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PIA

VA A HOLLYWOOD
Razas Arcanas 8.6

Thea Harrison
Argumento
Después de llegar a un acuerdo diplomático con la Humanidad y el resto
de los líderes de las Razas Arcanas, Pia Cuelebre, compañera de Dragos
Cuelebre, Señor de los Wyr, viaja sin muchas ganas a Hollywood para pasar
una semana con la reina de los Fae de Luz, Tatiana, antes de que la agitada
temporada de las Mascaradas comience en Nueva York en diciembre.
Dragos jamás ha renunciado a nada que deseara hacer por no haber sido
invitado. No muy dispuesto a permitir que su compañera haga el viaje sin él,
se dirige en secreto al sur de California para estar con ella.
Pero cuando un antiguo enemigo lanza un demoledor ataque contra los
Fae de Luz, Dragos y Pia tienen que intervenir. La destrucción puede
extenderse y golpear como un mazazo mortal a todos aquellos dotados de
magia, tanto humanos como Arcanos.
Trabajando codo a codo con los Fae de Luz para neutralizar el peligro,
Dragos y Pia se enfrentan a retos que afectan a sus más profundas
vulnerabilidades y a la amenaza de que sus secretos más íntimos queden
expuestos.
PIA EN HOLLYWOOD es la segunda parte de una serie de tres historias
sobre Pia, Dragos y su hijo Liam. Cada historia es independiente, pero puede
que los fans deseen leer las tres: DRAGOS VA A WASHINGTON, PIA EN
HOLLYWOOD Y LIAM TOMA MANHATTAN.
Capítulo 1
La dramática música sonó cada vez más intensamente en la gran pantalla
de TV.
—Aquí viene —dijo Liam, pinchando a Pia en las costillas con un
insistente dedo—. Es una de mis escenas de zombis favoritas. Espera a
verla…
Ese Halloween, Liam se había propuesto conseguir ver (en algunos casos,
más de una vez) todas las películas de zombis disponibles, tanto en alquiler
como a la venta. Pero Halloween había llegado y había pasado y, ya a
principios de noviembre se había quedado rezagado, aunque seguía con la
determinación de continuar hasta terminar con todas ellas.
El joven actor apareció en la pantalla, Pia no recordaba el nombre del
chaval.
Y entonces Liam dijo, a la vez que el actor:
—En esos momentos en los que no estás del todo seguro de si los no
muertos están muertos o no, muertos del todo, no es cuestión de ponerse
tacaño con las balas.
Cuando terminó soltó una risita.
Ella le pasó la mano por el cabello, rubio miel, feliz de verle de tan buen
humor.
—Te sabes toda la peli de memoria, ¿no?
Liam posó en ella sus brillantes ojos color violeta.
—Por supuesto.
—¿Y por qué te gusta esa parte más que ninguna otra? —preguntó Pia con
curiosidad—. Es una película bastante divertida.
En realidad, para ser sincera, Pia no era demasiado fan de las películas de
zombis, pero no tenía intención de decírselo a Liam. Si eso era lo que quería
hacer, ella quería hacerlo con él, sin más.
Sus vidas eran ocupadas y exigentes y ya les mantenían separados de
Liam demasiado tiempo. Y la infancia era siempre muy corta y fugaz, pero
incluso más en el caso de Liam, dado que estaba creciendo a una velocidad
tremenda. Como consecuencia, Pia se apuntaba a todo lo que Liam quería
hacer con total entusiasmo, sin reservas: estaba dispuesta en todo momento.



—Claro que me gusta el resto de la peli —dijo Liam, devolviendo la
mirada a la pantalla—. Es que no quiero contártelo todo mientras la estamos
viendo, para que puedas disfrutar de ella tú también.
Mi niño, más bueno y más dulce… pensó Pia. Incluso cuando se porta
como un adorable y repugnante chico normal, intenta ser considerado.
Estaban los dos tumbados en el suelo enmoquetado, con los cuerpos
formando una “T”. Pia estaba tirada en paralelo al sofá en el que estaba
tumbado Dragos, con una pierna fuera y el pie bien plantado en el suelo.
Dragos estaba trabajando con su portátil y viendo la película a medias con
ellos. Pia le rodeaba un tobillo con la mano, disfrutando del sencillo contacto
físico. Liam estaba tumbado de cara a la tele, con la cabeza apoyada en el
vientre de Pia a modo de almohada.
En el exterior, a través de las ventanas del cuarto de estar, el clima de
noviembre se había vuelto duro y frío y caía un aguanieve a medio derretir,
pero en el interior, ellos estaban cómodos y calentitos. El fuego
chisporroteaba en la chimenea, llenando la habitación de una luz suave y
dorada. Pia se había preparado una taza de cacao caliente, hecho con leche de
coco, que se le estaba quedando frío en un posavasos sobre una mesita, pero
estaba demasiado a gusto para moverse.
Por lo menos de momento. No tardaría en tener que ponerse en marcha
otra vez.
Como parte del acuerdo diplomático que habían firmado el mes anterior
entre Cuelebre, el resto de las Razas Arcanas y el Gobierno Humano, esa
misma tarde Pia tenía que tomar el avión de la compañía para volar a Los
Ángeles a visitar a la reina de los Fae de Luz, Tatiana, durante una semana.
El acuerdo diplomático establecía que cada una de las siete heredades de
los Estados Unidos tenía que enviar a uno de sus miembros a otra de las
heredades durante una semana para promover la buena voluntad y la paz
entre las heredades. Todo el concepto provenía de la práctica medieval que
existía entre los nobles de enviar a sus hijos a vivir en los hogares de otros
nobles como rehenes.
En principio, el pacto diplomático servía para reducir las probabilidades
de que surgieran brotes de violencia entre heredades en los actuales Estados
Unidos, pero en cuanto a ese humano idiota de la Oficina Presidencial al que
se le había ocurrido la idea, en realidad no tenía ni puta idea sobre las Razas
Arcanas, sus buenísimas memorias y su tendencia a conservar los rencores a
lo largo de los siglos.
Una visita de una semana no iba a arreglar nada. De hecho, dependiendo
de lo bien o mal que el representante de la familia en cuestión actuara, podía
perfectamente provocar mayores resentimientos y sensaciones negativas entre
las heredades. Incluso directamente la guerra.
Además, no podía haber ocurrido en peor momento. Tenían tantas cosas
que hacer en preparación del magnífico baile de máscaras que Dragos
celebraba en Nueva York durante el solsticio de invierno, para el que los
preparativos comenzaban siempre con meses de antelación, que Pia se sentía
poco inclinada a disculpar a ese imbécil anónimo que se había dado tanta
prisa en proponer la idea.
Dragos, de hecho, quería cancelar el pacto, directamente. No era muy
aficionado a las decisiones tomadas por consenso. En el mejor de los casos,
luchaba por mantener bajo control sus tendencias autocráticas en los
momentos en los que los dirigentes de las siete heredades necesitaban ponerse
de acuerdo sobre algo y se había opuesto firmemente a ese acuerdo en
particular. Pero al final, tal y como le dijo Pia, en esa ocasión era más sencillo
ceder que plantarse en contra de la opinión de todos los demás.
Podría haberlo retrasado, dejarlo para después del Baile de Máscaras o
cualquier otro momento a principios del año siguiente. De hecho, Tatiana le
había enviado un correo electrónico sugiriendo que la visita se pospusiera.
Pero al pensar en el motivo por el que esa opción no le resultaba viable, a
Pia se le pasó el mal humor e incluso empezó a sonreír.
En resumidas cuentas, lo mejor era aguantarse, montarse en el avión por
la noche y quitarse de encima la puñetera visita de una vez, a pesar de lo poco
que le apetecía pasar una semana con la reina de los Fae de Luz y sus
preguntas indiscretas. Así que había respondido al correo electrónico de
Tatiana agradeciéndole la sugerencia, pero confirmando que aterrizaría en Los
Ángeles a la mañana siguiente tal y como habían planeado inicialmente.
Dragos también iba a ir a Los Ángeles, pero por otros medios. No había
dado explicaciones sobre cómo pensaba hacer el viaje y ella tampoco había
preguntado. Lo más probable era que estuviera encantado de tener la
oportunidad de extender sus inmensas alas y volar a través del país, en la
oscuridad y en soledad, pero lo habían acordado así, como si Pia no supiera lo
que iba a hacer, que así podría decir con toda sinceridad que había viajado
sola a la heredad de los Fae de Luz.
Después de todo, la mejor manera de mentir a alguien con una percepción
de la sinceridad altamente desarrollada es, bueno, pues decir la verdad. Pia
creía de todo corazón en los desmentidos plausibles, por lo menos hasta
donde resultaba posible.
Tras el breve intercambio con Liam, captó la divertida mirada de Dragos,
le hizo una seña sutil y le apretó el tobillo. En respuesta, Dragos cerró el
portátil y le dijo a Liam:
—Eh, colega, ¿te importa poner la peli en pausa unos minutos?
Al instante, la chispeante sonrisa de Liam se evaporó y frunció el ceño.
—Habías dicho que ibas a ver toda la película conmigo antes de
marcharte.
—Sé que lo dije y la voy a ver entera —respondió Pia—. Pero primero, tu
padre y yo tenemos algo importante que decirte.
Liam suspiró, cogió el mando a distancia y apretó el botón de pausa.
—¿Qué pasa ahora?
—No te mosquees —le dijo Dragos—. Y mientras reconsideras tu actitud,
siéntate derecho y date la vuelta.
Pia estaba segura de que Liam había dejado escapar otro suspiro, pero
hasta el momento no parecía tener ganas de desafiar la autoridad de Dragos
cuando este usaba ese tono en particular con él. Y Dios sabía que la vida se
iba a poner interesante cuando llegara el momento en que Liam decidiera
retar a Dragos y rebelarse.
Mientras el chico se sentaba y se daba la vuelta de cara al sofá, Pia
también lo hizo y se apoyó en las piernas de Dragos.
Dragos posó una de sus grandes y cálidas manos en uno de los hombros
de Pia y le preguntó telepáticamente: ¿Quieres decírselo tú?
Ella se rodeó las rodillas con los brazos, abrazándose feliz: Me da lo
mismo. Puedes decírselo tú si quieres.
Vale. Dragos cambió a oral.
—Liam, estamos embarazados. Vas a tener otro hermano o hermana.
Durante un breve instante, la expresión de Liam fue de absoluta sorpresa.
Duró lo justo como para que Pia tuviera tiempo de repensarse la decisión
que habían tomado. Dragos y ella se habían guardado la noticia durante unas
pocas semanas, cosa que había resultado sencilla dado que el pequeño
cacahuete parecía decido, o decidida, a mantener su presencia en secreto. Solo
la doctora de Pia y Eva conocían la verdad y solo porque Pia se había
desmayado el mes anterior durante el viaje a Washington para las reuniones
de alto nivel entre las Razas Arcanas y los humanos.
¿Pero, y sí Liam reaccionaba mal, por algún motivo? ¿Y si no se alegraba
de la noticia? Acababan de lanzar una bomba sobre él para luego marcharse
toda una semana, de modo que no iban a estar presentes para ayudarle a
trabajar sus emociones.
Se retorció las manos con ansiedad y tomó una decisión rápidamente. Si
Liam no tenía una buena reacción, Pia no pensaba respetar su decisión de
quedarse en casa e ir al colegio. Iba a obligarle a acompañarla a Los Ángeles.
Y ya se las arreglaría para conseguir un rato a solas con él.
Pero de repente la expresión de Liam cambió a una de puro gozo.
—Oh, guau, ¿de verdad? ¿O estáis de broma? —exclamó— ¿Eso quiere
decir que ya no voy a ser hijo único? ¡Es fantástico!
Gracias a los dioses. La cara de Pia se iluminó y asintió.
—Sí, estamos embarazados. ¡De verdad, en serio!
Liam se lanzó boca abajo para ponerle la mano en el estómago a su
madre.
—¿Cuándo ha pasado? ¿Va a ser hermano o hermana? ¿Puedo sentirlo?
—Ten cuidado —dijo ella rápidamente. Cuando él levantó la cabeza para
mirarla, continuó—. Sí, puedes intentar sentirlo, pero tienes que ser súper
cuidadoso para no asustarle. Él, o ella, está muy escondido. Podría ser
simplemente parte de su forma de ser, o puede que yo le haya asustado. Nos
quedamos embarazados cuando estuvimos en Washington y yo estuve
bastante estresada esa semana.
Pia intentaba no obsesionarse con lo que había ocurrido el mes anterior
cuando viajaron a Washington para tomar parte en una cumbre entre los
líderes de las Razas Arcanas y el gobierno humano, pero la idea de que ella
misma podía haber asustado a esa nueva y minúscula chispa, la tenía bastante
preocupada. Entre la hostilidad contra las Razas Arcanas, los ocasionales
brotes de violencia directa, el asesinato del marido de la vicepresidenta
durante una importante cena en su propia casa y su desmayo a continuación,
había sido una de las semanas más duras que habían vivido nunca.
Liam frunció el ceño.
—Yo no recuerdo sentir miedo y, por lo que me has contado, también
estabas bastante estresada cuando te quedaste embarazada de mí.
—Ahí tienes razón —Pia deseaba desesperadamente creerle y se mordió
el labio—. Ya sé que dices que no prestabas demasiada atención a lo que
ocurría fuera de tus propias vivencias, salvo cuando Urien me disparó.
Cuando ella, ellos, casi mueren.
Entonces Liam, que tampoco era nada más que un cacahuete, se alzó para
tratar de curarla, hasta que Dragos tocó a la nueva y brillante chispita y le
tranquilizó.
Y no estuvo mal, murmuró Dragos en la cabeza de Pia, teniendo en cuenta
todo el sexo salvaje que tuvimos.
Pia contuvo una carcajada y le miró por encima del hombro con ojos
brillantes. Y seguimos teniendo.
—Sí, así fue —dijo Liam apoyando la mejilla en la pierna de su madre—.
Recuerdo que dormía un montón. Tío, menudas siestas. Era como que me iba,
ingrávido. Y recuerdo que me parecía que eras tan grande, eras todo mi
universo. Y así era, supongo.
Pia le volvió a acariciar el pelo.
—¿Y te sentías a salvo?
—Completamente, excepto por esa vez —dejó de sonreír solo un instante
y luego recobró la sonrisa—. Luego recuerdo que Papá estaba allí y me sentí a
salvo de nuevo.
Pia se sintió enormemente aliviada. Dragos le apretó el hombro con
suavidad y ella le acarició los largos y cálidos dedos.
—Vale, pues si este cacahuete es solo un poco parecido a ti, lo que me
esté ocurriendo a mí no le afecta a él, o a ella, conscientemente. Aj, de
verdad, esto de los pronombres va a ser un rollo hasta que conozcamos el
sexo del bebé. De todas formas, se debe de estar ocultando por instinto, así
que será una cuestión de carácter.
—¿Puedes percibirlo ahora? —preguntó Liam.
—Sí puedo, pero tu padre me tuvo que enseñar a hacerlo. Y él solo lo
supo porque la doctora Medina nos dijo que estaba embarazada —respondió
Pia—. ¿Quieres que te lo enseñe?
Él asintió y cuando sumergió su brillante y familiar Poder en ella…
dioses, Liam era igual de fuerte que Dragos… Pia unió su conciencia a la de
él y le dijo telepáticamente. No tan fuerte, estás demasiado intenso.
¡Perdón!, contestó. Es que estoy nervioso.
Ya lo sé. Yo también. Cuando la presencia de Liam se suavizó, ella le guio
hacia la sutil y minúscula sombra y juntos se quedaron quietos observándola.
Unos momentos más tarde, a Pia se le ocurrió que Liam tenía capacidades
únicas que eran muy distintas a cualquier cosa que ella, Dragos o la doctora
Medina pudieran tener. Así que le preguntó con curiosidad:
Esa sombrita es todo lo que podemos captar. ¿Puedes percibir algo?
Una vez más, Liam se tomó su tiempo para responder y ella contuvo el
aliento esperando su réplica.
Finalmente, Liam dijo:
No estoy seguro. Le miro y no dejo de tener sensación de fuego.
¿Fuego?, repitió Pia, Supongo que tiene sentido. Tanto tú como tu padre
sois bastante inflamables.
Pia percibió más que vio como Liam negaba con la cabeza. No, yo no soy
igual que Papá. No creo que tenga tanta intensidad como este. Este es tan
llameante como Papá, para mí.
Oh, guau, ¿es que iba a tener otro bebé dragón? El suspense iba a matarla.
Pia trató de contenerse y se dijo que no iba a preguntarlo, pero tardó poco
en echarse atrás y lo preguntó de todas formas. ¿Puedes notar si es niño o
niña?
Esta vez, Liam respondió rápido. No, no capto nada más. Solo calor y
fuego.
Bueno, eso es más de lo que Papá y yo hemos conseguido percibir hasta
ahora. ¡Qué excitante!
Cuando Liam se retiró, ella lo hizo con él. Y se sonrieron el uno al otro.
—Parecéis un par de gatos de Cheshire —les dijo Dragos sonriendo
también.
—Dile lo que has visto —dice Pia dándole golpecitos en el estómago con
el dedo a Liam—. ¡Díselo!
Liam tenía muchas cosquillas y encogió su cuerpo larguirucho riendo
mientras ella continuaba martirizándole con el dedo.
—¡No estoy seguro de haber visto nada!
—Sí que lo hiciste —insistió ella, que se giró para mirar a Dragos y le
dijo—. Sí que lo ha visto.
—Tienes buen instinto —le dijo Dragos a Liam—. Confía en él. ¿Qué
era?
—Solo tengo sensaciones de fuego —le dijo Liam a su padre—. Eso es
todo. Más caliente que el mío, más como tú.
—Ah —dijo Dragos, lleno de intensa satisfacción masculina—. Eso suena
a que podría ser otro dragón.
—Eso no lo sabes —Pia negaba con el dedo—. Podría significar una
naturaleza ardiente.
—Cierto —Dragos atrapó el dedo de Pia, se acercó la mano de esta a los
labios y la besó—. Pero dudo que Liam esté percibiendo simplemente un
cabeza loca. Mi apuesta es que, sea un bebé dragón o no, de alguna manera
Liam está captando el Poder del otro.
Liam levantó las dos manos riendo.
—¡No estoy seguro de nada! A lo mejor me lo he imaginado todo. Es que
me parece que es guay porque voy a tener un hermano o una hermana. ¡A lo
mejor se parece a mí en algunas cosas!
¿Y si esa afirmación tenía un toque de soledad implícito? Siempre
hipersensible ante la posibilidad, a Pia se le encogió el corazón al oírlo.
Había tantas cosas que le aislaban. Y tenía tan poco en común con otros
niños. Crecía tan rápido que no podía hacer amistades duraderas y era el
príncipe de su pueblo, con todos los inusuales peligros y privilegios que ello
acarreaba. Y, como él mismo había dicho, su forma de ser no era la de su
padre: Dragos, en el fondo, era una criatura solitaria. A Liam le encantaba la
gente.
Un instante después, la sensación se diluyó en un sentimiento de cálida
felicidad. Si Liam se había sentido solo en algún momento debido al hecho de
ser un hijo único y con una naturaleza tan única, este nuevo chiquitín ya había
comenzado a ayudarle.
Dragos musitó:
—Creo que deberías irte ya. La temperatura todavía no ha caído por
debajo de cero, pero te quiero a salvo en el aire y bien lejos de aquí antes de
que se forme hielo en la pista. A la película le queda más de una hora
todavía… tendremos que terminar de verla después del viaje, después de todo.
A pesar de que Liam había reaccionado a la noticia mucho mejor de lo
que Pia se había temido, seguía sin tener claro lo de marcharse por el
momento.
Se volvió a mirar a Liam a los ojos azul oscuro.
—Siempre puedes cambiar de opinión y venir conmigo, ya lo sabes.
¿Estás seguro de que quieres quedarte? En Los Ángeles hace sol y buen
tiempo. Y aunque no te lo puedo prometer, a lo mejor podemos escaparnos a
Disneylandia alguna tarde, si quieres.
—No —respondió Liam—. Sí que me gustaría ir a Disneylandia algún
día, pero me gustaría que fuera cuando estés segura de poder venir. Esta
semana quiero quedarme en el colegio. Hay un partido de fútbol el viernes
por la noche. Quiero jugar y, además, has dicho que es el último viaje que vas
a hacer en una temporada. Y estarás de vuelta el lunes que viene, ¿no?
—Correcto —dijo Pia—. Estaré en casa el lunes cuando salgas del
colegio.
Liam se encogió de hombros.
—Vale. ¿Quieres que veamos el resto de la peli juntos cuando vuelvas?
—Por supuesto que sí —Pia se inclinó de nuevo para hacer cosquillas a
Liam en las costillas— A no ser que quieras continuar tú y terminarla esta
noche, que también está bien. Si ves el resto, podemos empezar una película
nueva cuando vuelva.
—Vale —dijo riendo y retorciéndose para escapar del dedo de Pia—. Y
oye, a lo mejor para cuando vuelvas, este cacahuete ya no se andará
escondiendo.
—Nunca se sabe —sonrió ella—. Los cacahuetes tienden a tener su propia
personalidad. Pero “Cacahuete” eras tú cuando eras pequeño. ¿Crees que nos
tendremos que inventar otro apodo para llamar a este?
—Nah —dijo Liam—. Eso ya se me quedó pequeño hace tiempo, así que
podemos llamar Cacahuete a este también.
Pia le miró de reojo adoptando una expresión furtiva.
—¿Eso quiere decir que me vas a dar tu conejito?
—¡Ni de coña! —exclamó Liam—. ¡Mantén tus manazas lejos de mi
peluche!
—Me mantendré lejos por el momento. Es todo lo que puedo prometer. Ya
sabes que cuando quieras librarte de él, yo le daré un hogar —respondió Pia,
riendo.
—Sí, ya lo sé —sonrió Liam.
Detrás de ella, Dragos se movió.
—Hora de empezar a movernos. Cuanto antes te vayas, antes podemos
acabar con esta semana y continuar con nuestras vidas.
Aprovechando la oportunidad, Pia se puso de rodillas y a continuación de
pie. Liam también lo hizo.
—¡Eva! —llamó Pia.
En unos instantes, Eva apareció en el umbral.
—¿Llamabais?
—Pia está lista para marcharse a la pista —le dijo Dragos—. ¿Está
cargado el Escalade?
—Claro que sí —dijo Eva balanceándose sobre los talones—. Estamos
listos para irnos en cuanto lo estéis vosotros.
—Empezad a caldear el coche y esperadnos fuera, ¿de acuerdo? No
tardaremos.
—Hecho —Eva desapareció por el pasillo.
Pia se volvió hacia Liam. Cielo Santo, era casi tan alto como ella.
—Recuerda… —le dijo.
Él ladeó la cabeza con una sonrisa presumida.
—Lo sé, lo sé. Nada de estirones mientras no estás.
Pia esperó un momento cuando él dejó de hablar y luego apuntó:
—¿Y?
—Hablaremos por Skype todos los días después del colegio —añadió
Liam con rapidez—. Menos el viernes por el partido. Y Hugh lo va a grabar
para que lo puedas ver cuando vuelvas.
—Y eso es lo que haremos, nada más volver del colegio el lunes —
intervino Dragos—. Lo veremos juntos.
—¡Vale!
Pia miró como Liam abrazaba a Dragos. Cuando se volvió hacia ella,
estaba preparada. Le rodeó con los brazos y le besó en la mejilla.
—Estoy tan contento de poder tener un cacahuete también —susurró el
chico.
—Yo también, cariño —ella volvió a besarle—. Y estoy segura de que él,
o ella, te admirará y te adorará y querrá jugar contigo todo el tiempo.
—No puedo esperar. Hasta voy a aprender a cambiar pañales —frunció el
ceño y añadió—. Siempre que no tengan caca.
Pia soltó una carcajada.
—Guau, no podía ser tan bueno.
Liam volvió a besarla en la mejilla y luego se echó atrás.
—¡Buen viaje!
—Lo tendremos —respondió ella.
Liam se lanzó con todo su cuerpo larguirucho y delgado al sofá vacío y
volvió a poner la película mientras ellos salían de la habitación.
Pero Pia, mientras seguía a Dragos hacia la parte delantera de la casa en
sombras, dijo:
—A excepción, por supuesto, de que no lo tengamos. Porque te lo juro,
Dragos, estoy empezando a pensar que estamos malditos para los viajes. Cada
vez que salimos pasa algo.
—Cómo te dije una vez, somos como pararrayos. No tenemos que ir a
ninguna parte para que pasen cosas —dijo Dragos irónicamente. Sacó el
abrigo de Pia del armario del vestíbulo—. También pasan cosas cuando nos
quedamos en casa.
Pia no quería ni mirar la delgada cicatriz blanca que Dragos tenía en la
frente. Ya se había obsesionado con ella más que suficientemente. Unos
meses atrás, cuando Dragos estuvo gravemente herido, esa herida había
dominado su vida y la había obsesionado por las noches.
Aun sufría una pérdida de memoria parcial, pero recordaba todo lo que a
Pia le importaba, todo lo que era vital para ellos y su felicidad. Y lo más
importante, se había recuperado hasta volver a encontrarse tan fuerte y
saludable como siempre.
E iban a tener un nuevo, misterioso y fogoso pequeño cacahuete.
Así que le dio unas palmaditas en la mejilla y le dijo:
—Soy demasiado asquerosamente feliz para que me importe. El universo
lo dirá. Nos enfrentaremos a lo que ocurra, siempre lo hacemos.
Él inclinó la cabeza para besarla.
—Muy cierto, joder. Y siempre lo haremos.
El beso no tardó en volverse ardiente, cuando Dragos plantó su boca sobre
la de ella y lo profundizó sujetándola por la nuca e introduciendo la lengua
entre los labios de Pia. Ella le acarició el pelo, disfrutando del tacto de los
sedosos mechones entre los dedos y la sensación de sus cálidos y firmes
labios acariciando los suyos.
Dragos había estado tomando café mientras veían la película y el oscuro y
ahumado aroma seguía presente en su lengua. Murmurando su placer, Pia le
devolvió el beso con ansia.
Cuando decidieron intentar quedarse embarazados, el frenesí del
acoplamiento estalló entre ellos. Solo unas semanas después, se había
calmado ligeramente, pero no estaba completamente dormido.
Pia comenzaba a sospechar que nunca lo haría. Nunca tenía suficiente de
él, nunca. Y en esa ocasión, si no eran capaces de escaparse algunas horas, era
probable que no pudieran estar juntos durante toda la maldita semana. Esa era
otra razón para acordarse de ese imbécil sin nombre de Washington.
Dragos levantó la cabeza y, entre las sombras del vestíbulo, sus ojos
parecían incandescentes. Parecía hambriento y enfadado. Ese fue todo el
preaviso.
La asió por la cintura y la cogió en brazos. Tratando de amortiguar el
sonido de su risa, Pia se las arregló para enlazarle un brazo por el cuello
mientras él recorría la corta distancia hasta su despacho.
—¿Qué estás haciendo? —susurró sin aliento de intentar contener las
carcajadas.
—Estoy tomando a mi mujer.
Cerró la puerta con una patada de la bota, la llevó hasta el escritorio y
barrió todo lo que había encima de este antes de posarla sobre la superficie
pulida.
El cuerpo de Pia sabía lo que venía a continuación. Se le aceleró el pulso
hasta que creyó que le subía la fiebre y un hambriento dolor comenzó a latir
en el lugar privado entre sus piernas.
—Pensé que no teníamos tiempo para esto.
—A la mierda —rugió—. Ya buscaremos tiempo.
Capítulo 2
Dragos sabía que emanaba tanto calor como si estuviera ardiendo. Se
sentía en llamas. Y le encantaba saber que a ella no le importaba la
temperatura que alcanzaba. Cuando estaban en la cama, ella se acurrucaba
junto a él, por mucho calor que hiciera.
Ella le recorrió el torso con las esbeltas manos. Sus labios llenos e
invitadores temblaban cuando susurró:
—¿Y qué hay de las carreteras?
—No creo que se congelen en los próximos diez minutos.
Pia se desabrochó los vaqueros y se los quitó a tirones junto con las
bragas, llevándose los zapatos con ellos. Dragos le separó las piernas.
Ella se echó a reír de nuevo.
—¡Eva está esperando en el coche!
—Conoce su trabajo —musitó él—. Ya esperará.
Dragos era consciente de que cuando se ponía así, no había forma de
razonar con él.
Pero, por suerte, cuando él se ponía así, tampoco había quien razonara con
Pia. Esta no perdió más de su precioso tiempo con discusiones, no cuando
estaba claro que le deseaba tanto como él a ella. La excitación perfumaba su
aroma. Dragos respiraba con dificultad, sujetándola por los hombros mientras
ella trataba de quitarle los vaqueros también a él.
Cuando lo consiguió y su tensa y dolorosa erección se le derramó en las
manos expectantes, ambos contuvieron el aliento.
Era terrible llegar a necesitar a alguien tanto como Dragos había llegado a
necesitarla a ella. Durante milenios, él había tenido suficiente con ser una
criatura solitaria. El dragón que habitaba en su interior estaba desconcertado
por la inagotable atracción que sentía por ella y estupefacto ante la
experiencia de estar enamorado.
Porque lo estaba, la amaba. No amaba a menudo, ni a muchas personas y
no le importaba que fuera así, pero ella le tenía consumido. Le hacía arder
hasta que no quedaba nada de él aparte de su esencia, extraída de su inmenso
cuerpo, volando ingrávida hacia el infinito una vez más, en un derroche sin
medida de dorada luz solar, igual que una vez voló, durante los primeros días
de su larguísima vida.
La falta de tiempo llenó de urgencia sus acciones. Ella le bombeó la polla
una, dos, tres veces, provocando tal creciente sensación a lo largo de la
columna de Dragos que hubiera podido correrse en ese mismo momento,
directamente en sus manos, pero no deseaba alcanzar el clímax en ese
momento. Quería enterrarse en su estrecho conducto aterciopelado.
Dragos le quitó el suave suéter y a ella no le quedó más remedio que alzar
los brazos. El brillante cabello rubio pálido de Pia se derramó sobre su risueña
y sensual expresión. Él lanzó el jersey al suelo y se llenó las hambrientas
manos con sus redondos y suaves pechos, deliciosamente enmarcados por un
sujetador de encaje crema. Dragos agachó la cabeza y lamió y mordisqueó la
lujuriosa carne hinchada. Cuando llevó la boca a uno de los pezones y chupó
juguetonamente a través de la tela del sujetador, ella gimió y le rodeó la
cintura con las piernas, buscando acercarse más a él.
Era imposible, no podía chuparle los pechos y a la vez mantenerse
incorporado para acoplarse a su pelvis. Con un último tirón y un pellizco a su
pecho, se rindió, se enderezó y rodeó las caderas de Pia con un brazo para
llevarla al borde del escritorio.
Ella se contoneó con entusiasmo para colocarse en posición y Dragos
llevó una mano entre sus piernas, introduciendo un dedo entre sus suaves y
delicados pliegues. Pia estaba húmeda para él, pero eso ya lo sabía por la
excitación que se percibía en su aroma. Deleitándose con la aterciopelada
carne que se deslizaba contra sus dedos encallecidos, Dragos tanteó hasta
encontrar la tensa y dura perla que estaba buscando.
Pia contuvo la entrecortada respiración mientras él la acariciaba,
agarrando con los puños la tela de la camisa de Dragos, que notaba como los
músculos de la parte interna de los muslos de su mujer temblaban contra sus
caderas. Durante unos momentos, Pia bombeó la pelvis contra la mano de
Dragos, imitando el ritmo que seguían cuando se unían, hasta que la sangre de
este se unió a ese mismo ritmo y empezó a recorrer sus venas a toda
velocidad.
Entonces ella le apartó la mano y siseó:
—Deja de ser tan jodidamente considerado y métemela ya, por favor.
Les invadió la risa. Dioses, Dragos adoraba lo abiertamente sexual que Pia
se mostraba con él y su sincero entusiasmo por el sexo.
Pia le agarró la polla de nuevo, frotando la amplia y sensible cabeza con el
dedo pulgar hasta que empezó a brotar humedad de la punta. A continuación
le ayudó a posicionarse contra su entrada y Dragos, agarrándola por las
caderas, empujó a su interior.
Jamás resultaba tedioso, jamás. Cada vez, Dragos ardía como si fuera la
primera. Una vez profundamente en el interior de Pia, esta dejó caer la cabeza
hacia atrás. Tenía la mirada desenfocada y su respiración era jadeante.
Inclinándose hacia su cuerpo arqueado, con un brazo rodeándole las
caderas, Dragos la folló con embestidas cortas y duras. La fricción resultaba
deliciosamente insoportable. Ella era deliciosa. La mordió en el cuello y
chupó la delicada piel.
Pia le recorrió la espalda con las uñas, dejando un rastro de fuego. Dragos
disfrutó del leve dolor, gruñó y aceleró el ritmo. Su erección era inmensa,
imposiblemente dura y gruesa. Si no se corría rápido, iba a volverse loco.
Deslizó una mano entre sus cuerpos y buscó de nuevo su clítoris… y en
cuanto rozó el minúsculo pico carnoso, ella contuvo el aliento, gimió y llegó
al clímax. La invadieron los estremecimientos. Dragos la notó pulsar sobre él
y eso le lanzó al vacío.
Con un gemido, bombeó en el interior de Pia, derramándose con cada
empujón. Ella le mordía y le lamía y él levantó la cabeza para tomarle la boca.
Se fundieron, besándose salvajemente, con los músculos tensos mientras las
últimas oleadas de placer les llevaban a la cima y luego cedían despacio.
Cuando todo pasó, ella le rodeó el cuello con los brazos. Él la abrazó con
fuerza y descansaron el uno contra el otro unos momentos hasta que Dragos
notó como el corazón de Pia iba recobrando su ritmo normal.
—Vale —dijo apoyando la boca en el cabello enredado de Pia—. Ya te
puedes ir.
Pia le dio una palmada en el brazo y soltó una carcajada.
—Después de que me hayas dejado completamente para el arrastre, me
hayas destrozado la ropa y me hayas enredado el pelo, ¿me vas a echar de una
patada?
Él sonrió.
—Bueno, puede que me haya pasado un poco, pero me parece que
nuestros diez minutos ya han terminado.
—¡Ay, hombres!
Pia relajó la presión alrededor de la nuca de Dragos y separó los muslos
para liberar sus caderas.
Antes de dejarla ir, tuvo que alzarle la barbilla para un último beso
caliente. Joder, como odiaba tener que dejarla marchar.
—Muy bien —dijo reticentemente contra los suaves labios—. El aseo está
al otro lado del vestíbulo y no hay nadie en esta parte de la casa… date una
carrera hasta allí mientras arreglo un poco tu ropa. Yo te la llevo.
—Vale —susurró Pia. Le acarició la cara. En la habitación en penumbra,
los ojos de Pia parecían oscuros como la media noche e imposiblemente
profundos. Ella le sonrió—. Te quiero.
Tiago la besó de nuevo, fuerte.
—Yo también te quiero. Ponte en marcha antes de que cambie de opinión
y te haga quedarte.
Ella le escaneó la expresión.
—No harías eso.
—Y una mierda que no.
—Pero los líderes de todas las heredades y el gobierno humano acordaron
hacer esto.
—Que les jodan. Que le den al acuerdo —apretó los dientes—. A mí nadie
me dice lo que tengo que hacer ni donde tengo que enviar a mi familia.

