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Yo también quiero un highlander

(Highlanders #3)

Olga Salar
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Epílogo
Sobre la autora
Otras obras de la autora
Yo también quiero un highlander
©1ª Edición. Mayo 2023.
©Olga Salar.
www.olgasalar.com
©Diseño de portada: Maiki Niky Design.

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constituir un delito contra la propiedad intelectual.
“Si no tardas mucho, te espero toda la vida”.
Oscar Wilde.

“El amor es una tortura recíproca”.


Marcel Proust.
Prólogo

Blaine Campbell había esperado que los amigos de Gaia


fueran como ella: amables, cercanos y serenos; y, si bien
coincidían en los dos primeros puntos, el tercero se quedaba
claramente en el aire en lo que a uno de ellos especialmente

correspondía. La matemática, a la que había conocido en la


biblioteca donde trabajaba, cuando fue en busca de inspiración
para dar con un personaje literario romántico con el que
disfrazarse para la fiesta de cumpleaños de una de sus

compañeras, había terminado convirtiéndose en una


inesperada gran amistad. La rubia era una mujer educada y
tranquila, siempre y cuando cierto colega no estuviera cerca de

ella, por lo que esperaba la misma o similar personalidad en


sus amigos.

Sorprendentemente, esa misma noche de la aludida fiesta


de cumpleaños a la que fue invitado por ella, había descubierto
que no tenía nada que ver con el torbellino de personalidades
que habían acogido a Gaia en Edimburgo. Especialmente si
uno se fijaba primero en la pelirroja disfrazada de Cleopatra,

que le había mirado con abierta curiosidad y un poco de


rencor. Sentimiento que le descolocó ya que estaba seguro de
que era la primera vez que se veían.

No obstante, fue rápido en cambiar de opinión. Fia Grant


era encantadora una vez que se dejaba conocer y por algún
motivo que se escapaba a su comprensión, había aceptado a
Blaine con una rapidez asombrosa, dada su primera reacción al
verle.

Lo que destacaba más en ella, además de su cabello rojo, era


la vivacidad con la que se movía y hablaba. Desde el primer
minuto, tras ser presentados, había sido franca con él, directa,

y eso lo había cautivado por completo.

De hecho, su conexión fue tan inmediata como lo había sido


con Gaia. Por ello y sin proponérselo, se había quedado con

Fia el resto de la noche. Que Gaia pasara toda la velada con


Lean, el tipo que la tenía embelesada y molesta a partes

iguales, no había afectado en nada a su presentación entre sus

amistades, que habían sido acogedores por elección y no por


imposición.

Además de Fia también conoció a Isadora, la cumpleañera y

la dueña del pub en el que se celebraba la fiesta. Era española,


igual que Gaia, y del mismo modo que sus amigas, era

guapísima, aunque con un estilo más oscuro. Parecía más


reservada que el resto y era toda cabello negro, grandes ojos y
piel clara.

Y finalmente estaba Duncan, y aunque Blaine no quisiera

admitirlo, ni siquiera para sí mismo, era el que más le había

afectado. Con su cabello rubio arena y sus ojos azules era uno
de los hombres más atractivos que había visto nunca. Además,

como el resto de sus amigas, era cautivador, y, al igual que


estas, lo había recibido con la misma predisposición a aceptar

su amistad.

Blaine se sorprendió de que a pesar de que todos eran


atractivos, amables y amistosos, la chispa de excitación y

emoción solo se le hubiese despertado al conocer a Duncan.

Lamentablemente, este iba disfrazado de Giacomo

Casanova lo que mataba cualquier sueño romántico que


hubiera avivado en Blaine. Su disfraz anunciaba a gritos que

era un playboy al que le gustaban las mujeres y las citas


rápidas sin compromisos de por medio.

Su propio disfraz de Don Juan Tenorio debería haberle dado

una pista de que las cosas no eran siempre lo que parecían,


pero estaba demasiado predispuesto a asumir que no tenía

suerte con las relaciones, como para plantearse que podía estar
presuponiendo demasiado.
Aunque a Blaine le interesaban tanto las mujeres como los

hombres, lo cierto era que sus miradas se detenían más en el

lado masculino que en el femenino.

Fuera como fuese, estaba decidido a disfrutar de la velada y

a no estropear con ilusiones tontas las nuevas amistades que lo


habían recibido con los brazos abiertos.

Hacía mucho tiempo que no salía de fiesta e iba a sacarle el

mayor jugo posible a la noche. Bailó con Fia e incluso con el

propio Duncan, quien se acercó a ellos con total naturalidad.

No obstante, a Blaine no se le escapó la cantidad de miradas


lascivas que el tipo despertaba entre los asistentes. No le

sorprendió que fuera robado de su lado por un grupo de damas

disfrazadas de hadas. Llenas de sonrisas y vestidas de gasa que

mostraba más que insinuaba.

Todas muy bonitas, pero no lo suficiente como para eclipsar

el atractivo de Duncan Cumming.

—Vamos a beber algo —pidió Fia, acercándose a él—.


Estoy agotada.

Sintiéndose también exhausto por el baile, la siguió hasta la

barra en la que esta pidió unos chupitos de tequila. Si por algo

se caracterizaba Blaine era por ser observador y perspicaz, por

lo que no tardó mucho en notar el interés de su nueva amiga


por cierto moreno peligrosamente atractivo que rondaba al
mismo grupo de hadas por el que Duncan los había dejado.

Por todo ello, ni se inmutó cuando Fia le propuso tomarse el

chupito de un modo poco convencional. De hecho, agradeció

el gesto porque le permitió apartar de su mente a cierto rubio

heterosexual al que no podía dejar de mirar.

Una de sus reglas de vida era no colgarse de imposibles. De


hecho, había vivido la experiencia y no estaba dispuesto a

volver a sufrirla. Tal vez por ello había terminado casado con

su mejor amiga. Porque la amaba y era una elección segura. El

problema fue confundir el tipo de amor que sentían el uno por

el otro, y no darse cuenta antes de que todo estallara a su


alrededor.

Por suerte, la ruptura de su matrimonio no había terminado

con su amistad, aunque paradójicamente sí que había alejado a

los que creyó que eran sus amigos. Por lo que, de la noche a la

mañana se quedó solo y sin una red de apoyo.

Lamentablemente, tampoco tenía hermanos, de modo que no


había nadie a quien recurrir cuando necesitaba desahogarse.

Sus padres tampoco eran una opción, ya que vivían lejos, y

Blaine no quería echarles encima sus frustraciones cuando la

distancia les iba a impedir hacer algo más que preocuparse.


De cualquier manera, Blaine apartó todo de su mente y

decidió que por una noche iba a divertirse, lo que fuera que
llegara al día siguiente ya se preocuparía entonces.

—¿Otro chupito? —preguntó Fia, sonriendo.

—¿Por qué no?

—Ya sabía yo que me ibas a gustar —bromeó ella.

—No lo parecía cuando me viste al principio de la noche —

comentó Blaine con una sonrisa traviesa.

Ella no negó que había estado un poco celosa de su amistad

con Gaia, sino que lo asumió con una sonrisa.

—Prométeme que la próxima vez que salgáis a comer Gaia

y tú me llamareis y seremos amigos para toda la vida.

Él rio y asintió con vehemencia.

—¡Hecho!

—Vamos por ese chupito, pues.

Varias horas más tarde, en medio de la bruma que se deslizaba

por su cerebro, Blaine decidió que la noche había sido un éxito


en todos los sentidos. Bailó, se rio, se divirtió, conoció a gente
interesante y estableció amistades que tenían pinta de
convertirse en duraderas. No obstante, lo que más le llamó la
atención al final fue que Duncan no se marchó con ninguna de

las hadas, sino que dejó la fiesta con Fia y con él, ya que los
tres compartieron el transporte para regresar a casa.
Capítulo 1

Cuando Duncan Cumming abrió los ojos lo primero que sintió


fue que le dolía terriblemente la cabeza, lo segundo, que se
moría de sed, y lo tercero, y quizás más importante, que no

estaba en su cama. Ni siquiera se había desplomado en el sofá


de su casa.

Suspiró adolorido. Tampoco era que se tratara de la primera


vez que tenía un encuentro de una noche y se quedaba
dormido en lugar de marcharse antes de que su amante se
despertara. El problema en que se encontraba era que no

recordaba con quién se había marchado de la fiesta de Isadora.


¿Finalmente se había decidido por el hada morena que se
había pasado toda la noche insinuándosele?, ¿o había conocido

a alguien más? No era que no hubiese estado interesado en la


chica, sino que se había propuesto pasar la noche con sus
amigas y celebrar el cumpleaños de Isadora con ellas. Después
de todo, siempre había tiempo para el amor, pensó, a pesar de
que la pequeña parte de su cerebro que todavía era capaz de

funcionar le dijo que ese no era el verdadero motivo por el que


no le había seguido el juego a la morena.
Decidido a afrontar lo que fuera que le esperara al otro lado
de la puerta del dormitorio, se levantó ahogando un gemido
por el dolor que punzaba su cabeza, y se encontró con que solo
llevaba puestos los pantalones cortos hasta la rodilla que
componían su disfraz. Eso no auguraba una agradable noche
de sexo, a no ser que su acompañante hubiera tenido algún
fetiche. Igualmente ¿dónde estaba su anfitriona? Tan mal había

rendido por la borrachera que se había ido de su propia casa


para huir de él. El pensamiento le hizo reír lo que le provocó
una intensa punzada de dolor que le atravesó el cráneo.

Pésima noche o no lo cierto era que se había desecho de la

levita, el chaleco, las medias y la camisa.

Para su sorpresa las encontró perfectamente dobladas

encima de la cómoda del tocador.

Comenzó a sentirse confuso cuando reconoció que los

perfumes y las cremas que allí había eran de hombre. No era

que tuviera ningún problema al respecto. Se sentía atraído


tanto por hombres como por mujeres, el problema radicaba en

que no recordaba haber tonteado con nadie de su mismo sexo.


De hecho, el único tipo al que le había echado el ojo era a

Blaine, el amigo al que Gaia había invitado. No obstante, este

se había pasado toda la noche con Fia, por lo que era poco
probable que tuviera alguna posibilidad con él. Era evidente
que si alguien tenía posibilidades era la pelirroja.

Igualmente, Duncan nunca mezclaba amistad y sexo.

Hacerlo siempre terminaba de la peor manera posible y si se

veía obligado a elegir siempre se quedaría con la amistad.

Con cuidado para no hacer ruido abrió la puerta del


dormitorio. Fuera no se escuchaba ni el más mínimo sonido,

por lo que dudó que hubiera alguien más en la casa. No


obstante, al cruzar el salón notó que había alguien durmiendo

en el sofá. Una maraña de pelo negro llamó su atención, y


como si hubiera notado su presencia, el durmiente se dio la

vuelta mostrando su rostro.

Era evidente que Blaine le había cedido su cama, por lo que

no había ninguna posibilidad de que hubiese sucedido nada


entre ellos. Si en lugar de despertarse en casa de un amigo lo

hubiera hecho en casa de un encuentro casual se habría


marchado sin mirar atrás, pero dado la amabilidad de Blaine

con él, dejó de lado su migraña y su estómago descompuesto y


buscó la cocina con la idea de prepararse café a la espera de

que su nuevo compañero se despertara. Lo menos que podía

hacer era esperar que estuviera en pie para agradecerle su


ayuda y asegurarse de que en su indisposición no hizo nada de

lo que tuviera que arrepentirse.

Por suerte, Blaine tenía la misma cafetera que Duncan, lo

que facilitó la labor ya que últimamente las cafeteras de

cápsulas parecían cohetes espaciales para las que era necesario


el manual de instrucciones.

Sirviéndose una taza tomó asiento en una de las sillas de la

cocina, y abrió la aplicación de comida a domicilio, decidido a

pedir un desayuno que dijera por sí solo «gracias».

Tras pensarlo un poco se decidió por zumo de naranja,

croissants, bagels, huevos revueltos y bacon. No era que


tuviera mucha hambre, sin embargo, sabía que la resaca pedía

comida o de lo contrario no iba a superar el malestar de su

estómago.

No pasaron ni cinco minutos desde que realizó el pedido

cuando Blaine, quien vestía un pantalón de pijama y nada

más… apareció por la cocina restregándose los ojos.

—Buenos días —saludó como si encontrarse a Duncan en


su espacio fuera la cosa más normal del mundo—. ¿Cómo te

encuentras?
Tomo asiento frente a su invitado y bostezó cubriéndose la
boca con la mano.

Duncan sonrió al darse cuenta de que Blaine no era

precisamente una persona madrugadora.

—¿Siempre recibes a todos tus invitados con tan poca

ropa? —preguntó deleitándose con la imagen que tenía

delante.

Blaine era delgado, pero de hombros anchos y músculos


marcados. Era evidente que hacía ejercicio.

Al darse cuenta de cómo podrían ser interpretadas sus

palabras, Duncan se mordió el labio inferior. Lo mejor sería

que se controlase y que dejara de coquetear, por mucho que el

hombre frente a él le inspirara a hacerlo.

—No, solo contigo —respondió Blaine, haciéndole difícil

seguir con su plan de portarse bien.

—Me duele la cabeza y el estómago —se quejó,


respondiendo a su pregunta anterior decidido a cambiar de

tema—. Por lo demás un poco confundido. ¿Cómo acabé aquí?

Blaine se había levantado y tras hurgar en los cajones y

servir un vaso de agua regresó con un par de aspirinas que le

tendió junto con la bebida.


—Te quedaste dormido en el taxi después de dejar a Fia, y

no sabía dónde vivías. Además, con la ropa que vestías ni


siquiera llevabas cartera para comprobar tu dirección. De

hecho, tampoco llevabas llaves con las que entrar a tu casa —

se encogió de hombros—. Sé que los móviles de última

generación hacen casi de todo, pero hasta donde yo sé, todavía

no abren puertas. Mis opciones eran: traerte a casa o dejarte en


la calle. Opté por ser un buen samaritano y acogerte.

Duncan rio de buena gana. No conocía a Blaine, pero el

poco tiempo que había pasado en su compañía podía decir que,

además de su aspecto, también le gustaba su forma de ser.

—Lo puse todo en la bolsa de ropa que dejé en el maletero

del coche. Supongo que Isadora se quedó con mis llaves,


temerosa de que decidiera conducir —bufó—, como si fuera a

hacer semejante estupidez después de haber bebido.

—No creo que lo pensara siquiera. Se quedó con tus llaves

por inercia. Ya sabes, es lo que haces cuando alguien te

importa.

—Espero que no te importe a ti que me haya hecho un café.

—Para nada. Dame cinco minutos que me prepare yo uno


también, otros cinco para que me haga efecto y te prometo que
cocinaré algo para desayunar. Lo mejor para la resaca es una
buena comida grasienta.

—Siento que somos almas gemelas —rio Duncan—, pero


no hace falta. He pedido un desayuno completo que está a

punto de llegar.

—Suena bien —comentó Blaine arrastrándose hasta su

cafetera.

Cinco minutos después sonó el timbre y Blaine se apresuró

a ponerse de pie para ir a abrir la puerta, hasta que Duncan lo


detuvo a medio camino.

—¿Crees que es buena idea que abras medio desnudo?

—Creo que es mejor que me vean el pecho a que te vean a


ti que parece que te has escapado de un cuadro del siglo

XVIII. No todo el mundo entiende los kinks.

—Puede que tengas un punto ahí —rio el arquitecto.

Definitivamente le gustaba Blaine, decidió viéndole


caminar fuera de la cocina. Era guapo, con un humor
inteligente, divertido y lamentablemente para su cordura, muy,

muy sexi.
La comida entró mucho mejor de lo que Blaine había

esperado. No había bebido mucho por lo que apenas tenía


resaca. No obstante, a pesar del dolor de estómago del que
Duncan se quejaba, entre los dos devoraron todo lo que les

llevaron.

—Creo que voy a tener que molestarte para que me dejes

algo de ropa. No habría tenido ningún problema en coger un


taxi a primera hora vestido así para ir a casa, pero en este
momento con las calles llenas… es un no.

Blaine rio divertido.

—Haré algo mejor. Te dejaré ducharte, te prestaré ropa y te

llevaré hasta el pub de Isadora.

—¡Lo había olvidado! No puedo entrar en mi casa hasta que

ella me dé las llaves de mi coche —se llevó las manos a las


sienes y se las masajeó—. Creo que voy a aceptar tu oferta.

—Buena elección —bromeó Blaine—. Por cierto, hablando


de Isadora. ¿Está saliendo con Daniel? No quise ser demasiado
curioso y preguntar, ya que ellos no dijeron nada y parecían

muy discretos al respecto, pero…

—¿Cómo dices?

—¿Eso es un no?
—Eso es un no tengo ni idea de lo que estás hablado».

Cuéntame más.

Blaine sonrió divertido. Normalmente era alguien perspicaz,

pero no esperaba que el mejor amigo de la protagonista se


viera tan perplejo al escuchar sus suposiciones. Por otro lado,
estaba bastante seguro de lo que había visto, por lo que no

dudaba que allí hubiera algo.

—De acuerdo, pero no he preguntado a los implicados, de

modo que solo es mi impresión, aunque he de decirte que


tengo muy buen ojo para estas cosas.

Duncan bufó bromeando.

—¡Dispara!

Después de que Blaine le comentara lo que había visto,


Duncan pareció pensarlo unos segundos antes de sorprenderle
respondiendo:

—Diría que no lo creo dado que Isadora es una de mis


mejores amigas y jamás me ha dicho nada, pero pareces tan

convencido que lo dejaré en que voy a tener que investigarlo.

—No puedo asegurar que estén juntos —argumentó, muy

serio—, pero es evidente que hay un interés mutuo. Tal vez


Isadora no te ha comentado nada porque oficialmente no hay
nada que contar.

—Puede ser.

—Espero no haber metido la pata —se lamentó.

—No te preocupes por eso. Mi amistad con ella es a prueba

de balas —dijo con una sonrisa y un guiño, y Blaine pensó que


cuando sonreía pasaba de guapo a irresistible.

— En cualquier caso, no menciones que he sido yo quien te


ha puesto tras la pista, por favor — pidió con un adorable
puchero en los labios.

Duncan se quedó sin aliento unos segundos. Siempre había


pensado que cuando finalmente decidiera establecerse lo haría

con una mujer, no por ningún tipo de homofobia interna, sino


porque eso era lo que siempre le había inculcado su madre.

Una mujer que, aunque aparentemente lo aceptaba sin


reservas, siempre mencionaba que, ya que se sentía atraído por
ambos géneros, lo mejor para él era que buscara a la definitiva

entre el sexo opuesto, ya que eso le garantizaba poder formar


una familia del modo tradicional.

Duncan lo había escuchado tantas veces desde que salió


ante su familia a los dieciséis años que ni siquiera se daba
cuenta de lo equivocado y ofensivo que era el comentario, no
solo porque el amor no se imponía, sino por todo lo que
implicaba lo que su madre sugería.

Y, aunque de joven había luchado contra esa imposición,


con el tiempo había terminado por asimilarlo. Después de todo

su progenitora, a diferencia de otros padres, respetaba quién


era y lo amaba incondicionalmente, ¿no?

Fuera como fuera, Duncan supo que el único motivo por el


que podría cumplir su palabra a su madre era porque no tenía
ninguna posibilidad de que Blaine le correspondiera.
Capítulo 2

Blaine entró en la biblioteca el lunes antes de que sus


compañeros hubieran llegado. Ya había dejado sus cosas en su
despacho, por lo que se dispuso a encender las luces y a

disfrutar de la paz que le hacía sentir estar en medio de aquel


gran santuario, rodeado de conocimiento y acompañado por el
silencio.

Se había pasado el fin de semana inquieto. Ni siquiera la


lectura había logrado apartar de su mente a cierto rubio con el
que inesperadamente había pasado el sábado.

Al final, había terminado prestándole ropa a Duncan, quien

se había duchado y cambiado en su casa, lo que justificaba que

Blaine apenas pudiera contenerse al darse cuenta de que olía


como a él. La posesividad que sintió al notar su aroma en su
piel y cabello le asustó más de lo que estaba dispuesto a
admitir.

Tras asearse ambos, Blaine le llevó al pub de Isadora para


que recuperara sus llaves, pero en lugar de regresar a casa
como había previsto, se quedó con ellos almorzando y
alargando la sobremesa hasta más allá de lo que su cansancio
le permitió.

Durante ese tiempo, Isadora había estado yendo y viniendo


mientras se ocupaba de su negocio, no obstante, el
bibliotecario había estado tan fascinado por Duncan que ni
siquiera le importó.

Después de eso, había dejado que este lo convenciera y


aceptó salir a cenar con él. No como una cita, propiamente
dicha, sino como un par de amigos que compartían una
comida.

Mientras se duchaba y se preparaba para la ocasión, se

cuestionó si había sido buena idea aceptar que Duncan


condujera. Tampoco era que fuera a matarle pedir un taxi para

regresar a su casa, pero la idea de que Duncan encontrara una


pareja con la que irse a casa le molestó más de lo que debería.

Afortunadamente para su salud mental, su crush secreto y

prohibido lo dejó en la puerta de casa después de haber

rechazado todas las insinuaciones que recibió mientras


bailaban en el club al que fueron tras la cena. Blaine se

cuestionó si lo había hecho solo porque él mismo había sido


amable, pero tajante con la rubia que se empeñó en invitarle a

una copa y en sacarlo a bailar.


Sacudió la cabeza, decidido a dejar de pensar en él.

—Buenos días, jefe —saludó Polly, sacándole de sus


pensamientos.

Se había cambiado el color del cabello, que ya no era verde

desvaído sino rosa intenso.

—Me gusta tu nuevo color de pelo —respondió con una


sonrisa.

—Gracias —se lo atusó con coquetería—, necesitaba un

cambio.

Blaine sonrió un poco no queriendo parecer que se burlaba

de ella, ya que Polly siempre cambiaba el color de su cabello


cada vez que alguna de sus relaciones salía mal. Lo que era

bastante a menudo, ya que estaba a la búsqueda del que ella


denominaba «el definitivo».

Aunque alguno de sus compañeros parecía tomar a risa su

actitud, Blaine la comprendía perfectamente. Tras el fracaso de


su matrimonio, él mismo había sentido que era culpa suya y

que tenía que arreglarse. Cambiar lo que estaba mal para que

su siguiente relación fuera la definitiva. Con el tiempo, se dio


cuenta de que no había nada que arreglar más que la visión

que tenía de sí mismo. Las cosas con su esposa no habían


funcionado porque, de algún modo, ambos habían confundido

su amistad con algo que no era real.

—¿Vamos a por un café? —propuso Polly—, necesito mi

dosis matutina antes de que aparezca Jane y trate de

amargarnos el día a todos.

—No seas así —protestó, aun así, la siguió hasta la sala


común—. Jane es… un poco estricta, pero no es una mala

persona.

—No he dicho que sea mala per se. Es una aguafiestas

estirada, que no es lo mismo que mala.

Aunque trató de aguantarse las ganas de reír, fracasó por lo

que se encontró agarrándose el estómago que empezaba a


punzarle por las carcajadas.

Polly lo había dicho tan seria que su expresión junto con su

declaración le hicieron reír.

—Menos mal que no crees que sea mala —apuntó cuando

pudo hablar.

Polly se encogió de hombros con una risita traviesa.

—Solo soy sincera.

Dejaron el tema mientras sacaban un café de la máquina.

Aunque tenían una cafetera, ninguno de los dos tenía ganas de


prepararlo, por lo que optaron por el café que sabía a rayos,
pero que era rápido y automático.

—¿Crees que somos masoquistas? —preguntó Polly, tras

dar un sorbo a su vaso y poner una exagerada cara de asco.

Blaine negó con vehemencia.

—Creo que somos vagos y que encima es lunes.

—Puede que tengas razón —se rio Polly—, vagos nos

representa mejor.

Poco a poco fueron llegando el resto de los trabajadores de

la biblioteca y se abrieron sus puertas, dando paso a que los


estudiantes entraran y salieran durante todo el día, bien

buscando material para sus clases o bien ocupando la sala de

estudio.

Como siempre, la jornada se le pasó volando a Blaine y

cuando se dio cuenta era hora de comer. Iba a preguntarle a

Polly si tenía planes, cuando una cara conocida asomó la


cabeza por entre las estanterías.

El corazón de Blaine se aceleró y las manos comenzaron a

sudarle. Jamás se hubiese esperado que Duncan fuera a verle

al trabajo. El pensamiento de que había ido hasta allí por él se

escapó con tanta velocidad como había llegado. Tenía que


haber otro motivo por el que estaba allí. El más probable era

que hubiese ido para buscar información sobre algún asunto de


su trabajo. Estaban en la biblioteca general de la universidad,

por lo que contenía todas las materias que se impartían en esta.

