tan tonto?

Bueno, no podía pensar detenidamente en ello justo ahora. Peor aún, sabía
que el demonio no era idiota. Que sólo tendría una oportunidad y eso sería todo.

Y la he desperdiciado.

Bien hecho, idiota. 193


No sólo se había suicidado, también había matado a Sera. Pero se negaba en
redondo a ser la causa de su muerte. No impotaba cómo, por lo menos la salvaría a
ella.

Rezando por un milagro, se dio la vuelta con Sera y la empujó suavemente


hacia las sombras, esperando que eso funcionara, ya que él era el objetivo más
grande que tenían. Luego corrió, alejándoles de ella. De acuerdo, el plan no era el
más brillante, pero afortunadamente eran bastante estúpidos y corrieron tras él con
todo lo que tenían.

Lo que no anticipó fue que Sera también le persiguiera. Y cuando se convirtió


en un dragón y le recogió para volar por encima de los demonios que les pisaban
los talones, no pudo haber estado más sorprendido.

Al principio, ni siquiera se creyó que era ella. Pero al ver sus hermosas
escamas y garras rojas que le sujetaban, no hubo duda alguna.

Su Dragonswan le había salvado... como el dragón que odiaba.

Por desgracia, no podía viajar muy lejos en esa forma. Las paredes de la
caverna se estrecharon tanto que tuvo que bajarle y recuperar su forma humana si
no quería arriesgarse a romperse o a perder sus alas.

—Impresionante —dijo él, asombrado.

Ella flexionó el brazo como si asegurara de que era "normal" de nuevo.


—Y lo tuyo tremendamente estúpido. ¿Cómo has logrado sobrevivir durante
tanto tiempo?

—Sinceramente, no tengo ni idea. —Comprobó que aún tenía la Tabla, luego


apoyó la mano en el vidrioso muro, intentando descifrar el camino hacia la salida o
al menos un poco de luz. Ni siquiera sus poderes pudieron detectar algo. Era
frustrante estar completamente ciego.

—¿Todavía tienes la Tabla?

—Síp. No que eso nos haga algún bien de todos modos. Y si Kessar me
captura y me desangra, solo empeorará. Para todo el mundo... especialmente para
mí.

Sera consideró eso.

—Usó la Tabla para despertar a mi tribu. ¿Puedes utilizarla para hacer lo


mismo?

Max vaciló. 194


—¿A qué te refieres?

—¿Puedes revertir lo que ha hecho a mi tribu y liberarlas de nuevo?

Él no estaba seguro de que le gustara hacia donde iba con esto.

—Sí, pero no veo cómo podría ser útil. —Sobre todo porque las amazonas y
los Katagarias le querían incluso más muerto que los demonios.

—Si las liberas, podemos hacer retroceder a los demonios, y creo que Nala
conocerá alguna manera de salir de aquí.

—Incluso si lo sabe, no creo que te vaya a ayudar y sé que no me va a ayudar


a mí. Soy el dragón con la cabeza que quiere colgar en su pared.

—Creo que puedo convencerla.

—No estoy seguro de querer apostar mi vida en eso.

—¿Tienes una idea mejor?

—Luchar para sacarnos de aquí.

Ella se burló de lo que él consideraba un casi legítimo, sino cuerdo, plan.

—¿Crees que funcionará?

—¿Me ves derrochando lógica? No. ¿Por qué me tratas como si lo hiciera?
Ella se rió de su tono bromista.

—Lo digo en serio, Maxis. Puedo conseguir que nos ayuden y que luchen.

—¿Y si te equivocas?

—Te construiré una buena pira funeraria.

Él dejó escapar una breve carcajada.

—No eres ni de lejos tan graciosa.

—¿Tienes una idea mejor?

—Por desgracia, no. Al menos nada que no me devuelva el golpe por


proponerlo. —Dejó escapar un largo suspiro al oír a los demonios acercándose.
Tenían que decidir y actuar con rapidez o les volverían a atrapar—. Bien. Vamos a
intentar lo de tu tribu. Pero si me comen o me ensartan... no voy a estar feliz.

Ella dio un paso, luego se detuvo.

—¿Alguna idea de dónde podrían haber llevado a mi tribu?


195
Él gimió por su pregunta.

—Ninguna.

Antes de que pudiera hablar, la empujó detrás de él y comenzó a atacar a los


demonios con fuego de nuevo. La aterrorizaba lo mucho que se habían acercado
mientras trazaba un plan de escape. Si él no hubiera estado prestando atención, los
demonios les habrían emboscado. Como fuera, ellos gritaron bajo el ataque de Max
y retrocedieron hacia la oscuridad.

Max la empujó hacia adelante, hacia un nivel más profundo del reino inferior
con el que no estaba completamente familiarizado, deseando encontrar otra salida.
Peor aún, el olor y la imagen de la caverna húmeda despertaban lejanos recuerdos
enterrados que ni quería ni necesitaba ahora mismo.

En el fondo de su mente, vio a Dagon como el antiguo dios caminando entre


sus jaulas, eligiendo quién sería el siguiente que utilizaría en sus experimentos
inhumanos. El joven príncipe de cabellos oscuros que se parecía a su padre y no a
su madre Apolita se arrastraba detrás de él.

—¡Quiero ser un dragón! ¡Tienes que convertirme en uno! ¡Lo prometiste!

Dagon había mirado al príncipe.


—Deja de quejarte, Linus. Lo estoy haciendo lo mejor que puedo. Ya has visto
lo que ocurrió. El último Apolita al que fusioné con un dragón explotó en
sangrientos pedazos. ¿De verdad quieres correr el riesgo de acabar así?

Linus había expulsado un suspiro de frustración y pisoteado el suelo como


un niño petulante.

—¡No es justo! Soy un príncipe. Segundo en la sucesión al trono. ¡Debo poder


elegir a los animales con que quiero fusionarme!

Dagon había lanzado una mirada irritada al hombre más joven.

—Tienes suerte de que la hermanastra de tu padre sea una diosa cuyo devoto
esposo está dispuesto a hacer esta mierda por ti. Así que en vez de molestarme con
tus insípidas quejas, deberías estar diciendo “gracias, tío Dagon, por hacer todo lo
posible por salvar mi vida y por no fusionarme con una hiena o un burro”.

—¡No te atreverías!

Dagon se volvió hacia él con una sonrisa malvada. 196


—Yo soy un dios de la magia negra y estoy poseído por un perverso sentido
de la ironía y la hostilidad, ¿realmente quieres probar mi paciencia, muchacho?

Linus sabiamente se retiró y dejó a Dagon sacar a un león de su jaula para


llevarle a la sala donde realizaba sus grotescos experimentos.

Solo, el príncipe se había acercado a Max e Illarion. Con los ojos teñidos por
la locura, había clavado la mirada en ellos.

—Pueden entenderme, ¿verdad? Sé que pueden. También quiero ser un


dragón. Como ustedes. Tener su poder y fuerza. Imagínense lo que podríamos
hacer juntos... el poder de un dragón y la línea de sangre de un príncipe divino.
Podríamos gobernar esta tierra, todos los reinos y naciones. Entonces les
demostraremos a mi padre y mi hermano quién debería ser el verdadero
heredero...

Cuando se alejó, Illarion había mirado a Max.

¿Vas a decirle al dios lo que piensa su sobrino?

No. Que Dagon le fusione con uno de los nuestros. Lo mejor que le puede pasar a este
mundo es que el príncipe Linus explote y muera. Preferiblemente con una gran cantidad de
dolor.

¡Maxis! No puedes hacer eso. Se supone que debemos proteger la vida humana.

Él no es humano, Illy. Es Apolita y está loco…


Aun así, creo que tenemos que decírselo a Dagon.

Y yo creo que deberíamos quedarnos fuera de esto. Nada bueno le depara a un


drakomai que se entromete en los asuntos de los dioses o del hombre. Nos arrastraron a esto,
y tenemos que salir de la forma más rápida y limpia posible.

Pero fiel a su naturaleza más irritante, Illarion no le había escuchado. Le


contó a Dagon los ilustres planes del príncipe. Y para proteger a su sobrino, Dagon
mintió y le dijo a Linus y a su padre que no quería correr el riesgo de fusionar al
príncipe con los dragones. Al final, al hermano mayor de Linus, Eumon, le
cruzaron con ellos, y a Linus con los lobos. Una invención aún más peligrosa y no
la alternativa más segura que Dagon había imaginado.

Dado que la fusión acentuaba la esencia de ambas especies, había tomado la


ambición del príncipe Apolita y la había cruzado con la extraordinaria crueldad
astuta y sanguinaria que caracterizaba a los lobos.

Al tratar de salvar a sus hijos, Lycaon les había condenado a todos.

Eso probó que incluso los dioses y los reyes podían ser estúpidamente ciegos 197
cuando se trataba de la familia y su intención de hacer algo por su bien. Los
sentimientos siempre se interponían en el sentido común y cegaban al más
inteligente de los seres.

Y por eso mismo, Max y Sera estaban a punto de ser comidos por los gallu.

Max gruñó de pura frustración. Su vida entera había sido jodida por dioses
que jugaban con aquello deberían haber dejado en paz. Y eso incluía a su madre y
su fascinación con su padre. Excepto que sin una tarde de calentura, él ni siquiera
habría sido concedido.

Justo en ese momento, Max habría estado profundamente agradecido si su


padre la hubiera dejado dentro del pantalón y no hubiese perdido el tiempo con la
perra que le engendró. De todas formas, ¿cuánto alcohol había tenido que hacerle
beber su madre?

Irritado por el tema, Max apartó suavemente a Sera del camino al que se
dirigían, y tiró de ella hacia debajo de un ramal. No tenía ni idea de dónde les
llevaba. Pero parecía un poco más seguro que el otro camino.

Con todos los poderes que tenía y ni uno podría ayudarles a salir de esto.
Entonces, ¿para qué servían?

—Todo va a salir bien, Max.

Él vaciló.
—Me alegra que todavía conserves tu optimismo. El mío se estrelló contra
una pared hace rato. Creo que tiene una conmoción cerebral.

—Tengo fe en ti.

—¿Desde cuándo?

—Siempre. —Ella puso su mano en su brazo—. ¿Sabes por qué te elegí esa
noche en ese tugurio?

—¿Era el único sobrio en la sala?

Ella se rió.

—No. En esa taberna llena de guerreros, te destacabas como el más feroz.


Mientras ellos se agrupaban para protegerse y estar a salvo, tú permanecías solo.
Sin miedo. Desafiante. Fue la cosa más sexy que había visto nunca. Tú eras todo lo
que siempre había querido ser, pero para lo que nunca tuve el valor.

Max se detuvo cuando sus palabras llegaron a un lugar tierno de su corazón


que le dejó extrañamente vulnerable. Nadie había dicho nada tan amable sobre él. 198
Por extraño que pareciera, nunca se había sentido particularmente heroico. La
mayoría de los días, sólo se sentía perdido y a la deriva. Apenas los superaba.

Pero quería ser un héroe para ella.

—Oh, Seramia... tú eres mucho más valiente que yo.

—¿Cómo has llegado a esa conclusión?

—Tu mayor temor siempre han sido los dragones que asesinaron a tu familia.
De que regresaran para arrebatarte todo lo que amas. En lugar de esconderte y
correr, aprendiste a luchar contra ellos y a hacerles frente. Cada vez que se oía un
llamado para la batalla, eras la primera en ensillar y estar preparada. Y cuando las
Parcas ataron tu vida a lo que más despreciabas, me recibiste y me permitiste
entrar a tu casa, a pesar de que todo el tiempo esperabas mi traición.

—Eso no fue valentía. Lo que te hice estuvo muy mal. Te culpaba por lo que
hicieron otros dragones. En lugar de juzgarte por tus acciones y tu corazón, te
juzgue por ellos y por mi propio miedo.

—Eres humana. Y no hay nada de malo en ello.

Seraphina se tragó las lágrimas que amenazaban con asfixiarla. Aún no sabía
cómo podía aceptarla por quién y qué era. Tal vez era su corazón de dragón. Le
permitía ver el mundo de manera diferente a veces. Con más claridad. Más
conciso.
Le envidiaba esa habilidad. Ella veía a aquellos y aquello que la rodeaban a
través de un velo nebuloso de sospecha. Y tenía razón. Para ella nunca había sido
fácil confiar en nadie. Demasiadas mujeres de su tribu que habían intentado
venderla e incluso habían mentido a Nala sobre ella para poder reemplazarla como
su campeona. Y ahora Nala, que le había mentido sobre Max para herirles a los
dos.

Sera nunca había sabido en quién confiar, excepto en sí misma.

Hasta ahora.

En toda su vida, él era el único en quien había podido confiar a ciegas. Su


dragón nunca había intentado traicionarla.

—Entonces, ¿cómo vamos a salir de esto, Max?

Max se detuvo cuando una idea radical le golpeó. Brutalmente radical. El tipo
del que o bien salvaba o bien condena al mundo entero. Lástima que no sabría si
funcionaría en su favor hasta que apretara el botón.

Entonces sería demasiado tarde para arrepentirse.


199
Pero claro, así era la vida. A veces había que dar ese salto y rezar.

Patinando hasta detenerse, presionó el cuerpo de Sera contra el suyo. Por si


acaso ocurría lo peor. Si tenía que morir, quería irse estando en sus brazos. Sólo
esperaba que ella no pagara por otro de sus estúpidos errores.

—¿Max?

En vez de responder, usó sus poderes para acceder a la Tabla y darle una
orden en una antigua lengua que no había usado desde el día en que había matado
a su madre por su última traición.

Seraphina apenas podía respirar mientras Maxis formaba una protectora


pared de músculos a su alrededor. Sabía que lo hacía para mantenerla a salvo, pero
necesitaba aspirar aire sin trabas. Su corazón latía con fuerza bajo su mejilla a
medida que una extraña luz empezaba a alumbrar lo que les rodeaba.

No tenía idea de lo que estaba haciendo hasta que un humo blanco comenzó
a ondularse desde el suelo y las paredes. Iridiscente y translúcido, era hermoso, y
se balanceaba como si estuviera bailando. Los gallu se detuvieron en seco como
hipnotizados por los movimientos rítmicos. La niebla comenzó a girar y a crear
formas más grandes.

Haciendo una pausa, Namtar maldijo a los demonios. Luego les instó a
dispersarse.
—¡Corran! ¡Es el liliti!

Demasiado tarde. El liliti descendió sobre ellos con un hambre voraz, como
pirañas que no habían probado bocado en las últimas décadas.

Cuando avanzaron hacia Max, este soltó una ráfaga de fuego que los hizo
retroceder. Moviéndose en la dirección opuesta, sacó a Sera de detrás de él.

—¡Eso ha sido terrorífico!

—Lo sé. Espero que no encuentre la manera de salir de aquí. Pero ha sido lo
único que se me ha ocurrido. Después de lo que has dicho sobre despertar a tus
hermanas, recordé que mi madre también estaría aquí en Ikalla, durmiendo. Como
su hijo, tengo la capacidad de convocarla.

—Eso es aún más aterrador.

—Y uno de los pocos beneficios de ser el hijo de mi madre, y de haber sido


amamantado por sus hermanas.

Ella frunció el ceño, confundida. 200


—Creía que me habías dicho que no habías sido amamantado.

Él le dirigió una sonrisa amarga.

—No como las madres amamantan a sus crías humanas. Créeme, es mucho
más duro e incómodo.

Eso fue lo único que dijo. Y definitivamente no necesitaba saber más, dado lo
que ya sabía de él y de su pueblo.

—Lo siento, Maxis.

—¿Por qué?

—Por todo lo que te han hecho. Y porque ahora estás cansado. Me gustaría
poder encontrar un lugar seguro en el que pudieras dormir un rato.

La besó en la mejilla.

—No te preocupes.

Aun así, se sentía culpable. Los había conducido a su puerta y directamente


hacia él. En vez de dárselo de comer a los demonios, debería haberle protegido con
la misma determinación e integridad que él le habría mostrado.

Nunca más volveré a ser tan egoísta.


Pero la maternidad la había puesto a prueba. A poner a otra persona y sus
necesidades por encima de las suyas. Valorar a otro ser más que a ella misma. Era
extraño como Max, el animal, había nacido con ese sentido de que era parte de un
todo más grande y su vida no era tan importante como la continuación de la de los
demás. O tal vez fuera el ser masculino. No estaba segura. Lo único que sabía era
que habían tenido que nacer sus hijos antes de que ella lo aprendiera.

Cómo deseaba poder haberle amado en su pasado de la forma en que podía


ahora.

No es demasiado tarde.

Al menos esperaba que fuera así.

Sin embargo, mientras se abrían camino a través del oscuro mundo


subterráneo, tenía un mal presentimiento.

De repente, Max se congeló frente a ella tan bruscamente que se estrelló


contra su espalda. Lucía como una perfecta estatua, rígida e inmóvil.

Ella abrió la boca para preguntarle qué ocurría cuando las vio.
201
Allí, delante de ella, estaban Nala y el resto de su tribu amazónica. Pero ni
eran de piedra ni estaban regresando a su estado solidificado.

Parecían completamente normales. Como si nada les hubiera pasado o como


si esos demonios no estuvieran ahí fuera con intención de matarlas o comérselas.

Confundida, Seraphina rodeó a su compañero y se acercó a Nala, que llevaba


una peculiar sonrisa de bienvenida en su rostro.

—¿Basilinna?

Nala dejó escapar un suspiro de alivio.

—¡Aquí estás! Ya creíamos que tendríamos que enviar una patrulla a


buscarte.

Esa extraña sensación de inquietud empeoró. Definitivamente algo no iba


bien.

—Hemos venido a liberarlas, Max y yo.

Ella se volvió a reír como si Sera estuviera loca.

—Ese nunca fue el trato, hija. El trato era que Kessar derrocaría a los dioses
griegos del Olimpo y me los entregaría, y a su vez, yo le daría a tu compañero. Él
acaba de cumplir con su parte. Ahora yo cumpliré con la mía.
202
16
Max no podía respirar cuando escuchó esas palabras duras y fue
inmediatamente transportado al pasado, al día en que Sera le había entregado a su
tribu para que le desgarraran. Aún recordaba la fría resignación en su cara
mientras le sostenían para golpearlo.

La forma en que se había quedado allí de pie...

Como si se lo mereciera. Como si a ella no le importara en absoluto lo que le


hacían.

Una parte de él había muerto ese día. Lo peor fue que su corazón nunca se
había curado por completo. 203
Ahora, ella iba a hacerle lo mismo. Sólo que esta vez, Kessar lo mataría. Lo
sabía con cada parte de su ser. No había ninguna posibilidad de sobrevivir.

¿Habría sido este su plan desde el principio? ¿Era por eso por lo que había
estado tan desesperada por encontrar a sus hermanas mientras estaban aquí?

Eres un tonto. ¿Cuándo vas a aprender que nunca serás el primero para tu
compañera?

