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Sinopsis

iglos después de que las guerras casi destruyeran la civilización, las dos islas de
Nueva Pacífica son autónomas, un paraíso terraformado donde incluso la Reducción
S-el devastador desorden mental que provocó las guerras- es un recuerdo lejano. Aun
así en la isla de Galatea, un levantamiento contra los aristócratas gobernantes resultó
fatal. El arma de los revolucionarios es una droga que daña el cerebro de sus enemigos,
y la única esperanza es ser rescatados por el misterioso espía conocido como la
Amapola Silvestre.

En la isla vecina Albion, nadie sospecha que la Amapola Silvestre es en realidad la


famosa y frívola aristócrata Persis Blake. La adolescente usa sus superficiales
parafernalias de socialité1 para esconder su verdadero propósito: los flutternotes con
chismes son planes encriptados, su mimado visón marino está modificado
genéticamente para espiar, y su muy publicitado romance con el apuesto médico
galateano Justen Helo... es su misión más difícil.

Aunque Persis se está enamorando de Justen, no puede arriesgarse a mostrarle su


verdadero yo, especialmente después de que se entera de que se está escondiendo por
más razones que un simple desentendimiento con la revolución de su país y su
innegable atracción hacia la tonta aristo que pretende amar. Su secreto más oscuro
podría sumergir a ambas islas en una nueva era oscura, y Persis se da cuenta de que en
lo que a Justen Helo concierne, no sólo está arriesgando su corazón, sino que también
arriesga el mundo que juró proteger.

En esta emocionante aventura inspirada en La Pimpinela Escarlata, Diana Peterfreund


recrea un mundo de forma exquisita donde nada es lo que parece y dos adolescentes con
pasados muy diferentes luchan por un futuro que sólo ellos se atreven a imaginar.

For Darkness Shows The Stars, #2


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1
Persona de la clase acomodada, generalmente de sexo femenino, que participa en actividades benéficas,
caridades, encuentros y otros actos propios de la clase alta.
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Dedicatoria
Para Eleanor, que es brillante, hermosa y valiente.

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Epígrafe
La historia de la raza humana gira en torno a dos puntos: el desarrollo de la
agricultura, el cual creó la civilización; y la Reducción, que la destruyó.

Antes de la Reducción, las pocas personas empobrecidas o discrepantes que no


modificaron genéticamente su descendencia fueron objeto de desdén y lástima. Pero,
una generación después, cuando estos niños "perfectos" sólo podían producir bebés
Reducidos; mental y físicamente discapacitados, se probó el error colosal que habían
cometido. La mayor parte de la humanidad afectada por esta tragedia, los Perdidos, no
aceptaron la derrota tan fácilmente. En cambio, se volvieron contra aquellos que
habían escapado ilesos, convirtiéndolos en objetos de envidia, odio... y, con la Guerra
de los Perdidos, aniquilándolos totalmente.

Después de que las guerras hubieron terminado, los sobrevivientes observaron con
horror y consternación los estragos causados por la guerra. Había muy pocos lugares
en la Tierra para hacer una vida, y menos aún, lugares no contaminados por la
Reducción en los cuáles vivir.

Desesperados, dos pobres sirvientes desafiaron a sus Señores. Con la más terrible
arma de las guerras, formaron un nuevo hogar, un oasis en las ruinas del mundo:
Nueva Pacifica. Ahí, declararon que ellos gobernarían por siempre a aquellos
responsables de la destrucción de la Tierra. No salió de ese modo.

-"Derechos Humanos en Albion:


UN TRABAJO DE LADY PERSIS BLAKE"*

*Nota: Aunque Lady Blake recibió una A- por este ensayo, su instructor creyó
conveniente enviarle una flutternote a su padre, Lord Torin Blake, con respecto al
decoro de su hija de usar un lenguaje tan incendiario. Lord Blake respondió: "En
realidad, eso me suena bastante correcto."
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Capítulo Uno
Si la Amapola Silvestre se atrevía a volver a Galatea, el Ciudadano Cutler estaba listo.
Había puesto guardias armados en la entrada de la finca y colocado diez soldados más
alrededor del perímetro de los campos de malanga. Aunque ningún Reducido podría
escapar, Cutler sabía que el peligro real venía de afuera. El florido espía albiano había
“liberado” por lo menos a una docena de enemigos de la revolución durante los últimos
meses, pero eso no pasaría durante la guardia de Cutler.

Durante la mayor parte de la mañana, una brisa se había movido a través de los
campos abandonados, removiendo las hojas de malanga, y haciendo vibrar y ondular el
agua como la piel de una serpiente. Los prisioneros Reducidos se movían lenta y
metódicamente a través de las parcelas, siguiendo una antigua, y francamente
innecesaria, tradición de cortar manualmente cada raíz y replantar cada tallo para
prepararlo para la siguiente cosecha.

El antiguo dueño de la finca, cuyo nombre era Lacan, aunque Cutler dudaba que fuese
capaz de recordarlo después de haber sido reducido, estaba borracho y tropezaba a
través del campo, recortando los tallos de malanga con un cuchillo completamente
inútil para el propósito. Su cabello gris estaba enmarañado en su cuello debido al sudor
y el barro, y su una vez arrogante boca colgaba floja y estúpidamente. Mientras Cutler
miraba, el agarre del hombre se resbaló, y la cuchilla se hundió profundamente en su
pulgar.

Lacan gemía, y los guardias comenzaron a abuchear y gritar. Cutler no se movió de su


posición, apoyado en una de las máquinas de cosecha que no se utilizaban. Dejando que
sus soldados tuvieran un poco de entretenimiento. Ya era bastante aburrido aquí en la
costa rural este.

—¿No deberíamos ayudar? —preguntó la nueva recluta, una chica que apenas parecía
lo suficientemente mayor para entrar al entrenamiento básico. Su nombre era Trina
Delmar, había llegado esta mañana y nunca se callaba—. Parece que se cortó bastante.

Cutler se encogió de hombros y escupió en el pantano. Chica tonta. Siempre eran las
chicas las que se ponían lloricas viendo a los prisioneros.

—Ese es el antiguo amo de esta plantación. ¿Crees que su especie alguna vez se
preocupó por los pulgares de tus antepasados cuando mantuvieron a Galatea controlada?

—¡Ya no la tienen tan controlada! —Gritó otro guardia.

—No se sienta mal por esos aristos, Ciudadana Delmar —continuó Cutler—. Si se
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hubieran preocupado por nosotros, la cura para la Reducción habría sido descubierta
mucho antes de lo que fue.
Es por eso que se necesitó que un reg hiciera la Cura Helo dos generaciones atrás.
Durante cientos de años antes de la cura, la mayoría de las personas que no eran aristos
nacían Reducidas, enfermas y con mentes simples. Dijeron que sólo uno de cada veinte
había nacido naturalmente siendo reg, con un cerebro e intelecto normal. La Cura Helo
detuvo la Reducción en una sola generación, después de la cura, cada bebé que nacía era
regular.

Y ahora, gracias a esta nueva droga de Reducción de los revolucionarios, a los aristos
les tocaría su turno de revolcarse en el lodo. En el campo, el viejo amo estaba gimiendo
y apretando la mano herida contra su pecho. Cutler le daba una semana, dos como
máximo. La Reducción no estaba diseñada para ser una sentencia de muerte, pero
cuchillos afilados e idiotas raramente hacían una buena mezcla.

—Pero, Lord Lacan en realidad luchó cuando era joven para distribuir la cura a los
Reducidos —dijo Trina—. Vi una foto de él con Persistence Helo…

Cutler la fulminó con la mirada.

—No sabes lo que estás diciendo, Ciudadana. Si él está aquí, significa que es un
enemigo de la revolución. Un enemigo de los regulares como nosotros.

Pero Trina seguía echando lastimeras miradas hacia Lacan. La recluta había sido una
molestia desde que había aparecido, cuestionando la dosis de la píldora y el horario,
como si importara que Cutler repartiera las píldoras rosas de Reducción más a menudo
de lo necesario. Una vez que eran Reducidos no era como si unas píldoras extras
pudieran hacerlos más estúpidos. Además, a Cutler le gustaba ver a los aristos
retorciéndose un poco. No hay mucho más que hacer aquí.

Ahora, esa idiota recluta estaba en el campo. Se acercaba a Lacan, quien había
regresado inútilmente a asestarles golpes a los tallos de malanga con su mano ilesa. Ese
era el Reducido para ti. Trabajarían hasta colapsar.

—¡Vuelve a tu puesto Delmar! —gritó Cutler. No sería avergonzado por un nuevo


recluta.

La recluta lo ignoró y untó una pomada en el lesionado pulgar de Lacan antes de


envolverlo en un vendaje.

—¿Te pedí que le administraras ayuda a esta escoria Reducida? —dijo Cutler,
adentrándose en el campo y golpeando con la culata de su arma el costado de Lacan. El
anciano cayó en el malanga, y Trina se estremeció—. Más vale que prestes atención,
Delmar. Odiaría tener que darle un mal reporte de ti al Ciudadano Aldred.

Trina ni siquiera miró. Bien. Tal vez él la había asustado lo suficiente para mantenerla
a raya.
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—No estás aquí para ayudarlos. Estás aquí para mantenerlos alejados de la Amapola
Silvestre. Cada vez que perdemos un prisionero en Albion, socava la revolución.
—Lo que socava la revolución… —respondió— es… —pero agachó la cabeza y se
fue en silencio cuando vio la oscura mirada en su rostro.

En ese momento, un rayador 2 se divisó en el camino entre los campos, levantando una
nube de polvo a su paso. Había una plataforma vacía detrás de la cabina.

—¡Oficial! —Llamó el conductor, un hombre joven, vestido de uniforme militar.

Cutler vadeó de vuelta al borde del campo y miró hacia arriba, a la cabina, con los ojos
entrecerrados. Trina lo siguió, para irritarlo más.

—Solicitud de transferencia —dijo el conductor, extendiendo su mano izquierda. Su


oblet despertó a la vida en la palma de su mano, revelando un holograma de la cara del
Ciudadano Aldred.

—Todos los reducidos de las plantaciones exteriores serán transferidos a la prisión de


la ciudad de Halahou —era la voz de Aldred la que provenía de la imagen.

—No se me ha dicho nada sobre esto —Cutler sacó su propio oblet, y la superficie
negra centelleó al sol como la obsidiana, por la que fue nombrado. Ningún mensaje
nuevo de Halahou. Ningún mensaje nuevo en absoluto.

El chico se encogió de hombros. Su gorra militar le cubría los ojos. —Era de esperar.
También tengo una mala recepción aquí en medio del desierto.

Cutler asintió en acuerdo.

—¿Cuál es el problema?

—Yo creo… —el chico sacudió su oblet mientras el mensaje parpadeaba―. Que es la
Amapola Salvaje —explicó mientras esperaban a que se recargara—. El Ciudadano
Aldred dijo que incluso incrementar la seguridad no es suficiente como para evitar que
el espía robara nuestros prisioneros.

—Me he ocupado de eso. —Y si Aldred dejara la comodidad de Halahou de vez en


cuando para ver qué estaban haciendo sus tenientes en el campo, tal vez lo sabría. Pero
Cutler nunca lo diría en voz alta. El Ciudadano Aldred los había liberado a todos,
primero de su indiferente y tonta reina, y ahora de los aristos que habían seguido sus
instrucciones.

—Ahí está —dijo el conductor, mientras la imagen de Aldred empezaba a hablar de


nuevo.

—Tendrá que implementarse un collar nanotecnológico en todos los prisioneros


Reducidos de Galatea, para evitar la remoción por fuerzas extranjeras.
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Tipo de vehículo que se desplaza a baja altura sobre la superficie, llamados así por su semejanza a los
rayadores americanos.
El chico se inclinó fuera de la cabina y bajó la voz.

—Yo escuché que los collares los ahogarán hasta matarlos si la Amapola los saca de
Galatea —el chico sonrió y Cutler le devolvió la sonrisa. Este era el tipo de recluta que
necesitaba por aquí. De pensamiento recto y mente fuerte.

Collares nanotecnológicos. Eso sería un espectáculo digno de ver. Si tan sólo Cutler
pudiera deshacerse de todos los idiotas tan fácilmente. Tal vez podría.

—Delmar, ayude a este chico a cargar los prisioneros y acompáñelo hasta la capital.

—Eso no es necesario… —comenzó el chico.

—Oh, lo es —dijo Cutler—. No he mantenido bajo control a todos estos prisioneros,


para que la Amapola Silvestre rompa mi racha en su último viaje a través de la isla. Su
expediente de recluta dice que es buena utilizando un arma ―asintió hacia Trina, que ya
estaba reuniendo aristos―. Y le va a hacer bien, ver cómo la revolución quiere manejar
a los prisioneros. —También se quitaría a la irritante recluta de encima.

El chico frunció el ceño, pero Cutler le restó importancia. Trina Delmar sería su
problema ahora.

Si le preguntaban, Persis Blake habría estado de acuerdo con el odioso Ciudadano


Cutler en, precisamente, un punto: la joven recluta era ciertamente su problema. Pero,
no uno insuperable. Después de todo, Persis con una sola mano había recogido a la
familia Lacan justo debajo de las narices de diez soldados y su oficial. Persis podría
manejar un revolucionario más, incluso si esta Ciudadana Delmar estaba sentada en su
Rayador.

Y aunque la continua presencia de la guardia le molestaba, Persis no podía evitar


sentir una sacudida de orgullo porque, tras seis meses de misiones, la revolución
finalmente reconocía que la Amapola Silvestre era una amenaza real. Ahora, sólo tenía
que ingeniárselas para salir de esta situación sin arruinarlo todo.

Piensa, Persis, piensa. Su largo cabello picaba, metido bajo su gorra militar galateana,
pero ella lo ignoraba, concentrándose en cambio en la chica sentada en silencio a su
lado, mientras Persis maniobraba el rayador por el elevado camino que cruzaba los
pantanosos campos de malanga. La Ciudadana Delmar parecía demasiado joven para ser
una soldado; pero a los dieciséis años, Persis era demasiado joven para ser el espía más
famoso de su país, así que ella sabía cuán engañoso podría ser el aspecto.
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Y fuera quien fuera Trina Delmar, había sacado de quicio a ese oficial, lo que ya por si
solo la hacía digna de más investigación. Persis hábilmente había supuesto que el oficial
era un hombre mezquino y sádico que ni siquiera se molestaría en corroborar las
órdenes siempre y cuando Persis prometiera ser aún más cruel con los prisioneros. Su
nueva aplicación palmport trabajaba de maravilla, con esto ella podía mezclar sílabas de
cualquiera de los discursos de propaganda de Aldred para crea el mensaje que deseara.

—No me había percatado que reclutamos gente tan joven —dijo Persis, mientras
cruzaban el viejo puente de madera que separaba la finca de Lacan de la carretera
principal. Dejó activada la interferencia que había usado para bloquear los mensajes
entrantes al oblet del oficial por si acaso alguien en la plantación descubría la verdad y
trataba de enviarle un mensaje a Trina.

—¿Cuántos años tienes?

—Dieciocho —dijo la chica tan rápido que Persis descubrió que era una mentira—. Y
tú no eres quien para hablar. Tu voz no ha cambiado todavía.

Tal vez ese era un mal tema. Adoptó un gruñido ligeramente áspero.

—¿Así que eres buena con las armas? —Mejor saberlo, especialmente porque Persis
guardó su arma bajo los guantes de su disfraz, y los repuestos que había tomado
servirían sólo para un disparo.

—Muy —dijo la soldado y su tono era más realista que a la defensiva esta vez, así que
probablemente fuese cierto.

—Bueno, eso es un alivio —dijo Persis aunque pensaba lo contrario—. No queremos


ser atrapados indefensos por Amapola.

El rayador tomó velocidad a medida que dejaba el hundido laberinto de campos de


malanga y se mantuvo a lo largo de la carretera que bordeaba la costa norte. A la
derecha se situaban los acantilados y, muy por debajo, las playas de arena negra que
formaban el límite de Galatea. Más allá yacía el resplandeciente mar separándolos del
hogar de Persis, Albion. Las dos islas tenían formas de lunas crecientes a punto de
besarse, pero en el lejano este, la distante orilla estaba un poco demasiado lejos para ser
divisada con el ojo desnudo.

La guardia no estaba disfrutando de la vista. En cambio, dio un vistazo rápido a los


patéticos prisioneros amontonados junto a la cama cerca de los a ventiladores.

—Cuidado con la velocidad. Los prisioneros han tenido ya un día suficientemente


duro.

Persis levantó sus cejas. ¿Compasión de un guardia revolucionario? Bueno, eso era
inesperado. Decidió presionarla.

—Había un Reducido, un verdadero Reducido, que vivía cerca de mí cuando yo era


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joven. Probablemente el último que quedaba vivo. Pero no era como… esto. Mudo, sí,
estúpido, sí. Pero no está gente torpe y arruinada.
Hubo gente a lo largo de la historia, y especialmente antes de las guerras, que creían
en dioses, seres inmortales que imponían castigos y recompensas a los seres humanos
basados en una extraña hoja de puntuación. Algunos creían que la Reducción era una
retribución de estos dioses por los intentos de la humanidad de perfeccionarse a sí
mismos. Obviamente, eso era una tontería.

Los seres humanos habían tratado de ser perfectos desde el principio de los tiempos.
Crearon herramientas porque no tenían ni garras ni colmillos. Crearon ropa porque no
tenían pelaje o escamas. Inventaron las gafas para ver y vehículos para viajar más
rápido; protegían sus cuerpos de enfermedades y hacían cirugías para eliminar lo que
podía hacerles daño. Se habían modificado genéticamente antes y después de la
Reducción. No había sido un castigo, había sido un desafortunado error genético.

No debería ser un castigo ahora, tampoco. Y Persis no descansaría hasta detenerlo.

—Dicen que es exactamente igual a lo que era la Reducción real. —Trina estaba
repitiendo la consigna del partido.

Persis la presionó aún más.

—¿Quién lo dice?

—¡Todo el mundo! —dijo Trina bruscamente—. Los médicos que lo hicieron… y el


Ciudadano Aldred, por supuesto. Te van a culpar de desobediencia si sigues hablando
así.

Persis dobló en una curva y comenzó a escalar el acantilado hacia el promontorio


donde Andrine esperaba. Trina era un misterio que Persis no tenía interés en resolver.
Mientras enderezaba el volante, comenzó a aflojar el cierre del guante que cubría el
palmport en su mano izquierda.

—Oh, puedo hacerlo mejor que eso. ¿Quieres oír? —preguntó Persis.

—No —la chica mintió, aun cuando se inclinaba hacia adelante.

—Yo creo que la Reducción de aristos es un castigo cruel e inusual —declaró,


quitándose el guante mientras manejaba—. Creo que en vez de cambiar las cosas para
los regs de Galatea, la revolución sólo está castigando a los aristos.

La boca de la chica estaba muy abierta en shock, lo que era conveniente para los
propósitos de Persis. Necesitaba un golpe directo para que la droga la durmiera. Ella
levantó la mano y pidió su punto de vista…

—Creo que podría ser, también —dijo la chica y Persis se detuvo.


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Bajó su mano hacia el volante.

—¿Lo crees? —Tal vez se había equivocado sobre esta chica. Un soldado galateano
podría ser una verdadera ayuda a la Liga de la Amapola Silvestre, especialmente si era
buena con un arma. Era un área donde a Persis le faltaba experiencia. Después de todo,
no enseñan combate en el cotillón.

La chica asintió con la cabeza.

—Pero no soy tan estúpida como para decirlo. Eres tan mala como mi hermano. Lo
juro, todo el mundo por aquí está buscando problemas. Ahora, tú mantén los ojos en la
carretera y yo estaré al acecho de la Amapola Silvestre.

Persis suspiró. En la parte superior del acantilado, una gran roca pelada sobresalía del
abismo, el vestigio de alguna vieja explosión del nacimiento ardiente de la isla. Persis
apretó su mandíbula, preparando el comando en su palmport, incluso mientras dirigía el
rayador hasta detenerlo.

—¿Qué estás haciendo? —Trina balbuceó, enderezándose. En la cama enjaulada, los


prisioneros Reducidos las miraban con ojos cautelosos.

Persis abrió su mano, pero en ese momento Trina captó un vistazo del disco de oro
colocado en su mano, ella se lanzó contra Persis y ambas salieron a toda velocidad de la
cabina.

—¡¿Quién eres?! —gritó mientras aterrizaban en el polvo. Incluso mientras caía,


Persis canceló el comando mental de su palmport, deteniendo la aplicación. No podía
permitirse desperdiciarla al menos que tuviera el disparo asegurado.

Trina buscaba su arma, Persis pateó y abofeteó, tratando desesperadamente de aflojar


el agarre de la soldado. El arma golpeó el suelo y se deslizó por los propulsores del
rayador.

—¡Para! —gritó Trina.

—¡Para tú! —gritó en respuesta, luchando contra la chica mientras ambas se


abalanzaban hacia el arma. ¿Dónde estaba Andrine? Ciertamente podía necesitar apoyo
ahora. Los Reducidos observaban en silencio desde la jaula. Ella deseó que cualquiera
de ellos conservara su mente.

Al mismo tiempo, las manos de ambas se cerraron sobre el cañón y lucharon en la


hierba. Trina enterró las uñas transversalmente sobre el rostro de Persis y tiró su gorra,
luego se tambaleó hacia atrás por la sorpresa al ver el cabello color frangipani cayendo
suelto. Persis aprovechó la oportunidad para agarrar el arma que tenía la recluta.

—¿Eres una chica? —Trina balbuceó.

Persis se puso de pie, apuntando el arma a Trina. Ella suspiró y se apartó los mechones
de cabello amarillos y blancos del rostro con su mano libre.
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—¿Eso te sorprende? Tú eres una chica.


El rostro de la chica se llenó de indignación. Persis sacudió la cabeza y se encogió de
hombros. Era realmente decepcionante. Estaban casi de acuerdo.

Trina, con la cara desencajada de rabia, pateó y barrió los pies de Persis desde abajo.
Persis sintió los dedos de la chica en su arma y todo fue una nube de polvo, manos y
cabello blanco y amarillo.

De la nada, oyó un castañeo y una raya roja revoloteó entre ellas, hundiendo unos
afilados dientes en el hombro de Trina.

Ella gritó y otra vez se alejó, Persis gateó hasta sus pies.

—Slipstream, aquí.

El visón marino soltó a Trina, trotó obedientemente al lado de Persis y limpió sus
bigotes con su pata-aleta. Su largo y elegante cuerpo estaba húmedo después de su
último nado y la sangre del soldado apenas se notaba en su piel color rojo oscuro.

Aún apuntándole con el arma, Persis vio a Andrine corriendo, con su cabello azul
océano tras ella.

—Qué bueno que apareciste —dijo Persis a su amiga.

—Lamento el retraso —Andrine abrió la jaula y empezó a sacar a los presos—. No


mencionaste que traías a un combatiente enemigo.

—Adición de último momento —respondió Persis a la ligera. Trina todavía estaba


agachada mirando el suelo, sosteniendo su sangrante cuello con ambas manos.

—Sé quién eres —sollozó—. Eres la Amapola Silvestre.

—Brillante deducción —dijo Andrine, ayudando a la última de las víctimas del


camión—. ¿Exactamente cuánto tiempo te tomó llegar a la conclusión?

Persis le dio un rápido vistazo a su amiga. Ahora no había necesidad de ser engreída.
Ellas estaban apuntando un arma a la pobre chica.

—Y estás acabada —la chica escupió con enojo—. No tienes idea de con quién estás
tratando. No tienes…

Andrine rio entre diente.

—Terriblemente altanera para una chica que casi fue el aperitivo de un visón marino,
¿no?

Los ojos de la soldado se hicieron enormes y feroces.


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—Le voy a contar todo al Ciudadano Aldred.


—¿En serio? —dijo Persis inclinando el cañón del arma hacia la cara de la chica—.
¿Cómo piensas hacerlo desde tu tumba?

Sintió una mano en su codo. Al principio, Persis pensó que era Andrine, aunque sabía
que su amiga tenía más fe que eso. Persis en realidad no le iba a disparar a la soldado.
Después de todo aún tenía su dosis en el palmport, podría sólo noquearla. Dio una
mirada por el rabillo del ojo.

Lord Lacan permaneció callado, una expresión casi clara en sus viejos y sombríos
ojos. Persis bajó su brazo.

—Parece que hiciste un amigo poderoso, pequeña galateana —ella suspiró—. Pero,
¿qué hacer contigo? No tienes ni idea de por qué motivo estás peleando.

—Claro que sí —dijo Trina—. Mi país.

Persis la miró fijamente un momento y luego se rio.

—Iba a decir que eras muy tonta, viendo cómo te superamos en número. Pero he
decidido, que de hecho, eres terminantemente valiente. Y eso no debe ser eliminado.
Además, me gusta tu estilo. Ese movimiento con el pie casi me derrota. Muy bien,
entonces. Voy a dejar que Lord Lacan decida lo que te pasará.

Trina parecía desconcertada.

—Pero él es un Reducido. Ni siquiera puede hacer algo por sí mismo.

—No te preocupes pequeña soldado —dijo Persis, algo comenzó a estirarse en el disco
de oro del centro de su palma. La boca de la chica estaba muy abierta otra vez, lo cual
era muy conveniente—. Nos ocupamos de esa parte también.

Un momento después, Trina Delmar se desplomó en el suelo.

Otra misión cumplida.

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Capítulo Dos
La Corte Real de Albion era comúnmente comparada con un jardín bullicioso, pero
zumbaba con más que abejas y estaba lleno de colores nunca vistos en la naturaleza. Los
cercos de buganvilla rodeaban la corte pública e hibiscos podados de formas fantasiosas
delineaban el pasillo, pero ninguna flor podía competir con el torbellino de vestidos,
capas, collares, y sobre todo, los altísimos peinados de los aristócratas más elegantes de
la isla. Su charla ahogaba los sonidos del mar, el constante canturreo de las flutternotes
silbando de un lado a otro entre los cortesanos, e incluso el delicado tintineo del famoso
órgano de agua albiano.

Una esquina particularmente atestada estaba actualmente ocupada por Lady Persis
Blake y su séquito de admiradores. Esta noche vestía un simple sarong amarillo brillante
abrochado en el cuello con un pedazo de cadena con eslabones de oro y un wristlock de
oro a juego: el guante sin dedos de cuero cubría el palmport de su mano izquierda. La
elegante caída de su vestido largo sólo podría ser lograda con la más fina seda
galateana, un producto difícil de encontrar desde que la revolución había empezado,
pero podías contar con que Persis Blake tuviera la primicia interna de dónde conseguir
las mejores telas. Su color hacía juego exacto con los tonos amarillos de su cabello, el
cual había sido atado y trenzado, y de forma que sus mechones amarillos y blancos
peinados hacia arriba se asemejaban a la flor frangipani del escudo de la familia Blake.
Su belleza resaltaba, incluso entre la caleidoscópica multitud de la corte.

En los seis meses desde que la Princesa Isla había ascendido al trono como regente y
traído junto con ella a su antigua compañera de la escuela como su dama de honor
principal, Persis se había convertido en uno de los más brillantes y populares miembros
de la corte. Pocos recordaban un momento en alguna fiesta, o salida en bote o luau que
estuviera completa sin el agregado de la más encantadora y tonta conocida de Albion.

Incluso mejor, casi nadie en la corte había estado en la escuela con Persis antes de que
ella la abandonara, nadie que pudiera pintar un retrato muy diferente de una chica que
estaba ganando una reputación por ser nada más que una joven con estilo, dulce y por
sobre todo estúpida.

Junto con su vestido largo y su joyería, hoy Persis lucía una mirada de aburrimiento
total mientras la conversación se dirigía en dirección a la revolución. Un observador
casual supondría que una criatura tan decorativa encontraba la política un tema tedioso.

La verdad era que nadie tenía idea de cómo estaba Galatea estos días.

―La guerra civil de los sureños se extenderá hasta nuestras costas ―dijo un joven
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cortesano con obvias aspiraciones al Concejo Real―. Y cuando lo haga, debemos


sofocar cualquier levantamiento antes de que nos encontremos en el mismo
predicamento que los galateanos.
―Por supuesto que no ―dijo Persis―. Ya es suficientemente difícil encontrar
comerciantes de seda en Galatea que permanezcan abiertos estos días. Simplemente
moriré si los negocios albianos cierran también.

―Siempre tan mujer ―El cortesano rio entre dientes indulgentemente―. Lady Blake,
si hay una revolución contra los aristos en Albion, lo que vista será la última de sus
preocupaciones.

―¡Nunca! ―replicó Persis―. Tengo una reputación que mantener. No podemos dejar
que una cosa tonta, como la guerra, nos haga olvidar nuestros deberes.

Hubo otro murmullo de risas entre los jóvenes sentados cerca de ella.

―¡Hablo en serio! ―agregó, haciendo pucheros con su boca rosa―. Incluso con mi
responsabilidad con la Princesa Isla y su guardarropa real, mi querido padre ya casi
nunca me deja navegar para visitar los negocios en Halahou. Dice que teme por mi
seguridad, pero pensarías que guarda al menos un poco de preocupación por mi ropa
también. Si cualquiera de ustedes, elegantes caballeros, sabe la identidad de la Amapola
Silvestre, ¿ podría pedirle que rescate algunos modistos para nosotros, en su próximo
viaje a Galatea? Ya se está volviendo aburrido que lo único que haya estado rescatando
últimamente sean otros aristos. Honestamente, no son útiles para nada salvo como
competencia.

―Si supiera la identidad de la Amapola ―dijo uno de los cortesanos―, sería el


hombre más popular de ambas islas. En Albion, todas las señoritas me amarían ―varias
señoritas rieron nerviosamente como prueba― y en Galatea, sería el mejor amigo del
Ciudadano Aldred. La Amapola es el más buscado de Galatea.

―Entonces mi propuesta resolvería el problema de todos ―sostuvo Persis―. Al


Ciudadano Aldred probablemente no le importaría mucho la pérdida de un sastre o dos,
y yo obtendría esa meticulosa atención galateana para detalles sartoriales que me ha
estado faltando. ¡Todos ganamos!

―Excepto los aristos ―murmuró otro cortesano, pero nadie lo escuchó. Después de
todo, la charla sobre prisioneros era considerada muy aburrida por los cortesanos
albianos, y pensar en los aristos galateanos que todos ellos conocían y que podrían estar
prisioneros hacía cosas terribles al humor de uno.

Sólo por una vez, Persis deseó poder conducir la conversación en esta dirección en
lugar de en la contraria. ¿Las cosas cambiarían si más aristos empezasen a cuestionar la
posición de no intervención del Concejo en cuanto a la guerra? ¿Valdría la pena
intentarlo, incluso si pusiese en peligro su disfraz cuidadosamente elaborado?

Levantó la vista para ver a Tero Finch gesticulándole desde el final del círculo. Como
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un nuevo miembro de la Universidad Real de Genoingenieros, la ropa de Tero no tenía


tanto estilo como las de los aristos que lo rodeaban, pero su altura, hombros anchos y
cabello perfectamente teñido de bronce metálico aun captaba la atención de varias
jóvenes.

―Persis ―llamó―, la princesa puede vernos ahora.

Con una risa como trino que rechinaba hasta en sus propios oídos, Persis se puso de
pie de un salto.

―Debo irme, queridos. Por favor asegúrense de tener buenos chismes para cuando
vuelva.

Se encontró con Tero, y juntos subieron los amplios escalones de mármol hasta la
terraza.

―¿Dónde está mi hermana? ―preguntó Tero bajo su aliento―. No habrás hecho que
arrestaran a Andrine, ¿o sí?

―Probablemente está en la Aldea Scintillans a estas alturas, sana y salva, haciendo su


tarea ―le aseguró Persis mientras entraban a la sala del trono de la princesa regente de
Albion. Tero estaba convencido de que Persis y Andrine arriesgaban sus vidas con cada
viaje a Galatea. Que él tuviera la razón, no las había disuadido aún.

La puesta de sol se filtraba por las persianas de bambú bajadas sobre la columnata que
formaba la pared externa de la sala. Vasijas de tres metros de alto estaban llenas de
hojas de palmeras colgantes ensartadas con guirnaldas de orquídeas, y la esencia de la
flor real tenía una fuerte presencia en la sala. La Princesa Isla se sentó en el medio del
piso, sin hacer caso a los almohadones blancos gigantes desparramados cerca. Su blanco
pantalón de piernas anchas estaba amontonado en su regazo, y su capa blanca yacía
olvidada en una de las sillas detrás de ella. Por un momento, Persis pudo imaginarlos
siendo niños de nuevo, jugando con un rompecabezas o construyendo volcanes de
almohadas en el piso.

Isla extendió su mano izquierda hacia el pequeño que estaba sentado ante ella, un niño
de ojos brillantes que chillaba con deleite por los pequeños hilos dorados que saltaban
en las puntas de los dedos de Isla.

―¡Funciona! ―gritó Tero, tirándose sobre sus rodillas al lado de la princesa.

―¿Otra nueva aplicación? ―preguntó Persis mientras juntaba las puntas colgantes de
su sarong amarillo y se sentaba, también. Tero parecía pasar la mitad de su tiempo en su
nuevo trabajo en la Universidad Real de Genngenieros desarrollando nuevas
aplicaciones palmport para Isla.

Y la otra mitad trabajando secretamente para la Liga de la Amapola Silvestre.


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Así que ahora sólo eran hilos saltarines. La semana anterior había sido una aplicación
que le permitía a Isla controlar la lista de reproducción del órgano de agua del patio. Y
antes de eso, Tero había creado algún código que combinaba identificación óptica con
piel visual, que si corrías la aplicación hacía que el Consejero Shift se viera como un
armadingo. Cualquier cosa que hiciera reír a Isla, o sólo olvidarse por un momento que
ya no era sólo su compañera. No era sólo la mejor amiga de Persis. Un pequeño
accidente, y se encontró a sí misma siendo huérfana, madre y gobernante de un país al
borde de la guerra.

―¿Qué tipo de suplementos requiere para funcionar? ―preguntó Persis, como si nada
de eso importara y pudiesen hablar como solían.

―Unos intensos ―dijo Isla con un suspiro―, pero realmente anima al rey. ―Se
encogió de hombros, y las figuras se desmoronaron en polvo brillante alrededor del
disco de oro insertado en el centro de su palma. El bebé gaznó en protesta, pero Isla lo
tomó y lo dio vuelta hasta que empezó a reír de nuevo.

―El Rey de Albion ―añadió Tero con arrogancia fingida―, tiene un gusto exquisito
para un niño que ha empezado a caminar apenas recientemente ―le sonrió a Isla e
inclinó su cabeza―. Me alegra que le haya gustado, su Alteza.

Su Alteza. ¿Cuándo Tero se volvió tan formal? No habían habido reverencias hace diez
años, cuando arruinaba sus fiestas de pijamas y les tiraba medusas en sus cabezas.

Pero, mucho había cambiado desde entonces.

Isla observó a Tero irse, luego le dio una palmadita al pañal del rey.

―Muy bien, Albie. Ve a jugar mientras tu hermana habla con la Tía Persis.

El niño Rey de Albion obedeció, gateando a los brazos abiertos de su enfermera.

―Princesa ―dijo Persis alegremente, manteniendo precaución mirando al niño y su


niñera―. Acabo de volver de Galatea y te he traído un poco de... adorable seda.

―¿Más de lo usual? ―preguntó Isla, recostándose en los almohadones y moviendo


rápidamente algunos mechones de su cabello plateado sobre sus hombros. A diferencia
del cabello de Persis, el color de Isla era natural. Todos sabían que el cabello de la
realeza albiana se volvía blanco en la adolescencia, era como una firma genética de la
dinastía que, incluso si Isla aún tuviera el oscuro cabello polinesio de su juventud,
habría hecho que le removieran el color. Ya era suficientemente difícil conseguir
reconocimiento como la legítima gobernante de la isla.

Persis rio tontamente. En voz alta.

―¿Estás diciendo que estás aburrida de mis esfuerzos por traerte lo mejor que ofrece
Galatea?
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―En absoluto ―replicó Isla, lanzando otra mirada a la niñera del rey―, pero me
encuentro más interesada en saber sobre otro albiano contrabandeando bienes
galateanos a mi costa. He oído rumores sobre que la Amapola Silvestre acaba de
concluir otra incursión hoy.
―He escuchado ese chisme también ―replicó Persis, teniendo especial cuidado en
que su tono fuese completamente sobre chismes―. Aparentemente, rescató a Lord
Lacan y toda su familia.

―¿Incluso los niños?

Persis asintió.

Isla no podía contener su sonrisa. Sin embargo, inmediatamente se puso seria.

―Pero eso es sólo seis. Escuché que la Amapola podía llevarse diez refugiados.

―¡Por Dios, Princesa! ―exclamó Persis―. ¡No puede esperar que yo sepa algo sobre
eso!

―Persis... ―Isla ciertamente podía verse muy de la realeza, cuando quería.

―Algunos regs que estaban en contra de los principios revolucionarios... ―confesó


Persis― probablemente.

―Probablemente ―repitió Isla, frunciendo los labios―, conociendo la discreta


publicidad que tiene la Amapola Silvestre. Me pregunto si él piensa en qué haré yo con
todos los refugiados regs que amontona en mis costas.

Persis le dio a su amiga una mirada optimista.

―Probablemente él piense que harás lo correcto, dado lo benevolente déspota que


eres.

Había estado molestando a Isla con ese título por años, desde que habían aprendido
sobre eso en las clases de historia antigua. Pero la escuela ya no estaba para ninguna de
las dos. Isla era la gobernante de facto de la isla, y Persis... bueno, Persis tenía otras
actividades que la mantenían ocupada.

―¿Y darle a mis miembros del Concejo otra razón para sospechar que conozco su
identidad? ―preguntó Isla. Las niñeras de Albie estaban manteniendo una distancia
respetuosa, pero nunca se podía estar seguro.

―¿Seguramente no piensan eso? ―dijo Persis, escéptica―. Pensé que todos en


Albion sabían que no te preocupas por nada más que en competir conmigo por ser la
mujer mejor vestida de la isla. Eres regente en nombre solamente, y tienes la intención
de dejar que el Concejo decida la dirección del país hasta que el rey tenga la edad
suficiente.

Isla miró a Persis con una llama de advertencia en sus ojos oscuros. Persis miró a Isla
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con un brillo en los suyos color ámbar.

―Bien ―dijo la princesa finalmente, dándole a su amiga una sonrisa indulgente.


Por dentro, Persis respiró un suspiro de alivio. Isla podría ser la gobernante más
amigable con los regulares que Albion hubiese conocido jamás, pero, no sentía ninguna
responsabilidad en particular para con los regs de Galatea, especialmente ya que había
sido su revolución la que había partido el país en dos.

Aun así, Persis no podía evitar sentir lástima por los pobres regs que había rescatado
durante la misión de Lacan. Habían estado tratando de llevar vidas simples, sin ser
tocados por los objetivos pervertidos de la revolución, y habían sido Reducidos
simplemente por apoyar a los inocentes Lacan.

Esta guerra era una travesía. Si sólo pudiera salvarlos a todos.

Si sólo Albion lo hiciera. Pero Persis sabía que las manos de Isla estaban atadas. Y
mientras su amiga se concentraba en las necesidades de su nación, Persis hacía lo que
podía para proporcionar la ayuda que ambas chicas deseaban que el país diera.

―¿Qué crees que el Concejo le diría a la Amapola Silvestre si tuviera la posibilidad?


―le preguntó a la princesa.

―¿"Deja de traernos pobres"? ―sugirió Isla.

Persis resopló con desdén.

―Incluso los aristos galateanos son pobres cuando llegan aquí. Han sido despojados
de sus fincas y todas sus posesiones mundanas.

―Si no de sus cerebros.

Persis puso los ojos en blanco.

―Por suerte, eso se pasa. ―Desintoxicar de la droga de Reducción no era un proceso


agradable, pero era mejor que la alternativa.

Y hasta que los galateanos dejaran de castigar a sus regs junto con sus aristos, la
Amapola Silvestre sería un rescatista igualitario. Persis era una Blake, y una aristo,
también, pero su madre era una reg. Y, más importante, sufrir era sufrir. A nadie
deberían robarle sus capacidades mentales. Nunca.

Las niñeras se llevaron al Rey Albie para su siesta. Isla las observó hasta que hubieron
dejado la sala.

―Con suerte, esta revolución se pasará, también, y los galateanos inundando nuestras
costas recuperarán sus fortunas y encontrarán una forma de pagarnos por nuestra
amabilidad ―Isla sacudió su cabeza―. No se suponía que yo gobernara, y terminé
haciéndolo sola en estos tiempos tan interesantes.
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Persis puso su mano en el hombro de su amiga. Había susurros en la corte sobre que el
padre de Isla podría haber prevenido la revolución. Podría haber aconsejado a la Reina
Gala al principio de los conflictos. Aún se decía que los revolucionarios habían formado
parte del accidente naval que había cobrado las vidas del viejo Rey Albie, su esposa y
su hijo mayor hacía poco más de seis meses antes.

Persis no creía eso, pero conservaba las teorías de que el Ciudadano Aldred y su
ejército habían actuado cuando lo hicieron, seis meses antes, porque sabían que Albion,
aún tambaleante por la pérdida de su rey y heredero mayor, difícilmente podría salir a
ayudar cuando los galateanos hicieron dimitir, y luego Redujeron, a su propia reina.

La Reina Gala había sido la primera víctima de estas monstruosas nuevas "drogas de
Reducción" que los revolucionarios llamaban rosas. Dos semanas después de su
sentencia, ella había sido encontrada muerta en su celda de la prisión. Otro accidente,
dijeron los revolucionarios.

Luego usaron el cadáver de la reina para alimentar a sus propias bestias guardianas,
una manada de mini-orcas que ella había mantenido en su ensenada privada cerca de
Halahou. Después de esa noche, Persis había estado segura de que su propio país
hablaría en contra de las tácticas de la revolución, segura de que la justa furia de Isla por
la muerte de su monarca vecina se traduciría en acción contra sus asesinos. Pero, seis
meses después, el Concejo Real albiano seguía vacilando y, peor, evitando que la
princesa regente hiciera algo en absoluto.

Algunos decían que deseaban evitar la guerra a toda costa. Otros temían que la
revolución pudiera extenderse hasta sus costas. Pero las voces más fuertes eran las de
aquellos que usaban el conflicto como una oportunidad para avanzar con sus propias
causas, especialmente la causa de hacer que la princesa se viera débil.

Ahora, Isla se estaba de pie sacudiendo sus pantalones, que cayeron como arrugas
cremosas a sus pies. El blanco era estratégico, también. En contraste los colores
exuberantes del patio y los vestidos chillones de otros cortesanos, Isla destacaba. Seria.
Inaccesible. Inconfundible. Persis agarró la capa de Isla del suelo, pero su amiga puso
una cara mientras la tomaba.

―Odio esta cosa.

―Símbolos de poder ―dijo Persis, ayudando a su amiga con la hebilla. E Isla podía
usar todos los símbolos que pudiera mostrar, también. Las leyes albianas contra la
herencia femenina no sólo impedían que Isla se convirtiera en la reina verdadera, sino
que también hacía que su regencia temporal fuera sospechosa para los ojos de la
mayoría de su gente.

Cuando el rey aún estaba vivo, el Concejo Real albiano había sido establecido como
un gobierno modelo, comprado con el poder absoluto de la reina galateana. En Albion,
el monarca estaba sujeto a revisiones y balances por el Concejo. Pero ahora, Persis e
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Isla veían la verdad que no habían aprendido en la escuela: el Concejo podía también
paralizar al gobernarte y culparlo de la carencia de acción.
Su único recurso era la Amapola Silvestre, y no podían dejar que nadie lo supiera,
nunca.

―Ah, bueno. Los reyes de la antigüedad usaban capas con plumas y gigantes coronas
de metal todos los días. Es una incógnita cómo podían caminar ―suspiró Isla―. Quince
años hasta que mi hermano pueda tomar el control.

―¿Y cuántos para que tú lo hagas? ―dijo Persis y se arrepintió inmediatamente. Isla
ya tenía suficientes dudas del Concejo y pueblo. No lo necesitaba de su mejor amiga.

La cara de Isla se volvió sombría.

―Galatea está Reduciendo a sus ciudadanos a razón de docenas por día. El país está
siendo destrozado por una guerra. Con eso en el horizonte, ¿cómo piensas que sería
visto si condeno al Concejo por su pasividad?

―Entiendo eso, pero...

―¿Pero qué, Persis? ―La voz dominante de Isla estaba teñida con un borde de
frustración―. No quiero una guerra en Albion. Si eso significa ser amable con el
Concejo hasta que el polvo se asiente por la muerte de mi padre, que así sea.

El Concejo sostenía que intervenir en Galatea podría causar un levantamiento plebeyo


en sus costas. Pero, los aristos albianos no estaban muy felices viendo a la corte hacer
nada mientras los aristos galateanos eran torturados y Reducidos. Isla lo sabía. Los
peligros de un golpe de estado aristocrático la lastimarían, pero no los miembros del
Concejo. Y Persis estaba segura de que los líderes del Concejo (aristos más que nada) lo
sabían.

―¿Y si el Concejo nos lleva a una guerra civil?

―Entonces contaré con la Amapola Silvestre para salvarnos. ―Y con eso, Isla corrió
las persianas de bambú y las dos chicas salieron al patio. Incluso la chica tonta que
Persis pretendía ser podía leer la intención de su amiga. La conversación había
terminado. Y tal vez eso era lo mejor. No era como si pudiesen cambiar algo. Todo lo
que Isla tenía era a Persis, y todo lo que Persis tenía era a la Amapola.

Afuera en el patio, el agua corría melódicamente a través de un riachuelo y bajaba por


una serie de cerrojos musicales. El órgano de agua había sido diseñado durante el
reinado del abuelo de Isla por un reg de nacimiento y era uno de los orgullos de la
familia real albiana. Su apoyo temprano a los nacidos naturalmente regs, así como su
rápida adopción de la Cura Helo fueron dos factores que el Concejo extendió a lo largo
y ancho para mantener a su población apoyando a la monarquía. El sanatorio estatal
para aquellos con Demencia por Regularidad Adquirida (u Oscurecimiento, como la
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mayoría de los laicos lo llamaban) debió haber sido el tercero, pero a nadie le gustaba
que le recordaran la sombra que yacía sobre la cura. Ni siquiera a los Oscurecidos.
Todo alrededor del patio, los florecientes hibiscos y las hojas de las palmeras,
ondeaban sobre las cabezas de los cortesanos que vagaban en grupos diciendo chismes
sobre las últimas hazañas de la Amapola Salvaje o sobre qué aristo había sido
encontrado con la esposa de otro. Aquí y allí se podía escuchar el zumbido de
flutternotes aleteando de persona a persona, llevando mensajes, promesas o sólo
sensaciones. Era un desperdicio de energía, pero sin embargo, era la moda. Persis era
parcialmente responsable de eso. Supuso que no había remedio.

Lo único de lo que todos querían hablar era sobre la Amapola Silvestre. Cada aristo de
Albion que no decía ser su amante secreto había proclamado el deseo de convertirse en
tal si la Amapola estuviera interesado. A veces, Persis tenía una malvada tentación de
jugarles una broma o dos. ¿Qué harían si realmente recibieran un flutter con forma de
amapola silvestre, diciéndoles, por ejemplo, que se encuentren con él al amanecer en el
cenador del monte norte, usando nada además de un collar de amapolas y una sonrisa?
Pero no podía arriesgarse. Tenía trabajo real que hacer.

Lo que le recordó. La situación con el joven soldado más temprano ese día había sido
demasiado cercana para la comodidad. Su mano se movió lentamente tocando la
altísima pila de trenzas, rizos, y giros amarillos y blancos que eran la envidia de todas
las chicas de la corte. Persis amaba su cabello. Amaba la forma en la que enmarcaba su
rostro cuando estudiaba su reflejo, la forma en la que resaltaba el profundo tono dorado
de su piel. Amaba como cada giro y nudo le recordaba las horas que su madre había
pasado con ella en la piedra lanai de Scintillans, enseñándole cómo trenzar.

Su madre había sido una vez la belleza reinante de Albion, y su grueso cabello era uno
de los legados genéticos de los que Persis se enorgullecía. Pero, si ella tuviera que
sacrificarlo por la Amapola Sivestre, por su misión, lo haría. Después de todo, los días
de trenzar su cabello con su madre en lanai habían terminado hacía mucho.

Una flutternote con la forma de un pez volador zumbaba en su rostro. Andrine. Persis
se sacó el wristlock que protegía su palmport. La flor se hundió perfectamente en el
disco de su mano, y el mensaje susurró a través de su consciencia.

Cargamento transportado a salvo a la clínica. Aún todos inconscientes.

Cerró sus ojos brevemente, concentrándose en componer su respuesta. Codificó su


forma como una amapola, a diferencia de su, por defecto, frangipani de la familia
Blake.

Mantengan al soldado dormido hasta próximo aviso.

―¿Persis? ―preguntó Isla, mirando la flutternote del tamaño de una cucharadita de


azúcar, formándose en el palmport de Persis―. ¿Está todo bien?
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Y ciertamente, era extraño que Persis llevara a cabo los negocios de la Amapola
Silvestre en público.
Mientras la flutternote era alejada por la brisa del mar, Persis forzó una sonrisa.

―Nada que no pueda manejar.

El soldado que Persis había capturado durante la incursión Lacan había sido una
complicación inesperada. Hasta ahora, Persis no había sacado a nadie de Galatea
excepto prisioneros revolucionarios, y no estaba preparada para ocuparse de un
prisionero propio.

―He estado considerando algunas mejoras para mi... vestuario de entrenamiento


―dijo de modo significativo―. Los métodos convencionales no son suficientes para
nuestras necesidades últimamente. Estoy pensando en probar algo más... radical para mi
misión mañana.

Isla lo consideró por un largo momento.

―Los genetemps son peligrosos.

―Al igual que ser atrapada por los galateanos.

Isla sacudió su cabeza.

―No me gusta, Persis.

―No tiene que hacerlo. Los genetemps pueden ser encontrados casi fácilmente en las
calles de Galatea estos días.

―Como prueban las historias de terror que viajan a través del estrecho, diariamente
―replicó Isla―. ¿Cuántas muertes de callejón ha causado la genoingeniería desde que
los revolucionarios dejaron de vigilarla?

―No tantas como las propias drogas de los revolucionarios. ―Persis ajustó el
wristlock sobre su palma. Además, el riesgo supuesto por un genetemp era menos
peligroso que sacarle un arma con las manos a un soldado galateano, como ella había
tenido que hacer más temprano ese mismo día. Y si Tero tenía suficiente tiempo libre
como para hacer aplicaciones para palmport para la diversión de Isla y Albie, él podía
preparar unos pocos genetemps para ella.

―¿Y qué pasa si te enfermas? ―preguntó Isla―. ¿Cómo se lo explicaré a tus padres?

Persis se mordió el labio. ¿Cómo reaccionaría Isla si Persis revelase que un accidente
con genetemps sería la menor de las preocupaciones de la salud de la familia Blake?

―Les dirás que formaba parte del deber. Eso debería ser suficiente para Torin Blake
―Y para su madre, si resultaba ser un día en el que recordara que tenía una hija.
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―¿Y a la corte? ¿Al Concejo?

―Fácil ―se encogió de hombros, alejando los pensamientos sobre su madre―. Todos
saben que Persis Blake es lo suficientemente tonta como para probar cualquier cosa.
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Capítulo Tres

Mientras el sol se asomaba por el borde del mar, iluminando la bahía con un brillo
color rosa-oro, los niños Ford detuvieron sus contorsiones y se adentraron en un sueño
extraño y sin descanso. Sharie esperaba que eso fuera normal. Su contacto no le había
dicho exactamente qué esperar de las rosas, sólo que los niños serían más fáciles de
transportar a los oficiales revolucionarios si ya estaban Reducidos.

No le gustaba como se veían, yaciendo en paletas con los restos de espuma rosada
secándose alrededor de sus bocas. No le gustaba el hecho de que, se suponía que su
contacto iba a estar allí mucho antes del amanecer. Si los Ford notaban que los niños se
habían perdido, si la encontraran con ellos así...

Finalmente, no pudo soportar la vista de esas patéticas figuritas, y se fue hacia la


playa. Pronto, vislumbró la sombra de un rayador frente a ella. No había esperado que
viniera de la playa, sino de la carretera. No importaba. Al menos ya estaba allí. El
conductor era... no era exactamente lo que habría esperado de una escolta policíaca.
Pero, tal vez la revolución prefería hacer esos trabajos sucios por medio de canales no
oficiales. La mujer era una vieja, arrugada y decrépita, con mechones de cabello gris y
ojos hundidos, rodeados de masas de piel arrugada. Estaba vestida con una capa gruesa
y con capucha, mientras se movía para encubrir las marcas de frenado de la rayador en
la arena, Sharie pudo ver que sus manos estaban encajadas en largos guantes de lino.

—Llegas tarde —dijo Sharie, preguntándose si la mujer podría siquiera ayudarla a


mover los cuerpos. Ella se encogió de hombros.

—El dinero no tiene fecha de vencimiento. Pero la oferta del ejército revolucionario sí.

Sharie acompañó con rapidez a la mujer hacia la casa, antes de que pudiera cambiar de
opinión. Ahí, en un palé, yacían tres niños aún inconscientes, pero durmiendo a ratos.
Había manchas rosadas alrededor de sus mejillas y cuellos, al igual que entre los
mechones de su cabello.

—Les diste rosas —dijo la mujer categóricamente.

—Sí —dijo Sharie—. Como me dijeron.

—¿Dónde está el cuarto? —fue lo único que la mujer respondió.

—No pude traerla. Es la heredera, por lo que le dan su propia ala —Sharie rodó los
ojos—. Conoces a los aristos. Incluso bajo asedio tienen que mantener las apariencias.

La mujer mayor resopló, un sonido flemoso repugnante, y tomó la cartera de cuero que
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colgaba a su lado.

—El acuerdo decía cien por cada uno, ¿cierto?


—Trecientos —corrigió Sharie. ¡No se había arriesgado a sacar de contrabando a los
niños fuera del bloqueo de la finca Ford sólo por unas monedas! —Trescientos cada
uno.

La vieja hizo una pausa para pensar.

—Bueno, sin la heredera, no obtendré el precio completo por ellos. El plan era
intercambiar a estos niños por Lady Ford y su esposo. Son ellos a los que quiere el
Ciudadano Aldred. Van a guiar la resistencia contra la realeza. Pero sin la heredera,
Lady Ford podría excusarse de sus otros niños, pensar que son sacrificios necesarios,
justo como esos guardias que han muerto para mantener el bloqueo fuerte contra las
fuerzas revolucionarias.

—No lo hará —insistió Sharie. Podía ver el trato derrumbándose frente a sus ojos—.
Pueden ser aristos, pero los Ford aman a sus niños. Créeme, fui su niñera por cinco
años.

—Cinco años —dijo la vieja—. Cuidaste de estos mocosos, pero ¿ahora los Reduces?
—soltó un silbido entre dientes—. ¿Qué harás con el dinero? ¿Comprar una buena vida
en Halahou donde nunca tengas que cuidar engendros aristos malcriados de nuevo?

Por supuesto. Sharie no tenía otra experiencia más que la de cuidar niños, y con los
aristos cayendo como moscas, ya no había nadie que la contratara. Bien podría
conseguir tanto como pudiera, mientras que las ganancias fueran buenas. Los niños Ford
estaban condenados de todas formas. El bloqueo caería, y cuando lo hiciera, la familia
entera sería Reducida, ellos y todos los que les ayudaran. Sharie podía ver las escrituras
en el muro, y no tenía intenciones de estar ahí cuando este cayera.

La vieja estaba haciendo algunos cálculos monetarios mientras veía a los niños
dormidos.

—Ciento cincuenta cada uno. Es mi oferta final, así que mejor tómala. No tengo
mucho tiempo.

—Bien.

La mujer le dio el dinero en una cartera de cuero. Las monedas hicieron un ruido
sorprendentemente fuerte al chocar unas con otras. Sharie nunca había tenido tanto
dinero en su vida, o tanto metal de dinero, en todo caso. Los Ford le pagaban en créditos
reales, legales y hermosos. Pero con todo aún en flujo con el gobierno, era mejor cargar
efectivo. Especialmente si no estabas exactamente en negocios honrados.

Se colgó la cartera sobre el hombro y luego, uno por uno, ayudó a la mujer mayor a
cargar a los niños en la parte trasera del rayador. Mientras colocaba a la menor,
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Mardette, los ojos de la pequeña se abrieron.

—Guuuuuh —masculló.
Sharie tragó. Mardette tenía una hermosa voz para cantar. Se preguntó si los
Reducidos sabían siquiera como entonar una melodía.

De todas formas serían capturados. De todas formas serían Reducidos. No había nada
que Sharie pudiera hacer para detenerlo. Si trataba de ayudarlos, sería castigada, justo
como todos los regs de la finca Ford. Apretó la cartera con fuerza, tranquilizándose con
el peso del dinero dentro de ella. Y en adición a su bienestar, había ayudado a la
revolución. Le debían ahora.

—Por cierto —dijo la vieja, mientras subía al asiento del conductor―. ¿Qué harás si la
gente de Ford viene a buscarte?

Sacudió la cabeza.

—Si pudieran pasar sobre los revolucionarios, ¿no crees que lo harían? —De todas
formas, no necesitaba preocuparse por los Ford. La revolución la protegería. Sharie
había elegido el lado ganador.

—Hmm —dijo la vieja, y se fue.

Tan pronto como había desaparecido, Sharie corrió de vuelta a la casa. Los palés en el
suelo aún mantenían las manchas rosas de las huellas de los niños Ford, y Sharie evitó
verlas. Al menos tenía el dinero. Introdujo su mano en la cartera, sintiendo la frialdad de
las monedas. Este dinero sería más que suficiente para empezar su vida en Halalou.
Abrió la cartera más para ver su recompensa. Ahí estaban, cuarenta y cinco monedas de
plata. Dinero por nada más que salvarse de la ira de los revolucionarios. La luz del
amanecer se filtraba por las ventanas de la cabaña, y brillaba en la superficie de las
monedas.

Las cuales empezaron a cambiar.

Ante los ojos de Sharie, el engravado de cada moneda se empezó a derretir y a


arremolinar en la superficie. Sharie pestañeó, pero la ilusión óptica continuó. Tomó una
de las monedas y la acercó a sus ojos. La cara de la vieja Reina Gala se emborronaba,
las líneas se volvían filosas y ásperas, hasta que se reformaron en la forma de una flor
de hojas filosas.

Sacudió la cabeza en impresión y espanto. La nanotecnología no era usada en


monedas. ¿Había sido engañada al recibir el dinero de esa vieja? Volteó la moneda para
verla por el otro lado.

Mi eterno agradecimiento, la Amapola Silvestre.

La moneda hizo un ruido sordo contra el mostrador. Sharie se tambaleó hacia atrás.
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No.

Hubo un ruido en la puerta.

—¿Sharie Bane? Hemos venido por los niños.


Sharie se llevó las manos a su pecho, notando el engaño. ¿Cómo pudo ser tan tonta?
Con dedos temblorosos, abrió la puerta. En la entrada estaban dos guardias
revolucionarios y una tercera figura; una mujer joven, en un par de pantalones negros y
una chaqueta militar a juego con una insignia que la marcaba como Capitán. La mirada
de Sharie cayó en el nombre bordado en el abrigo de la mujer.

Aldred.

Vania Aldred, la capitana a cargo del asedio Ford. La propia hija del Ciudadano
Aldred. La garganta de Sharie se secó.

—¿Eres Sharie Bane? —preguntó la capitana, levantando su ceja hasta que


desapareció bajo su fleco oscuro. Su cabello era horriblemente largo, y tan lacio como el
agua que fluía de una cascada. Sharie consideró fingir ignorancia.

—Yo...

La mujer pasó a su lado, escaneando la habitación.

—¿Dónde están los niños Ford? ¿Has fallado en la entrega de tu promesa a la


revolución?

—No... yo... —la mirada de Sharie se dirigió hacia las monedas en el mostrador. La
muchacha (casi una niña) miró también hacia allí. Levantó una moneda, siseó y la
volvió a poner en el mostrador.

—Idiota. ¿Cómo se veía?

—Una... una mujer mayor. —Sharie tragó grueso, dando un paso hacia atrás—. Por
favor, ¿cómo podía saberlo? No hice…

La capitana dio una leve sacudida de cabeza.

—No, no hiciste nada que debieras hacer. —Se volteó y marchó hacia los guardias en
la puerta, susurrando algunas órdenes. Los guardias empezaron a caminar hacia ella.

—Por favor —susurró Sharie.

—Idiotas inútiles como tú —dijo la capitana Aldred—, no merecen su cerebro.

Justen Helo daba un paseo por el muelle con las manos en los bolsillos, como para
proteger los oblets que había escondido ahí. Dudaba que alguien pudiera ver las
computadoras del tamaño de una piedra, pero igual se sentía mejor con los puños
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alrededor de ellas. Hasta ahora, su escape no había tenido complicaciones. El personal


del pabellón de grabaciones apenas había notado su visita, y los guardias que estaban
junto a la puerta del palacio habían simplemente inclinado sus cabezas en dirección a él
mientras pasaba. Ahora estaba muy cerca de estar a salvo.

¿Realmente iba a seguir con esto?

¿Tenía elección? Tan pronto como los oficiales de la finca Lacan empezaran a notar lo
que había hecho, el arresto estaría a la vuelta de la esquina. Ya no sería capaz de
disuadir a su tío, ni de evitar que su investigación se convirtiera en una burla de todo en
lo que él había pasado su vida trabajando.

Arriba, un hermoso yate era remolcado impacientemente por sus cuerdas de amarre.
Era albiano, por lo que dejaba ver su jarcia. Mejor y mejor. Los viajes entre las naciones
habían disminunido desde la revolución, pero Justen había esperado que hubiera alguien
en el puerto de Halahou que le diera una travesía. Pasó alrededor del bote dos veces,
esperando notar al capitán, pero no vio a nadie en la cubierta. En su tercera vuelta por el
muelle, uno de los guardias lo miró por mucho tiempo, sus ojos iluminándose con lo
que podría ser reconocimiento.

Había sido un error, el más reciente de muchos. Debería haber sabido que su tío
adivinaría sus planes. Había una razón por la que Damos Aldred había sido el primero
en desafiar las reglas de Galatea desde que la isla había sido creada.

—Tú —dijo un guardia, y Justen se tensó. Pero el hombre, vestido en su uniforme


revolucionario, no estaba apuntando en su dirección, sino hacia alguien detrás de él.
Justen se volteó para ver una figura tambaleándose por el muelle. Alta y mayor, la
mujer era una aristo, por lo que dejaba ver su ropa, una cascada de volados de seda en
color azul medianoche desde su clavícula hasta los tobillos. Su pelo estaba ataviado en
un alborotado enredo de rizos y nudos del color de las nubes de tormenta. Justen estaba
sorprendido. Dudaba que quedaran aristos en todo Albion con su cabello de color
natural. Y esta aristo era ciertamente Albiana. Una noble de Galatea que de alguna
forma hubiese evitado la revolución tanto tiempo no vendría vestida con tanta fineza.
Eso sería sólo buscar problemas.

—Tú —repitió el guardia—. Identifícate.

La aristo, quien quiera que fuera, no estaba prestando atención. Estaba enfocada en el
yate, como si pudiera ir a bordo por pura fuerza de voluntad.

Una intoxicada aristo albiana entreteniéndose con emociones baratas en los barrios
bajos del distrito portuario. Una chispa de desprecio apareció en el rostro de Justen, y
con él, arrepentimiento. A pesar de sus pretensiones, la revolución no había hecho
mucho para ayudar a los regs más pobres. ¿Cuál era el punto de castigar a los aristos por
sus comportamientos, si las víctimas no eran protegidas?
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—Deténgase ahora —gritó el guardia.


La mujer de detuvo, y Justen notó por primera vez cuán iridescentes eran los volados
de su vestido mientras resplandecían y tiritaban en la luz del sol. Medio segundo
después, notó el porqué. La aristo se sacudía, temblando tan fuerte que era una
maravilla que sus dientes no se quebraran en su boca.

Enfermedad de genetemps. O al menos eso parecía, y era lo más probable si había


estado festejando en los barrios bajos. Con el instinto adquirido por años de
entrenamiento médico, Justen se acercó a ella, y ella colapsó sobre él. Atrapó su cabeza
mientras ella se sacudía en sus brazos. Pasta gris y grasienta se extendía desde sus dedos
hasta sus trenzas. Se desplomó en sus brazos mientras sus botas machacaban las tablas
detrás de ellos.

Un problema estaba a punto de estallar aquí. Un problema y atención, y él no se podía


permitir ninguna.

Mientras el primero de los guardas llegaba hacia ellos, la mujer se soltó de su agarre.

—¿Quién crees que eres? —gritó el guardia mientras ella colgaba como un alga
blanda en su agarre—. Escoria aristo, responde.

Justen empezó a retroceder. Por suerte, ellos no parecían muy interesados en él. En el
yate, vio un destello turquesa cuando la persona a bordo se asomó sobre los rieles al
escuchar la conmoción. La mujer aristo miró al bote y sacudió la cabeza una vez. Pero
incluso ese esfuerzo pareció ser mucho para ella, y sus ojos se pusieron en blanco.

Otro guardia resopló.

—Esta se ve como si acabara de tomar su primera rosa. Si esperamos a que haga


efecto podríamos divertirnos bastante.

Ante esto, Justen se tensó, y un escalofrío recorrió sus venas. Su primera rosa. Así
que, ¿en esto se había convertido aquello en las calles de Galatea? ¿Chistes acerca de la
droga de Reducción? Él realmente había sido protegido. Y si no se iba de esta isla, se
pondría mucho peor. Para todos.

La precaución se fue, y Justen abrió su boca, hablando en un tono más dirigido a los
técnicos de laboratorio que al personal de seguridad.

—Caballero, ¿es que usted no lo nota? Esta mujer es una Albiana, incluso aunque sea
una aristo, también.

—¿Y quién crees tú que eres? —preguntó el primer guarda, bajando su mirada hacia
Justen.

Éste se enderezó, aunque esto no lo hacía más alto que el soldado.


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—Un espectador interesado, señor, y un amigo de la revolución. Sabe que el


Ciudadano Aldred ha garantizado inmunidad a los albianos que vienen de visita.
Ciertamente no queremos molestar a su princesa por esta tonta aristo, y tampoco
querrán hacerlo las personas del palacio. ¿Me equivoco?

—Esa es su opinión, joven.

—Correcto, lo es. —Estaba listo para desenvainar su arma secreta, cuando la aristo
vomitó por todo el pavimento.

El guarda hizo una mueca.

—Deja que Albion la tenga, entonces. —Soltó a la mujer, y esta colapsó en el suelo,
inconsciente. Cuando el guarda la pateó, apenas hizo un sonido.

La boca de Justen se abrió, pero no dijo nada. Una patada no la lastimaría más de lo
que ya estaba por la enfermedad de genetemps. Se agachó y la levantó de nuevo. Las
sacudidas sólo habían empeorado.

―Mi bote ―dijo con voz ronca.

―Sí ―respondió Justen bruscamente. Meterse con genética temporal era tonto, por
decir lo mejor, y llegaba a ser mortal en sus peores situaciones. Desde la revolución, el
mercado de procedimientos con genetemps sin licencia había florecido en los
vecindarios más pequeños de Halalou, ofreciendo todo, desde piel y plumas que
brillaban en la oscuridad hasta ojos de serpiente y cambios de sexo. Era el grito de la
moda entre los regs adolescentes. Incluso Remy había mostrado interés en ver un poco,
hasta que Justen le explicó exactamente qué podría pasar si las cosas iban mal.

Los genetemps también eran muy populares entre los aristos albianos aburridos que
buscaban algo de aventura en sus vacaciones en el sur. Justen ni siquiera se molestaba
en odiarlos. El infierno que era la enfermedad genetemps era castigo suficiente. Y aún
así, esta era lo suficientemente mayor para saberlo. Se veía tan vieja como la Cura Helo.

Arrastró a la mujer mayor de vuelta a su barco, donde la albiana de cabello turquesa


que había visto antes lo encontró en la rampa. Era unos años más joven que Justen, con
mejillas grandes y sonrosadas y un brillo de inteligencia en sus ojos cafés.

—Gracias, Ciudadano —dijo la chica, tomando el peso de la mujer mayor—. Aprecio


su ayuda con mi abuela. Ella es... algo frágil...

—Tiene la enfermedad de genetemps —le espetó a la chica—. No soy idiota. El


código se ajustó mal a su cuerpo y sus células están fallando. ¿Tienes un kit de primeros
auxilios a bordo?

Turquesa le dedicó a su abuela una mirada impaciente, pero no dijo nada.


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—Escucha —siseó Justen—. Necesita atención médica o entrará en coma. Soy


médico. Puedo tratarla aquí o podemos llevarla al hospital de Halalou. Tú eliges.
Turquesa fue por el kit. Justen acomodó el cuerpo de la mujer en un banco acolchado.
Apartó el cabello de su cara, y la pasta gris se pegó a su piel. Notó que el color era falso,
nada como el gris de sus trenzas.

Los ojos de la mujer revolotearon. Esperó ver la mirada húmeda de la vejez, pero se
encontró con un claro café dorado. Y sus arrugas parecieron menos y menos
pronunciadas que lo que había notado en el muelle.

—¿Genetemps de envejecimiento? —preguntó , como si estuviera de vuelta en la


clínica rodeado por otros médicos—. Eso es nuevo.

—No funcionó bien —dijo la mujer, dejando de lado sus graznidos para dar paso a la
voz de una niña—. Se suponía que me haría ver de treinta, no de noventa.

—Ah —asintió Justen. Esta aristo no era la abuela de nadie. Debía de estar tratando de
entrar a un establecimiento con restricción de edad. Pero eso no explicaba el cabello
gris. Nunca entendería los motivos detrás de la moda albiana. Los raros colores de
cabello, los ridículos volandos...

La chica de cabello turquesa reapareció con un kit médico.

—Estás despierta —dijo con un suspiro de alivio.

La aristo extendió su mano hacia su compañera.

—Andrine, ¿todo está listo?

Turquesa –Andrine– asintió.

—Bien —graznó la otra—. El Daydream listo para partir en cuanto mi salvador


galateano esté listo.

Justen vio que era su turno de hablar.

—De hecho, le estaba diciendo a tu amiga que necesitas atención médica con
urgencia. Me gustaría ofrecerte mis servicios mientras llegamos. Estoy entrenado como
médico.

—No será necesario.

—Estoy en desacuerdo —musitó—. De todas formas, estoy en busca de un pasaje a


Albion. Si no aceptas mis cuidados, estaría feliz de pagarte por el viaje. Pero de una u
otra forma, como médico, me es éticamente requerido ofrecer ayuda.

La mujer lo miró durante un largo momento. Él se preguntó qué edad tendría


realmente. Si había tomado genetemps para envejecer, incluso podría ser más joven que
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él.

—Qué agradable es ver que no todos los galateanos han abandonado su moral. Bien,
puedes venir. Pero debes decirnos, ¿con quién estamos en deuda?
Justen miró sobre su hombro, hacia los muelles. Ninguno de los guardas les prestaba
atención. Y además, como se estaba yendo, no importaba.

—Mi nombre es Justen Helo.

Andrine dio un paso hacia atrás. Los ojos de la aristo se abrieron. O eso parecía. Hasta
las chicas fiesteras albianas sabían lo que ese nombre significaba.

—Ciudadano Helo —dijo con suavidad—. Es un honor.

—Justen —corrigió. Si no volvía a escuchar el título de “Ciudadano”, sería lo mejor.


Y ¿a quién engañaba esta aristo? ¿Un honor? Había vómito secándose en su cuello.

Ella inclinó su cabeza.

—Lady Persis Blake, a su servicio.

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Capítulo Cuatro
Cálida seda acunaba su mejilla y la luz del sol moteaba coral en la parte interior de sus
párpados. Lentamente, Persis emergió del sueño. Sus extremidades se sentían como
algas restregadas y el cuerpo le dolía como si hubiera nadado millas. El suave balanceo
de la hamaca era su único consuelo. Intentó abrir los ojos y una daga de dolor le
atravesó las sienes.

Los recuerdos fluyeron a través de la herida. La misión. Los genetemps. El joven


galateano en el muelle. El que había dicho que su nombre era…

Haciendo caso omiso a su dolor, Persis se obligó a abrir los ojos. Justen Helo. Había
estado muy mal en el bote como para cuestionar la insistencia del galateano. Había
estado muy mal, incluso, como para encontrar una manera de evitar llevarlo a bordo
luego de que él la había ayudado.

Andrine debió haber sabido que no estaba bien dejar que un extraño subiera al barco,
incluso si su nombre era Helo. Persis debió haber estado muy enferma, en efecto, para
que su amiga haya tomado el riesgo. Al menos, Andrine la había traído de vuelta a casa
en Scintillans. ¿Pero qué había sido de Justen Helo?

Hubo un chirrido bajo y un sonido de garras contra las pulidas tablas de bambú. Un
tirón en la seda de la hamaca cerca de sus piernas y luego sintió el familiar peso y calor
de Slipstream retorciéndose contra su cuerpo y curvándose en sus brazos. Sus bigotes
cosquilleaban su piel al tiempo que él escondía su cara parecida a una nutria en el
pliegue de su codo. Él pestañeó y la miró, sus enormes ojos redondos llenos de
preocupación.

―Todo está bien, Slippy. Estoy en casa ―susurró.

―Y despierta ―dijo una voz detrás de los pliegues de su hamaca. Persis agarró a
Slippy fuertemente―. Antes de lo que yo esperaba. Debes tener una gran complexión.

Con esfuerzo, Persis se sentó. El visón de mar se acurrucó contra ella, su pelaje de
terciopelo estaba caliente y secado por el sol, lo que significaba que aún no había ido de
pesca esta mañana. Justen Helo estaba en los escalones que conducían al jardín, un poco
más que una mancha oscura contra la luz del sol. Su pantalla de privacidad no había
sido corrida, lo que dejaba la vista panorámica de los acantilados de Scintillans más allá
del límite del jardín abierta ante ella. A pesar de que se había levantado ante esa vista
casi cada mañana de su vida, Persis se quedó en blanco. Ella no necesitaba que un
revolucionario galateano -no necesitaba que Justen Helo- viera lo opulenta que era su
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habitación.

―¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? ―preguntó, odiando la manera en la que su


voz se quebró al mencionar las palabras. Persis intentó recordar cualquier cosa
específica sobre él, pero todo lo que vino a su mente fue un vago recuerdo de una
historia de su infancia sobre sus padres muriendo en alguna clase de disturbio reg,
dejando a Justen y a su hermana huérfanos.

Obviamente había crecido desde entonces.

―Todo el día y toda la noche ―respondió, su tono aún era formal, médico.

¿Eso significaba que él había estado aquí, en Scintillans, un día? ¿Cómo esperaba ella
explicarle eso a sus padres? Su padre tenía prohibido los visitantes, para que nadie viera
a su madre durante una de sus recaídas. Incluso Andrine sabía que no podía ir más, a
pesar de que no sabía la razón. ¿En qué estaba pensando su amiga al dejar a Justen
aquí?

Probablemente que nadie en Nueva Pacífica le negaría hospitalidad a un Helo.

―¿Estás adolorida? ―preguntó, su tono de algún modo conteniendo tanto


preocupación como mandato. Tal vez Andrine no había tenido opción al dejarlo aquí.
Justen había insistido en cuidarla en el bote. Tal vez el médico (¡un médico Helo! Su
mente estaba aturdida) sintió que su deber seguía en curso.

―No tanto como probablemente debería estarlo ―contestó―. Me han hecho creer
que la enfermedad por genetemps es más severa ―Tero le había dado un sermón sobre
eso antes de entregarle las drogas que él había inventado.

Debió pasar un poco menos de tiempo leyendo y más tiempo codificando.

―Usualmente lo es ―dijo Justen, acercándose. Era de complexión delgada, este


galateano, con cabello oscuro natural cortado casi al rape, a la apropiada moda
revolucionaria. Alto, con pómulos afilados como puntas de lanzas que le daban un aire
serio y severo, o tal vez sólo era la mirada que él le estaba lanzando por debajo de sus
negras cejas puntiagudas. Sería apuesto, si alguna vez esbozara una sonrisa. Sus ojos
eran muy oscuros y muy astutos, tenía una expresión que le recordaba a Persis más que
un poco a algunas de las imágenes que había visto de su famosa abuela. Él puso el dorso
de su mano en la frente de Persis. Estaba fría y seca. Ningún wristlock. Ningún
palmport. Tenía uñas cortas y aseadas, pero sin pulir―. Pero soy bastante bueno en lo
que hago. Lo detecté a tiempo.

Persis tragó con la boca seca. ¿Detectó?

―La próxima vez que vaya a fiestar a Galatea, Lady Blake, le sugiero que se apegue a
intoxicaciones más seguras que genetemps. Y no sólo por el riesgo de enfermedad. Si
los genetemps no están formateados correctamente para deshacerse, podría quedarse
con el código toda su vida.
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Ella asintió y cautelosamente maniobró sus piernas, colocándolas a un lado de la


hamaca. A fiestar. Estaba a salvo, entonces. Y agradecida de tener los recursos, incluso
bajo los efectos de la enfermedad por genetemps, para trabajar en una excusa creíble
para su condición. Si Justen pensaba que ella accidentalmente se había excedido, sería
muy poco probable que la conectara con la vieja que acababa de liberar a su nación de
toda una familia de hijos asediados.

Aunque seguro también la tendría bajo su desprecio.

Tero Finch era hombre muerto. No podía esperar a poner sus manos en el joven
gengeniero siempre y cuando, por supuesto, quedara algo una vez que su hermana,
Andrine, tuviera su oportunidad. Estaba sorprendida de no poder sentir los temblores de
cualquier erupción que estuviera sucediendo en la casa de los Finch abajo en la aldea.
¿Mala codificación? Estaba casi decidida a enviar un flutter con fuertes palabras a sus
antiguos instructores de genoingeniería. Y estaba harta de dejarlo manipular el código
de Slipstream cuando le viniera en gana. Su mascota era un visón marino, no un
conejillo de Indias.

Al tiempo que le ponía peso a sus piernas doloridas, Justen volteó su cabeza a un lado
con una expresión que Persis reconocía de las enfermeras de su madre. Era el gesto de
un médico buscando darle a su paciente algo de privacidad. Justen Helo, el médico. Un
Helo. Parado en su habitación.

Persis tiró de la delgada seda de espuma de mar hasta que cubrió sus muslos.
Slipstream se deslizó de su regazo y aterrizó, ligero como un gato, en el suelo. Su
cabello había sido lavado de la pintura que había usado en su disfraz de anciana, pero
aún tenía que ver si los genetemps le habían dejado algún daño permanente en la cara.

¿No serían esas noticias un poco divertidas para la corte albiana? Lady Persis Blake,
desfigurada en un poco aconsejable viaje de placer. Realmente mataría a Tero si ese era
el caso.

Y más que ver su reflejo, Persis necesitaba saber qué le había pasado al cargamento de
la Amapola Silvestre. Tan pronto como llegó a su baño programó su pantalla de
privacidad, cerró sus ojos ante el dolor que todavía vibraba a través de su cráneo y
evocó su concentración para hacer una flutter.

Lo próximo que supo es que estaba tirada en el suave suelo de ónix, con sus células
gritando por piedad.

Por encima de ella, la voz de Justen sonaba brumosa, distante:

―…aristo idiota.

Sintió un pinchazo en su brazo, y el dolor disminuyó. Persis pestañeó hasta que su


visión se aclaró.
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―Oye ―la llamó―. Escucha ―movió la mano izquierda de Persis ante sus ojos. El
brillante disco dorado del palmport estaba suelto y colgando en su muñeca,
difuminándose en su piel―. No puedes usar esta cosa hasta que te hayas recuperado
completamente, ¿me oyes?
Persis se encogió. Había ignorado la advertencia de Isla, pero la princesa había tenido
razón. Los genetemps eran una mala idea. Dejando de lado lo que las drogas pudieron
haberle hecho a su cara. Aparentemente la hacían estúpida, también. Ella conocía los
requerimientos de energía de un palmport, y estaba muy bien consciente de que no los
tenía por el momento. Puso su mejor cara de “Persis Flake” y sonrió.

―Tengo que usar mi mano, tonto.

Él soltó su mano como si fuera un pedazo de pescado podrido y salió del baño,
mascullando entre dientes algo que le sonó a Persis como “inútil”.

Bien. Inútil era la impresión que necesitaba dar. Estaba teniendo un buen comienzo en
convencer a Justen Helo, claramente.

Obligándose a ponerse en pie una vez más, programó de nuevo la pantalla y tiró de la
palanca en su baño. Un torrente de agua mineral tibia fluyó en la ducha de alto respaldo,
Persis se quitó la camisa y se deslizó en el agua ligeramente perfumada de azufre. Ni
siquiera se molestó por los perfumes. El muro de obsidiana por encima del baño estaba
muy brillantemente pulido y ella comprobó su reflejo. Ojos con bolsas, inyectados en
sangre, pero eso era probablemente por la enfermedad, no por efectos persistentes de los
genetemps.

―Por cierto ―la voz de Justen vino desde el otro lado―, su amiga me dio un mensaje
para usted. ¿La de cabello azul? ―Su tono chorreaba desdén―. Dijo que llevó sus
paquetes directo a su sastre.

Más buenas noticias. Persis se hundió en su baño, permitiéndose una pequeña sonrisa
ante la idea de la doctora de la liga, Noemi, siendo llamada ‘sastre’. Persis inclinó la
cabeza hacia atrás mientras el calor empapaba sus músculos doloridos.

―Gracias.

Gracias, Justen Helo. Persis se cubrió la cara con sus manos y gimió. Toda su vida,
había imaginado lo que sería conocer a un miembro de esa famosa familia, quizá
cuando asistiera junto a Isla a una de las fiestas de la Reina Gala. Pero nunca pasó. En
lugar, esto fue lo que pasó: Justen Helo había salvado su vida y ella había vomitado en
sus zapatos. Tanto para la elegante y encantadora Lady Persis Blake.

Hubo silencio en el otro lado de la pantalla por varios minutos, lo suficiente para que
Persis considerara dormirse de nuevo. Pero Justen no podía dejarla sola lo suficiente.

―¿Lady Blake? ¿Planea quedarse ahí por mucho tiempo?

―¿Estoy impidiéndole asistir a algún compromiso, Ciudadano Helo? ―Ella sabía que
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los sirvientes Scintillans cubrirían todas las necesidades de Justen, no sólo porque era el
invitado de Persis, sino también por su famoso nombre. Los regs harían cualquier cosa
por un descendiente de los Helo. Justen sin duda era considerado un ciudadano modelo
en casa.
Y por eso, dejarlo deambular por ahí sin ser atendido podría no ser la mejor idea. Con
un quejido, Persis se impulsó para sentarse en la caliente y relajante agua. Mojaría sus
huesos luego. Por ahora, necesitaba lidiar con el revolucionario galateano parado en su
habitación.

Marcó en su ducha las instrucciones, que rápidamente respondió con un flujo de agua
perfumada de franchipán. Enjuagada y perfumada, emergió, se secó, y se metió en un
kimono azul océano que la cubría desde el cuello hasta los pies. Adecuadamente
armada, salió del baño sólo para ser recibida por un espacio vacío. Miró a su alrededor
confusa y vio a Justen afuera en el jardín, cerca de una mesa puesta para un desayuno
para dos. Él estaba arrodillado en el césped vibrante y bien cuidado, mientras Slipstream
se balanceaba en sus patas traseras, su largo cuello se extendía hacia arriba al tiempo
que rogaba por el pedacito de pastel de manguayaba que Justen le pendía por encima de
la lustrosa nariz negra al visón marino.

―Balanceará golosinas en su nariz, si quiere ―comentó desde las escaleras,


entrecerrando los ojos cuando la luz del sol golpeó su rostro.

Justen lo intentó y se sentó sobre sus talones, impresionado.

―Tienes una mascota muy bien entrenada.

―Para eso mi papá le pagó a los genoingenieros ―Persis puso su atención en el visón
de mar―. ¡Slippy, para! ―Slipstream tiró hacia arriba el pastel en su hocico y lo atrapó
en el aire cuando Persis entraba por las escaleras hacia la suave y arcillosa tierra del
césped―. ¿Habías visto un visón de mar antes?

―No usamos la genoingeniería para mascotas personales en Galatea ―respondió


Justen, poniéndose de pie―. Sólo para animales de reserva, bestias guardianas, cosas
como esas.

Cosas como mini-orcas, para alimentarlas con tus enemigos. Pero no podía fijarse en
eso ahora. No cuando Justen había sido muy amable al salvarle la vida. No cuando tenía
que convencerlo de que era una socialité superficial.

―Slipstream es un excelente guardia ―replicó mientras el animal se escurría a su


lado―. Mi bote nunca ha sido robado, ni una vez. ―Un sirviente les había puesto un
desayuno que no estaba preparada para enfrentar todavía, no hasta que el tsunami en su
intestino desapareciera. En lugar de eso, se sirvió una taza de té de jazmín y se sentó en
la acolchada silla―. Así que, Ciudadano Helo, ¿ha estado disfrutando mi finca?

―Justen está bien, Lady Blake.

Ella le sonrió por encima de la taza.


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―También lo está Persis. Después de todo, somos buenos amigos ahora que has
pasado la noche en mi casa.
Su mirada parpadeó lejos de ella y la sonrisa de Persis se hizo más grande. Tendría
respuestas de él. Podría ser atractivo y famoso e inteligente, pero ella era Persis Blake.

―Entonces, ¿qué te trae a Albion… Justen?

―Vacaciones solamente ―se encogió de hombros, pero todavía no la miraba a los


ojos―. Visitaste mi país por diversión.

―No puedo imaginarte queriendo dejar Galatea cuando las cosas están tan bien para ti
en casa. ―Persis cruzó las piernas, dejando que la seda de su túnica subiese a sus
rodillas mientras que Justen hizo lo que pudo para ignorar la vista y ocuparse con la
tetera. El galateano estaba ocultando algo.

Justen se sirvió su propia taza de té, luego tomó un largo trago. Después de un
momento, miró a Persis de nuevo.

―No, en realidad no. Ningún verdadero patriota de mi tierra disfrutaría de la


violencia que está pasando. Soy un regular, soy un Helo, pero no justifico lo que se le
está haciendo a los aristos galateanos.

Sus palabras golpearon con fuerza. Persis tragó saliva y luchó contra la urgencia de
cerrar su túnica. Tal vez él no estaba escondiendo más que una seria perturbación por
los horrores en Galatea.

―Me alegra escuchar eso ―consiguió decir.

―No me sentiría cómodo aceptando la hospitalidad de un aristo sin explicar mis


objeciones contra las tácticas de mi gobierno.

Persis anhelaba preguntarle, ¿por qué si era un Helo no usaba su influencia para
detenerlos? ¿Por qué no estaba luchando para ayudar a los hombres de su país, en la
forma en que lo había hecho su abuela cuando inventó la cura? Persis estaba luchando.
¿Qué le pasaba al resto del mundo?

Pero ese ya no era el tipo de cosa que Persis Blake preguntaba a alguien. No la Persis
Blake que había pasado la mayor parte del año convenciendo a todos de que ella era una
cabeza hueca y ornamental, y que era absolutamente indispensable en la corte
resplandeciente de la Princesa Isla. Este tipo de preguntas estaban reservadas sólo para
la Amapola Silvestre estos días, y la Amapola Silvestre estaba fuera de combate, al
menos hasta que Persis se recuperara del error de Tero.

―¿Qué es lo que deseas hacer mientras estás aquí? ―preguntó en su lugar―. Debo
decirlo, has caído en manos excelentes, aunque puede que no pienses eso después de
ayer. Soy bastante popular en la corte. Estoy segura de que podría conseguirte una
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invitación a una fiesta ahí. ―En realidad, a toda la corte, aristo y reg, se le haría agua la
boca por echarle un vistazo a un Helo. Traerlo sólo le aumentaría su rango en la corte.

Pero de alguna forma, a Persis se le hacía difícil imaginar que Justen lo disfrutaría.
―Eso me gustaría, gracias ―él la sorprendió al decirlo―. ¿Conoces a la Princesa
Isla?

¿Qué pensaba él que quería decir “popular en la corte”?

―Soy su dama de compañía en jefe.

Justen se veía desconcertado.

―¿Como una mucama?

Persis sonrió con indulgencia.

―Es como los de la realeza le llaman a “Ella es de mis mejores amigas”.

Justen parpadeó.

―¿En serio? Oh… bien. Porque he venido a Albion a conocerla.

¿Era eso decepción lo que él no podía ocultar? ¿Por qué estaría decepcionado de haber
dado con una aristo tan bien conectada? ¿Y qué quería con Isla? Persis estrechó sus
ojos. Esto requería más investigación.

Al igual que Justen Helo.

Para cuando la aristo ya había arreglado su cabello, su ropa y su maquillaje, Justen


había ido a través de todo el catálogo de trucos de salón de su roedor modificado y
deambulado dos veces por los suelos de su extensa propiedad. Nadie podía negar que el
lugar era tan hermoso como la chica que vivía aquí. Encaramado en un acantilado en el
extremo sur de la península oeste de Albion, la casa misma se veía como una flor de
acantilado, floreciendo en sombras de marrón y negro desde la tierra. La mayoría de sus
habitaciones se abrían al aire marino, cubiertas sólo por grandes techos en forma de
pétalos que se extendían por encima de la cabeza, apoyados en delgadas y traslucientes
columnas de ónix o cristal. Justen podía ver rendijas en las paredes externas, que hacían
alusión a las pantallas que pudieron haberse programado para proteger el interior en
temporadas de lluvia.

El agua los rodeaba por tres lados, extensa y brillante debajo del cielo bañado por el
sol. Desde aquí arriba, apenas se podía oír el olaje, el nítido y vivo olor del agua se
desvanecía en una simple y salada frescura. Justen se detuvo en la punta del oeste del
acantilado y observó el océano que parecía no tener final. Una vez, mucho antes de la
Reducción y las guerras que habían roto el corazón del mundo, habían habido otras
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tierras, otras personas. Personas que habían vivido y respirado democracias, personas
que habían alcanzado sus metas sin derramar una sola gota de sangre. Los galateanos
habían fallado en eso. Justen había fallado.
Todo lo que siempre había querido era ayudar a la gente, como su abuela lo había
hecho. Y ahora que las cosas habían ido tan mal que no tenía más opción que escapar, el
único lugar a donde ir era Albion. La única misericordia que podía esperar conseguir era
la de otra monarca.