Recordándose que Duncan era solo un amigo se acercó a él

con una sonrisa educada.

Ni siquiera tuvo que decir nada. Fue Duncan quien tomó la

iniciativa:

—¿Ya has comido?

La pregunta le pilló por sorpresa.

—No, todavía no.

—Perfecto, vamos.

—¿A dónde?

—A comer. ¿Dónde si no?

—De acuerdo. Deja que pase por mi despacho y coja mis


cosas.

Le hizo un gesto para que pasara delante y lo siguió por la

sala hasta que salieron de esta y se encaminaron por un pasillo

que Duncan no había visto, hasta el despacho de Blaine.


Este no quiso darle mayor importancia a la visita. Estaba
seguro de que Duncan propondría que pasaran a por Gaia y Fia

para que los acompañaran.

—Vas a tener que darme tu número de teléfono —pidió

Duncan—. He tenido que venir hasta aquí para invitarte a salir


—dijo con una sonrisa.

—Es cierto —reconoció—, solo tengo el número de Gaia.


Ni siquiera pensé en preguntarle a Fia el suyo.

Duncan le guiñó el ojo.

—¿Fia?, ¿hay algo que quieras contarme?, ¿te gusta?

Blaine rio de buena gana antes de responder.

—Me gusta. Me gusta mucho, pero no del modo que


insinúas. Aunque parezca raro ninguna de las chicas me atrae

de ese modo. Desde el instante en que las conocí mi cerebro


las encasilló como amigas —se encogió de hombros con una

sonrisa tímida.

—Es lo mejor. Mezclar amor y amistad siempre es un


desastre —comentó Duncan muy serio.

—Supongo que tienes razón.

—¡La tengo! Y si me das tu número prometo compartir

contigo el de las chicas —lo dijo en un tono de broma que hizo


que la tensión de Blaine se esfumara un poco—. Así estaremos

todos comunicados. Como amigos —apostilló con un guiño


burlón.

—¡Trato hecho!

No pasaron a recoger nadie, sino que fueron ellos dos los

únicos en la mesa del restaurante. Si no comenzaba a marcar


distancias en su cabeza, Blaine supo que iba a terminar

colgado de Duncan. Era demasiado fácil confundir sus detalles


y sus gestos amables con algo más de lo que era en realidad,
una simple amistad entre los dos únicos chicos del grupo

mayoritariamente femenino.

Y Blaine no estaba dispuesto a fastidiarla enamorándose de

un hombre heterosexual, que, además, era su amigo. Porque si


se dejaba llevar por sus absurdas fantasías iba a tener que

alejarse, no solo de él, sino también de las maravillosas


mujeres que había conocido y le habían acogido con afecto y
amistad.
Capítulo 3

Duncan había cumplido su palabra y añadió a Blaine al grupo


de WhatsApp que tenía con las chicas, de modo que los
teléfonos fueron compartidos entre todos sin problemas.

Por su parte, Duncan había seguido manteniendo el


contacto directo con Blaine, enviándole mensajes fuera del

grupo, llamándole para charlar y apareciendo por la biblioteca,


aunque fuera solo para compartir un café, cuando el trabajo le
pillaba cerca de esta.

Blaine por otro lado, se había presentado varias veces en la


facultad de ciencias para comer con Gaia y con Fia, quienes

insistían en que fuera a verlas, y del mismo modo, se

mensajeaba regularmente con estas y con Isadora, quien le


había llamado en varias ocasiones para pedirle
recomendaciones de lecturas.

Por todo ello, al ser aceptado sin reservas como miembro


del grupo, fue invitado a su primera cena de los viernes. Como
Isadora no podía delegar en sus trabajadores la responsabilidad
de cerrar y de hacerse cargo del pub todo el fin de semana, los
viernes sus amigos iban a su local, y ella se escapaba para
cenar con ellos, y, al mismo tiempo podía seguir controlando
su negocio. Si bien se había planteado contratar a un gerente,
lo cierto era que disfrutaba de su trabajo, por lo que la idea
siempre se quedaba en eso, en una idea que nunca se
materializaba.

Por su parte Blaine, inexplicablemente, ya que había estado


con ellos en diferentes momentos, aunque siempre por
separado, se sentía nervioso por la cena. De alguna manera,

que hubieran contado con él le hacía sentir que era parte del
grupo, de modo que le preocupaba ser demasiado intenso,
monopolizar la conversación, o hacer todo lo contrario y

bloquearse por los nervios.

Que Duncan se hubiese ofrecido a recogerle y pasarse

media hora sentado a su lado en el coche, mientras de fondo


sonaba música realmente romántica, no había ayudado mucho

a que se relajara.

Blaine se duchó y se cambió de ropa cuando llegó a casa


del trabajo, no obstante, trató de no arreglarse demasiado,

debido a lo cual optó por vaqueros, una camisa y un jersey de


punto encima.

A pesar de que era originario del norte de Escocia, no era

de los que soportaban el frío. Vivir en Edimburgo había sido


un cambio agradable ya que, aunque el frío también era
intenso, no podía compararse con el de su lugar de nacimiento.

Decidido a molestar a Duncan lo menos posible, se dispuso

a bajar al portal antes siquiera de que este le avisara de que ya

estaba allí. Conducir no era algo que disfrutara, así pues,


siempre que podía, dejaba el coche en el garaje e iba al trabajo

andando cuando no llovía, o en autobús la mayoría de las


veces. El coche salía de paseo cuando tenía que hacer la

compra, visitar a su familia o cuando la lluvia era intensa y el


transporte público se saturaba.

No tuvo que esperar mucho para que el Tesla de Duncan se

parara frente a su casa. Con un gesto de sorpresa este le saludó

a través de las ventanillas.

—Hola, gracias por recogerme —saludó Blaine al entrar al


vehículo.

—No tenías que estar fuera esperando. Te iba a llamar

cuando llegara.

—No quería molestarte más de lo debido.

—No molestas —contestó con sinceridad.

Antes de que Blaine pudiera decir nada más, la canción que


había estado reproduciéndose en el coche cambió, y Try de
Colbie Caillat comenzó a sonar. Por un instante Blaine se

quedó en silencio, sin saber qué decir. La letra era demasiado

intensa como para que su mente funcionara en ese momento.

—Una gran canción —musitó para sí mismo, aunque

Duncan le escuchó.

—Tengo un maravilloso gusto musical —alardeó.

—Seguro que sí —comentó Blaine sin llegar a mojarse.

Después de todo, aunque la canción actual era buena no


podía obviar que había escuchado otras realmente malas de su

maravilloso gusto musical.

—Espero que no te importe, pero no voy a poder traerte a

casa después de cenar —se excusó—, aún no he podido

abordar a Isadora sobre lo que me contaste, por lo que quiero


aprovechar la tesitura y lanzarme esta noche.

—Por supuesto. Pediré un Uber, no hay problema.

—Estoy seguro de que Fia puede llevarte igual que a Gaia.

No te dejaría solo si no hubiera opciones.

—No tienes que preocuparte por mí. Ya soy mayor —

bromeó.

—¿Para qué están los amigos? —protestó Duncan con una

sonrisa. Sin saber que la mención a su amistad, a pesar de ser


cierta, supuso un mazazo para Blaine, quien por mucho que
trataba de recordárselo fallaba por sistema.

—Tienes razón.

Blaine había pasado tiempo con cada uno de ellos en algún

momento, sin embargo, esa era la primera vez que estaba con

todos juntos al mismo tiempo, y, aunque caótico, fue la velada

más divertida y entrañable que había pasado en mucho tiempo.

La comida estuvo deliciosa, la charla no decayó en ningún


momento, y los nervios poco a poco fueron disipándose. Y lo

mejor de todo, era que habían hecho planes para ese mismo

sábado en el que cambiarían Casa Lola por un restaurante

asiático y después saldrían a bailar.

—Estoy deseando marcarme unos bailes sexis —comentó

Fia con picardía—. Llevo demasiado tiempo en sequía.

—Difícil de creer —apuntó Blaine—, eres guapísima,


divertida e inteligente.

Antes de que se diera cuenta de lo que esta iba a hacer se

encontró siendo abrazado con fuerza por la pelirroja.

—Eres maravilloso para mi ego —comentó con la cara

enterrada en su cuello—, y encima hueles de maravilla.


Blaine se sonrojó por el cumplido.

—¿De veras? —preguntó Gaia, acercándose a él cuando Fia

le soltó para posar su nariz en su cuello y aspirar su aroma—.


¡Wow! Es cierto, hueles increíble.

Una risita avergonzada escapó de sus labios.

Lamentablemente era de los que se sonrojaban con facilidad,

y, además, el interés de las chicas lo había pillado con la

guardia baja.

—¡Yo también quiero! —demandó Duncan—, antes de

arrastrar su silla y levantarse para, acto seguido, agacharse y


hundir su cara en el hueco del cuello de Blaine. Tomándose su

tiempo para olerle. Dejando que su nariz le rozara el cuello y

su aliento le calentara la piel.

Cuando se separó de él, el corazón de Blaine latía tan

acelerado que temió que pudiera ser escuchado por él.

—Hueles totalmente comestible —dijo con un guiño.

—¿Por qué estamos oliendo a Blaine? —preguntó Isadora


quien regresaba de darle a Daniel unas indicaciones.

—Porque huele de maravilla —explicó Fia—. El próximo


chico con el que salga tiene que oler así —comentó, decidida.
—Entonces regálale la misma colonia —bromeó Isadora—.
En cualquier caso, yo también quiero probar.

Blaine soltó una carcajada y ladeo el cuello para que su


amiga no se sintiera excluida.

Isadora aceptó con una sonrisa la invitación y presionó su


nariz sobre la piel de su cuello.

—Por primera vez y sin que sirve de precedente estoy de


acuerdo con Fia —bromeó, ganándose una mirada resentida de

la pelirroja y las risas del resto.

Sin embargo, a pesar de que todos habían estado cerca de él,


Blaine todavía podía sentir el tacto de Duncan sobre su piel.
Capítulo 4

Duncan se había pasado la semana completamente enfrascado


en su trabajo y con Blaine, debido a lo cual no había disfrutado
de tiempo a solas con su mejor amiga, por lo que no había

podido indagar sobre lo que Blaine le había comentado sobre


ella y Daniel.

Y es que, a pesar de que se lo contaban todo, Isadora


siempre se guardaba para sí misma los temas relacionados con
el amor. Tampoco era que se permitiera enamorarse o siquiera
encapricharse de alguien.

Duncan sabía que lo hacía porque su mala experiencia la

había cerrado al amor. Además, si no hablaba de ello de algún

modo dejaba de ser importante, de significar algo, de existir


siquiera. Y todo por culpa de Robert Duvall. La relación con él
la había llevado hasta Edimburgo, y por tanto hasta Duncan,
pero la había dejado tan magullada que a pesar de que era una
romántica empedernida, sentía que el amor romántico era para
leerlo, disfrutarlo en el cine y en la televisión, pero no para
vivirlo porque no merecía la pena el riesgo de que saliera mal
y doliera.
Por todo ello, demasiado preocupado porque su amiga
estuviera escondiéndose de sus propios sentimientos, se había
disculpado con Blaine, por no llevarle a casa, y se quedó con
Isadora a la espera de que todos se marcharan.

Sin embargo, a pesar de que tenía bastante claro cómo iba a


abordar el tema para no incomodarla y que se cerrara en banda
ante sus preguntas, cuando llegó el momento y ambos se
quedaron a solas en el pub, lo primero que Duncan le lanzó

fueron sus propias preocupaciones y no el motivo que le había


hecho quedarse.

—¿Crees que a Fia le gusta Blaine?

—A todos nos gusta Blaine —respondió Isadora sin dudar


un segundo.

—Me refiero a…

—Sé a lo que te refieres y no. No lo creo. Fia está un poco

colgada de ese compañero de la facultad… —titubeó tratando


de recordar su nombre—. Ese que llegó con el highlander

malhumorado de Gaia.

—¿Malcolm algo?

—Sí, ese.

—Supongo.
—¿Por qué lo preguntas?, ¿te gusta Blaine?

Duncan, quien no iba a mentir a su mejor amiga, optó por


encogerse de hombros y evitar una respuesta directa.

—Tú lo has dicho, nos gusta a todos.

Isadora iba a replicar, pero Duncan aprovechó la tesitura

para lanzarse a lo que le había llevado hasta allí.

—¿Por qué no me dijiste que te gustaba Daniel?

La pregunta la pilló por sorpresa, por lo que tardó varios


segundos en ser capaz de responder.

—Porque no era importante.

—¿No es importante el primer chico que te interesa

después de Robert?

—No es importante porque me guste o no, no va a suceder


nada entre nosotros.

—¿Crees que no está interesado? ¡Espera! ¿Te ha

rechazado? —la indignación porque alguien hubiese

rechazado a su amiga le aguijoneó con tanta intensidad que


por un segundo se olvidó de que Daniel le caía bien. Que era

un buen tipo.
—Tranquilízate, fiera —bromeó Isadora—. Nadie ha

rechazado a nadie porque nadie se ha declarado ni lo hará.

—¡Explícate!

—Soy su jefa — Dijo como si con ello estuviera zanjando

el tema.

—¿Y?

—No salgo con gente con la que trabajo. En realidad, no

salgo con nadie —apuntó encogiéndose de hombros.

—Tienes razón, hay que solucionar eso —señaló Duncan, e


Isadora no supo exactamente a qué se refería hasta que siguió

con su cháchara—. Échale —expuso, como si fuera un

movimiento evidente.

—La última vez que lo hablamos eras arquitecto, no

abogado. No voy a echar a nadie y después pedirle que salga


conmigo. ¿Crees que estoy buscando una demanda por acoso

sexual?

Duncan se deshinchó de inmediato.

—De acuerdo, esa no ha sido mi mejor idea.

—No. No lo ha sido —apuntó Isadora mientras apagaba las

luces y se encaminaba a la puerta.


Duncan se mantuvo pensativo mientras ella configuraba la
alarma y cerraba.

—E igualmente no estoy preparada para meterme en una

relación —continuó, segura de que su amigo solo estaba en

silencio mientras trataba de ordenar sus ideas.

—No puedes estar sola siempre. Todos los hombres no son

como Robert.

—Lo sé. Es que estoy bien como estoy.

—¡Isadora!

—Es cierto. Puede que alguna vez haya pensado en lo


genial que sería estar en una relación sana con alguien que me

quiera y me respete, pero después recuerdo que todas las

relaciones comienzan así y que es el final lo que da miedo…

—Todo lo que merece la pena asusta y conlleva riesgos.

Isadora se dio la vuelta y echó a andar hacia el coche de

Duncan sin siquiera esperarle y, aunque su amigo no quería

presionar mucho, tampoco quería que perdiera la oportunidad


de ser feliz por miedo.

—Es posible, pero no por eso deja de ser complicado.

Prácticamente imposible. Daniel trabaja para mí y no voy a

echarle.
—Es posible que él mismo se marche cuando termine su

tesis —declaró Duncan—. No pierdas la oportunidad por


tontos prejuicios.

—No se trata de prejuicios. Se trata de mi trabajo, de mi

vida. He luchado mucho por ese pub, no puedo…

—Daniel jamás te demandaría, no seas ridícula.

Se encogió de hombros.

—Tampoco creí nunca que Robert me engañaría y que

terminaría echándome la culpa por ello y así fue. Nunca sabes

de lo que alguien es capaz hasta que lo hace.

Duncan desbloqueó las puertas del Tesla con la llave y estas


se abrieron. Isadora se apresuró a entrar decidida a terminar

con la conversación.

En cuanto encendió el motor, Isadora se puso a trastear con

la música y una sonrisa de triunfo se instaló en sus labios

cuando la voz de Miley Cyrus cantando Flowers comenzó a

sonar en el vehículo.

El rubio soltó una carcajada de diversión mientras su amiga

le fulminaba con la mirada.

—Indirecta pillada, pero no me rindo tan fácilmente —

avisó.
—Lo sé.

—Igualmente, ¿qué vas a hacer si es el propio Daniel quien


se te declara? Ahí no hay acoso laboral que valga.

—No te preocupes. No pasará.

—¿Por qué?

—No le gusto del modo que crees.

—¡Dios mío! Estás mucho peor de lo que creía. Por


supuesto que le gustas. ¿Acaso está ciego o tonto para que no

lo hicieras?

Isadora esbozó una sonrisa de oreja a oreja y se inclinó para

darle un sonoro beso en la mejilla.

—Si fueras tú el que se me declarara no dudaría en decirte


que sí —dijo en un tono tan fingido que hizo fruncir el ceño a

Duncan—. Una pena que el que te guste sea Blaine y no yo.

Aunque Duncan sabía que estaba tratando de provocarlo

porque ellos no se veían de ese modo, y nunca lo habían


hecho, el que mencionara a Blaine le pilló desprevenido. Aun

así, no iba a mentirle por lo que se mantuvo en silencio incluso


cuando ella estalló en carcajadas, convencida de que había
dado en el clavo.
Capítulo 5

Duncan estaba molesto consigo mismo porque por culpa de las


bromas de Isadora sobre Blaine de la noche anterior le estaba
costando acercarse a él, hasta el punto de que ni siquiera

habían cruzado más que un par de frases, y lo peor era que no


fue por falta de ganas.

De hecho, había sido tan idiota que ni siquiera se había


ofrecido en pasar a recogerle. Había sido Fia, quien no iba a
beber esa noche porque al día siguiente tenía comida familiar,
la que había llevado a Gaia y a Blaine, y, por supuesto, sería

ella quien le dejara en casa al final de la velada.

—Eres un idiota —le dijo Isadora en el oído, mientras

bailaban. Haciéndose eco de sus propios pensamientos—.


Blaine es un gran tipo y estás siendo un capullo con él esta
noche.

—No es gay.

—Tú tampoco lo eres.

Duncan le frunció el ceño.

—Igualmente somos amigos —siguió hablándole también

al oído—. Ya sabes que no me acuesto con mis amigos.


—¡Por supuesto! Se nota mucho que lo sois —se burló.
Consciente de cómo lo había estado evitando toda la noche.

Isadora no estaba completamente segura de que a Blaine le


gustara Duncan, pero no era menos cierto que le había pillado
mirándole en muchas ocasiones y no solamente esa noche.

—No necesitamos estar pegados el uno al otro para serlo —


siguió Duncan.

Decidida a no intervenir, se encogió de hombros, como


queriendo decirle que él vería lo que hacía y se apartó de él,
bailando y acercándose al otro grupo.

Al quedarse solo Duncan se fijó en Blaine y le vio


divertirse con Fia y Gaia, con quienes era evidente que había

congeniado completamente. De hecho, era asombroso cómo se


había adaptado a todos ellos con tanta facilidad, como si

siempre hubiese sido parte del grupo.

Continuó bailando mientras se esforzaba por alejar los


pensamientos de su mente. Ni siquiera le siguió el juego a una

rubia que se acercó descaradamente para bailar con él. Siendo

lo más educado y directo posible se alejó de la chica y se


reunió con sus amigos, aunque manteniendo cierta distancia.
Había salido para desconectar, para pasarlo bien y no tenía
ganas de aventuras de una noche. Además, si se marchaba con

alguien no podría arreglar las cosas con Blaine. Aunque en

realidad, más que arreglar, lo que debía hacer era dejar de


ignorarlo. Si tanto se le llenaba la boca con que eran amigos

debería estar actuando como uno.

Estaba a punto de acercarse para pedirle que le acompañara


a la barra a por bebidas, cuando un chico con el cabello azul,

vestido con pantalones de cuero ajustados y camisa negra de


gasa que dejaba su piel a la vista, se acercó con descaro a

Blaine.

Este se limitó a sonreír y a seguir bailando, lo que pareció

alentar al tipo que se plantó frente a él y se puso a bailar


tratando de captar su atención, al tiempo que le lanzaba

miradas de interés y sonrisas coquetas. Siguió así durante al


menos dos canciones, y antes de que comenzara la tercera se

acercó por completo a Blaine y le habló en el oído.

Fuera lo que fuese que le dijo logró hacerle reír, lo que


molestó a Duncan más de lo normal en una relación de

amistad.

Molesto se alejó de allí hacia la barra. No era que pensara


que Blaine fuera a aceptar la oferta del chico del pelo azul,
después de todo estaba casi seguro de que era heterosexual,

pero igualmente le molestó que el tipo se tomara tantas

confianzas con él.

Llegó a la barra y esperó hasta que el camarero le atendió.

Pidió para él solo, ya que ni siquiera les había preguntado a los


demás lo que querían tomar, y regresó a la pista de baile para

encontrarse con que el tipo seguía allí, bailando ya no solo con

Blaine sino también con el resto de sus amigas traidoras.

Isadora no perdió el tiempo y se acercó a su oído para que

la escuchara por encima de la música.

—Blaine es un encanto y tú estás siendo un idiota.

Duncan era consciente de ello, pero no estaba dispuesto a


dar su brazo a torcer. Sin muchas ganas de ver cómo el tipo del

pelo azul seguía insistiendo, se dio la vuelta y bailó solo, hasta

que se encontró haciéndolo con un grupo de chicas que se

habían acercado a él.

En varias ocasiones estuvo tentado de darse la vuelta y

comprobar si el tipo seguía allí, pero se mantuvo firme y no lo


hizo. Cuando Isadora finalmente se le acercó y le indicó que

iban a sentarse en un reservado y a tomarse unas copas, se

mantuvo firme en su enfado y se quedó allí en la pista de baile,

decidido a no darse la vuelta.


Poco impresionada por su actitud, Isadora le lanzó una
mirada fulminante y se alejó refunfuñando.

—Creo que tu novia está enfadada —le dijo una de las

chicas con las que estaba bailando. Se había cercado tanto para

hablarle al oído que su pecho se había presionado

descaradamente contra su brazo. Igualmente, con el


comentario solo pretendía saber si estaba o no soltero. Si le

hubiese interesado lo más mínimo la habría sacado de dudas al

instante, pero, como no era el caso, se limitó a sonreír sin darle

la información que sin duda buscaba.

Media hora más tarde mientras seguía en la pista de baile,

totalmente acalorado, sediento y cansado, vio al tipo del pelo


azul bailando con lo que parecía su grupo de amigos, a juzgar

por la estética que todos ellos compartían.

Fue entonces cuando decidió que ya era buena idea buscar a

sus amigos y descansar por un rato. No fue fácil encontrarlos,

pero cuando por fin dio con ellos notó que Blaine había

aprovechado el tiempo y que estaba más achispado de lo que


nunca lo había visto antes. Tampoco era que le conociera

desde hacía mucho, pero ni siquiera en la fiesta de cumpleaños

de Isadora había estado tan embriagado como en ese

momento.
Tenía las mejillas sonrojadas, los ojos brillantes y la sonrisa

en los labios. Estaba guapísimo e Isadora tenía razón, había


sido un idiota con él y ni siquiera estaba seguro del motivo por

el que lo había hecho. Bien que le molestó que Isadora se

burlara de él la noche anterior, y que el tipo del pelo azul

tratara de ligárselo, pero ninguna de esas razones justificaba su

actitud imbécil de la noche.

—Por fin apareces —se quejó Fia al verle—, estaba


comenzando a pensar que habías ligado con alguien y que no

íbamos a volver a verte.

El comentario de su amiga le hizo pensar en Blaine y en

que era probable que todos lo hubiesen pensado y que solo Fia

con sus maneras directas se hubiera atrevido a decirlo.

—No he ligado. He estado bailando y ahora estoy agotado


—aclaró—. Hazme sitio —pidió.

Era imposible que pudiera sentarse junto a Blaine porque

este estaba rodeado por Gaia y por Isadora, pero podía ponerse

frente a él.

Fia refunfuñó, pero le dejó sitio en el largo banco

acolchado del reservado. Definitivamente había sido un idiota


si Blaine evitaba encontrarse con su mirada. Igualmente,
quizás era lo mejor, estar cerca de él suponía demasiados
riesgos que no estaba dispuesto a correr, ¿verdad?
Capítulo 6

Blaine bebió más de la cuenta la noche anterior, de modo que


se despertó tarde, encontrándose con que tenía dos llamadas
perdidas de Gaia, por lo que antes siquiera de levantarse de la

cama le devolvió la llamada.

—Lo siento, me acabo de despertar —se disculpó por no

haber atendido cuando le llamó, tras haberse saludado el uno


al otro.

—No te preocupes. ¿Has comido?

—No. Ni siquiera estoy muy seguro de la hora que es.

Gaia rio antes de hacerle saber que era casi mediodía.

—¿Quieres salir a comer conmigo? Te aviso que la oferta

me incluye solo a mí. Fia está en casa de sus abuelos, ya que


hoy es uno de esos domingos, e Isadora estará trabajando
desde primera hora en el pub. No puedo creer que se acueste
tarde y todavía tenga fuerzas para ir a trabajar —suspiró
exageradamente—. Podemos llamar a Duncan para que no te

aburras conmigo —dijo medio en broma medio en serio—.