Seraphina vio la expresión en el rostro de Maxis. En ese momento, supo lo


que pensaba y eso la golpeó con fuerza. No que dudara de ella.

Sino el hecho de que se merecía su duda.

Extendiendo la mano, ahuecó su rostro entre ellas.

—Te hice una promesa, nene. Tengo la intención de mantenerla.

Diciendo esas palabras, ella hizo lo que nunca había hecho antes. Dio un paso
atrás, se volvió hacia su reina, y soltó una ráfaga de fuego hacia todas ellas.

—Y yo estoy cumpliendo con la mía, Nala. El que quiera un pedazo de mi


compañero tendrá que pasar sobre mí. ¿Quieren pelear? Será mejor que se armen,
perras. —Ella soltó una ráfaga más antes de que agarrara a Max de su cintura y
tirara de él de vuelta por el camino por donde habían venido.

Él tropezó y casi se cayó mientras corrían.


—Acabas de atacar a tu tribu.

—No. Defendí a mi compañero.

—Disparaste contra ellas.

Hizo una pausa para mirarlo.

—¿De verdad vamos a perder tiempo reviviéndolo?

—Definitivamente estamos haciendo algo. —Él esbozó una sonrisa


adorable—. ¿Ármense, perras?

—Me dejaste demasiado tiempo sola con Fury.

Se echó a reír al mismo tiempo que su tribu se acercaba y ganaban terreno


más rápido de lo que ella podía. Flechas fueron disparadas hacia ellos.

—Ármate, Strah Draga.

Con esas palabras, él se convirtió en su forma de dragón. Ella saltó a la silla y


se aferró con fuerza.
204
Max se levantó sobre sus patas traseras y utilizó sus alas para crear un viento
masivo que las hizo caer sobre su trasero.

En ese momento, ella lo amó aún más.

—No tienes que tener piedad por mí. Querían que el dragón se inclinara. Haz
que se inclinen.

—¿Estás segura?

Se agachó sobre su cuello y lo besó.

—Positivo. En esta batalla, eres el único que me importa.

—En ese caso... —Max echó la cabeza hacia atrás y emitió su Bane-Cry.

Era algo que los drakomas no hacían a la ligera y estaba reservado sólo para
cuando sus vidas estaban en peligro grave y no tenían salida. En todos los siglos
que había vivido, nunca había hecho el grito. Sólo lo había contestado.

Sobre todo porque nunca le había importado si sobrevivía o no a una pelea.

Por primera vez, quería vivir. Y luchó contra las amazonas y los gallu con
todo lo que tenía. Vinieron a él con lanzas y garras, y desató fuego y magia contra
ellos al mismo tiempo que los golpeaba con su cola.
Golpeó el suelo, haciendo que las estalactitas cayeran encima de ellos. Varios
gritaron mientras eran empalados.

Aún así, seguían llegando.

Max no podía tele-transportarse fuera. Los gallu no liberarían las puertas


inferiores. Lo que significaba que ninguno de sus hermanos drakomai podría
entrar.

Pero eso no evitó que sus tías demoníacas vinieran a ayudar. Rodearon y
corrieron a los gallu y amazonas, haciendo su mejor esfuerzo para protegerlos a él
y a Sera.

Siguió avanzando lentamente hacia la oscuridad, tratando de encontrar una


manera de salir de este reino caótico y oscuro.

Mientras retrocedía, perdió el equilibrio y cayó, y trastabilló por la ladera de


un barranco.

El jadeo de Sera se hizo eco en sus oídos. 205


Por un momento, su corazón dejó de latir ya que temía haberla perdido.
Entonces, sintió sus manos en sus escamas, cerca de su silla, aferrándose a su
cuerpo.

—Todavía estoy aquí —suspiró.

Tranquilizado, extendió sus alas y midió la ligera brisa por la que viajar a
través de la negrura. El borde de sus garras raspó contra los lados de las paredes,
pero parecía lo suficientemente grande como para aguantarlo.

—¿Puedes ver algo?

—No. ¿Tú?

—Nada.

De repente, oyó a Kessar gritando.

—Si quieres que te libere, dragón, danos la Tabla y el cuenco.

Max dejó escapar un suspiro de cansancio ante la demanda que él sabía que
nunca podría cumplir. No había manera de que pudiera entregar cualquiera de
esos objetos a una criatura como Kessar. Él sería demasiado destructivo con ellos.

—Parece una buena casa de vacaciones. ¿Qué piensas?

—Claro —dijo Sera en el mismo tono juguetón—. Pondremos unas cortinas.


Un poco de color. Algunas cabezas reducidas. Podemos hacer que funcione.
Especialmente si clavamos la piel de Kessar a la pared. Eso sería una decoración
adorable. ¿No te parece?

—Súmale el cuero cabelludo de Nala y... aye. Muy acogedor.

Seraphina se echó a reír. Sólo su dragón podía arreglárselas para ser tan
divertido cuando las cosas eran así de serias y alarmantes.

—¿Cuál es tu respuesta, dragón? —insistió Kessar.

Max aceleró.

Y se estrelló contra una red.

Aterrorizado por aplastar o herir a Sera, de inmediato cambió de forma y la


aferró en su contra. Por desgracia, cuando lo hizo, ella ya había sacado su cuchillo
para tratar de cortar las cuerdas. Un cuchillo que se internó en su muy humano
estómago.

Las facciones de Sera palidecieron.


206
—¿Max?

Incapaz de respirar por el dolor y la profundidad del corte inesperado, cayó


hacia atrás y utilizó cada pedacito de magia que pudo para mantener su forma
humana. Tenía que hacerlo. No había suficiente espacio en la red para los dos si
era un dragón.

La mataría.

Seraphina tembló al ver la cantidad de sangre que se derramaba de su


costado.

—¿Que he hecho?

Con su respiración entrecortada, le dio una sonrisa triste.

—Tienes que huir, Sera. —Le entregó la pequeña Tabla, poniéndola en su


mano—. No dejes que te atrapen.

—No puedo dejarte así.

—Tienes que hacerlo. Piensa en tus hijos. Ellos te necesitan. —Con la mano
temblorosa, la besó—. Te amo, Seramia. —Y con eso, cortó a través de la red con su
garra—. Usa tu forma de dragón y vuela.

Sera cayó a través del áspero cordón de cáñamo y cambió, pero no fue más
allá. No podía. Especialmente cuando miró hacia atrás para verlo tendido inerte en
la red, esperando la muerte.
Solo.

Y todo por culpa de ella.

Negándose a dejarlo morir de esta manera, regresó con él.

En el instante en que vio su cuerpo de dragón asomarse, la fulminó con la


mirada.

—¡Sera! ¿Qué estás haciendo?

—Nos metimos en esto juntos y saldremos de esa manera. —Tan


cuidadosamente como pudo, le acunó con sus brazos de dragón contra su pecho, y
ganó una nueva apreciación por su moderación. Él hacía parecer tan fácil usar su
cuerpo de dragón como un humano, pero no lo era. Requería de un tipo
completamente diferente de destreza y habilidades.

Y mientras volaba, rezó por un milagro.

Uno que sabía que no vendría a medida que su respiración se volvía más y
más débil, y los demonios se acercaban cada vez más. 207
—No me dejes, Maxis. Por favor…

Justo cuando pensaba que podría haberse deslizado más allá de sus
enemigos, un destello brillante frente a ellos la cegó.

Y más enemigos los rodearon.


17
Max se despertó con un extraño zumbido mecánico. Como un vaporizador o
algo así. Mezclándose con el débil sonido del zydeco14 y risas. Coches pasando por
la calle.

El bar de al lado lleno de gente y música metal...

—¡No te muevas!

Parpadeando hasta abrir los ojos, se encontró a Sera sentada en el suelo a su


lado, acariciándole el hocico. Pero la parte más impactante era el hecho de que su
cabeza de dragón estaba acunada en su regazo.
208
Y sus pechos estaban presionados contra su mejilla.

Um, síp...

No tenía ningunas ganas de salir de esta posición. Sobre todo porque ella le
sostenía la cabeza en un ángulo que le permitía ver su escote, y el hecho de que no
tenía sujetador. Algo que le hacía la boca agua y que su corazón se acelerara.

A pesar del dolor, se puso duro como una roca. Afortunadamente, estaba
acostado sobre su estómago por lo que era el único que notaba esta situación
incómoda. Además del suelo debajo, que probablemente no estaba más feliz al
respecto que él.

—¿Estoy muerto?

Ella frunció el ceño.

—¿Porque preguntas eso?

—Esto no se siente real. Mi habitación... tú. —Muerto o dormido parecían las


dos conclusiones más lógicas, y si era un sueño, le gustaría pensar que ya estaría
desnudo con ella.

14Zydeco: hace referencia a la música originada por la combinación de la tradición musical cajún y
elementos del blues. Es, por lo tanto, la música propia de los afroamericanos de Luisiana de lengua
francesa.
—Es real. Como lo es la puñalada accidental que te clavé cuando estábamos
atrapados.

Maldita sea, eso no había sido un sueño. No era de extrañar que su costado
doliera tanto. Por lo menos ahora sabía que su memoria estaba íntegra.

—¿Estás segura de que fue un accidente?

—Ah, ¿ahora quién es el malo?

—Todavía tú.

Ella resopló.

—Sí, bueno, esa es mi historia y la mantengo.

Si no sufriera tanto, podría haberse sumado a su risa, pero aún no estaba


convencido de que no lo había hecho intencionalmente.

¿Está despierto?

Max se enderezó al oír la voz de Illarion en su cabeza. Antes de que pudiera


209
moverse, su hermano se acercó interponiéndose en su campo de visión. Junto a
Falcyn, quien se arrodilló al lado de Sera.

Síp, él volvió a temer que estaba muerto, sobre todo porque Falcyn estaba
aquí mirándolo. El infierno debía haberse congelado y sucedido otras catástrofes
para que esto ocurriera.

Falcyn tomó su oreja y fríamente dejó que el fracaso regresara a sus ojos.

—Recibiste una herida desagradable y una caída. Si no fuera por tu swan, no


habrías sobrevivido.

Sera se encogió visiblemente.

—Si no fuera por mí, no habría estado herido.

—Bueno... —Falcyn arrugó la nariz—. Algunas veces se gana. Otras se pierde.


Además, todos hemos querido apuñalarlo en alguna ocasión. Tienes la suerte de
haber sido la primera.

Max se echó a reír, y luego gimió. Ese era su querido hermano, el imbécil.
Ignorando a Falcyn, se volvió a mirar a Sera.

—Así que, ¿qué pasó? ¿Cómo salimos de allí?

—Ellos respondieron a tu Bane-Cry. Sólo tardaron un poco más de lo que


querían en romper los escudos que nos les dejaban entrar para ayudarnos.
—¿Y tus hermanas?

Ella levantó la barbilla mientras una fría crueldad oscurecía sus ojos.

—Mis hermanas murieron al mismo tiempo que mi madre cuando yo era una
niña. La tribu amazónica a la que estaba vinculada todavía sirve a los gallu, para
quién sabe qué fines. Esa es su elección.

—Hemos derrotado a los gallu y les hemos expulsado del Olimpo —dijo
Falcyn, sentado en cuclillas—. Pero ha sido un mal día para Zeus y su tripulación.
No les gusta nada como ha quedado el paisaje.

Sin está aún menos contento porque su esposa ha insistido en que Artemisa se quede
con ellos hasta que las cosas se calmen. Y que Apolo sea capturado de nuevo ya que por
ahora está cooperando con los gallu contra su padre y el resto de su antiguo panteón.

Max aspiró con brusquedad. Sin y Artemisa tenían un pasado bastante malo.
Era obvio que Sin estaría extremadamente infeliz teniendo a su suegra acampando
en su casino, ya que apenas podía tolerar la presencia de Artemisa. A pesar de que
tenía un montón de espacio, no habría querido darle la bienvenida allí. 210
Falcyn atrajo su atención de vuelta a él.

—Tengo la Tabla de Haydn. Decidimos que sería más seguro dividirla en


partes para que la lleves. Y mantenerlas en lugares separados.

—Gracias.

Falcyn inclinó la cabeza hacia él.

—Esto no quiere decir que me gustes.

—Yo también te odio, hermano.

Hubo un golpe tímido en la puerta antes de que se abriera y que Edena y


Hadyn entraran. Llevaban comida y bebida que dejaron en el suelo, al lado de su
madre.

—Les daremos espacio —dijo Falcyn antes que él liderara a Illarion y a Blaise
fuera de la habitación.

A solas con su pareja y sus hijos, Max no estaba seguro de qué decir. Era
surrealista tenerlos aquí en su solitario desván. O más bien en el desván de ellos.
Como familia, lo compartirían a partir de ahora. Síp, eso realmente hizo un
número en su cabeza.

Edena se sentó junto a su madre.


—¿Cómo te sientes?

—Bien.

Ella sonrió.

—Me alegro de oír eso. —Aun así, había una vacilación que manchaba su
sonrisa y enturbiaba sus alegres palabras.

Max manifiestó una manta, y luego cambió a humano.

—¿Mejor?

Ella se sonrojó profusamente.

—Um... no me importa. Estoy acostumbrada a que Haydn sea un dragón.

—Deenie es la que me atiende cuando estoy enfermo o... atascado. ¿Alguna


vez te quedas atrapado en una forma o en la otra y no eres capaz de cambiar? Eso
es una verdadera mierda.

Max sonrió al recordar aquellos días, y dio la bienvenida a la amabilidad de


211
su hijo. A diferencia de su hermana, Haydn no tenía ninguna reserva en su forma,
tono o maneras.

—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez, pero sí. Es un asco.

Hadyn continuó más lentamente.

—Sabemos que necesitas descansar un poco más. Sólo queríamos


asegurarnos de que estabas bien. No te has movido en tres días enteros. Nos tenías
a todos preocupados.

Max se atragantó al oír esa revelación.

—¿Tres días? ¿Hablas en serio?

Edena asintió.

—Los demonios están bastante quisquillosos. Zakar, Thorn y Fang han


puesto sellos y espejos en toda la Casa Peltier y el Santuario para que no puedan
volver a entrar. Hasta el momento, siguen funcionando.

—¿Qué pasa con las Amazonas?

—Lo intentaron —respondió Hadyn—. Mamá y Samia, junto con las hembras
Peltier y una Dark-Hunter llamada Chi les patearon el trasero con tanta fuerza que
no creo que vayan a regresar pronto.
—Bien.

Edena se inclinó para besarle en la mejilla.

—Volveremos más tarde a molestar. Descansa un poco más. —Ella se levantó


para irse.

Hadyn se adelantó.

—Estoy muy contento de que mamá no te matara. —Y con eso, los gemelos se
fueron.

Max no estaba seguro de qué hacer con sus hijos. Eran un poco extraños, pero
a él le gustaban. Y hablando de cosas que le hacían sentir incómodo...

Empujó suavemente la manta y se movió.

Sera jadeó inmediatamente.

—¿Qué estás haciendo?

—Han pasado tres días. Necesito ir al baño.


212
El rostro de Sera se puso colorado.

—Oh. Lo siento. —Le soltó el brazo para que pudiera ponerse de pie—.
¿Necesitas que te ayude?

Su oferta le agradó. Pero...

—Hay cosas que prefiero hacer solo. Ésta es una de ellas.

—Está bien.

Seraphina se inclinó sobre su espalda y brazos mientras Max se ocupaba de


sus necesidades. Habían sido unos días extraños hasta que se acostumbraron a su
nueva vida. Este mundo era muy diferente al que habían conocido.

Por suerte, Haydn y Edena parecían estar ajustándose con más facilidad que
ella. El que los Peltier tuvieran niños de su edad que les habían tomado bajo sus
garras de oso y les estaban enseñando idiomas y cultura había ayudado.

Los hermanos de Max todavía eran bastante recelosos con ella. Como Fang y
los otros.

No había nada que pudiera hacer al respecto. Así que hizo les ignoró todo lo
posible y no dejó que le molestara.
Cuando Max volvió, tenía una toalla negra envuelta alrededor de sus
delgadas caderas y su largo cabello mojado.

—¿Te has duchado?

Asintiendo, regresó a su jergón en el suelo.

También se había afeitado. El aroma fresco y limpio del jabón y su


dragonswain la marearon. Pero al ver los puntos que recorrían su abdomen, donde
Carson le había cosido, recordó que él no estaba en condiciones de satisfacer el
deseo de sus hormonas.

Una lástima.

Cuando se acostó, la abrumó la magnitud de su cuerpo humano. Aunque no


era tan grande en esa forma como lo era siendo un dragón, todavía era una criatura
de buen tamaño. Aún feroz y delicioso.

—Sigue mirándome así y vas a tener que cumplir la silenciosa promesa de tus
ojos. 213
Ella frunció el ceño.

—¿Qué promesa?

—Subir sobre mí y cabalgarme como un niño excitado a un caballo mecánico


en el exterior de Piggly Wiggly con un saco lleno de monedas.

Ella se quedó boquiabierta.

—No estoy muy segura de lo que quiere decir esa analogía, pero…

Él interrumpió sus palabras con un beso abrasador que la dejó sin aliento y
mareada.

—Creo que sabes exactamente lo que quiero decir. —Y para probar su punto,
presionó su mano contra el bulto debajo de su toalla.

—No quiero hacerte daño.

Riendo, mordisqueó sus labios y luego su barbilla.

—Eres peor que el dolor.

—¡Maxis!

—Es verdad. —Deslizó su mano bajo su camisa para ahuecar su pecho y


burlarse de su pezón endurecido con el pulgar—. Hazme el amor, Sera. He vivido
demasiado tiempo lejos de ti.
—Y yo de ti. —Se agachó entre ellos para quitarle la toalla. Se quedó sin
aliento al observar su belleza sin adornos. Era increíblemente guapo y feroz.

Y lo mejor de todo, era suyo.

Y la observaba con un hambre que era su propia forma de juego previo. Una
que le daba ganas de complacerle y burlase de él hasta que estuviera tan
entusiasmado como el niño que acababa de describir con el saco lleno de monedas.

Poniéndose de pie, se desnudó lentamente para él como solía hacerlo,


deleitándose con los murmullos de placer que escapaban de sus labios cada vez
que se quitaba una prenda. Cuando finalmente estuvo desnuda, él avanzó hacia
ella y la acercó lo suficiente para poder lamerle el pecho mientras sus manos la
frotaban y acariciaban con suavidad.

El corazón le latía con fuerza mientras saboreaba su tacto y exploraba por su


cuenta su larga, dura y musculosa carne. Ella siempre había amado extender sus
manos sobre su amplia espalda. Sentir la textura de su piel y la flexión de sus
músculos mientras se movía.
214
—Eres exquisito —suspiró ella.