Eso haría, si Persis Blake alguna vez terminara de prepararse.

A todos los lugares a los que fue, sintió los ojos de los sirvientes de la propiedad en él.
Se cansó de los obsequiados intentos de traerle cosas, bocadillos, perfumes, cambios de
ropa en colores monstruosamente llamativos. Más que todo, odiaba la forma en la que
cada uno de ellos lo llamaba Ciudadano Helo. Probablemente lo decían como una forma
de mostrar respeto, o incluso en apoyo a la revolución galatea, pero si algo hacían, era
hacerlo sentir peor.

―Ciudadano Helo, sólo quería tomarme un momento para agradecerle, para


agradecerle a su familia, por su regalo al mundo.

―Ciudadano Helo, mis padres nacieron por la cura. Bendiciones para usted y los
suyos.

―Lamento molestarlo, Ciudadano Helo, pero nunca me perdonaré si no lo digo. Es un


gran honor estar en presencia de un descendiente de Persistence Helo. Todos aquí en
Scintillans están abrumados. ¿Hay algo que pueda hacer por usted?

Este último plantó una idea en su cabeza, y detuvo al sirviente, un mayordomo de


cabello azul.

―Disculpe, pero la dama de la casa…

―¿Lady Heloise Blake? Ella y Lord Blake no están por el momento ―el sirviente lo
observó―. Oh, se refiere a Persis.

Pero Justen ya tenía la información que necesitaba. Cerró su mandíbula. Heloise.


Persis. Debió haberlo visto antes. Esos nombres no eran un accidente. Y aún, ¿por qué
los aristos los soportarían?

―¿Ciudadano? ―el sirviente le solicitó.

Justen sacudió su cabeza.

―Sólo me preguntaba cuánto tiempo tardaría.

El anciano rio.

―Sí, a ella le gusta su ropa, nuestra chica. Estos días, parece ser lo único que le
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importa.

Nuestra chica. Ahora, Justen examinaba la finca con nuevos ojos. Había estado tan
preocupado por el bienestar de su paciente cuando había llegado ayer por la tarde,
anoche y esta mañana había estado ocupado intentado armar un plan para el futuro, pero
ahora finalmente comenzó a tomar los detalles de esta propiedad aristo. La pequeña
aldea de pesca situada en la base del acantilado estaba llena de casas pulcras y
ordenadas, no cabinas destartaladas como las que uno veía usualmente en las
plantaciones en Galatea. Niños regordetes y felices corrían por las tierras de la
propiedad misma. Los sirvientes prácticamente susurraban mientras trabajaban. ¿Las
cosas eran tan distintas en Albion?

Él sabía que el fin de la Reducción había sido manejado de distintas formas en las dos
naciones de Nueva Pacífica. En Albion habían sido aprobadas leyes para la educación
obligatoria para los regs y salarios justos. Había habido representantes regs en el
Concejo Real por más de una generación. Pero eso no pudo haber hecho una verdadera
diferencia, ¿verdad? Como el tío Damos dijo, todavía tenían un rey que daba la última
palabra. Uno sólo tenía que ver la forma en la que trataban a la mujer de Albion, la
forma en la que los aristos como Persis llevaban vidas tan decadentes e inútiles, para ver
lo podrido que debe estar el sistema.

Pero de nuevo, esos nombres… algo era extraño sobre Scintillans.

―¿Listo para irnos? ―resonó una voz a sus espaldas. Volteó para encontrar a Persis
en un sari del color del atardecer. Joyas resplandecían a lo largo del dobladillo y del
cuello. Su cabello estaba apilado en su cabeza de nuevo, con un estilo que estaba seguro
era excesivamente intrincado, pero se veía para él como nada más que un nido de
águila. Encima de todo colgaba un ridículo fascinador en forma de pájaro de paraíso
hecho totalmente de plumas reales. Su piel estaba clara y dorada, brillando con una
vitalidad que uno nunca habría podido considerar posible para una chica recientemente
curada de la enfermedad por genetemps. Sus ojos de color claro estaban alados con
kohl, y sus amplios pómulos y labios llenos eran del mismo color. Quizá su complexión
estaba siendo ayudada por una buena cantidad de cosméticos albianos.

El visón de mar, cubierto con una capa roja brillante encadenada por un collar de coral
de piedras preciosas, retozaba a sus pies.

La aristo le sonrió, mientras su mirada viajaba por su cuerpo y por su simple camisa
negra y pantalones.

―Oh, veo que no te cambiaste.

―¿De dónde salió tu nombre? ―soltó.

Sus ojos volvieron a su cara.

―¿De dónde crees?


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―De mi abuela.

―Bueno ―dijo ella, con una inclinación de su cabeza que hizo que las plumas
temblaran―, veo que tienes al menos algo de su inteligencia.
―Tu madre…

―Es una reg, sí ―interrumpió, su tono cortante. ¿Estaba… avergonzada por eso?
Justen no estaba seguro. Nunca antes había conocido a una mitad aristo. No una
legítima, de todas formas. No una con amigos en la realeza.

Persis giró su mano izquierda enguantada, y luego pareció haber recordado que aún se
estaba curando.

―Bueno, vámonos. La corte real de Albion espera.

Y ahora Justen se dio cuenta de que no sabía qué esperar.

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Capítulo Cinco
Justen había hecho dos viajes por mar con Persis Blake hasta el momento, pero aún no
la había visto tocar los controles. En el camino de regreso de Galatea ella estuvo
inconsciente, y esta vez había dejado el yate en piloto automático mientras
experimentaba con suplementos de palmport y se acomodaba en el wallport de la cabina
para intercambiar lo que parecían mensajes urgentes con su sastre.

El mecanismo de atracamiento del piloto automático era de alguna forma inestable.


Justen bajó para llamar a Persis, quién rodó sus ojos con frustración ante la interrupción.

—El Daydream no se hundirá —dijo con un movimiento de su mano. La imagen de


un teclado apareció flotando detrás de ella, con sus letras brillando—. Ahora déjame
sola. Estoy un poco oxidada con esto de los wallport. No puedo creer que de verdad
tenga que tipear. Con los dedos. Como alguna especie de primitivo.

El yate comenzó a sacudir sus costados en un desliz.

¿Qué tipo de chica poseía un barco tan maravilloso cómo este y lo trataba con el
cuidado de un zapato viejo? Se preguntó Justen. El mismo tipo cuyo papá le había
comprado una mascota personalizada, supuso. Si en realidad ella terminaba hundiendo
el barco, Justen no tenía duda de que su aristócrata padre tan sólo le compraría otro, y
otro, y otro.

Si Persis no fuera el camino más fácil para obtener acceso a la Princesa Isla, él ya
hubiera encontrado una forma de deshacerse de ella. Pero no tenía un mejor plan para
entrar a la corte, y tenía que admitir que antes del proceso de atracamiento, el viaje
alrededor del punto de Scintillans y hasta la costa oeste de Albion había sido pintoresco:
todo azul, mar iluminado por el sol y viento que olía a sal y fuego. Justen se había
quedado en la cubierta, disfrutando las vistas de los acantilados disminuyendo en las
pendientes lisas que caracterizaban las costas de Albion, mirando al visón de mar jugar
alegremente, y preguntándose si tal vez, considerando todas las cosas, no había pasado
demasiado tiempo en su laboratorio.

A primera vista, Justen decidió que la Corte Real de Albion no era tan diferente de las
historias que se contaban sobre ella en Galatea. El órgano de agua era espléndido si no
ostentoso, la escandalosa ropa casi lo cegaba, y las horriblemente decadentes
flutternotes zumbando en todos los sentidos eran aptas para darle jaqueca si se quedaba
en medio de ellas por mucho tiempo. Había aprendido cómo funcionaban durante su
entrenamiento médico y siempre estuvo agradecido de que aquella manía no hubiera
alcanzado gran popularidad en Galatea. ¿Biotecnología parasitaria que agotaba los
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propios nutrientes del cuerpo para operar? Era estúpido e innecesario. ¿Por qué no
podían los Albianos usar oblets, cómo todos los demás? Él tocó sus propios preciados
oblets, aún escondidos en sus bolsillos. Sus bordes lisos chocaron uno contra el otro,
sólido y tranquilizador. Quizás hubiera dejado su tierra natal y a su hermana, pero al
menos éstas estarían a salvo... y fuera del alcance de las manos de su tío.

Afortunadamente, no vio a ningún compañero de Galatea en la muchedumbre del


patio. Aunque cualquier persona en la corte de Albion sería probablemente un enemigo
en la revolución, no necesitaba que un reporte de su paradero llegara a su Tío Damos
tan pronto. Aún más afortunadamente, su anfitriona lo acompañó rápidamente entre la
multitud a una antecámara blanca y cubierta de orquídeas para esperar una audiencia
con la princesa regente. Persis había entrado al palacio con su visón de mar como si
fuera la dueña del lugar, y tuvo que quitar varios cortesanos de su camino. Y se las
arregló para llevarlo directamente con la princesa, también. Entonces, debió haber
estado diciendo la verdad, sobre que eran amigas.

Y aún así, era la hija de un aristocrático y una reg. ¿Las preguntas se detendrían alguna
vez?

La princesa, también, lucía como en todas las imágenes que Justen había visto de ella.
Tenía unos años menos que él, alrededor de la edad de Persis, con cabello plateado y un
vestido totalmente blanco que parecía casi práctico después del arcoíris de colores e
iridiscencia por el que había pasado afuera, aún si estaba cubierto de ondas de plumas y
cristales flotantes que chocaban cuando se movía.

Una de las quejas más grandes sobre la vieja Reina Gala había sido que actuaba más
como una mujer albiana que como una galateana. Superficial, tonta y más interesada en
fiestas que en política, en moda que en cultura. Justen sólo podía esperar que la Princesa
Isla desafiara las expectativas. Su amistad con Persis era un mal presagio. Había oído
que la princesa no ejercía realmente el poder en Albion. Y con una cabeza hueca como
Persis como su dama de compañía, quizás había una buena razón para eso.

Por otra parte, los mendigos no podían elegir.

―Saludos, galateano ―dijo la Princesa Isla, extendiendo sus brazos en un gesto de


bienvenida―. Mi amiga Persis me dice que estoy a punto de quedar boquiabierta por ti.
Pero dado el número de galateanos que inundan mis costas estos días, me pregunto qué
encuentra tan impresionante esta vez.

Persis miró a la Princesa y frunció el entrecejo. Isla sonrió serena. Los aristos
saludaron a su princesa con el fantasma de una reverencia. Ella sostenía otra botella
medio vacía de bebida de suplemento. Justen imaginaba que ya su lengua debía estar
casi cuajada del exceso de azúcar. Obviamente no podía esperar para volver a su
palmport. Entender el porqué alguien sometería a su cuerpo a ese tipo de castigo cuando
un oblet podría funcionar con su batería geotérmica durante semanas, estaba más allá de
él.
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―Ustedes dos sigan sin mí y tengan su pequeña charla. Creo que estoy lo
suficientemente recuperada para usar esto de nuevo, ¿no? ―Persis le sacudió su mano
izquierda a Justen.
Él se encogió de hombros sin comprometerse. Ella probablemente estaría bien, dados
sus suplementos, pero no podía imaginar que tuviera mensajes para enviar después de la
ráfaga en el Daydream.

Los defensores del palmport dijeron que era lo más cerca de la telepatía que la raza
humana alguna vez había estado, pero Justen no creía que valiera la pena. Además, aún
se necesitaba oblets para el almacenamiento de datos y cualquier traspaso de
información grande. Los palmports eran tan buenos como los recuerdos de la gente que
los usaba, sus datos un poco más que digerible, nanoazúcares ilocalizables. Y dado el
tipo de personas que los ejecutaban, personas como Persis, eran inútiles para algo más
que juegos tontos y chismes.

Persis pareció satisfecha de todas formas. Se tiró en un cojín cercano y arrancó su


wristlock. Justen se esforzó por no fruncir el ceño. Lo que tenía que decir no sería bien
recibido por los chismes de los albianos.

¿Y qué, exactamente, sería eso? Definitivamente no toda la verdad. La Princesa Isla


era una aristo. Si supiera acerca de su participación en la revolución, ella lo pondría en
prisión y nunca tendría la oportunidad de enmendar los errores que había causado.
Mejor empezar con parte de la historia.

―Su Alteza ―dijo Justen, encontrando esas palabras tan difíciles de decir como
“Ciudadano” había sido de escuchar. Supuso que no todos sus principios
revolucionarios se habían extinguido, a pesar de lo que había aprendido. Le dedicó una
corta y rígida reverencia, luego se enderezó y la miró a los ojos. Era una reina. No un
dios―. Mi nombre es Justen Helo…

Sus cejas se elevaron y cuando ella sonrió esta vez, lucía un poco menos como una
monarca y más como una adolescente recibiendo su regalo de cumpleaños. Aún así,
todavía de la realeza.

―Soy el nieto de Darwin y Persistence Helo. Y estoy aquí para pedirle asilo.

Ante esto, Isla parpadeó con sorpresa, pero Persis tan sólo parecía aburrida. Justen se
preguntó si ella sabría qué significaba la palabra “asilo”

―Y… ―añadió―, necesito mantenerlo en secreto.

―¿Por qué? ―preguntó Isla―. Te garantizo que no tendría ningún remordimiento en


celebrar enormemente que un Helo preferiría vivir en Albion antes que enfrentarse a la
revolución.

Por lo menos ella era sensata, incluso si tenía mal gusto eligiendo a sus amistades.
Quizás sólo mantenía a Persis a su alrededor por consejos de moda, aunque Justen se
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preguntaba qué tan aconsejable era incluso eso.


―Preferiría que mis compatriotas piensen que sólo estoy de visita en su isla ―dijo―.
Por lo menos hasta que pueda idear un plan para sacar a mi hermana pequeña de la casa
del Ciudadano Aldred.

Aún si su tío descubría la verdad, una mentira pública quizá sería suficiente para
proteger a Remy.

Persis levantó su cabeza, sus ojos profundamente entrenados mirando hacia Justen.

―Espera, ¿un revolucionario en Galatea tiene a tu hermana aprisionada? Ahora, ¡eso


es interesante!

La princesa batió su mano hacia su amiga, y Persis suspiró y volvió su atención a los
diagnósticos que flotaban por encima de su disco palmport. Justen echó atrás su
frustración. A Isla no le parecía importar la presencia de la chica, y como un reg
extranjero, ¿qué derecho tenía de pedir que un aristo se fuera? Además, era Persis quién
le había llevado allí. Él lo tendría que soportar.

―No aprisionada ―corrigió Justen. Con el cerebro lavado tal vez. Tal y cómo él
había estado hasta hacía poco tiempo―. El Ciudadano Aldred es su guardián.

Había sido el guardián de Justen también, y probablemente aún pensara así sobre él,
por más que Justen tuviera dieciocho años ahora.

Era increíble, todos los pensamientos que rezumaban tan pronto como una sola grieta
aparecía en la superficie de tus convicciones ¿Cuánto tiempo hacía que el tío Damos
estaba planeando la revolución? ¿Había sabido diez años antes, cuando accedió a
custodiar a los huérfanos niños Helo, cuánta buena voluntad se habría ganado de los
regs de Galatea?

No podría haber adivinado que sería Justen quién le daría el arma que necesitaba para
derrocar al gobierno. Incluso el mismo Justen no sabía eso cuando lo había hecho.

―Guardián ―dijo Isla―, no es tan diferente de “Guardia”.

Justen asintió con alivio. Entonces ella sí entendía.

―Ahora mismo, esa es la idea. Somos de valor para la revolución como símbolos de
la cura.

―Tú serías valioso para nosotros como lo mismo ―dijo Isla―. ¿Supongo que no
deseas cambiar una jaula dorada por otra?

―No soy un símbolo ―dijo Justen agriamente―. Y definitivamente no soy un


símbolo de esta revolución.
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―Cada vez me gustas más ―dijo Isla. Las persianas de bambú que separaban la
antecámara de la corte crujieron―. Persis, querida, ve a ver quién nos molesta.
Había un hombre allí, enfundado en un llamativo traje y luciendo molesto.

―¿Quién es ese galateano? ―le susurró a Persis―. ¿Qué está haciendo la princesa
con él?

Persis presionó su mano contra su pecho.

―El porqué, Concejal, una dama nunca lo dice.

―¿Entonces qué estás haciendo tú ahí?

―¡Ya le gustaría saber! ―Cerró las cortinas de nuevo―. Eso no lo detendrá mucho
tiempo.

―Por supuesto ―dijo Isla―. El Concejal Shift no puede soportar la posibilidad de


que algo, en algún lugar, esté pasando sin su permiso ―ella suspiró―. Hasta ahora, esta
conversación ha molestado al Concejal y hecho daño a mi reputación. Espero que lo
valga, ciudadano.

Se volvió hacia Justen, sus faldas arremolinándose a su alrededor, y lo fijó con una
mirada de la realeza.

Él se sorprendió a sí mismo sintiendo la urgencia de dar un paso hacia atrás, o hacer


una reverencia, o caer a sus rodillas. ¿Cómo hacían eso estos aristos? Sabía que no
habían nacido con esa superioridad, no importaba lo que clamaran. Más bien, tanto los
aristos como la gente de la clase baja habían sido adoctrinados desde su nacimiento en
sus roles de maestro y subordinado. Pensaba que había sido enseñado para resistirlo,
que la revolución había filtrado eso de él, pero el instinto obviamente seguía inculcado.

―Dígame, señor, con su permiso, qué excusa planea usar con sus compatriotas y su
hermana sobre el por qué permanece en Albion en mi corte. Seguramente no prefiere
nuestras maneras aristocráticas, a los ideales revolucionarios de Galatea.

―No he pensado en eso aún. ―Había estado demasiado enfocado en salir de Galatea,
antes de que el trabajo de su abuela pudiera hacer más daño. Antes de que él pudiera.
Escapar era la prioridad. Las excusas y disculpas vendrían después.

Isla chasqueó su lengua y miró a su amiga

―Persis, querida, ¿dónde recoges a esta gente?

Persis estaba estudiando a Justen con ojo apreciativo, cómo si él fuera un rollo de seda
o un sombrero particularmente fino.

―Él en realidad me recogió a mí. Como, de la tierra. Me rescató en los muelles en


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Galatea.

―¿Rescató?

―Sí ―Persis admitió tímidamente―. Sufría de una enfermedad por los genetemps.
Isla frunció el ceño.

―Te dije que eso pasaría. ¿Qué te dije? —Ella golpeó su pie. De la forma que lo hace
la realeza, notó Justen. La forma en la que esas dos hablaban, eran verdaderas amigas.
Una princesa claramente inteligente y la idiota medio-aristo cuya idea de diversión era
revolver en los barrios bajos de Halahou en busca de genetemps y sedas baratas.

Justen quizás esté fuera de su profundidad aquí en Albion. La princesa volvió su


atención a él.

―¿Por qué estás huyendo de tu país si estás en tan buenos términos con el Ciudadano
Aldred? No estás en peligro allí.

―Pero lo estoy ―dijo. Tan pronto como los reportes volvieran de la finca Lacan, las
sospechas del tío Damos serían verificadas. Y, por supuesto, Justen sería el primer
sospechoso―. Ya no estoy de acuerdo con las acciones de mis compatriotas. No puedo
apoyar la revolución ahora que ellos se han tornado en ―tomó una respiración
profunda― pequeñas venganzas y violencia contra inocentes. Vale la pena pelear por la
justicia social, no por un reinado de terror.

―Entonces ―dijo Isla―. Si no actúas como el pequeño buen revolucionario, ¿Aldred


hará de ti un ejemplo?

―Exacto. ―Por supuesto que ella sabía cómo funcionaba. Pprobablemente estaba
versada en tales métodos de gobierno despótico. Él había sido enseñado sobre sus
peligros, por su mismo tío Damos, mucho antes de la revolución. ¿Cómo había
terminado en esto? Justen Helo, con una monarca en la habitación del trono de Albion.

―Pero eres un Helo ―dijo Isla―. Aldred no es tan tonto para hacer algo en público.

―Quizás no ―admitió―. Pero lo he visto en privado.

La boca de Persis formó una pequeña “o”.

―¿Quieres decir que te daría a ti o a tu hermana esa droga de Reducción de la que


tanto se habla?

Justen esperaba que no, aunque sería un castigo adecuado a su desobediencia y Aldred
lo sabía. No había nada que le gustara más a su tío. Por eso se había abalanzado sobre
las rosas.

Él no podía decidir si estaba más enojado con Remy o consigo mismo. Unos días antes
de irse, le había confesado todo a ella: todas sus dudas sobre la revolución, incluso
como había saboteado un lote entero de rosas listas para ser enviadas a una finca
prisionera hacia el este. Esperaba sorpres, pero también apoyo. En lugar de eso, su
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hermana de catorce años empezó a lanzar ideas sobre cómo volver atrás en el desastre
que había hecho, como si él pudiera. Ya se le había prohibido la entrada a los
laboratorios, y el tío Damos sospechaba... algo.
Remy no lo entendía. Justen no desharía sus acciones incluso si pudiera.
Intercambiaron algunas palabras duras. Ella lo llamó idiota. Él la llamó niñata. Y luego
ella había corrido hacia algún lugar, probablemente a ponerse de mal humor, y no había
respondido ninguno de sus mensajes. Esperó tanto como pudo, pero supuso que Remy
estaría a salvo si él se iba. Después de todo, ella aún era una ciudadana revolucionaria
modelo.

Isla comenzó a caminar de nuevo.

―Yo no puedo recuperar a tu hermana por ti.

―Ohh ―Dijo Persis, levantando la cabeza de su palmport―. ¿Saben quién podría ser
genial en eso? La Amapola Silvestre.

Justen resopló.

―De acuerdo. ¿Él acepta peticiones?

Isla se detuvo.

―¿Qué te hace pensar que yo tengo algún control sobre lo que la Amapola Salvaje
hace o no hace? ―Otra vuelta, otro movimiento de su capa―. ¿Yo tener control de
alguno de sus asuntos? Graciosísimo, ¿verdad, Persis?

―Sí, princesa ―dijo Persis obedientemente y retornó a su aparato.

―Y sin sentido de todas formas ―dijo Justen―. El tí... el Ciudadano Aldred es un


hombre peligroso, Su Alteza. No creo que nadie en Galatea comprenda de verdad de lo
que es capaz.

Isla giró rápidamente y lo enfrentó.

―Yo creo, Ciudadano Helo, poder nombrar varios aristos galateanos que lo
comprenden.

Con una llamarada de vergüenza, Justen miró lejos de Isla y de Persis, cuya atención
estaba en él de nuevo. ¿La entretenía mirarlo empequeñecerse frente a su princesa? Su
expresión, de todas formas, era amigable pero de advertencia, y Justen recordó que
aunque fuera una aristo, tenía un estatus social más bajo que su amiga de la realeza.
Tenía más experiencia tratando con ella de la que Justen tenía. ¿Y cómo había tratado
Persis a la princesa? Siempre cuidadosamente y con respeto. Supuso que podría
aprender algo de ella, después de todo.

―Lo que quise decir ―dijo, más tranquilo esta vez―, es que el palacio real de
Halahou no es algún campo de trabajo en una finca vieja.
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―Es bueno que la Amapola Silvestre no te pueda escuchar hablar de esa forma ―le
dijo Isla a Justen―. A juzgar por el comportamiento del espía hasta ahora, lo vería
como un reto.
―Ohh ―arrulló Persis sonriendo―. ¿De verdad crees que él lo vería así?

―Cállate, Persis ―Isla se volvió hacia Justen y continuó con tono cortante―. Y no
creo que sea una buena idea vaciar a tu nación de todos sus revolucionarios. Gracias, ya
tenemos suficientes problemas como están las cosas ―resumió deambulando―.
Quieres quedarte aquí. Necesitas una razón que no levante sospechas en Galatea ―lo
fulminó con la mirada―. ¿Qué es lo que haces cuando no eres portavoz en una
revolución sangrienta?

―Soy médico ―dijo―. Un científico, como todos en mi familia. ―Excepto su


hermana, quién había declarado querer ser militar como el tío Damos y su hermana
adoptada, Vania. No era extraño que no lo hubiera apoyado entonces, cuando Justen le
contó cuán retorcida su revolución estaba ahora y los pasos que había tomado para
detenerla.

―Ujum ―más idas y venidas―. ¿Y hace cuánto terminaste tu adiestramiento?

―Técnicamente... no lo he hecho. Acabo de cumplir dieciocho, y he estado distraído


últimamente. ―El tío Damos había movido algunos hilos para conseguir que fuera
instalado en un laboratorio a pesar de su falta de títulos. El nombre Helo probablemente
había ayudado también. Había sido una gran manipulación.

―No te sientas mal ―dijo Persis―. Yo abandoné la escuela también.

―Yo no la abandoné. Me tomé un permiso de ausencia para concentrarme en mi


investigación.

―Oh, esa es buena. Debería probar esa excusa con mi padre. “Me tomé un permiso de
ausencia para concentrarme en mis compras”.

Justen no dignificó eso con una respuesta. Había estado tratando de salvar vidas, no de
expandir su guardarropa. Pero, la búsqueda de sedas de Persis probablemente había
dañado a mucha menos gente que su propia investigación.

―El punto es...

―El punto es ―dijo Isla, interrumpiéndolo―, que tenemos científicos. Científicos


maduros. Todo lo que nos ofreces es el apellido Helo.

Él empuñó sus manos a sus costados. ¿Quién era esta pequeña princesa para decir
quién era maduro? Le debían permitir que continuara con su investigación. Si no lo
hacían, entonces todo, su deserción, perder a Remy y el sufrimiento de quién sabe
cuántos aristos, sería en vano.

―Y cada momento que pasamos aquí, hace crecer más rumores sobre nuestro
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romance imaginario... ―Isla cruzó hacia las cortinas, mirando con atención entre la
multitud y sacudiendo la cabeza―. Los rumores son todo en esta corte. Creo que
importan más que la verdad... ―dio un pequeño salto, y los cristales de su vestido
brillaron―. ¡Eso es!

―¿Qué es? ―preguntó Persis.

―Un rumor. Un romance ―señaló a Justen―. Él está aquí porque está enamorado.

―¿De ti? ―Persis parecía escéptica.

La princesa se giró hacia su amiga.

―No. De ti.

Persis y Justen sacudieron sus cabezas al mismo tiempo.

―Estoy segura de que podemos idear un mejor plan que ese ―dijo Persis
rápidamente. Justen no estaba tan seguro de que ella fuera capaz, pero deseaba dejarla
intentar.

―No ―dijo Isla―. ¿No ven que es perfecto? Soluciona todos nuestros problemas al
mismo tiempo ―Empezó a enumerarlos con sus dedos enjoyados―. Es una razón
válida para que Justen se quede en Albion. Y Persis es mi mejor amiga. Si yo apruebo
su relación, se reflejará bien en la monarquía y me dará algo de libertad de acción para
condenar las actividades revolucionarias. Los regs aman a la familia Helo. No se
inclinarían a llevar a cabo una revuelta si supieran que la más elevada aristocracia
albiana es cercana a uno.

―¿Quieres que salga con él? ―preguntó Persis rechinando los dientes.

―¡Sí! ―Isla sonrió con alegría―. Es un cuento romántico. Él te salvó en los muelles
de Galatea. Seremos... vagos acerca de la razón. Y te trajo de vuelta, cuidó de tu salud,
bla, bla, bla. Amor a primera vista. La gente se lo tragará, Persis. Sabes mejor que nadie
cuánto adora la gente una buena historia de amor aristo-reg.

La aristo puso mala cara. Isla sin duda hablaba de los padres de Persis. Pero Justen
estaba empezando a ver las ventajas del plan, mientras a ninguno de sus amigos de su
hogar les llegara un atisbo de lo superficial y poco profunda que era Persis. Nunca
creerían que se había enamorado de una aristo como ella, con madre reg o sin ella.

―Los haremos desfilar por allí un poco, nos aseguraremos de que todos piensen que
están locamente enamorados, protagonizarán un par de momentos acogedores, y todo el
mundo feliz.

―¿No nos tendremos que... casar ni nada de eso? ―preguntó Justen, de pronto
preocupado por lo que la princesa quería decir con “momentos acogedores”.
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Isla sacudió su mano despectivamente.

―No, no deberíamos tener que llevarlo tan lejos así.


―¿No “deberíamos tener”? ―Presionó Justen.

―Encuentro esto... inconveniente ―dijo Persis finalmente.

―¿Por qué? ―Justen se volvió hacia ella―. ¿Mi presencia será un calambre en tu
agenda social?

Persis lo fulminó con la mirada, sus ojos ámbar tan ardientes como su vestido.

―Sí, si necesitas saberlo. Primero, mira la forma en la que viste ―le alegó a Isla―.
¿De verdad crees que la gente va a aceptar a alguien como yo con alguien como él?

Justen rodó sus ojos.

Isla ya no era paciente.

―Él es un Helo, Persis. Creer que quieres a uno de tu brazo no será un desafío muy
grande. Al menos como un trofeo.

El ceño fruncido de Persis se profundizó al darse cuenta que la princesa tenía razón.

―Estoy realmente ocupada ahora ―Intentó.

―Te lo estoy pidiendo ―Isla se enderezó y miró hacia su amiga abajo―. Yo te lo


estoy pidiendo a ti. No hay nadie a quién le confíe más nuestro precioso galateano.

Algo pasó entre las dos mujeres. Algo que Justen no esperaba entender. Pero lo que
sea que pasó, hizo que Persis cediera.

Sacudió su cabeza en señal de derrota, luego se transformó ante sus ojos en la


centellante conocida y le dedicó una sonrisa tímida y seductora.

―De acuerdo, entonces, mi amante ―arrulló―. Supongo que es la hora de nuestro


debut.

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Capítulo Seis
Cuando salieron de las habitaciones privadas de Isla, parecía como si todos los ojos en
Albion estuvieran puestos en ellos. Persis tuvo que darle crédito a su nuevo novio ya
que él engancho su brazo al de ella y descendió con valentía las escaleras de la terraza
hacia la gente. Slippy se deslizó al lado de ellos, chillando mientras evitaba los talones
de las personas y se detenía para lamer del órgano de agua y cepillar sus bigotes con el
borde de sus aletas delanteras.

―¿No te da miedo que lo pisoteen?

―Oh, Slippy puede cuidarse solo ―respondió Persis. Mucho mejor que un visón de
mar promedio también, gracias al trabajo de genoingeniería de Tero. Ella lo observó
escabullirse hacia arriba, directo a un tamarrel león dorado de uno de los cortesanos. La
diminuta criatura de color naranja estaba unida a su ama por una larga y brillante cadena
y había joyas que brillaban en toda su melena y su tupida cola de ardilla. En sus
diminutas patas llevaba una rebanada de papaya estrella y le enseñaba sus dientes de
mono a Slippy, mientras el visón de mar se acercaba. Slippy se lanzó.

―Oh, no tú no ―Justen lo reprendió, recogiendo con suavidad a Slipstream alrededor


de su cintura antes de que los animales pudieran pelear. Él sonrió e inclino su cabeza
mientras le daba Slipstream a Persis―. Tu bestia, mi señorita.

Ella abrazó al visón de mar en su pecho y miró a Justen cuidadosamente. Él podía ser
peligroso cuando encendía su encanto, este simpático joven revolucionario, este médico
con nombre famoso y un deseo de escapar de Galatea tan fuerte que dejaría a su
hermana y se pegaría a una aristo que claramente despreciaba. Tal vez él, también, era
un espía.

La siguiente media hora estuvo llena del bullicio de una pequeña charla, mientras
Persis presentaba su “querido amigo, Justen Helo” a los cortesanos albianos, quienes
estaban naturalmente encantados de conocerlo. Por acuerdo tácito, Persis y Justen
mantuvieron su conversación sencilla y coqueta, como correspondía a una pareja que
apenas se había conocido el día anterior. Cuando las noticias del recién llegado
galateano se extendieron por toda la corte, susurros llegaron a los oídos de Persis.

―Míralo. ¡Enamorado! ―Justen era aparentemente un excelente actor en sus propios


términos.

―¿Y por qué no lo estaría? Ella tiene la misma cara de su madre. ―Bueno, sí, pero
esa cara parecía no haberlo dejado impresionado.
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―Déjale a Persis Blake traer a casa a un Helo. ―A decir verdad, él era sólo el último
de una larga linea de galateanos que ella había traído. No tan rico como algunos, no tan
agradecido como otros.
―Su padre se casó con la más hermosa reg de su generación. ¿Por qué no debería
Persis atrapar al más famoso de los suyos?

Ella apretaba los labios mientras el parloteo se propagaba. Isla había acertado en que
la gente se apresuraría a poner a su última conquista dentro del cuidadosamente
cultivado relato de “Persis Flake”. ¿Y porque no? Persis había dedicado los últimos seis
meses cementando su reputación en la corte de la princesa. Era por esto que ella había
sacrificado la escuela, por esto ella había reinventado su imagen, por esto ella había
escandalizado a la mitad de los residentes de Scintillians, quienes habían pasado de
pensar que Torin Blake tenía razón en nombrarla como heredera a su única hija, a
preguntarse qué diablos pasó con la chica lista y trabajadora con la que crecieron. Pero,
¿qué elección tenía Persis? Ella tenía que proteger a la Amapola Silvestre. Tenía que
ayudar a Isla. Tenía que salvar a Nueva Pacífica.

Si ellos no te tomaban seriamente, nunca te verían venir. Persis era la más elegante,
brillante y frívola chica en Albion. No había manera de que estuviera orquestando
secretamente una red de espionaje.

Eventualmente se toparon con una pareja mayor, dos aristos cuyos orígenes galateanos
eran visibles gracias a su cabello natural y un vestuario más sosegado. Justen los saludo
con rigidez y Persis hizo lo propio, aunque en realidad ella los conocía íntimamente,
incluso si ellos no eran conscientes de eso. Lord y Lady Seri habían sido los trofeos de
una de las primeras incursiones de la Amapola Silvestre. Ellos lucían mucho mejor
ahora, comparado con los miserables Reducidos desgraciados que ella había arrancado
de su hogar ancestral.

―Justen Helo ―saludó Lord Seri, estrechando la mano de Justen―, bienvenido a


Albion. Es un honor conocerte. Conocí bien a tu abuela.

―Sí ―Justen respondió en un tono como de las profundidades del mar―, discutió
fuertemente con ella sobre la distribución universal de su cura.

Pero el viejo aristo apenas soltó una risita y asintió.

―Sí, lo hice. Y perdí. No discutiremos ahora sobre quién tenía razón, a pesar de las
repercusiones que ha traído su trabajo.

―Si se refiere a la revolución ―dijo Justen, su tono imperturbable y firme―, esta no


fue una conclusión inevitable. Fue causada por el maltrato hacia los regs galateanos por
sus señores aristo. Se habrá dado cuenta que no hay revolución en Albion, como
resultado de la cura.

―No hay revolución… aún —replicó Lord Seri.


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Persis se quejó. En voz alta.

―Todo este tema de política hace doler mi cabeza. Lady Seri, su vestido es adorable.
Esa seda es muy rica y creo que me podría ahogar en ella. ¿Viene sólo en color negro?
―No había rescatado a estos aristos para que pudieran exportar su arrogancia a su tierra
natal. E Isla no le había concedido a Justen su petición para que pudiera actuar como
una clase de agitador revolucionario. Sus inclinaciones políticas eran obvias e incluso
entendibles dado el viejo sistema en Galatea. Pero su plan no funcionaría si él no podía
mantener su boca callada en frente de los elementos más conservadores de la corte.

―Además ―continuó Lord Seri―, no estaba necesariamente hablando de la


revolución. El Oscurecimiento es una consecuencia más que suficiente para cuestionar
el experimento completo, ¿no es así? ¿Cuál es el porcentaje de regs curados por Helo
que sufren y mueren por ese pequeño efecto secundario? ¿Cinco? ¿Diez?

El agarre de Justen en su brazo se apretó. ¿Habrá sentido él su tensión? Buscó el rostro


del viejo Lord, pero apenas parecía darse cuenta de que ella estaba allí. Su comentario
no era dirigido a Persis. Nadie en la corte sabía de su madre. Aún.

―Uno por ciento ―contestó Justen, su voz cortada―. Pero creo que incluso ellos
preferirán sufrir de DRA3 que vivir sus vidas como Reducidos.

Lord Seri parecía divertido cuando se inclinó hacia Justen.

―¿Y cómo sabe eso, joven? No es como si pudiera preguntarles una vez que están en
estado de coma.

Persis vio la mandíbula de Justen tensionarse. Ella en lugar de eso sintió ganas de
vomitar.

―Oh mira ―señaló rápidamente―, allí está Andrine. Vamos a alcanzarla. —Ella le
tiró lejos antes de que pudiera ocasionar más daño.

Andrine tenía limitado el tiempo para estar en la corte debido a que estaba todavía en
la escuela, o como el padre de Persis lo había puesto, Andrine "tenía sus prioridades en
orden". Ella ya había dedicado la mayor parte de su tiempo libre para las aventuras de la
Amapola Silvestre. Y Persis no envidiaba sus otros compromisos. Después de todo, a
diferencia de ella, la reg de quince años de edad no tenía un patrimonio a heredar.
Andrine y Persis habían sido amigas toda la vida, aunque Persis nunca habría
sospechado que sus travesuras en los acantilados y playas de Scintillans las habrían
preparado tan bien para arriesgar sus vidas en Galatea... y en el ambiente sólo un poco
menos traicionero de la corte.

―¡Ciudadano Helo! ―exclamó Andrine tan pronto como los vio. Hoy, tenía puesto
un vestido que combinaba con su salvaje cabello azul―. Me alegra ver que aún está con
nosotros. ¿Y qué es esto que oigo de que está planeando quedarse un tiempo?

Un gesto de Persis y Andrine se ofreció a presentar a Justen a su hermano mayor.


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3
Demencia por Regularidad Adquirida
―Dos tipos científicos como ustedes definitivamente deberían charlar ―gorjeó
Andrine, tomándolo del brazo―. Puedes contarle todo acerca de los peligros de la
enfermedad genetemps, ¿cierto, Persis?

Ella rodó sus ojos. Justen ciertamente desaprobaría la ciencia más frívola de Tero,
desde Slippy, palmports, hasta geneptemps mal codificados. Pero ella estaba más que
lista para dejar que Tero fuera el objeto del desprecio revolucionario de Justen por unos
minutos. Se lo merecía después de lo que le había hecho.

Una vez Persis estuvo sola, buscó a Isla.

―¿Una palabra, Su Alteza? ―Persis susurró entre dientes.

―No seas tonta, Persis ―bromeó Isla―, tú nunca te has callado una sola palabra en
tu vida ―pasó por delante de su amiga, hacia una ruptura en la buganvilla―. Que sea
rápido.

Tan pronto fueron ocultadas por la caída de hojas y pétalos, Persis dijo―: Esto es una
terrible idea.

―Sólo estás diciendo eso porque, por primera vez desde que nos conocemos, no fuiste
a la que se le ocurrió.

―Olvídate de darle asilo secreto ―Persis miró al famoso galateano a través de las
flores―. Puedo ir a buscar a su hermana si ese es el miedo. Tu verdadero problema es
controlarlo. Él es un Helo, sí, pero es sin duda un rebelde también. ¿Crees que su
presencia ayudará a prevenir la revolución? Si lo escuchas hablar durante cinco
minutos, supondrías que está aquí para incitarla.

―¿Qué quieres que haga, Persis? ¿Ponerlo en un coma inducido como a esa pequeña
soldado revolucionaria que secuestraste la semana pasada? Ella no es nadie, y aun así
puede meternos en muchos problemas. Justen es un Helo ―Isla le clavo una mirada
muy penetrante―. Un Helo, Persis. Si él fuera encarcelado en Galatea por hablar en
contra de las atrocidades de la revolución, estarías moviendo cielo y tierra para sacarlo,
y lo sabes.

Persis odiaba cuando su amiga actuaba tan inteligentemente como realmente era. Eso
significaba admitir que tenía razón.

La vida había sido mucho más fácil cuando no tenían más que preocuparse por quién
tenía las mejores notas en la escuela (usualmente Persis aunque Isla siempre le ganaba
en botánica). ¿Había sido eso tan sólo hacía un año? Entonces los padres de Isla y su
hermano mayor murieron, la madre de Persis enfermó, los galateanos derrocaron su
gobierno y la Amapola Silvestre nació. Ella apenas recordaba a las chicas que alguna
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vez fueron. Día tras día, la máscara superficial que se había puesto le irritaba más y
más; y sin importa cuántos disfraces Persis asumió como la Amapola, no podía evitar
sentir que estos le encajaban mejor que el que llevaba puesto en casa.
El flutter en forma de franchipán que se fundió en el palmport de Persis era delicado al
punto de ser frágil. El mensaje que susurraba en su cabeza un segundo después era todo
lo contrario.

Persis, cariño. He estado escuchando unos raros reportes acerca de un extraño


invitado que entretuviste en nuestra ausencia. Regresa a casa en seguida. Amor y
deber, Torin Blake.

Persis arrugó su rostro. Su padre siempre sonaba muy formal en sus flutter, como si no
pudiera escapar del todo de la etiqueta de mensajes que aprendió en su juventud.

En seguida, papá. Besos.

Recuperó a Justen y lo llevo de vuelta al Daydream tan rápido como la multitud en la


corte lo permitió.

―Mis padres se enteraron que pasaste la noche ―explicó mientras Slipstream se


arremolinaba de entusiasmo alrededor de sus pies. Odiaba la corte y siempre se sintió
aliviado al volver al océano―. Y ahora están que se mueren por conocerte. ―Tal vez el
sólo nombre era suficiente para que ella compensara el ir en contra de sus deseos y traer
un extraño a su casa. Tal vez su madre había descansado durante todo el día,
preparándose para Justen.

―Espero por conocerlos ―fue todo lo que dijo el galateano. Fue todo lo que dijo en
casi todo el viaje de regreso, mientras rodeaban la costa de Albion en su camino hacia el
lejano punto suroeste de Albion que servía de entrada mar adentro de la propiedad de su
padre. Cuando los acantilados se elevaron por encima de ellos, convirtiendo el agua en
una tonalidad sombría de verde azulado y bloqueando de la luz del sol, Persis vio a su
pasajero mirar con asombro.

―Toma algún tiempo acostumbrarse al Scintillans pali ―comentó, usando el nombre


ancestral del precipicio―, pero tú lo viste cuando me trajiste a casa, ¿no?

―No ―respondió Justen―. Yo estaba abajo contigo. Estabas... convulsionando.

―Qué vergüenza ―dijo Persis, su tono cuidadosamente elaborado para revelar sólo
fragmentos de su verdadera humillación―. No puedo disculparme lo suficiente.

―No te preocupes por eso ―estaba obsesionado con la roca que se elevaba por
encima de ellos―. Soy un médico. Además, tú me estás haciendo un gran favor al
aceptar este subterfugio. Estamos a mano.
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―¿Eso significa que no puedo contar más contigo para cualquier asistencia médica?
―preguntó con timidez.

Él le lanzó una mirada oscura sobre su hombro.


―Si te refieres a inventar más drogas genetemps, no en absoluto.

―Uhm ―Ella encogió los hombros con decepción mientras él sacudía la cabeza con
disgusto, desprecio, o algo cercano a la frustración.

Bueno, él no era el único frustrado. Ella tenía en su propio barco a un médico Helo
que había crecido en la casa del Ciudadano Aldred y era incapaz de preguntarle algo
importante. La misión de la Amapola Silvestre dependía de su capacidad de ocultar su
verdadera identidad, de presentarse como superficial y desinteresada. Y era vital hacerlo
en frente de este revolucionario galateano. Puede que haya solicitado asilo, pero eso no
quería decir que podía confiar en él.

Lo que le recordó que era hora de enseñarle a Justen el comportamiento apropiado de


la corte.

―Hace un rato en la corte, esos galateanos con los que estabas hablando…

―¿Los Seri? ―Él soltó un bufido.

―Sí. ―En otro momento, con otro disfraz, ella misma podría haber bufado. ¡Fue
horrible de parte dLord Seri sugerir que los Oscurecidos habrían estado mejor si
simplemente permanecían Reducidos! Para un hombre que había sido un Reducido, era
una afirmación sorprendente. Por supuesto, él era uno de esos aristos que habrían
preferido que la cura nunca hubiera sucedido. Fue bueno que los Seri hubieran perdido
cualquier pretensión que alguna vez tuvieron, de controlar la vida de otros. Y, sin
embargo, no dejaron de tener influencia entre los aristos albianos en el Concejo―.
Sabes, no deberías ser tan duro con ellos. Escuché que fueron torturados, debido a esa
droga de la Reducción.

―Lo sé ―dijo suavemente―, y me arrepiento de eso, de que mis compatriotas


hicieran eso. Pero están a salvo ahora, y pelearé hasta la muerte en contra de esas
creencias fanáticas. Personas como ellos son la razón por la cual Galatea fue conducida
hacia la revolución.

¿Y no personas como los revolucionarios? Persis quiso decir, pero no pudo. Nunca
conseguiría que Justen cambiara de opinión (y en realidad no quería hacerlo). La
mayoría de los aristos galateanos se habían portado horrible con su población después
de que se administró la cura. Aunque las personas nacieron reg, la mayoría todavía
fueron tratados como esclavos Reducidos. A muchos de ellos no se les pagaba por su
trabajo, ni fueron educados, ni se les permitió el control de la propiedad, y los aristos y
regs más afortunados que hicieron campaña en favor de la igualdad de derechos habían
sido callados por la reina y sus simpatizantes… o algo peor.

El deseo de cambio estaba más que justificado. Persis no podía negarlo. Pero la
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revolución estaba llevando las cosas por todos los caminos equivocados. Más esclavitud
no era la solución correcta, y tortura era tortura.
Además, si Justen iba a ser valioso para Isla, necesitaría aprender a caminar con
cuidado por las minas esparcidas en la aristocracia albiana.

―¿Has escuchado su historia? ―preguntó―. Yo lo he hecho. Fueron esclavizados en


sus propias tierras ancestrales, puestos en trabajos forzados para la diversión de los
guardias de la prisión ―hasta que la Amapola Silvestre los rescató.

―Oh, qué horror ―Justen gruñó sin darse la vuelta―. Tener que trabajar. Al igual
que todos sus sirvientes hicieron durante generaciones. Al igual que tus sirvientes lo
hacen ahora.

Persis se erizó.

―Mis siervos hacen su trabajo. Trabajan horas justas y se les paga un salario justo.
Ellos no son esclavos o están encarcelados ―vaciló, enmarcando las palabras con más
cuidado, más como Persis Blake debería―, y nosotros no les damos drogas para
volverlos estúpidos, tampoco.

―Pero, ¿qué hay con los siervos Reducidos a los que Lord Seri no les quería dar la
cura? ―preguntó Justen, volviéndose para mirar a Persis en el timón―. La elección de
retener la cura para ellos los habría esclavizado para siempre, a su cuerpo y a sus
propias mentes.

Persis agarró firmemente el volante cuando un escalofrío corrió por su piel. Eso es lo
que le estaba pasando a los prisioneros de Galatea. Y no era sólo la revolución la que
sometía a este tipo de destinos horribles a su gente. Incluso aquí en Albion, algunos
estaban esclavizados en sus mentes y algunos tenían ese futuro avecinándose ante ellos,
sin posibilidades de escape. No había nada que Persis pudiera hacer por los
Oscurecidos, nada en absoluto. Pero incluso si tales cosas inevitables fueron escritas en
su código genético, no dejaría que ese tipo de sufrimiento le ocurriera a nadie que no
tuviera que padecerlo. La Reducción había terminado. No dejaría que los
revolucionarios la trajeran de vuelta con sus atroces píldoras rosas.

―Pero la cura no fue retenida, al final ―dijo ella finalmente. Eso era suficientemente
seguro. Un punto que incluso Persis Blake podría proponer―. La reina que gobernaba
entonces estableció su aplicación universalmente, al igual que el rey hizo aquí. ¿Tus
revolucionarios perdonaron a su descendiente en agradecimiento? ―Persis nunca
olvidaría la noche de la muerte de la reina Gala. Su Reducción había sido el primer
golpe, pero incluso entonces Persis (y todo Albion) había sido tan ingenua como para
creer que se trataba de una locura temporal y que todo se resolvería. Pero cuando ella
murió y su cuerpo fue profanado por una multitud furiosa, Persis sólo podía pensar en
su propia princesa. Su mejor amiga, joven, gobernante, y sin el poder para evitar que
estas cosas sucedieran.
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Fue la noche en que nació la Amapola Silvestre.


―No ―Justen bajó la cabeza―. Cometimos muchos errores. Te lo dije, yo ya no creo
en la forma en que la revolución se está dando. Pero eso no hace que los objetivos que
nos trajeron a este punto sean menos válidos. A veces cosas malas suceden cuando se
intenta hacer algo bueno.

Persis conocía todo eso muy bien, al igual que su homónima. Dado que los síntomas
de la enfermedad no se manifestaban hasta que las víctimas tenían alrededor de
cuarenta, Persistence Helo era vieja cuando la Demencia por Regularidad Adquirida
había aparecido por primera vez entre la población de regs curados por Helo. Ella pasó
el resto de su vida en reclusión. Algunos decían que era por vergüenza, pero Persis a
menudo se preguntaba si ella había estado investigando, tratando de encontrar una
forma de solucionar el problema que había creado sin saberlo.

Persis le habría preguntado a Justen, pero no se suponía que ella tuviera curiosidad
acerca de cosas como esas.

―Lo que sea que creas ―finalmente hablo―, debes tener cuidado con tu tono en la
corte albiana. No todo el mundo es simpatizante de los ideales de tu revolución como la
princesa, y no quieres hacer enemigos en tu posición. ―Él estaba mirándola ahora, así
que ella se echó el cabello detrás de su hombro y se encogió de hombros descuidada y
coquetamente―. No soy política, pero sé cómo sobrevivir a la corte.

Justen asintió.

―Tienes razón. Estoy demasiado acostumbrado a estas actitudes en casa. Voy a...
esforzarme más. ―Él le dio lo que seguramente pretendía ser una sonrisa de
esperanza―. Soy consciente de que no todos los aristos son malos, ya sabes.

―¿Lo soy? ―Ella ladeó la cabeza. Él era lindo cuando sonreía. Esto suavizaba todo
su rostro, haciendo que sus ojos se arrugaran un poco en las esquinas y convirtiendo
esos pómulos suyos severos y serios en... bueno, seguramente sexy vendría bien al caso.

―Eres buena. Quiero decir, a excepción de esa cosa en la cabeza. Cualquier cosa con
esa cantidad de plumas que no pueda volar es malvada sin duda.

Ella tocó su fascinador e hizo un puchero.

―Tienes que saber que este es mi segundo mejor sombrero.

El Daydream se deslizó en su puerto y Slipstream traqueteó sobre el muelle,


catapultando su largo cuerpo hacia un lado y cayendo dentro del agua verde clara
debajo.

―Ostras ―Persis explicó a Justen―. No hay nada que le guste más a Slippy.
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El acantilado se alzaba ante ellos, vertical y aparentemente escarpado. Pasearon por el


muelle hacia el ascensor y Persis se quitó el wristlock para que su palmport pudiera
decirle a la puerta que se abriera.
Justen se rio entre dientes.

―¿Qué? ―preguntó.

―Sólo un recuerdo de la noche anterior ―respondió―. Andrine y yo la pasamos


horrible tratando de activar tu port el tiempo suficiente para introducir el código de
acceso en el ascensor. A ninguno de nosotros nos gustó la idea de llevarte por el camino
en zigzag.

Persis echó un vistazo a la antigua carretera en zigzag esculpida en el acantilado. Era


el vestigio de otra época, un dueño de hace mucho tiempo de los scintillans había
llenado el sendero en zigzag con sirvientes Reducidos, que actuaban como bestias de
carga. Pero el ascensor había sido mucho antes de la cura. Los Blake habían sido aristos
progresistas durante generaciones.

―Supongo que si te vas a quedar aquí, debemos conseguirte tu propio código de


acceso.

―¿Me voy a quedar? ―inquirió Justen cuando la puertas del ascensor se abrieron y
ellos entraron.

―Bueno ―dijo Persis―, depende de qué tan buena impresión causes en mi padre.
―El cuarto redondo era lo suficientemente grande como para diez pasajeros a la vez,
pero Justen presionó sus manos contra las ventanas como si tratara de escapar cuando el
ascensor se elevó en el aire. Ella se quedó dónde estaba, en el centro del ascensor,
observándolo. Las paredes que daban al mar se combaban hacia afuera, grandes paneles
de vidrio revelaban el vasto y resplandeciente canal. A veces, cuando el clima era lo
suficientemente claro, casi se podía divisar Galatea, pero aunque su compañero
escudriñó el horizonte con diligencia, una neblina tapaba la vista del sur.

―¿Nostálgico ya?

Justen no respondió.

Con una sacudida, el ascensor se detuvo y las sólidas puertas traseras se abrieron
encrespadas como pétalos, revelando el césped delantero de Scintillans y hasta el último
de sus habitantes, vestidos con sus mejores atuendos y de pie, en posición firme.

Sus padres estaban ubicados al frente de este ostentoso despliegue. Persis ahogó un
gemido. Ella sabía lo que venía.

―Justen Helo ―saludó su padre, extendiendo sus brazos y sonriendo ampliamente―.


Bienvenido a Scintillans. Es un honor y un privilegio tenerlo aquí como nuestro
invitado. ―Su madre, agarrándose al brazo de su marido, también sonrió. Cada siervo
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en la casa parecía a punto de romper a cantar, y si Persis conocía a su papá, habían


estado ensayando toda la mañana.

Justen se volvió hacia Persis y enarcó las cejas. Ella se encogió de hombros.
―No me mires a mí. Si hay una cosa que a papá le gusta, es exagerar.

―Oh ―dijo Justen con una sonrisa irónica―. ¿Es genético, entonces?

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Capítulo Siete
Antes de la revolución, el Palacio Real de Halahou había sido un monumento al
despilfarro egoísta de sus habitantes. Mientras los campesinos luchaban por la igualdad
de derechos frente a sus crueles amos aristos, la Reina Gala y sus compinches no
conocían la escasez, no experimentaron la injusticia, ni sufrieron ninguno de los
problemas que formaban parte de la vida diaria de todos los demás galateanos. ¿Hubo
una enfermedad? ¿Una disputa legal? ¿Un caso de un aristo maltratando terriblemente a
un reg? A la reina no le importaba. Ella ni se dio cuenta. Ella no hizo nada,
absolutamente nada para ayudar a la gente que gobernaba.

Vania Aldred se recordaba a sí misma esto cada vez que pasaba por delante del retrato
de la vieja reina. Ella sabía que su padre no había pintado sobre el mural en el patio real
público por esa misma razón. La única modificación que se había hecho eran las
palabras en nanopintura que ahora destellaban a través del rostro pintado de la monarca

TIRANA.

Vania escupió en el suelo delante del retrato mientras entraba por las puertas. La Reina
Gala, la tirana. La Reina Gala, quien había muerto antes de tiempo para cumplir la
promesa de castigo que su padre había ideado. Los otros aristos sufrirían en su lugar,
ellos y cualquier otro enemigo de la revolución.

Y eso incluía a ese estúpido y floreado espía albiano. Déjale a un idiota aristócrata
inventarse un nombre en clave tan deplorable y vergonzoso. Fue un milagro que alguien
lo tomara en serio en absoluto.

Pero lo hicieron. Y su padre lo tomaría especialmente en serio una vez que Vania le
informara que había perdido a los niños Ford por culpa de la Amapola Silvestre.

El patio interior estaba ocupado por un pequeño grupo de aspirantes a policía, en


medio de la práctica de combate cuerpo a cuerpo. Al pasar, Vania se enderezó. La
mayoría de sus compañeros de clase estaban todavía en el programa, mientras que ella
se había apresurado en el entrenamiento y ya se elevaba hasta las filas de la orden
militar de su padre.

―¡Ciudadana Vania! ―el instructor la llamó―. Llega justo a tiempo. Estoy


enseñando algunas técnicas que usted recordará de sus días de entrenamiento. ¿Le
importaría favorecernos con una demostración?

Vania le sonrió. Este instructor era un poco de adulador, siempre busando la


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preferencia por parte de su padre, pero al mismo tiempo, su nivel de combate era un
hecho objetivo.

―Por supuesto. ―Ella se quitó la chaqueta y se unió al grupo.


Los cadetes se alinearon, y Vania tomó su lugar en el patio. Su primer rival era torpe y
lento. Ella lo remitió fácilmente. La segunda cadete era hábil en defenderse de los
golpes, pero su ataque no se igualaba. Después de treinta segundos, ella también estaba
tendida en el polvo. La tercera, una mujer alta y delgada, se acercó con una mirada
determinada en su rostro. Tenía por lo menos diez centímetros por encima de Vania, y
probablemente un par de años, también. A los dieciocho años, Vania era la oficial más
joven en toda la República de Galatea, al igual que Justen era el científico más joven de
los laboratorios reales, o mejor, republicanos. Vania se echó el cabello hacia atrás
mientras la cadete, Sargent, tomó una postura frente a ella. No podía permitirse el lujo
de perder estos combates, no hoy. No después de su error en la finca Ford. Ser golpeado
por un simple cadete sólo echaría más leña al fuego de rumores de que Vania sostenía
su posición sólo gracias a su padre.

Con una patada a su abdomen, la pelea comenzó. Vania desvió el golpe con la
pantorrilla acolchada de sus pantalones de uniforme, luego se hizo a un lado cuando
Sargent la siguió con un puño. Se rodeaban la una a la otra, lanzándose puñetazos y
golpes inútilmente. La cadete estaba en excelente forma y tenía un buen instinto. Ella
parecía saber exactamente cómo Vania planeaba defenderse de cada ataque. Vania
decidió avanzar, cambiando su enfoque. Sargent, siendo más alta, tenía un alcance más
largo y podía proteger más fácilmente su cuerpo, pero Vania tenía un centro de
gravedad más bajo. Ella hizo de sí misma un objetivo tan pequeño como fue posible y
se lanzó, apuntando sus golpes a las rodillas de Sargent para tratar de dejarla fuera de
balance.

La cadete saltó hacia atrás, luego aterrizó un golpe en un lado de la cabeza de Vania.
Sin aliento, Vania aterrizó sobre su espalda, con su cabello ocultando
momentáneamente su visión. Apartó el flequillo de sus ojos para encontrar a Sargent de
pie junto a ella, triunfante.

No, ella se negó a dejar que terminara de esa manera. Vania giró rápidamente el
brazalete que llevaba y agarró a Sargent por el tobillo. La cadete dejó escapar un grito
de dolor cuando cada nervio de la cadera a los pies se apagó y ella se derrumbó.

Vania se sentó tranquilamente y se sacudió el polvo de las mangas de su chaqueta. Se


empujó a sí misma para ponerse en pie.

―¡Tramposa! ―la cadete jadeó entre gemidos de dolor―. Ese fue un pricker, ¡no
dijiste que podíamos usar armas!

Vania parpadeó inocentemente.

―Lo siento, Cadete. Pregunta: ¿Cree usted que los lealistas contra los que lucho son
lo suficientemente educados como para abstenerse de utilizar cualquier arma que tengan
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a su disposición?

El instructor dio una risita nerviosa.


―Y dejen que eso sea una lección para todos ustedes. La Ciudadana Aldred tiene un
muy buen punto.

Otro cadete vino a ayudar a Sargent a levantarse. Su pierna se retorcía, y Vania apartó
los ojos. El punzón sólo contenía un pequeño cono con neurotoxina de caracol, pero la
cadete no tendría el control de sus músculos por una buena hora. Los otros cadetes
miraban, en silencio y sin creer, a pesar del fallo del instructor, que sus tácticas habían
estado bien.

¿A quién le importaba lo que pensaban? Vania tenía razón: la resistencia realista no


jugaría limpio en las peleas, así que ¿por qué deberían los revolucionarios hacerlo? El
objetivo era ganar, no ser justos.

Vania tenía la esperanza de ver a Justen o a Remy antes de la cena, pero no sucedió.
Al parecer, ninguno de sus hermanos adoptivos habían estado en el palacio desde antes
de la semana anterior. Remy estaba en una especie de viaje de estudios y Justen estaba
sin duda enterrado hasta la cintura en investigaciones en el laboratorio. Desde que
empezó la revolución, casi no pasaban tiempo juntos. Remy, sobre todo, llevó la peor
parte de la dedicación de Justen y Vania a su trabajo. Fue bueno que ella fuera más
madura que la mayoría de los chicos de catorce años de edad y, por supuesto,
comprendió la importancia de la revolución.

Duchada y vestida para la cena, Vania tomó asiento al final de la mesa, el que una vez
había sido reservado para su madre. A su izquierda se sentaban dos de los asesores de
confianza de su padre, y a su derecha estaban las dos sillas vacías pertenecientes a los
Helo.

Vania dió una rápida sacudida de su cabeza, su flequillo negro se agitó en su frente.
Que Remy estuviese por el Este en su viaje de campo, era una cosa, pero ¿qué excusa
tenia Justen para perderse la cena una vez más? Su laboratorio estaba justo aquí en
Halahou, pero sus ausencias eran demasiadas en los últimos tiempos. Él estaba pegado a
su silla en el laboratorio, era eso o estaba realizando sesiones del Concejo genético para
las familias de los Oscurecidos en sanatorios. Miserables. Vania no sabía cómo Justen
podía soportar siquiera estar cerca de ellos. Si ella se enterara de que Oscurecería, se
tiraría por el precipicio más cercano en lugar de esperar a que el fin viniera
naturalmente. Se decía en las calles que la droga de la Reducción era mejor... pero no
por mucho.

Se oyó el sonido de una garganta siendo aclarada en el otro extremo de la mesa y


Vania alzó los ojos. Su padre había llegado por fin. El Ciudadano Aldred presidía desde
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la cabecera de la mesa, con la espalda recta, la chaqueta abotonada hasta el cuello y


llevando todas las medallas e insignias que la Vieja Reina le había concedido cuando él
era sólo el jefe de la milicia reg. Vania le había preguntado una vez por qué todavía las
usaba, ya que la Vieja Reina, y de hecho, todo el viejo sistema de gobierno era toda una
vergüenza.

―Los símbolos son importantes, Vania ―su padre le había explicado. Y en este
momento, el pueblo se aferraba a los símbolos del antiguo régimen. Confiaron en
Aldred tanto por su largo servicio a la madre patria, como por sus promesas acerca de la
nueva patria.

Símbolos, como esos estúpidos collares, nanotecnologías y amapolas silvestres que


Vania seguía encontrando en todas partes. No era sólo que la Amapola Silvestre
estuviera arrebatando a los pocos aristos de los campos de trabajo. Era que tenía que ser
tan ostentoso al hacerlo. Conmovió a los vanidosos corazones de los aristos y socavó la
pureza de la revolución.

―¿El Ciudadano Helo no nos está honrando con su presencia una vez más esta noche?
―preguntó el Ciudadano Aldred irónicamente―. Y contigo en casa desde tu asedio
también, Vania. Parece que seremos un pequeño grupo esta noche.

La frente de Vania se arrugó. Había estado demasiado ocupada con las barricadas de
Ford para ponerse en contacto con Justen, pero si lo pensaba, había pasado casi una
semana desde que habían intercambiado alguna palabra en absoluto. Tal vez de esto se
trataba ser adulto. Justen estaba ocupado con su investigación, ella estaba ocupada con
la revolución de su padre. Cuando eran más jóvenes, habían compartido todo, pero ya
no eran niños, y no eran como los viejos compañeros de escuela de Vania tampoco, que
pasaban la mayor parte de sus días vagando por Halahou, saliendo a fiestas con
genetemps y chismoseando, tan inactivos como cualquier aristo. La última vez que
había hecho el esfuerzo de socializar con ellos, habían estado más interesados en hablar
de sus diversos enredos románticos que en la revolución que cambiaría el mundo
sucediendo a su alrededor.

Vania y Justen estaban por encima de todo eso. Tenían cuestiones serias en sus
mentes.

Los acompañantes en la mesa se dieron la mano e inclinaron la cabeza cuando el padre


de Vania empezó a hablar.

―Nos reunimos aquí esta noche para dar gracias a los que vinieron antes de nosotros:
Darwin y Persistence Helo, que fueron testigos de los sufrimientos de la Reducción y
diseñaron la cura.

Vania sonrió a su plato. Incluso sin la presencia de sus hermanos adoptivos en la mesa,
los Helo no podían ser olvidados. Remy y Justen estaban comprensiblemente orgullosos
de su herencia. El padre de Vania les animaba a serlo, y él siempre afirmó que los Helo
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eran los mejores regs que habían existido, al menos hasta ahora. Vania estaba segura de
que la gente empezaría a exaltar el nombre Aldred de la misma forma pronto. Después
de todo, los Aldred fueron los que finalmente liberaron a los reg de su esclavitud aristo.
―También estamos eternamente agradecidos con el creador de Nueva Pacífica, aquel
cuyo nombre se perdió en la historia debido a la tiranía de los monarcas y a la esclavitud
del pueblo. Sin el trabajo de este genio desconocido, la humanidad nunca habría
sobrevivido a las guerras.

Hubo un coro de asentimientos y murmullos de acuerdo alrededor de la mesa. Vania


se alegró de que, desde la revolución, la verdadera historia estuviera saliendo a la luz.
Mientras crecía, se había visto obligada a aprender la versión aprobada por la
monarquía: que las islas de Nueva Pacífica habían sido modificadas y hecho habitables
gracias a la primera Reina Gala y el Rey Albie como refugio después de que las Guerras
de los Perdidos habían dejado todos los otros terrenos en la Tierra inhabitables.

Pero fue mucho más importante hacer hincapié en la verdad: que la Tierra en sí había
sido creada por el último en general, aquel que había ganado la última Guerra de los
Perdidos abriendo la tierra y matando a todos sus enemigos. Si no hubiera hecho eso,
quienquiera que fuera ese valiente, no habría habido ninguna Nueva Pacífica en primer
lugar.

Los aristos que habían gobernado la tierra durante tanto tiempo no eran nadie:
probablemente descendían de conserjes o sirvientes de la nave del General Perdido. La
única razón por la que no habían terminado Reducidos era que habían sido demasiado
pobres para conseguir las mejoras genéticas que habían causado accidentalmente la
Reducción. Y luego se habían aprovechado de los descendientes Reducidos de la gente
que había realmente ganado la guerra.

Al igual que el General Perdido. Nadie sabía qué había sido de él y de su familia.
Estaban Perdidos, sus hijos Reducidos, y los aristos nunca llevaron un registro sobre ese
tipo de cosas. Incluso podrían ser Aldreds. Probablemente lo fueron, teniendo en cuenta
que Damos Aldred fue un gran genio militar, también.

Y Vania estaba determinada a ser exactamente lo mismo.

Cuando el primer plato fue servido, el Cuidadano Aldred dirigió su mirada a ella.

―¿Cómo va el asedio a la plantación Ford, Vania?

―Muy bien, señor. Me han informado que las fortificaciones caerán en menos de una
semana.

―Excelente. ―Su padre sonrió. A su derecha, el general Gawnt rodó sus ojos
saltones, pero Vania hizo lo posible por ignorarlo, como lo hacía con todos sus
comentarios sarcásticos y susurros no muy bien ocultados de "nepotismo" y "niña
mimada". Vania era joven para ser capitán, y algunas personas tenían problema con eso.
Pero ella no sabía por qué se sorprendían. Ella tenía aptitudes para el liderazgo y la
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política, al igual que su padre. El hecho de que tuvieran los mismos talentos y entraran
en la misma línea de trabajo no los hacía como los aristos, cuyas posiciones y
privilegios hereditarios habían sido la perdición de Galatea. Hubiera sido un desperdicio
por parte de su padre no aprovechar sus talentos naturales por encima de ciertas
objeciones sobre favoritismo, como habría sido un desperdicio de él no utilizar la
genialidad científica de Justen, sólo porque su apellido era Helo. La revolución no
habría sido tan exitosa sin la contribución de Justen.

Deseó que Justen estuviera allí. Dudaba que Gawnt estuviese haciendo estos
comentarios si Justen Helo lo estuviera mirando a los ojos.

―Escuché un reporte de que estaba usted utilizando métodos no convencionales para


convencer a los Ford de rendirse ―dijo otro de los lugartenientes―. ¿Cómo funcionó
eso?

Vania hizo una mueca.

―Por desgracia, no funcionó. Hemos sobornado a la niñera para que nos entregue a
escondidas a los niños por la barricada, creyendo que los padres se rendirían por el bien
de sus hijos.

―Buena idea, Vania ―dijo su padre, y ella sonrió.

El General Gawnt se aclaró la garganta, y la sonrisa de Vania se marchitó.

―Desafortunadamente, la niñera era un imbécil y perdió a los más jóvenes por culpa
de la Amapola Silvestre.

―¡La Amapola! ―El General Gawnt resopló―. ¿Otra vez?

Vania respiró hondo.

―Sin embargo, hay buenas noticias. La niñera no pudo recuperar al heredero, así qu e
no hay un daño real hecho. Lord y Lady Ford se rendirán con el tiempo, y cuando lo
hagan los tendremos, al heredero de finca Ford, y a la totalidad de su círculo más
cercano.

―¿Por qué no me dijiste esto antes, Vania? ―le preguntó a su padre.

―Lo manejé ―Vania apretó las manos debajo de la mesa mientras todos los ojos se
volvieron hacia ella―. La sirvienta ha sido castigada apropiadamente, sólo los niños
más pequeños se escaparon, y el asedio continúa según el calendario previsto.

―¿Castigada apropiadamente? ―preguntó Gawnt―. ¿Cómo?

―Con Reducción, por supuesto.

―¿La interrogó usted primero? ―Vania se preguntó si el hombre era capaz de hablar
sin saliva volando de sus labios―. ¿Dio ella alguna información que pueda ayudar a
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localizar a esta Amapola?


―¡Era una idiota! ―Vania insistió―. Ni siquiera necesitaba la píldora de la
Reducción, ella era muy estúpida. Le entregó los niños a una anciana cualquiera que le
dio dinero falsificado. Ella no sabía nada importante.

―Bueno, nunca lo sabremos ahora, ¿o si, Capitán Aldred? ―Saliva, saliva.

Vania se erizó, y se erizó aún más cuando su padre, de entre todos, vino a su rescate.

―El punto importante aquí es que este espía albiano está intensificando sus
actividades en nuestro suelo ―dijo su padre, y el resto de la conversación cesó―. Ha
llegado el momento de responder con fuerza y acabarlo para siempre. Tenemos que
averiguar su identidad y neutralizarlo.

―Razón por la cual un interrogatorio de testigos podría haber sido prudente ―Gawnt
murmuró. Más alto, él dijo―: ¿Hay alguna duda de la clase de persona que estamos
buscando? Claramente, este es el caso de un aristo albiano que se siente frustrado por la
absoluta inutilidad de la niña princesa que actualmente está gobernando su país. ―Se
burló en dirección a Vania.

Ella imaginó todos los elementos sobre la mesa que podrían ser un arma adecuada.
¿Cómo se atrevía a compararla con la Princesa Isla de Albion? ¿Una aristo mocosa y
malcriada, con la cabeza vacía, a la que ni siquiera se le permitiría la apariencia de
gobernar si el niño rey tuviera la edad suficiente para tomar el trono? No se parecían en
nada.

―¿Guardamos los registros de los aristos que han estado visitando la isla? ―preguntó
el Ciudadano Aldred.

―Si pasan por los muelles de Halahou ―dijo el general―. Pero hay un montón de
amarres no registrados en toda la isla. Es poco probable que el espía esté pasando por la
ciudad a menos que tenga que hacerlo.

―Creo que es hora de ir a la fuente ―dijo Vania―. Los albianos nos están enviando
espías. Tal vez es hora de que enviamos nuestros propios espías a sus costas, para
averiguar quién es el responsable de los ataques. Debe haber chismes en la corte
albiana…

―Basta, Vania ―dijo su padre―. El hecho de que estés sentada en esta mesa no
significa que puedas olvidarte de su rango. El General Gawnt sabe lo que está haciendo
aquí.

―Pero Papá…

―¡He dicho suficiente! ―El Cuidadano Aldred llevó su mano sobre la mesa.
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Vania se quedó mirando a su padre, con los ojos abiertos y sin parpadear. No iba a
llorar delante de esta gente. Debajo de la mesa, ella retorció la servilleta hasta que se
rompió.
Gawnt procedió a hablar monótonamente, delineando su plan para atrapar al espía
albiano y acertar un buen número de golpes a costa de Vania. Después de un tiempo,
ella lo desconectó. Ella los desconectó a todos. En cambio, pensó en su antepasado de
hace mucho tiempo, el jefe militar que había agrietado la Tierra y que había matado a
todas las personas que odiaba de un solo golpe.

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Capítulo Ocho
El galateano que Persis había traído a casa se adelantó e hizo una reverencia hacia los
Blake. Persis se quedó detrás, preocupada, tanto por cómo planeaba comportarse el
revolucionario Justen como por lo que sus padres debían estar pensando.

―Lord y Lady Blake, muchísimas gracias por su hospitalidad…

―Para nada ―dijo su padre―. Si mi hija hubiera sido realmente hospitalaria, no


habría pasado la noche anterior en algún cuarto trasero. No sé qué estaba pensando
Persis.

Oh, eso era fácil. No había estado pensando. Había estado inconsciente. Persis estaba
medianamente sorprendida y completamente aliviada, de que Justen no contestara nada.
Ya estaba metida en suficientes problemas por haber traído un chico a casa, Helo o
cualquier otro.

―¡Papá! ―exclamó―. Justen no es de lujos…

―Por favor ―continuó su padre―, tenemos una suite reservada para nuestros
huéspedes más ilustres. Debes tomarla. El rey se ha quedado en ella.

Y la princesa había acampado afuera en el lanai con Persis cuando tenían seis.
Difícilmente era suelo santificado.

―Gracias, pero su “cuarto trasero” como lo puso, es más que cómodo. Es el lugar más
fino en el que he dormido.

Eso, se dio cuenta Persis, era mentira. Los Aldred habían vivido en el palacio real
desde que la reina había sido desposada, lo que significaba que Justen debía de haber
vivido ahí, también.

―Entonces es bienvenido a quedarse ahí ―dijo su madre, su voz sonaba suave como
una brisa marina. Se veía tan maravillosa como siempre, la joya de la corte de Albion, la
dicha de los ojos de su esposo. El suyo había sido un romance con proporciones de un
cuento de hadas: la hermosa reg que se había ganado el corazón del Señor más rico de
Albion. Pero Persis sabía la verdad. La heroína de la historia no solamente había sido
bonita, sino también astuta e ingeniosa, y su cerebro había atraído al guapo héroe tanto
como su encantador rostro.

Si sólo mirabas, podrías pensar que nada había cambiado.


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―Nuestro hogar es suyo, Ciudadano Helo.

A su lado, Justen dio una minúscula sacudida. No era la primera vez que Persis lo
notaba. Pasaba cada vez que alguien lo llamaba “Ciudadano”. Curioso. Sin importar los
argumentos que había dado acerca de la pureza de su revolución imaginaria, obviamente
odiaba esa realidad. Odiaba su nuevo título y había abandonado a la patria que se lo
había dado. Y aun así, no cabía duda de que él y sus ideas igualitarias tendrían
problemas para adaptarse al estilo de vida de Albion. Ella recordó la manera en que
había tratado a los Seris y el desdén hacia sus ropas y palmport. Para Justen, la
opulencia y el esnobismo iban de la mano.

―Mamá, papá ―dijo Persis―, Justen está abrumado con todo esto. Olvidan que es un
orgulloso reg.

―No tan orgulloso ―aclaró Justen―, como para no aceptar la hospitalidad de los
padres de mi nueva amiga. ―Volvió a hacer una reverencia, esta vez hacia la mano
extendida de su madre, y depositó un beso en su piel―. Su casa es hermosa, Lady
Heloise, la belleza y buena naturaleza de ésta son sólo eclipsadas por las personas que
viven aquí. Persis y yo lamentamos que no se enteraran antes de mi llegada. Fue
inesperada. Su hija se enfermó en su viaje a… en su velero, y fui afortunado de estar en
el lugar correcto para ofrecerle mi ayuda. Decidí que era mi deber cuidarla hasta que se
recuperara. Desde entonces, nos hemos vuelto amigos rápidamente.

Persis alzó las cejas hacia él con sorpresa y aprobación. Su padre estaba haciendo lo
mismo.

―Ahora lo compensaremos por nuestra falta pasada ―dijo su padre―. Venga por
aquí. Hemos planeado una cena espectacular. Espero que le gusten las tilaprawns.

Justen asintió y Torin despidió a los empleados con un movimiento de la mano. Todos
se pusieron en el camino que llevaba a la casa. Justen caminaba delante, con sus padres,
conversando casualmente sobre las tierras, la cena, y si necesitaría o no que le enviaran
un sastre que le hiciera más ropas para su estadía. Cualquier desprecio que le hubiera
mostrado a Persis antes, o a los Seris en la corte, parecía que se había desvanecido por
completo. Era agradable y estaba comprometido a la conversación. Quizá su pequeña
charla en el bote había hecho un poco de bien, después de todo. Era bueno saber que la
había estado escuchando.

Espera, ¿era bueno? Después de todo, no quería que él pensara que era lo
suficientemente inteligente para repartir buenos consejos en algo más complejo que
combinar sus zapatos con su ropa.

Ascendieron por los escalones anchos y poco profundos de la terraza hasta el edificio
principal, donde Persis notó que sus padres habían movido la mesa formal de la cina
hacia el lanai afuera y la habían ataviado con guirnaldas de franchipán y suficientes
orquídeas como para abrumar a un rey. Se cubrió la sonrisa con la mano, segura de que,
entre más se empeñaran en impresionar a Justen, más se sentiría fuera de lugar el chico.
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―Qué hermosa mesa ―fue lo que dijo Justen mientras esperaban el primer plato.
Puso una guirnalda a un lado para examinar las flores de los bosques―. Nunca había
visto nada como esto.
La madera dura como esa era una rareza de la isla. La mayoría de los muebles estaban
hechos de polímero, piedra o bambú. La mayoría de los pisos en Scintillans estaban
compuestos de bambú pulido u ónix triturado, y las amplias terrazas que rodeaban la
casa principal como los labios de una concha de molusco, estaban incrustadas con
piedra en vastas y onduladas olas de negro y rojo.

―Se llama cerezo ―dijo Torin. Tomó un sorbo de vino―. Es una reliquia que mi
familia ha conservado desde antes de la Reducción. No hay otra igual en todas las islas.

―Hermosa ―alabó Justen, su voz estaba cargada de la apreciación apropiada―. No


me di cuenta que los aristos pudieron llevar algo tan…. voluminoso… consigo cuando
escaparon de las antiguas tierras.

Persis rechinó los dientes, pero su padre simplemente río.

―Te estás preguntando, me imagino, ¿si mis ancestros le negaron el pasaje a los
Reducidos para así poder llevar la mesa en su cargamento? A menudo yo mismo me lo
pregunto. A veces pienso que es un alivio que muchos de los registros de los viejos
tiempos se hayan perdido. No puedo imaginar que me agradaran muchos de mis propios
ancestros. Si nos permitimos morar por ello mucho tiempo, terminaremos como esos
Pecadores de tu isla, en un estado constante de castigo para expiarse de los pecados de
la humanidad.

Los Pecadores era una minúscula orden monástica en Galatea que creía que los de
Nueva Pacífica no deberían tener permitido vivir sus vidas completas después del
terrible destino que le acontecía al resto del mundo. Persis entendía por qué la noción
nunca se había vuelto popular.

―Sin embargo ―continuó su padre―, me consuela, un poco, un viejo dicho: “Cada


rey brota de una raza de esclavos, y cada esclavo tiene reyes en sus antecesores.”

―Ese es Platón ―dijo Justen. ―Lo he leído.

―¡Ah! ―Torin aplaudió―. Entonces tú y Persis deben tener mucho de qué hablar.

―Papá ―dijo Persis a la ligera―, sólo tenía que leerlo en la escuela.

Ningún bien podía salir de que Justen pensará que conocía de filosofía antigua.

Pero Torin Blake no se iba a dejar llevar.

―Pero, Persis, ¡no podías parar de hablar de los clásicos! Me hiciste sacar la colección
Blake del almacenamiento criogénico, sólo para que pudieras verlos en papel real.

Ella puso los ojos en blanco, para beneficio de Justen.


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―Hace tres años ―respondió, como si Torin bien pudiera estar hablando de los
tiempos anteriores a la guerra.
Aun así, recordaba la ocasión con afecto. Sus padres y ella habían pasado horas
inclinados sobre los viejos volúmenes rígidos y almacenados criogénicamente, leyendo
las palabras en tinta sobre las páginas secas y desmoronadizas. Su madre nunca había
visto un libro real antes y Persis sólo conocía los pocos volúmenes que mantenían en
almacenamiento criogénico en la escuela. El favorito de Persis había sido el poema
sobre el astuto rey marinero que había viajado por islas mágicas tratando de encontrar el
camino a casa hacia su leal esposa después de ganar una larga, larga guerra. El de su
padre había sido un libro de terror acerca de un médico aristo que creaba un humano
hecho de cadáveres y rayos, que estaba comprensiblemente horrorizado con los
resultados. El de su madre había sido la triste historia acerca del peón con el hermano
Reducido al que se veía obligado a matar.

Se preguntó si su madre recordaba siquiera esa historia.

―De todos modos ―estaba diciendo Torin a su huésped―, vivo esperando que las
personas me juzguen por mí mismo y no por algún mal que hayan forjado mis ancestros.

Justen asintió solemnemente.

―También espero que me juzguen por mí mismo, señor. Pero, como puede ver, los
dos tenemos obstáculos. Usted, por su herencia de aristos que se remonta a
generaciones, y yo, por el nombre de Helo. Si fuera un simple reg que se hubiera
presentado en su puerta, dudo que hubiera preparado tal festín.

Por un momento, Lord Blake simplemente miró fijamente a Justen, después echó su
cabeza hacia atrás y soltó una carcajada, un sonido tan alto, que su esposa se sobresaltó.

―Creo que me agradas, jovencito. No hay muchos que puedan sentarse en mi mesa y
aludan a mi propia hipocresía.

―Pasa un poco más de tiempo con Justen, Papá ―intervino Persis―. Verás que
fastidiar aristos es su actividad favorita.

Justen parecía escandalizado.

―No creo que sea un hipócrita, Lord Blake ―dijo, rápidamente―. Usted y su familia
no me han mostrado nada más que amabilidad desde que llegué a Albion. Incluso antes.
Y es obvio que, aristo o no, no tiene prejuicios en contra de los regs.

―Oh, no ―dijo Lady Blake suavemente y con una sonrisa torcida―. Siempre nos han
gustado los regs.

―No estaba hablando solamente de usted, Lady Heloise. De todos los regs en
Scintillans. Conocí a Tero y a Andrine Finch hoy en la corte, y me contaron como sus
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becas ayudaron a que Tero consiguiera su título en Gengeniería. Si las fincas en Galatea
invirtieran en su gente, como usted claramente lo hace, dudo que hubiera una revolución
siquiera.
Cómo deseaba Persis dar una respuesta a esa declaración. Pero su madre volvía a
hablar, y esas ocasiones se habían vuelto tan raras que ni Persis ni su padre se atrevieron
a interrumpir.

―Creo ―replicó Lady Blake―, que las palabras de Platón son adecuadas. Los aristos
de estas islas esclavizaron a los Reducidos por generaciones. Debieron haber sido sus
cuidadores, en lugar de eso, se volvieron sus tiranos. Y aun así, descienden de las
personas más pobres y marginadas de todos en las viejas tierras, por lo que nunca
recibieron las mejoras genéticas que causaron la Reducción en primer lugar. Y eran los
ancestros de los Reducidos los que comenzaron la guerra, que destruyeron las tierras.
Nadie es inocente en la corriente de la historia. Todos tienen reyes y esclavos en su
pasado. Todos tienen santos y pecadores. No deben culparnos de las acciones de
nuestros antepasados. Sólo podemos tratar de ser lo mejor que podamos, sin importar
nuestra herencia, para luchar por un mejor futuro para todos.

Incluso, pensó Persis, si nos vemos obligados a pagar las deudas de nuestros
antepasados.

Su padre puso su mano gentilmente sobre la de su mamá y se la apretó. Ella sonrió,


pero no dijo nada el resto de la cena, como si se hubiera agotado por el esfuerzo. Persis,
como lo había hecho por meses, llenó el silencio con su propia plática, historias de las
idas y venidas de la corte o de las travesuras de Slipstream, o noticias de los gemelos
que acababan de nacer en una villa pescadora de Scintillans. Temas fáciles y ligeros,
apropiados tanto para la constitución de su madre como para la impresión de sí misma
que quería que Justen tuviera.

Mientras el sol se ponía sobre el borde del acantilado oeste y una luz celeste descendía
sobre el césped y la terraza, Torin le pidió a Persis que fuera a encender las luces. Pidió
permiso para levantarse y se dirigió hacia dentro para encontrar los controles, y ahí, su
padre la interceptó.

―Realmente, ¿en dónde encontraste a tu nuevo amigo, jovencita? ―ella se volvió


para encontrarlo de pie sobre el umbral de la terraza, con los brazos cruzados sobre el
pecho. Su rostro estaba escondido en las sombras, y no sabría decir por su voz,
exactamente cuán enojado estaba―. Y, exactamente, ¿cómo te “enfermaste” en el yate?

Mentalmente actualizó su valoración del estado de ánimo de su padre de


moderadamente enfadado a altamente decepcionado.

―Mareo.

―No lo creo. Has estado navegando desde antes de poder caminar, y dudo que un
médico galateano simplemente te superara en alta mar.
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―Papá…
―¿Qué dije acerca de ir a Galatea? ¿Tienes alguna idea de lo que le pasa a los aristos
ahí?

―Sí, lo sé ―dijo Persis. Lo sabía mejor que casi cualquier otra persona en Albion―.
Pero, Papá, el gobierno revolucionario le ha dado inmunidad a todos los albianos, y la
princesa nunca dejaría que nada me pasara…

―Algo ya te pasó, de acuerdo a la versión de los eventos de Justen Helo. Y me


perdonarás si no estoy dispuesto a confiar en las anunciadas promesas de un hombre
como Damos Aldred, un líder rebelde que está torturando y matando a su propia gente,
cuando se trata de la relativa seguridad de mi hija.

―La princesa Isla…

Pero su padre la interrumpió.

―Creo que ya hemos hecho suficiente por la Princesa Isla por aquí, Persis. Sé cuánto
la quieres, pero ya has dejado la escuela para volverte parte de su séquito oficial, o
como sea que ustedes dos le digan. No dejaré que arriesgues tu vida o tu cerebro para
que, encima de eso, le consigas un par de yardas de seda.

Ya era suficiente milagro que su padre le hubiera permitido dejar la escuela. Pero su
mente estaba demasiado ocupada en cuidar a su madre, y, aunque ella no la había hecho
parte de sus argumentos, le había hecho creer a él que su propia mente también estaba
demasiado ocupada en ello.

La excusa que, en su momento, Persis había dado era que Isla la necesitaba, que era su
deber patriótico ayudar a su mejor amiga mientras se recuperaba de la muerte de su
padre y se ajustaba a la vida como la gobernante inesperada y bastante joven de Albion.
La corte era hermosa, pero, si la revolución en el sur había probado algo, era que podía
ser tan mortal como una manada de mini orcas, para una monarca joven e inexperta. Isla
necesitaba asegurarse de que hubiera al menos un cortesano en el que pudiera confiar
completamente.

―Pero has salido tan bien en la escuela ―había dicho él, entonces―. No quiero que
te pierdas en ese tipo de actividades ociosas que caracterizan a la mayoría de las
mujeres en la corte. ―Nunca le habían gustado mucho las cortes. Antes, cuando todas
las chicas aristos jóvenes se tiraban a sus pies, en lugar de ellas, él había elegido a una
reg que podía igualmente destripar a un pez y leer un soneto. Juntos, él y Heloise habían
hecho historia. Persis no tenía intención de dejar morir ese legado en su generación―.
¿Chismes e intrigas de la corte? Cariño, eres la chica más inteligente en la isla, no
simplemente una espía de Isla.

Si sólo supiera que las actividades de Persis en la corte eran la parte más pequeña de
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su espionaje. Sin embargo, Persis debatiría cada argumento a su tiempo.


―Papá, hay una larga tradición de estas cosas. Mira la antigua historia, cuando el
estudiante Horacio dejó la escuela con el Príncipe Hamlet, después de que su padre
muriera, y Hamlet necesitara ayuda…

―¿Y cómo terminó esa historia? Tal vez deberías quedarte en la escuela.

Bueno, Horacio había sobrevivido, incluso si el Príncipe Hamlet no. Y de todos


modos, Persis no se iba a dejar llevar. Tenía cosas más importantes con las que lidiar
que la escuela, escuela en donde le enseñaban que la Reducción se había terminado, que
la guerra era una cosa del pasado. La escuela, en donde discutían estas cosas, incluso
cuando los galateanos estaban siendo Reducidos a granel en una guerra en la que su
gobierno se negaba a intervenir. No podía sentarse en la clase mientras eso estaba
pasando. No podía.

Y tampoco iba a dejar que un pequeño ataque de enfermedad genetemps la detuviera


ahora.

―Ya sabes que puedo poner una cerradura geográfica en tu bote. No podrás navegar
más allá de Isla del Recuerdo sin mi permiso.

―¡Papá! ¡No lo harías!

―Lo haría, y lo que es peor, lo voy a hacer. Nunca he tenido que prohibirte esto antes,
Persis. Siempre has sido tan responsable. Pero no puedo dejarte estar en Galatea.
Escucha a Justen Helo si no me crees. Tiene todas las razones del mundo para estar
contento con la revolución, y aun así, piensa que por ahora no es seguro estar ahí. Si te
metes con el lado malo de alguien, no les importará si tu madre es una reg. No tendrán
ningún respeto por el hecho de que eres una amiga cercana y personal de la princesa. De
hecho, eso quizá incluso te meta en más problemas.