Pero es de los que duermen hasta tarde cuando salen.
Probablemente ni siquiera se levante antes de las tres.
—No es necesario —contestó con rapidez—. Me gusta la
idea de que seamos solo tú y yo.

Algo en su tono alertó a Gaia quien pregunto:

—Por supuesto. ¿Va todo bien?

—Lo estará cuando me tome un café —trató de bromear.

—¿Sabes que puedes contarme cualquier cosa? Yo lo hago,

prácticamente eres el único al que le hablo abiertamente de


Lean.

—Lo sé. Y tienes razón, me vendría muy bien una amiga


con la que hablar.

—¡La tienes! —apuntó Gaia, emocionada—. Es una cita.

¿Nos vemos en media hora en el centro?

—¿Pueden ser cuarenta y cinco minutos? Estoy


literalmente en la cama —confesó avergonzado. Normalmente

era de los que madrugaban, pero no podía negar que esa

mañana se le habían pegado las sábanas.

Sin darse cuenta había terminado bebiendo más de lo


habitual, y aunque no había llegado a emborracharse, sí que

había estado más achispado de lo normal. La actitud distante


de Duncan y su desaparición durante una parte de la noche, le

habían afectado más de lo que debería, y se había encontrado


bebiendo y bebiendo para evitar pensar en los motivos de su
desaparición. Lo que le molestaba porque era consciente de

que no tenía derecho a ello.

Gaia, por su parte se burló de él por haberse dormido, pero

aceptó posponer la salida, de hecho, le ofreció una hora


completa, aunque Blaine se negó. Si iba en coche sería capaz

de tomarse un café, ducharse, recoger su dormitorio y llegar a


tiempo, decidió.

—Como compensación por el retraso pasaré a recogerte en

mi coche. No es necesario que cojas el transporte público.

—Perfecto. Gracias.

Justo cuarenta y cinco minutos después, Blaine paraba


frente a la casa de Gaia, quien le esperaba en la puerta,

previamente avisada por él.

Encantada de poder salir con Blaine, Gaia entró en el


vehículo y se inclinó sobre su amigo para plantarle dos

sonoros besos en las mejillas.

Se rio, sorprendido por el gesto.

—Así es como nos saludamos en España —explicó—. Lo

siento, ni siquiera me he dado cuenta de que lo hacía.


—No me quejo. Una chica guapa me ha besado, no creo

que haya forma mejor de comenzar el domingo.

Entre bromas condujeron hasta el centro. Aparcaron el Mini

de Blaine en un garaje y caminaron hasta el restaurante que

Gaia quería probar. Al parecer se lo había recomendado uno de


sus colegas, y este aseguraba que la comida, el servicio y el

precio eran impecables.

Tuvieron suerte de encontrar una mesa sin reserva.

Encantados, siguieron al camarero y tomaron asiento donde

este les indicó.

—Definitivamente es nuestro día de suerte —aplaudió Gaia


—. Nos dan una mesa sin tener reserva y encima el camarero

que nos ha tocado es impresionante —siguió diciendo con una

risita nerviosa—. Lo siento, no debería haber dicho eso delante

de ti. A veces actuó contigo igual que lo hago con Fia y ni

siquiera me doy cuenta.

Blaine se rio y negó con la cabeza.

—Puedes decir cualquier cosa delante de mí. Prometo no


escandalizarme. Además, no puedo más que estar de acuerdo

contigo: el camarero es impresionante.

La sonrisa de Gaia se amplió.


—¿Eres uno de esos pocos hombres de mentalidad sana que
son capaces de reconocer que un chico es guapo sin dañar su

masculinidad? —aplaudió.

—En realidad soy bisexual. Ya sabes, me atraen tanto los

hombres como las mujeres —esperó a ver la reacción de Gaia,

y aunque había imaginado que se lo tomaría bien, se


sorprendió cuando ella pareció encantada con tener un amigo

con el que poder hablar de hombres atractivos sin que se

sintiera ofendido.

—Tiene sentido. Fuiste muy amable con el chico que se te

acercó ayer a coquetear.

—Normalmente soy amable con todo el mundo —se quejó.

—Sabes perfectamente de lo que hablo —y añadió—:

supongo que estás fuera.

—¿Por qué piensas eso?

—Me lo has dicho con total naturalidad. Como si me


estuvieras dando la hora —bromeó.

—Lo estoy. Desde los diecisiete, pero no es algo que vaya

anunciando a diestro y siniestro. Aunque es cierto que la gente

asume que soy heterosexual porque estuve casado con una

mujer.
—Es lógico que lo piensen. Igualmente, también lo es que

no lo vayas diciendo a todo aquel que conoces. Yo tampoco


voy anunciando mi heterosexualidad. —Estiró la mano para

coger la suya por encima de la mesa—. Aun así, me alegra que

me lo hayas dicho.

—Eres mi amiga y sabía que no me juzgarías.

—Nunca.

Blaine asintió y cambiaron de tema de forma natural.

El camarero regresó, embobándolos de nuevo, y ambos se

quedaron tan embelesados viéndolo que ni siquiera abrieron el


menú hasta que él se los hizo notar. Finalmente, pidieron su

comida y mientras esperaban a que la trajeran, Gaia le

preguntó directamente a Blaine si tenía algo que quisiera

comentarle. Después de todo, sus palabras por teléfono habían

sonado como si necesitara desahogarse con una amiga.

—Puede que no sea nada importante, pero ayer sentí que


Duncan me evitaba. ¿Crees…?, ¿piensas que es posible que se

haya dado cuenta de que me atraen también los hombres y se

sienta incómodo conmigo? Creo que no he sido más que

amistoso con él, pero puede que inconscientemente haya


hecho algo que le haya molestado.
Gaia quería tranquilizarlo y decirle que Duncan también era
bisexual, pero no iba a desvelar algo tan personal como la

orientación sexual de su amigo. Creía que era algo que el


propio Duncan debía contarle. Aun así, Blaine estaba tan

preocupado que trató de hacerle ver que las cosas no eran


cómo pensaba.

—No. Estoy segura de que si realmente te evitó no fue por


lo que piensas. Quizás, solo lo hizo porque estaba pendiente de
Isadora, o porque estabas bailando con nosotras.

—¿Crees que soy un dramático?

—No lo eres. Es normal que te preocupes por tus amigos.

Blaine cabeceó en silencio, pero su expresión se torció, un


segundo antes de que se recompusiera, aunque no lo

suficientemente rápido como para que Gaia no lo notara.

—¡Espera! Hay más —adivinó ella—, ¿te gusta nuestro


Duncan?

—Me gusta —confesó.

—Eso es genial.

—¿Lo es?

—Por supuesto. Hacéis una pareja muy bonita. Los dos

guapos, inteligentes, agradables, sexis…


—No sé qué me ha pasado —se lamentó—, no suelo

colgarme de mis amigos —se mordió la lengua para no decir


heterosexuales.

—No creo que haya que ponerles límites a los sentimientos.

Además, la amistad es el primer paso antes del amor. Jamás


podría querer a alguien a quien no considerara también un

amigo.

—Supongo que es una forma de verlo.

—Lo es.

Blaine iba a seguir con el tema, pero el camarero llegó y

cortó cualquier conversación entre ellos. No ya porque dejara


a Blaine boquiabierto al notar los músculos de su brazo
tensados por el peso de la bandeja que portaba, más bien

porque Gaia había perdido por completo la capacidad de


atención, o al menos la había desviado hacia otros intereses

más… mundanos.
Capítulo 7

El viernes por la mañana cuando sonó el despertador, Blaine


se dio cuenta de que apenas podía abrir los ojos. Le dolía la
cabeza, la garganta y se sentía todo mojado por el sudor. Su

cama estaba chorreando y al mismo tiempo tenía frío.

Con un suspiro, buscó a tientas su teléfono y llamó a Polly

para avisarla de que no iba a ir a trabajar. Su amiga y


compañera se preocupó por él al notar su voz cascada, y las
veces que tuvo que detenerse en medio de una frase para toser.
Él mismo se asustó de cómo se sentía.

Consciente de que había pillado la gripe o quizás algo peor,

se levantó con cuidado con la cabeza dándole vueltas y se

metió debajo del chorro de la ducha. Fue muy cuidadoso por


temor a marearse y caer ya que no se sentía muy estable.

Una vez que terminó de asearse se puso un chándal, se


tomó un café por si tenía baja la tensión, retiró las sábanas de
su cama, que metió en la lavadora, aunque no llegó a
encenderla, y pidió un Uber para que le llevara al médico.

Lo que peor llevaba de vivir lejos de su familia eran estos


momentos cuando estaba enfermo y no tenía a nadie a quien
recurrir. Como hijo único siempre había contado con el
extremo cuidado de su madre cuando se quejaba de cualquier
cosa, y en esos instantes en que la necesitaba estaba tan lejos
de ella que no podía evitar sentirse melancólico.

Tras ser revisado el médico confirmó lo que ya suponía,


que tenía gripe, pero al menos había descartado que no fuera
COVID, lo que lo tenía mucho más tranquilo. Podía jactarse
de que era uno de los afortunados que no lo había cogido.

Antes de pedir de nuevo un Uber para que le llevara a casa


se pasó por la farmacia y compró lo que le habían recetado.

Una vez en su hogar se sintió tan hecho polvo que ni

siquiera se sintió con fuerzas para hacerse la cama. Quitar las


sábanas había sido fácil, hacer la cama era una misión

imposible. Decidido a recuperar fuerzas, se tomó el


medicamente y se quedó dormido en el sofá.

Cuando volvió a abrir los ojos era más de las tres. Todavía

medio dormido desbloqueó su teléfono, y vio que tenía una

llamada de Gaia y varios mensajes, así como también


mensajes en el chat grupal.

Comenzó por las notificaciones de su amiga y al leerlas

comprendió el motivo de la llamada. Al parecer Gaia había


aprovechado su par de horas libres para pasarse por la
biblioteca con la intención de invitarle a tomar un café, pero al
llegar se había topado con Polly quien le había contado que

estaba enfermo.

Consciente de que no iba a poder escribir nada sin agotarse,

le envió un mensaje de voz, contándole que era un simple


resfriado y que en unos días estaría bien. Estaba abriendo el

chat grupal cuando le llegó otro mensaje de Gaia


preguntándole qué necesitaba, e informándole que pasaría a

verle cuando terminara en la universidad.

Con una sonrisa que ella no pudo ver, le envió un mensaje


rápido de agradecimiento pidiéndole que no se molestara que

apenas tenía hambre, pero esta estaba demasiado decidida a

asegurarse de que realmente estaba bien por lo que le anunció,


sin opción a que se negara, que pasaría a verle al terminar la

jornada laboral.

Sonriendo, dejó el chat con su amiga y respondió a los


mensajes del grupo, agradeciendo su interés por su salud y

haciéndoles saber que estaba bien, aunque esa noche no iba a


ser capaz de ir a cenar con ellos.

Una vez que terminó de responder a todos, se dejó caer de

nuevo en el sofá y trató de dormir, pero su mente, de repente,


estaba demasiado llena de pensamientos como para

permitírselo.

Si bien Duncan también había enviado sus deseos de

mejora, lo cierto era que no había sabido de él en toda la

semana. Lo único que le había llegado había sido a través de


sus mensajes en el chat grupal. En ningún momento habló con

Blaine directamente, lo que, de algún modo, había minado el

buen humor del bibliotecario, quien había parecido un alma en

pena toda la semana. Incluso Jane le había preguntado si se

sentía bien. Quizás, después de todo, solo había estado


incubando la gripe, se dijo a sí mismo.

Y, aunque había tenido muchas ganas de que llegara el

viernes para cenar juntos y ver cómo transcurrían las cosas

entre ellos, en esos instantes en que se encontraba tan mal que

le dolía incluso pensar, de algún modo retorcido lo agradeció,


no por estar enfermo sino por tener una excusa para quedarse

en casa. Después de todo, estaba seguro de que si quería

superar el tonto crush que había desarrollado por Duncan lo

mejor que podía hacer era entender el mensaje que este le

estaba enviando y mantener las distancias.


Cuando volvió a despertarse fue porque estaban llamando al
timbre. Con cuidado de no marearse, se sentó y se tomó unos

segundos para equilibrarse. Descalzo y asiéndose de las

paredes se encaminó hacia la puerta y abrió.

—Madre mía, estás peor de lo que pensaba —comentó Fia,

al tiempo que Gaia comentaba que su portero las había dejado


pasar porque sabía que estaba enfermo y ellas le habían dicho

que iban a asegurarse de que estaba bien.

—Hemos traído sopa de Isadora, pan recién hecho y unos

filetes de pollo que solo tienes que calentar en el microondas

—explicó Gaia—. Isa te manda saludos y me ha pedido que te

diga que siente mucho no haber podido pasar a verte, pero es


viernes y el pub está a tope de reservas para esta noche.

Antes de que pudiera decir nada sintió como Fia enlazaba

su brazo al de él y hacía fuerza para sujetarlo.

—Deja que te acompañe —pidió—. Tengo la sensación de

que estás a punto de desplomarte.

—No estás muy equivocada —admitió con la voz tan ronca

que las miradas de preocupación de sus amigas lo dejaron


paralizado unos segundos—. Estoy bien. Me han hecho una

PCR y todo lo demás y solo es una simple gripe.


Fia lo escoltó por el pasillo hasta el sofá en el que volvió a

tumbarse mientras Gaia llevaba lo que le habían traído a la


cocina.

—¿Por qué no estás en la cama? —preguntó cuando lo vio

hacerse un ovillo para dejarle sitio para que se sentara.

—Estoy bien aquí —dijo, al tiempo que notaba cómo sus

mejillas se sonrojaban.

—¿Qué sucede? —preguntó la rubia al regresar de la

cocina, el modo en que Blaine apartaba la mirada y cómo Fia

parecía cautelosa le llamó la atención.

—Blaine me está mintiendo y no sé por qué.

—¿Blaine? —fue Gaia la que preguntó.

Pillado se vio obligado a confesar que no se había sentido

con fuerzas para hacer su cama después de cambiar las

sábanas, lo que le valió una mirada de censura de sus dos

amigas, como si hubiesen puesto de acuerdo para hacerlo a la

vez.

—Menos mal que no necesitabas nada —protestó Fia—.

¿Dónde tienes las sábanas limpias?

—No, por favor. No tienes que…

—No seas ridículo. ¿Dónde?


—En el armario de mi habitación.

—¿Ha dolido mucho? —se burló la pelirroja mientras se


encaminaba hacia el dormitorio—. Dale algo de comer —le
pidió a Gaia—. Estoy segura de que no tiene nada en el

estómago.

Cada vez más avergonzado de que le hubiesen calado con

tanta facilidad, Blaine gimió y escondió su rostro en uno de los


cojines del sofá.

—Túmbate. Te prepararé unas tostadas y un tazón de sopa.


¿Dónde están tus medicamentos?

Sin levantar la cabeza de donde la había escondido señaló

la mesa del comedor y escuchó a Gaia reírse mientras se


alejaba hacia la cocina.

Cuando las chicas se marcharon se sentía un poco mejor.


Tenía el estómago lleno, su cama estaba perfectamente hecha,
la ropa de cama que había quitado estaba limpia y doblada y

tenía comida preparada en el microondas para cuando volviera


a tener hambre. Cuando uno tenía amigos en los que apoyarse

estar enfermo no era tan malo, decidió.


Eran poco más de las seis cuando volvió a sonar el timbre de

la puerta. Había estado dormitando en el sofá con una película


a la que ni siquiera le había prestado atención sonando de
fondo. Se levantó completamente desubicado sobre quién sería

y con cuidado fue a abrir. Era evidente que su portero estaba


dejando pasar a todo aquel que aparecía por allí dispuesto a

cuidarlo.

Se quedó petrificado en cuanto le saludó la brillante sonrisa


de Duncan. De todas las personas que podrían haber sido, él

era la que menos habría creído posible.

—¿Cómo estás? —preguntó, mirándole de arriba abajo. Su

expresión de preocupación no se le escapó cuando le miró


directamente a los ojos.

—Mejor que esta mañana —respondió, apartándose para


que pudiera entrar. Fue entonces cuando se dio cuenta de que
llevaba una bolsa de deporte colgada del hombro. Dedujo que

seguramente había salido del gimnasio y decidió pasar a ver


cómo estaba, por lo que suponía que no tardaría mucho en irse.

Después de todo, era viernes y tenía cena con las chicas.

—¿Dónde puedo dejar esto? —inquirió alzando su bolsa,


cuando llegaron al salón.
Blaine se preguntó si la fiebre le había afectado al cerebro.

¿Para qué le preguntaba dónde podía dejar su bolsa?, ¿era


porque llevaba la ropa sucia del gimnasio?

—Donde quieras. No hay problema.

Duncan se rio antes de aclararle el asunto.

—De acuerdo. Seré más claro. ¿Dónde voy a dormir? Me


quedo aquí esta noche contigo para cuidarte.

Abrió la boca, pero Blaine se quedó sin voz y en esa ocasión


no fue por culpa de la gripe.
Capítulo 8

Duncan se dio cuenta de que realmente había sido un imbécil


cuando vio la expresión de incredulidad absoluta en el rostro
de Blaine, cuando le comentó que iba a quedarse con él. El

problema era que había metido tanto la pata que no había


tenido ni idea de cómo solucionarlo. Y, aunque se había
pasado toda la semana con ganas de escribirle o simplemente
de pasarse por la biblioteca e invitarle a un café como si nada

hubiese sucedido, tampoco estaba seguro de cuál iba a ser la


reacción de este y eso le asustaba más de lo que quería admitir.

Por todo ello, cuando Blaine les envió un mensaje de voz


diciéndoles que estaba enfermo supo que esa era su
oportunidad para arreglar las cosas con él. Además, lo mal que

sonaba su voz le había preocupado. Sabía que no tenía familia


que se ocupara de él y, en cualquier caso, si Blaine se ponía
demasiado insistente con que no era necesario que le ayudaran
siempre podía recurrir a excusarse con que no estaba haciendo
nada más que devolverle el favor, por cuando se hizo cargo de

él cuando se emborrachó en la fiesta de Isadora.

—No tienes que quedarte. Estoy bien.


—No lo estás.

—Bueno, pero igualmente no tienes que…

—Quiero hacerlo. Tómatelo como una noche de chicos —

bromeó Duncan.

—Un desastre de noche de chicos —se rio Blaine—, me he

pasado el día durmiendo y tiene pinta de que va a seguir


siendo así.

—Mejor, así me evito el tener que pelear contigo por el


mando de la televisión.

—Te lo agradezco, de veras, pero no tienes…

—¿Qué te apetece cenar? —preguntó, cortándole al tiempo

que sacaba su móvil.

No estaba muy seguro de qué era lo que debía pedir estando


Blaine como estaba. Tendría que haber hecho los deberes y

haberle preguntado a su madre, pensó. Si Blaine no le daba

ninguna pista la llamaría.

—No tengo mucha hambre —se excusó—. Creo que Gaia y


Fia han dejado comida en el microondas para que solo tenga

que calentarla y comer. —Se encogió de hombros antes de


hacerse una bolita en el sofá.
—Deberías tener el estómago lleno antes de tomarte más
medicamentos.

—Supongo.

—¿Cuál es tu comida favorita? —preguntó, decidido a

tentarle.

—Pasta, posiblemente.

—No creo que pasta ahora sea una buena idea. ¿Qué tal una
hamburguesa? —ofreció muy serio.

Blaine no pudo evitar echarse a reír. ¿La pasta no era

adecuada y la hamburguesa sí? Lamentablemente su garganta

irritada pensó que forzarla no era buena idea por lo que


comenzó a toser con tanta fuerza que le dolían hasta los

pulmones. Le costó varios minutos calmarse, y cuando fue


capaz de enfocar la vista se topó con Duncan arrodillado frente

al sofá con cara de preocupación y un vaso de agua en las


manos.

—Gracias —dijo cogiendo el vaso y llevándoselo a los

labios.

—Creo que deberías dejar que te lleve al hospital.

—Estoy…
—No digas que estás bien. —Y antes de que pudiera

replicar notó la mano fría de Duncan sobre su frente—. Tienes

fiebre —decretó, muy serio—. Vamos, voy a acompañarte a la

cama y vas a tomarte el medicamento.

Duncan ni siquiera le dejó abrir la boca. Le ayudó a


levantarse y había una mirada clara en su rostro que le dijo a

Blaine que por mucho que protestara no iba a funcionar.

Inconscientemente se recostó en él y permitió que le

ayudara a llegar a su habitación. Si no se hubiese sentido tan

solo haría horas que se habría metido en la cama, pero de


algún modo la televisión le hacía compañía, aunque ni siquiera

le hubiese prestado atención.

—Será mejor que te quites el chándal. No creo que sea

bueno que te acuestes con tanta ropa —explicó—, te subirá la

fiebre si te tapas demasiado. ¿Dónde tienes los pijamas?

Blaine señaló los cajones de la cómoda y Duncan rebuscó

en ellos hasta que sacó unos pantalones y una camiseta de


algodón de manga corta. Sin embargo, en lugar de

ofrecérselos, se acercó a él y tiró de su sudadera para ayudarle

a quitársela. Estaba tan débil que ni siquiera se opuso a ello.

Tan enfermo que su cuerpo ni siquiera reaccionó al

contacto.
—Siento que te veas obligado a desvestir a un hombre —
admitió en un tono de broma que escondía mucho más.

—No te preocupes. Tú harías lo mismo por mí —zanjó

Duncan, ayudándole a sentarse y tirando de sus pantalones.

—No serías el primer hombre al que desvisto, aunque es

probable que sí el más guapo —bromeó entre risitas, y, de

nuevo, le sobrevino un ataque de tos.

Definitivamente le había subido la fiebre, comprendió


Blaine, al escuchar lo que acababa de confesarle a Duncan. Se

deshizo de sus calcetines y se aovilló en la cama.

—Así que el más guapo.

Blaine gimió consciente de que no podía retirar sus

palabras.

—¿Estás bien?

—Un poco avergonzado —confesó.

—¿Por qué? —la curiosidad era evidente en el tono de

Duncan.

—Parece que no puedo cerrar la boca.

—No lo hagas, me gustas más así —rio Duncan, al tiempo


que tiraba de él hacia sí para subirle los pantalones del pijama
por las piernas con más lentitud de la necesaria—. Siento

haber estado distante contigo estos días. He tenido mucho


trabajo. —Su tono había sido tan bajo que, junto con las

caricias, aceleró el corazón de Blaine. Gracias a Dios estaba

demasiado destrozado para que el resto de él funcionara o se

habría avergonzado a sí mismo.

—Lo entiendo.

—¿Qué has querido decir con que no sería el primer

hombre al que desnudas? —inquirió Duncan con la voz


cargada de curiosidad y algo más que el cerebro embotado de

Blaine no supo discernir.

—Literalmente eso. —Zanjó con un bostezó y se acomodó

mejor en la cama.

Era tan desesperante que tan pocos movimientos lo

agotaran de ese modo, y justo cuando estaba comenzando a


disfrutar de la compañía de Duncan. En solo unas pocas

palabras había justificado su distanciamiento, y aunque Blaine

sabía que solo era una excusa, el que se hubiese molestado en

dársela y el que estuviese allí, cuidándole, ya era mucho más

de lo que hubiese esperado.

Sintió un cálido manto cubrirle. Estaba a punto de perder la

consciencia cuando escuchó que le llamaban.


—¿Blaine? —la voz de su amigo sonó cerca de su oído.
Incluso podía haber jurado que sintió un cálido aliento en su

mejilla antes de que un delicado beso fuera depositado en ella,


pero estaba tan cansado que no supo discernir si era realidad o

un bonito sueño.
Capítulo 9

Blaine se despertó con la luz que entraba por las ventanas. Las
cortinas del dormitorio no eran lo bastante gruesas para
opacarla, por lo que se despertaba cada día con la luz natural

que las atravesaba.

Le costó unos buenos segundos recordar todo lo sucedido el

día anterior, ya que, aunque le dolía la garganta y sentía


pesadez en los ojos y en la cabeza, no había duda de que se
sentía un poco mejor de lo que se había sentido tan solo unas
horas antes cuando apenas era capaz de mantenerse en pie. Se

preguntó si al final Duncan se habría quedado a dormir o si


tras asegurarse de que estaba bien habría optado por marcharse
a casa a descansar en su propia cama.

El reloj de su mesita de noche le anunciaba que todavía era


temprano, pero había dormido tanto en las últimas veinticuatro
horas que no tenía sueño, por lo que se levantó de la cama y se
metió en el baño de su dormitorio. Una vez allí, se ocupó de
sus necesidades, se desnudó y se metió bajo el chorro de la
ducha. El agua caliente calmó sus agarrotados músculos y
comenzó a sentirse un poco mejor. Cuando el agua comenzó a
enfriarse salió, se cubrió con una toalla mientras con otra se
secaba el cabello y se cepilló los dientes.