—Y tú eres hermosa. —Le lamió la oreja hasta que sus brazos se erizaron de
placer. Riendo, deslizó lentamente sus dedos hasta su muslo, hasta el centro de su
cuerpo donde más ansiaba su toque. Ella gimió en voz alta de lo bien que se sentía
mientras él la tocaba suavemente y bromeaba hasta que estuvo tan excitada y sin
aliento que estuvo a punto de correrse.

Pero así no era como quería terminar. Y definitivamente no tan pronto.


Empujándolo hacia atrás, se subió a horcajadas sobre él y se empaló con cuidado
en su cuerpo.

Jadeando, Max la cogió por las caderas y empujó contra ella, conduciéndose
aún más hondo.

Por miedo a herirse a sí mismo, él ajustó su peso hasta que se vio obligado a
entregarle todo el control a ella.

La sonrisa en su rostro hizo que su corazón latiera más rápido.

—Veo lo que estás haciendo. Soy todo tuyo, mi señora dragón. Aprovéchate
de mí hasta que tu corazón esté satisfecho.

Ella hundió las manos en su cabello húmedo y poco a poco le montó hasta
que se corrieron al mismo tiempo. Sólo entonces ella se deslizó fuera de él y se
acostó a su lado mientras escuchaba su respiración entrecortada.
Cerrando los ojos, Max la abrazó mientras saboreaba los familiares sonidos
de Nueva Orleans y el Santuario mezclado con sus preciosas respiraciones.

Tan familiares y tan extraños. Nada volvería a ser lo mismo de nuevo.

—¿Qué vamos a hacer, Sera?

—¿Qué quieres decir?

Tenía mucho miedo de oír su respuesta, pero nunca había sido un cobarde y
necesitaba saberlo.

—¿Cuáles son tus planes para el futuro?

Seraphina se congeló ante su tono sin emoción.

—¿Quieres que me vaya?

—Dioses, no. Yo sólo... sé cómo te sientes acerca de este período de tiempo.


Sobre... —apenas se contuvo de decir “mí”— …los dragones. Así que quiero saber
hacia dónde va esto. 215
— ¿Tú qué quieres?

—A ti.

—¿Y?

Inclinó la cabeza para mirarla.

—Siempre he sido un dragón de necesidades sencillas. Ya lo sabes. Pero


hemos despertado un avispero desde que has llegado. Uno que no creo que
podamos ignorar. Los gallu podrán seguirnos. Y no podemos pensar sólo en
nosotros. Yo sigo siendo el Dragonbane.

Seraphina tragó duro al recordar algo de lo que no podían escapar. Estaría


con ellos para siempre.

—¿Por qué le mataste, Max?

—¿Importa?

—No. Te amo, independientemente de ello. Pero me gustaría escuchar tu


versión de los hechos.

Con su cabeza metida debajo de la barbilla, él jugó con su pelo.

—¿Me creerás si te lo cuento?

—He aprendido a confiar en ti. Creeré todo lo que me digas.


Aun así, él dudó antes de responder.

—Fue un accidente. Él no era el que se suponía que debía morir. Sino su


hermano.

Boquiabierta, ella se levantó para mirarle.

—¿Y eso hace que esté bien?

—Si hubieras conocido a su hermano, sí. Era un idiota.

—¡Max!

Antes de que pudiera responderle, otro golpe sonó en la puerta. Por el olor,
supo que era Alain Peltier. El mayor de los osos.

—¿Sí?

Alain no abrió la puerta, habló a través de ella.

—Odio molestarte, dragón. Pero tenemos una mala situación. Savitar ha


convocado al Omegrión y has sido llamado. Por ley, tenemos que llevarte. Sin
216
embargo, hemos votado, y estamos de tu lado.

—¡No! —Sera sacudió la cabeza—. No puedes ir. No voy a permitir que te


enfrentes a ellos. No me importa lo que diga Savitar o cuántos están contigo. ¡Es un
suicidio!

Max no respondió a su arrebato de pánico.

—¿Cuánto tiempo tengo?

—Tenemos que salir de inmediato.


18
Después de la ducha más rápida de su vida, Seraphina se vistió con unos
vaqueros y una camiseta y fue con Max al salón de la Casa Peltier, donde sus hijos
y básicamente todos los residentes adultos bajo ese techo lo esperaban. Así como
todos los Dark-Hunter, antiguos y actuales, de Nueva Orleans, junto con Acheron,
Sin, Zakar y Styxx.

—¡Esto es pura mierda! —gruñó Dev, sin notar su presencia detrás de él—.
Yo digo que le digamos a Savitar dónde meterlo.

Acheron se rió mientras miraba por encima del hombro de Dev para
encontrarse con la mirada de Max.
217
—Te respaldo.

Max se detuvo al lado de Dev y le puso una mano en el hombro.

—Está bien, oso. No tengo miedo.

Seraphina entrelazó los dedos con los suyos.

—Para que conste, yo sí.

Con el ceño fruncido, Aimee acarició su estómago.

—¿No podemos hacer algo? Max está aquí bajo nuestra protección. Creía que
nuestras leyes le protegían, siempre y cuando no saliera.

Styxx suspiró pesadamente.

—Lo hacían. Pero los otros dragones están pidiendo su trsero. Atacó y tienen
derecho a exigir una audiencia por su nuevo crimen... y el viejo, cuando se
manifiesten por ese.

Vane asintió.

—Es por eso que vamos todos. Como Kattalakises, somos testigos. Nuestra
familia comenzó esto contra ti y vamos a hacer todo lo posible por impedirlo.

El ceño de Hadyn igualó al de Aimee.


—¿Y si no pueden?

Dev esbozó una sonrisa maliciosa.

—Lanzaré al dragón por encima de mi hombro y correré hacia la puerta.


¿Cubrirías mi retirada, chico?

Suspirando pesadamente, Samia se llevó las manos enguantadas a la nariz.

—Ojalá estuviera bromeando con esa amenaza. En cambio, tengo esta terrible
imagen en mi cabeza y una úlcera en el estómago.

Dev la besó en la mejilla.

—Te prometí que vivir conmigo nunca sería aburrido.

Ella dejó escapar un suspiro cansado.

—Eso hiciste. Definitivamente eres un oso de palabra.

Cuando empezaron a salir, Illarion dio un paso adelante para ir con ellos al
Omegrión.
218
—¡No! —rugió Max, empujándolo hacia sus hermanos—. Blaise, mantenlo
aquí.

La mirada de asombro en el rostro de Illarion habría sido histérica si la vida


de Max no estuviera en juego.

No me puedes dejar fuera de esto.

—Puedo y lo haré.

Illarion negó con la cabeza. Trató de paso alrededor de Max, pero Max no iba
a permitírselo.

Max cogió a su hermano y lo empujó hacia atrás de nuevo.

—Lo digo en serio. Vas y yo huyo. —Miró a Falcyn, después a Blaise—. No


tiene permitido ir. Manténgalo aquí. No importa qué.

Un escalofrío recorrió la espalda de Seraphina. Illarion sabía algo acerca de


todo esto. Algo que Max no quería que dijera en voz alta. Y dado lo que sabía de su
compañero, incriminaría a Illarion en el asesinato y libraría a Max.

No había otra razón para que actuase de esta manera. Para que estuviera tan
enfadado y fuera tan insistente. Ninguna otra razón para evitar la presencia de
Illarion en la audiencia. No a menos que tuviera miedo de que su hermano hablase
y se condenase a sí mismo con el fin de proteger a Max de cualquier daño.
Encontró la desconsolada mirada atormentada de Illarion y en ese momento,
ella supo exactamente lo que había sucedido.

—Tú mataste al príncipe, ¿no? No fue Maxis. Fuiste tú.

—Sera —gruñó Max—. Quédate fuera de esto.

Pero ella no podía. No si eso significaba salvar a su compañero. Liberando a


Max, fue a Illarion y le obligó a mirarla a los ojos.

—Dime qué es lo que ocurrió.

—No importa. —Max tragó saliva—. Yo llevo la marca y yo soy el


Dragonbane, no Illarion. Déjalo en paz. —Él miró a sus hermanos—. No dejen que
se vaya de aquí.

Y antes de que pudiera decir otra palabra, Max se desvaneció.

—¡No! —Sin embargo, ya era demasiado tarde. La bestia irritante ya se había


ido.
219
Aterrorizada y temblando, se volvió hacia Illarion.

—Dime la verdad. ¿Qué es lo que ocurrió?

Fue un accidente.

Ella miró a Acheron.

—Tenemos que hacer que los demás escuchen. De alguna manera.

Vane estuvo de acuerdo.

—No te preocupes, Sera. No pueden comenzar el consejo todavía. Cuatro de


los miembros todavía están aquí.

Ella arqueó una ceja ante el número.

—¿Cuatro?

—Yo, Fury, la compañera de Alain, Tanya, y Wren Tigarian detrás de ti.

Había conocido a Tanya Peltier mientras cuidaba la herida de Max. Tranquila


y tímida, la alta y morena osa Katagaria trabajaba como uno de los cocineros de la
Casa Peltier que supervisaba el cuidado de los residentes, no en la barra pública
del Santuario. Hacía los menús para sus hijos y familias, y era la Ursulan Regis de
la rama Katagaria desde la muerte de la matriarca Peltier, Nicolette.
Y aunque Tanya estaba acoplada al bearswain mayor Peltier y tenía tres hijos
con él, Seraphina no pudo evitar darse cuenta de la forma en que la cara de la osa
se iluminaba cuando el vocalista de los Howlers se acercaba. Tanya brillaba
positivamente hacia Ángel, quien hacía todo lo posible por evitar estar cerca de
ella.

Eso también decía mucho sobre su relación, ya que Ángel era muy amable y
tolerante.

Como no quería pensar en eso, Seraphina se volvió para encontrar al otro


miembro del consejo, que la observaba desde la esquina trasera de la sala. Una
parte del grupo y, sin embargo, separado de ellos.

Al igual que Max, Wren emitía esa misma aura inquietante de depredador
silencioso que te decía que le gustabas como presa. Evaluando cada movimiento
para detectar la debilidad que iba a utilizar para matarte. Lo más preocupante fue
la forma en que sus ojos cambiaban de color dependiendo de la forma en que
reflejara la luz. Pasaron de un gris claro a una vibrante turquesa.

Altamente preocupante. 220


Hasta que desató una sonrisa amable hacia ella que le hacía parecer joven y
tímido, y de la misma edad que Haydn.

—Perdón. Mi esposa Maggie siempre me dice que hago sentir a la gente


incómoda. Aunque parece que disfruta que lo haga en las fiestas de su padre. A
veces incluso me apremia a hacerlo, pero es una perra en el patio de juegos. He
enviado a tres de las niñeras de las amigas de mi hija a terapia.

No muy segura de qué pensar, ella dejó escapar una risa nerviosa.

Él extendió la mano hacia ella.

—Wren. Encantado de conocerte.

Ella movió la mano y por la marca en la palma de su mano, ella sabía que era
un tigard raro. Su aroma le dijo que era un Katagaria leopardo de las nieves y
tigre... Qué curiosa mezcla.

—Sera. Gracias por venir.

Él se metió las manos en los bolsillos y dio un paso atrás.

—De nada. Tuve una desagradable experiencia similar con el Omegrión hace
unos años. Esperemos que esto dé vuelta las tornas, ¿o no?

Tanya se acercó y frotó los brazos de Seraphina reconfortantemente.


—No te preocupes. No vamos a dejar que se lleven a tu Max, no más de lo
que les dejamos herir a Wren. Siempre cuidamos de los nuestros.

Pero cuando llegaron a la sala del consejo Omegrión sobre la misteriosa isla
Neratiti que era la casa de Savitar, Sera sintió que su esperanza disminuía
rápidamente. La gran cámara circular estaba decorada en color burdeos y oro. A
través de las ventanas abiertas que se extendían desde el suelo de mármol negro
hasta el techo dorado, podía ver y oír el mar desde todos los lados de la sala. Por
extraño que pareciera, la sala entera le recordaba a una antigua tienda de sultán.
Profusamente decorada, tenía una enorme mesa redonda en el centro que le hizo
sentir curiosidad sobre cómo sería el resto del palacio. Pero una mirada a la mueca
de enojo en el hermoso rostro de Savitar y supo que no iba a pedirle un tour.

Todavía estaba vestido con un traje de neopreno negro, con el pelo húmedo y
cruzado de brazos mientras se sentaba en su trono, que estaba colocado a un lado
de la sala para que pudiera ver desde arriba a los miembros del consejo —la
mayoría de los cuales ya estaban allí, y tan silenciosos que se podía oír el secado de
la madera en las paredes.

Eso, también, dijo todo sobre el estado de ánimo sombrío de Savitar.


221
Compuesto por un representante de cada raza de Were-Hunter, y de las
ramas Arcadiana y Katagaria, el consejo del Omegrión que hacía las leyes para
gobernar sus razas debería haber tenido veinticuatro miembros.

Pero una silla en la mesa quedaba para siempre vacía. Una inquietante
advertencia y un recordatorio.

Atrás en el tiempo, había pertenecido a los Arcadianos Balios o la patria


jaguar. La leyenda decía que hace siglos, el Regis de ese grupo había enfurecido
tanto a Savitar que con un solo movimiento de su mano destruyó a todos los
miembros de su especie.

Extinción total.

Eso decía todo sobre el poder y el temperamento del descontento Chthonian


sentado en el juicio de su compañero.

Con su largo cabello negro peinado hacia atrás, Savitar miró al grupo que
había llegado con ella.

—Qué bueno que se unan a nosotros. ¿Confío en que todos tuvieran una
buena siesta después de que los convocara?

Acheron tuvo la audacia de reírse.


—¿Te has perdido una alta, maravillosa ola, Gran Kahuna15?

—No empieces, Grom16. No estoy de humor. —Savitar se sentó en su trono


para mirar a la gran multitud. Pero fue la colección de dragones Arcadianos y
Katagarios y los lobos Arcadianos Kattalakis de su lado derecho los que pusieron
ese tic en su mandíbula.

Savitar dejó escapar un largo suspiro de exasperación.

—Escuche, escuchen... ah, a la mierda. Estamos aquí hoy por una mierda y
todos nos conocemos. Así que vamos a prescindir de la formalidad habitual y
seguir adelante con esta caza de brujas antes de perder el poco agarre que todavía
tengo sobre mi paciencia. —Se pasó el pulgar por la perilla—. Así que, Dare
Kattalakis, expón tu caso y demandas al consejo. Y hazlo rápido, con el menor
número de palabras posible.

Un lobo que tenía un asombroso parecido con Fang y Vane se adelantó. Sera
no estaba segura de si habían nacido en la misma camada o no, pero las
apariencias decían que tenían que tener un parentesco cercano.
222
Aclarándose la garganta, se movió para estar en el centro de la mesa redonda
y defender su caso.

—En primer lugar, quiero reiterar que es una farsa que el asiento de mi
familia esté tomado por…

—Wah, wah, wah... dejar de llorar en la teta —gruñó Savitar—. Tu hermano


Vane es la cabeza de los Arcadianos y Fury lidera a los Katagaria. Busca un
terapeuta al que le importe una mierda, o si deseas desafiar a cualquiera de ellos
por su posición, lo podemos hacer por un poco de entretenimiento. Infiernos, haré
palomitas de maíz para el espectáculo. De lo contrario, perra, supéralo.

Wow, estaba en un estado de ánimo muy peligroso ahí detrás. Sera estaba
muy contenta de que no estuviera enfadado con ella.

Dare levantó la barbilla, pero sabiamente mantuvo su mirada libre de


hosquedad.

—Bien. Todos sabemos por qué estamos aquí. Maxis Drago como el
Dragonbane es la causa de la guerra entre los Arcadianos y los Katagaria. Debido a

15Kahuna: era el título que se daba en Hawái a un sacerdote, experto, maestro o consejero. Los
nativos Hawáianos siguen usando este término en este contexto. Un kahuna nui era un sumo
sacerdote.
16Grom: término del argot de la cultura del surf que se originó en California y que a menudo se
utiliza para describir a cualquier chico joven que sea un surfista, sin tomar en cuenta su nivel de
habilidad.
sus acciones, todos nosotros hemos perdido familia y hemos cicatrizado y
maldecido esta guerra perpetua. ¡Ahora ha desatado a los gallu y Apolo sobre
nosotros! Él es…

—¡Eso no es cierto! —Las palabras salieron antes de Seraphina pudiera


detenerlas.

Todos los ojos en la sala se volvieron hacia ella. Eso habría sido bastante
malo, pero cuando ella se vio bajo el escrutinio vicioso de la mirada lavanda de
Savitar, quiso salir corriendo por la puerta. Y no ayudó que Illarion y sus
hermanos escogieran ese momento para mostrarse y encontrar una mirada aún
más feroz de Max.

Pero al menos los rasgos de Savitar finalmente se suavizaron como si


aprobara ambos sucesos.

—La Dragonswan habla.

—¡Ella es su puta!

Savitar levantó la mano y cogió al dragón Kattalakis que la había insultado


223
con una fuerza invisible que lo elevó y lo inmovilizó contra la pared entre dos de
las ventanas abiertas.

—Sólo a mí se me permite ser un gilipollas insultante en esta sala.


¿Entendido?

El dragón asintió.

Savitar le dejó caer directamente al suelo, donde aterrizó con un gemido lleno
de dolor y en un lío sin ceremonias, antes de que el antiguo devolviera su atención
a Sera. Cuando habló, fue con un amable tono paternal.

—¿Decías, querida?

Sí, su bondad era aún más aterradora que su maldad. Y la dejó aterrorizada.
A ella nunca le había gustado hablar en público y esto... esto era peor que
enfrentarse a una manada de dragones enojados con una fiesta en sus entrañas.

—Está bien, Sera —dijo Max amablemente—. No tienes que hablar por mí.

Esas palabras le dieron el coraje que necesitaba.

—No, pero alguien tiene que hacerlo. No sé quién lanzó a los gallu…

—Esos seríamos nosotros —dijo Zakar, levantando la mano—. Oops. Lo


siento por eso.
Savitar puso los ojos en blanco.

—Sienta tu trasero punk y cállate. Tú y yo hablaremos más tarde.

Zakar rió con buen humor.

—Espero que lleves tu Abilify17 primero, viejo.

Savitar comenzó a mover el dedo hacia Zakar, luego se rindió y le despidió


con un gesto.

—Cállate. —Volvió su atención a Sera—. ¿Estabas diciendo?

—Sólo que mi compañero es inocente. Los gallu fueron a por él primero. Y


ninguno de nosotros tenemos una pista sobre Apolo. Ni siquiera sabemos de qué
estás hablando. —Metió la mano marcada en la de Max.

Quien hizo una mueca antes de que entrelazar sus dedos con los suyos y
agarrarle la mano en la suya con fuerza.

Savitar observó ese simple gesto de cerca durante varios segundos sin hacer 224
comentarios.

—¡Exijo que pague por sus crímenes! —exigió Ermon Kattalakis, uno de los
dragones Arcadianos—. ¡Fue la sangre de mi abuelo la que derramó!