Ella comenzó a protestar pero la interrumpió.

―No me importa cuál es la política oficial del Ciudadano Aldred. Una pandilla te
puede atrapar, y ningún policía en el mundo te ayudaría. No te quiero en Galatea. Punto.

Bueno, eso era imposible. Punto. La Amapola Silvestre sólo tendría que encontrar un
transporte alternativo. La misión de la espía se veía doblemente complicada por los
eventos del día. No sólo tendría que encontrar un lugar donde poner su nueva carga
galateana, sino que ahora tendría que encontrar otra manera de cruzar el mar.

―¿Persis? ¿Te quedó claro?

Ella asintió.

―Sí, papá.
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Él sonrió.
―Bien. Ahora que eso está resuelto, hablemos sobre las reglas acerca de traer a un
joven extraño a la casa mientras no estamos. Tienes dieciséis. No sé qué clases de
tonterías están pasando en la corte, pero esta es mi casa.

Persis puso los ojos en blanco.

―Pregúntale a los sirvientes. Justen es un perfecto caballero.

Torin esbozó una sonrisa.

―Sabía que lo sería. Con eso que es un Helo.

Sus padres, ambos, estaban encantados, se dio cuenta Persis con una risa y una
sacudida de su cabeza. Incluso si Justen no habría sido un perfecto caballero, no podía
imaginarse a su padre estando muy enfadado. Y eso era algo bueno, puesto que los dos
estaban a punto de embarcarse en su romance tramado. Quizá sirviera como una
distracción para sus padres, la idea de que se había enamorado de un Helo.

Necesitaban una distracción desesperadamente estos días.

Mientras volvían a entrar a la terraza, un momento de miedo se apoderó de Persis.


Habían dejado a Justen solo con su madre. Pero tan pronto como los vio en la mesa, se
relajó. Justen estaba hablando animadamente y Heloise se estaba riendo, un sonido
ligero y musical que no se oía lo suficientemente seguido en Scintillan por esos días.
Por un momento, Persis se consintió a sí misma con una imagen de cómo podría haber
sido esa noche si todo fuese diferente. Quizá Justen Helo era el chico de sus fantasías:
un joven y talentoso médico que había conocido en Galatea, un lugar donde no habría
una guerra. Quizá sería simplemente una colegiala estudiando política, y ella y Justen
podían ser amigos de verdad. Quizá todos estarían teniendo una linda cena familiar, su
madre estaría bien y su padre estaría feliz, y todo estaría bien en Nueva Pacifica.

Bien. Y quizá no fueran el único lugar habitado que quedaba en la Tierra. Las
fantasías no eran más que eso, y ella estaba perdiendo su tiempo imaginándose otra
cosa. Así que, en lugar de eso, plantó la sonrisa más encantadora que pudo en su rostro,
se sirvió otro vaso de kiwino, y se les unió en la mesa para otra ronda de ser bonita,
risueña e inútil. Justen se mantuvo hasta el final de la conversación y ambos padres
quedaron absolutamente encantados.

―Sí que apoyo la genoingeniería ―dijo Justen en un punto―, pero, a diferencia de tu


amigo, Tero, que construye juegos y mascotas, yo prefiero enfocarme más en sus
aspectos más terapéuticos…

―Sí, pero como dice Tero, nunca sabes con qué te puedes tropezar mientras trabajas
en otra cosa ―señaló Torin―. ¿Quién sabe si algún progreso puede estar al acecho
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dentro del código de alguna tonta aplicación para palmport?

Justen parecía estar teniendo dificultades para tragarse un pedazo de pescado.


―Cierto ―dijo al final, tosiendo un poco―. Algunas veces nuestros descubrimientos
son accidentes afortunados. O incluso accidentes desafortunados.

―Como con el experimento genético que causó la Reducción en primer lugar, hace
muchos siglos. ―Heloise sacudió su cabeza tristemente.

El padre de Persis se apresuró a cambiar de tema.

―Tero es un jovencito tan prometedor. Él y Persis han tratado de estar un paso delante
del otro desde que eran niños, ¿sabes?

Justen frunció el ceño.

―En coleccionar admiradores, voy muy por delante ―dijo Persis, batiendo sus
pestañas―. Tero es bastante guapo con esos hombros anchos suyos. Como una especie
de antiguo guerrero. Pero sí que platica sobre los temas más aburridos que te puedas
imaginar. Todas esas tonterías sobre reacciones químicas y ADN. Es mortalmente
aburrido.

Sus padres lucían escandalizados y Persis quería hundirse debajo de la mesa cuando se
imaginó lo que debían de estar pensando sobre ella. Mientras se servía el postre y corría
el vino de kiwi, encontró cada vez más difícil contener sus respuestas escamosas y sus
interjecciones. Usualmente, las cenas en Scintillans eran un momento en el que todavía
podía ser ella misma, todavía podía hablar de política e historia, y sí, incluso de
genoingeniería como la chica que una vez había vencido a Tero e Isla y a todos los
demás con las mejores notas en la escuela. Pero ahora, le habían quitado incluso eso.
Esquivó las extrañas miradas que le lanzaba su padre. Esperaba que estuviera
interpretando su comportamiento como un intento de dirigir la conversación hacía una
zona ligera y casual que sería más fácil para su madre. Pero apenas podía soportar las
confusas miradas que esta última enviaba en su dirección. Después de todo, ¿cuántas
cenas más pasarían juntas? ¿Realmente se podía permitir desperdiciar las que faltaban,
enmascarándose como una mundana de cabeza hueca?

Después de que la cena terminó, Justen dijo:

―¿Hacia dónde es mi cuarto? Todo me da vueltas en este momento.

―Yo te enseño ―dijo Persis y lo dirigió por el corredor, hacia el cuarto de huéspedes.
Pero apenas dieron vuelta en la esquina, Justen puso una mano en su brazo. Persis se
detuvo en seco.

―Tu madre ―dijo abruptamente, su rostro era impasible y sombrío―. ¿Hace cuánto
que esto está pasando? ¿Seis meses? ¿Más?
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―¿De qué estás hablando? ―preguntó Persis, aunque el pavor corría por sus venas
ante sus palabras.
―Persis, sólo detente. Se las arregla bien con los síntomas, pero sólo va a ir en declive
de ahora en adelante.

―De verdad, Ciudadano, no tengo ni la más remota…

Él siseó con frustración.

―Quizá seas capaz de ocultarlo de tus otros tontos amigos aristos, pero yo soy un
médico. Reconozco la DRA cuando la veo.

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Capítulo Nueve
Nadie nunca se lo había dicho en voz alta a Persis antes. Nunca su padre, ni su madre,
ni la familia médica que sacudió su cabeza y frunció el ceño durante sus visitas
semanales a Scintillans. La palabra estaba prohibida. Hablar de Oscurecimiento estaba
censurado en los terrenos. No importaba que ella la viera repetida en los ojos de cada
sirviente de la finca. No importaba que ella temiera cada vez que visitaba la corte que
ese día fuera en el que los susurros comenzaran. Que ese día fuera en el que la historia
escapase y se convirtiera en alimento para las chismes. El día en el que empezase a
hablar. El día que se hiciera realidad.

¿Escuchaste lo de Lady Heloise Blake? Oscurecida. Supongo que es lo que le


corresponde al Lord Blake por casarse con una reg. ¿Puedes creerlo? Toda esa belleza,
toda esa inteligencia, escurrida como agua en un agujero. Me pregunto si su hija lo tiene
también.

Por cientos de años, los sobrevivientes de las guerras que habían abierto la Tierra en
dos y destruido cada lugar y persona, excepto por aquellos en Nueva Pacifica, habían
vivido como dos poblaciones: aristos y Reducidos. Los pocos nacidos naturalmente
regulares eran vistos como aberraciones. Entonces la Cura Helo llegó, prometiendo que
cada niño que naciera sería normal. La cura fue adoptada por ambas naciones, y la
Reducción terminó en una sola generación. Pero como con la Reducción misma, los
efectos secundarios fueron descubiertos demasiado tarde. Demencia por Regularidad
Adquirida era el oscuro punto débil de la cura, la sombra que yacía sobre la salvación de
la raza humana.

Era ineludible. Los genoingenieros podían hacer bestias fantásticas y los


nanotecnologistas podían modificar cualquier sustancia bajo las estrellas, pero ninguno
podía resolver este misterio. Justo como la Reducción, el Oscurecimiento desafiaba a la
ciencia; y de nuevo, estaban aquellos que se preguntaban si las víctimas merecían su
destino, si deberían haber estado satisfechos quedándose Reducidos.

Sin la Cura Helo, Heloise Blake nunca habría crecido para convertirse en la brillante y
perspicaz que fue una vez, nunca habría conocido a Torin, nunca habría tenido a Persis
ni vivido tantos años felices en Scintillans. Algunos días, cuando Persis aterrada por lo
que fuera a venir, recordaba algo que su madre le había dicho hacía mucho tiempo.
Algo que no había entendido en ese momento.

“Mejor una vida corta bien vivida.”

Al principio, los síntomas pueden ser confundidos con mera pérdida de la memoria,
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una mirada levemente al vacío en sus ojos. Pero eso era sólo los primeros meses. Le
seguía senilidad en toda regla, junto con pérdida del control muscular, a medida que
más y más áreas del cerebro se veían comprometidas. El año siguiente a ese venía la
pérdida del habla, pérdida de la vista, y pérdida de la audición. La mayoría de las
víctimas acababan como vegetales inmóviles, atrapados en la prisión de sus mentes y
cuerpos durante los meses finales antes de que sus cerebros se averiaran por completo y
murieran finalmente.

Los Oscurecidos normalmente eran enviados a los sanatorios, eso si no acababan con
su propia vida primero. Habían escapado la Reducción; el peor destino en el mundo era
ser arrastrado devuelta a sus profundidades antes de morir.

Por lo cual, la palabra estaba prohibida en Scintillans. Su madre estaba... enferma. Eso
era todo. No era Oscurecimiento. No podía ser. Como los padres de Heloise habían
muerto jóvenes en un accidente, no había prueba de que cualquiera de los dos la tuviera.
No había prueba de que esto, ciertamente, fuera lo que enfermaba a Lady Blake.

Y ya que no era Oscurecimiento, no había razón para hacerle pruebas a Persis.


Ninguna razón en absoluto para enterarse si ella perdería o no su mente y moriría en
menos de veinticinco años. Ninguna razón en absoluto para pensar lo que podía yacer
en su futuro cada vez que miraba profundamente en los ojos de un prisionero Reducido
y se preguntaba qué, si algo, mantenían de sus yo anteriores mientras estaban atrapados
en su infierno estúpido.

―¿Persis? ―Justen pasó su mano frente a sus ojos. Su voz estaba llena de una
preocupación que Persis consideró ofensiva en el momento―. Lo sabes, ¿verdad?

―¡Shh! ―Abrió la puerta del cuarto de invitados de Justen y lo arrastró adentro―.


¿Qué parte de "cuida tu tono" te hace pensar que es aceptable empezar a lanzar
acusaciones en mi casa?

―¿Acusaciones? ―preguntó Justen incrédulo―. Es DRA. Ella no hizo nada malo. No


es su culpa.

―No ―dijo Persis sin pensar―. Es de Persistence Helo.

Justen no miró hacia otro lado, no se estremeció como ella esperaba. Él encontró sus
ojos, su cara estaba seria.

―Sí, lo es. Es horrible. Persis, lo siento tanto.

Ahora ella se volteó, para no ver la lástima en su rostro. Lo habían ocultado tan bien
durante tantos meses, pero a él le había tomado segundos en presencia de su madre para
ver la verdad. Si este era el caso, pronto no serían capaces de ocultárselo a nadie.
Heloise Blake, una vez el encanto de la corte albiana, se desvanecería, y en su lugar
habría una historia sobra alguna reg que pensó que era lo suficientemente buena como
para casarse con un aristo e infectar su línea familiar. Su madre moriría en deshonor, la
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víctima de una enfermedad que a muchos aristos le gustaba pretender que no existía
porque nunca los alcanzaría a ellos.
¿Y entonces qué? ¿Cómo podría continuar Persis, pretendiendo ser la perfecta hija
aristo, la perfecta heredera del lugar de su madre en la corte, una vez que se supiera la
verdad? ¿Sería siquiera capaz de mantener su posición? ¿Qué pensaría Isla cuando
supiera el tipo de secreto que ocultaba Persis?

―¿Cuánto tiempo? ―él preguntó de nuevo.

―Un año. ―¿Cuál era el punto de seguir mintiendo?

Asintió una sola vez.

―Si es así, lo está llevando bien. Sus síntomas son extremadamente sutiles. Yo fui
entrenado en un sanatorio de demencia. Sé exactamente qué buscar en pacientes. Dudo
que una persona promedio lo notase siquiera.

―Ciertamente es un alivio ―replicó secamente.

Su boca se abrió en una triste pequeña sonrisa.

―¡¿Qué?! ―saltó Persis―. ¿Qué es tan gracioso sobre nuestra situación?

Justen se puso serio instantáneamente.

―Lo siento. Lo siento tanto. Eso fue increíblemente inapropiado de mi parte. Es


sólo... De todas las veces que he aconsejado familias sobre un ser querido con DRA,
nunca ha sido a un aristo. Suenas tan altiva. "Ciertamente".

―No me estás aconsejando. ―¿Él quería verla altiva? Podía reducirlo a una ceniza.
¿Cómo se atrevía a ir a su casa y usar palabras prohibidas y hacer preguntas prohibidas
y preocuparse por cosas prohibidas? Helo o no, ella no lo permitiría.

―¿Alguien lo ha hecho? ―presionó―. ¿Alguien la está tratando? ¿Qué hay de ti,


Persis? ¿Te has examinado?

¿Para qué? ¿Qué bien podría posiblemente hacer saber que le quedaban veinticinco
años de vida? ¿Que podía arriesgar su vida salvando aristos Reducidos y terminar ella
misma como uno de ellos? ¿Que cada día que ella pasaba pretendiendo ser estúpida era
sólo el preludio de la horriblemente verdadera incapacidad mental que ella podría, como
su madre, estar destinada a enfrentar?

―No es de tu incumbencia.

―En realidad ―dijo Justen, enderezándose―, lo es. Tiene que ver con mi negocio. O
más bien, el trabajo de mi vida. Esto es lo que quiero hacer, Persis. Es por eso que me
convertí en médico, es por eso que entrené en un sanatorio. Mi abuela... ella hizo algo
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maravilloso, algo que salvó a tanta gente... pero cada vez que alguien la honra por eso,
cada vez que alguien me honra, recuerdo la DRA. Pienso en las personas que están
muriendo por la cura. Quiero detenerlo. Para siempre.
Fue hasta la mesa de luz y sacó varios oblets. Eran viejos y sus superficies estaban
rayadas y desgastadas por los años, como piedras raspadas. Él los extendió.

―Estos eran de Persistence Helo. Contienen todo su trabajo. Al final de su vida,


dedicó cada recurso que podía en intentar encontrar una cura para la maldición que
liberó contra la humanidad a pesar de su voluntad.

Persis tocó los oblets con una mano tentativa. Entonces la vieja médica Helo había
estado trabajando en una solución, justo como Persis había sospechado. Justo como ella
había esperado. Y aquí estaba. ¡En Scintillans!

―¿Cómo conseguiste estos? Pensé que Persistence Helo había dejado toda su
investigación en el Laboratorio Real galateano.

―La cual está, gracias a la revolución, bajo candado y llave por el Ciudadano Aldred.
Él me dio acceso a ellos, cuando estábamos en mejores términos. Nunca los devolví.

―¿Los robaste? ―Persis levantó la vista de los preciosos oblets hacia la cara de
Justen, temiendo siquiera considerar lo que esto podría significar. Ayer, Justen Helo
había salvado su vida. Hoy, estaba prometiéndole salvar la de su madre.

―Tuve que hacerlo. Mi tí... El Ciudadano Aldred no está interesado en la DRA. Estoy
empezando a preguntarme si siquiera está interesado en ayudar a los regs en general.
Ahora mismo, toda la revolución está concentrada en una cosa y sólo en una cosa:
castigar a los aristos.

Y a cualquiera que se metiera en el camino de Aldred, Persis quería resaltar.

―No puedo hacer el trabajo que tengo que hacer ahí. Es por eso que vine aquí.

―Con oblets robados.

―Nadie notará que no están, confía en mí ―dijo Justen―. Nadie piensa siquiera que
son de utilidad, excepto yo. Soy la única persona del personal del laboratorio que se
preocupa por estas cosas. Y si hubiera podido llevar a cabo la investigación en casa, me
habría quedado en Galatea.

Entonces él no les había dicho la verdad entera. No estaba buscando asilo por algunas
vagas objeciones filosóficas a la forma de la revolución.

―Galatea ―dijo Persis, sin prestar atención a su tono. Este no era el momento para
hacerse la tonta. Necesitaba respuestas de él. Todas las respuestas―. ¿Cuando le dijiste
a mi princesa que ya no creías en lo que estaban haciendo? Dime, Ciudadano Helo, ¿es
la tortura con lo que no estás de acuerdo, o el hecho de que no le están dando suficiente
atención a tu investigación?
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Sus ojos encontraron los de ella, interesados y tan intensos que Persis sintió el instinto
de acomodarse el cabello o pestañear rápidamente o hacer cualquier cosa para desviar la
impresión que estaba teniendo de que Justen Helo la estaba viendo, realmente viéndola,
por primera vez.

Y peor, ella casi quería que lo hiciera.

Pero no dijo nada por un largo momento.

―Ambas ―susurró finalmente. Desvió sus ojos de los de ella, y miró la cama. Su
agarre en los oblets era tan fuerte que sus nudillos se estaban poniendo pálidos―. Es...
todo junto.

Persis frunció el ceño, una expresión que raramente se daba el gusto de poner fuera de
las misiones. Si lo que él decía era verdad, podría estar teniendo en sus manos la llave
para ayudar a su mamá. Para ayudarla a ella. Si lo que él decía era verdad, entonces
Justen Helo no era un refugiado ordinario. Ni siquiera era un simple refugiado
celebridad. Era un espía, con el potencial de salvar incluso más personas que la
Amapola Silvestre.

Incluso si él no lo sabía aún.

Cuando Justen había partido por primera vez hacia Albion, con los oblets de su abuela
ocultos en sus bolsillos, sabía que tendría que compartir los secretos que se encontraban
en ellos. Con la Princesa Isla tal vez, o más que probablemente, con uno de sus
consejeros científicos. Si esperaba que lo pusieran a trabajar en laboratorios de
investigación de Albion, definitivamente estaría forzado a decirles a los científicos de
ahí en qué estaba trabajando.

Pero no había esperado que la primera persona en la que confiaría fuera una aristo
cabeza hueca con la que se suponía que tenía una relación. De nuevo entonces, él ya no
estaba completamente seguro de que Persis Blake fuera cabeza hueca. Superficial,
seguro, e ignorante de un modo deplorable sobre cada tema serio que afectara a ambas
naciones, pero no era idiota. Sabía cómo andar en la corte. Sabía donde yacían sus
lealtades. Y a pesar del tipo de acercamiento de no querer aceptar la verdad que su
familia parecía estar teniendo sobre la enfermedad de Lady Heloise, no era estúpida
sobre la DRA, tampoco.

Había una inconfundible hambre en la forma que Persis le había preguntado por
información. Tenía sentido, especialmente si su familia sólo estaba tratando de ignorar
el problema, como si eso lo fuera a hacer desaparecer. Persis podía ser frívola, pero no
era una tonta. Su madre estaba enferma, y Persis quería hacer cualquier cosa posible
para ayudarla.
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Lo que significaba que ella podría ayudarlo también.


Y tenía mucho menos miedo de Persis del que sentiría hacia verdaderos científicos.
Verdaderos científicos que empezarían a leer más de la investigación de lo que ella
haría, que empezarían poniendo dos y dos juntos e imaginarían la verdadera razón por la
que fue forzado a huir de Galatea. Justen aún no tenía resuelto qué pasaría si los
albianos descubrieran esa parte.

Incluso él mismo tenía miedo de enfrentarla.

―¿Realmente crees que la información de aquí dentro ayudará? ―preguntó ahora,


aún examinando los oblets.

Él asintió.

―Así es. Creo que mi abuela estaba a punto de dar un gran paso cuando murió. Y
hemos reunido mucha más información en las últimas dos generaciones sobre la DRA.

Pero Persis se veía escéptica.

―Si estaba tan cerca, ¿entonces por qué nadie en Galatea fue capaz de resolver el
problema antes? ―Sacudió su cabeza, una arruga apareciendo en su frente―. Quiero
decir, estoy segura de que eres muy inteligente, Justen, pero hay otros científicos en tu
país que han estado tratando la DRA por décadas.

―Hasta la revolución ―dijo Justen―, nadie tenía acceso a estos oblets. Eran
mantenidos bajo candado y llave por la casa real de Galatea.

Persis lo miró, su expresión era ilegible.

Tonta aristo.

―La DRA es una enfermedad de regs ―explicó, frustrado―. Nadie con poder en
Galatea se preocupaba por lo que les pasara a ellos ―la miró con cuidado―. ¿Puedes
decir, honestamente, que es diferente en Albion?

―Tenemos sanatorios muy lindos... ―empezó Persis con poco entusiasmo.

―Déjame adivinar. ¿Hermosos jardines, tierras impecables, barras en cada ventana?


―se burló―. No me digas cómo son. Entrené en uno. Y sabes muy bien que es igual
aquí. Hay una razón por la que tu familia quiere que la condición de tu madre se
mantenga en secreto.

Persis no dijo nada, sólo lo miró con una desafiante barbilla levantada.

―Tu Princesa Isla habla de evitar una revolución ―dijo―. Tal vez debería empezar
admitiendo que las cosas en su país no son tan diferentes de aquellas en Galatea, como
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quiere hacerle creer a todos.

Ella frunció los labios.


―No sé muchos sobre eso ―fue todo lo que dijo―. Y tampoco me interesa, en
realidad.

―¿Entonces qué te interesa? ―prácticamente gritó.

Persis se quedó en silencio de nuevo.

―Me interesa el futuro de mi madre. Conozco a alguien que trabaja en el sanatorio de


la costa oeste. Noemi Dorric. Es una médica brillante ―añadió, aunque Justen no estaba
seguro de si tenía que confiar en la palabra de Persis sobre ese tema. Aun así...―. Si
hablas en serio sobre esto, puedo arreglar que te instalen en un laboratorio allí mañana
mismo.

Miró a Persis.

―¿Puedes hacer eso?

Ella puso los ojos en blanco.

―Justen, soy una de esos aristos cuyo poder aplastante siempre estás ridiculizando.
Podemos usarlo para bien, también.

―Es cierto. ―Accedió con una sonrisa de disgusto.

Ella levantó sus hombros.

―Además, incluso si ese no fuera el caso, eres un Helo y estás bajo la protección de la
Princesa Isla. Tu único desafío será encontrar tiempo para rechazar todas las
invitaciones que estás a punto de recibir por tus servicios médicos.

―Es cierto, de nuevo. ¿Puedo confiar en ti para que seas mi secretaria social,
entonces?

Con eso, la aristo lo miró de nuevo con una de sus sonrisas deslumbrantes.

―No podrías haber escogido mejor.


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Capítulo Diez
Por un largo tiempo, la soldado llamada Trina Delmar flotó ingrávida, sin sentido,
como solía hacerlo en el fondo de las piscinas naturales en la ensenada donde jugaba
con su hermano cuando era más joven. En ese entonces, ella solía soñar que era un pez,
y deseaba tener el dinero para conseguir un poni marino modificado
genoingeniéricamente, como el que la niña aristo tenía sobre la bahía. Pero luego la
revolución había llegado y la niña aristo y sus padres habían desaparecido, y un día,
Trina había visto al poni varado en la costa, sus maravillosas aletas color coral rotas y
desgarradas, sus ojos grandes y con facetas de oro sin vida y con un enjambre de
moscas negras.

La revolución. Se suponía que los salvaría a todos. Luego su hermano le había contado
de traiciones imposibles y ella había tratado de ayudarlo, sólo para ser confrontada por
hombres viejos sangrantes y guardias a los que no parecía importarles tanto la igualdad,
como hacer a la gente pagar, y un acantilado donde la última persona que ella hubiera
esperado expresó los mismos miedos que ella y su hermano tenían, miedos que ni
siquiera quería admitir que fueran posibles.

Los sentidos comenzaron a entrometerse en su soledad. El sonido apagado de gente


hablando lejos, muy lejos. Una luz, blanca y cremosa, suave y borrosa. El olor de
orquídeas en el aire. Un suave y melódico tintineo que sonaba casi como agua en una
fuente, pero era demasiado musical para eso. Y, mayoritariamente, las cuerdas atando
sus tobillos y brazos.

Los ojos de Trina se abrieron rápidamente para ver una brillante cúpula por encima de
su cabeza, enmarcada en los bordes por hojas de palma encordadas con orquídeas. Se
sentó y una ola de mareo la tomó desprevenida, pero tensó sus músculos y parpadeó
hasta que su visión se despejó.

―Hola, Ciudadana Delmar ―dijo la mujer, o mejor dicho, niña sentada en el estrado
detrás de ella. Era toda blanco: desde la punta de su cabello apilado en un recogido alto
a las cejas blancas y esculpidas contra su piel cobriza, hasta su larga capa y su reluciente
vestido. A sus pies se arrodillaban dos siervas, ambas envueltas en prendas con
capuchas de color gris plateado. La princesa regente de Albion, Isla. Una reina, una
aristo, y una enemiga de la revolución―. Bienvenida a mi reino.

En un momento, la memoria de Trina se inundó de nuevo. La Amapola Silvestre. Ella


había sido capturada por la Amapola Silvestre. Buscó desesperadamente una ruta de
escape por toda la habitación, por un arma de algún tipo. Las alfombras y cojines color
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blanco no la ayudarían. Las enormes macetas serían demasiado pesadas para levantar,
aún si pudiera liberarse. Probó las ataduras y se ajustaron aún más.
―Trina ―la princesa amonestó, en un tono que indicaba que probablemente ya había
dicho la palabra varias veces. Bien. Su nombre. Entonces no sabían. Eso podría ser
conveniente―, no malgastes tu tiempo, querida. No puedes escapar de cuerdas de
nanohilo.

―¿Qué quieres? ―preguntó Trina. Su voz tembló al decir las palabras, lo cual no era
el comportamiento ideal de un soldado revolucionario, pero no es como si ella hubiera
tenido mucho entrenamiento en esa área. Quizás tuviese habilidades con un arma, pero
no era Vania Aldred.

―Hablar contigo ―dijo la princesa serenamente―. Sin embargo, para ser honesta,
personalmente no veo el valor en ello. Fuiste capturada por un visón de mar.
Difícilmente eres un soldado muy entrenado.

Sólo una niña, hizo eco la voz de su hermano en su cabeza. No hay posibilidad de que
puedas ayudar. Había esperado probarle que estaba equivocado, y ahora...

―Pero la Amapola Silvestre me asegura que tienes potencial, y es en él en quien


confío.

―Ella ―corrigió Trina antes de poder detenerse―. La vi. Es una chica.

La princesa consideró a Trina, sus ojos bajos, como si estuviera aburrida con todo el
procedimiento

―Veo que no hay nada mal con tu memoria.

Trina sintió la urgencia de acurrucarse. Debía ser que estaba efectivamente a la merced
de esta mujer, atada y encarcelada. Después de todo, ella no había sido criada para
sentirse inferior a los aristos, para inclinar su cabeza ante la realeza.

―Esto es una pérdida de tiempo ―dijo Isla ahora, su tono casi pensativo―. Sólo
matémosla allí mismo, tengo algunas neuro-anguilas genéticamente modificadas en mi
mazmorra que he estado muriendo por poder usar.

La sangre de Trina se enfrió. Había visto neuro-anguilas una vez, buceando con su
hermano en la ensenada. Todo un rebaño de ellas había descendido sobre una
mantarraya cerca de allí. No era como si hubiese habido mucha resistencia. La
mantarraya era lo suficientemente grande como para montarla, y aún así a los pocos
segundos del ataque las neurotoxinas de las anguilas mandaron espasmos a todos sus
músculos. El animal se había cernido hacia la superficie, sus enormes alas agitándose,
produciendo espuma en el mar. Estremecimientos habían recorrido todo el cuerpo de la
mantarraya, haciendo que su piel color gris suave se viera como ondas en un estanque.
Las neuro-anguilas se adhirieron rápidamente a su envés, un poco más que cadenas
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mortales negras en las alas de un ángel moribundo.

Nunca habían sabido qué había desencadenado el ataque. Su hermano le había


explicado que generalmente las neuro-anguilas no iban por presas grandes, a pesar de la
fuerza de su veneno. Él se había preguntado, más tarde, si no habían sido bestias de
guardia que habían escapado, entrenadas para torturar gente. Uno nunca sabía lo que la
reina guardaba en sus mazmorras. Por lo menos, no hasta la revolución.

―Por favor ―susurró―. Por favor, no lo hagan. ―Si ella moría allí, su hermano
nunca sabría al menos qué había pasado con ella. Nadie lo haría. Aunque hubiese un
registro de “Trina Delmar” siendo capturada por la Amapola, aún desaparecería sin
dejar un rastro.

Y luego su hermano estaría verdaderamente solo en el mundo.

La princesa exhaló el aire por sus fosas nasales.

―¿Y piensas que esta chica sería una buena espía? Por favor. ¿Qué pasará la primera
vez que el Ciudadano Aldred la amenace con una píldora de Reducción?

Al escuchar el nombre, Trina se estremeció otra vez. El Ciudadano Aldred nunca la


Reduciría. Tenerla bajo tierra para siempre, posiblemente. Era su hermana quien la
mataría por meterse en este lío, eso si ella salía con vida.

Todo lo que había querido hacer era ayudarlo antes de que su momento de locura
temporal lo marcase como un enemigo de la revolución. ¿Qué le importaban a ella
algunos aristos Reducidos? Pero luego ella había ido al este y había visto lo que le
pasaba a ancianos, o niños pequeños. De alguna forma, ver a los Reducidos hizo toda la
diferencia del mundo. Y comenzó a comprender por qué su hermano lo había arriesgado
todo.

Un destello dorado rondó cerca de la mano de la princesa, y ella movió su mano y


cerró sus ojos un momento.

―Un vendaje en el pulgar de Lord Lacan ―murmuró a nadie en particular―,


difícilmente es una evidencia de simpatía hacia nuestra causa.

Trina podía indudablemente estar de acuerdo con eso. Ella no era la que estaba
tratando de parar la revolución. Eso estaba todo en su hermano. El idiota.

Luego ella se encogió, recordando la forma en que los guardias se habían reído cuando
Lacan se había cortado su pulgar. Recordando la forma en que sus nietos, niños reales,
no adolescentes prácticamente maduros como ella, habían estado tropezando en el
campo, sus voces silenciadas, sus mentes borradas. ¿Qué podían haber hecho para
merecer la Reducción?

Pero eso no significaba que estaba del lado de la Amapola Silvestre.

Una de las criadas aclaró su garganta. Otra flor dorada zumbó hacia la princesa
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saliendo de la nada. Flutternotes, se dio cuenta Trina. Nunca las había visto en persona
antes.
―Quizás sólo lo quería vivo para que sufriera más ―dijo la primera criada,
levantando su cabeza. Trina reconoció a la chica de pelo azul del ataque.

―¡Por supuesto que no haría eso! ―Espetó.

―Oh, ¿entonces lo querías muerto? ―preguntó la princesa.

―¡No! Yo... ―¿Por qué hacían esas preguntas? ¿Qué importaba?―. Ni siquiera se
suponía que yo debía estar allí, ¿de acuerdo?

Ahora la segunda criada levantó su cabeza, y Trina vio la cara de la chica vestida
como un chico que la había atacado en el rayador. La cara de la Amapola Silvestre.

―Tú ―susurró.

―Tú ―respondió la chica que era la Amapola Silvestre―. No eres un soldado en


absoluto. Lo sabía. Sabía que había algo que no encajaba sobre ti.

―Tú no sabes nada ―Trina le escupió―. Especialmente no sabes en los graves


problemas en los que estás a punto de meterte.

―¿Oh? ―dijo la princesa―. ¿Y por qué es eso?

Y luego ella reveló su arma más poderosa de todas.

―Porque no soy Trina Delmar. Mi nombre es Remy Helo, nieta de Darwin y


Persistence Helo, y no soy traidora de Galatea.

Ella esperaba shock, y lo obtuvo. Esperaba incredulidad, y obtuvo un poco de eso


también, especialmente de la princesa. Pero no esperaba la carcajada que la de cabello
azulado soltó.

―Ella está mintiendo ―dijo la princesa―. Remy Helo es una colegiala.

―Nosotras éramos colegialas hace unos meses ―dijo la Amapola Silvestre. Se asomó
desde detrás de su capucha, sus ojos ámbar afilados y penetrantes―. Quizás sea Remy.
Veo un parecido familiar. Y por supuesto, siempre podemos hacer un rápido test de
genes.

―¿Parecido familiar? ―preguntó Remy, confusa.

―Silencio ―la princesa levantó su mano―. Habla sólo cuando se te ordene que lo
hagas, prisionera.

La Amapola Silvestre le lanzó una mirada a la princesa.

―Asumiendo que la historia sea verdadera, y estoy inclinada a creerla, ¿crees que ese
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comportamiento te llevará a alguna parte?

La princesa suspiró.
―Al menos esto hace todo el procedimiento más sencillo.

―¿Eso significa que estoy libre de responsabilidades? ―dijo la Amapola―. Digo,


técnicamente, ya la traje.

―Si quieres decir en el aspecto de relaciones públicas, no ―replicó la princesa―. El


romance aún será útil.

¿De qué estaban hablando? Se suponía que deberían caer arrodillados a pedir
disculpas. Ella era una Helo.

―Disculpe, princesa, pero debo insistir en mi liberación inmediata. Soy la hija


adoptiva del Ciudadano Aldred, el Protector del gobierno interino de...

La princesa agitó su mano hacia ella.

―Oh, sabemos quién eres, mocosa. Es sólo que de verdad deseábamos que fueras
Trina Delmar. Ella era útil para nosotros, y tú eres inconveniente.

―Una cosa es certera ―dijo la criada de cabello azul―: no debe ser entregada al
Ciudadano Aldred.

―¿Ah no? ―se mofó Remy―. ¿Crees que él dejaría que un Helo permaneciera en sus
manos aristocráticas?

Esto pareció divertir a las tres jóvenes mujeres.

―Tengo una pregunta ―dijo la Amapola Silvestre―. ¿Sabe alguien de tu familia que
estás aquí?

Remy no había pensado en eso. ¿Cómo se suponía que el tío Damos pelearía por su
regreso si no sabía que estaba encarcelada?

La princesa ladeó la cabeza hacia Remy.

―Quizás debería usar esas neuro-anguilas.

Sin embargo, esta vez la amenaza no tuvo ningún peso.

―¿Por qué adoptaste un nombre falso y te uniste al ejército? ―le preguntó la


Amapola Silvestre.

―No es asunto tuyo. ―Lo único bueno que salió de este desastre fue que con Lacan y
su familia desapareciendo misteriosamente a Albion, había una oportunidad de que el
tío Damos nunca descubriera la traición de su hermano. Si los prisioneros en la finca
Lacan no estuvieran en custodia, nadie nunca descubriría que sus rosas no habían
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funcionado correctamente.

Por lo que ella sabía, Justen no había saboteado las drogas de nadie más.
―Apuesto a que puedo adivinar.

Remy estaba bastante segura de que la presumida espía aristo no podría.

―Tenías mucho poder político por estar en el círculo íntimo de Aldred. No tenías
necesidad de tomar un nombre falso a no ser que lo que sea que quisieras aprender era
algo que sabías que tu padre adoptivo desaprobaría. ¿Estoy en lo correcto?

Remy tragó saliva.

―Y luego estabas en la finca Lacan, de todos los lugares en Galatea, vigilando al


aristo que podría haber sido el aliado más grande de tu abuela. Mirándolo sufrir,
mirándolo sangrar. Mirando a sus hijos y nietos ser torturados, y... ¿por qué?

Remy casi no podía enfrentar la mirada de la chica mayor. Sus ojos se llenaron de
lágrimas de vergüenza.

―Entonces, esto es lo que pienso. Tú odiaste lo que le hacían a los aristos en la finca
Lacan ―le dijo la Amapola Silvestre, levantándose y avanzando hacia ella. Su capucha
cayó hacia atrás, revelando el cabello color de las frangipani y ojos tan brillantes como
las escamas de aquel ya muerto poni marino―. No lo quieres admitir, pero en lo
profundo, sabes que tu guardián ya no está interesado en ayudar a los galateanos. Sólo
quiere castigar a sus enemigos.

Enemigos como Lacan. Enemigos como Justen sería, si el tío Damos se enteraba de lo
que había hecho...

―La revolución te ha traicionado, ha traicionado a toda tu nación. No eres una


traidora, es verdad. Pero tu lealtad descansa no en los líderes que destruyen tu ciudad,
sino en sus ciudadanos, todos sus ciudadanos, quienes tienen el poder de hacerlo
magnífico.

Remy se dio cuenta que no podía formar una respuesta para esta enemiga de la
revolución. No tenía sentido en absoluto. Esta mujer, esta chica, en realidad,
representaba todo lo que Remy odiaba. Ella rescataba aristos. Ella misma era un aristo.
Ella quebrantaba la revolución ¿Cuán a menudo había Remy escuchado a Vania
quejarse acerca de la Amapola Silvestre?

Entonces, ¿por qué decía cosas con las que Remy estaba de acuerdo?

La Amapola Silvestre hizo un rápido movimiento con su mano izquierda, y las cuerdas
de Remy cayeron. Si quería huir, esa era la oportunidad. Pero su corazón vibraba
mientras las palabras de la espía se colocaban en la distancia que las separaba. ¿Cómo
sabía esta chica exactamente qué le pasaba a ella? Lucía tan sólo uno o dos años mayor
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que Remy, era claramente una aristo de Albion, y aún así parecía como si pudiese ver a
través de su alma.
Todo lo que había querido era salvar a su hermano, y aquí fue donde terminó. En la
habitación del trono de una monarca, arrodillada ante una chica joven que era la
personificación de la aristocracia contra la que Remy había querido luchar con tantas
ganas, la personificación del espía que Remy había intentado tanto ser. Esta chica quien
estaba haciéndola cuestionarse todo. Todo.

Todo lo que había querido hacer era ayudar a su hermano, pero ahora quería más.
Ayudar a la gente que la revolución había perjudicado.

La Amapola tendió su mano, y Remy vio el destello de su palmport. No cabía duda de


que lo había estado escondiendo debajo de su guante cuando se habían conocido en
Galatea. No había posibilidad de que la gente hubiera fallado en reconocerla como una
aristo con ese hardware en su mano.

―¿Te nos unirás?

―Sí ―dijo Remy, aunque sonó más como un sollozo―. Sí, los ayudaré. Díganme lo
que tengo que hacer.

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Capítulo Once
—Eso estuvo bien —dijo Persis mientras Andrine guiaba a la hermana de Justen Helo
afuera.

—Fue algo diferente de lo esperado —dijo Isla—, pero al menos tienes un espía bien
comunicado.

—Me refiero a tu primer interrogatorio —dijo Persis, sonriéndole a su amiga—. La


asustaste mucho.

Remy nunca le habría dado su nombre si ella no estuviese segura de que de otra
manera la hubiesen matado.

—¿Tú crees? —dijo Isla—. Temí que mis amenazas hubieran sonado demasiado
cómicas. Como si necesitara un bigote que torcer, como alguna especia de villano
antiguo.

—Oh no —dijo Persis—. Fue perfecto.

—¿En serio?

—Sí. No cambies nada, bueno quizá…

—¿Qué?

—Las anguilas.

—¿Eso fue demasiado?

—Nada de eso. Lo único fue que, amenazaste de matarla en donde estaba, y después
mencionaste las anguilas debajo de las mazmorras. Fue confuso. Para una prisionera.
No pueden ser intimidados si están ocupados tratando de analizar tu geografía.

Isla ondeó su mano.

—Semántica —se dejó caer en su colchón—. Mi padre hacía parecer las amenazas tan
fáciles.

—Mató a mucha gente, ¿cierto?

—Oh no, él era suave —Isla se encogió de hombros—. Pero no estuvo en medio de
una guerra donde tuvo que mandar a su mejor amigo a rescatar prisioneros torturados.
Así que… ¿quién sabe qué habría hecho?
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Persis sonrió.

—¿Realmente me vengarías con neuro-anguilas?


—Por ti cariño, podría crear un neuro-tiburón.

—Aww —Persis puso su mano contra su mejilla—. Eso es tan dulce.

—Bueno, tú eres muy especial para mí, Persis. Espero que lo sepas —la voz de Isla
era seria, realmente seria, no la misma seriedad real que usó con Remy, y la sonrisa de
Persis desapareció.

Rescatar a los prisioneros galateanos era una misión digna y Persis supuso, que en
caso de ser atrapada por los revolucionarios, su castigo sería la Reducción o peor, pero
ella siempre había pensado que sólo se estaba arriesgando a sí misma y a los que habían
elegido unirse a su causa. Esto era algo que estaban haciendo para ayudar al pueblo de
Galatea. Para ayudar a Isla, que no pudo lograr convencer al Concejo Real de que la
guerra podía venir, no importa lo mucho que trataran de fingir que no lo haría, y que
ayudar a los Galateanos no significaba necesariamente llevar la guerra a sus costas.

Pero las palabras de Isla la habían puesto en duda. Si ella fuera capturada por el
enemigo, ¿qué haría Isla? ¿La gobernante de Albion lucharía para liberarla? ¿Podría ser
Persis una razón suficiente para desafiar al Concejo y poner en peligro la propia
composición del gobierno?

—Los neuro-tiburones podrían ser excesivos —dijo al fin—. ¿Cuál es el sentido de sus
dientes, si su mordedura contiene neurotoxinas?

—Es cierto —respondió Isla—. Bueno, voy a dejar los detalles a los genoingenieros.

Persis quería decir: “Isla, si me atrapan, no te atrevas a hacer nada precipitado”.

Quería decir: “Isla, sé lo que estoy haciendo, así que piensa en tu país y no en tus
amigos”.

Quería decir: “Si pensara que esto podría causar un problema para Albion, me
detendría.”

Pero no lo hizo. Sobre todo esto último, porque la verdad era que Persis no sabía si
podía. Estas personas estaban siendo perjudicadas. Inocentes. Niños. Aristos y regs por
igual. Quizás Isla debería obligar a Albion a tomar una posición en contra de las
atrocidades que ocurrían en el sur.

Pero hasta que lo hiciera, la Amapola Silvestre haría lo que pudiera. Isla la salvó
cambiando el tema.

—¿De verdad crees que podemos confiar en ella?

—Sí. —Remy Helo se parecía mucho a su hermano. Persis recordó lo que Justen había
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dicho la noche anterior. Cuán apasionado había sido acerca de lo que esperaba para su
país, de una cura para los Oscurecidos. La propaganda de Galatea decía que los Helo
eran ciudadanos revolucionarios modelo, pero Aldred no tenía ni idea de cuán acertada
era. Eran verdaderos revolucionarios. Ellos creían en la justicia para todos los
galateanos, regular o aristo.

—¿Y estás segura de que no deberíamos mantenerla aquí para apaciguar a tu pequeño
novio?

—¿Aún tiene que ser mi novio? —preguntó Persis—. No hay necesidad de mantener
en secreto las razones por las cuales Justen está aquí si tenemos segura a su hermana.
―Persis ya podría visualizar la mirada de alegría en el rostro de Justen una vez que él
se reuniera con su hermana. Y lo sería más fácil para ella, también, si ya no estuviera
forzada a correr en su apoyo todo el tiempo y mantener su falsa apariencia en casa.

—Oh, Persis. No me digas que no estás disfrutando su compañía ni un poco. Justen es


atractivo, políticamente motivado, y el nieto de la salvadora de Nueva Pacífica. —Isla
golpeo su dedo contra sus labios, pensativamente—. ¿Acaso no se acerca a tu chico de
ensueño?

Persis encontraba agraviante cuán bien la conocía la princesa de Albion.

―Sí, pero soy Persis Flake, ¿recuerdas? Él apenas puede tolerarme

—Dale tiempo, caerá presa de tus encantos, al igual que todos.

Persis negó con la cabeza. No, no Justen. Necesitaba algo más de lo que se permitió
mostrarle.

—Bien —dijo Isla—. Más allá de confiar en ella, ¿crees que Remy en realidad nos
puede ayudar?

—¿Viviendo en el palacio con el Ciudadano Aldred? —señaló Persis—. Por supuesto.


Tendrá información sobre los nuevos prisioneros antes que nadie. Y ya escuchaste a
Justen. Piensa que su hermana es una niña indefensa. No tiene la más mínima idea de lo
que ha estado haciendo.

Y tal vez eso era lo más útil que Remy Helo tenía para ofrecer. Ella ya se había
demostrado a sí misma ser ingeniosa para su edad hackeando los archivos militares para
darse una posición en el ejército. Ella era una espía desde mucho antes de conocer a la
Amapola. Y nadie en su hogar parecía saber de lo que era capaz: ni su hermano ni los
Aldred, tampoco. Los mejores espías son aquellos a los que la gente subestima. Persis lo
sabía mejor que nadie.

—Ella es tan joven, incluso si la atraparan espiando, ¿cómo podría Aldred tomar el
riesgo de dañarla? ¿Una niña, y una Helo? Perdería mucho apoyo de los galateanos.
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Persis no estaba segura de eso. Había visto reducidos a niños (aristos, sí, pero aún
inocentes) y los galateanos no parecían tener mucho problema con eso. Aún así, una
Helo era otro asunto.
—Ella no es tan pequeña —dijo Persis—. Un año más joven que Andrine y resultó ser
tan brillante como su hermano, o eso parece.

—¿Su hermano es “brillante”? —dijo Isla, alzando las cejas—. De ti, eso es un gran
elogio. El más alto —ella le dio un codazo a Persis—. ¡Tal vez estás disfrutando jugar a
la novia devota!

Podría estarlo disfrutando, de no ser porque estaba siendo forzada a pretender ser
alguien más. Ni siquiera podía pensarlo como un juego. Persis se desabrochó su bata
gris y la dejo caer en el colchón a sus espaldas, sacudiendo la falda de su vestido color
amarillo flama.

—No sólo yo lo creo así, Noemi ha estado tan alegre de tenerlo aquí en el sanatorio.
Es tan arrobada como todos cuando se trata de los Helo.

Noemi Dorric era la jefe de facto del sanatorio DRA cercano a Scintillans. También
era la médico en jefe de la Liga de la Amapola Silvestre y secretamente (muy
secretamente) la enfermera de la familia de Blake.

Y ella prácticamente había hecho volteretas cuando oyó que Justen venía y traía la
mismísima investigación de Persistence Helo.

Isla suspiró. ―No puedo creer que él quiera ocultarse en un sanatorio. No es


exactamente la posición de más alto perfil que preferiría para él.

Persis se mordió el labio, pero eso no fue suficiente para aliviar el escozor de las
palabras de Isla. Recordó los argumentos de Justen. Tal vez no eran tan cultos como
creían en Albion. El Oscurecimiento no debería ser una vergüenza para ninguna familia,
incluso una familia aristo, así que ¿por qué estaban manteniendo la condición de su
madre en secreto? ¿Por qué no estaba trabajando en un sanatorio más honesto, o en un
trabajo de alto perfil? Hubo un argumento que hizo que Justen se comportara de la única
manera honorable para un Helo. En lugar de sentarse y disfrutar la celebridad que
Persistence había ganado para su familia, él dedicó su vida a arreglar el único error que
ella dejo atrás. ¿Por qué Isla no entendía eso? ¿Podría Persis, también, dejar de ver su
importancia si no hubiera sido tocada por los estragos del DRA?

—Hablando de Noemi, ¿cómo están sus pacientes de extremadamente bajo perfil?


―preguntó Isla—. ¿Los nietos de Lord Lacan se recuperaron?

Persis negó con la cabeza.

—Aún siguen delicados. Las drogas de desintoxicación no parecen funcionar tan bien
en los más jóvenes.
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Noemi y los otros médicos habían esperado lo contrario. Las mentes jóvenes son más
elásticas. Y por lo que se suponía que debían recuperarse más rápidamente de su terrible
experiencia. Pero después de la desintoxicación de muchos de los refugiados rescatados
por la Amapola, Noemi estaba desarrollando una nueva teoría sobre cómo funcionaba la
droga.

Ahora, Noemi suponía que la laguna se debía a la forma en que la droga de Reducción
que los galateanos utilizaban no sólo bloqueaba los caminos de los nervios, sino
también impedía que se formaran nuevos. Las víctimas de mayor edad se recuperaron
más rápidamente, ya que recuperaron el acceso a las vías de sus cerebros sin obstáculos
porque las habían utilizado desde hacía mucho tiempo, luego, recuperaron los caminos
más nuevos. Pero en la mente de los jóvenes, los caminos no eran tan familiares. Tomó
más tiempo para que las mentes de los niños recordaran lo que una vez habían conocido
y que se empezaran a formar nuevas vías.

Isla hizo una mueca y se puso a caminar al lado de Persis.

—Eso no puede ser fácil para los de Lacan. Cuando pienso que alguien podría hacerle
eso a Albie, Persis, en ese caso, estaría sedienta de sangre. Las neuro-anguilas le darían
una muerte demasiado rápida a Aldred.

Ahora había un sentimiento que Persis no podía ignorar.

—¿Quieres venir a la clínica y verlos? Sé que significaría mucho para los Lacan, y
podrías visitar a tu nuevo doctor, también.

El sanatorio era el escondite perfecto para los refugiados galateanos en recuperación.


Dado que muchos de los síntomas sufridos por la Reducción eran similares a los del
Oscurecimiento, el sanatorio ya contaba con los recursos para hacer frente a ellos. Y
Persis sabía bien que podía confiar Noemi si se quería discreción. Ella era una de las
pocas que sabía sobre la madre de Persis, una de los aun más pocos que sabían que
Persis era la Amapola Silvestre.

―No tengo ningún deseo especial de ver a Justen en el trabajo —Isla hizo una
mueca—. Preferiría que dedicaras algo de tiempo a sacarlo a la superficie. Sé un poco
más dulce, amiga. Podrías empezar por llevarlo y conseguirle algo de ropa más bonita.
Todo el mundo espera eso, de todos modos.

Salieron de la sala del trono y entraron a la luz del sol brillante de la corte de Albión.

—Si lo hago, no conseguirás arrumacos públicos. Va a ser una pelea pública.

Ella ya había intentado una vez conseguir ropa nueva para Justen. Había llegado a
Albion sólo con la ropa que llevaba puesta, y era un estilo revolucionario tan grave que
incluso los sirvientes estaban riéndose del conjunto. A Justen no le importaba.

—No he venido aquí para un viaje de compras, Persis —él había dicho, su tono tan
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severo como su traje.

—Por supuesto que no —ella había respondido—. Todo el mundo sabe que las
mejores sedas son galateanas.
A Justen no le había hecho gracia, y después de ser la destinataria de otra de sus
miradas de desprecio, ella no se había reído tampoco. En otro tiempo y en otra vida,
podría haber hablado con él durante horas sobre la razón que lo había traído a Galatea,
sobre política, sobre la investigación médica, sobre todo lo que tenían en común. Podría
haberlo admirado por lo que era, y tal vez él podría hacer lo mismo. Pero ¿cuál era el
punto en este mundo, en el que parecía desinteresado en las únicas partes de sí misma
que podía arriesgarse a mostrar? Por lo que había visto, Justen apenas se había dado
cuenta de su aspecto y consideraba su gusto por la moda de Albion algo ridículo. Ella
podría conocer más al atractivo médico galateano, si no se tuviera que preocupar tanto
por ser sólo otra tonta aristo mimada en su presencia.

Se encogió de hombros.

—Tengo otras cosas que hacer, ya sabes. —Enviar a Justen para trabajar en el
sanatorio tenía un doble beneficio en cuanto a Persis se refería. Tendría que estar lo
suficientemente ocupado para que no se cuestionara cuando desapareciera durante un
día o dos en sus viajes secretos al sur. Con Remy en la Liga ahora, era probable que
fuera a ver a la hermana más incluso que al hermano.

—Sé que tienes compromisos —dijo Isla—. Pero realmente no debes descuidar tu vida
social. —Asintió de manera significativa en la dirección de los Concejales Blocking y
Shift, que estaban de pie en el patio de abajo, sumidos en su conversación. Shift vio a
Isla y comenzó a subir las escaleras hacia ella.

—Oh, oh —dijo la amiga de Persis.

—Su Alteza —Shift bramó—. Ahí está. Sus asesores dijeron que ha estado ocupada
toda la mañana. ¿Otra pelea con Lady Blake, supongo?

—¿Qué quiere discutir, señor? —dijo Isla, ignorando su indagación.

—Princesa, es imperativo que nos ocupemos de la situación en el este. En las llanuras


en Aldea Sunrise han estado negociando abiertamente con los galateanos, a pesar de las
advertencias del gobernador aristo local.

El gobernador del este era el hermano del Concejal Shift, Lord Shift. Persis sabía que
el jefe del Concejo no pensaba mucho en Isla, pero subestimarla no iba a ser útil a su
causa.

—La prohibición dLord Shift no está aprobada por el Concejo o la monarquía,


Consejal, como ya bien sabe —respondió Isla con suavidad—. Y la Aldea Sunrise es un
municipio independiente. Ellos no tienen que cumplir con el consejo del gobernador.
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—Pero...

—Ciertamente, puedo escribir una carta de desaprobación si usted piensa que debería,
Concejal, pero hasta que eso suceda, sólo estuve discutiendo este tema con Lord Lacan
que es Galateano, y que como se puede recordar, fue recientemente rescatado por la
Amapola Silvestre y traído a nuestro país. Él conoce bien a los habitantes de la Aldea
Sunrise, ya que son el terreno de Albion más cercano a sus tierras. Ahora que está aquí,
quiere instalarse en la Aldea Sunrise, como lo han hecho muchos amigos en esa zona,
debido a la larga asociación comercial del malanga para la leche de su familia y el queso
de la Aldea Sunrise a través del estrecho.

—Pero, princesa...

—Su hermano es dueño de una granja de malanga, ¿no es cierto, concejal? ¿Cómo iba
a ganar si los aldeanos estaban obligados a comprar todo su malanga? Tal vez debería
tratar de competir de una manera más directa —Persis quiso hacerle porras a su amiga
cuando la cara del concejal Shift se puso roja y se puso a buscar una respuesta. Isla lo
despidió con un gesto de la cabeza, luego se volvió a ir.

—Ignore a los regs bajo su propio riesgo, princesa —le dijo a su espalda—. Cuanto
más creen que pueden tomar decisiones independientemente de usted, más lo harán. Y
cuanto más se confabulan con sus amigos revolucionarios en el sur, más probabilidades
hay de que decidan que no la necesitan en absoluto. —Persis vio que Isla se tensaba,
pero su amiga no dejó de caminar.

—Crees que les gustas porque eres blanda con ellos, pero todo lo que les estás
enseñando es que eres blanda.

Ahora Isla dio vuelta, y observó al Concejal Shift con su mirada más real.

—¿Y si dejo su insulto pasar sin castigo, señor? ¿Qué le estoy enseñando? —La boca
de Shift se cerró de golpe.

Isla siguió caminando, y Persis la siguió, muriéndose por hablar, pero sabiendo que
tendrían que estar bien fuera del alcance del oído de cualquier espía del Concejo.

—Isla —susurró al fin—. Fue increíble.

—No necesito tu aprobación, Persis —gruñó Isla en voz baja—. Necesito tu


cooperación. Quiero gobernar una nación de personas libres, y no puedo tener a los
aristos y los regs uno en contra del otro. Necesitan saber que todos estamos en el mismo
bando. Tú y Justen van a hacer eso por mí. Y van hacerlo pronto. ¿Entiendes? —Persis
hizo una pausa y bajó la cabeza en deferencia, Isla era su amiga y su protectora. Ella era
también la que le ordenaba qué hacer, y Persis no podía dejar de apoyar lo que había
estado animando a su amiga a hacer durante meses.

―Sí, Su Alteza.
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Capítulo Doce
Justen estaba observando a los pacientes en el jardín del sanatorio cuando vio a Persis
paseando por la colina detrás del edificio principal. Hoy, ella estaba envuelta en una
confección dorada que revoloteaba en tiras por sus hombros y alrededor de sus muslos,
revelando atisbos tentadores de su cálida piel morena. Mientras se movía hacía él, la
brisa de la bahía atrapó el material de modo que cada tira se escapó detrás de ella como
una bandera.

Él desvió la mirada. Tal vez no era tan poco realista que las personas creyeran que él
estaba locamente enamorado. Al igual que su madre había sido claramente antes de ella,
Persis Blake era extremadamente atractiva. Para la mayoría de las personas, eso habría
sido suficiente.

E incluso para Justen, era muy distrayente. Ella descendió sobre él como una multitud
de muy coloridos y muy ruidosos periquitos.

—¡Justen! ¿Cómo estuvo tu día? ¿Cómo son las cosas aquí? ¿Le has hablado a
Noemi? ¿Ella ha llenado tu horario con muchos proyectos? Espero que no estés
completamente lleno, ya que pensé que podríamos ir a navegar antes de la cena. —Ella
lanzó sus brazos alrededor de su cuello y lo abrazó. Los pacientes, y sus visitantes, los
miraron.

Hoy, la mayoría del cabello de Persis estaba suelto, su cabellera amarilla y blanca
trenzada rodeaba sus hombros y brazos como las tiras de su inusual vestimenta. Ella
había torcido un mechón de su cabello en una diadema en la parte superior de su cabeza,
salpicada aquí y allá con pequeñas flores de brillantes hojas puntiagudas verdes.
Amapolas silvestres, comprendió. Cada albiano en la isla usaba cosas como esa en
apoyo a su infame espía.

Como siempre, el efecto era impresionante. Él no había visto a Persis con su cabello
suelto desde la mañana después de que se conocieron, cuando la había ayudado a salir
del piso de baño después de que ella había tratado de usar su palmport demasiado
pronto. Se veía más joven de esa manera, más natural, a pesar de los extraños colores de
cabello, que después de varios días en Albion, ya no se veían tan extraños. Como
siempre, ella olía a franchipán, todo dulzura y luz del sol, y suave piel mimada. Como
siempre, ella lo abrazó con fuerza y por mucho tiempo, como si de verdad fueran los
florecientes amantes que retrataban. Y, como siempre, Justen encontró que le gustaba
un poco más de lo normal.
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Él le dio un abrazo superficial en retorno, entonces dio un paso atrás.

—Ella indudablemente me ha puesto a trabajar. Aprecio que me ayudaras a estar en


esta posición. La última cosa que quiero es ser una carga en la sociedad albiana.
Persis se río tontamente.

—No te preocupes, además eres nuestro invitado en Scintillans. Nosotros nos


podemos dar el lujo de una docena de cargas como tú.

Él aclaro su garganta.

—Tengo mucho trabajo que hacer, Persis. ¿Hay algo en específico que quieras?

Ella parpadeó, una enigmática sonrisa jugueteaba en su boca.

—Eso depende —contestó tímidamente—. ¿Qué estas ofreciendo?

Sus labios dibujaron una línea apretada. Oh, así que iba a ser un juego de actuación,
entonces. ¿Pero para quién? Los pacientes que estaban allí no estaban en condición de
difundir su sucedáneo romance.

Vio a Noemi emerger del edificio principal y dirigirse en su dirección. Muy bien, un
testigo. Madame Noemi Dorric era una médica experta por mérito propio, pero había
tomado un trabajo como administradora en jefe del sanatorio, en lugar de médico en
jefe, por razones que Justen encontró extrañas. Estos albianos podrían ser justos con sus
regs, pero eran bastante prejuiciosos contra sus mujeres. El médico en jefe era un
hombre que Justen aún no había visto; y, a pesar de las funciones oficiales, hasta donde
Justen podía decir, cada empleado en el lugar era aplazado a Madame Dorric.

Justen había seguido el ejemplo. A él le gustaba la mujer enormemente y estaba


agradecido de que Persis lo hubiera presentado. La aristo parecía saber lo suficiente
como para rodearse de gente inteligente, incluso cuando ella se jactaba de abandonar la
escuela y no preocuparse acerca de cualquier cosa que no tuviera un botón o un cierre.
Pero este era el privilegio de la riqueza y la posición, supuso Justen. Después de todo,
con muy poco esfuerzo, ella se las había arreglado para añadirlo así a su séquito.

Noemi, pensó, era una de las personas más sensatas que había conocido desde que
había llegado a Albion. Incluso su ropa era sencilla, su cabello natural. Su única
concesión hacia la moda albiana parecía ser su palmport. Él se había sorprendido de
encontrar uno instalado en una mujer mayor, por no hablar de un médico, ya que la
mayoría, según lo que sabía, no había aprobado el dispositivo por la forma en que
absorbía nutrientes y minerales de sus dueños. Pero Noemi había explicado que ella lo
encontraba muy conveniente y no le importaba tomar los suplementos requeridos para
mantenerlo en operación. A pesar de que él aun no la había visto usando esa cosa. Ella
usualmente lo mantenía bloqueado en uno de los ubicuos wristlock de cuero que todos
los usuarios de palmports usaban para proteger el dispositivo.
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—Estas aquí —dijo cuando los alcanzó. Justen había aprendido en los días anteriores
que la mujer de mediana edad no estaba para pequeñas charlas—. Bien. Hay algo que
necesito que veas.
—¿Qué necesitas que yo vea? —Persis presionó una mano en su pecho y rió—. Cielos,
no. No puedo imaginar qué clase de ayuda sería yo para ti en este lugar tan terrible.

Noemi rodó sus ojos. Justen podía entender ese sentimiento. Y estaba sorprendido de
ver a Persis actuando tan frívolamente al respecto, dada la seriedad con la que había
abordado el tema cuando se trataba de su propia madre. Tal vez esta era la manera en la
que ella había compartimentado las cosas en su cabeza. Después de todo, Persis había
explicado que se negaban a llamar a la enfermedad de Lady Heloise Blake por lo que
era. Ella tomo la posición aristo usual: ocultar a las víctimas del DRA lejos en
sanatorios y nunca pensar en ellos otra vez.

Noemi intentó otra vez.

—De hecho estaba hablando con mi nuevo recluta, el Médico Helo.

—Eso está mejor —Persis pareció aliviada.

—¿Qué puedo hacer por ti, Ciudadana… quiero decir, Madame Dorric? —Él se había
encontrado en esa misma situación desde que había estado trabajando en el sanatorio. El
día que zarpó de Galatea, pensó que no quería volver a oír esa palabra de nuevo, pero
ahora, pasando días en el sanatorio, rodeado de los médicos reg y los pacientes a los que
servían, encontró que la palabra brotaba de su boca espontáneamente. Allí podía olvidar
lo que la revolución le había hecho a él y a su país, cómo todo lo que él siempre había
querido había sido pervertido, y recordar, en su lugar, lo que una vez había amado sobre
sus principios.

—Yo… —Noemi lo observó por un segundo, luego se volvió hacía Persis, viéndose
desconcertada y, en lo que Justen la conocía, inusualmente con la lengua trabada.
¿Acaso el vestido de cintas de Persis estaba dejándola sin habla? Finalmente, suspiró—.
Realmente no tengo tiempo para esto.

—¿Perdón? —dijo Justen. ¿Estaba dejándolo ir tan pronto? ¿Dudaba ella de su


compromiso con su trabajo, dada la llegada sin previo aviso de Persis?—. Madame
Dorric, yo no tenía conocimiento de que Lady Blake iba a venir hoy…

Pero, como siempre, Noemi fue directo al punto.

—Veo que eres un médico muy experimentado, y viendo que eres de Galatea, pienso
que tal vez seas capaz de proporcionarnos ideas nuevas.

—¿Qué? —preguntó Justen.

—¿Qué? —repitió Persis.


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—Hay unos cuantos pacientes en la planta baja con los que me gustaría una consulta.

—¿La planta baja? —dijo Persis, sonando escéptica. Su boca hizo una perfecta, O
rosada—. Seguramente no puede haber una causa para arrastrar a mi pobre Justen fuera
de esta gloriosa luz del sol simplemente para mirar por unos cuantos tontos pacientes.
Noemi le dirigió a Persis una mirada cansada y Persis la miró.

Justen puso una mano sobre su brazo.

—Persis, por favor. Este es mi trabajo. —Él la vio a la cara para encontrar sus ojos
ardiendo con… ¿Era eso ira? ¿Porque no podía escaparse y unirse a navegar con ella en
un abrir y cerrar de ojos? La chica tenía que encontrar algún tipo de ocupación. Sus
únicos compromisos debían ser mantenerse al día con su vestuario y fingir estar
enamorada de él, pero Justen tenía trabajo serio que hacer. Los señores Blake parecían
ser inteligentes, personas trabajadoras. Le desconcertaba el hecho de que hubiesen
tenido una hija tan superficial.

—Lady Blake, lamento estar en desacuerdo con usted —intervino Noemi—. Sean
cuales sean sus prioridades, soy una médica y mi deber más alto es con mis pacientes.
He llegado a la conclusión de que el médico Helo está en una posición única para
ayudarlos, y por eso voy a pedir su ayuda, aón si usted lo aprueba o no.

Justen quería reír en voz alta mientras la médica reprendía a la aristo como a una niña.
Se preguntó si alguien había sido tan estricta con Persis en toda su vida. Por supuesto,
Persis había dicho que ella y Noemi eran viejas conocidas. Tal vez ese era el porqué su
nueva jefa se sentía tan libre con la aristo.

Mientras él veía, la frente de Persis se suavizó y ella les dirigió una sonrisa
deslumbrante a los dos.

—Bueno, supongo que no tenemos otra opción más que retrasar nuestra excursión.

Justen y Persis siguieron a Noemi en el edificio y pasaron por un pasillo hasta una
puerta blindada que ella desbloqueó con su palmport. Les invitó a entrar y bajaron una
larga escalera puntuada con muchas otras puertas cerradas, explicó.

—Esta es una situación muy delicada, Médico Helo, y estoy segura de que usted
entiende por qué requiero de su absoluto silencio sobre lo que estoy a punto de
mostrarle.

Justen frunció el ceño. Demasiada seguridad. ¿Había alguna clase de plaga


desconocida en Albion? ¿A qué había accedido? ¿Y por qué estaba Noemi dejando que
Persis los siguiera? Sin duda si algo así suponía ser un secreto, no llevarías a la más
grande chismosa de la corte a verlo. Por otra parte, él supuso que Noemi sabía lo bien
que Persis había guardado el secreto de la enfermedad de su madre. Ella probablemente
confiaba en que la aristo haría lo mismo aquí.

Finalmente, pasaron la última puerta y entraron a una gran cámara. Era claro que esa
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habitación había sido destinada a ser un almacén cuando el sanatorio fue construido,
pero Justen vio que alguien se había esforzado en hacerla cómoda. Había muchas cunas
en la habitación y las cortinas habían sido colocadas para separar las áreas de dormir y
dar a los ocupantes una mayor privacidad. También había algunos toques de decoración,
cojines de colores y jarrones con flores, plantas y luces geotérmicas para compensar la
falta de ventanas. Había más de una docena de pacientes, de todas las edades, de todos
los sexos, algunos acostados en sus camas; algunos se entretenían con oblets
terapéuticos u otros juegos; y algunos estaban vagando alrededor, hablando con las
paredes o balanceándose en su lugar. Esa parte era bastante normal. Los pacientes del
DRA a menudo pasaban por esas fases. ¿Pero por qué las personas jóvenes? ¿Por qué
había niños en un sanatorio? Era imposible que estuvieran afectados desde tan jóvenes.
Y entonces, él se dio cuenta de algo más extraño… Cada una de esas personas tenía su
cabello natural. Él no lo había notado al principio, ya que estaba acostumbrado a ver ese
tipo de cosas en Galatea.

Y entonces esto lo golpeó, y retrocedió con horror cuando todo el peso de sus
crímenes lo abofeteó.

Estos eran galateanos. Ellos no tenían DRA.

Eran Reducidos.

Persis había estado tratando de llamar la atención de Noemi durante varios minutos,
pero la médica la ignoraba deliberadamente mientras le enseñaba a Justen los
alrededores de la instalación y le presentaba a los pacientes. La mujer debía estar
desesperada por recibir ayuda para encontrar una solución a los problemas que plagaban
a los galateanos refugiados.

Esa podría ser la única razón por la que ella había traído a Justen al redil tan
rápidamente. Seguramente Noemi no creía que toda esta campaña que Isla soñaba
significaba que Persis le confiara todos sus secretos al revolucionario galateano. Él
definitivamente desaprobaba las tácticas revolucionarias, pero no tenía amor por los
aristos desplazados. Justen había dejado en claro gran parte de ello cuando había
conocido a los Seri.

Sin embargo, él era un médico, y Persis suponía que, justo como Noemi, él estaba
suscrito a todos aquellos viejos juramentos por los cuales los médicos prometían poner a
un lado todos los sentimientos personales y tratar a los pacientes con sus mejores
habilidades. Justen, gracias a su entrenamiento, podía ser capaz de coserle heridas
mortales a su peor enemigo.

Si Persis se encontraba con el Ciudadano Aldred sangrando, le sería difícil no intentar


darle unas cuantas patadas más. Bueno, siempre y cuando se asegurara de que no iba a
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sobrevivir para contarlo y arruinar su cubierta.

—Los problemas con la desintoxicación han sido dobles —Noemi explicaba mientras
activaba un oblet sobre la mesa más cercana. Se encendió, emitiendo una réplica
holográfica del cerebro humano, indicando con color las áreas dañadas—.El primero, es
que las victimas aristos más jóvenes, especialmente aquellos que fueron sometidos a la
droga durante un largo periodo de tiempo, han sido lentos en su recuperación. —Ella
pasó a describir los síntomas y las dificultades que los niños habían estado
experimentando, y Justen escuchó, su expresión era sombría e impasible. Él asentía con
la cabeza de vez en cuando mientras ella hablaba y le pedía a Noemi detalles en algunos
casos particulares. Pero cuando Persis bajó la mirada hacia las anchas manos del médico
experto, vio la forma en que las abría y cerraba en puños, y la rigidez con la que
sostenía sus brazos alejados de sus costados, como si se llenara de una tensión que no se
atrevía a soltar.

Él se veía como si quisiera golpear algo.

—El problema más grande que hemos descubierto yace en las victimas reg. —Ella
tocó los mandos brillantes que flotaban delante de ella y la pantalla del oblet cambió a
un nuevo modelo de cerebro.

La tensión se desplazó a la cara de Justen.

—¿Qué quieres decir? —preguntó suavemente.

Persis se acercó también. Ella no era científica, pero había aceptado la responsabilidad
por los refugiados mucho después de que la Amapola los había visto a salvo en Albion.

—Hace poco hemos recibido a víctimas de origen reg —explicó Noemi―. Aunque tu
gobierno comenzó a torturar sólo a aristos, aparentemente expandieron su reino de
terror.

—Sí —susurró Justen—. He oído rumores…

—Y los regs… no se están recuperando de la droga.

La mandíbula de Persis cayó. En la ahogada distancia borrosa, vio a Justen cabecear


otra vez, le escuchó hacer confusas preguntas a Noemi, escuchó las igualmente confusas
respuestas de la médico. Apenas se dio cuenta de que estaba retrocediendo hasta que
sintió la pared caliente, la calefacción de la habitación contra su descubierta espina
dorsal.

Ellos no se estaban recuperando. No se estaban desintoxicando. Ella los estaba


rescatando de Galatea, pero era demasiado tarde… El daño estaba hecho.

—Aunque parece existir un cierto aumento en el cerebro y en la función motora


después de una semana de desintoxicación, no muestran señales de recuperación del
habla, control motriz, o recuerdos. No es sólo que parezca que tardan en recuperarse,
como los niños aristos. La desintoxicación no está teniendo ningún efecto en absoluto.
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Esa pobre gente. Esos pobres, pobres regs quienes no habían hecho nada peor que
hablar en contra de los métodos crueles del régimen actual, sólo para que esa crueldad
fuera impuesta en ellos de una manera infinitamente peor. Daño cerebral. Daño
cerebral permanente.

Tan malo como el Oscurecimiento.

Y los revolucionarios se lo estaban haciendo a todo el mundo. Adultos, niños. Por


crímenes y desacuerdos, e incluso pequeñas conspiraciones de venganza. Si alguno de
sus espías era capturado, eso es lo que pasaría con ellos. A ella. Persis había pensado
que la Amapola podría salvarlos. Estaba equivocada.

Persis respiró hondo varias veces y adiestró los rasgos característicos en ella. Ser presa
del pánico no ayudaría en nada. Se unió a Justen y Noemi mientras discutían los
resultados del laboratorio, manteniendo su boca cerrada y sus oídos abiertos.

Noemi deslizó el primer modelo de cerebro a un lado del segundo.

—Hemos postulado que la droga de Reducción impide el funcionamiento de la vía


neural y el desarrollo en el cerebro aristo, pero si observas aquí —ella señaló al otro—,
puedes ver que la respuesta en el cerebro reg muestra una diferencia marcada. Aquí hay
un químico en la unión de las terminaciones nerviosas. El cual sella las vías neuronales
de forma permanente.

Justen estaba simplemente asintiendo como si todo esto tuviera un perfecto sentido.
Tal vez para un médico lo tenía.

—¿Qué significa eso? —Pregunto Persis. Por una vez, no tenía que jugar a ser
estúpida. Ella realmente se sentía fuera del círculo.

Noemi la miró y por la pregunta en los ojos de la mujer mayor, Persis podía decir que
Noemi se estaba preguntando cuánto del comportamiento de Persis era sólo una
actuación. La médica nunca había tenido paciencia con los subterfugios aspectos de la
Amapola Silvestre, pero de nuevo, Noemi sabía por experiencia cuán difícil podía ser
para una mujer hacer las cosas en esta isla. Aunque ella era obviamente la médica con
más talento en el sanatorio, se había mantenido en el papel de oficial administrativo,
mientras que a un hombre se le había dado el título de jefe. Noemi tenía un lugar de
simpatía en su práctico pequeño corazón para Isla, Persis y su dilema.

—Es el equivalente biológico de poner un poco de resina en la punta de una cuerda


para evitar que se deshilache —explicó—. En un cerebro aristo, hemos visto que la
recuperación de la droga implica la creación de nuevos caminos… Básicamente re-
direccionando las neuronas alrededor de las partes dañadas. Pero cuando la droga de
Reducción entra en el sistema de los regs, cambia la habilidad de su cerebro para
desviar esos caminos… Para siempre.
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—¿Y eso es lo que les está sucediendo a todos ellos? —Inquirió Justen.

—Les hemos hecho pruebas genéticas para la DRA, por supuesto —respondió
Noemi—, dada la similitud de sus síntomas. Ninguno de ellos es susceptible.
—¿Están los pacientes lo suficientemente lúcidos para darte un historial médico?
―preguntó—. ¿Sabes si son naturales o Curados Helo?

—Si son regs naturales, no pueden Oscurecerse. —Persis interrumpió antes de darse
cuenta de lo que estaba haciendo.

Justen la miró, sus labios apretados en una línea. Parecía tan afligido como ella se
sentía, como perdido. No había peligro, en este momento, para que él pudiera ver debajo
de su máscara. Cualquier cosa que él estaba pensando, su cabeza estaba demasiado llena
para algo más.

—Sí. La DRA sólo afecta a los regs cuyos ancestros tomaron la Cura Helo. Ese es el
porqué es llamada Demencia por Regularidad Adquirida. No regularidad natural.

—No hemos tratado de conseguir información de ellos —habló Noemi—. Pero


incluso, si no son capaces de decirnos, podemos hacerles pruebas para eso. ¿Crees que
podría ser relevante?

Justen sacudió la cabeza arriba y abajo. Su mandíbula se contrajo como si estuviera


apretando cada músculo en su cara.

—Relevante, sí, pero no es de utilidad. Deberíamos tratar, sólo para asegurarnos, pero
pienso que encontrarás que todos tus pacientes descienden de regs Curados Helo. Si mi
hipótesis es correcta, un reg natural no tendría este problema.

—¿Por qué no? —Cuestionó Persis, honestamente curiosa esta vez.

Noemi se puso sería mientras ponía las piezas juntas.

—Él está diciendo que el problema está conectado a cómo trabaja la curación, Persis.
La razón por la cual la Reducción fue tan insidiosa por todos estos siglos es porque no
puede ser manejada genéticamente fuera de nuestro código genético. No importa lo que
intentaran las personas, los genes mutarían de vuelta a su lugar en el embrión de
desarrollo.

—Bien, pero Persistence hizo algo diferente. —Todo el mundo lo sabía.

—Sí —contestó Noemi—. La Cura Helo no trató de corregir el código defectuoso.


Simplemente omitió la arquitectura de la Reducción, cambiando la forma en que el
cerebro se desarrolla en el útero. Y esto cambia la forma en que funciona. Un reg
natural, cuyo código genético mutó el defecto de Reducción, tiene el cerebro más como
un aristo. Pero un Reg Curado Helo tiene un… Bueno yo no quiero llamarlo un impulso
artificial. Pero es un tipo de cerebro diferente al de otros humanos.
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Justen le dio a Persis una mirada curiosa.

—¿Esto realmente te interesa?


—¿Como podría funcionar mi cerebro? —Espetó Persis—. Un poco. —Dejar que él
pensara que le importaba en nombre de su madre. Que ella aún pensaba en la DRA. Él
podía permitirle a Persis Blake ser seria acerca de esto, por lo menos.

—Muy bien. Imagina una ruta que esta perpetuamente inundada —empezó Justen—.
Esa es la Reducción. La carretera existe, pero es inservible. Con aristos y regs naturales,
la carretera está construida en un terreno más alto. No se inunda. Con la Cura Helo,
construimos un puente. Sin embargo, el camino inundado aún está allí. El defecto que
causa la Reducción todavía existe en el código genético de un reg, pero hay una
solución ahora. Eso es lo que Persistence Helo hizo. Ella le puso un pronto fin a la
Reducción.

Antes de Persistence Helo y su cura, sólo uno de cada veinte nacimientos Reducidos
resultaba en una descendencia reg natural. Si esperaban por varias generaciones, la
Reducción habría desaparecido eventualmente. Pero Persistence Helo, como Persis, no
tenía ese tipo de paciencia. Ella arregló a la población entera de una sola vez.

A pesar de que eso significaba efectos secundarios.

—Hay algunos —continuó Justen—, quienes argumentan que la DRA es más común
en las líneas genéticas que estaban más lejos de producir regs naturales. Pero no hay
manera de saberlo ahora.

—Y eso no es relevante para este caso —añadió Noemi, práctica y centrada como
siempre. Este es el porqué Persis la había querido tanto para la Liga. Ella era mayor que
la mayoría de sus otros confidentes y rodaba sus ojos a muchas de las ideas de Persis,
pero su corazón era leal. Al igual que todos en la Liga de la Amapola Silvestre, a Noemi
Dorric sólo le importaba que los galateanos estaban siendo torturados y eso estaba mal.
No era política, no era esnob. Sólo quería evitar que las personas fueran lastimadas.

Y ahora parecía que era mucho más difícil de lo que nadie hubiera imaginado.

—¿Así que el daño hecho a los regs refugiados está conectado a la manera en que sus
cerebros funcionan? —Interpeló Persis.

Justen asintió.

—Lo sabríamos a ciencia cierta, si la Amapola se encuentra con un prisionero


Reducido que sea reg natural. Y ellos son mucho más raros.

Si la Amapola Silvestre se salía con la suya, empezaría a rescatar Galateanos mucho


antes de que se convirtieran en víctimas de esta terrible droga.

Justen seguía estudiando los resultados de laboratorio, su mirada intensa, casi maníaca.
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Persis conocía esa mirada… Era la que ella usaba cuando la Amapola Silvestre estaba a
cargo. Era la única donde todo se desvanecía, excepto el enfoque singular de búsqueda.
No había ninguna posibilidad de llevarlo a un ostentoso paseo público esta noche, sin
importar lo que Isla quisiera. Esta noche, la gente lo necesitaba.
Era una gloria para contemplar, en realidad. Ella había accedido a alojar a Justen de la
forma en que apoyaría a cualquiera que quisiera refugiarse de la revolución, pero no
había esperado lo que había encontrado en él. Sus conocimientos médicos podían ser
una bendición para su madre y ahora una bendición para esos pobres galateanos,
también. Pero aun más que eso, Justen le había enseñado la verdad acerca de la
revolución.

Todos los otros refugiados a los que ella les había hablado después de su
desintoxicación hasta el momento habían sido enemigos reales de la revolución. Sus
sentimientos hacia esta eran puramente negativos, lo cual era comprensible, teniendo en
cuenta sus experiencias. Al conocer a Justen, ella vio un lado completamente diferente,
un lado con el que ella podría haber simpatizado antes de que todo hubiera ido
terriblemente mal. Persis nunca habría entendido la mentalidad de Remy si no hubiera
visto a su hermano primero.

Estos eran los verdaderos revolucionarios, estos Helo, estos ciudadanos que creían que
las cosas en Galatea estaban mal, que tenían que cambiar… Pero estaban horrorizados
por la forma en que el Ciudadano Aldred había pervertido sus deseos en crueldad,
venganza y tortura. Y el hecho de que Justen y Remy podían contener esos sentimientos
mientras eran criados en la casa Aldred…era el testimonio de su fuerza interior.

Debía haber otros en Galatea que pensaran de la misma manera, pero que estaban
demasiado asustados para actuar, debido a los castigos rápidos y severos que el
Ciudadano Aldred daba. A diferencia de los Helo, ellos no tenían la protección de sus
nombres. Pero si otros pudieran ser contactados, si las personas pensaran como Justen y
Remy se podrían plantear un desafío para el reinado de terror, entonces tal vez ellos
podrían encontrar una manera de detener todo, y entonces nadie necesitaría asilo.

O a la Amapola Silvestre.

¿Podría ella alguna vez estar satisfecha con el simple hecho de hacerse cargo de la
herencia y ser una hija obediente a sus padres después de estos meses de aventuras?
Persis no lo sabía. Pero una vez que los galateanos no estuvieran en peligro, su álter ego
no sería necesario, ni la máscara que usaba cuando actuaba como Persis Blake. Quizá
entonces, finalmente, podría hablarle a Justen como una igual.

O tal vez incluso antes de eso. Después de todo, él ya estaba ayudando a la Liga de la
Amapola Silvestre, ayudando a los refugiados. E incluso su hermana estaba tomando
parte en las operaciones.

Tal vez era el momento de decirle a Justen quién era ella en realidad. Este último
avance debería eliminar cualquier lealtad restante que le quedara ante la farsa retorcida
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de lo que su revolución se había convertido. Justen, quien tenía mucho respeto ante el
trabajo de su abuela, que había dedicado su vida al arreglo de todos los defectos en su
gran logro… Él no podía esperar y ver a sus líderes desmontarlo. No podía dejar que
amenazaran a sus compatriotas de esa manera.
A sus compatriotas, pero no a él. Justen era un reg natural, ella recordó con un
repentino escalofrío. Él era natural, y ella, a pesar de ser un aristo, podría tener un
cerebro Helo Curado. Si cualquiera de ellos era capturado por los galateanos y
dosificado con esta droga, Justen se recuperaría, mientras que Persis…

Ella tal vez podría aprender lo que era Oscurecerse unas décadas antes.

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Capítulo Trece
Varias horas después, Persis y Justen todavía estaban en el sanatorio, sin signos de
partida en el horizonte. Justen y Noemi habían examinado a los regs en las instalaciones
del lugar y aprendieron que la hipótesis de Justen era correcta, cada uno de ellos
descendía de aquellos que recibieron la Cura Helo. El próximo paso era ver si había una
forma de contrarrestar o dimitir los efectos. Para pasar el tiempo, Persis estaba jugando
ajedrez en el piso con algunos otros pacientes. Pero, no estaba siendo cuidadosamente
atenta. Aun así, accidentalmente ganó.

También quemó algunas de sus flutternotes cuando estaba segura de que nadie miraba.
Habló con Isla de que un problema en la base de refugiados la retuvo de consumar la
misión de relaciones públicas de Isla, pero que ella y Justen habían estado trabajando en
esta juntos. Habló con Andrine para obtener noticias sobre el transporte de Remy de
regreso a Galatea. Andrine había sido encargada de darle a la chica algunas
instrucciones muy explícitas sobre qué tenía que hacer cuando llegara a casa, ya que
Persis no quería poner a la hermana de Justen en un camino peligroso. Remy iba a
recoger información, no a ser capturada.

Finalmente, le envió una flutternote a sus padres, –una con forma de franchipán,
naturalmente– diciendo que ella y Justen llegarían tarde a la cena.

Y pensó. ¿Era posible que los galateanos no estuvieran al tanto de lo que le estaban
haciéndole a su gente con esta droga? Habían empezado a usarla solamente en los
aristos, un castigo simbólico con la intención de esclavizar a la clase alta, así como una
vez los aristos habían esclavizado a las masas. La primera víctima de los
revolucionarios fue la vieja Reina Gala, seguida de todo su séquito. Fue apenas
recientemente que habían expandido esta manera de castigo a los regs que se habían
enemistado con la revolución. ¿Iban a hacer que las sentencias fueran de por vida?

―Disculpe, ¿Lady Blake?

Persis levantó la vista de su reciente juego para ver a Lord Lacan parado allí, con
rostro serio. Lord Lacan fue el primer aristo que rescató, que estaba al tanto de su
verdadera identidad, gracias a la desenmascaración de Remy durante el rescate del
hombre. Los otros aristos en su fiesta, afortunadamente, habían estado fuera de la vista
cuando Remy le había quitado su capa. Aunque cada nueva persona que sabía su secreto
era un nodo más de peligro, estaba agradecida de que hubiese sido alguien como Lacan
y no alguien como Lord o Lady Seri.
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Se excusó a sí misma del tablero –algo bueno, también, ya que estaba a dos
movimientos de otro jaque mate–, y se dirigió con él a un rincón tranquilo.
―Los rumores han estado volando por toda la instalación, al igual que sus pequeños
mensajes de algodón de azúcar ―le dijo el viejo hombre―. ¿Hay un problema, según
entiendo, con los regs refugiados?

―No es de la incumbencia de usted ni de su familia, señor…

―Estás equivocada ―Lacan respondió―. Los regs que rescataste junto conmigo son
mis amigos. Cualquier cosa que hiera a mis compatriotas me hiere a mí. ¿Puedo verlos?

Persis parpadeó, sorprendida por la vehemencia en su voz. Por otro lado, incluso
Reducido, Lacan tenía una presencia a su alrededor. Él había sido una de las voces más
importantes de la reforma antes de la revolución, razón por lo cual ella estaba tan
desconcertada de que Aldred le hubiera puesto una etiqueta para encarcelamiento y
Reducción. Incluso Remy Helo parecía curiosa. Lord Lacan era el responsable de
cambiar por lo menos una mente reg de Galatea sobre la revolución, y alguien quien
había sido criado para creer en esta con más fervor que nadie. Tal vez ese es el por qué
Aldred lo encontró tan peligroso. Él era uno de los únicos pro-reg ahí fuera que podían
desafiar las reglas despóticas de Aldred. Lacan era un aristo, pero no la clase de aristo
que la revolución buscaba desafiar.

Persis lo guió a la siguiente habitación. Había siete refugiados ahí, todos regs. Lacan
los observó por un momento, sus sombríos y confusos rostros, sus torpes movimientos y
sus farfullos.

―Esto es una abominación ―dijo al final―. Debemos decirles a mis compatriotas lo


que les están haciendo, lo que realmente arriesgan permitiendo que el Ciudadano Aldred
controle la isla. Todo por lo que luché, la integridad de la Cura Helo en sí misma ―la
voz del hombre se rompió en las palabras, y sacudió su cabeza.

―Lo sé ―Persis puso una mano en su brazo.

Él le miró la mano, el wristlock de cuero amarillo que cubría su palmport

―Eres una persona muy joven como para estar tomando esto todo tú sola.

―No estoy sola ―ella respondió a la defensiva―. Tengo ayudantes, a Noemi, y el


apoyo de la princesa.

Él la interrumpió, su tono contemplativo, como si no la hubiera escuchado.

―Esto es en lo que he estado pensando desde que volví a ser yo mismo. Cuán joven
eres. Cuán jóvenes se veían tú y aquella chica, mientras luchaban en el suelo, en
Galatea. Cuán joven es la Princesa Isla. ―Lord Lacan miró hacía sus arrugadas manos,
al vendaje que cubría su pulgar―. Tenía diez años cuando tomé el mando de mi familia.
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Doce cuando Persistence Helo vino a mí y me dijo sobre la cura, cuando decidí dársela
a cada persona Reducida en mi tierra. Mis vecinos, toda esa gente más vieja y sabia que
yo, todos me dijeron cuán tonto era escuchar a un reg que se las había arreglado para
conseguir entrenamiento médico. Dijeron que incluso si funcionaba, iba a ser mucho
más difícil tratar de manejar a un estado lleno de regs de lo que lo sería si fueran
Reducidos.

―Y tú tuviste razón, al final.

Él se rió entre dientes.

―Sí, la tuve. A los doce años, era joven e idealista y afortunado de haber tenido razón.
Así que, por eso sé que es tonto decirte cuán peligroso es todo este asunto de la
Amapola Silvestre, y completamente inútil decirte que eres demasiado joven para
solucionarlo. Porque sé por experiencia, que a veces son sólo los jóvenes quienes están
lo suficientemente locos como para cambiar el mundo.

Vania frunció el ceño mientras buscaba entre los archivos de su oblet. La nueva
estrategia del General Gawnt de fortalecer la seguridad en los campos de trabajo
significaba más trabajo del que le gustaba a Vania. Él estaba haciendo esto para
molestarla, de eso estaba segura. Ahora, en lugar de estar en las líneas frontales del
asedio Ford, esperando por el momento en que pudiera ver las últimas barreras caer,
estaba estancada en una oficina en el palacio real Halahou, revisando archivos de los
movimientos de las tropas.