Por primera vez desde que enfermó tenía hambre, por ello
regresó a su dormitorio y se vistió con un pantalón limpio de
pijama y una camiseta de algodón también limpia. Por si acaso
estaba acompañado, se perfumó, no porque quisiera
impresionar a Duncan sino por simple civismo, se dijo a sí
mismo.

Acto seguido, abrió las ventanas para que se ventilara la


habitación y salió de su dormitorio, todavía con la duda de si

Duncan se habría quedado a pasar la noche.

Cuando llegó al salón se topó con que el sofá no estaba


ocupado y la manta que él mismo había estado usando el día

anterior estaba plegada, lo que parecía indicar que Duncan


finalmente se había ido a su casa.

Debatiéndose entre si debía alegrarse o no, se encaminó a la

cocina decidido a prepararse un café y algo que comer. Ni

siquiera había encendido la cafetera cuando escuchó la puerta


de su apartamento cerrarse con cuidado.

Confundido, salió de la cocina a tiempo para ver a Duncan

cruzar el pasillo hasta el salón. Iba cargado con bolsas y


llevaba el cabello húmedo. También iba vestido con unos
vaqueros rotos, zapatillas y una sudadera. Normalmente era un
tipo de pantalones chinos, camisas y jerséis de angora, lo que

suponía un cambio llamativo. En cualquier caso, seguía

estando impresionante con ropa informal.

—Buenos días —saludó sonriente al verlo—. He ido a


comprarnos el desayuno ¿tienes hambre?

—Un poco. Espero que hayas comprado los mismos bagels

de la última vez.

—La duda ofende —bromeó Duncan.

—Por cierto, ¿cómo has entrado?

—¡Oh! Espero que no te moleste, pero como estabas


durmiendo he cogido tus llaves —levantó el llavero que

todavía llevaba en la mano y las dejó sobre la mesa del


comedor.

—Claro que no me molesta. De hecho, te agradezco todo lo

que estás haciendo por mí.

—No seas tonto. Somos colegas.

—Lo somos.

Duncan sonrió encantado y se encaminó hacia la cocina sin

dejar que le ayudara con las bolsas.


—¿Has dormido aquí? —preguntó Blaine siguiéndole y

señalando el sofá y la manta plegada sobre él.

—Sí, tu sofá es malditamente cómodo. Caí redondo en

cuanto te quedaste dormido por lo que he tenido tiempo de

salir a correr y de escaparme a mi casa para darme una ducha,


cambiarme y comprar el desayuno.

—Gracias por quedarte y por la comida —dijo con timidez

—, pero tendrías que haber cogido una almohada de mi cama

y alguna manta más.

—Lo tendré en cuenta para esta noche —dijo con un guiño.

—No es necesario que vuelvas a pasar mala noche por mí.

—Solo di gracias —bromeó Duncan.

Blaine rio y su risa sonó ronca.

—Gracias —musitó avergonzado.

—Nada que agradecer. Solo espero que te guste lo que he

comprado porque cocinar no es lo mío.

—Te prometo que ahora mismo puedo comerme casi


cualquier cosa —admitió bromeando.

—¿Quiero saber a qué te refieres con ese casi o es mejor

que me lo imagine? —siguió con la broma.


—Sin duda lo segundo.

Entre el buen humor y las burlas se comieron todo lo que


Duncan había llevado y se tumbaron juntos en el sofá para

terminar jugando a la Nintendo de Blaine. La complicidad que

habían sentido casi desde el inicio de su amistad estaba de

vuelta y Blaine no podía sentirse mejor por ello.

Pararon a mediodía para comer, por supuesto, Duncan pidió


comida a domicilio, y tras devorarla, Blaine volvió a sentirse

somnoliento, por lo que siguiendo el consejo de su amigo se

tumbó en el sofá, dejando toda la chaise longue para que

Duncan hiciera lo propio mientras se quedaba dormido con la

película de fondo que el arquitecto había puesto para


entretenerse mientras tanto.

Cuando se despertó, se encontró con que tenía la cabeza

sobre el regazo de Duncan y de algún modo había acabado

cruzado en el sofá pegado a él. Se tensó avergonzado por lo

que fuera que hubiese hecho para acabar invadiendo el espacio

personal de Duncan. El gesto alertó a su nueva almohada de


que estaba consciente:

—¿Ya estás despierto?

—Lo siento —dijo levantándose avergonzado.


—Vaya, eso sí que no me lo esperaba —se rio—, lo

primero que dices cuando te despiertas es eso ¿perdona? —


Duncan lo hizo sonar como algo divertido lo que calmó un

poco la vergüenza de Blaine.

—Es evidente que te he estado acosando dormido —

explicó—. Por eso me disculpo.

—No es acoso si no me molesta —zanjó mirándole

directamente a los ojos.

—Eres demasiado amable.

—No lo soy. Es la verdad. Ha sido… agradable.

Blaine se sonrojó y apartó el rostro para evitar que se diera


cuenta de cómo le habían afectado sus palabras. Igualmente, si

lo hizo, Duncan tuvo el detalle de no mencionarlo.

—Deberíamos ir pensando en qué vamos a pedir para cenar.

El bibliotecario rio por lo bajo.

—¿Qué?

—Nada.

—Dímelo —pidió fingiéndose molesto—. O te haré

cosquillas.

Blaine alzó las palmas en señal de paz, antes de responder:


—Podemos preparar nosotros algo para comer. No es
necesario pedir cada vez que tengamos que alimentarnos.

Duncan negó con la cabeza.

—No es una buena idea. Yo quemo hasta el agua y tú estás

enfermo —apuntó—. Hasta que puedas mostrarme tus


habilidades culinarias vamos a tener que usar las aplicaciones

de comida a domicilio.

Blaine iba a protestar alegando que podía preparar algo

fácil, pero el timbre de la puerta cortó lo que fuera a decir.

—Deben ser las chicas —anunció Duncan, levantándose


para ir a abrirles—. Han avisado que se pasarían a verte

mientras estabas echando la siesta.

—No tenían que molestarse.

—Quieren asegurarse de que estás bien —protestó el rubio


—. Preocuparse cuando alguien está enfermo entra dentro del

contrato de amigo.

Blaine no dijo nada mientras lo veía alejarse para atender la


puerta. Seguramente no era consciente de lo que hacía, pero el

que fuera abrir él mismo era un gesto que hizo palpitar el


corazón soñador de Blaine, como si fueran una pareja que

vivía junta.
Unos minutos después Duncan regresó con una sonrisa de

oreja a oreja detrás de Gaia, Fia e Isadora, y las manos llenas


de bolsas.

—Ya no tenemos que pedir comida ni tienes que cocinar

nada —anunció, encantado—. Nuestras chicas nos han


solucionado la cena. Además de guapas son encantadoras —

las aduló con una sonrisa coqueta.

Sus amigas se quedaron poco más de media hora ya que iban a


cenar y luego a bailar, aprovechando la inesperada noche de
chicas. Duncan se mostró totalmente protector con ellas,

pidiéndoles que mandaran un mensaje al chat grupal cuando


estuvieran en casa, fuera la hora que fuera.

Fia se inclinó sobre él para darle un beso en la mejilla.

—Estoy emocionada —bromeó—, ni mis hermanos se

preocupan tanto por mí.

Tras varias bromas sobre lo controlador que iba a ser


Duncan cuando tuviera hijos, se marcharon dejándoles de

nuevo solos.

—¿Calentamos la comida y cenamos? —preguntó Duncan.


Blaine se levantó con rapidez dispuesto a hacerlo. Después

de todo, llevaba dos días dejando que los demás le atendieran


y se sentía un poco mejor. No obstante, en cuanto se puso de

pie, Duncan le dio un azote en el culo que le pilló


completamente desprevenido y por sorpresa.

Su cara debió de haber sido un poema porque Duncan

estalló en risas antes de comentar:

—Debidamente anotado. Los azotes no son lo tuyo —y sin

dejar de reír se encaminó a la cocina dejando a Blaine entre


nervioso y excitado a partes iguales.
Capítulo 10

Era el primer día de trabajo tras la gripe y aunque se sentía


más agotado de lo normal lo cierto era que lo estaba
disfrutando. No solo porque era agradable volver a estar

rodeado de gente, sino, principalmente, porque acababa de


colgar la tercera llamada del día que había recibido de Duncan.
Hasta el momento le había llamado cada hora u hora y media
siendo exactos, para asegurarse de que estaba bien y no había

recaído. Incluso se había disculpado por no poder pasarse por


allí a tomar café porque estaba demasiado ocupado con
reuniones con clientes y visitas a la obra.

Tras colgar, enseguida se guardó el teléfono en el bolsillo.


Se suponía que debía dar ejemplo, no ser el primero en

colgarse del móvil a la primera oportunidad. Hasta Jane, que le


idolatraba, le había lanzado una mirada de reprimenda por
hablar en la biblioteca, a pesar de que Blaine se había apartado
en una esquina y su voz había sido tan baja que incluso a
Duncan le había costado escucharle.

—Parece que la gripe te ha sentado bien —apuntó Polly


con una mirada evaluadora—, estás de mucho mejor humor

desde que has vuelto.


Blaine no podía negarlo puesto que era completamente
cierto. Duncan se había pasado el fin de semana en su casa,
durmiendo mal en su sofá, y, aunque él alegó que era cómodo,
más de dos noches allí agotaban a cualquiera y él había pasado
tres: viernes, sábado y domingo. De hecho, había sido él quien
le había llevado a trabajar esa mañana, por lo que el que
siguiera llamando para asegurarse de que se encontraba bien

tenía todavía más mérito en el corazón de Blaine.

Y es que, aunque todavía no estaba seguro de que fuera


buena idea permitirse tener sentimientos por él, no podía negar
que la dinámica entre ellos había cambiado en las últimas

horas.

Desde su comentario de que no sería el primer hombre al

que desnudaba, las cosas entre ellos se habían transformado.


No habían vuelto a hablar del tema, pero era evidente que

habían comenzado a sentirse cómodos con la cercanía y los


toques que compartían.

—Me siento mejor. Eso es todo.

Polly le miró con suspicacia.

—El lunes no estabas enfermo y tampoco el martes ni el

miércoles o el jueves…
—Estaba incubando la gripe —se excusó.

Su amiga se rio entre dientes.

—¿Te he contado que hace dos viernes conocí a un chico


con el cabello azul? —trató de cambiar de tema.

—¿Azul?, ¿cómo el que me hice cuando rompí con Louis?

—No, más eléctrico.

Tal y como había esperado al sacar el tema, Polly se dedicó

a hacer un monólogo sobre los mejores tonos para colorear el


cabello. Cuando se pasó al morado, Blaine desconectó.

Asintiendo en los momentos correctos por instinto, pero sin

nada que decir al respecto.

Era casi mediodía cuando volvió a sonar su teléfono.


Siguiendo el patrón que Duncan había mantenido toda la

mañana aún le quedaban tres cuartos de hora antes de que


tuviera que llamar, por lo que, extrañado, sacó el teléfono del

bolsillo y respondió con una sonrisa al ver quién llamaba.

—Hola, qué sorpresa. ¿Va todo bien?

—Creo que he sido una pésima amiga si tienes que


preguntar si va todo bien solo porque te llamo —comentó

Isadora con una sonrisa en la voz.

—No. Lo siento, es que me has sorprendido.


Ella rio y su risa a través de la línea le hizo sonreír a él

también.

—Lo cierto es que sí que te llamo por algo —confesó—.

¿Estás libre hoy para comer?

—Lo estoy.

—Perfecto. En ese caso mira hacia la entrada.

Sin quitarse el teléfono de la oreja miró en la dirección que

ella le había indicado y se sorprendió al verla allí plantada


saludándole.

—Voy —dijo antes de colgar y acercarse a ella.

—Hola. ¡Qué sorpresa! —le dio un abrazo rápido.

—Tienes mejor aspecto que el sábado. ¿Te sientes bien?

—Sí. No te preocupes.

—Me alegro.

—¿Y qué te trae por aquí? Además de invitarme a comer

—dijo con un guiño bromista.

—Lo cierto es que he venido porque quería que me

recomendaras algunas lecturas y la verdad es que me daba

vergüenza pedírtelo delante de los chicos —arrugó la nariz—.


Ellos ya piensan que soy una romántica empedernida, no
quería darles más munición.

Blaine sonrió.

—Entonces ¿buscas novela romántica?

—Sí y no. Me gustaría que me recomendaras clásicos en

los que el romance sea una parte importante de la historia.

Blaine ya no disimuló la sonrisa.

—Eso es básicamente la novela romántica.

Isadora asintió.

—De acuerdo —concedió—. Lo sé todo sobre novela

romántica actual, quiero decir, novela escrita desde los últimos

veinte años hasta ahora.

—¡Madre mía! ¿cuántos años tenías cuando comenzaste a


leerla?, ¿ocho?

Isadora sonrió, encantada.

—Acabas de hacer maravillas con mi ego. Tengo treinta por

si te lo preguntas, no veintiocho, pero no. Comencé a leer

romántica con quince años, es solo que aproveché el tiempo.

¿Vas a ayudarme?
—¡Por supuesto! —asió su mano y tiró de ella—. Vamos a

mis dominios y deja que te presente mis favoritas. Aquí en el


exterior hay unos pocos libros, los demás están en el almacén

y solo se sacan cuando algún alumno lo pide. No obstante,

estás de suerte porque me tienes a mí —dijo con un guiño.

—No pertenezco a la universidad, pero si me das nombres

puedo comprarlos yo misma.

—No te preocupes por eso ahora.

Se dirigían hacia la zona reservada a la literatura, cuando

Polly apareció al girar por uno de los pasillos repletos de


estanterías.

—¿No vas a comer? —preguntó al verlo cogido de la mano

de una chica.

—En un rato. Voy a acompañar a mi amiga a la sección de

literatura.

—Eres Isadora ¿verdad?

La mencionada se sorprendió de que supiera su nombre

cuando jamás la había visto antes.

—Lo soy.

Polly sonrió al darse cuenta de su sorpresa. Extendió la

mano y se explicó:
—Blaine me ha mostrado fotos vuestras y soy buena con
los nombres. Soy Polly.

—Encantada, Polly. Me encanta tu color de pelo.

—Gracias. Esperemos que este me dure más que el anterior

—dijo en un tono misterioso que desconcertó a Isadora.

—Te lo cuento después —le dijo Blaine—, vamos antes de

que se nos haga tarde. Hasta luego, Polly.

—Nos vemos, Polly —se despidió Isadora siguiendo a

Blaine.

—Ciao, chicos.

Casi una hora después Isadora disponía de una lista de novelas


para leer, de dos ejemplares que Blaine había sacado a su

nombre para que los leyera, y había sido testigo de la


quíntuple llamada de Duncan para asegurarse de que Blaine se

encontraba bien.

Ahora estaba sentada con su amigo en una pizzería cercana

a la biblioteca, y, aunque el tema seguía siendo los libros, ella


estaba tratando de dar un giro a la conversación sin ser
demasiado evidente.
—No todo son las hermanas Brönte y Jane Austen —estaba

diciendo Blaine—. Que son maravillosas, no lo discuto, pero


también lo son Elisabeth Gaskell y Edith Wharton y no se las
nombra tanto.

—¿Y qué hay de los hombres?

—Bueno, están Gustave Flauvert, Goethe, León Tolstoy…

—No —le cortó—, me refiero al romanticismo entre


hombres.

—¡Oh! Realmente hasta hace muy poco la homosexualidad


era un delito. Recuerda como Oscar Wilde terminó en la cárcel

por tener una relación con otro hombre. Aun así, hay algunas,
aunque ninguna de antes del siglo veinte.

—¿Te he incomodado?

—No, para nada. Soy bisexual, el amor entre hombres no


me es ajeno.

—¡Qué casualidad!

—¿Qué cosa? —inquirió con desconcierto.

—Duncan también es bisexual.

—¿Perdona?

—¿No lo sabías?
Blaine negó con la cabeza sin encontrar su voz para hablar.

—Pensé que te lo habría comentado, principalmente porque


no es un secreto. Siempre ha sido abierto con su sexualidad, de

no haberlo sido jamás hubiese dicho nada.

—Yo tampoco se lo he comentado a él. —Se encogió de

hombros, restándole importancia a pesar de que el


descubrimiento le tenía con el corazón latiendo como loco—.
Supongo que no ha salido a colación. Además de contigo solo

he hablado de este tema con Gaia, y no porque me esconda


sino porque no ha salido en la conversación.

—Entiendo.

Como ya había dicho lo que quería, Isadora dejó que Blaine


retomara el tema de los libros, orgullosa por sus sutilezas.

Casi una hora después, Isadora salió del restaurante y se

despidió de Blaine con una sonrisa en los labios. Ya había


hecho su buena obra del mes, se dijo. Ni Emma Woodhouse

era tan buena emparejando gente como lo era ella. Si tan solo
pudiera ser igual de eficiente consigo misma, suspiró.

—¡No! —soltó de repente, captando la atención de un


grupo de chicos que caminaban por la misma acera que ella.
Agachó la cabeza, avergonzada por su arrebato y se regañó
mentalmente.

¿De dónde había salido semejante pensamiento? Ella no

estaba buscando el amor. No era tan tonta como para creer que
el famoso sentimiento que movía el mundo era para ella.
Capítulo 11

El martes a primera hora cuando Isadora fue a abrir el pub, que


funcionaba como cafetería por las mañanas, se encontró con la
agradable sorpresa de que Daniel ya estaba allí y se había

ocupado de preparar la cafetera, encender las luces e, incluso,


abrir al público. Había llegado antes incluso de que lo hiciera
Jay, el cocinero de Casa Lola, quien a pesar de ser escocés
bordaba la tortilla de patata, y normalmente el más

madrugador junto con ella misma.

Era demasiado temprano para que hubiera clientes, pero,

aun así, mantenían el horario para recibir a los proveedores y


organizarse para la larga jornada laboral. En apenas una hora
comenzarían a llegar los parroquianos para desayunar y tomar

cafés.

—Buenos días ¿qué estás haciendo aquí tan temprano? —


preguntó al tiempo que se quitaba la chaqueta y se colaba tras
la barra para dejar sus pertenencias en el almacén, que también
le servía de despacho.

Se suponía que su turno comenzaba al mediodía, por lo que


no había esperado encontrarse con él al llegar. Daniel y Kit
eran los únicos trabajadores del pub que tenían llaves de este y
que conocían el código de la alarma, ya que la mayoría de los
sábados y algunos días entre semana eran los encargados de
cerrar el local, siempre por turnos.

—Quería tomar un café —bromeó, pero su tono mostró un


matiz de preocupación que alertó a Isadora.

Inquieta salió apresurada del despacho y con el ceño


fruncido se detuvo frente a él. Tratando de adivinar lo que
pasaba.

—No, en serio ¿qué sucede?

—Nada.

La mirada que su jefa le lanzó dejando claro que no le creía


le hizo replantearse su respuesta.

—Ayer terminé por fin mi tesis —anunció con timidez

mientras se apartaba un mechón de cabello castaño de sus ojos


grises.

Su expresión tímida contrastaba tanto con su aspecto de

gigante que por un momento Isadora estuvo a punto de echarse


a reír. Daniel era jugador de rugbi aficionado y como tal estaba

constituido. Músculos y hombros anchos, pero sin llegar a ser

exagerado y casi un metro noventa de altura.


—Esa es una gran noticia —corrió a abrazarle, y antes de
que se diera cuenta de lo que había hecho, estaba siendo

rodeada por sus fuertes brazos.

—Gracias —musitó sobre su cabeza.

Se separaron ambos con el corazón acelerado por el

contacto. Pero incluso en su estado de nervios, Isadora notó


que había más que todavía no le había dicho.

—¿Hay algún pero? —tanteó sin dejar de mirarle.

—No, no. Claro que no. Es bueno. Muy bueno, en realidad

—comentó tomándose unos segundos antes de continuar—.


Me han ofrecido una plaza en un instituto de Edimburgo. Es el

mismo en el que Archie da clases —explicó, dando a entender


con un rodamiento de ojos que estaba seguro de que su amigo

había abogado por él—. Sería para lo que queda de curso


como profesor suplente, pero el próximo año el puesto es mío

si lo quiero. A no ser que sea un completo desastre como

docente —bromeó más forzado que divertido.

—Eso es imposible —le siguió la broma Isadora—. Eres un


docente experimentado.

—Supongo, aunque no es lo mismo.


—No lo es. Es mucho mejor que la academia donde

trabajas ahora —aunque pretendía parecer jovial su voz sonó

falsa.

—No voy a dejarte colgada —comentó muy serio, como si

pensara que el motivo por el que parecía tan incómoda era por
el temor a quedarse sin un trabajador—. Lo que queda de año

escolar lo compaginaré con el pub y ya para el siguiente te

ayudaré a encontrar a alguien que cumpla con todos los

requisitos que pides. Además, seguirás teniendo a Kit.

—Lo sé y me alegro por ti. Mucho. ¿Cuándo lees tu tesis?

Era evidente que quería cambiar de tema por lo que Daniel


no forzó la conversación.

—En dos meses. ¿Vendrás a escucharla?

—¿Puedo ir?

—Por supuesto. No te invitaría si no pudieras venir —dijo

con una sonrisa—. Eso sí, vas a tener que lidiar con mis padres

y mis hermanas —bromeó, y en esa ocasión tanto su tono

como su expresión fueron sinceras.

—Tu familia es encantadora —protestó muy seria.

Isadora los conocía y podía dar fe de ello. Después de que

Daniel comenzara a trabajar en Casa Lola se volvieron clientes


asiduos y jamás habían sido otra cosa más que maravillosos.

—Me alegra que digas eso porque van a ser tus


acompañantes. Ninguno de ellos va a querer perderse la

ocasión —se apartó el cabello de los ojos con una sonrisa.

—Lo sé y estaré encantada de sentarme con ellos y

animarte cuando llegue tu turno.

—No les des ideas, por favor —pidió con una expresión de

horror en el rostro—. Mis hermanas han estado hablando de


hacer carteles, lo que suena bastante vergonzoso, si quieres

saber mi opinión.

—Una pena que pienses así porque me encanta la idea.

Isadora se rio, pero su sonrisa, aunque real no fue plena.

Más tarde, cuando llegó la hora de cerrar, Isadora se permitió

pensar en el poco tiempo que le quedaba con Daniel como

compañero en el pub. Puede que incluso como amigo. Una vez

que comenzara a trabajar oficialmente de profesor, apenas


tendría tiempo para pasarse por allí. Entre preparar sus clases,

corregir exámenes, su entrenamiento con el equipo de rugbi, y

todo lo demás, el visitarles en el pub quedaría en un segundo


plano. Después de todo Kit y él eran amigos por lo que no

tenía que ir hasta allí para verle.

No obstante, lo que más le dolía a Isadora era pensar en que


de nuevo, una persona en la que confiaba plenamente iba a

alejarse de ella como si no significase nada en su vida.

La parte racional de su mente le decía que estaba siendo

injusta. Sabía que el trabajo de Daniel en el pub era temporal.

Estaba al tanto de lo que su amigo había luchado para terminar

su tesis, y aunque estaba feliz por él, su parte egoísta lidiaba


contra ese sentimiento.

La única parte buena, si había alguna, era que su excusa de

que no salía con hombres que dependieran laboralmente de

ella estaba cada vez más lejos.


Capítulo 12

La semana de trabajo tras la gripe había sido un poco más dura


de lo que Blaine había esperado. No obstante, no era el único
al que se le había hecho cuesta arriba. Duncan parecía estar a

tope de trabajo, Gaia no hacía más que lamentarse porque


tenía que preparar una ponencia y estaba estresada corrigiendo
trabajos, Isadora estaba teniendo muchos encargos con las
reservas en el pub, y Fia… Fia vivía en su propio mundo. Lo

que al mismo tiempo la hacía tan especial.

Por todo ello, cuando el viernes los cinco coincidieron en la

cena en Casa Lola, todos tuvieron la sensación de que hacía


mucho tiempo que no habían compartido una velada juntos.

No obstante, antes de llegar a ese momento, Blaine tuvo


que controlar sus nervios, consciente de que Duncan iba a
pasar a recogerle, y que iba a sentarse a su lado en el coche,
oliendo su aroma y sintiendo su calor sabiendo lo que sabía.
No era que se creyera tan irresistible como para pensar que por
el simple hecho de que también le gustaran los hombres
tuviera posibilidades, era más bien una cuestión de esperanza
más que de confianza.
Lamentablemente para ambos, no habían podido quedar en
toda la semana, por lo que no se habían visto desde el lunes,
aunque las llamadas y los mensajes habían sido constantes, no
era lo mismo que pasar tiempo juntos.