* *
Oh, Dios, lo decía en serio.
Solo unos minutos antes, mientras hacían el amor, tenía un aspecto tan
intenso que casi provoca un incendio en la habitación, con esos ojos brillando
como monedas de oro en el despacho en penumbra.
Ahora su aspecto era intenso pero por una razón completamente diferente,
aunque igual de sexy. Tenía las cejas juntas y el rostro endurecido mostrando
la más cabezota de sus expresiones.
Pia meneó la cabeza y bajó de la mesa de un salto.
—No tengo tiempo para discutir esto contigo —le dijo—. Ya lo habíamos
decidido, no merece la pena antagonizar con todos con los que tenemos que
compartir la vida en este continente por este tema en concreto. Tienes que
guardarte toda esa obstinación para esos momentos en los que tengas que
plantarte de verdad. Si vas a elegir tus batallas, Dragos, esta no merece la
pena.
—Odio las decisiones por consenso —dijo Dragos entre dientes.
—Lo sé —canturreó Pia—. Lo llevas mucho mejor cuando te puedes
portar como un absoluto dictador, ¿verdad, cariño? Lo has pasado muy mal
desde que este planeta se empezó a poblar tanto y ha habido que aprender
que, a veces, hay que llevarse bien.
—Bueno —dijo él con tono truculento—. Pues sí.
Pia contuvo una carcajada. Dioses, adoraba cada centímetro de su gruñona
y autocrática persona.
—Ya nos hemos retrasado suficientemente. Ahora me tengo que marchar
de verdad.
Dragos se apartó, no sin dejar perfectamente claro su desacuerdo con su
actitud, y ella salió corriendo al aseo del otro lado del vestíbulo.
Una vez dentro, se limpió, se lavó la cara y las manos y trató de
desenredarse el pelo con los dedos. Se oyó un golpeteo en la puerta y Dragos
la abrió para pasarle la ropa. Pia se vistió rápidamente y estaba fuera del baño
en dos minutos de reloj.
Él la estaba esperando con el ceño aun fruncido, sujetándole el abrigo en
una mano. Cuando Pia se lo puso, Dragos la rodeó con los brazos en un
último abrazo. Durante ese instante, Pia se sintió completamente protegida y a
salvo.
Entonces la soltó y salieron juntos.
El aguanieve les salpicó cuando Dragos abrió la puerta del copiloto del
Escalade, que esperaba al ralentí en la acera. En el interior, Eva ocupaba la
plaza del conductor, con aspecto relajado y divertido y en absoluto
sorprendida.
Pia miró a Dragos, que tenía el cabello negro como la noche salpicado de
gotas de agua.
—¿Llevas la siguiente dosis de medicación? -preguntó este.
Ella asintió.
—Sí, en el bolso. Lo he comprobado tres veces.
—Y lleva siempre la dosis de emergencia, por si acaso.
Cuando Pia se desmayó en D.C., descubrieron que estaba embarazada.
También descubrieron que ese sería su último hijo.
Tenía que ser así, ya que el cuerpo de Pia había desarrollado unos
anticuerpos letales para luchar contra los embarazos de los hijos de Dragos.
Ocurría a veces, cuando se emparejaban dos Wyr de especies muy diferentes.
La doctora Medina lo había relacionado de alguna manera con el factor
Rhesus humano solo que, a diferencia de los humanos, que podían prevenir
las reacciones peligrosas con una inyección de Rh inmunoglobulina, no había
nada que se pudiera hacer para prevenir lo que le había ocurrido a Pia.
Una vez el cuerpo de Pia pasó el punto de no retorno, nada en la medicina
moderna podía hacer retroceder el reloj. Ni siquiera su propia naturaleza
mágica podría salvarla. A pesar de poseer unos extraordinarios Poderes auto
—curativos, su cuerpo había aprendido a reconocer el feto como un intruso y
luchaba para protegerse. Cualquier futuro embarazo terminaría en aborto.
Iba a poder llevar a término el embarazo de este nuevo y precioso
cacahuete, pero únicamente con la ayuda de un protocolo de medicación que
la Doctora Medina había desarrollado para ella, en forma de una inyección
que tenía que ponerse cada dos semanas.
Incómodos ante la perspectiva de encontrarse tan vulnerables y
dependientes, tanto Pia como Dragos habían insistido en aprender a poner la
inyección, en el caso de que la Doctora Medina no estuviera disponible para
administrársela. Tocaba ponerse la próxima dos noches más tarde.
Dragos acarició dulcemente la mejilla de Pia con sus dedos callosos,
alargando el beso. Luego se apartó y dijo:
—Buen vuelo. Te veré pronto. Me pondré en contacto contigo mañana por
la mañana cuando aterrices.
Ella asintió y le sonrió.
—Suena bien. Hablamos por la mañana.
En cuanto Dragos cerró la puerta, Eva arrancó el coche.
Pia miró atrás mientras se iban alejando. Dragos no volvió al interior, sino
que se quedó viéndola marchar.
La próxima vez que hablaran, sería en secreto en el sur de California. Ella
también se quedó mirándole, hasta que su alta y oscura silueta y su luminoso
y apetecible hogar se desvanecieron en la oscuridad.
Solo entonces, volvió el rostro hacia delante. Un poco tarde, se dio cuenta
de que no se había puesto el cinturón de seguridad y con un taco entre dientes,
se lo colocó y enganchó el cierre en el dispositivo.
—Buen trabajo portándote tan razonablemente con su excelencia, so tonta
del culo —musitó para sí misma—. Si le hubieras dejado plantarse no estarías
haciendo este viaje ahora mismo.
Y a la mierda con el resto del mundo.
—Cualquiera diría que no os fuerais a ver de verdad en toda la semana —
dijo Eva con una risita.
Todo el buen humor que había tenido esa tarde se había evaporado.
Frunciendo el ceño, se cruzó de brazos y se hundió en el asiento.
—Nunca se sabe. La heredad de los Fae de Luz no ha emitido ningún
edicto prohibiéndole cruzar sus fronteras como hizo la heredad Élfica cuando
fuimos a Carolina del Sur, pero aun así, no se supone que vaya a hacer este
viaje conmigo. Aunque también estará en Los Ángeles y podré hablar con él,
puede que no tenga ocasión de verle en toda la semana.
Eva sacudió la cabeza.
—No lo creo. Ese hombre es demasiado escurridizo, y lo digo como un
completo elogio. Si quiere verte, ya encontrará la manera de hacerlo, con
permiso o sin él. La única cuestión es cómo lo hará. No puedo esperar para
ver como se lo monta.
Pia dejó de fruncir el ceño y comenzó a sonreír.
—Ahí sí que tienes un punto.
Capítulo 3
El equipo de seguridad de Pia ya estaba a bordo del avión.
Escuchó las voces familiares, que discutían, cuando ella y Eva entraron en
la cabina. Su sorprendida mirada asumió la presencia de Quentin y Aryal, que
estaban desparramados en uno de los sofás.
Los dos centinelas tenían un aspecto a la vez letal y relajado, a pesar de
que estaban discutiendo. El rostro sexy y marcado de cicatrices de Quentin,
tenía una expresión sutilmente divertida, mientras que Aryal, frunciendo el
ceño, se rascaba la enredada cabellera negra con sus largos dedos.
Pia soltó una carcajada.
—No me había dicho que os había asignado la misión a vosotros dos.
Quentin se puso en pie y se acercó a darle un beso en la mejilla.
—No quería decir nada por si pensabas que no era buena idea.
Aryal permaneció repantigada en el sofá, con una pierna colgada sobre del
brazo, aunque levantó unos dedos a modo de saludo informal cuando Pia la
miró.
—No os ofendáis —dijo Pia—, pero sí que pienso que ha sido mala idea.
A pesar de que os quiero, sí, he llegado a quererte incluso a ti, Aryal…
ninguno de los dos sois famosos por vuestras habilidades diplomáticas.
—Es que ese no es nuestro trabajo, pastelito —le dijo Aryal quitándose
una de las botas de una patada—. La diplomacia es tu trabajo. El nuestro es
asegurarnos de que no te matan.
Con solo cinco palabras, Aryal se las había arreglado para irritar a Pia. La
arpía insistía en llamarla pastelito, igual daban las veces que Pia le había
pedido que no lo hiciera.
Pia alzó las manos.
—Vale ya. Solo Graydon puede llamarme así. ¿Por qué insistes?
Aryal se quedó muda un momento. A continuación, con una expresión de
ligero desconcierto, dijo:
—Es que… es que te pega tanto… Ese delicado pelo rubio, las uñas de los
pies pintadas tan monas y esos modelitos tan bonitos y brillantes… eres como
un pastelito.
Pia dejó caer las manos, bajó la barbilla y se quedó mirando fijamente a la
arpía con el ceño fruncido.
—Y eso que ni siquiera estás intentando ofenderme ahora mismo, ¿no?
Sin decir nada, Aryal miró de reojo a Quentin negando con la cabeza. Eva
se había trasladado al fondo de la cabina. Cuando Pia la miró, puso los ojos en
blanco.
Eva y Aryal no se soportaban. En una ocasión, Pia le dijo a Dragos que
eran peor que el agua y el aceite. Eva era como la gasolina y Aryal como una
llama desnuda.
No era solo una mala idea. Era terrible.
Detrás de Pia, se abrió la puerta de la cabina de vuelo y Alex, uno de los
dos Wyr cuervos emparejados que trabajaban como sus pilotos, entró en la
cabina del pasaje.
—Estamos listos para despegar cuando nos digas -dijo, sonriendo a Pia—.
Por supuesto, cuanto antes mejor. La temperatura exterior está cayendo muy
rápido.
Oh, por el amor de Dios.
Pia dio la espalda a todos los demás y miró a Alex.
—Durante este viaje responderás directamente ante mí, ¿de acuerdo?
Alex hizo bien no mirando a los demás tampoco.
—Sí señora, tú eres el oficial Wyr al mando a bordo.
—En ese caso no vamos a despegar hasta que yo lo diga —le comunicó
Pia.
Se giró hacia los otros tres. Al fondo de la cabina, Eva miraba al techo con
sus generosos labios fruncidos. Aryal había retomado la inspección de sus
propios dedos. Y la expresión del atractivo rostro de Quentin cada vez parecía
más divertida.
—Mi marido es un idiota -declaró Pia.
¡Eh!, dijo Dragos telepáticamente.
Eso significaba que había seguido al coche hasta el aeródromo. Dragos
tenía muy buen oído, pero incluso él tenía que estar bastante cerca para
conseguir escuchar algo a través del aislamiento del avión. Se lo podía
imaginar en su forma de dragón, ocultando su presencia y paseando
impacientemente alrededor del jet, esperando a que los motores se pusieran en
marcha para el despegue… y tuvo que reprimir una sonrisa.
Si efectivamente se encontraba en forma de dragón y cerca del avión,
podía mirar por la ventana y verla. No pensaba dejar que viera que le estaba
haciendo gracia.

—Señora —dijo Alex—. Desde luego que no despegaremos hasta que tú
lo digas, pero el tiempo está empeorando.
—Ya lo sé —respondió. Paseó la mirada entre Eva y Aryal—. Pero no
pienso ir a ninguna parte hasta que os oiga jurar a todos que vais a llevaros
bien durante el viaje y que no me vais a dar dolores de cabeza. Porque,
chicos, no necesito a ninguno de vosotros para hacer el viaje a Los Ángeles.
Podría echaros del avión de una patada a todos e ir a la heredad de los Fae de
Luz yo sola. De hecho, me parece bastante buena idea. No estamos en guerra
con Tatiana. Me va a atender perfectamente bien.
En la cabeza de Pia, el dragón lanzó un rugido de advertencia. A Quentin
se le borró la sonrisa y Aryal se enderezó y se puso en pie.
—Pia, no puedes ir sola. Eso es ridículo —dijo Quentin.
—No tan ridículo como podría serlo la alternativa.
Porque la gasolina solo puede ser gasolina. Y las llamas arden estén donde
estén. Iba a ser cuestión de tiempo que, inevitablemente, las dos conectaran y
explotaran. Miró tanto a Eva como a Aryal con una mezcla de exasperación y
afecto.
—¿Cómo lo vamos a hacer? —preguntó—. ¿Vais a llevaros bien durante
el viaje sin darme guerra u os echo de una patada del avión y me marcho
sola?
No vas a irte sola y punto final, rugió Dragos.
Bueno, cariño, pero sí sé que tú también vienes, canturreó ella.
No me refiero a eso, Pia, espetó él. Puede que también vaya a estar en
L.A., pero tiene que haber alguien contigo en casa de Tatiana.
Mientras Dragos tronaba dentro de la cabeza de Pia, Quentin, Aryal y Eva
empezaron a hablar todos a la vez.
Ella se tapó las orejas con las manos y exclamó:
—¿No veis de lo que estoy hablando? ¡Discutir es exactamente lo que os
he pedido que no hagáis!
—Solo estoy intentando decir que algunos de nosotros lo podemos
prometer, pero ¿qué pasa si no lo hacemos todos? —espetó Aryal en respuesta
—. ¿Echas del avión al que no lo prometa y los demás se quedan? ¡Es una
pregunta legítima!
Al ver a Eva frunciéndole el ceño a Aryal, Pia se dio cuenta de que no era
solo Dragos a quien estaba escuchando gruñir en la cabeza. También Eva
estaba gruñendo.
Porque el aceite es aceite. Y la llama no puede evitar ser una llama.
No pensaba reírse. No iba a hacerlo. En vez de eso, se apretó el puente de
la nariz y le dijo telepáticamente a Dragos con tono lastimero: Se supone que
no debo estresarme, ¿sabes?
Los gruñidos del dragón se interrumpieron tan abruptamente como si
hubiera cerrado el grifo. Cuando volvió a hablar lo hizo en tono tranquilo y
pacificador. Lo siento, nena.
Con eso resolvió el asunto de los gruñidos de Dragos. Volvió su atención
a Eva y la miró a los ojos en silencio. Momentos después, el grave gruñido de
Eva titubeó y finalmente se detuvo. Eva dijo compungida: Me vuelve loca.
Y a mí no me apetece ir a visitar la heredad de los Fae de Luz, le dijo Pia.
Asúmelo como una adulta o abandona el avión. Si me haces este viaje más
complicado de lo que debería ser, no te llevaré conmigo a ninguna parte.
Eva le lanzó una mirada feroz. ¡Yo no te lo voy a hacer más complicado!
Pia enarcó las cejas. ¿Y bien?
Eva dejó escapar un ofendido suspiro y dijo en alto:
—Prometo llevarme bien mientras dure este viaje y no dar dolores de
cabeza.
—Gracias, Eva —dijo Pia antes de volverse a Quentin y Aryal.
Quentin volvía a tener esa expresión divertida en la mirada azul. Pia sabía
que ya se había dado cuenta de que, aunque ciertamente hablaba en serio, en
realidad no estaba molesta. Se puso la mano en el corazón y dijo:
—Bueno, yo lo prometo y eso quiere decir que también puedo ir, ¿no? Me
apetecía hacer una escapadita al soleado sur de California y Eva y yo seremos
un estupendo par de guardaespaldas durante una semana.
Con eso, todo el mundo en el avión miró a Aryal, que permanecía cruzada
de brazos y con expresión truculenta. Ladeó la cabeza para devolverles la
mirada.
—De modo que esas tenemos —dijo—. En este viaje todo se reduce a este
momento, ¿no? Aj, la gente me vuelve loca. Si pasa algo, todo el mundo me
va a decir: “Claro, Aryal, como fuiste la última en hacer la promesa. Todos
sabíamos que ibas a dar problemas. Siempre lo haces.” ¡Vale, vale! ¡Por
supuesto que lo prometo!
—Es el mejor y más perfecto ejemplo del significado de profecía auto
cumplida, ¿a qué sí? A mí me deja maravillado todos los días —rio Quentin.
No creas que voy a perdonarte rápido por esto, le dijo Pia a Dragos.
Fue una decisión táctica, respondió él. ¿Quizás sonaba arrepentido? Eso
sí que era inusual. Pia estaba ganando puntos por todas partes. Solo pretendía
que tuvieras la mejor protección con el mayor número de efectivos y Quentin
y Aryal trabajan muy bien en equipo.
Ajá. Pia se acercó a Aryal y le presionó la nariz con un dedo. Un dedo que
estaba teniendo mucho trabajo esa noche. Le habló a la arpía en voz alta.
—No hagas que me arrepienta de llevarte conmigo. Porque también te
puedo hacer volver desde L.A. y lo sabes.
Aryal hizo una mueca amarga. Miró rápidamente de reojo a su compañero
y musitó:
—Entendido.
Pia asintió para sí y se alejó, musitándole telepáticamente a Dragos: Sigo
pensando que es una mala idea. Y en voz alta dijo:
—Muy bien, Alex. Siento el retraso. Vámonos.
—Sí, señora -respondió Alex alegremente, con evidente alivio.
Habitualmente, el tiempo medio de vuelo entre Nueva York y Los
Ángeles duraba algo más de seis horas, pero como volaban desde el norte de
Nueva York a otro aeródromo privado a las afueras de Los Ángeles, el viaje
iba a llevarles más de siete horas.
Como podían permitirse el lujo de elegir, Pia había decidido enfrentarse al
largo vuelo y el consecuente jet lag tratando de quedarse despierta hasta más
tarde para viajar por la noche y aterrizar hacia las ocho de la mañana del día
siguiente. Con todas las comodidades de las que el jet disponía, que incluían
buena comida, un lugar cómodo en el que dormir y la posibilidad de tomar
una ducha, esperaba llegar alerta y, fundamentalmente, lista para enfrentarse a
su estancia de una semana con la formidable reina de los Fae de Luz.
Después de despegar, el compañero y copiloto de Alex, Daniel, les sirvió
una cena tardía. Pia se la comió con ansia. Hasta el momento, el embarazo
estaba afectando a su apetito igual que el anterior y estaba hambrienta todo el
tiempo.
Afortunadamente, debido a que el vuelo no era comercial y el avión
propiedad de las empresas Cuelebre, la cena resultó excelente y seleccionada
de acuerdo con sus necesidades y gustos personales. Tras un delicioso menú
compuesto por un sabroso estofado de batata, coles de Bruselas salteadas, una
ensalada verde y tarta de limón con frambuesas para postre, se tumbó en uno
de los sofás con una manta, se colocó una máscara negra sobre los ojos y trató
de sumergir su conciencia en lo más profundo de su cuerpo, donde una
pequeña y sutil sombra descansaba.
Te quiero, le dijo a la sombra. No me importa quien seas ni lo que seas,
siempre te querré. Pequeño y precioso cacahuete.
Luego, como probablemente la sombra no entendía sus palabras, trató de
hacerle llegar todo su amor, con toda la delicadeza de la que fue capaz. Y
mientras lo hacía, se sumió en un profundo sueño.
Lo siguiente que supo fue que estaba ascendiendo por su pista favorita de
los Adirondacks, admirando los gloriosos colores del otoño en los árboles que
iban tornándose rojo brillante, naranja y amarillo.
Pia se había criado en la ciudad, porque su madre creía que el mejor lugar
para mantenerse ocultas era en mitad de una densa y ocupada población. Pero
una parte de Pia siempre había sido salvaje y una de las cosas que adoraba de
haberse mudado al norte del estado era la posibilidad de perderse en el
exterior sin preocuparse de su seguridad. Resultaba tranquilizador para esa
parte de su naturaleza que nunca antes había tenido la oportunidad de estirar
las piernas y vagar sin rumbo.
Se oyó un susurro entre la maleza que captó parcialmente su atención,
pero continuó andando.
El leve susurro continuó.
Se detuvo y se agachó, fingiendo atarse los zapatos. Mientras lo hacía,
observó cuidadosamente ambos lados de la pista.
Escondidos entre las sombras de los arbustos cercanos, unos ojos dorados
la observaban.
Unos pequeños ojos dorados, cerca del suelo. Era imposible que se tratara
de Dragos.
Pia esbozó una sonrisa.
—Puedes salir si quieres. ¿No te apetece un abrazo?
Los ojos dorados parpadearon pero no salió nada de entre la maleza.
—Vale —dijo Pia encogiéndose de hombros—. Como quieras.
Se enderezó y continuó caminando.
Con el pequeño susurro siguiéndole.
Se detuvo de nuevo. Esta vez sin mirar.
—¿Estás seguro de que no quieres salir para que nos demos un abrazo? —
le dijo.
No ocurrió nada. Ni susurro ni movimiento de ningún tipo. Pia escuchó el
viento y contempló las nubes mientras esperaba.
Entonces la diversión se apoderó de ella.
—Estábamos completamente equivocados, ¿no? No eres otro Cacahuete.
Eres una tortuguita y no quieres salir de tu caparazón.
Dándose por vencida, miró a su alrededor y localizó a la tortuguita. Los
pequeños ojos dorados habían encontrado otra zona sombría desde la que
observarla.
—No pasa nada, cariño —le dijo con delicadeza—. Puedes seguir
escondido todo el tiempo que quieras… Yo estaré esperando cuando quieras
salir. Siempre estaré ahí para ti.
Volvió al camino y continuó caminando, seguida de cerca por la sombra.
El aire que la rodeaba cambió y despertó con el ruido de cambios en los
motores del jet. Habían iniciado el descenso.
Se acurrucó para repasar cada detalle de su sueño.
¡Ojos dorados! ¡Como los de Dragos! Claro que, no había sido más que
un sueño, pero todo lo que había soñado acerca de Liam había resultado ser
cierto de alguna manera. ¡Dios, no podía aguantar, a ver si la tortuguita
decidía dejar de esconderse!
Se sentó y echó una mirada a su alrededor. Fuera del avión, una débil luz
iluminaba el horizonte. Alex había bajado la intensidad de las luces de la
cabina después de la cena y, entre las sombras, vio que Eva se había
acomodado en su asiento y estaba absorta en el contenido de su libro
electrónico.
Quentin y Aryal ocupaban el otro sofá, frente a Pia. Se habían acurrucado
juntos, Quentin haciendo cuchara con Aryal desde atrás y rodeándole la
cintura con un brazo.
Tenían un aspecto tan pacífico cuando dormían. Uno casi se atrevería a
decir que normal.
Conteniendo un resoplido, Pia se dio el gusto de estirarse completamente.
Había conseguido dormir varias horas, lo que era una buena noticia. Aunque
no estaba tan descansada como si hubiera dormido en su casa y en su cama, se
sentía lo suficientemente descansada como para enfrentarse al día llena de
energía.
Le picaba el muslo y se lo rascó ausentemente. Había entrado en pánico
cuando empezó a rascarse después de la primera dosis del protocolo, pero la
doctora Medina le había asegurado que era a causa de la medicación, que
empezaba a perder su efecto. Mientras pudiera tolerar la irritación durante las
aproximadamente veinticuatro horas restantes, todo estaría bien y controlado.
Se puso una mano en la tripa y susurró: “Porque tú te vas a quedar donde
tienes que estar, pase lo que pase. Tortuguita.”
Sin más, se puso de pie, recogió su neceser y se dirigió a la cola del avión
para ducharse y prepararse para el día. Se vistió informalmente con un maxi
vestido largo azul oscuro, sandalias y un jersey fino y ligero y se tomó su
tiempo para aplicarse el maquillaje. A pesar de que supuestamente se trataba
de una visita informal, por lo que sabía de la reina de los Fae de Luz, Tatiana
iba invariablemente elegante, así que deseaba tener buen aspecto.
Cuando salió, Eva estaba lista y preparada para tomar una ducha también.
Luego Quentin y Aryal se pusieron en movimiento y aguardaron sus turnos.
Después, Daniel salió de la cabina de vuelo para servirles un rápido desayuno
continental. Pia ya no tenía nada que hacer aparte de mirar por la ventana y
ponerse más nerviosa a causa de la semana en ciernes.
Tatiana no solo iba siempre elegante. También se comportaba de modo
invariablemente inquisitivo y, en Washington, había hecho preguntas
incómodas acerca de la verdadera naturaleza de Pia. A Pia no le apetecía la
perspectiva de la siguiente semana, pero mayor motivo para tirarse a la
piscina y acabar con ello de una vez. De otra forma la perspectiva del viaje
hubiera estado rondándole la cabeza todo el tiempo, quizás meses. Así, por lo
menos, podrían retomar sus vidas cuanto antes.
El lunes, para ser exactos.
De manera que, aunque no con mucho entusiasmo, para cuando el avión
tomó tierra ya se encontraba perfectamente preparada.
Eh, nena, dijo Dragos en su cabeza.
Cuando escuchó su oscura y Poderosa voz mental, un sorprendido placer
recorrió a Pia.
Eh, tú. ¿Cómo has llegado tan rápido? No espera, no importa… en teoría
no tengo que saberlo.
Pudo escuchar la sonrisa de Dragos mentalmente cuando preguntó: ¿Has
podido dormir?
Desde luego que sí. Pia se tapó la boca para bostezar. Pero te he echado
de menos. ¿Cómo has pasado la noche?
Fui a pescar y luego estuve volando alrededor de Big Sur, respondió
Dragos. Estuvo bien, pero también te he echado de menos.
He soñado con la tortuguita, confesó Pia.
¿La tortuguita? Dragos se rio. ¿Cómo se las ha arreglado para conseguir
ese mote?
En el sueño, estaba haciendo senderismo y la Tortuguita estaba escondida
entre la maleza. Compartir la historia con Dragos la hizo sonreír como una
tonta otra vez. En el sueño, tenía los ojos dorados como tú, pero es todo lo
que pude ver. Intenté convencerle de salir para poder abrazarle, pero sigue
sin querer salir a decir hola.
Ya lo hará cuando esté listo.
Sí, ya sé que lo hará.
Mientras hablaban, el avión avanzó por la pista hasta que finalmente se
detuvo. Vale, dijo Dragos. No quiero distraerte. Solo quería que supieras que
estoy aquí.
Me alegro de que lo hayas hecho, dijo Pia. ¿Hablamos luego?
Por supuesto. Llama cuando tengas un momento, yo te escucharé.
La escala del avión se desplegó sin ninguna ceremonia. Quentin y Aryal
fueron los primeros en descender, seguidos de Pia, con Eva montando guardia
a su espalda.
Al salir de la cabina del avión, Pia se detuvo en lo alto de las escaleras
para contemplar el paisaje.
La mañana estaba despejada, brillante y ya templada. Las montañas de
San Gabriel estaban al este y al borde del horizonte oeste se veía el agua azul
brillando al sol. Como habían optado por un aeródromo privado para aterrizar,
el jaleo alrededor del amplio terreno abierto era mínimo.
Había varios Porsche todoterreno esperando en las cercanías y diez
guardias Fae de Luz armados formando un amplio semicírculo alrededor de
una mujer alta y rubia con el pelo corto y rizado. Los once llevaban los
uniformes oficiales y la mujer también iba armada.
Quentin dijo en la cabeza de Pia. Cuantos guardias para un encuentro
informal. Sobre todo cuando sabían que tú venías con tu propio equipo de
seguridad.
¿Es por eso por lo que Aryal y tú estáis dudando? Replicó Pia. Observa
cómo están vigilando los alrededores. Están protegiendo a la mujer… ¿es una
de las hijas de Tatiana?
Sí, esa es la hija menor. Bailey, creo que se llama.
Al ver que ellos dudaban, la mujer rubia se acercó a los pies de las
escaleras del avión, mirando a Pia.
Vamos, le dijo Pia a Quentin.
Al cabo de un momento, Quentin dijo: Vale. Pero quiero saber por qué
necesitan tener tanta guardia, sea para recibirnos o para proteger a Bailey en
el corazón de su propia heredad.
Ay, caramba. Con tanta gente observándola no podía poner los ojos en
blanco.
No me parece mal que andes husmeando por ahí y haciendo preguntas,
pero asegúrate de hacerlo discretamente.
Por supuesto, respondió, lanzándole una rápida mirada por encima de su
ancho hombro. No me parezco en nada a mi compañera. Bueno, por lo menos
en el asunto de la discreción.
Pia se rio. Eso era bastante cierto. Hacía varios años que conocía a
Quentin. Era una de las personas más cargadas de secretos que había
conocido y eso desde antes de convertirse en centinela, cuando Pia trabajaba
para él en su bar, Elfie´s.
Sin más, bajó las escaleras hacia la mujer alta y rubia, que extendía una
mano hacia ella.
—Buenos días, Lady Cuelebre -dijo la mujer con una sonrisa—. No nos
conocíamos, pero mi nombre es Bailey, soy la hija menor de Tatiana. Sé
bienvenida a la heredad de los Fae de Luz.
—Gracias —respondió Pia, aceptando su mano.
A pesar de que la sonrisa de Bailey se desvaneció rápido, seguía teniendo
un aspecto lo suficientemente amistoso. Igual que su melliza mayor, la
heredera de los Fae de Luz y actriz Melisande Aindris, Bailey tenía el cabello
rubio, grueso y rizado, pero a diferencia de su famosa hermana, ella lo llevaba
corto y despeinado. Tenía los ojos más tirando a color miel que a verde, pero
su mirada era clara y directa y su apretón de manos era fuerte y firme.
Pia estuvo a punto de meter la pata con una mentira, pero consiguió
contenerse a tiempo antes de decir “es un placer estar aquí”. En vez de eso,
dijo:
—Es un placer conocerte.
—Lo mismo digo —Bailey saludó con la cabeza a los guardias de Pia, se
puso las manos a la espalda y señaló con la cabeza a la comitiva de
automóviles que les aguardaba—. Si me acompañas por aquí, por favor.
—Por supuesto.
Pia la acompañó hasta el Porsche correspondiente, entró en él junto a Eva
y, con eso, su semana de visita comenzó oficialmente.

