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INTRODUCCION AL PROCESO DEL DUELO

La muerte de un ser querido es una de las experiencias más difíciles de afrontar y


aunque nada nos puede preparar, saber un poco sobre el duelo podría ayudarnos
a construir sentidos, sobrellevarlo e integrar la pérdida a nuestras vidas.

El duelo se concibe como una experiencia vital que viene acompañada de diferentes
manifestaciones o síntomas que van a permitir la adaptación al nuevo contexto en
el que la persona fallecida está ausente. Es un proceso en el que la persona fluctúa
constantemente entre la conexión con lo emocional y doloroso, permitiéndose
hablar de la pérdida, llorar y experimentar diferentes emociones y sentimientos; y la
conexión con los aspectos funcionales de la vida, con los que se puede continuar
con las actividades cotidianas posiblemente con algunas modificaciones, sin frenar
la continuidad de la vida.

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Esta fluctuación nos lleva a evidenciar los cambios en el mundo interno y externo
de cada uno de los dolientes, lo que hace que el duelo sea un proceso necesario de
reconstrucción de significados. Es doloroso, individual y subjetivo, es decir, dos
personas no viven un duelo de la misma manera ni en los mismos tiempos. No
existen reglas para este proceso ni un ABC que lo explique de forma lineal y exacta.
Sin embargo, sí hay algunos momentos que las personas atraviesan mientras
elaboran un duelo que junto con unas tareas le proporciona cierta logicidad al
proceso.

Los momentos del duelo

Ajustarse a un mundo sin el ser querido exige una transformación que se da dentro
del proceso en los distintos momentos que se vivencian, que pueden superponerse,
no necesariamente siguen un orden, algunas personas vivencias varias al mismo

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tiempo, otras se devuelven o repiten un momento, cambian en intensidad, duración
y frecuencia, o no necesariamente se completa la finalización de una etapa para
pasar a la siguiente. Estos son los que algunos autores, como la doctora Elisabeth
Kübler-Ross denominan “etapas” o “fases” de duelo, sin embargo, no se constituyen
como un paso a paso que la persona hace, sino como diferentes momentos que se
experimentan en el proceso y comprenderlos puede alivianar la experiencia. De esta
manera, tenemos 3 momentos comunes entre los dolientes:

Momento de shock y negación:

Marca el inicio del duelo. Ocurre cuando nos dan el diagnóstico de una enfermedad
o cuando se recibe la noticia del fallecimiento de un ser querido. Se caracteriza por
una sensación de aturdimiento, de irrealidad en que es difícil creer que un evento
está ocurriendo y de incredulidad que no depende de si la muerte era esperada o
no. En este momento tenemos una mezcla de emociones y sentimientos intensos,
fluctuando entre la intranquilidad y la absoluta tranquilidad, por lo que puede ser
muy confuso. La capacidad de comprensión se ve alterada y hay aturdimiento.
También se puede experimentar culpa por no poder cambiar la situación. Tenemos
sentimientos de añoranza y nostalgia frente a esa persona amada. Normalmente en
esta fase se dan los rituales funerarios (por ejemplo, las misas y los velorios), por lo
que tenemos alta disponibilidad del apoyo social, las personas nos acompañan y
las personas cercanas suelen estar muy pendiente de nosotros. El entorno
adecuado y las actividades inherentes a la pérdida y vinculadas al proceso del luto,
ayudan al deudo

Momento de angustia aguda, aislamiento, desesperación, entrega al dolor y


conservación:

Comienza cuando las defensas se van diluyendo y el doliente comienza


gradualmente a tomar conciencia de la pérdida, el apoyo social ha disminuido, los
ritos ceremoniales han finalizado y las diferentes manifestaciones del duelo

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aparecen de forma intensa con la exacerbación de la sintomatología física y mental
del duelo, caracterizada por la inquietud, angustia, anhelo, debilidad o sensación de
fatiga, dolor de cabeza y muscular, entre otros. Aparecen pensamientos recurrentes
relacionados con la persona fallecida, sentimientos de culpa, enfado dirigido hacia
sí mismo, familiares, amigos, conocidos, médicos, el mundo e incluso la misma
persona fallecida o Dios. Predomina la tristeza y la desesperanza y tenemos una
tendencia a aislarnos, por lo que las visitas pueden incomodar, ya que queremos
estar solos. También hay desorganización en la cotidianidad, es difícil descansar y
hay desmotivación, por lo que es posible que abandonemos ciertas rutinas
habituales e incluso que adoptemos algunos comportamientos de la persona
fallecida. Es común buscarlo, hablarle, sentir su presencia o soñar constantemente
con ese ser querido, o preocuparnos porque no soñamos con él o ella. Con la
disminución de la actividad social tenemos espacios para la soledad y el silencio
que nos permiten dimensionar la pérdida sufrida, haciendo consciente la ausencia,
el hecho de que esa persona no va a volver. Esta fase aguda puede durar semanas
o meses dando paso de manera gradual a un reordenamiento que llega con la
posibilidad de seguir adelante.