Por todo ello, Blaine estaba nervioso mientras esperaba en


la puerta de su casa a que Duncan pasara a recogerle. Y sus
nervios se multiplicaron por cien cuando el Tesla se detuvo
frente a él y al abrir la puerta del copiloto y entrar se encontró

siendo atraído con seguridad a los brazos de Duncan.

Su aroma invadió sus sentidos, no solo afectando a su

olfato, también hizo que le picaran las manos por tocarle de un


modo más íntimo que las tímidas palmadas en su espalda.

Tuvo que morderse el labio inferior porque de repente tenía

ganas de besarlo más de lo que el sentido común le


aconsejaba.

—Te he echado de menos —confesó Duncan, soltándole,

pero sin dejar de mirarle a los ojos.

Blaine estaba seguro de que los amigos no se miraban ni se


tocaban de ese modo.

—Yo también a ti.

—¿De veras?
Aunque le sorprendió la pregunta respondió con sinceridad.

—Por supuesto, las llamadas y los mensajes no son lo


mismo que compartir un café contigo.

La sonrisa del arquitecto fue deslumbrante.

—Me alegra que pensemos igual —sentenció, antes de

girarse hacia el volante y reincorporarse al tráfico—. Pon la


música que te apetezca —ofreció—. Tenía prisa y ni siquiera

la he encendido.

La idea de que tuviera prisa por verle le hizo cosas a su

estómago que de repente comenzó a bailar un tango.

—¿Puedo poner cualquier cosa?

Duncan apartó la mirada de la carretera para posarla sobre


él con cierta inquietud.

—¿Qué entiendes por cualquier cosa?, ¿vas a asustarme

con algo raro?

La carcajada de Blaine le erizó el vello, notó Duncan. Era


adorable y sexi a la vez, pensó, tratando de prestar atención a

la conducción.

—No lo sé. Estaba pensando en Harry Styles.


—Harry Styles no da miedo, da… otras cosas, pero

definitivamente nunca miedo —dijo entre risitas.

—En ese caso…

Sacó su teléfono del bolsillo y tras enlazarlo al coche, abrió

su playlist y como había prometido, la voz de Harry y su Sign

of the times inundó el vehículo.

—Un clásico. Me gusta.

—No mientas. Lo que te gusta es el tipo que canta —le


acusó riendo.

—Eso también —aceptó sin vacilación—, pero creo que tú

no puedes protestar por ello porque estamos en la misma

situación.

—No lo hago. ¿Quieres que te cuente un secreto?

—Me encantan los secretos. ¡Dispara!

—He bautizado a mi robot de limpieza en su honor.

Duncan se rio de buena gana.

—¿De veras?, ¿se llama Harry?

—No. Se llama Harry Styles.

Las carcajadas de Duncan le hicieron cosas a Blaine, quien

trató de no pensar en ello.


Tras las bromas de Duncan respecto a lo que le había
contado, dejaron el tema aparcado, con Duncan planteándose

si había comprendido perfectamente el mensaje de Blaine o si

estaba leyendo entre líneas más de la cuenta.

La conversación siguió derroteros más inocentes y veinte

minutos más tarde estaban entrando por las puertas de Casa


Lola y encontrándose con sus amigas.

—No hagáis planes para mañana —anunció Gaia, cuando

se sentaron todos a cenar. Isadora había sido la última en

hacerlo, todavía pendiente de que Daniel tuviera todo bajo

control.

—¿Y eso? —inquirió Fia, haciéndose eco de la curiosidad

de todos.

—Nos han regalado entradas para ver un partido de rugbi


—explicó—, para el equipo de Daniel.

—Y el equipo de Lean, por supuesto —resaltó Fia con

sorna.

—Evidentemente ya que ha sido él quien me las ha

regalado.
La pelirroja abrió los ojos desmesuradamente por la

sorpresa.

—Eso sí que no me lo esperaba —se burló—, el que me


incluyera, quiero decir.

Gaia bufó.

—Si no quieres venir…

—¿Estás loca? Solo tengo que dirigir mi atención a

Malcolm y la velada será perfecta.

Los chicos e Isadora rieron por la ocurrencia mientras que

Gaia parecía exasperada.

—Por mí perfecto —intervino Blaine—, aunque os aviso de

que no tengo la menor idea de rugbi.

—Yo tampoco —confesó Gaia.

Enseguida fueron secundados por Isadora y Fia. Al ver que


Duncan no decía nada todos los ojos se clavaron en él.

—Conozco las normas, pero no es un deporte que siga.

Igualmente, puedo comprender lo que pasa en el campo.

—Menos mal —suspiró Gaia—, empezaba a creer que

éramos todos unos ignorantes.


Inmediatamente después de que la matemática hiciera el
comentario sus amigos comenzaron a protestar alegando que

no saber nada de rugbi no los hacía ignorantes mientras


supieran de fútbol.

La tarde noche transcurrió entre buen humor, bromas, risas


y comida, y cuando llegó la hora de marcharse todos

estuvieron de acuerdo con que Duncan condujera al día


siguiente. Después de todo, era más fácil si viajaban todos en
el mismo vehículo. Tras confirmar dónde y cuándo verse se

fueron marchando.

Duncan y Blaine se retiraron juntos igual que habían

llegado. A diferencia de la ida la vuelta fue hecha casi en


silencio y no por el cansancio. Cada uno de ellos estaba
perdido en sus propios pensamientos: Blaine pensando en si

sería buena idea invitarle a subir a tomar una última copa, y


Duncan, debatiéndose entre pedirle que le invitara a un café

sin ser intrusivo, aunque un café a esas horas supusiera pasarse


la noche en vela.

Finalmente fue Blaine quien se decidió cuando el coche

paró frente a su portal.

—Si no estás cansado ¿por qué no aparcas y subes a casa a

tomarte una copa?


—Me encantaría, pero creo que voy a cambiar la copa por

un refresco —admitió con una sonrisa—, no creo que sea


buena idea beber más o me veré obligado a acampar en tu
sofá.

—No tienes porqué quedarte en mi sofá.

—¿Eso quiere decir que estás dispuesto a compartir tu

cama conmigo?

—Sí —respondió con rapidez—, no. Quiero decir, que

puedes tomarla, yo dormiría en el sofá.

Duncan se encogió de hombros.

—Me gustaba más la primera opción.

—A mí también —musitó Blaine tan bajito que Duncan no

estuvo seguro de si lo había escuchado o imaginado.


Capítulo 13

A pesar de que era el único que comprendía lo que estaba


sucediendo en el terreno de juego, Duncan era, estaba seguro,
el que menos interés estaba mostrando en el partido. Lo que

estaba sucediendo a su alrededor era mucho más interesante.


Comenzando por el hombre que se sentaba a su lado y cuyo
muslo y hombros le rozaban sin cesar, poniendo a prueba su
autocontrol.

Desde la noche anterior, en que había subido a casa de


Blaine para charlar un rato más, no queriendo finalizar la

velada tan pronto. Estar cerca de él y no poder tocarle,


besarle… se estaba convirtiendo en un auténtico suplicio.

El problema era que, aunque estaba casi seguro de que tenía


posibilidades con él, y realmente le gustaba. Mucho. Si era
sincero consigo mismo, seguía siendo su amigo. Amigo de sus
amigas, alguien a quien tendría que seguir viendo si las cosas
no salían bien. Y, aunque con cada minuto que pasaba ese
detalle iba perdiendo fuerza en su cerebro, lo cierto era que no
podía hacerlo desaparecer del todo.
Blaine era maravilloso, dulce, amable, educado, culto,
inteligente y uno de los hombres más sexis que había
conocido, pero no estaba seguro de que fuera un tipo de
relaciones sin ataduras, después de todo había estado casado y
apenas tenía treinta y cuatro años.

Y si algo había tenido claro Duncan toda su vida era que


cuando decidiera sentar la cabeza trataría de hacerlo con una
mujer. Después de todo, era lo único que su madre le había

pedido. Y con todo lo que había hecho por ellos, al criarlos


sola y darles estudios a los tres, tras la muerte de su padre, era
lo menos que podía hacer por ella.

Apartó la mente de pensamientos tan molestos y dolorosos

para fijarse en Fia, quien de la nada gritó el nombre de

Malcolm atrayendo la atención, no solo de este sino de todo el


público que les rodeaba, entre ellos la hadita que había tratado

de seducirle la noche de la fiesta de Isadora. La chica le saludó


con una sonrisa que él mismo le devolvió sin mucho

entusiasmo.

—De mayor quiero ser como tú —comentó Isadora, al


tiempo que miraba a la pelirroja con abierta admiración, y

Duncan no pudo más que aguantarse la risa.


Su amiga era valiente, eso no se le podía negar. Si tan solo
él tuviera una ínfima parte de sus agallas…

—¿Te aburres? —preguntó Blaine a su lado, mirándole con

preocupación.

—No. No es eso —se encogió de hombros—. Estaba

pensando en Fia y en lo valiente que es.

—Es verdad. No tiene miedo de decir lo que piensa —

sonrió con afecto—. Es parte de su encanto.

Lo vio asentir estando de acuerdo con él.

—Por cierto —apuntó Blaine de repente—, creo que los

jugadores no son los únicos que tiene admiradoras. —Hizo un


gesto sutil hacía la zona de las gradas en las que estaban las

haditas de la fiesta.

La sonrisa de Duncan fue de plena satisfacción.

—No me digas que estás celoso.

—No me van las hadas. Soy más de brujas —respondió con


malicia.

—¡Touché! —para dramatizar más se llevó la mano al

pecho como si sus palabras le hubiesen lastimado el corazón.


Para su sorpresa Blaine le guiñó el ojo antes de girarse para

seguir mirando el partido, dejándole con más dudas que nunca,

el corazón acelerado y la piel erizada por las ganas de tocarle.

Blaine trató de prestarle atención al partido, pero el hombre

sentado junto a él le robaba la concentración incluso sin ser


consciente de ello. Y, además, que la morena de la fiesta de

Isadora con la que Duncan había coqueteado casi toda la

noche estuviera tan cerca no era algo que le permitiera

disfrutar del partido. Aunque se había hecho el tonto cuando


insinuó que estaba celoso, lo cierto era que lo estaba.

La chica era una monada. Hasta Fia parecía echar humo por

la presencia de las jóvenes en el partido, y si Blaine no hubiese

estado seguro de que estaban allí por Malcolm, habría podido

jurar que era por Duncan, dado que no le quitaban los ojos de

encima. Aunque no tuviera mucho sentido porque hasta la


noche anterior ni siquiera ellos sabían que iban a asistir.

—Creo que Fia es la absoluta ganadora del round —susurró

Duncan.

Y era cierto, Malcolm no hacía otra cosa que pavonearse

frente a ella y lanzarle sonrisas y miradas cada vez que pasaba

por delante de la zona en que estaban sentados.


—Normal. Es infinitamente más atractiva que cualquiera de
las niñitas de atrás.

Duncan se rio de buena gana llevándose por ello una mirada

fulminante de Blaine.

—¿Qué?, ¿no estás de acuerdo conmigo? —le retó.

—Por supuesto que lo estoy.

—¡Bien!

El arquitecto se aguantó las ganas de seguir con la broma

exactamente tres minutos.

—No sé si lo sabes, pero celoso eres todavía más sexi.

—No estoy celoso. No seas ridículo.

—Por supuesto, babe—replicó riendo tan a gusto que

despertó la curiosidad de sus amigas. Afortunadamente no dijo


la verdad, sino que se limitó a contar una historia sobre que

había recordado un meme que le habían mandado esa misma

mañana.

Cuando finalizó el partido, Daniel, el compañero de trabajo

de Gaia que le había regalado las entradas y unos amigos se


acercaron para invitarles a tomar una bebida de celebración.

Nadie se atrevió a negarse después de la mirada de advertencia


que les lanzó Fia, por lo que, tras darles la dirección y el

nombre del pub, se prepararon para salir del estadio.

—¿Cuánto tardan los hombres en arreglarse? —inquirió Fia


en cuanto todos los jugadores desaparecieron de la vista.

—Unos diez minutos —respondió Duncan.

—Si son como tú estoy seguro de que son suficientes —

protestó Blaine—. El resto de los mortales necesitamos al

menos media hora para vernos presentables.

—¿Estás diciendo que soy guapo? —coqueteó Duncan.

Blaine enrojeció un poco, pero no se echó para atrás.

—¿De veras necesitas que te lo confirmen? Estoy seguro de

que en tu casa también hay espejos.

—¡Qué cosas tan bonitas me dices, babe!

Si a alguna de las chicas le llamó la atención que usara el


termino cariñoso no dijo nada.

—¡Vamos! —gritó Fia para hacerse oír en la distancia,

puesto que ella ya que había echado a andar—. Han pasado

siete minutos desde que se fueron.

Blaine suspiró más tranquilo. Por una vez estaba


agradecido por el impetuoso carácter de Fia que lo había
sacado del momento más intenso de la tarde.

No obstante, no era el único, ya que cuando llegaron a los


coches, las chicas anunciaron que iban a ir con Lean y
Malcolm, para que Fia pudiera desplegar sus encantos con el

moreno. Lo que los colocó a los dos solos en el coche con toda
la tensión sexual no resuelta latiendo descontrolada entre ellos.
Capítulo 14

El viaje al pub no había sido tan tenso como Blaine había


temido. Duncan tenía la capacidad de pasar de frío a templado
en un abrir y cerrar de ojos, y, aunque no había sido realmente

frío sí que había vuelto al modo amigos sin problemas.

The Black Cat era un pub ubicado en Street Rose, con

paredes y suelos de madera y un ambiente acogedoramente


escocés. El entorno era agradable y parecía ser el local
habitual al que iban los jugadores del equipo de Daniel,
quienes no habían sido otra cosa más que amables con ellos.

Como era de esperar había terminado sentado junto a

Blaine, y entre la cerveza y la conversación pronto se sintió

alegremente cómodo. Ni siquiera se permitió pensar en nada


que pudiera bajarle el ánimo, como por ejemplo el modo
cambiante en que Duncan le trataba.

Resuelto a pasárselo bien a pesar de todo, aceptó todas y


cada una de las bebidas que le tendieron, sin pensar que era un
peso ligero con la bebida. Ni siquiera cuando sirvieron la cena
sus niveles de alcohol se regularon porque, si bien comió, en
ningún momento dejó de beber cerveza.
Cuando la gente comenzó a moverse para marcharse a casa,
Blaine notó que le costaba mantenerse en pie. No hasta el
extremo de caerse, pero sí al de tambalearse un poco sin un
punto de apoyo. Se rio sin sentido cuando comprobó que
Duncan estaba igual que él.

Por suerte, Isadora se encargó de todo, llamó a un Uber


para que los llevara a casa y se llevó el coche de Duncan para
aparcarlo en su plaza de garaje.

Amablemente, Daniel se había ofrecido para seguirla con


su propio coche y asegurarse de que llegaba a casa a salvo.

Después de estacionar el Tesla, Isadora iba a dejar las llaves en


el buzón de Duncan, por lo que este podía dormir la

borrachera tranquilo, al saber que todo iba a estar bien.

Isadora y Daniel los acompañaron hasta el Uber mientras


Blaine se preguntaba por qué tanto alboroto. Estaba un poco

achispado, pero nada como para preocuparse tanto.

—Portaos bien, o mal, según se mire —comentó Isadora

con una sonrisa de complicidad que el cerebro de Blaine


estaba muy lejos de poder descifrar.

—De acuerdo —sonrió Duncan, como si tuviera más

capacidad que él de entender a lo que su amiga se estaba


refiriendo.
Entraron en el vehículo y se abrocharon el cinturón. El
trayecto medio adormeció a Blaine, quien se apoyó en Duncan

para estar más cómodo.

Cinco minutos más tarde los dos estaban dando un gran

espectáculo al pobre conductor que mantuvo la boca cerrada y


la mirada al frente, seguramente más avergonzado que ellos,

que estaban demasiado bebidos como para importarles besarse


en el Uber.

Blaine ni siquiera sabía cómo había terminado siendo

besado por los hábiles labios de Duncan. Unos segundos antes


había tenido su cabeza apoyada en su hombro y en esos

instantes tenía sus brazos enrollados apretadamente alrededor

de su cuello mientras lo seducía con un castigador y devorador


beso, su lengua familiarizándose de cada centímetro de su

boca. Tentándole y provocándole como nadie lo había hecho


antes.

En algún momento del intercambio, el coche se detuvo

frente al portal de Blaine y los dos salieron de allí a


trompicones, sin poder quitarse las manos de encima.

Por suerte, era demasiado tarde o temprano, según se

mirase, para encontrarse con algún vecino tanto en el portal


como en el ascensor, porque su lujuria iba en aumento y sin
frenos. Ni siquiera el riesgo a ser vistos los detuvo. Ninguna

denuncia por indecencia pública iba a alejar a Blaine de la

boca que tanto había deseado y con la que tanto había soñado.

Entre risas borrachas y caricias entraron en el apartamento,

y sin llegar más lejos del comedor terminaron desnudándose el


uno al otro. Demasiado emocionados como para preocuparse

por dónde iba a parar la ropa. Antes de que Blaine pudiera

admirar a conciencia al hermoso hombre que tenía delante,

este se dejó caer en el sofá y cerró las piernas con picardía.

—¿Quieres algo? —preguntó Duncan con travesura.

—Sabes que sí.

—Entonces ven aquí.

Cuando Blaine se acercó al borde del sofá, su pene se agitó


por la visión. Lo vio abrir las piernas para darle un vistazo más

directo y un acceso fácil.

No queriendo ir más lejos o demasiado deprisa acarició su

erección con el índice, evaluando su reacción. Ya estaba duro

como una roca y ni siquiera había empezado a hacer todo lo

que había estado soñando las últimas semanas.

Además, verle tan excitado como lo estaba él fue una


inyección de autoestima.
Ansioso por tocarle, envolvió la base con la mano derecha
y comenzó a acariciarle con lentitud. Tomándose su tiempo

para apreciar la suave dureza que sostenía y los sexis sonidos

que escapaban de los labios entreabiertos de Duncan.

Una densa gota de semen se deslizó de la punta de su pene

y ávido por probarlo se inclinó y la succionó.

Cerró los ojos y deslizó su lengua cuidadosamente por la


sonrosada coronilla.

Duncan gimió ligeramente y eso le animó a dar el siguiente

paso. No iba a llevarlo mucho más allá. Los dos habían bebido

demasiado y si las cosas llegaban a ese momento que tanto

había estado anhelando tendría que ser cuando ambos

estuvieran sobrios y completamente seguros de que era lo que


deseaban. Aun así, no iba a perder la oportunidad de

saborearlo.

Se inclinó más y envolvió el glande con su boca. Solo la

punta. Lamió la suave piel con la lengua y a juzgar por el

ligero gruñido de Duncan, estaba disfrutando de sus caricias,


pero no era suficiente, quería volverlo loco, de modo que lo

succionó con fuerza mientras movía su mano arriba y abajo, y

acto seguido, inspiró profundamente antes de hundirlo en su

boca hasta que sus testículos golpearon contra su barbilla.


Relajó la garganta cuando Duncan comenzó a moverse

tomando el control. Le lagrimearon los ojos, pero la sensación


de estar engulléndole, de sentir lo loco que lo estaba volviendo

fue más poderosa que las náuseas. Como si quisiera relajarle,

Duncan posó sus manos en su cabello, pero en lugar de asirlo

o tirar de él, lo acarició mientras balbuceaba lo bueno que era

y lo mucho que le gustaban sus labios.

No se apartó cuando Duncan le dijo que estaba cerca, sino


que redobló sus esfuerzos, tragándose su descarga cuando se

dejó llevar entre gemidos, gruñidos y alabanzas.

Todavía estaba recuperándose de la experiencia cuando

Duncan invirtió los papeles y fue él quien se encontró desnudo

en el sofá. Estaba tan excitado que siseó cuando sintió la


primera caricia. Cerró los ojos y apretó los dientes intentando

controlarse. No iba a dejarse llevar tan pronto, se dijo, quería

disfrutar de los labios de Duncan un poco más.

Sus buenos propósitos no llegaron más allá de un par de

minutos cuando explotó en su boca, agotado y saciado a partes

iguales.

Duncan trepó por su cuerpo para besarle y todavía en medio


de la bruma del éxtasis Blaine sintió que lo que había
compartido con él era mejor que cualquier otro encuentro que
hubiera tenido nunca.

Se quedaron dormidos abrazados en el sofá de Blaine. Los


dos soñando con despertarse y volverlo a repetir.
Capítulo 15

Durante las siguientes semanas, la relación o no relación,


porque no habían hablado del tema ni velada ni abiertamente,
entre Blaine y Duncan se fue afianzando, convirtiéndose en

una auténtica relación, con etiqueta o sin ella.

Lo que comenzó como una noche de borrachera había

pasado a ser algo más intenso y serio. Duncan pasaba, al


menos, dos noches entre semana en casa de Blaine y la
mayoría del fin de semana.

El bibliotecario, por su parte, solo había estado una vez en


el apartamento de Duncan y la visita duró apenas unos

minutos mientras el anfitrión se abastecía de ropa limpia para

pasar la noche con él, e ir a trabajar al día siguiente desde su


casa. Ese gesto contrastaba con el hecho de que hubiese
invitado a Blaine a que le acompañara a Glasgow, donde se
había visto obligado a ir por trabajo, tentándole con la excusa
de que así podía visitar la famosa biblioteca de la ciudad. Por
suerte, Blaine disponía de días libres en el trabajo, de modo
que pudo escaparse con él.
Y aunque Blaine no se sintió cómodo con que lo
mantuviera alejado de su espacio personal, su hogar, y algunas
otras facetas de su vida, lo cierto era que sentía que en esos
instantes el resto lo compensaba. Igualmente, tampoco se
sentía con derecho a exigir más, ya que todo llevaba al mismo
punto: no tenían una etiqueta de pareja y las exigencias o
peticiones quedaban fuera de ella.

Aun así, Duncan se mostró siempre pendiente de Blaine,

como cuando este le ocultó que era su cumpleaños y organizó


una cena con Fia, la única que tuvo la noche libre, en la que
terminó confesando que era su día, y que había querido

celebrarlo cenando con sus amigos. Para su absoluta sorpresa,

al día siguiente, cuando llegó a la biblioteca, se encontró con


que le habían llevado una cesta con un desayuno especial, con

tres tipos distintos de bagels, que incluía un precioso ramo de


flores.

Sus compañeros de trabajo estaban como locos por saber

quién lo había enviado. Las apuestas estaban entre Duncan y


Gaia, ya que eran los que más le visitaban.

Y a pesar de que actuaban como una pareja a los ojos de

ellos mismos y de los demás, no lo eran. Blaine era de los que

pensaban que en una relación todo tenía que consensuarse, que


hablarse, el problema era que no se había atrevido a sacar el
tema porque en los pequeños detalles como el de su

apartamento o incluso en lo relativo a sus encuentros con sus

hermanas, a los que en ocasiones habían asistido las chicas,


Duncan siempre le mantenía al margen.

Era como si su relación con él estuviera fuera de ciertas

partes de su vida, o al menos Blaine se sentía de ese modo. Ni


siquiera eran abiertos delante de sus amigas que, estaba

seguro, sospechaban que lo que había entre ellos era mucho


más que amistad. No obstante, Duncan siempre era discreto al

respecto cuando estaban con más gente.

Blaine se preguntó en varias ocasiones si él siempre era así

con sus relaciones o si solo actuaba de ese modo porque era él.

Trató de no darle más vueltas al tema, pero era de las


personas que se preocupaban por todo, por lo que no sabía

cómo desconectar. Una llamada suave en la puerta de su


despacho lo hizo regresar al presente.

—Adelante —pidió alzando la voz para ser escuchado.

La puerta se abrió y la cabeza morena de Isadora asomó por

ella.
—¿Estás ocupado? Polly me ha ayudado a llegar aquí, te

prometo que no me he colado —bromeó, sin llegar a cruzar el

umbral.

—Pasa, pasa, por favor.

Isadora hizo lo que le decían y entró en el despacho con una

bolsa en las manos.

—He venido a devolverte los últimos libros que sacaste


para mí —anunció sentándose en la silla frente al escritorio.

—¿Ya los has leído todos? —inquirió Blaine con asombro.

Isadora se encogió de hombros.

—Leer me ayuda a desconectar. Hasta hace poco estaba

enganchada también a los audiolibros, pero de un tiempo a

esta parte si no lo leo yo misma, mi cerebro se va por los

cerros de Úbeda.

—¿Por dónde? —preguntó, confuso.

Isadora rio divertida.

—Lo siento, es una expresión española. Significa que me


disperso.

—Entiendo. ¿Va todo bien?

La vio asentir, pero no parecía muy convencida.


—Sé que no nos conocemos desde hace mucho tiempo,
pero soy un buen oyente. Y jamás compartiría nada de lo que

me contases con nadie.

