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Todavía recuerdo el saludo que me daba mi abuelo Pedro. Poseía un pequeño negocio en
la cochera de su casa.
A los 88 años y con cataratas en los ojos, levantaba su mano derecha y con gruesa y
potente voz al verme pasar decía: ¡Adiós hijo!
El negocio del abuelo carecía de muchas cosas, excepto de amor y dedicación. Es posible
que la expectativa diaria de atender clientes le provocara más vida que una inyección de
vitamina B.
Fue importante para el abuelo la existencia de su negocio pues le daba sensación de
importancia, era útil para la familia. Al revisar su inventario posiblemente se olvidaba de
los dolores de piernas que le aquejaban.
He llegado a pensar que la longevidad de mi abuelo, en cierta forma se debió al trabajo. Él
tuvo gallinas, una lechería, ferretería y en sus últimos años de vida, una pequeña tienda.
Mi abuelo Pedro poseía el impulso realizador que le ayudaba a vivir. Creo que su secreto y
el de otras personas como él, es el espíritu de servicio para sus semejantes.