Capítulo 4
Una vez vio como el jet despegaba sin problemas, Dragos se concentró en
hacer su propio viaje.
Volaba muy rápido, pero no tan rápido como el avión que iba a California.
Si decidía hacer el viaje en forma de dragón, no llegaría hasta el día siguiente
por la noche.
No había nada malo en ello y estuvo a punto de hacerlo. El largo vuelo en
solitario resultaba tentador. Relacionarse con tantas criaturas diferentes en el
día a día resultaba cansado y, si no conseguía encontrar tiempo para volar a
solas de una manera regular, se mostraba malhumorado y gruñón. Bueno, más
gruñón de lo habitual.
Cediendo a un antojo, decidió utilizar otra modalidad de viaje y llamó al
Djinn Soren para que le acercara. Viajar a la manera Djinn supondría estar en
California horas antes que Pia. Podía disfrutar de un largo vuelo y un buen
rato de soledad y además estar listo y esperando cuando aterrizara el avión.
A veces venía muy bien que un Djinn te debiera un favor. Unas semanas
atrás, Soren le había preguntado a Dragos si tenía información sobre una
inminente relación comercial entre las heredades de las brujas y los
Nightkind. Resultó que Dragos disponía de un dossier exhaustivo sobre el
asunto, del que dio una copia a Soren a cambio de un favor. Todo lo que tuvo
que hacer fue pedirle que le llevara.
El rostro y el aspecto de Dragos eran demasiado distintivos, de manera
que en vez de reservar en un hotel de lujo en la ciudad, eligió un remoto y
modesto hotel en las cercanías del Angeles National Forest. En cuanto Soren
les dejó a él y a su equipaje allí, se registró rápidamente, soltó la bolsa de
viaje sobre la cama y se marchó de nuevo para cambiar de forma y despegar
hacia el cielo nocturno.
Aunque había pasado mucho tiempo desde que Dragos reclamara la
posesión de Nueva York por razones tácticas, políticas y de negocios, en
realidad no sentía apego por ninguna ciudad. Como mucho, las toleraba. A
Dragos no le interesaba Los Ángeles, pero sí le agradaba el suave clima del
sur de California. La brisa salada procedente del océano era la combinación
perfecta entre cálida y refrescante.
A la luz de la media luna, el dragón desplegó las alas y planeó sobre las
corrientes. Había usado su hechizo de ocultación para evitar que le pudieran
detectar y, tras unas pocas horas de vuelo, se sintió relajado y libre de
tensiones. Se internó una cierta distancia hacia alta mar y se sumergió en el
agua para pescar hasta que se sació. Luego volvió a ganar altitud y voló hacia
el norte para contemplar las olas rompiendo contra los acantilados de Big Sur,
disfrutando de la soledad y la claridad de la noche iluminada por las brillantes
estrellas.
Hizo el vuelo de vuelta relajadamente y llegó al aeródromo con tiempo de
sobra para observar la llegada de la comitiva de los Fae de Luz.
Tatiana tenía en su corte a unos cuantos magos bastante formidables. Uno
de ellos era el capitán de su guardia, Shane Mc Cartheigh, de modo que
Dragos se aseguró de sobrevolar a mucha altura y de ocultar cuidadosamente
su presencia, mientras las tropas salían de los vehículos.
La aguda visión del dragón era capaz de avistar una presa pequeña a tres
kilómetros. No tuvo problema para reconocer a los soldados individualmente.
Vio como Bailey, la hija de Tatiana, dirigía a las tropas con un amplio gesto
de su brazo. Ellos trotaron a cada uno de los extremos del aeródromo y
revisaron el campo que lo rodeaba con las armas preparadas.
Las medidas de seguridad le parecieron correctas, pero: ¿Por qué era
Bailey la que estaba dirigiendo a las tropas en lugar de Shane? Lo último que
había oído era que ya no vivía en California sino en algún otro lugar bastante
remoto. Puerto Rico, quizá o puede que Jamaica. Ella y Sebastian Hale tenían
una empresa de seguridad. Hale era Wyr y un excelente luchador y Dragos
siempre se preocupaba de tener controlados a todos los luchadores excelentes
Wyr, incluso a los que no eran suyos.
No, un momento, Hale se había emparejado y se había retirado. Bailey
llevaba la compañía ella sola. ¿Y entonces por qué estaba allí?
Cuando acabaron de revisar el terreno concienzudamente, las tropas
volvieron a converger en torno a Bailey. Unos momentos después, el jet
Cuelebre apareció a la vista. Observando con aprobación como el avión
tomaba tierra en una perfecta maniobra de manual, Dragos estuvo charlando
con Pia hasta que bajaron las escaleras del aparato. Quentin y Aryal
aparecieron, comenzaron a descender y se detuvieron abruptamente a mitad
de las escaleras.
También percibían algo. ¿De qué se trataba?
¿Qué pasa? Dijo en la cabeza de Aryal.
La arpía no pareció sorprenderse por su presencia. Quentin y yo pensamos
que parece que hay demasiadas tropas para un simple recibimiento, contestó
en tono serio.
Es cierto. Le contó cómo había estado observando el despliegue y la
revisión del terreno circundante al aeropuerto. Con un grupo de ese tamaño
han establecido el perímetro de seguridad en muy poco tiempo.
Desde la distancia vio como la arpía se encogía de hombros. Será eso. Los
aeropuertos privados no disponen de la seguridad de los comerciales.
Estarían siendo concienzudos y eficientes antes de nuestra llegada.
Probablemente, Dragos se mostró de acuerdo. Tendemos a ser un poco
paranoicos.
Eso es porque tú eres un paranoico y bla, bla, bla, etc. Le respondió
Aryal agriamente.
Me estaba preguntando donde estará Shane y por qué está aquí Bailey,
dijo. Normalmente vive en Jamaica. O Puerto Rico. Donde sea.
Mira que eres puntilloso, dijo Aryal. Ahora también me lo estoy
preguntando yo. Puede que esté de vacaciones. ¿Tendrá vacaciones el
capitán de Tatiana?
El dragón resopló. No tengo ni puñetera idea.
Aryal le informó. Pia dice que adelante. ¿Tú qué dices?
Nos estamos poniendo puntillosos, le respondió Dragos. Así que adelante,
pero mantente alerta. Hazme saber si observas algo inusual.
Hecho.
El cuarteto continuó hacia la pista, se mezcló con las tropas de los Fae de
Luz y desapareció en la comitiva de coches.
Dragos siguió a la comitiva hasta que alcanzó las afueras de Bel Air, el
vecindario de alto nivel donde estaba situada la residencia de la reina de los
Fae de Luz. Cuando el coche en el que viajaba Pia giró hacia la calle de
Tatiana, Dragos entrecerró los ojos al ver la barricada que volvieron a colocar
tras ellos más miembros de sus tropas. Una vez recolocada la barrera, los
soldados se quedaron de guardia allí, mirando hacia la calle.
La residencia de la reina de los Fae de Luz se encontraba en el mismo
vecindario que las de muchas celebridades, músicos y estrellas de cine.
Ronald Reagan vivió allí y también Alfred Hitchcock. Era de lo más normal
ver autobuses de turistas circulando por el barrio.
Por lo que Dragos sabía, cerrar el acceso al vecindario era nuevo. Parecía
que Tatiana no tenía intención de arriesgarse con la compañera del Lord de
los Wyr, una actitud que él aprobaba entusiastamente.
Ya había estado esperando y vigilando, había estado en contacto con Pia e
incluso se había dejado llevar por la paranoia. Ya no tenía nada más que hacer
aparte de tiempo hasta que pudiera hablar con ella otra vez.
Tenía su portátil. Podía volver al motel a trabajar. O podía tomarse un
poco de tiempo libre. Para él era raro disponer de tiempo. Podía salir a pescar
otra vez y volar sobre la costa y pasar la semana sin ver a otras personas pero,
a pesar de que la idea le gustaba, esa conversación tan intensa y tan paranoica
con Aryal le había dejado inquieto y preocupado.
Contactó de nuevo con Aryal.
¿Ya habéis llegado?
Sí, estamos aquí, le respondió la arpía. De momento nadie se ha vuelto
loco y se ha liado a puñaladas. Pia está en la suite de invitados deshaciendo
el equipaje y nosotros tenemos la suite contigua. Tatiana está en una reunión
pero se supone que pronto se reunirá con Pia para desayunar.
¿Qué ha pasado con los soldados Fae de Luz que venían en la comitiva?
Se han marchado a donde quiera que vayan las tropas Fae de Luz cuando
vuelven a su colmena. Es como si se hubieran evaporado y colado entre los
muebles, sin duda siguiendo órdenes de la abeja reina. Aryal sonaba
divertida. Pero a lo mejor reaparecen y nos apuñalan hasta la muerte antes
de que ninguno de nosotros tenga tiempo de gritar para avisarte. Nunca se
sabe.
Dragos resopló. A veces tienes un sentido del humor raro de cojones.
Lo que realmente quiero decir es que a lo mejor esta vez nuestra paranoia
era solo eso: paranoia. De todos sus centinelas, Aryal era la más proclive a
impacientarse, pero en ese momento no sonaba impaciente. Sonaba amable.
Por ahora, parece que todo va bien.
Bien entonces. Ponte en contacto más tarde, dijo Dragos.
Lo haré
Dragos estaba volando en dirección sureste mientras hablaban, sobre el
Club de Campo de Bel Air. Repentinamente tomó una decisión, cambió el
rumbo y voló hacia allí. Recorrer una distancia que en coche hubiera llevado
una media hora en coche, o incluso el doble, dependiendo del tráfico, le llevó
unos cinco minutos.
Cuando llegó a Rodeo Drive, buscó una pausa en el tráfico. No tuvo que
esperar mucho, el tráfico era inusualmente escaso para una zona tan popular.
Entonces descendió y cambió de forma al aterrizar. Manteniéndose oculto, se
paseó por una de las zonas comerciales más lujosas del mundo hasta que llegó
a Van Cleef &Arpels. Admiró las joyas del escaparate y continuó recorriendo
la calle hasta la siguiente joyería.
Se detuvo ante varias joyerías más, admiró el despliegue de Cartier y
finalmente llegó ante una joyería, con piezas exclusivamente pertenecientes a
las Razas Arcanas, llamada Canciones de Fuego.
Solo pensaba mirar escaparates… hasta que posó los ojos en el pájaro de
fuego.
Era un collar, una pieza de joyería de muy alta calidad, el tipo de pieza
que se vendía muy raramente y solo a clientela relativamente selecta. Con
solo una breve mirada supo que el precio tenía que estar en las seis cifras, si
no siete.
El cuerpo del pájaro descansaba sobre el valle de la garganta del maniquí.
Hecho de fogosos diamantes y rubíes, era fácilmente tan largo como su dedo
pulgar. El ojo del pájaro era una esmeralda del tamaño de la uña de ese dedo.
Las alas trepaban a ambos lados del cuello del maniquí, estrechándose tan
graciosamente que se unían en la nuca.
A Dragos le encantaba tener a Pia como compañera por muchos motivos.
Era sexy, divertida, inteligente y sensata y mucho más buena que él. Frenaba
los peores impulsos de Dragos hasta donde él se lo permitía y el sexo con ella
era tan ardiente que el aire estallaba en llamas cuando se apareaban.
Y una de las cosas que más le gustaban al dragón era comprar joyas para
su compañera.
Porque ella era suya.
Así que cuando le regalaba joyas, también eran suyas. Todas suyas, para
siempre.
Le encantaba follar con ella cuando solo llevaba diamantes y nada más. Se
le caía la baba al ver lo maravillosa que estaba luciendo las joyas, tan
exuberante y desnuda, delicadamente rosa en todos los lugares privados, y
chispeantemente brillante. Pia era la joya de la corona del tesoro del dragón.
Trató de reprimir el impulso, brevemente, porque parte de él ya sabía que
la decisión estaba tomada en el momento en el que posó la mirada sobre el
pájaro de fuego.
Un momento después, miró a derecha e izquierda y esperó hasta que los
viandantes estuvieran andando o mirando hacia otra parte. Entonces dejó caer
el hechizo de ocultamiento, abrió la puerta y entró.
Eran poco más de las diez de la mañana, así que la tienda acababa de abrir
y él era el único cliente.
Bien. Lo prefería así.
Cuando una mujer alta, delgada como una modelo, apareció rápidamente
desde el fondo de la tienda, le dijo:
—Me gustaría que cerrara la puerta mientras esté aquí. Tengo intención de
hacer al menos una adquisición significativa, merecerá la pena.
La mujer era Fae de Luz y preciosa, con largos huesos de pura sangre, iba
hábilmente maquillada y vestía ropas de diseño. También parecía sentirse
tensa e infeliz.
—Lo lamento, cerrar las puertas durante las horas de apertura va contra
las normas de la compañía.
Dragos hizo una pausa. Era muy inusual que la gente le negara nada y
nunca disfrutaba de la experiencia. Ladeó la cabeza, frunció el ceño y
preguntó:
—¿Sabe usted quién soy?
La mujer le miró.
—¿Debería? Oh… Oh, espere. ¿Es usted Lord Cuelebre?
—Sí, soy yo y estoy aquí para hacer una compra privada para mi esposa -
entrecerró los ojos—. Espero que sea usted discreta acerca de mi presencia
aquí.
—Sí, por supuesto —respondió ella, haciendo un gesto como quitando
importancia al asunto—. Siempre somos discretos.
Dragos se volvió a quedar sorprendido. Él era como un sueño húmedo
para una joyería. Los directores de las tiendas salían de sus escondrijos para
hacerle la pelota. Mantenían intensas y apasionadas discusiones sobre cortes y
transparencias, grados de calidad y luz.
La actitud preocupada de esa mujer no era normal.
—¿Y cerrará la tienda mientras esté aquí?
—Ah, sí, por supuesto —salió de detrás de un mostrador, se dirigió a la
puerta y la cerró con llave. Después suspiró—. ¿Qué pieza deseaba ver?
La escasa provisión de paciencia de Dragos se estaba evaporando con
rapidez.
—Quería examinar el collar con el pájaro de fuego del escaparate —le
dijo en tono cortante—. Junto con todos sus accesorios, ¿es que no es un buen
momento?
—¿Disculpe?
Por primera vez desde que había entrado en la tienda, ella le miró
directamente. Dragos notó las sombras que tenía bajo los ojos, cuyo blanco
tenía golpes de sangre. Una vez los pequeños detalles captaron su atención,
dio un paso adelante y aspiró un poco de su aroma.
No estaba meramente preocupada o descontenta. Estaba bastante
angustiada.
Dragos suspiró. Al dragón no le importaba si la mujer estaba teniendo un
mal día. Le hubiera gustado ignorarla, ver el collar de cerca y tomar una
decisión sobre la compra.
De hecho lo que le hubiera gustado hacer de verdad era robar la maldita
cosa y punto final. Pero había comenzado el asunto abiertamente y a modo de
entretenimiento y la tienda ya disponía de pruebas de su presencia. Y las
grabaciones de seguridad de las joyerías jamás se almacenaban en las propias
tiendas, no con tantos ladrones potenciales de extremado talento pululando
entre las Razas Arcanas.
En situaciones sociales como aquella, se había aficionado a hacerse una
pregunta: ¿QHP? (¿Qué haría Pia?)
Sus reacciones ante la mayoría de las cosas eran completamente diferentes
y, además, ella era tantísimo más hábil que él en las interacciones y relaciones
personales, que había comprendido que hacerse la pregunta ¿QHP? de vez en
cuando le ayudaba a evitar momentos desagradables cuando andaba tras
alguna cosa que deseaba.
Ese pequeño ejercicio ayudaba. A menudo, no era capaz de actuar tal y
como Pia realmente lo hubiera hecho, porque iba demasiado en contra de su
naturaleza. Pero más a menudo que no, conseguía aproximarse a un punto
intermedio entre lo que ella hubiera hecho y lo que hubiera hecho él siguiendo
su propia inclinación natural.
Como consecuencia, en la corporación había comenzado a extenderse el
rumor de que el acoplamiento y el matrimonio podrían estar ablandándole.
Con curiosidad y vagamente divertido, investigó el rumor hasta su origen y
las murmuraciones dejaron de existir de una manera rápida y definitiva.
Dragos era un dragón satisfecho, pero no tonto.
En ese caso, si Pia hubiera estado allí, le hubiera preguntado a la mujer si
se encontraba bien. Él no quería ir tan lejos, pero quizás podría hablar con el
gerente y mantener una discusión normal sobre joyas, después de todo.
—Está claro que no está usted concentrada en su trabajo. Sin duda se trata
de algún asunto personal que requiere su atención. Simplemente llame a su
responsable, luego podrá usted ocuparse de lo se tenga que ocupar -le dijo.
La mujer rompió a llorar.
Ay, joder. Estuvo a punto de darse por vencido y marcharse. Solo el
recuerdo del brillo del pájaro de fuego le mantuvo en su lugar.
—Lo… lo siento, es que no hay nadie más aquí -dijo la mujer—. Otras
dos personas, incluido el responsable, tenían que haberse presentado a
trabajar, pero aún no lo han hecho. Y lo siento mucho, me da mucha
vergüenza haber roto a llorar ante usted así, Lord Cuelebre.
Dragos cerró los ojos un momento y luego le dijo:
—Es evidente que no está en su mejor momento para tratar con clientes.
Ahora la dejo y volveré cuando su responsable esté disponible —hizo una
pausa y la miró. Ella estaba retorciéndose las manos, con el rostro cubierto de
lágrimas. Dragos rechinó los dientes y demandó—. ¿Acaso está usted
prestando atención a algo de lo que estoy diciéndole ahora mismo?
—Lo sé, lo siento. D-d-discúlpeme, pero no he dormido en toda la noche.
He estado buscando a mi madre por todas partes pero no hay nadie y tampoco
se ha presentado nadie a trabajar y cuando intenté llamar para decir que estaba
enferma tampoco y…
La poca paciencia que le quedaba a Dragos se evaporó.
La miró a los ojos rebosantes de lágrimas y le dijo en un tono tranquilo y
convincente.
—Termina con este descontrol inmediatamente. Te vas a calmar ahora
mismo. Te encuentras bastante tranquila, ¿lo entiendes? Y lúcida.
Definitivamente estás cada vez más lucida.
—Pero no lo comprende —gimoteó ella—. Es que no hay nadie.
Hum. A veces, cuando el sujeto se encontraba sobre estimulado, a su
hechizo le llevaba un rato hacer efecto. Además, siempre existía la posibilidad
de que estuviera alucinando. Era muy difícil hechizar a alguien que estuviera
sufriendo alucinaciones hasta llegar a comprender cuál era el objeto de estas.
—¿Qué quieres decir con que no hay nadie? —preguntó. El embrujo
tampoco funcionaba demasiado bien cuando permitía que su propia
impaciencia se interpusiera y afectara a las personas, así que trató de moderar
el tono—. Por supuesto que hay gente. En la calle hay coches y personas
ahora mismo. Te estás calmando y estás recuperando la lucidez, ¿recuerdas?
En realidad, estás tan tranquila que incluso puedes utilizar tus llaves para
traerme el collar para que lo pueda examinar.
Repentinamente, ella se tranquilizó. Dejó de llorar como si le hubieran
apagado un interruptor y también de retorcerse las manos.
—No hay nadie en mi vecindario —murmuró—. Mi madre vive en la
manzana de al lado. También ha desaparecido. Siempre desayunamos juntas,
pero no estaba en casa cuando he entrado esta mañana. He llamado a la
policía para decirles que mi madre había desaparecido y me han dicho que se
pasarían por allí para comprobarlo y luego se pondrían en contacto conmigo.
Tampoco he sabido nada de ellos.
Vale. Había hecho todo lo posible por no implicarse, pero aquello le pilló.
—¿No hay absolutamente nadie en tu vecindario? —repitió.
Ella negó con la cabeza silenciosamente.
Quizás aquella era la alucinación que necesitaba comprender para que su
hechizo hiciera efecto. Se cruzó de brazos y frunció el ceño.
—¿Y cómo lo sabes?
—¡Por qué vivo allí! —chilló la mujer—. ¡Lo sé!
De repente decidió que ya había tenido más que suficiente de la
conversación con ella.
—¿Cuál es tu dirección?
Brincando ante la brusca orden, la mujer barbotó una dirección.
Dragos extendió una mano.
—Dame las llaves.
La mujer dudó y luego comenzó a negar con la cabeza.
—No… no creo que… que pueda hacer… eso.
Oh, por el amor de todos los dioses. Inyectando toda su fuerza en el tono
de su voz, le ordenó:
—Cállate y dame las malditas llaves.
Ella extendió la mano y le ofreció el juego. Tomando el llavero, Dragos lo
revisó hasta que dio con la llave correcta para abrir el escaparate. Sacó el
collar del pájaro de fuego, una pulsera y unos pendientes colgantes y les echó
un vistazo breve pero muy atento.
La elaboración era de la mayor calidad. Le hubiera gustado examinar las
piezas más concienzudamente, pero, por el momento, se metió las joyas en el
bolsillo delantero de sus vaqueros.
—Dile a tu jefe que me envíe la factura -le dijo a la mujer.
Ella se quedó allí inmóvil y muda, mirándole con los ojos abiertos de par
en par.
Porque, de hecho, él le había dicho que se callara. En fin, no tardaría en
dejar de hacer efecto pero, gracias a los dioses, no mientras él siguiera por
allí.
Dejando las llaves en el mostrador, salió del manicomio hacia el
bienvenido aire fresco y soleado. Hizo rodar primero un hombro y luego el
otro para relajarse, ladeó la cabeza y observó la calle en ambos sentidos y los
coches circulando.
Cuando estaba a punto de dar a la mujer por una descerebrada cualquiera,
un pequeño detalle captó su atención.
Todos los viandantes eran humanos. No había nadie de las Razas Arcanas
a la vista.
En realidad eso ocurría con cierta frecuencia. Había muchos más humanos
que gente de las Razas Arcanas… pero estaba delante de una tienda muy
popular para las Razas Arcanas, lo que hacía un poco más probable que
pudiera ver a algún miembro de las Razas Arcanas, de cualquiera de ellas.
Frunciendo el ceño de nuevo, volvió a prestar atención a los coches que
pasaban. Los siguientes cinco también llevaban solo humanos.
Probablemente solo era una inmensa y aburrida coincidencia. Pero Tatiana
tenía guardias y barricadas en su calle. Y, la verdad, parecía que había enviado
un número muy alto de efectivos a recibir el vuelo de Pia.
A tomar por culo. Iría a comprobar la dirección de ese caso perdido de
mujer y decidiría por sí mismo si había o no alguien por allí.
Consultó Google Maps en su Smartphone y averiguó que Caso Perdido
vivía en un vecindario al noroeste. Activó el hechizo de ocultamiento, cambió
de forma y alzó el vuelo. Calculó que, en coche, probablemente Caso Perdido
tardaría unos cuarenta y cinco minutos en llegar al trabajo. A veces le daban
pena las criaturas sin alas.
Mientras hacía el camino volando, rechazó varias ideas que le cruzaron la
mente, como ponerse a buscar en un montículo de tierra donde parecía haber
joyas.
La gente, cualquier tipo de gente, tendía a congregarse en determinados
enclaves y grupos. Desde luego, había algunos que cambiaban, pero en su
mayoría era así. Las familias tendían a arracimarse en vecindarios con centros
de entretenimiento orientados a familias. Los hipsters allá donde les gustara a
los hispters. Dragos estaba a hectáreas y millas y continentes de ser un
hispter, así que no llegaba a comprender del todo ese nuevo estrato de la
sociedad, pero tenía entendido que se basaba en beber mucho café artesanal y
vino orgánico.
Los religiosos se comportaban igual. Iban a misa, o a la sinagoga o al
templo y disfrutaban de salidas juntos. Las Razas Arcanas también tenían las
mismas tendencias de comportamiento. Tendían a comprar en tiendas de las
Razas Arcanas y vivir en barrios habitados por miembros de las Razas
Arcanas.
Los Fae de Luz no eran una excepción. Como grupo social tendían a vivir
en clan y Caso Perdido le había dicho que su madre vivía en la manzana de al
lado de la suya. Lo más lógico era que Caso Perdido viviera en un vecindario
lleno de Faes de Luz.
Su madre había desaparecido. Sus compañeros y su jefe, que con toda
probabilidad también eran Faes de Luz, no habían ido a trabajar.
Una vez localizó la calle donde vivía Caso Perdido, planeó a lo largo de
esta hasta que encontró su manzana. Luego aterrizó, cambió de forma y
caminó a lo largo de la calle arbolada hasta que llegó a su dirección.
Parecía un vecindario modesto pero elegante, con una mezcla de casas
unifamiliares y otras que parecían haber sido divididas en apartamentos. Junto
con los robles y otros tipos de árboles, había palmeras en cada acera. Las
vallas estaban pintadas, los jardines bien cuidados. Aunque modesta, no era
una zona en declive,
No había coches circulando que pudieran molestar a Dragos.
Nadie estaba cortando el césped.
Prestó atención en busca de signos de movimiento en las casas por las que
pasaba. No había ninguno. Un par de casas tenían las puertas abiertas. El
silencio le martilleaba en la cabeza, junto con la fuerza del sol del sur de
California.
Al final, Caso Perdido no estaba tan loca. No había nadie en su barrio.
Algunos hubieran dicho que le debía una disculpa. En realidad, teniendo
en cuenta el ¿QHP?, seguro que Pia hubiera estado de acuerdo en que sí pero,
por lo que a él respectaba, no había lugar, ya que no tenía intención de hablar
ni ver a Caso Perdido nunca más. Todo el resto de su vida era más urgente
que eso.
Un momento, había oído algo. Venía de algo más lejos, quizás a un par de
manzanas a la derecha. Sonaba metálico, como un cubo de basura derribado.
Comenzó a correr con un trote cómodo, alcanzó el final de la manzana y
giró a la derecha. El sonido de sus propios pasos tapaba el de aquello que
había oído, así que tuvo que detenerse un par de veces para escuchar antes de
seguir.
Ahí estaba… más ruido al final de otra calle que era virtualmente una
réplica de la calle de la que venía. Seguía siendo parte del mismo vecindario.
A su izquierda había una casa con la puerta abierta. Pasó ante varias casas
más con las puertas abiertas también.
¿Quién dejaría la puerta abierta al marcharse de casa? Solo gente que
estuviera siendo evacuada o sufriendo un ataque de pánico, pero ¿cómo era
posible que Caso Perdido viviera en el barrio y no se hubiera dado cuenta de
que había habido una evacuación o un pánico general? ¿Habría salido la
noche anterior y no estaba en casa para percatarse del aire general de
abandono?
Su mente saltó a la parte desagradable del asunto. ¿Tendría que volver a
hablar con ella, después de todo?
Ahí. Se detuvo.
El ruido provenía de detrás de la casa de estuco frente a la que se
encontraba. Cuanto más se acercaba, más fuerte sonaba, como si hubiera
varias criaturas produciéndolo. Quizás una manada de perros atravesando un
callejón. Si la gente había huido apresuradamente, algunos podrían haber
abandonado a sus mascotas.
Rodeó el lateral de la casa. Esta estaba rodeada por una valla de unos dos
metros de alto, de modo que ganó velocidad en los últimos metros y la saltó.
El jardín era encantador y estaba igual de bien cuidado que el resto del
vecindario. Corrió hacia la verja posterior y saltó por encima.
Cuando aterrizó en el callejón sobresaltó a un grupo de gente.
Un grupo bastante grande, por cierto, todos ellos Fae de Luz en diversos
estados de vestimenta. Todos ellos estaban manchados de sangre y tenían
heridas abiertas.
Mirándoles, se enderezó de la postura en la que había aterrizado mientras
todos en el grupo se giraban como uno solo a mirarle con furia. Tenían los
ojos completamente negros. Sin el blanco.
Algunos solo tenían la mitad del rostro, la carne restante tenía el aspecto
de haber sido comida por animales salvajes.
La gente tiende a agruparse y ellos no eran la excepción. Moviéndose a
una, se lanzaron contra él. Eran increíblemente, imposiblemente rápidos. En
el callejón no había espacio suficiente para que Dragos pudiera transformarse
y despegar. Pensó entonces en dar la vuelta y volver a saltar la valla.
Al agacharse para saltar, el líder del grupo pegó un enorme brinco y
aterrizó en la espalda de Dragos haciéndole perder el equilibrio. Le siguieron
dos más. Finalmente, el grupo entero estuvo encima. Sintió un ramalazo de
dolor cuando uno de ellos le mordió en el brazo, atravesándole la piel.
En un abrir y cerrar de ojos, la mente de Dragos pasó al plan B: luchar
salvajemente y lanzar enormes cantidades de fuego.
Y se liberó.
Capítulo 5
A Pia, la residencia de Tatiana le recordaba a la grandiosidad del Viejo
Hollywood clásico. La mansión blanca tenía columnas de estilo corintio en la
parte delantera, amplias salas de recepción y una gran piscina en la parte de
atrás, rodeada por un jardín impecablemente mantenido.
También el mobiliario interior era de estilo Hollywood Clásico. En la
suite de Pia había una inmensa cama de cuatro postes en la zona del
dormitorio, con un cobertor color melocotón, unas finas cortinas recogidas y
auténticos muebles Chippendale antiguos. Disponía de una sala de estar para
ella sola, con una chimenea forrada de madera y dos divanes, y en su cuarto
de baño había una bañera de mármol a nivel del suelo, con grifería de oro.
Una vez deshizo el equipaje y admiró las vistas desde sus ventanas, envió
un mensaje a Eva: “Estoy lista para bajar”.
En un suspiro, llamaron a la puerta. Eva no esperó respuesta sino que la
abrió y asomó la cabeza.
—Yo también estoy preparada.
Salvo que se encontraran con una situación que requiriera un cambio de
planes, por el momento, mientras Pia permaneciera en la residencia de la
reina de los Fae de Luz, iba a tener un guardia con ella en todo momento, de
forma que Quentin, Aryal y Eva pudiera hacer turnos rotativos.
Pia esperaba que eso ayudara a generar una atmósfera de relax entre todo
el mundo y además, los otros dos siempre iban a estar cerca si ocurría algo.
Salió al distribuidor y tomó las escaleras con Eva a su lado. Igual que en
el aeropuerto, evidentemente Bailey las estaba esperando y se dirigió
tranquilamente al pie de las escaleras para recibirlas.
Por lo menos no estaba flanqueada por diez guardias también en el
interior de la casa, pensó Pia agriamente. Porque hubiera resultado incómodo.
—¿Ya estáis instalados? —preguntó Bailey.
—Sí, gracias —respondió Pia alegremente—. Este lugar es magnífico.
¿Podemos echar un vistazo?
—Claro —respondió Bailey—. Os acompaño.
—¿Vas a ser mi niñera? —preguntó Pia con una sonrisa.
La Fae de Luz le devolvió la sonrisa, pero igual que anteriormente, en la
pista de aterrizaje, esta fue breve y se desvaneció rápidamente.
—Es un placer pasar tiempo contigo.
O sea, que es mi niñera, le dijo Pia a Eva. No me importa. Ya me
imaginaba que habría alguien, pero esperaba que Tatiana por lo menos se
dignara venir a saludar cuando llegamos.
Supongo que una reina hace lo que tiene que hacer. La voz mental de Eva
sonaba dubitativa.
Pia, que había estado en la posición de tener que prestar atención
inmediata a determinados eventos, no se sentía ni de lejos tan despistada con
respecto a la ausencia de Tatiana. A veces ocurrían cosas y, cuando uno es el
líder de una heredad (o su compañera), a veces hay que reaccionar con
rapidez.
Bailey se giró para señalarles la parte posterior de la casa y, cuando la
alcanzaron, dijo:
—Mi madre me ha pedido que la disculpes. Tenía planeado estar libre
para saludarte personalmente, pero en los últimos dos días ha estado ocupada
con una situación inesperada. Estoy segura de que sabes cómo son esas cosas.
—Lo sé, es verdad —respondió Pia—. A menudo nos interrumpen a
media noche por una razón u otra. Los asuntos de la heredad nunca
descansan.
—Doy por hecho —replicó Bailey mientras llegaban a unos ventanales
que abrió y que conducían a una amplio porche— que Dragos y tú sois el
lugar donde terminan llegando todos los problemas, ¿no?
—Sí, lo somos.
—También mi madre. Es una de las razones por las que prefiero vivir en
otra parte. Quiero a mi familia, pero no deseo comer, beber y dormir Fae de
Luz. Y definitivamente no quería entrar en los negocios de la familia. Soy tan
buena actriz como una lata de sardinas.
—¿Y a qué te dedicas en tu casa? —preguntó Pia con curiosidad.
Su primera impresión de Bailey había sido de alta competencia, pero no le
había resultado muy amistosa durante el trayecto hasta Bel Air.
En ese momento estaba recibiendo una impresión distinta. Una vez
entraron en la casa de la reina, Bailey pareció relajarse y, como consecuencia,
estaba más charlatana.
—Dirijo una empresa de seguridad en Jamaica —dijo Bailey.
—¿Y a qué se dedica una empresa de seguridad? —preguntó Pia.
—A cualquier cosa, desde proporcionar guardaespaldas para eventos
específicos, a llevar a cabo expediciones o proveer el servicio de seguridad.
Una de las más interesantes que hicimos recientemente fue recuperar una
biblioteca mágica de una isla desierta.
—Hablas de la biblioteca de Carling Severan, ¿verdad? —dijo Pia,
contemplando el paisaje—. He oído hablar de eso. Tuvo que ser un viaje
fascinante.
—Sí que lo fue. En ese viaje mi socio Sebastian encontró al amor de su
vida, se emparejó y se retiró —Bailey sonrió a medias—. Pero normalmente
las cosas no son tan intensas. A diario, mi trabajo consiste fundamentalmente
en beber y tomar el sol. Cuando aceptamos trabajos, para pagar las facturas, a
menudo hay que pelear mucho, así que en general me hace muy feliz. Lo
único que no me gusta es el papeleo. Sebastian, mi ex socio, solía encargarse
de la mayor parte de eso, pero ahora que se ha retirado, me estoy ahogando en
papeles.
Pia vio sonreír a Eva por el rabillo del ojo.
—Mi marido también odia el papeleo, por eso tiene unos cuantos
asistentes.
—Ya, asistentes —Bailey dejó escapar un suspiro—. Si no lo haces tú,
tienes que ser el jefe de alguien que lo haga. O puede que de un par de
“alguienes”. Es que no estoy segura de que lo de llevar un negocio sola vaya a
funcionar. Me quita tiempo para beber y tomar el sol.
Pia se rio.
—¡Vaya desastre!
Charlando, salieron al exterior para caminar por los jardines. Bajo el
creciente calor de la soleada mañana, Bailey se desabrochó la chaqueta del
uniforme, se la quitó y se la lanzó sobre un hombro. Bajo esta, llevaba una
camiseta blanca de manga corta que se ajustaba a su esbelto torso y los ágiles
y musculados bíceps y encima un arnés de hombro con una pistola.
Pia estaba acostumbrada a ver gente armada de manera habitual, pero no
pudo evitar preguntarse qué si Bailey se encontraba lo suficientemente
cómoda como para quitarse el uniforme, ¿por qué tenía necesidad de ir
armada?
Después de todo, básicamente Bailey se encontraba en su propia casa y
había más guardias en la zona. Cuando los centinelas u otro personal militar
visitaban la casa de Pia y Dragos durante el tiempo que fuera, se desarmaban,
depositaban las armas en un lugar seguro, normalmente en la oficina de
Dragos, y se relajaban. Las únicas ocasiones en las que no se molestaban eran
cuando se trataba de visitas muy cortas.
¿Acaso Bailey continuaba armada a causa de la presencia de Pia y sus tres
escoltas? ¿O se trataba de algún protocolo propio de los Fae de Luz? A lo
mejor las normas eran que Bailey permaneciera armada siempre que se
encontrara de servicio.
Y si dirigía una empresa de seguridad en Jamaica, ¿qué estaba haciendo
en el sur de California?
Pia archivó todas esas cuestiones para dedicarles su atención más
adelante. Esperaba que todo el mundo consiguiera relajarse a lo largo de su
visita y poder encontrar el momento para preguntárselo a alguien en algún
momento.
Los jardines estaban bellamente diseñados. No eran tan gloriosos como
los de Beluviel, la Consorte del antiguo Gran Señor de los Elfos, pero
Beluviel tenía un don especial para hacer crecer las cosas.
En cualquier caso, los jardines de la monarca de los Fae de Luz estaban
perfectamente cuidados y eran dignos de aparecer en Casa y Jardín. Pia pensó
en el robusto y enérgico paisaje por el que habían optado en su casa al norte
de Nueva York, lleno de césped, zonas de tierra y árboles, y se sintió invadida
por la añoranza.
Trató de olvidar la sensación y se concentró en el presente.
—Hace un tiempo maravilloso —dijo, inspirando profundamente y
haciendo un giro para admirar el cielo azul y sin nubes—. Cuando me marché
de casa anoche, estaba cayendo aguanieve y las previsiones eran de más nieve
para hoy.
—¿Has traído traje de baño? —preguntó Bailey—. Las previsiones para la
semana que entra en Los Ángeles son de un tiempo tan bueno como el de hoy.
—No se me ocurrió meterlo en la maleta —confesó Pia.
—No hay problema. Mamá tiene una selección de bañadores para los
invitados o, si lo prefieres, siempre podemos mandar a comprar alguno —
Bailey les había llevado en un recorrido en círculo alrededor de la propiedad
y, mientras volvían por el mismo camino por el que había salido, añadió—.
Lo siento, no soy tan buena anfitriona como mi hermana Melly o mi madre.
Tendría que haberos preguntado si ya habíais desayunado.
—¿Cómo está tu hermana? —preguntó Pia.
A principios de ese año, una vampira muy antigua había secuestrado y
tomado a Melly como rehén. Durante el proceso del rescate, Melly y el rey
Nightkind, Julian habían retomado su antigua historia de amor.
Por algún motivo, la pregunta de Pia ensombreció la expresión de Bailey.
—Ya no hablamos como antes, pero parece que está bien y suena feliz.
A Bailey no parecía gustarle mucho la renovada relación de su hermana.
Era el momento de cambiar de tema.
—Me alegra oírlo. Lo que le ocurrió fue horrible. Y gracias por mencionar
el desayuno. Tomamos algo ligero en el avión, pero no diría que no a una
segunda oportunidad de comer.
Ese algo sombrío desapareció de la expresión de Bailey, que sonrió
rápidamente.
—Entonces haremos como los Hobbits y desayunaremos dos veces. Y si
te apetece, luego nos tomamos un tentempié.
Pia se rio. Bailey le gustaba.
—Eso suena bien.
A la vez que se acercaban a la casa, una Fae de Luz alta y elegante salía
para dirigirse hacia ellas.
Tatiana, la reina de los Fae de Luz, había conseguido liberarse por fin de
sus otras obligaciones e iba a saludar a Pia.
Pia se fijó en la apariencia de la otra mujer. Cuando había visto a Tatiana
en actos políticos, la reina de los Fae de Luz iba vestida de alta costura. Tenía
la estatura, la belleza y la actitud para poder llevar creaciones impactantes.
En ese momento, llevaba ropa y botas negras. La camisa estaba hecha a
medida y el corte de los pantalones era elegante. Y si esas botas costaban
menos de cinco mil dólares, Pia estaba dispuesta a comerse las sandalias, pero
incluso así, su vestimenta era mucho más sencilla que cualquiera que le había
visto lucir anteriormente.
A diferencia de sus hijas, que tenían una cabellera rizada de color rubio
oscuro, típica de los Fae de Luz, Tatiana debía de haberse alisado el pelo, que
le caía por debajo de los hombros como una sedosa cascada.
Su expresión era seria y elegante y, bajo la brillante luz del sol, se
percibían unas leves sombras que oscurecían la piel de sus ojeras. La última
vez que habían hablado, Tatiana se había mostrado sonriente e inquisitiva y
no dejó de pinchar a Pia delicadamente, igual que un gato con la patita.
Tatiana había mantenido las uñas escondidas todo el tiempo pero estaba claro
que estaban allí.
Algo va mal, pensó Pia. Archivó la sensación en su subconsciente pero se
preparó internamente para lo que estuviera ocurriendo.
—Buenos días —saludó Tatiana cuando llegó hasta ella—. Bailey me ha
dicho que habéis tenido un buen vuelo.
—Sí, es cierto —respondió Pia. Luego, como ella también sabía esconder
sus propias uñas, le lanzó una delicada indirecta a la reina de los Fae de Luz
—. Gracias por enviarnos un comité de bienvenida tan importante.
¿Acaso pudo ver un brillo de respuesta en esos famosos y bellísimos ojos
verdes?
—De nada —replicó Tatiana—. Nos tomamos con mucha seriedad el
tema de la seguridad mientras dure tu visita. Por favor, ven a sentarte
conmigo en el porche. Bailey, ¿puedes encargarte de que nos sirvan un
refrigerio?
—Por supuesto. Pia y yo estábamos hablando justamente de ello.
—¿Por qué no acompañas a Bailey? —indicó Pia a Eva.
—Claro —respondió ella. Pero telepáticamente preguntó: ¿Llevas el
móvil?
Sí, en el bolsillo. Te enviaré un mensaje si te necesito.
Bailey hizo una inclinación ante Pia y ella y Eva entraron en la casa.
Pia acompañó a Tatiana hasta un conjunto de mesa y sillas de hierro
forjado blanco que se encontraban bien protegidas por la sombra que
proporcionaba el tejado del porche.
—Tienes una casa preciosa —le dijo a la otra mujer cuando se sentaron.
—Gracias —respondió Tatiana—. Llevo viviendo aquí desde principios
del siglo veinte, cuando empezó a ponerse de moda el cine. Quizás te
apetezca hacer una visita a los Northern Light Studios en algún momento.
Hemos conservado gran cantidad de recuerdos y puede ser una visita
entretenida.
Por fin, algo a lo que Pia podía responder con total sinceridad.
—Me encantaría —dijo, a pesar de que se había percatado de las palabras
que había utilizado Tatiana.
La reina había dicho “en algún momento”, no “esta semana”. ¿Acaso le
estaba empezando a afectar la paranoia de Quentin y Aryal?
—Entretanto —continuó Tatiana con una sonrisa—. Bailey y yo hemos
estado discutiendo las posibilidades de tu visita. Nos preguntábamos si te
apetecería alojarte en la casa de verano de Melly en Malibú. La playa es
preciosa y es muy agradable nadar y hacer surf en esta época del año. La casa
se encuentra en una comunidad cerrada y, después de lo que le ocurrió a
Melly este año, la seguridad se ha incrementado tanto que la zona es
prácticamente hermética. Es una zona de vacaciones fabulosa. Yo suelo
alojarme allí de vez en cuando.
Solo que yo no estoy de vacaciones, pensó Pia.
Observó detenidamente a Tatiana, pero esta tenía muchos años de
experiencia bajo los focos y su actitud permaneció impecable.
Aun así, la sensación lo decía todo. Algo iba mal.
Resultaba, oh, tan tentador aceptar la invitación. Podía tomar un poco el
sol, leer plácidamente y nadar todo lo que quisiera, incluso probablemente
colar unas pocas visitas conyugales con Dragos.
Pero si llegaba a saberse que esa era la manera en la que iba a pasar la
mayor parte de la semana con los Fae de Luz, ¿qué pensarían los líderes de
las demás heredades? ¿Y cómo reaccionaría el gobierno humano?
Se tomó su tiempo para responder con precaución.
—Es una oferta fantástica. Gracias por pensar en ello, pero pensaba que la
razón de esta semana era que tú y yo interactuáramos y llegáramos a
conocernos un poco mejor, ¿no es cierto? Si me alojo en la casa de la playa de
Malibú, me preocupa que a las otras heredades y a la Casa Blanca no les
satisfaga esa decisión. Y tengo demasiados compromisos para los próximos
meses como para comprometerme a otra semana de visita aquí.
La reina no estaba contenta. Pia se percató de la sutil tensión en la boca de
Tatiana.
—Sí, lo sé —Tatiana pronunció las palabras con un tono delicadamente
peligroso—. Lo dejaste claro cuando te envié el email para sugerirte que
pospusieras tu visita.
A pesar de la diversidad existente entre las Razas Arcanas, a lo largo de
los últimos dieciocho meses Pia había notado que había una cosa que los
líderes de las heredades tenían en común: a absolutamente ninguno de ellos le
gustaba que se le llevara la contraria de ninguna manera.
Bien, pues Tatiana se lo iba a tener que tragar. A Pia la situación le
gustaba tan poco como a ella y su tiempo y sus necesidades eran tan
importantes como los de cualquiera.
Aun así, si algo andaba mal de verdad, Pia no deseaba empeorar más la
situación. De nuevo, escogió sus palabras con cuidado.
—Sé que los términos del pacto diplomático son complicados, no solo
para los líderes de las heredades sino también para sus familias. Lo último
que deseo es trastocar tu vida, igual que la mía se ha trastocado por esto. Si
hay algo que yo pueda hacer para hacerte la situación más sencilla, por favor,
dímelo. Me encantará ayudarte en lo que pueda -le dijo en tono tranquilo y sin
agresividad.
La reina se quedó mirándola con ojos severos y brillantes, justo el tiempo
suficiente para poner nerviosa a Pia. Después de todo, no conocía bien a
Tatiana, pero por lo que había oído, esta era formidable en todos los aspectos.
Esperaba que la conversación no acabara en algún tipo de rabieta real.
Entonces Tatiana dejó escapar un explosivo suspiro y se frotó los ojos.
—Solo dime una cosa —pidió. Sus palabras seguían sonando
entrecortadas y escuetas, pero algo menos agresivas que antes—. ¿Te ha
seguido Dragos hasta aquí?
Pia se quedó helada. En realidad, tendría que haberse esperado algo así,
pero no lo había hecho y esa pregunta tan directa la pilló completamente
desprevenida. Como un conejo asustado, por un momento no fue capaz de
respirar.
Tratando de ganar tiempo para poder pensar en una buena mentira,
preguntó cautelosamente.
—¿Cómo es que me haces esa pregunta?
Tatiana soltó una carcajada sin ninguna alegría.
—Pia, absolutamente todo el mundo conoce con gran detalle los que
ocurrió cuando visitaste a los Elfos en Carolina del Sur.
—Sí, pero los Wyr y los Fae de Luz no son enemigos, como era el caso de
los Elfos cuando ocurrió aquello —dijo Pia cautelosamente, mientras
telepáticamente le decía a Dragos: Ups, creo que nos han pillado.
Estoy ocupado con un asunto inesperado, respondió Dragos
escuetamente. Me pondré en contacto pronto.
¿Pero con qué demonios estaba ocupado?
Apenas acababa de ponerse de mal humor con su respuesta cuando
Tatiana espetó:
—Déjate de evasivas. Te he hecho una pregunta directa y espero una
respuesta sincera. ¿Está Dragos en Los Ángeles o no?
Genial, tonta del culo. Simplemente genial. Ya te las has arreglado para
cabrear a la reina. ¿Qué es lo siguiente en la agenda? ¿Incendiar
Disneylandia?
—Puede que sí —musitó Pia. Los nervios la habían dominado. Se rascó el
muslo irritado y luego se alisó la tela del vestido con dedos rígidos—. Nadie
dijo que no pudiera tomarse unas vacaciones en California del Sur durante mi
visita.
Inexplicablemente, Tatiana se relajó. Se apoyó en el respaldo y dijo:
—Esta visita tuya puede resultarnos útil, después de todo. ¿Podrías
ponerte en contacto con él y pedirle que viniera aquí?
Pia arqueó las cejas sin poderlo remediar.
—Tú… ¿quieres que venga aquí?
Tatiana resopló.
—Seguramente no oyes algo así demasiado a menudo.
—No, francamente no. Amo mucho a mi marido, pero no me engaño
acerca de lo estresante que puede resultar su presencia para otros —dudó Pia.
La fuerza y el alcance telepáticos de Dragos eran un secreto
cuidadosamente guardado. Y no era solo eso, sino que había sonado bastante
serio cuando ella le había contactado telepáticamente antes así que, bajo la
vigilante mirada de Tatiana, sacó el móvil para enviarle un mensaje.
Tatiana sabe que estás en L.A. y ha pedido que vengas a su residencia.
Después de pensarlo un momento, añadió: Creo que algo va mal.
Justo entonces Bailey volvió a aparecer seguida de Eva. Tras ellas, un
sirviente Fae de Luz empujaba un carrito lleno de variedad de comida y
bebida.
—Quédate y únete a nosotras —pidió Tatiana a Bailey.
Tras una rápida mirada interrogante a Pia, Bailey se apresuró a responder.
—Claro.
Mientras esta sacaba una silla y se sentaba, Pia miró insegura a Eva.
Como hija de Tatiana, Bailey disfrutaba de muchas libertades que los demás
no necesariamente tenían.
Si hubieran estado en casa, Pia hubiera invitado a Eva a sentarse con ellas,
pero aunque los Wyr tenían muchas complejidades que otras culturas no
tenían, como las implicaciones y los peligros en los emparejamientos y las
tensiones existentes entre los herbívoros y los depredadores, en muchos
aspectos su sociedad era mucho menos formal que la de otras heredades. Para
la reina de los Fae de Luz, Eva era una sirviente y una guardiana, pero para
Pia era también una amiga.
Oh, a la mierda.
Miró a Tatiana.
—Eva es amiga mía. Si estuviéramos en casa, la invitaría a unirse a
nosotras. ¿Te resulta aceptable?
La otra mujer enarcó las cejas pero, a pesar de la tensión que había
existido apenas unos momentos antes, replicó con rapidez.
—También tengo ese tipo de relaciones. Puede que recuerdes, de la cena
interrumpida, que mi capitán, Shane, es uno de ellos. Mientras tú consideres
que pertenece a tu círculo íntimo y que tiene acceso a información
privilegiada, puede unirse a nosotras.
Eso estaba mejor. Más a gusto, sonrió y asintió hacia Eva, que sacó una
silla frente a Bailey y tomó asiento.
—Gracias —le dijo Pia a Tatiana, mirando su teléfono con el ceño
fruncido. No era propio de Dragos tardar tanto tiempo en contestar a un
mensaje suyo. ¿De qué asunto inesperado estaba hablando? No tendría nada
que ver con Liam, ¿verdad?
El sirviente colocó los servicios de mesa y la comida.
—Eva y yo hemos comprobado todas las recetas para asegurarnos de que
todo era vegano.
Eso apartó la atención de Pia del teléfono. Volvió a mirar los platos. Había
tortitas, fresas frescas y una jarra de algo que parecía nata, aunque el olfato le
dijo que era crema de coco, no de leche, pequeños boles redondos con algo
parecido a crema de aguacate con bonitas motas de ralladura de naranja, un
crumble de frutos rojos y una complicada y sabrosa ensalada de lechugas
variadas, aceitunas y otros vegetales.
Habitualmente Pia solo podía probar uno o dos platos de la selección de
cualquier comida completa, pero los Fae de Luz se habían asegurado de que
pudiera comer de todo lo que había en la mesa. Era un detalle que no había
esperado.
—Qué amable de vuestra parte —les dijo—. Gracias.
—No ha sido nada —replicó Tatiana—. A menudo como platos veganos -
y mientras se servían de cada bandeja con comportamiento familiar, la reina
añadió—. Me temo que no puedo dedicarte demasiado tiempo. Por eso he
sugerido lo de la casa de Malibú. Durante los últimos días ha surgido un
asunto que está consumiendo una gran cantidad de mi atención y recursos.
Pia y Eva intercambiaron una mirada.
—Has dicho que esa era una de las razones para invitarme a disfrutar de la
casa de la playa. ¿Qué más razones hay?
Esta vez fue el turno de Tatiana y Bailey para intercambiar miradas. Pia
tuvo tiempo de notar que la expresión de Bailey se había tornado cerrada y
poco reveladora. A continuación, la reina la miró directamente. Su expresión
se había vuelto preocupada.
—Por tu seguridad. Si insistes en quedarte aquí esta semana, la casa de
Malibú es el mejor sitio para que estés protegida —respondió Tatiana.
Con cuidado, Eva dejó el tenedor. Su actitud había cambiado de relajada a
aguda y alerta.
—¿Estás diciendo que no te encuentras a salvo en tu propio hogar? —
preguntó.
—Es una posibilidad, sí —replicó Tatiana. La reina parecía perfectamente
calmada y compuesta mientras se servía una minúscula cucharada de mousse
de aguacate de un bol—. Naturalmente, hemos hecho todo lo posible para
responder a ello.
Ay señor, musitó Pia en la cabeza de Eva. Parece que mi maldición
viajera está vivita y coleando. Me muero por saber lo que Dragos tiene que
decir a esto.
Justo entonces, su teléfono emitió un educado ping. Murmurando una
disculpa, comprobó la pantalla.
Era un mensaje de Dragos: Por supuesto que algo va mal. Estaré allí tan
rápido como pueda.
Cualquiera que fuera la situación, parecía que había terminado. Le acusó
telepáticamente: ¿Cómo sabes que algo va mal? No has estado relajándote ni
pescando, ¿verdad?
Él no respondió.
Pia estaba adquiriendo práctica en reprimir las muecas en público. Dejó el
teléfono a un lado y dijo:
—Una vez más, disculpad la interrupción. Era Dragos, que está en
camino. Dice que llegará en cuanto pueda.
—En ese caso, no merece la pena contarlo todo dos veces —dijo Tatiana
—. Deberíamos terminar de comer mientras podamos.
Con ese comentario tan siniestro, la reina pinchó una aceituna
tranquilamente con el tenedor y se la comió.
Capítulo 6
Después de dudar solo un segundo, Pia la imitó. Entre su nueva vida como
consorte de Dragos y tener un niño pequeño en la casa, por lo menos durante
unos meses, había aprendido a aprovechar cualquier momento disponible para
comer con ganas.
Por supuesto, la calidad de la comida era excelente y su apetito constante
hizo que se asegurara de limpiar bien el plato.
Era de esperar que la conversación se tornara un poco forzada, pero no
ocurrió así. Tatiana se dedicó a hacer preguntas sobre la vida diaria de Pia y
sobre Liam. A ella, toda esa cháchara le resultaba un poco rara. Obviamente.
Algo iba lo suficientemente mal como para requerir toda la atención de
Tatiana, pero la reina se comportaba como si nada fuera más urgente que
discutir las opciones de escolarización de los niños.
—Tu hijo parece extraordinario —decía Tatiana—. Y qué curioso que
haya crecido tanto y tan rápido.
—Sí, es extraordinario en todos los aspectos —replicó Pia—. Y a pesar de
que su naturaleza mágica le hace único, lo más importante es que es una
buena persona. No solamente le quiero, también le respeto.
Al encontrar la mirada de Tatiana, descubrió que la miraba con calidez y
simpatía.
—Lo entiendo. Yo siempre he sentido lo mismo por mis hijas.
Por primera vez desde su llegada, Pia sintió como se producía una
auténtica conexión entre ella y la reina. Pero cualquier sensación de triunfo
fue solapada por la preocupación que sentía por Dragos.
Cuando el dragón alzaba el vuelo, se comía las millas como si fueran
palomitas de maíz, pero ya hacía media hora que había recibido su mensaje de
texto. ¿No debería de haber llegado ya?
Se resistió a mirar el teléfono. No había sonado anunciando la llegada de
un nuevo mensaje y no dejar de prestar atención al teléfono estando en
compañía de otros era de mala educación. Los miembros de más edad de las
Razas Arcanas, para los que las nuevas tecnologías resultaban intrusivas en
todo caso, se sentían especialmente ofendidos por esas cosas.
Aunque no estaba segura acerca de la edad de Tatiana, sabía que ya tenía
que tener una edad considerable. El Sebille, una expedición de exploración
que Tatiana organizó con el objeto de encontrar nuevas tierras para que su
gente se estableciera, se hundió en la costa de las Bermudas en el siglo
quince.
Cuando vio que el plato de Eva estaba acabado, Pia le dijo:
—Por favor, ve a poner a Quentin y Aryal al corriente y avísales de que
Dragos estará aquí en cualquier momento.
—Claro. Volveré en un momento.
Eva se puso en pie, saludó a Tatiana con una pequeña reverencia y se
marchó.
Cada minuto seguía al anterior, dolorosamente lentos. Tatiana hablaba de
lo bien que estaban creciendo los narcisos que bordeaban el porche mientras
tomaba café. Por su parte, Pia se moría por ponerse en pie y andar de un lado
a otro. Bailey, que claramente no era inmune a la creciente tensión, se frotaba
la cara con las manos.
Eva regresó y esta vez se situó detrás de la silla de Pia, a la que
telepáticamente comunicó: Bajan inmediatamente.
Bien, dijo Pia.
Se oyeron unas nuevas pisadas llegar a la puerta y un guardia Fae de Luz
con aspecto tenso apareció.
—Señora —le dijo a Tatiana, lanzando una mirada nerviosa a Pia—. Lord
Cuelebre ha llegado y está fuera.
—No le hagáis esperar —dijo Tatiana en tono impaciente—. Por el amor
de los dioses, hacedle pasar.
El guardia se puso aún más nervioso.
—Lo siento, señora, pero no podemos.
—¿Qué quieres decir? —espetó la reina de los Fae de Luz.
Pia se puso en pie mientras llamaba telepáticamente a Dragos. ¿Dragos?
¿Qué ocurre?
No hubo respuesta.
No hubo respuesta, pero Dragos estaba allí.
Algo iba muy mal, lo supo con toda certeza. Bruscamente, abandonó
cualquier comportamiento civilizado. Entró en la casa a toda velocidad,
dejando que los demás salieran tras ella entre exclamaciones.
De camino a la entrada de la casa, Pia fue aumentando la velocidad hasta
que empezó a correr. Las puertas dobles de la entrada principal estaban
abiertas, dejando ver el jardín iluminado por el sol. Había dos guardias en el
umbral mirando hacia fuera.
Tenía el espacio justo entre ambos. Mientras intentaba colarse entre ellos,
de repente se dio cuenta de que tenían las armas desenfundadas.
¿Acaso todo el mundo se había vuelto loco?
Casi consiguió salir pero, con una exclamación, ambos guardias trataron
de sujetarla y uno de ellos la agarró por un brazo.
—¿Estáis locos? —siseó furiosa—. Bajad las armas. ¡Somos vuestros
invitados!
—Señora, no lo entiende —dijo el guardia—. No puede salir ahí fuera.
—Y una mierda que no —dijo Pia entre dientes.
Se dio cuenta de lo que ocurría en décimas de segundo.
Dragos estaba de pie en el césped con la ropa desgarrada y cubierto de
sangre. Estaba en jarras y con aspecto siniestro. Llevaba uno de los
antebrazos envuelto en un trapo.
Entonces fue lanzada a un lado, cuando Eva se tiró sobre el guardia que la
tenía sujeta por el brazo. Pia tropezó y cayó al suelo, arañándose los codos
con el pavimento de cemento mientras que Eva y el guardia forcejeaban.
—¡Atrás! ¡Atrás todo el mundo! —ordenó Bailey.
Justo entonces tanto Quentin como Aryal entraron en escena como
oscuras flechas letales. Pia no pudo captar lo que ocurrió a continuación, pero
según se estaba poniendo de pie, repentinamente se empezaron a desenfundar
armas por todas partes y los guardias Fae de Luz y los Wyr se apuntaban los
unos a los otros.
—¡Wyr… bajad las malditas armas AHORA! —rugió Dragos.
Quentin y Aryal dieron un paso atrás de inmediato, bajando las armas.
Mientras Quentin rodeaba al grupo para acercarse a Pia, Eva se liberó del
agarre del guardia Fae de Luz con el que estaba forcejeando y le lanzó un
gancho que le hizo tambalearse.
—No vuelvas a ponerle las manos encima, gilipollas —le gruñó Eva al
guardia. Luego se echó atrás un par de pasos con las manos en alto.
Quentin se metió entre la gente hasta que llegó a Pia, con una mirada dura
en sus ojos azules. ¿Estás bien?, le preguntó telepáticamente.
Sí. Pia se dio la vuelta y se empezó a andar hacia Dragos de nuevo.
Esa vez fue Bailey la que se lanzó hacia ella para sujetarla por los brazos.
—¿Pero qué coño? —espetó Pia—. ¿Podéis dejar de sujetarme de una
vez?
—Lo siento, lo siento, lo siento —dijo Bailey—. Pia, no puedes.
Quentin rodeó a Bailey y le colocó la mano abierta en el torso,
apartándola físicamente de Pia. Eva empezó a gruñir y todo el asunto hubiera
empezado a escalar de nuevo salvo que, en ese momento, Dragos dijo
bruscamente:
—Alto. Alto todo el mundo. Pia, haz lo que dicen y mantente alejada de
mí.
Exasperada y tremendamente preocupada, Pia se dio la vuelta para
mirarle.
—No entiendo. ¿Por qué no me puedo acercar? ¿Cómo demonios te has
herido?
—Me entró la curiosidad y me puse a cotillear por ahí.
Cuando la miró, Pia se dio cuenta de que tenía los ojos dorados
oscurecidos. En comparación con su habitual brillo, casi parecían apagados.
Impecable y la misma actitud contenida que si aún estuviera tomando café
en el porche, Tatiana rodeó al enfadado y nervioso grupo de gente que tenía
en su entrada.
La reina de los Fae de Luz y el Lord de los Wyr se observaron un
momento.
—Tu gente tiene un problema de disciplina cuando está bajo presión,
Tatiana. Diles que bajen las puñeteras armas.
Sin apresurarse, ella le estudió antes de hacer ningún movimiento para
obedecer.
—Estás infectado.
—Por lo visto sí —dijo Dragos entre dientes—. Con lo que cojones sea
esto.
Infectado.
La palabra reverberaba en el interior de la cabeza de Pia. En esa ocasión,
en lugar de intentar llegar hasta él, buscó la mirada tensa de Quentin. Oía su
propia respiración alterada.
—¿Te han mordido? —preguntó Tatiana.
—En el brazo —respondió él sin más.
—¿Qué ocurrió con el que te mordió?
—Estaba con un grupo de otros treinta y tantos. Les quemé —Dragos
dirigió la mirada a Pia—. Sea lo que sea esto, está afectando a mi Poder. No
puedo usar la telepatía y tampoco me puedo transformar. Tuve que hacerle un
puente a un coche y conducir hasta aquí.
Tratando de sonar tranquila y racional, Pia dijo:
—¿Qué coño está pasando aquí? —se enfrentó a Tatiana—. ¿Qué quieres
decir con que está infectado?
Las facciones de Tatiana se vieron inundadas al mismo tiempo por
arrepentimiento y resolución. La reina se dirigió a Bailey.
—Que Shane vuelva a casa. Dile que se dé prisa —luego miró a los
guardias—. Mientras Dragos permanezca lúcido no disparéis.