—Lo sé.

No queriendo presionarla para que hablara se levantó.

—¿Te apetece un café?, ¿un té?

—Sí, gracias. Un café suena perfecto.

Blaine se acercó a su cafetera y la encendió, mientras se

calentaba el agua sacó las cápsulas, las tazas y llevo el azúcar

a la mesa.

—Lo siento, no tengo leche. Es solo café. —Aunque añadió


con la nariz arrugada—: creo que en el despacho de Polly

tienen cápsulas de café con leche, pero no te puedo asegurar

que sepan bien.

—Estoy perfectamente con el café.

Encantado con la respuesta, preparó las bebidas y las llevó

de nuevo al escritorio, poniéndole a Isadora el suyo delante y


volviendo a tomar asiento en su silla.

—Daniel va a irse del pub —dijo de sopetón.


—¡Oh! ¿Ha sucedido algo entre vosotros?, ¿le has dicho

cómo te sientes?

—No. Le han ofrecido un puesto de profesor.

—Eso es bueno —hizo notar con cierto tacto.

—Por supuesto. Es solo que le voy a echar de menos —


confesó asiento la taza con fuerza, pero sin llevársela a los

labios.

—Tal vez puedas decírselo. Antes de que se marche, quiero

decir…

—¿Y si sale mal?

—¿Y si sale bien?

La morena sonrió por la réplica.

—Sabes, no tienes que decidirlo en este momento, pero a

veces que las cosas terminen no es malo, puede ser el inicio de


algo distinto. Mejor. Tal vez es necesario que cambie la

dinámica entre vosotros para que podáis avanzar.

—Duncan tiene suerte de tenerte.

Las mejillas de Blaine enrojecieron.

—Duncan y yo solo somos amigos —replicó.


—Por supuesto —concedió esta en un tono lleno de
sarcasmo.

—Es la verdad. No hemos hablado de nada ni me ha dado a


entender que esto es algo más que…

—¿Vosotros dos teniendo sexo y actuando como una


pareja?

Asintió con la mirada baja.

—Algo así.

—Mira, Duncan es mi mejor amigo y le quiero, pero a


veces ni siquiera él mismo es consciente de lo que está
haciendo mal. No quiero decir que sea un irresponsable ni

nada de eso porque no lo es. Lo que trató de explicar sin


comprometer lo que hemos hablado a lo largo de los años es

que, quizás, si quieres que las cosas se vuelvan reales te toque


a ti sacar el tema y dar el primer paso.

—¿Y si no quiere lo mismo?

—Entonces lo sabrás, aunque es posible que quiera lo


mismo que tú y solo necesite tiempo para asimilarlo.

—Tengo la sensación de que estás tratando de decirme algo


sin hacerlo directamente.

Isadora sonrió, pero no dijo nada al respecto.


—Duncan es especial… a veces necesita más tiempo para

ver lo que el resto de nosotros vimos en el primer instante. Es


el cabeza de familia y se toma muchas responsabilidades que
no le corresponden. Siempre se ha exigido demasiado,

tratando de complacer a su madre y a sus hermanas en


detrimento de lo que él mismo desea.

—Tú le conoces mejor. Es solo que a veces siento que me


ha colocado en una parte de su vida dejándome fuera del resto.

—Habla con él. Te sacará de dudas y estoy segura de que tú


harás lo mismo por él —aconsejó, muy seria—. Aunque, te
sugiero paciencia. Tiene mucho más en su plato de lo que deja

ver a la gente.

—Seré paciente, y tú ¿vas a predicar con el ejemplo? —

bromeó Blaine.

—Que sepas que yo solo he venido a devolverte los libros

—protestó, fingiendo sentirse ofendida—. Esta visita se está


volviendo demasiado intensa.

Lo vio reírse.

—Estoy por admitir que tienes razón, pero voy a limitarme


a beberme el café —comentó con un guiño.
Capítulo 16

Tras la inesperada encerrona de su madre y su hermana menor,


la tarde anterior, Duncan supo que tenía que pasarse por la
biblioteca y hablar con Blaine. Siendo realistas, no tenía

ninguna obligación de hacerlo, ya que ellos no habían


establecido en qué consistía su relación, pero moralmente
sentía que debía ser franco y directo. Además, Blaine
realmente le gustaba, quizás lo que sentía por él iba más allá

de algo tan banal como gustar. Y, era precisamente por ese


motivo que tenía que comenzar a cortar lo que fuera que
tenían, antes de que dejarle se volviera más complicado y
doloroso de lo que ya iba a ser sin compromisos de por medio.

Con esa idea en mente se bajó del Tesla y se encaminó

hacia la biblioteca. El nudo en el estómago se fue apretando


más conforme todos los trabajadores con los que se topaba le
iban saludando, e incluso deteniéndose para conversar con él.
De algún modo sus visitas lo habían convertido en alguien
especial, si incluso Jane, la bibliotecaria estricta, no dejó de

sonreírle mientras le indicaba que Blaine estaba en su


despacho organizando las etiquetas de las nuevas
adquisiciones que llegarían en unos días.
Sin necesidad de guía se dirigió hacia el despacho, siendo
saludado en su camino por uno de los guardias de seguridad.

Con el corazón a punto de salírsele del pecho, llamó a la


puerta y entró cuando le indicaron que lo hiciera. Blaine estaba
sentado tras su escritorio, enfrascado en la lectura de unos
documentos, por lo que aprovechó su concentración para
mirarle a placer.

Estaba tan ensimismado en el trabajo que tardó unos


segundos en darse cuenta de que no estaba solo, a pesar de
haberle dado paso él mismo.

—¡Oh! Hola, qué sorpresa —se levantó y rodeó el

escritorio para acercarse a él. Su sonrisa era una clara


indicadora de lo contento que estaba de verle.

Cuando se detuvo frente a Duncan se inclinó para darle un

suave beso de bienvenida, pero este lo asió por la cintura y no


dejó que se apartara tan rápido.

Si esa iba a ser la última vez que probaba sus labios iba a

disfrutarla a placer, por lo que profundizó el beso enterrando

su lengua en la boca ajena.

—Me gustan estas sorpresas —rio Blaine cuando se


separaron y recuperó el aliento. —¿Te apetece un café?
Duncan negó con la cabeza. Poco seguro de que su voz
funcionara.

—¿Va todo bien? —preguntó, notando su inusual silencio.

—En realidad hay algo sobre lo que necesito hablar

contigo.

—Por supuesto —señaló los sillones, pero Duncan no se


movió de donde estaba.

—Prefiero estar de pie, gracias.

—Muy bien —el tono de Blaine se volvió prudente.

Duncan tomó un par de respiraciones profundas antes de

sentirse con fuerzas para hablar:

—Lo he pasado muy bien contigo estas semanas, pero las

cosas entre nosotros deberían regresar a la normalidad.

—¿Disculpa? No te sigo.

Duncan se quedó en silencio unos segundos, tratando de

ordenar sus pensamientos. No obstante, cuando llegó el

momento de decir lo que le había llevado allí, no tuvo el valor


para hacerlo por lo que se lo puso fácil a sí mismo, sin

preocuparse por Blaine, y le contó que esa misma noche tenía

una cita para cenar con una de las amigas de su hermana. Ni


siquiera mencionó que su familia había insistido en que ya era

hora que se planteara una relación a largo plazo.

Se limitó a lanzarle la información sin explicaciones o

aclaraciones. Y no contento con la expresión de dolor que él

mismo había plantado en los ojos de Blaine, también le contó


que con la cita pretendía familiarizarse con ella porque no

quería llevarla a la fiesta que su firma había organizado para

celebrar una concesión del ayuntamiento que se les había

otorgado, y que tendría lugar la próxima semana sin haberse

conocido previamente.

—Disculpa ¿qué has dicho? —inquirió Blaine, después de

haberle escuchado en silencio los últimos minutos.

—¿Necesitas que comience desde el principio o puedes

darme una pista de que parte, exactamente es la que necesitas

que repita?

Duncan sintió una punzada en el pecho. Sabía que estaba

siendo cruel, pero terminar con algo que se estaba volviendo


demasiado serio, demasiado importante, era lo mejor para

ambos.

—¿Vas a salir con otra persona?, ¿estás dispuesto a

formalizar con ella ya que planeas llevarla a una fiesta de

trabajo?
—Así es.

—¿Por qué?

—¿Por qué?, ¿qué? Estoy seguro de que puedes ser más


específico.

—Porque necesitas conocer a otra persona cuando

nosotros…

—Es lo mejor.

—¿Para quién?, ¿para ti o para mí?

Duncan suspiró tratando de hacerle creer que esa

conversación estaba comenzando a ser tediosa para él, en lugar

de dolorosa.

—Para mí es más fácil llevarla a ella a la fiesta que a ti.

—Entiendo.

—Tengo que irme —dijo, dándose la vuelta para no ver los


ojos cristalinos de Blaine.

Sabía que lo estaba destrozando y era consciente de que

todo era culpa suya. Sus dudas iniciales sobre la importancia

que iba a tener Blaine en su vida habían sido correctas.

Lamentablemente, el daño ya estaba hecho, para él y para sí


mismo, lo único que podía hacer era minimizarlo tanto como

pudiera. Y eso implicaba alejarse.

Abrió la puerta del despacho, ansioso por irse antes de ser


él mismo el que se derrumbara. No obstante, se encontró con

una sorpresa inesperada. Se quedó paralizado al ver a Fia

frente a él sosteniendo dos vasos de café presumiblemente, a

juzgar por el aroma que desprendían.

—Hola —saludó visiblemente confundida, seguramente

había escuchado parte de su conversación, pensó Duncan—.


He venido a verte y he traído café. —Le habló a Blaine, que

estaba parado tras él, levantando el vaso de papel que portaba

—; si hubiese sabido que ibas a estar aquí habría traído otro

para ti, Duncan.

—No te preocupes por eso. Yo ya me iba. —Se agachó a su


altura y le dio un beso en la mejilla—. Me alegra haberte visto.

—Dijo con una sonrisa que pretendía parecer natural.

Antes de que pudiera decir nada, desapareció por el pasillo

con grandes zancadas.

Una vez fuera del edificio corrió hasta su coche, no

queriendo derrumbarse antes de llegar a él. Consciente en esos


instantes de que había cometido el mayor error de su vida. No

tendría que haber aceptado la cita, ni que haber permitido que


su madre guiara lo que ella consideraba que debía de ser su
futuro.

Era un hombre adulto que no necesitaba la aceptación de


nadie para sentirse realizado. Era un gran arquitecto y una

buena persona, aunque no se hubiese portado como una con


Blaine.

Había trabajado mucho para tener una buena idea y, de


repente, había perdido aquello que ni siquiera sabía que
necesitaba hasta que él mismo se encargó de malograrlo.

Se dejó caer en el asiento del conductor y apoyó la cabeza


contra el volante, temblando por la rabia y la vergüenza por lo

que acababa de hacerle a la persona que más le importaba.

Su teléfono sonó con un mensaje. Lo sacó del bolsillo de su

chaqueta para ver que era de su hermana pequeña, Hannah,


seguramente espoleada por su madre para que se asegurara de
que iba a ir a la cita con su amiga. Demasiado enfadado y

dolido por su propia estupidez, lo dejó sin leer.

No obstante, lo desbloqueó y buscó en la lista de contactos

favoritos el de su hermana mayor: Effie.

Como si hubiese tenido el teléfono en la mano esperando a

que alguien le llamara, Effie respondió al primer tono.


—Hola, guapo. Un pajarito me ha dicho que tienes una cita

esta noche —indicó en un tono jocoso que golpeó a Duncan en


el pecho ya adolorido.

—Soy un imbécil, Effie. Un completo imbécil y no

merezco que me perdone —confesó, aguantándose las ganas


de llorar.

Si Blaine no estuviese con Fia en esos instantes, estaba


seguro de que habría dado la vuelta y se habría arrastrado lo

que fuera necesario para que le perdonara.

—¿De qué hablas? —la voz de su hermana sonó


preocupada y Duncan se preguntó por qué había sido tan

cretino.

¿Por qué no había hablado con ella desde el principio?,

¿por qué no le había contado sobre Blaine?, ¿permitido que se


conocieran? Effie le habría apoyado incondicionalmente,

especialmente después de conocerle. Blaine tenía la capacidad


de ganarse el afecto de la gente con tan solo intercambiar unas
pocas palabras y tras ofrecer una de sus hermosas y

bondadosas sonrisas.

Asimismo, su hermana siempre había sido comprensiva y

protectora con él, le hubiese apoyado incondicionalmente. De


hecho, Effie era la única a la que le molestaban las palabras de
su madre sobre encontrar una mujer con la que casarse y tener

hijos. Mientras que él se había acostumbrado a ellas, y Hannah


parecía pensar del mismo modo que su progenitora, Effie era

la que siempre protestaba.

Effie e Isadora, siendo justos, su amiga tampoco estaba de


acuerdo con el asunto, y, aunque su madre la había adorado

cuando se conocieron, el que comprendiera que la relación


entre su hijo y ella era puramente platónica, y el hecho de que

no estuviera de acuerdo con su idea de una pareja perfecta las


había ido alejando.

Suspiró y tomó un par de respiraciones profundas para

darse valor y poner al tanto a su hermana del caos que


gobernaba su vida.

—Acabo de decirle al hombre que quiero que voy a tener


una cita con una mujer esta noche.

Durante unos largos segundos la línea permaneció en


silencio.

—Lamento decirte esto, Duncan, pero sí que eres un poco


imbécil.
Capítulo 17

Blaine no buscaba un ligue de una noche para superar su


desamor, pero eso no significaba que no pudiera arreglarse y
sentirse atractivo. Por ello, escogió una camisa color burdeos,

que dejó con los primeros botones desabrochados, y unos


vaqueros negros que le ajustaban el trasero a la perfección.
Además, se había engominado un poco el pelo, peinándoselo
de punta y dando una imagen de chico malo. Por una noche el

tranquilo bibliotecario quería sentirse sexi, peligroso, la clase


de persona a la que no era fácil que le rompieran el corazón.

Lo remató con una chaqueta de cuero y tras mirarse en el


espejo, decidió que este nuevo Blaine le gustaba.

Lo curioso fue que cuando se encontró con Fia ambos iban


vestidos a juego lo que los hizo reírse encantados. Dos
personas despechadas que habían buscado mostrar otra parte
de sí mismos, aunque fuera durante una noche.

Abrazó a su amiga, intercambiando cumplidos y se


dispusieron a pasar una noche estupenda juntos. Después de
todo, era gracias a ella, que se había empeñado en hacerle salir
esa noche, que no estaba arrastrándose por su piso como alma
en pena. Lo que ninguno de los dos había anticipado cuando
decidieron cenar en su pub favorito fue que Duncan hubiera
llevado allí a su cita. Después de todo, ¿qué clase de cita era si
ni siquiera se había tomado la molestia de llevarla a un buen
restaurante?

Para su completa mala suerte, Blaine les vio nada más


entrar, por ello trató de pasar de largo y sentarse en su mesa
favorita, que estaba libre, pero Fia también los vio y decidió

que no iba a ponérselo fácil a un idiota como Duncan.

Tirando de la mano de Blaine se encaminó hasta donde

estaban y se detuvo frente a ellos.

—Buenas noches, Duncan. Qué sorpresa encontrarte aquí y


tan bien acompañado —le soltó, todas sonrisas falsas.

El aludido se quedó en blanco unos segundos antes de ser

capaz de reaccionar.

—Hola, Fia. Blaine.

—Hola, soy Fia y él es Blaine. Somos amigos de Duncan


—se presentó a su acompañante sin esperar a que él lo hiciera.

La chica sonrió con amabilidad y Blaine no pudo negar que

parecía simpática.
—Brooke, estos son mis amigos —los presentó, a pesar de
que la propia Fia ya le había dado sus nombres.

Instintivamente, Blaine se tensó al escucharle llamarlo

amigo, para acto seguido enfadarse consigo mismo. ¿Qué otra

cosa esperaba?

Mantuvo la compostura y tras intercambiar unas palabras


sobre lo rica que estaba la comida allí, Fia y Blaine se

despidieron de ellos.

—Espero que disfrutéis de la cena —comentó Blaine, todo


buena educación y mejores deseos.

—Gracias, vosotros también —respondió Duncan,

visiblemente incómodo por la coincidencia.

—No, el disfrute en nuestro caso será después de salir de


aquí —bromeó Fia, con toda la intención—. Nos hemos

vestido para salir de caza. Así que… —hizo un guiño coqueto


que pretendía dar a entender más que sus palabras.

La chica de Duncan, Brooke, se rio y les dio un buen repaso

a ambos.

—Estáis espectaculares los dos —dijo con una sonrisa

amable—. Estoy segura de que os irá genial esta noche.


—Gracias, esa es la idea —confirmó Fia, asiendo la mano

de Blaine y tirando de él para ir a su mesa—, nos vemos en

otra ocasión, Brooke.

Se acomodaron en su sitio mientras Fia despotricaba de que

la hubiese llevado a su pub favorito. Blaine no dijo nada,


aunque estaba de acuerdo con ella. Era una falta de tacto

llevarla a cenar al local al que siempre iba con sus amigas y

con él…

Comenzó a escucharla cuando ella se mostró convencida de

que iba a arrepentirse y a pedirle perdón, pero él no estaba tan


seguro, e igualmente, si se daba el caso tampoco sabía si sería

capaz de volver a confiar en él.

Asintió cuando Fia le exigió que le hiciera ghosting si se

ponía en contacto y permitió que ella llevara el peso de la

conversación.

Estaban haciendo el tonto entre ellos cuando apareció

Archie, el compañero de equipo de Daniel y Lean,


acompañado de un tipo al que acabó presentando como su

hermano mayor: Alastair, un policía de brazos fuertes y

entintados, a juzgar por lo que se veía a través de su camiseta.

El tipo era impresionante y Blaine había decidido que esa

noche no iba a dejarse llevar por la autocompasión. No tenía


previsto salir con nadie de momento, no estaba interesado en
relaciones rebote ni en encuentros casuales, pero eso no

quitaba que fuera a disfrutar de las vistas y de la compañía de

los chicos y las chicas atractivos con los que se cruzara. Tenía

el corazón roto, pero no estaba ciego ni muerto. Por lo que iba


a divertirse tanto como pudiera.

Ni siquiera cambió su actitud cuando Duncan se acercó

hasta su mesa y trató de hablar con él, a pesar de que su cita

seguía allí, esperando a que regresara y que Blaine no estaba

solo.

Fia le miró con fijeza como si quisiera recordarle su

promesa, pero Blaine no necesitaba recordatorios. Puede que


estuviera loco por Duncan, pero no iba a amargarle a una

buena chica la noche haciéndole caso a su cita.

Captando la negativa de Blaine, Duncan terminó por

marcharse. El resto de la noche pasó entre risas, alcohol y

bromas, y en ningún momento, se permitió darse la vuelta y

comprobar si Duncan y Brooke seguían allí o si habían


cambiado a un ambiente más íntimo.

Alastair resultó ser un tipo encantador y muy divertido, y lo

que era más complicado, interesado. En cualquier caso, Blaine


no iba a dejar que el despecho y el dolor le hicieran cometer

una estupidez, por lo que mantuvo la conversación en un


ambiente platónico cuando las insinuaciones comenzaron y

con un respeto exquisito Alastair dejó de insistir cuando se dio

cuenta de que Blaine no estaba receptivo para el coqueteo. Tal

vez incluso, ese era su carácter y lo que Blaine consideraba

coqueteo no era más que su forma de ser. Tampoco lo conocía


como para aventurar un juicio.

—Creo que deberíamos pasarnos al agua —bromeó con una

sonrisa—, tu amiga está un poquito perjudicada, o tal vez sea

buena idea cambiar de aires —apuntó con suavidad.

Era evidente que como detective tenía una capacidad

deductiva superior, pero igualmente agradeció la oportunidad


de marcharse sin alusiones directas a la escena de Duncan.

—Sería genial.

Como si hubiese esperado la confirmación de Blaine para

asegurarse de que realmente quería marcharse, Alastair se hizo

cargo de todo. Cinco minutos después estaban en su coche

camino a otro pub en el que tomarse la última copa antes de

irse a casa, después de todo era jueves y al día siguiente todos


tenían que trabajar.
Como conductor asignado, Alastair había estado bebiendo
refrescos. Quizás por ello fue quien se hizo cargo de la

situación y mostrándose perceptivo se interpuso en el campo


de visión de Blaine mientras se marchaban del pub, evitando

que viera a Duncan, que seguía sentado con su cita, cuando


ellos se marcharon.

Decidido a pasárselo bien, Blaine accedió a bailar con Fia


cuando esta se subió a su espalda y durante unos minutos
cierto rubio desapareció de su mente. Cuando Archie ayudó a

Fia a bajar, Alastair lo giró y se encargó de que no pensara en


nada, llevándolo de un lado a otro en un baile más divertido
que sexi, o siquiera, convencional.

Horas más tarde, metido debajo de sus sábanas, después de


haber acostado a Fia en su propia cama, y tras haber tomado

un Uber para regresar a casa, y pasar su buena media hora


debajo del chorro de la ducha, vio que su teléfono parpadeaba

con mensajes no leídos.

Ignoró el de Duncan, no queriendo siquiera ver la imagen


de su perfil, y sonrió con el comentario de Alastair de que se

lo había pasado muy bien con él esa noche. Le respondió del


mismo modo y apagó la luz de lectura que tenía encendida. Si
lograba conciliar el sueño habría pasado la primera prueba, se

dijo, mientras el agotamiento lo arrastraba a la oscuridad.


Capítulo 18

El día siguiente a la ruptura o no ruptura, según se mirase, fue


duro para Blaine. Sobre todo, por los mensajes constantes de
Duncan en los que insistía que tenían que hablar, y por la

certeza de que iba a verlo esa tarde, en su cena de los viernes.

Si bien pudiera parecer que estaba actuando como un niño

enfurruñado al negarse a responderle, lo cierto era que Blaine


tenía sus motivos para no querer hablar con Duncan, ni por
mensaje ni en persona, aunque supiera que no podía evitar lo
último si quería seguir con su vida normal.

Porque todo se reducía a que no necesitaba ni quería

escuchar sus disculpas por no sentir lo mismo que él, ni las

explicaciones de por qué sus encuentros no habían cristalizado


en una relación. Lo que realmente necesitaba era una ruptura
limpia que facilitara el cambio de amante a amigo, sin grandes
dramas. Adoraba a las chicas y la vida que había construido
para sí mismo en los últimos meses, y no quería alejarse de
ellas solo porque sus sentimientos por Duncan no eran
correspondidos. Tenía que pasar página cuanto antes, sobre
todo después de haberle visto con su cita la noche anterior, y

para hacerlo quería olvidar todo lo que había sucedido, no


hablarlo, diseccionarlo y que terminara siendo un constante
recuerdo en su mente.

Con esa idea de buscar la normalidad, se presentó en Casa


Lola a la hora convenida, aunque salió de su apartamento antes
de lo habitual, preocupado porque Duncan decidiera forzar la
conversación, que según él tenían pendiente, y pasase a
recogerle, aunque no hubiesen hablado del tema. Después de
todo, esa había sido su rutina habitual.

Cuando entró en el pub ya habían llegado todos, lo que


facilitó que pudiera sentarse lo más alejado de Duncan que

pudo. Inicialmente, había pretendido salir de casa antes para


llegar pronto y controlar donde sentarse, no obstante, había

terminado entrando en una librería y se le había hecho más

tarde de lo esperado. Gracias a Dios, igualmente había podido


evitar sentarse junto a él.

Para alterar más sus nervios, la primera persona a la que vio

al entrar fue a Duncan, quien estaba pendiente de la puerta. Lo


vio suspirar cuando cruzó el umbral, como si hubiese dudado

de que realmente fuese a aparecer. Sin querer ser demasiado


evidente, Blaine se fijó en su aspecto. Aunque iba tan bien

vestido como siempre, había cercos oscuros bajo sus ojos, lo

que indicaba que no había dormido lo suficiente, seguramente


su cita se había alargado más de lo que le convenía, se dijo,
haciéndose daño a sí mismo con el pensamiento. Molesto por

los derroteros que estaba tomando su mente, se acercó a la

mesa y se centró en Fia, quien parecía haberlo pasado


realmente mal con su resaca.

Gracias a Dios, la borrachera de su amiga acaparó toda la

atención. Si alguna de las chicas sabía, además de Fia, sobre la


cita de Duncan con una mujer y su abrupta separación, tuvo el

tacto de no mencionarlo. No obstante, no se le escaparon las


miradas evaluadoras de Isadora y de Gaia.