Una extraña mirada pasó entre Savitar y Acheron, después entre él y Styxx,
antes de que se pusiera de pie.

Sin decir una palabra, Savitar acortó la distancia entre él y Max.

—Se me ocurre, Maxis, que con nuestra historiadora Nicolette Peltier ausente,
no hay nadie aquí que conozca la historia de este consejo. Ella murió antes de que
pudiera pasar los orígenes a su única hija. —Se volvió hacia Tanya—. Supongo que
debes heredar esa parte de su trabajo también, ¿no?

Tanya parecía asustada de estar bajo ese feroz escrutinio en el que Sera había
estado.

—Sería un honor para mí recordarlo, mi señor.

Una extraña medio sonrisa jugó en los bordes de los labios de Savitar
mientras él se seguía acariciando la barba con el pulgar. Miró de nuevo a Max.

—¿Qué dices, drakomas? ¿Tengo tu permiso para romper nuestro pacto?

17 Abilify: es un fármaco antipsicótico para el tratamiento de la esquizofrenia.


Ella vio la indecisión en los ojos dorados de Max mientras se debatía. Miró de
ella a Illarion, luego a sus hijos.

Es la hora. Illarion inclinó la cabeza hacia él. Diles la verdad, hermano. Déjales
decidir por sí mismos.

Con un trago audible, Max asintió.

—Aun así, te recuerdo que cuando se les dijo la verdad la última vez, no
sirvió de nada. A nadie le importó.

Haciendo caso omiso, Savitar dio un paso atrás para poder caminar en un
círculo alrededor de la mesa.

—Algunos de ustedes han estado viniendo aquí durante siglos. Ocupan los
escaños que heredaron por su familia o ganaron por combate. Todos conocen el
honor que es sentarse aquí y representar a sus especies independientes. Tanto los
que tienen corazones Apolita-humano como los nacidos con corazones animales.
Dos mitades de un único todo. Los dos sensibles, y para siempre condenados por
los dioses a hacer la guerra unos contra otros por ninguna razón real, aparte del 225
hecho de que los dioses son unos imbéciles. Todo el mundo conoce esa parte de la
historia. Lo que ninguno sabe es por qué responden ante mí. Por qué responden a
este consejo...

Savitar señaló a Max.

—Culpan al Dragonbane de la guerra que divide las dos ramas de la misma


especie, pero él no hizo esto. Eso recae sobre las tres perras que maldijeron a su
raza al comienzo. Sobre Zeus y Apolo y sus rabietas infantiles que los hicieron
llorarles a las Parcas para que hicieran algo porque se sentían estafados porque
ustedes se hubieran salvado de la maldición Apolita que habría requerido que
todos murieran horriblemente a los veintisiete años por un evento en el que no
tenían nada que ver. Pero como en toda historia, es sólo una pequeña parte la que
les han contado, que fue coloreada por aquellos que tratan de influir en su opinión
y hacer que se odien sin razón real. Para mantenerlos divididos por sus diferencias
sin importancia cuánto deberían estar unidos y centrados en las tragedias reales
que tienen en común. Las que los unen como una sola especie sensible. Síganme,
niños, y déjenme mostrarles lo que nunca han visto, pero que necesitan saber.

Y con eso extendió las manos. Las puertas se cerraron de golpe y la oscuridad
cayó en la habitación tan completamente que por un momento, Sera se sintió como
si estuvieran en Irkalla de nuevo.

La repentina nada inesperada era opresiva y aterradora. De no ser por la


presión de la mano de Max y su presencia a su lado, habría corrido hacia una
puerta.
Y justo cuando pensaba que no podría aguantar más, se encendió una luz
para mostrar a un Max y un Illarion mucho más jóvenes. Aunque que ella había
sabido cuánto se parecía Hadyn a su padre, no fue hasta ahora que se dio cuenta
de lo mucho que compartían el rostro, la forma y los gestos.

Pero lo que más la golpeó fueron las condiciones de suciedad y hambruna en


la que estaban Illarion y Max. Los dos estaban en forma humana, con los cuellos
encadenados y encerrados en una jaula, observados por otro hombre. Éste iba
impecablemente vestido con un atuendo principesco.

La mandíbula de Sera se aflojó al ver lo último que había esperado. Maxis no


era el príncipe griego.

Era Illarion.

Mientras tanto, Max estudiaba a través de los barrotes de su jaula al príncipe


y su ropa elegante, y a la dama de cabello oscuro a su lado. Había visto al príncipe
numerosas veces desde que habían sido llevados allí, pero la mujer era una nueva
adición a su monótona casa sucia.
226
—¿Eumon? —se quejaba, tratando de alejar al príncipe tirándolo del brazo—.
¿Por qué me has traído aquí? ¿No te cansas de mirarlos todo el tiempo? ¡Es tan
espeluznante!

Max no apreciaba ser llamado espeluznante cuando las únicas singularidades


reales en la habitación eran los que necesitaban a su especie para seguir viviendo
más allá de su vigésimo séptimo cumpleaños. No había nada espeluznante acerca de
ser un dragón.

¿Los cuerpos humanos-Apolita?

Esa era materia de pesadillas. Olían y tenía todo tipo de rarezas que preferiría
no sufrir.

El príncipe sonrió a su bella y menuda esposa, pero su mirada nunca se


apartó de los dos dentro de la jaula.

—Míralos, Helena. Excepto por el hecho de que no habla, nunca sabrías que
no es yo. Y el otro... es la imagen misma de Pherus. Es como si todavía estuviera
buscando a mi hermano en él.

Ella arrugó la nariz con disgusto.

—Pherus nunca fue tu hermano. Era el hijo de una esclava.

—Esclavo o no, era mi hermano por mi padre. Y yo le quería como tal. —


Eumon se lamió los labios—. ¿Crees que nos puedan entender?
—No. Son animales y tienes suerte de haber sobrevivido a la fusión de tu tío.
Ahora, ¿podemos irnos? No me gusta estar aquí. Huele mal. —Ella apretó su
delicada mano sobre su nariz para ilustrar su punto.

En lugar de irse, Eumon arrodilló y tendió la mano hacia Illarion.

—Aquí, muchacho... ven conmigo.

Curvando los labios, Illarion se acercó más a Max.

Eumon bajó la mano y suspiró.

—Parece que tenemos que entrenarlos. ¿No es así?

Max reprimió una burla. Como si fuera posible.

—Tal vez para no mojar las alfombras o sus camas, pero no tengo la
esperanza de nada más que eso. Como ya he dicho, son animales estúpidos,
incapaces de pensar o ser civilizados.

Ah, sí, ellos eran el problema en esta ecuación... 227


—¡Eres terrible, Helena! —bromeó él.

De repente, un gran número de guardias irrumpieron en la mazmorra. Max


se tensó al verles. Algo que no era un buen presagio para los mantenidos en jaulas.
Cada vez que entraban tantos de esa manera...

Uno de los prisioneros acababa gravemente herido.

O seriamente muerto.

El príncipe Eumon se puso de pie para enfrentar a los soldados con un rostro
inescrutable.

—¿Cuál es el significado de esto?

—Órdenes del rey, Alteza. Vamos a destruir todos los experimentos para
aplacar a los dioses.

El rostro del príncipe se puso blanco al tiempo que el estómago de Max se


encogía.

—¿Qué?

El guardia asintió.
—El dictado vino del sacerdote principal esta tarde. Los dioses están
exigiendo que todas las abominaciones sean sacrificadas. De lo contrario, matarán
a su padre, a su hermano y a usted.

Illarion intercambió una mirada de pánico con Max.

No tengas miedo, hermano. No voy a dejar que te lleven, prometió Max, con la
esperanza de no estar mintiendo cuando dijo esas palabras.

Pero no había nada salvo duda en los ojos de Illarion. Algo que hirió a Max
hasta los huesos. ¿Cómo podía su hermano pensar por un minuto que él iba a
permitir que le hicieran daño?

Nunca. Incluso si eso significaba su vida, él protegería a Illarion de ellos y le


sacaría de este lío.

Con un rugido poderoso, Max se precipitó hacia los barrotes.

El príncipe se tambaleó hacia atrás con un jadeo feroz, arrastrando a su


esposa con él. 228
Gritando, ella cayó al suelo.

—¡Te lo dije! ¡Es un animal! ¡Mátenlo! ¡Mátenlo ahora!

La furia atravesó a Max con tal ferocidad que perdió completamente el


control de su magia, incluso con el collar que la mantenía inútil. Lo único que sabía
era que se negaba a caer así. Se negaba a verles matar a su hermano.

Los aullidos y gritos de los otros llenaban sus oídos mientras los soldados se
dedicaban a obedecer sus órdenes.

¡Esta era una absoluta mierda! Max se lanzó contra los barrotes, una y otra
vez. Cuando esto no fuera suficiente, llamó a cada pedacito de magia que pudo y
la concentró. Luego la lanzó al aire alrededor de ellos.

Como si fuera una corriente de calor, salió de él y envió una onda pulsante a
través del aire. Una que rompió la jaula y envió a los guardias, al príncipe y a la
princesa a girar por el aire.

Débil pero decidido, Max agarró a Illarion.

—Libera a los demás. ¡Estaré maldito si esas perras toman sus vidas por esto!

¡No es nuestro lugar!

—Yo no respondo a los dioses griegos. Pueden besarme mi escamoso trasero.


—Max agarró las llaves del guardia que estaba más cerca. Descubriendo sus
colmillos, tomó la espada del hombre y pasó a liberar a los Arcadianos y
Katagarias. Su hermano todavía estaba allí—. ¡Illarion! ¡Muévete! ¡Salva a todos los
que puedas!

Finalmente, Illarion comenzó a cooperar.

Tan pronto como abrieron las puertas y les dejaban salir, los guardias
avanzaron para detenerles.

—Tenemos que hablar con el rey. Nadie puede salir de aquí.

Para su sorpresa completa, Eumon dio un paso adelante.

—Déjenles pasar.

—Alteza…

—¡Háganlo!

De mala gana, el guardia se hizo a un lado y ordenó a sus hombres que se


retiraran. 229
Agradecido al príncipe porque les permitiera salir sin pelear y sin
derramamiento de sangre, Max inclinó la cabeza hacia él.

—¿Puedes mostrarnos la salida?

El príncipe entrecerró la mirada hacia él.

—¡Sabía que podías hablar! Necesito que se lo muestres a mi padre.

—Y nosotros necesitamos una guía antes de que tu padre se entere de esto y


nos mate... Por favor. Mi hermano y yo siempre hemos sido superados cuando
hemos tratado de escapar. Sé que hay un camino hacia el bosque, pero no hemos
sido capaces de localizarlo.

Sin dudarlo, él asintió.

—Sígueme.

—¡Eumon! —exclamó su mujer—. No puedes hacerlo. Si los dioses han


hablado…

—Son sensibles, Helena. Míralos. —Hizo un gesto hacia Max e Illarion—. Son
mitad Apolita. No puedo condenarlos a morir y sobre todo no a ser ejecutados en
una jaula después de lo que les hemos hecho. Estaría mal. Soy su príncipe. Es mi
lugar protegerlos.
—¿Y qué pasa con el hijo que llevo? ¿Quién le protegerá cuando los dioses te
maten por esta arrogancia?

Él la besó suavemente en la frente.

—Relájate, preciosa esposa. Nadie me va a matar. —Apartándose, lideró a


Illarion y a los demás a través de la oscura caverna—. Síganme y me aseguraré de
que sean libres.

Ella miró a Max cuando empezaron a salir en fila de la mazmorra.

—Tengo un mal presentimiento sobre esto.

Max la ignoró a ella y a la indigestión que creía que era un mal


presentimiento, mientras se esforzaba en que los demás fueran lo más rápido
posible. No confiaba en que los guardias no les atacaran a pesar de lo que el
príncipe había ordenado.

Cuando el último Apolita animal pasó por delante de ellos, comenzó a


respirar con más facilidad. Ya casi eran libres. 230
Fiel a su palabra, Eumon les ayudó a trasladarse a un pequeño campamento
en el bosque, donde Max e Illarion se aseguraron de que todos tuvieran un sitio
donde dormir y algo de comer.

—Gracias —dijo Max al príncipe antes de ir a cuidar de su hermano.

Eumon le detuvo.

—Todas estas semanas y no dijiste nada. Pretendías ser mudo. ¿Por qué?

—No había nada que decir. Tu tío nos arrancó de nuestros hogares y vidas
por ustedes. Tanto Apolita como animales. Sin tener en cuenta lo que pensábamos
o queríamos. ¿Y luego fuimos convertidos en esto? —Hizo un gesto con enojo a su
cuerpo humano—. Es posible que hayas deseado el dragón en ti, alteza, pero te
prometo que ni Illarion ni yo queríamos esto. Tampoco ninguno de los otros.
Ahora que tienes un poco de la genética de mi hermano en tu corazón, debes saber
exactamente lo que pensamos.

—Tienen un código de honor y parentesco feroz. ¿De ahí es de donde viene?

Max inclinó la cabeza.

—Y ahora me dices que tus dioses han decretado nuestra muerte por sus
obras. ¿Cómo crees que me siento?

—Voy a hablar con mi padre. Es un hombre razonable.


Max arqueó una ceja ante su mentira.

—Él nos ama.

Lo cual era cierto, pero...

—Eso le hace muy poco razonable.

El príncipe asintió.

—Si vienes conmigo... Deja que mi padre vea que eres capaz de pensamiento
racional y habla. Eso va a cambiarlo todo. Lo prometo. Ven y ayúdame a
arreglarlo.

Aun así, Max se mostraba escéptico. No era tan fácil como el príncipe decía.
Él lo sabía. Sin embargo, al mirar entre los rostros desolados, llenos de miedo,
sabía que tenía que intentarlo.

Por ellos.

Illarion se abrió paso entre los otros para acercarse a Max. 231
No puedes creer sus mentiras.

—Tenemos que intentarlo.

Sacudiendo la cabeza, Illarion no quería participar, pero amaba a su hermano


demasiado para dejarle ir solo por su estupidez.

Así que juntos, se dirigieron de vuelta hacia el palacio, con Eumon a la


cabeza.

Por primera vez, salieron de la mazmorra y entraron a los jardines del palacio
que llevaban a donde vivía la familia real.

Acababan de llegar a los jardines, cuando un hombre que tenía un aspecto


inquietantemente similar a Vane se acercó a ellos.

—¿Qué es esto?

—Vamos a ver a Padre.

El recién llegado frunció el ceño con feroz desaprobación.

—¿Qué has hecho?

El príncipe dejó escapar un suspiro cansado.

—Linus, por favor. Tengo que hablar con él y no tengo tiempo.


—Ya has oído lo que el sacerdote le dijo a Padre. Hemos enfurecido a los
dioses. ¡Si no les devuelves para su ejecución en este momento, van a exigir
también nuestras cabezas! ¿Quieres morir?

—¿Y qué les detendrá de hacerlo de todos modos después de que los demás
se hayan ido? Los dioses son caprichosos. Ya lo sabes. No confío en ellos.

Linus gesticuló hacia Max y luego hacia Illarion.

—¿Pero confías en un animal?

—No son sólo animales. Ellos pueden hablar.

Linus se burló.

—Ahora estás siendo ridículo. ¿Has comido acaso un mal dote de loto?

—No se equivoca.

Los ojos de Linus se ampliaron ante el sonido de la voz de Max.

—¿Puedes pensar y hablar?


232
—Claro.

Sus ojos se oscurecieron peligrosamente mientras se movía para enfrentar


Max.

—¿Son ustedes la razón por la que Dagon me hizo esto?

—¿Hacer qué?

En respuesta a la pregunta de su hermano, Linus encaró a Eumon.

—¿O fuiste tú?

—¿Hacer qué? —repitió Eumon.

Linus le lanzó una mirada mordaz.

—Siempre fuiste el hijo favorito de Padre. Si tu vida no se hubiera visto en


peligro, estoy seguro de que me habría dejado morir, como lo hizo con nuestra
madre.

Eumon dejó escapar otro suspiro cansado.

—No tengo tiempo para tus inseguridades. Apártate.


—Oh, claro. Tú nunca tienes tiempo, ¿verdad? —Linus bufó en dirección a
Helena—. Tomaste a la novia que era para mí y ahora has tomado mi verdadera
forma animal. Yo debería haber sido el dragón. ¡No tú!

—¿De qué locura hablas?

—¡Helena era mi novia!

Ella levantó la barbilla en actitud desafiante.

—Rechacé tu mano después de conocerte. Hay una crueldad en ti, Linus, que
me asusta. Tratado o no, nunca me hubiera casado en esta familia si no hubiera
conocido a Eumon y visto por mí mismo que, a diferencia de ti, él tiene un alma.

Gritando de ira, él se abalanzó sobre ella, pero Max le atrapó y le obligó a


retroceder.

—Detente. Tenemos asuntos más importantes que manejar.

La mandíbula de Linus se aflojó.


233
—Así que es cierto. Hablas. Podrías haber convencido a Dagón para darme la
forma que yo quería, ¿pero en su lugar optaste por permanecer en silencio?
¿Mataste al otro para evitar que yo fuera como tú también? Lo hiciste, ¿verdad?

—¿Qué?

Linus empujó a Max para alejarle.

—Me dan asco. Nunca me dejan tener lo que quiero.

Está loco, hermano. Debemos irnos.

Max no podía estar más de acuerdo.

Protege a la princesa.

Cuando Illarion se movió para cumplir, Linus sacó un cuchillo y atacó.

—¡No te atrevas a darme la espalda, Eumon! ¡No seré ignorado!

Eumon le empujó a un lado cuando él se abalanzó sobre Illarion.

—¿Eres estúpido? ¡Él es el animal, idiota! Yo soy el príncipe. ¿Cómo puedes


no diferenciarnos?

Esas palabras abofetearon a Max con fuerza. Sobre todo porque la única
forma de distinguirlos era por las galas que vestía y la inmundicia de su hermano.
En su opinión, decía más de Linus que no se hubiera dado cuenta de su diferencia
en el vestir.

Linus apartó su mano y se liberó del agarre de su hermano.

—¡Yo debería haber sido el heredero! ¡Soy mucho más digno!

Eumon se rió en su cara.

—Nunca fuiste digno. —Con eso, le desarmó y le dio una patada.

Horrorizado, Max ayudó a Illarion a ponerse de pie. Entonces colocó su


cuerpo entre Illarion y los príncipes para protegerlo.

Poniendo los ojos en blanco, Eumon arrojó el cuchillo.

—No le hagan caso. —Tiró del brazo de Max y luego de Illarion—. Síganme y
nosotros arreglaremos esto.

Cuando empezaron a alejarse, Max captó un movimiento por el rabillo del


ojo. Se volvió para desarmar a Linus, pero aún no había llegado a dominar su 234
cuerpo humano. Antes de que pudiera hacer nada para detenerlo, Linus le apuñaló
y luego se volvió hacia los demás.