* *
A pesar de la advertencia de Dragos para que se mantuviera lejos de él,
Pia salió corriendo a través del césped, seguida inmediatamente por Eva, los
centinelas y Bailey. Dragos, incómodo, se echó atrás unos cuantos pasos al
verles acercarse.
—Tenéis que parar, chicos —insistió Bailey—. Podría volverse rabioso en
cualquier momento.
Dragos hubiera querido enseñarle los dientes, pero consciente de las
armas que apuntaban en su dirección, la suya y la de Pia, se contuvo. Los
guardias de Tatiana ya estaban suficientemente alterados. Si les mostraba lo
que realmente sentía, solo los dioses sabían a quién podrían disparar
accidentalmente.
—No voy a volverme rabioso en este momento —espetó.
Los guardias de Tatiana no eran los únicos que tenían miedo. Bailey le
lanzó una mirada recelosa.
—¿Cuánto tiempo hace que te mordieron?
—Más de cuarenta minutos.
Fijó su atención en Pia, que andaba dando vueltas a su alrededor en un
amplio círculo con el ceño completamente fruncido.
—No llevamos ni cinco minutos en California —levantó una mano con
los dedos completamente extendidos—. Cinco minutos, Dragos, y te las has
apañado para que te mordiera un… un… —se detuvo—. ¿Qué te ha mordido?
—Un Fae de Luz infectado.
Le miró preocupada.
—Enséñame la herida.
En respuesta, Dragos se quitó la tela del antebrazo y se lo mostró. Los dos
contemplaron la marca del mordisco, claramente visible, con la piel rasgada
de color rojo oscuro.
—Es insignificante —dijo—. Apenas una molestia. Debería de haberse
curado en diez minutos. Pero no está cicatrizando. Después de quemar a la
manada descubrí que no podía usar la telepatía ni transformarme.
Mientras hablaba se dio cuenta de que los demás también estaban
escuchando. Aryal soltó un taco por lo bajo y se mesó el pelo, mientras
Quentin se pellizcaba el puente de la nariz.
Bailey escuchaba con los ojos como platos.
—Tienes una constitución muy fuerte —dijo—. Por lo que sabemos, los
que han sido mordidos tardan entre quince y veinte minutos en transformarse.
Esto son malas noticias. Hasta ahora, creíamos que solo afectaba a los Fae de
Luz. No teníamos ni idea de que pudiera afectar a miembros de otras Razas
Arcanas.
Dragos no tenía intención de mencionarlo, pero notaba como la infección
provocada por el mordisco le recorría las venas como un veneno y como su
Poder trataba de combatirla. Era una sensación extraña y agotadora. Rara vez
sentía calor, pero acababa de empezar a sudar ligeramente y tenía calor y frío
a la vez. ¿Era eso lo que se sentía cuando uno tenía fiebre?
Pia estaba de pie ante él con los pies separados y las manos en puños a
ambos lados. Su aspecto era lúgubre y determinado y a la vez parecía estar
lista para presentar batalla.
—Tengo tantas ganas de hablar telepáticamente contigo ahora mismo —
musitó.
Él contempló a los demás y respondió:
—A mí también me gustaría telepatizar contigo.
—Va a tener que esperar —les dijo Bailey—. Creemos que el contagio se
produce a través de la sangre y la saliva. Dragos, eres un peligro andante…
estás cubierto de sangre. Tenemos que quemar tu ropa y desinfectarte todo lo
que podamos.
—La privacidad es la última de las preocupaciones que tenemos ahora
mismo —dijo—. Vamos a hacerlo. Que alguien me traiga ropa limpia. ¿Cómo
estáis desinfectando a la gente?
—Hemos estado usando propanol y detergente antiséptico —se volvió—.
Sígueme.
Dragos obedeció y los demás le siguieron unos metros por detrás.
Bailey les condujo alrededor de la esquina más apartada de la casa hasta
una zona donde habían construido una amplia estructura cubierta de plástico.
—Veo que en el recorrido por el terreno que hicimos antes no se nos
condujo en esta dirección —le dijo Pia a Bailey en tono agrio.
Bailey pareció disgustarse.
—Es una cámara de descontaminación —le dijo a Dragos—. Es un poco
casera pero hace su trabajo. Cuando entres, saca la ropa y los zapatos por el
cierre exterior. Te buscaremos otra cosa para vestirte. El alcohol y el
detergente están en la zona de la ducha. Lo siento, pero la ducha es de agua
fría… de momento solo tenemos el agua corriente de los aspersores.
—Una ducha de agua fría es la menor de mis preocupaciones en este
momento —gruñó él.
Entró en la cubierta de plástico y se desnudó por completo.
Bailey tenía razón, la construcción era basta pero efectiva. Una vez se
desnudó y dejó la ropa en un montón arrugado donde le había indicado, a
excepción de las joyas, que conservó en una mano, entró en la cámara de
desinfección casera. Pasó más de diez minutos frotándose el cuerpo entero
con el detergente, de fuerte olor, y luego se aplicó el propileno, asegurándose
de aplicarlo y frotar también en las joyas.
Tanto el alcohol como el detergente tendrían que haberle escocido en la
herida, pero no lo hicieron. La piel que rodeaba al mordisco se había quedado
insensible y la herida no estaba cicatrizando. Mientras pellizcaba la herida y
la inspeccionaba, observó que había unas líneas oscuras que partían del
propio mordisco. A pesar de que su Poder estaba ralentizando el proceso de
envenenamiento, no lo estaba deteniendo.
Para cuando terminó de ducharse, le habían traído más material médico y
se pegó bien una venda sobre la marca del mordisco. Hasta limpió con
cuidado el teléfono con desinfectante.
Se vistió rápidamente con los vaqueros y la camisa que habían encontrado
para él. Solo los dioses sabían dónde habrían encontrado ropa lo
suficientemente grande para él, porque el tamaño medio de los Fae de Luz no
se acercaba a la enormidad de Dragos ni de lejos. Las prendas le quedaban
ceñidas pero iban a tener que valer. Metió el collar, los pendientes y la pulsera
limpios en el bolsillo de sus nuevos tejanos y salió de la instalación
plastificada.
Pia permanecía cerca con el resto de los Wyr esperando en un grupo
cerrado y tenso, mientras que los Fae de Luz se habían retirado para
proporcionarles un poco de relativa privacidad.
Después de analizar la escena, Dragos posó los ojos en Pia. Esta se estaba
mordiendo las uñas y tamborileando nerviosa con un pie. Empezó a andar,
solo para detenerse unos metros más allá, cerrando los puños con frustración.
La necesidad de tomarla entre sus brazos era casi arrolladora. Odiaba pensar
que no podía hacer nada.
Pia dirigió la mirada a la venda blanca del brazo de Dragos de inmediato.
—¿Cómo está?
—Sigue aquí —replicó él. Miró a los demás—. Dadnos un poco de
espacio, ¿vale?
Ellos se alejaron a regañadientes, Aryal mirándoles por encima del
hombro con el ceño fruncido.
Pia estalló.
—Esto es horrible. Ni siquiera te puedo tocar.
—Lo sé —respondió él muy bajito.
Se miraron el uno al otro. La mañana había dado paso a una tarde muy
calurosa. Los rayos indirectos del sol se reflejaban en el pelo de Pia lanzando
rayos de luz a los ojos de Dragos.
—Aquí todo el mundo tiene un oído superfino y necesito tanto telepatizar
contigo…
Él sacó el teléfono.
—Pues vamos a usar mensajes de texto.
Ella cogió el suyo del bolsillo del maxi vestido y sus esbeltos dedos
volaron sobre el minúsculo teclado. Cuando terminó, presionó el teclado una
última y enfática vez.
El teléfono de Dragos sonó con la entrada de un mensaje y él miró a la
pantalla.
Ella había escrito: “No tengo tiempo para catástrofes. Vamos a simular
que me he limitado a escupir un montón de Ays y Ohs y ¡¡¡Por Dios, que puta
mierda!!! Y nos lo quitamos de encima, ¿de acuerdo?”
Dragos casi tuvo ganas de reírse. Respondió: “Casi siento haberme
perdido algo así”
Ella le lanzó una breve mirada malhumorada y devolvió la atención al
teléfono: “Necesitamos conseguir suficiente privacidad como para que pueda
intentar curarte”.
“De acuerdo” replicó él “Pero a lo peor no puedes. El protocolo de
medicación que estás tomando también suprime tus propias habilidades”.
Ella se quedó helada, mirándole con los ojos abiertos de par en par y el
teléfono medio colgando de su mano laxa. Luego continuó tecleando
furiosamente: “La dosis se está agotando. Se supone que tengo que tomar la
siguiente esta noche”.
—Solo quiero que estés preparada —dijo Dragos en voz alta. Escribió el
resto: “Se supone que tienes que tomar tu dosis antes de que los efectos del
protocolo se hayan agotado. Si esperas y lo tomas tarde, podrías poneros en
peligro tanto a ti como al bebé.”
Eso suponiendo que pudiera posponer los efectos del mordisco durante el
tiempo suficiente, pero eso no lo escribió. Una ráfaga de puro terror atravesó
el rostro de Pia y Dragos tuvo que contener otra vez la necesidad de tomarla
entre sus brazos.
Entonces Pia adquirió una expresión de firmeza.
—Vamos a no quedarnos atrapados en un escenario de una cosa u otra.
Puede que nada de esto sea necesario. Espera aquí —dijo.
—Pia… —empezó Dragos.
La mirada que le lanzó fue lo suficientemente expresiva como para
detenerle en seco.
—Ya sé lo que vas a decir, pero no te molestes porque tampoco tenemos
tiempo para eso. Vamos a hacer como que ya lo hemos discutido: tú acabas de
decir que no podemos y yo he dicho que tenemos que hacerlo. Tú has dicho
no sé qué sobre el secreto y yo voy a decirte ahora mismo, ¡que me importa
un huevo el puto secreto!
—Cálmate y piensa en lo que estás diciendo —interrumpió Dragos con
aspereza.
—Bueno, pues no me puedo calmar y ya lo estoy pensando. Piensa en
cuanta gente lo sabe ya, Dragos. Los centinelas. Eva y Hugh. Liam, la doctora
Medina y la doctora Shaw y sabes que Tortuguita lo va a saber en cuanto sea
suficientemente mayor. Y probablemente me esté olvidando de gente ahora
mismo. No, espera, ¡eso es! —le mostró ambas manos—. Beluviel y algunos
de los elfos lo saben también. La lista no deja de crecer y lo más probable es
que no consigamos mantener esto tapado para siempre.
—Lo tenemos tapado por el momento —espetó él.
—Sí, pero es como un choque de trenes a cámara lenta. Podría tardar
meses o podría llevar años, pero tarde o temprano nos van a levantar la
tapadera. De hecho, tal y como me siento en este momento, podría ponerme a
gritar el puto secreto a los cuatro putos vientos. Así que espérate ahí un puto
minuto.
Dragos consiguió asimilar con algo de retraso todo lo que Pia había dicho.
¿Tortuguita?
Había dicho más palabrotas en los últimos tres minutos que en seis meses,
pero para él ya había pasado de sobra el momento de tener ganas de reírse.
Cruzó los brazos y le devolvió la mirada asesina, pero obedeció. La observó
mientras se acercaba a los demás Wyr. Después de un silencioso intercambio
entre ellos, Quentin se metió la mano en el bolsillo, sacó algo y se lo entregó
a Pia.
Ella se dio la vuelta y trotó de vuelta a Dragos, pero en lugar de detenerse
ante él, pasó de largo.
—Vamos —le dijo por encima del hombro de vuelta a la cámara de
descontaminación.
Él lanzó una mirada recelosa al Fae de Luz que había junto a la puerta
principal. Le estaban vigilando atentamente. Al darse la vuelta para seguir a
Pia, observó que había cámaras de seguridad montadas en las esquinas de los
muros. Podía apostar todas las joyas que llevaba en el bolsillo a que le estaban
vigilando en ese mismo momento.
A la vuelta de la esquina del edificio se encontró con Pia, que había
abierto una navaja de bolsillo y con expresión tensa y decidida, le hizo un
gesto:
—Venga. Retírate la venda.
—Joder, Pia —gruñó—. Esto tampoco es privado. Nos están vigilando.
Ella parpadeó.
—¿Qué quieres decir?
Dragos señaló con la cabeza en dirección a la cámara de seguridad y ella
puso los ojos en blanco. Estaba más que harta. De hecho, tenía toda la pinta
de haberse unido a Caso Perdido y estar de camino directamente a la Ciudad
de los Locos. Y él sabía que si no la detenía, realmente iba a gritar el secreto a
los cuatro putos vientos.
Necesitaba impedir esa catástrofe si era posible. Miró a su alrededor y se
fijó en la cámara de descontaminación.
—Relájate —le dijo—. La cámara no puede ver nada que hagamos debajo
de unas cuantas capas de plástico. Vamos.
Fue el turno de Pia de seguir a Dragos, que abrió camino a través de la
gruesa solapa de plástico. Ignorando el fuerte y agrio olor del interior, se
volvió hacia ella.
Pia, que seguía teniendo un aspecto que dejaba claro que estaba al borde
del pánico, rotó la muñeca ante él.
—Date prisa. Retírate la venda.
—Baja la voz —susurró él—. El plástico impide que nos vean y puede
amortiguar un poco nuestras voces, pero sigue habiendo mucha gente con un
oído muy fino por aquí.
—No me importa —musitó ella. Sujetaba la navaja como si fuera a
apuñalarse a sí misma.
—¡A mí sí me importa! Te lo digo en serio, Pia. Tranquilízate.
Pia se quedó helada, mirándole. Por un momento le temblaron los labios
pero a continuación retomó la firmeza. Habló con evidente tensión en el tono
de voz.
—Discúlpame. Pero es que… Dragos, si sopeso mantener el secreto
contra la idea de poderte perder, no hay duda posible.
Al oír eso, Dragos sintió una necesidad aún más desesperada de abrazarla.
En vez de eso, susurró fieramente:
—De una forma u otra, todo va a salir bien. Pero tenemos que buscar una
salida para esto. Y no la vamos a encontrar si uno de nosotros entra en pánico.
¿Entendido?
—Sí —asintió Pia nerviosa.
—Vale. Prepárate. Esto no es bonito -retiró la venda y le mostró la herida
del mordisco con las mechas negras que se estaban extendiendo lentamente a
partir de ella.
Contempló como la visión la golpeaba con fuerza. Pia tragó saliva y
parpadeó con rapidez.
—¿Duele?
—No —respondió Dragos lacónicamente—. Debería, pero no.
Con otra mirada aterrorizada, ella cogió la navaja y sostuvo la mano sobre
el antebrazo de Dragos.
Incómodo al exponer la herida abierta tan cerca de ella, Dragos musitó:
—Cuidado, no me toques.
—¡No te estoy tocando! —estalló ella. Luego le miró con aire de disculpa
y dijo más templadamente—. Tú estate quieto.
Él obedeció, con el puño cerrado al ver como ella se pasaba la navaja por
la yema del dedo índice con rapidez. El corte se tiñó de rojo brillante. Ella se
apretó el dedo, obligando a la sangre a fluir con más libertad hasta que unas
pocas gotas preciosas cayeron en la herida abierta.
Dragos había dicho que tenían que pensar cómo salir de aquello, pero no
podía evitar pensar que se estaban quedando sin opciones a toda velocidad. Si
aquello no funcionaba… bueno, ya cruzarían el Puente cuando llegaran a él.
Y si lo hacía, solo los dioses sabían cómo iban a explicar ese
comportamiento tan extraño o su inexplicable curación sin desvelar el puto
secreto.
Capítulo 7
Juntos, contemplaron la marca del mordisco mientras Dragos esperaba
sentir la habitual oleada del Poder de Pia. Su Poder curativo era una sensación
alucinante, imparable, distinta a cualquier cosa que hubiera experimentado
antes. Cuando Pia le curaba, él sentía como un baño de luz.
No ocurrió nada.
El momento se alargó y se sintió como un peso sobre los hombros de
ambos. Pia se frotó la frente. Le volvían a temblar los labios.
—No ha funcionado.
—Bueno, ahora ya lo sabemos —dijo Dragos. Puso la venda en su sitio—.
Así que ahora tenemos que pensar en alternativas. Vamos a hablar con
Tatiana. Quiero saber cómo estalló todo esto, por qué cojones no nos avisaron
y qué medidas están tomando para contenerlo. Puede que estén cerca de
encontrar algún tipo de antídoto efectivo.
Pia se irguió y asintió.
—El capitán de Tatiana ha llegado mientras tú te estabas duchando.
—Vamos a ver qué tienen que decir en su defensa.
Abandonaron la cámara cubierta de plástico y se dirigieron de vuelta al
jardín delantero, donde Quentin, Aryal y Eva, junto con los Fae de Luz,
estaban esperándoles.
Los otros Wyr se reunieron con ellos, con ojos interrogantes. La mirada de
Aryal se posó en la venda que Dragos aun llevaba puesta y soltó un
juramento. La expresión de Eva se tensó y Quentin suspiró.
El grupo de Wyr al completo se dirigió a la entrada principal de la casa,
donde había varios guardias apostados. Al verles acercarse, los guardias se
dieron la vuelta en formación y todos ellos apuntaron a Dragos con sus armas.
Bailey estaba con ellos. Se adelantó con mirada pesarosa.
—Lo siento mucho, Dragos —dijo—. Pero no podemos permitir que
entres en la casa.
—Esto es absurdo —Pia gesticuló enfadada—. Mírale… está
perfectamente bajo control.
—Sí, lo está, por ahora —admitió Bailey. La Fae de Luz les miró con
tristeza—. Pero eso podría cambiar con rapidez y, si lo hace, no vamos a
poder razonar con él. Incluso sin la capacidad de transformarse, tu marido
sigue siendo muy poderoso. Podría hacer mucho daño e infectar a mucha
gente antes de que pudiéramos detenerle —se volvió para dirigirse a Quentin,
Aryal y Eva—. Ninguno de nosotros quiere haceros daño, pero puede que no
tengamos más remedio. Puede que vosotros tampoco tengáis más remedio y
tenéis que estar preparados para ello.
Pia se puso pálida y Aryal se frotó la cara y soltó un juramento.
—Tiene razón —dijo Dragos, interrumpiendo lo que fuera a decir Pia a
continuación—. ¿Dónde nos vamos a reunir? —le preguntó a Bailey.
—Mi madre está dispuesta a dejarte acceder al jardín trasero —les dijo
Bailey—. Shane estará allí y ella va a estar rodeada de guardias, pero no deja
de ser un riesgo aunque eso nos permitirá discutir los posibles pasos a seguir.
—Bien. Vamos —dijo Dragos. Mientras caminaban alrededor de la casa
hasta la parte de atrás, preguntó—. ¿Qué hay de los vecinos? Estas casas y sus
jardines son grandes, pero eso no es suficiente protección, ni para ellos ni para
las discusiones sensibles que podamos tener.
—No hay problema con eso —les dijo Bailey—. Bel Air ya ha sido
evacuado.
Una ira inesperada estalló en él, ardiente y brillante.
—¿Desde cuándo? —exigió.
—Evacuamos varias manzanas sobre las diez de la noche de ayer —
replicó Bailey mirándole molesta—. En ese momento pensábamos que nos
estábamos pasando de prudentes, pero tal y como están las cosas, hicimos
bien.
—Habéis metido a mi mujer y a mi gente en este lío esta mañana —rugió
Dragos—. Me habéis involucrado en esto.
—Mira, la epidemia ha crecido exponencialmente en las últimas cuarenta
y ocho horas —replicó Bailey con los ojos brillantes de repentina ira—. Tan
pronto como mi madre tuvo la primera noticia de que algo podía ir mal, me
hizo venir y trató de cancelar la visita de Pia, pero vosotros insististeis. Esta
mañana he tratado de llevarme a Pia a una zona segura en Malibú. Y no se
supone que tú tengas que estar cerca de aquí, lord Cuelebre, y mucho menos
metiendo la nariz por ahí, así que dejemos de echarnos la culpa unos a otros y
pongámonos a trabajar para encontrar alguna solución, ¿de acuerdo?
Mientras hablaba, abrió una verja en una pared de estuco y la atravesó.
Dragos miró a los ojos ardientes de Pia. Tras ellos, Aryal susurró:
—Si empiezo a repartir bofetadas, lo mismo no consigo parar.
—Ahora todos estamos estresados —musitó Quentin—. Contrólate, arpía.
No lo empeores.
—Por más que me duela decir esto —gruñó Dragos—. Bailey tiene razón.
Discutir sobre lo que ha pasado y de quien es la culpa no tiene sentido. En
cualquier caso, ya no es un problema estrictamente de los Fae de Luz porque
está más claro que el agua que también se ha convertido en un problema para
los Wyr —miró a Pia y dijo en voz más baja—. Vamos.
Acercó la mano a Pia con intención de posarla en la parte baja de su
espalda, pero se contuvo.
Pia reaccionó con un brillo en los ojos. Con expresión resuelta, atravesó la
verja seguida por él.

