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El duelo se concibe como una experiencia vital que viene acompañada de diferentes
manifestaciones o síntomas que van a permitir la adaptación al nuevo contexto en
el que la persona fallecida está ausente. Es un proceso en el que la persona fluctúa
constantemente entre la conexión con lo emocional y doloroso, permitiéndose
hablar de la pérdida, llorar y experimentar diferentes emociones y sentimientos; y la
conexión con los aspectos funcionales de la vida, con los que se puede continuar
con las actividades cotidianas posiblemente con algunas modificaciones, sin frenar
la continuidad de la vida.
Ajustarse a un mundo sin el ser querido exige una transformación que se da dentro
del proceso en los distintos momentos que se vivencian, que pueden superponerse,
no necesariamente siguen un orden, algunas personas vivencias varias al mismo
Marca el inicio del duelo. Ocurre cuando nos dan el diagnóstico de una enfermedad
o cuando se recibe la noticia del fallecimiento de un ser querido. Se caracteriza por
una sensación de aturdimiento, de irrealidad en que es difícil creer que un evento
está ocurriendo y de incredulidad que no depende de si la muerte era esperada o
no. En este momento tenemos una mezcla de emociones y sentimientos intensos,
fluctuando entre la intranquilidad y la absoluta tranquilidad, por lo que puede ser
muy confuso. La capacidad de comprensión se ve alterada y hay aturdimiento.
También se puede experimentar culpa por no poder cambiar la situación. Tenemos
sentimientos de añoranza y nostalgia frente a esa persona amada. Normalmente en
esta fase se dan los rituales funerarios (por ejemplo, las misas y los velorios), por lo
que tenemos alta disponibilidad del apoyo social, las personas nos acompañan y
las personas cercanas suelen estar muy pendiente de nosotros. El entorno
adecuado y las actividades inherentes a la pérdida y vinculadas al proceso del luto,
ayudan al deudo
• Expresar el dolor
Para esta tarea hay unas acciones que son recomendables tomar en cuenta:
Esto no significa olvidar al ser querido fallecido, sino resignificar su pérdida para
poder continuar viviendo eficazmente. Muchos creen que el objetivo del duelo es el
olvido y al no lograrlo aumenta la angustia por la pérdida. Por eso hablamos
de resignificar, lo que significa darle otro lugar en nosotros a esa persona y construir
nuevos sentidos de vida con su ausencia, esto implica reconocer el valor de
compartir nuestra vida con la de esa persona, lo que deja en nosotros y para
nosotros, de forma que podamos recordar con amor y no con dolor, permitiéndonos
darle un cierre a nuestro proceso de duelo.
Para esto, es importante hacer ejercicios narrativos, contar historias de esa persona,
de la relación con él o ella, las anécdotas, sus gustos, cualidades y debilidades, lo
que nos enseñó y lo que le enseñamos. Normalmente, cuando contamos una
historia nunca lo hacemos dos veces de la misma manera, en cada narración vamos
construyendo significados y trayendo al relato momentos y vivencias diferentes que
nos facilitan integrar la experiencia de pérdida a nuestra vida, mientras vamos dando
cuenta de las transformaciones de nuestras vidas a partir de su muerte, lo que nos
permite ir ubicándola en un lugar simbólico menos doloroso.
Para saber cómo va nuestro proceso de duelo es vital observarnos, ser conscientes
de nuestra propia experiencia en tiempo presente. La muerte de un ser querido nos
invita a un estado de quietud, en el que constantemente nos cuestionamos y
observamos, por eso se vive un día a la vez, de forma que podamos ser conscientes
de lo que estamos sintiendo y experimentando. El dolor es proporcional al amor que
sentimos por esa persona, por eso el dolor tiene un sentido y para reorganizarnos
tenemos que darnos permiso de vivirlo.
BIBLIOGRAFIA
2. Stroebe M s., Schut HAW. The Dual Process Model of Coping with
Bereavement: A Decade on. OMEGA–J Death Dying. 2010;61(4):273–