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Aunque a mediados del siglo XVI los frailes franciscanos introdujeron el canto
llano en la región, la tradición musical europea no se afianzó en Tamaulipas sino
hasta los siglos XVII y XVIII, en que era costumbre que las fiestas de los criollos
fueran amenizadas con canciones y bailes de origen español. Por su parte, los
indígenas adoptaron sólo de manera parcial la música y los instrumentos
europeos, creando un arte musical con características propias, mientras que los
grupos nómadas que se refugiaron en las sierras conservaron —hasta bien
entrado el siglo XIX— los cantos y danzas de sus antepasados.
Las dificultades a que se enfrentaron los frailes que intentaron extirpar las danzas
indígenas (que consideraban paganas) los obligaron a hacerles modificaciones
para darles nuevos significados que los ayudaran en su labor de cristianización.
Así, producto de este sincretismo, encontramos a lo largo y ancho de Tamaulipas
diversas danzas en que se fusionan lo más variados elementos religiosos y
culturales autóctonos y españoles, por ejemplo la Danza de los
matachines (o matlachines), que se ejecuta en fechas significativas como el 12 de
diciembre (aniversario de la aparición de la Virgen de Guadalupe al indio Juan
Diego) y en distintos festejos patronales de cada municipio. Con diversas
variantes, esta es una de las danzas más interpretadas en la República Mexicana
(por ejemplo en Aguascalientes, Coahuila, Jalisco, San Luis Potosí y Zacatecas), y
en Tamaulipas es ejecutada por un grupo de varones que —ataviados con una
especie de taparrabos largo de color negro o rojo y con las orillas adornadas con
barbas de algodón, y portando una sonaja en la mano derecha— se colocan en
dos filas paralelas, cada una de las cuales es guiada por un capitán que
representa a Moctezuma o a Hernán Cortés. Encorvados, los danzantes van
dando ágiles pasos de baile que rematan con un fuerte golpe del pie sobre la
tierra, marcando el ritmo con sus sonajas y moviéndose vigorosamente con el
acompañamiento de uno o varios tambores mientras siguen a sus capitanes, los
cuales dan la vuelta a la fila para llegar siempre a donde empezaron. En medio de
todos se encuentra el viejo de la danza, que lleva el rostro oculto con una máscara
de cuero o madera y porta en la mano derecha un arco y una flecha. La función de
este personaje es intentar poner desorden entre los danzantes y lanzarse
sorpresivamente sobre el público para asustarlo.
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1 Danza de los matachines
2 Danza de a pie
3 Danza de las marotas (fragmento)
4 El querreque
5 Jacarandas (picota)
6 La revolcada
7 Los caballos panzones
8 El pedacito
9 Los trovadores tamaulipecos: El cuerudo tamaulipeco
10 Roberto Cantoral. El reloj (interpretan Los tres caballeros)
Danza de a pie
En las localidades de El Sauz, Fortines y México Libre (municipio de Antiguo
Morelos) se lleva a cabo la Danza de las marotas, singular baile derivado de las
pastorelas decembrinas con un desarrollo cercano a la representación teatral. Esta
danza se lleva a cabo durante la Semana Santa y en ella los participantes —
exclusivamente varones— se disfrazan de diablos y marotas (diablas). Los diablos
usan pantalones con jirones de tela cosidos por todos lados y espantosas
máscaras de cuero elaboradas por los propios danzantes, mientras que las
marotas llevan ropas de mujer y máscaras de cartón. Tradicionalmente son 13 los
danzantes que participan en este baile, en alusión al número de personas
presentes en la Última Cena: seis parejas de diablos y marotas y un diablo mayor.