Furioso, Illarion atacó.

—¡Alto! —gruñó Eumon, tratando de interponerse entre ellos.

Max sabía que el príncipe se vería perjudicado si no le apartaba de la pelea.

—¿Alteza? —Se echó hacia atrás justo en el momento en que Illarion y Linus
se tambaleaban, luchando por el control de la cuchilla.

Ellos chocaron con fuerza contra Max y Eumon, haciéndoles perder el


equilibrio y enviándoles hacia atrás.

En un gran grupo, los cuatro cayeron al suelo.

Cuando Max fue a levantarse, se dio cuenta de que estaban cubiertos por una
gran cantidad de sangre que no debería haber estado allí. Aturdido, tardó unos
segundos en darse cuenta de que la arteria de Eumon había sido cortada durante la
caída.

Jadeando en busca de aire, él encontró la mirada de Max.

—Protege a mi esposa.

Con los ojos embrujados, Linus se puso de pie y se tambaleó hacia atrás.
Dejando caer el cuchillo, apretó su mano empapada de sangre sobre sus labios.
—¿Alteza?

Gritando de agonía, Helena se precipitó hacia adelante y sollozó al lado de su


marido.

—¡No me dejes, Eumon! ¡Quédate conmigo! —Aplicó presión sobre la herida,


pero ya era demasiado tarde.

Como último acto, Eumon se estiró y liberó a Max del collar para que pudiera
cambiar de forma libremente.

—Protégeles. —Y con eso expulsó su último aliento.

Helena echó la cabeza hacia atrás y gritó como una arpía.

—¡Bestia! ¡Has matado a mi marido!

—No... —Linus retrocedía por el terror—. Tú misma lo has visto. Ha sido un


accidente.

Sacudiendo la cabeza, ella sollozó y sollozó. 235


Max miró a Illarion, que les observaba con una mirada igual de horrorizada.

¿Qué hacemos?

No tenía ni idea. Linus estaba loco y nunca diría la verdad que le implicase en
esto. Su temor a ser culpado por la muerte de su hermano no lo permitiría. Los
dioses habían decretado que todos ellos murieran...

Pero una mirada a la cara de Illarion y supo que nunca daría un paso atrás y
dejaría que eso sucediera.

Tengo que llevarles a un lugar seguro.

Sólo se le ocurría un lugar en el que estarían a salvo del alcance de los dioses.
Un lugar donde el rey no podría exigir la cabeza de Illarion. Alcanzando a su
hermano y a la sollozante princesa, cambió a su forma de dragón y tomó vuelo con
ellos.

Sus gritos aterrorizados llenaban sus oídos mientras ella le insultaba e


intentaba liberarse. Illarion luchó contra su agarre.

¡Quítame el collar para que también pueda volar!

Aún no.

No estaba seguro de cómo serían recibidos al llegar a su destino. Podrían ser


acogidos.
La experiencia decía que no sería así.

A pesar de eso, Max cerró los ojos y rezó para que esto funcionara. Cuando
por fin llegó a la costa del sur, bajó a su hermano y a la princesa sobre la arena
blanca, y luego aterrizó. Con un nudo en el estómago, miró por encima de las olas
perfectas e hizo algo que no había hecho en siglos.

Convocó al demonio Chthonian. El único ser que proporcionaba protección y


se responsabilizaba de su especie.

Por supuesto, nadie había visto al hijo de puta en siglos y abundaban todo
tipo de especulaciones. Algunos decían que finalmente había muerto de las heridas
que había sufrido durante la gran guerra Chthonian. Otros que el dios griego
Mache le había maldecido en represalia por haber sido atado y encarcelado.

Otros decían que la diosa Apollymi le había ahogado cuando se hundió la


Atlántida. Incluso había un rumor de que Artemisa le había capturado y le
mantenía como su mascota en el Olimpo.

Max no sabía si nada de eso era cierto. 236


Todo lo que sabía era que necesitaba un milagro y que la única criatura que
podría ayudarles era el Chthonian que había guiado una vez al pueblo de la madre
de Max a la libertad.

Echando la cabeza hacia atrás, dejó escapar un grito de convocatoria para la


bestia.

La princesa se apartó de él mientras las olas rodaban dentro y fuera de la


playa.

—¿Qué está haciendo? —preguntó, cubriéndose los oídos con las manos para
silenciar el rugido de su llamada.

Max no le hizo caso y continuó convocando a Savitar.

Y a medida que el tiempo lentamente pasaba y nadie respondía a su llamada,


se dio cuenta de que el Chthonian debía estar muerto.

O que no le importaba.

Con el corazón roto, se alejó de la playa, hacia su hermano. Su mandíbula se


aflojó cuando vio al hombre alto, musculoso acercarse a ellos.

Savitar.

Sus ojos lavanda relucían cuando se detuvo al lado de Illarion y barrió su


mirada sobre el vestido empapado de sangre de la princesa.
—Parece que me he perdido una fiesta impresionante. ¿Te importaría
ponerme al día, dragón?

Max le dijo rápidamente lo que les habían hecho, y lo que les había pasado a
Eumon y a Illarion.

—Necesito tu ayuda, Chthonian.

Savitar bufó con burla.

—Ya he terminado con eso de ayudar a otros. La última vez que lo hice...
acabó mal para todos. Especialmente para mí, y me gusto más de lo que me gustan
los demás la mayoría de los días.

—Nos matarán.

—Todo el mundo muere en algún momento.

—¿Eso es todo, entonces? ¿Estás, literalmente, lavándote las manos de


nosotros?
237
Savitar se encogió de hombros.

—Tienes una nueva vida. Deberías disfrutarla.

—Quieres decir, hasta que las Parcas nos maten.

Savitar se quedó inmóvil.

—¿Repite?

—¿Las Parcas griegas? Debido a Apolo y Zeus, han ordenado que todos
seamos sacrificado.

—Deberías haber empezado con eso, hermanito.

—¿Y eso significa?

Savitar sonrió.

—Significa que no hay mucho que yo no haría para hacer que esas tres perras
griten en agonía. Llévame a tu campamento.

Para cuando regresaron, la mayoría de los híbridos apolitas animales estaban


muertos. Mientras Max estaba ausente, los guardias habían encontrado su
campamento y sacrificado a un exiguo puñado antes de ser expulsados.

Disgustado por el cruel horror, Max caminó alrededor de los otros


cambiaformas recién hechos, asegurándoles lo mejor que pudo.
—¿Qué vamos a hacer?

Se encontró con la mirada de Savitar.

Finalmente vio una chispa ahí que decía que su corazón vivía.

Savitar se adelantó.

—Como una nueva especie, les ofrezco mi protección. Voy a dar a conocer
que los Chthonians son conscientes de que nadie además de ustedes,
especialmente los dioses, han de aprovecharse de los suyos sin repercusiones.

Mientras Savitar abordaba a la nueva especie, Max le quitó el collar a Illarion.

Ya era hora.

—Lo sé. Lo siento.

¿Por qué has esperado tanto?

—En caso de que nos llevaran, podrías haberte hecho pasar por el príncipe y
escapar. Siempre y cuando te quedaras en un cuerpo humano.
238
Illarion sacudió la cabeza mientras estudiaba a los demás.

Somos una abominación. ¿Seguro que deberíamos haber sobrevivido? Tal vez hubiera
sido más amable consignarnos a la muerte.

—Quizás. Pero la vida no es amable. Todo lo que tenemos es los unos a los
otros. No podría mantenerme al margen y verles morir.

Illarion dejó escapar un suspiro cansado.

Tu sangre Arel te jode seriamente a veces. ¿Qué es esta necesidad innata que tienes
para proteger?

—No lo sé, pero deberías estar agradecido porque la tengo. Un dragón en su


sano juicio te habría dejado atrás.

Una vez se reunieron todos, Lycaon y su ejército llegaron para terminar su


masacre.

Hasta que el rey vio a Savitar.

—¿Qué significa esto?

Savitar se enfrentó al rey sin miedo.

—Estoy aquí para llevarlos a sus propias tierras para vivir.


—No puedes hacer eso.

Savitar arqueó una ceja.

—¿Quieres enfrentarte a mí?

—Los dioses han decretado…

—Y yo, como Chthonian, he jurado proteger la vida mortal de los dioses, y


sobrepaso ese decreto.

Lycaon negó con la cabeza.

—¡No puedes hacer eso! Matarán a mis hijos en venganza.

—Está hecho.

Mientras discutían, Helena agarró el brazo de Max.

—No puedes dejar que me regrese al palacio. No después de lo que ha


pasado. 239
Confundido, frunció el ceño.

—¿Quieres viajar con nosotros, los animales?

—Por favor. Tengo miedo de lo que Linus vaya a hacernos a mí y a mi hijo.


Puede que me deje vivir y me reclame como suya, pero nunca permitirá que mi
hijo viva. No mientras sea el heredero al trono de su padre. Le has visto. Sus
ambiciones son despiadadas y no se detendrá ante nada. Peor aún, sabemos que
mató a Eumon. En tanto cualquiera de nosotros siga con vida, nos verá como una
amenaza y querrá deshacerse de nosotros. ¿Lo entiendes?

Illarion sacudió la cabeza.

Max... Conozco esa mirada en su cara. Eres el que siempre me dice que me mantenga
al margen.

Max empujó a la princesa más cerca de Illarion.

—Vigílala por un minuto.

No muy seguro de lo que estaba haciendo, cerró la distancia entre Savitar y el


rey. Al momento en Linus lo vio, hizo exactamente lo que su cuñada acababa de
predecir.

Ordenó que Max fuera arrestado por el asesinato de su hermano y exigió que
devolvieran a Helena.
Ella tenía razón. Linus nunca aceptaría que ella viviera para dar a luz a su
hijo. Les mataría y les eliminaría de la línea de sucesión.

—Él y su hermano mataron al mío, ¡y exijo sus cabezas por ello!

—Illarion es inocente. Yo, solo, soy el responsable.

Savitar le lazó una mirada furiosa.

—¿Entiendes lo que estás haciendo?

Diablos no. Pero parecía ser la única opción.

Se encontró con la mirada furiosa de Savitar.

—Sólo entiendo lo que sucederá si no lo hago.

Suspirando con disgusto, Savitar apretó los dedos sobre el puente de su nariz,
como si tuviera un tumor cerebral formándose. Cuando los guardias se
adelantaron para prender a Max, Savitar les detuvo.

—¡No! Los Arcadianos que has creado son una raza aparte y no deben ser
240
sometidos a las leyes de los hombres. —Savitar miró a Linus y a su padre—. Son
un grupo sensible y deben hacer sus propias leyes que los gobiernen. Si Maxis va a
enfrentar el juicio, será por un jurado de sus pares híbridos y no por un hermano
intrigante y un padre de duelo. Si esta farsa debe ser hecha, que sea imparcial.

—Porque eso hace que sea mucho mejor —murmuró Max.

Savitar frunció un ceño amenazador hacia él.

—No me cabrees, dragón, o te dejaré con ellos.

—¿Y qué con este jurado? —exigió Lycaon—. ¿Quién estará para
supervisarlo?

—Yo lo haré personalmente. Tienes mi palabra.

Furia y la promesa de que esto no había terminado ardió en los ojos del rey.

—Bien. Haré que la sostengas. ¡Pero quiero la cabeza del dragón colgada en
mi pared por lo que ha hecho! Esperaré hasta que esto termine para que la traigas.
De lo contrario, le declararé la guerra a esta nueva generación. —Y con eso, el rey
se llevó a su ejército.

Illarion finalmente se acercó a ellos.

Me alegro de que esto esté arreglado. No sabes cuánto.


Savitar rió amargamente.

—Tienes razón. Nada ha terminado. Este es solo el comienzo. Espera a que


Zeus y Apolo lo oigan. —Miró a su alrededor a los rostros y los animales...

Apolitas, leones, águilas, halcones, gavilanes, tigres, lobos, osos, panteras,


leopardos, chacales, leopardos de las nieves, jaguares, guepardos y dragones.

—¿En qué demonios estaba pensando Dagon?

Max dejó escapar un aliento agotado.

—En que su esposa estaba de duelo por su hermano y que tenía la magia para
hacerlo mejor.

—¿Consideras esto mejor?

Max se encogió de hombros ante la pregunta de Savitar.

—¿Mejor que la muerte? Aye. Apenas.

—Y tú, dragón, eres un idiota.


241
—Me han llamado cosas peores. —Miró a Illarion—. Y eso fue hace apenas
unas horas.

Savitar negó con la cabeza mientras se encontraba con la mirada de la


princesa.

—Ese niño que llevas es el primero de su especie, lo sabes, ¿verdad?

Su rostro se puso pálido.

—¿Qué?

—Lo concebiste después de que tu marido fuera transformado. La buena


noticia es que no va a morir de la maldición Apolita que viene con el linaje de
Eumon. La mala noticia es que los dioses no estarán contentos de que tu príncipe
frustrara su maldición. —Savitar gruñó con gravedad—. Sólo puedo mitigar las
consecuencias en cierta medida. Conociendo a los dioses y a esas perras en
particular, puedo decir que esto no ha terminado. Sacarán algún truco de debajo de
la manga para todos nosotros. Y no van a ser misericordiosos.

Y había tenido razón. A pesar de la evidencia y el testimonio de Helena sobre


lo que había pasado, Max había sido declarado culpable durante esa primera
reunión del Omegrión. Cuando Illarion fue a testificar, Max se lo había impedido,
para que no se implicara y acabara bajo el fuego.
Mejor uno marcado que ambos. Había presionado a Illarion con la necesidad
de mantener a Helena a salvo y así cumplir con su promesa a Eumon. Algo que no
podría hacer si ambos estaban siendo perseguidos.

Así que había sido marcado mientras Illarion había quedado como guardián
Katagaria de los primeros príncipes Arcadianos nacidos de una madre humana.

Pero para Max e Illarion, no había habido ningún Were-Hunters que les
libraran de las espadas.

Sólo Linus y Eumon.

Lycaon habría sacrificado alegremente al resto para salvar a sus dos hijos de
la ira de los dioses del Olimpo.

Uno lobo y otro dragón.

Seraphina se quedó quieta con temor por su compañero. Ella no había tenido
ni idea de los sacrificios que había hecho por su pueblo.

Nadie la tenía. Fiel a su nacimiento Arel y sangre, Max había cumplido con 242
sus deberes en silencio. La única vez que se había retractado de ellos fue cuando
sus hermanos se vieron amenazados.

Cuando sus hijos y ella habían sido atacados.

Lo peor ironía era que ni él ni su hermano se habían sentado alguna vez en el


consejo que había sido formado gracias a ellos. En cambio se les había dado los
primeros puestos Regis a Helena y a otro Drakos nacido de un experimento
anterior entre un esclavo Apolita y un dragón. Helena como la Regis Arcadiana,
hasta que su primogénito, Pharell, había sido lo suficientemente mayor como para
heredar el cargo, y Cromus, quien cedió su lugar al hijo Katagaria de Helena,
Portheus, cuando había alcanzado la mayoría de edad.

Linus había dejado al descubierto que sus descendientes de su línea de sangre


de lobo habían engendrado a Vane, Fang y Fury. Una vez amargado por haber
sido obligado a su condición de lobo, había cobrado venganza gustosamente
contra los Katagaria y otras especies. Y había sido su poderoso testimonio y
liderazgo el que había condenado a Max.

Su necesidad despiadada de gobernarles y acabar con todos los demás había


forzado a Savitar a crear los limanis donde los Were-Hunters tendrían algún
refugio de los dioses y aquellos que fueran a matarlos sin necesidad.

Ahora, Savitar retrocedió e iluminó la habitación. Uno por uno, sostuvo la


mirada de los que estaban sentados en la mesa.
—Ahí lo tienen. Sí, técnicamente, Max derramó la primera sangre Were-
Hunter, pero lo hizo para protegerlos a todos. ¿De verdad van a ser como el primer
concilio y le condenarán de nuevo, sabiéndolo?

Damos Kattalakis, descendiente de Eumon y Helena, que actualmente


ocupaba el asiento del Arcadiano Drakos, se levantó. Su aspecto le recordaba a
Sera mucho a Vane y él se parecía mucho a su hermano Sebastian, a quien ella
había conocido antes.

Poco a poco, con cautela, se acercó a Max e Illarion.

Con una expresión ilegible, se quitó la máscara de plumas que cubría sus
marcas de Centinela. Acarició con la mano las escamas y la delicada manifactura, y
estudió la máscara antes de hablar.

—Es la costumbre de los de mis patria fabricar esto con los restos de los
Katagaria que hemos matado. Es para recordarnos que si bien se trata de animales,
nosotros no lo somos. Que somos civilizados y descendemos de la sangre de
príncipes. En particular, de Eumon Kattalakis.
243
Dejó caer la máscara al suelo y miró a Max, luego a Illarion.

—No sé por qué mi bisabuela no nos contó sobre ustedes, pero prometo que
si alguna vez tengo la suerte de tener dragonets, ellos sabrán la verdad y lo que les
debemos a nuestros primos Katagaria. —Chocando el puño contra su hombro,
saludó a Max—. Gracias por salvar a mi familia. Como jefe de la Kattalakis Drakos,
juro que si alguna vez oigo tu Bane-Cry, el de tu compañera o el de tus niños,
todos los miembros de nuestra patria responderán. En nuestro honor.

Max inclinó la cabeza y le devolvió el saludo.

—Gracias.

Sonriendo, Damos le atrajo a un abrazo y luego a Illarion.

—Mi padre se retorcería en su tumba. —Se volvió hacia Savitar y frunció el


ceño—. ¿Esta es la razón por la que siempre me has odiado?

Savitar asintió.

—Pecados del padre, hermano. Pecados del padre. Pero hoy, has hecho lo
correcto. Y yo lo he visto.

Resoplando, Damos pareció menos divertido cuando se volvió hacia Dare


Kattalakis.

—¿Qué pasa contigo, primo?


—Pueden besar mi trasero peludo. Todavía estamos en guerra.

244
19
—Deberías haberte comido a los lobos, hermanito.

Todos en la sala se volvieron hacia Falcyn por sus palabras secas, sin
emociones y muy crueles.

Él les devolvió la mirada, completamente imperturbable.

—Sólo lo comentaba. Están crujientes cuando se fríen. Carne magra. Baja en


cartílago. Nos hubieras salvado a todos de la migraña de tratar con ellos ahora.

Fury se atragantó.

—Hablando como uno de los lobos, estoy muy ofendido por eso.
245
—Bueno —dijo Falcyn sin una pizca de remordimiento o disculpa en su
tono—. He ofendido a lobos y Were-Hunters por igual. Todo lo que necesito hacer
ahora es comerme a un bebé adorable y lindo y habré terminado mi cupo de hoy.

Blaise golpeó a Falcyn en el pecho.