* *
Pia tenía los nervios de punta. Se sentía a punto de saltar como un gato
escaldado ante la menor provocación.
Evita el estrés, había dicho la doctora. Come mucha buena comida y
disfruta de este misterioso pastelito que tienes en el horno. ¡Ja!
Dragos caminaba a grandes zancadas a su lado como una sombra oscura,
su rostro duro tallado con afiladas líneas. Incluso en su forma humana, se
movía con una fluidez letal que hablaba del hecho de que era el mayor de los
depredadores. Era más rápido y más fuerte que nadie que conocía. No era raro
que los Fae de Luz siguieran sintiendo terror ante él, a pesar del hecho de que
no podía transformarse en dragón.
En el corto espacio de tiempo en que había desaparecido para ducharse,
sus ojos se habían oscurecido y las líneas negras que salían de la herida del
mordisco eran lo más terrorífico que nunca había visto. Él nunca se ponía
enfermo, nunca. Era como si los gérmenes se vaporizaran cuando se veía
expuesto a ellos. El hecho de que no se estuviera curando del mordisco podría
obligarla a tomar una terrible decisión: su compañero o su hijo.
No. Le empezó a dar vueltas la cabeza así que desechó esa idea. Tenían
que existir otras alternativas, formas de pensar alternativas a lo que conocían
hasta entonces. Si los Fae de Luz se estaban deshaciendo de los infectados por
considerarlos causas perdidas, podría ser en parte porque se habían convertido
muy rápidamente. Dragos aún no lo había hecho. Necesitaban reunir toda la
información posible a toda la velocidad posible.
—Lucha contra ello —le dijo en voz baja—. Lucha todo lo que puedas.
En el mismo tono de vos, Dragos replicó:
—Lo estoy haciendo.
Bailey se había detenido para cerrar la verja tras ellos y mientras doblaban
la última esquina de la casa, Pia aprovechó para enviar a la doctora Medina un
mensaje rápido: “Urgente: ¿Cuánto tiempo puedo posponer la toma del
protocolo con seguridad?”
Cuando Pia perdió el conocimiento en D.C. pusieron a la doctora de
guardia. La doctora podría seguir viendo a otros pacientes pero, durante el
embarazo de Pia, solo para asuntos menores, de manera que contestó casi
inmediatamente: “No me digas que has perdido tu dosis”.
“No tiene nada que ver”, replicó Pia. “Demasiado ocupada para explicar.
¿Cuánto tiempo puedo posponer la toma del protocolo sin poner al bebé en
peligro?”
Dragos se había acercado para leer por encima de su hombro. Ella levantó
la mirada hacia él, que asintió con aprobación.
—Nos están esperando —dijo Bailey.
Dragos le lanzó una áspera mirada sin levantar la vista por completo.
—Iremos en un momento. Esto es urgente.
Por la desconcertada expresión de Bailey, quedaba claro que no era capaz
de pensar en nada más urgente que la situación en la que se encontraban, pero
lo aceptó, mientras que Quentin y Aryal intercambiaban una mirada ceñuda.
Las cosas estaban demasiado complicadas para explicarles rápidamente por
telepatía, de manera que Pia lo hizo por la vía más rápida, hablando en la
cabeza de Eva.
Por favor, informa a Quentin y Aryal sobre el embarazo y el protocolo de
medicación. El protocolo está suprimiendo mis habilidades curativas y
pensamos que esa puede ser la razón por la que ha funcionado mi intento de
curar a Dragos. Estamos intentando averiguar cuánto tiempo puedo pasar
sin la medicación sin poner en peligro al bebé.
Oh, mierda, musitó Eva. Miró a Pia con los ojos llenos de compasión.
Luego su expresión cambió. Parecía estar pensando mucho e intensamente.
Pia, ¿qué hay de Liam? Él tiene algo de tu poder curativo, ¿no? ¿Crees que
sería capaz de ayudar a Dragos?
Pia retrocedió y la respuesta le salió de las tripas. ¡No! Nunca le
meteríamos en algo tan peligroso como esto. Sinceramente, no se nos había
ocurrido a ninguno de los dos.
De acuerdo, cariño. Solo era una idea. Eva la miró preocupada. Luego se
volvió a los centinelas.
La respuesta de la doctora Medina a la pregunta de Pia tardó más en
llegar. Pia casi podía ver la expresión cautelosa y pensativa de la doctora.
“Por decirlo de la manera más rápida: no lo sé. Hay muchos factores a
considerar. Cualquier retraso supondrá un riesgo y el riesgo se incrementará
cuanto más tiempo lo pospongas. Preferiría que no lo hicieras más de dos días
como mucho, y eso únicamente si no tienes más remedio. Ahora mismo, las
dosis se superponen. Mientras la anterior se va pasando, te tomas la siguiente,
porque el protocolo tarda al menos ocho horas en implantarse en tu sistema.
Avísame cuando puedas hablar. Estaré esperando.”
Pia tecleó un rápido gracias y miró a Dragos. Dos días, y tenía pinta de
que la doctora Medina no se sentía cómoda alargándolo tanto.
Y eso dando por hecho que Dragos pudiera mantenerse libre del contagio
tanto tiempo. Todavía no tenían suficientes respuestas.
Todo lo que Pia sabía era que no pensaba dejar ir a nadie: ni a Dragos ni al
bebé. Tenían que ver qué se podía hacer para mejorar sus posibilidades.
Asintió con la cabeza a Dragos y le dijo a Bailey:
—Ya estamos listos.
Mientras seguían dando la vuelta a la casa, Eva se acercó a Pia y le apoyó
una mano en el hombro. Agradecida por el apoyo, Pia le estrechó la mano.
Eva dejó caer la mano y llegaron al porche.
Los Fae de Luz no habían estado parados. Tatiana y Shane estaban
inclinados sobre unos mapas extendidos sobre la mesa de forja. Había varios
guardias vigilando estacionados alrededor de ellos.
A aproximadamente tres metros delante de la barandilla, habían colocado
una larga línea de cinta aislante sobre el césped. Shane y Tatiana se irguieron
cuando los Wyr se acercaron a la línea.
—Alto —dijo Shane.
La primera vez que Pia vio a Shane fue en la cumbre de Washington. Su
reputación tendía a precederle, ya que era conocido por ser uno de los más
Poderosos magos de las Razas Arcanas. El capitán de la reina era un hombre
alto y atractivo, de mandíbula cuadrada y sonrisa fácil y con la construcción
atlética de un jugador de futbol americano o un luchador. Llevaba el pelo
rizado muy corto y portaba un aura de profundo y antiguo Poder que Pia
había encontrado muy atractiva en D.C.
En ese momento, ese Poder estaba activo y les apuntaba como una espada
afilada.
Los Wyr se detuvieron en seco, mirándoles con recelo tanto a ellos como
a las armas con las que los guardias les apuntaban. Pia observó que Bailey se
quedaba con ellos. Una manera de tranquilizarles.
Dragos se puso en jarras.
—Tengo que decirte una cosa, Shane. Lo de las armas ya es demasiado.
Observa que mis centinelas no os están apuntando con nada.
—Lo siento —dijo Shane—. Pero ninguno de los míos está infectado.
Esto es muy desafortunado. Ahora mismo tu gente corre mucho más peligro
contigo que con nosotros.
Tatiana alzó la voz.
—Tienes que entenderlo. Esto no es personal, Dragos. Estamos corriendo
un riesgo significativo permitiendo que te acerques hasta aquí. Toda tu gente
es bienvenida a unirse a nosotros —la reina miró a todo el grupo—. En
realidad, les recomendamos fehacientemente que lo hagan. Por favor, subid al
porche. Os asesinará a todos en cuanto se convierta, si lo hace.
—Nos quedaremos donde estamos —dijo Aryal. La arpía permanecía
cruzada de brazos.
—Como queráis —dijo Shane brevemente—. Pero sabed que sois
bienvenidos. Dragos, tenemos que llegar a un acuerdo. Mientras permanezcas
a ese lado de la línea, yo entenderé que sigues lúcido. Si cruzas la línea,
querrá decir que no recuerdas lo que acabo de decir y no tendré más remedio
que acabar contigo. Cualquiera que permanezca a ese lado será un daño
colateral.
—Entendido —Dragos miró a Pia—. Vete.
¿Acaso sentía como avanzaba el contagio? El terror le hizo un nudo en el
estómago. Luchando contra el pánico, dijo a modo de suave y angustiada
protesta:
—No.
Dragos le acercó una mano y luego la dejó caer a un costado. Su mirada
oscurecida era resuelta y su dura expresión se había suavizado.
—Escúchame —le dijo suavemente—. Tienen razón. Si me convierto,
podría mataros a todos antes de que pudieran detenerme. Esas cosas con las
que me encontré… eran increíblemente rápidas. Tenéis que alejaros de mí
mientras podáis.
—¿Estás peor? —susurró Pia, mirándole a los ojos—. ¿Puedes notarlo?
La expresión de Dragos se tornó reservada.
—Aun no. Y estoy luchando todo lo que puedo. Pero si nos separamos, tú
puedes seguir buscando una cura incluso aunque yo haya cambiado. Si
permaneces a mi lado, puede acabar con los dos.
—Eso es —Pia se dio la vuelta para enfrentarse a Tatiana y a Shane—.
Puede que se convierta, pero eso no quiere decir necesariamente que le
hayamos perdido. Necesitamos algo más que una raya de cinta aislante.
Necesitamos cadenas y algo para anclarlas.
Shane enarcó las cejas.
—¿Permitirías que te encadenáramos? —le preguntó a Dragos.
—Yo mismo me pondré la cadena —dijo Dragos.
Tatiana y Shane se miraron.
—Hasta ahora he tenido que destruir a cada infectado que he
encontrado… eran demasiado peligrosos y frenéticos para poder capturarlos.
Dragos podría ser nuestra mejor oportunidad de encontrar una cura para todos
-dijo Shane.
—Traed un todoterreno y las cadenas más pesadas que podáis encontrar
—ordenó Tatiana. Observó analíticamente a Dragos y añadió—. Mejor que
sean dos todoterrenos.
—Señora —dijo uno de los guardas—. La verja de la parte de atrás no es
lo suficientemente ancha como para que accedan vehículos de ese tamaño.
—Me importa una mierda —espetó ella—. Tirad el muro abajo si tenéis
que hacerlo. ¡Daros prisa!
Se apresuraron a obedecer. Y en poco tiempo, Pia oyó arrancar un motor y
un Hummer atravesó la verja abierta llevándose un buen pedazo de muro con
él. Dobló la esquina rugiendo y se detuvo entre la casa y la piscina. Otro
Hummer se unió al primero casi inmediatamente.
Unos minutos más tarde un par de guardias llevaron unas gruesas cadenas.
Pia no quería pensar en el lugar en el que las habían tenido guardadas ni en
con qué propósito. Trabajando con rapidez y con la cooperación activa de
Dragos, pronto le tuvieron encadenado a ambos vehículos, uno a cada lado de
él.
Al ver cómo Dragos comprobaba la resistencia de una de las cadenas, Pia
sintió un estremecimiento y se frotó los brazos. Aunque era por la protección
de todos y podía muy bien salvar su vida, la visión de Dragos atrapado entre
los dos vehículos resultaba terrible.
Tatiana se acercó hasta ella, observando a Dragos con expresión
calculadora. La reina preguntó:
—¿Crees que aguantará si se convierte?
Si Dragos hubiera tenido la capacidad de transformarse, Pia hubiera
soltado una carcajada burlona. Tal y como estaban las cosas, negó con la
cabeza y respondió sinceramente:
—No lo sé.
Tatiana suspiró.
—Bueno, teníamos que intentarlo. Puede que, como mínimo, le ralentice
un poco.
Shane, que había estado ayudando a encadenar a Dragos, se acercó a las
dos mujeres.
—Tenemos que ponernos a trabajar.
Dragos sacudió los brazos para colocar las cadenas en su sitio.
—Contadnos todo lo que sepáis —pidió.
Shane cruzó los brazos, mirándole.
—Cuando nos enteramos de los primeros avistamientos hace dos noches,
nos ocupamos rápidamente y con dureza y yo llegué a pensar que habíamos
erradicado el problema, pero entonces aparecieron más infectados justo al
norte de aquí. Hasta ti, creíamos que afectaba únicamente a los Fae de Luz,
virtualmente todos los afectados que encontramos eran Fae de Luz.
—¿Ningún humano? —preguntó Pia.
Shane negó con la cabeza.
—Al principio, no. Hasta hoy. Hace unas horas, descubrimos que un par
de magos humanos que vivían junto a una comunidad Fae de Luz se habían
convertido. La mayor parte de los humanos parece no estar afectada.
—El contagio puede ser esencialmente brujería —dijo Dragos—. Lo noto
atacar mi Poder.
Shane hizo una pausa, observándole.
—Eso tiene sentido. Y, si es cierto, la mayoría de los humanos no se verán
afectados en absoluto, pero todos en las Razas Arcanas, junto con aquellos
humanos sensibles a la magia, serían susceptibles a ello.
Los otros Wyr permanecían cerca, escuchando atentamente.
—¿Qué quieres decir con que tiene sentido? ¿Qué tiene sentido en esto?
—interrumpió Quentin.
Shane suspiró. Miró a Tatiana.
—Aún no he tenido la oportunidad de hablaros de esta parte. Cuando me
ordenaste que volviera, acabábamos de terminar una escaramuza con varios
de los Sabuesos de Isabeau.
¿Quién era Isabeau y por qué habían matado a sus perros?
Ante la mirada interrogante de Pia, la reina le dijo en un breve aparte:
—Mi hermana melliza. Los Sabuesos son su fuerza de ataque.
Ah. La hermana melliza que también gobernaba una heredad, la reina Fae
de Luz de la Corte Seelie en Gran Bretaña, de la que Tatiana y sus seguidores
habían huido en el siglo quince. ¿Qué tipo de historia había entre las dos
hermanas, tan mala como para que, siglos más tarde, Isabeau enviara una
fuerza de ataque a la heredad de Tatiana? ¿O quizás el ataque era en respuesta
a un nuevo antagonismo que había surgido?
Mirando a Dragos, asintió en silencio a Tatiana mientras se mordisqueaba
el dedo gordo.
Shane continuó.
—Matamos a varios de ellos, pero algunos consiguieron escapar —hizo
una pausa y respiró profundamente—. Tatiana, creo que uno de ellos era
Morgan. No le vi bien, así que no lo puedo asegurar. Si era Morgan, fue uno
de los que huyó.
Por primera vez desde que Pia había llegado, Tatiana mostró una reacción
visible ante la noticia. Hizo una mueca y apretó los labios hasta ponerlos
blancos. Mientras, el miedo se reflejó en el rostro de Bailey. Quentin frunció
los labios y, de alguna manera, se las ingenió para parecer interesado y
preocupado a la vez.
—¿Quién es Morgan? —preguntó Dragos.
Sí, buena pregunta, pensó Pia.
Entonces, al instante siguiente, se dio cuenta de que no era ni mucho
menos una buena pregunta, cuando tanto Shane como Tatiana se volvieron a
mirar a Dragos.
—¿Qué quieres decir con “quien es Morgan”? —preguntó Tatiana—. El
jefe de los Sabuesos de Isabeau. Lleva siglos en la Corte Seelie, ¿recuerdas?
Dragos acusó la tensión y cerró los ojos brevemente, que fue cuando Pia
se dio cuenta de la importancia del error que acababa de cometer.
Lentamente, con una mirada afilada como una espada, Shane añadió:
—Has tenido que verle en persona más de una vez, Dragos. Tú
frecuentabas la Corte Seelie décadas antes de la ruptura entre Tatiana e
Isabeau. Morgan no estaba con ella entonces, pero por lo menos tienes que
haber oído hablar de él. Morgan de Fae es uno de los hechiceros más antiguos
y más famosos de las Islas Británicas. Seguro que no lo has olvidado… ¿o
acaso sí?
Dragos miró a Pia y la frustración y la culpabilidad que reflejaban sus ojos
oscurecidos la hicieron desear abrazarle tan desesperadamente que estuvo a
punto de ir y hacerlo a pesar del peligro de contaminación. Se mordió el labio
hasta hacerse sangre y se rodeó el torso con los brazos, obligando a sus pies a
mantenerse bien plantados en su sitio.
—En realidad, se me había olvidado —escupió Dragos.
Tatiana avanzó unos pocos pasos en su dirección. Su expresión se había
vuelto especulativa y fascinada.
—Eso no es propio de ti, dragón. Siempre has tenido una mente
notablemente minuciosa, incluso siglos después. Y el tiempo que pasaste en la
Corte Seelie no es ninguna minucia.
Con todas las cosas que les preocupaban: la seguridad del bebé, el puto
secreto de Pia… habían olvidado permanecer en guardia ante las dificultades
que pudieran surgir de la pérdida de memoria de Dragos.
Y de todos los secretos que podían desvelarse, Pia creía que ese era el que
menos daño podía causar, pero aun así, a Dragos no le iba a gustar nada.
Odiaba la idea de mostrar nada que pudiera verse como una debilidad.
Como él mismo le había dicho otras veces, el dragón era una de las
criaturas más antiguas de las Razas Arcanas y no era un ser tranquilo. Se
había creado enemigos. Enemigos peligrosos y antiguos.
Pia no se paró a pensar. Intervino en la conversación.
—Esto no es propio de él —dijo nerviosamente—. ¿Creéis que la
infección podría afectar a sus capacidades cognitivas? —volviéndose a mirar
a Dragos, le preguntó—. Dragos, ¿recuerdas algo acerca de Morgan?
Dragos había entrecerrado los ojos cuando ella empezó a hablar y su
expresión se había tornado cerrada y cautelosa. Caminó hasta el parachoques
trasero de unos de los Hummer y se apoyó en el coche. La pose debería de
haber sugerido tranquilidad, pero tenía todo el aspecto de una cobra real
enroscada y preparada para atacar. A pesar de las pesadas cadenas que
sujetaban sus muñecas y tobillos, si el asunto llegaba a convertirse en un
todos contra uno, Pia apostaría todo lo que poseía a su favor.
Por más que odiara admitirlo, los Fae de Luz tenían razón al seguir
apuntándole con sus armas, incluso entonces.
—Ahora que le has mencionado, por supuesto que sí. Aunque no recuerdo
el tiempo que pasé en la Corte de Isabeau. Y como ha dicho Tatiana, no es
propio de mí haberlo olvidado.
Tatiana tecleó con un dedo de perfecta manicura su labio inferior.
—Puede que esto sea lo que ocurre a todas las víctimas antes de
convertirse. Olvidan quienes son y se vuelven bestias rabiosas. Solo que en su
caso ocurre rápidamente, en unos quince minutos, más o menos. Pero Dragos
está cambiando mucho más lentamente. Me pregunto qué más habrás
olvidado.
La mirada cautelosa de Dragos buscó la de Pia otra vez para luego
apartarla.
—Cuando me haya curado ya no importará, ¿no es cierto?
—Eso espero —murmuró Tatiana, que no había abandonado su expresión
peligrosa y especulativa—. Sería de lo más desafortunado que sufrieras una
pérdida de memoria permanente como resultado de esto. Con lo longevos que
somos, no es bueno perder recuerdos de las cosas peligrosas.
En retrospectiva, resultaba bastante milagroso que Aryal se hubiera
mantenido callada hasta ese momento, en el que espetó:
—Razón mayor para que esta conversación gane velocidad, ¿no creéis?
Aquí me van a salir canas. Por Dios, vamos a dejar esta especulación inútil
sobre si Dragos se olvida de las cosas y vamos a ponernos en marcha antes de
que le dé tiempo de convertirse. Así que puede que Morgan sea uno de los
Sabuesos que está en L.A. ¿Y qué?
Por una vez, Pia se sintió llena de agradecimiento por el carácter áspero e
impaciente de Aryal.
Gracias, le dijo mentalmente a Aryal.
De nada, respondió la arpía escuetamente. Se encogió de hombros. Claro
que también estaba siendo simplemente sincera.
Claro que sí, pensó Pia. Pero seguía teniendo ganas de darle un beso.
—O sea —dijo Shane—, que si Morgan y los demás Sabuesos de la Reina
están aquí y el contagio proviene de algún conjuro en origen, yo ya no creo
que esta epidemia sea ningún terrible acontecimiento aleatorio del destino.
Creo que se trata de un ataque orquestado contra los Fae de Luz.
Bailey dijo repentinamente:
—Eso explicaría por qué los contagios aparecen repentinamente en
distintos lugares. Cuando alguien se infecta no llega a tener tiempo de
moverse mucho antes de convertirse. Esto no tiene un comportamiento como
el de otras enfermedades. En otros casos, como la gripe, el periodo de
incubación es lo suficientemente largo como para que, cuando uno se
contagia, tenga tiempo de viajar alrededor del mundo antes de darse cuenta de
que está enfermo. En este caso, cuando muerden a alguien, este cambia casi
inmediatamente. Los infectados no tienen tiempo de viajar.
—Por lo menos por el momento —dijo Pia. El silencio cayó sobre el
grupo. Todos se quedaron mirándola, absorbiendo las implicaciones de su
afirmación. Ella continuó de mala gana—. Puede que esto haya empezado con
los Fae de Luz, pero ahora ya ha saltado tanto a los humanos como a los Wyr.
¿Qué ocurre si otras razas reaccionan al contagio con más lentitud, como en el
caso de Dragos?
Quentin se frotó el atractivo rostro lleno de cicatrices.
—Si eso pasa, esto podría volverse global muy rápidamente —musitó.
—No podemos permitir que se vuelva global. Y punto —dijo Shane
secamente.
—Entonces nos hacen falta dos cosas lo más rápidamente posible —dijo
Tatiana—. Tenemos que impedir que los Sabuesos continúen extendiendo esto
y necesitamos una cura.
—En realidad necesitamos tres cosas —dijo Bailey—. No solo alguna
forma de cura. Necesitamos una vacuna, de modo que no pueda producirse
otra epidemia. Es la única forma de neutralizar esto por completo, sea lo que
sea.
—Yo ya sé cuál es mi batalla —dijo Shane—. Tengo que irme.
—Quentin y Aryal irán contigo —le dijo Dragos—. Porque ahora esta
también es nuestra lucha.
Pia interrumpió repentinamente.
—Antes de iros, necesito hablar con todos vosotros. Quentin, Aryal, Eva,
acercaos a donde Dragos—miró a Tatiana—. Lo siento, pero esto es
confidencial. ¿Podéis darnos un poco de espacio, tú y tus guardias?
La expresión especulativa se encendió de nuevo en la mirada de Tatiana,
pero la reina replicó:
—Por supuesto. Todos, volved al porche.
—No tardéis —les dijo Shane. Se había puesto muy serio, no había rastro
de su sonrisa fácil—. Tenemos que detener a los Sabuesos antes de que hagan
más daño.
Pia se situó directamente delante de Dragos, dando la espalda al porche.
Cuando Eva, Quentin y Aryal se reunieron en torno a ella, indicó por señas a
Dragos que caminara hacia la parte de atrás del Hummer.
Él lo intentó, con los ojos entrecerrados, pero las cadenas no le
permitieron llegar hasta el final del vehículo.
Pues muy bien.
—Tapadme —les susurró a los demás.
Con un movimiento suave y líquido, Quentin se situó tras ella y Eva y
Aryal se apretaron cerca. Cuando Pia sacó la navaja, Dragos se tapó la boca
con una mano y gruñó en voz baja:
—Hay por lo menos media docena de guardias vigilándonos ahora mismo.
Pia susurró en tono furioso:
—Vamos a seguir intentando esto cada media hora si tenemos que
hacerlo, hasta que encontremos otra alternativa que funciones. Cada hora que
pasa tengo menos medicación en mi sistema —miró de reojo a Aryal—.
¿Estás bloqueando las cámaras?
Aryal estudió la zona con los ojos entrecerrados.
—Sí, creo que sí.
—Ahora saca el maldito brazo —le dijo Pia a Dragos.
Con una rápida mirada al escenario, Dragos obedeció y se retiró la venda.
Pia observó el mordisco con preocupación.
¿Habían crecido las marcas negras? ¿Tenía el mismo aspecto que antes?
Sinceramente, no lo sabía.
Con un movimiento rápido, se cortó en la yema del dedo gordo y dejó que
la sangre goteara sobre la herida abierta. Como uno solo, los cinco se
quedaron mirando la herida unos momentos. Era una herida tan pequeña para
ser tan importante. Tal y como Dragos había comentado, tendría que haber
sido una insignificancia.
No podía arrebatárselo todo.
Pia no pensaba permitirlo.
Capítulo 8
Eva y Aryal tenían los ojos abiertos de par en par: ninguna de las dos
había presenciado como Pia curaba a nadie personalmente. Quentin no
respiraba.
No ocurrió nada. La marca del mordisco siguió donde estaba, igual que la
herida, en carne viva.
Sin decir una palabra, Dragos volvió a colocarse la venda en su lugar.
—Mierda —dejó escapar Aryal.
Pia cerró la navaja y se la metió de nuevo en el bolsillo.
—Esta es nuestra vida ahora. Cada hora en punto y cada y media. Ni
siquiera se supone que tengo que ponerme la inyección hasta esta noche. Y
contaremos cada hora a partir de ese momento —le dijo a Dragos.
Él asintió.
—Ya encontraremos la manera de escondernos. Hasta que haya otra
alternativa.
—Es el momento de largarse —le dijo Aryal a Quentin, hizo una pausa—.
¿Hasta qué punto me tengo que preocupar por enfrentarme a este antiguo y
famoso Morgan de Fae?
Quentin no lo dudó.
—Nos va a dar una paliza.
La arpía soltó una áspera carcajada. Pia observó que ya se encontraba en
modo lucha y su expresión era fiera y ansiosa.
—Pues que así sea.
La pareja se dirigió al porche, donde Shane les esperaba. Cuando se
marcharon, Bailey se fue con ellos.
—Vete tú también —le dijo Pia a Eva—. Danos un minuto.
Eva se detuvo con el ceño fruncido. Y telepáticamente, dijo: Vale, pero
para que conste, no me gusta dejarte tan cerca de él ahora mismo.
Tomo nota, dijo Pia. Y, para que conste, si cambia, yo soy más rápida que
tú.
Sí. Vale, ahí tienes razón, dijo Eva. Solo… Pia, puede que seas más
rápida que yo, pero eso no significa que vayas a reaccionar rápido si Dragos
cambia.