Momento de Reorganización y Recuperación:

Con el avance del proceso se vivencia la aceptación, es decir, se comprende que el


ser querido ha muerto y ha partido para siempre. El deudo asume el verdadero
significado de la pérdida, marcando el comienzo de esta nueva etapa en la que
recupera su vida previa y puede llegar a transformarla: vuelve al trabajo, asume
roles anteriores y adquiere nuevos si es necesario, siente sus emociones con menos
intensidad sin eliminar la posibilidad de que existan momentos de profunda tristeza.
El dolor empieza a disminuir. La mirada comienza a centrarse en el futuro y en
reconstruir el propio mundo. Hay una comprensión más amplia de la pérdida que
permite integrarla a la vida, dando paso a sentimientos de esperanza y se identifican
algunas emociones que facilitan plantear nuevos objetivos y relaciones en nuestras
vidas. Es común que en este momento se sienta culpa por “darse permiso” de

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continuar con la vida a pesar de la muerte del ser querido, sin embargo, este es el
objetivo del proceso de duelo. Se reconoce una mirada diferente de la vida, se
vivencia una mayor estabilidad emocional y se da una acomodación a la nueva
realidad en la que incluso se reestructura la propia identidad. Hay una recuperación
del funcionamiento, se siente ganas de vivir, aunque probablemente no se vuelva a
ser la misma persona, ya que es posible que se produzca un interés y apreciación
diferente por la vida.

Las tareas del duelo

En medio de la fluctuación entre lo emocional y lo funcional propia del duelo, en


paralelo a los momentos que vive el doliente durante el proceso, hay unas tareas o
desafíos que el doliente debe resolver para llegar a reorganizar la vida después de
la pérdida, lo que implica que no es solo el pasar del tiempo lo que permite la
elaboración del duelo sino la posición activa del doliente, su capacidad de agenciar
el duelo. Estas tareas son:

• Aceptar la realidad de la pérdida

Implica asumir que la muerte es definitiva e irreversible y que, aunque deseamos


cambiarlo, no es posible. Posiblemente sea la tarea más difícil, se va dando de
forma progresiva y produce emociones intensas que acompañan el deseo de que el
ser querido regrese.

El logro de esta tarea implica enfrentarnos a situaciones cotidianas que nos


recuerdan y confirman la muerte de un ser querido, momentos que suelen
conectarnos con lo doloroso de la pérdida y pueden generar malestar emocional.
Es recomendable llevar a cabo algunas acciones, para gestionar la aceptación de
la pérdida:

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• Participar en los rituales de despedida, tanto tradicionales como
alternativos
• Hablar de la persona fallecida y su muerte
• Compartir recuerdos sobre su vida, quién era y qué significaba para
nosotros.
• Tomar decisiones sobre sus pertenencias
• Permitirnos vivir los momentos en los que la persona fallecida estaba
presente y ahora enfrentamos con su ausencia.
Estas actividades las realizamos a medida que nos genere tranquilidad, no se trata
de forzarnos a aceptar, es necesario reconocer nuestro ritmo del duelo e irnos
acercando a esas vivencias de la ausencia en la medida que nos sentimos capaces
de hacerlo, sin llegar a la evitación, recordemos que vivir el duelo implica vivir el
dolor que nos permite hacer evidente la nueva realidad.

• Expresar el dolor

Esto implica no negar el sufrimiento que supone la pérdida, permitirse mostrar y


expresar las emociones y el dolor nos facilita darle un sentido a lo que estamos
viviendo. El duelo duele y reprimir esas emociones y sentimientos conlleva riesgos
para la salud, física y mental, por esa carga emocional se va a colocar
inconscientemente en el cuerpo, llevándonos a somatizar y enfermarnos o a perder
funcionalidad en nuestra cotidianidad, por eso expresarnos es tan importante.
Elaborar un duelo y enfrentar la ausencia de un ser querido implica vivir esas
emociones y sentimientos de dolor que nos genera la pérdida.

Para esta tarea hay unas acciones que son recomendables tomar en cuenta:

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• Reconoce las emociones y sentimientos que acompañan las diferentes
situaciones y trata de darles un nombre y ubícalas en el cuerpo. Siempre
tienen un sentido y es importante hacerlas conscientes.
• Exprésalas, si es posible ponle palabras a eso que sientes y háblalo con
alguien, si esto no es posible, puedes escribir, dibujar, cantar, pintar,
hacer manualidades, son actividades que facilitan la expresión
emocional.
• Indaga e intenta construir la comprensión de esas emociones y
sentimientos ¿por qué aparecen? ¿qué sentido tienen? ¿qué tiene que
ver la situación que estás viviendo con el ser querido fallecido? ¿qué
tiene que ver esa emoción con tu pérdida? Pregúntate ¿para qué te sirve
esa emoción? ¿qué te permite reconocer de ti mismo en ese momento?
Finalmente, aceptemos y acojamos eso que sentimos, intentar
eliminarlas solo nos produce más angustia, así que reconozcamos que
es parte de nuestra experiencia de duelo y permitámonos sentir.
El duelo es una experiencia vital, por eso evitar vivirla solo nos traerá dificultades
en el presente y en el futuro, incrementará el malestar emocional. La pérdida de un
ser querido produce dolor y, por tanto, vivirlo tiene sentido.