—No se preocupen, él es parte Caronte. Denle un poco de salsa barbacoa y


será feliz.

Falcyn dirigió una mueca tan desagradable a Blaise, que a pesar de ser ciego,
Blaise la sintió y se echó hacia atrás —no por miedo, sino por sentido común.

—No es Caronte —dijo Max secamente—. Esa sería una excusa demasiado
fácil para él, y en realidad no es válida. No es más que un bastardo irritable... Igual
que Savitar.

Savitar arqueó una ceja.

—¿Te salvo el trasero y me insultas? ¿En serio?

—Me disculpo, pero odias la falta de sinceridad más que los insultos.

—Sí, lo hago. —Savitar miró a los miembros del consejo—. Bueno, ya


sabemos dónde se destacan los dragones y donde están los lobos oficialmente... —
Miró a Vane buscando la confirmación de su postura.
Vane cortó con una mirada feroz a su compañero de camada, Dare.

—Oficialmente, los Kattalakis Lykos, tanto Katagaria como Arcadianos,


consideran a Max un hermano. No tenemos ningún problema con él y votamos
que se suprima la marca.

—Lo secundo —acordó Fury—. Y espero que te ahogues en ello, Dare. Con
eso y mi peludo trasero.

Dare dio un paso adelante, pero su hermana le atrapó y le impidió hacer algo
seriamente estúpido. Como atacar a sus hermanos delante del Omegrión y de
Savitar.

Savitar volvió su atención al otro Kattalakis Drakos, que estaba de pie con
Dare y Star. Alto y oscuro, el Katagaria Regis se parecía a Fang más que los otros.

Sus ojos de ébano relucieron mientras consideraba su respuesta. Después de


unos segundos, se quitó el colgante de plata de dragón de su cuello y lo observó
descansar en su palma.

—Crecí con historias sobre el Dragonbane y el vicioso asesinato a sangre fría


246
que cometió contra el primer Arcadiano, comenzando la guerra entre nuestras
especies. Mi padre me inculcó que nosotros no éramos como esos animales. Que
debíamos esforzarnos por encontrar la humanidad en nosotros, incluso cuando
parecía enterrada y perdida. —Miró a Dare y a Star—. Ahora creo que mi padre
estaba equivocado. Deberíamos haber abrazado al Drakos más que a lo que
llamamos humanidad.

Darion se adelantó para dejar el colgante en la mano de Illarion.

—Yo voto por quitar la marca y cedo mi asiento en el consejo al heredero


legítimo. Tú fuiste hecho de la sangre del príncipe Eumon, no mi familia. Es justo
que seas tú el que haga las reglas de nuestro pueblo.

Illarion negó con la cabeza.

No puedo aceptarlo.

Darion levantó las manos y dio un paso atrás.

—Eres Regis, Stra Drago. Rechazo mi asiento. No tengo derecho a él.

Savitar miró al resto de los miembros del Omegrión.

—En aras de la brevedad, supondré que el resto de ustedes está de acuerdo.


¿Alguien se opone?
Dante Pontis, el Regis panter Katagaria, levantó la mano. Con el pelo largo y
oscuro recogido en una cola de caballo, era el epítome de un depredador
descontento.

—No voy a protestar, pero tengo una pregunta. —Se volvió hacia Maxis—.
¿Por qué te marcaron originalmente?

Max se encogió de hombros con una indiferencia que realmente no sentía.

—Soy un idiota.

Dante sonrió.

—Sí, bien, como un compañero idiota yo mismo, puedo respetar eso, ¿podrías
dar más detalles?

—El estado de ánimo del consejo en ese entonces era muy diferente. Todavía
estaban en bruto y cabreados por haber estado viviendo en jaulas y que
experimentaran con ellos. Acababan de enterarse de que por la maldición de las
Parcas, no podíamos elegir a nuestros compañeros. Ellas elegirían por nosotros, lo
quisiéramos o no, y las Parcas habían decretado la guerra eterna entre nuestras
247
especies.

Y la razón humana era nueva para los animales, intervino Illarion. Estaban
enojados y arremetiendo contra todos, en especial contra mi hermano y yo.

Max asintió.

—Cuando empezaron a atacarme, reaccioné como cualquier drakomas haría.


Les dije que se jodieran y devolví el ataque.

Savitar resopló con desdén.

—Hablar de poner el dedo en la llaga... Se me permite decir que reaccionaste


mal.

—Está bien, reaccioné mal.

—Sí, eso es una exageración —dijo Savitar en voz baja.

Max fingió indignación.

—No sé de qué estás hablando. Han pasado un millón de años desde la


última vez que exageré sobre algo.

Savitar puso los ojos en blanco.


—De todos modos —continuó Max—. Perdí los estribos sobre sus
acusaciones y... —Señaló hacia el techo—. Todavía se pueden ver algunas de las
marcas donde la lucha estalló y casi quemó el edificio.

—Ahí es donde yo reaccioné mal. —Savitar esbozó una sonrisa falsa—. Como
resultado, Max fue condenado y yo no estaba de humor para refutar o absolver
una decisión unánime. Todos tuvimos un día muy malo.

—Y yo he tenido unos pocos más —susurró Max en voz alta.

—Sí. Lo siento. —Savitar cruzó los brazos sobre el pecho.

—Vaya —dijo Dante con tono sarcástico—. Suena como el estado de ánimo en
que estaba yo cuando colgué la piel de mi hermano a la pared de mi club.

Savitar asintió.

—Básicamente... Así que, ¿todos estamos de acuerdo?

—Sí. —Fury dirigió una sonrisa diabólica—. Dare es un gilipollas y a nadie le


gusta en absoluto. 248
Dare se lanzó hacia él.

Fury le enseñó los dientes.

—Ven aquí, ¡pequeño punky bastardo! ¡Vamos! Vamos, tú y yo. ¡Aquí y


ahora! ¡Estoy listo para arrancarte la piel con mis dientes! ¡Vamos!

Vane cogió a Fury y le empujó de vuelta hacia Max.

—¿Necesitas que te ponga una correa? ¿O un bozal?

—No, pero estoy pensando que él debería haberlo hecho.

Justo cuando Dare se soltaba para correr hacia Fury, que todavía estaba
burlándose y cuestionando su filiación, un brillante destello iluminó la habitación,
haciendo que se detuviera. Todo el movimiento se detuvo cuando aparecieron
Cadegan y Thorn cerca de Savitar. Los dos sangrando y en mal estado. Yacían
apenas vivos en un montón enredado a los pies de Savitar.

Thorn tenía sus brazos alrededor de Cadegan como si apenas hubiera


conseguido salir de una situación desagradable justo antes de que les destrozaran.
La palidez de su rostro magullado añadía un testimonio más a esa suposición.

Aturdido, Max no se movió. Como los hijos de un poderoso demonio, los dos
eran experimentados guerreros y una vez habían sido caballeros medievales.
Thorn en realidad era aún más antiguo que eso y había nacido de un antiguo señor
de la guerra, y tenía miles de años de experiencia en combate pesado contra los
malditos y los crueles.

Algo que estos dos sabían hacer...

Era luchar. Especialmente contra colmillos, garras, alas y sobrenaturalidad.

Con la respiración entrecortada, Thorn tomó el rostro de Cadegan con un


extraño gesto de ternura.

—¿Todavía conmigo, hermanito?

—Ach, sí, chico, pero sólo porque mi Jo me patearía el trasero si volviera a


casa muerto.

Analise Romano, que era la Regis Arcadiana de los leopardos de las nieves y
médico, salió corriendo de su asiento para examinar a Cadegan.

Thorn cedió el cuidado de su hermano a ella antes de ponerse de pie y


limpiarse la sangre de los labios. Miró primero a Fang, luego a Savitar.
249
—¿Recuerdas la situación que te mencioné?

—¿Apestaba un poco? —preguntó Savitar sarcásticamente.

—Como tu temperamento en el Olimpo en una fiesta de luna llena. No hace


falta decir que tenemos un problema enorme. Y nuestros nombres están grabados
en toda esa manzana de diversión. —Thorn se movió y puso un brazo sobre el
hombro de Styxx y otro sobre el de Acheron—. ¿Han visto a mamá últimamente?

Acheron se encogió visiblemente.

—Ah, Dios, ¿qué está haciendo ahora?

—Bueno. —Thorn apretó su brazo alrededor de sus cuellos—. Sólo necesito


saber... ¿de quién fue la brillante idea de cederle la custodia de Apolo?

Styxx hizo la misma mueca que Acheron había usado hacía un momento.

—Ese idiota sería yo. ¿Por qué? ¿Qué he hecho?

Thorn liberó a Acheron para darle una palmada juguetona a Styxx en la cara
y aplastar sus mejillas juntas.

—Mamá Apollymi le ha encontrado un nuevo compañero de juegos —dijo


con el mismo tono de falsete que se utilizaba normalmente para hablar con los
niños—. Ha alimentado a Keesar con su trasero, ¿y no estamos contentos de que
tenga un nuevo amigo, niños y niñas?
—Oh, queridos dioses. —Zakar repitió las palabras de Acheron y se tambaleó
hacia atrás—. Por favor, dime que no lo ha hecho.

Con una sarcástica risa histérica, Thorn liberó a Styxx, dio un paso atrás y
aplaudió.

—¡No, espera! ¡Se pone mucho mejor! Ni siquiera has escuchado la parte
buena todavía. ¡No! Sí... decidió que sería una gran idea convertir a Apolo en una
perra de sangre como tú lo fuiste, Z. Sí... sí, ella lo hizo.

Gimiendo, Zakar se cubrió el rostro.

Thorn asintió y golpeó al dios sumerio en la espalda.

—Por lo menos veremos el choque de trenes venir.

Acheron lo miró.

—Ilumina a aquellos de nosotros que no lo vemos.

Thorn se apartó para continuar. 250


—Para resumir, Kessar se ha alimentado del dios, y ellos hicieron un pacto
para combinar sus naturalezas amantes de la diversión y espíritus amables. Como
resultado, Apolo ha atacado el Olimpo.

—No —Acheron sacudió la cabeza—. Yo estaba allí. Fue Kessar quien atacó el
Olimpo.

—No, punkin. Eso fue Apolo conduciendo a los demonios. Así es como
entraron. Adivina qué tres cosas quiere. Y la paz mundial definitivamente no es
una de ellas.

—Venganza.

Thorn sacudió la cabeza hacia Dante y emitió un sonido de zumbido


sarcástico.

—Demasiado fácil, y un dado. Intenta otra vez.

Enfermo del estómago, Max intercambió una mirada de pánico con Illarion.

Thorn aplaudió.

—Oh, mira, creo que los dragones lo han adivinado. ¿Y por qué no habrían de
hacerlo? Illarion, siendo el hijo de Ares, debe saber exactamente lo que quiere.

Quiere los Spartoi.


—Sí. Sí, los quieres.

Fury frunció el ceño.

—¿Qué son los Spartoi? ¿Es como un modelo de plástico de 300 personajes?
Dioses, alguien por favor dígame que se trata de una figura de acción y no lo que
me temo que podría ser...

Seraphina hizo una mueca.

—No. Es tu miedo, estoy segura. Son una rama bastante desagradable e


invencible del ejército de Ares. Se dice que cuando un drakone de Ares los siembra
en la tierra, brotan en plena madurez, listos para la batalla y la destrucción a las
órdenes de quien los plantó.

—¿Y adivinan quién tiene la custodia de esos pequeñajos en este momento?


—Thorn señaló a Illarion—. ¿Cómo puedo yo saber esto? Tu padre gritó como una
niña de trece años al ver a Shawn Mendes.

—Sí, lo hizo de hecho —secundó Cadegan cuando se levantó con las piernas
temblorosas, sujetándose las costillas—. Para un dios de la guerra, Ares es un
251
pequeño blandengue. No es Aeron, eso seguro.

—Y hablando de nuestro dios céltico de la guerra favorito, todavía está


luchando contra ellos y tengo que volver y ayudarle antes de que le conviertan en
gallu y todos caigamos bajo la bola de demolición de fuego de Aeron. Le
convierten y estoy fuera. No quiero ser parte de esa lucha. Jamás. —Thorn miró a
Savitar—. Sí, soy así de cobarde, porque he luchado contra el mal que está en
Aeron y ha tenido mi trasero servido en un plato con puré de manzana y
garnishings, y sí... no, gracias. Nada vale una patada en el trasero de esa magnitud.

Max dio un paso adelante.

—Resolveremos esto con ustedes.

—¿Nosotros?

—Los drakomai.

Sera asintió.

—Y los Drakos.

Con ojos amplios y furiosos, Max se quedó boquiabierto. Ella le dirigió una
sonrisa en reprimenda.

—No me mires así, Señor Dragón. Yo tampoco quiero que luches.


Edena y Hadyn avanzaron para unirse a ellos.

—¡Oh diablos, no! —exclamó Max—. Puede que no tenga voz ni voto en lo
que hace Sera, ¡pero con ustedes sí la tengo!

Cuando empezaron a protestar, Seraphina negó con la cabeza.

—Su padre tiene razón. Ninguno de ustedes está preparado para esto. Y si me
pones los ojos en blanco, señorita, voy a molerte hasta que estalle el sol, y lo mismo
con tu hermano, sólo porque él te enseñó a hacerlo cuando eras pequeña.

Edena resopló y cruzó los brazos sobre su pecho.

—Me gustaba más cuando no se hablaban o se llevaban bien.

Hadyn asintió, pero sabiamente se mantuvo en silencio.

Cuando Thorn se fue, cuatro Were-Hunters cayeron al suelo sin razón.

Muertos.

El silencio se hizo eco cuando todo el mundo entendió exactamente lo que eso
252
significaba. Aquellos que estaban unidos a compañeros que habían sido asesinados
en otro lugar. Tres concejales y uno de los lobos Arcadianos que habían venido con
Star y Dare. Para que eso sucediera simultáneamente, sólo había una razón.

Guerra.

—¿Qué demonios? —jadeó Dante.

Thorn y Savitar se habían puesto pálidos.

Así como Acheron.

—Están dividiendo y atacando a nuestras familias para diluir nuestras


defensas y golpear nuestra moral.

—Está funcionando —dijo Fury en un tono de pánico.

Savitar hizo señas a Zakar, Sin y Styxx.

—Vamos a ver a Apollymi a Kalosis y asegurarnos de que está a salvo.

Thorn hizo un gesto con la barbilla hacia los Peltier y los hermanos
Kattalakis.

—Tomaremos el Santuario. Sera, es mejor que vengas con nosotros. Nala está
con ellos. Puedo sentirlo.

Cadegan y Blaise intercambiaron una mirada determinada.


—Nos quedaremos aquí para proteger a tus niños. No tienes que temer por
ellos.

Acheron miró a los drakomai.

—Nosotros volveremos al Olimpo y terminaremos esto. De una vez por


todas.

Illarion y Max asintieron.

Seraphina vaciló. Extraño, nunca había cabalgado a la batalla sola.

Ahora lo haría. Lo último que quería era estar sin Max a su lado. Pero lo tenía
que hacer por los demás y por su gente.

—Recuerda, Maxis —le recordó Sera—. No hay uno en un equipo.

Él le guiñó un ojo.

—Es cierto, pero está el 'uno gana', 'uno pelea' y 'uno muere'.

Ella le gruñó, tentada a golpearle hasta la sumisión.


253
—Y mejor que no hagas lo mismo.

—Ni tú. No me hagas ir a Hades y derrotar a ese hijo de puta para ayudarte a
volver. —Besándola, se tomó un momento para saborear su aroma y la sensación
de su cuerpo presionado contra el suyo—. Te quiero, Seramia. No me rompas el
corazón.

Ella hundió la mano profundamente en su pelo largo y apretó el puño.

—Sólo respiro por ti.

Max apretó los dientes ante esas palabras. Para los suyos, era la confesión
más profunda de amor, y era casi imposible dejarla ahora.

Pero no tenía otra opción. Con un último beso, miró más allá de ella a sus
hijos.

—No olvides tu espada, mi dama dragón.

Ella le guiñó un ojo.

—Nunca.

Inclinando la cabeza, dio media vuelta y se unió a Acheron y a sus hermanos.


Habían pasado siglos desde que había ido a una guerra de verdad con Falcyn e
Illarion. Sin embargo, parecía que no había pasado el tiempo, porque cambiaron de
formas y recayeron en la antigua formación.

Como el mayor, Falcyn tomó la delantera. Los Katagaria Drakos pelearían


con ellos en el Olimpo, mientras que los Arcadianos irían con Sera y los demás a
proteger el Santuario.

En el momento en que llegaron, era muy diferente al anterior. Apolo y Kessar


habían incendiado prácticamente todos los edificios, y la mayoría de los dioses se
habían retirado del conflicto. Sólo un puñado de valientes se había quedado para
tratar de salvar lo que podían. Demon y su gemelo, Phobos. La mayoría de los
Dream-Hunters, incluyendo a Arik y a Delphine, también Lydia, Solin y Xypher,
que debían haber sido convocados por los demás cuando comenzaron los
enfrentamientos.

Sólo el templo de Apolo permanecía en pie perfectamente intacto. Pero ese no


era su objetivo o destino.

El templo de Ares fue lo que atrajo su atención. La estructura de hierro de las


puertas había sido arrancada. Y los percherones que por lo general eran tripulados 254
por Insidia y Nefas estaban vacíos. Los cuerpos de los demonios ardían en los
escalones.

Fue fácil encontrar al Malachai todavía envuelto en una amarga lucha contra
los demonios y Apolo.

Max sonrió ante la vista. Nick siempre había sido obstinado en una reyerta.
Ese niño nunca supo cuándo rendirse o entregarse. Era una de las cosas que le
gustaban del chico, y era lo que había evitado a Nick convertirse en el mal.

Hasta ahora.

A pesar de que Nick había nacido maldito y destinado a ser una de las
criaturas que finalmente destruyera la tierra, se enfrentaba a una guerra interna
cada día para evitar cruzar esa línea y convertirse en lo que había sido su padre.

Cherise Gautier estaría orgullosa de su hijo. Especialmente al verle conseguir


que su trasero cajún fuera pateado en defensa de un panteón que no se preocupaba
por él. Pero aquellos a los que Nick quería estaban atados al Olimpo, y para
salvarles, lucharía contra probabilidades abrumadoras.

Sí, todavía era un buen chico.

Cuando se posicionaron, Max miró a Illarion y vio la tristeza en los ojos de su


hermano. A diferencia de Falcyn y él, Illarion había nacido y entrenado para luchar
como un equipo. Cada vez que su hermano iba a la guerra sin su Edilyn, sentía su
pérdida con cada parte de su ser.
Y el hecho de que Illarion estuviera dispuesto a defender a Sera significaba
todo para Max. Era el desinterés de su hermano lo que más amaba de él.

En cada jardín crece una sola rosa tan perfecta que una vez que la escarcha la toma,
jamás crecerá otra como esa allí. Mi rosa es y será siempre mi Edilyn. Y nunca dejaré de
estar de luto por ella.