Molesta, volvió al memo que él le había enviado. Su gorda cara lucía más como una
mancha en la pantalla de la oblet.

―Con todas estas medidas en marcha, estamos seguros de que la amenaza de la


Amapola Silvestre pronto será detenida.

Qué absurdo. La Amapola Silvestre no estaba intimidada por guardas. Él había entrado
a una finca fuertemente armada, engañó a una oficial y a sus soldados para que liberaran
a Lord Lacan y su familia. Ella había revisado todas las entrevistas a los testigos allí.

Bueno, todas menos la del guardia desaparecido. El joven que aparentemente apareció
de la nada y luego desapareció con la Amapola. ¿Un informante? ¿Un espía? Sus
antecedentes eran obviamente falsificados y no guiaban a ningún lado. Y parecía que la
Amapola le había hecho algo a las grabaciones de vigilancia de cuando apareció, como
si todo el bloque de tiempo hubiera sido eliminado.

A pesar de esto, Vania no se estaba dando por vencida. Mientras Gawnt trataba de
desenmascarar a la Amapola con fuerza bruta, ella lo haría con finura, y empezaría
rastreando a todo aquel que había interactuado con el espía, incluso si eso significaba
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interrogar a la estúpida niñera que había dejado que los chicos Ford se fueran de sus
manos.

―¿Capitán Aldred? ―vino la voz de su asistente―. Tiene un visitante. Ciudadano


Helo. ―Como siempre, había un dejo de respeto en la voz de la mujer cuando
pronunciaba el nombre. Helo. Vania se preguntó si su propio nombre podría tener tanta
importancia para las futuras generaciones.

También: ¡finalmente! Justen no había respondido a sus mensajes por una semana.
Ella sabía que él estaba enfocado en su búsqueda, pero era ridículo.

―Hazle pasar ―respondió.

Pero la figura que pasó por la puerta no era Justen. Era Remy.

―Oh ―Vania puso una sonrisa en su rostro para ocultar la desilusión―. ¿Finalmente
estás de vuelta de tu viaje escolar?

Los ojos de Remy se estrecharon y su mano fue a su suave capa de cabello oscuro.

―Sí. Qué bueno que no me extrañaste demasiado.

Vania rio entre dientes.

―Por supuesto que te extrañé, mocosa. Especialmente en la cena. No podrías creer lo


aburrido que es cuando no están ni tú ni tu hermano para distraerme de los discursos del
General Gawnt.

―¿Tampoco has visto a Justen? ―Remy dijo―. No está en el laboratorio, ya sabes.

―Oh ―Vania dijo, distraída―. Bueno, ya conoces a Justen. Probablemente ha sido


requerido en un sanatorio en algún lado, para que restriegue las frentes de patéticos
Oscurecidos.

―No lo sé. No… hemos hablado por un tiempo ―dijo Remy―. Tuvimos una pelea
antes de que me fuera. Y no ha respondido a ninguno de mis mensajes para hablar en
persona.

―Probablemente olvidó su oblet en algún sitio ―Vania se encogió de hombros―. Si


hay alguien que necesita un palmport, es tu hermano.

Remy asintió.

―Nunca lo usaría, de todas formas.

Vania se puso seria.

―Por una buena razón. Son desagradables, decadentes… y peligrosos.

Aunque la combinación entre la nanotecnología y la genoingeniería era todo un furor


en Albion y estaba empezando a ser popular incluso entre los aristos de Galatea antes de
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la revolución, el Ciudadano Aldred sostenía que la práctica era un ejemplo innecesario,


indulgencias innecesaria propias de las clases altas, luego hizo ilegal la tecnología antes
de que se volviera popular entre los regs. Vania recordaba como Justen había ayudado a
su padre a preparar panfletos que hablaban contra lo que los desconocidos palmports
podrían estar haciéndole al sistema del cuerpo mientras drenaban las reservas para
alimentarse de energía.

Vania sólo los había visto, muertos e inútiles, o en las manos de los prisioneros
Reducidos, pero ella había mirado videos de palmports en acción, maravillosas
flutternotes de algodón de azúcar que llevaban mensajes codificados y aplicaciones que
sólo podrían generar pequeñas cosas, juguetes, o incluso químicos si tenías los
suplementos correctos.

A veces, cuando se quedaba sin punzones neurotóxicos en su brazalete de armas, se


preguntaba si alguna empresa de genoingeniería crearía una aplicación de palmport para
ellas. Ya sabes, si no fuera ilegal. Imagina no tener que cargar venenos a todos lados.
Imagina ser venenosa, al presionar un botón e inyectar un suplemento…

―¡Vania! ―Remy movió su mano frente a los ojos de Vania―. ¿Estás


escuchándome?

Levantó la mirada hacia su hermana adoptiva. ¿Cuándo se había vuelto tan alta Remy?
Ella ya no era la niña que andaba tras Vania y Justen, rogando ser parte, cualquier parte,
de sus actividades.

―Lo siento, enana ―dijo ella―. Estuve con mis manos tan ocupadas con el asedio
Ford, y ahora Gawnt me puso a tratar de localizar a la Amapola Silvestre…

―¿En serio? ―Remy dijo, sus ojos iluminándose con interés―. ¿Qué has encontrado
hasta ahora?

Vania se mordió el labio. Realmente no tenía el tiempo para explicarle esto a una niña
pequeña.

―No mucho, pero de seguro más de lo que le reportaré al Capitán Gawnt. Si alguien
va a atrapar a la Amapola, esa seré yo.

―¿Puedo ayudarte?

―Tal vez en unos años.

Remy parpadeó, dolida, y ahora Vania si lo notó. Justen era mucho mejor disuadiendo
a su hermana de lo que ella alguna vez había sido. Esa probablemente era la razón por la
cual él estaba trabajando a su manera en un sanatorio y ella estaba interrogando a la
realeza como parte de la policía militar.

―Está bien, enana ―concedió―. Hay una manera en la que puedes ayudar. Hay una
historia dando vueltas en la finca Lacan sobre una soldado perdida, un joven recluta que
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aparentemente desapareció con la Amapola. Pero nadie parece saber de dónde salió ella.
Tengo toneladas de grabaciones de reclutas militares que mirar. Tal vez puedas
ayudarme a rastrear a esta chica ―Ella le tendió un oblet a Remy.
―Trina Delmar ―Remy leyó en la pantalla ―. Sí, creo que esto es algo que puedo
manejar.

Bien. Eso la iba a mantener ocupada, y era dudoso que Remy pudiera causar muchos
problemas viendo un par de grabaciones. Era una suerte que Remy y Justen no hubieran
estado en contacto; aunque algunas veces Justen y Vania pasaban semanas sin hablarse,
Remy y su hermano eran mucho más cercanos. O por lo menos, Vania creía que lo eran.

¿Tal vez no había visto un mensaje suyo explicando su larga ausencia? Ella volvió a
revisar. Nada de Justen, pero en su bandeja había un mensaje de un compañero de clase.
Ella lo cliqueó y su oblet le mostró un video de una muy popular fuente de cotilleos.

¿Justen Helo, héroe de la revolución, visto siendo cariñoso con una aristo albiana?
Oh, Helo, ¡dinos que no es así!

Con su mandíbula abierta como la de un pez, Vania reprodujo el video una y otra vez
con desconfianza. El chisme barriendo Halahou era que Justen Helo estaba en Albion
enamorando a una de las aristócratas más ridículas de los alrededores.

El nombre de la chica era Persis Blake, y según la historia, era una de las más ricas,
hermosas, y estúpidas chicas en toda la isla. Su padre, quien probablemente también
tenía pomada por cerebro, había roto la tradición Albiana al nombrarla la próxima
heredera, lo que la hacía una de las solteras más deseadas de Nueva Pacífica.

Vania no lo entendía. Esto tenía que ser alguna clase de malentendido. O tal vez una
mentira viciosa perpetrada por la realeza Galateana. Justen no se iría a Albion sin
decirles primero. Y él ciertamente, ciertamente, no se enamoraría de una chica tan
superficial como esta chica Blake era.

Justen siempre había estado desinteresado en el romance. Demasiado trabajo por


hacer. ¿No habían tenido esa conversación cientos de veces, mientras sus tontos
compañeros de clase se enganchaban en poco productivas y melodramáticas relaciones
que se quemaban fácilmente y dejaban nada más que odio y sentimientos heridos como
consecuencia? Vania había usado esos sentimientos heridos en sus misiones, una
antigua compañera de clases, había estado más que dispuesta a revelarle a Vania que un
ex-amante había estado atendiendo reuniones de la realeza. El pobre chico había estado
dos meses en su campamento de trabajo, gracias en parte a la amargura producto de un
romance fallido. Esa clase de sentimientos estaban por debajo de personas como Justen
y Vania. Por lo menos, eso es lo que Vania siempre había pensado.
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Pero incluso si Justen decidía por fin hacer caso de algo más que su preciada
investigación, nunca hubiera sido por una aristo, incluso si a ella, obviamente, le habían
puesto el nombre por su famosa abuela. No una aristo. No su Justen. No importaba que
tan hermosa, encantadora o rica esta chica fuera. A Justen no le importaban esas cosas.

Si él había sido visto en Albion… bueno, Vania estaba segura de que había una
explicación. A veces Justen se metía tanto en su búsqueda que su mente se ausentaba.
Tal vez estaba recolectando información en un sanatorio de Albion, pensando que él
sólo iría a un viaje de un día. Eso explicaría la falta de mensajes. Justen iría a la luna si
pensara que eso ayudaría a su búsqueda. Y tal vez había encontrado este viaje tan
fructífero, que lo extendió y se negó a avisarles. Y tal vez esta aristo era…

Bueno, Vania no podía siquiera imaginar qué tendría que ver una aristo con un
sanatorio. Ningún aristo en Galatea se había manchado nunca con los problemas de los
regs.

Y ella no podía imaginar de dónde podrían haber sacado la idea de que Justen alguna
vez se enamorara de una aristo, sin importar qué tan hermosa fuera. Él tendría que ser
Reducido para ser tan estúpido.

O tal vez Vania era quien estaba actuando como Reducida. Después de todo, los
aristos vivían para ser encantadores, brillantes y seductores. Tal vez Justen no era tan
inteligente como para no caer en sus redes. Tal vez, porque él siempre había estado tan
ocupado como para involucrarse con nadie antes, estaba completamente cegado por las
técnicas de seducción de esta aristo albiana.

Y por supuesto, los aristos albianos lo querrían de su lado, si podían tenerlo. Él era
demasiado valioso para la revolución como para dejarlo en sus manos. Incluso el padre
de Vania estaría de acuerdo con eso. ¿No había dicho él alguna vez que Justen era uno
de los más valiosos?

Esto tomó precedencia por sobre cualquier tonta grabación. Vania necesitaba saber
donde estaba Justen y qué estaba haciendo. Ella le enviaría un mensaje, y si no había
ninguna respuesta razonable a estos ridículos rumores, si él no tenía una buena razón
para quedarse en la isla infectada de aristos que era Albion por más tiempo del
necesario, entonces, ella iría y lo traería a casa por sí misma.

Y podría buscar a la Amapola Silvestre en el camino.


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Capítulo Catorce
Como le ocurría tan a menudo en los laboratorios en casa, el persistente ruido de su
estómago finalmente distrajo a Justen de su trabajo. Miró los datos más recientes, para
encontrarse con los rayos del sol penetrando los tragaluces de la oficina subterránea de
Noemi. Salió a la sala de espera para descubrir que todos sus pacientes se habían ido a
almorzar, y que a Persis no se le podía encontrar en ningún lado.

Estiró su espalda y parpadeó, sus ojos secos y picosos, momentáneamente


desorientado. ¿Cuántas horas había estado trabajando? Los resultados de los exámenes
de los pacientes habían regresado al anochecer, y le había tomado al menos seis horas
analizar el primer lote de escaneos cerebrales. Noemi había empezado en las victimas
las terapias recomendadas para pacientes de DRA, y Justen había imaginado que, para
eliminar las sospechas, tendría que reunir un cuerpo razonable de investigación
demostrando por qué eso no ayudaría, antes de poder sugerir una forma alternativa de
tratamiento. Y debía hacerlo rápido, mientras más se quedaran estas pobres personas en
este estado, más daño causaría.

Su mandíbula se tensó. No se suponía que fuera de esta forma. Nunca se supuso que
fuera de esta forma. Justen apoyó la cabeza en sus manos, masajeando la tensión de su
frente. Nunca había visto a los Reducidos en persona antes, y cuando conoció a
refugiados como los Seri, totalmente recuperados, y más desagradables que nunca, fue
fácil pensar que las cosas no eran tan terribles como él había imaginado.

No había forma de escapar ahora.

—¿Médico Helo? —Miró hacia arriba para ver a Noemi esperando con el próximo
lote de escaneos cerebrales—. ¿Quiere que le prepare una camilla? Creo que debería
tomarse el día. Hizo un gran progreso anoche, y no sabremos mucho hasta que podamos
ver los resultados de los nuevos tratamientos.

—¿Porque los tratamientos normales son muy efectivos? —respondió, sonando más
molesto de lo que había querido. Él ya sabía por su corta estadía en el sanatorio que los
tratamientos de DRA en Albion no eran tan diferentes a los regímenes estándares en
Galatea. Ellos podían demorar el progreso de la enfermedad por, tal vez, unos seis
meses, pero no eran capaces de traer de vuelta alguna función del cerebro. Una vez que
empezabas a presentar los síntomas, no había nada que los médicos de la isla pudieran
hacer para detenerlo.

Pero, con la ayuda de los archivos de su abuela, Justen buscaba cambiar eso. Su
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investigación trataba de detener los mecanismos que habían desencadenado el DRA


antes de que empezaran. Y él había estado en lo correcto hacía seis meses. Había
controlado a los mecanismos. Era todo lo demás lo que estaba mal.
—No vas a inventar un nuevo tratamiento hoy, Justen —dijo Noemi con suavidad—.
Tal vez seas talentoso, tal vez seas un Helo, pero sigues siendo humano. Un humano de
dieciocho años. Y no me eres útil a menos que duermas algo.

Asintió con rigidez. —Dormir. —Una ausencia de pensamientos coherentes que lo


rejuvenecería, mientras esta sólo fomentaba el daño en las personas que él había herido.
Él había venido a Albion para escapar de lo que había hecho, y aquí vio por completo
las horribles consecuencias. Le había pedido asilo a la Princesa Isla, cuando debió
haberse entregado a sí mismo y rogado misericordia. El miserable sabotaje de las
píldoras con las que había ensayado cuando seguía en Galatea; el sabotaje que había
causado la pelea entre él y su hermana, que fue apenas suficiente para expiar el daño
que vio ante él.

Todo esto era su culpa. La reina, la revolución, el sufrimiento de sus compañeros. Él


había inventado la droga de la Reducción que estaba partiendo su hogar en dos. ¿Cómo
podía dormir? ¿Cómo podría volver a dormir, ahora que sabía la extensión del daño que
había causado?

Miró los amables e inteligentes ojos de Noemi. Aquí, en Albion, estaba


completamente solo. Persis, tan tonta como era, lo había desgarrado con la simple
mención de tener una motivación alterna para dejar Galatea. ¿Qué pensaría ella si
supiera la verdadera profundidad de su engaño? ¿Cómo podía explicarle a alguien como
ella la trampa en la que había caído en casa?

El tío Damos había cuidado de él desde que tenía diez años. Había formado la mente
científica de Justen, su búsqueda, su intención de ayudar a aquellos con DRA. Él había
preparado a Justen para hacer su investigación desde antes de que terminara su
licenciatura, y era muy entusiasta con cada progreso.

El tío Damos había estado especialmente emocionado seis meses atrás por los
tempranos resultados de un tratamiento que Justen había descubierto luego de estudiar
las notas de su abuela. Mostraba completamente los efectos inesperados cuando se
aplicaba a un modelo de control cerebral, el modelo cerebral de un aristo. La prueba de
la droga no había detenido la demencia. En su lugar, la había causado. Justen había
estado inquieto, decepcionado de como su última posibilidad de investigación había
terminado en un inútil callejón sin salida, pero su tío Damos lo había consolado,
recordándole que incluso Persistence Helo había sufrido contratiempos en su búsqueda
de la cura y ese esfuerzo en realidad nunca fue en vano.

Y cuán en lo correcto había estado al final. Su investigación no había sido una pérdida
del todo. Había tenido un uso más amplio de lo que jamás había soñado. Y había
llevado a la revolución por un oscuro y retorcido camino.
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Justen había sido un tonto al pensar que al escapar de Galatea escaparía de sus
demonios. Aquí estaba, parado en un lugar que la Amapola Silvestre había creado,
viendo los resultados de su obra que la Amapola Silvestre había rescatado. Olvida lo
que Persis podría hacer si descubría la verdad acerca de Justen. Lo que realmente le
preocupaba era que Noemi (y por extensión, el brillante espía para el que trabajaba) se
enterara que Justen había inventado la droga de la Reducción. Estaba claro que el espía
era un hombre de acción que no descansaría hasta arreglar todo lo malo que estaba
pasando en Galatea. La Amapola debía ser muy inteligente e ingenioso para
secretamente poner todo esto en marcha mientras la figura de princesa regente iba por
ahí tonteando con crear falsos romances entre Justen y su estilista favorita. Si Justen no
era cuidadoso podía, inadvertidamente, revelar la verdad y encontrarse a sí mismo como
próximo objetivo de las actividades de la Amapola Silvestre.

Pero era un riesgo que Justen tendría que tomar. No podía abandonar a las víctimas
que había creado, incluso si significaba ponerse a sí mismo en tantos problemas como
había estado cuando huyó de Galatea.

—Tienes razón —le dijo Justen finalmente a Noemi—. Tal vez debería descansar. —
En algún lugar alejado de donde la Amapola Silvestre pudiera encontrarlo antes de que
pudiera redimirse encontrando alguna solución al problema que había causado. Algún
lugar como Scintillans—. ¿Sabes si Persis aún está aquí? ¿O se aburrió tanto anoche que
se fue?

Noemi sonrió. —Ha estado entreteniendo a los niños con esa comadreja suya.

Bueno, si había algo que podía distraer del espectro del daño cerebral permanente, era
Slipstream. Se puso en marcha para localizar a la chica y a su visón marino, y siguió el
sonido de las risas y chapoteos hacia una cámara de baño subterránea.

Tallado de la misma roca como el resto de las cosas simples, los baños estaban
iluminados por luces sumergidas en varias sombras que los colores codificaban según la
temperatura de cada piscina ―azul brillante para un baño frío, un suave ámbar en el
tibio, y un rojo ardiente para el caliente. El aire estaba lleno con nubes de vapor y las
voces de los niños; Justen sonrió, recordando su última visita a los baños públicos en
Halahou. Habían estado cerrados desde la muerte de la Reina Gala, cuando un motín
estalló y resultó en el ahogo de varios aristos simpatizantes de la corona. El Ciudadano
Aldred los había considerado demasiado peligrosos en el período de disturbios. No era
una pérdida si tenías una piscina geotérmica privada en casa, como ellos, que vivían en
el palacio real, pero ahora Justen se preguntaba exactamente cuántos ciudadanos de
Galatea habían sido privados de los baños.

Muchas cosas que no se había preguntado cuando debió haberlo hecho.

Mientras caminaba hacia los baños, el estrépito de las voces de los niños empezó a
tener coherencia.
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—¡Haz que lo haga otra vez!

—¡Yo sigo! ¡Yo sigo!


Ante él, la cortina de vapor se había disuelto para revelar a Persis sentada en una
saliente de una de las piscinas tibias, su piel y vestido amarillo reluciente como el oro en
la luz ambarina. Alrededor de ella estaba una media docena de niños refugiados,
chillando con deleite ante las payasadas de Slipstream, quien estaba deslizándose por el
agua y presentando acrobacias marinas en respuesta a las migajas de comida que los
niños le lanzaban.

Justen sonrió a pesar de su cansancio.

—Rodeada de un grupo de admiradores, como de costumbre, Persis.

Persis miró en su dirección e hizo señas débilmente a través del humo.

—Ciudadano Helo —dijo—, al fin dejas tu laboratorio. ¿Descubriste algo interesante?

—Tenemos algunas pistas —contestó él. Se sentó al lado de ella—. ¿Has estado aquí
toda la noche?

—Yo dormí. —Se veía así. Su piel marrón-dorada brillaba con vitalidad y tal vez por
el vapor también. Justen se encontró a sí mismo hipnotizado por el brillo de la humedad
a lo largo de su clavícula, en el hueco de su garganta, la cresta de su mandíbula y el tope
de sus labios.

Él desvió su mirada y bostezó. Debía estar más exhausto de lo que se daba cuenta.

—Se me ha ordenado hacer lo mismo.

—¿Estás seguro de que no estarías más cómodo aquí? Noemi estaría más que contenta
de encontrarte una cama. —Slipstream terminó su más reciente acrobacia y regresó
junto a su dueña por más comida.

—Si está bien para ti, creo que volveré a Scintillians. Me dará un descanso. Una
oportunidad para aclarar mi cabeza. —Una oportunidad, pero no una muy larga. Sus
sueños probablemente serían cazados por los rostros de sus víctimas dónde sea que
durmiera.

Persis pasó sus manos a través de la piel húmeda de Slipstream, tocó la nariz de la
criatura con la suya propia.

—Supongo que, pasar cualquier minuto de tu tiempo cerca de la gente cuyas vidas tu
guardián destruyó, debe ser terriblemente agotador. —No conocía ni la mitad de ello—.
No puedo imaginar cómo lo haces.

Él no estaba seguro del todo con respecto a eso. Persis podía ser –bueno, si no seria, al
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menos cuidadosa–, cuando la situación lo requería. Claramente cuidaba a su madre, y


aquí estaba, distrayendo a los niños de sus problemas con su tonta mascota.

—Es mi trabajo. Como médico, estoy entrenado para no ponerme sentimental con los
pacientes, pero sí para concentrarme en sus enfermedades y en la ciencia.
—Estás entrenado excelentemente —respondió ella, y envió a Slipstream de vuelta a
otra búsqueda, para deleitar a los niños—. Cuán beneficioso debe ser poder mantenerse
desinteresado y clínico cuando hay tanto sufrimiento alrededor de ti.

Eso era por mucho el comentario más mordaz que él esperaba de ella.

—Créeme, estoy muy afectado por lo que aprendí hoy. Pero, ¿qué bien haría a todas
estas personas si me pusiera emocional? Ninguno. No puedo arreglar nada
molestándome. Tengo que actuar.

Ella le dio una mirada que cortaba a través del vapor. Sus labios se separaron y por un
momento, él pensó que ella iba a decir algo. Él se inclinó, y ella pareció estremecerse
por la noción. De inmediato, ella le dio su usual sonrisa despreocupada. Debió ser un
truco del vapor que esta pareciera no llegar a sus ojos.

Ella alzó y chasqueó sus dedos una vez. Slipstream se deslizó a su lado.

—Lo siento mucho, pero Slippy y yo tenemos que irnos ahora —le dijo a los niños.
Una ola de quejidos y súplicas de “sólo unos minutos más” se alzó desde el público—.
Prometo que volveremos pronto y ustedes podrán jugar un rato más. No hay nada que le
guste más a Slipstream que hacer trucos por golosinas.

—¿Es en serio? —preguntó él—. ¿Vas a hacer espacio en tu horario social repleto
para entretener a unos cuantos niños refugiados?

—¿Por qué, Justen Helo? Me sorprende eso de ti. ¿En serio pensabas que me perdería
la oportunidad de compartir con estos impresionables jóvenes recién llegados a Albion
la importancia de las técnicas para el color de cabello apropiado?

Persis los llevó de vuelta a Scintillians a través de una ruta terrestre, pasando a
pulgadas del exuberante paisaje verde de la península occidental a una velocidad que
habría mantenido a Justen despierto incluso si no hubieran estado sentados en una
cabina al aire libre.

—¿Siempre manejas de esta forma? —preguntó él, entrecerrando sus ojos para verla a
pesar de la luz del sol.

Ella disminuyó por un momento, y los ventiladores se redujeron a un rugido sordo.

—¿Siempre eres tan aburrido y rutinario? —Él rio.


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—En tus dimensiones, definitivamente sí. Por cierto, ¿sabías que solamente tengo tres
pares de pantalones?

Ella le dio una mirada horrorizada.


—Por favor no se lo digas a más nadie. Es suficientemente embarazoso que estés
conmigo. —Dio un golpe en su palmport—. Escribo una nota para conseguirte una cita
con mi sastre tan pronto como sea posible.

Ante eso, él se puso serio.

—No seas tan impaciente. Lo más probable es que pase mucho tiempo en el
laboratorio.

—Cariño —se burló Persis—, mi sastre te buscará.

Cuando volvieron a Scintillians, Persis salió del rayador y brincó a la terraza. Fredan,
el mayordomo que Justen había conocido en su primera mañana, los detuvo en la
habitación frontal.

—Lady Blake, sus padres se retiraron temprano hoy, pero puedo prepararles a usted y
al Ciudadano Helo una cena en la terraza trasera.

—¿Qué hay del jardín fuera de mi habitación? —preguntó Persis—. El atardecer es


tan adorable desde ese lado de la casa.

Fredan se aclaró la garganta.

—Lord Blake desea que yo le recuerde, que la habitación del Ciudadano Helo está al
otro lado de la casa.

Justen abrió la boca, pero Persis rio.

—Se está burlando de mí —explicó ella—. Papá no me dejará hospedarte aquí sin
fastidiar un poco. —Se despidió con la mano de Fredan y el viejo hombre se encogió de
hombros, y se retiró.

—Deberíamos decirles —dijo Justen—. Sobre el plan de la princesa.

—Ni hablar —dijo ella—. Hay una razón por la cual mi padre insiste en advertirme
jocosamente en lugar de poner un guardia alrededor del perímetro de mi habitación.
Creo que no hay nada que les gustaría más a mis padres, que verte caer muerto de amor
a los pies de su hija. —Pero su tono era burlón, y Justen estaba aliviado. Estaban en la
misma página, entonces—. Así que, actúa fiel ¿quieres?

—Lo que usted diga, Lady Blake.

Ella detuvo su andar y le dio una sonrisa apreciativa.

—Eso fue impresionante, Justen. Casi sonaste… Irrevolucionario.


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Terminaron comiendo en la terraza de Persis, de todas formas. Era una suntuosa


comida de malanga asado, fideos, ensaladas de papaya estrellada y orquídeas
comestibles, con espuma de vainilla como postre. A pesar del cuidado obvio que los
chefs de Scintillians habían puesto, a Justen le sabía como a arena. Sus pensamientos
estaban muy lejos, en Galatea. Finalmente había obtenido un mensaje de Remy,
pidiendo verlo en persona para hablar, y no estaba seguro de cómo decirle que eso sería
imposible. A lo largo de la comida, un segundo mensaje apareció en su oblet: Vania,
preguntándole dónde estaba, perturbada por los rumores que había escuchado acerca de
él y una aristo en Albion.

Al parecer no tendría que darle explicaciones a Remy, después de todo. Justen pasó
una mano por su cabello. ¿Cómo podía formular una respuesta razonable para
cualquiera de las preocupaciones de sus hermanas, cuando estaba exhausto y
consternado, y más seguro que nunca de que había hecho la elección correcta al dejar
Galatea? ¿Cómo podía tomarse el riesgo de responder sin acabar contándole a Vania
todo lo que había aprendido acerca de lo que la droga de la Reducción le hacía a los
ciudadanos, todo lo que se había dado cuenta con respecto a la forma en que su padre lo
manipulaba? Y si creía que Remy había reaccionado mal la última vez, ¿quién sabía lo
que le diría cuando le dijera que había desertado y quería que ella se le uniera?

No, él no le respondería a ninguna de las dos hasta tomarse un descanso y organizar


sus pensamientos.

El sol se sumergía lentamente en el cielo, y Justen notó una raya oscura revoloteando
hacia ellos a través del césped. Momentos después, Slipstream se escurrió unos pasos y
aruñó el dobladillo del vestido de Persis. Su piel estaba veteada con agua marina, y
pequeñas gotas todavía brillaban en sus bigotes.

—Hola, dulzura —dijo Persis, y, sin hacer caso a las sedas que estaba llevando,
sostuvo al animal entre sus brazos—. ¿Tuviste una buena cena, también? ¡Sí lo hiciste!
—Slipstream acarició su cara contra la curva del cuello de Persis y ronroneó felizmente.
Manchas y vetas de agua embarraron la parte baja del vestido de Persis, que lo ignoraba.

Justen no lo entendía. En un respiro, actuaba como si nada importara más que sus
preciadas ropas, y al otro, dejaba que Slipstream o los niños refugiados las arruinaran.
Supuso que era porque sus gastos evidentes no significaban nada para ella. Todo era un
juego. Aquí estaba ella, en su fina casa, con sus sirvientes, banquetes y su lujosa
mascota genomodificada, y cruzando el mar, subiendo la calle, la vida de las personas
era despedazada. ¿Cómo podía él sentarse aquí con una chica bonita y comer espuma y
flores mientras todo eso estaba pasando? Se alejó de la mesa y se paró, con su mente
hecha un torbellino. Noemi quería que durmiera, pero, ¿cómo podría cuando apenas
podía sentarse bien?

Persis se dio cuenta, todavía agarrando su costoso y baboso visón marino. Pequeñas
hierbas marinas se aferraban a su piel.
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—¿Qué pasa por tu mente? —le preguntó.

—Esta finca —dijo él con honestidad—. Soy muy reg para sentirme cómodo en un
lugar como éste.
Ella pestañeó en su dirección confundida.

—¿Entonces qué son todos los Regs que llaman a Scintillians su hogar?

—¿Cómo tu madre?

Ella asintió.

—Y Fredan, y su esposa e hijos, y toda la gente con la que crecí...

—Tus sirvientes no comen de esta forma, Persis.

—Tú no eres mi sirviente, eres mi invitado.

—¿Y qué me hace diferente de ellos? —preguntó él, volteando.

Ella sacudió su cabeza, y el borde de su boca se arqueó hacia arriba.

—Nada. Pero tú eres quien es mi invitado en este momento.

—Porque soy un Helo.

Persis suspiró.

—Honestamente, Justen, es tan sólo un nombre. Y es tan sólo una cena. No siempre
tiene que ser una cuestión política.

Eso era fácil de decir para la alta sociedad. Él se encogió de hombros y tomó un
respiro profundo.

—Así no es como las cosas funcionan en Galatea. Y tomando en cuenta que tu


princesa me está usando para fines políticos en estos momentos, yo no estaría seguro de
que así no es como funcionan las cosas en Albion.

Persis no dijo nada por unos momentos. Inclinó su cabeza sobre Slipstream, respirando
la esencia de la sal en su piel. Entonces levantó su cabeza y sonrió.

—Quiero enseñarte algo, es el momento perfecto.

—¿Qué?

Ella dejó a Slipstream en la terraza y le agarró la mano con la suya húmeda, tirándolo
hacia abajo en dirección a los acantilados.

—Vamos.

Ella dio una carrera a través del pasto, con el visón marino galopando para mantenerle
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el ritmo, sus rechonchas piernas eran una mancha en la sesgada luz del atardecer. Justen
suspiró y caminó detrás de ellos. La falda del vestido de Persis estaba volando tras de
ella, y los metros entre ellos sólo se alargaban a pesar del esfuerzo de Justen de
seguirles el paso. Para ser una socialité, era muy rápida.
Y mientras se acercaba al borde de los acantilados, no disminuyó ni un poco.

—¡Persis! —gritó, pero su voz fue atrapada por el viento y arrastrada lejos de él.
Segundos después, la vio desaparecer sobre el borde—. ¡Persis! —Tronó en el borde del
acantilado, y se detuvo en seco. Ahí, unos cuantos metros por debajo del borde del
acantilado, Persis y su visón marino se tumbaban sobre una amplia red de seda,
balanceándose ligeramente contra la brisa.

Ella se rió con amplitud e hizo señas hacia él.

—Salta. Hay mucho espacio aquí.

El espacio no era su preocupación. Sino destrozar la tela de araña que se balanceaba


por debajo de sus pies.

—Vamos —rogó ella—. Tendremos que lanzarnos por la tirolesa, o nunca llegaríamos
ahí a tiempo.

—¿Llegar a dónde? —preguntó él. Pero ella no le respondió, tan sólo rio otra vez y
alzó sus manos como si de alguna forma pudiera atraparlo.

Él suspiró. Ahí estaba, solo en el borde del mundo, una isla lejos de todo lo que él
había conocido, un ladrón, un traidor de su país, y, peor, de los valores que sele habían
enseñado toda su vida. Ahí estaba, ofreciendo montar una pantomima para beneficio
político de una princesa extranjera, para diferir del conocimiento de una aristo
consentido, para negar la revolución por la que una vez habría derramado su sangre para
defenderla.

Esperaba que valiera la pena.

Todo esto que se había concentrado en su cabeza, lo había hecho desde el momento en
el que abordó por primera vez el Daydream. Y no tenía nadie con quién hablarlo, nadie
a quién pedirle consejo para asegurarse de que había tomado la decisión correcta. Su
única protección en esta extraña isla era una chica risueña con el cerebro de una piedra
que...

Miró a Persis. Una tonta y mimada aristo que mantenía el secreto de la enfermedad de
su madre lejos de esas personas en su sociedad que podrían usar el conocimiento como
un arma. Una caprichosa y superficial mujer que resueltamente llena el ligero silencio
de las cenas con su familia, con charlas sin sentido sobre moda y escándalos de la corte.
Una chica ignorante aterroriza por el hecho de que podría morir de una enfermedad
heredable, que tomaba genetemps, navegaba yates, manejaba rayadores como una
maníaca, y se lanzaba a sí misma de bordes de acantilados por diversión.
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—Muévete —le dijo Justen

Y entonces saltó.
Capítulo Quince
―¿Te has deslizado en arnés antes? —preguntó Persis, jugando con una especie de
artefacto cerca de la hamaca adjunta a un cable.

—No puedo decir que sí —respondió—. Crecí en la costa sureste de Galatea. Más
bancos de arena, menos acantilados. ―A menudo se preguntaba cuánto control tuvieron
los creadores al formar estas islas. La explosión que había separado la capa de la Tierra
no fue diseñada tomando en consideración la creación de hábitats. El hecho de que
hubiera dos islas, una para el primer Rey Albie, y otra para la primera Reina Galatea,
fue un afortunado accidente. Y mucho de ese tiempo estaba perdido en la historia. Tal
vez hubo otros creadores que no obtuvieron su propio país. Tal vez nunca quisieron que
las naciones que fundaron se desarrollaran de la misma manera que ellos, nunca
quisieron que el régimen de aristos y reducidos se convertieran en la sociedad
dominante por cientos de años.

De algún modo, todos los pensamientos se fugaron instantáneamente cuando Persis


tiró de la cuerda de lanzamiento, y descendieron hacia el mar. Justen sintió que el
estómago se le subió a la garganta. Se sujetó a la seda que lo abrazaba por todos lados,
su tejido delgado parecía demasiado insustancial para sostenerlo. Cerca a sus pies, el
océano permanecía calmado, y Persis gritó con satisfacción mientras bajaban, bajaban y
bajaban, planeando por el aire, con la seda ondeando detrás de ellos como la vela de un
barco. El agua de color azul profundo se precipitó hacia ellos, más cerca de lo que le
habría gustado, hasta que estuvo casi seguro de que podía estirarse hacia abajo y tocarla,
entonces la línea se niveló y volaron a través del agua como un ave en busca de peces.

—Resiste —dijo Persis, un poco sin aliento—. Hay algo de sacudida al final.

—¿Qué? —preguntó Justen, y luego fue lanzado violentamente hacia adelante,


cuando la hamaca se enganchó a un bloqueo al final del cable. El extremo de atrás
osciló hacia arriba, arrojándolo otra vez, justo al regazo de Persis. Slipstream chilló en
protesta.

—Bueno, tranquilo —dijo ella tímidamente, pasando sus dedos desnudos contra las
despeinadas hebras de su cabello. Su sonrisa era amplia y acogedora, y el brazo
izquierdo de él parecía haberse enredado, de alguna forma, por completo debajo de su
falda. Él trepó y cayó fuera de su arnés, disculpándose mientras interiormente se
regañaba a sí mismo por no agarrarse un poco más fuerte, mientras Persis lo arrojaba a
un acantilado.
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—No me lastimaste, cariño. —Ella le sonrió y se deslizó fuera de los pliegues de la


seda, mientras Justen miraba alrededor, tratando de silenciar, desesperadamente, las
partes de su cerebro empeñadas en deducir contra cuál parte de su pierna él había estado
presionado. Estaban parados en una pequeña franja de musgo y arena que parecía ser la
única tierra verdadera a lo largo del estrecho, rompeolas que salían desde los
acantilados. Cerca había una choza de piedra. Los acantilados se elevaban por encima
de ellos, enormes y casi verticales. Él siguió la línea de rocas de vuelta a de vuelta a
donde se encontraba con la parte continental y vio a un minúsculo tramo empinado de
escaleras talladas en la roca.

—¿Así es como se supone que debemos regresar? —Asintió hacia el camino.

Ella se rio.

—No seas tonto, llamaré un bote. —Se quitó el wristlock de su muñeca y, momentos
después, una flutternote salió de su palmport y fue atrapada por el viento—. Les dije
que vinieran en una hora. Eso nos dará bastante tiempo.

—¿Para qué?

Persis tomó su mano.

—Para enseñarte por qué lo llaman Scintillans 4.

Ella lo llevó por el estrecho camino hacia la choza, y luego desapareció dentro. Un
momento después, le arrojó un par de bañadores azul oscuro.

—Si vas alrededor de la choza hacia el lado este, hay menos probabilidades de que
seas visto por la villa pesquera, pero —dijo, moviendo sus cejas— no prometo nada.

Él miró al bañador azul en sus manos.

—¿Vamos a nadar?

Persis asomó su cabeza fuera de la choza. Por lo que él podía ver, ella no estaba vestida.

—Por favor no me digas que eso también es ilegal en Galatea.

—Sé nadar.

—Bien. —Y se volvió.

Quizás nadar lo ayudaría a aclarar su mente. Había estado envidiando a Slipstream en


el sanatorio. Para cuando Justen se había cambiado de ropa, Persis estaba descansando
en una roca, deleitándose con el color coral del sol que se ocultaba. Su bañador, también
azul oscuro, era de dos piezas: una simple banda anudada sobre sus pechos y la parte
inferior cubierta con un pañuelo azul translúcido. Era la cosa más simple que la había
visto usar. Justen se preguntó vanamente de quién sería el traje de baño que él estaba
usando, o si la familia Blake mantenía un alijo de trajes de baño azules en su choza, sólo
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por si acaso.

4
Scintillants en español sería como “Centellante”.
Tan pronto lo vio, ella saltó hacia la arena. Su cabello estaba en su mayoría abajo, la
masa de rizos y trenzas amarillas y blancas estaba torcida en un flojo nudo en su nuca.
Por un momento, él podía pretender que era como cualquier otra chica que conoció
mientras crecía. Su piel prácticamente brillaba bajo la luz del sol. Ella debía saber la
tentadora vista que era ahí en la roca. Debía saberlo, porque nunca se había preocupado
de nada más en toda su tonta vida superficial. Era vital mantener ciertas cosas en mente,
antes de se le olvidara por completo la verdadera naturaleza de su relación. Era falsa.
Todo era falso.

Ella le tendió la mano desnuda, y él vio un destello de oro en su palmport.

Eso debería ayudar un poco.

—¡Apresúrate! —exclamó—. Tenemos que llegar allí antes de que el sol se ponga.
―Otra vez fue delante de él, hacia unas pequeñas rocas de una sorprendentemente clara
ensenada situada en la base del acantilado. Ella se sumergió en el agua y Justen la siguió
por la orilla, preparándose para el agua fría.

Pero se sorprendió porque el agua estaba tan caliente como en una ducha. La ensenada
debía ser una piscina geotérmica natural. Se hundió en el agua que le llegaba hasta el
pecho, suspirando plácidamente. Aunque ambas islas estaban en gran parte llenas de la
energía geotérmica proveniente del volcán, y que Justen sabía que había varias piscinas
termales dentro de Galatea, era difícil encontrar un agua tan natural como ésta, lo
suficientemente protegida de la marea como para que el agua pareciera más caliente
desde donde surgía de la tierra caliente.

Persis cruzó pataleando la ensenada, y él la siguió, notando cuán cerca el sol debía
estar del horizonte en ese momento, ya que la superficie del mar se volvía oro fundido.
Persis había alcanzado el borde del acantilado, y se colocó en una repisa que parecía
haber sido tallada en el muro de roca. Un momento después él se le unió, asentándose
en el asiento, dejando que sus brazos flotaran frente a él en el agua caliente.

—Podría dormir aquí —dijo, sorprendido al darse cuenta que era verdad. Quizás las
trasnochadas iban a pasarle factura, finalmente.

—Es tentador —acordó Persis, moviendo sus manos a través del agua y viendo el agua
dorada resbalar entre sus dedos—. Por supuesto, te ahogarías. Y, ¿no sería eso una
tragedia? Un célebre médico joven, querido por Galatea, joven, inteligente, apuesto…
muerto antes de tiempo.

Más bien muerto antes de que pudiera arruinar más vidas. Hizo una mueca. ¿Qué
derecho tenía de relajarse en una piscina geotérmica, mientras que los refugiados sufrían
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en el sanatorio, mientras que los prisioneros eran torturados en Galatea? Había una regla
que los médicos habían respetado desde tiempos inmemoriales: primero, no hacer daño.

Tenía que enmendar su error. No había nada más importante que eso en estos
momentos. Él dormiría durante unas horas, luego regresaría al laboratorio.
Delante de ellos, hacia el oeste, el sol se fundió con el mar, y el crepúsculo ya había
reunido las sombras a ambos lados de los acantilados.

—Entonces, ¿por qué lo llaman Scintillans? —se preguntó, más para cambiar el tema
que cualquier otra cosa.

—Espera.

Él esperó. No era difícil de hacer, acomodarse en las rocas con el agua de mar caliente
a su alrededor.

Persis no habló por una vez, y cuando la miró, tampoco estaba consultando su
palmport, solo estaba sentada viendo la puesta de sol, con una expresión desprovista de
su falsa alegría habitual. Su cabello estaba húmedo y pegado a la cabeza, haciéndola
parecer una persona mortal por una vez, así como también la persona dos años más
joven que Justen que en realidad era. Se preguntó qué podría haber sido de ella si no
hubiera nacido como una aristo en Albion. Igual que su hermana Remy, tal vez. Ella no
era estúpida, simplemente indiferente a cualquier cuestión de importancia.

Entonces pensó en lo que sería si hubiera nacido como una aristo en Galatea. Como
probablemente ahora sería reducida, encarcelada, obligada a trabajar hasta la muerte en
un campo; su tonta risa extinta, al igual que la chispa traviesa en sus ojos color canela.

Y sería culpa suya.

Él la estaba mirando. Se detuvo y volvió a concentrarse en el sol. Persis Blake era


hermosa, pero no era una puesta de sol.

Un momento más tarde, el sol se hundió bajo la superficie. Justen emitió un sonido
sibilante antes de poder evitarlo.

Pero Persis ya estaba riendo.

—¿Qué fue eso?

Se encogió de hombros, enviando el agua en remolinos alrededor de sus hombros.

—Algo que mi hermana y yo siempre hacemos, desde que éramos niños. Cuando se
pone el sol en el océano, se silba, como el agua en una sartén caliente.

—Me gusta —Persis asintió, como si le diera permiso para silbar en su ensenada—.
Debes extrañarla.

—Remy es la única familia que me queda. Por supuesto que la echo de menos. —La
extrañaba y quería retractarse de todo lo que había dicho la última vez que la había
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visto. Remy era sólo una niña. Por supuesto que no tomaría amablemente sus dudas
acerca de la revolución. Por supuesto que se sorprendería al saber que él estaba tratando
de reparar el daño que había causado.
¿Qué había estado pensando al dejarla sola en Galatea? Quería creer que nada le
pasaría, que sin importar qué, el tío Damos sería amable con ella. Pero se dio cuenta
cada día lo poco que realmente sabía sobre el hombre que los había criado desde que sus
padres murieron.

Ahora, el azul medianoche del cielo nocturno se precipitaba tras la línea coral del
atardecer. El rastro de oro espumoso a través de la superficie del agua se había reducido,
y las olas se habían vuelto oscuras. Él sintió su mano en el pelo de nuevo, caliente por el
agua.

—Se siente muy extraño —dijo, rozando de nuevo en contra de su dirección natural—.
Espinoso. Rizado, como Slipstream.

Justen señaló con la cabeza hacia otro lado.

—¿Me siento como tu roedor?

Ella frunció los labios, considerándolo.

—Tu cabello sí. Un poco. El de Slipstream es más suave.

—Muchas gracias.

—Ha sido creado de esa manera. Para ser suave, rápido, juguetón, inteligente y lindo.
Para ser perfecto para mí.

—Lo siento, no puedo complacerte. —A diferencia de muchos de sus amigos, Justen


nunca había incursionado en el tipo de genoingeniería que había llegado a ser tan
popular desde la revolución. Ahora no había suficiente regulación, como le había dicho
a Persis cuando había estado jugando con sus genetemps. La genoingeniería humana era
una perspectiva incierta. Él lo sabía mejor que nadie.

—Sobreviviré. —Lo miró con los ojos entrecerrados, luego sacudió la cabeza con
confusión—. ¿Por qué los hombres lo llevan tan corto en Galatea? ¿Y tan oscuro? ¿No
te aburres de que todos lleven el cabello negro de esa forma?

—Me gusta el negro.

—Y tu armario lo prueba. —Se burló.

—¿No te cansas de teñir el tuyo todo el tiempo?

—Voy a soportar un poco de aburrimiento por el bien de la belleza. —Ella tiró su pelo
sobre su hombro—. Si tan sólo tuviéramos la suerte suficiente como para tener canas
jóvenes como el linaje real de Isla.
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Justen rodó los ojos.

—Dales unos cuanto años, y los genoingenieros harán algo para ello.
—No en Albion, la familia real nunca lo permitiría. Se ha convertido como en una
firma —Persis se encogió de hombros—. Este color es nuevo, relativamente. Sólo lo he
tenido alrededor de un año. Solía ser un magenta profundo encantador, pero me pareció
que desentonaba con el pelo de Slippy.

—No se puede tener eso —murmuró Justen—. ¿Dónde está tu visón de mar de todos
modos?

—En el lado frío. Hace demasiado calor aquí para él —Persis se deslizó fuera de la
repisa y el agua cayó frente a él—. ¿Por qué? ¿Te parece que las conversaciones acerca
de peinados son aburridas?

—Terriblemente aburridas.

—Entonces, me temo que no tendrás mucha diversión fingiendo estar enamorado de


mí —ella se acercó más—. Ya que, para vender nuestra treta, vas a tener que fingir que
cada palabra que sale de mi boca es totalmente fascinante.

Él se inclinó, también.

—Creo que hay suficientes personas por aquí que piensan eso, Lady Blake. Tal vez lo
que encuentras tan fascinante sobre mí es que no me derrumbo en el segundo en que
hablas.

Ella murmuró algo incoherente.

—¿Qué?

—Encuentro eso fascinante —dijo en voz más alta—, aunque molesto.

Él se encogió de hombros.

Ella se deslizó hacia atrás y adelante en el agua a unas pulgadas de distancia de sus
piernas, igual de elegante y sinuosa que Slipstream.

—Pero hay que entenderlo. ¿Qué podría alguien como tú, con todas tus cuestiones
revolucionarias, encontrar tan maravilloso acerca de mí?

Él se encogió de hombros otra vez. Había algunos, supuso, quienes caerían en la red
de esta diosa tonta.

—Eso nunca sería. Tenemos que encontrar algo.

—Tú eres rica y hermosa, y la heredera de todo este patrimonio —Justen señaló—.
Eso debería ser suficiente.
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Ella miró con escepticismo.

—No es un sentimiento muy revolucionario.


—Bueno, soy un traidor a la revolución, por lo que…

De repente, Persis se lanzó hacia adelante, enganchó su brazo alrededor de su cuello, y


apretó sus labios contra los suyos.

—Guh —dijo contra su boca.

—Bésame. —Susurró, con tono de urgencia.

Él lo hizo. Sus labios eran tan plenos y exuberantes como había esperado. Sabían a sal
del mar y flores. Sus manos rozaron sus costados desnudos y resbaladizos, y el
dobladillo mojado de su traje mientras él la estabilizaba en la repisa. Tenía la piel firme
y suave, tal como él había imaginado. Ella gimió un poco cuando sus dedos presionaron
sus muslos, sosteniéndola sólo un poco lejos de su cuerpo por su propio bien. Sus labios
se separaron y ella deslizó su lengua por su labio inferior.

Justen se apartó. Ya era suficiente.

—Per…

Ella se echó a reír de nuevo y le salpicó.

—¿Qué pasa, galateano? —preguntó ella en voz alta. Muy fuerte—. ¿Me estoy
moviendo demasiado rápido para ti?

Incluso por sobre el sonido de las olas, oyó risitas. Miró hacia atrás para ver a un
grupo de figuras acurrucadas en las escaleras cerca de la entrada a la ensenada. Tan
pronto se dieron cuenta de que los habían descubierto, se volvieron y, riendo,
empezaron a subir las escaleras.

—¿Quién…—preguntó en voz baja mientras los veía partir, estirando el cuello para
mirar por encima del borde de la roca.

—Algunos niños de la aldea —susurró Persis, todavía en su regazo. Sonaba


extrañamente sin aliento, como si el beso la hubiera sorprendido tanto como a él—.
Naturalmente están espiando. Pero no te preocupes, hiciste un buen espectáculo. Esto
ayudará a nuestro caso de manera significativa. —La sintió resbalar de su regazo y se
volvió hacia ella, entonces jadeó.

Porque Persis estaba flotando en un mar lleno de estrellas. Observó con asombro
cuando ella giró y luego se sumergió completamente por un momento, sólo para estallar
fuera del agua, esparciendo destellos desde su piel y cabello. Ella lo atrapó con la boca
abierta mirando y sonrió ampliamente.
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—Bienvenido —dijo ella—, a la Ensenada Scintillans.

—¿Qué es? —preguntó con asombro.


—¿Qué son? —corrigió ella, levantando otro puñado de agua estrellada y dejando que
goteara de nuevo por sus manos—. Son huevos fosforescentes del coral, y les encanta el
calor de aquí en la ensenada.

Antes de saber lo que estaba haciendo, Justen se bajó de su asiento y se unió a Persis
en el agua. Las estrellas brillabaron como consecuencia de sus movimientos y él agitó
sus brazos y piernas, sólo por el puro placer de ver galaxias en los remolinos. Se
zambulló y abrió los ojos bajo la superficie, haciendo caso omiso de la punzada de sal,
para ver el universo marino que se desplegaba a su alrededor. En silencio, pensó que
podría estar en el espacio. Cuando era joven, él y Vania habían descubierto un libro en
la biblioteca que describía las misiones del espacio exterior en los tiempos antiguos,
misiones como las que habían guardado todos sus antepasados durante las guerras. Se
había preguntado entonces lo que había sido para aquellas personas flotar solo entre las
estrellas, mientras el mundo ardía.

Esto era exactamente lo que había imaginado.

Cuando sus pulmones no podían resistir más, salió a la superficie, cegado por el agua
de mar durante un momento. Él se frotó los ojos y se encontró a Persis flotando
tranquilamente a su lado, a unos pocos brazos de distancia.

—¿Tienen algún lugar como éste en Galatea? —Ella estaba de espaldas, mirando las
estrellas reales en el cielo. Estaban rodeados. Estrellas arriba, estrellas alrededor, y
Persis, flotando a pocos centímetros de distancia, con los brazos y las piernas rozando
las suyas en el agua, brillando donde quiera que tocaban. Su cabello fluido, pálido y
fantasmagórico en el agua, las curvas de su cuerpo como pequeñas islas brillantes
asomándose por encima de la superficie. Incluso después de su baño, podía saborearla
en su boca.

De alguna manera, encontró su voz.

—No, no tenemos, y yo crecí en la orilla. He oído hablar de fosforescencia del mar


antes, pero…

—Esta ensenada es muy especial —dijo Persis—. Todo Scintillans lo es.

—Sí. —El agua de mar goteaba sobre su rostro. ¿Estaba tragando estrellas? O huevos
de coral. No debería pensar en esto como un milagro. No debería encontrarlo tan
impresionante. Una reacción química simple en el cuerpo joven de… brillaban y
giraban en el agua delante de él.

Está bien. Estrellas.


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—Y tienes razón, yo soy la heredera.

Él parpadeó. ¿Se había perdido una parte de la conversación mientras estaba bajo el
agua? Luego lo recordó. Estaban hablando de lo que decía que amaba sobre Persis.
Pero eso fue antes de las estrellas. Antes del beso. Dudaba tener algo que decir ahora.
Aquellos niños en los pasos estarían convencidos. Todo el mundo lo estaría.

—Por eso —continuó ella, sin dejar de mirar hacia arriba, mientras que las verdaderas
estrellas parpadeaban en el retazo de cielo que podían ver más allá de los acantilados—,
es importante con quién esté. Es importante que él sea alguien en quien pueda confiar,
porque si me caso… él lo obtendrá todo.

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Capítulo Dieciséis
Por primera vez desde que empezó a usar la máscara que definió su vida desde hacía
meses, Persis vio que no le importaba el egoísta y juguetón papel que había tomado.
Aquí en la ensenada, con las estrellas parpadeando sobre el acantilado, y entretejiéndose
en su cabello, ella podría ser la parte de sí misma que no era opuesta a su personaje
fingido. La parte que entretuvo a su madre con parloteos, quien navegó en su yate con
vientos fuertes y jugó con Slipstream en la costa. Justen había pasado día y noche
peleando contra el mal perpetuado por sus compatriotas. Él necesitaba relajarse.
Necesitaba reír y agitarse y… sí, hasta besos. Quién diría que una chica pasaría meses
arriesgándolo todo por el mismo propósito.

El beso que compartieron la afectó más de lo que esperaba. No fue su primero beso, o
la primera vez que besaba a un chico por menos que razones honestas. Sin embargo,
puede que fuera la primera vez que besaba a alguien que no quería que ella lo hiciera.

Ahora que sabía lo terrible que era estar del lado de los que reciben los falsos besos,
esperaba nunca más llegar a esa práctica de nuevo, aún con su nuevo deber como el
objeto de afecto de Justen, no estaba segura de lo que pasaría. Ella había imaginado que
él lo disfrutaría, siendo él un adolescente y ella una chica linda en traje de baño. Pensó
que estaba disfrutándolo, y de repente, justo cuando las cosas empezaron a ponerse
interesantes, la alejó.

Y sucedió aquí, en la ensenada estrellada, donde los más grandes amores de los que
ella sabía habían empezado.

Dos décadas atrás, el joven e idealista heredero de Scintillans, había conocido a su


amor secreto en esta cueva y le había dicho que no le importaba lo que sería de su futuro
en la sociedad albiana, que no le importaba si lo desheredaban sus padres o si lo
rechazaba el rey. No podría pasar otro día sin ella a su lado. Torin era rebelde y
decidido, y Heloise era inteligente y encantadora, y la suya era una historia de amor que
se robó los corazones de toda la isla.

Persis era el ‘felices para siempre’ de esa historia. Era su orgulloso legado y la nube
que se cernía sobre su cabeza. Se preguntó por cuánto tiempo más su madre se acordaría
de la noche en que le había contado a Persis toda su vida, como si fuera un cuento, antes
de dormir. La noche que sus padres nadaron en la ensenada estrellada y prometieron
desafiar todas las reglas que conocían. ¿Y si ella se enamoraba de esa manera, y si se
casaba, tenía hijos y terminara tan mal como su madre? No podía hacerle eso a otra
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familia. Persis cerró los ojos hasta que pudo respirar de nuevo. Amor y deber, como el
lema de la familia Blake.

Desde hacía meses, esto último triunfó sobre lo primero.


—¿Estás diciendo que tu futuro esposo estará a cargo aquí? —Justen preguntó,
horrorizado.

—Sí, por supuesto.

—¿Por supuesto? —Justen se burló—. Eso es ridículo. Naciste aquí. Esta tierra es
tuya.

Bueno, si eso no fuera lo menos revolucionario que le había oído alguna vez decir.

—Bueno, por suerte para mí, no tengo ningún interés en tales actividades aburridas
como tener propiedad sobre la tierra. Yo estaría feliz de que mi futuro esposo manejara
ese tipo de cosas.

—Me resulta difícil de creer, Persis. Apuesto a que ni siquiera dejarías que tu futuro
esposo escogiera su propia ropa.

Ella sonrió a pesar de sí misma. Él tenía razón.

―Las leyes de Albion dictan que una mujer y sus bienes son propiedad de su padre, su
marido, su hermano o su hijo. Las mujeres no pueden heredar, a menos que no haya
hombre alguno.

—Entonces, si yo fuera tú —dijo Justen—, nunca me casaría. Quédate soltera y


controla tus tierras como mejor te parezca.

Ella se rio y lo salpicó.

—No condenarías a los habitantes del pueblo a una vida de locura y moda, ¿verdad?

—No, pero tampoco creo que tú lo harías. Te encanta demasiado la gente de aquí. No
puedes engañarme, Lady Blake.

Eso la detuvo en seco. Era mejor que lo engañara. Podría estar olvidándose a sí misma
aquí en la ensenada estrellada, pero su misión seguía siendo lo más importante. Por otra
parte, tal vez era hora de dejar de mentirle a Justen. Si él estaba trabajando para ayudar
a los refugiados, ya estaba a mitad de camino en la Liga.

¿Y qué iba a hacer si ella se lo decía? ¿Le creería? ¿Lucharía a su lado? ¿La besaría de
verdad?

Se aclaró la garganta.

—No obstante, se trata de cómo funcionan las cosas en Albion. Los hombres toman
las decisiones. Esta es la razón por la que Isla sólo es la princesa regente, y su hermano
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pequeño es el rey. Si Albie no hubiera nacido, estarían presionando a Isla a casarse lo


más pronto posible, para que el país tuviera un rey adecuado.

Justen resopló.
—Regla de herencia. ¿Puedes tomar el control del país casándote con la princesa?

—¿Supongo que prefieres tomar el control del país a través de un golpe militar,
Ciudadano Helo? —Le espetó.

Justen cerró los ojos por la vergüenza.

—No, eso no es lo que quise decir.

Y Persis no había tenido intención de recurrir a un tema tan serio. Esa no era la forma
en que actuaría la chica superficial que pretendía ser, si hubiera traído a un hombre
joven y guapo hasta la ensenada estrellada. Incluso uno que sólo fingia que le agradaba
por el bien de Isla. No debía olvidarse de sí misma, no importaba cuántas estrellas
brillaran contra su piel, no importaba lo que Justen había hecho hoy por la gente que la
Amapola había rescatado. Esta era una misión como cualquier otra. Estaba
acostumbrada al papel de Persis Flake. Tenía que recordar que el papel de la admiradora
soñadora de Justen Helo era igual de falso.

—Yo quería que la reina fuera destituída de su cargo —dijo en voz baja, volviendo a
la cornisa—. Ella era cruel con sus súbditos y desleal a los regs. Personalmente, había
discutido con ella hacía más de un año sobre el acceso a la investigación de mi abuela.
Ella... me patrocinaba. Actuó como si yo fuera un niño jugando a científico, en lugar de
un estudiante haciendo una investigación legítima. Fue justo que la gente de Galatea
tratara de sacarla del poder. No voy a negar eso. Pero todo lo demás, no fue motivado
por la justicia. Fue algo mucho más oscuro.

—Venganza —Susurró Persis, aunque no estaba segura de si él le había oído.


Venganza por toda la crueldad, los despidos y los daños causados a toda la población.

—Yo no estaba allí cuando la reina fue sentenciada —dijo Justen—. Pero estaba ahí la
noche que murió. Vi... lo que pasó después.

Él estaba sopesando cuidadosamente sus palabras, notó Persis. Y con razón, porque
"lo que pasó después" era que se había formado una multitud, y habían saciado su sed
de venganza por sus propias manos, robando el cuerpo de la reina y arrojándolo a su
ensenada privada para que fuese devorado por sus propias mini-orcas.

Él negó con la cabeza.

—Se salió de control. Todo esto. Nadie merece el castigo de la Reducción. Nadie
merece que su cuerpo sea profanado como lo fue el de la reina. Este no es el mundo que
hemos luchado para crear aquí en Nueva Pacífica. Esta no es la vida que Helo hubiera
querido para los regs.
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Persis agachó la cabeza bajo el agua tibia, la única opción habría sido arrojarse sobre
él y besarlo de nuevo. Justen Helo era guapo e inteligente y estaba tratando de ser el
héroe que su famoso nombre requería, pero ella tenía un trabajo que hacer también. Él
jamás la besaría por elección. Él ni siquiera sabía quién era ella en verdad.
Cuando salió a la superficie, continuó.

—Pensé que, tal vez, todo fue un terrible error. No pensé que continuaría. Me he
equivocado durante los últimos seis meses, pero nunca pensé que se pondría tan mal
como lo que vi ayer en el sanatorio. —Peinó su cabello corto y espinoso con sus manos,
la luz de las estrellas fluyendo de sus dedos a sus brazos.

Persis asintió. Es lo que pensaba todo el mundo. Y todo el mundo estaba equivocado.
Es por eso que nació la Amapola.

—No sé cómo nos recuperaremos de esto. No sé cómo hacerlo mejor. —Se deslizó a
su lado en el banco.

―Sólo hay una manera de recuperarse del mal que la humanidad se ha hecho a sí
misma: superarlo. Es como dijo mi madre en la cena la otra noche. Sólo podemos ser
responsables de lo que hacemos nosotros mismos. Cosas malas suceden en este mundo,
y somos juzgados por la forma en que respondemos. ¿Tomamos parte en el mal, o
luchamos contra él con todo lo que tenemos?

Justen no respondió en absoluto a eso.

Envalentonada por la oscuridad, Persis continuó.

—Cosas malas pasan en todas partes, aún a mis amados scintillanos. Mis antepasados
esclavizaron Reducidos. Mis antepasados fueron esclavos Reducidos. Pero ahora las
cosas son diferentes. Cuando mi padre tuvo la oportunidad, trabajó para hacer que la
vida de los regs aquí fuera la que ellos quisieran.

—Oh, ¿y ellos quieren ser siervos y pescadores? —preguntó Justen con escepticismo.

—No todos ellos, y no todos lo son —respondió ella—. Mira a Tero. Es un


gengeniero, aunque su padre es nuestro mayordomo, Fredan. —Se encogió de
hombros—. Regs como Tero tienen más posibilidades de elección que yo, acerca de qué
rumbo quieren tomar en la vida.

Los ojos de Justen se ensancharon mucho y se hicieron muy redondos, Persis podría
haberlos tomado por luz estelar.

—¿El padre de Andrine y Tero es tu mayordomo? ¿Andrine es amiga de la princesa y


la hija de un sirviente?

Por una vez, Persis no tenía que fingir ser despistada. Estaba realmente desconcertada.

—¿Quién es el esnob ahora, Justen Helo? Tu abuela fue hija de esclavos Reducidos, e
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inventó la cura.

—Sí, y luchó contra casi todos los aristos en su isla para hacerlo. —Justen se encogió
de hombros—. Lo siento. No estoy acostumbrado a ser alentado por los aristos.
—Y yo no estoy acostumbrada a los hombres que me dicen que debería dirigir mi
finca como una igual. —Bueno, excepto su padre—. Tal vez si más hombres pensaran
así sobre mí, yo no estaría disponible para ayudarles a ti y a Isla con su pequeña
escapada romántica.

Y eso, Persis decidió, era lo más honesta que podía arriesgarse a ser estando con
Justen Helo. Le lanzó una mirada furtiva, pero si él fue afectado por sus palabras, no lo
demostró. ¿Y por qué debería? Si había algo que ella sabía acerca del revolucionario
que había invitado a su casa, era que él era inmune al infame encanto de Persis. Era
demasiado inteligente para dejarse seducir por su estupidez, demasiado laborioso para
ser impresionado por su ociosidad.

Se preguntó si se sentiría diferente acerca de la chica que era la Amapola Salvaje. Por
otra parte, ni siquiera sabía que la Amapola Salvaje era una chica. Todo el mundo,
desde este galateano con mentalidad igualitaria a la del aristo más sexista en Albion,
pensaban que el espía era un hombre.

—¿Qué estarías haciendo ahora mismo, si no nos estuvieras ayudandonos a Isla y a


mí? —Justen preguntó, espabilándola. Qué pregunta más acertada. Persis sonrió.
Planificando más redadas a su tierra natal, en su mayoría—. Quiero decir, ¿estarías
buscando un verdadero marido?

Su boca se cerró de golpe. Oh, por supuesto. Debido a que la Persis que le había
presentado a él no podía hacer nada más útil que encontrar un marido.

Él siguió presionando.

—¿Tienes a alguien en mente? ¿Has roto ya algunos corazones en la corte?

Ella se echó a reír cuando una imagen de ella confesando la verdad a un incrédulo
Justen vino a su mente. Ella podría decir ahora lo que realmente hacía con su tiempo, y
nunca le creería. No una chica en bikini en la ensenada estrellada. No la malcriada y
estúpida aristo que le había convencido que era. Persis echó un mechón de pelo mojado
detrás de su hombro.

—He roto una docena de corazones esta semana. ¿Sabes? Soy Persis Blake.

Él se rió en voz baja.

—Me parece bien. Sabes, hemos hecho una lista de por qué podría haberme
enamorarme de ti, pero no hemos dicho qué es lo que ves en mí.

—Eres Justen Helo. Un hombre famoso. Donde quiera que vayas, la gente está
impresionada. Eso es suficiente.
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—¿Así que eso es lo que buscas en un hombre? —preguntó Justen—. ¿Fama?

Claro. Fama sería suficiente para Persis Flake.


—Eres agradable a la vista, también.

—No tanto como tú.

—Otra ventaja, en la medida de lo que a mí respecta —respondió ella, dejando escurrir


los elogios. Ella agitó su mano hacia él—. Tu sentido de la moda que se puede arreglar.

—Eso no puede ser todo lo que te importa. Sobre todo si... —Su voz se desvaneció.

Especialmente si ella se iba a Oscurecer. Bueno, había un argumento para hacerse la


prueba. Si ella tuviera un cerebro reg, que se oscurecería como el de su madre,
significaría que tendría poco tiempo para casarse y formar una familia. Eso, en caso de
que un aristo decidiera correr el riesgo de reproducirse con alguien que, aun con
herencia aristo, estaba cifrada por la DRA.

Y allí, esa era una razón para no hacerse la prueba. Si iba a morir y dejarle a los
Scintillans a un extraño, que mejor que sea alguien que ella hubiese considerado
adecuado, en lugar de cualquier joven de por ahí.

Y si habías pasado algún tiempo trabajando en un sanatorio, como Justen, conocerías


cada lado del debate acerca de hacerse la prueba del DRA. Algunos querían saber para
poder planificar en consecuencia. Algunos no querían, así podrían vivir sin el fantasma
de la muerte en sus vidas.

—Persis… —murmuró, y se sentía como un abrazo—. Yo sólo... quiero decir, con el


ejemplo de tus familiares, no deberías subestimarte. Deberías casarte con alguien que
sea tu verdadero compañero.

Los dos lados de Persis Blake luchaban dentro de ella. Había pasado un largo tiempo
desde que había considerado, en verdad, lo que quería en su pareja romántica, en el
marido que algún día tendría. Isla podría hacer tantas bromas como quisiera sobre el
chico soñado de Persis, en la realidad el objetivo era mucho más difícil de precisar.
Alguien tan inteligente como ella. Alguien que se preocupara tanto como ella. Alguien
que viera a su verdadero ser y la amara por ello, no a pesar de eso, no en la forma en
que todos, incluso a sus padres e Isla lo hacían. Era lo que ella quería, pero era
imposible.

—Cuando me case —ella dijo al fin—, no va a ser una historia de amor como la de
mis padres. Renuncié a cualquier fantasía de ese tipo hace mucho tiempo. ―El amor era
magma lanzándose fuera de la Tierra. Tenía el potencial para formar pilares de roca que
durarían mil años o plumas de cenizas que ahogarían el cielo. Ella nunca amaría como
lo hizo su padre, nunca se dejaría amar como lo hizo su madre. Ella nunca iba a sufrir lo
que sus padres estaban sufriendo ahora—. No te preocupes, por lo tanto, en pretender
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ser mi hombre perfecto. Tu enfoque debería estar en los refugiados ahora. Son los que
realmente necesitan ayuda.
Esto, decidió Persis, era razón suficiente para no cargar con revelaciones acerca de su
verdadera identidad y el hecho de que ella sólo había puesto a su hermana en una
posición precaria. Aunque Persis sabía que Remy era capaz de hacer las tareas que ella
le había previsto, Justen parecía considerar a su hermana poco más que una niña.

Justen se apoyó en la piedra, constelaciones giraban alrededor y por encima de ellos.

—Oh, mira. Tienes un mensaje.

Un flutternote revoloteó por encima de sus cabezas en la forma preferida de Andrine,


un pez volador. Persis levantó la mano fuera del agua y la dejó caer hacia abajo,
fundiéndose en su palmport.

He recibido un mensaje de nuestra nueva joven espía. Las barricadas Ford han caído
y los rebeldes han tomado lo que queda de la familia y a sus leales regs como
prisioneros. Rescate inmediato requerido. Los Ford están siendo transferidos a la
prisión de la ciudad Halahou, con sentencia prevista para la puesta del sol de mañana.

Persis contuvo el aliento. Remy Helo ya estaba dando sus frutos. Y con lo que Persis
sabía de la droga de Reducción, era imperativo que la Amapola liberara a los
prisioneros reg antes de ser dosificados, o sufrirían un daño permanente.

—¿Qué dice? —preguntó Justen.

Ella forzó una risita.

—Las noticias vuelan en esta isla. Al parecer no sólo los niños del pueblo saben de
nuestro beso.

—¿Cómo podemos saber que esta información es verdadera? —La imagen de la cara
de Isla, parpadeando con las luces que venían de la ventana de la Aldea Scintillans
parecía escéptica. Andrine, Tero y Persis, estaban apiñados en torno al oblet de Tero en
el dormitorio de Andrine, discutiendo la misión con la princesa. Persis pensó que había
pasado más tiempo aquí como la Amapola Silvestre, de lo que nunca había estado
mientras crecía. Siempre habían jugado al aire libre o en la propiedad Scintillans. La
habitación de Andrine no era pequeña... exactamente, pero si era más pequeña y menos
confortable que el apartamento de Persis en casa.
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Todas las cosas en las que ella no había pensado mucho, antes de pasar tiempo con
Justen Helo.
—Remy Helo ha estado de vuelta en casa por cuanto, ¿un día? Terriblemente
conveniente para ella haber revelado tales noticias tan rápidamente.

—Estoy de acuerdo —dijo Tero, sentado junto a su hermana en un tronco de bambú—


, lo oportuno de esto es sospechoso. Podríamos estar caminando hacia una trampa.
Quiero decir, Persis y Andrine. Ni mini-orcas salvajes podrían arrastrarme a Galatea
estos días.

Andrine negó con la cabeza.

—He hablado con ella largo y tendido. Confío en ella. No se ha desviado. Cree en la
revolución, pero cree firmemente que se ha ido por mal camino. Por ende, está dispuesta
a ayudarnos.

Isla parecía perpleja.

—No se ha desviado, dices, ¿sin embargo la hemos enviado a los brazos del
Ciudadano Aldred con nuestros mayores secretos? Maravilloso. Sabía que esto era una
mala idea. Vamos a estar en guerra dentro de una semana.

—No tiene por qué estar desviada —dijo Persis. El mejor disfraz de Remy fue ser
subestimada. No podían imaginarla como algo útil, y ciertamente no era una espía.
Persis tenía experiencia en eso. Todo lo que tenía que hacer era mantener los oídos
abiertos. Andrine tiene razón; Remy es tan confiable como su hermano.

Y, al parecer, igual de interesada en resolver los problemas que la revolución había


causado. Fue bueno que la información hubiese llegado en el momento adeuado. Persis
había estado a punto de perderse en la ensenada estrellada. O bien, ser ella misma, lo
cual era igual de peligroso.

—El hecho de que las barricadas Ford han caído ha sido confirmado por la propaganda
de Galatea. En pocas horas, estoy segura de que nos dirán exactamente lo que dijo
Remy, que los Ford han sido sentenciados en la cárcel Halahou.

—Así que ¿cuál es la prisa? —preguntó Tero—. ¿Por qué no rescatarlos luego de su
sentencia, como haces con todos los demás? La seguridad será mucho más floja si tan
sólo tienen prisioneros Reducidos que custodiar. No te pongas pretensiosa, Persis.
Todavía recuerdo los días en que no podías llegar hasta el pali sin rasparte las rodillas.

—¿Aquellos eran los días cuando pensabas que lo más alto de la caballería era tirarnos
jalea de sepia a Isla y a mí? —Respondió ella.

—Recuerdo eso —dijo Isla con una sonrisa—. Mi pelo estuvo color tierra durante una
semana, hasta que, el color se disipó.
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Tero se quedó en silencio, lo que le pareció bien a Persis, ya que ella no tenía
intención de ceder en esta cuestión. No podía correr el riesgo de que causaran un daño
permanente a los reg leales que habían sido capturados junto con la familia Ford. Pero
tampoco quería asustar a Tero y a Andrine.

—Remy dice que el general Gawnt ha incrementado la seguridad en los campos de


trabajo en respuesta a nuestras actividades. Estarán esperando que vayamos por los Ford
si aguardamos hasta que terminaran de Reducirlos y los lleven de regreso. Pero no
esperarán que vayamos a las cárceles. —Tocó el oblet para levantar un archivo en la
prisión Halahou—. Desde la revolución, los reclusos y los guardias han cambiado, pero
el horario de suministro no. Si nos hacemos pasar por una de sus entregas de suministro
habituales podríamos infiltrarnos en las instalaciones muy fácilmente.

—¿Más genetemps? —Replicó secamente Isla—. ¿Estás preparado para eso, Tero?

Las tres mujeres lo miraron y él apretó la mandíbula.

—¿Van a seguir con eso? Sí, metí la pata con la codificación de Persis en una única
vez. Yo no soy un genetemper, lo siento. ¿Alguna vez has tenido un problema con una
de mis aplicaciones palmport? Tu medicamento aturdidor funciona bien, ¿verdad,
Persie?

Ella se encogió de hombros.

—Hasta el momento.

—¿Y usted, Su alteza? He estado dándole a usted y a su hermano juguetes sin cesar y
no recuerdo ni una sola queja. —Miró a la imagen de Isla que se cernía sobre el oblet,
mirando hacia abajo y a lo lejos. Una respuesta extraña, pensó Persis. Como si ella
estuviera realmente herida por su acusación.

—Sí —Andrine puso los ojos blancos—. Eres brillante. Lo entendemos. Pero casi
mataste a la Amapola Silvestre. Si no hubiera sido por Justen…

—Está bien. Que tu precioso Helo te invente algunos genetemps, entonces ―Tero
resopló.

Persis podría esparar a que Nueva Pacífica se congelara antes de que eso sucediera.

—Me quedo con la jalea de sepia y otras formas de vida por mi cuenta, de bajo nivel.

—¿Qué te pasa? —Andrine le preguntó a su hermano—. Sólo estoy bromeando.

Persis, también, se sorprendió por el tono de su amigo. ¿Estaba siendo realmente


altanero? Andrine no parecía pensarlo, así que, ¿cuál era el problema de Tero?

—Vamos —dijo Persis dulcemente—. Sabes que eres nuestro gengeniero favorito, aún
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cuando trataste de matarme aquella vez.


—No lo intenté. —La corrigió, y las burla estaba de vuelta en su tono. Así que la
razón por lo cuál estaba enojado, no era su culpa—. Si lo hubiera intentado realmente,
tu pequeño novio revolucionario no habría tenido oportunidad de salvarte.

—Él no es mi novio en realidad —Persis dijo de forma automática.

—No —gruñó, malhumorado de nuevo—. Ninguno de nosotros tenemos novios o


novias reales, ¿verdad?

Andrine parecía confundida. Persis estaba segura que tenía una expresión similar.

—Por un segundo, hablemos de algo más que nuestras vidas amorosas ―Intervino
Isla.

—Eso es excelente, viniendo de ti —dijo Persis. Durante la última semana, había


tratado de que Isla se diera cuenta de que tenía mejores cosas que hacer que ir en una
campaña de relaciones públicas con Justen.

—¡Gracias! —Tero le gritó a Persis. Ella lo miró, desconcertada. Había algo que no
estaba captando, y eso casi nunca sucedía.

—Mira, lamentamos burlarnos de ti ―dijo, por fin—. Obviamente, pensamos que eres
un gengeniero muy talentoso, y que el desafortunado incidente fue sólo un error, o no te
lo habríamos pedido de nuevo. Pero te lo estamos pidiendo. ¿Puedes hacerlo?

Los labios de Tero formaron una línea severa.

—Sí. Lo haré. Por ti, Persis, y por Andrine. Por La Liga.

—Gracias —dijo Andrine, exasperada.

—Pero —añadió—, no por usted, Su Alteza. —Y extendió la mano, tocó el oblet y lo


apagó.

En la fracción de segundo antes de que terminara la conexión, los ojos de Isla se


posaron en Persis.

La princesa regente de Albion parecía sentirse culpable.


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Capítulo Diecisiete
Persis contempló el punzón en su mano. Dudaba mucho que Justen Helo aprobara lo
que estaba a punto de hacer. Y no es que su opinión importara. Sólo estaba fingiendo
que él era su novio, después de todo.

Apretó los dientes y se enrolló la manga, recordando muy bien la última vez que había
usado genetemps. Tero prometió que filtraría todos los errores; juró que había
conseguido hacerlo bien esta vez.

Pero, también parecía como si él tuviera un montón de cosas en mente.

―¿Persis? ―dijo Andrine, acurrucándose a su lado a la cabina estrecha del banco.


También sostenía un punzón, pero parecía esperar a que Persis fuera primero. El bote
que tomaron de la aldea pesquera olía a sal y algas―. ¿Aún seguimos con esto, verdad?

―Por supuesto. Confío en tu hermano, ¿tú no?

―Claro. Mientras pueda tirarlo.

―Slipstream es genial ―argumentó Persis.

―Somos humanos, Persis. No comadrejas.

―Visones marinos ―corrigió.

―Como sea ―Andrine observó el punzón con disgusto―. ¿Crees que… crees que
haya algo entre Tero e Isla?

Persis había sospechado vagamente que Tero esaba enamorado secretamente de su


mejor amiga. Sus aplicaciones para palmport, la adopción de “su alteza” cuando todos
sus otros amigos aún la llamaban Isla, su habilidad de usar cualquier excusa para hacer
recados desde el laboratorio de la Universidad Real de genoingenieros a la corte… y eso
estaba bien. Pero su ira y la expresión de culpabilidad de Isla de ayer… ¿Habrían ido las
cosas más allá del amor no correspondido? ¿Con las reglas del reino? ¿Era esto lo que
resultabab de que Tero creciera en Scintillans viendo a los padres de Persis vivir felices
para siempre? Había una gran diferencia entre un reg casándose con un aristo y uno
enamorándose de la princesa regente. Tal vez Persis debía haber prestado más atención
a lo que pasaba con sus amigos.

Y tal vez si Justen Helo supiese lo que ella estaba pensando, se volvería revolucionario
de nuevo.
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Respiró hondo y clavó el punzón en su brazo.


―Tero siempre está haciéndole esas aplicaciones palmport. ―La quemazón comenzó
en lo profundo de sus músculos y Persis hizo una mueca, buscando el palé que estaba
tirado en una esquina de la cabina.

Andrine hizo lo mismo.

―Tal vez eso prueba que a él no le gusta. Digo, ¿has visto los suplementos que ella
debe tomar para hacer funcionar esa aplicación de hilos saltarines? Es como tomar lodo
líquido.

Tero les había advertido que tal vez podría haber mareos durante la media hora que le
tomaba a los genes alcanzar la máxima expresión en su sistema. Tropezó hacia el cojín
áspero de lino y colapsó, el bote se inclinó debajo de sus pies cuando Andrine se le
unió.

―Qué mal que tu padre haya colocado un bloqueo geográfico al Daydream ―dijo
Andrine arrastrando las palabras―. Al menos allí podríamos enfermar cómodamente.

―Enfermas ―asintió Persis mientras sus dientes castañeaban―, pero también mucho
más sospechosas. Creo que este genetemp en particular será más difícil de hacer pasar
por una droga festiva que salió mal, además han aumentado el monitoreo de todos los
botes de Albion.

Las restricciones de papá podrían ser una bendición disfrazada. Alguien en Galatea
podría correlacionar eventualmente la aparición del Daydream con una visita de la
Amapola Silvestre. Ya habría suficientes botes de pesca comunes en la aldea de
Scintillans que Andrine y Persis podrían comandar sin que nadie se enterara. Una nueva
ronda de temblores la alcanzaron y Persis se abrazó a sí misma, apretando la mandíbula
para aliviar el dolor.

―Más… vale… que esto… lo valga… ―dijo Andrine, que parecía igual de adolorida.

Persis alargó la mano para darle a su amiga una palmada consoladora, pero cada
movimiento le enviaba flechazos de agonía a través de su carne. ―No te preocupes,
―dijo entre dientes― si algo malo pasa, te daré un tratamiento de cera de cuerpo
completo.

Andrine forzó una risa, y todo se volvió negro.

Al despertar Persis pudo decir, por el ángulo del sol, que había pasado por lo menos
una hora. Se levantó, sus músculos duros y ligeramente adoloridos por los espasmos.
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Andrine aún estaba dormida, pero la evidencia de la efectividad de la droga estaba allí,
en su rostro. Persis cruzó hasta el espejo que habían colgado arriba de la puerta de la
cabina.
―Bueno, Tero ―susurró, y su voz salió profunda y áspera―. Buen trabajo.

Un fino y suave pelo negro cubría la cara de Persis desde la parte de abajo de su nariz
hasta más abajo del cuello de su camiseta. Sus manos, cuando las levantó para tocar su
rostro, parecían hinchadas, las palmas eran amplias, los dedos anchos, y los nudillos
mucho más prominentes. Sus pies se sentían apretados dentro de sus zapatillas, y estaba
segura que encontraría los mismos cambios producidos allí. Sus ojos color ámbar
parecían más oscuros, como un marrón oscuro e incluso su tez lucía más oscura, aunque
era difícil decirlo debajo de su nueva barba.

¿Qué pensarían todos de ella ahora? La elegante, femenina aristo Persis Blake había
sido borrada del mapa, y en su lugar estaba un hombre de aspecto tosco. No podía
imaginarse en los brindis de la sociedad de Albion, no podía imaginarse atrayendo a
Justen hacia el agua y besándolo contra el muro de piedra. Una risa sofocada escapó de
sus labios, pero en su nueva voz ronca, que sonó más como un gruñido. Allí estaba ella,
brusca, peluda, y más libre de lo que había estado en días.

Se pasó las yemas de los dedos por la boca. Seguía siendo la misma. Estos eran los
labios que Justen había besado. ¿Podría él reconocerla ahora, rodeada de tanto pelo? Tal
vez, si ella se viera así, nunca sería puesta en la posición de tener que besar personas a
las que no quería besar, en primer lugar. Si luciera así, podría ser un miembro del
Concejo. Si Isla luciera como su padre, sería un rey.

Pero seguiría sin poder salir con Tero Finch.

La noche anterior, mientras Persis nadaba en la ensenada estrellada y anunciaba la


gran oportunidad de ser encontrados por los regs en Albion, Justen le había recordado
que no estaban divididos igualitariamente. Noemi nunca podría administrar su propio
sanatorio. Tero había crecido para ser un gengeniero, pero su hermana, Andrine, a pesar
de su servicio a la princesa, nunca sería miembro del Concejo. Y una princesa regente
nunca podría gobernar el país o casarse con un reg.

Sólo porque las cosas eran mejor en Albion no lo hacía perfecto.

Pero no se trataba de aquí o allá, en ese momento. Necesitaba rescatar a Lady Ford y a
los otros, que estaban en mucho más peligro que cualquier mujer o reg en Albion.

Rápidamente, recogió los suministros para completar la transformación. Cuando


terminó, su cabello había sido pintado con tinte temporal negro y arreglado en una lisa y
discreta cola que llegaba a su espalda. El vello en su cara se había transformado en un
bigote y una barba cuidadosamente mantenida. Vestida con un abrigo cuadrado,
pantalones cortados y gorra circular, lucía en cada centímetro como un minero de sal de
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las costas meridionales de Galatea.

Un gemido a sus espaldas la hizo detenerse, pero cuando Persis miró alrededor,
Andrine estaba aún durmiendo profundamente. El sedante que Persis había sustituido
por la dosis de genetemps de Andrine debería durar por varias horas. Revisó por
segunda vez, pero el gemido parecía ser una falsa alarma. Persis tomó un respiro, luego
exhaló. Sin duda Andrine estaría furiosa cuando despertara, pero hasta que Justen
averiguara como arreglar los problemas con la desintoxicación de los reg que fueron
Reducidos, Persis se negaba a poner en más peligro a su amiga que lo estrictamente
necesario.

La familia de Andrine eran Curados Helo. Si ella fuese capturada y reducida, tal vez
nunca se recuperaría, y Persis jamás se perdonaría a sí misma. Andrine, tan joven, tan
brillante… ¿haciendo todo esto por su lealtad a Persis? No, no lo valía.

Por otra parte, Persis nunca había sido examinada. Tal vez tenía mente de aristo y no
tendría que preocuparse nunca por el Oscurecimiento, o tal vez era una reg, de pie a
cabeza. Si fuese capturada y Reducida, tal vez tampoco podría escapar jamás.

Pero éste era un riesgo que ella debía tomar.

Pocos lugares en las islas eran tan lúgubres como la prisión de la ciudad Halahou. La
dorada luz del sol que bañaba el resto de Nueva Pacífica no penetraba en el interior del
patio, y las paredes de basalto gris estaban desprovistas de color o decoración. Los
gemidos y lamentos de los Reducidos rebotaban por los corredores y saltaban hacia el
techo de las celdas. El sonido era despiadado. Aquellos que visitaban la prisión a
menudo se preguntaban si hasta la Reducción era peor que el castigo de esperar la
condena en su celda escuchando los ininteligibles coros que también ellos harían, una
vez que su cerebro estuviese hundido en la droga. ¿Era este el sonido que sus
antepasados habían hecho por generaciones? ¿Era este el sonido que propagaba las islas
antes de la cura? Un aspecto tan notable de la Reducción seguramente sería algo que
habían aprendido en la escuela, ¿verdad?

Pero era una tontería preguntar si la droga de Reducción era diferente a la verdadera
Reducción. Peligrosa, también. Aquellos que cuestionaban la revolución pronto serían
atrapados en su punto de mira.

Hoy, la prisión era más caótica de lo usual, con toda la emoción en torno al triunfo
sobre la malvada Lady Ford y su ejército de leales. Los Ford habían emprendido una
batalla de largos meses de resistencia en contra de la revolución, cerrando con
barricadas sus fincas contra la policía militar y reclutando ayuda de regs leales en contra
de sus mejores intereses. Mientras el asedio se había extendido por días y semanas, el
fiasco se había convertido en una espina en el costado del Ciudadano Aldred. Los regs
leales a los Ford habían hablado en contra de la revolución, difundiendo la propaganda
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de la lealtad y socavando el apoyo populista de la nueva república. No debía detenerse.


Los Ford tenían que pagar y así también cualquier persona que se atreviera a estar de su
lado.
Pero, por último, las barricadas habían caído y la finca de los Ford pertenecía al
pueblo de Galatea, gracias en gran parte a los incansables esfuerzos de la propia hija del
Ciudadano Aldred, la capitana Vania Aldred. Los Ford y sus adherentes habían sido
transferidos a la prisión de Halahou para recibir una Reducción pública, la cual se
transmitiría al atardecer en toda la isla. Junto con los Ford habían llegado una serie de
nuevos guardias, la mayoría transferidos desde el asedio. Ellos no necesitarían tantas
fuerzas en la finca ya que era un campamento de trabajo, aún con las nuevas directrices
que el General Gawnt había puesto en el lugar para erradicar a la Amapola Silvestre.

Todo esto era entendido perfectamente por la figura con barba que conducía
lentamente un rayador de servicio lleno de barriles de sal hasta la puerta de la prisión de
Halahou.

―¿Qué te tomó tanto tiempo? ―preguntó el jefe de los guardias mientras el salinero
le entregaba un oblet con el inventario y la lista de pedidos―. Se supone que debías
hacer esta entrega hace varias horas.

―La corriente de lava cortó el camino ―gruñó el salinero―, no tenemos pantallas


térmicas en los acensores.

El guardia susurró entre dientes.

―¿Qué está sucediendo en las tierras bajas del sur? Es bueno que el Ciudadano
Aldred esté a cargo ahora. Nosotros los regs obtendremos los trabajos públicos que
merecemos.

―Larga vida a la revolución ―dijo el salinero, levantando un puño enguantado.

Una vez dentro de la prisión, el salinero hizo un gran espectáculo descargando los
barriles de la prisión, luego tratando y fallando en restaurar su rayador.

―Al parecer necesita una nueva batería ―dijo el salinero en caso de que alguien lo
escuchara.

Vagó hacia un corredor y luego a otro con la batería muerta en sus brazos, como si
estuviese buscando una estación de carga geotérmica.

Después del tercer turno, encontró lo que estaba buscando. Una chica joven en
uniforme militar estaba sentada en la sombra del muro, muy lejos de las cámaras de
seguridad.

―Soldado raso Delmar ―dijo él, su sonrisa escondida detrás de la barba―. Se ve


bien.
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Remy Helo se puso de pie y alisó su cabello corto.

―No tan fuerte. Ya he sido reconocida una vez y dije que estaba buscando a mi tío.
Pero la mayoría de las personas sólo ven el uniforme e ignoran mi rostro. Hay tantos
guardias nuevos hoy que vienen desde la finca Ford, nadie conoce a nadie.
―En eso estamos confiando.

Remy espió a través de las sombras al salinero.

―¿Eres… ella? ¿O alguien más?

―¿Qué importa? ―dijo Persis―. Sabes por qué estoy aquí.