Pia trató de tener paciencia. Eva solo intentaba protegerla. Te lo
agradezco, pero sigo queriendo que te marches.
La otra mujer emitió un gruñido sordo y obedeció.
Pia se volvió hacia Dragos sujetándose los codos para no olvidar que no
podía tocarle.
—Solemos tocarnos mucho —musitó—. Estoy constantemente a punto de
tocarte y me tengo que contener.
—Lo sé —dijo él—. Me pasa lo mismo. Me está volviendo loco —con un
movimiento rápido, golpeó la pesada cadena que le rodeaba una muñeca—.
También estoy empezando a darme cuenta de lo mucho que me paseo.
—Te vamos a liberar —Pia tensó los dedos, agarrándose con fuerza—.
Dragos, Eva ha mencionado a Liam. Se preguntaba si él podría ayudarte.
La mirada oscurecida de Dragos se encendió.
—¡No! No vamos a traerle a este follón.
Pia asintió con la cabeza.
—Yo reaccioné igual. Nunca le pondría en peligro conscientemente —dijo
observando la expresión de él—. ¿Pero, y si nos estamos equivocando?
Podríamos estarnos jugando tu vida. Dios, la mía y la de la tortuguita podrían
estar en peligro también.
Dragos negó con la cabeza, con una obstinada determinación reflejada en
sus ásperas facciones.
—Aún no hemos llegado a eso. ¿Te has dado cuenta? La herida no ha
empeorado.
Pia se quedó sin aliento, flaqueando.
—No estaba segura. No me atrevía a tener esperanzas.
—Yo me he dado cuenta antes, el final de las líneas oscuras estaban
empezando a asomar por el borde de la venda —le mostró el musculoso
antebrazo para que lo inspeccionara—. Mira. No están peor. Nos estamos
manteniendo.
—Es la mejor noticia que he recibido en todo el día —dijo Pia
débilmente.
—Arriba esa barbilla —el tono de Dragos se suavizó—. Mírame.
Ella le miró a los ojos. Tenía tan mal aspecto, con sus fieros ojos dorados
oscurecidos. Era como si el cielo se volviera oscuro en mitad del día. La
visión le puso la carne de gallina.
Pero su expresión era la de siempre, fiera y tierna a la vez. Con una
pequeña sonrisa, Dragos susurró:
—Ahora mismo te estoy acariciando la mejilla.
La obstinada fuerza que la había mantenido firme hasta el momento
amenazaba con fallar. Cerrando los ojos, respondió en un susurro:
—Y yo te estoy acariciando el pelo y besándote.
Él inspiró hondo.
—Y siempre, siempre, con todas mis fuerzas, me quedaré contigo.
Siempre, Pia.
La firmeza y seguridad de su voz tranquilizaron a Pia como ninguna otra
cosa podía hacerlo. Imitándole, respiró hondo, inspirando su presencia. Luego
volvió a levantar la vista hacia él.
—Ya nos encargaremos de lo que venga, sea lo que sea.
La sonrisa de Dragos se intensificó. Pia sabía que era porque se estaba
acordando de la primera vez que lo dijo.
—Siempre lo hacemos —aceptó—. Ahora, ya que estoy aquí encadenado
y Quentin y Aryal se han marchado, ¿por qué no vas a echar un vistazo a esos
mapas y ves por cuantas zonas se ha extendido el contagio?
—Vale —asintió Pia—. Necesitamos saberlo. Si se extiende mucho más,
van a tener que hacerlo público. Supongo que es comprensible que no lo
hayan hecho todavía, pero esto ya puede haberse escapado a su control.
—Si continúan mostrándose reacios a hacerlo público —dijo Dragos—, lo
haremos nosotros. Me disgusta tanto como a cualquiera que esto pueda
parecer una catástrofe más provocada por las Razas Arcanas, pero la gente
tiene que estar al corriente del peligro. Hay demasiadas vidas en juego. Si se
produce alguna crisis política debido a esto, ya nos ocuparemos de ella
después.
—Entendido —dijo Pia—. ¿Necesitas algo… algo para comer o beber?
—Estoy bien.
—Volveré pronto —sonrió y susurró—. Ahora te estoy dando un beso.
Dragos maldijo suavemente, con evidente frustración en su voz.
—Yo también te estoy besando.
Y con eso, Pia se tuvo que conformar y marcharse.

* *
QHP no era la única pregunta que Dragos solía hacerse. A veces se
preguntaba “¿Qué pensaría Pia?”: ¿QPP?
Esa pregunta nunca dejaba de resultarle entretenida porque, con lo
inteligente que era y lo bueno que era jugando al ajedrez, nunca podría
adivinar sus pensamientos con el 100% de certeza. Sería capaz de seguir
jugando a su pequeño juego mental a lo largo de interminables siglos, como si
estuviera trasteando con un eterno cubo de Rubik. Sabía que tenía que haber
una combinación para desentrañar el rompecabezas, pero sospechaba que
siempre estaría destinado al fracaso.
Porque eran polos opuestos en tantos aspectos. Él era un depredador, ella
era herbívora. Él era intensamente masculino y ella era toda una mujer. A
menudo no se reían de los mismos chistes. En realidad era increíble que se
llevaran tan bien como lo hacían. La atracción sexual ayudaba, pero no podía
ser el único pegamento de su relación.
De alguna manera, mágicamente, hacían clic. Ella cedía cuando él no
podía, y Dragos era suficientemente honesto como para admitir que ella lo
hacía con más frecuencia que él. Y cuando era Pia la que no podía, Dragos
encontraba la manera de llegar hasta ella.
Mientras la contemplaba marcharse, supo que acababan de encontrarse en
otra encrucijada en la que sus opiniones eran diferentes y ni siquiera estaba
seguro de que ella se hubiera dado cuenta.
Todo lo que Dragos había dicho era cierto: había demasiadas vidas en
riesgo potencial a causa del contagio. En cuanto dijo que sí, Dragos supo que
la mente de Pia había comenzado inmediatamente a preocuparse por todo
aquello que podría estar en peligro. La suya no.
La gente moría todo el tiempo. Siempre lo habían hecho y Dragos apenas
se había preocupado por ninguno de ellos. El dragón no era generoso
derrochando sus emociones.
No, su preocupación por el creciente número de vidas que podían estar en
peligro estaba estrictamente limitada a dos asuntos. Uno era: ¿Cuánto peligro
suponía para aquellas pocas personas por las que el dragón se preocupaba?
El segundo era que cuanta más gente muriera a causa de ello, peores
serían las repercusiones políticas. El mes anterior, el mundo humano había
puesto a las Razas Arcanas bajo los focos: les estaban observando y les
resultaba incómodo lo que veían.
Tan solo cincuenta cortos años bastarían para que la masacre de primavera
de la heredad Nightkind junto con todo el resto de problemas que habían
surgido a lo largo de los últimos dieciocho meses se redujeran a simples notas
a pie de página en la historia. Pero en estos momentos, la masacre era
demasiado reciente, estaba demasiado fresca en la memoria de la gente.
El problema actual con la heredad de los Fae de Luz podía no ser
responsabilidad de Tatiana, pero los humanos no lo verían así. Posiblemente
los humanos no mágicos no fueran susceptibles de contagiarse, pero sí de ser
capturados y asesinados por hordas de convertidos. Era un problema
generalizado y aparentemente causado por las Razas Arcanas. Al gobierno
humano no le iba a importar que la heredad responsable estuviera ubicada en
Gran Bretaña. Cuando se enfrentaban a problemas raciales, las personas
tendían a volverse bastante simplistas en su forma de pensar.
De manera que independientemente de sus consideraciones personales, la
calculadora mental de Dragos se había puesto en marcha y su planteamiento
acerca de todo el fiasco se reducía a una cuestión de números. Cuanto mayor
fuera el número de muertos y víctimas, mayores repercusiones tendrían y, en
aquel momento no era posible despejar esa ecuación, ya que aún no habían
conseguido contener el peligro.
Tenía que acelerar el trabajo preliminar con los ingenieros Fae Oscuros
que había contratado a Niniane, solo por si acaso. La Otra Tierra que
controlaba al norte de Nueva York era una zona inmensa y protegida, pero
también era prístina y completamente sin desarrollar. Las tensiones políticas y
sociales que habían surgido durante la cumbre de Washington habían
demostrado que la coexistencia podía no seguir siendo una opción segura para
los Wyr y Dragos estaba empeñado en tener un lugar seguro al que retirarse,
en el caso de que resultara necesario.
Sacó el móvil del bolsillo y envió unos cuantos mensajes de texto. Justo
cuando estaba lanzando el último, vio por el rabillo del ojo que Tatiana
caminaba hacia él.
La maniobra no le gustó, ya que los guardias Fae de Luz que le apuntaban
continuamente se empezaron a poner nerviosos.
Cruzó los brazos, se apoyó en el parachoques del Hummer y trató de
parecer relajado. Al acercarse Tatiana, dijo:
—Sigue sin emocionarme esa pinta de tener gatillo fácil de tus guardias,
Tatiana. Si necesitas tener una conversación conmigo, ¿estás segura de que no
era mejor llamarme al móvil?
Tatiana ni siquiera miró por encima del hombre a sus guardias.
—No dispararán a no ser que supongas un peligro claro para mí.
Entonces eran unos estúpidos por no dispararle inmediatamente, porque el
dragón siempre suponía cierto peligro.
Pero a menudo no resulta suficiente con educar a la gente para que dejen
de ser estúpidos.
Cruzó una bota sobre la otra, tomando el sol, mientras esperaba que la
reina Fae de Luz se decidiera a decir lo que fuera que había ido a decir.
—¿Cómo lo llevas? —preguntó.
Eso no era de lo que quería hablar. Dragos dijo, en una respuesta breve y
escueta:
—Estoy bien. ¿Cómo estás tú, Tatiana?
Dragos observó en el destello de los ojos y la tensión en la boca de
Tatiana que no le había gustado el sarcasmo implícito. Pero decidió responder
con sinceridad.
—Estoy como te puedes imaginar. Están diezmando a mi gente, así que
estoy furiosa y preocupada —dudó—. ¿Darías tu consentimiento para que mis
médicos tomaran una muestra de tu sangre? Tenemos que averiguar todo lo
que podamos acerca del contagio si queremos detenerlo.
A Dragos no le gustó la idea y su reacción visceral fue negarse a la
petición. Se pueden averiguar muchas cosas analizando la sangre de alguien y
nunca es buena idea dar demasiada información sobre uno mismo.
Tatiana, observando su rostro, le urgió en voz baja:
—Por favor, Dragos. Eres la única persona que tenemos hasta ahora que
podría proporcionar pistas para encontrar una resistencia contra el contagio.
Todos los demás han sucumbido en menos de media hora.
Maldita fuera. Dragos se frotó la cara, luchando contra impulsos
contrapuestos. Finalmente dijo:
—La única forma de que permita que toméis muestras de mi sangre es que
traigamos un médico de mi confianza a vuestros laboratorios para vigilar lo
que hacéis con ella. Y quiero que todas las muestras se destruyan después.
—Maldita sea, Dragos, no es el momento… —empezó Tatiana.
Dragos la interrumpió con impaciencia.
—Lo digo en serio, Tatiana. Igual que esas armas que tenéis apuntándome
en este instante… mi decisión no es personal. Pero sabes tan bien como yo
que se pueden lanzar hechizos Poderosos con la sangre de una persona. No
voy a dejar que tengáis a vuestra disposición algo que podría ser tan valioso y
tan peligroso para mi sin antes tener las debidas garantías y protecciones.
Tatiana se mordió el labio y luego asintió.
—Vale, tienes razón. Es un trato. Pero lo que quería decir es que el
problema es el tiempo que vas a tardar en traer a uno de tus médicos hasta
aquí. Necesitamos tus muestras ahora, no mañana. De hecho las
necesitábamos ayer.
Dragos ya había gastado el favor que había negociado con Soren en el
viaje, así que dijo:
—Ese no es mi problema. Es el tuyo. Tienes recursos. Sé que puedes
conseguir que ocurra si lo piensas bien.
La expresión de Tatiana se agrió. Los dos sabían que para conseguirlo,
ella tendría que hacer un trato con un Djinn. Dragos tenía claro que no iba a
incurrir en una deuda con un Djinn para poder proporcionar a Tatiana un poco
de su sangre con seguridad.
Como el silencio de Tatiana se prolongaba, Dragos insistió.
—¿Sabes? Yo prefiero con mucho que sean mis propios médicos los que
analicen mi sangre y os proporcionen a los Fae de Luz un resumen de los
resultados o un antídoto, de todas formas. Si no te importa.
—Bien —espetó ella—. ¿Qué medico quieres que esté presente?
Los dos médicos en las que más confiaba eran la doctora Shaw y la
doctora Medina. Las dos estaban al tanto de información sensible. La doctora
Shaw era la cirujana de los centinelas y también le había tratado la herida de
la cabeza, de manera que guardaría el secreto sobre cualquier hallazgo.
Pero la doctora Medina era la doctora de Pia y no habría mejor momento
ni oportunidad para enviar a por ella que ese. Así estaría a mano si tenían que
retrasar la siguiente inyección de Pia. Eso les beneficiaría.
Miró hacia el porche, donde Pia y Bailey hablaban y revisaban los mapas.
—Que recojan a la Doctora Medina junto con mi centinela Grym. Grym
puede cuidar de la doctora Medina y de vuestros médicos, para garantizar que
el laboratorio permanezca seguro. También se asegurará de que las muestras
se destruyan cuando llegue el momento. Voy a llamarles para que estén
preparados.
Tatiana asintió con brusquedad y se dirigió de vuelta a su casa. Mientras,
Dragos llamó rápidamente tanto a la doctora Medina como a Grym para que
se prepararan para el inesperado viaje y la misión. El centinela respondió al
segundo tono.
—Se va a presentar un Djinn en cualquier momento para recogeros a ti y a
la doctora Medina y traeros a la heredad de los Fae de Luz. Cuando lleguéis
aquí, no olvidéis hablar con Pia y Eva para que os informen de lo que está
ocurriendo —le dijo a Grym.
—¿Y qué hay de ti? —preguntó Grym.
—No estoy disponible para conversaciones privadas en este momento.
—De acuerdo. Está hecho.
Drago colgó y marcó el número de la doctora Medina.
—¿Cómo está Pia? —preguntó la doctora en cuanto habló con ella.
Dragos miró a los Fae de Luz que tenía más cerca en el porche.
—En este momento no puedo hablar con libertad. Ya lo sabrás cuando
llegues.
—Vale —la doctora sonaba incómoda—. Solo dime una cosa: ¿tengo que
llevar una dosis extra del protocolo?
—No —respondió Dragos y colgó.
Con curiosidad acerca del Djinn al que Tatiana le ofrecería el trato,
Dragos vio como un tornado de Poder aparecía en el jardín y adquiría una
forma alta y femenina. La Djinn le resultaba vagamente familiar, con sus
facciones regias, la piel blanca, el cabello color rojo sangre por debajo de los
hombros y los típicos ojos como estrellas de los Djinn.
Tras una breve conversación privada y silenciosa entre la reina de los Fae
de Luz y la Djinn, la mujer desapareció en un remolino para reaparecer unos
momentos más tarde con Grym y la doctora Medina. Ambos miraron a su
alrededor, mientras recogían sus pertenencias, hasta que dieron con Dragos,
encadenado a los Hummer. Se reunieron con Pia. Eva se unió a ellos y los
cuatro Wyr entablaron una intensa y silenciosa conversación, a menudo
mirando en dirección a Dragos.
Se obligó a tener paciencia cerrando los ojos, como si estuviera al acecho
durante una cacería bajo la cálida luz del sol. Era capaz de esperar horas, e
incluso días, el momento adecuado para atacar a una presa en particular y lo
había hecho antes, muchas veces.
Aun así, estaba perfectamente al tanto cuando Grym y Medina se
aproximaron, aunque Medina carraspeó al acercarse. Cuando abrió los ojos,
ambos inspiraron con fuerza. Medina parecía asustada y Grym… lúgubre.
—Tenemos que sacarte unos viales de sangre —le dijo Medina. Llevaba
dos bolsas, un maletín de médico y otro blanco con un símbolo de peligro
biológico en un lado, que depositó en el suelo ante ella—. Ningún Fae de Luz
quiere acercarse lo suficiente como para hacerlo.
—Bastardos —dijo sin ira. Le picaba el brazo herido y se lo frotó.
Un momento. Su atención se disparó.
Le picaba el brazo vendado. Antes estaba insensible.
Se retiró la venda para ver la herida. Las marcas negras seguían ahí, igual
que la herida propiamente dicha, pero… comparó las marcas con el tamaño
del vendaje.
Las marcas eran más pequeñas. Eran definitivamente más pequeñas.
Alzó la voz.
—¡Pia!
En el porche, ella levantó la cabeza de golpe y se lanzó directa hacia él,
atravesando el césped como una brillante estrella fugaz, con Eva pisándole los
talones.
Pia se paró en seco junto a los otros, seguida inmediatamente por Eva. Pia
miraba con ojos salvajes y aterrorizados.
—¿Qué pasa?
—Me picaba el brazo —le dijo Dragos—. Mira… la herida sigue ahí, pero
las marcas se han encogido.
Una fiera alegría inundó el rostro de Pia, que se lanzó a abrazarle con
entusiasmo.
Eva la sujetó por un brazo y Dragos se echó atrás.
—No, todavía no. Los pinchazos aún no se han cerrado. Sigue siendo una
herida abierta.
—Lo siento —murmuró Pia, con aspecto cariacontecido—. Me he vuelto
a olvidar.
—Quédate quieto —le dijo a Dragos la doctora Medina. Abrió el maletín
que tenía a los pies, se colocó un par de guantes quirúrgicos y preparó una
aguja junto con varios viales vacíos. Extrajo seis viales y los colocó
cuidadosamente en la bolsa de peligro biológico—. De acuerdo, ya hemos
terminado.
—No perdáis de vista esos viales —ordenó Dragos a Medina y a Grym.
Ambos asintieron y se apresuraron hacia donde les esperaban los Fae de Luz.
Cuando Dragos comenzaba a colocarse la venda de nuevo en su lugar, Pia
le interrumpió.
—Deja ese brazo fuera. Aún no hemos terminado del todo. Ya ha pasado
otra hora, o casi, así que no importa.
Él la observó sacar la navaja, mirar a su alrededor y pincharse en el dedo
con rapidez.
—Te estás relajando un poco demasiado con esto cuando estamos bajo un
escrutinio tan intenso.
—No me estoy relajando —susurró ella—. He tomado mi decisión acerca
del riesgo y ahora toca vivir con ella.
A veces podía ser tan implacable como cualquier depredador. Eva
disimuló lo que estaban haciendo, sin quitar ojo de los demás mientras Pia
dejaba caer unas pocas gotas de su sangre en la herida del mordisco. Se
quedaron esperando, pero no parecía que pasara nada.
Por fin, Pia susurró:
—En realidad no sabemos si está funcionando o no. Podría estar
funcionando muy despacio o también podrías estar luchando contra el
contagio por ti mismo.
Dragos se puso la venda en su sitio.
—Vamos a ponernos de acuerdo en una cosa ahora mismo. Mientras yo
esté mejorando, te pones el protocolo esta noche.
Ella le miró con el ceño fruncido.
—Dragos, no sabemos si estás mejor. ¿Qué pasa si parece que te estás
curando pero no es así y te pones peor otra vez? Si me pongo esa inyección,
mi sistema estará en suspensión dos semanas más. Eso no se puede impedir.
Entretanto, tú podrías empeorar y convertirte y no tendría ninguna puta
manera de pararlo.
Pia tenía razón, pero eso no significaba que tuviera que gustarle. Con una
mueca fiera, espetó:
—Pia, llegado el momento vamos a tener que tomar algunas decisiones
como mejor podamos.
—¡Ya lo sé! —Pia encorvó los hombros—. Pero aún no estoy lista para
jugármelo así. De todas formas, todavía no se ha hecho de noche…
—¿De qué demonios estáis discutiendo vosotros dos? —preguntó Tatiana.
Dragos levantó la mirada. Pia cerró la navaja de golpe y se la metió en el
bolsillo del vestido. Mientras, Eva se dio la vuelta con cara de mortificación.
Los tres estaban tan concentrados en lo que estaban haciendo que habían
olvidado vigilar si alguien se acercaba,
Tenían demasiados secretos peligrosos, pero de entre todos ellos, había
uno que podían sacar a la luz y que calmaría la curiosidad de la cotilla de la
reina. Sin dudarlo un segundo, Dragos lo sacrificó a modo de táctica de
distracción.
—Pia está embarazada —le dijo a Tatiana secamente—. Aun no habíamos
decidido cuando hacerlo público… solo sabíamos que íbamos a esperar hasta
que ella regresara de este viaje.
Tatiana abrió los ojos de par en par. Su expresión cuando miró a Pia,
estaba cargada de entusiasmo y compasión a partes iguales.
—Felicidades —dijo—. Es una noticia maravillosa. Debes de estar
entusiasmada.
—En general, sí. Lo estamos -Pia se frotó la mejilla—. Excepto por lo que
está ocurriendo ahora.
—No hay que perder la esperanza —le dijo Tatiana—. Dragos ha llegado
hasta aquí sin convertirse. No es solo algo significativo, es único. Si podemos
averiguar cómo y replicarlo, podría salvar la vida de muchas personas.
—Sí —Pia miró a Dragos a los ojos y sonrió—. Tengo mucha esperanza.
—Entra a la casa conmigo —dijo Tatiana—. Hace horas que no comes
nada. Y por lo menos el mismo tiempo o más que Dragos tampoco —le dijo
directamente a él—. Puede que no sientas hambre, pero deberías intentar
comer algo de todos modos. Haré que te traigan una bandeja.
Dragos exhaló un áspero suspiro.
—Bien. Gracias —luego, como Pia dudaba, le dijo a ella—. Vete. Me
sentiré mejor si comes algo.
Ella le lanzó una mirada que dejaba claro que sabía muy bien que estaba
mangoneándola, pero cuando Tatiana le puso una mano en el hombro,
accedió.
Dragos se quedó mirando como las tres mujeres entraban en la casa.
Solo por si sonaba la flauta, intentó llegar telepáticamente a Aryal: ¿Cómo
va la búsqueda de los Sabuesos?
No hubo respuesta. Pero, en realidad, tampoco la esperaba. Quizá se
estuviera curando, pero aún no estaba curado.
Algunas veces, cuando un Wyr resultaba herido, se curaba antes cuando
conseguía transformarse, así que trató de encontrarse con su forma Wyr con
todas sus fuerzas. Sabía que estaba ahí, igual que su propia sombra, pero por
más que se esforzaba, no llegaba a ella.
Todavía no, en cualquier caso, pero iba a seguir intentándolo. Las marcas
decrecientes de su antebrazo eran todo el incentivo que necesitaba.
Volvió a apoyarse contra el Hummer, cerró los ojos y trató de tener más
paciencia. Le resultó más fácil cuando pensó en Morgan de Fae y el
depredador de su interior se dio cuenta de que aun podía no ser el momento
de cazar en persona, pero ya llegaría, algún día, pronto.
Capítulo 9
En el interior de la casa se notaba mucho más fresco que fuera, donde el
calor de la tarde golpeaba con fuerza. Pia se levantó el canesú del vestido para
dejar que el aire fresco se deslizara por su piel recalentada.
—¿Deseas comer algo en particular? —preguntó Tatiana—. ¿O necesitas
algo especial?
Repentinamente, Pia estaba famélica de nuevo.
—Me siento como si fuera capaz de meter la cabeza en un plato lleno de
hidratos de carbono.
—Por supuesto.
Tatiana hizo señas a un sirviente y le encargó comida para ellas dos y más
para Dragos. Luego condujo a Pia a una amplia y confortable sala, desde
donde se veía el jardín a través de unas puertas francesas.
Cuando Eva dudó ante la puerta, Pia le pidió:
—Espérame aquí, por favor.
Eva asintió y cerró las puertas detrás de ellas, para dar un poco de
privacidad a Pia y a Tatiana.
Como ahora veía a Dragos, Pia pudo relajarse.
Tatiana también miró a Dragos dubitativa.
—¿Está bien ahí fuera al sol? Puedo hacer que le monten un toldo.
—Está bastante cómodo. A diferencia de mí, podría pasarse todo el día
retozando al sol.
Pia eligió un cómodo sillón desde el que podía ver a Dragos fácilmente y
se sentó. Estaba demasiado nerviosa y distraída para intentar llegar a la
pequeña y sutil sombra que llevaba en su interior, pero eso no impidió que
posara la mano protectoramente sobre su vientre plano.
Aún quedaban unas pocas horas para que llegara la noche. Seguían en
zona segura y Pia tenía por lo menos tres oportunidades, quizá cuatro, para
arriesgarse a curar a Dragos.
Tiempo para tomar aliento. Tiempo para intentar relajarse. Ya había
pasado por varias situaciones tensas antes en las que un margen de seguridad
de cuatro horas hubiera parecido un milagro.
¿Cómo se llevarían Liam y la Tortuguita? La idea casi la hizo sonreír.
Cuando Tatiana se sentó en el sofá vecina, Pia le dijo:
—No me puedo ni imaginar cómo te tienes que sentir, sabiendo que tu
hermana podría estar intentando matarte.
Bajo la luz más matizada del interior de la casa, el aspecto recompuesto
de la reina pareció flaquear.
—Nada de “podría” —dijo Tatiana suavemente—. Isabeau ya lo ha
intentado muchas veces en el pasado.
Pia se mordió el labio y se presionó el abdomen con más fuerza. Por
favor, dioses, haced que mis dos niños se quieran mutuamente.
—Es tu melliza, ¿no es cierto? ¿Os habéis llevado bien en algún
momento?
—En un tiempo tuvimos una relación más cordial, hace mucho, cuando
éramos niñas —replicó la otra mujer, pellizcándose el puente de la nariz—.
Aunque siempre hubo algo que se interponía entre nosotras y teníamos
tendencia a pelearnos. Ella tenía celos de ciertos privilegios que yo tenía. Soy
unos minutos más joven que ella, ya ves, pero esos minutos marcaron el curso
de nuestras vidas. Ella era la heredera y yo no. Yo tenía más libertades que
ella. Ella tiene aptitudes para la magia y aunque yo tengo cierto poder de
convicción, no tengo mucho más.
Entre hermanos, unos pocos años no era como unos pocos minutos. Liam
ya parecía mucho mayor que Tortuguita, pero esa diferencia se reduciría
rápidamente cuando Tortuguita naciera. Y la diferencia de edades sería
insignificante en cuarenta o cincuenta años, entonces sí que sería como unos
pocos minutos.
Toma nota, pensó Pia. No juegues con los privilegios.
Tatiana continuó.
—Cuando nos hicimos mayores, nuestros padres murieron en un incendio.
Isabeau se convirtió en la reina de la Corte Seelie y entonces fue cuando los
celos se apoderaron de ella. Llegó un momento en el que cambió tanto que
actuaba como si me odiara. La Corte se convirtió en un lugar que yo evitaba
todo lo posible, pero como entonces yo me había convertido en la heredera,
no podía evitarlo por lo completo. De todas formas, nunca me sentí
amenazada, hasta que las dos nos enamoramos del mismo hombre.