Fia por su parte, todavía parecía encontrarse en

recuperación. Y la curiosidad de todos se centró en ella. Que la

pelirroja terminara tan bebida que apenas se mantuviera en pie


no era algo a lo que ninguno de ellos estuviera acostumbrado:

—No os riais de mí. Fue horrible. Ni siquiera recuerdo

haber llegado a casa, y al parecer, eso también tengo que


agradecérselo a Blaine —dijo con un deje avergonzado que el

aludido nunca había visto en su amiga.

A pesar de lo mal que estaba, Blaine no podía negar que se


lo pasó de maravilla la noche anterior. Si Fia ya era divertida

sobria, bebida lo era mucho más.


—¿Blaine te llevó a casa? —preguntó Duncan, quien hasta

el momento no había abierto la boca.

Fia asintió, sorprendida por la pregunta al tiempo que

cruzaba miradas con el bibliotecario.

—Archie y Alastair, su hermano, nos acercaron en coche,

pero fue Blaine quien cargó conmigo hasta casa y me metió en


la cama —se tapó la cara, pudorosa.

—Bien —dijo Duncan, sorprendiéndolos a todos con el

comentario—. Quiero decir que con Blaine estabas segura. No

hubiese sido buena idea que los otros dos entraran en tu casa.

—Jamás lo habría permitido —protestó Blaine, muy serio.

Era la primera vez, desde que llegó, que se dirigía a él, y

había tenido que ser para defenderse.

—Lo sé. Yo…

—¿Quién tiene hambre? —cortó Isadora, preocupada de


que la situación se les fuera de las manos.

Ella sí que había entendido el comentario de Duncan, si

Blaine se había ocupado de Fia implicaba que no había pasado

la noche con Archie. Le lanzó una mirada de censura por

haberle hecho creer a Blaine que lo estaba cuestionando y se

levantó para asegurarse que Jay tenía un hueco para ellos.


Por suerte, la mención de la comida hizo que dejaran el
tema y durante un par de horas cenaron en un ambiente

distendido, hablaron y se divirtieron, y en todo ese tiempo,

Blaine se esforzó mucho para hacer como si lo suyo con

Duncan nunca hubiese sucedido. Cuando él le habló respondió


a sus preguntas y participó en las conversaciones con toda la

naturalidad que pudo. A pesar de lo reciente que estaba todo

consiguió aparentar normalidad. Después de todo, no era la

primera vez que sufría un desengaño, y estaba seguro, de que

no sería la última vez tampoco.

Ya habían terminado de cenar cuando Lean, el novio de


Gaia, Malcolm, el interés amoroso de Fia y un amigo de

ambos, Owen, entraron por la puerta del pub.

Si Blaine no hubiese estado tan pendiente de evitar a

Duncan se habría dado cuenta de que las cosas entre Fia y

Malcolm no iban muy bien, pero lo cierto era que tenía sus

propios problemas como para fijarse en nada más. No fue


hasta el momento de marcharse que comprendió lo que

sucedía.

A pesar de lo mucho que se había esforzado por evitar a

Duncan se vio obligado por la educación a regresar con él a

casa. No podía decir abiertamente que no quería ir con él, que


prefería tomar un taxi a verse obligado a meterse en un coche

a su lado, de modo que se calló las protestas y aceptó.

Fia, por su parte tuvo que ceder ante la insistencia de


Malcolm a llevarla y los dos amigos se marcharon

precisamente con la persona que más deseaban evitar.

Comprendiendo que tenía que actuar rápido si pretendía

evitar la conversación para la que todavía no estaba preparado,

siguió a Duncan y entró en el coche en cuanto este lo abrió.

Una vez en su interior, se puso el cinturón de seguridad, se


recostó contra el apoyacabezas y cerró los ojos.

Sabía que no estaba jugando limpio, pero en esos instantes

no le importaba lo más mínimo. Notó cómo Duncan encendió

el motor y bajó la música que sonaba de fondo, con Adele

cantándole al desamor, haciéndola casi imperceptible.

Aprovechando la ventaja se esforzó por calmarse, dejando


la mente en blanco.

Con intención de hacer creíble que estaba dormido trató de

respirar más profundamente, espaciando las inhalaciones y

exhalaciones, y siguiendo un ritmo continuo y relajado.

Tanto si le creyó como si no lo hizo, Duncan se mantuvo en


silencio, y Blaine en algún momento de la actuación se quedó
dormido de verdad. La noche anterior había sido movida, tanto
física como psicológicamente, por lo que estaba agotado. Para

colmo de males, ese viernes habían llegado nuevos ejemplares


a la biblioteca lo que aumentó su carga de trabajo y mermó el

tiempo de descanso que le correspondía.

Se despertó desorientado y con una punzada de dolor en el

cuello. Incorporándose se dio cuenta de que seguía dentro del


coche de Duncan.

Este estaba mirando algo en su teléfono. Había echado su

asiento hacia atrás, igual que había hecho con el de Blaine, a


quien también le había desabrochado el cinturón de seguridad

para que estuviera más cómodo.

—Lo siento —se disculpó, todavía con la mente


adormecida—. ¿Por qué no me has despertado? Es muy tarde

y tú también debes descansar —dijo mirando la hora en el


reloj del salpicadero.

—Estabas agotado y solo hemos estado aquí como una


media hora —comentó encogiéndose de hombros—. Además,

tampoco es que tenga que madrugar mañana.

—Aun así. Siento haberme quedado dormido.


Colocó el asiento recto e hizo amago de ir a abrir la puerta

y salir, pero la mano de Duncan en su brazo le retuvo.

El calor de sus dedos le cortó la respiración unos segundos.


Cerró los ojos para calmarse. No podía derrumbarse en ese

momento y tampoco tenía derecho a reclamarle nada…

—Blaine.

—Lo siento. Ahora mismo no es buen momento para hablar


de nada. Apenas soy capaz de hilar dos palabras con sentido

—explicó, sin mirarle—. Estoy agotado.

La decepción brilló en los ojos de Duncan, pero asintió sin

presionar.

—De acuerdo, pero esto no ha terminado —anunció muy


serio.

Blaine no estaba seguro de si se refería a la conversación, a


la relación que al parecer nunca había existido o a ambas cosas

a la vez.

—Gracias por traerme. Buenas noches, Duncan —se

despidió saliendo del coche.

—Buenas noches —respondió este, antes de que Blaine


cerrara la puerta y se quedara solo viéndole alejarse de él.
Capítulo 19

El sábado llegó y con él, el compromiso de Blaine de asistir al


partido de rugbi con sus amigos. Como siempre iba a ser
Duncan quien se encargaría de conducir y de llevarlos a todos.

Se organizaron a través del chat común y Gaia, haciendo gala


de su afilada intuición, se encargó de hacerle saber a Duncan
que no tenía que pasar a recogerla porque iba a estar en casa
de Blaine, ya que necesitaba ayuda con un tema de bibliografía

e iba reunirse con su amigo antes de la hora del partido para


hablarlo.

Treinta minutos antes de la hora establecida para que sus


amigos les recogieran, Gaia llamó a la puerta de su
apartamento.

—Dime que no he metido la pata —pidió, en cuanto Blaine


le abrió.

Como respuesta la abrazó. Ni siquiera la había dejado


entrar, pero necesitaba el apoyo. Los últimos días habían sido
más duros de lo que quería aceptar, incluso ante sí mismo. Su
apariencia de normalidad no era más que una farsa.
—Gracias —dijo todavía abrazándola—. Por ponérmelo
fácil.

Gaia suspiró de alivio.

Se separaron todavía en la puerta.

—Aún tenemos tiempo ¿quieres hablar de lo que ha

sucedido?

—Pasa, por favor —pidió apartándose—. Tenemos que


aprovechar el tiempo y puede que necesite mentalizarme un
poco antes de volver a reunirme con él —bromeó, queriendo
quitarle hierro al asunto.

—Si sirve de algo, Isadora me ha contado por encima lo

que ha ocurrido, objetivamente hablando. Lo que busco es


saber cómo estás tú.

Blaine no dijo nada hasta que estuvieron sentados en el

salón.

—Fue un golpe. No me lo esperaba.

—Me lo imagino. Ninguna de nosotras lo vio venir.

Asintió, serio y aparentemente tranquilo.

—Igualmente, no puedo culparle de nada. No teníamos una


relación. Jamás hablamos del tema.
—Nunca entendí porque lo ocultabais hasta de nosotras.

—No lo ocultamos, realmente. Al menos yo no lo hice de


un modo consciente. Era más bien que no había nada que

contar. Nos acostábamos, pasábamos tiempo juntos, pero ni

siquiera nos dijimos que nos gustábamos. Seguramente es algo


ridículo comparado con todo lo demás, pero debería de

haberme dado cuenta de que no era más que una amistad…


especial.

Gaia asintió, no queriendo meter más el dedo en la llaga.

Una cosa era que no hubiesen determinado cuál era su relación


y otra muy distinta el modo en que actuaban, y es que por

mucho que trataron de esconderlo, era evidente que eran

inseparables.

Siguieron hablando, pero Blaine actuó como si no tuviera


derecho a sentirse mal por lo sucedido, como si hubiese sido

necesaria una etiqueta para legitimar su dolor. Gaia no quiso


presionar, de modo que se limitó a apoyarle y mostrarle

comprensión.

—Ahora solo me queda volver al modo inicial y aceptar


que solo podemos ser amigos —se encogió de hombros—.

Además, Brooke me pareció muy simpática.


—Eres increíble. Te mereces alguien que sepa y valore lo

mucho que vales.

—Sí, creo que me lo merezco —admitió un poco

avergonzado—. Pero ahora mismo ni siquiera me lo planteo.

—Lógico. Tienes que darte tiempo.

—¿Sabes? No creo que tenga mucha suerte en el amor. Un

matrimonio fallido, un corazón roto y treinta y cinco años a


cuestas…

—Eres demasiado joven, demasiado atractivo e interesante

para darte por vencido tan pronto —le regañó Gaia—. Puedes

tomarte un tiempo para lamer tus heridas, pero no creas que te

vamos a permitir que renuncies al amor.

—No creo que…

—Vamos a ser implacables —bromeó—, van a terminar


llamándonos las chicas de Blaine. Te concertaremos citas a

ciegas y te vigilaremos para que asistas —siguió con la broma

—. Y créeme, no quieres cabrear a Fia. Es letal.

Gaia logró su objetivo y Blaine comenzó a reírse de buena

gana, olvidándose, aunque fuera temporalmente, de sus penas.


Isadora y Duncan llegaron puntuales y Gaia y Blaine subieron
al asiento de atrás del Tesla para recoger a Fia, la última en

unirse a la excursión.

Una vez en el estadio donde iba a tener lugar el partido,

tomaron asiento y sin saber cómo, Blaine notó que Duncan se

había sentado al lado de Isadora quien a su vez estaba a su


lado. Sintió una mezcla de desilusión porque no intentara

acercársele y alivio al mismo tiempo. Del mismo modo,

tampoco trató de hablar con él. De hecho, se mostró muy

prudente a la hora de dirigirse a él, lo que lo entristeció más.

Tan solo se limitaba a lanzarle miradas y a parecer apenado.

No habían pasado más que un par de minutos desde el


inicio del partido cuando Alastair apareció para ver jugar a su

hermano. Con una sonrisa de bienvenida, Blaine atrajo su

mirada y ambos se saludaron desde donde estaban sentados.

Incluso pudieron intercambiar un par de frases, sin embargo,

tener a Gaia y a Fia entre ellos era demasiado incómodo.


Estaba a punto de darse por vencido cuando la propia Gaia se

ofreció a cambiar de sitio con Alastair.

Tras el intercambio de lugares, Blaine le presentó a Isadora,

que estaba sentada a su otro lado, e igualmente se vio obligado

a hacer lo propio con Duncan, quien, aunque lo había visto


durante la cena en la que habían coincidido con él y su cita,

nunca había llegado a conocerlo de un modo oficial.

La aparición de Alastair supuso un respiro para Blaine. Por


el tiempo que duró el partido pudo mantener una conversación

con él y olvidarse por unos minutos de lo cerca que estaba del

hombre que le había roto el corazón. Y, aunque no le culpaba

por no sentir lo mismo que él, sí que se resentía por cómo

actuó. Si no sentía nada por él tendría que haber evitado que se


hiciera ilusiones. Si hubiese dejado claro desde el primer

momento que eran encuentros casuales, o se hubiese

comportado con él como con un ligue: sin visitas a su trabajo

cada vez que tenía un momento libre, mensajes y constantes


llamadas, noches de cine y sofá… entonces Blaine no hubiese

confundido sus intenciones.

Una vez que finalizó el partido y llegó el momento de

celebrar la victoria del equipo de sus amigos yendo todos al

pub, Blaine aceptó la invitación de Alastair de llevarle en su

coche, no porque estuviera tratando de darle celos a Duncan,


ni siquiera porque estuviera interesado en el policía, algo que

todavía no había decidido. El único motivo por el que aceptó

fue por él mismo: porque necesitaba darse un respiro, porque a


pesar de lo mucho que deseaba poder volver a la normalidad
en su relación con Duncan, y por mucho que se dijera a sí
mismo que no tenía derecho a estar dolido o enfadado por lo

que había sucedido, ya que no eran nada, el caso era que


estaba siendo muy difícil superar su estúpido enamoramiento.

Y la distancia era justamente lo que necesitaba, y si Alastair se


la ofrecía en bandeja de plata, él estaba decidido a aceptarla y
ser egoísta por una vez.

Por esa razón al llegar al The Black Cat se sentó junto a él y


dejó que su conversación le absorbiera. Después de todo,

Alastair era un hombre atractivo e interesante y él volvía a


estar en el mercado, o lo más acertado sería decir que nunca
había dejado de estarlo.

—No quiero que me malinterpretes, pero estoy dispuesto a


sacarte de aquí en el momento en que me lo pidas. —Se había

inclinado cerca del oído de Blaine para que nadie escuchara


sus palabras.

—Soy tan evidente.

Lo vio sonreír y negar con la cabeza.

—Soy observador y tú me gustas…

—Ahora no es buen momento y tampoco quiero estropearte

la noche —comentó, muy serio.


—No te lo he dicho para presionarte. Podemos ser amigos

de momento y si nunca somos otra cosa seguiré queriendo ser


tu amigo.

—Puede que sea una compañía de mierda ahora mismo —

admitió, sonando derrotado.

—No lo serás, no lo eres. Y te prometo que el sitio al que

quiero llevarte hace las mejores hamburguesas de todo


Edimburgo. Si me sigues vas a salir ganando.

—En ese caso, vámonos.

Consciente de lo que iba a parecer cuando se marchara con

Alastair, se levantó de su mesa para acercarse a Fia y contarle


lo que iba a hacer. Su amiga parecía encantada con la idea, por
lo que se sintió un poco mejor. La pelirroja lo conocía lo

bastante bien como para saber que no iba a suceder nada, que
solo necesitaba salir de allí.

Gaia, que debió comprender sus intenciones cuando


Alastair se levantó también, se limitó a guiñarle un ojo,
ofreciéndole su apoyo con el gesto. Tras su conversación, si

había alguien que entendía sus sentimientos era ella.

Isadora por su parte estaba enfrascada en una conversación

con Daniel, y a Duncan ni siquiera lo miró. Despidiéndose de


todos se dirigieron hacia la salida, con Blaine sintiéndose un

poco más ligero que al entrar.

Unas horas después se metió en la cama, solo, pero mucho


más decidido a pasar página. La cena con Alastair había sido

divertida e incluso había terminado por contarle parte de lo


que había sucedido entre él y Duncan. Su nuevo amigo le
había escuchado y le había contado sus propios desengaños

amorosos. Se sintió bien compartir sus penas con alguien que


entendía perfectamente sus sentimientos. La única parte que
minó un poco su buen humor fue el silencio que reinó en su

teléfono. Duncan había pasado de mandarle mensajes sin


descanso y tratar de hablar con él como fuera, a nada en

absoluto. Era como si se hubiese dado por vencido o como si


ya no sintiera que se debían una conversación.
Capítulo 20

Duncan era consciente de que la había fastidiado. No tenía


ninguna intención de justificarse, ni ante él mismo ni ante
nadie. La había jodido y tenía que asumirlo. Y para colmo de

males el dolor de cabeza le estaba matando.

Desde el instante en que vio que Blaine se marchaba con

Alastair supo que solo tenía dos opciones: salir corriendo y


suplicarle que no se fuera o emborracharse y olvidarse de todo.
Estúpidamente se decidió por la última opción y en esos
instantes estaba pagando las consecuencias.

Había estado tan borracho que Daniel e Isadora habían

tenido que llevarle a casa, en su propio coche, y meterle

debajo del grifo del agua fría porque estaba cerca de perder la
consciencia. De lo poco que podía recordar, lo que taladraba
su cabeza junto con la migraña era lo enfadada que había
estado Isadora.

Tanto que le había exigido que cuando se despertara se


pasara por Casa Lola, y por si lo olvidaba, le había dejado
notas por toda la casa e incluso había bombardeado su teléfono
con recordatorios para que lo hiciera.
Por eso mismo, cuando se despertó sobre las tres de la
tarde, con nauseas, y un insoportable dolor de cabeza, se
arrastró hasta la ducha y trató de ponerse presentable. Ni
siquiera un café y un par de aspirinas pudieron arreglar un
poco su malestar, por lo que en ningún momento se planteó
conducir. Su mente no estaba donde debía estar y seguramente
sus reflejos ese día eran los de un octogenario. Por todo ello,

se calzó unas zapatillas y decidió que un paseo era


exactamente lo que necesitaba.

Con la idea de apaciguar a su mejor amiga le envió un


mensaje diciéndole que iba en camino, pero que iba a tardar un

poco porque había decidido tomar un poco de aire fresco.

La respuesta fue inmediata. Isadora le preguntó si había

comido y cuando este le respondió que no, le avisó que le


prepararía algo para que le asentara el estómago cuando

llegara.

La idea de un poco de sopa caliente de Jay le alegró el


trance. El cocinero de Casa Lola tenía buena mano con la

comida en general y la de resaca en especial.

Media hora más tarde cuando entró en el pub de su amiga se


dio cuenta de que lo que había comenzado con un mal día
tenía toda la pinta de terminar mucho peor. En una de las
pocas mesas ocupadas estaban sentadas la propia Isadora y su

hermana mayor, y por la expresión de esta última estaba al

tanto de sus devaneos con el alcohol.

Isadora lo había traicionado descaradamente, era lo único


que explicaba que Effie estuviera allí en esos momentos.

Consciente de que no podía escapar de ellas se acercó

exagerando más su papel de doliente.

—Por favor —pidió alzando las palmas—, sea lo que sea


no me gritéis. —Tomó asiento frente a ellas—. Mi cabeza ya

parece que va a estallar sin ayuda externa.

—Tendrías que haberlo pensado antes de beber casi hasta el


desmayo —protestó Effie, eso sí sin alzar la voz—. Has sido

un completo inconsciente.

Duncan fulminó a la chivata con la mirada, pero su amiga


ni siquiera se mostró avergonzada.

—Si vuelves a asustarme de ese modo otra vez te mataré —

apuntó la española, completamente seria.

—Lo siento. Se me fue un poco de las manos.

—¿Un poco?
—Lo siento —repitió y era cierto. Lamentaba haberla

asustado hasta el punto de que se viera en la necesidad de

llamar a Effie, también por sí mismo y por el malestar en que

se encontraba. La bebida podía haberle hecho olvidar por unas


horas sus problemas, pero no los había borrado, si acaso los

aumentó.

—Más te vale porque estoy hablando completamente en

serio.

—¿En qué estabas pensando? —siguió Effie—. ¿Qué te

emborracharas solucionó algo?

Negó con la cabeza.

—¿Entonces?

—Era eso o salir corriendo detrás de él.

Isadora bufó, pero no dijo nada. No fue necesario, Effie


habló por las dos.

—Pues haberlo hecho. ¿Por qué narices pensaste que beber

solucionaría tus problemas? Tienes treinta y cuatro años, por el

amor de Dios.

—No quiere saber nada de mí. Ayer lo dejó claro.

—Eso no es cierto —intervino Isadora—. No pasó nada de

lo que estás pensando entre ellos. Alastair y él solo son


amigos.

Fue el turno de Duncan de bufar.

—Es cierto —me lo ha contado Gaia esta mañana.

—¿Y Gaia cómo lo sabe?

—Porque se lo ha dicho Fia, y antes de que protestes te diré

que Fia lo sabe porque el propio Blaine se lo ha contado.

—¿De veras?

—Por supuesto. Acabas de dejarle, ¿por qué iba a meterse

con alguien más tan pronto? Puede que no lo sepas, pero

Blaine te quiere. Se quedó hecho polvo cuando le dijiste de la

noche a la mañana que tenías una cita con otra persona. —


Hizo una pausa—, por cierto, dime que no le has pedido a

Brooke que te acompañe a tu fiesta de trabajo.

Duncan le lanzó una mirada fulminante.

—Por supuesto que no. Tardé cinco minutos en

arrepentirme de lo que había hecho. El único motivo por el

que fui a la cita fue porque ella no tenía la culpa de nada y no


se merecía que la dejara tirada.

—Brooke es una buena chica —confirmó Effie—, solo que

no es para ti.
—Lo sé, pero Blaine no va a perdonarme. Ni siquiera

quiere hablar conmigo.

—No te comportaste bien con él —sentenció Isadora—. Es


normal que necesite tiempo.

—Pero sobre todo no intentes volver a cómo eran las cosas

antes de que la fastidiaras. —Aconsejó su hermana—. Trata de

ganártelo de nuevo, dejándole claro desde el principio que

buscas una relación. Y habla con mamá y con Hannah. Ellas

no deberían tener ni voz ni voto en tu vida. Eres un adulto,


actúa como tal.

—Secundo eso —Isadora alzó la mano con la palma

extendida para que Effie se la chocara, cosa que esta hizo de

buena gana.

—Lo sé, pero…

—Pero nada. O te plantas o vas a perder a Blaine para

siempre.

—Isadora tiene razón. Si te importa no lo pierdas por una


obligación absurda que te han inculcado desde joven. Mamá lo

entenderá y si no lo hace es su problema.

—Quiere nietos.
—Y tiene dos hijas y un hijo para dárselos. Que estés con
un hombre no te impide ser padre. No se puede ser tan

retrógrada, Duncan. Yo misma le daré nietos si te deja vivir tu


vida en paz —anunció Effie con un enfado evidente.

—Ni siquiera tienes novio.

—Lo buscaré por ti —dijo con tono que destilaba sarcasmo.

Duncan rio bajito no queriendo aumentar su dolor de


cabeza.

—Eres una hermana estupenda —la halagó Isadora—.


Ahora por tu culpa echo de menos a la mía —protestó,
levantándose de la mesa después que Jay le hiciera un gesto

para que fuera a recoger la comida para Duncan.

—Tiene razón. Lo eres.

—Entonces compláceme. Arregla las cosas con él y


preséntamelo. Quiero conocerle.

—¿Y cómo quieres que lo arregle si no quiere hablar


conmigo? —se llevó las manos a las sienes y las masajeó en
busca de alivio.

—Conquístale. Estoy segura de que se te ocurrirá algo.

—Aquí está la comida —anunció Isadora, poniendo una

bandeja delante del convaleciente. —¿Qué me he perdido?


—Nada importante —zanjó Effie—. Duncan va a

presentarme a Blaine —anunció con una sonrisa.

—Eso es genial. ¿Y cómo va a conseguir que él acepte una


cita?

Effie se encogió de hombros.

—Esa parte no me incumbe. Yo solo le he dicho lo que

tiene que hacer, el cómo es cosa suya.

Isadora paseó la mirada de un hermano a otro antes de

echarse a reír de buena gana.

—Definitivamente echo de menos a mi hermana —admitió

entre risas.
Capítulo 21

Definitivamente Duncan estaba actuando raro, decidió Blaine,


mientras miraba su teléfono una vez más para asegurarse de
que no estaba alucinando.

Durante los últimos días había estado recibiendo mensajes


del arquitecto, pero no eran como los anteriores en los que lo

único que le pedía era que hablaran. Desde el domingo sus


mensajes contenían una invitación para hacer algo juntos. La
primera oferta consistió en una cita para visitar un museo, tras
rechazarla amablemente, probó suerte invitándole a una cata

de vinos. Blaine se disculpó nuevamente alegando que estaba


ocupado y no le dio mayor importancia, pero tras esos dos
planes llegaron las invitaciones para ver un partido de tenis,

asistir a la inauguración de una galería de arte, entradas para


una sesión de cine asiático y la visita a una librería
especializada en libros antiguos que estaba celebrando una
exposición.