Remy consideró la barba y los otros cambios.

―Este disfraz está mucho mejor que el último que usaste.

―Me alegro de que te guste. Ahora, pongámonos en marcha.

Persis rápidamente despachó a los dos guardias que monitoreaban las celdas que
contenían a los Ford.

―¿Esa es la droga que usaste en mí? ―Susurró Remy mientras observaba las drogas
de combate girando en el palmport de Persis y golpeando a los guardias en la cara.

Persis no respondió. Insertó la clave nanotecnológica en el panel y rápidamente


codificó el mecanismo de bloqueo. Con la celda desbloqueada, presionó una palanca en
la batería del carrito. Comenzó a decaer y hundirse, luciendo cada segundo menos como
un pedazo de maquinaria y más como un saco de alguna especie. Dentro estaban los
artículos que Remy necesitaría para completar la misión.

Persis le tendió el saco a Remy e hizo una seña hacia la celda.

―El resto depende de ti ―dijo―. Bienvenida a la Liga.

Remy asintió y tomó un respiro profundo.

―Espera― dijo―. ¿No estás olvidando nada?

―¿Qué cosa?

―Necesito una amapola silvestre. Nunca creerán que estoy aquí para ayudarlos si no
tengo una.

Persis rió a pesar de sí misma. Dado que una amapola silvestre podía ser encontrada a
los lados de cada camino en Galetea, era difícil que fuera un certificado de autenticidad.
Sin embargo, apuntó al borde de la batería convertida en bolsa.

―Todo lo que necesitas está aquí.

Allí, en el costado, brilló el contorno de una amapola silvestre con un brillo


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nanotecnológico dorado.

Remy sonrió y se dirigió a las celdas.


De vuelta al rayador, Persis se las arregló para volver a montar, luego arrancó
nuevamente el motor, con algo de problemas. Planeó saliendo por la puerta una vez
más, aliviada de haber encontrado un poco de reserva. Todo estaba yendo de acuerdo al
plan. La transferencia de guardia en la puerta parecía un poco caótica, con un enredo de
guardias yendo y viniendo, no todos ellos parecían entender el protocolo. Cuando todo
estuvo ordenado, dejó salir un respiro profundo y se movilizó para tomar su lugar.

―Me disculpo por el retraso ―dijo el jefe de los guardias mientras le tendía el oblet
con el inventario una vez más―. Algunos de estos nuevos transferidos no están bien
entrenados.

―Lo veo ―respondió―. Casi me preguntaba si el Ciudadano Aldred había llegado a


Reducir a los propios.

El guardia se encogió de hombros.

―¿Has oído esos rumores, no es así? Esa gente es probablemente intocable. La finca
Ford transfiere todo bajo el comando de la Capitana Vania Aldred, ya sabes.

Persis tragó.

―¿Su hija?

―Explica por qué son un desastre, ¿no? ―dijo el guardia soltando un bufido―. Ella
no es lo suficientemente mayor para comandarse a sí misma, si me lo preguntas. Por
supuesto, nunca he dicho nada.

―Claro ―Persis y sus cuerdas vocales modificadas por genetemps dieron una
profunda y gutural risa de salinero mientras el guardia presionaba la palanca para abrir
la puerta. Persis comenzó a moverse, pero había una figura bloqueando su camino, un
médico, por el aspecto de su uniforme.

―Ciudadano Fisher ―dijo el médico y saludó al guardia.

―Ciudadano Paint ―respondió el guardia―. ¿De vuelta otra vez? ¿Otro problema
con el último lote de rosas?

Persis decidió que era tiempo para que su rayador se averiara otra vez. Molió los
engranajes hasta detenerse y el motor murió, golpeando la máquina contra el suelo.

―¿De qué se trata esto? ―gritó el guardia―. Muévase, está bloqueando la puerta.

―¡Lo siento mucho, Ciudadano! ―Persis saltó fuera de la cabina y dio la vuelta para
trastear los ventiladores―. Me ha estado dando problemas todo el día.
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El guardia le dio una exasperante cara de desprecio y se volteó otra vez hacia su amigo
médico.
―Así que, ¿cuál es el problema ahora? Tuvimos un pequeño susto la semana pasada
cuando el último lote resultó ser falso. En toda la isla se despertaron los prisioneros.

Persis mordió su labio para ocultar una sonrisa de satisfacción. ¿Podía ser esto
posible?

―Bueno, o son las píldoras o los prisioneros están creando una resistencia a sus
efectos.

Tendría que informarle a Noemi al respecto apenas llegara a casa.

El médico se volteó hacia Persis y resopló.

―¿Necesitas un aventón, amigo? ―Mir al guardia―. Aparentemente no todos


necesitamos una rosa para ser idiotas, ¿verdad, Fisher? De todas formas, los hombres
del laboratorio están confundidos, y no es como si tuviese al chico maravilla Helo
alrededor para arreglar las cosas. ¿Has oído que se ha escapado de Albion? Se ha ido
con alguna chica aristo, aparentemente.

―¿Nunca puedes conocer bien a una persona, o sí?

Persis presionó el botón al costado del rayador y los ventiladores resonaron, emitiendo
una lluvia de chispas.

El médico saltó.

―¡Mira lo que haces, hombre! ¿Sabes que esto es una prisión? Eres responsable de
recibir un disparo si comienzas un incendio.

―Sí, señor ―dijo ella dócilmente―. Tiene razón sobre eso. Digo, ¿dijo que conoce a
un Helo? ¿Un Helo real vivo?

El guardia gruñó.

―No sé qué tan “real” pueda ser el Helo, si se escapó con una aristo.

El médico sacó pecho mientras respondía.

―Lo conozco muy bien, de hecho. Él estaba unos cuantos años por debajo de mí en la
escuela. Claro que yo no tenía al Ciudadano Aldred dándome asignaciones especiales,
como Justen Helo. Un chico muy inteligente, pero se da aires. Piensa que es demasiado
bueno para sentarse simplemente en un laboratorio y mezclar rosas, así que tuvimos que
hacerlo nosotros.

―Eso no me sorprende ―admitió el guardia―. La hija de Aldred es igual. Fue directo


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a la cima. Regs que creen ser aristos, si me preguntas.

Persis se arriesgó a hablar otra vez.


―Pero fue Persistence Helo quién terminó con la Reducción. Su nieto probablemente
no se quiere involucrar en comenzarla otra vez.

―¿Y qué se supone que eso significa? ―el guardia frunció el ceño hacia Persis―.
Mejor cuida tu lenguaje, salinero. No tienes idea de lo que estás hablando.

El médico rio en acuerdo.

―¡Claro que no! Helo fue que inventó las rosas en primer lugar.

El corazón de Persis cayó en algún lugar dentro de las proximidades de sus rótulas.

―Es por eso que es tan altivo ―siguió el médico―. Es por eso que es la mano
derecha de Aldred… o lo fue antes de que se fuera de la isla.

Pero Justen estaba ayudando a los refugiados. Justen odiaba lo que les sucedía a los
prisioneros galateanos. Justen desertó de Galatea por lo malvada que la revolución se
había convertido.

No era verdad. Este médico estaba lleno de amargura hacia Justen. Él estaba
mintiendo para hacer que Justen se viera mal. Excepto…

El médico no tenía nada en contra de las rosas. Él cree que es la mejor cosa que Justen
pudo haber hecho. Él no lo estaba criticando, de hecho, lo estaba elogiando. Reinició el
rayador y salió de la prisión lo más rápido que pudo, su mente haciendo eruptando de
ansiedad.

¿Podría ella haber dejado a los refugiados en las manos del hombre responsable de su
tortura?

Remy Helo esperó con sus cargas en el punto de encuentro. La Amapola Silvestre no
le había dado ninguna instrucción sobre qué hacer una vez que los prisioneros
estuvieran alejados de los límites de la ciudad, así que estaba contento de que Lady Ford
tuviera presencia mental para acorralar a su pueblo fuera de vista hasta que la Amapola
se les uniera.

Cuando lo hizo, parecía exhausta. Los genetemps del disfraz de espía se estaban
desvaneciendo, y ella lucía más como una mujer con barba falsa, que como el salinero
que había aparecido en la prisión.

―¿Hay algún problema? ―preguntó Remy.


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―No del todo ―respondió la Amapola―. Como se esperaba, los guardias de la


prisión me siguieron, buscaron mi rayador y no encontraron nada. ―Miró a los
prisioneros que se escapaban en sus uniformes de guardias y parpadeó dos veces como
si olvidara por un momento el porqué estaba aquí.
Esta no era la espía imperturbable que le había arrebatado su arma con una sonrisa
despreocupada en el rostro. Esta no era la elegante dama de honor que había arrastrado
el alma de Remy en el suelo de la habitación del trono de la Princesa Isla. Algo andaba
mal.

―¿Están todos los prisioneros Ford? ―preguntó al último.

―Sí ―dijo Lady Ford. Se quitó la gorra de guardia y sacudió libremente su cabello―.
Y tú debes ser la famosa Amapola Salvaje. Más joven de lo que creía. Y más…
femenina.

La Amapola inclinó su cabeza.

―Mi Lady. Aún no estamos fuera de la zona de peligro. Necesito que usted y sus
acompañantes aborden mi nave para el viaje de vuelta a Albion.

―Estoy eternamente agradecida por todo lo que has hecho por mí y mi pueblo,
Amapola ―respondió Lady Ford―, pero no sería capaz de vivir conmigo misma si
abandonara mi país en su momento de necesidad. Mi lugar es donde siempre ha sido, en
la finca Ford, protegiendo mis tierras y a aquellos que viven allí.

―Señora ―dijo la Amapola―, es peligroso para usted estar aquí.

―Es peligroso para usted estar aquí ―dijo Lady Ford, luego haciendo un gesto hacia
Remy―. Es peligroso para esta soldado revolucionaria que nos sacó de prisión. Pero
eso no nos absuelve a ninguno de nosotros de nuestros deberes. Le daré a mi pueblo la
opción de irse con ustedes si lo desean. Algunos de ellos ya tienen niños en Albion y tal
vez quieran reunirse con ellos.

―Tres de sus niños la esperan en Albion, también. ―Argumentó la Amapola.

―Mis niños saben que mi separación de ellos es en servicio de nuestra tierra natal
―Lady Ford sacudió su cabeza―. No sirve de nada discutir conmigo, joven chica. No
estás sola en la pelea para salvar Galatea. Tengo otros amigos en esta isla.
Encontraremos maneras de escondernos. Y podemos ser de más ayuda para ti aquí, de lo
que podríamos ser escondiéndonos en Albion.

Las espesas y varoniles cejas de la Amapola se fruncieron, pero luego cedieron, y


Lady Ford se fue para hablarle a su gente sobre quién se iba y quién se quedaría atrás.

―Ahora veo ―dijo Remy―, por qué la revolución piensa que los Ford son tan
peligrosos.

―En realidad ―respondió la Amapola―, tal vez algún día creceremos para ser como
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ella.

Remy levantó sus cejas hacia la Amapola. Era fácil olvidar a veces que la espía era
sólo un poco mayor que ella.
―Oh, yo creo que ya eres bastante parecida a ella. Probablemente más, dado que, a
diferencia de Lady Ford, nunca has cometido un error y sido atrapada.

Debajo de la barba, la Amapola Salvaje hizo una mueca.

―No, nunca he sido atrapada, pero todos hemos cometido errores. ―Se encogió de
hombros―. ¿Y todo está yendo bien para ti?

―Sí. Nadie ha notado que me fui ―Remy se encogió de hombros―. Ni siquiera les
importa si estoy en la escuela o no.

―¿Has hablado con tu hermano? ―preguntó ella.

Remy sacudió su cabeza.

―No, yo… nosotros tuvimos una pelea antes de que me fuera y desde que regresé he
estado atrapada recolectando información sobre la transferencia Ford. Él es difícil de
contactar, lo sabes. O está viviendo en los laboratorios reales o fuera en un sanatorio en
el medio de la nada.

―Él está en Albion ―dijo la espía abruptamente―. Desde hace una semana.

Esto sorprendió a Remy. ¿Justen había estado allí al mismo tiempo que ella? ¿Y ni
siquiera le había dejado un mensaje diciendo que iba a ir? Ella recordó su miedo en la
última conversación, su certeza de que él estaba a punto de poner la ira del tío Damos
sobre su cabeza. ¿Habría hecho algo aun más tonto mientras ella estaba lejos?

―¿Sabes qué está haciendo ahí?

―Yo esperaba que tú, como su hermana, me dijeras. ¿Fomentando su investigación,


tal vez, en la droga de Reducción que está devastando a tus compatriotas?

Remy mantuvo la boca cerrada.

El espía la observó, sus ojos flameantes.

―¿No vas a negar entonces que fue tu hermano el que desarrolló el método que
Aldred está usando para torturar a sus ciudadanos?

El corazón de Remy martilleó en su pecho. Una semana atrás, ella había estado
horrorizada porque Justen había tenido éxito en sabotear el programa de Reducción en
el cual el tío Damos basaba su gobierno. Ahora, ella temía lo contrario.

¿Qué le haría la Amapola Silvestre a su hermano ahora que sabía la verdad?


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―Por favor ―dijo ella suavemente―, no lo lastimes. Es la única familia que tengo. Y
él no es una mala persona, lo juro. No creo que él tuviese la más mínima idea de lo lejos
que llegaría esto. Ninguno de nosotros los sabía. Y el tío Damos, el Ciudadano Aldred,
él estaba tan esperanzado con la investigación de Justen, en una forma en que la reina
nunca lo estuvo. Tienes que entenderlo. Para Justen, la ciencia lo es todo. Y el tío
Damos fue el único que lo hizo posible.

―Naturalmente ―dijo la Amapola, con voz suave y extrañamente triste―. Imagino


que para el Ciudadano Aldred, Justen Helo es todo un héroe.

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Capítulo Dieciocho
Justen suspiró al ver la pila de nanorectores a medio armar que cubrían su escritorio.
El modelo de tallo cerebral que las pequeñas computadoras estaban construyendo no lo
llevaba a ninguna parte. Bien podría comenzar desde cero. La desventaja de no tener un
palmport como los otros doctores del laboratorio era que: mientras que ellos podían
convertir los nanorectores de nuevo en bloques con un movimiento de manos, él tenía
que teclear las instrucciones en un oblet.

Soltó una risa para sí mismo. Debía poner atención, estaba empezando a sonar como
Persis. Lo próximo sería decir que teclear era "primitivo".

Tampoco era como si fuera a conseguirse un palmport. Ya tenía suficiente con la


moda albiana, muchas gracias. Se había despertado esta mañana para encontrar su ropa
o bien escondida o, si es que conocía a Persis, destruida. Ya había varios atuendos
nuevos colgados en su closet. Como no había podido encontrar a Persis, todavía no
había tenido la oportunidad de quejarse sobre esa idea de ella de que una vestimenta
correcta incluía collares que le irritaban el cuello e inapropiados pantalones brillantes
muy apretados en la entrepierna.

Incluso Fredan no había podido aguantarse la risa cuando Justen apareció con su
nuevo atuendo a pedir prestado un vehículo para llegar al laboratorio.

La ropa podía ser apropiada para un cóctel o una visita a la corte, pero luego de diez
horas en un asiento de laboratorio, Justen estaba listo para desvestirse. La razón de por
qué Persis prefería esa ropa estaba lejos de su comprensión. Tal vez deberían quedarse
en trajes de baño.

De cualquier forma se llevaban mucho mejor en ellos.

Justen había hecho todo lo posible para apartar la memoria del beso de Persis de su
cabeza durante el trabajo. No significaba nada, sólo era un truco publicitario, como todo
lo demás que habían hecho juntos. Y no había sido el sabor de su boca ni como se sentía
su piel lo que daba vueltas en su cabeza mientras trabajaba para salvar a los refugiados,
sino sus palabras.

Cosas malas suceden en este mundo, y somos juzgados por la forma en que
respondemos. ¿Tomamos parte en el mal, o luchamos contra él con todo lo que
tenemos?

Él estaba realmente fuera de curso si Persis Blake era la que hablaba con sentido real.
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Aunque no había que equivocarse, Persis Blake no era tan estúpida como parecía al
comienzo. Tal vez Justen la había menospreciado de la misma forma que a cualquier
aristo. Sí, era cierto que eran malcriados y podían ser muy tontos y superficiales. Pero
no todos eran así, y eso tampoco era todo lo que eran. Persis era ciertamente frívola y
muy privilegiada, pero también encantadora, juguetona y amable. No cualquiera estaba
hecho para salvar el mundo. Eso no los hacía ser necesariamente malas personas. Y tal
vez algunos aristos en Galatea merecían ser removidos del poder, pero ninguno de ellos
merecía ser torturado como los revolucionarios estaban torturando a sus prisioneros.
Ninguno de ellos merecía la Reducción.

Si Justen iba a ser juzgado por sus acciones, le gustaría que fuera por arreglar el
problema que había creado y curar a los refugiados antes de que fuera demasiado tarde.

Pulsó un código en el oblet y observó desintegrarse el modelo de cerebro sobre su


escritorio. Pero no sería esa noche.

En cambio, apagó su oblet y salió de las instalaciones. En su camino, se detuvo en la


habitación de los refugiados. Durante todos esos meses en Galatea, había evitado el
laboratorio donde hacían las rosas, había evitado las prisiones y los campos de trabajo,
como si no ver las victimas de su trabajo hiciera que de alguna manera su propia
responsabilidad se redujera. Nunca más. Estando frente a él, las personas que había
herido eran imposibles de olvidar, imposibles de ignorar. No descansaría hasta poder
ayudarlas. Lo que Justen había hecho fue un accidente, pero él era culpable de no
haberlo detenido antes de que varias vidas fuesen destruidas.

Hoy, unos pocos Reducidos estaban sentados frente a un largo teclado musical,
tocando notas al azar. Un anciano estaba sentado frente a ellos, aplaudiendo
amorosamente. Para animarlos, pensó Justen, debido a que no podía estar muy
impresionado por ese sonido atonal. Unos minutos después el anciano pareció darse
cuenta de la presencia de Justen y se unió a él en el umbral.

―Buenas tardes. ¿Estás aquí para visitar amigos o parientes?

Tomado por sorpresa, Justen respondió.

—Ninguno. En realidad, yo… yo trabajo aquí.

—Oh —los ojos del anciano se abrieron más por la sorpresa—. Perdóname. Con tu
cabello y falta de palmport, pensé que eras un galateano.

—Lo soy —contestó Justen—. También soy un médico. Estoy intentando ayudar a los
refugiados...

—¡Qué maravilloso! —Exclamó él y le ofreció su mano—. Yo soy Lord Benzo Lacan


de Galatea. ¿Cuál es tu nombre?

—Justen —murmuró. Sólo Justen. Así que aquí estaba Lacan, el hombre que él había
intentado salvar saboteando las rosas enviadas a su finca. Había fallado, pero la
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Amapola Silvestre había triunfado. Justen sabía que este aristo había sido aliado de su
abuela. Su Reducción había sido la prueba de que Justen no podía seguir ignorando lo
perversa que la revolución se había convertido.
—Entonces te pusieron a trabajar de inmediato, ¿no? —Lord Lacan continuó—. Eso
es bueno. Estos pobres albianos parecen necesitar toda la ayuda posible, especialmente
debido a los problemas que nos enfrentamos. Esta droga de Reducción —la voz de Lord
se volvió oscura— es el peor mal que ha pisado el mundo desde las guerras, pienso yo.
La Reducción casi destruyó la raza humana. El hecho de que los revolucionarios la
hayan resucitado para alcanzar sus objetivos políticos… No puedo pensar en ningún
castigo lo suficientemente severo para ellos, ¿tú puedes?

—No —respondió Justen con suavidad—. No puedo.

Vania había estado esperando durante una hora en la extravagante terraza con
incrustaciones de piedra de la novia aristo de Justen, cuando escuchó el inconfundible
zumbido de los elevadores del rayador. Podía escuchar al abominablemente antipático
mayordomo que la había recibido, el del espantoso pelo teñido de naranja, saludando a
Justen en la puerta de entrada para luego informarle rígidamente que una joven
muchacha de Galatea estaba esperándolo. Hubo un golpeteo de pies mientras Justen se
apresuraba a la terraza.

Pobre chico. Vania tenía razón. Debía estar sofocado por estos aristos albianos. Le
sonrió cuando él salió a la luz del sol. Él frunció el ceño y se deslizó hasta detenerse en
la terraza antes de acercarse a ella.

—Vania —el tono de Justen era plano.

Vania tragó saliva y levantó su mentón, resistiendo la tentación de arreglar su cabello.


Había sido, tal vez, un viaje un poco duro a través del océano. Y, allá en el muelle había
habido bastante viento. Pero él debería haber estado mucho más feliz de verla. ¿Albion
ya lo había corrompido?

—Justen —Se fijó en su atuendo. Un poco más brillante de lo que había acostumbrado
llevar en casa, pero no tan extravagante. Juzgando por lo que había aprendido sobre esta
chica, Persis Blake, Vania había estado esperando plumas. ¿No tenían idea de los
ridículos que se veían? Incluso los trabajadores que había conocido en la base del cerro
tenían el pelo teñido. No era ninguna sorpresa que la Amapola Silvestre fuera tan
talentoso en el arte del disfraz. Parecía muy de los albianos, que desde el más bajo
sirviente en adelante, se preocuparan demasiado por la moda—. ¿Has estado
manteniéndote ocupado aquí en tierras extranjeras? ¿Dónde está tu novia aristo? —Tal
como esperaba, Justen se estremeció por la pregunta. Bien. Entonces él no había perdido
todos sus principios revolucionarios.
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—Vania. Esto es... una sorpresa.

Ella levantó un hombro.


—Bueno, de todas formas estoy visitando Albion, así que pensé pasar por donde mi
querido amigo y conocer a su fina dama...

—Persis es una amiga —Justen dijo rápidamente. Otra vez, muy bien—. ¿Y por qué
estás aquí? Pensé que estabas estacionada en la barricada de los Ford.

Vania sonrió.

—Cayó ayer. Los Ford, su heredera, y todos sus sirvientes lo suficientemente tontos
para quedarse a su lado están en prisión en Halahou, esperando su sentencia. Todos
serán castigados adecuadamente.

—Quieres decir Reducidos —Justen respondió con voz baja.

—Obvio. ¿Cómo más?

Por un momento largo Justen no dijo nada, como si estuviera pensando


cuidadosamente sus palabras.

—¿No crees que el gobierno revolucionario esta sobre-utilizando esa forma de


castigo? Nunca fue pensada para regs. Nunca fue para...

—¡No seas tan modesto! —Vania se rio—. Muy pronto, no tendremos que usarla en
absoluto. Sólo la amenaza de Reducción es usualmente suficiente para hacer que la
gente se dé cuenta de la importancia de apoyar nuestra política. Una vez que todos estén
de acuerdo, las cosas van a ser mucho más armoniosas en casa. Para todos. La
revolución no durará para siempre, Justen. Es un poco violenta ahora mismo, pero es
todo al servicio de un mejor futuro.

—¿Un mejor futuro para quién? —dijo Justen—. ¿De los regs de la finca Ford que
estás a punto de Reducir?

—Eran lealistas —indicó Vania—, eran enemigos de la revolución.

—¿Y su heredera? —Él no lo dejaría pasar, ¿no?—. Ella es una niña. ¿Cuál es su
crimen?

—¡Es una aristo! —¿Era esta la consecuencia de estar en Albion por cierta cantidad de
tiempo? ¿Empezabas a estar del lado de los lealistas? ¿Salías con una aristo, cuya mayor
habilidad era combinar sus joyas con su vestido? ¿Por qué siquiera estaban teniendo
esta conversación? El antiguo Justen la hubiera felicitado por su victoriosa campaña.

Aunque honestamente, Vania no recordaba haber oído siquiera una palabra de


reconocimiento de su boca sobre su trabajo desde que la Reina Gala murió. Él había
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estado demasiado concentrado en su investigación, en todo lo que había estado haciendo


por la revolución.
—Mira, Justen —dijo ella molesta—, vine aquí con nada más que buenas intenciones.
Te quiero felicitar. Quiero conocer a esta chica, que a pesar de ser aristo, aparentemente
te ha robado el corazón.

La expresión de Justen se suavizó.

—Me alegra que estés aquí Vania. Siempre has sido una buena amiga para mí y, ahora
mismo necesito un amigo.

—¿Estos albianos que te tienen tan enamorado no te sirven? —Se burló ella.

—Me conoces mejor que eso.

Ella se quejó en voz alta.

—Entonces, ¿qué es lo que haces aquí, Justen? ¿Investigas? ¿Qué te tiene atado a estos
aristos?

—Vania... —la voz de Justen se transformó en un susurro y él se le acercó.

Vania tomo aire, esperando oler el familiar olor de Justen, pero también olía distinto,
probablemente perfumado con la flor familiar de los Blake. Repugnante.

Su voz era un poco más que aire.

—¿Realmente sabemos lo que estamos haciendo con la droga de Reducción? ¿Y si


estamos hiriendo personas?

Ella frunció el ceño, incrédula. Por supuesto que estaban hiriendo personas. Ese era el
punto. ¿Qué tipo de castigo no envolvía dolor?

—Ellos son traidores. Enemigos de la revolución. ¿Crees que les deberíamos hacer un
desfile?

—Creo que deberíamos dejar de usar la droga —respondió Justen, ahora con voz más
fuerte y firme como los mismos acantilados—. No tenemos idea de cuáles son las
consecuencias a largo plazo. No ha pasado por las pruebas correctas...

—Debiste haberlo pensado antes —Vania inhaló y dio un paso atrás. Así que él le
estaba dando la espalda a la revolución. Entonces era bueno que estuviera ahí. Este tipo
de conversación en casa habría creado sospechas sobre Justen, tuviera el apellido Helo o
no—. Y si planeas quedarte en Albion, no imagino qué acontecimientos de la
revolución deberían importarte ya.

—Mejor me quedo en Albion —respondió Justen—, si voy a Galatea, una palabra


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equivocada y puede que me vea Reducido yo también.

¡Qué astuto era!

—No te preocupes por ti —Vania espetó—, pero cuida a tu novia aristo.


Justen le dio una mirada asesina y Vania se mordió la lengua. Quizás la última parte
había sido pasarse de la raya.

—Voy a preguntar de nuevo, Vania. ―Cualquier rastro de amistad había abandonado


su tono—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Está bien. Dos podían jugar el mismo juego. Se paró lo más erguida posible, aunque
todavía era unos centímetros más pequeña que Justen.

—Estoy aquí para servir a mi país. Estoy tratando de seguirle la huella a la Amapola
Silvestre —Justen parecía perplejo.

―¿Alguna pista?

—No es de tu incumbencia.

Justen suspiró y negó con la cabeza.

—Bueno, te desearía suerte, pero... no lo haré. La Amapola Silvestre es el único


hombre en la tierra que parece capaz de detener la ola de destrucción que la revolución
ha causado.

Vania abrió su boca sorprendida.

—¿Traición? ¿Traición abierta? ¿Justen qué ha pasado contigo?

—¿Qué ha pasado contigo? —gimió Justen —. Escúchate. Celebrando la Reducción


de la niña Ford. Es asqueroso.

—¿Asqueroso? —Vania apretó sus puños alrededor del doblez de su abrigo para evitar
pegarle a Justen directo en su estómago vestido de seda—. Perdona si la revolución no
es tan bonita como una de las veladas de tu novia. Perdón si no todo es color de rosa. Y
siento que no puedas enfrentar la realidad. Esto es lo que se necesita para hacer un
futuro mejor, Justen. Hay gente que va a pelear en contra de lo que intentamos hacer en
Galatea. Hay gente que va a intentar detenernos si nosotros no los detenemos primero.
Uno pensaría que después de todos estos años junto a mi padre, lo entenderías mejor.

—Entiendo muchas cosas. Entiendo que no tenemos esperanza en un mejor futuro, si


es construido bajo la tortura de nuestros compañeros ciudadanos por desacuerdos
políticos. Estamos torturando a niños, Vania. Niños. No tengo amor para los aristos
crueles. He conocido a algunos refugiados de Galetea aquí...

Vania brincó al escuchar esto.

—¿A quiénes?
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Él le contesto tajantemente.

—Los Seri.
Ella hizo una mueca.

—Ellos son terribles. ¡La Amapola va a pagar por haberlos secuestrado!

—Ese no es el punto. Odio a los Seri. Siempre los odiaré. Ellos me odian. Odiaban a
Persistence Helo. Pero cuando estuvieron en desacuerdo con ella, debatieron con ella,
no votaron por ella, discutieron y pelearon como gente civilizada. No la torturaron o le
dieron drogas para destruir su cerebro. Y eso es lo que estamos haciendo, Vania. Somos
peor que la gente como los Seri ha pensado alguna vez ser.

Vania lo miró fijamente, con la barbilla apretada, los ojos llenos de ira y lo que ella se
negaba rotundamente a admitir que podrían ser el comienzo de las lágrimas. Este no
podía ser Justen. Su mejor amigo. Prácticamente su hermano. Si él hubiera vuelto a
Galatea, ¿habría tenido ella la fuerza para reportar sus palabras a su padre? Dado que él
estaba en Albion, ella podía permitirse ser indulgente. Después de todo, él no podía
hacerle daño a la revolución desde aquí. Pero eso no impedía que se le rompiera el
corazón.

Si él no podía entender la diferencia, ella no sabía cómo explicársela. Los Seri


tuvieron la libertad de evitar la violencia. Su poder era centralizado, firme, absoluto.
Eran aristos de una larga línea de aristos. Estaban seguros de su posición. Hasta que el
gobierno revolucionario tuviera el control total sobre la isla, el respeto y reconocimiento
de Albion, y una consolidada soberanía, las cosas eran muy frágiles para permitirse
disidencia.

—La heredera de los Ford era peligrosa para nuestra causa —Vania dijo por fin—, no
necesariamente por algo que ella haya hecho, sino por lo que representaba. Tenía poder
por la persona que se le permitiría llegar a ser, incontrolable. Una aristo, la cabeza de la
finca. A quién se le ha concedido poder por ninguna otra razón que su origen. Es una
decisión difícil, pero desafortunadamente tiene que sufrir las consecuencias. Tiene que
soportar el castigo por los crímenes de sus ancestros.

—¿Y cuando nuestros hijos sean juzgados por nuestros crimenes? —Justen preguntó
fríamente.

—Justen...

Pero él no escucharía.

—Antes de la cura —dijo él—, cuando los aristos trataron mal a nuestros antepasados
Reducidos, dijeron que ellos lo merecían. Lo merecíamos porque fueron nuestros
ancestros quienes arruinaron el mundo. Nuestros ancestros, quienes hicieron la
genoingeniería que causo la Reducción, quienes comenzaron las guerras, quienes
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partieron la tierra en dos.

—Sí —dijo ella—, y ahora los aristos están pagando por su crueldad. —¿Cómo esto
no era obvio para él?
—Y luego nosotros vamos a pagar por la nuestra, y el ciclo volverá a empezar otra
vez. ¿Cuándo termina, Vania? ¿Tendrá el mundo que ser totalmente destruido?

—Espero que no —vino una suave voz desde el otro extremo de la terraza—. Creo que
ya la destruimos lo suficiente hasta ahora.

Vania se dio la vuelta, y vio una figura que no podía ser otra que Lady Persis Blake.
Ella estaba envuelta de pies a cabeza en lo que parecía una cota de malla ajustada al
cuerpo, y a pesar de ser ella, lo primero que se le vino a la cabeza a Vania fue una
ancestral mujer caballero.

Lo que parecían acres de cabello amarillo y blanco estaban amontonados sobre la


cabeza de la chica, haciendo su alta y delgada figura aún más imponente. Sus rasgos no
podían ser vistos con claridad, ya que su cara estaba oscurecida por un apretado velo
plateado bordado densamente a través de sus mejillas con plateadas cuentas como una
explosión de estrellas.

Vania pestañó. Era de tarde. ¿Este era el atuendo de día de Persis Blake? Era más
ridícula de lo que Vania había llegado a imaginar gracias a su investigación.

—Justen —Persis deslizó sus ojos hacia ellos—. No me dijiste que esperabas visitas.

—No esperaba —refunfuñó él—. Esta es Vania Aldred, una vieja amiga de Galatea.

—Lady Blake —dijo Vania, inclinando su cabeza un milímetro, que era más de lo que
su padre hubiera querido y más de lo que esta estatua brillante se merecía—. Soy la
Capitana Aldred del ejército revolucionario.

Persis se rio, un melodioso sonido que de inmediato rozó los nervios de Vania.

—Qué fascinante. ¡Una capitana! ¿Quién hubiera dicho que mi Justen tenía amigos
militares? —Su sonrisa fue tan amplia que Vania pudo notarla a través del velo—. ¿Y
qué te trae a mi casa? ¿Sólo estás aquí para ver a Justen o estas empezando relaciones
diplomáticas con nuestra princesa regente?

—Está buscando a la Amapola Silvestre —murmuró Justen.

Persis presionó su mano enguantada contra su cuello envuelto en malla metálica.

—¡Qué extraordinario! Y nosotros aquí pensando que los revolucionarios creían que
nuestro célebre espía era una amenaza para ellos. No será ni la mitad de divertido
rumorear sobre él, si a los galateanos no les importa.

—Nos importa —espetó Vania—, por eso es que estoy aquí para encontrarlo.
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Persis giró un poco su cabeza hacia un lado.

—No les puede importar mucho, si todo lo que enviaron fue una pequeña niña.
Justen hizo un sonido de queja y se puso entre ellas antes de que Vania pudiera hacer
lo que quería.

—Vas a tener que perdonar a Persis, Vania. Ella es albiana, ¿recuerdas? No entiende
realmente el concepto de mujeres teniendo posiciones de liderazgo.

—¿Oh? Pensé que era amiga de la princesa —Vania gruñó.

—Lo soy —dijo Persis —. Ella nunca saldría de su cuarto de vestir sin que yo
aprobara sus zapatos.

Justen se volteó hacia Vania con una mirada que decía: ¿Ves?

Excepto que Vania no lo veía. No podía ver en absoluto como Justen podía encontrar
atractiva a una aristo cabeza hueca, superficial, vestida extravagantemente. Observó
horrorizada como Justen intentaba explicarle a Persis que Vania tenía un trabajo
realmente importante en casa. Le habló como uno le hablaría a un niño.

—Persis, sabes que no es así como funcionan las cosas en Galatea. Vania es una
capitana muy respetada de la policía militar.

¿Qué tipo de afecto podía crecer de esto? ¿Era esto lo que le gustaba a los hombres?
¿Era esto lo que le gustaba a Justen? No, nunca lo creería. Justen necesitaba a alguien
que lo igualara en su intelecto.

—Y como es la hija del Ciudadano Aldred, tiene mucha más experiencia que la
mayoría de las personas de su edad.

Bueno, no necesitaba agregar esa parte.

—Supongo —dijo Persis por fin—, esas son buenas noticias para la Amapola
Silvestre. Y para todos los aristos que puede que quiera salvar.

—Te aseguro que no lo son —dijo Vania—. Voy a detener a la Amapola Silvestre por
socavar al gobierno de mi patria.

Debajo del velo, Vania vio que los ojos de Persis se deslizaban hacia ella.

—¿Podrás? Me dará curiosidad verlo —luego la aristo se dirigió a Justen—. Qué


feroces son todos ustedes en Galatea. Dime, Justen, ¿es esto lo que los hombres de tu
nacionalidad prefieren en una mujer?

Finalmente, una buena pregunta. Vania volteó su cabeza hacia su viejo amigo, quien
parecía querer que la tierra se lo tragara.
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—Persis —dijo con un suspiro—, no ahora.

Ah, así que no todo era perfecto en su paraíso aristócrata. Y, realmente, ¿cómo podría
ser? Como les gustaba decir en Galatea, su novia aristo no necesitaba las rosas para ser
una idiota.
La chica se encogió de hombros.

—Bueno —concedió ella—, supongo que deber ser su fiereza. Definitivamente no es


su sentido de la moda. ¿Tu amiga se quedará por mucho tiempo, Justen?

—No ―respondió Justen con una definitiva negación de cabeza—. No se quedará


aquí en lo absoluto.

Ella asintió y agregó.

—Fue un gusto conocerte, capitana —Se retiró haciendo gala de grandeza.

Vania se felicitó a sí misma por su destacable autocontrol. Ni siquiera puso los ojos en
blanco.

—Justen —dijo—, te volviste loco. ¿Aristos? ¿Albion? ¿Esta mocosa mal criada e
idiota? Ya ni siquiera te conozco.

—No, no me conoces. Y yo tampoco a ti. Cuando comenzó la revolución, se trataba de


mejorar Galatea. ¿Está mejor? ¿Torturando y mandando a prisión a nuestros propios
ciudadanos? ¿Amenazando a tus mejores amigos?

Para ser justos, no lo había amenazado a él, sólo a la mocosa aristo de su novia. Y no
había sido una amenaza, sino más bien un hecho.

―Deja de ser tan dramático. Es imposible que hayas cambiado tanto tan rápido. ¿Qué
te pasó, Justen? ¿No recuerdas el día que la antigua reina fue sentenciada? ¿No
recuerdas lo felices que fuimos? Finalmente, fuimos capaces de cambiar el mundo.

—La cambiamos —concordó—, pero no para mejor.

Varia suspiró. Esto no iba a llevar a nada. La nueva novia de Justen debía haberle
chupado el cerebro. Juntó sus fuerzas para otro argumento, pero fue interrumpida por el
sonido de un mensaje. Sacó su oblet.

Capitana Aldred:

Reporte: Hubo un allanamiento en la prisión y toda la familia Ford y sus sirvientes


escaparon. Sus celdas estaban vacías a excepción del signo de la Amapola Silvestre.

¿Dónde se encuentra usted?

Larga vida a la revolución,


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General Gawnt.
Capítulo Diecinueve
Persis se las ingenió para mantenerse entera hasta llegar a su habitación, hasta haber
colocado las pantallas de privacidad, se sentó frente a su tocador, desajustó la red del
velo y observó en el espejo la irritación que se extendía por toda su cara.

Se encontró con su enfadada mirada color ámbar en el vidrio, y los ojos empezaron a
escocerle.

—Lo hice —murmuró a su reflejo—. Aunque hubiese preferido haber sido tirada del
acantilado.

Todo el trayecto de regreso de Galatea, había estado planeando hacer eso. Capturar a
Justen como había capturado a su hermana, arrastrarlo hacia la habitación del trono para
interrogarlo y tal vez, incluso, utilizar aquellas neuro-ánguilas que Isla había anunciado
tener en la mazmorra.

Seis meses como la Amapola Silvestre y nunca había sentido tanta necesidad de
recurrir a la violencia. Seis meses haciéndose la tonta y nunca se había sentido tan
estúpida como en este momento. Había invitado a Justen a su casa. Le había presentado
a la princesa. Le había contado todo acerca de la enfermedad de su madre. Lo había
besado en la ensenada estrellada. Y, lo peor de todo, le había mostrado a los refugiados
en el sanatorio: las pobres personas arruinadas que él era responsable de crear. Y todo
ese tiempo, Justen había estado mintiéndole. Todo el tiempo, fue un enemigo aun peor
que el mismísimo Ciudadano Aldred.

Aquí estaba ella, el espía más célebre y odiado en Nueva Pacífica, y había sido
engañada por un médico recién llegado, con un rostro amable y un nombre famoso.

Había estado planeando confrontarlo por todo en el preciso segundo que llegó a casa
de Scintillans, pero entonces caminó hacía la terraza y lo vio hablando con Vania
Aldred. Capitana Vania Aldred, su "vieja amiga". La Capitana Vania Aldred, quién
había derrocado la finca Ford, y quien aparentemente había ido a Albion
específicamente para buscar a la Amapola Silvestre. Posiblemente con la ayuda de
Justen.

Persis necesitaba un plan. Una buena espía neutralizaría a su enemigo tan pronto como
fuese posible. Una gran espía iría un paso más lejos. Si Justen estaba trabajando para la
revolución en Albion, sería mejor jugar su juego y usar su posición en su contra.
Primero, tenía que saber si él sospechaba de ella.
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Ella miró a la chica en el espejo. Sus ojos estaban vidriosos por las lágrimas no
derramadas, inyectados en sangre y ojerosos del cansancio por la misión y los
genetemps. Su rostro estaba hinchado y rojo, sus labios firmes en una línea furiosa. Ya
no la hermosa chica de élite y tampoco la espía hábilmente disfrazada tras rasgos
masculinos y barba pertinente. En este momento era Persis, sin tapujos ni filtros. La
niña asustada con la madre enferma y una mejor amiga que intentaba rescatar sola a su
país del borde de la revolución. La adolescente tonta enamorada del chico famoso que le
había hecho promesas tan convincentes que casi la habían hecho arriesgarlo todo en la
ensenada estrellada. Y ella podría limpiarse la cara, acicalarse y cambiar su estilo y nada
de eso cambiaría.

Pero había aprendido la lección. Suavizó su expresión lo mejor que pudo. Podría hacer
esto. Era la mejor espía en Galatea. Poco a poco, ella se desvaneció, dejando solamente
la determinación de acero de la Amapola Silvestre.

La pantalla se encendió.

—¿Persis? —Apareció la voz de Justen.

Compuso su mejor sonrisa distraída hasta que incluso la Amapola Silvestre estuvo
escondida bajo la máscara de Persis Flake, y desconectó la pantalla.

Justen entró a zancadas a la habitación, y todo lo que Persis pudo hacer fue mantener
sus ojos en su reflejo y su máscara en su lugar.

—¿Dónde has estado todo el día? Te habías ido cuando me levanté esta mañana.

—Oh, lo siento, querido. Andrine y yo hemos ido a un spa y apagué mi palmport a fin
de relajarme... —gesticuló en un apuro—. Como podrás ver, no fue tan relajante como
lo esperaba. ―En el espejo, ella vio el enfado en su rostro desaparecer.

—Oh, Persis. ¿Qué te has hecho esta vez? ¿Ya te has puesto algún ungüento? —dijo
intentando alcanzar su mejilla, pero ella se apartó del contacto.

—Una leve reacción alérgica. Lo tengo controlado —Ella siempre lo controlaba. Lo


haría otra vez y mantendría sus criminales manos médicas de guerra lejos de ella.

—¿Reacción alérgica a qué?

—A la limpieza facial, por supuesto —dijo rodando los ojos. ¿Realmente estaban
hablando de su supuesto tratamiento en el spa?—. Creo que... ¿hibiscos? No puedo
recordarlo. De cualquier modo, ¿qué querías?

—Nada. Yo... —sonaba casi avergonzado—. Me preguntaba si, tal vez, podríamos ir a
nadar otra vez.

Persis casi jadeó. ¿Hablaba en serio? Ella en verdad se había derretido en la ensenada
estrellada, en ese entonces. Y antes de eso también, cuando lo había guiado hacia el
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corazón de los refugiados. Incluso si no sospechaba que ella fuera algo más que Persis
Blake, ya se las había ingeniado para sacarle algunos de sus secretos. Y quizás él no
estaba en busca de información, tan sólo pensaba relajarse con una linda, estúpida aristo
a quien besaría cuando quisiera.
En cualquier caso, podría olvidarse de ello.

—¿Estás seguro de que no preferirías llevar a tu amiga galateana?

—¿Disculpa? —farfulló Justen.

Ahora Persis sí lo enfrentó y dejó mostrar en su rostro un atisbo de la ira que sentía.

—Sé que piensas que soy estúpida, Justen, y probablemente estés en lo cierto. Pero si
hay alguna esperanza de que estés en la corte, ayudaría que no estés abiertamente
confraternizando con la hija del Ciudadano Aldred —se volteó nuevamente hacia el
espejo—. Especialmente, ya que se supone que estás locamente enamorado de mí.

—Persis —en el reflejo pudo ver a Justen parpadear por el asombro—, ¿estás…
celosa?

Ni siquiera la chica que pretendía ser caería tan rápido. Rodó los ojos.

―Lo que me preocupa es nuestra imagen como pareja. ¿En el momento en que te dejo
solo en la finca, empiezas a invitar a tu amante galateana?

—No sabía que Vania vendría —dijo Justen. O mintió.

Persis se dio la vuelta. —Respuesta incorrecta otra vez, Justen. Dios mío, eres terrible
para las relaciones públicas. Uno pensaría que viviendo con la máquina propagandística
del Ciudadano Aldred, habrías aprendido algunos trucos.

—¿De qué estás hablando? —preguntó sacudiendo la cabeza, confundido.

—La respuesta correcta a mi acusación es: "Ella no es mi amante. Sólo somos viejos
amigos. En realidad veo a Vania más como una hermana"—Persis soltó imitando a
Justen—. Esa es la clase de cosas que la gente espera que digas. Deberías practicar, ya
sabes, en caso de que tengamos una de esas disputas cuando los chismosos estén
escuchando. Honestamente, Justen, si alguien como yo puede lidiar con esto, no
entiendo como tú estás teniendo problemas.

Justen se dejó caer en la hamaca de Persis. La seda dorada aleteó a su alrededor,


trayendo consigo una nube de la esencia floral que era la firma de Persis.

—Eso es porque no soy un cortesano, Persis. No soy bueno siendo político ni


encantador. Soy un médico. Todo lo que quiero es trabajar en mi laboratorio y hacer que
la gente enferma esté bien.

Mentiroso. Mentiroso, mentiroso, mentiroso. Cómo deseaba poder gritárselo. Él estaba


reclinado sobre su cama y la observaba con esa expresión honesta que le enfurecía;
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como si cada palabra que salía de su boca fuese pura como el fuego. Ya había caído en
eso una vez. Había querido creerle con tanta desesperación que casi había puesto en
peligro a los refugiados otra vez. Casi se había puesto en peligro a sí misma.
No se había percatado con cuánta fuerza había deseado que el médico de la prisión
estuviera mintiendo hasta que había oído a Remy confirmarlo: Justen había inventado la
droga de Reducción. Él era el responsable de toda esta pesadilla. En el bote, casi se las
había ingeniado para convencerse de que Justen tal vez les había estado diciendo la
verdad a Persis e Isla, o al menos parte de ella. De que él en verdad se arrepentía de la
dirección que había tomado la revolución. Y quizás eso significara que se arrepentía del
papel que había jugado en la creación de las rosas.

Excepto que no lo había aclarado tampoco. Si Justen Helo hubiera querido


honestamente desertar en Albion y expiarse por los pecados de haber creado la droga de
Reducción, entonces lo habría dicho de una vez. Ciertamente habría traído a colación su
conocimiento especial acerca de la droga cuando se le habían sido mostrados los
refugiados dañados. Parecía profundamente perturbado por lo que había visto, eso era
seguro, pero Persis sabía demasiado bien que eso podía fingirse.

Y luego lo había visto entreteniendo a Vania Aldred.

Si él verdaderamente estaba trabajando para la revolución, lo mejor que Persis podía


hacer, era hacerle creer que todo iba acorde al plan. Si verdaderamente era su enemigo,
capturarlo, tildar a un “Helo” como criminal de guerra, sólo encendería los conflictos
entre aristos y regs que Isla estaba intentando evitar. Por un momento, Persis se
mantuvo al borde de un precipicio tan alto como el acantilado de Scintillans. Pero aquí
no había ningún ascensor de paredes de vidrio, aquí no había ninguna tirolesa, ni la
seguridad de una hamaca de seda. Aquí estaba ella a punto de embarcarse en la misión
más importante que alguna vez la Amapola Silvestre había enfrentado.

—He pasado todo el día en el laboratorio —dijo ahora—, mientras tú estabas


desollando tu piel por diversión. Y planeo volver a primera hora de la mañana, también.

—Si realmente te importara —le dijo ella, mientras ponía un tono tan suavemente
superior como le era posible—, aún estarías allí ayudándolos a moverse a las nuevas
instalaciones, en vez de hablar con tu querida vieja amiga.

—¿Están moviendo a los refugiados? —preguntó Justen.

No, pero lo dejaría reportarle eso a Vania. Eso le daría a Persis tiempo para poder
encontrar otra casa segura con Noemi. Y también le daría la oportunidad de ver qué
podría estar filtrándole Justen a los galateanos.

—Querido, si tan sólo obtuvieras un palmport. Es el único modo de estar al tanto en


Albion. Noemi me envió un flutternote cuando no se pudo poner en contacto contigo.
―Eso sonaba creíble. Justen sabía cómo la gente de su país dependía de sus palmport.
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—¿Adónde están yendo? —preguntó . ¿Demasiado rápido? ¿Quizás incluso


frenéticamente? ¿Estaba Justen razonablemente enfadado de que no se le hubiera dicho
o preocupado de haber brindado información errónea a sus compañeros
revolucionarios?
—Oh —Persis agitó la mano en el aire—, algún lugar tierra adentro. Todo un enredo,
realmente. Vas a gastar tanto tiempo viajando de un lado al otro, que difícilmente
tendrás tiempo para estar conmigo. ―Y ella planeaba mantenerlo mucho más vigilado
de ahora en adelante.

—No estoy aquí de vacaciones. Tengo que hacer mi trabajo. De otro modo, todo será
en vano. No puedo quedarme de pie sin hacer nada mientras la gente de mi país sigue
sufriendo.

—Me temo que difiero, Justen —Él ya se había quedado bastante tranquilo por seis
meses—. Como hemos discutido, parte de tu acuerdo con Isla era que pasaras tiempo
conmigo...

—No espero que lo entiendas, Persis —respondió fríamente—. Sólo dime hacia dónde
están moviendo el laboratorio.

Ni por asomo. La falsa Persis podría pretender que no le importaba, y la real podía no
entender completamente las complejidades del trabajo de Justen y el posible daño que
potencialmente podría ocasionar, pero ambas podían unirse bajo el enunciado de
mantenerlo tan lejos de los refugiados como fuese humanamente posible.

Fredan apareció en el marco de la puerta; con el rostro caído y su usual aire de


indiferente formalidad, propia de un mayordomo, absolutamente ausente.

—Persis, eres requerida en la habitación de tu madre.

Ella se marchó sin pronunciar una palabra más.

Afuera, el crepúsculo había descendido sobre la grava, pero el sonido de los insectos
nocturnos daba lugar a gritos y choques que retumbaban a través de las columnas de
roca y cristal, y los suelos pulidos. Persis estaba aliviada de que hubiesen sido barridos
por el viento tan pronto alcanzaron el arrecife. Ante la puerta del dormitorio de su
madre, pudo ver la extensión del daño. Cada pieza inmueble había sido lanzada, cada
prenda arrancada de los armarios. Su madre, con la mirada salvaje y lamentable, estaba
escarbando a través de una pila de engranajes huracanados, gritando roncamente.

—¡¿Dónde está?! ¡¿Dónde la has puesto?! ¡Devuélvemela!

En la esquina estaban de pie dos mucamas, escurriendo sus manos y mirando con
horror.

—¿Dónde está mi padre? —preguntó Persis.

—Abajo, en la aldea —dijo una de las mucamas—. Fredan le envió una flutternote.
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—¿Y la enfermera del turno de la noche?

—Aún no ha llegado.
Persis tragó con fuerza y fue hacia su madre, recordando el consejo que Noemi les
había dado tanto a ella como a su padre. Mantenerla calmada, hablarle para traerla de
vuelta al raciocinio. Ella podía hacer esto. Si había algo en lo que era buena, era hacer
que la gente se comportara del modo en que quería que lo hicieran.

El cabello de Heloise escapaba de los clips que lo sujetaban, dejando cascadas de


espirales color bronce caer sobre su espalda. Persis apartó una hacia un lado.

—¿Mamá? —le preguntó suavemente—. Estoy aquí para ayudarte, ¿qué es lo que
estás buscando?

Heloise Blake se volteó y sus ojos se abrieron aún más, si es que era posible.

—Tú.

—Sí, mamá... —empezó a decir Persis, cuando su madre la tomó del cuello y la lanzó
contra la pared.

—¡Tú! —gritó Heloise, sacudiéndola contra la piedra—. ¡Tú la has robado! ¿Quién
eres?

—¡Mamá! —dijo Persis, con la voz tropezando en cada sílaba―. Soy yo, Persis.

—Robaste mi cara.

Sus músculos se relajaron. Allí estaba el corazón del episodio. Ella ya había visto este
con anterioridad.

—Sí, mamá —dijo calmadamente, pestañeando hasta que las lágrimas que
amenazaban con salir desaparecieron—. Soy tu hija. Hemos oído eso toda mi vida. ¿Lo
recuerdas?

—Devuélveme mi rostro —las manos de Heloise subieron hacia las mejillas de Persis,
sus dedos curvados como garras.

—Mamá, por favor —Persis atrapó limpiamente las muñecas de su madre antes de que
le hiciera aún más daño al ya inflamado rostro—. Mírame. Soy Persis —dijo moviendo
sus manos hacia su propia cara, dejándole acariciar su propia mejilla—. Nos parecemos.
Siempre lo hemos hecho. Eres la mujer más hermosa en todo Albion, y soy afortunada
de que alguien piense que me parezco a ti.

A veces esto funcionaba. A veces su madre recordaba. Pero los ojos de Heloise aún
estaban bien abiertos, sus pupilas contraídas en pequeños puntos. Sus uñas ahora
rasganban su propia piel. Y luego, de repente, se desplomó contra Persis. Justen estaba
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de pie detrás de ella, con una jeringa en la mano.

—¡¿Qué has hecho?! —chilló Persis mientras las mucamas se apresuraban a ayudar a
su inconsciente madre.
—La sedé —dijo Justen—. Lo necesitaba. Has hecho lo mejor que podías, Persis,
pero...

—No tenías ningún derecho de medicar a mi madre —le dijo, con voz baja y
peligrosa. Ella lo tenía bajo control. Sólo necesitaba un poco más de tiempo. Y Justen
Helo no tenía permitido, nunca jamás, suministrarle una droga a alguien que ella quería.

Ella lo apartó y siguió a sus sirvientes hacia la cama, donde recostaban a Heloise. Al
borde de la plataforma yacían los remanentes de un espejo, con sus realzantes giratorios
doblados, resonando mientras intentaban girar. Aquello era lo que probablemente había
iniciado todo. A veces su madre perdía la noción del paso del tiempo y no lograba
reconocer su propio rostro. Bajó el espejo y tragó con fuerza, diciendo con una voz
queda y tan contenida como le fue posible—: Puede que seas un médico, pero no eres el
nuestro.

—Tengo un poco más de experiencia que tú lidiando con la DRA —respondió—.


Cuando alcanzan cierto punto de confusión, ya no se puede razonar con ellos. Hay un
bucle de retroalimentación en su cerebros y...

—Guárdatelo para tus reportes de laboratorio —las mucamas se habían apartado


sabiamente, y Persis tomó las mano débil de su madre. La cama de sus padres estaba
cubierta por largas extensiones de seda que colgaban del techo, y se balancearon
levemente cuando se sentó en el borde. Su madre dormía, su rostro reposaba tan
relajadamente que se veía mucho más joven que de cuarenta años. Se veía, realmente,
como Persis—. No la conoces.

—¿Crees que es la primera vez que la familia de un paciente me dice eso? —preguntó
suavemente—. Es cierto. No conozco a tu madre. Desearía haberla conocido cuando
estaba bien, cuando era todas las cosas que quería ser, todas esas cosas que amas de ella.
—Su voz estaba cerca ahora, pero Persis no se voltearía hacia él—. No sé, no puedo
saberlo, el modo en que tu madre y tú se sienten. Pero he visto a gente pasar por esto
antes y sí sé cuál es el mejor modo de ayudar.

Su corazón palpitó en su pecho y su piel se quemó por algo más que los químicos que
había usado para remover los genetemps para el vello facial. La voz de Justen era dulce
y suave. Seguramente él había sido preparado para ello, maneras para "la hora-de-
dormir", le llamaban. Él sabía cómo hablarle a sus pacientes y a sus familias. Cómo
mantenerlos calmados.

Él era un mejor mentiroso que ella.

—Puedes irte ahora —ella entonó, aún concentrada en su madre—. Mi padre y el


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enfermero de la noche están por llegar.

—Puedo quedarme —Sintió la mano de él en su hombro, la presión y el calor


agudizándose justo a través de la tela plateada—. Esto es en lo que soy bueno Persis.
Déjame ayudar.
Ella se mordió el labio. Un día atrás, eso habría sido todo lo que hubiera deseado. El
nieto de Persistence Helo, dedicado a la causa de los Oscurecidos. Abocado a su madre.
Reclutado en la Liga de la Amapola Silvestre. Besándola en la ensenada estrellada. Pero
todo era una mentira. Justen no estaba allí para ayudar: él era su enemigo, y no tenía
idea de lo que Persis realmente era capaz de hacer.

—Toma —le dijo Justen, aunque ella no le había ofrecido una respuesta. Él tenía un
tubo con un ungüento en las manos y estaba aplicándolo en los rasguños que
estropeaban las perfectas mejillas de su madre. Le ofreció a ella otro trozo de tela―.
Puedes usar un poco de esto en tu erupción, también.

Ella lo tomó, pero la palabra "gracias" quedó atrapada en su garganta, la educación


aristocrática de Persis Blake batallando fuertemente con la necesidad de la Amapola
Silvestre de aplastar a este hombre.

—Dormirá por lo menos cuatro horas con este sedante —le dijo—. Cuando el
enfermero llegue aquí me gustaría consultarle acerca de lo que acaba de pasar. Mis
observaciones serán desde un punto clínico, así que pueden ser más útiles...

—...que las mías —finalizó Persis—. Lo entiendo. —Le gustara o no, Justen sabía
cómo cuidar de Heloise mucho mejor de lo que ella podría—. Discúlpame mientras voy
a ver qué tan pronto mi padre puede llegar. —Además necesitaba enviar a una mucama
a limpiar la habitación antes de que su padre regresara. Lo alteraría mucho más de lo
necesario.

Torin Blake siempre tenía una expresión valiente, pero los periodos malos de su
esposa lo estaban destruyendo, y no había nada, absolutamente nada, que Persis pudiera
hacer al respecto. En todo caso, prefería no verla cuando las cosas iban mal, como si
temiera el día que Persis siguiera el mismo camino.

Secretamente, Persis se preguntaba si ese era el motivo por el cual su padre le había
permitido dejar la escuela y era indulgente con lo que él llamaba la "fase" vigente de
fiestas, vestidos, y tontas intrigas cortesanas. Después de todo, la perspectiva de perder
la capacidad intelectual de uno duele menos de algún modo si pasas tu vida
desperdiciándola, de cualquier forma.

Su madre, en sus mejores días era menos comprensiva. "La moda es ciertamente un
arte, Persis" le había dicho la última vez que habían discutido su repentina apatía por
las causas intelectuales "y merecedora de tu tiempo. Pero siempre te pensé más
interesada en la política. Esperaba que, algún día, pudieras convertirte en la voz
femenina que necesitamos en el Concejo".
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Persis no podía seguir la política. Al menos no hasta que dejara de ser la Amapola
Silvestre. Pero difícilmente podría explicarles eso a sus padres. Si su padre no la dejara
ir de viajes de compras a Galatea, se desmayaría si supiera que estaba arriesgando su
vida y cordura cada vez que cruzaba el mar. No, ellos tendrían que seguir un poco más
absolutamente desconcertados de que su hija, antes voraz por la lectura, se rehusara a
hablar en público de cualquier cosa que no fuera su siempre creciente guardarropas.

Mentiras sobre mentiras. Ella le mentía a sus enemigos como la Amapola Silvestre y a
sus amigos que no sabían de su identidad secreta. Les mintió a sus padres cuando la
cuestionaron acerca de por qué ya no quería unirse a los salones intelectuales de Albion
o continuar con sus estudios, y también a Isla cuando le explicaba la ausencia de su
madre en la corte. Mintió cuando pretendió públicamente que estaba enamorada de
Justen Helo. Y también a Justen cuando fingió no saber exactamente qué les había
hecho a la gente de su patria. Ya no quedaba casi nadie a quien Persis pudiera decirle a
verdad.

La brisa nocturna sopló su cálido rostro, trayendo consigo la esencia del mar y el
franchipán. Oyó algunos ladridos juguetones y Slipstream se precipitó hacia el camino
de roca enredándose en la escarpada. Su pelo estaba mojado por el mar mientras ella se
enterraba entre sus brazos.

—Tú lo sabes todo, Slippy —sus grandes ojos de nutria brillando a la luz de las
estrellas, el aroma a pescado cosquilleaba desde sus bigotes hasta sus mejillas mientras
se frotaba contra él—. Ahora dime qué hacer.

En cambio, extendió su largo cuello para olfatear el flutter dorado que se había
detenido sobre sus cabezas y estaba a la deriva, lentamente descendiendo. Una orquídea.
Persis abrió su palma.

Querida Persis:

He decidido que mañana es una excelente oportunidad para que armes una pequeña
fiesta para nuestros amigos en el Daydream. Ha pasado bastante tiempo desde que has
usado tu yate para algún evento social, lo que les resulta extraño a alguno de nuestros
cortesanos. Creo que deberías invitarme, a los Finches, a Lord y Lady Blocking, el
sobrino del concejal Shift, Dwyer, y por supuesto, tu encantador Justen debe asistir.

Me resultaría muy grato que nos pasaras a buscar a todos en el muelle cerca de la
corte, mañana.

¿Quizás, un viaje hacia la Isla del Recuerdo está en el orden?

Princesa Isla, Regente de Albion


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Persis hizo un mohín, imaginando a Isla componer este flutter bajo coacción del
concejal Shift. Su tono era tan rígido y formal que se preguntaba si el propio Shift había
obligado a Isla a escribirlo frente a él en un wallport. Configurando el flutter con la
usual flor de los Blake, el franchipán, pensó en su respuesta.
Por supuesto, si insistes, estaré feliz de realizar una fiesta en el bote mañana. Sin
embargo, siento como si hubiera un mejor modo de pasar el tiempo en este momento.
Tengo noticias muy importantes acerca de Justen y yo.

La princesa respondió en tiempo récord.

Insisto.

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Capítulo Veinte
Para cuando Vania volvió a Halahou, había revisado cada bit de información que pudo
encontrar de la invasión a la prisión. También había vomitado por el costado de la
embarcación. En un sólo ataque, la Amapola Silvestre había logrado destruir no sólo su
larga campaña contra los Ford, sino también la semana que había pasado reordenando
las tropas según las órdenes del General Gawnt, por lo cual sabía que la iba a culpar de
alguna manera. Y el espía había hecho todo mientras que Vania estaba en Albion
fallando en su intento de hacer entrar en razón a un claramente lunático Justen Helo.

¿Cómo se suponía que le fuera a explicar esto a su padre?

Se sorprendió al encontrar a Remy esperándola en los muelles, con su corto cabello


negro revuelto por la brisa.

―¿Qué estás haciendo aquí? ―Vania espetó a su hermana adoptiva, desembarcando


antes de que los marineros terminaran de configurar las nanosogas―. No es seguro
andar por este barrio tan tarde.

Remy puso mala cara.

―Apoyo moral, por supuesto. ¿Tienes alguna idea de lo que están diciendo de este
fiasco en el palacio?

Vania no estaba segura de querer saberlo, pero, de nuevo, hombre prevenido vale por
dos.

―Gracias, niña insolente. ―Le revolvió un poco el cabello a la chica mientras se


dirigían a un rayador que esperaba―. Me imagino que no es particularmente bueno.

Al principio, nadie parecía saber cómo la Amapola lo había logrado. Después de que
descubrieron que las celdas de los Ford estaban vacías, las tropas habían sido enviadas
tras todas las entregas y reparadores que habían entrado al palacio ese día. Un guardia
recordó a un salinero sospechoso cuya rayador se había dañado justo en la puerta, pero
aún cuando lo habían localizado, detenido y habían revisado completamente su rayador,
no había ninguna señal de que algo andaba mal. Con la falta de pruebas, y el minero
claramente inocente y angustiado comenzando a atraer a una multitud en la vía pública,
los guardias lo dejaron ir. Todos los demás visitantes de la prisión ese día habían sido
requisados de manera similar.

Era todo muy misterioso.


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No fue sino hasta que los guardias volvieron a reunirse en la cárcel para revisar los
registros de todas las entradas y salidas, que habían notado el éxodo de un equipo de
personal militar sin ningún tipo de órdenes para moverse.
Vania se quejó.

―¿Así que nadie reconoció a los guardias como prisioneros? ¿Nadie pensó: «Bueno,
yo no he visto a estas personas antes»?

Remy se encogió de hombros.

―Al parecer, con todos los cambios de personal, así como la afluencia de soldados
que previamente habían sido asignados a las barricadas de la propiedad Ford... Yo
estaba allí hoy en busca del tío Damos y apenas reconocí a nadie.

―Le dije a Gawnt que el aumento de personal no ayudaría ―Vania murmuró, sobre
todo para sí misma―. En todo caso, fue contraproducente. ―Miró a Remy―. No tienes
idea de lo frustrante que es no ser tomado en serio.

―No puedo imaginarlo ―Remy respondió, y por un segundo, Vania estaba casi
segura de que escuchó un canto en la voz de la chica―. ¿Encontraste algo que valga la
pena en Albion?

Vania permaneció en silencio. ¿Cuánto debería decir sobre el comportamiento de


Justen? No quería molestar a la chica, pero sería mejor para Remy oírlo de Vania que
entrar en shock si las cosas se pusieran mal para Justen más adelante. Vania no podía
imaginar a su padre siendo amable si los desvaríos traidores de Justen se extendieran a
través del mar.

Estúpido Justen. Si realmente se sentía tan culpable por todo esto, entonces no debería
haber ido a Albion. Ddebió simplemente haberse unido a esos extraños Pecadores y
pasado el resto de su vida azotándose a sí mismo y recorriendo la playa de la Isla del
Recuerdo. Por lo menos así todo el mundo simplemente lo hubiera declarado loco.

―No mucho sobre la Amapola Silvestre, no ―dijo al fin.

―¿Viste a Justen? ―Remy presionó―. He oído que se fue a Albion.

―Sí. ―Pasaron por las puertas del palacio, el sonido de los ventiladores del elevador
resonaban en las enormes paredes del patio.

―¿Te dijo por qué se fue?

Vania se frotó las sienes con los dedos. No tenía tiempo para una gran escena
dramática con Remy. Tenía que organizar sus pensamientos en torno a este escape de
prisioneros. Le gustara o no, la Amapola Silvestre tenía prioridad sobre si su hermano
adoptivo había decidido o no traicionar todo lo que siempre había creído por una
estúpida chica rica.
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―No lo sé ―le espetó―. Todo lo que se dice es que está enamorado de alguna aristo
idiota.
Listo. Esa excusa contendría a Remy por un rato, hasta que tuviera tiempo para
explicar todas las complejas filosofías políticas involucradas, con corazones y flores que
una niña de su edad podía entender.

―Su nombre es Persis Blake.

―¿Una aristo? ―Remy sonaba escéptica―. Eso no suena como a él. ¿Y una idiota?,
menos aún. ―Ella se rió torpemente―. Conoces a Justen, antes Reduciría a una aristo
que besarla, ¿verdad?

Vania miró a la joven chica. Había algo raro en su tono, angustiado y casi
desesperado, como si estuviera tratando de convencerse a sí misma de algo que
realemente no creía. ¿La habría infectado ya Justen con algunas de sus ideas traidoras?
Vania hizo una nota en su oblet para recordar ver todos los mensajes de Justen a Remy.
Por ahora, dejaría que la chica pensara que Justen estaba siendo guiado por la lujuria.

―Esta aristo es especialmente rica y hermosa ―dijo Vania. Accedió a una imagen de
la dama en cuestión y giró la pantalla del oblet hacia Remy―. Toma. Échale un vistazo
y dime que tu hermano está pensando con la cabeza.

La pantalla brilló, revelando a Persis Blake en todo su esplendor. Estaba en algún


evento o algo por el estilo, en un vestido que brillaba como un mar iluminado por el sol,
su salvaje cabello amarillo y blanco flotaba por encima de ella en una brisa nublada.
Ella sostenía un vaso de cristal de kiwino en la mano, y tenía la cabeza hacia atrás,
riendo.

Sin una preocupación en el mundo. Niña mimada. Vania empezó a sentir náuseas otra
vez. Puso los ojos en blanco y se volvió hacia Remy.

―¿Ves lo que quiero decir?

―¿Esa es Persis Blake? ―preguntó Remy en voz baja. Sus ojos estaban muy abiertos,
su boca como una pequeña y redonda o.

¡Oh, no, no Remy, también! Se suponía que ellos estaban por encima de todas estas
tonterías de estar maravillados con los aristos.

―Es ella. Y créeme, es casi tan estúpida como parece. No te impresiones demasiado,
Remy. Confía en mí, tu hermano ha cometido un gran error.

Remy miró de la pantalla a Vania y viceversa.

―Eso seguro ―dijo finalmente.


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El Daydream marchaba a toda vela, la fiesta iba a toda velocidad, y estaban a medio
camino de la Isla del Recuerdo, pero Persis estaba segura de que este viaje sería
recordado como el peor viaje que un Blake hubiese organizado jamás. La mitad de los
asistentes no se hablaban entre sí, y la otra mitad no podía entender por qué.

―Querida ―Isla susurró al oído de Persis. Persis volteó a ver a la princesa que
llevaba un abrigo blanco diáfano y su mejor gesto de desaprobación―. Estás
descuidando la fiesta, y peor aún, estás descuidando a Justen.

―Lo siento ―respondió Persis. Los pétalos color verde brillante de su falda se
arremolinaban alrededor de sus rodillas debido a la brisa marina, y las mangas divididas
se agitaban como serpientes furiosas en sus hombros―. ¿Preferirías que animara las
cosas lanzándolo por la borda?

Isla suspiró. En deferencia al brillante sol se había puesto un enorme sombrero blanco
de ala ancha con un agujero en el medio que le permitía tirar de su pelo a través de este
y organizarlo en capas alrededor del borde. Cuando Persis recogió a la comitiva real en
la corte, le había dicho a Isla que parecía como arte con conchas hecha por un niño. Isla
le había dicho a Persis que parecía un macizo de algas.

La fiesta, según Persis, se había ido cuesta abajo desde allí.

Justen se sentó como un bulto en la popa extrema, dando respuestas monosilábicas a


todo intento de conversación. Estaba profundamente infeliz de haber sido arrastrado al
barco en lugar permitírsele volver al laboratorio, aunque solo se había quejado con
Persis una sola vez. Noemi, sin embargo, le había informado a Persis que él le había
enviado varios mensajes durante la noche sobre la "nueva dirección de los refugiados".

Olvida lo de lanzarlo por la borda del Daydream. Ella esperaría hasta que regresaran a
Scintillans y lo empujaría por el mismísimo acantilado.

―Se supone que haces las mejores fiestas de la isla, Persis ―le recordó Isla―, así que
actúa como si estuvieras divirtiéndote, o la gente va a empezar a sospechar que tienes
algo más en mente.

Cosa que hacía. Y no era como si Isla quisiera estar aquí, tampoco.

―Bien ―dijo ella―. ¿Debo organizar un juego de girar la concha con, digamos, tú,
yo, Justen y Tero?

Isla le dirigió una mirada de reina.

―Tero y yo hicimos las paces.

―¿Se besaron e hicieron las paces?


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―No empieces ahora.

―Entonces no te quejes de mí y Justen ―respondió ella en voz tan baja como podía
allí afuera en el viento―. Esas fotos de nosotros besándonos en la ensenada estrellada
probablemente hicieron más por tu campaña de la igualdad que cinco bailes reales.
Isla se giró sobre sus talones y se fue a hablar con los otros aristos a bordo. La
princesa había invitado a Lady Blocking y a su apático esposo miembro del Concejo, en
lo que se suponía tenía que verse como una muestra de apoyo para el Concejo. Ellos al
principio actuaron emocionados de finalmente lograr un paseo en el Daydream, luego
disminuyeron su entusiasmo ya que el ambiente festivo no se había materializado.
Luego estaba Dwyer Shift, que parecía mucho más feliz de asistir de lo que Isla estaba
de ponerlo en la lista de invitados. Dwyer era tan exasperante como su poderoso tío, y
su comportamiento empalagoso no era un cambio especialmente bienvenido. Su cabello
color mandarina había sido arreglado en una ingeniosa caída y había elegido vestirse de
pies a cabeza con un material que le daba un aspecto de cangrejo color bronce
cambiando de piel. Se había pasado la fiesta, ya sea ofreciendo a Isla un desfile
interminable de dulces o diciéndole a Justen que debía ser extremadamente maravilloso
ser descendiente de Persistence Helo.

Persis estaba bastante segura de que ninguno de los dos disfrutó de sus atenciones y,
francamente, pensó que ambos se lo merecían: Isla por obligarla a ser anfitriona de este
evento, y Justen porque ser molestado por Dwyer Shift era el menor de los castigos que
ella fantaseaba para él.

Andrine y Tero daban vueltas por la fiesta, pero no estaban de humor para ayudar.
Andrine había estado aplicándole a Persis la ley del silencio desde que despertó en su
propia cama, totalmente femenina y completamente desorientada respecto a cómo había
terminado allí, en lugar de hacerlo en medio de una misión de espionaje en Galatea. A
Persis incluso le sorprendió que hubiese aceptado la invitación, teniendo en cuenta lo
enojada que estaba.

―Oh, no te preocupes ―Tero le había informado a Persis cuando abordaron―. Ella


tiene mucho que decirte más adelante. Pero mi hermana, a diferencia de un par de
personas que puedo mencionar, sabe el momento adecuado para impartir sus
sentimientos sobre los temas. Lo cual, cabe destacar, no es en medio de una misión.

―¿Al comienzo de una es mejor? ―había dicho Persis―. ¿Al igual que la rabieta que
tuviste con la princesa, el otro día?

―Yo no le di drogas. ―Tero se cruzó de brazos, probablemente porque sabía cuán


grande e intimidante lo hacía parecer―. Sabes que hay una gran diferencia.

―Hay complicaciones que están haciendo que sea especialmente peligroso para los
reg estar en la Liga de la Amapola Silvestre.

―Oh, ¿así que puedo abandonar, entonces?


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―No eres tan afortunado, Tero.

Su amigo suspiró y le dio una pastilla.


―No, no tan afortunado como tú. Porque mientras estabas drogando a mi hermana y
causando un alboroto en Galatea, te hice una nueva aplicación palmport. Permite el
intercambio mano a mano, los flutters no son necesarios. Tengo uno para Slippy,
también. Grabará información en sus nervios ópticos. Serás la única en Albion con un
visón de mar vigilante.

―Fantástico ―dijo Persis, y se bebió la aplicación―. Tal vez va a empezar una nueva
moda.

Tero la vio tragar, y luego con una lenta sonrisa peligrosa dijo―: Estás terriblemente
confiada, Perse. ¿Qué si decidí tomar venganza por lo que le hiciste a Andrine ayer? Esa
podría ser una droga para noquearte.

Persis empezó a toser, y él se echó a reír.

―Bromeaba. Pero si intentas con mezclas en mi hermana nuevamente, son los últimos
genetemps que conseguirás de mí, Lady Blake.

¿Lady Blake?

―Bueno, al menos estás respetando el rango hoy.

Tero entrecerró los ojos.

―No empieces, Persis, o haré que comas arena como hice cuando tenías cuatro años.

―Qué curioso ―dijo Persis―, eso es exactamente lo que dijo Isla.

¿Cómo diablos se suponía que iba a hacer una fiesta cuando odiaba a la mitad de los
invitados y la otra mitad la odiaba a ella? Persis le dio de comer a Slipstream la píldora
con la aplicación de vigilancia que Tero le había dado para el visón marino, y luego
acamparon cerca al timón, ejecutando diagnósticos en el programa (lo que era,
ciertamente, increíble, a pesar de que era demasiado malo que ni Tero ni Andrine
estuvieran dispuestos a probarlo con ella) y esperando que todo acabara pronto, y
pudiera volver a interpretar el papel de la osada espía, en vez de la tonta de la alta
sociedad.

Ahora, por insistencia de Isla, levantó la voz por encima del viento y gritó―: Mis
amigos, será otra media hora antes de llegar a nuestro picnic en la Isla del Recuerdo.
¿Qué debemos hacer para entretenernos hasta entonces? ¿Una lectura de poesía, tal vez?
¿Un juego de preguntas?

―Oh, por favor, poesía no ―dijo Lady Blocking mientras todos en el yate se reunían
en el centro de la cubierta inferior―. ¿Acaso no tenemos suficiente de eso en la corte?
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―Su marido le dio un codazo en un costado y ella se quedó en silencio.

―Me encanta la poesía ―dijo Dwyer―. He asistido a cada lectura que la princesa ha
hecho desde que asumió el trono.
―Dígame ―Isla arrastraba las palabras―. ¿Era usted tan fanático del arte antes de
que yo fuera regente?

Los Blocking miraron escandalizados, pero Tero soltó una risa detrás de su taza de
ponche, ganándose una sonrisa radiante de la princesa. Persis negó con la cabeza. Isla
podía permitirse ser abiertamente cínica sobre los intentos evidentes del Concejal Shift
de poner a su sobrino en su camino, pero no coquetear abiertamente con un gengeniero
reg. Lo que sea que estuviese pasando entre sus dos amigos, no iba a terminar bien.

―¡Ciudadano Helo! ―dijo Isla―. ¿Has oído hablar de la poesía de Persis? Ella tenía
una gran reputación por eso en la escuela, aunque creo que ha estado fuera de práctica
desde entonces.

Justen, aún desanimado, levantó la cabeza.

―No he tenido el placer, no.

Isla aplaudió.

―Bueno, lo harás hoy. ¿Persis? Hónranos con una cancioncilla.

Persis miró lentamente su amiga.

―Creo que no estoy de humor para composiciones improvisadas.

―Por supuesto que sí ―la princesa insistió―. Aceptaré temas ―señaló a Tero.

―Amor ―dijo, e Isla rodó sus ojos.

Persis suspiró. Tan pronto esta fiesta terminara, ella e Isla iban a tener que tener una
seria conversación. Había una razón por la que Persis había dejado de componer poesía
después de que había dejado la escuela. Cultivar una reputación como alguien ingeniosa
no era propicio para sus objetivos. Pero mientras ella estuviera siendo obligada a actuar
como la mascota de la princesa, también podría hacer unas cuantas bromas. Lady Blake.
¡Sí, cómo no! Después de un momento, respondió:

El necio dice "Amor", pero confieso,

Prefiero tener un bonito vestido nuevo.

Él puede ser fuerte en estructura y justo en apariencia

Pero el abrazo de un vestido es de mi preferencia.


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El grupo se rio adecuadamente, e Isla señaló después a Lady Blocking.


―¡Oh! ―dijo la mujer, revolviendo su bebida con un palo de caña de azúcar―.
Uhm... oh, ya sé. ¡La Amapola Silvestre!

―Por supuesto. ―Persis asintió y dirigió una mirada a Isla, quien se encogió de
hombros casi imperceptiblemente.

Muy bien. Pero estaban jugando con fuego:

A través del mar y por la escalera,

La Amapola Silvestre está en todas partes.

Aunque los hombres del sur busquen hasta quedar ciegos,

Ellos no conocen lo que pretenden encontrar.

―Irónico, Persis ―Isla arrastraba las palabras con una mirada de advertencia. Bueno,
ella había iniciado. Persis le lanzó una mirada a Justen, pero apenas parecía prestarle
atención. Cuán decepcionada estaría su querida Vania. Allí estaba ella, dejando caer
pistas como joyas, y él apenas se daba cuenta.

―No lo entiendo ―dijo Lady Blocking, con la cabeza inclinada y la boca curvada.
Quizás Persis debería pasar más tiempo estudiando la conducta de la mujer para
asegurarse de que su acto lograra una autenticidad adecuada. Ella nunca tuvo mucho
éxito haciéndose la tonta.

―Por desgracia, no todos pueden ser obras de arte ―dijo Persis, levantando los
hombros en derrota―. Y yo advertí que estaba fuera de práctica.

―Mejor suerte la próxima vez ―Isla señaló a Justen―. Tu turno, Justen. Desafía a
nuestra chica.

Su expresión era tan plana como su voz cuando respondió―: Reducción.

Los invitados comenzaron a juguetear nerviosamente con sus vasos y platos.

―Yo… ah… no sé si ese sea el tema que estamos buscando, Ciudadano. Un poco
serio, tal vez, para nuestro propósito ―Isla dio una sonrisa de disculpa―. ¿Tal vez un
tema diferente que se le venga a la mente?

―No ―dijo―. No puedo pensar en otra cosa en estos momentos.


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Bien, pensó Persis. Cuando se trataba de Justen Helo, tampoco ella podía. Persis
levantó la mano.

―Oh no, puedo con este. ―Miró fijamente a Justen y comenzó a recitar.
Aunque olvidados mucho tiempo por la clase,

Suficientemente afortunados para conservar sus mentes,

La amenaza por desgracia, sigue siendo más aguda,

Para aquellos que son llamados galateanos.

Justen se levantó, sin romper el contacto visual, y recitó en respuesta:

El mundo es feliz de sentarse y esperar,

Mientras los necesitados sufren destinos tristes.

Y mientras nosotros reímos y montamos olas

Nuestra negligencia cavará sus tumbas.

Persis parpadeó. Bueno, eso fue inesperado. ¿Quién diría que los estudiantes médicos
galateanos tenían tiempo para tener lecciones líricas en medio de las clases de
transcripción de ARN?

Lo que había quedado del ambiente de la fiesta, sin embargo, se había desvanecido.
Andrine rio nerviosamente.

―Parece que nos hemos salido de curso.

Persis entrecerró los ojos a Justen.

―Mi querido Justen, tal vez, no se ha acostumbrado por completo a la forma en que
hacemos las cosas en Albion.

―Pero está muy bien adaptado para eso ―dijo Dwyer―. Un Helo y un poeta. Casi
tan bueno como un aristo verdadero.

Al menos tres de las personas en la cubierta rodaron sus ojos.

Persis sonrió ampliamente a los invitados.


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―Por favor, perdónenme. Voy a pasar mi turno a Andrine, con quien recuerdo haber
pasado muchas noches en la escuela haciéndonos reír con sus rimas.

Ella cruzó la cubierta, tomó a Justen por el brazo y lo condujo a la cubierta superior,
fuera del alcance del oído del resto del grupo.
―Tu acuerdo con Isla demanda no sólo que me acompañes a eventos sociales, sino
que te veas feliz por eso ―le recordó ella con suavidad pero con firmeza.

―Tú primero.

Ella se echó hacia atrás. ¿Quién habría pensado que estaba poniendo tanta atención?

Justen miró sobre el agua en dirección a Galatea.

―Esos refugiados están sufriendo y cada momento que paso aquí haciendo el papel de
tu devoto admirador, no puedo ayudarlos.

Y cada momento que se veía obligada a pasar jugando a ser la anfitriona era tiempo
que no podía utilizar para llegar al fondo de las mentiras de Justen.

Él se volvió hacia ella.

―¿Isla cree realmente que está impresionando a los reg de Albion partiendo en un
viaje en yate con un grupo de aristos y algunos reg simbólicos de la corte? ¿Eso es lo
que ella piensa que va a mantener a la población contenta? ¿No estarían mucho más
felices de saber que hemos encontrado una manera de proteger a los regs en Galatea?

―¡Shh! ―dijo entre dientes―. Baja la voz. ―Lo último que necesitaba era que los
Finch averiguaran la verdadera razón por la que había drogado a Andrine. Se apoyó en
la barandilla y atrajo a Justen contra ella―. La gente está mirando.

―¿Y? ―Él inclinó su cuerpo hacia el de ella―. Se supone que debemos estar
discutiendo.

Ella envolvió sus brazos alrededor de sus hombros y arqueó su espalda. Detrás de ella,
la espuma del mar le helaba piel, pero calor irradiaba del cuerpo de Justen. La última
vez que lo había mantenido tan cerca había estado en la ensenada estrellada. Parecía
hace un mundo de distancia. Entonces, había bajado la guardia, actuó casi como ella,
imaginó que Justen era el tipo de persona al que le podría contar cosas. Había sido su
más grave error de juicio en una semana que parecía lleno de ellos.

―Bueno, ahora estamos haciendo las paces. Isla no ha autorizado ninguna pelea.
―Era una lástima. Cómo le gustaría ponerle las cosas claras aquí y ahora. Como le
gustaría lanzarlo por la borda del Daydream y navegar lejos, sin importar qué secretos
podía descubrir en los archivos de su abuela para ayudar a su madre. Si Justen podía
encontrar una cura en ellos, alguien más podría hacerlo, también.

―No me importa lo que haya autorizado ―susurró―. Todo lo que me importa es mi


nación. No puedo esperar y verlos sufrir.
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―Tú estabas lo suficientemente feliz de hacerlo antes. ―Las palabras escaparon, sin
filtro. Empezó a zafarse de ella, pero ella lo agarró con fuerza―. Cuando estabas en
Galatea, había ciudadanos siendo Reducidos a tu alrededor. ¿Por qué entonces estaba
bien?
―No lo estaba ―contestó―. Y era muy poco lo que podía hacer en Galatea con mi
tío respirándome en el cuello. Aquí puedo ayudar a los refugiados del sanatorio.

Persis estaba segura de que eso era de gran consuelo para aquellos regs ya dañados
por las inyecciones de Justen. Ella levantó su mano y le acarició la mejilla, cuando lo
que quería era golpeársela.

―Oh, tortolitos ―los llamó Lady Blocking―. ¿Van a unirse de nuevo a la fiesta o
van a buscar algún lugar más privado?

Él la miró a los ojos, con el ceño fruncido de dolor.

―Suenas enojada conmigo, Persis. Si he hecho algo que te hiciera daño, lo siento.
Siento que Vania viniera a tu casa. Yo no la invité, créeme. Respeto la privacidad de tu
familia.

―¿Y qué pasa con la buena opinión de la princesa? ―dijo Persis―. Entreteniendo a
sus enemigos…

―No te preocupes por Vania. Lo único que le importa es la Amapola Silvestre.

Eso fue suficiente para empezar.

―Yo pensé ―dijo él―, que nos estábamos volviendo amigos. En la ensenada
estrellada…

―Dejé claro lo que estamos haciendo aquí ―finalizó ella―. Al menos, pensaba que
lo había hecho. Si hubiera alguna confusión... ―Ella se encogió de hombros―. Este es
un papel, Justen. Interprétalo.

Él la miró con la mandíbula apretada y sus ojos oscuros ardiendo. Y entonces la besó.

Ella no podía apartarse, no con la mirada de la mitad de la fiesta observándolos y la


otra mitad juzgando. Y después de un segundo, no quería hacerlo. Había algo
desesperado y loco en ese beso, en el mismo Justen. En la ensenada estrellada, la había
tocado gentilmente, tentativamente. Ahora él le tomó la cara con una mano, enredando
sus dedos en los mechones de su pelo azotado por el viento, mientras que deslizaba la
otra alrededor de la parte baja de su espalda, levantándola de los rieles y sosteniéndola
contra su cuerpo.

Este no era el médico galateano que ella conocía, prudente, serio y sarcástico. Los
pétalos de su falda azotados por el viento, moldeando sus caderas tan fuertes como los
brazos de él alrededor de su espalda. Puso su boca sobre la de ella, caliente y dura y
hambrienta de comprender, de absolución o de algo completamente inesperado.
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Y entonces, repentinamente, él levantó la cabeza, y no había placer en su rostro.

―Listo ―dijo―. ¿Satisfecha?


Ni siquiera un poco. Persis contuvo el aliento antes de hablar, con miedo de cómo
podría sonar lo contrario.

―Es... una clara mejora.

Abajo en la cubierta principal, la princesa Isla señaló al cielo y gritó.

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Capítulo Veintiuno
Todo se disolvió en el caos. Persis desapareció de su lado, apresurándose hacia su
princesa. Justen trató de concentrarse, asimilando la situación. Momentos atrás, él había
estado besando a Persis Blake como si su vida dependiera de ello. Ahora, todos estaban
señalando al cielo, jadeando y charlando.

―¡¿Qué es eso?! ―gritó Lady Blocking―. ¿Qué es eso?

Justen protegió sus ojos y miró hacia el azul despejado. Tomó un momento, pero lo
encontró, un pequeño brillo dorado en el cielo. Al principio, pensó que era un
flutternote, pero sus movimientos eran demasiado acompasados para eso. Los aleteos se
movían en perezosos movimientos flotantes solamente hasta una cierta altura, y después
se cerraban a máxima velocidad hasta sus recipientes correspondientes. Esta… cosa,
fuera lo que fuera, estaba dando vueltas. Además, él tuvo la sensación de que era mucho
más larga, y que estaba mucho más alto, de lo que cualquier flutter iba.

Persis reapareció delante de él.

―¿Sabes algo de esto? ―le escupió ella―. ¿Es este uno de los nuevos trucos del
Ciudadano Aldred? ¿Atacar a la princesa regente de Albion desde el aire?

Justen sacudió su cabeza, desconcertado.

―Pensé ―dijo Isla, su voz desaparecida y un poco perdida―. Pensé que era una
flutternote perdida. Pero no lo es. Está muy alto, y es grande…

Tero tomó a la princesa del brazo.

―Su Alteza, debemos ir abajo por su seguridad.

―Uhm ―dijo Lady Blocking―, quizá todos deberíamos ir abajo. Somos un blanco
perfecto aquí afuera.

Andrine estaba mirando fijamente al objeto colgando del cielo.

―Para un francotirador, supongo. Pero si ellos desean bombardearnos, estamos tan en


peligro en la cabina como lo estaríamos en la cubierta.

―Nadie va a bombardear a nadie ―insistió Isla―. Ni siquiera el Ciudadano Aldred se


atrevería a semejante movimiento.
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―¿Y si lo hiciera? ―dijo Lady Blocking―. ¿Cuál sería tu respuesta?

La Princesa Isla le disparó a la aristo una mirada venenosa y fue abajo. Persis todavía
estaba en la cubierta, mirando fijamente a la cosa como si pudiera bajar sólo con su
voluntad. Justen no podía decidir qué era más inusual: Persis o el objeto que la mantenía
paralizada. Todas las otras mujeres habían ido abajo, pero ella permaneció, en su tonto
vestido verde, como alguna antigua ninfa del mar desafiando al cielo.

Máquinas voladoras. Él había leído sobre ellas, por supuesto, y visto las imágenes. En
la última guerra, máquinas voladoras sin nombre habían llevado los explosivos que
habían destruido el mundo. Eran sus ancestros quienes habían hecho eso, los suyos y
todos los otros regs. Sanos y salvos en su propia máquina voladora gigante, se habían
sentado lejos sobre la tierra y destruido el resto de ella.