• Adaptarnos a la ausencia del ser querido

La pérdida de un ser querido implica una serie de cambios internos y externos, la


vida no es igual y los significados de los espacios que habitamos se transforman,
usualmente se vuelven dolorosos. Por eso necesitamos adaptarnos a un medio en
el que la persona fallecida ya no está presente, para lo que debemos cambiar esos
significados para poder sentirnos cómodos en el nuevo contexto.

Para esto, es importante:

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• Permítete tiempos y espacios para dedicarle a tu proceso de duelo, para
sentir el dolor, así como para descansar de él y distraerse. Permítete
fluctuar entre lo doloroso de la pérdida y la continuidad de la vida.
• Realice las adaptaciones que necesite en su entorno, para poder
visualizar y asumir los roles que la realidad actual requiere.
• Explora tus habilidades y recursos personales, prueba hacer cosas
nuevas, esté atento a los problemas que vas resolviendo para que
puedas descubrir y redescubrir tus propias capacidades.
Esta tarea se trata de cada uno de nosotros como dolientes, por eso es importante
observarnos y ser conscientes de lo que estamos viviendo.

• Reubicar emocionalmente al fallecido y continuar viviendo

Esto no significa olvidar al ser querido fallecido, sino resignificar su pérdida para
poder continuar viviendo eficazmente. Muchos creen que el objetivo del duelo es el
olvido y al no lograrlo aumenta la angustia por la pérdida. Por eso hablamos
de resignificar, lo que significa darle otro lugar en nosotros a esa persona y construir
nuevos sentidos de vida con su ausencia, esto implica reconocer el valor de
compartir nuestra vida con la de esa persona, lo que deja en nosotros y para
nosotros, de forma que podamos recordar con amor y no con dolor, permitiéndonos
darle un cierre a nuestro proceso de duelo.

Para esto, es importante hacer ejercicios narrativos, contar historias de esa persona,
de la relación con él o ella, las anécdotas, sus gustos, cualidades y debilidades, lo
que nos enseñó y lo que le enseñamos. Normalmente, cuando contamos una
historia nunca lo hacemos dos veces de la misma manera, en cada narración vamos
construyendo significados y trayendo al relato momentos y vivencias diferentes que
nos facilitan integrar la experiencia de pérdida a nuestra vida, mientras vamos dando
cuenta de las transformaciones de nuestras vidas a partir de su muerte, lo que nos
permite ir ubicándola en un lugar simbólico menos doloroso.

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La elaboración de estas tareas toman un tiempo, diferente para cada persona, sin
embargo, nos permite ir atravesando el proceso de duelo. Estas si tienen un orden
y no dan espacio a retrocesos, es decir, una vez asimilada y aceptada la muerte no
es posible retornar a la no aceptación, pero si es posible evitar la expresión
emocional. Si esto ocurre, si no se logra alguna de las tareas, se altera el proceso
de duelo.

Para saber cómo va nuestro proceso de duelo es vital observarnos, ser conscientes
de nuestra propia experiencia en tiempo presente. La muerte de un ser querido nos
invita a un estado de quietud, en el que constantemente nos cuestionamos y
observamos, por eso se vive un día a la vez, de forma que podamos ser conscientes
de lo que estamos sintiendo y experimentando. El dolor es proporcional al amor que
sentimos por esa persona, por eso el dolor tiene un sentido y para reorganizarnos
tenemos que darnos permiso de vivirlo.

BIBLIOGRAFIA

1. Cruz J, Reyes M, Corona Z. Duelo. Tratamiento basado en la terapia


de aceptación y compromiso (ACT). Ciudad de México: Manual
Moderno; 2017.

2. Stroebe M s., Schut HAW. The Dual Process Model of Coping with
Bereavement: A Decade on. OMEGA–J Death Dying. 2010;61(4):273–

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3. Kübler-Ross E. La muerte: un amanecer. Grupo Planeta Spain; 2014.
76 p.

4. Worden JW. El apego, la pérdida y la experiencia del duelo. In: El


tratamiento del duelo: Asesoramiento psicológico y terapia [Internet].
4a. edición. Ediciones Paidós; 2013. Available from:
https://www.ecofuneral.es/wp-
content/uploads/2018/10/williamworden_duelo.pdf

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