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Análisis de La amortajada de María Luisa Bombal.

Por Gabriela Guerra Sarmiento. México. 2018

Puede que la verdadera felicidad esté en la convicción de que se ha perdido


irremediablemente la felicidad. Entonces empezamos a movernos por la vida
sin esperanzas ni miedos, capaces de gozar por fin de los pequeños goces,
que son los más perdurables. (Bombal, El árbol)

Introducción. Hace 80 años, en 1938, María Luisa Bombal presentó al mundo a

Ana María; una mujer que, al morir, hace una introspectiva indagación en su pasado,

en sus sentimientos más íntimos, en su relación con los personajes importantes de

su vida, en una nueva toma de conciencia. A través de su viaje introspectivo

nosotros, los lectores, conoceremos quién es Ana María, qué piensa, qué siente,

qué descubre, y al conocer a Ana María también tendremos un atisbo de María

Luisa.

Ana María nos relatará toda su historia desde la mortaja. "Tendida boca arriba en el

amplio lecho" entreabrirá los ojos “un poco, muy poco… … como si quisiera mirar

escondida detrás de sus largas pestañas” y podrá ver a cada una de las personas

que se acercará para despedirse. A través de reflexionar cómo fue su relación con

cada uno de estos personajes, nuestra heroína comprenderá con más profundidad

quién ha sido ella y por qué. En la novela corta La amortajada, objeto de éste

ensayo, el espacio y el tiempo no son lineales, así que nosotros también nos
moveremos continuamente del presente al pasado y de un lugar a otro junto a

algunos personajes.

Ana María. Es una mujer sudamericana que nace en un pequeño fundo a finales

del siglo XIX o principios del XX, en una época donde los hombres dominan al

mundo y a sus mujeres. Su madre muere, su infancia, adolescencia y madurez

están regidas por un patriarcado. Con su vida, y con su muerte, Ana María nos da

un panorama de cómo transcurre la existencia de una mujer que gira alrededor de

las figuras masculinas “¿Por qué, por qué la naturaleza de la mujer ha de ser tal

que tenga que ser siempre un hombre el eje de su vida?”

Nuestra protagonista es una mujer amortajada, cubierta, imposibilitada para

moverse, atrapada, completamente a merced de los que la rodean. Nadie la

escucha pero ella sí puede escucharlos. Cuando estaba viva sus hijos, parejas y

familiares no la reconocieron como ella hubiese querido, pero ahora

“Respetuosamente maravillados se inclinaban… …ahora que la saben muerta, allí

están rodeándola todos”. Está feliz porque en ese instante “se siente sin una sola

arruga, pálida y bella como nunca”, y los que la rodean ahora sí la aprecian.

El misterio y la naturaleza. Un místico panteísmo tiñe su relato surrealista. La

naturaleza, la noche, el viento, el murmullo de la lluvia cayendo sobre los pinos y

los cedros, llevan a Ana María a penetrar en su interior y a transformarse durante la

noche de su velorio. Ella puede escuchar la lluvia caer persistentemente limpiando

su corazón del dolor y la tristeza. Ella escucha al viento mover el molino “Y cada

golpe de aspa viene a tocar una fibra especial dentro de su pecho amortajado. Con
recogimiento siente vibrar en su interior una nota sonora y grave que ignoraba hasta

ese día guardar en sí… … no recuerda haber gozado, haber agotado nunca, así,

una emoción”. Se acabaron los desasosiegos y la enfermedad, ya no hay molestias

físicas que se interpongan entre ella y su mundo interior, “se ha detenido el latir de

esa invisible arteria que le golpeaba tan rudamente la sien”. Ella disfruta y se entrega

en “cuerpo y alma a esa sensación de bienestar”, es dueña y señora de su mundo

interior, ahora está libre de preocupaciones, ya “no la turba ningún pensamiento

inoportuno”.

"El día quema horas, minutos, segundos". El tiempo psicológico de la novela

transcurre de modo desigual e irreal. En la madrugada ha cesado la lluvia, y la recién

transformada Ana María continuará su misteriosa metamorfosis, inquiriendo en el

recuerdo de los hombres – y mujeres- que van a despedirse de ella y que fueron

parte importante de su vida.

Ricardo. “Es él, él”. El amor de su vida, el hombre alrededor del cual siempre sus

emociones giraron, el hombre que marcó su vida para siempre. A pesar de que su

vecino Ricardo es un muchacho rebelde, agresivo y altanero, la niña-adolescente

se enamora completamente de él. “Eras un espantoso verdugo, y, sin embargo,

ejercías sobre nosotras una especie de fascinación”. Junto a Ricardo Ana María

despierta a intensas experiencias de sensualidad, pasión y ternura, gozo y miedo,

éxtasis y dolor. Pero mientras ella siente vivamente su fuerte abrazo y el tibio

contacto de su piel, él permanece ausente, lejano, encerrado en sí mismo, "¡Ah, qué

absurda tentación se apoderaba de mí! ¡Qué ganas de suspirar, de implorar, de


besar! Te miré. Tu rostro era el de siempre; taciturno, permanecía ajeno a tu

enérgico abrazo". Ricardo es la antesala de su sufrimiento, es "la tortura del primer

amor, de la primera desilusión". Ana María percibe “aturdida por la felicidad” la

presencia del hijo de ambos en sus entrañas, para después padecer un gran dolor

emocional al sufrir un aborto espontáneo. Su malestar es tan grande que piensa en

suicidarse pero le falta valor, “…y sin embargo quería morir, quería morir…”. A partir

de entonces ella seguiría viviendo como muerta en vida, “floja, sin deseos, el cuerpo

y el espíritu indiferentes” y "a la espera de las lágrimas".