Esas eran las palabras que Illarion se había tatuado en el brazo con una rosa
por su esposa caída.

Cuando se quedaba solo, Illarion solía acariciar las palabras como si estuviera
tocando a su esposa. Ella había dejado una parte de él hecha tales añicos que Max
no estaba seguro de que alguna vez volviera a estar entero.

Si pudiera pedir un deseo, sería quitarte tu dolor, hermano.

Pero las Parcas nunca habían sido amables con los dragones.

—¡Ya vienen!

Max se movió para detener a los demonios alados primero, en un esfuerzo 255
por proteger a sus hermanos. Illarion y Falcyn se quedaron a su espalda, para
cubrir su flanco.

Sin había tenido razón. Los gallu eran viciosos en sus habilidades.

—¡No dejen que los arañen! —advirtió Acheron, sin saber que eran inmunes.

Max escupió fuego y barrió el suelo, arrasando tanto como pudo. Sus
hermanos y él aterrizaron al lado de Zarek y Jericho mientras acorralaban a un
grupo de demonios fuera del Salón de los Dioses. Tomó un tiempo, pero
finalmente pudieron correr por la colina hacia el templo de Apolo.

Sacando sus propias alas, Jericho se disparó entre los dragones.

—Gracias por la ayuda.

Falcyn inclinó la cabeza hacia él.

—¿Qué es lo que buscan?

—Apolo apareció, diciéndole a Zeus que abdicara. Ya sabes lo que pasó. A


pesar de que es sólo una figura decorativa en estos días, Zeus le arrojó unos pocos
rayos suyos y eso empezó todo.

Zarek agarró un demonio que intentaba morderle y le colgó con tanta fuerza,
que voló y casi golpeó a Max.

—¡Oye!
—Plato —dijo Zarek, un poco tarde.

Max le dio la espalda al hosco dios.

Por una vez, Zarek ignoró el insulto mientras se dirigía detrás de otro grupo.
Por lo menos alguien disfrutaba de los combates.

Un destello extraño distrajo a Max cuando empezó a girar. Miró por encima
del hombro para ver a Illarion perdiendo altura. Asustado porque le hubiera
ocurrido algo malo o que Illarion hubiera sido herido, se lanzó por su hermano.

Sin decir una palabra, Illarion metió las alas y aterrizó cerca del templo de su
padre.

—¿Algo va mal?

¿Oyes eso?

—¿Oír qué? —Sólo los sonidos de la batalla llenaban sus oídos. Eso y el feroz
latido de su corazón acelerado.
256
Illarion ladeó la cabeza.

Es Cercamon.

—¿Quien?

Un trovador del siglo XII. Edilyn siempre me hacía llevarla a oírle tocar.

Max lo oyó entonces. Suave y sutil. Apenas audible y sin embargo distintivo.

Bel m’es quant ilh m’enfolhetis

E∙m fai badar e∙n vau muzan!

De leis m’es bel si m’escarnis

O∙m gaba dereir’o denan,

Qu’apres lo mal me venra bes

Be leu, s’a lieys ven a plazer.

¿Qué demonios? ¿Por qué estaría tocando eso de fondo? Parecía una elección
extraña para un dios griego de la guerra.
Metallica, Pantera... eso tendría sentido. Death metal, definitivamente. ¿Pero
poesía medieval amorosa?

No, no encajaba.

Illarion cambió a humano para poder colarse en el interior y echar un vistazo.


Max hizo lo mismo sólo para descubrir que no era Ares el que estaba tocando y
cantando en medio de la batalla.

Era Apolo. Lo que supuso que tenía sentido, ya que Apolo era el dios de la
música y la poesía, y más bien pasivo. Claro, ¿por qué no? Nero y él. Tocando el
arpa mientras Roma, o en este caso, el Olimpo, ardía.

El dios probablemente necesitaba la luz de los fuegos para leer con sus viejos
ojos.

Como si sintiera su presencia, Apolo dejó de tocar y entrecerró los ojos con
rabia a las sombras que les ocultaban.

—Pequeños dragones, todos en una fila. ¿Los envía el gran dios griego, cuán
profundo es su flujo de dolor?
257
Un escalofrío recorrió la espalda de Max. Agarró el brazo de Illarion e intentó
retroceder, pero su hermano no obedecía. Era como si le hubiera cogido una
entidad invisible. Como si la música le atrajera contra su voluntad.

Apolo se puso en pie mientras seguía tocado la lira.

—Sé que estás ahí, hijo de Ares. Puedo sentirte. Ven y dale a tu tío un
abrazo... canta conmigo.

Illarion realmente dio un paso adelante.

Max hundió sus garras en el brazo de su hermano, esperando que el dolor


pudiera llegar a él ya que nada más estaba funcionando, y negó con la cabeza.

¡Es un truco!

Presionando los labios, Illarion finalmente dudó.

—Ahh —dijo Apolo en tono petulante. Arrancó una nota amarga—. ¿No
confías en mí? Sabes cuál es la razón por la que Dagon te eligió para sus
experimentos hace tantos siglos, ¿no? Fue porque eres mi sobrino, pensó en
utilizarte para liberar a los apolitas de mi maldición. Sabía que mi amor por ti,
como tu tío, influiría mi misericordia. Es por eso que le rogué a Zeus y a las Parcas
que te ahorraran la masacre.

Apolo chasqueó la lengua.


—Tu celoso medio hermano Max no te dijo eso, ¿verdad? Que yo nunca quise
que te perjudicaran. Los hijos de Lycaon y tú fueron excluidos de la limpieza. Tu
hermano te mintió, Illarion, para salvar su propio trasero y para ganarte a su causa.
Es lo que ha estado haciendo desde el principio. ¿Por qué crees que te dejó
atrapado tantos siglos en Le Terre Derrière le Voile?

Max se quedó boquiabierto de furia ante esa acusación. ¡Cómo se atrevía!

¡Es mentira! Lo sabes, Illy. Tú estabas ahí. Les oíste, igual que yo. ¡No fue así como
ocurrió! Y nunca supe que estabas atrapado. De haberlo sabido, hubiera ido a por ti.

La duda repentina en los ojos de Illarion le cortó el alma. ¿Cómo podía creer a
Apolo por siquiera un instante antes que a él? Sobre todo después de todo lo que
habían pasado juntos.

—No naciste de la sangre de Arel, pequeño sobrino. No le debes ninguna


lealtad a nadie salvo a nuestro panteón. Únete a nosotros y te devolveré lo que más
deseas.

—Illarion —dijo Max en voz alta, tratando de alcanzar a su hermano a través 258
de cualquier hechizo que el dios estuviera tejiendo con su lira y sus palabras—. No
le hagas caso. Está mintiendo. ¡Sabes que está mintiendo!

Su hermano dio un paso atrás y agarró al brazo de Max para mantener el


equilibrio.

Aliviado por la incredulidad de que su hermano hubiera elegido sabiamente,


Max envolvió sus brazos alrededor de él y le abrazó. Podía sentir a Illarion
temblando contra él.

Hasta que una suave voz musical le llamó con la cadencia de un ángel
perfecto.

—¿Illarion?

Con la respiración entrecortada, Illarion se echó hacia atrás y miró con los
ojos muy abiertos.

¿Edilyn?

—Estoy aquí, mi precioso amado. ¡Te he extrañado tanto!

Apolo se rió.

—Todo lo que tienes que hacer es unirte a mí, sobrino. Ayúdame a conseguir
lo que me fue robado y yo te devolveré a tu Edilyn.

Max sacudió la cabeza y agarró con fuerza el brazo de Illarion.


—¡No puedes hacer esto! ¡Illarion! ¡Es un truco!

Con los ojos embrujados, Illarion le miró a los ojos con un anhelo que nunca
olvidaría.

¿Y si se tratara de Seraphina? ¿Qué opción escogerías, hermano?

¡Maldición! La verdad de esa declaración ardió como fuego en sus entrañas.


Sabía qué elegiría.

Lo mismo que Illarion o cuando le empujó y corrió hacia Apolo.

En ese momento, Max supo que no podía quedarse. Si lo hiciera, estaría


obligado a luchar con la última criatura en este planeta a la que le haría daño
nunca.

El hermano que había pasado toda la vida protegiendo.

Peor aún, él sabía que no era Edilyn. No podía serlo. Era una ilusión de algún
tipo. Pero Illarion estaba tan desesperado por tenerla de vuelta que no le
importaba. Había dejado de escuchar a la razón. 259
Distraído, Max miró de nuevo en el templo para ver a Illarion abrazar a
cualquier demonio o criatura que llevara la piel de la mujer de su hermano. Sus
pensamientos y emociones estaban tan dispersos y crudos que por un momento, se
olvidó de que todavía estaba en un cuerpo humano.

Olvidando que estaba en medio de una guerra y una batalla.

Pero lo recordó rápidamente cuando un demonio se materializó delante de él


y le atravesó completamente el corazón con una espada, pateándolo hacia el suelo
y dejándolo allí para morir.
20
Savitar entró en Kalosis esperando una zona de guerra. Pero el silencio
absoluto del palacio oscuro de Apollymi era aún más aterrador. Nada parecía
fuera de lo común.

Nada.

Estaba tan tranquilo que sólo el sonido de su propio latido del corazón llenó
sus oídos. La oscuridad era opresiva y estéril. Inquietante. Francamente aterrador
por derecho propio. Sí, esto tenía todas las características de una película Creature
Feature18 y era exactamente el tipo de cosa que se esperaba de una mujer llamada
La Gran Destructora.
260
Zakar frunció el ceño cuando Savitar se dio la vuelta, buscando el montón de
muertos que debería haber estado aquí.

—¿Se supone que esté así de vacío?

Styxx negó con la cabeza.

—No lo creo —dijo lentamente, estirando las palabras—. Es un poco


demasiado...

—¿Normal? —preguntó Zakar.

—Sí.

Savitar no podía estar más de acuerdo.

—Yo podría haber jurado que habría más...

—¿Sangre? —intervino Sin. Como nieto político de la Destructora, estaba bien


versado en sus cambios de humor más viciosos y las fiestas de baños de sangre.

Zakar asintió.

—Y violencia. Definitivamente esperaba sangre en las paredes y violencia.

18Creature Features: era un título genérico para un género de programas de televisión de formato
de terror difundidas por las cadenas de televisión estadounidenses locales en los años 1960, 1970 y
1980.
—¿Violencia? ¿Te atreves a entrar en mi casa sin invitación? Oh, desde luego
violencia es lo que conseguirás de mí, perro sumerio.

Se volvieron para encontrar a Apollymi de pie en toda su regia gloria en las


escaleras de su palacio, mirándoles. Su vestido negro revoloteaba alrededor de su
etérea figura y contrastaba con su pelo blanco como la nieve.

Sus arremolinados ojos plateados relucían como el hielo.

—¿Por qué están aquí? Cómo se atrevéis a irrumpir en mi casa. —Para ser
poco más que un susurro, esas palabras llevaban más amenazas que cualquier
grito.

Savitar se aclaró la garganta.

—Pensamos que los demonios te estarían atacando.

—Así que… ¿qué? ¿Ibas a montar en tu blanca tabla de surf y salvar mi


pequeña e inútil persona de la feroz horda de demonios de mis enemigos? Qué
vulgarmente heroico de tu parte, Savitar. Pero como claramente puedes ver, no
necesito que me salven. Todo por aquí sigue bien y tan normal como siempre.
261
—¿No fuiste atacada?

Apollymi soltó una carcajada.

—Oh, sí. Me atacaron y desaté mi formidable furor de las mareas sobre los
bichos que se atrevieron. —Ella se estremeció, como si estuviera en la agonía de un
placer supremo—. Fue emocionante. Positivamente divino y delicioso. Si tienen
más problemas demoníacos en la superficie, por favor, por favor envíenlos aquí
para mi disfrute. He echado de menos la emoción de la matanza. El sabor de la
sangre y los gritos orgásmicos que hacen justo antes de expulsar ese aliento final,
donde en vano se aferran a la vida, pero en última instancia, deben entregarse a la
muerte. Tal preciada y dulce armonía. —Dejó escapar un suspiro de satisfacción
suprema y sonrió en éxtasis total—. Eso es para lo que vivo.

Zakar miró a su hermano y bufó.

—Me da que necesita un poco de tiempo a solas.

Savitar le dio una palmada en el pecho. Con fuerza.

—Sé bueno. Sé cortés. O voy a soltarla sobre ti. —Les dejó y subió las
escaleras donde ella se alzaba por encima de él, el epítome de la absoluta y helada
perfección—. ¿Seguro que estás bien?

Ella le lanzó una divertida mirada.


—Me gustaría enseñarles los cuerpos, pero mis Carontes están dándose un
festín con ellos. Si te das prisa, es posible que encuentres algunos restos. Tal vez
una uña o un diente que todavía no se hayan comido. —Ella arqueó una ceja—.
¿De verdad estabas preocupado?

—Claro. Igual que lo estaba Acheron.

Sus rasgos se suavizaron. Miró más allá de él para ver a Styxx en la parte
inferior de las escaleras. Para él, ella sonrió cálidamente.

—Mis hermosos muchachos. Puedes estar seguro de que se necesita mucho


más que unas ratas sumerias de alcantarilla para amenazarme. Sin embargo, hay
un motivo de preocupación.

Volvió su atención a Savitar.

—Parece que Apolo desató una enfermedad desagradable entre los apolitas
de aquí. Ya hemos perdido a varios de ellos. Muchos más están enfermos. Los
únicos que parecen inmunes son Medea y Stryker, sin duda porque son sus hijos.
Incluso Zephyra está enferma. He intentado todo lo que conozco para ofrecer una 262
cura, pero no soy una diosa de la curación.

—¿Es una maldición o una plaga?

—El hijo de puta griego lo llamó plaga. Una enfermedad, supongo. ¿Puedes
ayudarles? Por favor.

Esas eran las palabras que nunca podía ignorar cuando ella las pronunciaba.
Por ella, no había nada que no haría.

—Por supuesto. Voy a hacer todo lo que pueda.

Ella recorrió con la mirada su ropa y suspiró con pura irritación. Sacudiendo
la cabeza, agarró el borde de su traje donde había dejado abierta la cremallera y se
lo cerró.

—¿Alguna vez aprenderás a vestirte como un ser humano?

Él resopló ante su tono condescendiente.

—¿Alguna vez dejarás de regañarme por mi armario?

—No... y apestas a mar y sol. Es una combinación repugnante. —Ella se


estremeció y frunció los labios—. Huele a felicidad y buenos momentos. Cosas
repugnantes. —Le dio un suave empujón delicado.

Sólo por eso, él supo que no estaba tan irritada como quería parecer. Si lo
hubiera estado, le habría arrojado por las escaleras o empotrado contra la pared.
Ella sacudió la barbilla hacia los dioses sumerios.

—Ve con ellos, ahora. Ve a curar a mis Daimons. Ellos te necesitan.

Cuando hicieron amago de irse, llamó a Styxx a su lado.

Styxx subió tímidamente las escaleras y se detuvo frente a ella.

—No estarás pensando en tirarme abajo, ¿verdad?

Sonriendo como si saboreara ese pensamiento, o tal vez su descaro juguetón,


le revolvió el pelo.

—Te vistes tan mal como Savitar. Lo juro, tú y tu hermano. Van a hacerme
envejecer. —Se tomó un momento para enderezar su ropa—. Espero una visita
pronto de tu Betania y los bebés. Confío en que cuidas de Tory, de tu hermano y de
tus sobrinos en mi ausencia.

—Sabes que lo hago.

Ella asintió con gusto. 263


—Lo hago. Es por eso que vives. —Besando su mejilla, ella le dio un abrazo.
Pero por la forma en que se aferró a él, era obvio que no era Styxx al que se
imaginaba sosteniendo.

Era Acheron.

Apollymi le tomó la cabeza en la mano antes de soltarle. Su mirada fue a


Savitar y se volvió de granito.

—Mantén a todos a salvo, Chthonian. No te perdonaré la muerte de otro de


los niños a los que amo.

—Jamás volveré a fallarte.

Esta vez, ella le hizo atravesar la pared antes de darse la vuelta y desaparecer.

***

Seraphina cruzó la línea de la puerta de la cocina. Sus instrucciones eran


mantener a Nala y a sus guerreras en el club y no permitir que los combates
llegaran a la calle, donde los seres humanos podrían verles, o en la Casa Peltier
donde los niños, humanos o animales podrían ser heridos.
Nala le dio una patada, enviándola contra la pared.

—¿Te atreves a decir que eres una Arcadiana y luchas del lado de los
Katagaria? Supe el día que trajiste a casa a ese animal contigo que te volverías
contra nosotras, ¡puta Katagaria!

—Es mejor ser una puta Katagaria que la perra de un demonio. Debes haberle
chupado todo su néctar para que te dejara vivir.

Gritando de indignación, Nala la atacó.

Seraphina utilizó su espada para desviar el golpe y le dio un fuerte rodillazo.

Nala se tambaleó hacia atrás con un gemido de dolor. Sera no tuvo ninguna
misericordia. Avanzó hacia ella, haciendo llover golpes tan rápidos y controlados
como pudo. Esto no era sólo sobre ella. Se trataba de proteger a su familia y a lo
que más amaba.

—Apolo volverá a hacernos piedra si no seguimos sus órdenes. ¿Es eso lo que
quieres? 264
Sera la miró con desprecio.

—No voy a vivir con miedo. Eso no es parte de nuestro código amazónico y
definitivamente no es draconiano. —Furiosa, enganchó el pie de Nala y la
desarmó—. ¡Y es absolutamente seguro que no es el de una basilinna! Nunca me
arrodillaré —dijo, repitiendo su código de honor. Ella ladeó la espada en la
garganta de Nala—. Ahora cede tu corona o pierde la cabeza.

De repente, los combates se ralentizaron y se detuvieron cuando los que las


rodeaban se dieron cuenta de que Nala ya no estaba luchando. Que había caído de
trasero y se estaba arrastrando lejos de la espada de Seraphina.

Nala dejó de moverse tan pronto como fue consciente de que todo el mundo
la estaba mirando. Sólo entonces se impulsó para ponerse de pie y se lanzó a
recuperar su arma.

Sera le cortó la retirada.

—Cede la tribu o llamaré a votación. —La cual, después de esta jugada


patéticamente débil, Nala perdería.

Y eso sería aún más humillante.

—Bien. Cedo mi posición como Basilinna, pero no a una puta Katagaria.

Gruñendo, Sera cargó hacia ella, pero Samia la cogió y le impidió tomar la
cabeza de la perra a sangre fría.
—Ella no es digna de tu honor, Seraphina. Además, todos sabemos la verdad.
Ella renunció a su honor al intentar tomar a Max y él, un simple Katagaria,
confirmó el tuyo al respetarte.