Cuando los creadores aterrizaron en el suelo virgen de Nueva Pacífica, hicieron un


pacto: no más máquinas voladoras. Incluso los rayadores se elevaban a menos de un
metro de la superficie. Nunca más la humanidad sería capaz de destruir el mundo desde
la distancia. Era inconveniente para viajar, pero valía para la preservación de los
residuos de la humanidad que continuaban vivos.

¿Qué pasaba si el Tío Damos había roto el pacto? Después de todo, él podía
argumentar que era una limitación impuesta por los aristos, y los revolucionarios no
estaban obligados a seguirla.

―Lo que sea ―dijo Persis, todavía mirando fijamente hacia arriba―, se está yendo.

Su tono era cortado y como de negocios, para nada como el susurro ronco, sin aliento
que ella le había dado a él después de su último beso.

Ellos eran los únicos dos en la cubierta. Ella se movió al costado, sumergió su cabeza
más profundo y gritó.

―¡Slipstream, arriba! ―El visón trepó por el casco y subió a la cubierta. Se sacudió
hasta que su pulcra piel sobresalió en todas las direcciones en húmedos pinchos, silbó
una vez a Persis, y luego rodó.

―Buen chico, Slippy.

Justen rodó sus ojos. ¿Era este un momento para practicar trucos de mascotas?

―¿Entonces vamos a volver?

―¿Y arruinar la fiesta? ―preguntó Persis―. ¿Justo cuándo se estaba amenizando?

―Persis. Hay máquinas voladoras. No deberíamos… No sé, ¿advertirle a alguien?

Ella rodó los ojos.

―Estoy segura de que Isla, la actual gobernante de nuestra nación, se ocupó de enviar
una advertencia muy pulcramente. ¿Cómo podemos nosotros, una chica y un médico
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desempleado, hacerlo mejor?

Sobre ellos, la máquina voladora desapareció de la vista. Aunque no había ido al sur.
Si algo, parecía haber ido al oeste, al mismo lugar al que ellos se dirigían.
―¿Persis?

Ella abrió de un tirón la puerta de la cabaña.

―Todo despejado. ¡Próxima parada, la Isla del Recuerdo!

El resto de la fiesta emergió, algunos luciendo visiblemente afectados por los eventos,
y pocos, como Lady Blocking y Dwyer Shift, luciendo aliviados de que la conmoción
hubiera terminado y pudieran volver a su tonta existencia inútil. Persis había adoptado
la actitud del último grupo, mucho para el disgusto de Justen y un poco para su sorpresa.
Él suponía que debía estar acostumbrado a la idea de que, a pesar de los momentos en
los que Persis podía pensar cosas serias, ella había mostrado una marcada preferencia
por no hacerlo. Durante unos cuantos breves momentos: en su habitación después de
que él había conocido a sus padres, en la cueva cuando ella le contó sobre su herencia,
con su madre la noche anterior, e incluso recién cuando ella lo sostuvo en la cubierta. Él
había pensado que quizás, sólo quizás, había algo en Persis, latente, atrofiado por el
desuso, que ellos tenían en común.

Ella sentía pasión por la situación de las víctimas de DRA debido, sin duda, a la
situación de su madre. Pero, como muchos aristos, parecía querer mantenerlo enterrado,
como si no hablar sobre eso lo haría desaparecer. Su herencia reg no hacía nada para
cambiarlo, y el hecho de que ella se rehusaba a hacerse la prueba para averiguar el
potencial desarrollo de la DRA sólo lo subrayaba. Persis prefería vivir en la ignorancia.
Prefería ser devota de tontas metas inútiles como ropa, fiestas, y jugar juegos de cortejo.

Y aun así, todavía él no la podía rechazar completamente. Justen nunca se había


sentido tan desamarrado. Cuando era más joven, le era fácil elegir a las personas que
valía la pena conocer. No eran los que se preocupaban por la moda, el estatus social,
fiestas o romance. Eran personas como él y Vania, gente inteligente, conocedora,
ambiciosa y que quería cambiar el mundo.

¿Pero en qué se habían convertido? Vania estaba fuera impresionando y torturando a


sus propios compatriotas; y Justen había ayudado, y después huido para esconderse.
Comparado al daño que habían hecho, quizá las preocupaciones ociosas de Persis eran
las mejores. En su superficialidad, ella era inofensiva, y cuando sí usaba el cerebro que
le gustaba pretender que no tenía, era para crear belleza o para consolar a su madre con
tontas historias, para componer poemas entretenidos o para actuar un romance que
ayudaría a la princesa, que ella obviamente amaba, a evitar los mismos tipos de guerra
de las que él había huido en Galatea.

Persis, tonta, superficial, genéticamente-fiestera Persis, era mucho mejor persona que
él. Y si él esperaba alguna vez remediar el daño que había causado, necesitaba aprender
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a emularla.

No había muelles en la Isla del Recuerdo, pero varias esferas amarradas habían sido
hundidas cerca de la bahía más superficial, y era a una de estas que el Daydream estaba
atracado. Mientras que la mayoría de los invitados eligió viajar a la costa en el bote,
Persis desafió a las posibilidades, saltando hacia un lado, con vestido y todo, para nadar
junto a su visón de mar. Para el tiempo en que el bote los alcanzó en la playa, Persis se
había reacomodado los mechones de pelo húmedo, y Slipstream se estaba sacudiendo
para secarse. Justen miro a Persis hacerle una señal al animal, quien prestó atención y se
escabulló.

―¿Qué fue esa orden? ―le preguntó, mientras Andrine y Tero comenzaban a
descargar los suministros para el picnic.

Persis movió sus caderas, y los pétalos verde-alga de su falda se despegaron de sus
muslos.

―Ah, ya sabes, no vayas lejos, vuelve después del almuerzo.

―¿Él sabe todas esas órdenes?

―No subestimes a Slippy, Justen. Te sorprenderías de lo que sabe. ―Ella aplaudió y


elevó su voz para el resto de la fiesta―. Bien, ¿qué va primero? ¿Comida? ¿Lección
histórica y explicación? ¿Cocteles?

―Yo voto por cocteles antes de cualquier lección ―dijo Lady Blocking―. De otra
forma podría no sobrevivir.

―De acuerdo ―dijo Persis―. Además, todos sabemos la historia. ―Se dio vuelta
hacia Justen―. Aunque tengo curiosidad sobre como toman los revolucionarios
galateanos la Isla del Recuerdo.

―No somos revolucionarios ―replicó él―, sino revisionistas históricos.

La Isla del Recuerdo, un pequeño punto situado a medio camino entre los puntos
occidentales de las dos islas principales de Nueva Pacífica, era un santuario, un
monumento. Había sido dejada completamente baldía y sin cultivar, más que por un
único obelisco de cerámica, un resto del barco en el que todos sus ancestros habían
vivido una vez. Generaciones atrás, cuando ellos se aislaron a sí mismos en Nueva
Pacífica y destruyeron sus barcos, se quedaron con esta única pieza y la inscribieron con
un recuerdo para la Tierra que habían destruido y las sociedades que habían perdido,
prometiendo continuar, vivir en el mundo que habían hecho y comprometiéndose a
repararlo todo un día.

Era esta promesa que la abuela de Justen, Persistence Helo, había usado cuando trató
de convencer a la vieja Reina Gala, el viejo Rey Albie, y todos los aristos de su
generación para distribuir la cura que ella había creado. Era esta promesa, una de
continuar y proteger a la humanidad que ellos casi habían destruido, que eventualmente
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llevó a la amplia adopción de la cura y el fin de la Reducción que había desencadenado


la casi total destrucción de la humanidad en primer lugar. La Cura Helo había salvado al
mundo.

Y en sólo dos generaciones, ellos estaban tratando de destruirlo de nuevo.


Justen sacudió su cabeza. Tenía que curar a los refugiados. Tenía que hacerlo. No
podía dejar que el legado de su familia fuera destruido porque había sido demasiado
ingenuo para entender el verdadero propósito de su tío.

Armados con tragos de kiwino, como si los albianos los vieran como alguna clase de
accesorio vital de excursionismo, el grupo comenzó el ascenso a la cumbre de la isla,
donde estaba el monumento. El camino era estrecho y rocoso, haciendo que el grupo
caminara en una línea de uno o dos, y eso explicaba los poco característicos atuendos
simples que los albianos habían elegido. Nunca antes había visto a Isla sin sus
imponentes tacones altos, y había sido una sorpresa darse cuenta de cuán baja era
realmente. Ella apenas alcanzaba el pecho de Tero, y hacían un par cómico mientras
subían uno al lado del otro. Persis era la mujer más alta en el grupo; incluso descalza,
era sólo unos pocos centímetros más baja que Justen.

Mientras iban, compartieron historias de su primera vista a la Isla del Recuerdo. Justen
se sorprendió al enterarse de que la mayoría de los aristos albianos hacían peregrinaje
una vez al año. Él había estado una o dos veces en viajes al campo con la escuela, pero
los galateanos nunca lo habían considerado una parte tan vital de su cultura. Sólo los
Pecadores lo visitaban regularmente, pero ellos eran considerados generalmente una
pequeña y bizarra franja.

―Quizás ―dijo Isla cuando él compartió esta información con el grupo―, ese es el
porqué tu gente estaba dispuesta a, una vez más, ir a la guerra. ―No sonaba superior
cuando lo decía, sólo triste. En ese momento, ella estaba caminando cerca de él, al
principio del grupo―. Mientras crecíamos, mi padre nos trajo a mi hermano y a mí aquí
muchas más veces que una vez al año. Se nos recordaba constantemente nuestro deber.
Cuando Albie, mi hermano mayor Albie, cuando él se enojaba particularmente sobre un
tema de diplomacia o algo, Padre empacaba y zarpaba hasta aquí para reflejar lo que
cualquier enojo y lucha podían hacerle a la humanidad, y como siempre debía haber otra
solución.

Lord Blocking, detrás de ellos con su Lady, resopló.

―¿Es por eso que está tan reacia a ponerle un fin a las atrocidades que ocurren en el
sur, Princesa? ¿Porque interpretó las enseñanzas de su padre como un llamado a
inactividad pasiva?

―No ―replicó la princesa suavemente―. Es porque gobierno con la voluntad de mi


gente y no iré a la guerra, arriesgando quién sabe cuántas vidas de mis ciudadanos en el
proceso, hasta que la gente de Albion lo desee.

―¿Y si la gente de Albion desea una revolución? ¿Si la gente de Albion desea quitarle
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su poder?

Por un momento, Justen se preguntó cuán lejos planeaba el hombre seguir con esto.
―Oh, vamos ―dijo Andrine, que parecía igual de molesta por la dirección que había
tomado la conversación y por el hecho de que estaba caminando junto a Dwyer. De
algún modo, en los últimos minutos, Persis y Tero se habían quedado mucho más atrás
que el resto. Andrine seguía mirando atrás hacia ellos y frunciendo el ceño―.
Seguramente el hecho de que nuestros líderes se molesten en tener en cuenta la opinión
de la gente es un argumento para no crear revueltas. ¿Qué dices, Ciudadano Helo?

Justen se quedó mirando. A pesar de ser el único galateano presente, no había


esperado que lo pusieran en la encrucijada de esa forma.

―La Reina Gala era una gobernante distante e indiferente ―dijo.

―Oh, ¿y conocías bien a la reina? ―preguntó Lord Blocking.

―La vi varias veces ―admitió Justen―. La primera vez fue cuando mis padres
murieron hace diez años y estaba la pregunta de a dónde iríamos mi hermana y yo.
Algunos sugirieron que la reina misma se ocupara de nosotros, dada la deuda que los
galateanos sentían deberle a nuestra familia.

―¿Qué pasó? ―preguntó Dwyer Shift.

Justen forzó una sonrisa.

―No fui criado por la Reina Gala.

―No ―dijo Persis, que finalmente había alcanzado al grupo―. Te regaló a su general
militar de confianza Damos Aldred.

El grupo se quedó en silencio. Isla hizo una pausa, causando que todo el resto se
detuviera poco después, y se volvió hacia Persis.

―¿Entonces qué estás diciendo, Persis? ¿Que estoy a salvo de una revolución militar,
siempre y cuando no le dé a ninguno de mis hombres del Concejo un grupo de
huérfanos para criar?

Persis sonrió dulcemente.

―No lastimaría a nadie.

Algunos de los invitados rieron entre dientes, y, de ese mismo modo, la tensión se
esfumó. ¿Cómo era Persis tan buena en eso? Tal vez debió haberla dejado lidiar anoche
con su madre, como ella quería.

Slipstream apareció de la nada, apurándose al lado de su dueña. Cuando llegó ahí, se


levantó en sus patas traseras y procedió a realizar una pequeña danza extraña, saltando
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hacia atrás y adelante, luego dejándose caer, girando, y repitiendo el proceso de nuevo.

―¿Qué está haciendo? ―preguntó Dwyer, incrédulo.


―Se alegra de verme ―dijo Persis. Se sacó su wristlock y se inclinó sobre su visón
marino mascota, arrastrando sus dedos profundamente por su pelaje―. ¿No es así,
muchacho? Qué buen chico eres. ―Algo dorado brilló cerca del collar verde del animal,
pero Justen supuso que debía ser algún reflejo solar en la hebilla.

―Sólo lleguemos al estúpido monumento ―refunfuñó Lord Blocking.

―¿Estúpido? ―Isla se detuvo, viéndose bastante majestuosa y casi supernaturalmente


grande de pronto. Parecía ser parte de un entrenamiento real. Justen nunca lo
entendería―. Apuesto a que quiere decir mudo5, como en silencio, por su magnificencia
y soledad, siempre tan sagrada.

El hombre miró a otro lado.

Isla parecía satisfecha.

―Tal vez en el próximo círculo de elección sea la voluntad de la gente en tu distrito


volver a considerar tu posición en el Concejo. ―Dio una gran zancada, y sólo Justen la
oyó mientras pasaba―. Y ya no seré forzada a ponerte en mi lista de invitados.

―Princesa ―dijo Justen, aprovechando su primera oportunidad de estar fuera del


alcance de los oídos de otros―. Tengo que hablar con usted. Sé que originalmente
habíamos acordado que estaría disponible para sus propósitos de propaganda, pero
siento que mi verdadero propósito en Albion yace en otro lado.

―¿Oh? ―respondió Isla―. ¿Entonces quieres ser relevado de tus deberes de chuparle
la cara a mi amiga como cuando estaban en el bote?

―Sí...

―No parecía. ―Siguió caminando.

Justen la alcanzó.

―Tuve la oportunidad de ver a los refugiados galateanos. Como médico, sé que mi


lugar está en los laboratorios, ayudando a sus científicos a desarrollar un tratamiento
para su condición. Puedo ser mucho más útil para usted ahí. Incluso Persis estaría de
acuerdo...

Isla graznó y se presionó el puño contra la frente.

―Ciertamente, Ciudadano Helo. Me ocuparé de eso tan pronto como me las haya
ingeniado para prevenir el inminente levantamiento en mi propio país.

Justen retrocedió, disgustado.


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―Sé que está ocupada, pero...

5
Juego de palabras con el término dumb que puede significar tanto tonto como mudo.
―No me gusta que te escondas en un sanatorio de Oscurecidos, y cambiar eso por un
laboratorio secreto refugiado es mucho menos atrayente. Sin embargo, si te gustaría
hacer algunos videos de propaganda para mí sobre la importancia de detener la
Reducción de tu gente, estaría más que feliz de arreglarlo. ¿Está bien?

No. En absoluto. No estaba bien en absoluto. Necesitaba mantener un perfil bajo hasta
que su hermana estuviera a salvo. La visita de Vania lo había probado. Después de todo,
había amenazado a Persis ayer.

Y Justen casi le había respondido de mala manera por eso.

―Por favor, Princesa...

Al final del grupo, Persis se paró y por un minuto, parecía como si hubiera perdido el
equilibro. Tero tomó su mano, y se mantuvieron agarrados hasta que pudo caminar por
su cuenta.

―¿Estás herida? ―gritó Justen.

―Estoy bien ―Persis soltó la mano de Tero y avanzó a zancadas hasta el lugar donde
estaba parado Justen―. ¿Por qué, estás celoso de no estar caminando conmigo? ―Batió
sus pestañas hacia él y lanzó algunos mechones de cabello detrás de sus hombros. Lady
Blocking se agachó para evitar ser golpeada en la cara con ellos.

―Creo ―dijo Tero― que voy a hacer una rápida inspección a la playa. Dados los
eventos del día, no podemos estar tan seguros. ―De forma extraña, estrechó la mano de
su hermana en despedida antes de desaparecer por el sendero.

―¡Sigamos subiendo! ―gritó Persis―. ¡Arriba, arriba, arriba! Cuanto antes


lleguemos al monumento, antes podremos volver para almorzar, ¿me equivoco, Lady
Blocking? ―Sin esperar la respuesta, corrió hacia arriba, pasando a Justen e Isla, y
mantuvo el ritmo hasta que alcanzó la siguiente curva en el camino, mucho más arriba
de sus cabezas. Isla también apresuró su paso, y el resto las siguió obedientemente.
Cuando pasaron la curva, Justen miró hacia abajo a la playa, y se detuvo en el camino.

―¿Quién es esa? ―Mucho más abajo que ellos estaba parada una figura. Desde ahí,
sólo podía distinguir un pelo naranja y un vestido marrón.

Persis prácticamente corrió hacia abajo junto a él.

―Oh, mira, otra albiana, de paseo para mostrar su respeto al monumento. Qué
adorable. ¿Quién diría que este sería un viaje tan popular? Por supuesto, el tiempo es tan
adorable hoy. Todo es tan adorable. Muy bien, sigamos... ―Tiró de su mano, pero
Justen estaba fascinado por la chica en la playa.
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Había algo extraño, pero también raramente familiar, en sus movimientos. Luchó por
recordarlo. Tal vez la distancia sólo estaba engañándolo. Pero a medida se esforzaba
para ver mejor, vio que ella se unía a otra mujer, cuyo cabello era de un color que jamás
había visto fuera de libros de historia y videos. No amarillo como parte del de Persis,
sino un suave dorado como la luz del sol.

―Rubio ―se dijo a sí mismo. Se llamaba rubio. Nunca había visto a ningún albiano
que decidiera teñirse su cabello de un color que hubiera aparecido naturalmente en los
humanos.

―Vamos ―insistió Persis, y lo alejó―. Deja de espiar. No sé cómo son las cosas en
Galatea, pero en Albion, es considerado de mala educación.

―Extraño ―replicó―. Ya que el espía más famoso del mundo es albiano.

Persis le dedicó una risa entre dientes de lástima.

Dos curvas más, si recordaba correctamente, y habían llegado a la cima de la isla y al


obelisco de cerámica que marcaba el santuario. Isla aún lideraba la marcha, su paso
ahora era casi tan rápido como el de su amiga. Todos habían dejado de hablar,
concentrándose mayormente en seguir el ritmo.

―¡Y aquí estamos! ―anunció Isla, un poco sin aliento, mientras doblaban la última
curva―. El monumento de la Isla del Recuer... ―y ahí sus palabras le fallaron.

Ya había dos personas ahí. A primera vista, los extraños frente a ellos parecían
galateanos, a juzgar por su cabello natural y oscuro, y por sus vestimentas aún más
sombrías. Excepto que "sombrías" no era la palabra correcta. La joven vestía una
camisa simple y gastada, y unos pantalones remendados, los cuales difícilmente
encajaban con los más oprimidos campesinos galateanos antes de la revolución. Su
cabello colgaba por su espada en una trenza casi tan larga que podía rozar el piso
mientras estaba arrodillada y examinaba la escritura en la base del monumento. El
joven, vestido notablemente mejor, casi como un aristo o al menos un reg rico, estaba
parado de cara a ellos, como si ya supiera que habían llegado, aunque posiblemente no
podría haberlos oído sobre el viento que había en la cumbre. Justen quería decir que los
extraños tenían más o menos su misma edad, pero no parecía correcto, tampoco.
Seguramente recordaría a un galateano de su clase social que se viera de esta forma. La
piel del otro chico era más clara que a la que Justen estaba acostumbrado, y la forma de
sus ojos y pómulos le hicieron detenerse. Pero a pesar de que el extraño miró a su grupo
con extremada cautela, no podía ocultar su expresión de absoluto placer.

―Hola.

Con el sonido de su voz, la chica miró a su alrededor y luego saltó sobre sus pies
sorprendida. Rápido como un relámpago, el chico maniobró para quedar entre ella y el
resto, su mano tendida hacia atrás en un gesto de comodidad y protección.
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―Hola ―dijo Isla, haciendo una pausa con arrogancia, esperando una reverencia que
nunca llegó. Le lanzó una mirada a Justen―. Galateanos, ya veo. Bueno, estamos en
terreno neutral. No esperaré ceremonia.
Pero Justen, el único galateano en el grupo, sentía en sus huesos que no estaba viendo
a sus compatriotas.

El joven avanzó con la espada derecha, la cabeza alta y sus ojos, Justen podía verlo
ahora, brillaban con una luz que nadie en la Tierra había visto por generaciones.

―Mi nombre es Capitán Malakai Wentforth de la nave Argos ―dijo, sus palabras tan
distorsionadas y raras que eran prácticamente ininteligibles―. Hemos venido desde el
fin del mundo en busca de otros sobrevivientes. Ustedes son los primeros que
encontramos. Díganme, ¿qué es este lugar y por qué no aparece en ningún mapa?

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Capítulo Veintidós
Por un lado, el picnic podría pasar a la historia como la fiesta más desastrosa que Lady
Persis Blake hubiera organizado nunca. Por otro lado, todos los invitados estuvieron
presentes para ver que se hiciera historia, así que fue un punto a favor.

El modo establecido, de acuerdo a las viejas historias que Persis y su padre solían leer
antes de dormir, decía que era imposible para los extraterrestres pedirles a los indígenas
que los llevaran con su líder. Sin embargo, en este caso, la líder en cuestión, la Princesa
Isla, ya era parte de la fiesta. Y no perdió el tiempo en conocer la historia completa de
los dos visitantes, que se hacían llamar Capitán Wentforth y Canciller Boatwright, como
si los títulos no fueran una tontería absoluta y la forma en que pronuncian las palabras
no fuera casi imposible de entender.

Se llamaba "acento", si Persis recordaba bien, un cambio en las vocales o la


pronunciación de un dialecto, como a veces se ve en los videos de historia. Y, en ese
extraño acento, los extranjeros dijeron que no pretendían hacer daño, y cuando su
historia surgió, incluso Persis se inclinaba a creerles.

Y sin embargo, era imposible que estuvieran allí. No hubo sobrevivientes en otros
lugares. La población de Nueva Pacífica estaba completamente sola en el mundo. Todo
el mundo lo sabía. Era lo que ellos siempre supieron. Era el punto central de la Isla del
Recuerdo. Y si lo fueran, seguramente ellos no vendrían a Nueva Pacífica con ningún
propósito más que venganza, Venganza contra los descendientes de aquellos que habían
destruido el mundo, para empezar. ¿Cierto?

A Persis le habría gustado participar en la entrevista, pero estaba atrapada en el modo


de anfitriona, en el modo de Persis Flake, llevando de aquí para allá a todo el grupo por
la montaña. Isla ya le había mandado un mensaje a Tero, a quien Persis había enviado
anteriormente a investigar el vacío planeador dorado que la nueva aplicación de
vigilancia de Slipstream había mostrado cuando el visón de mar estaba buscando en la
playa. Cuando Justen vio las dos figuras debajo de ellos en el camino, Persis dedujo que
habían encontrado a los dueños del planeador ilegal, aunque se había sorprendido de
ver, gracias a su cabello, que eran albianos. Pero al parecer en eso, también, había
estado equivocada.

No eran albianos con planeadores ilegales y pelo teñido, no eran galateanos


revolucionarios planeando un ataque furtivo. En cambio, eran algo mucho más
impactante e infinitamente más peligroso.
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Y Persis estaba atrapada jugando a ser una aristo estúpida mientras que Isla y Tero les
tocaba disfrutar de toda la diversión.
Para cuando llegaron a la playa, Tero había detenido a los otros dos desconocidos, y
estaba esperando con ellos.

―¡Ro! ―La que se hacía llamar Canciller Boatwright corrió hacia la chica con el
cabello anaranjado. Tero se tensó pero por lo demás no hizo nada―. ¿Estás bien?

―Por supuesto que lo está ―dijo la de cabello claro, arrastrando las palabras. Ambos
estaban vestidos con las mismas simples vestimentas hechas en casa que los dos que
habían conocido en el monumento―. ¿De verdad crees que dejaría que alguien le
hiciera daño?

Ro, se hizo atrás del grupo, señalando con miedo a su cabello y ropa. Ella no dijo
nada, pero los gestos continuaron, fluidos, elegantes y totalmente en silencio. ¿Era
muda? Nadie era mudo, salvo...

―Ella es Reducida ―Isla susurró con asombro―. Me refiero a que está realmente
Reducida.

Hubo un coro de exclamaciones de los Blocking y de Dwyer Shift.

Los otros tres extranjeros se miraron.

―¿No hay Reducidos aquí? ―preguntó el que se había identificado a sí mismo como
el capitán.

Justen miró hacia otro lado, Persis lo notó inmediatamente.

―No Reducidos reales ―Lady Blocking aludió―. No desde hace de dos


generaciones, desde la cura.

Los brillantes ojos del extraño hombre se pusieron aún más brillantes.

―¿Hay una cura? ―Miró a la de cabello oscuro, la Canciller Boatwright―. ¡Hay una
cura!

La chica ya estaba asintiendo, su cara severa completamente transformada por una


sonrisa impresionante.

―¡Hay una cura! ¡Lo lograste, Kai! ―Su voz se quedó sin aliento, estaba extasiada.
Persis imaginó que así había sido como Darwin y Persistence Helo debieron haber
lucido alguna vez, cuando se dieron cuenta de lo que tenían en sus manos. Los
desconocidos de cabello oscuro estaban frente a frente, sus miradas se encontraron, sus
manos flotando hacia el otro, como si hubieran olvidado por completo que había alguien
más en la playa, alguien más en el mundo.
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―Oh, por favor, ―se quejó la rubia, luciendo mareada―. No de nuevo.


Sinceramente, me alegro de que hayamos encontrado tierra, aunque sólo sea porque
significa que no estoy atrapado en la nave con ustedes dos.
Isla se aclaró la garganta, comprensiblemente desconcertada por cómo este encuentro
revelador se había convertido de alguna manera en una discusión sobre las relaciones
interpersonales de los visitantes.

―Persis, ¿serías tan amable de regresar a tus invitados a Albion? Ya he pedido una
nave de guardia real para escoltar a nuestros visitantes.

―No abordaremos en ninguno de sus buques de guardia ―dijo la de cabello claro. Se


volvió hacia el capitán Wentforth, quien se había alejado de la canciller Boatwright,
aunque sus manos estaban ahora estrechadas con fuerza―. Dile, Malakai.

El Capitán Wentforth suspiró.

―Estoy de acuerdo con la capitana Phoenix. ―Phoenix. ¿Qué otro ridículo nombre
seguía?―. Hemos venido a encontrar otros sobrevivientes de la guerra, no a ser
encarcelados por ellos. Si quieres que vayamos con ustedes, vamos a hacerlo en
nuestras propias embarcaciones.

―Absolutamente no, ―dijo Lord Blocking―. No permitimos máquinas voladoras en


Nueva Pacifica. La de ustedes será destruida.

―Oh, no, ¡no lo harán! ―Dijo la canciller Boatwright―. No conocemos sus leyes. Si
no van a permitir los planeadores, sólo los retiraremos. Los barcos, supongo, ¿están
bien? Vamos a ir de nuevo a nuestro velero.

Isla se volvió hacia ella.

―¿Y cuántos más de ustedes están ahí... en su nave?

La Canciller Boatwright cerró la boca y lanzó una larga mirada al Capitán Wentforth.

Él tragó saliva.

―No queremos hacerles daño, pero debemos insistir en que se nos permita nuestra
libertad.

―¿Por cuáles medios ―dijo Lord Blocking― están insistiendo? ¿Qué armas tienen?

Un flutternote zumbó en la palma de Persis. Se movió el borde de su wristlock para


permitirle entrada a su palmport. Era de Isla.

Esto es un desastre. La corte no puede saber de los visitantes hasta que conozcamos
su historia completa. Me gustaría permitirles su libertad, pero no puedo mostrar
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debilidad frente a los miembros del Concejo. ¿Qué me aconsejas?


Persis aconsejó una distracción. Rápidamente, fabricó una dosis de para dejarlos
inconscientes de la Amapola. Eran pocos sus recursos, pero si regresaba pronto al
Daydream tendría los suplementos apropiados para contrarrestar los efectos negativos.
Una vez hecho, instruyó a los nanos para apuntar al Lord Blocking. Él era tan bueno
como cualquier víctima, y merecía ser callado. Segundos después, se dejó caer sobre la
arena.

―¡Dios mío! ―Persis exclamó cuando Lady Blocking gritó―. Yo creo que la
caminata era demasiada para nuestro querido Lord Blocking. ¡Necesita un médico!

―Él tiene un médico ―Justen gruñó. Él ya estaba arrodillándose al lado del hombre,
con los dedos de una mano presionados en el cuello del aristo, mientras que la otra
mano abría la boca del hombre―. Extraño. Está durmiendo. No hay signos de
taquicardia o de obstrucción de la vía aérea…

―¡Oh! ¡Oh! ―Lady Blocking chilló―. ¡Lo hirieron! ¡Lo hirieron! ¡Mi pobre marido!
Ellos… ellos…

―¿Lo hicieron dormir? ―preguntó Andrine, con su tono burlón―. Oh, el horror
absoluto. Qué tragedia. ―Miró a Persis, quien se encogió de hombros. Si Andrine no
estaba hablándole, entonces ella no estaba siendo mantenida al tanto de las cosas cuando
Persis desplegaba sus drogas.

―¡No hicimos nada de eso! ―La llamada Capitana Phoenix gritó.

―Él necesita atención médica que no le puedo dar aquí ―dijo Justen―. Persis,
necesito el wallport en el Daydream. Tal vez deberíamos transportar a todos de vuelta
al yate, como la princesa pidió. Cuanto antes mejor, por el bien dLord Blocking.

Persis entrecerró los ojos hacia él, pero su expresión era completamente inocente. Un
médico reconocería sueño inducido por drogas. Un médico tan hábil como Justen
reconocería exactamente el pequeño narcótico que Persis había utilizado. Lo que debía
significar que…

¿Los estaba ayudando?

―¡En marcha! ―fue todo lo que dijo, y congregó a los demás.

―Me quedaré con mi hermano ―dijo Andrine y Persis asintió. No era una
conversación, no exactamente una reconciliación, pero no tenía tiempo para nada más.
Andrine sabía qué hacer, y ninguno de ellos quería dejar a Isla sola con los recién
llegados con sólo Tero como protección.

Después de todo, el hermano de Andrine era un excelente gengeniero, pero eran Persis
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y Andrine las que eran espías.

Fue Persis quien ayudó a Justen en la cabina con el inconsciente Lord Blocking,
mientras Dwyer caminaba junto a ellos, aristo e inútil. Persis y Justen arrojaron al Lord
durmiente en la hamaca más cercanas en las cubiertas inferiores y colocaron las
pantallas de privacidad antes de que Lady Blocking pudiera entrometerse, también.

―El wallport está aquí ―Persis lo señaló para Justen, mientras ella revisaba su
suministro de suplementos en el gabinete. El de la dosis estaba allí, y ella lo cogió,
quitándose el brillo de sudor que había brotado en su rostro.

Justen sonrió.

―En realidad no lo necesito. Blocking va a estar bien una vez que duerma todo.
Sospecho que Tero le puso una droga para dejarlo inconsciente con su palmport para
callarlo, ya que él estaba haciendo que la situación con los visitantes fuera mucho peor.
Probablemente tiene todas las últimas aplicaciones, así como el acceso a los
suplementos para ejecutarlas.

―Tero ―Persis asintió y abrió la tapa―. Supongo que es lo que tiene más sentido.
―Y mientras Justen inventara sus coartadas, no tenía por qué estar en desacuerdo con
él.

―Aunque me preocupa dejarlos solos por ahí. A pesar de que la del cabello naranja
esté Reducida, nuestro grupo está siendo superado en número. Me sorprende que Tero
no los noqueó a todos ellos.

Ella tomó un largo trago.

―Tal vez no tomó suficientes suplementos para hacer más de una dosis.

Justen hizo un hmmm evasivo.

―O tal vez pensó que noquearlos no era una forma de respetar su autonomía ―Él
miró a su paciente dormir―. Aunque no es como si Blocking hubiera sido respetado,
tampoco.

―Bueno ―Persis se encogió de hombros―. Él no merecía respeto.

―Ahí es donde te equivocas, Persis ―dijo Justen con tristeza―. Todos lo


merecemos. Todos merecemos vivir en un mundo en el que nuestros derechos no sean
violados por el capricho de nuestros líderes. No importa si nuestros líderes son los reyes
y reinas, o las personas que dicen que nos salvaron de ellos.

Persis parpadeó, insegura de cómo responder, no importa quién estaba fingiendo ser en
ese momento. De repente su cabina de lujo en su fabuloso yate se sentía muy mal
ventilada y estrecha. Justen se quedó a un brazo de distancia. Su rostro brillaba por el
sudor y su cabello corto se puso en puntas negras por toda la cabeza. Recordó que
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todavía no habían tenido la oportunidad de hablar acerca de la manera urgente en que él


la había besado la última vez que estuvieron en este barco.

Todavía no habían tenido la oportunidad de discutir la forma en que él había inventado


una terrible arma farmacéutica, tampoco.
Justen tenía una expresión que cambiaba entre decepción y aprensión.

―No dije nada en la playa no porque esté de acuerdo con lo que Tero hizo sino
porque no quería hacer una escena. Estas personas, estos visitantes... son ya lo
suficientemente difíciles de manejar.

Persis no podía discutir con eso. Justen podría ser su enemigo, pero ahora era el único
de Nueva Pacífica con quien podía hablar acerca de lo que acababan de ver.

―¿Es posible que su historia sea cierta? ¿Podrían ser realmente de otra parte?

Justen se encogió de hombros.

―No lo sé. No se supone que haya cualquier otro lugar.

―Tal vez sean descendientes de personas que abandonaron Nueva Pacífica hace
mucho tiempo. En la escuela, Persis había escuchado hablar de gente que dejó las islas.
Antes, cuando los creadores habían llegado por primera vez, había algunos aristos aquí
y allá, que habían amenazado con irse, recoger sus plantaciones de Reducidos y
marcharse a otro lado. Las historias que Persis había estudiado habían hecho nota de
ello. Pero los libros también siempre sostuvieron que los que se habían ido terminaron
conduciendo misiones suicidas. No había otro lugar a adonde ir.

Justen lucía escéptico.

―Había una gran cantidad de variación genética entre los cuatro, ¿lo viste? No
tenemos eso aquí. De dondequiera que sean, hay una población mucho más grande que
la nuestra. Y dijeron que no esperaban que Nueva Pacífica estuviera aquí, lo que
significa que están usando mapas antiguos. Y sus ojos… ―Pero ahora Justen sacudió la
cabeza y rió con desdén.

―¿Qué?

―Nada. ―Pero Persis había aprendido a leer esa expresión. Estaba perdido en ese
cerebro suyo. A diferencia de ella, Justen siempre había tenido el lujo (de hecho, el
privilegio) de que la gente supiera cuando estaba pensando seriamente y nunca tuvo que
ocultarlo. En este momento, él estaba pensando realmente serio, y se trataba del único
reino en el que las habilidades de Persis no yacían: el científico.

Desde la llegada de los visitantes, había estado formulando estrategias de todo lo que
esto significaría para Isla, para su reinado, para el país, para la totalidad de Nueva
Pacífica y para la revolución que estaba teniendo lugar en el sur. Necesitaba más
información, por supuesto. ¿Quiénes eran estas personas y qué querían? Y sin embargo,
aun sin que él supiera de las preguntas que la princesa y su capitán estuvieron, sin duda,
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formulando a los visitantes en la playa, Persis sospechaba que Justen ya estaba sacando
unas cuantas conclusiones propias.

―¿Qué es, Justen? ―Presionó.


―Nada. Sólo… el simple pensamiento de otras personas, allá afuera en el mundo.
Esto lo cambia todo.

Su expresión se iluminó con entusiasmo y Persis lo miró fijamente, preguntándose


exactamente lo asustada que debería estar.

Mientras navegaban, Dwyer Shift y Lady Blocking permanecieron en cubierta,


charlando sobre los recién llegados. Persis se reunió con ellos, la anfitriona perfecta,
mientras que Justen decidió quedarse con Lord Blocking todavía inconsciente. Que la
esposa del concejal no había optado por hacer lo mismo, no había escapado a la
atención de Persis. Tal vez su matrimonio se basaba en tan verdadero afecto como el
arreglo que hizo ella con Justen. De hecho, probablemente lo era. El hecho de que los
propios padres de Persis estaban locamente enamorados no significaba que otra pareja
en la isla lo estuviera. Aristos casados por la riqueza y la propiedad, tal como lo había
explicado a Justen en la ensenada estrellada.

―Es muy extraño ―Dwyer estaba diciendo―. No puedo esperar a escuchar lo que
piensa mi tío de estas personas. Traté de mandarle un mensaje, pero este palmport de
mala muerte ha estado dañado desde que salimos de la Isla del Recuerdo.

―Oh, qué lástima ―dijo Persis―. ¿Otro cóctel kiwino? ―El agente de
amortiguación que había tendido en las bebidas no iba a durar mucho tiempo, pero haría
inútiles los palmports de los aristos hasta que Persis recibiera nuevas instrucciones de
Isla. La última cosa necesitaban era al Concejo discutiendo sobre los visitantes incluso
antes de que Isla llegara con ellos.

―Tal vez su wallport…

El labio inferior de Persis sobresalió.

―Lamentablemente, el Ciudadano Helo gastó toda la energía haciendo la medicina


para Lord Blocking. Le he rogado a mi padre un mejor puerto, pero es tan terco con
estas cosas a veces.

Lady Blocking hizo un simpático sonido de desaprobación.

―Lo siento por ti. Escúchame, Persis. Antes de que te cases con este galateano tuyo,
es mejor saber cuánta voz y voto tiene en tu dinero de bolsillo. No especificaron eso en
el contrato de matrimonio con Blocking y todavía estoy pagando el precio ―Tomó otro
sorbo de su bebida mientras Persis trataba de ocultar su diversión. Ella habría noqueado
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al Lord Blocking mucho antes si hubiera sabido que iba a hacer que su Lady fuera
infinitamente más interesante.

―Por mi parte, creo que es una buena idea que un marido tenga algo que decir en
cuanto a donde su esposa gasta su dinero. ―El tono de Dwyer era del tipo que uno
utiliza cuando está rodeado únicamente por aquellos que ya están de acuerdo con su
opinión―. De lo contrario, toda la propiedad puede ser víctima de su falta de
habilidades para tomar decisiones adecuadas. Creo que muchos de los problemas
políticos que estamos enfrentando ahora se pueden atribuir al hecho de que la princesa
sigue siendo soltera.

―¿Tu tío piensa que es mejor que ella se case pronto, entonces? ―preguntó Persis.

―¡Oh, sí! ―Dwyer asintió con entusiasmo―. Él habla poco de otra cosa. Entre más
pronto ella consiga un marido que la lleve de la mano, mejor.

―Y, por supuesto ―añadió ella inocentemente―, ¿tu tío piensa que el mejor marido
sería aquel que consiga tener sus propias opiniones firmes?

―¡Por supuesto!

Persis le dirigió una sonrisa, mientras el sonido de una risa se escuchó a través de la
cubierta en una brisa. Se volvió y vio a Justen de pie en la puerta de la cabina,
sacudiendo la cabeza. Ella se excusó con el grupo y se unió a él.

―¿No pensaste que ibas a encontrar un miembro de la corte albiana más estúpido que
yo? ―Le preguntó.

―No creo que seas estúpida, Persis. ―¿En serio? Bueno, eso era un error que tendría
que rectificar―. Aunque para ser completamente honesto, ese hombre hace que incluso
Lady Blocking parezca inteligente. Así que no es un estándar justo.

―Y sin embargo, un líder en el Concejo Real cree que es un excelente partido para
Isla.

―Bueno, él tiene un objetivo diferente en mente que el que tú y yo tendríamos.

Persis empezó a asentir, luego se detuvo. No quería pensar que Justen compartía
ninguna de sus opiniones sobre cualquier cosa. Y no quería que se riera cuando ella se
burlara de los idiotas en la corte. Era mucho más fácil pensar en él únicamente como la
persona responsable por los refugiados Reducidos en sanatorio de Noemi. Cualquier
otra cosa: su sentido del humor, su talento médico, su obvia inteligencia, su interés en
curar el DRA bien podía ser cierto, pero eso no anulaba lo que había hecho en Galatea.
Ellos no tenían que estar en desacuerdo sobre todo porque él fuera su enemigo.

Y todavía tenía que aprender más acerca de sus planes. La fiesta en barco había sido
un retraso, y los visitantes serían otro. Si la Amapola Silvestre quería llegar al fondo de
la historia de Justen, no iba a poder contar con Isla (o sus neuro-anguilas) para ayudarla.
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―¿Sabes, Justen? ―dijo―. He estado pensando en tu visitante de la noche anterior.


¿Cómo se llama?

―Vania ―Justen suspiró―. Persis , otra vez no. Yo…


Ella levantó la mano y él se detuvo.

―No quiero pelear ―dijo ella, sonriendo dulcemente―. Sólo quería decir que si es
tan fácil para Vania aletear de aquí para allá a través del mar, quizás ella pueda traer a tu
hermana en su próxima visita. Una vez que tengas a Remy, no tendrás que seguir
ningún tipo de farsa conmigo. ―No era que esto convenciera a Isla, pero Persis no
estaba preocupada por eso ahora. Sus palabras eran una prueba.

Si Justen realmente estaba preocupado por la revolución y el bienestar de su hermana


allá en su casa, seguramente aprovecharía en cualquier oportunidad de traerla a Albion.
Pero si su presencia aquí era una artimaña, no le importaría.

Él se rió entre dientes.

―Gracias, pero estoy bastante seguro de que Vania podría descubrir ese plan. Ella ya
está sospechando bastante de que yo esté aquí. ―Le dio un encogimiento de hombros
condescendiente―. Creo que Vania es demasiado inteligente para caer en algo así.

Ella le sonrió tontamente, lo que era probablemente preferible a darle un buen golpe
duro.

―Si Vania sospecha acerca de tus razones para estar aquí ―y Persis no lo dudaba―,
entonces tu hermana ya no está segura.

Justen consideró esto por un momento, mientras Persis leía su rostro buscando alguna
pista.

―Remy es como una hermana pequeña para Vania. Estoy seguro de que... ―se
interrumpió―. En realidad, ya no estoy seguro de nada cuando se trata de Vania. Ella
está tan cambiada por la revolución.

―¡¿Y si los Aldred hicieran un ejemplo de ella?! ―Persis dejó escapar un pequeño
grito de asombro, luego se cubrió la boca con las manos y abrió sus ojos tan grandes
como pudo―. ¿Y si?… ¡Oh, Justen! Y si ellos fueran a… ―bajó la voz a un susurro
sin aliento― a Reducirla, mientras que estás aquí en Albion. ¡Oh, no!

¿Y si fueran a Reducirla su con tu propia droga?

Persis observó cómo el rostro de Justen cambió, como el verdadero miedo superó sus
facciones.

―Tienes razón ―dijo, y no pudo ocultar la nota de sorpresa en su voz al pensar que
ella tenía razón―. Tengo que hablar con mi hermana.
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―No dejes que nuestros invitados sepan que tu oblet está en buenas condiciones.

―¿Cuál es el problema? ―Respondió―. No es compatible con su sistema de flutter,


de todos modos. Es por eso que siempre me veo obligado a utilizar wallports.
―No les estoy permitiendo ponerse en contacto con la costa hasta que Isla haya
decidido cómo le gustaría revelar la noticia acerca de los visitantes.

―¿Estás haciendo qué cosa?

Ella se encogió de hombros.

―Órdenes reales. ―Ella no necesitaba justificar sus actividades a un criminal de


guerra como él.

Justen parecía disgustado.

―¿Tú y tu princesa creen que pueden hacer lo que quieran?

―Todo el mundo lo cree ―dijo rotundamente―. O por lo menos creen que pueden
hacer lo que sean que capaces de hacer para salirse con la suya. ¿No estás de acuerdo,
Justen?

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Capítulo Veintitrés
Cuando Justen y Persis regresaron a Scintillans, después de dejar a Dwyer, a Lady
Blocking y su todavía aturdido esposo fuera de la corte, encontraron un barco de la
guardia real atracado en la base del acantilado. Los planeadores dorados de los
visitantes, sus frágiles brazos escondidos entre las alas de las libélulas gigantes, estaban
atados a los costados de la nave.

Persis le envió un flutter a Isla, pero no tenía tiempo para esperar una respuesta. Echó
un vistazo hacia Justen, que reflejaba la misma preocupación, y se apresuraron hacia el
ascensor que los llevaría a casa.

Su padre debió haber sido alertado de su llegada, pues se reunió con ella en la terraza.

—Persis, hablemos. —Un gesto de su dedo hacia ella y Persis estaba a su lado. Justen,
por suerte, estaba en el interior, sin ella.

—Papá, no tenía otra opción.

—La mitad de la guardia real está aquí, ¿lo sabías?

—No. Isla nunca...

—¿Y algo sobre los visitantes extraños de otros lugares? ¿En mi casa?

—Estoy tan desconcertada como tú, papá, Isla dijo...

—Isla dijo, Isla dijo —repitió Torin—. Isla puede gobernar esta isla pero no es su
propietaria, he estado permitiendo a Justen Helo porque es un refugiado y un Helo y, la
verdad, porque es médico. Pero creía que habíamos llegado a un acuerdo en esto, Persis.
No hay visitas. No con la condición de tu madre. ¡Y mucho menos de la princesa
regente!

—Honestamente papá, no sabía que iba a venir. Pero no debes preocuparte. Hay
mucho más en juego aquí, es muy poco probable que se den cuenta...

—Ya lo han notado —dijo Torin—. Tu madre está teniendo un muy mal día.

El estómago de Persis se retorció como un tifón.

—Oh, papá.

Él la sacudió, su rabia tranquila y burbujeante.


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—El daño está hecho. Ve a tratar con tus clientes.

Isla estaba esperando en la larga habitación de techo bajo donde años atrás habían
tenido un sinnúmero de juegos de alta aventura. Descansaba sobre un cojín, con la mano
derecha agarrando una botella alta y delgada, con los ojos cerrados, mientras
parpadeaba después del aleteo de las orquídeas reales de su palmport.

Ante el sonido de las pisadas de Persis en la piedra, abrió los ojos. Su expresión era
ilegible.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Persis.

—¿Cuánto tiempo me has estado mintiendo? —Fue la respuesta de su amiga. No, no


era su amiga. En la voz de Isla no quedaba nada de aquella niña que una vez había
conocido, a quien le había contado cada uno de los secretos de Persis, la chica con la
que había compartido todos sus sueños. En cambio, su voz era exclusiva de una
princesa, real, monárquica.

Persis nunca se había sentido más revolucionaria consigo misma que cuando dijo—:
No es de tu incumbencia.

—Esto es todo ¿no es así? —preguntó Isla—. La razón de todo esto. La Amapola,
todo. Te vistes y te escapas a Galatea y pones en riesgo tu vida, porque no puedes
soportar la idea de Oscurecerte.

Persis apartó la mirada de la princesa. Eso no era todo. O no del todo. Alguien tenía
que hacer algo y bien podría ser ella. Y por lo menos, si ella moría como la Amapola
Silvestre, por lo menos había hecho algo con el cerebro que le habían dado antes de que
se lo robasen. Un día, cuando el DRA la tuviese en sus garras, ¿iba a olvidar todo? ¿La
Amapola Silvestre sería sólo otra leyenda para ella como lo fue para todos los demás?

Tenía sal seca sobre su piel. Sentía la picazón de pies a cabeza. Necesitaba un baño, un
descanso. Necesitaba otra cosa que no fuera estar allí y ser juzgada por la persona que
siempre consideró su mejor amiga.

—¡Dímelo! —exigió Isla—. Me lo merezco. He hecho todo lo que querías.

—No, yo he hecho todo lo que querías —espetó Persis—. Te he ayudado


secretamente, ayudado a los galateanos heridos en la revolución. He interpretado una
farsa con Justen para que puedas apelar al interés público. Me he abstenido de hacerte
preguntas sobre lo que ocurre entre tú y Tero. He drogado a mis conciudadanos...

—¡Sí, lo hiciste! —dijo Isla—. Y no sólo Blocking. No te atrevas a poner a Andrine


en mi contra.

—Evité que Andrine fuera a Galatea para protegerla.

—¡Qué noble y condescendiente eres! Uno pensaría que eras su ama, como en los
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viejos tiempos. Bueno, ¿sabes qué, Persis? Scintillans no tiene problemas, pero yo sí, y
necesito protegerlos de los visitantes sorpresa de otros lugares. Así que no te atrevas a
tratar de entrar en terreno moral conmigo.
—Oh, no, su Alteza. No me atrevería nunca a probar ser más moral que usted —espetó
Persis—. Es bueno que todos sepamos cuál es nuestro lugar aquí. Es bueno que estés
manteniendo a Tero en su sitio.

Isla susurró un "ujum" delicado.

—Tal vez estés pasando mucho tiempo con los revolucionarios. Incluso le estás
mintiendo a él.

Las palabras salieron despedidas de su boca antes de que pudiera detenerse.

—Justen sabe sobre mi madre.

Isla se quedó en silencio durante un largo rato y, bajo su porte real Persis pudo ver que
estaba profundamente herida.

—Déjame ver si te entiendo. ¿Crees que él es el responsable de las rosas pero le estás
permitiendo cuidar a tu madre? Persis, ¿te has vuelto loca?

Ella rodó los ojos.

—No va a reducir a mi madre a escondidas. Ella está sufriendo lo suficiente. —Estaba


a medio camino de la Reducción por sus propios medios—. Independientemente de lo
que sea, Justen es un buen médico. Y si eso lo distrae de querer volver al sanatorio,
mejor que mejor. Hasta que llegue al final de esta historia, no voy a dejar que se vaya a
menos de cincuenta metros de mis refugiados.

—No son tuyos.

—No son tuyos tampoco, pero estoy segura de que no vas a dejar de hacer lo que
quieras con ellos, igual que has estado haciendo con los visitantes. Ni siquiera querían
venir a Albion, y los obligaste a venir aquí en ese barco, ¿y ahora me estás obligando a
mantenerlos?

—¿Cuáles son mis opciones, Persis? No puedo enviar a los visitantes a los tribunales.
Las cosas están muy delicadas en estos momentos. Tengo que mantener esto en secreto
hasta que pueda averiguar exactamente cómo presentarlos. Y no los habría traído aquí si
hubiera sabido el tipo de dificultades que estaba enfrentando. —Tomó una profunda
bocanada de aire—. Deberías habérmelo dicho.

—No hay manera en la tierra en la que le diría a la princesa de Albion que mi madre
está muriendo.

—Soy tu mejor amiga.


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Persis tragó.

—Eres mi gobernante. ―Se miraron la una a la otra durante un buen rato. Por último,
Pesis continuó—: No se lo diremos a nadie. El estigma... Mis padres no quieren
estropear la imagen que todo el mundo tiene de ellos. La pareja perfecta, afortunados en
el amor, viviendo felices para siempre.

—Persis, es tan tonto…

—¿Lo es? —preguntó ella con frialdad, alejándose de la princesa—. Tú, que me estás
pidiendo una farsa ridícula con un revolucionario galateano sólo para que pueda
promover el sueño de un romance. ¿Crees que de alguna manera la historia de una
hermosa historia de amor va a parar a tu pueblo? Entonces, ¿qué le pasará a la gente de
esta nación cuando esta famosa novela se caiga a pedazos?

Isla le miró sacudiendo la cabeza.

―¿Eso es lo que temes?

Persis se alejó, pasando sus manos sobre la arena de sus brazos. La voz de su amiga
sonaba incrédula.

—No ha caído a pedazos. Torin ama a Heloise, adora el suelo que pisa. Siempre. Ella
no tiene la culpa de lo que le está pasando, y él no la está rechazando por ella misma
tampoco. Se trata de un trágico accidente, nada más. Si se corre la voz, sólo se
fortalecería la historia de su...

—Ni se te ocurra.

Isla levantó las manos.

—Respeto totalmente la privacidad de tu familia.

Ella se rio sin alegría.

—¿Lo haces? Cuando llenas mi casa con extraños, ¿lo haces?

—¡No soy tu enemiga! —rugió Isla. Se detuvo y respiró hondo, pero sus cejas blancas
todavía mantenían el ceño fruncido—. No soy el enemigo, Persis. Siempre nos hemos
contado las cosas. Pensé que era una de las pocas personas que conocen todos tus
secretos.

No. Nadie los conocía todos ya. Y Persis no iba a permitir que Isla fuera el gancho
para tratarla como un objeto en lugar de como una amiga.

—Te dije que no tenía tiempo para asumir a Justen y su falso romance.

—Pensé que te referías por tus... otras actividades. Pero, Persis, ¿no lo ves? Justen. Por
eso supe que serías perfecta para la tarea de los visitantes. Has estado velando por él
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muy bien. Sin más información, ¿por qué crees que esto sería diferente? Yo sé que
estaré a salvo aquí. Nadie va a entrar o salir de Scintillans sin que lo sepas.

Y, sin embargo, Vania Aldred había bailado el vals el día anterior. Claramente, los
Blake iban a tener que mejorar su seguridad por más de una razón.
Isla cruzó la habitación y puso una mano en el brazo de Persis. Durante un largo rato
se quedaron así, hasta que Persis finalmente levantó la cabeza para mirar a su amiga a la
cara.

—Lo siento —dijeron a la vez y luego se echaron a reír. Fue corto, sin embargo, como
un segundo en el que el sol es visible a través de las nubes.

―Me los llevaré si es lo que quieres —dijo Isla—. Andrine y Tero, tal vez… aunque
su hogar no es tan seguro…

—No —dijo Persis, derrotada—. Ya estás pidiéndole demasiado.

—No le estoy pidiendo demasiado —dijo Isla con un suspiro—. Algo pasó, sí. Una
vez. Y hemos hablado acerca de por qué no puede pasar nada más. Es un buen amigo
pero...

Pero fue imposible. Isla podía defender un romance pero sólo si era correcto. Torin
podía casarse con la hermosa y brillante Heloise. Persis con el famoso Justen Helo. Pero
la princesa regente de Albion no podía estar con el hijo de un sirviente común como
Tero. Podría cambiar todas las reglas pero haría perder aun más terreno a los aristos que
ya intentaban echarla.

Persis podía oír como Justen podría hacerlo.

La expresión de Isla había cambiado.

—¿Has hecho la prueba? —Ella negó con la cabeza—. Persis.

—No quiero saberlo. —Su tono era salvaje, pero no le importaba. Esta era Isla. Había
estado guardando el secreto demasiado tiempo—. Todos vamos a morir algún día, Isla.
Podría morir la semana que viene en una misión. Tal vez más tarde, después de la... —
pero no pudo decir nada más.

Isla lo entendió de todos modos. Ella ya sabía lo que era vivir después de la muerte de
un padre.

Las chicas se dieron la mano allí, en el tranquilo ambiente, tenue, donde una vez
habían jugado de niñas, hacía mucho tiempo, en un mundo donde su genética no
significaba más que los cabellos de Isla y la belleza e inteligencia de Persis, donde su
herencia no había atrapado a la del ex gobernante en un país en el que nadie la quería y
a la última en salir corriendo por una enfermedad que no tenía cura.

—Te voy a decir una cosa —dijo Isla—. Justen irá de nuevo al sanatorio. Está aquí
trabajando en buscar una cura para la DRA, y no estoy dispuesta a dejar que su pasado
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las a aleje a ti y a tu madre de una cura. No me importa lo que él podría haberle hecho
en Galatea. ¿Te acuerdas del aprendizaje sobre los antiguos y la forma en la que primero
construyeron las armas nucleares?

—No creo que sea un buen ejemplo para usar.


—No se resistieron a contratar a los enemigos si podían ayudar. Si puedo utilizar todo
lo que él tiene de relaciones públicas, que como podrás admitir es bastante horrible,
puedo tomar todos los talentos médicos que tiene.

—En lo que él es bastante bueno. —Persis admitía eso.

—Y vamos a averiguar la verdad sobre su pasado también —dijo Isla—. ¿Has hablado
con Remy al respecto?

—Ella sabe que él inventó la droga. Cree que es un revolucionario propio, sin
embargo, no ayuda a la causa.

—Lo que sea que Justen hizo, está claro que ha cambiado sus maneras. No estaría aquí
de lo contrario, desesperado por ayudar a los refugiados.

—Si ayudar a los refugiados es realmente lo que busca —respondió Persis—, de lo


que no podemos estar seguros. ¿Y si está aquí tratando de congraciarse con nosotros
para vulnerar más a los refugiados?

Isla lo consideró.

—Si está aquí por eso, también es bastante malo en eso. Persis, tienes que dejar de
pensar lo peor de la gente. Y eso va para mí y para Justen Helo.

—No le has visto, Isla. No has visto lo que los galateanos han hecho con ellos. Si
Justen es responsable de eso, no me importa si él se arrepiente ahora. Se merece el peor
castigo que puede obtener.

—¿Y qué sería eso, Persis? ¿Qué clase de tortura estás imaginando para tu falso
amante? ¿Mazmorras? ¿Neuro-ánguilas? ¿Reducción?

Persis miró hacia otro lado.

—¿Nada?

Y se encontró con que, por una vez, no tenía palabras para responder.
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Capítulo Veinticuatro
Los visitantes habían estado en Scintillans por un día entero con poca presunción
sobre su llegada. A pesar de que los sirvientes de Scintillans eran conocidos por su
discreción, parecía imposible que alguien se escapara de una historia tan jugosa.
Después de todo, a diferencia de las palabras acerca de la condición de Heloise Blake,
no había nadie a quien hacerle daño. Por lo tanto, el hecho de la presencia de personas
de otro lugar permaneció en secreto lo cual era parte del testimonio de la habilidad de
Isla para callar las conversaciones antes de que iniciaran. Sin embargo, su misión se
podría haber visto favorecida sólo un poco por las impactantes historias que barrían a
través de la corte que Lady Blocking planeaba divorciarse de su marido, que Dwyer
Shift había tenido una pelea con su tío el concejal sobre una situación inmencionable
con un par de pescadores de la Aldea Sunrise, y que Persis Blake estaba considerando
cortarse su cabello.

Se rumoreaba que ella había dicho que los mechones largos eran tan del invierno
pasado.

Y, sin embargo, no importaba cuánto tiempo los visitantes pudieran quedarse, o


cuantas conversaciones Justen Helo pudiera tener con ellos, él pensaba que nunca se
acostumbraría a su propia existencia. Cada vez que él los veía se sorprendía con un
sentido de maravilla que lo dejaba inquieto (él no debería sentir lo mismo acerca de ver
a un humano como lo hizo al ver un caballo de mar o a una mini orca o a un hogfish).
Ellos no eran criaturas de otro mundo; ellos eran seres humanos. No importaba la
genética extraña de esas personas (y casi sin excepción, ellos eran en efecto muy
extraños) había algo más para ellos que su potencial científico.

Pero sin pacientes reales para observar, era difícil de resistir. Él aún no había vuelto a
escuchar de Noemi; y Persis dijo no saber exactamente a donde habían trasladado a los
refugiados. Isla, por supuesto, dijo que ella estaba demasiado ocupada para preocuparse
sobre sus caprichos científicos.

Justen había comenzado a frustrarse, pero ahora él estaba asustado. Noemi no se


tomaría la molestia de mover toda una sala de pacientes sin una buena razón. ¿Qué
pasaría si la visita de Vania el otro día no tenía nada que ver con el rastreo de la
Amapola Salvaje? ¿Qué si hubiera sido sobre la búsqueda de los refugiados? Ella se
había ido con tanta prisa, y justo después fue cuando Persis le había dicho acerca del
plan de Noemi de trasladar a los galateanos refugiados.
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Si los revolucionarios intentaban cualquier cosa en el suelo Albiano, ¿qué significaría


eso para ambas naciones?

Y él no había oído nada de Remy desde que se había ido. En los primeros días, él
había supuesto que ella sólo estaba enojada con él, pero su prolongado silencio no
presagiaba nada bueno, especialmente desde su pelea con Vania. Por otra parte, si ella
se había vuelto en su contra por completo, entonces tal vez ella estaría a salvo en
Galatea.

Hoy, él y el visitante masculino, Kai, estaban sentados a la sombra de la terraza, con


vistas a los acantilados mientras que la mujer Reducida jugaba en el césped con
Slipstream. Ella gritaba de risa mientras perseguía al visón de mar y se entretejía
hábilmente alrededor de sus piernas, charlando y arrastrando por el suelo una bufanda
verde desteñida Ro (cuyo verdadero nombre, aparentemente, era Tomorrow) la había
estado usando alrededor de su cabello. Ni el visón de mar ni la chica parecían estar
obstaculizados por su pesada falda larga. Justen se había preguntado por qué ella usaría
algo así en el calor ecuatorial de Nueva Pacífica, pero los otros visitantes se habían
encogido de hombros y habían dicho que pelear con Tomorrow no valdría la pena.

—Ella es una criatura de hábitos —el Canciller Boatwright, o Elliot, le había dicho en
ese momento—. Si ella no está lo suficientemente cálida, pedirá ropas diferentes.

—Todos aquí se le quedan mirando —Kai dijo ahora—. ¿Acaso es muy fácil olvidar,
en dos generaciones, como se ve la Reducción?

—Sí —dijo Justen—. Aparentemente lo es.

Ahora que él veía la verdadera Reducción, la Reducción de nacimiento, lamentó aún


más el nombre que él le había sugerido improvisadamente a su tío Damos de los efectos
que él sospechaba su droga experimental tendría en pacientes sanos. Lo que le estaba
sucediendo a las víctimas en Galatea no era Reducción. Esta chica había crecido más
allá de sus limitaciones. Su naturaleza respiraba en ella y por ella como un árbol que
brota de una roca. Podría crecer atrofiado a causa de la pobreza del suelo alrededor de
sus raíces, pero había belleza y majestuosidad en la manera que se aferraba a la vida y
prosperaba en su propio camino.

Por el contrario, la droga era simplemente una sombra artificial, asfixiando a sus
víctimas. Tomorrow era hermosa, totalmente, humana. Las personas bajo la influencia
de la droga de Reducción estaban rotas. Rotas por él.

—¿Todo está bien? —preguntó el extraño.

—Me pregunto qué pensarían mis compatriotas al verla. Si hubieran recordado honrar
a nuestro pasado, no explotarlo.

—Estás hablando de la guerra civil —Kai asintió—. Tengo amigos en casa que
preguntan si eso es a donde nos dirigimos, también. En muchos sentidos, su sociedad
está muy avanzada. Pero supongo que algunas cosas no cambian.
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Justen se volvió hacía su compañero con una mirada de complicidad.


—En realidad, sobre eso. La mayoría aquí no lo reconocerán, pero tengo
entrenamiento médico y no puedo dejar de notar. Tus ojos… tus reflejos. ¿Tu gente aún
practica ERV?

Kai comenzó un movimiento sutil y sus ojos cristalinos se ensancharon.

—No. No usualmente. Nuestra gente no practica mucho de nada.

Ellos no debían, si todavía seguían usando la pintoresca y torpe gengenieía. Las


mejoras extremas con ERV habían sido diseñadas para impulsar la capacidad humana
hacía sus límites. Eso había causado la Reducción cuando fuero inventadas por primera
vez, y fueron relegadas al cubo de basura de los procedimientos médicos, como la
trepanación, sanguijuelas y la quimioterapia sistémica. La genoingeniería en Kai y el
otro capitán, Andromeda Phoenix, era como mirar algo fuera de un libro de historia
antigua.

O un proyecto que podría reprobar incluso una clase de introducción a la


genoingeniería.

—Nosotros no hacemos mucho en el camino de la ciencia allá en casa —añadió el


visitante—. Las cosas que tienes aquí son como algo fuera de un sueño. Esos palmports
parecen magia.

Justen hizo una mueca.

—Son una perversión terrible de la ciencia. Un despilfarro. Peligrosas —Hasta ahora


nadie conocía los efectos a largo plazo que su sanguijuela de nutrientes podrían tener en
el sistema. Tú no podrías arreglar todo con un suplemento o dos. Por otra parte, ¿quién
era él para hablar? Él regularmente arremetía contra las palmports y genetemps, pero
fueron sus propios logros los que habían causado el mayor daño.

Kai se rio entre dientes.

—De donde yo vengo, son los… bueno supongo que podríamos llamarlos aristos los
que desprecian a la ciencia. Es extraño oírlo de la boca de un Post.

—¿Un Post?

—Un… ¿Cómo te llamas a ti mismo? ¿Regular? ¿Reg? —Kai se encogió de


hombros—. Es lo mismo. Nosotros decimos Post-Reduccionista, o Post. El ERV fue…
un movimiento desesperado. Mis amigos y yo teníamos muy pocas opciones.
Necesitábamos escapar, y necesitábamos mejorías para hacerlo. Elliot sigue aterrorizada
de que sin ayuda hayamos traído de vuelta la reducción —él agitó su cabeza—. Ella es
lo que ustedes llamarían una aristo, ¿supongo? Con excepción de que no es como los
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aristócratas de aquí. Ellos no parecen tener nada en contra de la tecnología.

Justen frunció el ceño. Era él quien había traído de vuelta la Reducción, no un grupo
de primitivos genoingenieros.
—¿Quieres decir que tiene miedo por tus hijos?

Kai miró hacia otro lado.

—No con tantas palabras. A Elliot… no le gusta usar tantas palabras. Pero yo la
conozco, y sé que ella debe ser eso.

Justen sonrió, el médico al paciente.

—Bueno, le puedes decir que no tiene por qué preocuparse. Tú eres un reg natural,
¿cierto? Eso significa que tu estructura neuronal ya ha dejado de lado la arquitectura de
la Reducción. ERV no debe deshacer eso. Pero si gustas, puedo hacerte algunas
pruebas. Si eres vulnerable, puedes simplemente tomar la Cura Helo y tu descendencia
estará bien —No había suministros de la Cura alrededor, por supuesto, pero era lo
suficientemente simple preparar una dosis. La fórmula era universalmente conocida. Si
estuviera en Galatea, él probablemente podría encontrar algo disponible en los
almacenes de los laboratorios reales, junto con el resto de las pertenencias de la
Persistence Helo.

Exceptuando los oblets que había robado, por supuesto.

Kai se rio de nuevo, incrédulo.

—Las cosas que tú dices, no puedo creer que seas tan casual al respecto. De donde yo
vengo, es difícil de creer en una operación, dejando a la biotecnología por sí sola.

—Suenas como si hubieras vivido en la Edad Media.

—Lo hice —Kai señalo a Tomorrow—. En casa, hay cientos de miles como ella. Ellos
nacen y viven y mueren en la esclavitud, y no hay otra opción para ellos.

Una opción. Que interesante pensamiento. Justen se preguntó si a Tomorrow se le


ofrecía la opción de la cura, elegiría tomarla. No había nada en la historia acerca de un
Reducido negando la cura. Incluso de ser dada la opción. Él se acordaba de leer acerca
de los debates entre los regs naturales con hermanos Reducidos esperando,
preocupándose de que la cura fuera una solución de segunda clase a la regularidad que
estaban seguros que iba a venir a su familia en la próxima generación. Preocupándose
de que incluso los podría establecer de nuevo. Él también recordó la lectura de las
historias de las protestas en las fincas donde los aristos forzaron a los regs naturales de
nacimiento a tomar la cura.

En cualquier caso, no tenía ningún efecto conocido en aquellos que no eran


Reducidos. Persistence Helo misma tomó la cura como un truco publicitario para
mostrar que era inofensivo para los regs.
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—Aquí en… —Kai vaciló.

—Nueva Pacífica —Justen ofreció.


—En Nueva Pacifica —dijo Kai, divertido—, han curado a todos y terminaron con la
Reducción. Pero si tomamos la cura de regreso a nuestra tierra natal, sería una batalla
para llevarla a los Reducidos.

—Aquí también hubo una batalla —dijo justen—. Y fue sólo la primera de muchas.

Kai miró a su alrededor.

—Este lugar parece el paraíso.

Justen asintió.

—Sí. Parece.

Persis había pasado los últimos meses como una espía y la última semana como la
admiradora del científico loco más famoso de Galatea. Pero hoy, ella estaba jugando
como guía turística, tomando al único aristo entre los visitantes por un viaje alrededor
de su finca. Aparentemente en su tierra natal, el Canciller Boatwright (cuyo nombre era
en realidad Elliot North) era propietario de una finca y manejaba otra, a pesar de ser una
adolescente soltera. De las descripciones de Elliot, Persis pensó que las propiedades de
la visitante eran casi la mitad del tamaño de Albion.

Esta joven mujer no estaba hablando con Persis. Debía estar hablando con Isla.

—Ahora, Canciller, si miras allá abajo, verás la flota de los barcos pesqueros. Esto
debería ser de especial interés para ti dado las tradiciones de su familia.

Elliot no dijo nada, pero miró cortésmente a un lado de la depuradora y abajo del Pali.

—¿Es su dieta mayormente de pescado?

En estos días, la dieta de Persis era principalmente de suplementos de palmport.

—Somos isleños, Canciller. Por supuesto que comemos una gran cantidad de mariscos
y pescados.

Durante todo el día, Elliot había parecido muy preocupada por cómo la gente de
Scintillans, y de Nueva Pacífica en general, comían. Persis nunca había pensado mucho
acerca de la producción de comida en su vida como lo había hecho hoy.

Nadie estaba hambriento en Nueva Pacífica. Ella tenía un tiempo difícil imaginando a
cualquier persona viviendo de la manera en que estos visitantes decían, con estufas de
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carbón y linternas de gas y apenas suficiente alimento para sostener los campos de
esclavos Reducidos que trabajan en harapos y morían en sus treinta. Prácticamente
todos los visitantes vestían harapos, especialmente Elliot, quien se suponía era el más
alto nacido de todos ellos. Persis les había ofrecido ropa nueva, pero Elliot en particular
se había visto escandalizado por lo que Persis había considerado prendas muy
conservadoras.

—Va a ser pleno verano cuando regresemos —dijo Elliot con nostalgia, mirando al
pueblo de pescadores y los campos que se encontraban más allá—. Mis tierras están a lo
largo del mar también, pero nuestras islas no son tan… exuberantes.

—¿Echas de menos tu finca? —preguntó Persis cortésmente. Fue lo más que ella
había escuchado a hablar a Elliot desde que habían comenzado esa mañana, y ella no
quería asustar a la otra chica.

—Sí —dijo Elliot—. La extraño desesperadamente, pero —la niña grande tomó una
respiración—, me pasé cuatro años extrañando a Kai, y deseando que me hubiera ido
con él la última vez que nos dejó. Así que esta vez tomé la otra decisión —ella miro a
Persis y sus ojos brillaban—. Y fue la correcta. Por cuatro años, esperé poder hacer algo
por las personas que vivían en mi finca. Y ahora puedo hacer mucho más de lo que
jamás hubiera podido hacer con los cambios que hice en mi granja. Ahora nosotros
sabemos que hay una cura. Es todo lo que Kai podría haber esperado.

—El Capitán Wentforth —Persis dijo. Hasta ahora, su comunicación no verbal y su


alianza instantánea en cada tema habían sido los rasgos dominantes que ella notaba en
Kai y Elliot. Incluso el otro capitán, Andromeda, parecía incapaz de argumentar en
contra de su fuerza combinada—. ¿Él eligió ese nombre por sí mismo, he escuchado?

Elliot se rio entre dientes.

—Sí. Eso es lo que los Post hacen, de donde vengo.

Persis asintió.

—Fue un poco de una tendencia aquí entre los regs antes de la cura también. Estoy
nombrada por alguien que hizo eso. Persistence Helo, que invento la cura.

—La abuela de Justen, ¿verdad? —Elliot parecía impresionada—. Y él es un médico,


también, como ella.

—No del todo —Era todo lo que Persis podía confiar en sí misma para decir.

Cabalgaron en silencio por unos momentos.

—Así que… —Elliot comenzó—. ¿No hacen mucha agricultura en esta finca?

—No, en esta no —dijo Persis—. Pero puedo arreglar un tour por otras fincas si la
agricultura es lo que le interesa.
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Elliot asintió.

—¿Y qué es lo que haces? ¿Estás en la escuela?

—Ya no —Ella no tenía por qué entrar en detalles con este extranjero.
—¿Así que ayudas a tú padre con la pesca?

Persis rio.

—En realidad no. Mi padre sirve en una posición como asesor en el pueblo, por
supuesto, pero la pesca no está en su interés, tampoco —su padre tenía un excelente
equipo de biólogos, genoingenieros, y agricultores que trabajaban en el pueblo y
siempre había argumentado que los mejores terratenientes se rodeaban de expertos
apasionados por sus actividades. Torin por sí mismo era un erudito y había trabajado
incansablemente en la reforma educativa desde que Persis recordaba. Más regs que
nunca recibían la oportunidad de recibir la educación y las carreras que deseaban,
gracias a los esfuerzos de él y de Heloise, aunque sus funciones se redujeron en cierta
medida por la enfermedad de su madre en el momento.

—Oh —Elliot estaba tranquila de nuevo. Qué chica tan extraña. Ella parecía muy
apegada a su extraña forma de vida, las costumbres y hábitos de su tierra natal. Ella era
casi dolorosamente tímida, claramente añoraba su casa, y totalmente sin pretensiones.
Un candidato menos probable para navegar en la nada por el capricho de un adolescente
que Persis apenas se podía imaginar. Por otra parte, Persis no era exactamente lo que
aparentaba ser, tampoco. Tal vez esta Elliot North tenía profundidades ocultas. Después
de todo, debía de haber algo que el gallardo Capitán Wentforth vio en ella.

A diferencia de Persis y Justen, parecía haber pocas razones para fingir afecto entre
ellos.

—Lo siento si todo esto parece extraño para ti —dijo Persis por fin.

—No —dijo el visitante—. En realidad no parece ser extraño en absoluto, en el final.

El pequeño skiff que tiraba hasta la base de los acantilados de Scintillans no pasó
desapercibido por los habitantes de la aldea de pescadores. Había un guardia puesto en
el ascensor principal de la finca, y cuando Vania aplicó para ser admitida como “un
amigo de Justen Helo” ella rápidamente se dio la vuelta. Ella miró el camino en zigzag
con curiosidad, pero no parecía haber alguna entrada que no estuviera siendo vigilada.

Bien. Ella se había acercado a la finca del lado de la tierra. Había muchas maneras de
entrar a Scintillans, ella estaba segura. Era extraño que ellos hubieran incrementado
mucho su seguridad desde su última visita. ¿Acaso habían sido plagados con espías y
nano cámaras desde el infame beso de los tortolitos? Supuso. Estos albianos no tenían
nada serio para emplear sus mentes, como ella lo hizo.
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Volviendo a su skiff, se puso a prueba lejos de los muelles y hacia la costa oeste de la
isla, en busca de una entrada alternativa. Los acantilados se alejaban de la costa convexa
de Albion, por lo que tal vez ella fuera a encontrar un enfoque más sencillo. Fue
recompensada unos veinte minutos más tarde cuando alcanzó la punta de la península y
vio una pequeña ensenada semicircular que parecía extraída de la pared del acantilado.
Una línea oscura en zigzag hacía la pared del acantilado, y cuando ella se acercó, podía
ver que era una escalera que conducía a la aldea más allá. Cuerdas infinitamente largar
de enredaderas caían por todas partes de la escalera, diminutas cabezas de flores listas
para florecer en cualquier momento. Cuando lo hicieran, todo el lugar se convertiría en
una clase de glorieta encantada. Por un momento, Vania se quedó muda por su belleza.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que había dejado de considerar cómo algo era
precioso? Día tras día, ella había viajado por toda su espléndida isla y no había visto
nada más que los lugares a los que había ido bajo el control de su padre o que se seguían
resistiendo a la revolución. Noche tras noche, ella había ido a dormir en un palacio una
vez infame por su belleza opulenta, pero considerado nada más que su propia ambición.

Ella negó con la cabeza. Tal vez tomaba tiempo libre apreciar la belleza. Esta Persis
Blake tenía todo el tiempo en el mundo para ver las flores y llevar vestidos bonitos. Ella
no tenía nada más que hacer. Y ahora Justen estaba siguiendo los pasos inútiles de su
pequeña novia. Él probablemente se había olvidado por completo de su investigación en
favor de… bueno, lo que sea que él encontrara que hacer con Persis Blake.

Vania estaba bastante satisfecha de bloquear a Remy de recibir o enviar mensajes de él


en su Oblet. La última cosa que ella necesitaba en ese momento era ver a su pequeña
hermana adoptiva seguir al peligroso de Justen, un camino sin valor. Él podría tener sus
privilegios de comunicación detrás cuando dejara de ser tan exasperante.

Mientras ella se metía en la ensenada, vio dos figuras chapoteando en las aguas poco
profundas. Como todos los albianos, ellas tenían un color de pelo brillante, pero incluso
eso parecía fuera de lugar a medida que se acercaba. Una de las mujeres jóvenes, unos
años mayor que ella, tenía cabello como la arena, y la otra, la más joven era profundo,
rojo bruñido. Su piel era increíblemente pálida, y la pelirroja tenía la cara llena de pecas.
Levan taron la vista el oír el sonido de su motor y se quedaron mirando mientras su
barco seguía avanzando y encallaba y se ataba en una línea en una roca.

—Hola —ella dijo—. Estoy tratando de llegar a Scintillans.

—Esto es Scintillans —dijo la de pelo arenoso, aunque su pronunciación era realmente


extraña—. Pero no creo que deberías de traer barcos al área de baño.

El agua clara lamiendo sus dedos de los pies era más cálida de lo que debería ser, y
Vania se mordió el labio.

—Mi error.
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Estudió a las dos mujeres. Ninguna tenía palmports en sus pálidas, rosadas manos, y
sus ropas no eran ciertamente de alta moda que había visto usar a Persis (su cabello,
también, no era para derretir la mirada tan popular entre la élite del norte). Ellas debían
de ser campesinas regs, posiblemente con algún impedimento en el habla. Y la que
había dicho “No creo que deberías” fue como si ella no lo supiera con certeza.
—¿Esa escalera lleva a la finca? —La de cabello arenoso miró a su compañera como
si estuviera analizando su respuesta.

—Creo que están buscando privacidad ahora. Si los quieres visitar, lo mejor es
solicitar el ascensor.

—Intenté eso —dijo Vania. El uso de la otra mujer de la palabra “ellos” lo había
asegurado. Quienquiera que estas dos eran, no tenían autoridad para detenerla—. Estoy
aquí para visitar a mi amigo Justen Helo, pero la última vez que vine, tuvimos una
pelea. He venido a disculparme, pero no puedo si él no me deja verlo.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó la rubia.

—Vania. Soy una viaja amiga suya de Galatea.

—¿La isla del sur?

Los ojos de Vania se estrecharon. ¿De dónde más?

—Soy Andromeda —dijo la de cabello claro—, y esta es Tomorrow. —Nombres


extraños, para las mujeres aún más extrañas—. Puedo darle tu mensaje a Justen si
quieres.

La pelirroja, Tomorrow, seguía sin hablar, y como Vania observó, ella deambuló sin
decir una palabra. Andromeda no le hizo caso. Vania nunca había visto tal
comportamiento en una mujer adulta. Nunca lo había visto más que en un prisionero
Reducido.

—En realidad —dijo Vania—, yo quiero verlo. Así que ¿puedo tomar las escaleras?

Rápida como un rayo, Andromeda se interpuso entre Vania y la escalera.

—No creo que tenga que dejar a alguien subir sin permiso. Entiendo que ya somos una
gran imposición a los Blake.

¿Quiénes eran estas dos? Vania parpadeó a la otra mujer en shock. ¿Qué clase de
mejoras estaban haciendo aquí en Albion? ¿La piel de Andromeda, su rapidez, sus ojos
color de mar? Ella nunca había visto nada igual. ¿Ella sabía que los albianos pintaban su
cabello, acaso su piel y sus ojos eran una nueva tendencia? ¿Ella iba a encontrar a
Justen arriba en el Pali con la piel lavanda y lirios rosados brillantes?

Pero no importaba quién era esta Andromeda, ella no podría distraer a Vania de su
misión.

—Me temo que fui un poco injusta con él el otro día —mintió sin problemas—. Desde
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la revolución, he estado un poco prejuiciosa contra los aristos, así que cuando me entere
de que estaba involucrado con una…

—Tú eres uno de esos revolucionarios —dijo Andromeda.


Vania se enderezó.

—Sí. Pero estoy aquí por asuntos personales, por lo que…

—Cuéntame más —Andromeda se inclinó—. La princesa ha sido muy comunicativa,


pero también está muy desinteresada en dejarnos ver o hablar con alguien más. Y a
diferencia de algunos otros miembros de mi grupo, yo no soy del tipo que confía
ciegamente en un Lord, Ludita o de otra manera.

Vania parpadeó.

—¿Perdón?

―Nadie me va a decir nada acerca de Galatea pero eso es peligroso y debemos


mantenernos al margen.

Típica propaganda aristo. Vania no tenía duda de que la princesa estaba usando mucho
de esta. Era la única posible explicación de por qué la revolución no había inspirado aun
a sus vecinos del norte.

—No, de hecho —explicó Vania—, la revolución es una cosa hermosa y limpia. A


nosotros los regs nunca se nos han dado oportunidades adecuadas. Finalmente, nosotros
estamos ejerciendo nuestros derechos humanos. Honestamente, ¿crees que se te han
dado todas las posibilidades, para crecer aquí en Scintillans?

Andromeda resopló.

—Yo no soy de por aquí, pero estoy de acuerdo con todo lo que dices.

—Oh, bueno entonces de donde quiera que seas de Albion.

—Nosotras no somos de Albion, tampoco —y entonces, cuando los ojos de Vania se


agrandaron y su boca se abrió, la mujer le contó la historia más loca que ella había
escuchado—. Nosotras ni siquiera sabíamos que estas islas existían hasta hace unos
días. Somos exploradores en una misión para encontrar otros supervivientes de las
guerras. Hace unos días, llegamos aquí, y la Princesa Isla y sus guardias nos han
encerrado para que no causemos un motín o algo así —Ella se inclinó y bajo la voz—.
Pero si ellos no comprenden las cosas en unos cuantos días más, ellos van a tener otra
revolución con la cual tratar, si sabes a lo que me refiero.

Vania suprimió su mirada de asombro y la remplazó con una sonrisa.

—Oh, sí que lo hago. Por favor, cuéntame más.


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Capítulo Veinticinco
Era tarde en la noche y la capitana y su amiga Reducida no podían ser encontradas en
ninguna parte de Scintillans. Su planeador seguía esperando en el césped, pero eso no
evitó que Elliot North permaneciera caminando de un lado a otro, retorciendo sus
manos. Justen vio cómo su preocupación iba en aumento, sin saber qué hacer para que
la extraña se relajase.

Tenía una gran variedad de inyecciones contra la ansiedad en su bolsa de


suplementos, pero por lo que entendía de la personalidad de la visitante aristo, tal cosa
sería un asalto a sus ojos. Y entonces tendría también que lidiar con el Capitán
Wentforth.

Justen no era el único que había notado el creciente malestar de Elliot. La expresión
del Capitán Wentforth pasaba de la preocupación a la ira mientras observaba a su novia.
Finalmente, se acercó a Persis y exigió respuestas.

—Nos prometieron que si hacíamos lo que dijeras, estaríamos a salvo aquí. ¿Dónde
están mis amigas?

Los ojos de Persis eran tan redondos e inocentes como los de la cortesana consumada
que era podían ser.

—Sinceramente, Capitán Wentforth, no lo sé. La última vez que alguien los vio, se
dirigían hacia el mar para nadar en nuestra ensenada estrellada cálida…

—¿Y qué?—Elliot interrumpió. Su voz temblando sobre las palabras— ¿Estás


diciendo que simplemente fueron arrastrados hacia el mar?

—No desde la ensenada —Justen saltó en defensa de Persis—. Está completamente


protegida de resacas. No hay corrientes en absoluto. Tal vez alguien de la aldea de
pescadores se ofreció a darle un tour. Sé que hay un camino excavado en la tierra que va
a la aldea.

Miró a Persis en busca de ayuda.

Ella había cerrado sus ojos. Un momento después, varios flutternotes brotaron de su
palma y se desplegaron hacia puntos desconocidos. Tanto Elliot como Kai dieron un
paso atrás.

—Lo siento. ¿Los asustaron? —preguntó Persis.


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—Nunca me acostumbraré a ellos —dijo Elliot. Lucía pálida y enfermiza.

—No eres la única —dijo Justen—. Los he visto por años y aun me dan asco.

—¡Oh, Justen! —gritó Persis—. Eres tan Ludita.


Ambos visitantes se tensaron al oír sus palabras. Persis le echó a Justen una mirada
confundida.

—Es su palabra para “aristos”, ¿recuerdas? —dijo Justen.

—Cierto. Nombre gracioso —ella pestañeó y Justen casi gimió—. En todo caso,
acabo de mandarle un mensaje a Isla, así como a Adrine y Tero en el pueblo de
pescadores, para decirles que sus amigos han desaparecido. Estoy segura de que
oiremos acerca de su paradero pronto. Y no se preocupen ni un segundo más por esa
ensenada. No hay nada más seguro en el mundo. Yo misma he pasado nadando allí
desde cuando apenas podía caminar.

Justen dudaba que eso hiciera que Kai o Elliot se sintieran mejor.

Cuando otra hora pasó sin respuesta de los contactos de Persis, Elliot pasó de
preocupada a frenética.

—Yo soy la que la que la trajo con nosotros, Kai. Yo soy la que la puso en este
peligro. Ella habría estado a salvo allá en la Finca North con Dee. Tendría… —su voz
se quebró.

—Está con Andromeda, Elliot. Nada va a pasarle. Andromeda se asegurará de ello.

Persis entró en acción inmediatamente, ofreciéndose a bajar a la ensenada estrellada


y buscar ella misma, aunque Justen estaba seguro de que los visitantes encontraron la
idea tan cómica como él lo hizo. Persis Blake no era adecuada para el trabajo de
recuperar a personas desaparecidas.

Tal vez deberían llamar a la Amapola Salvaje.

Kai insistió en que se le permitiera tomar su planeador e ir también.

—Está completamente cargado, ya que ha pasado en reposo todo el día. Puedo volar
toda la noche si es necesario.

Se volvió hacia Elliot y tomó sus manos entre las suyas.

—Las encontraremos. Confía en Andromeda, ella cuidará de sí misma y de Ro.


Sabes cuánta experiencia tiene.

Elliot emitió un humph apenas audible.

—¿Y qué si están separadas? Este lugar… la forma en la que miran a Ro aquí…

—Nosotros la miramos —dijo Persis— porque no estamos acostumbrados a ella. De


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la misma manera que ustedes miran a nuestros palmports fijamente.

Hizo una pausa, como si de se hubiera dado cuenta de que no hacía ningún bien
comparar un ser humano a su llamativa pieza tecnológica.
—Saben a lo que me refiero. Ella es algo inusual aquí. Todos ustedes lo son. Pero,
¿de cuántas maneras puedo prometerles que no deseamos hacerles daño?

Elliot se volvió hacia ella, aun aferrándose con fuerza a las manos de Kai.

—¿De qué sirven tus promesas si mis amigas han desaparecido? —ella miró a Kai—
Me quedaré con el otro planeador.

Él negó con la cabeza.

—No creo que me gusta la idea de verte volar durante la noche. Es diferente con
Andromeda y conmigo. ¿Y todos estos acantilados? No tienes la experiencia
suficiente…

—¿Experiencia? —Ellio trió— He estado volando tus planeadores desde la primera


vez en que supiste cómo hacerlos, Malakai Wentforth ―su voz era arrogante, pero la
expresión de su rostro estaba torcida, y Kai estaba sonriendo por la forma en que había
pronunciado su nombre—. Además, todo lo que diseñas se parece a nuestro viejo
tractor, ¿recuerdas? Lo voy a averiguar.

Y así de rápido, estaba decidido, y Elliot, Kai, y Persis dejaron solo a Justen.
Ninguno de ellos se ofreció a llevarlo a lo largo del paseo, o sugirió un lugar donde él
pudiera buscar a los visitantes por su cuenta. Y como Torin y Heloise habían utilizado la
llegada de los visitantes como una excusa para ir a un retiro privado a su casa de campo
en la costa norte, Justen se encontró, de nuevo, a solas en casa. La mayoría de los
sirvientes ya se habían ido a casa por la noche.

Como aun no había recibido ninguna respuesta de Noemi sobre la nueva localización
de los refugiados, no podía ir con ellos. Pero eso no significaba que no pudiera ayudar.
Aún tenía la investigación de su abuela. Tal vez, cruzando referencias con las recientes
pruebas que había hecho, podría encontrar nueva información. Si tan solo Noemi le
respondiera. Estaba seguro de que ella debía estar ocupada, pero necesitaba ayudar a sus
compatriotas y deshacer algo del mal que había causado.

Por otra parte, ella podría dejarlo regresar al trabajo y él causaría un lío más grande
que la última vez. Las rosas habían sido un accidente, y ver a Kai y su gengeniería
rudimentaria hoy le recordó la cantidad de problemas que podría tener la humanidad al
tratar de ayudar. Incluso la gran Persistence Helo había creado el DRA conjuntamente
con la cura, y Justen no guardaba pretensiones de ser más listo que ella.