El miedo más grande y el dolor más profundo que vivió Ana María fue el abandono

de Ricardo, “desde el momento en que me echaste el brazo al talle me asaltó, el

temor que ahora sentía, el temor de que dejara de oprimirme tu brazo”. Pero ahora,

al contemplar a Ricardo desde la mortaja, ella alcanza una nueva comprensión. Se

da cuenta de que ella siempre lo siguió queriendo, y se da cuenta de que él nunca

dejó de pensar en ella. "Ahora comprende también que en el corazón y en los

sentidos de aquel hombre ella había hincado sus raíces; que jamás, aunque a

menudo lo creyera, estuvo enteramente sola; que jamás, aunque a menudo lo

pensara, fue realmente olvidada". Ana María piensa que si lo hubiera sabido antes

su vida habría sido diferente. "¡Ah, Dios mío, Dios mío! ¿Es preciso morir para

saber?"

Antonio, su marido, se acerca. Ana María se casó sin estar enamorada de Antonio.

Odiaba “la ciudad inmensa, callada y triste”, odiaba la casa de piedra verdosa y el

estanque donde puede contemplarse “el fin del mundo”. Odiaba las conversaciones
repetitivas de un marido que no la conoció realmente, que no se dio cuenta de lo

que ella sentía cuando tejía rabiosamente tratando de apaciguar su dolor. Estaba

inmovilizada, impedida para disfrutar del amor de su joven esposo, no pudo ni

siquiera disfrutar del éxtasis sexual que descubrió a su lado.” ¡El placer! ¡Con que

era eso el placer! ¡Ese estremecimiento, ese inmenso aletazo y ese recaer unidos

en la misma vergüenza! ¡Pobre Antonio, qué extrañeza la suya ante el rechazo casi

inmediato! Nunca, nunca supo hasta qué punto lo odiaba todas las noches en aquel

momento”.

Ana María abandona a su marido y regresa a la casa paterna, pero "no se duerme

impunemente tantas noches al lado de un hombre joven y enamorado". Fustigados

por la ausencia, los sentimientos de Ana María se transforman, ahora “necesitaba

su calor, su abrazo, todo el hostigoso amor que había repudiado”. Vuelve con

Antonio pero trágicamente él ya no le ama. Ella aprende “a refugiarse en una familia,

en una pena, a combatir la angustia rodeándose de hijos, de quehaceres”. Durante

años crecieron su mezquindad, agotamiento, odio y desdicha, “Sufro, sufro de ti

como de una herida constantemente abierta". Hoy realizará otro descubrimiento:

Antonio llora, “¿Puede acaso odiar a un pobre ser, como ella destinado a la vejez y

a la tristeza? No. No lo odia. Pero tampoco lo ama”. Y éste descubrimiento elimina

otra cuenta del rosario de sus sufrimientos.

El patriarcado. La vida de Ana María siempre giró alrededor de un hombre. Hoy, al

ver a su padre santiguarla al despedirse de ella sabe que sufre de manera oculta
“como si su pena no estuviere al alcance de nadie. De él aprendió a permanecer

muda y resignada ante “la parte del dolor que le asignó el destino”.

Sus hijos varones no la apreciaron, no la reconocieron, lejanos, impacientes,

“ariscos al menor cumplido”, etiquetaron sus necesidades como caprichos y manías.

Su confidente, Fernando, es el único que hoy habla con la mortaja: “Ana María, ¡si

supieras cuánto, cuánto te he querido! ¡Este hombre! ¡Por qué aún amortajada le

impone su amor!” Ana María despreciaba a Fernando, pero lo necesitaba para

sentirse menos sola, para contarle sus cuitas y desahogarse con él. Fernando se

despide de ella diciéndole que su muerte es un alivio.

El misterio femenino. Ana María trenzaba sus cabellos para acotar sus emociones,

“un pesado nudo de trenzas negras doblegaba hacia atrás su cabeza, su pequeña

y pálida frente”. Pero ahora “sus largos cabellos de muerta” están sueltos en

libertad, y “ella no ignora que la masa sombría de una cabellera desplegada presta

a toda mujer extendida y durmiendo un ceño de misterio, un perturbador encanto.