Durante toda la Semana Santa, el grupo recorre las calles de la comunidad por las
mañanas y por las tardes, deteniéndose a bailar ahí donde se los pidan, a cambio
de una cooperación monetaria por cada pieza ejecutada. Se trata de una acción
simbólica, puesto que el pueblo está de luto por la pasión y muerte de Jesucristo y
no puede divertirse, así que lo hace a través de los demonios. Las marotas se
acercan a los varones y los invitan a pecar bailando con ellas, pero entonces
llegan los diablos y se las llevan golpeando el suelo con un chirrión, que es un
pequeño látigo de cuero hecho con correas trenzadas y sujetas a un mango de
madera corto. De hecho, son el chasquido de los chirriones y los gritos que van
dando las marotas los que anuncian que la cuadrilla de diablos ya se va
acercando a la siguiente calle. El momento culminante de esta peculiar danza
tiene lugar el Sábado de Gloria, cuando se lleva a cabo la boda de las marotas: el
final de la misa de la Vigilia Pascual indica la resurrección de Cristo, por lo que los
demonios ya no tienen permiso de seguir en la Tierra y deben regresar a los
infiernos. Es entonces que el diablo mayor escoge a una de las marotas para
casarse con ella, y todos los danzantes se visten de gala, los diablos con traje o
camisa blanca y las marotas con vestidos del mismo color. Una abundante quema
de cohetes indica que la boda está a punto de comenzar, mientras los diablos dan
una vuelta por las calles del pueblo hasta reunirse en la explanada, donde se lleva
a cabo el baile nupcial. De hecho, la ceremonia es igual a una boda normal, pero
realizada al revés: primero se hace el baile, luego se lanza el ramo, luego se baila
el vals y al final se lleva a cabo la ceremonia donde un falso juez casa al diablo
mayor y a la marota elegida. De pronto llega la esposa legítima del diablo mayor,
embarazada y rodeada de muchos niños caracterizados como diablitos, e impide
la boda. Todos los demonios huyen en desbandada, despavoridos, y el festejo
culmina con la quema de un Judas. No hay una música específica para la Danza
de las marotas, y quienes acompañan con sus instrumentos la celebración
interpretan los sones que se adecúen al momento. Cabe señalar que esta danza
también se encuentra presente, con nombres y detalles distintos, en comunidades
como Quintero (municipio de El Mante), donde se le llama Danza de la judea, y
San Antonio Rayón (municipio de González), donde se le conoce como Danza de
los diableros.
El querreque
En la región centro-norte y centro-oeste de la entidad —sobre todo en los Llanos
de San Fernando y en la Sierra de San Carlos— encontramos un baile típico que
se conoce como picota. Con reminiscencias de las antiguas danzas dedicadas a la
fertilidad de la tierra, la picota tiene su origen en la segunda mitad del siglo XVIII,
en un asentamiento minero llamado Villa de San Carlos, enclavado en las
serranías que sirvieron de refugio de los grupos indígenas que huían de los
colonizadores. Dichos grupos atacaban sorpresivamente las poblaciones fundadas
por los españoles, por lo que las autoridades civiles y militares imponían castigos
ejemplares a quienes caían prisioneros, exponiéndolos en una picota levantada en
el centro de la plaza del poblado con acompañamiento del marcial ritmo de un
tambor y un clarinete. Con el paso del tiempo, los habitantes de la región
adoptaron esta música, adaptándola a ritmos más alegres que invitaban al baile.
Desde mediados del siglo XIX, los conjuntos de picota (formados por uno o dos
clarinetes y una tambora) empezaron a interpretar — con singular entusiasmo y a
ritmo muy rápido, según el gusto local— un nutrido repertorio de polcas, redovas,
chotis y huapangos para acompañar a las parejas de bailarines, que hacen
reverencias y dan pequeños saltos, acentuando con una fuerte pisada cada cuatro
compases de la música. Elaborado con tela de manta, el vestuario de los
bailarines consiste —para las mujeres— en una blusa de manga corta con cuello
en V, falda hasta el tobillo con adornos de cintas y grecas, un listón en la cintura
que termina con un moño en la parte de atrás, una especie de diadema elaborada
con flores blancas de anacahuita sobre la cabeza y el cabello peinado en una
larga trenza. Los hombres llevan camisa blanca con cordones negros en el cuello,
pantalón también blanco y en la cintura un listón del mismo color que el vestido de
su pareja. Ambos bailarines pueden llevar huaraches o bailar descalzos.
Jacarandas (picota)
Tras el conflicto mexicano-estadounidense (1846-1848), el norte de México
adquirió una singular importancia económica basada en el petróleo, la ganadería,
la agricultura y el turismo, lo cual estimuló la llegada de —entre otros—
inmigrantes alemanes, checos y polacos cuyas costumbres musicales se
arraigaron, en el caso de Tamaulipas, en ciudades como Matamoros, Nuevo
Laredo, Reynosa y Río Bravo. Así, la música tradicional del norte de la entidad
desciende en gran medida de formas musicales centroeuropeas como la polca, el
chotis y la redova. Adaptada a los gustos locales, la polca tamaulipeca es un baile
mucho más rápido que su símil bohemio, y en ella los bailarines, con las manos
apoyadas en la hebilla del cinturón, hacen gala de un fuerte zapateado con
complicados movimientos de punta y talón, giros bruscos y sorpresivos cambios
de paso y de ritmo, acompañados con la enérgica música ejecutada por una
alineación formada por acordeón, bajo sexto, saxofón y contrabajo. Entre las
polcas tamaulipecas más conocidas se encuentran El zoquetal, Los ebanitos,
Dedos ágiles, Éntrale a la polca, La revolcada y Los gorgoritos.