Había leído los diarios de Persistence cientos de veces, y no podía encontrar su error
más de lo que ella pudo. Ella había seguido cada rastro que pudiera sostener el indicio
de una solución, desde defectos genéticos que pudieran haber trabajado por sí solos en
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la cura, hasta maneras de detener el deterioro antes de que hubiera comenzado. De


hecho, había sido una de las hipótesis de Persistence Helo la que lo había llevado a crear
la droga de Reducción.
O como quiera que debieran llamarla, ya que Justen sabía ahora cómo lucía la
Reducción real. Esa chica, Tomorrow, o Ro como la llamaba su amiga Elliot, encarnaba
el pasado de la mayor parte de la población del la Tierra. Él nunca lo había visto en
persona antes. Pero, por supuesto, su abuela sí lo había hecho. Ella había estado rodeada
por gente Reducida. Y, sin embargo, ninguna de las investigaciones o de la historia que
había estudiado, le podía enseñar a Justen lo que en verdad significaba ser Reducido.
Sólo Ro había tenido el poder de mostrarle.

En los diarios de su abuela, habían existido puntos en los que ella había escrito,
tiempo después, sobre sus intentos de localizar la ascendencia genética de aquellos regs
que se habían visto más afectados por DRA. Dado que el efecto secundario era todavía
relativamente nuevo en el momento de su muerte, no había tenido una muestra lo
suficientemente grande como para poner a prueba su hipótesis, pero había postulado que
existía una base genética para la regularidad natural y que aquellos cuyas líneas
familiares la habían alcanzado al momento de la cura, incluso si individuos mismos no
lo habían hecho, eran menos propensos a desarrollar DRA.

Justen, retomando la investigación algunas generaciones más tarde, fue capaz de


seguir entornos familiares y determinar no solo que su abuela había estado en lo
correcto sino también qué tan propenso era un reg a desarrollar DRA si, al momento de
la cura, sus ancestros no tenían hermanos o primos que fueran regs naturales.

Pero si la susceptibilidad de DRA tenía algunas bases en la predisposición genética


de sus víctimas para naturalmente permanecer Reducidos, ¿qué podría significar para
alguien como Tomorrow? Alguien de su edad, quien era probablemente tres o cuatro
generaciones más joven que cualquier Reducido que Nueva Pacífica había visto?

¿No era mucho más probable que esta chica Reducida hubiera tenido hermanos o
primos que eran regs naturales de los que habían existido al momento de la cura? La
Regularidad creció, generación a generación. Incluso al inicio de la investigación de
Persistence Helo, ella había trazado una línea de tiempo, en base a los patrones de
población y reproducción, para un final natural de la Reducción. Simplemente no había
querido esperar tanto. Pero ahí estaba Tomorrow, mucho más abajo en la línea. ¿Qué
posibilidades yacían en su código genético? ¿Qué pasaría si Persistence Helo estuviera
haciendo la misma investigación ahora, usando a Tomorrow como modelo de un
Reducido de su generación? ¿Podrían los descendientes de Ro ser completamente
inmunes a DRA?

Y si era así, ¿podría Justen encontrar la manera y aplicarla a su propia gente? Como
siempre, el tiempo se disolvió en una serie de modelos cerebrales, números, notas, y
ecuaciones químicas. Por un tiempo, todo lo demás quedó en el olvido. Ni siquiera
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escuchó las voces en la terraza fuera de la sala de estar, donde estaba trabajando. Y
desde luego no vio cuando una figura entró en la habitación a sus espaldas.

—Es agradable verte trabajar tan duro. Tenía miedo de que cuando viniste a Albion
te hubieras resignado a no usar el cerebro por completo.
El sonido de la voz de Vania lo sacó de su concentración. Alzó la vista para verla de
pie justo detrás de él, su largo cabello recogido hacia atrás en una coleta oscura sobre su
hombro, su chaqueta militar negra y pantalones luciendo fuera de lugar frente al
mobiliario alegre de los Blake.

—¿Qué estás haciendo aquí, Vania? Pensé que habíamos dicho todo lo que
necesitábamos la última vez.

—Si no lo hubiéramos hecho, tu forma de sacarme de la lista aprobada de invitados


sin duda me dio el mensaje.

—Al contrario —dio unos golpecitos con los dedos sobre los oblets para ocultar las
pantallas. ¿Cuánto tiempo había estado ahí? ¿Cuánto había visto?—, ya que estás aquí.

—Sí, pero no como tu invitada —ella asintió con la cabeza hacia la terraza—. He
hecho algunos amigos nuevos esta tarde. Gente agradable, aunque un poco… extraña.

Justen estiró el cuello. Andromeda y Tomorrow estaban en la terraza, luciendo


desaliñadas y confundidas. Justen entendió el sentimiento. ¿Todo el tiempo que habían
pasado preocupados por las visitantes desaparecidas, habían estado con Vania? ¿Qué
estaba tramando su vieja amiga?

—¿Dónde está todo el mundo? —Andromeda le preguntó.

—Están buscándolas. Incluso se llevaron los planeadores.

—¿Qué? —Andromeda exclamó con enojo—. ¿Malakai dejó que Elliot usara mi
planeador?

Ella se marchó con Ro pisándole los talones. Justen suspiró, se acercó al wallport
más cercano y envió un aluvión de mensajes a Persis, Isla, y Tero diciendo que los
visitantes desaparecidos estaban en casa. Con un poco de suerte, Persis encontraría la
manera para hacer parar a los otros dos.

Se volvió para encontrar a Vania echándole un vistazo furtivo a uno de los oblets.

—Aléjate de eso

Con un gesto de su mano, ella hizo girar los archivos sobre la base del oblet. La
sonrisa en su rostro era afilada y astuta.

—¿Qué secretos has estado ocultando, Justen? Las personas de otros lugares.
Reducidos naturales. Máquinas voladoras… —ella pasó sus dedos por la pantalla del
oblet—. ¿Algo más que deba saber?
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Pasó junto a ella y cerró la pantalla del dispositivo nuevamente.

—No creo que debas saber tanto como ya sabes.


—Tan arrogante. Supongo que piensas como un aristo, ahora que eres tan buen
amigo de ellos. Piensas que tú y tu estúpida, bonita Aristo y tu bonita, estúpida princesa
merecen conocimiento del mundo que a nadie más se le permite tener. ¿Es por eso que
estos visitantes están siendo escondidos aquí arriba? ¿De verdad crees que es eso por lo
que vinieron a Nueva Pacífica en primer lugar? ¿Para ser encarcelados en la jaula
dorada de tu novia?

Justen hizo una mueca. No necesitaba a Vania poniéndole voz a todos los
pensamientos en su cabeza.

—Es una situación temporal.

No había utilizado ni una sola vez el argumento de que las acciones de Isla eran
perfectas. Pero la discreción temporal no era lo mismo un encarcelamiento. Ella había
pedido que los visitantes esperaran, lo que estuvieron feliz de acatar por un día o dos,
hasta que sus amigos llegaron en su nave. Y eran libres de irse, como Andromeda
acababa de probar.

Vania seguía hablando.

—La Capitana Andromeda Phoenix, junto con su nombre fascinante, tiene la más
notable impresión de nuestra patria, Justen. Le han dicho que es un lugar vil, lleno de
peligro y destrucción. ¿De dónde iba a haber sacado ella esa idea?

Justen se encogió de hombros en respuesta.

—Honestamente, Vania, no tengo mucho que ver con lo que se les dice y no se les
dice a los visitantes. Soy simplemente un invitado aquí, al igual que ellos.

—Ellos no son como tú, Justen. No son como nadie en Nueva Pacifica, y lo sabes.
Aquella con el cabello anaranjado es una Reducida. Realmente Reducida.

Sus ojos prácticamente brillaron con una promesa. ¿Cuánto había visto de sus notas?
Justen observaba a Vania del modo en que uno observaría a una serpiente. Ella no había
ido allí para charlar en ese momento. Vania era inteligente y ambiciosa, y porque una
vez había sido como una hermana para él, sabía que ella clasificaba a las personas en
uno de los dos bandos: amigos y enemigos.

Justen estaba bastante seguro de que había entrado en la última categoría en la última
reunión.

—Bueno, no viniste aquí por ellos, Vania, así que ¿A qué has venido?

—Vine a reclutar tu ayuda.


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—¿Para qué?

—Localizar la Amapola Silvestre.


Un risa filosa escapó de sus labios. ¿Otra vez con esto?

—¿Qué diablos iba yo a saber de la Amapola Silvestre?

Ni siquiera sabía dónde había ocultado el espía a los refugiados. Ya no.

—Todavía no estoy segura. Por eso estoy aquí. Después de todo, la Amapola
Silvestre es sin duda un aristo, y parece que tú estás teniendo éxito entre ellos. Aquí
estás, en el corazón mismo de la vida de élite en Albion, haciendo favores a la princesa,
yendo a fiestas con ella. ¿Cuál era la posición de tu novia, Justen? ¿Estilista real?

—Si así lo prefieres —respondió él.

¿No había pensado una vez lo mismo de Persis? Ahora, por supuesto, su opinión
sobre ella era… bueno, no estaba muy seguro. Persis era confusa. Era tonta, y entonces
decía y hacía cosas con más sentido que nadie que él conociera. Era sexy, pero no era en
absoluto el tipo de chica por el que él podría sentir algo. Era superficial, pero también
era una de las personas más reflexivas, de buen corazón, y generosas que había
conocido.

—Y ahora —Vania hizo un gesto al trabajo que cubría la mesa— parece que
regresaste a tu tema favorito de investigación. Sólo que esta vez, lo estás haciendo por
los albianos.

—Siempre lo he estado haciendo por los albianos y los galateanos, por ambos. Al
igual que mi abuela.

—Hmm —Vania se encogió de hombros y se alejó de la mesa—. Y aun así lo haces


en la sala de estar de tu novia, cuando en casa papá te ofreció todo un laboratorio y
personal propio.

—Ese laboratorio vino con atavíos que encontré… un poco restrictivos.

La mirada de ella lo recorrió desde el rostro hasta los pies y de regreso, estudiando
uno de los nuevos atuendos que Persis había recogido para él.

—En realidad, encuentro tus nuevos atavíos aún más restrictivos. Pero sin importar
lo mucho que desees hablar de moda, Justen, tengo cosas mucho más importantes en
mente.

—Cierto, la Amapola Silvestre —Justen suspiró y agitó la mano—. Bueno, ya


puedes irte.

Ella se echó a reír, pero sin diversión alguna.


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—No, tú ya puedes irte. Voy a encontrar la Amapola esta vez, y tú vas a ayudarme.

—¿Qué dices? Ya hicimos esto ante. Absolutamente no lo haré.

Vania permaneció en silencio por un momento.


—Ni siquiera has preguntado por tu hermana, Justen. ¿No te importa saber cómo le
va, sola, en Galatea? ¿No te preguntas cómo le está afectando el conocimiento de tu
traición?

La sangre de Justen se heló nuevamente, pero se esforzó en no demostrarlo.

—Pienso en mi hermana todos los días. La extraño muchísimo.

Y no creía que ella hubiera recibido ni uno de los mensajes que había enviado desde
que llegó a Albion. Sus temores por ella estaban comenzando a avivarse. Al principio
había pensado que aún estaba enojada por la última pelea que habían tenido, pero ahora
se temía lo peor, sobre todo desde la última visita de Vania. Después de todo, ¿por qué
le habrían dejado contactar a Remy si pensaban que había traicionado la revolución?
Necesitaba a Remy ahí.

—De hecho, te agradecería si pudieras darle un mensaje de mi parte.

—Creo que eso será difícil —dijo Vania, con una expresión absolutamente
inocente—. A menos, por supuesto, que me ayudes. Después de todo, es tan difícil
comunicarles algo a los Reducidos…

Justen no supo cómo lo hizo, pero era como si pudiera moverse tan rápido como los
capitanes de visita, de repente él estaba justo encima de Vania, agarrando sus estrechos
hombros.

—¿Qué le has hecho a Remy? —gritó.

—Nada —su voz tembló cuando se liberó del agarre—. Pero, Justen, sabes que la
traición es una clara causa de arresto, no sólo para el traidor, sino para toda su familia.

—No le harías, no podrías haberle hecho nada a Remy. Ella está viviendo en tu casa.

Y, sin embargo, ¿no era eso lo que había temido todo este tiempo? Nunca pensó que
Vania, de todas las personas, podría traicionarlo. Traicionarlos a ambos. Habían crecido
juntos, se habían amado como hermano y hermana, o al menos eso había creído
siempre. ¿Era esto lo que la revolución había hecho con ella?

Los ojos de Vania se estrecharon.

—¿Estás acusando a mi padre de favoritismo? Eso no lo haría mejor que la reina


cuyo papel era deponer.

—Remy no ha hecho nada. Para garantizar su seguridad, he estado guardando mis


pensamientos acerca de la revolución para mí mismo. ¿No crees que, si hubiera querido,
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habría podido pelear fuerte y largo contra todo lo que estaba pasando ahí abajo?

Ella soltó un bufido.

—¿Quieres que admire lo ineficaz que ha sido tu traición?


—Vania, amas a Remy. No puedes dejar que le pase nada.

—Eso es precisamente lo que te estoy diciendo.

Justen se pasó las manos por el pelo, se alejó unos pasos y regresó.

—No harás nada —insistió, tratando de convencerse a sí mismo—. Serías una tonta
si lo hicieras. Si se llega a saber, Remy es una Helo. La gente de Galatea no lo toleraría.

Por no hablar de la gente de Albion. Si Isla necesitaba una excusa para envidiar,
Remy Helo podría serlo.

—Espero que tengas razón, Justen. Pero si no la tienes, dudo que la Amapola
Silvestre pueda irrumpir fácilmente en la cárcel de Halahou una vez más.

¿La Amapola había irrumpido en la prisión? El hombre era más hábil aún de lo que
Justen había pensado.

—Vania. Escúchate a ti misma. Escucha lo que estás diciendo. ¿En verdad estás
viniendo hacia mí y amenazándome con encarcelar a Remy? ¿Torturar a Remy?
¿Reducir… a Remy?

Ahí estaba, el más débil brillo de vacile en los ojos de Vania, pero un segundo
después se desvaneció, reemplazado por una expresión serena.

—No va a llegar a eso. Vas a ayudarme a buscar la Amapola, Justen.

Justen sacudió la cabeza con incredulidad. Vania estaba perfectamente tranquila,


pero era el aplomo de un fanático. Justen recordó cuando las cosas le habían parecido
tan simples. La revolución era un bien moral, sin importar su precio. Y entonces,
cuando había venido por primera vez a Albion, no le había dado mucha importancia a
nada más allá que ser amable con Persis y la princesa para impulsar su investigación.
Pero ahora que había visto a una Reducida natural, ahora que había hablado con las
víctimas galateanas, ya nada era lo que parecía. Miró a Vania. A su amiga Vania; su
aliada Vania; su hermana adoptiva, Vania, y ni siquiera la reconoció.

—No lo haré.

Ella se puso rígida y su expresión se tornó seria.

—Entonces creo que tú serás el que Reduzca a Remy.

Comenzó a alejarse y Justen intentó agarrarla.

—¡Espera! No puedes hacerlo.


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Pero Justen, el médico, que pasó sus días y sus noches con la nariz enterrada en los
libros, no era rival para un miembro superior de la milicia de Galatea. Rápida como
nadie, ella barrió sus piernas. Aterrizó con fuerza sobre su espalda, su cabeza rebotando
contra el suelo de piedra con incrustaciones. Por un momento su visión se volvió
borrosa, y cuando se despejó, Vania estaba cerca de la puerta.

—Aunque supongo —dijo ella, su tono reflexivo—, si lo piensas, siempre fuiste


tú.

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Capítulo Veintiséis
Persis salió del ascensor y alcanzó a los visitantes que estaban agrupados alrededor
de los planeadores sobre el césped y hablando a pesar de lo tarde que era. En la medida
en que se acercaba, vio que había un miembro más en ese momento en el grupo. Echó
un vistazo en la oscuridad a la joven mujer en ropas oscuras.

Vania Aldred. Otra vez. Estaba a punto de tener una conversación muy firme con el
guardia de seguridad.

Un flutter con forma de orquídea zumbó contra su mano. Dio un golpecito a un lado
de su wristlock para permitir que el mensaje entrara.

Me alegra oír por Justen que ningún daño les ha ocurrido a nuestros invitados.
Supongo que no puedes acorralar a los exploradores ¿no es cierto?

Tengo noticias increíbles. Uno de los vasallos de la realeza de Albion ha hecho


contacto con el Argos, y gracias a los mensajes de los capitanes y el canciller
Boatwright, han sido persuadidos de embarcar en la bahía de la corte real tan pronto
como mañana. En honor a su llegada, planeo presentar al grupo de Argos a la
sociedad de Albion en una gala masiva en celebración durante la noche de mañana.

¿Crees que tendrán algo decente para usar?

Todo mi cariño.

Persis apenas prestó atención al mensaje, toda su concentración estaba en la


revolucionaria galateana que de algún modo se las había ingeniado para infiltrarse entre
los guardias que había apostado a ambos lados: en el ascensor y de la entrada hacia la
finca. Los revolucionarios, de algún modo en la última hora, se habían vuelto casi
amigos cercanos y personales con los visitantes de algún lugar más.

¿Dónde estaba Justen mientras todo esto ocurría? ¿Había sido quien había dejado
entrar a Vania? ¿Había sido él quien le había presentado a los visitantes?

—¿Dices que nieva en el lugar en el que vives? —estaba preguntando Vania


mientras Persis se aproximaba—. ¿Nieve real? Sorprendente. Dime cómo es eso del...
invierno, cuando los días tienen unas pocas horas de duración.
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—Mortal —dijo Kai, como si eso diera por finalizado el asunto.

—Bueno, pero qué sorpresa verla nuevamente Ciudadana Aldred —dijo Persis.
—Señorita Blake —la mujer pelinegra se volteó y le dedicó una profunda y extraña
reverencia, que puso al resto del grupo incómodo.

Así que este era el modo en que ella quería jugar. Actuando como la reg pisoteada,
como si eso fuera un motivo más para la revolución. Persis sonrió. Ella podría jugar esa
partida con ella.

—Deberíamos llamarnos "Persis" y "Vania", ahora —dijo Persis—. Después de todo,


seremos prácticamente hermanas después de que Justen y yo nos casemos —la chica se
encogió levemente. Interesante—. Además, nunca puedo recordar si lo correcto sería
llamarte por tu título militar o por el que tu padre y tú comparten.

—"Ciudadana", es el modo de remarcar nuestra igualdad, señorita Blake.

—Lo es, ¿verdad? —Persis gorgoteó—. Y aún así, la verdadera igualdad yace no en
los nombres sino en las acciones —tomó la mano de la mujer y se dirigió con ella lejos
de los visitantes—. Dime ¿qué te trae a mis tierras tan tarde?

—Eso es mi culpa, Señorita Blake —dijo Andromeda. Maldijo el insanamente buen


oído de su invitado. ¿Y qué era eso de Señorita Blake? Andromeda la había estado
llamando "Persis" desde que se habían conocido. Y allí había una mueca en la pálida
expresión de la mujer que Persis no había notado antes—. Vania nos llevó a Tomorrow
y a mí en su bote durante todo el día. Hemos recorrido toda la costa de Albion mientras
nos contaba acerca de su país.

—Qué lástima —murmuró Persis, y continuó en voz más alta—. Me refiero a lo que
ocurre en Galatea. Afortunadamente, estamos a salvo de toda esa inmundicia aquí.

—Y de lo que nosotros estamos a salvo en Galatea —replicó Vania en el mismo tono


dulce—, es de la tiranía de estúpidos aristos que regían sobre nosotros sin ninguna otra
razón más que simple existencia.

—Me gustaría ver un país en el que no hubiesen Señores —dijo Andromeda—. Solía
leer sobre ellos en los libros y me pregunto qué clase de lugares eran.

—Estoy segura de que un lugar así, sería encantador —dijo Persis rápidamente—.
Pero la tiranía puede provenir de aquellos que no se hacen llamar Señores, también.

—Cierto —dijo Kai—. Y no te hubiera hecho daño decirnos dónde es que habían ido
Ro y tú, Andromeda. Elliot y yo hemos estado seriamente preocupados.

—Está bien —dijo Andromeda—, lo decidiremos como un grupo. Voto por que nos
vayamos de aquí y nos dirijamos a Galatea. Estoy harta de tener que atenerme a que un
puñado de Señores y Princesas digan dónde puedo o no estar.
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—¡Excelente decisión! —gritó Vania mientras Persis observababa, horrorizada—.


Podríamos irnos en este preciso instante si lo desean. Es tan sólo un viaje corto desde
aquí hasta el extremo norte de Galatea...
Persis se rehusó a entrar en pánico. Aunque por la petulante sonrisa de Vania, la
galateana estaba claramente esperando esa respuesta. En cambio, decidió responder.

—Oh, querida. Quizás tengamos que postergar el viaje por un día o dos. Acabo de
recibir un mensaje de Isla de que su barco se encontró con los Argos y se está dirigiendo
de regreso a Albion.

—¿Por qué no le mandas un mensaje a tu monarca y le dices que de vuelta su barco


nuevamente? —sugirió Vania—. Y le dices al Argos que se dirija a Galatea también. No
queremos mantener a los invitados aquí contra su voluntad, ¿no es cierto?

—Pero su Alteza, la princesa, estará decepcionada —Persis hizo un mohín—. Ella


estaba planeando una celebración para la noche de mañana, para darles la bienvenida a
la sociedad de Albion. Significaría tanto para la gente de nuestro país. Puedes ir hacia
Galatea apenas termine ―o nunca, de ser posible―. Será tan divertido. Fiesta, música y
bailes.

—¿Bailes? —preguntó Tomorrow con esperanza, mirando a Elliot y a Kai para


confirmarlo.

—Ahora, lo has logrado —dijo Andromeda con un bufido—. Ro mataría por un


baile.

Elliot paseaba la mirada de la una a la otra, entre Persis y Vania. El Canciller, Persis
decidió, había dicho muy poco, no más de lo necesario, y aún así Kai hacía referencia a
ella en todo lo que hacía. De hecho, la única cosa en la que los había visto en
desacuerdo había sido, temporalmente, había sido en la insistencia de Elliot en volar su
propio planeador para buscar a sus amigos. ¿Cómo sería tener un amigo con el que
siempre concuerdes? Y estar enamorada de él también. Persis difícilmente acordaba
siempre con sus mejores amigos, y la única persona por la había estado cercana a
enamorarse, había resultado ser un mentiroso y un criminal de guerra. Quizás su
problema fuera su gusto en hombres.

O el hecho de que era una mentirosa un poco extrema, por sí misma.

—Creo —dijo Elliot—, que deberíamos aguardar antes de visitar la otra isla hasta
que nos reunamos con el resto del grupo. Y quizás, le debamos la asistencia a esa
celebración a la princesa, si vamos a ser invitados de honor.

—Dejemos a la Ludita decidir —refunfuñó Andromeda. O al menos, eso es lo que


Persis creyó oír—. Siempre podemos contar contigo para ponerte del lado de los aristos.

—No existen esos lados —dijo Elliot.


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—Sí, no hay lados —concordó Persis—. Naturalmente, recomiendo fuertemente no


visitar Galatea. Mi padre ya ni me deja ir allí. Piensa que es peligroso. Supongo, sin
embargo, que con una escolta como Vania, estarás relativamente a salvo —aquí sonrió
afectada en dirección a Vania, quien le regresó una mirada de acero—. Todo lo que
pedimos es que puedan quedarse un día más para asistir a la fiesta. Seguramente un día
más en Albion no será una molestia, especialmente ya que tus amigos están recién
llegando. La fiesta será espectacular, todas las luaus de Isla lo son. Y me ha instruido
acerca de procurar que cada uno de ustedes tenga un traje acorde al evento. Todos
aquellos que sean importantes en Albion estarán allí.

—¿Y cómo definen "todos" en este lugar? —preguntó Andromeda secamente.

—¡Andromeda! —dijo Elliot—. ¿Podrías dejarlo de una vez?

—¿Podrías tú? —el capitán con el pelo de color arena devolvió. Luego volvió a
Persis—. Y mientras estamos en ello ¿cómo defines "traje"?

—Yo me quedaré también, Andromeda —Vania sonrió—. Y de ese modo podremos


asegurarnos de que la Señorita Blake cumpla con su promesa de dejarlos a todos ir una
vez termine la fiesta.

—¿Dejarlos ir? —dijo Persis—. No los estoy manteniendo prisioneros.

—Los guardias apostados en el ascensor le permiten a uno creer lo contrario.

—Bueno, ya sabrás de los guardias.

¿Vania Aldred, una capitán de la armada revolucionaria, partidaria de arrestar aristos


por cualquier sutileza imaginada: una torturadora de hombres, mujeres y niños,
acusándola de intentar mantener algunos rumores desagradables de espiar a los
invitados antes de lo políticamente apropiado? Tal y como eran la cosas, Persis casi
muerde su lengua para evitar decir algo más. Después de todo, los guardias estaban allí
en pos de mantener a Vania fuera, pero mencionar ese hecho en voz alta no les
granjearía puntos extra ni a Isla ni a Persis por parte de los visitantes.

Y si Vania pensaba que pasaría la noche en Scintillans, Persis tenía algunas noticias
para ella.

—¡Fantástico! —dijo al final—. Debo confiar estas maravillosas noticias a Isla y así
a primera hora mañana, empezaremos con las vestimentas —se volteó a la galateana—.
Buenas noches, querida Vania. Estoy segura de que sabes el camino de regreso.

—Sí —replicó la revolucionaria—, pero no me iré lejos.

Después de que Persis había emprendido la partida de los visitantes, le envió un


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flutter a Isla acerca del desarrollo, y se aseguró de que Vania se había ido de sus
propiedades, encontró que Justen estaba encorvado sobre un sillón en la sala de estar.
No estaba prestando atención a ninguno de los oblets brillando a su alrededor. Había
pilas de nanorectores en el escritorio frente a él. La mitad estaban comprometidos en un
complejo modelo de lo que Persis asumió era un cerebro humano. Los otros los estaba
modificando abstraídamente en formas al azar: una flor franchipán, un ciclón, una
sombrilla, y una nutria.

—Isla no estará contenta de saber que fallaste en reportar quién fue la que llevó tan
vigorosamente a la capitana Phoenix y a Tomorrow lejos de aquí —dijo Persis
deteniéndose frente a él.

—Lo importante es que están de vuelta —replicó monótonamente.

—Sí. Sus cabezas llenas de todo tipo de prejuicios contra la princesa, por no hablar
de mí, y todo tipo de fantasías acerca de lo que realmente es Galatea. Ella casi los ha
convencido de partir esta misma noche. Y aquí estás tú, escondiéndote detrás... ¿de qué
exactamente? –gesticuló hacia los nanorectores.

—No soy un operativo político —dijo haciendo un gesto de desagrado—. No puedo


hacer esto. No puedo hacer todo el acto de la corte como lo haces tú, Persis. No puedo
sonreír y ser encantador y pretender que nada me molesta. Preferiría alejar a Vania del
pali esta misma noche, en vez de enredarme en una batalla de palabras con ella.

—Bien. Ignora a Vania —eso sería aceptable, pensó Persis—. Pero tú, de toda la
gente, puedes hablar libremente de lo que exactamente está ocurriendo en tu país.

Sus hombros se elevaron un centímetro o dos en un breve encogimiento, y su rostro y


voz se veían algo nostálgicos.

—Oh, claro. Soy una fuente muy confiable de información para el grupo de Argos.
Son las personas más valientes de las que haya oído. Dejaron su hogar en busca de lo
que podría ser la misma nada. Lucharon contra toda su sociedad para construir su barco
y aventurarse al mar. Se encontraron con extrañas islas llenas de gentes, animales y
cosas que parecen haber provenido de la imaginación. Ellos ciertamente tienen motivos
para confiar y simpatizar con un cobarde que huyó y vive como un ocioso y cuidado
hombre aristo.

Su odio por sí mismo borboteaba por toda la mesa. Persis casi retrocedió en pos de
evitar que este cayera a sus zapatos.

—Ni siquiera sé por qué intento hablar de esto contigo. No soy más que un actor para
tu princesa. No puedo ayudar en el sanatorio, no puedo ayudar a mi hermana...

—¿Qué es lo que ocurre con tu hermana? —interrumpió antes de poder detenerse. Si


Remy estaba comprometida, Persis necesitaba saberlo.

—Ella está en Galatea ¿Qué más necesita para estar en peligro? —soltó. Restregó las
manos por sus cabellos, su rostro cabizbajo en profunda contemplación—. No puedo
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siquiera hablar con ella. Siento que están filtrándose mis mensajes o algo. Imagina lo
que piensa de mí en este momento. Todas las historias que deben de estar circulando
acerca de nosotros ahora: acerca de mí y cierta... aristo
Cierta estúpida aristo, estaba obviamente planeando decir. Qué dulce: estaba
preocupado por sus sentimientos. Por primera vez.

—Y la verdad tampoco es mucho mejor, desde su perspectiva. Soy un traidor a todo


lo que cree.

¡Si tan sólo lo supiera!

―¿Crees que tu hermana es como Vania?

—No, creo que es una niña —se encogió—. El Ciudadano Aldred es el único padre
que ha conocido. Por supuesto, lo apoyará. Tal vez si hubiera estado más para ella, en
vez de estar en el laboratorio todo el tiempo...

—Tiene catorce —dijo Persis—. No creo que sea tanto una niña como crees —¿pero
era tan adulta como Persis esperaba? Sabía que los miembros de su familia la
subestimaban. Persis, de entre todos ellos, entendía cómo eso podía fácilmente ocurrir.
Pero Justen conocía la niña mejor que ella. Si la presión cayera sobre Remy Helo... si
Vania de desesperaba... ¿podría llegar a quebrarse?

—No has conocido a Remy —dijo Justen, sonriendo con arrepentimiento—. Era tan
joven cuando nuestros padres murieron, lo que la hace algo intensa cuando a la familia
refiere, acerca de proteger la gente que ama... —retrocedió—. Y tal vez yo también
tenga algo de ello. No podría jamás dejar que algo le pasara. Es la única familia que
tengo.

Curioso. Remy había dicho exactamente lo mismo. Y aquí estaba Persis en el medio
de ello. No podía decir si el Ciudadano Aldred lastimaría a Remy por las acciones de
Justen, pero si el trabajo de Remy en la Liga era descubierto, ella de seguro sería
Reducida... o peor. Y Persis no podía responder por la seguridad de Justen en Albion,
tampoco. Sin importar lo que Isla había dicho ayer, Persis encontraría el modo de hacer
responder a Justen por su trabajo de la droga de Reducción. El mayor peligro para
ambos Helo era la misma Persis.

Qué extraña familia era esta, que clamaban protegerse los unos a los otros en
compañía de gente que sospechaba podría lastimarlos. Entonces, nuevamente, ella le
había permitido a Justen cuidar de su madre, habiéndolo hecho porque quería creer que
él deseaba ayudar a los Oscurecidos más que lastimar a un aristo. Se lo permitió porque,
tal y como Isla había dicho, tenía la esperanza de que él pudiera curar a su madre, que
podría curarla a ella, superar cualquier odio que pudiera sentir por lo que les había
hecho a los refugiados. Sin importar los crímenes que había cometido, si guardaba el
secreto de cómo detener el DRA, a él se le tenía que permitir trabajar.
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—No quiero a Remy en Galatea por más tiempo —Justen estaba diciendo ahora —,
si mis mensajes a ella están siendo interceptados, pienso que es momento de que la
Amapola Silvestre se involucre.
La risa de Persis era alta, vibrante y no del todo falsa. La Amapola Silvestre estaba
ya bastantemente involucrado.

—Estoy segura de que estará aliviado de que empieces a tomar esas decisiones por
él.

—No era mi intención... —Justen parpadeó.

—¿...sonar como un aristo mandón? —Persis terminó—. ¿Qué tal si la Amapola está
ocupado con algo grande? ¿O tal vez decidió desechar todo el asunto y zambullirse
desde el acantilado por diversión y beneficios? No puede ser más peligroso, ¿verdad?

—Bueno, Isla dijo que le gustaban los desafíos. Y el palacio real en Halahou... esa
fue una meta difícil.

—Pienso que deberías dejar de panear eventos para la Amapola, Justen —dijo algo
molesta. Se podría meter al palacio. Si lo quisiera. Y tenía suficiente discutiendo acerca
de la Amapola Silvestre con Justen. Podía pedir por la extracción de Remy una vez la
situación en las islas calmara, pero sería ella quien decidiera cuándo su informante
necesitara irse de Galatea.

—Si Noemí alguna vez me respondiera, le pediría que nos pusiera en contacto —
Justen sacudió su cabeza—. O tal vez la princesa serviría.

Persis se mantuvo en silencio, temiendo que Justen uniera los puntos si se detenía a
pensarlo. La única persona que ambas tenían en común era ella misma.

—Me pregunto —dijo Justen—, ¿crees que Tero es la Amapola Silvestre? Sé que
hemos estado creyendo que la Amapola era un aristo, pero quizás no lo es.

Está bien, ella y sus amigos de la villa de los Scintillans. Pero incluso esa suposición
era demasiado cerca para sentirse cómoda.

—¿Tero? —dijo apartando el cabello de su hombro—. Él tiene demasiados deberes


de gengeniería en la corte. Además, lo conozco hace años. No es del tipo sigiloso. Ni
siquiera puede mantener sus sentimientos por la princesa en secreto.

—Sí, pero recuerda cómo golpeó a ese Lord en la Isla del Recuerdo el otro día.

Cierto. Le había dejado pensar a Justen que Tero era responsable de eso.

—Y si Isla lo estuviera ayudando, él tendría el dinero y la excusa para hacer los


viajes a Galatea que necesitara ¡Y los disfraces! Él es un gengeniero, así que tiene
acceso a los códigos del laboratorio para obtener el genetemp que quisiera. Tiene mucho
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más sentido que cualquier aristo aburrido de Albion que no sepa nada de esas cosas de
espías.

—¿Tiene más sentido que un recientemente recibido gengeniero sepa algo de cosas
de espías? —Persis actuaba como si tuviera que contener su risa—. Eso es absurdo,
Justen. Créeme, conozco a ese chico de toda la vida —lo que era el motivo por el que
confiaba en Tero dentro de la Liga, y el porqué no quería que Justen anduviera
husmeando a su alrededor ¿Por qué, después de todo ese tiempo, quería que el espía
buscara a su hermana? ¿Y por qué estaba tan curioso acerca de quién era?—. Además,
¿a quién le importa quién sea la Amapola? ¿No es lo importante que sea efectivo?

¿Estaba Vania todavía intentando encontrar a la Amapola Silvestre? ¿Acaso había


recurrido a Justen por ayuda?

—A todo el mundo le importa, Persis —dijo Justen—. Es de lo único de lo que todo


el mundo habla, de ambos lados del mar.

Eso ella ya lo sabía.

—Oh, Justen, no sabía que estabas interesado en los rumores.

—Tiene que ser Tero —dijo sin prestarle atención—. Mira el modo en que mantiene
su cabello... Nadie aquí corta tanto su cabello. Tal vez sea por el tema de los disfraces.

Ahora Persis realmente quería reír. Sí, seguramente el cabello corto habría sido una
bendición para ella a la hora de disfrazarse. Quizás debería dejar extender un rumor
acerca de su nuevo gusto en cortes y hacerlo.

—Esperaré ansiosa por la respuesta de Tero cuando se lo preguntes mañana en la


celebración —ante la expresión confundida de Justen, ella le explicó los planes de Isla
tanto como el hecho de que Vania se había invitado a sí misma a ir.

Su expresión decayó, lo que encendió una punzada incómoda en el pecho de Persis,


la cual ella ignoró firmemente. No le importaba si él se veía desalentado. Ni cualquier
otra cosa que hiciera en la medida en que no lastimara a los refugiados.

—Otra fiesta —dijo—. Otro día lejos del laboratorio. No entiendo cómo alguno de
ustedes tiene algo que celebrar con todo el sufrimiento que hay. Tú, por sobre todos
ellos, Persis. ¿Cómo puedes preocuparte por vestimentas y peinados en vez de en el
hecho de que esta es la primera fiesta a la que tu madre está demasiado enferma para
poder asistir?

Ella se paralizó.

—Lo siento. No quería decirlo así —dijo Justen empalideciendo.

—Lo hiciste —respondió sin rodeos—. Me ves y odias el hecho de que pueda poner
la enfermedad de mi madre lejos de mi mente mientras le digo a Isla qué zapatos
combinarían mejor con su vestido.
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—Ella usa blanco, Persis. No puede ser tan difícil.

—¿No lo es? Tú hazlo —ahora estaba nuevamente a salvo en su rol, pero su mente
tenía una erupción de ideas. Él realmente no podía tragar la idea de divertirse mientras
la gente sufría. Y aún así estaba haciendo preguntas acerca de la Amapola como si
hubiera sido enviado en una misión por sus enemigos. ¿Qué era? ¿Quién era? ¿Cómo
podría distinguir la verdad?

Un flutter se apresuró dentro de la habitación; deteniéndose en la cabeza de Persis y


cambió perezosamente su trayectoria hacia su palma. Una orquídea. Era Isla.

Debemos discutir los requerimientos de la vestimenta de los invitados. Llámame


inmediatamente.

Tomó un respiro profundo antes de enviar la respuesta.

Sí, Su Alteza.

Justen no recordaba haber caído dormido en su escritorio, los nanorectores aún duros
por el trabajo, los oblets aún brillando, pero cuando despertó, fue para encontrar una
Persis envuelta en un kimono de pie sobre él sacudiéndolo por los hombros.

—Sólo quedan cuatro horas antes de que tengamos que partir a la corte. ¿Al menos
sabes qué es lo que vestirás?

—Elígeme lo que quieras —gruñó, pestañeando—. Estoy seguro de que Isla


preferiría que nuestra vestimenta hiciera juego, de cualquier modo.

—Oh, ¿tú también? —Dijo poniendo los ojos en blanco—. ¿Acaso debo vestir a cada
persona en esta isla por mi propia cuenta?

—Creí que eso era lo que te gustaba hacer ―había algo al borde de su mente que no
podía terminar de atrapar. Algo acerca de la noche pasada. Después de que Persis se
había ido, se había enfurecido un poco, incapaz de poder dormir o hacer algo por su
hermana, regresó a trabajar. Se restregó las manos por el rostro y alternó sus notas—. La
moda. La diversión. Nada que pueda ser remotamente considerado serio.

—No me quieres ver seria, Justen —Persis le dirigió una mirada—. Eso puedo
prometértelo.
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Los nanorectores en su escritorio estaban parpadeando en azul y verde, indicando


que habían completado la tarea que Justen les había configurado. Mientras Justen
miraba el modelo que había construido con su programa, rotando silenciosamente sobre
el escritorio, todo se ordenó en su mente.
Observando con fascinación el modelo, la apartó con un gesto de la mano.

—No me importa lo que use Persis. Ponme en lo que sea que te plazca. Tengo cosas
más importantes en mi mente.

Mucho más importantes. Quizás acababa de encontrar un modo de parar con todo.

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Capítulo Veintisiete
Elliot North pensó una vez que los coloridos terciopelos y sedas que los Post usaban
en casa eran llamativos y exagerados. Ahora, gracias a las los servicios de Persis Blake,
se dio cuenta de cuán pequeña había sido realmente su visión del mundo. Ahora sabía lo
que era llamativo. Ni las fábricas más brillantes en la ciudad Channel eran similares a
las modas albianas.

—No puedo usar eso —dijo Elliot cuando Persis le mostró el vestido que había
elegido para la fiesta.

—Sé que se ve terriblemente complicado —replicó Persis—, pero el cierre va justo


aquí, y sólo debes meterte en él, y luego lo enrollaremos cuando estés dentro.

Eso no era exactamente a lo que Elliot se refería, pero de alguna forma se había
encontrado a sí misma metida en el traje de todas formas. Jadeó cuando vio su reflejo en
el espejo. Sus curvas habían sido empujadas, apretadas, levantadas y restringidas
(lastimadas, realmente) para revelar la figura usualmente escondida bajo sus pantalones
de trabajo y overoles. Su cabello había sido engominado, abrillantado y rizado hasta que
cayó en brillantes anillos hasta la mitad de su espalda.

—Pero para un toque realmente exótico —dijo Persis—, creo que necesitamos
maquillaje. Siéntate. —Elliot, con imposibilidad de resistir ahora, se sentó y dejó a
Persis trabajar en su rostro con una paleta del tamaño de un plato para cenar. La aristo
albiana era rara, eso seguro. Cuando Elliot la conoció por primera vez, había pensado
que Persis era igual a su hermana Tatiana: linda, rica, mimada y perezosa. Y aunque las
tres primeras eran ciertas, estaba empezando a dudar de la cuarta.

—¿Persis? —preguntó mientras su bella anfitriona pintaba sus labios con una pluma
gruesa—. ¿Puedo preguntarte algo?

—Mientras no muevas mucho la boca.

Elliot tomó una respiración profunda y levantó su mirada hacia la otra chica.

—¿Porqué finges ser estúpida?

La brocha se quedó quieta en los labios de Elliot. Persis volteó hacia la mesa para
buscar una toallita.

—¿Crees que soy estúpida?


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—No, no lo creo —Había visto a Persis, sus momentos de seriedad, su necesidad de


ayudar a Elliot y Kai cuando se preocuparon por la pérdida de sus amigos. La había
visto enfrentarse a la revolucionaria vestida de negro cuando Andromeda y Ro
volvieron. Persis había actuado como si no le preocupara nada en este mundo, pero cada
palabra estaba adornada cuidadosamente para causar impacto máximo—. Pero veo que
finges serlo y no sé por qué. Si eres heredera de esta finca, ¿no sería mejor tratar de
ganar el respeto de los lugareños?

Persis se encogió de hombros.

—No realmente. No tendré ningún poder una vez que me case, así que es mejor no
pasar mi vida arrepintiéndome de que una vez fue mía.

Qué extraña manera de hacer las cosas tenían en esta isla. ¿A quién le importaba si el
heredero era hombre o mujer? Y aún, Elliot sabía algo acerca de mandar su poder
oficial.

—Administré mi finca por años sin algún poder. Se suponía que mi padre estaba a
cargo, pero no dirías lo mismo si lo vieras desde el interior.

—Hermoso de tu parte, Canciller. Y aun así, renunciaste a todo por un hombre, ¿no
es cierto? —Había un filo en la amabilidad de Persis esta vez, y Elliot era quien lo
recibía. Pero ya no era la chica asustada que vivía bajo el ala de su padre. Era una Lady
Ludita y una exploradora del Flota Nube, y sabía que la pintura, las ropas y el cabello
eran más que moda para Persis Blake. Eran su armadura.

—¿Ves a lo que me refiero? —dijo Elliot— Si no te importara, no te enfadarías.

—Estoy enfadada —Persis arrastró las palabras como si fuera una palabra de un
idioma extranjero—, porque estás poniendo en duda mis decisiones de vida. En mi casa.
Mientras te visto con ropas que compré para ti. Ahora, quédate quieta mientras te
arreglo los ojos.

Elliot suspiró y cerró los ojos mientras Persis empezaba a pintarlos con dorado.

—Lo siento —dijo—. No estoy siendo una huésped muy agradable. Es sólo que de
donde vengo, una mente es un producto precioso. Nuestro producto más precioso.

—¿Dices que actúo como Reducida?

—Digo que cuando la inteligencia humana es todo lo que mantiene al mundo vivo,
deberíamos usar cada gota.

Elliot abrió los ojos. Persis estaba mirándola muy seriamente.

—De donde yo vengo —dijo la bella aristo—, una mente es preciosa, pero temporal.
En Galatea, las destruyen como forma de castigo. Y en todo caso, están aquellos que
perderán las suyas con el tiempo, y no hay forma de prevenirlo. Yo podría ser una de
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ellos, Elliot. Sólo podría.


Justen terminó siendo literalmente casi arrastrado de su escritorio por dos sirvientes
de Scintillans a los que les importaba poco cómo se presentaba a una fiesta a la que
ellos no iban. Estaba bañado, en agua perfumada, afeitado, arreglado y encajado en un
par de pantalones de seda y una chaqueta azul oscura de seda con un collar mandarín.
Luego de que todo hubiera terminado, Justen se pasó frente al espejo en su habitación y
admitió que Persis de hecho podría haber marcado su talento por las ropas que siempre
reclamaba. El material no era tan oscuro como su acostumbrado negro de revolución,
pero la riqueza del azul tampoco se veía extraña en su piel. Las líneas del traje eran
simples y ajustadas, y el diseño carecía de todos los adornos sin sentido que llevaban
todos en la corte albiana. El material estaba sutilmente regado con unos
resplandecientes hilos dorados y la chaqueta se abotonaba en el frente con un arco de
zafiros estrellados.

Probablemente hubiera estado bien sin los zafiros.

Con eso dicho, la fiesta era la oportunidad perfecta. Vería a Isla nuevamente y podría
comunicarle la importancia de ponerse en contacto con la Amapola Silvestre tan pronto
como fuera posible. Con la información que Justen le había dado sobre los prisioneros,
el espía habría convenido en poner a la hermana de Justen al principio de su lista de
prioridades. Por primera vez desde que tío Damos había empezado a usar su droga,
Justen sintió un rayo de esperanza.

Mientras salía hacia la terraza, vio a otros invitados esperando la partida de la corte
real. Sus ojos fueron primero a Tomorrow. La bella y despreocupada Tomorrow, que no
podía comprender lo que significaba para la raza humana. Estaba vestida en una
confección sin mangas de color esmeralda con cuello alto y una enorme y espumosa
falda que flotaba a sus pies mientras saltaba de emoción. Su cabello estaba recogido en
una serie de coronas trenzadas que se enrollaban alrededor de su cabeza, asegurados con
flores franchipán amarillas y rosadas, que, Justen pensó, eran un toque agradable por
parte de Persis.

Ambos capitanes estaban presentes. Andromeda en un vestido rojo oscuro asegurado


alrededor de su cuerpo como si fuera alguna diosa antigua. Los voluminosos volantes
estaban recogidos en sus caderas, y ceñidos con gruesos cordones de material broncíneo
que Justen no pudo identificar como metal o tela. Su cabello estaba echado hacia atrás
en una larga cola revuelta intermitentemente con el mismo material. El cabello retirado
de su rostro de esa forma hacía que el rasgo más prominente de la capitana extranjera
fueran sus inusuales ojos azules, grandes y brillantes con su antigua y radical
gengeniería. Persis trataba de causar sensación. Esperó que Andromeda estuviera
preparada.
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El traje del capitán Wentforth era similar al de Justen, aunque las gruesas y plisadas
líneas de su traje gris basalto eran más como del estilo extranjero que había usado
cuando Justen lo conoció. Su camisa era de un ciruela pálido, abierta en el cuello, con
puños abiertos que se extendían más allá de sus muñecas para cubrir una buena parte de
sus manos de trabajador, aunque, en vez de disimularlas, éstas atraían el ojo como una
forma bien situada.

De grupo, Elliot North parecía la más incómoda con la elección de Persis. Su


creación ajustada al cuerpo de color violeta era sin mangas, hundida profundamente en
el cuello que colgaba, y luego caía llanamente en líneas simples hacia sus pies. En
primera instancia, Justen pensó que sólo era el vestido, y estaba sorprendido por la
restricción de Persis. Pero entonces, la canciller se movió, y él vio que tras ella,
abanicándose a cada lado de sus caderas como un vasto juego de alas, había un gran y
estructurado tren en un plisado de tela color lavanda. Las alas variaban en tonos de
crema a púrpura a carbón, y a los tonos ciruela que Kai estaba usando, dándole a ambos
esa atadura visual que hacía explícita la conexión que Justen y todos los demás habían
notado desde que los visitantes llegaron. El cabello negro de Elliot caía en su espalda en
curvas y joyas de fantasía que Justen reconoció sorprendentemente como pertenecientes
a la colección de Persis. Que se las hubiera prestado a la visitante lo tomó por sorpresa,
aunque de hecho reconoció que no debía haberlo hecho. Tan rica como era, parecía
preferir que sus cosas lindas fueran usadas en lugar de ser guardadas para ella, aunque
eso significara dejar a niños refugiados manipular a Slipstream o prestar joyas a casi
extraños.

Justen le asintió a hacia los visitantes.

―¿Estamos listos para nuestro primer luau y todo lo que conlleva? ―Hizo señas
hacia su propio traje con una sonrisa triste. Tres de ellos rieron entre dientes, mientas
que Tomorrow se balanceaba de nuevo.

―Creo que te ves maravilloso ―llegó una clara y suave voz a su lado, y se volvió
para ver a Lady Heloise Blake parada con su marido. Vestía un suave y caído vestido
rosa dorado brillante, que resaltaba el color de su cabello bronce cobrizo. Su marido,
parado a su lado, hacía eco a su esposa con una camisa amarillo cremoso y brocados
caídos granate. Su único adorno era un collar de franchipán, que a Justen ya le habían
dicho que era una tradición en las familias de aristos. Cada Lord vestía su flor oficial en
un collar.

—Lord y Lady Blake —dijo con una sacudida más profunda—. No estaba enterado
de que vendrían.

—No me lo perdería —dijo Heloise, dándole un discreto apretón de manos. Justen


entendió. Como su hija, Heloise debía amar una fiesta, y dada la progresión de su
enfermedad, él dudaba que ella estuviera lo suficientemente bien para ver otra alguna
vez.
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—Todos se ven maravillosos, debo decirlo —la voz de Persis sonó desde algún lugar
tras él. Todos voltearon hacia ella.

Justo como ella esperaba.


Justen debió haber adivinado que si estos eran los trajes que su falsa enamorada
había procurado para sus huéspedes, el suyo los eclipsaría en toda manera. Pero incluso
con ese entendimiento, mientras escuchaba los jadeos a su alrededor, apenas evitó
unírseles. El más pequeño de los terremotos parecía ser un crujido a través de él, del
tipo que bota los pétalos de las flores, mientras Justen notaba el abismo entre lo que se
suponía que debía sentir por Persis Blake y lo que realmente sentía.

Tal vez era la forma en que la había conocido, enferma con genetemps y arrugada
por el código. Tal vez eran sus propios prejuicios contra los aristos, incluso si su
dimisión hacia Persis estaba lentamente siendo derribada por su exasperante
efervescencia, su insinuante orgullo por su familia y su hogar, y su determinada
insistencia de que la vida estaba perfectamente bien como estaba. Tal vez era su propio
sentido de auto preservación, viendo cómo se suponía que debía estar enamorado de
ella. Lo que fuera, Justen se había vuelto un experto en ignorar cuán hermosa hasta el
punto de caérsele la barbilla era la Señorita Persis Blake.

Pero no esta noche.

A primera vista, su vestido parecía ser del mismo tono azul marino que el traje de
Justen, pero mientras se movía hacia ellos, vio mil tonos de verde, azul y negro en la
cuidadosamente acanalada tela que abrazaba sus curvas, y luego en sus rodillas que
parecían olas que se ondulaban a su alrededor cuando se movía, difuminando el color de
la forma que el mar hacía cuando se acercaba a los muelles hasta que finalmente, en el
dobladillo a la orilla del suelo, explotaban en un espumoso blanco. La parte superior
del corpiño tenía el mismo tono espumoso, y su cabello amarillo y blanco estaba
recogido alto en su cabeza, en un arreglo tan complicado que Justen ni siquiera se
molestó en pensar cuánta gente la había ayudado. En su cabello y amarrado entre su
cuello y brazos estaban delicadas tiras de oro que parpadeaban con chispas azules y
verdes de nanotecnología que le recordaban a Justen nada más que...

—Te vestiste como la ensenada estrellada —espetó. Ella sonrió y tomó su brazo.

—Lo notaste.

Los visitantes se disiparon para reunirse con sus compañeros recién llegados tan
pronto como alcanzaron la corte y, ciertamente, a Persis no le dolía decirles adiós. Se
sentía tan curiosa acerca de ellos como lo estaba por todos los demás, pero su llegada
había complicado todo, desde su vida en casa hasta sus planes para la Amapola, y para
Justen.
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Su padre había instalado a su esposa en una de las mesas de jardín cerca del órgano
de agua, que había sido programado para interpretar música animada y movida que uno
pudiera bailar. El agua caía con rapidez entre los altavoces, el tempo creando asaltos de
agua blanca y pequeñas olas. Estaba perfectamente posicionada; lejos de las multitudes
y el escándalo pero no lo suficientemente alejada de las festividades. Tan pronto como
Persis se aseguró que su presencia no sería necesaria, se retiró a buscar a Andrine y
Tero. Sólo para ser guiada de vuelta hacia los visitantes.

—¿No puede esperar hasta después del luau? —Rogó Andrine—. La gente está a
punto de ser presentada a la corte, Persis. Es lo más interesante que pasará en siglos.

—Esto y la cura —dijo, pero cedió, aunque estaba segura que Andrine se sentiría
diferente si supiera cuán sensibles en cuanto a tiempo se habían vuelto sus rescates. Los
aristos podían permitirse esperar, pero los regs estaban en grave peligro desde el
momento en que fueron arrestados por los galateanos hasta el momento en que la Liga
vino a salvarlos.

Pero por ahora, retrocedió y dejó a Isla disfrutar su momento. Su mejor amiga se
situaba en el estrado sobre la costa, su cabello alado en muchos pétalos, puestos para
invocar la orquídea real; y su vestido arremolinándose constantemente gracias a los
nanobots en el cuello hechos para que su falda se moviera como si estuviera en la brisa.

Los visitantes se situaban en arco tras ella. Además de los cuatro que Persis conocía,
el barco trajo una pareja de regs naturales mayores que los padres de Persis, llamados
Almirante y Lady Innovation; así como una docena de miembros del grupo con
nombres igualmente tontos. Aunque los cortesanos de Isla habían tratado de vestir al
resto del grupo Argos antes de su presentación, Persis se sintió un poco complacida al
ver que ninguno tuvo éxito en su misión de darles a los visitantes ropa albiana más
presentable que la de ella.

En otra vida Persis habría visto eso como un triunfo y pasado el resto de la noche
escuchando embelesada sus historias del mar y sus lejanos hogares. Habría bailado toda
la noche con cualquier chico que se lo pidiera lo suficientemente amable, habría
chismeado con sus amigas y luego vuelto a casa con sus padres, todos igualmente
cansados y exaltados por la fiesta.

En lugar de eso, esperó pacientemente a que Isla terminara con las presentaciones
formales, lanzó miradas preocupadas hacia sus padres en la terraza, mantuvo vigilada a
Vania Aldred y trató de trazar el próximo movimiento de la Amapola Silvestre.

El próximo movimiento era Justen. Tenía que serlo. Había hecho demasiadas
preguntas sobre la Amapola Silvestre ayer para ser más que un simple espectador. Y
dado que ella sabía sobre su historia con la revolución, no podía permitirse dejarlo
sospechar cuán cerca estaba de la espía. Había sido lo suficientemente duro actuar
fascinada y coqueta durante el viaje a la corte en barco, y (tal vez para el beneficio de
sus padres) Justen había estado haciendo eso exactamente. El científico triste y frustrado
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con el que había lidiado desde su último viaje a Halalou se había esfumado. Justen había
sido tan alegre como un visón de mar, repartiendo encanto que ella no había visto desde
la noche que cenó con sus padres por primera vez, y no había mencionado a Vania o a la
Amapola Silvestre desde entonces.
Persis tenía sospechas, por decir lo menos. No era más la chica confiada que lo llevó
a la ensenada estrellada para nadar y besarse. Cuando Justen actuaba alegre era porque
algo ocultaba.

Luego de que Isla presentó a los visitantes, y repitieron la historia de su isla natal y la
misión que los había traído hacia Nueva Pacífica, la fiesta formal empezó. Naturalmente
los visitantes eran acosados por huéspedes que querían más información. Invitaciones al
luau habían sido entregadas a aristos y regs por igual, e Isla sólo se quedó a ver con
satisfacción cómo sus súbditos interactuaban. Persis se le unió.

—Una fiesta exitosa, Su Alteza.

Isla rodó los ojos.

—Nunca usas mi título sin risa en tu voz. Incluso puedo oírlo en tus flutters.

—Es tu interpretación —replicó Persis—. No tengo nada que ver con el tono de mi
voz en tu cabeza. Y por lo que vale, tus flutters siempre suenan mandones para mí.

—Oh, no. Eso sí lo pretendo —respondió Isla secamente. Frunció el ceño—. Y


hablando de mandones, aquí viene Shift.

El concejal estaba envuelto en un largo y brillante abrigo de traje, ruidosamente


incrustado con hibiscos hecho de rubíes. Persis deseaba darle algunos Concejos de
moda.

—Hermosa fiesta, Princesa —dijo—. Siempre se puede contar con usted para un
evento como este.

—Gracias, señor. —Isla sacudió la cabeza.

—Una pena que haya tanta gente —dijo dándose aires—, pero supongo que es lo que
pasa al invitar regs a la corte.

—Contando que los visitantes son casi todos regs, difícilmente pude evitarlo —
respondió Isla. Sus ojos oscuros quemaban en su rostro, pero su expresión permanecía
serena. Persis admiraba la resistencia de su amiga.

Tero apareció, una bandeja con dos flautas de kiwino en sus manos.

—¿Te apetece un refresco, Isla?

Shift lo regañó.

—No interrumpas a tus superiores, chico. —Golpeó uno de los vasos de la bandeja
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mientras los tres adolescentes lo miraban atónitos—. Un buen sirviente esperará para
una pausa en la conversación.

—No soy un... —Tero se calló cuando Shift acabó su vaso y se volteó.
—Como decía, estos regulares están olvidando su lugar por completo... —Y se
calló—. Me siento... raro.

—Es la aplicación —dijo Tero, rodando sus ojos—. Como dije, no soy un mesero.
Soy un gengeniero, y acabas de beber mi última sorpresa para la princesa.

Isla miró a su propio vaso de kiwino.

—¿Qué es?

—Si lo hubieras bebido —Tero se encogió de hombros—... Se suponía que sería una
aplicación para detectar mentiras. Pero ya tienes las aplicaciones de modulación de voz
y de calor que te di el mes pasado. Sin esos instalados, no estoy seguro de cómo
funcionará.

Persis reprimió una sonrisa. Tero no se veía ni un poco arrepentido, pero ¿quién
podía culparlo?

—¿Me drogaste? —Shift se veía tan verde como su kiwino.

—Técnicamente, usted se drogó a sí mismo. Nunca le ofrecí una bebida... señor —


miró a los ojos dilatados del aristo—. Creo que debería sentarse.

Isla estaba sonriendo abiertamente mientras bebía un sorbo del otro vaso de kiwino.

—Oh, Tero. Retiro cada cosa mala que dije sobre ti aquella vez que arruinaste el
genetemps. Esto es demasiado entretenido.

—Esto es indignante —Shift arrastraba las palabras—. Tratar con una niña y sus
amigos de los barrios bajos.

—Interesante —El tono de Tero era uno de observación científica. Él y Justen tenían
más en común de lo que Persis hubiera pensado. Tomó a Shift gentilmente por el brazo,
lo llevó a un asiento y las chicas se agruparon a su alrededor.

—No vamos a cometer el mismo error con el chico como lo hicimos contigo —decía
Shift, para el asombro de Persis y el abierto disfrute de Isla—. Sin tu tonto padre
alrededor, no estará tan expuesto a las ridículas ideas sobre igualdad reg.

—Tonto padre —repitió Isla, extasiada—. Por favor, ¡díganme que están grabando
esto!

—Todo son observaciones científicas —dijo Tero. Su oblet estaba en la palma,


brillando en rojo—. Política de la Universidad Real de Gengenieros, Su Alteza.
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—Oh, Tero, podría besarte —Miró a Persis—. Y nota que él dice mi título
apropiadamente.

—Tal vez porque lo besas —replicó Persis. Shift estaba sudando mucho, sus labios
temblando—. ¿Qué le pasa?
—Si tuviera que adivinar —dijo Tero—, es que la aplicación está funcionando en él
como un suero de la verdad. Que es un poco como el detector pero... ¿al revés? —Ladeó
su cabeza.

Bueno, eso era útil. Isla conocía a algunas personas en las que le gustaría probarlo. Y
era ciertamente más fácil que las neuro-anguilas.

—Lo mejor que ha pasado fue aquel accidente —decía Shift, su rostro rojo mientras
miraba a la princesa—. Qué mal que no estuvieras en el bote aquel día.

Persis no se había dado cuenta que su mandíbula podía caerse tanto.

—Creo que es todo lo que vamos a necesitar —dijo Isla—. Más insultos y
demandaré más que su renuncia. También necesitaré su cabeza. —Pero más allá de su
mirada altanera, Persis pudo decir que el comentario había golpeado más que el orgullo
político de su amiga. Aún extrañaba inmensamente a sus padres y hermano.

—Señor —dijo Tero, y ahí estaba el tono de burla que se perdía cada vez que se
refería a Isla como “Su Alteza”—. Me temo que podría estar sufriendo de una
aplicación palmport fallida. Pienso que lo mejor que podríamos conseguirle es un
médico. —Eso, también, era procedimiento de la Universidad Real de Gengenieros.
Tero sólo había tomado un largo rato en llegar hasta ese punto. Un flutter giró en su
mano, sin duda llamando a un médico para hacerse cargo del concejal.

—Tú —gruñó Shift, tan bien como pudo—. No creas que no sé lo que haces. Avaro
y engrído reg. No hallarás tu camino al trono, te lo prometo.

Tero se enderezó, y miró sombríamente al aristo.

—Pienso que el pobre ha sufrido suficiente —dijo, y volvió a abrir su palma


izquierda.

Isla puso su mano encima, cubriendo el puerto antes de que se liberara la droga
paralizante.

—No —dijo suavemente—. Me gustaría que el próximamente ex-consejal Shift esté


despierto para verme bailar con mi novio.

Tero miró a Isla, y esta le devolvió la mirada, con una pequeña sonrisa.

—¿Quieres bailar conmigo? —susurró él.

—Desesperadamente —contestó en otro susurro, antes de aprisionar su brazo en el


de ella y caminar hacia la multitud.
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Persis los miró irse, incapaz de contener la sonrisa. Al menos un romance en esta isla
tendría un final feliz.
—Comuníquele mis condolencias a su sobrino, Lord Shift —dijo al ver llegar al
médico de la corte.

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Capítulo Veintiocho
Por unos buenos quince minutos después de que los visitantes fueran presentados,
Justen no vio a nadie que conociera. La multitud de personas buscando echar un vistazo
de los visitantes lo había separado de ellos, y Persis e Isla no estaban en ningún lado.
Entonces, cuando finalmente logró echarle un vistazo a la princesa, bailando con Tero
Finch como si fuera la cosa más natural del mundo, no quiso interrumpir.
Afortunadamente, pronto se le unieron Kai, Elliot, Andromeda y Ro, quienes habían
encontrado un respiro cuando la corte entera había sido distraída con la escena de la
princesa regente abrazando a un simple gengeniero.

Ah, Albion. No tan igualitarios como les gustaba imaginar. Pero entonces, si Isla y
Tero eran oficiales, entonces sería como el comienzo de algo.

Los visitantes parecían entendiblemente abrumados. Aunque Justen se estaba


acostumbrando a las ropas, flores, perfumes, y flutters en la corte, sabía que a los
visitantes, con sus orígenes tecnológicamente atrasados, todavía con un largo camino.

—Es todo lo que puedo hacer es cuidar de Tomorrow ―dijo Andromeda, alzándose
el vestido—. Pensarías, con todo lo que hay para mirar aquí, que no estarían tan
fascinados por una chica.

—Oh, no están fascinados por una chica ―dijo Kai, riendo—. Tú eres igual de
cautivadora.

Le sacó la lengua a su capitán.

—¿Y tú no llamas la atención?

—Eso creo ―replicó con una sonrisa, pero Justen pudo ver lo fuerte que agarraba la
mano de Elliot.

—No puedo usar cosas como estas. Soy demasiado Ludita ―dijo Elliot, bajando la
cabeza.

—Una Lady Ludita ―corrigió Kai—, y por eso, la única visitante dignataria de
Argos. Recuerda eso ―Elliot asintió, pero no levantó su cabeza. Alguna vez, Justen iba
tener que averiguar el complete sistema político de su tierra natal. Si Elliot era una
aristo, ciertamente no actuaba como tal―. Además ―añadió Kai—, luces encantadora.

Ella alzó la barbilla para mirar a Kai, y él se inclinó, besando su boca lo


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suficientemente suave para no arruinar su maquillaje.

Justen desvió la mirada. Él nunca hubiera pensado que la aristo forastera (o Lady
Ludita, como se llamaba a sí misma) fuera una chica bonita, pero esta noche, todo
parecía diferente. Tal vez era porque estaba usando la ropa de Persis. Tal vez era por la
forma en que ella y Kai se miraban uno al otro. Le recordaba a las miradas que los
padres de Persis se habían dado uno al otro, el amor que Persis había dicho que tenían
en la ensenada estrellada era un punto difícil de encontrar.

En ese momento, Justen había accedido. ¿Quién querría un amor como ese? ¿No te
distraería de todo lo demás que quisieras hacer con tu vida? Pero mirando a Kai y Elliot,
Justen se preguntó si, en vez de eso, el amor era lo que lo hacía posible. Torin y Heloise
habían desafiado las costumbres de su nación y ayudaron a traer un gran cambio social
en Albion. Kai y Elliot habían navegado a todo un nuevo mundo. Él no sabía mucho
acerca de los aspectos íntimos de la relación de sus abuelas, pero sabía que Darwin Helo
había trabajado sin descanso para ayudar a su esposa a traer la cura para todas las
personas de Nueva Pacífica. Si Justen encontraba alguna vez a alguien así, ¿cambiaría
de parecer?

Por supuesto, eso no podía pasar, no mientras estaba jugando con Persis. Persis,
quien se veía tan hermosa esta noche que casi había olvidado el peligro encima de su
cabeza. Además de sueños de un gran amor y compañerismos que cambien el mundo,
sería bueno tener un baile con su novia falsa antes de que la noche terminara. Después
de todo, había puesto mucho esfuerzo en sus vestuarios coordinados.

Tomorrow fue por la multitud hacia el órgano de agua, y Andromeda también fue,
frunciendo el ceño. El resto de ellos observó la fiesta por un momento, Justen buscando
a Persis, Isla, o cualquiera que pudiera conectarlo con la Amapola Silvestre, y Kai y
Elliot viéndose más que contentos de estar a los lados que enfrentarse en el centro de la
corte. El órgano de agua pasó varias canciones y los sirvientes encendieron fogatas
alrededor de la pista de baile para bailes de fuego, pero no podía ver a nadie que
conociera. Andromeda y Tomorrow nunca regresaron, y Elliot parecía verse abrumada
de nuevo. Justen pilló algunas copas de kiwino de un mesero que pasaba y se lo ofreció
a los visitantes.

―Esto podría ayudar.

Elliot le hizo cara al líquido verde pálido, entonces le tomó un sorbo y sonrió,
aliviada.

—Es vino.

—Kiwino.

—¿Vino de… kiwi? —Se rió—. Ustedes sí que tienen la comida más extraña. Lo
más extraño de todo. Pensé que la ropa de la Flota Nube estaban locas, pero esto es…
—Tiró de su falda—, esto es como algo sacado de un libro antiguo. ¿María Antonieta,
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tal vez?

—Siempre fui partidaria de la Revolución Francesa. ―Vania se les precipitó,


quitándole a Justen una copa de vino de su mano—. Sí que saben cómo lidiar con sus
aristos. Buenas noches a todos. ¿Qué tal te parece mi vestuario, Justen? ¿Alcanza a
satisfacer tu gusto aristocrático de la moda?

Sus ojos bajaron de su sonrisa astuta y calculadora hasta su ropa. Vania todavía
usaba el negro revolucionario, pero esta noche traía un vestido de noche corto y brilloso
que no estaría fuera de lujar en un aristo de Albion. Tirantes entrecruzados pasaban por
el corpiño y bajaban hasta las mangas, y había una capa negra encima de sus hombros.
Las plumas brillaban con iridiscencia, y Justen se dio cuenta de lo mucho que debía
haber aprendido de su semana con el aristo de Albion más a la moda. Vania había
escogido un vestuario aplumado específicamente para llevar plumas aristo.

—¿Estás tratando de causar una erupción? ―preguntó, con las cejas levantadas.
Incluso si Isla no había escogido ese estilo de moda en esta noche en particular, las
capas con plumas usualmente estaban reservadas para la realeza, en la tradición antigua.

—Sí —replicó Vania—. Soy una revolucionaria, a diferencia de otras personas que
conozco. —Miró a los visitantes—. Te debo una disculpa.

—Me debes a mi hermana ―le siseó.

—Remy está bien –dijo Vania alzando un hombro—. ¿Honestamente piensas que le
haría algo? Vamos, Justen. Es por eso por lo que quería disculparme. Estaba tan enojada
contigo, por la manera en que nos abandonaste, que te agredí. Lo siento.

Dio un suspiro de alivio. Esta era la Vania que conocía. Y si Remy estaba a salvo,
era todo lo que importaba.

―Me alegro de escucharlo.

—No tanto como yo lo estaré cuando regreses a Galatea conmigo esta noche.

Sacudió la cabeza.

―No puedo regresar, Vania. Nunca.

Sus labios formaron una asustadora línea pequeña.

—¿Por qué? ¿Por Persis? Justen, la ropa está bien y todo, pero hay que ser serios.
Tienes trabajo que hacer.

—Lo haré aquí.

—Oh, no lo harás ―dijo—. Esa chica Reducida se va a ir a Galatea, y no va a


regresar. ¿Piensas que me perdería una oportunidad así? Vi su nombre en todas tus
notas la otra noche. Cualquier trabajo que quieras hacer con ella, y te conozco lo
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suficientemente bien para decir que te mueres por empezar con tus pequeños
experimentos, lo puedes hacer en Galatea o no haces nada.
—Por favor ―se burló Justen—. ¿Honestamente, piensas que los albianos van a
dejarte ir con alguno de los visitantes? Aprendieron su lección después de lo de ayer.

Ahora fue el turno de Vania de reírse.

―Por favor ―se mofó—. Ya se han ido.

La cara de Justen perdió sangre.

—Andromeda Phoenix conoce los trucos aristos. No podía hablar con Kai o su novia
aristo para que vinieran, pero no los necesitamos de todas maneras. La importante es la
chica Reducida, y fue muy fácil convencer a la capitana Phoenix que esos brillantes
aristos no están pensando con los mejores intereses de Tomorrow. No quería a esa
princesa controladora o su estúpido amigo tratando de detenernos tampoco. ―Vania le
dio una sonrisa boba—. Tenemos mentes similares, Andromeda Phoenix y yo. Ya están
a medio camino, y sólo me quedé para darte una última oportunidad de venir también.

La miró en shock.

―Vania, ¿no piensas que Andromeda es también lo suficientemente lista para ver tu
artimaña?

—¿Qué artimaña? ―Se vio desconcertada y un poco herida—. Sólo son los albianos
los que piensan que las cosas están muy mal en nuestro país, Justen. Bueno, los albianos
y tú. Los verdaderos galateanos están mucho más felices ahora.

—Conozco a muchos Galateanos que declararían otra cosa ―gruñó—. Y


Andromeda no estará muy contenta cuando escuche acerca de tus planes para su amiga.

—¿Por qué no? ―Vania desechó sus preocupaciones—. No vamos a lastimar a la


chica. No es como si necesitáramos beber su sangre, ¿verdad? Unos pocos exámenes de
genes. Además, al menos allí tendrá a amigos de su propia especie.

—Las víctimas de la droga no son Reducidos ―gruñó.

—Bueno, tú lo sabes mejor. Por favor ven ―dijo Vania, poniendo una mano en su
brazo—. No quiero que seamos enemigos más. Te quiero tanto, Justen. Eres mi mejor
amigo. Por favor regresa. Podemos arreglar las cosas con mi padre y los pobladores. No
te culpo por haberte desviado del camino. Los aristos pueden ser… desorientadores. Y
sé que padre no te estaba dejando trabajar con los proyectos que realmente querías. Pero
podemos convencerlo. Esa chica Reducida cambiará todo, para DRA y… bueno, para la
revolución también.

—¿Y cómo está eso?


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Vania le dio una sonrisa de lástima.


―Sé lo culpable que te has sentido, Justen. Y, créeme, me siento igual. No está bien
para los aristos. Y es cómo dijiste. Ver a Tomorrow me hizo darme cuenta, la perversión
de su Reducción. No es una Reducción real, ¿verdad?

Justen asintió, aliviado, y tomó a Vania de la mano.

―Me siento de esa manera también. Oh, Vania, muchas gracias. Ver a Tomorrow,
viendo cómo vive, la luz que brilla en ella… No puedo creer que fui tan burdo como
para llamar a los efectos de esa droga de Reducción.

—Exactamente. Para que los aristos consigan lo que se merecen, es lo correcto que
sean realmente Reducidos. Permanentemente. Y ahora que hay una Reducida real en
Galatea, podemos averiguar cómo hacer que pase.

Justen debió haber soltado su mano. Debió haber dado un paso hacia atrás. Pero no
podía decir. Su cuerpo parecía estar adormecido.

―No ―susurró.

Vania se vio confundida, luego enojada.

Hubo un gruñido en sus oídos.

―No puedes ―pensó que había dicho. Lo debió haber dicho, basado en la rabia que
tomó las facciones de Vania.

—Es nuestro turno de ganar, Justen ―dijo, su voz sonaba triste y un poco perdida—.
¿Cómo no puedes entender eso? Hemos sido castigados lo suficiente por lo que nuestros
ancestros hicieron. Es su turno de castigo ahora, y nuestro turno de gobernar.

Una noche, no hace mucho, Justen había flotado en una ensenada iluminada con
estrellas con una chica que le había dicho: Sólo hay una manera de recuperarse del mal
que la humanidad se ha hecho a sí misma: superarlo. Es como dijo mi madre en la cena
la otra noche. Sólo podemos ser responsables de lo que hacemos nosotros mismos.
Cosas malas suceden en este mundo, y somos juzgados por la forma en que
respondemos. ¿Tomamos parte en el mal, o luchamos contra él con todo lo que
tenemos?

Tenía que luchar, pero no podía detener a Vania por su cuenta. Sólo había un hombre
en Nueva Pacífica que podía.

La Amapola Silvestre.
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Justen tomó la mano de Vania y gritó por un guardia. Tuvo el efecto de traer al
menos tres cabezas girar en su dirección, pero no más. Una multitud de cientos, y
docenas de flutternotes en el aire encima de ellos, pero ni una oportunidad de pedir
ayuda.

—¿Qué estás haciendo…? ―luchó contra su agarre, entonces llevó el dorso de su


mano hacia su muñeca.

Se encogió y su agarre en ella resbaló. Ella azotó su rodilla contra su entrepierna.

—¿Intentas comenzar una guerra? ―susurró en su oído mientras gruñía—. No tan


rápido, Justen. Hay mucho tiempo para eso después de que perfeccionemos nuestra
droga.

La tomó de nuevo, pero ella fácilmente lo evadió, se giró, entonces tomó su codo en
su mano. Un dolor se soltó en su brazo.

—Honestamente, Justen, tal vez debiste haber pasado un poco más de tiempo fuera
del laboratorio. ¿Tienes idea de todo el entrenamiento de combate que tuve? ―Lo soltó
y él se fue hacia atrás, jadeando—. Voy a asumir eso como un firme no a mi propuesta.
Una lástima. ―Se mordió el labio—. Pero al menos ahora estoy segura. He intentado
tanto ayudarte, pero has escogido tu camino.

—Vania, no ―La agonía se extendió de su garganta a sus yemas de los dedos. Esto
no era un simple punto de presión. Justen giró sus ojos hacia Vania—. ¿Qué es esto?
―jadeó.

—Oh, no te veas tan traicionado ―dijo, molesta—. Sólo una neurotoxina media.
Podría haber usado algo peor y lo sabes.

Y con eso, se coló en la multitud, dejando a Justen luchando para respirar.


Necesitaba encontrar la estación médica. Pero más que eso, necesitaba encontrar a la
Amapola. Si los rumores eran ciertos, si era un aristo albiano, entonces el espía debía
estar en la fiesta. Pero no tenía idea de cómo empezar a buscar siquiera.

Justen agarró su brazo y buscó entre la multitud con ojos llorosos, pero ni siquiera
vio a nadie que conociera. Persis, Isla, Andrine, ¿en dónde estaban todos?

Persis tenía razón. Debió haber obtenido un palmport como todos los demás en
Albion. En vez de eso, se tropezó hacia la pared del palacio. Si recordaba
correctamente, había un wallport público cerca del baño aquí. Si tenía suerte, incluso
podría haber un kit médico en el baño.

El kit médico que encontró fue estándar, pero aún así contenía una inyección de
adrenalina y una inyección para aliviar el dolor. Las utilizó ambas, entonces se metió en
el wallport, sus dedos haciendo un esfuerzo con cada tecla mientras la medicina tomaba
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efecto.
Noemi, es Justen. Necesito que me pongas en contacto con la Amapola Silvestre
inmediatamente por un asunto de mucha importancia.

¿Cuánto tomaría para que llegara a Noemi? ¿Debería de intentarlo con Isla, también?
Al menos ella estaba aquí.

Justen masajeó su brazo con su mano buena, sudando mientras el dolor irradiaba de
su codo. ¿Cuánto tiempo tendría que esperar? ¿Siquiera podía esperar? Lentamente, la
sensación regreso a sus dedos y hombros, y el dolor bajó. Inclinó su frente contra la fría
pared, respirando pesadamente.

Una pequeña amapola dorada revoloteó por su nariz y se hundió en el wallport.


Justen entonces se giró para leer la pantalla.

Hola, Justen Helo. ¿Qué quieres de mí?

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Capítulo Veintinueve
Persis se movió entre la multitud lo más rápido que pudo con su vestido, la
voluminosa y ondulante tela caía sobre sus piernas como olas reales mientras se movía,
y sus ojos buscaban por todos lados un destello de Justen. El flutter que Noemi le había
enviado sonaba desesperado, ¿pero qué tenía Justen que consultar a la Amapola
Silvestre tan urgentemente en la fiesta?

Otro flutter genérico zumbó en su palma. Ahora que él tenía un flutter de la Amapola
Silvestre, Justen podía contactarla directamente. Era un movimiento arriesgado, pero las
posibilidades de que alguien siguiera un flutter hacia ella, especialmente entre esta
multitud, eran escasas. Deslizó su wristlock hacia un lado para permitir la entrada de su
mensaje.

Necesito verte.

Ella rio.

No lo creo. Tengo una política de no mostrarme a revolucionarios galateanos. Dime


lo que quieres. ¿Tu hermana, supongo?

Finalmente lo vio, apoyado en una columna cerca de uno de los wallports públicos.
Se detuvo a varias yardas de distancia, cerca de un grupo de personas que veían el baile
del fuego. Por el rabillo del ojo Persis vio a Justen leer su flutter y luego golpear su
mano derecha contra el wallport en señal de frustración. Persis entrecerró los ojos. Un
momento después, recibió:

¡No soy un revolucionario! No de ese tipo, de todas formas. Escribir toma


demasiado tiempo. Por favor, tienes que creerme.
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Bueno, había estado diciéndole desde que llegó que consiguiera un palmport. Ahora,
quizás, había aprendido la lección. Ella respondió:
¿Por qué confiaría en la persona que inventó las rosas? ¿Por qué confiaría en
alguien que tiene reuniones secretas con Vania Aldred? Le has mentido a todos los que
han tratado de ayudarte en Albion: la Princesa Isla, Noemi Dorric, incluso a tu
pequeña novia Persis Blake. Pero ahora sé quién eres, sé lo que has hecho, y tienes
suerte de que me dirija a ti.

Finalmente había dicho las palabras que había querido lanzarle durante tanto tiempo.
En el wallport, ella lo vio leer su flutter, e incluso desde esa distancia, pudo ver su
pecho levantarse al suspirar profundamente. Estaba agarrando su brazo, flexionando los
músculos de su mano izquierda como si le estuviera molestando. Apretando su
mandíbula, se inclinó y comenzó a escribir, mientras Persis esperaba impacientemente.

En serio, Justen. Palmport.

No hay ninguna disculpa que pueda darte que sea suficiente. Pero te juro que nunca
quise lastimar a nadie. La droga de Reducción fue un accidente. Estaba intentado crear
un nuevo tratamiento para el DRA, basado en la arquitectura del cerebro aristo, y me
tropecé con un compuesto que, si fuera administrado a los aristos, causaría los efectos
que has visto. Cometí el error de decírselo a mi tío.

En el momento en el que el flutter la alcanzó, Justen había empezado escribir de


nuevo, y otro flutter siguió al primero.

Prometo que no sabía lo que él intentó. El día que la Reina Gala murió, y vi su
cuerpo profanado y a toda su corte Reducida, perdí toda mi fe en la revolución. Fui con
Aldred. Traté de hacerlo parar. Cuando eso no funcionó, incluso traté de sabotear las
píldoras. Comenzó a sospechar de lo que estaba haciendo y restringió mi acceso al
laboratorio. Fue entonces cuando huí a Albion.

Ella le espetó:

Mi corazón se rompe por el pobre pequeño científico loco separado de su


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laboratorio.
Pero luego recordó lo que el doctor en la prisión había dicho, sobre cómo las píldoras
no estaban funcionando tan bien como solían hacerlo. ¿Había eso sido por el sabotaje de
Justen? Luego de un momento, él respondió:

¿Quieres saber por qué Lacan se recuperó tan rápido? Fue porque las píldoras que
estaba tomando no eran fuerza completa. Si buscaras a mi hermana, te lo diría ella
misma.

¿Eso era lo que Remy había estado haciendo en la finca Lacan? Persis le preguntaría
a la chica. El flutter de Justen continuó, su tono era tan frenético como su escritura.

Me creas o no, no importa. Pero necesitas esta información: Vania Aldred ha


llevado a dos de los visitantes de vuelta a Galatea, incluyendo a la Reducida, y planea
mantenerlos allí. Cree que los galateanos pueden usar a la chica Reducida para crear
una droga que causará Reducción permanente... y me temo que tal vez esté en lo
correcto.

Persis frunció el ceño. Justen era un doctor, y nadie sabía mejor que él cómo crear
una droga de Reducción. Si él creía que los científicos podían usar a Tomorrow para
hacer permanentes los efectos, entonces valía la pena prestarle atención. Pero, ¿y sí toda
la historia era una mentira diseñada por Vania Aldred para usarla como trampa?

Vio a Justen esperar en el wallport, cada vez más agitado. Lo vio pasearse, dando
golpecitos con el pie, luego golpeando su mano derecha contra el muro, frustrado. Él se
dio la vuelta y sus ojos se encontraron.

Ella sonrió dulcemente y lo saludó con la mano.

Él la saludo a medias de vuelta. ¿Honestamente pensaba que la Amapola Silvestre le


debía una respuesta?

Persis le hizo señas, pero él sacudió la cabeza y se volvió hacia el port, escribiendo
furiosamente de nuevo. Esperó tan pacientemente como pudo, pero él parecía estar
escribiendo una especie de libro por allá.

Era suficiente. Ella marchó, el material de su falda pareció agitarse como las olas de
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un mar tormentoso.

―¿Qué estás haciendo, querido? ―ronroneó―. ¿Notas amorosas a una mujer


extraña?
Él giró, bloqueando su vista de la pantalla.

―No es de tu incumbencia, Persis.

Estaba equivocado.

―Has estado evitándome toda la fiesta y ahora estás pegado al wallport. La gente
pensará que estamos peleados. No podemos permitirlo.

Él gruñó.

―No ahora, Persis. Estoy en medio de… no puedo. No ahora.

Arqueó su cuello para mirar detrás de él.

―Siempre dices eso.

Él azotó su mano contra los botones y el port se cerró.

―Y lo digo de verdad. Ahora déjame solo.

Persis lo miró, su mirada era firme y peligrosa.

―Muéstrame ―dijo lentamente― lo que estabas escribiendo.

Justen la observó por un momento, y luego alzó su voz.

―¿Disculpe, señor? ―llamó sobre el hombro de ella. Se giró para encontrar a un


joven cortesano que se veía vagamente familiar volteando en su dirección―. Mi dulce
señorita Persis se muere por probar el baile del fuego, pero me temo que no he tenido la
oportunidad de aprender el estilo albiano. ¿Me haría el honor de bailar con ella por un
rato para poder observar y aprender?

Persis apretó su mandíbula. La pequeña esponja de mar. ¡Así que no había ignorado
todas sus lecturas sobre comportamiento cortesano!

El joven cortesano asintió.

―¡Por supuesto, Ciudadano Helo! Sería un placer.

Justen le dedicó una sonrisa siniestra y entregó su mano al cortesano. ¿Carvell?


¿Carrel? Su nombre se escondía justo detrás del alcance de su memoria. Mientras el
hombre la llevaba hacia los bailarines, le lanzó una mirada sobre su hombro a Justen,
pero él había vuelto al port.

Oh, bueno. Lo sabría después.


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Pisó la pista de baile junto a su acompañante e inmediatamente comenzó a mandar


mensajes al resto de la Liga. El cortesano probablemente pensara que estaba actuando
demasiado familiar en la manera en la que enganchó sus muñecas alrededor de sus
hombros y cerró sus ojos. Esa Persis Blake, qué coqueta.
Le dijo a Andrine que encontrara a los otros visitantes y confirmara que Andromeda
y Tomorrow habían partido. Le dijo a Tero que cargara un bote con todos los
suplementos que pudiera pensar, con al menos tres tipos diferentes de dosis de
genetemps, por si acaso. Le dijo a Isla que la fiesta había tomado un giro inesperado.

Sintió que tocaban su hombro y se volteó para ver a Justen parado allí, sus ojos
brillando con las flamas del fuego.

―Creo que he captado los pasos ahora.

No dijo más, y el cortesano se fue. Las cejas de Persis se juntaron. ¿Cómo llegó allí
antes que su flutter? ¿Estaban muy cerca del fuego? Los flutter se derriten en
condiciones de gran calor. Ella bailó lejos de las flamas.

―No me gusta discutir contigo, Persis ―dijo Justen, al tiempo que la hacía girar.
Aún no aprendía los movimientos del baile del fuego. Sus movimientos eran muy
amplios, sus manos muy ásperas.

Ella se encontró con que en realidad no le importaba.

―Y no me gusta que les envíes notas amorosas a otras chicas enfrente de mí.

Él le dedicó una sonrisa irónica.

―¿Qué te hace pensar que es otra chica?

¿Qué te hace pensar que no lo es? Casi le preguntó en voz alta. El conocimiento
común sostenía que la Amapola Silvestre era un aristo albiano, y para los albianos, eso
significaba que tenía que ser un hombre. Pero los galateanos habían sido gobernados por
reinas durante siglos. Las mujeres ahí tenían tanto poder como los hombres. Pero
incluso Justen, cuya amiga Vania era una capitana revolucionaria, cuya abuela había
inventado la cura, tomaba la historia como valor aparente.

Su flutter se sumergió en su palma.

Entiendo ahora que eres la razón por la que Noemi no me dirá dónde ha llevado a
los refugiados, y soy la razón por la que probablemente se los han llevado. Y no te
culpo. Nunca podré perdonarme a mí mismo por lo que le he hecho a los hombres de mi
país. Pasaré el resto de mi vida tratando de revertir el dolor y sufrimiento que he
causado y reparar la vergüenza que le he traído al nombre de mi familia que alguna
vez simbolizó esperanza para toda Nueva Pacífica.
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Te doy esta información para que puedas llevarla a Noemi, que confirmará que
estoy diciendo la verdad. Todavía no sé cómo curar a esos regs que han sido afectados
por la Reducción, pero creo que sé cómo prevenir que alguien más salga lastimado. La
respuesta está en la Cura Helo.
Hace unos días ofrecí la cura a uno de los visitantes, a pesar de que es un reg
natural. Tenía miedo de haber hecho vulnerable a su descendencia debido a su
gengeniería primitiva. En los viejos tiempos se creía que la cura no tenía efecto en
aquellos que no eran Reducidos, pero ahora pienso que es algo más. La cura no
arreglará un cerebro Reducido, que es la razón de que no arregle al Reducido que la
tome. Pero prevendrá que el daño de la Reducción surta efecto. En la Reducción
natural, este daño se produce en el útero, en el cerebro que se desarrolla en el feto. La
Cura Helo previene que eso suceda. También, de acuerdo con mis modelos, prevendrá
que suceda cuando uno recibe la droga de la Reducción.

Persis jadeó. ¿Podía ser tan simple?

―¿Estás bien? ―preguntó Justen.

Ella asintió, tragando saliva. El mensaje de Justen continuó.

Toma esta información y protege a tus amigos y aliados, aquí y en Galatea. Tomará
un tiempo producir lo suficiente de la Cura Helo para proteger a toda la nación, pero si
todos la toman, podrán defenderse, aristo y reg por igual, de la terrible arma de los
revolucionarios.

Con tu ayuda, puedo comenzar a reparar el daño que les he causado a los hombres
de mi país y lograr que nadie más se vea afectado de esta manera. Una vez, Persistence
Helo fue la esperanza de toda Nueva Pacífica. Yo esperaba seguir sus pasos, pero
ahora reconozco que tú serás quien nos salve.

Eres la esperanza de cada verdadero patriota de mi tierra.

Persis apretó sus manos en los hombros de Justen y sepultó su cara en su pecho.

―No estás bien ―dijo él―. ¿Muy cerca del fuego?

―Justen ―Respiró. No había duda de que estaba diciendo la verdad. No había un


propósito factible para mentir. Noemi podía fácilmente aprobar o rechazar sus
reclamaciones. Le había enviado un flutter una vez, para estar segura, pero ya no había
ninguna duda en la mente de Persis. Todo encajaba. Encajaba con todo lo que sabía de
Galatea, encajaba con Vania haciéndose amiga de Andromeda y Tomorrow, encajaba
con la manera en la que Justen había estado atado a los oblets de su abuela y sus
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modelos nanorector durante el último día y medio; y encajaba, sobre todo, con lo que
sabía sobre Justen, lo que sabía hasta ahora, si había sido completamente honesta
consigo misma.
Y tal vez era el momento de ser honesta, también. Tomó un profundo y tembloroso
respiro. Soy la Amapola Silvestre. Soy la Amapola Silvestre. Soy la Amapola Silvestre.

―Soy…

Otro flutter se deslizó en su palma.

Persis:

Tu madre está enferma. Trae a Justen.

Amor y deber,

Torin Blake.

Levantó la cabeza.

―Tenemos que encontrar a mis padres.