En las reminiscencias de Ana María las mujeres tienen una presencia breve. Su

nana Zoila, cumpliendo cabalmente su papel en el patriarcado donde nació y donde

morirá. Su hermana Ana María, cuidando de ella como siempre lo hacía “grave y

solícita, junto a lechos de enfermos”. Ana María envidiaba a su hermana Alicia

porque era rubia y bonita. Siempre vio a su hermosa hermana rezarle a un Dios

lejano y severo que no le concedió en ésta tierra la felicidad prometida para el cielo.
Ana María no está segura de tener alma porque ella no reza y se pregunta si algún

día verá la cara de ese Dios.

Su hija, “fría y dura hasta con su madre”, ahora llora. Ana María ve con alegría que

la muerte haya liberado su ternura y su amor de hija. Quiere consolarla aseverando

que “la muerte es también una acto de vida” y que la madre continuará alentando,

cambiando y evolucionando en la hija como si estuviera aún viva.

Extraña a María Griselda, la querida nuera secuestrada por su marido celoso en un

lejano fundo del sur. Inmovilizada y molesta, Ana María observa cómo su hijo “el

esposo de María Griselda” quema la fotografía de su esposa para evitar que su gran

belleza evada su ojo vigilante.

El misterio, la naturaleza y la muerte. -."Vamos, vamos". -"¿Adónde?" -"Más allá".

Esa misteriosa llamada continúa guiándola. Cae el atardecer y Ana María sabe que

la vida seguirá “su curso a pesar de ella, sin ella”, también sabe que perderá su

corteza, como los árboles, “igual que las culebras la piel en primavera”. Los hombres

de su vida llevan su ataúd hacia el cementerio “y le es infinitamente dulce sentirse

así transportada... …como algo muy frágil, muy querido”, Es una experiencia más

epicúrea que estoica. Voluntariamente, con una enorme paz, Ana María se despide

de todo lo que conoce disolviéndose en la naturaleza al compás de su narración

metafísica,

Los árboles, sus ramas, sus raíces, acompañaron a María Luisa en vida, y ahora

también en muerte. Comenzó “a descender, fango abajo, por entre las raíces
encrespadas de los árboles… …nacidas de su cuerpo, sentía una infinidad de raíces

hundirse y esparcirse en la tierra”, atándola y así uniéndola con el todo. Como

enseña la tradición oriental budista, al final se diluyen en el universo Ana María la

amortajada y Ana María la narradora omnisciente. (¿Acaso existieron varias Ana

Marías?) “No tentó a la amortajada el menor deseo de incorporarse. Sola, podría al

fin, descansar, morir. Había sufrido la muerte de los vivos. Ahora anhelaba la

inmersión total, la segunda muerte: la muerte de los muertos”.

Finalmente la piadosa muerte restituirá a Ana María su libertad, su tranquilidad y su

eterno descanso. Llegados a este punto, cabe preguntarnos lo mismo que ella en

algún momento se preguntó “¿Era preciso morir para saber ciertas cosas?”,

¿necesitaremos morir para por fin comprender?

María Luisa. Vivió en varios países y fue amiga de famosos escritores. Su vida fue

intensa, solitaria y dolorosa. Como la protagonista, María Luisa Bombal se enamora

de un imposible, intenta suicidarse, vive infeliz y solitaria el resto de su vida, mas su

profundo dolor y la riqueza de su mundo interior son fecunda simiente para escribir

esta obra maestra de la literatura hispanoamericana contemporánea. Su forma de

escribir es lírica, poética, misteriosa, intensa, poderosa, rica en impresiones

sensoriales, “golosa de olores, de color, de sabores”. En sus obras Bombal muestra

el conflicto femenino-masculino, y pinta precisos retratos de mujeres solitarias,

insatisfechas, que vagan entre la realidad y la imaginación buscando encontrarse a

sí mismas.
Conclusión. Hace ochenta años… y sin embargo tan actual, a veces las mujeres

seguimos girando alrededor mientras ellos, “los hombres, ellos logran poner su

pasión en otras cosas”. Dijo Ana María que “el destino de las mujeres es remover

una pena de amor en una casa ordenada, ante una tapicería inconclusa”. Yo no lo

creo. Aunque hoy disimulemos o agitemos las penas frente a nuestra laptop o el

Netflix, sabemos que tenemos la capacidad de aprender de las experiencias de Ana

María, María Luisa, Simone de Beauvoir, Rosario Castellanos, Hipatia de

Alejandría… de todas las que vivieron antes que nosotras y lograron comprender

que lo único que necesitamos es el amor a nosotras mismas.

Obras consultadas.

Bombal, María Luisa. La amortajada. Santiago de Chile: Ed. Nascimento, [Archivo


PDF] 1941. http://www.memoriachilena.cl/archivos2/pdfs/MC0011098.pdf

----, El árbol. Universidad de Chile. [Archivo PDF] 1997.


http://www.distancia.acatlan.unam.mx/licel/mdl/file.php/381/narrativa/unidad2/doc/
El_Arbol.pdf

Meléndez Rosario, Rebeca. Bibliografía. La amortajada: novela de María Luisa


Bombal (1910.1980). Universidad de Puerto Rico en Cayey. 2011.

https://bibliotecauprc.files.wordpress.com/2010/07/marc3ada-luisa-bobal-la-
amortajada.pdf

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