—Oh, oh —susurró Pia, completamente concentrada en el relato de los
recuerdos de la otra mujer—. ¿Qué ocurrió?
—Que me eligió a mí —Tatiana esbozó una sonrisa irónica y agridulce—.
Tratamos de mantenerlo en secreto durante un tiempo, pero al final no nos
salió demasiado bien. Me quedé embarazada de Bailey y Melisande y llegó
ese momento inevitable en el que empecé a tener dificultades para ocultar el
embarazo. Dain y yo, él se llamaba Dain, habíamos empezado a hablar de la
posibilidad de abandonar la Corte, pero no habíamos tomado ninguna
decisión definitiva cuando murió.
Pia jadeó. Ya se imaginaba que, claramente, algo le había ocurrido al
amante de Tatiana, una pelea o una tragedia, porque por lo que ella sabía, la
reina de los Fae de Luz nunca se había casado. Escuchar los detalles hacía que
aquella antigua tragedia hacía que resultara mucho más cercana.
—Murió cuando estabas embarazada.
La expresión áspera y distante de Tatiana se volvió pétrea.
—A Dain le asesinaron mientras yo estaba embarazada —corrigió—. Le
alcanzó una flecha durante una cacería con sus hombres. Entonces yo era
mucho más joven y también mucho más tonta. Y, por supuesto, también tenía
el corazón roto y estaba fuera de mí. Recuerdo que me sentía como si hubiera
abandonado mi cuerpo. Me enfrenté a Isabeau y no esperé a que estuviéramos
solas para hacerlo. Me enfrenté a ella delante de otras personas. Fue una
estupidez pero, en definitiva, probablemente me salvó la vida. Esa fue la
primera vez, o por lo menos creo que fue la primera vez, que Isabeau trató de
matarme.
—Qué horror —murmuró Pia.
Se oyeron unos golpecitos en la puerta y un sirviente asomó la cabeza
dentro de la sala.
—Señora, la comida está lista para servir -anunció.
—La tomaremos aquí, Evan —respondió Tatiana—. Aquí estamos
tranquilas y en privado. —Y le dijo a Pia—. Doy por hecho que te parece
bien.
En el exterior, un guardia Fae de Luz le llevaba una bandeja cubierta a
Dragos. Pia dejó de prestar atención a lo que veía por la ventana y asintió con
rapidez.
—Sí, gracias.
Tatiana no retomó su historia hasta que les colocaron la comida sobre
unas mesas cerca de sus asientos. La reina recibió un simple sándwich,
mientras que para Pia había un aromático cuenco de pasta con espinacas y
algo que olía como trocitos de salchicha vegana, todo bañado en una cremosa
salsa a base de leche de coco. La comida estaba acompañada de un coctel de
agua con gas y zumo natural. Pia se lanzó a por la comida como si no hubiera
comido en una semana.
Tatiana le contemplaba comer con una pequeña sonrisa.
—Mira que hace tiempo de mi embarazo, pero aún recuerdo esos días en
los que me sentía completamente famélica.
—A veces siento el estómago tan completamente vacío como si lo tuviera
fundido con la columna —musitó Pia. Probó el delicioso coctel. Sabía a
albaricoque, naranja y menta—. Por favor, continúa.
Encogiéndose de hombros, la otra mujer picoteó de su sándwich,
arrancando trocitos de lechuga de los bordes.
—Me temo que no hay mucho más que contar. La escena fue como parte
de una tragedia griega o de un culebrón moderno. Hasta hubo una tormenta
tremenda esa noche. Isabeau perdió los papeles por completo. Nos gritamos
cosas terribles la una a la otra. Me acusó de robarle a su hombre, cosa que era
francamente delirante, porque Dain me era completamente fiel. También me
acusó de otras cosas, como de tratar de robarle el trono y a su gente y dijo que
quienes la traicionaran y actuaran contra ella merecerían la muerte. Estando
conmigo, Dain selló su destino.
Pia se quedó mirándola.
—Así que llegó a admitir que le había matado.
—Sí. Si Shane no llega a estar presente, el hechizo que lanzó contra mí
me hubiera matado instantáneamente. Pero como estaba, pudo actuar con
rapidez y rechazarlo.
—Tiene toda una reputación como mago —afirmó Pia.
Tatiana sonrió.
—También la tenía entonces; y Dain era uno de sus amigos más íntimos.
La magia volaba por todas partes entre Shane e Isabeau. Derrumbaron las
habitaciones que nos rodeaban, literalmente. Todo esto ocurrió antes de que
Isabeau tuviera a Morgan y sus otros Sabuesos, porque de otra manera
hubieran superado en poder a Shane y todos hubiéramos muerto esa noche.
Recuerdo que estaba impactada por ese duelo de magia, porque ella se había
vuelto increíblemente poderosa… mucho más de lo que yo o cualquiera nos
habíamos imaginado —después de destrozar la lechuga, Tatiana comenzó a
desmigar el pan—. Esa noche se produjo un cisma entre nuestra gente.
Algunos permanecieron leales a ella y otros nos siguieron a Shane y a mí.
Vivimos varios meses como refugiados, atravesamos Gran Bretaña y
construimos un campamento temporal en la costa hasta que finalmente
decidimos zarpar en dirección a la zona más al oeste que pudiéramos.
Terminamos por establecernos aquí, en el sur de California —la reina sonrió
de medio lado—. Por supuesto, he resumido varios años en unas cuantas
frases. En realidad, la duración de la historia fue mucho mayor.
—Enviaste el Sebille antes de zarpar tú misma —dijo Pia.
—Sí, lo hice —respondió Tatiana—. Había buenos amigos a bordo de
aquel barco. Nos rompió el corazón que desapareciera sin dejar rastro.
—¿Crees que Isabeau tuvo algo que ver con su naufragio?
—A veces me pregunto si fue así, aunque no son más que especulaciones.
Las tormentas ocurren. Los barcos naufragan. En cualquier caso, como te he
dicho, la noche del enfrentamiento fue, creo, la primera vez que Isabeau trató
de matarme, pero no fue la última. Cada cierto tiempo aparece un asesino o
alguien intenta poner una bomba. Aparentemente, además de estar loca, mi
hermana es incapaz de perdonar o de seguir adelante con su vida. Para serte
sincera, he llegado a acostumbrarme -suspiró Tatiana—. Por pura
desesperación, yo también he tratado de asesinarla, pero se ha vuelto
demasiado fuerte y recelosa para poder conseguir que nadie se acerque lo
suficiente a ella como para poder hacerlo. Y, de alguna manera, está rodeada
de sus Sabuesos. Le son absolutamente leales.
Pia terminó de comer y apartó el cuenco de pasta. Entonces, incapaz de
resistirse, preguntó:
—¿Cuándo estuvo Dragos en la Corte de Isabeau?
—Algún tiempo antes de que yo me quedara embarazada, pero ahora que
lo pienso, no mucho antes —frunciendo el ceño, Tatiana apartó su comida sin
comer también y se limpió los dedos con la servilleta, tan escrupulosa como
un gato—. Dragos no ha perdido la memoria debido al contagio, ¿verdad? -
preguntó.
Pia se quedó helada. Por unos momentos ni siquiera respiró, mientras su
cabeza trabajaba frenéticamente para intentar encontrar una forma de desviar
la conversación o despistarla.
Pero dado que la reina había expresado la verdad tan directamente, las
opciones de Pia eran de pocas a ninguna. Era típico tanto de los secretos como
de los despistes: una vez uno empezaba a dejar de creer en su magia, su poder
desaparecía como el humo.
Y ella que había empezado a creerse que se las habían apañado para poder
mantener ocultos todos sus secretos.
Al ver que Pia dudaba demasiado, la reina preguntó gentilmente:
—¿Fue por la herida de la cabeza? En las noticias le restaban importancia
al accidente de este verano pero, por supuesto, la cicatriz de la frente es
bastante visible.
Dios, Pia esperaba que Dragos la perdonara por aquello. Miró a la otra
mujer a los ojos y respondió directamente:
—Sí.
Tatiana parpadeó. Claramente, no estaba esperando una respuesta tan
directa.
—Ya veo.
—No le va a gustar nada que te lo haya dicho —comentó Pia secamente.
Tatiana bajó las largas pestañas, ocultando la expresión de sus ojos.
—No tienes por qué decirle que me lo has contado.
Pia no tenía intención de seguirle el juego.
—Oh, sí que tengo que hacerlo. No tenemos secretos entre nosotros.
Nunca.
Tatiana aceptó la explicación encogiéndose de hombros.
—Esa siempre es la forma más sabia de hacerlo entre un matrimonio. Y es
especialmente sabio hacerlo así siendo la compañera de Dragos.
—Bueno, no se trata de una maniobra táctica —replicó Pia, mirando por
la ventana. Dragos había comido un poco de lo que había en la bandeja y
había retirado el resto. En ese momento yacía boca arriba, con los ojos
cerrados y las manos cruzadas sobre su estómago plano y esbelto. A pesar de
las gruesas cadenas que le rodeaban las muñecas, parecía estar bastante
cómodo. Pia sonrió para si—. Confiamos el uno en el otro. Así que se
enfadará conmigo, pero ya lo superará.
La envidia se reflejó en el rostro de Tatiana, o al menos, eso le pareció a
Pia. Un instante después se había desvanecido, así que no estaba segura.
—¿Sabes cuanta memoria perdió? —preguntó la reina
—Al principio, la pérdida de memoria fue total. Pero, gracias a Dios, eso
solo duró unos cuantos días. Ya la ha recuperado casi toda. Por lo menos toda
la que a mí me importa. Tiene algunas lagunas en la memoria a largo plazo,
pero se trata fundamentalmente de eventos históricos. La verdad es que todo
el tema se ha escapado de chiripa. Si no hubiéramos estado tan preocupados
con… con otras cosas, no creo que hubiéramos dado ningún paso en falso —
Pia alisó con los dedos los bordes del cojín del sillón—. ¿Puedes decirme qué
hacía Dragos en la Corte Seelie?
—Para ser sincera, no lo sé con certeza —replicó Tatiana—. Fue un
invitado recurrente durante varias temporadas. Isabeau y él parecían tener un
algo continuado.
Completamente desconcertada, Pia se quedó mirando a la otra mujer.
¿Algo? ¿Qué quería decir Tatiana con “algo”?
Los pensamientos comenzaron a arremolinarse en la cabeza de Pia.
¿Habrían sido enemigos? ¿Amantes? Dragos era más antiguo que el pecado.
Pia sabía de sobra que había tenido sexo antes y probablemente bastante en
uno u otro momento, por sabía hacer unas cosas tan sabias y maliciosamente
imaginativas que conseguían que a Pia casi se le salieran los ojos de las
órbitas y además estaba bastante convencida de que aún no habían acabado
con todo su repertorio de trucos.
Pero saber que algo había ocurrido y enfrentarse a la realidad del hecho
eran dos cosas completamente diferentes.
No se sentía celosa ante la idea. No exactamente. Dragos era suyo, por
completo, pero sí que sintió amargura y preocupación.
La única forma de conseguir más información era sacársela a Tatiana,
porque Dragos no iba a ser capaz de contarle nada, aunque quisiera.
—¿A qué te refieres con un algo continuado? ¿Quieres decir que tuvieron
un romance? -preguntó.
—No lo sé —respondió Tatiana—. Puede que sí, pero nunca lo supe con
seguridad. Ya entonces, yo estaba marginada dentro de la corte y, por
supuesto, no se me informaba de asuntos confidenciales. Recuerdo que era
como si solieran pincharse el uno al otro, pero sin perder la sonrisa; y que ella
parecía estar fascinada con él. No tenía ni idea de lo que él pensaba. Tenía un
cierto punto de coqueteo, pero también había algo, como si aún no hubieran
decidido si eran enemigos o no. Una vez ella le llamó “maldito dragón
curioso”. Yo siempre me pregunté si estaría intentando sacar información de
ella o puede que buscando algo. Quizás lo recuerde a su debido tiempo.
—Quizás —aceptó Pia. En su interior, lo dudaba. Dragos había
recuperado la mayor parte de sus recuerdos perdidos a los pocos días del
accidente y ya, con el paso del tiempo, era cada vez menos probable que
consiguiera recordar más.
—Bueno, si tienes que hacer algo con Isabeau, ten cuidado. No puedo
decirte si ella y Dragos se separaron en términos amistosos o no y, cómo has
podido comprobar por ti misma, es una enemiga cruel y despiadada.
—Te agradezco la advertencia —se frotó la cara, preguntándose cómo les
estaría yendo a Aryal, Quentin y Shane. La ausencia de noticias podía
significar buenas noticias. Por supuesto, también podía no ser así. Quentin
parecía bastante convencido de que Morgan les iba a dar una paliza—. ¿Por
qué se llama Morgan de Fae el Jefe Sabueso de Isabeau?
—Porque Morgan vive en la Corte de Isabeau, pero en realidad no es Fae
de Luz. Ni Shane ni yo estamos completamente seguros de lo que es, aunque
yo no tengo intención de acercarme a él para averiguarlo. Parece humano,
pero también tiene cientos de años, cosa que por supuesto no es posible para
ningún ser humano —Tatiana se había ido poniendo tensa mientras hablaba.
En ese momento empezaba a parecer también incómoda—. Si tiene sangre
humana, también tiene algo más: o sangre de las Razas Arcanas o quizás
algún tipo de poder mágico… que ha prolongado su vida. No hay muchas
cosas que me den miedo, pero él lo hace.
Un estremecimiento de miedo por Quentin y Aryal recorrió a Pia.
Esperaba que se pusieran pronto en contacto pero seguro que estaban
demasiado ocupados para llamar y la telepatía de Dragos no funcionaba.
Mientras hablaban, mantenía parcialmente la atención en la tranquila y
soleada tarde del exterior, razón por la cual pudo ver lo que ocurrió a
continuación.
La tranquilidad de la escena se rompió. En el lugar en el que se
encontraba el gran hombre de cabello oscuro tumbado boca arriba sobre el
césped, apareció un inmenso dragón de color bronce, cuyo tono se iba
oscureciendo hasta convertirse en negro en las puntas de sus largas garras, en
la cola y en sus gigantescas alas. Su repentina aparición hizo que los dos
Hummer cayeran de costado. Y mirándose su propio cuerpo, el dragón se
sacudió como un perro, librándose de sus cadenas.
Pia se sintió invadida por una fiera alegría, intensa como una erupción
solar.
Los guardias chillaron de sorpresa y alarma, haciendo que Tatiana se
girara desde su asiento y mirara por la ventana con los ojos como platos.
El dragón desplegó sus inmensas alas, miró a los guardias y dijo:
—Cómo me disparéis ahora, solo vais a cabrearme.
Poniéndose en pie, Tatiana se acercó a las puertas francesas y las abrió de
un tirón.
—¡Cómo algún imbécil dispare se enfrentará a acciones disciplinarias!
El dragón se acercó a la barandilla. Solo le costó tres pasos llegar.
Sonriendo, Pia se levantó y asomó la cabeza por detrás de Tatiana.
—Hola, nene —dijo—. Me alegro de verte.
—Me alegro de estar de vuelta —dijo Dragos. Replegó las alas e inclinó
la cabeza para mirar a Pia por debajo de la barandilla con uno de sus ojos
dorados—. Me voy de caza. ¿Te parece bien?
—Todo me parece bien —respondió ella, resplandeciente.
—Tómate la medicina —le ordenó él.
—Lo haré —y telepáticamente añadió—. Te quiero.
Yo también te quiero. Nos vemos luego.
Con eso, se dio la vuelta, se agachó y alzó el vuelo.

* *
Dragos había estado intentando cambiar de forma cada diez o quince
minutos. Cuando por fin consiguió conectar con su forma Wyr y
transformarse, notó como lo que quedaba del contagio se evaporaba.
En aquel momento, atravesaba el cielo, su vuelo alimentado por un fiero
entusiasmo. ¿Dónde estáis?, le dijo por telepatía a Aryal.
Guau, exclamó ella. ¡Estás telepatizando!
Por más que aprecie tu don para las obviedades, preferiría saber vuestra
localización, le habló mentalmente con voz cansina.
Bulevar South Harbor, respondió ella escuetamente. Cerca del muelle.
Aquí hay una gran horda de zombis, Dragos. También están los Sabuesos,
detrás de ellos, conduciéndoles hacia delante, hacia nosotros. Los están
utilizando como escudos mientras nos lanzan hechizos de ataque.
¿Zombis?
Dejó escapar una risotada sin humor. Era una descripción tan buena como
cualquiera para ellos.
Volvió a hablar a Aryal.
Voy a entrar en caliente. Diles a los demás que se aparten.
¡Demonios, sí! Por lo que a mí respecta los puedes hacer arder a todos.
La mayor parte están medio comidos… no sobrevivirían a ningún tipo de
antídoto ni de reversión, de todas formas.
Eso me pareció en el grupo que me atacó a mí. Voló hacia el oeste tan
rápido como pudo. Ya tengo la costa a la vista.
Las fuerzas de Quentin y Shane se están retirando. Están en un
todoterreno en dirección sur.
Entendido.
El sol había descendido desde que le habían encadenado, reinaba sobre el
horizonte al oeste y se reflejaba en las vastas aguas. Dragos comenzó a sentir
golpes de magia procedentes de la batalla según se fue acercando a la costa.
Una figura alada apareció en el aire y se lanzó en picado. Era Aryal.
Sujetaba un arma automática y rociaba la zona que había bajo ella con fuego a
discreción. Dragos vio de reojo su flotante cabello negro, los intensos ojos
grises y su rostro anguloso y de rasgos duros.
Un hechizo mortífero llegó hasta ella volando como un cohete, pero Aryal
plegó una de las alas, giró a un lado y se dejó caer en el aire, con lo que el
hechizo pasó junto a ella sin hacerle daño.
El dragón sonrió para sí. Como de costumbre, era toda una intrépida.
Aunque comparada con su propio tamaño, Aryal era como una avioneta
de dos plazas. Aparta de mi camino, le dijo.
Aryal giró en el aire, se enderezó y voló hacia el sur en pos del
todoterreno.
Un momento más tarde, Dragos entró en escena.
La horda de infectados era grande y sus miembros tan rápidos como los
que le habían atacado antes. Pero no más rápidos que él.
Lanzándose en picado, el dragón abrió la boca y dejó arder toda su ira. El
fuego se abrió paso por el escenario. En tan solo dos golpes de ala, Dragos ya
había pasado de largo. Se dio la vuelta y volvió a lanzarse, abriendo fuego
sobre cuatro manzanas industriales.
Y una vez estuvo seguro de haber cubierto la zona cuidadosamente, se
detuvo y aterrizó en mitad de las ardientes llamaradas. Las peligrosas y
patéticas formas de los infectados estaban colapsando casi de inmediato.
Desde el suelo, parecía que el mundo estuviera en llamas. Igual que el
humor apocalíptico del dragón. Caminó calle abajo. Las ardientes llamas
hacían que el asfalto bajo sus garras se estuviera tornando blando y pegajoso.
En esos momentos, cuando estaba furioso y la civilización parecía estar
desmoronándose, se sentía capaz de quemar el mundo y no echarlo de menos
jamás.
Cuando ocurría, solía oír una voz tranquila que le hablaba mentalmente.
Podrías hacerlo, hermano, susurraba la Muerte. Podríamos hacerlo juntos.
Sin embargo, esos días, cuando escuchaba esa voz tranquila y lejana, se
alejaba de la tentación que la Muerte suponía para él. Estaba rodeado de
demasiada vida vibrante y de amor. Su compañera. Su hijo. Su otro bebé,
desconocido y nuevo, misterioso como una tierra inexplorada.
Quizá podríamos, le respondió el dragón a la voz tranquila. Pero hoy no lo
vamos a hacer.
Más adelante, la silueta de un hombre se dirigía hacia él a través de las
llamas.
Dragos se detuvo y entrecerró los ojos. El fuego de dragón ardía a más
temperatura que casi cualquier otra llama, a excepción del sol, pero a la
silueta no parecía afectarle.
Cuando el hombre empezó a acercarse, sus rasgos y su forma se hicieron
distinguibles. Vestía ropa negra a medida, guantes de cuero y una americana
de cuero que, como Dragos notó, podía esconder un número indeterminado de
armas. Era alto y de hombros anchos y se movía con ese tipo de agilidad
líquida que Dragos asociaba con sus soldados Wyr, solo que no se trataba de
un Wyr.
Tenía la apariencia de un humano a mitad de la treintena, muy bronceado,
de cabello castaño y ojos claros color miel. Y un rostro contemplativo, fuerte,
incluso triste. Y tenía tanto Poder que parecía una bomba nuclear andante y
capaz de hablar.
Al dragón se le erizó el lomo.
—Lord Cuelebre —el hombre le saludó con un tono tranquilo que Dragos
pudo oír perfectamente a través del rugido de las llamas que les rodeaban.
Tenía acento galés—. Desafortunadamente te las has arreglado para matar a
todos mis compatriotas antes de que pudiera llegar hasta ellos. No se suponía
que fueras a estar aquí.
Dragos no le reconoció. Puede que lo hubiera hecho, en un tiempo, antes
de la herida de la cabeza. Caer tan inesperadamente en ese agujero de su
memoria le hizo enfurecerse aún más.
De manera que hizo una suposición bien fundamentada.
—Morgan —rugió el dragón. El hombre no negó el apelativo—. Tampoco
se supone que tú tengas que estar aquí. Tú provocaste el contagio —el dragón
se acercó unos pasos—. Y cuando los Fae de Luz estaban a punto de
erradicarlo, te ocupaste de extenderlo.
—Mi reina ordena y es mi obligación obedecer —dijo Morgan, inclinando
la cabeza y ejecutando una pequeña y cortés reverencia.
—¿Te ha ordenado tu reina que destruyas a todas las Razas Arcanas? —
ladró Dragos.
Al ver acercarse al dragón, el otro comenzó a desviarse ligeramente a un
lado, hasta que acabaron moviéndose en círculos como adversarios, mientras
todo a su alrededor ardía. Ante la acusación de Dragos, Morgan ladeó la
cabeza.
—Su lucha es contra esta heredad de los Fae de Luz. No te concierne a ti,
ni al resto de las Razas Arcanas.
—Más bien al contrario —siseó el dragón. Se lanzó hacia delante para
contradecir a su oponente, que saltó hacia atrás más veloz y más fluidamente
de lo que Dragos hubiera creído posible. Morgan hizo un gesto y un muro de
Poder se interpuso entre ellos, reluciendo ante el fuego—. Me concierne a mí.
A mi compañera. Y concierne a cualquier raza que tenga la más leve pizca de
Poder. Tanto los humanos como las diferentes Razas Arcanas pueden resultar
infectados. Tus criaturas me atacaron. Una de ellas me hirió en la piel.
Comencé a convertirme.
El otro hombre frunció el ceño y le miró con sus agudos ojos color miel.
—¿Tú eres susceptible?
—Durante un breve periodo de tiempo lo he sido, sí —Dragos empujó el
muro de Poder, buscando la manera de atravesarlo—. Y no soy susceptible de
contagiarme con ninguna enfermedad. Hasta los humanos con inclinación a la
magia lo han pillado y se han convertido. Esta epidemia es una absoluta
locura. Como se le permita extenderse nos va a destruir a todos.
Morgan cerró los ojos, el rostro tenso.
—Ella me juró que solo mataría a los Fae de Luz de esta heredad.
¿Qué solo mataría a los Fae de Luz? Estaba hablando de acabar con
cientos, incluso miles de personas.
—Bueno, pues esa zorra estaba equivocada —rugió Dragos. Arañó el
muro de Poder y las puntas de sus garras chirriaron al descender por la
brillante barrera como uñas contra una pizarra. Cuando trataba de rodearlo, el
muro cambiaba de posición, manteniéndose a su altura—. Tienes que tener
algo que ha provocado este infierno. Un artefacto mágico o un vial o algo.
¿Dónde está? ¡Dámelo!
Ante el asombro del dragón, Morgan buscó en el interior de su americana
de cuero y sacó un amuleto.
Incluso a pesar del fuego de dragón y el Poder mágico que Morgan
exudaba, el amuleto parecía irradiar un aura de oscuridad.
No era tan fuerte como una Deus Machina. Solo había siete de ellas en el
mundo y eran indestructibles. En el principio de los tiempos, los siete dioses
de las Razas Arcanas habían depositado algo de cada uno de ellos en el
mundo, para que ejecutaran su voluntad a través de los siglos.
Dragos ya se había encontrado con Máquinas Divinas anteriormente.
Sabía identificarlas y, a pesar de que el amuleto no era una de ellas, seguía
estando imbuido con un toque del Poder de la Muerte. Además, aunque
Dragos no era sensible a ninguna enfermedad, el Poder de la Muerte sí le
podía alcanzar. En teoría, podría matarle, y el hecho de que se hubiera
contagiado reforzaba esa teoría.
Dragos se quedó helado.
—¿Dónde has conseguido eso?
—Mi reina me lo dio y me ordenó utilizarlo —le dijo Morgan—. Pero es
más dañino que lo que ella me prometió.
Lo lanzó al aire y el amuleto cayó en el suelo en el lado de Dragos de la
barrera. Dragos enseñó los dientes.
—¿Qué ha pasado con esa mierda de “mi reina ordena y yo obedezco”?
Morgan enarcó las cejas.
—Ella ordenó y yo he obedecido. Pero ya he terminado.
Sin más, se dio la vuelta y se alejó. Unos pasos más allá, el fuego pareció
tragárselo. En ese mismo instante, la barrera desapareció.
Dragos recogió el amuleto con una de sus enormes garras y se lanzó en
pos del otro hombre, pero Morgan había desaparecido completamente de su
vista y de sus sentidos.
Tras darse unos cuantos paseos por la zona, finalmente Dragos abandonó
la caza. Concentró su atención en el mortífero amuleto que sujetaba en una
garra. Este estaba fabricado con una gran piedra de ónice facetado que
reflejaba el fuego menguante.
Normalmente, el ónice no era muy bueno como contenedor de magia. Las
joyas más duras, como los diamantes y los rubíes, eran mejores para eso.
Quien hubiera creado el amuleto tenía un interés especial en la Magia Mortal.
Y con todo lo atraído que el dragón se sentía por las piezas de joyería,
había cosas demasiado peligrosas de atesorar.
Concentró su Poder en el amuleto, esforzándose en destrozar la magia a la
vez que apretaba la garra para destrozar la piedra.
En principio, tanto la magia como la piedra se resistieron. Era
increíblemente fuerte. Convocó más Poder y todas sus fuerzas, hizo rechinar
los inmensos dientes y se esforzó hasta que sintió un invisible crac y el ónice
se rompió. Lo machacó hasta que no quedó más que polvo.
Capítulo 10
Una vez destruido el amuleto, se concentró en el fuego que seguía
ardiendo en algunas zonas. Tirando con fuerza, atrajo las llamas de vuelta a
él. Por un breve instante estuvo inmerso en el fuego. Cerró los ojos, respiró
profundamente y dejó que su mente se sumiera en el brillante calor.
Cuando terminó, contactó telepáticamente con Aryal. He incinerado a la
horda de infectados que había aquí. También he matado un par de Sabuesos,
pero no he conseguido matar a Morgan. Se ha marchado.
Qué pena, dijo la arpía con voz teñida de ganas de venganza, como las
puntas afiladas de sus garras. ¿Tú estás bien?
Sí. Morgan me ha dado lo que provocaba la infección. Era de naturaleza
mágica. Lo he destruido. Dragos alzó el vuelo mientras hablaba. Vuelvo a
casa de Tatiana. Trabajad con Shane hasta que estéis seguros de que el resto
de los infectados hayan sido destruidos. Aunque haya acabado con el origen,
pueden seguir extendiéndose por medio de sus mordiscos. Informadme
cuando el trabajo esté terminado con seguridad.
Entendido.
Dragos no tenía intención de regresar a casa de Tatiana sin asegurarse de
estar libre de cualquier traza del amuleto. Voló al oeste aproximadamente
media milla y se sumergió en el océano hasta llegar al fondo arenoso.
Sacando arena a manos llenas, volvió a la superficie y se frotó hasta estar
seguro de que estaba completamente limpio.
Solo entonces se dirigió de vuelta a Bel Air, batiendo las alas a un ritmo
cansado y tranquilo.
En esa ocasión aterrizó a un par de manzanas de la casa y se volvió a
transformar en hombre para poder hacer el resto del camino hacia la extensa
mansión. El sol aún no se había puesto, pero ya estaba lo suficientemente bajo
para haberse ocultado tras las siluetas de las casas de alrededor, creando
profundas sombras a través de los jardines y la calle.
Mientras caminaba, iba admirando los ultra cuidados jardines delanteros
de las otras propiedades de Bel Air. Habló con Pia mentalmente: Me alegro
tanto de que no tengamos tantas flores y plantas “cuchi-cuchi” alrededor de
casa… Jamás me sentiría a gusto transformándome, no fuera a ser que
accidentalmente tirara alguna mierda de esas con la cola o pisoteara algún
rosal.
Qué es exactamente la razón por la que no tenemos nada de eso. Se intuía
una sonrisa en la voz mental de Pia cuando respondió. Entre tú, Liam, los
centinelas y demás Wyr varios, si tuviéramos cualquier tipo de jardín mono,
se convertiría en un nido de porquería en menos de un mes. Y ya que estás
parloteando sobre cuidados de jardín, ¿debería dar por hecho que la
situación de ahí fuera ya está solucionada?
Sí, deberías hacerlo. Voy caminando hacia casa de Tatiana. Luego te lo
cuento. Hizo una pausa. No se había tenido que ocupar de nada relativo al
diseño del interior de su casa ni tampoco del paisajismo. Pia se había ocupado
de eso y lo había estudiado todo muy cuidadosamente. Así que le dijo: Eres
una mujer sabia.
La voz de Pia se dulcificó de placer. Tengo mis momentos, ¿verdad?
Aunque bueno… también tengo otros momentos. Dragos, tengo que
confesarte una cosa. Tatiana me ha hecho el tercer grado sobre lo de tu
pérdida de memoria y no he sido capaz de encontrar la forma de no admitir
la verdad.
Vaya, joder, suspiró Dragos, que sintió un breve impulso de ganas de
estrangular a la reina de los Fae de Luz. ¿Cuánto sabe?
Bueno… más o menos una versión abreviada de todo. Nunca le hubiera
contado nada voluntariamente, pero ella ya se imaginaba que en realidad el
contagio no había afectado a tu capacidad intelectual. Me contó una historia
tremenda, sobre como Isabeau y ella se separaron y también algo acerca del
tiempo que tú pasaste en la Corte Seelie.
Dragos luchó brevemente contra su propio orgullo y ganó el pragmatismo.
¿Te dio alguna pista acerca de lo que hacía yo en la Corte de Isabeau?
La verdad es que no. Se permitió hacer algunas especulaciones, pero no
sabía nada con seguridad. Dijo que Isabeau y tú teníais un cierto coqueteo,
pero que os poníais tensos cuando estabais juntos. No sabía si llegasteis a ser
amantes en algún momento, ni siquiera si os separasteis amigablemente.
Mientras Pia hablaba, Dragos se fue acercando hasta que la casa de
Tatiana se hizo visible.
No recuerdo a ninguna amante aparte de ti, le dijo.
No te creo.
Es verdad. Recuerdo el hecho de tener otras amantes, pero todos los
recuerdos reales, viscerales, cualquier emoción, se han desvanecido. Esas
amantes lo fueron de otra persona, del hombre que era antes de conocerte.
Pia había salido al jardín. Eva y un par de concentrados guardias Fae de
Luz estaban con ella, pero como estos en realidad estaban cuidando de ella,
no le importó demasiado. Cuando le vieron, no sacaron las armas. Otro
triunfo de ese día.
Pia le localizó a la vez. Dragos empezó a andar más rápido y ella se sujetó
la falda con una mano y echó a correr. Voló por el camino de acceso y la
entusiasta luz de su rostro lo fue todo para él.
Pia chocó contra Dragos con todas sus fuerzas, rodeándole el cuello con
los brazos. Riendo, Dragos plantó los pies firmemente para absorber el
impacto y la abrazó con fuerza. Ella casi le estrangula por la intensidad con la
que se enroscó a él y Dragos era consciente de que estaba a punto de romperle
las costillas.
Dragos enterró el rostro en el cuello de Pia y gruñó:
—Como odiaba no poder tocarte.
—Lo sé, yo me sentía igual —le acarició el cuello y los hombros con
ansia—. ¿Estás bien? ¿Y Quentin y Aryal… están bien?
—Están bien. Y por lo que ha dicho Aryal, creo que Shane también está
bien, pero no sé nada sobre sus hombres —Dragos enterró la cara en el
cabello de Pia y la apretó hasta que ella protestó y él aflojó—. Vamos,
vayamos dentro. Así lo cuento todo solo una vez.
Juntos, se volvieron y caminaron hacia la casa. Él mantenía el brazo
alrededor de los hombros de Pia, que le rodeó la cintura con un brazo y le
comunicó telepáticamente: Me he puesto la inyección.
Dragos ya no estaba preocupado por eso, pero aun así, la confirmación le
puso de buen humor. Bien. Eso significa que te vas a encontrar cansada y
dolorida, ¿o ya lo estás?
Estoy bastante cansada, admitió ella.
Ella nunca se quejaba por eso. Ni una vez. Todo lo que decía sobre el
embarazo estaba cargado de actitud positiva y ganas de recibir a su nuevo
bebé. Así que Dragos replicó, Doy por hecho que también estás dolorida.
Pia se encogió de hombros. Estoy bien.
Él rodeó sus hombros con más fuerza y dijo en alto:
—Eso quiere decir que tienes que irte pronto a la cama. ¿Ves? Puedo
adivinar tus mensajes codificados.
Ella le lanzó una mirada sonriente.
Tatiana en persona les recibió en la puerta justo cuando se disponían a
entrar. Sonrió a Dragos.
—Bailey me lo acaba de contar. Aún tienen que explorar algunas zonas,
pero cree que la oleada ya ha pasado.
—Es verdad —admitió Dragos.
—Vamos al salón y cuéntame lo que ha pasado —Tatiana se dio la vuelta
y abrió la marcha hacia el fondo de la casa.
Sentado en uno de los sofás, con Pia acurrucada a su lado, Dragos les
contó a ambas como había sido su encuentro con Morgan y como había
destruido el amuleto.
—No entiendo cómo ha sido capaz de liberar una cosa así en el mundo —
murmuró Tatiana con gesto asqueado—. Hemos esquivado la catástrofe por
muy poco. Y aun así he perdido a cientos de los míos.
Dragos sentía que estaba a punto de recordar algo e hizo una pausa,
esperando por si la sensación producía algún resultado. Parecía un recuerdo…
o casi. Pero un instante más tarde, la sensación se evaporó. Sacudió la cabeza
con frustración.
—Isabeau tiene que morir —dijo bruscamente. Besó brevemente la frente
de Pia, que tenía la cabeza apoyada en su hombro—. Pero claro, tanta gente
tendría que hacerlo. Y la única realidad es que está muy bien protegida. Tiene
un control total sobre su Otra Tierra y al parecer, sus sabuesos le son
completamente leales. Y Morgan es… formidable. Nunca llegaré a entender
como esos obsesos son capaces de convocar ese tipo de lealtad tan fanática.
—Bueno, tiene una ración más que considerable del carisma de los Fae de
Luz, que supongo que ayuda —Tatiana posó la mirada en Pia.
Repentinamente su expresión se suavizó y sonrió. Miró a Dragos y se puso un
dedo en los labios.
Él arqueó las cejas y luego inclinó la cabeza para ver la cara de Pia, que se
había quedado profundamente dormida. Sus pestañas hacían largas sombras
sobre la curva de sus mejillas y tenía laxos los labios suaves y llenos.
—También me acuerdo de esos días, de cuando estaba embarazada —
murmuró Tatiana.
—Tatiana —dijo en voz baja y tranquila para no molestar a su mujer
dormida—, como pretendas echarme esta noche, destrozar Bel Air delante de
tus narices va a convertirse en mi misión personal.
—No se me ocurriría —respondió Tatiana tranquilamente—. Hoy nos has
ayudado una barbaridad y te estoy muy agradecida. Seguimos teniendo que
respetar las condiciones del pacto, pero seguro que podemos pasar porque te
quedes una noche aquí. Y francamente, lo que hagas el resto de la semana no
es asunto mío. Desde luego, no voy a estar espiándote, si se diera el caso de
que Pia y tú os encontrarais en alguna parte mientras ella entra y sale esta
semana.
—Gracias —dijo Dragos, relajándose.
—Por esta noche, haré que uno de mis guardias te muestre su suite.
La reina se puso en pie y él levantó en sus brazos el cuerpo suave y cálido
de Pia al ponerse en pie. Entonces se detuvo. Otra cosa, dijo telepáticamente.
Tatiana también se detuvo y le miró expectante.
Deja de intentar sacar a mi mujer cuál es su forma Wyr, dijo lanzándole
una de sus miradas más duras de advertencia. Lo digo en serio, Tatiana.
Déjala en paz con ese tema. Me contó que se lo preguntaste en D.C. Su forma
Wyr es tímida por naturaleza y, al principio de nuestro emparejamiento, para
ella era muy estresante plantearse estar conmigo. Renunció a muchas cosas
para convertirse en mi compañera. Tuvo que adaptarse a estar bajo los focos
y no voy a consentir que se le presione ni se le acose sobre ello.
La reina de los Fae de Luz frunció los labios en un mohín de disgusto. Oh,
muy bien. Hizo una pausa. Por cierto, he recibido un informe preliminar de
mis médicos, los que están estudiando tus muestras de sangre. Están bastante
alucinados con lo que están encontrando. Creen que han conseguido aislar la
infección y que podrían conseguir desarrollar algo a partir de ello, cosa que
resultaría de inmensa utilidad si hubiera otros brotes. Además, al parecer tu
sangre es intensamente mágica por naturaleza, aunque eso no le ha
sorprendido a nadie. Y hay algo más, algo verdaderamente único, de lo que
no saben que pensar.
Pia ya había empezado a intentar curarle antes de que le sacaran sangre.
¿Sería algo de ella o algo inherente a él mismo? ¿Le habría curado Pia
después de todo?
Quizás el protocolo suprimiera su naturaleza, pero no lo hiciera por
completo. A lo mejor la sangre de Pia había funcionado, aunque lentamente.
O quizá él mismo había vencido los efectos del contagio.
Nunca lo sabrían con seguridad.
Por el momento, cargó de ironía su voz mental. Dime, ¿tus médicos
habían analizado sangre de dragón antes?
Tatiana frunció las cejas. Sabes que no.
Él espetó. Entonces, evidentemente es única.
Ladeando la cabeza, ella sonrió secamente. Ahí tienes razón.
Dragos se dirigió mentalmente a Grym. Me dicen que ya han aislado la
infección.
Sí que lo han hecho y en un tiempo record, dijo Grym. Ahora mismo hay
un ambiente de celebración en este laboratorio.
Pues entonces hay que destruir las muestras de sangre. Asegúrate de que
las incineran, que no quede ni una sola célula.
Está hecho. Ay, verás cuanto lloriqueo y cuanto chirriar de dientes vamos
a tener en un momento.
Dragos sonrió para sí. No habían mantenido todos y cada uno de sus
secretos. Pero habían conseguido conservar el más importante de todos.
Entonces Tatiana llegó a la puerta, la abrió y Dragos acarreó a Pia a través
del vestíbulo hacia su suite.