La revolcada
De origen polaco, la redova fue un baile de salón muy popular en la segunda mitad
del siglo XIX. Con movimientos alegres pero menos vigorosos que los de la polca,
la redova es una mezcla de vals con mazurca que se baila en compás de 3/4,
acentuando el último tiempo del compás con la ayuda del contrabajo, instrumento
que junto con el acordeón, el bajo sexto, la tarola y la redova (una cajita alargada
de madera que el ejecutante sujeta a su cintura y percute con un par de baquetas)
forma parte de la alineación típica que interpreta este tipo de baile. Entre las
redovas tamaulipecas más famosas se encuentran El botón dorado, Socarrona,
Labios de coral, De China a Bravo y Los caballos panzones.
El pedacito
La vestimenta tradicional de estos bailes consta, para las mujeres, en blusa y falda
con coloridos adornos a base de encajes, holanes y pasalistones, el cabello
peinado en una larga trenza con flores y listones, y un moño en la base de la
trenza o una mascada del mismo color del vestido, además de botines y
arracadas. Los hombres llevan camisa vaquera a cuadros, pantalón vaquero de
color oscuro, paliacate al cuello del mismo color que el moño de su pareja, botines
negros y sombrero norteño de color oscuro.
Cabe mencionar que una canción representativa del estado de Tamaulipas es El
cuerudo tamaulipeco, de autor desconocido y cuyo origen se remonta a finales del
siglo XIX. El título de esta canción hace referencia a la cuera, singular prenda de
vestir originaria de Ciudad Tula que los tamaulipecos usan para asistir a los
eventos sociales y que se ha convertido en la prenda típica de la entidad. Se trata
de una especie de chamarra o saco de piel o gamuza con barbas en las mangas,
el pecho y la espalda y adornada con estilizadas filigranas que representan flores
silvestres. Grabada por primera vez en 1923 por el dueto formado por Consuelo y
Salvador Quiroz con acompañamiento de piano y guitarra, El cuerudo
tamaulipeco alcanzó gran popularidad en todo México en la interpretación de Los
trovadores tamaulipecos, legendario grupo formado por José Agustín Ramírez,
Lorenzo Barcelata, Alberto Caballero, Ernesto Cortázar y Antonio García Planes.
El año 1948 marcó la aparición de Los Panchos y el principio del apogeo de los
tríos. El predominio de la suaves voces masculinas, las guitarras y el infaltable
requinto crea un nuevo tipo de bolero y de canción romántica. Más elaborada, con
tendencia al preciosismo y una nueva concepción armónica surgida del
acompañamiento con guitarras, a la larga se vio reducida al estereotipo. Las
composiciones para trío se multiplicaron al infinito y parecieron formar una
categoría parte. Actualmente con nuevas perspectivas es fácil apreciar qué
canciones como Rayito de Luna, Hipócrita, Un solo corazón, Tres dilemas y Sabor
a mí de Chucho Navarro, Carlos Crespo, Rafael de Paz, Vicente Garrido y Álvaro
Carrillo, respectivamente, encajan perfectamente en la tradición boleristica y
sentimental.
A principios de los años 50 se inició una reestructuración del bolero, ya
insidiosamente amenazado por el híbrido bolero-ranchero. En ese proceso Vicente
Garrido tuvo una parte importante. Otro elemento determinante en la nueva forma
del bolero fue la aparición de José Antonio Méndez con Si me comprendieras y el
cubano César Portillo de la Luz, autor de la clásica canción Contigo en la
distancia. Finalmente dependiente de trovadores como Álvaro Carrillo y Pepe Jara
contribuyó a la nueva concepción del bolero.
El bolero moderno fue el resultado de la evolución del bolero de trío y la canción
romántica en general pronto se convirtió en la vanguardia de la canción romántica.
A partir de su consolidación, todo lo que no fuera bolero moderno sería
considerado como una expresión correspondiente al pasado. Formalmente, el
bolero moderno es menos estricto que el bolero tradicional sobre todo en lo
referente al ritmo que se asemeja más a lo que llamarían los trovadores yucatecos
el estilo “capricho”. Pero es justamente esa nueva libertad lo que lo ha alejado de
la monotonía en que había caído el bolero tradicional.
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¿LA MÚSICA DE TAMAULIPAS ES EN
REALIDAD EUROPEA?
MUY INTERESANTE29 ENERO, 2020
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realidad-europea/
Tamaulipas, su música