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Capítulo Treinta
Tomó casi una hora asegurarse de que Heloise se estabilizara. Sedarla habría sido
más fácil, pero Torin estaba desesperado por evitarlo.

―Por favor ―le había dicho a Justen. Los tres estaban en las habitaciones privadas
de la Isla, donde Heloise podría descansar entre almohadas blancas y hojas de palmera
meciéndose―. Esta puede ser su última fiesta. Si hay alguna manera de que pueda
dejarle dar un último vistazo...

Estos aristócratas seguro tenían mal sus prioridades.

Cuando él terminó, Persis no estaba por ninguna parte.

―Se fue hace un tiempo― explicó Torin―. A decir verdad, me siento aliviado. Hay
cosas que no necesita ver.

―Ella las ha visto―Justen argumentó, recordando la noche en que Heloise casi


arranca el hermoso rostro de su hija―. No puedes ocultárselo. Y no puedes dejarla ir así
tampoco, pretendiendo que no está sucediendo. ¿Sabes que aún no ha sido examinada?

―En realidad ―dijo Heloise desde la silla, su voz tan fuerte por primera vez, la
mujer le recordaba a su hija―. Nosotros lo sabemos. Y creo firmemente que se le debe
dar ese derecho. Si ella va a morir como yo, entonces no tiene por qué saberlo a los
dieciséis años.

Torin no respondió, pero sus labios se presionaron en una línea apretada. Justen
podía imaginar su miedo: que tanto su esposa como su hija iban a morir jóvenes,
dejándolo solo en Scintillans. Si la Amapola Silvestre traía el Mañana de regreso, Justen
se aseguraría de que nunca sucediera.

―Ella tiene mucha vida en este momento para dañarla con diagnósticos ―Heloise
continuó―. ¡Mírala, joven y hermosa, y enamorada!

Justen miró hacia otro lado. Ella no estaba enamorada. Ella estaba jugando un juego.
Un tonto y estúpido juego para mantener la paz en su isla. Se merecía más que eso.

Torin tomó la mano de su esposa.

―Me alegro de que ella te encontrara en este momento, Justen. Has sido una
bendición para nuestra familia. Una gran ayuda para Heloise y, bueno, creo que eres
bueno para Persis, también. Antes de que llegaras, estaba tan preocupado por ella. Es
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demasiado inteligente para la mayoría de los chicos en Albion, ya sabes. No van a amar
a una mujer tan inteligente como ella, incluso si van a tomarla por la propiedad. No van
a quererla, y ella no los va a querer, tampoco. No puede, con una mente como la suya.
Necesita a alguien que entienda lo brillante que es, y que la ame por eso.
Justen se tragó su carcajada. ¿Brillante? Persis era ocasionalmente ingeniosa con un
poco de poesía, pero…

―Llegó al punto en que me preocupaba esta nueva fase de ella: las fiestas y el
chisme y los vestidos. Era su manera de tratar de probar que ella no era la mujer más
inteligente de su generación. Como si pudiera ser la perfecta chica de la alta sociedad si
lo intentaba lo suficiente. Y, Dios me ayude, yo le di el gusto en eso. Incluso le permití
dejar la escuela, ya que al menos eso significaba que pasaría más tiempo en casa con
nosotros. No quería que la última… ―aquí Torin se descompuso.

Heloise llevó la mano de su esposo a su pecho.

―Está bien, mi amor.

―Persis es muy dulce ―dijo Justen automáticamente. Sin embargo, "dulce" parecía
un tanto insuficiente para describirla. Era hermosa y amante de la diversión. Era amable
y vehemente. Ella había estado allí para ayudarlo y consolarlo.

Ella incluso había sido la que le dio las palabras para usar en contra de Vania.

Él descubrió que no podía estar de acuerdo con Torin. Muchos hombres caerían por
una mujer como Persis. Él podría, si no valorara más seriedad en sus compañeros. En
realidad, fue muy conmovedor ver a un par de padres tan enamorados de su hija que
habían excusado sus faltas y la habían confundido con brillante. Se preguntó si sus
padres se lo habrían visto de esa manera, si hubieran sobrevivido. Si le hubieran dicho
que lo perdonaban por sus errores y que podía resarcir todas las cosas que ha hecho.

―No creo que dulce sea la palabra ―Heloise suspiró y luego se echó a reír, como si
recordara―. Oh, las discusiones que he tenido con esa chica. Ropa inapropiada,
acrobacias temerarias en el pali, debates políticos... ―se volvió hacia su marido, con
los ojos tan iluminados como los de su hija―. Oh, Torin, ¿te acuerdas de aquella
campaña que comenzó en el pueblo cuando tenía siete años para cambiar la flor
franchipán de la familia Blake?

―¡Sí! ―Torin respondió, riéndose―. ¿Cuál era la que ella quería?

Heloise movió la cabeza, tratando de recordar.

―Creo que... eran esas amapolas. ¿Las puakala? Debido a que crecen en forma
silvestre en la pared junto a la ensenada estrellada...

―Así es ―Torin asintió, sonriendo―. Algo acerca de cómo la puakala era una flor
mucho más interesante…
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―Más fuerte y más resistente ―dijo su esposa a través de risitas.

―Con una historia más importante de los ancestros como la medicina ―Torin echó
atrás la cabeza, riendo―. Deberías tenerla en cuenta, Justen.
―Tiene razón ―dijo Justen lentamente―. La Puakala era valorada por los ancestros
más que por su belleza. Era una planta muy venerada ―medicinal y espinosa y
silvestre. Útil, peligrosa y ruda.

Torin se encogió de hombros afablemente.

―Y ya que las dos son de color amarillo y blanco, no tendríamos ni siquiera que
hacer redecoraciones.

Heloise se reía tan fuerte, las lágrimas corrían por sus mejillas.

―Pero si la hubiéramos cambiado, ¿cuál sería el símbolo que usaría la Amapola


Silvestre ahora?

Todas las risas cesaron. Los tres se quedaron en silencio.

No. No era posible. Justen miró las caras atónitas de los padres de Persis. Su rico
padre aristo, su brillante madre reg. Ambos pensaban que Persis era de carácter fuerte y
valiente y la chica más inteligente de Albion. La habían educado para ser patriótica y
amable, en una propiedad del sur más lejana que cualquiera en Albion, y le habían dado
un yate rápido y un visón de mar inteligente y una educación junto a la princesa de la
isla.

Pero simplemente no era posible. Él había estado viviendo a su lado durante casi dos
semanas. Él la conocía bien, y más que suficiente como para saber que Persis era
demasiado simple, demasiado superficial, demasiado...

No.

Justen la había conocido en Galatea. Disfrazada. Ella le presentó a la princesa, y se


sentó en su trono. Ella le presentó a Noemi, y visitó a los refugiados a su lado. Ella
había impedido a los cortesanos Albianos enviar mensajes en su barco, y luego se
encargó de los visitantes como si ella supiera qué hacer con ellos. Ella había venido a
encontrarlo cuando él había estado intercambiando flutternotes con la Amapola, y luego
desapareció en el momento en que se distrajo.

Ella no era la persona más tonta en Albion. Él lo era, porque no lo había visto hasta
ahora.

Persis Blake era la Amapola Silvestre.


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Su Alteza la Princesa Regente Isla de Albion se paró en medio de la sala del trono,
con la cabeza en alto, los remolinos blancos de su vestido escandaloso flotando
alrededor de ella por su propia voluntad, alimentados por minúsculos y zumbantes
nanobots. Su pelo blanco estaba arreglado con enormes alas que salían disparadas de su
cabeza. Ella lucía muy intimidante.
Torin Blake, sin embargo, estaba de pie ante ella y no parecía remotamente
impresionado. Todo lo que había podido averiguar hasta ahora era que Persis, junto con
Andrine, se habían ido hace tiempo de la corte real, y, posiblemente, de la isla por
completo.

―Me dirás lo que tú y mi hija han estado haciendo ―afirmó con firmeza―, y lo
harás ahora mismo.

―¿Lo haré? ―Isla respondió con altivez, mirando de Torin a Justen hasta
Heloise―. Creo que va a tener que medir sus palabras en mi palacio, señor.

Él negó con la cabeza.

―No me hables así, jovencita. Quieres lanzar operaciones militares contra Galatea,
lo apoyo totalmente. ¿Quieres usar a mi hija y a mis barcos y a mis inquilinos a
escondidas para jugar a los espías? Tendré algo que decir al respecto.

―Oficialmente ―ofreció Tero tímidamente, entrando al lugar con Kai y Elliot a


cuestas―, fue Persis quien usó esas cosas, las cuales técnicamente tiene el derecho de
usar, siendo una Blake y todo eso.

―¡Tero! ―Isla gritó exasperada.

El gengeniero se encogió de hombros.

―¿Qué crees que vamos a obtener con negarlo? Estos son los Blake, Isla, no los
Blocking. ―Pero él se estremeció cuando miró a su Lordd y Lady de todas formas.

―Así que es cierto ―dijo Justen―. Ustedes dos y Persis…

―Y mi hermana ―Tero añadió sin rodeos.

―¿Ustedes son la Amapola Silvestre?

―La Liga de la Amapola Silvestre, sí.

―Tero ―Isla intentó de nuevo―. Cállate.

―No te atrevas a callar, Finch ―dijo Torin Blake―. Puede que no sea capaz de
decirle a Su Alteza aquí lo que debe hacer, pero tú me vas a escuchar.

Por primera vez, Justen podía apreciar el poder de un aristo. Quería respuestas de
Tero, también. Los Blake miraban de Isla hacia Tero, con los rostros vacíos de color.
Kai y Elliot permanecían en silencio, claramente dándose cuenta de que este asunto no
era de su incumbencia.
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―¿Estás diciendo ―Heloise comenzó lentamente, y Justen estaba seguro de que le


tomó toda su fuerza hablar en voz alta―, que mi hija, con la ayuda de algunos de sus
amigos de la escuela, ha estado pasando los últimos seis meses yendo y viniendo de
Galatea disfrazada, desafiando al Ciudadano Aldred y a todo su ejército, en un intento
temerario y posiblemente mortal de liberar aristos galateanos encarcelados y otros
disidentes?

Tero hizo una mueca, pero asintió con la cabeza.

Heloise se volvió hacia su marido.

―Sabía que la malcriamos.

―Noemi Dorric está despedida ―dijo Torin―. Despedida. Tendrá suerte si puede
conseguir trabajo vacunando medusas cuando haya terminado con ella.

―Lord ―dijo Justen rápidamente―, Noemi Dorric es una médica experta…

―¡Y ella no tenía por qué ayudar a mi hija con este tipo de actividades peligrosas y
no decirle a nadie! ―Torin se giró hacia Justen―. ¿Y qué, exactamente, sabías de todo
esto, Ciudadano Helo?

Justen levantó las manos en señal de rendición.

―¡Nada! Créame, estoy aún más impresionado por esto que usted.

Completamente impresionado y más que un poco fascinado. Su mente daba vueltas


con repeticiones de conversaciones que había tenido con Persis que ahora se
desbordaban con dobles sentidos. Cuando ella lo había consolado en el sanatorio, había
confiado en él en la ensenada estrellada, lo había regañado en el Daydream; en todos
esos momentos, ella era la espía más famosa de Nueva Pacífica.

Había sabido desde el principio que él era responsable de la droga de Reducción, sin
embargo, ella lo había acogido en su casa. ¿Por qué? ¿Para mantener un mejor control
sobre él? ¿Por qué se le había permitido visitar a los refugiados, si ella planeaba
sacarlo? ¿Y qué había hecho ella con su confesión hace una hora en la fiesta? ¿En qué
había estado pensando mientras bailaban...?

Justen se sintió golpeado de lado como por una ola gigante. Persis Blake era la actriz
más hábil que había conocido. Él le había entregado toda esa información, y ella le
hablaba sobre el baile.

Miró a Tero.

―Cuando se fue, ¿qué se llevó con ella en cuanto a drogas?

―¿Drogas, ahora? ―Torin Blake rugió.

Si Kai y Elliot parecieron no entender nada de lo que pasaba en la fiesta, ahora lucían
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completamente perdidos.

Tero parecía incómodo.


―Lo de siempre. Suplementos para dosis de droga para noquear. Genetemps
suficientes para ella y mi hermana y los objetivos.

―¡Genetemps! ―el padre levantó las manos en desesperación―. Esto es un desastre


―se volvió hacia la princesa―. Quiero que usted envíe un destacamento de seguridad
allí para recuperar a mi hija. Ahora.

―Por favor ―Isla se burló―. ¿Cree usted por un momento que Persis dejaría que
unos miserables soldados albianos la detuvieran? Ella ha burlado todo el cuerpo de
guardias de la prisión de la ciudad de Halahou.

Eso pudo haber sido lo peor que podría decir. Heloise puso su cabeza entre las
manos. Sus hombros temblaban, aunque Justen no podía decir si se estaba riendo o
llorando. Su instinto de médico le advirtió que la frágil mujer probablemente no debería
estar involucrada en esto, pero al mismo tiempo, él no iba a ser el que lo dijera. Y tenía
otras cosas en la cabeza, de todos modos, como lo que Persis había tomado de su
conversación con él como la Amapola.

―¿Pidió ella dosis de la cura Helo? ―le preguntó a Tero.

Los ojos de Tero se estrecharon.

―Sí, lo hizo, pero yo no tenía ninguna a la mano. Dados los requisitos de


gengeniería, tomaría un tiempo para codificarlo. Ella ordenó algunos, sin embargo. ¿Por
qué?

Justen negó con la cabeza.

―Nada ―Si le había pedido a Tero la cura, significaba que confiaba en su


información. Ella quería protegerse a sí misma y a Andrine en caso de ser capturados, y
a nadie más.

Pero ella no le había dicho a Tero por qué. ¿Había estado simplemente muy apurada?

―¿Te refieres a que es para Ro? ―preguntó Elliot con ansiedad―. La cura. Se
supone que es para Reducidos como Ro, ¿verdad? ―ella miró a los demás―. ¿Hay
alguien aquí, además de Persis, que sepa lo que esa chica Vania está planeando hacer
con ella?

―Ella no le hará daño ―Justen aseguró con firmeza―. Todo lo que ella necesita de
Ro es una muestra genética, pero tenerla en Galatea es un seguro.

―¿Seguro para qué? ―preguntó Elliot.


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―Para que yo no vaya a bombardear Halahou hasta dejarla en el olvido, para


empezar ―Isla murmuró.

―Seguro para mí ―aclaró Justen, cuando los ojos de los visitantes se agrandaron―.
Vania me quiere de vuelta y ella piensa que si ella tiene Ro, me tendrá, también.
―¿Por qué? ―Elliot preguntó de nuevo.

Justen suspiró.

―Porque yo soy el que quiere experimentar con ella.

El rostro de Kai se puso serio. El de Elliot se convirtió en el de una diosa vengadora.

―Espera un minuto ―dijo Kai―. Uno no puede simplemente secuestrar gente y


hacer experimentos con ellos sin permiso…

―Yo no iba a hacerlo ―dijo rápidamente―. Simplemente quería una muestra de su


material genético para mi trabajo. A lo sumo, un escaneo cerebral. Nada invasivo o
doloroso, y, naturalmente, estaba pensando en pedir permiso primero, y explicarles a
todos ustedes…

Kai levantó una mano.

―No necesito los detalles en este momento. El punto importante aquí es que lo que
sea que Vania está planeando hacerle a mis amigos, claramente Persis, quien
aparentemente es una experta en estos asuntos, siendo tan buena espía que ni sus padres
ni su amante tenían la menor idea de que es lo que estaba haciendo…

―No soy su amante ―Justen se quejó a la defensiva. En especial, no necesitaba a


Kai lanzando al aire términos como esos en frente de los Blake.

Pero Kai también puso los pensamientos de Justen en otra trayectoria. Vania sabía
que todo lo que necesitaba era un poco del material genético de Ro. Material que podría
fácilmente haber tenido ya. Una hebra de cabello, un roce de células de la mejilla. Era
todo lo que un científico galateano necesitaría también. Algo que Vania podría haber
conseguido de Ro sólo preguntando amablemente. Algo que podría haber conseguido de
Ro sin que nadie se diera cuenta.

―Aparentemente Persis pensó que era tan importante que esto no sucediera que
corrió a Galatea de un momento a otro ―Kai terminó―. ¿Estoy en lo cierto?

La mente de Justen giró. No había ninguna necesidad urgente de tomar a Andromeda


y a Ro en el medio del luau, para separarlas de sus amigos.

―Y ahora está afuera ―Kai continuó―, sola si no fuera por Andrine, tratando de
rescatar a nuestros amigos. No sé mucho acerca de Galatea, pero si alguien está
arriesgando su vida para rescatar a Andromeda y Ro, siento el deber de ayudar.

Pero Vania lo había hecho así que de todos modos, y ella le había dicho a Justen
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sobre sus planes, también.

―Persis y mi hermana tenían que ir rápidamente ―Tero estaba explicando―. Persis


cree que será más fácil de interceptar a los visitantes antes de que lleguen a la prisión de
la ciudad de Halahou que tratar de sacarlos más adelante. Si es allá a dónde van.
Y cuando Justen se había negado a unirse a Vania, ella lo había herido, pero no lo
había capturado. Ella no lo había hecho callar. De hecho, lo había dejado solo para que
tuviera tiempo para...

Advertir a la Amapola Silvestre.

La verdad lo golpeó como el golpe de una ola. Vania no estaba detrás de Andromeda
y Ro en absoluto. No eran más que ventajas del proceso. Ella había estado poniendo una
trampa para la Amapola Silvestre. Y Justen y Persis habían caído directo en sus manos.

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Capítulo Treinta y uno
En el refugio de los acantilados bajo Fisherman’s Rest, Persis y Andrine amarraron
su bote y bajaron a tierra. La luna estaba alta en el cielo esta noche, proporcionando
poca cobertura mientras ellas subían a la carretera y convertían al mar detrás de ellas en
una sábana plateada que se estiraba todo el camino de regreso a Albion. Ellas resoplaron
en su camino a los acantilados, obstaculizados por las largas túnicas de la orden aislada
de pecadores que estaban personificando y los genetemps de último minuto de Tero, que
las había inflado a ambas en una versión hinchada e inflamada de ellas mismas. Con sus
cabellos dóciles y teñidos de colores sombríos, y los exceso de inflamación
oscureciendo la mayor parte de sus rasgos faciales, ellas estaban decentemente ocultas
para una misión nocturna, aunque Persis se preguntó cuán más extremos los genotemps
de Tero tendrían que volverse si Vania continuaba auto-invitándose a las funciones
sociales en Albion. Si ella les diera más que una mirada pasajera, probablemente las
reconocería.

―Debe haber disfraces más convincentes que esto ―Andrine jadeó, su cara
empapada en sudor.

―No te esfuerces demasiado ―Persis respondió―. Necesitas retener tantos fluidos


como puedas para que el disfraz funcione.

Al menos habían alcanzado el skimmer, que estaba cargado y esperándolos, gracias a


la ayuda de la resistencia de Ford.

―¿Todavía funciona el oblet? ―Persis preguntó mientras ponían sus municiones en


la espalda y salían para Halahou. Ella nunca estaría completamente cómoda hasta que
hubiesen recuperado el contacto. Sus palmports no podían recibir mensajes en Galarea,
y sus oblet habían estado inoperantes desde que llegaron a la costa de la isla.

―No aún ―Andrine lo deslizó nuevamente en su bolsillo―. Pero escucho las


amortiguadas horas instituidas por Aldred. Eso les da tiempo a sus operativos para
buscar los sediciosos mensajes y limpiar lo que sea que pueda haber traspasado desde
los opositores como los Fords. Tendremos que planear un sabotaje cuando tengamos la
oportunidad.

―Cierto ―dijo Persis secamente―. Tendremos todo el tiempo del mundo para eso.
Desearía que el ciudadano Aldred fuese un poco más respetuoso con respecto a nuestros
horarios.
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Andrine rio entre dientes, sus ojos volviéndose cortaduras en su hinchada cara
mientras aceleraban en la clara y fría noche.

Sin ninguna advertencia, el auto colapsó con un tipo de barrera invisible, volando a
ambas chicas fuera de sus asientos. Persis chocó fuertemente contra el tablero. Los
controles golpearon contra su inflamado cuerpo, quitándole el aire. Luchando por
respirar, ella miró a Andrine, quien yacía desplomada en su asiento, inconsciente,
chorreando sangre de un tajo que tenía cerca de la sien.

―Andrine, ¡despierta! ―Ella sacudió a su amiga.

―Vaya, eso se ve repugnante ―dijo una voz familiar.

Persis se dio la vuelta para ver a Vania parada allí en la oscuridad, su cascada de
cabello negro difícilmente se diferenciaba de la propia noche. Varios oficiales con
uniformes militares estaban parados detrás.

―Nanohilo ―el capitán hizo un gesto vago mientras ella se acercaba―. Tan fuerte
para una cosa tan pequeñita, ¿no te parece? Soy especialmente aficionada a ella.
Entonces, Amapola Silvestre, ¿no? ¿Quién se esconde detrás de todo ese lloriqueo?

Persis alcanzó la muñequera que cubría su palmport y sintió de repente un cuchillazo


de dolor viajando por su brazo.

―Sin palmports, albiano ―Vania regañó agitando su dedo y la jeringa vacía―. ¿No
sabes que son malos para ti? ―se aproximó, y Persis pudo ver que había cambiado su
vestido por su uniforme militar. El maquillaje negro brillante de sus ojos se mantenía,
de todas formas, así como su lápiz labial oscuro―. Estoy encantada de finalmente
conocerte.

Ya nos conocíamos, pensó Persis, pero lo que dijo con sus dientes apretados y el
dolor fluyendo desde su mano al resto de su cuerpo fue―: No puedo decir lo mismo.

―Fue tan fácil, al final ―dijo Vania, como si se muriera por compartirlo.

La pena se disparó en su corazón, pero Persis apretó su mandíbula y se rehusó a


mostrarlo de la forma en la que Vania lo hacía ver.

―Sabía que el primer bote que atracaría en mi isla sería el tuyo. Cada aristo de tu
isla estaba en esa fiesta. Sabía que Justen te encontraría. ―Su guardia entera se inclinó
hacia adelante mientras ella tomaba la barbilla de Persis en su mano y quitaba la
capucha de su cabeza.

Persis apenas se podía mantener derecha, pero juntó los medios para batir
coquetamente los ojos a Vania mientras los ojos de su enemiga se ampliaban
conmocionados con reconocimiento. Incluso capturada, aún era Persis Blake.

―Bien ―dijo Vania jadeante con exultación―. Eso es inesperado.


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El Daydream aceleró silenciosamente por el mar iluminado por la luna que separaba
Albion de Galatea. Tero se mantenía en el timón, mientras Justen se despertaba de un
salto en el gran banco más cercano.

―Bienvenido de nuevo ―dijo Tero―. Si sirve de algo, te ves… imponente.

Justen se sentó, tosiendo un poco, y luego bajó la vista a sus brazos. No se veían
demasiado diferentes. Se frotó la cara con sus manos, sintiendo los riscos y arrugas que
los genetemps de Tero habían formado por toda su piel.

―¿Prometes que has resuelto las fallas desde la última vez? ―le preguntó a Tero, y
su voz se escuchó como un gruñido hosco, como si hubiese pasado sesenta años
ladrándole órdenes a la gente.

―Estoy bastante seguro ―viendo la mirada fulminante de Justen, levantó sus manos
en señal de rendición―. Sé lo quisquilloso que eres acerca de la operación entera. Pero
estoy recién salido del código de gordo, y el código masculino no te servirá de mucho.

Justen quiso reír, pero salió sonando más como un gruñido.

―Me va a costar acostumbrarme ―se quejó―. ¿Qué tan lejos estamos de la costa?

―Aún a unos veinte minutos ―respondió Tero―. No te preocupes demasiado. Si no


llegamos a Andrine y Persis antes de que Vania las atrape y las sede, Isla las recuperará,
incluso si tiene que hacer trizas Galatea para hacerlo.

Justen se preguntó si Tero sería tan optimista acerca de la operación si entendiera la


extensión en la cual su propia hermana estaba en peligro por la droga. Aunque Tero le
había contado a Justen acerca de una pelea que los Finchs habían tenido con Persis
recientemente con respecto a ella drogando a Andrine para mantenerla alejada de una
misión, el gengeniero no parecía entender por qué Persis había hecho esa elección, la
cual debía haber sucedido después de que Justen le explicara a ella cómo la droga
operaba diferente para los regs.

Cada conversación que alguna vez había tenido con ella había adquirido océanos
enteros de nuevos significados, y cada vez que empezaba a pensar en eso, su cabeza
dolía más que por los genetemps.

―Eso no es lo suficientemente bueno ―fue todo lo que dijo. No había necesidad de


asustar a Tero por el momento.

Tero le dio una sonrisa torcida.

―Las cosas que hacemos por amor.


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―Persis y yo no estamos enamorados ―dijo Justen automáticamente―. Fue todo para


el espectáculo.

El gengeniero albiano se mantenía escéptico.


―Vi las imágenes de ustedes dos besándose en la ensenada estrelladas. ¿Sabes? Todos
las vieron. Bastante convincentes.

―Persis es una mentirosa consumada ―dijo Justen en su grave voz de hombre viejo.

―¿Y tu compartes su habilidad en las artes clandestinas y otros métodos de oficio


espía? ―contestó Tero―. Impresionante. Supongo que el entrenamiento médico en
Galatea es más exhaustivo de lo que pensé.

―No hay necesidad de ser sarcástico.

―No hay necesidad de negarlo ―dijo Tero―. Especialmente no a mí. Sé lo que es


tener sentimientos totalmente inconvenientes por una de esas chicas. Intenté esconder
los míos por meses, y sé lo difícil que es.

Justen suspiró. Le gustaba el gengeniero albiano, le gustaba aún más ahora que sabía
que estaba haciendo algo más con su tiempo que bricolaje con Slipstream, pero la
última cosa que necesitaba era Tero, quién sólo había salido con su… lo que sea que
fuera con la princesa esta noche, dándole consejos sobre relaciones. Especialmente no
cuando estaba a punto de intentar la cosa más difícil que alguna vez había hecho.

―Persis y yo no estamos enamorados ―repitió al final.

―¿De verdad? ―dijo Tero categóricamente―. ¿Por qué no?

―¿Perdón?

Tero alzó sus manos.

―Mira, he conocido a esa chica toda mi vida. Es básicamente mi hermana pequeña.


Solía seguirme por la playa en el pueblo, fastidiándome para que jugara con ella. Pero
no estoy ciego. Sé como luce en un traje de baño estos días, y sé qué tipo de mente tiene
escondida debajo de todo ese cabello, también. Nunca hubiese firmado en toda esta cosa
sin sentido de la Amapola Silvestre de otra manera. Por quién es, tiene que protegerse.
Nunca había visto ningún tipo que pudiera encajar con ella. Y luego tú llegaste y no te
importaba en absoluto que ella fuese la heredera de Scintillans. Tú le gritaste, Justen.
Nadie hace eso. Y después, ayudaste a su madre, estás ayudando a los refugiados, estás
tomando genetemps para ir a rescatarla ―Tero se encogió de hombros―. También los
vi a los dos besándose en este bote en aquél viaje a la Isla del Recuerdo. Hay algo allí.

―Créeme ―dijo Justen tristemente―. Era falso.

La mayoría, de todos modos.


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Por otra parte, Justen estaba bastante seguro de que ella lo odiaba por involucrarse en la
droga de Reducción. La Persis que él había creído conocer quizás lo perdonase, pero la
Amapola Silvestre, quién arriesgaba su vida para proteger a las víctimas de la
revolución… No, ella no. Lo había dejado bastante claro con los flutters de la Amapola.
Y Tero nunca lo entendería. Él siempre había conocido a la Persis real, con traje de
baño o no. Para Tero, alguien desarrollando sentimientos reales por su brillante y
encantadora amiga aristo no era una gran sorpresa. Pero Justen no tenía el derecho de
sentirse igual. Había pasado las últimas dos semanas desentendiéndose de cada punto
que Persis hacía porque él había decidido como un idiota que no era lo suficientemente
inteligente para tener razón. Sin embargo, incluso cuando ella estaba actuando de la
forma más falsa, aún se las arreglaba para tener más sentido que sus amigos
revolucionarios de su hogar en Galatea. Él lo había sabido, aunque lo había querido
creerlo. Qué extraño que una colección de vestidos maravillosos y unos pocos
comentarios tontos bien situados fueran todo lo que necesitaba para ocultar su verdadero
ser. ¿Fue porque ella era una mujer? ¿Fue porque Justen era realmente mucho menos
profundo de lo que Persis alguna vez había aparentado ser?

Él la había juzgado mal, porque era bonita y rica y se vestía muy bien. Había
querido pensar lo peor de una aristo, de la misma manera que todos querían pensar lo
mejor de él porque era un Helo y médico. Había confiado en su reputación para llevarlo
a Albion, para darle una audiencia con la princesa, para darle el espacio en el
laboratorio que necesitaba. Pero la Amapola Silvestre, Persis, había visto a través de
todo eso. Como Persis, le había instado a hacer mejores cosas con los regalos que se le
habían dado. Como la Amapola, pulcramente lo había aislado de todas las cosas que
había ganado con su reputación prestada. Ella era una aristo, pero cada miembro de su
liga espía excepto Isla eran regs, y Persis no usaba su estatus de aristo para manejar su
oficio.

Era Justen, el supuesto revolucionario, quién había pensado que debían confiar en él
por meramente por ser un Helo. Y si Persis eligió confiar en él ahora, como esperaba,
no era porque él era un Helo, si no porque estaba intentando, al menos, arreglar la peor
cosa que alguna vez había hecho al nombre de la familia.

Casi rio, ¿amor de Persis Blake? Se conformaría con su perdón. Cualquier esperanza
de algo más no tenía sentido. Justen solía pensar que a pesar de que Persis era hermosa,
amable, encantadora y divertida y cualquier otra cosa que había descubierto
recientemente de sus anfitriones albianos, ella no tenía las cualidades que buscaba en
una mujer. No era lo suficientemente inteligente. No era lo suficientemente seria. No
estaba lo suficientemente dedicada al mejoramiento de la humanidad.

Él había sido tan idiota.

―Creo ―dijo lentamente―, que una chica como Persis Blake merece a alguien mucho
mejor que yo.

El gruñido de Tero sonó remarcablemente escéptico, incluso sobre el sonido del agua
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siendo lanzada detrás de ellos.

―Quizás puedas volver a revisar este tópico después de haber salvado su vida. Escuché
que a las chicas les gusta cuando un tipo las rescata de su hermana malvada.
―Ella no es mi hermana.

Tero rodó los ojos.

―Bien. Lo siento, de verdad debería dejar de confiar en mis ojos, ¿no? Vania no es
tu hermana, Persis no es tu novia, no tienes una peluca gris tupida y estás intentando
infiltrarte en los laboratorios de la realeza de Galatea para robar algo de medicación
espirada de un estante en algún lugar. Tonto de mí.

―Quizás esté espirado ―murmuró Justen―, pero es mejor que nada.

¿Y qué se suponía que él debía hacer? ¿Sentarse por ahí en Albion y esperar mientras
la guardia real de Isla iba a Galatea y demandaba el retorno de de dos albianas? Los
argumentos relativos de la inmunidad albiana en la revolución versus los crímenes que
la Amapola Salvaje había cometido en tierra de Galatea tomarían una gran cantidad de
tiempo en desenredarse; y hasta que se liberaran, Andrine y Persis estaban en peligro a
cada momento de ser Reducidas. Si aún no era demasiado tarde.

El puerto de Halahou se hacía cada vez más cercano ante ellos, pero Tero se movió al
este, más allá de los límites de la ciudad a la orilla de la Ensenada de la Reina. La
ensenada estaba en silencio ahora, el agua quieta y pacífica excepto por la ocasional
joroba oscura de la espala de una mini orca rompiendo en la superficie para respirar.

―¿Has visto eso? ―susurró Tero―. Sabes, las estudiamos en la escuela pero nunca
las había visto en persona.

Justen se preguntó si su compañía podría estar menos encantado de las criaturas que
él había visto comer el cuerpo de su última dueña. Se preguntó si Tero estaría tan en
calma acerca de la casi segura captura de su hermana y su amiga si supiera lo que le
pasaba a los regs que recibían la droga de la Reducción.

Había estado pensando que si acababa con malestar de genetemps, tiraría a Tero por
un tubo de lava. Pero si la hermana del gengeniero quedaba permanentemente dañada
por la droga que Justen había creado, ¿qué tendría Tero el derecho de hacerle a él? Si
Persis salía herida…

Justen sacudió su cabeza. Él no dejaría que eso pasara. Eso era todo.
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Capítulo Treinta y dos

En una hermosa habitación en el palacio real de Galatea, Remy Helo se sentó sola,
revisando las noticias de Albion, en busca de alguna información sobre la Amapola
Silvestre, sobre Persis Blake. Los chismes eran sumamente pocos. Había habido un solo
artículo de hacía unos pocos días atrás sobre su cabello, y nada sobre Justen. No desde
la noche anterior al viaje de Persis a la prisión.

No desde antes de que Remy le hubiera confirmado al espía que Justen era el
responsable de haber creado la droga de Reducción.

Y ella tampoco había escuchado nada de la Amapola Silvestre desde entonces. La


misión había salido bien, Vania ciertamente se había metido en muchos problemas por
esto, pero Remy estaba sorprendida de que los albianos no la hubieran contactado de
nuevo. Las cosas estuvieron silenciosas en Halahou por dos días, pero esperaba algún
reconocimiento del trabajo que ella había hecho por los albianos. ¿No estaban ellos
preocupados de que su parte en la operación hubiera permanecido en secreto? ¿No
estaban ellos preocupados de que ella se estuviera quedando a salvo y no los hubiera
delatado con su tío?

Por supuesto, ella era una traidora ahora, entonces tenía mucho que perder al decirle
la verdad a los Aldred. Y tal vez, debido al comportamiento de Justen, la Amapola
Silvestre y su Liga no querían nada que tuviera que ver con Remy Helo.

Irónico. Ella se había metido sola en este lío tratando de mantener a salvo a Justen de
los revolucionarios. Ahora ella estaba preocupada de que él no estuviera a salvo de esos
que estaban tratando de parar la revolución.

Tal vez debería haberle dicho a la Amapola por qué había ido a la finca Lacan en
primer lugar. Tal vez le debería haber explicado como Justen estaba saboteando las
rosas y como ella había intentado intervenir antes de que alguien se diera cuenta y
descubriera que los problemas eran a causa de él.

Entonces, eso sólo le hubiera dado a la Amapola más nanohilo para colgar a los dos
Helo. Ella quería poder mensajear a Justen para advertirle, pero no podía encontrar la
manera sin auto incriminarse, por si alguien más lo leía. Y dadas las sospechas de su tío,
y peor, las sospechas de Vania desde que se fue de Albion el día que la prisión fue
violada, Remy estaba segura de que los mensajes de y para Justen estaban siendo
monitoreados.

Tal vez por eso era que no sabía nada de él. Remy se rehusaba a pensar en otras
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razones. Igualmente, era extraño que la ola de chismes, que anteriormente estaba llena
de artículos sobre Persis y Justen, estuviese de repente callada sobre el asunto. Esta
noche, Remy se puso frenética porque se habían filtrado unos rumores sobre una fiesta
gigante que iba a ser en el castillo real de la Princesa Isla. Justen debería asistir ahí,
¿verdad? Pero hasta ahora, nada había sucedido. Estúpido tío Damos con sus estúpidas
noticias retrasadas. Incluso hasta había intentado, en vano, hackear el sistema. Qué
irónico que ella pudiera pedir prestada la oblet de su tío para darse a sí misma en secreto
una identidad de soldado, pero no podía encontrar un simple chisme. El tío Damos
debería ordenar sus prioridades.

Y mejor que Justen estuviera sano y salvo y en el ostentoso luau de la princesa


albiana, o la Amapola Silvestre estará en serios problemas.

No había dudas de por qué había pensado que ella y la Amapola Silvestre eran almas
similares. ¿Pero qué si ella había estado equivocada ahí también? ¿Qué si la espía
albiana, la hermosa Persis Blake, la había engañado, al igual que la revolución lo había
hecho?

Porque si la Amapola realmente valoraba su alianza, ¿no le prometería a Remy que,


sin importar qué sucediera, Justen estaría a salvo de su ira? Después de todo, Remy le
hizo un gran favor ayudando a que los Ford a escapar. Ella incluso había dañado la
carrera militar de la pobre Vania haciéndolo. No es que Remy se arrepienta de haber
ayudado a los Ford. El odio de los Ford hacia la revolución no estaba enfocado en la
intolerancia aristo. Ellos tenían muchos aliados, simplemente odiaban el camino que la
revolución eligió seguir, uno en el que la gente estaba sufriendo. Remy era demasiado
Helo para hacer algo más que estar de acuerdo. Si la elección era entre el rápido ascenso
de Vania en los rangos y la gente siendo torturada porque sólo querían que los dejen en
paz, Remy sabía qué lado elegir.

Y lo mismo le ocurría con Justen. Él era su única familia. No iba a dejar que lo
lastimaran, no importaba lo que la Amapola Silvestre pensara que se mereciera por
entrometerse con la droga. ¿Cómo iba a saber Justen como iba a usarla el tío Damos?
Pero, ¿qué si Persis estaba evitando a Remy ahora porque sus planes para Justen
destruirían su alianza? Después de todo, si Remy fuera la Amapola y ella estuviera a
punto de herir a uno de los hermanos de sus espías, no le dejaría saber al espía en
cuestión.

En el escritorio, su oblet sonó, y ella vio la cara de Justen brillar sobre el escritorio.
¡Por fin! Remy corrió para ver el mensaje sólo para encontrarse que no era un mensaje
en verdad. En cambio, era una notificación de que él había accedido al teclado en el
laboratorio real. Remy había activado la notificación al mismo tiempo que arregló una
posición militar para ella misma en la finca Lacan. Al mismo tiempo, ella creyó vital
saber exactamente cuándo Justen se escabulliría en el laboratorio para sabotear más
pastillas. En ese momento, creyó que tenía que salvar a Justen de él mismo. Ahora,
entendió que tenía que salvarlo de la Amapola.
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¿Estaba el de vuelta en Galatea?

Remy entró en acción. Agarró su chaqueta militar y salió de su habitación apurada.


Los laboratorios quedaban a unas pocas cuadras del palacio. Si ella podía encontrarlo
ahí, finalmente podría hablarle cara a cara, sin el miedo de que sus mensajes estén
siendo interceptados por la revolución. Podría finalmente decirle lo que había
descubierto, lo que estaba haciendo y qué tipo de peligros ella creía que se estaba
afrontando. Juntos, encontrarían algún lugar donde esconderse donde estarían a salvo de
la revolución y de la Amapola Silvestre.

Nadie paró a Remy en las puertas del palacio. Nadie la molestó mientras se movía
por las calles de la ciudad. ¿Sería su nombre famoso? ¿Su chaqueta militar? Había
solamente un guardia cuidando la entrada del laboratorio real, pero ella no hizo más que
asentir en la dirección de Remy mientras se acercaba.

―Soy Remy Helo ―dijo―. ¿Vino mi hermano por aquí?

―Creí que tu hermano estaría celebrando con algún ostentoso aristo en Albion
―Replicó el guardia, haciendo girar sus ojos.

―Un poco vergonzoso, ¿no? ― Remy estrechó los ojos―. Gracias por la ayuda
―Dijo, en un tono que era lo que sea menos agradecido. El guardia a simplemente se
encogió de hombros y la dejó pasar.

La mayoría de los pasillos eran oscuros y una horrible posibilidad le vino a la mente
de Remy. Si el guardia no vio a su hermano, ¿quién estaba en el laboratorio? Tal vez
Justen no estaba aquí. La Amapola tenía muchos recursos a su disposición: gengeniería,
nanotecnología. Tal vez encontró algún modo de robarle a Justen su acceso al
laboratorio. Tal vez…

Tienes que controlarte, Remy. Tal vez Justen esté ayudando a la Amapola. Después
de todo, la última vez que le hablaste, él era un traidor de la revolución, igual que tú.

Pero la mirada asesina de Persis Blake cuando ella le preguntó a Remy sobre las
rosas… Remy empezó a correr. Se apuró por un corredor tras otro, buscando rastros de
alguna presencia humana. Al final encontró las luces prendidas, a lo lejos, en una
bodega llena de oblets viejas y archivos de inmunizaciones de los tiempos del Cura
Helo.

Pero eso no fue todo lo que encontró. En el medio del piso, yacía una figura
desplomada y jadeante. Ella se acercó rápidamente y se puso de rodillas al lado de esta
persona para ver que estaba mal. Cabello grisáceo, cara arrugada, y una expresión de
dolor se encontraba en sus ojos, y Remy emitió un grito ahogado. Esto era imposible.

―¿Papá? ―susurró ella.

―Tero… ―El hombre que se parecía a su padre dijo, casi sin aliento―. Prometió.
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La voz era ronca, pero familiar. Remy se inclinó un poco y sus ojos se ampliaron
mientras tomaba cada detalle de la cara del hombre.

―¿Justen?
Él no respondió, más allá de girar los ojos. Usaba un set de ropa extraño, pero por lo
menos parecía galateano. En sus manos, Justen tenía un frasco con pastillas color
lavanda.

―Justen ―dijo―. ¿Qué te pasó?

―Persis… ―Se esforzó a decir, y luego todo su cuerpo se puso flojo.

Aterrorizada, Remy presionó su oreja a su pecho. Su corazón aún latía, y ahora por lo
menos, parecía que estaba respirando regularmente.

Persis. Remy se tocó la mandíbula. Persis le hizo esto a su hermano. Ella… le dio
algo para lastimarlo, para vengar a esos que recibieron la droga de Reducción. Estas
pastillas seguro eran para contrarrestar los efectos, pero no había llegado a ellas a
tiempo. Ella tomó el frasco y lo abrió, rompió una pastilla y empolvoró la lengua de
Justen con el polvo de la pastilla.

Nada sucedió. Tal vez no funcionaban inmediatamente. Remy se mordió el labio. Se


rehusaba a llorar. Ella tenía la culpa de esto. Ella nunca debió haber escapado esa noche
que él le confesó sobre el sabotaje. Si ella se hubiera quedado y ellos hubieran
solucionado esto juntos, tal vez no estarían metidos en este problema. Tal vez
encontraran alguna forma de disculparse con su tío Damos. De reconciliarse, para estar
a salvo.

Nunca debió haber confiado en un aristo albiano. Nunca debió dejar que la Amapola
Silvestre tuviera acceso libre a su hermano. Ella tomó una mala decisión.

Tenía que encontrar a Vania.

Detrás de sus párpados, la luz era fría y gris, pero el cuerpo de Persis estaba en
llamas. El dolor surgía por cada nervio y cada fibra de su ser, caliente, adolorido y
eléctrico. No se atrevía a moverse, y tampoco era que pudiera moverse demasiado. A
pesar de la agonía, ella podía sentir el roce de las nanocuerdas en sus muñecas, codos y
tobillos. Yacía en un terreno suave y primaveral, con sus manos atadas en su espalda y
la humedad del amanecer mojándola a través de su ropa.

―¿Despierta? ―La voz de Vania venía de arriba―. Sé cómo te sientes. Estoy


demasiado emocionada para dormir.

Persis abrió los ojos dolorosamente para ver a la capitana parado en frente de ella.
Estaba tirada en el césped cerca de lo que parecían ser cuarteles militares. Algunas
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pocas luces brillaban en las ventanas, pero la mayoría de ellas eran negras. Las palmeras
se agitaban suavemente alrededor del perímetro y ella podía oír el sonido de olas
distantes. El cielo aún estaba oscuro, pero lejos en el este, había un dejo de violeta
tiñendo el horizonte.
―Estaba tratando de decidir qué hacer ―dijo Vania agachándose al lado de la cabeza
de Persis. Su tono era conversacional. Ella hizo un gesto a la izquierda de Persis y
mientras Persis estiraba la cabeza dolorosamente ella pudo ver el contorno de bulto
borroso de tela, ¿era Andrine?

Las palabras de Vania lo confirmaban.

―Creo que voy a Reducir primero a tu amiga, así puedes ver lo que le pasa a ella antes
de que sea tu turno. Pero no tiene sentido hasta que ella se despierte, ¿verdad?

―Claro ―murmuró Persis.

―Por supuesto, ha estado dormida por mucho tiempo… ―Vania aspiró aire a través de
sus dientes―. Tal vez si la herida en su cabeza es tan grave, no tendremos que usar la
droga para Reducirla en absoluto, ¿Verdad?

―Uno puede esperar ―dijo Persis. Todo lo que pudiese hacer para demorar a Vania
y su alegre venganza sería lo mejor para el cerebro de Andrine, y el suyo propio.

―El problema ―Continuó Vania, parándose y limpiándose las manos libres de


polvo imaginario―. Es que me estoy poniendo realmente impaciente. Estoy harta. Por
un lado, ¿qué tan bueno sería Reducirte en la prisión de Halahou para que toda la gente
de Galatea pueda ver? Pero por otro lado, cuanto más me retraso, hay más posibilidad
de que tu pequeña princesa se meta aquí y te rescate ―Ella pateó a Persis con su pie,
pero lo sintió más como un aluvión de maquinitas de afeitar en su piel―. ¿Estoy en lo
correcto otra vez?

―Eres muy inteligente ―dijo Persis a través de sus dientes apretados

―Viniendo de una mente privilegiada como la Amapola Silvestre, es todo un


cumplido ―Se inclinó y miró a Persis―. Yo sólo… estoy teniendo realmente gran
dificultad para creer que todo esto es real, ¿sabes? Yo creí que te tenía atrapada. Gran
cubierta, Señorita Blake. Tengo que admitir eso. Estoy impresionada.

―De donde vengo ―Persis logró decir en una voz relativamente calma―, nos
enseñan que es de mala educación patear a las personas cuando están abajo.

―Ah ―Vania reanudó la estimulación por un momento, y luego saltó de nuevo al


lado de Persis―. Realmente estoy impresionada por todo tu logro. Honestamente.
Incluso eres más joven que yo. Me encantaría tener tu cerebro, es decir, mientras
todavía tengas uno.
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El sonido de los ventiladores de los elevadores interrumpió el discurso de victoria de


Vania.
―Refuerzos, ¿tal vez? ―preguntó a nadie en particular. Persis no podía ver nada en
su posición, pero sonaba como si un skimmer hubiera levantado las barracas. Con
suerte, podía ser alguien diciéndole a Vania que los nativos de Albion estaban fuera de
los límites de la Reducción, incluso si estaban en la Liga de la Amapola Silvestre. Con
mucha suerte, sería la milicia albiana misma, garantizando el peso completo de la
bendición de Isla.

Vania fue a investigar y Persis trató de ignora el dolor en su cuerpo y en su entorno.


Parecía que el puesto estaba ubicado en la orilla, y por el sonido de las olas, estaban
cerca de algo como un faro, lo que probablemente significara que todavía estaban en la
costa de Galatea del Norte, probablemente todavía cerca de Fisherman’s Rest, donde
ella y Andrine fueron atrapadas. Bien. Si Isla quería atacar, tendría fácil acceso por el
mar.

Persis sinceramente esperaba que Isla quisiera atacar.

A pesar de que cada movimiento era absoluta agonía, ella se empujó en una posición
donde quedó arrodillada e inclinada sobre Andrine. El corte en la cabeza de su amiga
estaba sangrando, pero no era profundo. Había unos pequeños moratones o hinchazón
para indicar que sufrió una seria conmoción. Tal vez su hinchazón, desvanecida ahora
por lo poco que podía ver Persis de la cara y figura de Andrine, haya, en realidad,
ayudado a protegerla cuando el skimmer chocó. Tal vez Vania mintió y Andrine no
estaba tan lastimada. Tal vez la habían drogado hasta la inconsciencia, justo como le
habían hecho a Persis.

¿En que estaba pensando? Obviamente que Vania estaba mintiendo. Persis se
preguntó si Vania tuvo los invitados en absoluto. Tal vez esto fue toda una trampa para
la Amapola Silvestre. Tal vez Justen estaba en el plan con Vania, y ella, estúpidamente,
estúpidamente confió en él… ¿Y por qué?

¿Por qué quería creerle todo lo que él decía? ¿Por qué era Helo? ¿Por qué era
hermoso? ¿Por qué el cuidó a su madre y se reía de su visón de mar y robaba su aliento
cada vez que la besaba, a pesar de que supuestamente estaban fingiendo todo?

Podía ser la chica más inteligente en Albion, pero parecía que tenía un gran punto
ciego cuando se trataba de lindos, revolucionarios médicos con nombres famosos. Y si
él le estuvo mintiendo para hacer que la Amapola creyera en su información atrás en el
luau, tal vez él estuvo mintiendo sobre el descubrimiento con respecto al Cura Helo
también. Incluso ahora, atada y tal vez a unos minutos de ser Reducida, Persis se había
reprendido a sí misma por no forzar a Tero a localizar unas pocas dosis de la cura antes
de que ella y Andrine se fueran. Ella estuvo tan preocupada por tener a los invitados de
nuevo antes de que algo les pase a ellos. Pero tal vez era un gasto de energía, lamentar
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haber corrido antes de haberse protegido a sí misma con la cura.

Tal vez su confesión haya sido una mentira también, así como todo lo que Justen
hizo.
―Se ve como si se sintieras mejor, Señorita Blake ―Venía la voz de Vania de detrás
de ella. Ella se dio vuelta para ver a Vania volviendo con tres otros: dos guardias que
llevaban un bulto entre ellos y un tercero, uno más pequeño. Persis pestañeó a través de
la oscuridad y su corazón dio un vuelco. Remy.

Pero la joven chica no la miraba a ella para nada. Todo su interés estaba en el
paquete que los guardias llevaban, y su cara estaba inundada de miedo.

―Mira, te traje algo ―dijo Vania y los guardias dejaron el bulto cerca―. Tu novio.

Persis miró al cuerpo inconsciente a un metro de distancia. ¿Era Justen? Desde este
ángulo, ella apenas podía ver sus características, y su pelo parecía teñido con un color
más claro. Ella miro abajo, a sus manos, las largas, y cuidadosas manos de médico que
la agarraron tan cuidadosamente en la ensenada estrellada, que la agarraron cuando
bailaba cerca del fuego en la corte, que limpiaron su frente cuando tuvo la enfermedad
de genetemps y ayudó a su madre durante su ataque esta noche. Sí, era Justen.

¿Qué hacía aquí? ¿Inconsciente?

―¡Cuidado! ―Escuchó a Remy lloriquearle a los guardias, sonando más como una
niña pequeña que cuando lo hizo en el piso de la habitación del trono de Isla―. Está
enfermo. Pregúntale a ella que le hizo.

Vania miró a Persis cuestionándola. ¿Qué clase de nuevo truco era esto?

―No sé de lo que estás hablando ―Persis respondió sinceramente― Dejé a Justen


sano y salvo en Albion. Y todavía debería estar ahí.

―Mentiras ―dijo Vania, y señaló con su dedo a Persis―. Todas mentiras. Y yo te


diré que le hiciste, escoria aristo. Tú lo pusiste en contra de su familia, en contra de su
trabajo, y en contra de la revolución. El Justen que Remy y yo conocimos nunca se
habría ido a ningún lado con alguien como tú. Él nunca nos habría dejado aquí,
abandonando todo en lo que él creía.

Persis entrecerró sus ojos, más confundida que nunca. ¿Qué clase de información
Vania esperaba sacar de ella ahora? Si ella sabía que Justen sólo era uno más de sus
espías, ¿por qué lo estaba acusando de traición a la revolución? Mientras el cielo en el
Este se ponía cada vez más claro, tomó otra mirada al inconsciente cuerpo de Justen.
Uniforme militar galateano, patillas un poco más largas de lo que ella recordaba que
tenía, y ese color claro en su cabello. Lo reconocía ahora. Era la misma tintura de
cabello que usaba cuando estaba disfrazada.

¿Justen habrá estado metiéndose en Galatea disfrazado? Imposibles nociones


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empezaron a hervir en su cabeza. Ella lo dejó en la corte, atendiendo a su madre. No


había forma que él hubiera venido aquí, al menos que…
Al menos que él le estuviese diciendo la verdad en el luau. Al menos que él hubiera
ido a ayudar. Si Justen no le había mentido, cambiaba todo. Todo. Tal vez las fuerzas de
Isla estaban en Galatea, Incluso ahora. Tal vez eso era lo que Remy vino a decirle.

¿Pero por qué así? ¿Por qué no simplemente le decía a Vania y a su prole de
guardias? Miró a Remy, pero la expresión de la chica era áspera y cerrada, como ese día
cuando pelearon cerca del skimmer, como si fuera el momento en que se despertó en la
corte de Isla. Algo había salido terriblemente mal.

―El Justen que yo conozco ―dijo Persis, dirigiéndole la respuesta a Remy―, quería
ayudar a la gente. Él sabía que la revolución no tenía el propósito de herir a nadie ―No
había ni rastro de reconocimiento en los ojos de la chica. ¿De qué lado estaría ella?
¿Había ganado Vania a la chica de nuevo a la revolución? Si era así, debió haber pasado
recientemente, ya que Vania parecía estar realmente sorprendida de descubrir la
verdadera identidad de la Amapola Silvestre.

―¿Ayudar a la gente? ¿Era eso lo que estaba haciendo en la fiesta con una princesa
en Albion? ―preguntó Vania sarcásticamente―. ¿Cómo, exactamente, ayuda eso a
alguien?

―Todo lo que ella dice es mentira ―dijo Remy ahora, su voz era tan fría como la de
Vania era siempre―. Se sienta aquí y nos explica el verdadero significado de
revolución, mientras ella es una mala aristo como cualquiera de ellos.

Vania puso su mano en el hombro de Remy.

―No te preocupes ―dijo―. Sabemos cómo tratar a los aristos aquí.

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Capítulo Treinta y Tres
Justen nunca, nunca, jamás, tomaría genetemps de nuevo. Esto era peor que tres días
sentado en el sol y bebiendo nada más que kiwino. Se sentía como si estuviera muriendo
de alguna manera, como si la ruptura del código hubiera dejado su cuerpo en la posición
incorrecta y un poco fuera de lugar. Cómo alguien encontraba esto divertido estaba más
allá de sus cálculos. Cómo Persis podía tolerarlo regularmente era inconcebible.

Poco a poco, el universo volvió a él, y él parpadeó y gimió.

―¡Oh! ―Exclamó una voz que sonaba algo así como la de su hermana―. Se está
despertando.

Sus ojos comenzaron a concentrarse, pero al segundo en que trató de moverse, se


sintió abrumado por oleadas de náuseas. Rodó sobre su estómago y trató de tragar
saliva, pero tenía la lengua seca y recubierta con una especie de polvo. Escupió en la
hierba, una marca pálida contra el suelo oscuro.

Hierba. Tierra. ¿Estaba afuera? Lo último que recordaba era entrar en el laboratorio
real en Halahou. Parpadeó de nuevo y trató de sentarse. Esta vez, funcionó.

Estaba, de hecho, en el suelo. El cielo estaba iluminándolo todo, el suave azul


plateado que se ve justo antes del amanecer. Delante de él estaban Vania y Remy junto
con algunos guardias, y... a su derecha se arrodillaba Persis Blake, atada de pies y
manos con nanosogas. Llevaba una oscura túnica voluminosa, y su cabello amarillo y
blanco estaba enredado por toda su cara y cuello, pero sus penetrantes ojos color ámbar
eran tan brillantes como siempre. Ella lo miró fijamente, con una expresión mordaz,
como si hubiera uno o dos millones de cosas que le gustaría decir.

Él conocía la sensación.

―¡Justen! ―Remy se arrojó al suelo junto a él y lo abrazó―. Estás bien. Tenía tanto
miedo cuando te vi en el laboratorio, pensé que tal vez ella te haría algo.

―¿Qué? ―Dijo con voz ronca―. ¿Vania?

―¿Sí? ―Vania respondió dulcemente.

―Vania es la única que me habría herido…

―¿Ves lo que quiero decir? ―Vania rodó los ojos―. Totalmente un lavado de
cerebro. Quiero decir, míralo, Remy. ¿El Justen que conoces tomaría alguna vez
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geneptemps voluntariamente?

Remy sacudió la cabeza con vehemencia.

Justen cerró los ojos con desesperación.


―Remy, sé que parece extraño, pero yo…

―¡Basta de mentiras! ―Vania espetó―. Creo que las dos estamos un poco hartos de
oírlos a este punto. ―Desde su lugar en el suelo, Justen podía ver el oblet de Vania
pitando en su bolsillo―. Oh, ¿y ahora qué? ―dijo, molesta, y lo sacó.

―¿Tomaste genetemps por mí? ―Le susurró Persis, su voz llena de asombro―.
¿Tú?

―Sí ―gruñó en respuesta―. Y mira el bien que nos hizo, Amapola.

―Aun así ―dijo mientras se encogió de hombros con los brazos atados―, estoy
impresionada. Es la cosa más romántica que alguien haya hecho por mí.

Atada y todavía haciendo bromas coquetas. Al parecer, la Amapola Silvestre no era


totalmente diferente a la Persis Blake que conocía.

―Si salimos de esto con vida ―dijo―, vamos a tener una larga conversación.

―Oh, sí. Espero con interés escuchar todo acerca de tu primera experiencia con
genetemps.

―Eso no es lo que quiero decir.

Persis volvió a ser ella, toda la diversión desapareció de su rostro. Su mirada era
oscura y penetrante, y sus palabras lo fueron aún más.

―Ni yo, Justen. Y no hay que suponer que, aun cuando salgamos vivos de esto,
ninguno de nosotros va a conservar el poder de hablar.

Justen se sintió mareado otra vez mientras su cerebro trataba de conciliar a la chica
que conocía con la espía atada a su lado. ¿Era esto lo que había estado oculto detrás del
personaje aristo malcriado de Persis todo este tiempo?

No tenía ni idea de dónde estaba ya. No en Halahou. En un césped fuera de alguna


instalación militar indescriptible en alguna parte. Podía oír el sonido de las olas. Parecía
venir de más allá del risco que se alzaba a unos veinte metros por delante de ellos.

Miró a Vania leer su mensaje en su oblet. Aunque no podía lograr ver desde ese
angulo, lo que sea que la pantalla decía, hizo que su cara se contorsionara de rabia.

―Escucha, Remy… ―empezó a decir, pero Vania empezó a gritarle al oblet.

―No lo creo ―le espetó―. No después de todo lo que he pasado.


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A su lado, Persis estiró el cuello para ver, pero Justen dudaba que hubiera
conseguido algo.
―Muy bien, ¡basta! ―Exclamó Vania―. Yo atrapé a la Amapola Silvestre. Lo hice
todo yo sola. Y no me importa lo que el general Gawnt o incluso mi padre tengan que
decir al respecto. ―Extendió la mano hacia los otros dos guardias―. Rosas, por favor.

Todo se enfrió.

―Vania, no… ―Justen comenzó.

―¡Cállate! ―Gritó sin moverse―. Tú, Justen Helo, no estás en condiciones de decir
nada en este momento. Tendrás suerte si consigues salir de esta sin ser Reducido, a este
ritmo.

―Pero tiene razón, Ciudadana Aldred ―dijo Persis con una voz que Justen no
estaba seguro de haber oído antes. O a lo mejor sí. Esta era su voz en los baños del
sanatorio, su voz en la segura oscuridad de la ensenada estrellada, su voz la noche en
que trató de hablar a su madre al borde de la locura. Esta era la verdadera Persis Blake.
La Amapola silvestre―. Estás cometiendo un terrible error. Ese mensaje que acabas de
recibir; de uno de tus superiores, supongo. Apuesto a que también puedo adivinar lo que
dice. Mi princesa ha hecho un trato con tu padre. Hemos de ser liberados ilesos.

―¡Demasiado tarde! ―Vania sacudió la mano, aunque los guardias parecían


dudar―. Ya es demasiado tarde. El mensaje no llegó a tiempo. Oh, bien. ―Se volvió
hacia los guardias―. ¡Rosas! ¡Ahora! ―rugió.

Remy se estremeció, al igual que los subordinados de Vania.

―Vania ―dijo Remy, de pie y retrocediendo hasta que estuvo muy cerca de los
guardias―. No vamos a empezar una guerra. De todas maneras ganas. Ahora que su
identidad ha sido revelada, la Amapola Silvestre nunca podrá volver a Galatea.

―Oh, de todas maneras gano ―insistió Vania―. Yo siempre gano. Pero voy a ver la
Amapola Silvestre Reducida de todas formas. La voy a ver arrastrándose en el fango
antes de irse a casa. Te lo prometo.

―Vania ―dijo Justen, levantándose en sus inestables pies―. Detente.

―No, ¡tú detente! ―Sacó su pistola de la funda y apuntó hacia él―. Da un paso más
y te voy a disparar con más que una toxina. No haces más que hundirte a ti mismo más
profundo ―Miró hacia atrás―. Y tú también, Remy. Y ―dijo, alzando la voz―,
cualquier soldado bajo mi mando que no siga mis órdenes directas. Ahora, una rosa, por
favor.

Remy suspiró y se volvió hacia el guardia, que ofreció a su lata de pastillas. Con un
rostro sombrío, Remy la tomó luego se lo entregó a Vania.
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―Sigo pensando que estás cometiendo un error ―dijo―. Nos vamos a meter en
problemas, y no es como que vaya a durar mucho tiempo.
―No, Remy… ―gritó Justen. Ella no sabía sobre el efecto de las píldoras tenían en
los reg―. No, Vania. No lo hagas. No tienes idea de lo que estás haciendo.

Persis no era una aristo. No del todo. Su cerebro podría funcionar como el de un reg.
Al igual que el de su madre. Del mismo modo en que ella podría desarrollar DRA,
podría sufrir daños permanentes por la droga de Reducción.

Ella podría perder su hermosa mente extraordinaria. Para siempre.

Vania observó a Persis, los ojos en su premio, agitando un puñado de pastillas en su


mano mientras andaba.

―Oh, sí lo hago, Justen. Vi tu investigación. Sé exactamente lo que estoy haciendo.

Y con eso, agarró la cara de Persis y atiborró las pastillas por su garganta.

Persis cayó de golpe al suelo y quedó inmóvil. Nada se movía en el gris amanecer: ni
la brisa, ni las aves, incluso las olas parecían ir en silencio. O tal vez era sólo el rugido
de la sangre en los oídos de Justen.

Persis. No, no, no.

Sin hacer caso a Vania y a su arma, Justen corrió al lado de Persis. Él comenzó a
darle la vuelta, pero se detuvo cuando ella comenzó a temblar incontrolablemente,
temblando y estremeciéndose mientras espuma salía por su boca. Él la sostuvo
suavemente de lado para que no se ahogara, apretó sus brazos a su alrededor hasta que
ella se quedó en silencio de nuevo.

No, Persis no. Persis no.

Vania suspiró, rodando los hombros con alivio.

―Bien, está hecho.

Remy se quedó en silencio, observándolos. Las lágrimas salieron de sus ojos y sus
mejillas, ignorada. Los guardias detrás de ella esperaban.

Justen quería atacar Vania, golpearla sin sentido, pero ¿cuál era el punto? Ella sólo lo
pincharía con uno de sus aguijones toxina o le dispararía o incluso lo reduciría. ¿Y no
era eso lo que se merecía?

―Acabas de comenzar una guerra, Vania ―dijo en su lugar―. La Princesa Isla no


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soportará lo que le has hecho a su amiga.

Vania resopló.
―La princesa no me asusta. Ella no puede hacer nada en su país, ¿qué te hace pensar
que va a ser capaz de lograr algo en el nuestro?

―Te ordenaron a liberarla ―Justen puso a Persis suavemente en el suelo y se puso


de pie, apuntando un dedo acusador a su antigua amiga―. Y tú le administraste una
dosis de todos modos. Todos somos testigos. ¿Qué piensas hacer para callarnos?

Pero ella sólo se encogió de hombros.

―Realmente no me importa si alguien se entera de cuando le di una dosis ni cómo ni


por qué. Habla todo lo que quieras. Los verdaderos galateanos estarán de mi lado. La
Amapola Silvestre merece lo que recibe, lo mismo que la reina ―miró más allá de
Justen―. Oh, mira, se está despertando.

Justen se volvió y, efectivamente, Persis se había sentado. Sus nanosogas yacían


flojas ahora, y ella se limpió la espuma de la cara con el dorso de la mano y luego lo
miró fijamente, con curiosidad. Lo lamió, y luego hizo una mueca y se limpió el resto
en su vestido.

―Aww ―dijo Vania―. ¿No es tierno cuando tratan de comer de todo?

El estómago de Justen se estremeció. Los ojos de Persis estaban tan abiertos y en


blanco como los de un bebé, y su modo de andar era tan inestable cuando se impulsó a
sí misma a ponerse de pie y lo miró, con la cabeza ladeada. Él la miró fijamente, casi sin
poder respirar. ¿Cuál era este sentimiento? No, no era tristeza, ni siquiera horror. Se
sentía entumecido: el destello de ira por Vania desapareció para ser reemplazado por un
rugido sordo de la nada.

Nada. Eso es lo que brillaba en la mirada de Persis, mientras miraba con curiosidad
de una persona a otra. ¿Quedaba algo de ella en absoluto allí adentro? ¿Cuántas dosis se
necesitaban para hacer daño total? Sabía que lo tenía escrito en algún lugar de sus notas,
pero no podía recordarlo. No podía recordar nada en ese momento, excepto la mirada en
sus ojos brillantes el momento antes de que lo besara por primera vez.

Vania rebotó en sus pies.

―Oh, me gustaría poder quedarme con ella. Sería una gran sirvienta, ¿no te parece?
¿Te imaginas que yo sea vestida y arreglada y seguida a todas partes por la gran
Amapola Silvestre? ―Dio una palmada y Persis se sobresaltó un poco y luego se volvió
hacia Vania―. Ven aquí, tú. Vamos, todo está bien. No voy a hacerte daño... ―Vania
sacudió la lata de pastillas―. ¿No quieres más?

Persis arrastró los pies, con una expresión de confianza estúpida.


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―Basta, Vania ―dijo Justen, tomando a Persis de la mano. Esta yacía floja en la de
él, pero ella seguía tirando hacia Vania―. Has logrado lo que querías.

―Todavía no, no lo he hecho ―Vania le hizo señas a Persis otra vez.


Persis gruñó y se liberó de su agarre, continuando hacia Vania.

―Sabes ―dijo, cuando Persis llegó a ella―. Creo que hemos estado haciendo todo
mal con estos imbéciles, manteniéndolos como prisioneros. Debemos re-entrenarlos
para que sean mascotas ―Sonrió ampliamente―. Con todo el prestigio de un animal
alterado genéticamente, pero entrenados para ir al baño, también ―Se inclinó― Sabes
ir al baño, ¿verdad, Señorita Blake?

Persis la miró sin comprender.

Vania se rió entre dientes.

―Vamos a ver si hace algún tipo de trucos.

Justen oyó un suave gemido a su izquierda. Andrine, al parecer estaba despertando.


En silencio, quiso que se quedara abajo. Si Vania veía que la otra chica estaba despierta,
ella sin duda querría darle una dosis a ella también.

Pero Vania ya no prestaba atención a nadie más que a Persis.

―Vamos a ver ―decía ella―. La hemos visto sentarse y venir. ¿Podríamos ponerla
a buscar, tal vez, o a darse la vuelta?

Justen le lanzó una mirada a Andrine, cuyos ojos estaban muy abiertos, aunque no se
había movido. Ella lo miró, una pregunta en sus ojos, y él sacudió la cabeza casi
imperceptiblemente. ¿Qué podría hacer Andrine para ayudar toda atada?

Se volvió hacia Remy, que estaba de pie inmóvil, con una expresión de terror pintada
sobre sus rasgos mientras miraba a Persis.

―Todo va a estar bien, Remy ―dijo. Mintió.

―No ―susurró, su voz temblorosa―. No lo creo. Creo que he cometido un terrible


error.

Extendió la mano hacia ella, manteniendo su voz suave y uniforme.

―No lo sabías. No habías visto como es la Reducción en realidad.

Ella lo miró por el rabillo del ojo y luego se rio sin alegría.

―De verdad crees que soy una niña, ¿no? ―dijo―. Bueno, no tienes idea de lo que
estás hablando.

Vania estaba felizmente saltando en círculos ahora, mientras la desafortunada Persis


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tropezaba detrás de ella.

―Ah, ¡ya sé! ―Gritó Vania―. Voy a hacer que ruegue. ―Sostuvo la lata de
pastillas en el aire―. Vamos, Perseyworsey. Ruega ¡Ruega!
Persis se detuvo y levantó la cara hacia la lata. Las pastillas en el interior hacían un
ruido agradable cuando Vania la sacudía. Persis se alzó de puntillas, extendiendo la
mano.

―Muy bien, ―exclamó Vania―. A Persey-worsey le gustan sus pastillas, ¿no? Son
buenas.

Persis asintió. Justen apenas podía ver.

―¿Quieres otra? ―Vania jugueteó con la lata.

Justen no podía soportarlo más. Dio un paso adelante y agarró a Vania por la
muñeca.

―Es suficiente.

Ella se dio la vuelta para enfrentarse a él con una mirada peligrosa.

―Creo que tendría cuidado, si fuera tú ―dijo, sacudiendo su brazo de él―. Tengo
toda una pulsera llena de punzones, ya sabes. ―Él se tambaleó hacia atrás cuando
Vania reanudó su sonrisa triunfante.

Un momento después, ella cayó cuando Persis estrelló una roca contra el costado de
su cabeza.

―¡Ayuda! ―gritó Vania, mientras Persis saltaba encima de ella y comenzaba a


golpearla con los puños. Parecía estar de pie sobre los brazos de Vania, impidiéndole
usar sus punzones.

Justen se quedó desconcertado. Nunca había visto a un Reducido atacar.

―Oye, hermano ―llamó Remy―. ¿Me darías una mano?

Miró a la derecha para verla de pie, con un arma en la mano apuntando a los dos
guardias. Parpadeó, sorprendido. Remy, de pie con un arma en la mano apuntando
hacia dos guardias.

―¡Justen! ―ella dijo, molesta, e inclinó la cabeza hacia Andrine―. Ve a desatarla


ya. Persis no puede contener a Vania desarmada por siempre.

Y Reducida.

Y Reducida, ¿verdad?

Andrine ya estaba sentada. Sacudiendo la cabeza para alejar su impresión, Justen se


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apresuró a hacer lo que su hermana pequeña había dicho.

―¿Estás bien? ―le preguntó a Andrine cuando empezó sobrescribir el código que
mantenía sus sogas ajustadas.
―Mejor cada minuto ―respondió lacónicamente.

Mientras trabajaba, él miró a Persis y Vania, quienes todavía estaban juntas. De


alguna manera, Persis le había arrebatado la pulsera de punzones a Vania, y Justen no
tenía idea de a dónde había ido el arma.

Esta no era la Reducción que había visto. ¿Cómo era posible?

Las sogas de Andrine se soltaron y ella se puso de pie y comenzó a correr a toda
velocidad por Persis y Vania. Remy sonrió, que fue cuando uno de los guardas fue por
ella, mientras que el otro corrió hacia el edificio en busca de refuerzos.

―Lo traeré. ¡Ayuda a tu hermana! ―gritó Andrine, y cambió de rumbo para


perseguir al guardia que huía.

Justen corrió hacia donde Remy y el guarda estaban luchando por el arma, haciendo
lo mejor posible por permanecer fuera de la línea de fuego. Agarró al guarda por el pelo
y lo alejó del cuerpo de su hermana pequeña, y luego, casi antes de que supiera lo que
estaba haciendo, estrelló su puño derecho en la nariz del hombre. El guarda cayó al piso,
sin moverse.

Remy se sentó y lo miró con la boca abierta.

―¡Justen! ¡No sabía que lo tenías dentro de ti! ―Entonces alargó la mano muy
suavemente y puso una nanosoga alrededor de la muñeca y los tobillos del guarda y la
ajustó.

―En otro momento ―le dijo, los ojos muy abiertos― vamos a hablar de qué tipo de
secretos has estado manteniendo.

Ella se encogió de hombros, y luego dijo:

―Sí. Probablemente deberíamos hacer eso.

Justen respiró hondo.

―Vamos a ayudar a Persis. Un Reducido no es rival para Vania.

Remy se rio entre dientes.

―Justen, ella no está reducida.

―¿Qué? ―Justen se volvió hacia la lucha, con la boca abierta.

Persis y Vania todavía estaban encerradas en un abrazo mortal. De alguna manera,


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Persis había enredado su larga capa alrededor de las piernas de Vania, lo que le impedía
dar patadas. El cabello de ambas estaba volando por todas partes, y mientras giraban,
mechones blancos, negros y amarillos se vapuleaban en el viento de la mañana, y Justen
sólo pudo distinguir un destello de sangre roja. Pensó que era procedente de Vania, pero
no podía estar seguro. Todavía estaban luchando entre sí, tropezando en un amplio arco
en medio del césped.

Justen y Remy empezaron a correr hacia ellas cuando Vania se estiró y agarró a
Persis por su cabello, tirando hacia atrás lo más fuerte que pudo. La chica, más alta,
perdió el equilibrio y se fue a toda velocidad hacia atrás, tirando de Vania con ella,
todas las extremidades, vestidos y cabello cayendo contra el cielo del amanecer.

Luego se desplomaron hacia un lado del acantilado y quedaron fuera de vista.

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Capítulo Treinta y Cuatro
Justen corrió hacia adelante, gritando el nombre de Persis. A lo lejos, notó la
evidencia de la lucha en el césped: el brazalete perdido de Vania, un mechón de pelo
amarillo y blanco de Persis, una mancha de sangre en una brizna de hierba.... ¿Qué tan
alto era el risco? ¿Cuán rocosa era la playa? ¿Hasta dónde habían caído?

El tiempo parecía pasar lentamente, él parecía estar corriendo a través de melaza. No


podía ver. No lo sabía. ¿Estaban bien allá abajo? ¿Qué estaba sucediendo?

Cuando se acercaron, una mano se alzó por encima del borde. Fue seguida por un
codo y luego, por fin, un rostro. Sucio de arena negra y sangre, exhausto y sudoroso y
hermoso.

Justen nunca había visto nada tan hermoso.

―Persis ―él extendió la mano y la agarró, tirando de ella para ponerla a salvo. Ella
se dejó caer en sus brazos, y él pensó que nunca había sentido algo tan maravilloso
tampoco. Ella estaba aquí. Ella era Persis. ¿Cómo era posible?

―¿Adivina qué? ―jadeó, señalando vagamente hacia el puerto de abajo―. Alguien


me trajo mi yate.

Vania Aldred iba a estar bien. Ese fue el diagnóstico que flotaba desde la cabina del
Daydream mientras este aceleraba de regreso a Albion a través de la fría luz de la
mañana.

Persis no estaba segura de qué pensar. Por supuesto, sería mucho mejor
políticamente mantener cautiva, rehen y sana a la hija del dictador militar de Galatea
que otra cosa, pero a Persis no le importaría mucho si Vania hubiera sufrido algunas
lesiones graves en su caída desde el acantilado. Después de todo, la chica había
intentado Reducirla. Una lesión menor en la cabeza y algunos rasguños por las rocas no
parecían una retribución significativa.

Se sentó en la proa del Daydream, Slipstream acurrucado en su regazo y un


suplemento del palmport olvidado en su mano, y se quedó mirando hacia el mar
mientras el amanecer convertía la superficie en oro fundido.
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Andrine estaba abajo, ayudando a Justen con sus tres cargas. La amiga de Persis
había encontrado a los visitantes dentro de una celda en el edificio del puesto de
avanzada después de neutralizar a la guardia. Andromeda tenía algunos moretones en su
cara, pero lucía bien, y Tomorrow estaba asustada pero por lo demás sana y salva. Persis
estaba segura de que la culpabilidad de la capitana extranjera, que probablemente se
arrepentía de su elección de ir con Vania, superó las lesiones superficiales que podría
haber recibido tan pronto como se dio cuenta de cuál era la verdadera intención de su
anfitriona. Ella había ofrecido resistencia sin embargo, a juzgar por los moretones. Ellos
todavía no sabían si los galateanos habían conseguido su muestra genética de
Tomorrow, aunque Persis imaginaba que sí. Era casi seguro que había algo de la chica
Reducida que se había quedado atrás en esa celda. Quizás Justen sabría lo que
pretendían hacer con eso y cómo podrían ser detenidos.

Pero ese ya no era su problema.

Tero estaba al timón, mostrándole a Remy cómo trabajar los controles. De vez en
cuando saludaban a Persis y ella les devolvía el saludo con una sonrisa forzada. Remy
estaba muy orgullosa de sí misma. Ella había estado muy ansiosa de explicarle todo a
Persis, tan ansiosa que Tero tuvo un momento difícil manteniendo a la niña el tiempo
suficiente para vendar las heridas pequeñas que había recibido en la lucha con el
guardia. Persis, sin embargo, le había prestado atención mientras Tero le administraba
medicamentos y envolturas para todos sus diversos cortes y arañazos. Se había sentado
y escuchado mientras Remy le decía exactamente cómo había cambiado las píldoras de
Reducción del guardia por lo que fuera que Justen había estado llevando cuando lo
encontró desmayado en el laboratorio.

Lo que significaba que Remy no sabía lo que le había dado a Persis, aparte de que no
era una pastilla de Reducción. Persis no había tenido el corazón para señalarle el
peligro. No cuando Remy estaba actuando tan avergonzada por haber dudado de Persis,
y por haber cambiado a Justen por Vania, y por... bueno, cualquier otra cosa que la
chica hubiese estado diciendo. Persis no había prestado suficiente atención, porque a
diferencia de Remy, Persis supo al instante exactamente lo Justen había ido a recoger al
laboratorio real galateano.

Así que ahora había tomado la Cura Helo. Tero había confirmado que eso era lo que
él y Justen habían estado buscando cuando llegaron a Galatea, aunque Tero, a diferencia
de Justen, no se dio cuenta del peligro en el que estaban los regs de la Reducción. Justen
lo sabía, sin embargo. Nunca olvidaría la mirada en sus ojos cuando ella se levantó del
suelo, cubierta de espuma y casi tan confundida como un verdadero reducido. Lucía
como si la hubiera matado, y en cierto modo, pensó que lo había hecho.

Pero Persis se había sentido bien. Se sintió como si nada hubiera pasado, lo que la
había asustado momentáneamente más que nada. Cuando pierdes la cabeza, ¿sabes
siquiera qué se ha ido? Un día, cuando se Oscureciera, ¿extrañaría siquiera a la persona
que ha sido?
Página307

Muy pronto, sin embargo, se dio cuenta de que todo lo que le había pasado no era
Reducción. Y luego hizo la actuación de su vida. Persis Blake pudo haber pasado seis
meses actuando de tonta, pero esto difícilmente la preparó para seis minutos actuando
de Reducida.
Incluso Remy había admitido que por un momento, temía que su cambio no había
hecho ninguna diferencia.

―Pensé que estabas Reducida ―la chica le había dicho tímidamente―. Pensé que
había metido la pata de nuevo.

Pero Persis había tomado la cura. Y ahora ella nunca estaría en peligro de Reducción,
justo a tiempo para que la Amapola Silvestre desapareciera para siempre.

No había manera de que Isla permitiera jamás que Persis fuera a una misión de
nuevo. Isla o los padres de Persis, en realidad. Ella estaba a punto de ser castigada de
por vida. Y no importaba de todos modos. Su secreto fue volado por las nubes. Los
guardias sabían quién era, y Vania tendría que ser devuelta a Galatea eventualmente. La
Amapola Silvestre estaba muerta.

Y sin embargo, ¿realmente alguien todavía necesitaba a la espía? Después de todo,


una vez que se difundiera el conocimiento de la protección derivada de la Cura Helo, los
revolucionarios ya no serían capaces de utilizar su arma de Reducción. Los habitantes
de Galatea estarían a salvo. Sin esa amenaza, los refugiados podrían regresar a sus
hogares, y los rumores de la resistencia al gobierno de Aldred crecerían en un rugido. E
Isla podría ayudar con eso, también, sobre todo con el poder de negociación derivado de
mantener cautiva a la hija del Ciudadano Aldred. Los galateanos podrían formar una
república ahora. Una verdadera república, no una nación acobardada bajo el dominio de
otro líder cruel.

Tal vez serviría de modelo. Incluso para Albion. Después de todo, con el concejal
Shift pasando a ser pronto un cero a la izquierda en la corte, quizá Isla podría finalmente
gobernar junto con el Concejo, y no en oposición a este.

No, la Amapola Silvestre ya no era necesaria en Nueva Pacifica. Y entonces, la única


pregunta que quedaba era, ¿la necesitaba Persis? Era su deber, sí, su servicio a su
princesa y a la gente que estaba sufriendo innecesariamente. Pero también era su amor.
Como la Amapola, Persis podía olvidar un futuro que incluía un matrimonio con un
hombre que iba a controlar su vida y a sus preciosos scintillanos, una corte que esperaba
que chicas como ella fueran ornamentales y obedientes, una madre a la que estaba
perdiendo un poco más cada día, y un futuro tan brumoso como el vapor que se levanta
desde el mar. Como la Amapola, Persis podía estar segura de que, no importa lo que le
ocurriera en el futuro, había hecho algo con su mente mientras tuvo la oportunidad.

Sin la Amapola Silvestre, no había nada que evitara que Persis pasara sus días viendo
a su madre caer en la nada y sus noches preguntándose si y cuándo iba a comenzar para
ella, también.
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Slipstream chilló, luego se deslizó de su regazo, y Persis alzó la mirada para ver que
tenía compañía en la cubierta. Justen.
Había otro hombre cuyo lugar en su vida se había vuelto bastante turbio en las
últimas horas.

Vio cómo el visón de mar daba saltos hacia Justen, quien se agachó y rascó el animal
detrás de la oreja, luego lo levantó y dio unos pasos hacia adelante.

―¿Lo quieres de vuelta? ―Dijo.

Ella se puso de pie, recostándose en la barandilla de apoyo.

―No. Deja que pesque si quiere.

Justen asintió y dejó al animal. Slippy se lanzó entre sus piernas y sobre el borde para
nadar en la estela.

―Creo que tu rata me está agradando cada vez más.

―Visón de mar ―corrigió ella.

Él sonrió.

―Visón de mar. ―Siguió acercándose a ella y ella se escabulló para hacer espacio.
¿Se suponía que tendría que disculparse por actuar como una idiota... dos veces? ¿Se
suponía él que tendría que pedir disculpas por crear un instrumento de tortura? ¿Qué iba
a pasar ahora?

El cielo era color coral y rosa y brillante, brillante azul. Iba a ser otro magnífico día
en Nueva Pacífica, pero Persis envolvió su capa con más fuerza alrededor de su cuerpo
y se estremeció con la brisa del mar. Justen todavía llevaba el uniforme militar
galateano negro que había usado para colarse en el laboratorio, aunque las escamas
grises habían desaparecido de su cabello casi por completo.

―Entonces... ―comenzó en voz baja.

―Entonces ―dijo ella―, ¿crees que Tomorrow va a ayudar con tu investigación


sobre DRA? Estoy segura de que sus experiencias le han dado un buen susto, pero si
tenemos un poco de paciencia, vamos a ser capaces de convencerla de que no queremos
hacerle ningún daño. Y tus modelos muestran que su genética podría ser prometedora,
¿verdad? ―Ella estaba balbuceando. Incluso la excéntrica Persis nunca balbuceó.

―Tal vez ―dijo―. Pero yo... no quiero hablar de trabajo en estos momentos.

―¿En serio? ―preguntó ella, escéptica―. Eso es nuevo para ti. Durante el tiempo
en que te he conocido, es de lo único que querías hablar. Tu valiosa investigación y tu
hermosa revolución, y cómo todo es muy, muy importante.
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―Es importante ―interrumpió―. Y será cuando lleguemos a Albion. Vamos a


arreglar a los refugiados, y vamos a proteger a los galateanos y su revolución, y en
algún lugar en el medio de todo eso, voy a volver a mi investigación. Y no voy a
descansar hasta que encuentre una manera de ayudar a tu madre y a todos los que tengan
el mismo problema. Te lo prometo, Persis.

Tragó con dificultad, luego le dio la espalda y tomó un largo trago de su suplemento
para calmar sus nervios. Era muy dulce, sin embargo, por lo que no hizo nada por el
estilo. En lugar de ello, su corazón latía tan fuerte que pensó que podría lastimarlo. Él
prometió. Él prometió que iba a salvarla. Y, como siempre, quería creerle.

―Eso es lo que voy a hacer ―dijo en voz baja, muy cerca de su oído―. ¿Qué vas a
hacer tú?

Se dio la vuelta nuevo. ¿Cuándo había llegado tan cerca? Estaban cara a cara en la
cubierta, a pocos centímetros el uno del otro.

―¿Qué quieres decir?

―Vamos ―dijo, bromeando―. Los dos sabemos que no vas a ser más la Amapola
Silvestre, y con mi hermana a salvo conmigo…

―Tu hermana ―señaló―, puede cuidar de sí misma.

―Ya lo veo ―él frunció el ceño―. Eso es algo más de lo que podemos hablar... más
tarde, la conveniencia de reclutar a mi hermanita para tu red de espionaje.

―No la subestimes.

―No cambies el tema ―respondió―. Remy estará a salvo conmigo de ahora en


adelante, e Isla va a ser una gran heroína después de que revele cómo hemos salvado a
los regs y a los aristos de Galatea, así que no es como si necesitara nuestra ayuda con su
imagen pública.

―Es cierto ―una parte de ella quería apartar la mirada, pero no pudo. Sus ojos no se
apartaban de su cara, y había algo en su mirada, algo oscuro e inesperado que le hizo
contener el aliento―. Supongo que voy a volver a la escuela. Sé que va a hacer feliz a
mi padre.

―¿La Amapola Silvestre tomando clases de historia cuando ella solía hacerla?
―Justen consideró esto, con una pequeña sonrisa en su boca―. Sería entretenido, al
menos.

―No actúes tan superior ―dijo―. Creo que conozco a un médico que no ha
terminado oficialmente del todo con sus estudios, tampoco. Sin tu tío Damos
volviéndose todo nepotista, vas a tener que terminar la escuela, también.
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―Es cierto ―repitió―. Pero lo que estoy preguntando es, ya que todas las razones
para mantener una relación falsa se han evaporado, ¿significa que no tenemos que fingir
estar enamorados nunca más?

―Eso es lo que significa ―dijo, asintiendo bruscamente.


―Bien.

―Sí ―se las arregló para decir, aunque su garganta se estaba ahogando en las
palabras. Él estaba muy cerca. Trató de retroceder un paso, y él la tomó de la mano. Su
pulgar trazó el contorno de su wristlock, luego se deslizó en el interior para reposar
sobre el disco de oro.

Aún no se había terminado el suplemento, pero todos los nervios de su palma


zumbaban como volviendo a la vida.

―¿Qué estás haciendo? ―Susurró ella, sin embargo, siendo tan inteligente, ya sabía.

―Es bueno ―añadió Justen, mientras le tomaba la cara con la otra mano y le
enredaba sus dedos en el pelo―, porque, Persis Blake, la próxima vez que te bese,
quiero que sepas que es de verdad.

Fin

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Sobre la Autora

Diana Peterfreund ha sido diseñadora de vestuario, modelo de portada, y crítica de


comida. Sus viajes la han llevado desde los bosques nubosos de Costa Rica a las
cavernas subterráneas de Nueva Zelanda (y por lo que a ella respecta, apenas está
empezando). Diana se graduó de la Universidad de Yale en 2001 con dos títulos, uno en
literatura y otro en geología, que su familia afirmó que sólo resultarán útiles cuando ella
escribiera libros sobre rocas. Ahora, esta chica de Florida vive con su esposo y su
cachorro en Washington DC, y escribe libros que rockean.

Su primera novela, Secret Girl Society (2006), es descrita como "ingeniosa y


entrañable" por The New York Observer y fue colocada en la lista de Libros de la
Biblioteca Pública de Nueva York 2007 en la categoría Libros para Adolescentes. La
secuela, Under the Rose (2007) fue considerada "imposible de dejar", según Publishers
Weekly, y Booklist llamó al tercer libro, Rites of Spring (Break) (2008) "lectura de
verano ideal". El último libro en la serie, Tap & Gown, salió en Mayo de 2009. Todos
los títulos están disponibles en Bantam Dell.

También contribuyó a las antologías de no-ficción, Everything I Needed to Know About


Being a Girl I Learned from Judy Blume, editado por Jennifer O'Connell (Pocket
Books, 2007), The World of the Golden Compass, editado por Scott Westerfeld
(BenBella Books, 2007), Through the Wardrobe, editado por Herbie Brennan (BenBella
Books, 2008), y la Mind-Rain, editado por Scott Westerfeld (BenBella Boos oks, 2009).

Su primera novela para adultos jóvenes, Rampant, una fantasía de aventuras unicornios
asesinos y los descendientes vírgenes de Alejandro Magno que los cazan, es publicada
por Harper Teen.
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Staff
Traducción Corrección
 Alina-  Alina
 Xoch  Tessa_
 EnchantedCrown  •Anaid•
 Bornt0fight  EnchantedCrown
 Lucía L  Jodidamentesexynefilim
 DianitaEverdeen  Tic-Tac
 Ela Everdeen  Amentet
 Mery  Arianna
 Emma  Sra. Norris
 NansR L.  Carmen
 Chris G  Jennifer C.
 Patricia Heronlight♕
 Isi
 Hitomi Yagami Diseño
 Maru  Auri_16
 GideonL
 Riu di Angelo
 Leon der Slalomdribbler Moderadoras
 Floor  Alina-
 BelusiMG  Tessa

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Nota importante
Esta traducción fue hecha sin fines de lucro; es el producto de un trabajo realizado por
un grupo de aficionadas y aficionados que buscan ayudar por este medio a personas que
por una u otra razón no pueden disfrutar de maravillosas obras como esta.

Ninguno de los miembros que participaron de esta traducción recibió, ni recibirá


ganancias monetarias por su trabajo. Nuestra única recompensa es la satisfacción de
nuestros lectores.

El material antes expuesto es propiedad intelectual del autor y su respectiva editorial.

Si te gustó esta historia y está en tus posibilidades, apoya al autor comprando este
libro.

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Rampant

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Secret Society Girl

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