* *
Pia recorría su camino favorito, disfrutando de los colores del otoño.
Un momento. Esto ya lo había hecho antes. Cuando el recuerdo la golpeó,
se dio cuenta de que estaba soñando.
Ladeando la cabeza, caminó despacio, tratando de escuchar un susurro
leve y cauteloso. Claro que sí, podía oírlo, detrás de ella, un poco a la
izquierda.
No se dio la vuelta ni hizo nada que pudiera ahuyentar a su sombrita. En
lugar de eso, pretendiendo ignorarlo, continuó andando despacio, pensando.
No tardó en llegar a una zona en donde el camino se ampliaba y el terreno
se hacía más llano hasta formar un prado de alta hierba en la cima de un risco
con vistas a una larga pendiente, una pendiente que acababa por conducir a su
casa, que estaba medio escondida por los árboles que la rodeaban. Más allá de
la casa se entreveía el brillo liso y azul de un lago cercano.
Paseando por el pequeño prado, Pia eligió un punto y se sentó en el suelo
con las piernas cruzadas a contemplar el campo. El paisaje era precioso, con
colinas redondeadas cubiertas por los brillantes colores, dorado y bermellón,
de la vegetación de otoño. Pia lo adoraba todo de la zona norte de Nueva York
en otoño.
Parecía que un leve murmullo se acercaba. Pia se sintió muy feliz.
Ladeando la cabeza, prestó atención a los leves y cautelosos sonidos que oía
tras ella, intentando no reírse. ¿Qué iría a hacer su sombrita a continuación?
Algo afilado la tocó en la parte baja de la espalda, sobre el riñón
izquierdo. Se pasó una mano por detrás para mover el palo, o la paja o lo que
quiera que fuera, pero no encontró más que aire.
Hum.
Ese algo afilado la tocó de nuevo.
Moviéndose despacio, para no ahuyentar a la recelosa sombrita, Pia se
giró para mirar por encima de su hombro.
Bajo la esbelta aguja de un cuerno, un par de fieros ojos dorados le
devolvían la mirada.
Oh, cielo santo. Se quedó inmóvil. No se atrevía siquiera a respirar.
La criaturita que se encontraba justo detrás de su hombro era… era…
Era pequeño como un potro recién nacido, todo patas desgarbadas, la
cabeza demasiado grande y un estrecho cuerpecillo nervioso. Era de color
bronce oscuro, casi exactamente del mismo tono que Dragos en su forma de
dragón, con los colores oscureciéndose hasta volverse casi negro en patas,
nariz y cola.
Y tenía ese esbelto cuerno en mitad de la frente. Un cuerno que crecería y
se afilaría a medida que fuera convirtiéndose en adulto pero, por el momento,
era corto y bien proporcionado para los músculos cervicales en desarrollo de
un bebé.
—Ay, Tortuguita -susurró Pia—. Eres tan precioso.
Y tan atemorizante.
Esa era la criatura que portaba el fiero Poder que Liam había percibido.
Esos ojos, ese color, eran tan parecidos a los de Dragos. Si su personalidad
era tan salvaje como su Poder, iba a tener un señor carácter. Un carácter que
podría incluso anular los instintos propios de su naturaleza Wyr. Unos
instintos que le urgirían a correr a esconderse o a tomar el camino menos
obvio para evitar ser detectado y ponerse en peligro.
Agitando la cola, Tortuguita inclinó la cabeza para mordisquear la hierba
amarillenta. Mientras se comportaba como si estuviera distraído, con mucho,
mucho cuidado, Pia tensó los músculos del estómago y se inclinó hacia atrás
para ver si podía entrever algo entre las patas delgadas y desgarbadas.
Ay, Dios. Tortuguita era macho. El placer, la admiración y el más puro
terror recorrieron la cabeza de Pia como una alarma con tres timbres.
Ella susurró:
—¿Te parece bien si te cojo en brazos, cariño?
Al oír su voz, Tortuguita meneó una oreja pero no pareció prestar más
atención. Con movimientos lentos y suaves, Pia se giró para acariciarle el
cuello. Tenía el cuerpo de un potro recién nacido, pero llevaba la promesa de
su Poder en el regio arco de su cuello y la profundidad y anchura de su pecho.
Pia sabía que sería rápido. Más rápido que cualquiera; y que sería capaz
de correr durante kilómetros sin cansarse. Lo veía con toda claridad con su
ojo mental. Desde luego, tendría el don de la velocidad, pero en lugar de
correr para alejarse del peligro, correría directamente hacia él.
Tortuguita se movió como para mordisquear otro trocito de hierba. Pero
también aceró el cuello más cerca de la mano de Pia, que pudo acariciar un
poco más de piel.
—Ya veo de lo que vas, hombrecito —ronroneó bajito Pia—. Y ya sé que
te va a gustar guardar tus secretos. ¿Vas a ser igual de escurridizo que tu
papá?
Él dejó escapar un resoplido, como mostrando su acuerdo y ella no pudo
contenerse más tiempo. Le rodeó con los brazos, le cogió y le acercó a ella. Él
no protestó ni se resistió. Cuando Pia le depositó en su regazo, él plegó esas
patas ridículamente largas y metió la cabeza en el hueco del brazo de ella. Pia
se inclinó sobre él y enterró la cara en el grueso y áspero pelaje de su crin.
Qué curioso cómo funciona el amor. Cacahuete le robó el corazón y
adoraba a Liam con todo su ser. Ahora Tortuguita se lo había robado otra vez.
Sus dos hijos eran unos ladrones, pero de alguna manera, Pia notaba que
seguía teniendo el corazón dentro de su pecho, latiendo con fuerza de
asombro y a punto de estallar.
Una mano grande se posó en su cadera, viajó por la curva de su torso y
finalmente terminó en mitad de su pecho. Dragos murmuró en su oído.
—Pia, no pasa nada. Estás teniendo una pesadilla. Despierta.
Ella se sobresaltó y el sueño se evaporó.
—Shhh, tranquilízate —la voz de Dragos era tranquila, profunda y
despreocupada. La besó en la nuca—. El corazón te late a cien por hora.
—Mmmm—graznó Pia, con la voz ronca de sueño. Levantó la cabeza de
la almohada y miró de reojo a su alrededor para saber dónde estaba.
Estaban juntos en la cama, en la suite de la casa de Tatiana. La habitación
estaba a oscuras, luego tenían que estar en mitad de la noche. De alguna
manera su ropa había desaparecido, igual que la de Dragos. Ya sabía quién era
el responsable de eso. Estaban en posición de cucharita bajo los cobertores,
con el cuerpo, más grande y más sólido de él proporcionándole un caparazón
protector.
La postura era tan familiar, tan necesaria que, a pesar de que seguían en el
sur de California, Pia se sintió invadida por una sensación de bienestar, junto
con la impresión de estar en casa.
Ella se estiró, bostezó y se dio la vuelta para acurrucarse más cerca de él.
Apoyó la mejilla en su cálida piel desnuda y dejó que sus dedos recorrieran el
vello oscuro y sedoso que recorría su amplio pecho desnudo.
Dragos le acarició un lado de la cara y ella se sintió cómoda, relajada,
completamente protegida y rodeada.
—¿Sabe Tatiana que estás aquí? —murmuró.
—Sí -la voz profunda de Dragos provocó un murmullo sordo en su pecho
—. Los dos estuvimos de acuerdo en que las circunstancias del día habían
sido lo suficientemente inusuales como para que nadie tuviera problemas con
que yo pasara la noche aquí. ¿Te sientes capaz de continuar el resto de la
semana con ella? Podemos cancelar todo este tema y marcharnos a casa por la
mañana, si lo prefieres así.
—¿Y tener que volver otra vez? Ni en sueños —bostezó de nuevo y se
frotó los ojos—. Solo quedan seis días y luego todo este maldito asunto habrá
terminado. Claro que me estremezco de pensar en lo que nos puede aguardar
mañana. ¿Qué crees tú: inundaciones, incendios o actos divinos?
Dragos resopló y la besó en la frente.
—¿Qué estabas soñando?
Al recordarlo, Pia sonrió con un ligero ronroneo sin palabras.
—No era una pesadilla. Estaba soñando con Tortuguita.
—¿En serio? —su voz sonaba sonriente—. Pues entonces siento haberte
despertado. Tenías el corazón tan acelerado que me he despertado yo.
—No pasa nada —Pia frotó el rostro contra la piel de Dragos y murmuró
en su cabeza, ¿Quieres saber lo que estaba soñando o prefieres que sea una
sorpresa?
Puedes sorprenderme ahora mismo. La hizo tumbarse de nuevo y la besó
suavemente.
Telepatizar en la cama era una de las cosas favoritas de Pia. Podían
mantener conversaciones enteras sin dejar de besarse como adolescentes
calientes. El único problema solía ser que acababa por perder el hilo de sus
pensamientos. Eso y que, a menudo, sus habilidades verbales degeneraban en
cosas como: Mierda puta, vuelve a hacer eso. ¡Dios! Ah… qué bien… por
favor… por favor…
Sonriendo al pensarlo, colocó una mano entre los labios de ambos para
evitar distraerse y empezar a decir incoherencias. Tortuguita es un
maravilloso, receloso y escurridizo chavalín. Tiene tu color y mi forma Wyr. Y
por lo que Liam pudo captar, posiblemente tu Poder y tu temperamento, le
contó.
Dragos se quedó helado. Pia casi podía sentir como giraban los engranajes
dentro de su cabeza. Un momento después dijo, Dioses Benditos.
Pia se sintió aterrorizada de felicidad. Se mordió la lengua y siseó como
una botella de champán recién abierta. Criar a ese niño nos va a matar.
Por todos los dioses, musitó Dragos. Solo pensar en ello podría matarme.
No puedo esperar para conocer a ese mocosete. Suena impresionante.
Lo es y no puedo esperar para que le conozcas. Se puso seria y le rodeó el
cuello con los brazos. Me alegro tanto de que no te convirtieras. Creo que
hoy me he vuelto un poco loca. Se me han ocurrido un montón de ideas
increíblemente locas como convertir nuestro sótano en una gran celda y
mantenerte allí encadenado hasta que diera a luz a Tortuguita para poder
intentar curarte entonces.
Está bien. Ahora todo está bien. La estrechó fuerte entre sus brazos. ¿Qué
recuerdas de lo que le he contado a Tatiana?
No mucho. Enterró la cara contra él para inhalar su aroma limpio y
saludable. Me dormí a los pocos minutos de sentarme en el sofá.
Con unas pocas frases rápidas y concisas, Dragos la informó de la
conversación. El laboratorio ha conseguido aislar la infección y Grym me
informó hace unos cuarenta y cinco minutos de que había destruido
personalmente todas las muestras de mi sangre. Quentin y Aryal siguen fuera
con Shane. Están peinando los barrios calle a calle, pero hace ya varias
horas que no encuentran más infectados. Por ahora preferimos pasarnos de
cautos antes de dar la búsqueda por terminada.
Pia yacía inmóvil, reflexionando sobre las noticias, ¿Estás seguro de que
Morgan se ha ido?
Estoy seguro de que sí, después de entregarme el amuleto. Me dijo que ya
había hecho lo que le habían ordenado. Dragos hizo una pausa. Su voz se
tornó más oscura y más áspera. Tendría que haber sabido quien era. Tendría
que haberme acordado de él. Es muy peligroso, Pia. Atravesó andando e ileso
mi fuego de dragón y bloqueó cada uno de mis intentos de atraparle.
Si no es un Fae de Luz, ¿qué es? ¿Pudiste averiguarlo?
Dragos sacudió la cabeza. Había demasiado fuego a nuestro alrededor,
así que no pude captar su aroma. Solo por su aspecto, creo que tiene algo de
sangre humana. Pero claramente no es del todo humano. Era más rápido y
salta más lejos que cualquier humano.
Ella se estremeció. Ahora comprendo por qué te obsesiona tanto
recuperar tus recuerdos perdidos.
Nunca se sabe. Puede que llegue a recuperar algo.
No sonaba convencido de ello y ella tampoco lo estaba. Cuanto más
tiempo pasara sin que recuperara sus recuerdos, menos probable era que lo
hiciera nunca. La doctora Shaw lo había dejado muy claro. Iban a tener que
vivir con las consecuencias de ese hecho y sentirse agradecido de que hubiera
llegado a recordar tantas cosas.
Dragos se olvidó del tema y se inclinó hacia ella otra vez. Ya basta de
hablar de él. Tenemos lo que queda de esta noche antes de que continúes con
tu semana y tengo intención de aprovecharla.
Ella se rindió contenta al cambio de tema. Oooh, canturreó recorriendo
suavemente con los dedos la poderosa curva de los hombros de Dragos. La
silueta de su cuerpo se veía más oscura que el resto de la habitación, como si
eclipsara la noche y, de entre la parte más oscura de la sombra, Pia entrevió
sus intensos ojos dorados. ¿Qué tienes en mente?
Estaba demasiado oscuro para que ella pudiera verle sonreír, pero pudo
notarlo en su voz. Probablemente demasiadas cosas para el poco tiempo que
tenemos, pero nunca se sabe. Soy un hombre ambicioso.
Dejándose caer en la almohada, Pia suspiró.
—Vamos a llevar a cabo los puntos de tu lista de uno en uno y a ver hasta
donde llegamos.
—Punto uno —gruñó él en voz baja. La intensa sombra se movió y
repentinamente posó su boca sobre la de ella, cálida y exigente.
El deseo se disparó por las venas de Pia, quemando toda lógica y sentido
común. En ese momento, Dragos le podía haber pedido cualquier cosa, que
hubiera aceptado gustosa.
Introduciendo la lengua en su boca, Dragos recorrió con una mano
hambrienta las curvas del cuerpo de ella para luego pellizcar y tironear de uno
de sus pezones con la uña del pulgar y amasando la suave y plena carne de su
pecho mientras la larga dureza de su erección presionaba contra su cadera.
Nunca era aburrido entre ellos. Todas las veces que habían hecho el amor
a lo largo de los últimos dieciocho meses la habían condicionado para asociar
su tacto con un placer tan extremo que todo lo que Dragos tenía que hacer era
tocarla y ofrecerle una de sus intensas sonrisas. El cuerpo de Pia sentía ansia
por el de Dragos y la idea de lo que iban a hacer, de lo que él iba a hacerle…
estaba haciendo que los músculos de los muslos comenzaran a temblar.
Puedo olerlo en ti, musitó Dragos en su oído. Tu excitación. Me hace
sentirme tan hambriento de ti. Y estás mojada, ¿no es cierto?
Ajá, gimoteó ella.
Contoneándose bajo el pesado cuerpo de Dragos, Pia recorrió con su
propia mano toda la extensión de su torso. Su piel caliente era como seda
sobre sus músculos de acero. Cuando los inquisitivos dedos de Pia
encontraron la punta de la polla de Dragos, ambos gimieron. La creciente
excitación de él había producido una perla de humedad en la abertura. Con la
yema del dedo pulgar, ella recogió la gota y la extendió por la amplia cabeza
de la polla hasta que él siseó y la sujetó por la muñeca.
Algunas veces se dejaba provocar por ella, pero otras, como aquella, su
lado dominante tomaba el control. A ella le parecían estupendos cualquiera de
los dos escenarios. Dragos la sujetó por las muñecas a ambos lados de la
cabeza y gruñó telepáticamente, Abre las piernas.
Se sentían hambrientos. Dios, Pia adoraba cuando se ponía gruñón y
autocrático. Arqueándose para frotar su torso contra el de él, acercó los labios
a los de Dragos y susurró:
—Oblígame.
Él se quedó helado. Y a continuación fue como si alguien hubiera tirado
una cerilla a un pozo de gasolina. Todo comenzó a arder.
Haciendo que Pia abriera las piernas, Dragos se situó en su lugar contra la
pelvis de ella. Cuando ella fue a moverse para ayudarle a guiar la erección
hasta su objetivo, Dragos volvió a inmovilizarla por las muñecas, sujetándola
con una de las inmensas manos por encima de la cabeza.
Tanteando la fuerza con la que la sujetaba, ella se retorció para tratar de
liberarse, aunque no del todo firmemente. A Dragos le gustaba cuando ella se
resistía. Llegaba a alguna profunda zona predadora de su naturaleza que
ambos reconocían y valoraban como parte de su extenso repertorio de juegos
amorosos.
Mientras ella se retorcía bajo su peso, el gruñido que escapó de la
garganta de Dragos sonó tan grave y agresivo que a ella se le puso la carne de
gallina. Dios, ese sonido la hizo mojarse como nunca en la vida. Hubiera
querido meterse la polla en la boca y lamerla hasta dejarla seca. Quería que la
penetrara y bombeara sin parar.
Inquieta, trató de rodearle las caderas con las piernas, pero con su mano
libre, Dragos la lanzó contra el colchón. A continuación, manteniéndola
sujeta, se inclinó para chuparle los pechos, primero uno, luego el otro,
pellizcando y provocando las tensas cimas de sus pezones con la lengua con
distintas intensidades provocando así que las sensaciones recorrieran todo el
cuerpo de Pia.
El ansia por su contacto se hizo más difícil de controlar para ella,
creciendo al mismo ritmo en que él la provocaba con la boca. Necesitada
hasta casi sentir dolor, Pia gimió y comenzó a revolverse con más fuerza, pero
él no la liberó.
—Dragos —siseó ella con urgencia.
En respuesta, él retiró la mano de su pelvis.
Solo para taparle la boca con la ancha palma de la mano.
Por supuesto, no la estaba amordazando, en realidad no, puesto que
podían utilizar la telepatía, pero la acción fue tan oscura y primitiva que Pia
estuvo a punto de correrse justo en ese momento, sin que él hubiera llegado
siquiera a tocarle el clítoris.
Estremecida ante su propia respuesta a la maniobra de Dragos, Pia gimió.
Sonó bajo y amortiguado bajo la mano de él. Comenzó a respirar con fuerza y
rápido, Dragos sentía el aire que ella expulsaba por la nariz en expiraciones
intensas y veloces.
Dragos se detuvo. También él respiraba con dificultad. Pia le escuchaba
jadear haciendo un ligero ruido áspero que le decía lo cerca que también él
estaba de perder el control. Dragos le preguntó telepáticamente, ¿estás bien?
¡Casi me corro sin que me toques!, exclamó ella, ¿Cómo quieres que esté
bien?
Dragos aflojó la presión con la que le tapaba la boca. ¿Te duele?
¡Sí! Pia se revolvió contra la mano que la mantenía sujeta por las
muñecas.
Él se inclinó y le murmuró al oído:
—¿Me deseas con desesperación?
Ella gimoteó. ¡Mucho! Dragos, por favor…
Y ocurrió una vez más. El calor entre ambos se hizo tan intenso que sus
habilidades verbales salieron volando por la ventana.
Dragos retiró la mano que cubría la boca de Pia y también liberó sus
muñecas. Deslizándose hacia la cama, murmuró:
—Voy a hacer que te sientas mejor.
Pia sabía lo que se proponía y si permitía que posara la boca en ella, él la
trabajaría hasta que gritara y se corriera sin parar antes de dejarse llevar por
su propio placer. Y aunque adoraba esos momentos, en esa ocasión se sentía
demasiado impaciente y demasiado necesitada.
Antes de que Dragos llevara los labios a su entrepierna, Pia se colocó
sobre manos y rodillas y habló, Te quiero dentro de mí… ahora.
Él veía mejor que ella en la oscuridad. Vio cómo mientras hablaba, se
arqueaba invitadora. Por un momento, el frescor del aire acondicionado lamió
su sobrecalentada piel desnuda. Por su parte, Pia sentía la mirada de Dragos
ardiente como una antorcha. A continuación, la sombra más oscura de la
habitación se situó tras ella para cubrirla con calor y dureza.
Dragos situó la polla en la entrada de Pia, frotándose con los pliegues de
ella, húmedos de pasión. Mientras lo hacía, ella se apoyó en un almohadón
sobre un codo y llevó la otra mano entre sus rodillas para acariciar la rígida
longitud de él. El pene de Dragos saltó ante el contacto.
Soltando un suave juramento entre dientes, Dragos encontró la entrada de
Pia y empujó. Daba igual cuantas veces hicieran el amor, o cuantas se
limitaran a follar como monos, sexo salvaje, animal, sin tapujos, Pia jamás se
cansaba de la sensación de esa polla gruesa y dura penetrándola.
Dragos la sujetó por las caderas y no dejó de empujar hasta que se la
metió hasta la raíz. Se les oía jadear al unísono cuando él le concedió un
momento para adaptarse. Cuando empezó a moverse, ella enterró la cara en el
almohadón para amortiguar los sonidos hambrientos que producía.
Mientras la follaba, Dragos buscó su dolorido clítoris provocándole un
clímax tan abrupto y salvaje que la dejó sin aliento. A veces el placer que le
proporcionaba era casi demasiado
Ella seguía temblando a consecuencia de la fuerza del placer que aun la
recorría, cuando él la mordió en la nuca. Seguía bombeando en su interior, sin
dejar de masajear el centro de su placer. Pia ni siquiera tuvo tiempo de
terminar con el primer clímax cuando el segundo la golpeó. Asida a la
muñeca de Dragos, que seguía trabajándola, Pia se retorcía y se revolvía.
Estaba fuera de sí. Solo era capaz de quedarse junto a él, con la mente
invadida por imágenes y sensaciones eróticas.
Siempre que tenían sexo, follando como los animales que eran o haciendo
el amor con ternura y emoción, ella sabía cuál iba a ser la mirada que
encontrara en sus ojos cuando se corriera, una mezcla de ternura e intensa
satisfacción masculina. También conocía el aspecto de Dragos cuando
alcanzaba el orgasmo, fiero y a menudo inhumano, fuera de su habitual
autocontrol. En la oscuridad, ella vio todos los rostros de Dragos con el ojo de
su mente. Todos eran la cara del hombre que amaba.
Él la mordió con más fuerza, la folló con más fuerza. Pia notaba la presión
de sus dientes en la piel, sabía que dejaría marcas. El leve dolor combinado
con placer la condujo a experimentar un orgasmo más. Esa vez se quedó por
completo falta de aliento. Solo pudo jadear suavemente, temblando.
Entonces él se detuvo, enterrado hasta la raíz en ella. Pia notó como
comenzaba a pulsar y disfrutó de su propio momento de intensa satisfacción
femenina. Poco importaba quienes hubieran sido sus amantes antes que ella
en su larguísima vida, ahora le pertenecía a ella, por completo.
Tuvo que decírselo. Lamiéndose los labios inflamados, musitó:
—Eres mío. Mío.
Él la envolvió con un brazo y le rodeó el cuello con delicadeza,
demostrando su completa posesividad con el gesto. Balanceándose contra la
pelvis de Pia, murmuró contra su nuca:
—Hasta mi último aliento y más allá.
Normalmente era él que llegaba al punto de hacer declaraciones de
posesión y a ella siempre le encantaba. Pero cuando era ella la sentía la
necesidad de reclamarle justo como acababa de hacer, él se entregaba a ella
por completo, sin reservas.
Llena de emoción, alzó los brazos y los pasó por detrás de sí para sujetar a
Dragos por la nuca. Él se dio la vuelta y la besó en los dedos.
—No quiero que te vayas mañana —se quejó Pia suavemente.
Dragos se retiró, se estiró en la cama y la atrajo entre sus brazos. Pia
sentía los músculos como gelatina y se dejó llevar con satisfacción.
Pia se acopló contra Dragos, que la rodeo con sus brazos.
—Solo quedan seis días y yo estaré cerca. Y nuestra noche no ha
terminado aún. Solo vamos a tomarnos un pequeño descansito.
—Suena bien —dijo ella, con la cara contra el hombro de Dragos, lo que
hizo que su voz sonara amortiguada. Pia no tenía claro que fuera capaz de
sentarse derecha y ni pensar en hacer nada tan sofisticado como caminar hasta
el cuarto de baño. La luz inundó la habitación y parpadeó sobresaltada.
Dragos había encendido la lámpara de la mesita de noche—. ¿Por qué has
hecho eso? Se estaba a gusto a oscuras.
—Tengo un regalo para ti —dijo Dragos.
Pia levantó la cabeza y bizqueó.
—¿En qué momento has conseguido encontrar tiempo para hacerme un
regalo?
Dragos sonrió a medias.
—Tengo mis medios.
Estiró uno de los brazos largos y desnudos hasta un montoncito rojo y
negro que había dejado junto al móvil. Cuando separó la primera pieza, Pia se
dio cuenta de que era un collar. ¡Y, oh, señor, qué collar! Sobre sus largos
dedos caían fieros rubíes rojos y chispas de luz.
Al final resultó que, después de todo, Pia sí que encontró las fuerzas para
incorporarse.
—Ay, Dios —exhaló. Extendió las manos y él dejó caer el collar en ellas.
Pia examinó el pájaro de fuego—. Es impresionante. ¿Dónde lo has
conseguido?
—En una tienda de Rodeo Drive —respondió él, con la mirada puesta en
el brillante montón que Pia sujetaba entre las manos—. También lleva
pendientes. Y una pulsera.
—Es alucinante. —Al principio, cuando Dragos le hacía esos regalos tan
excesivos, Pia no se sentía cómoda, pero para él suponía un placer tan sincero
que hacía tiempo que ella dejó a un lado su propia incomodidad. Ahora
simplemente estaba disfrutando de la belleza del collar. Se inclinó hacia
delante y le besó—. Me encanta. ¡Gracias!
—Es un placer. Toma, póntelo. —Dragos se incorporó y la ayudó a
abrocharse el collar. El pájaro de fuego descansaba sobre la base de su
garganta y, cuando ella se volvió hacia él, Dragos esbozó una sonrisa—. Estás
tan preciosa como imaginaba con él puesto.
Pia ya sabía de su predilección por hacerle el amor cuando llevaba joyas
puestas y le sonrió.
—¿Esto está en tu lista de cosas que hacer antes de mañana?
La sonrisa de Dragos se ensanchó.
—Cómo me conoces. Llevo esperando este momento todo el puñetero día.
La expresión de Pia se oscureció ante la mención de lo que había
ocurrido, pero solo durante un instante. Cogió la mano de Dragos y entrelazó
los dedos con lo de él.
—Lo hemos superado.
Él le apretó los dedos.
—Y lo seguiremos haciendo. Lo que el universo nos ponga por delante.
Nos enfrentaremos juntos a cualquier cosa que ocurra.
Lo que Pia sintió fue algo más profundo que la felicidad. Realización,
quizás, junto con un subidón de amor por Dragos tan intenso que se le
llenaron los ojos de lágrimas.
—Siempre lo hacemos.
Él la empujó para que se tumbara y la besó. En mitad del beso la hizo
rodar boca arriba y se tumbó encima de ella. Levantó la cabeza y contempló
el pájaro de fuego que brillaba sobre su piel. Su expresión se tornó decidida.
—Ahora vamos a por el siguiente punto de mi lista —dijo.
—Ay, qué bien —Pia se rindió entusiasta a su beso y luego se rindió a
bastantes cosas más. Fundamentalmente al placer, junto con la risa y más
amor.
Entre sus otras muchas cualidades, su compañero era muy minucioso.

Fin

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