Sam pasó una mirada mordaz sobre el cuerpo de Nala.

—La única pena en esta sala le pertenece a ella. Deja que viva con ello. Deja
que la persiga todas las noches cuando intente dormir y se haga eco en su cabeza
con la voz de las Furias hasta que la conduzca a la locura. —Miró al resto de la
tribu de Sera—. Como basilinna de los Jinetes Thurian, yo llamo a un voto de los
escitas. ¿Quién quiere liderar su nación? ¿Una cobarde, o aquella a la que elijan
digna?

Tisiphone dio un paso adelante y envainó su espada.

—¿Honestamente? Sólo queremos ir a la casa que conocemos. Las escitas se


hacen con la política de los dioses. Eso no nos ha traído nada salvo miseria.
Nuestro único deseo ahora es volver a nuestro período de tiempo en la próxima
luna. Ninguna de nosotras es feliz aquí. Y si bien estaríamos honradas de tener a
Seraphina como nuestra líder, respetamos el hecho de que querrá quedarse aquí 265
con su pareja e hijos. Ella ha encontrado la paz con ellos. Ninguna volverá a
juzgarla por eso.

Sera bajó la espada del cuello de Nala.

—¿Es eso lo que todas quieren en realidad?

Una por una, asintieron.

—Entonces, con gran tristeza pierdo a mis hermanas. Pero no voy a


detenerlas. Sé lo que es vivir sin lo que necesitas para ser feliz. Y no le deseo eso a
nadie.

Seraphina entrecerró los ojos en Nala.

—Ni siquiera a ti. —Pero a pesar de esas palabras, un amargo odio se levantó
en su interior y necesitaba saber algo—. Puse mi fe en ti. Confiaba en ti más incluso
que en mi propio compañero. ¿Por qué me mentiste sobre él?

—¡Porque te odio! —Las lágrimas brillaban en los ojos de Nera mientras se


quitaba el guante de cuero y mostraba su palma a Seraphina. Una palma que
llevaba una marca de apareamiento Katagaria—. Igual que a ti, me dieron a un
bastardo Katagaria. Pero mantuve el juramento sagrado de cazadora de dragones y
me negué a sellar el apareamiento. —Miró al resto de su tribu—. Nos mintieron. La
marca no se marchita. Se queda como un recordatorio de que siempre seré estéril, y
que el hijo de puta que me hizo esto aún vive. Mi único consuelo es que él es
impotente. —Ella pasó una mueca feroz sobre el cuerpo de Seraphina—. No es
justo que tú tengas a tu compañero Katagaria y yo, la basilinna de mi tribu
hermana, deba vivir sin su comodidad. Estar sin hijos.

Aunque Sera se sintió mal por su reina, eso no justificaba su crueldad hacia
ellos.

—No tenías derecho a culparnos a mí o a Maxis por tu cobardía. No fue tu


juramento lo que impidió el apareamiento. Fue tu propio miedo.

Nala gritó y corrió hacia ella, pero Dev la agarró y la echó hacia atrás.

—Necesitas un descanso, mujer. —Miró a Sam—. Pondré a esta en hielo.


Dejaré que las damas se encarguen de las demás.

Sam las barrió con una mirada.

—Todo depende de ustedes, hermanas. Compórtense y les permitiremos irse


en libertad la próxima luna. Comiencen con la mierda y se podrán sentar en una
jaula con Nala a esperar.

Las amazonas envainaron las espadas y dieron un paso atrás. 266


Fang suspiró de alivio.

—Bien. Ahora todas pueden ayudarnos a limpiar el desastre que han hecho.

Agradecida porque todo hubiera acabado y estuviera solucionado, Seraphina


dio un paso hacia adelante para ayudarles cuando alguien le tocó el hombro. Ella
abrió la boca, pensando que era otro ataque, luego se relajó cuando vio a Falcyn
detrás de ella. Miró más allá de él, en busca de su compañero.

—¿Dónde está Max?

La expresión de su rostro le hizo un nudo en el estómago.

—¿Qué? —jadeó.

Cuando no respondió de inmediato, sintió que todo el aire huía de sus


pulmones como si le hubieran dado un puñetazo.

—No... él está viniendo. —Su tono no admitía discusión. Max estaría aquí. Se
lo había prometido y nunca faltaba a su palabra.

Las lágrimas brillaban en los ojos de Falcyn cuando la tomó suavemente de la


mano y la teletransportó desde el bar hasta el ático con Carson y una mujer
pelirroja que no conocía.

En su forma de dragón y echado de lado, Max yacía en el suelo con un charco


de sangre a su alrededor. Carson y la mujer estaban intentando detener la
hemorragia, pero nada la frenaba. Se escurría por todas partes y cubría las
hermosas escamas de Max.

Cuando Carson la vio, dio un respingo.

—Lo siento, Sera. No hay nada que podamos hacer. Recibió una herida
directamente en su corazón. ¿Honestamente? No sé cómo sigue con vida y
respirando.

—No... ¡no! —Ella corrió hacia la gran cabeza de Max y se lanzó contra su
cuello. Su débil respiración trabajosa le sacudía ominosamente el pecho y la
garganta—. ¿Maxis? ¿Puedes oírme?

Te oigo, Seramia.

Estaba demasiado débil para siquiera hablar. E incluso la voz en su cabeza no


era más que un leve susurro.

Las lágrimas la cegaron mientras se aferraba a él.

—¡No puedes dejarme! No ahora. Me prometiste que no me romperías el 267


corazón.

Lo siento.

Él deslizó una ensangrentada pata con garras hacia ella para poder tocar su
cadera.

Sollozando, Sera pensó en todas las veces que había sacrificado dragones en
su pasado y había tomado tanto orgullo en hacerlo. Estúpidamente había expuesto
sus pieles y escamas como trofeos. ¿Era esto la represalia por esa crueldad?

Ella pasó la mano por su oreja escamosa y las crestas espinosas que
sobresalían de su cráneo.

—Por favor, no me dejes, Max. No quiero vivir sin ti. Te amo... sólo te he
amado a ti, mi Señor Dragón.

Y entonces lo sintió. Esa última expulsión de aliento cuando él murió en sus


brazos. Todo su cuerpo quedó inerte.

Echando la cabeza hacia atrás, ella gritó su miseria. No era justo. No estaba
bien.

¡Malditas sean, Parcas!

—¿Sera?
Ignoró a Falcyn mientras acunaba la cabeza de Max y seguía llorando contra
sus hermosas escamas, deseando poder tener un día más con él. Deseando no
haber permitido nunca que se fuera. ¿Por qué había elegido a su tribu sobre él?
¿Por qué no se fue con él cuando se lo pidió? Esto era todo culpa suya. Podrían
haber sido felices juntos.

¡Soy tan idiota!

—¿Seraphina? Mírame.

Le llevó todo lo que tenía hacer un esfuerzo para tomar una respiración
entrecortada y levantar la cabeza para encontrar la mirada de Falcyn. Se dio cuenta
de que Carson y la mujer les habían dejado solos en el ático.

Y Falcyn sostenía algo en la mano.

—Si le quieres, si le quieres de verdad, podemos traerle de vuelta.

—¿Q-q-qué?

Él tragó saliva y se humedeció los labios antes de hablar de nuevo. 268


—Lo que voy a hacer está prohibido. Es la más oscura de las magias. Pero
puedo hacerlo, sólo si lo dices en serio. Porque si no lo haces... nos condenarás a mi
hermano y a mí a un lugar en que no quiero estar y al más cruel de los destinos.

Su visión nadó.

—Por favor tráele de vuelta a mí. Cueste lo que cueste. Si hay un precio por
esto, lo pagaré.

—Entonces cierra los ojos. Piensa en tu mejor recuerdo de mi hermano y


sujétalo. Hagas lo que hagas, no mires hasta que te lo diga. ¿Entendido?

—Sí. —Cerró los ojos con fuerza y se aferró a Max mientras pensaba en la
noche en que se conocieron. A la visión de despojar su cuerpo de su ropa mientras
la besaba y la acariciaba en un frenesí salvaje.

Todavía podía oír su profunda risa contagiosa en su oído por la forma en que
ella sacudía la ropa de él para descubrir más y más de su increíble carne.

—Impaciente, ¿verdad? —le había preguntado con una sonrisa.

—No pierdas la lengua con palabras. Tengo mucho mejores usos para ella.

Riendo de nuevo, la había obligado a un beso abrasador que la había dejado


débil y sin aliento. Apenas había aflojado sus pantalones antes de que él estuviera
profundamente en su interior, llenándola hasta el límite mientras la sujetaba contra
la puerta cerrada.

Con sus piernas envueltas alrededor de su esbelta cintura, ella le encontró


golpe con golpe, gruñendo y animándole. Le había rastrillado el pelo con las
manos, deleitándose en el sensual deslizamiento de sus dedos mientras saciaba el
dolor dentro de ella. Entonces había corrido sus manos sobre sus anchos hombros
fuertes, y por su espalda para disfrutar de la sensación de sus músculos
ondulándose con sus embestidas.

No tardó mucho en correrse, gritando por el placer que atravesaba su cuerpo.

Luego, en la más tierna de las acciones, Max había ahuecado su mejilla y la


besó a la vez que desaceleraba sus golpes hasta que él también se corrió. Todavía
dentro de ella, había arrastrado los pies hacia atrás en el suelo, por fin sus
pantalones en sus tobillos, alcanzado la cama y luego, riendo, caído ahí con ella
encima de él.

Sus ojos dorados se habían oscurecido mientras lentamente tomaba sus


pechos en sus manos y se humedecía los labios. Sus ojos se habían ampliado 269
cuando lo sintió cada vez más grande y duro en su interior otra vez.

—¿Todavía hambriento?

Él había expulsado un profundo suspiro sexy.

—¿Por ti? Famélico. Dioses, mujer, tus senos son amplios y lo bastante
flexibles para avergonzar a cualquier mujer que haya visto nunca.

—Entonces vuelve, mi señor. Tengo la intención de asegurarme de que te


sacies esta noche.

Durante años, lo había considerado el único soporte que la había mantenido


cuerda. Ahora…

—Abre los ojos, Sera.

Esperando y rezando por un milagro, le obedeció a Falcyn.

Max todavía no se movía. Y ahora había un tono grisáceo en sus escamas.

¿Lo peor? Falcyn ahora estaba tan pálido como Blaise. Su cabello se había
vuelto blanco como la nieve.

Preocupada, bajó la mirada de su rostro a un recipiente pequeño que tenía en


la mano que contenía sangre.

—¿Estás bien?
Goteaba sudor de su frente y de su labio superior.

—Dime qué te gusta más de mi hermano.

—La forma en que me hace sentir.

—¿Y eso es?

Tragó saliva.

—Como si pudiera volar. Incluso cuando estoy en este cuerpo sin alas, me
hace sentir que estoy en las nubes, mirando al mundo desde arriba.

—Entonces respira en él. Dale tu aliento.

—No entiendo.

—Abraza al dragón, Seraphina. Respira en él.

Ahuecando el hocico de Max, hizo lo que dijo Falcyn. Entonces esperó...

Y esperó. 270
Su corazón se estrujó cuando Max permaneció inmóvil y pálido.

—No está pasando nada.

Con su cabello recuperando el tono oscuro, Falcyn tocó el cuerpo de Max y al


momento en que lo hizo, una luz de profundo carmesí oscuro se disparó a través
de sus células, iluminándolas como una linterna a través de su piel en la noche más
oscura. Translúcida y brillante.

Antes de que pudiera moverse, Max respiró hondo y abrió los ojos.

Sera jadeó.

—¿Max?

Él parpadeó lentamente.

—¿Qué pasó?

—¿Te acuerdas de algo?

Gimiendo, él echó la cabeza hacia atrás y luego maldijo.

—Falcyn... —De inmediato cambió a su cuerpo humano para mirar a su


hermano—. Has roto tu juramento.

Su mirada pasó de Max a Sera.


—A veces vale la pena. Somos hermanos, después de todo.

Y con eso, Max supo que Falcyn finalmente lo había perdonado.

—Gracias.

Falcyn inclinó la cabeza hacia él.

—Recuerda el costo que he pagado por tu vida hoy. No vuelvas a perderla y


no hagas que me arrepienta.

Max le tendió la mano.

—Nunca.

Falcyn metió la mano en la suya y la sacudió, no como un hombre, sino como


un drakomas. Luego tomó la mejilla de Seraphina en su mano y la besó en la
frente.

—Que sólo la paz y la felicidad estén contigo.

Cuando él se retiró, ella le cogió del brazo.


271
—No vas a irte después de esto, ¿verdad?

—Los drakomai son criaturas solitarias.

Miró a Max antes de volverse hacia Falcyn y sonreír.

—Pero pueden aprender otras cosas. Y me gustaría conocer a mi cuñado.

Él encontró la mirada de Max con una ceja arqueada.

—Siempre serás bienvenido a mi nido. Sobre todo porque hemos perdido a


Illarion.

—¿Qué? —jadeó Sera.

Falcyn suspiró con cansancio.

—No está perdido del todo. Mejor dicho, temporalmente la deriva. —Inclinó
la cabeza hacia Max—. Me quedaré, pero sólo para ayudarte a meterle sentido
común a golpes a Illarion. No voy a dejar que esos bastardos se lo lleven. No
después de todo lo demás que nos han robado. Ahora descansa. Tendremos más
batallas en el futuro y tienes una hermosa swan que tranquilizar.

Y con eso se fue.


Sera se volvió hacia Max. Todavía no podía creer que estuviera vivo de
nuevo. Riendo, se lanzó hacia él y le besó las mejillas, los labios, el cuello y la
frente.

Él también se echó a reír.

—Cuidado, amor. O voy a pensar que me perdiste.

—¡Nunca vuelvas a morirte sobre mí otra vez!

—En esta ocasión no era mi intención.

Su diversión se desvaneció, y presionó su palma marcada contra la suya


mientras se ponía a horcajadas sobre su cintura.

—Tan pronto como te recuperes, vamos a unirnos.

—Sera…

—Sin excusas. Nuestros dragonets están crecidos. Encontrarán a sus propios


compañeros pronto. Pero la única cosa que aprendí hoy es lo que significa 272
verdaderamente el dragonbane.

—¿Y eso es?

—Vivir sin tu corazón, y mi corazón eres tú, Señor Dragón.

—Entonces ven, Strah Draga. Únete a mí. Porque sé que sin ti no vivo. Sólo
sobrevivo, y es el invierno más sombrío y más largo de mi vida.
EPILOGO
Max resopló cuando agarró a Falcyn mirando el trasero de Tisiphone con
avidez mientras ella se inclinaba sobre la mesa de billar donde Colt y Remi le
estaban enseñando a jugar al billar.

—Creo que me usaste como excusa para quedarte, hermano.

Falcyn deslizó una mirada aburrida hacia él.

—No sé de qué estás hablando.

Sacudiendo la cabeza, Max le pasó una copa antes de empezar a activar los
dispensadores de soda. Fang acababa de cerrar la barra para los seres humanos.
Había pasado casi tres semanas desde aquella fatídica noche cuando Sera se había
estrellado de vuelta en su vida. 273
Y él apreciaba cada minuto de ello.

Sobre todo porque sabía que la guerra estaba aquí y que se avecinaba una
batalla. Blaise y Merlín estaban trabajando en una cura para los Daimon, pero
hasta ahora nada les había ayudado. Apolo aún estaba detrás de los Olímpicos y
los Were-Hunters.

Con Kessar liderando la carga.

Estaban en la cúspide de la luna llena y con ella Max tenía un mal


presentimiento del que no conseguía deshacerse. Mientras su compañera y sus
hijos estaban a salvo arriba con Aimee, sabía que Illarion estaba ahí fuera,
trabajando con Apolo contra ellos.

La cuenta atrás había comenzado.

Y las Parcas les odiaban a todos ellos.

Max tomó un paño y al hacerlo golpeó accidentalmente un vaso del


mostrador. Maldiciendo, se movió para recogerlo. En el momento en que lo hizo,
una flecha pasó silbando junto a su cabeza.

Una que le habría dado si no se hubiera movido justo en ese momento.

Furioso, él y los que le rodeaban buscaron su origen. Pero había llegado de la


nada.
Falcyn imitó el ceño enojado de Fang.

—Necesitamos que Acheron y Thorn fortalezcan los escudos de este lugar.

Sacó el teléfono del bolsillo.

—Estoy en ello.

Mientras Fang hacía la llamada, Max sacó la flecha de la madera y vio la nota
envuelta alrededor de la saeta. La desenrolló y leyó la antigua escritura sumeria
antes de pasársela a Fang, que puso una mueca al verlo.

—¿Jeroglíficos?

—Cuneiforme. —Max se lo pasó a Falcyn.

—¿Qué es lo que dice? —preguntó Fang.

Falcyn respondió por Max.

—Es una declaración de guerra al completo. Vienen por nosotros y tienen la


intención de colgar nuestras pieles en la pared.
274
Nota de la Autora
Bel m’es quant ilh m’enfolhetis+

Me gusta cuando ella me enloquece

E∙m fai badar e∙n vau muzan!

¡Cuando me hace quedarme y mirar!

De leis m’es bel si m’escarnis O∙m gaba dereir’o denan,

Me gusta cuando ella se burla de mí o se ríe de mí, a mis espaldas o en mi


cara,

Qu’apres lo mal me venra bes Be leu, s’a lieys ven a plazer.


275
Porque después de la enfermedad, el bien vendrá muy rápidamente, si eso es
lo que ella quiere.

~Cercamon
Sobre la Autora

Sherrilyn Kenyon es una de las más famosas escritoras dentro del género del
Romance Paranormal. Sus libros aparecen en la lista de los más vendidos del New
276
York Times, Publishers Weekly, y USA Today. Desde hace dos años, ha reclamado
el puesto número 1 de las listas del New York Times en doce ocasiones. Esta
extraordinaria escritora sigue encabezando las listas en el género de novelas que
ella escribe. Con más de 23 millones de copias de sus libros y con impresión en más
de 30 países, su serie corriente incluye: Los Cazadores oscuros, La Liga, Señores de
Avalon, Agencia MALA (B.A.D) y las Crónicas de Nick. Desde 2004, ha colocado
más de 50 novelas en la lista del New York Times. Es la voz más preeminente en la
ficción paranormal, con más de veinte años de publicaciones, Kenyon no sólo
ayudó a promover, si no también a definir la tendencia de la corriente paranormal
romántica que ha cautivado el mundo. Además debemos recalcar que dos de sus
series han sido llevadas a las viñetas. Marvel Comics ha publicado los cómics
basados en la serie "Señores de Avalon" (Lords of Avalon) la cual guioniza la
misma Sherrilyn y "Chronicles of Nick" es una aclamado manga. Su vida es muy
representativa para muchos "MENYONS" así se hacen llamar sus fans.
¡Visitanos!

277

http://lasilladellector1.forovenezuela.net

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