Aunque algunos de los planes estuvieron a punto de tentarle


a aceptar, Blaine se mantuvo firme, confundido con los
motivos de Duncan para invitarle. No había vuelto a verle

desde el sábado, cuando se marchó del The Black Cat para


cenar con Alastair, por lo que no sabía muy bien dónde
agarrarse. Y si todo era un envoltorio bonito para la
conversación que se había empeñado en que debían tener. Y,
por otro lado, Si Blaine pretendía recuperar su amistad ¿no
debería sacarse de en medio la dichosa charla? Dejar que se
disculpara, se justificara o lo que fuera que quisiera decirle y
permitirse pasar página. Estaba tan lleno de dudas que no se

atrevió a aceptar ninguna de las invitaciones, y, sin embargo,


una parte de él se moría por decirle que sí.

Y lo peor de todo era que no estaba muy seguro de implicar


a sus amigas contándoles lo que estaba pasando.

Fia había comenzado una relación con Malcolm y estaba

centrada en ella, Gaia y Lean era inseparables, e Isadora era la

mejor amiga de Duncan lo que la convertía en la peor


candidata porque no estaba dispuesto a meterla en semejante

tesitura.

El jueves estaba tan saturado con las invitaciones que ya no


sabía qué pensar o hacer. Por lo que tras devanarse los sesos

tratando de encontrarle una explicación al comportamiento del


arquitecto y una respuesta adecuada a sus propuestas, decidió

buscar a Polly, después de todo era su amiga, y si había

alguien que sabía de relaciones esa era ella.


La encontró detrás del mostrador de préstamos, enfrascada
en un duelo de miradas con Jane, por lo que durante unos

instantes se mantuvo allí parado, observándolas. Finalmente,

Jane pareció rendirse al verle por lo que aprovechó el


momento para acercarse a Polly y preguntarle si quería salir a

comer con él.

Alzando la voz más de lo recomendable en una biblioteca,


repitió sus palabras:

—¿Si quiero salir a comer contigo hoy? Por supuesto que

quiero, Blaine. Estaré encantada de ser tu acompañante. Me


alegra que me hayas invitado.

El aludido suspiró exasperado.

—No puedo creer que actúes tan infantil con ella —

comentó en un tono en el que solo Polly podía escucharle.

—No soy infantil, solo me estoy vengando —argumentó


con el mismo volumen de voz bajo.

—Por supuesto.

—No es mi culpa que esté loca por ti y que me odie porque

somos amigos.

—Es una mujer casada de cincuenta años, no le intereso del


modo que insinúas. Solo es amable conmigo porque soy su
jefe.

—¡Qué desperdició! —protestó—, eres tan guapo y lo

explotas tan poco.

—¿Perdón?

—Déjalo. No lo entenderías. —Se encogió de hombros—,

te veo a la hora de comer. Más te vale que me lleves a un sitio

bonito —dijo, de nuevo a voz en grito.

Blaine asintió, todavía confundido con todo lo que acababa


de pasar.

Optaron por comer en un pequeño restaurante italiano cerca de

la biblioteca. Normalmente compraban algo rápido en la

cafetería de la facultad más cercana o traían su propia comida

de casa. Había ocasiones en las que Blaine se escapaba a la


facultad de ciencias para comer con sus amigas, aunque era

más habitual que comieran en su despacho.

Sin embargo, en esa ocasión buscaban estar solos y hablar

con libertad, por lo que el establecimiento elegido era lo más

seguro.

—Dímelo de una vez, estoy comenzando a ponerme

nerviosa —protestó Polly.


Le había dicho que quería que le diera consejo sobre una
situación personal, pero habían pasado diez minutos y todavía

estaba en silencio.

—De acuerdo. A ver… yo… quiero decir… mi relación

con Duncan no es…

—¡Detente! Si todo el balbuceo es para decirme que eres

bisexual no sigas. Ya lo sabía. Todo el mundo está al tanto.

—¿Cómo dices?

—Punto uno: eres divorciado: has estado casado con una


mujer, y punto dos: te hemos visto con Duncan. ¿Algo más

que aclarar?

—No. Yo…

—Al grano, Blaine.

—De acuerdo. Duncan y yo teníamos una relación —hizo

unas comillas con los dedos—, una relación a la que nunca le

pusimos etiqueta. Todo iba bien, al menos eso pensaba yo,

pero entonces vino y me dijo que tenía una cita con una mujer
y que lo nuestro no había sido más que una amistad especial.

—¿Y tú le creíste?

—¿Por qué no iba a hacerlo? Me lo dijo él, Polly. Abrió su

boca frente a mí y lo dijo.


—No te miraba como si solo fueseis amigos especiales. Te

miraba como si fuese tu novio. Es evidente para todos que está


loco por ti.

—Bueno, no lo está.

—Está bien. Sigue. Deduzco que hay más.

—Sí. Después de que dejáramos de ser amigos…

especiales, comenzó a enviarme mensajes porque quería que

habláramos. Seguramente pretendía disculparse conmigo o

algo por el estilo, pero desde el domingo me envía otro tipo de

mensajes.

—¡Oh, Dios mío! —los ojos de Polly brillaron mientras se

llevaba la mano a la boca para ahogar un gritito de emoción.

—No ese tipo de mensajes.

La decepción apareció en su rostro.

—Aguafiestas. ¿Qué tipo de mensajes?

—Invitaciones a cosas… Partidos de tenis, exposiciones,

catas de vino, librerías. Creo que me ha invitado a casi

cualquier cosa que se te pueda ocurrir.

—Lo que viene siendo una cita.


Blaine se quedó en silencio unos segundos valorando las
palabras de su amiga.

—Visto así.

—¿Y cómo se vería si no? Te propone planes para dos, eso

en mi diccionario es una cita.

—Pero ¿por qué querría tener una cita conmigo? Nunca

hemos tenido una. Quiero decir, hemos salido con las chicas,
pero nunca los dos solos después de que comenzáramos a

enrollarnos. Además, ya está conociendo a otra persona.

—Quizás se ha dado cuenta de que no le interesa esa otra


persona y quiere arreglar las cosas contigo. Comenzando por

pedirte una cita.

—No tiene sentido. Me dijo que iba a salir con otra persona

y que iba a llevarla a la fiesta de su empresa.

—¿Y?, ¿la ha llevado?

—No lo sé. ¿Supongo?

Polly le miró atentamente con una ceja arqueada.

—Imagino que esperas que te dé mi opinión o algún tipo de


consejo.

Blaine asintió vehementemente.


—De acuerdo, pues ahí te va: dile que sí. Sal con él y

averigua que quiere de ti.

Estaba a punto de exponer sus dudas a Polly sobre si hacer


caso o no a su recomendación cuando le llegó un nuevo

mensaje. Más nervioso de lo que quería admitir le dio la vuelta


al teléfono que tenía sobre la mesa y vio que, efectivamente,

era de Duncan.

—¿A dónde te propone ir esta vez? —el tono de su amiga

destilaba diversión.

Desbloqueó el móvil antes de poder responder con


propiedad, y se encontró con que no podía borrar la sonrisa

tonta de sus labios.

—¿Un buen lugar?

Asintió sin dejar de mirar la pantalla del teléfono.

—Me ha invitado a ir al Bross Bagels.

—¿El restaurante especializado en bagels?

—Sí. Creo que tienes razón y que lo mejor es que acepte y

descubra lo que quiere —dijo, todavía sin soltar el teléfono.

—¿Te das cuenta de que ese tipo está loco por ti? Si no lo

estuviera no sabría de tu debilidad por las rosquillas esas —


bromeó.
—No son rosquillas, y no quiero hacerme ilusiones de

nuevo. Aceptaré y veré qué es lo que pretende. Si quiere


recuperar nuestra amistad está bien porque yo quiero lo

mismo.

Polly le lanzó una mirada exasperada.

—Pretende tener una cita contigo. La amistad no se ve por


ningún lado. Y añadió muy seria—: eso sí, pónselo difícil.

Blaine sonrió.

—Y él que pensaba que te caía bien.

—Lo hace, pero tú me gustas más —dijo con un guiño

travieso.
Capítulo 22

Isadora no dejó de mirar a Daniel mientras este se movía por


el pub. Había algo raro en él, aunque no sabía exactamente
qué. Siempre era una persona perfectamente controlada y

eficiente, no obstante, desde que había llegado se le habían


resbalado dos vasos de las manos. Había estado tan
ensimismado que ni siquiera se había dado cuenta de que los
clientes le estaban llamando, y era incapaz de sostenerle la

mirada.

En un par de ocasiones había estado tentada de pedirle que

se fuera casa, ya que era evidente que no se encontraba bien,


pero, por otro lado, tampoco tenía aspecto de enfermo, lo que
lo volvía todo más confuso.

Cuando las cosas se calmaron tras las comidas y los


comensales se fueron marchando de regreso a sus trabajos y
sus quehaceres, lo llevó tras la barra y le lanzó la pregunta que
no dejaba de rondarle en la cabeza desde el primer vaso roto.

—¿Qué está pasando contigo hoy?, ¿estás enfermo?, ¿te


sientes mal?

—No. Estoy bien.


—¿De veras? —la incredulidad teñía su tono—. Porque
estás muy raro.

—Sí. Estoy bien. Muy bien.

—¿Daniel?

—¿Quizás un poco nervioso?

—Por fin estamos llegando a algo. ¿Por qué estás

nervioso?, ¿es por la tesis?

Él negó con la cabeza.

—¿El trabajo en el instituto?, ¿necesitas dejar de venir?

Porque si es eso puedes decírmelo sin problemas. No es


necesario que destroces mi vajilla para hacérmelo saber —

bromeó, a pesar de lo mucho que le dolía la idea de que dejara

de trabajar con ella.

—No. Tampoco se trata de eso. Es que…

—Habla de una vez, me estoy poniendo nerviosa yo

también.

—Lo cierto es que un amigo me ha regalado unas entradas

para una cata de vinos —explicó—. Es esta noche y me


preguntaba si te gustaría venir conmigo.

Isadora le miró con suspicacia.


—¿Una cata de vinos?, ¿qué amigo?

Daniel carraspeó, incómodo por la pregunta.

—Duncan.

—Ya veo. —Hizo una pausa antes de hablar—, me


encantaría acompañarte, pero es jueves. No les he dicho a los

chicos que vengan a trabajar y es muy precipitado pedírselo


ahora —se excusó.

—No te preocupes por eso, Kit va a venir con Chris para

sustituirnos —explicó, sabedor de que se había extralimitado

al pedirle a uno de los camareros de refuerzo que se presentara


a trabajar sin consultarlo con la jefa.

Isadora se quedó sorprendida de que hubiera pensado en

todo. Al parecer lo tenía bajo control y solo necesitaba su


respuesta.

No estaba segura si debía agradecerle a Duncan por su

intervención o matarle lentamente por lo mismo… optó por la


primera opción. Después de todo, se trataba de una salida de

amigos. Daniel no había dado a entender que fuera otra cosa,

por muy alterado que estuviera al pedírselo.

—De acuerdo. El vino no es lo mío, pero puede ser


interesante.
La sonrisa de Daniel fue tan amplia que dejó sus dientes

perfectos a la vista.

—Por si te queda alguna duda esto es una cita. —Y añadió

—: no quiero que haya confusiones entre nosotros como ha

sucedido con Duncan y Blaine.

La española parpadeó, sorprendida por lo directo que estaba


siendo.

—De acuerdo.

—Entonces ¿aceptas ir a una cita conmigo?

—¿No he dicho ya que sí? —inquirió, sonando abrupta por

los nervios.

—Solo quiero asegurarme de que lo he dejado claro.

—Sí, Daniel. Acepto ir a una cita contigo.

Con una sonrisa encantada se apartó el cabello de los ojos.

—Te recogeré a las cinco en tu casa. Me quedaré aquí hasta

que vengan Kit y Chris y luego me escaparé a ducharme y

cambiarme. Si te vas ya tendrás más tiempo y podrás


descansar un poco.

—De acuerdo —aceptó, todavía conmocionada por el giro

de los acontecimientos.
—Debo de estar soñando. Desde hace diez minutos solo
consigo que respuestas afirmativas de ti —rio.

—No te acostumbres —se quejó, al tiempo que se daba la

vuelta y se encaminaba hasta su despacho para coger su

chaqueta, su bolso e irse a casa.

—Te veo en un rato —se despidió Daniel.

Asintió haciéndose la interesante, aunque por dentro estaba

nerviosa y emocionada. Salió de su pub sin girarse y se puso a


andar a paso rápido.

En cuanto estuvo lo bastante lejos, sacó el teléfono del

bolso y llamó a Fia, cruzando los dedos para que su amiga no

estuviera en clase.

Por suerte contestó antes del tercer tono:

—¡Qué sorpresa! —saludó la pelirroja de buen humor.

Desde que su relación con Malcolm era oficial siempre estaba

animada y sonriente.

—¿Qué debe ponerse una chica para ir a una cita en una


cata de vinos?

La risa de Fia le llegó clara a través de la línea.

—¿Al final se ha atrevido a invitarte? —preguntó sin dejar

de reír.
—¿Cómo lo sabes?

—Duncan le dio las entradas el martes. Es una de las

primeras citas que le propuso a Blaine y que este rechazó.

—Así que esto es una encerrona.

—Para nada, es un empujoncito. Está loco por ti —anunció,


poniéndose seria de repente—. Solo necesitaba un poco de

ayuda de nuestra parte. Ya sabes, Gaia nos está invitando a

todos a España este verano y tenemos que emparejarte para

que no haya cabos sueltos.

Isadora se tragó la risa y en cambio protestó:

—Voy a mataros a todos.

—No lo creo. Me inclino más porque vas a agradecérnoslo.


Respecto a qué debes ponerte, un vestido sexy, pero sencillo

siempre es una buena opción. Añádele unos tacones de aguja,

que te permitan acceder mejor a los labios de tu acompañante,

un bolso y un abrigo elegante y estarás perfecta.

—No voy a besarle.

—Así que eres de las que ni siquiera se rozan en la primera

cita —se burló.

—Estamos hablando de Daniel, por si se te ha olvidado.


—Soy muy consciente de ello. Ilumíname ¿cuál es el
problema según tú?

—Trabaja para mí.

—De momento. Hasta donde yo sé está a punto de volar del

nido. Así que será mejor que te busques otra excusa.

—Conozco a su familia.

—Prueba otra vez —la retó.

—De acuerdo. Bien. Me gusta y no quiero fastidiarla ¿te

parece mejor esta?

Habló tan fuerte que varias personas que pasaban por su

lado se dieron la vuelta para mirarla.

—No le veo el problema al hecho de que te guste. Se


supone que sales con la gente que te gusta.

—Eres exasperante.

—Soy un encanto, pregúntale a mi abuela. Y tú vas a dejar

de preocuparte por tonterías y a pensar en lo importante, ¿qué


te vas a poner? Y hazme caso. Cálzate unos taconazos, Daniel

es demasiado alto para que evites una tortícolis.

Dándose por vencida, siguieron hablando de ropa, y,

aunque Isadora se mostraba medio enfurruñada, lo cierto era


que Fia tenía razón y estaba agradecida por tener unos amigos

como los que tenía.

Fuera como fuera la cita, lo cierto era que Daniel le


gustaba. Mucho. Y ya había llegado el momento de hacer algo

al respecto. Se había compadecido de ella misma lo suficiente.


Robert estaba en el pasado e Isadora iba a caminar con sus

tacones de aguja en el presente, y lo cierto era que el camino


pintaba muy bien.
Capítulo 23

Una vez que Blaine le contestó al mensaje aceptando su


invitación al Boss Bagels, Duncan no le permitió retrasar el
momento y quedó en que le recogería ese mismo día a la

salida del trabajo.

De modo que en cuanto salió de la biblioteca se encontró

con él apoyado en la puerta del copiloto de su coche,


increíblemente guapo y sexi.

Tras tantos días sin verle, Blaine sintió que su corazón se


aceleraba. Estaba guapísimo, con sus pantalones chinos y su
jersey remangado hasta los antebrazos. Se acercó a él

lentamente, casi esperando sentir la tristeza que lo había

embargado las últimas ocasiones en que ambos habían


coincidido, pero en su lugar sintió esperanza y afecto. Un
afecto tan abrumador que le hizo detenerse y tratar de
recomponerse.

—Eres un idiota —se dijo a sí mismo, el problema era que


estaba lo bastante cerca como para que Duncan le escuchase.

—¿Qué has dicho?

—Nada, hablaba conmigo mismo.


Asintió con los ojos clavados en él, como si también
estuviera cargando baterías solo con mirarle después de tanto
tiempo separados.

—Gracias por aceptar —dijo, tratando de aligerar el


ambiente.

—A ti por invitarme.

Demasiado nerviosos para actuar con naturalidad se


quedaron allí en silencio, mirándose el uno al otro hasta que
Duncan reaccionó, y abrió la puerta del copiloto para que
Blaine se acomodara en el Tesla.

Como si fuera una señal del destino, una petición del


universo, la voz de Ed Sheeran y su Kiss me inundó el interior

del vehículo, acelerando los latidos de Blaine.

—Antes de que lleguemos al restaurante quiero decirte que


esto para mí es una cita, que no estoy viendo a nadie y solo

quiero estar contigo. Que espero que puedas perdonar mi


estupidez y darme otra oportunidad para demostrarte todo lo

que significas para mí.

Blaine se dio cuenta de que en su discurso no había tratado

de excusarse o darle algún tipo de justificación que justificara


sus actos, lo que le dejó desconcertado. ¿Acaso no había nada
que le diera sentido a lo que había hecho? Decidió ser

prudente:

—Comencemos retomando nuestra amistad y veamos cómo

se nos da lo de ser simplemente amigos.

—Quiero más que ser tu amigo, pero estoy dispuesto a


esperar el tiempo que necesites para perdonarme —explicó—.

No estoy tratando de presionarte sino de dejar claras mis


intenciones. La última vez que estuvimos juntos no

determinamos nada, por lo que esta vez quiero que sepas lo


que siento por ti desde el principio.

—Gracias por ser directo conmigo. No quisiera volver a

confundir lo que hay entre nosotros.

—No lo hiciste. Fue todo culpa mía y lo siento. Nunca


sabrás cuánto.

Blaine no dijo nada. Duncan seguía sin darle una

justificación que le permitiera perdonarle. Lo que lo tenía un

poco desanimado a pesar de lo directo que estaba siendo con


respecto a sus sentimientos.

—Sé que quieres ir despacio y lo respecto, pero… ¿puedo

pedirte algo?
—Puedes. Lo que no te aseguro es que vaya a hacerlo sin

saber qué es.

—Me parece justo. —Hizo una pausa dramática antes de

soltarle la bomba—: mi hermana quiere conocerte y no va a

parar de molestarme hasta que lo haga. Te prometo que con el


resto del mundo no es tan intensa —bromeó, era evidente que

la adoraba—, ese rasgo de su carácter está reservado solo para

mí.

—¿Por qué quiere conocerme? —preguntó con timidez.

Duncan apartó la mirada de la carretera y la clavó en él.

—Porque le he dicho que te quiero —confesó como si no

fuera la primera vez que se lo decía.

Blaine, ni siquiera intentó hablar. Por un lado, no estaba


seguro de que su voz no le fallara, y por el otro, no tenía la

más remota idea de qué decir. Sí, él también le quería, pero no

estaba dispuesto a arriesgar nada en lo que a Duncan se

refería, por lo que iba a ser prudente, aunque se jugara con ello

su propia cordura.

—¿Cuál de tus hermanas quiere conocerme? —preguntó unos


minutos más tarde, ya con el pulso latiendo de forma regular.
—Mi hermana mayor, Effie.

—Puedes decirle que estaré encantado de conocerla.

—¿De veras? —parecía genuinamente sorprendido de que


aceptara.

—Por supuesto.

—¿Estás libre el domingo por la tarde? Podemos vernos en

el pub de Isadora a las cuatro. Comeré en casa de mi madre

con mis hermanas, por lo que puedo llevarla después para que

te conozca.

—Por mí está bien.

Duncan asintió, encantado con la idea.

Cinco minutos más tarde aparcó el coche a solo dos calles


del restaurante, y antes de que Blaine terminara de

desabrocharse el cinturón de seguridad, Duncan salió, rodeó el

Tesla y le abrió la puerta en un gesto galante.

—Gracias.

—De nada. ¡Vamos! —dijo al tiempo que le tendía la mano,

no obstante, la retiró en el instante en que se dio cuenta de que


lo había hecho—. Lo siento —se excusó.

—No hay problema.


—Por cierto, tenías razón con Isadora y Daniel. Ahora

mismo están teniendo una cita romántica.

—¿De verdad?

Duncan asintió al tiempo que abría la puerta del restaurante


para que Blaine entrara.

Buscaron una mesa libre y tomaron asiento. El camarero les

hizo una seña avisando que iría en seguida.

—Sí —retomó la conversación anterior—, pensé que era

buena idea darles un empujoncito, por lo que les cedí la

reserva para la cata de vinos —se encogió de hombros—. Es


una buena cita y el ambiente es muy romántico.

—No me digas que reservaste en todas las opciones que me

diste por mensaje.

—Lo hice con las primeras propuestas, pero en vista de que

no hacías más que negarte decidí que lo mejor era esperar a

ver si alguna de ellas te tentaba hasta el punto de aceptar

verme.

—Bueno, lo hizo. Aquí estamos.

Duncan rio, más relajado que al inicio de la cita.

—Estaba seguro de que no ibas a poder resistirte a un lugar

especializado en bagels.
—Supongo que me conoces bien.

—Lo hago.

El camarero apareció en ese momento con la carta, y Blaine


se dejó llevar con la infinidad de posibilidades del menú.

La conversación fue fluyendo cada vez de un modo más


natural, y durante un par de horas Blaine sintió que las cosas

se estaban arreglando entre ellos.

No obstante, al final de la cita, todavía tenía dudas sobre los


motivos que habían llevado a Duncan a romper con él y salir
con otra persona. Y, aunque lo fácil hubiese sido preguntarle

de frente, lo cierto era que necesitaba que fuera él quien se


abriera y se lo contara. Y por algunos comentarios velados de

Isadora sabía que había algo detrás, el problema era no saber


qué era. ¿Había hecho algo de lo que no estaba consciente para
alejarlo…?
Capítulo 24

El viernes por la mañana Blaine recibió un mensaje de buenos


días de Duncan junto con una oferta para ir juntos a la cena de
los viernes.

A pesar de sus dudas, la noche anterior se lo había pasado


bien, y Duncan había respetado su decisión de tratar de

recuperar su amistad, por lo que, tras su amago de tomarle la


mano y varios babe que se le escaparon, se mantuvo en un
terreno platónico que llevó a una despedida sin beso, ni
siquiera en la mejilla, que lo dejó con más malestar que

serenidad.

En cualquier caso, si pretendía ser fiel a sus palabras debía

aceptar la oferta y dejar que Duncan pasara a recogerle para ir


a cenar. Después de todo, lo había hecho prácticamente desde
el momento en que se conocieron, su relación se inició con
amistad.

Resuelto a ser consecuente contestó el mensaje antes de que


le entraran las dudas, y se dispuso a arreglarse para afrontar la
jornada laboral que le esperaba.
Una vez en la biblioteca, cuando ni siquiera había llegado a
dejar sus cosas en su despacho, fue abordado por Polly, quien
parecía haber montado guardia para pillarle en cuanto llegara y
someterle a un tercer grado.

—¿Cómo te fue? —inquirió saltando de un pie a otro de la


curiosidad.

—Invítame a un café y te lo cuento.

—¡Hecho!

Menos de cinco minutos más tarde estaban escondidos de


Jane en el despacho de Blaine, compartiendo café y

confidencias.

Polly aplaudió en varias ocasiones durante su relato, pero se


apagó en cuanto este finalizó.

—¿Por qué no encuentro yo chicos tan geniales? Puede que

actuara como un idiota indeciso cuando salió con aquella


chica, pero lo de la variedad de citas demuestra que se ha

arrepentido y que quiere demostrarte que va en serio contigo.


No se ha dado por vencido hasta que has dicho que sí. Estoy

deseando ver dónde te lleva la próxima vez que salgáis.

Blaine bufó, pero no dijo ni una palabra.


—No me mires así, es la verdad. Tu chico es increíble.
¿Crees que Duncan tendrá algún amigo soltero para

presentarme?

—¿Quién dice que yo no los tengo?

Polly agrandó los ojos, completamente conmocionada.

—¿Y por qué todavía no los conozco? —se quejó—. Eres


un amigo lamentable. De verdad, esto no me lo esperaba de ti.

—No sabía que buscabas una cita a ciegas —se defendió—.

Ni siquiera estaría seguro de cuándo estás soltera si no fuera

por tu pelo.

—Mi pelo es una extensión de mi corazón. Y por supuesto


que me interesan las citas a ciegas —insistió—. Busco el amor

verdadero —continuó con su dramatismo con un semblante


serio—. Donde sea que se esconda de mí.

—¿Te gusta el rugbi? —preguntó Blaine de la nada.

El cambio de tema dejó a Polly un poco confusa, pero tras

unos segundos se recompuso y respondió:

—No lo sé. Creo que no he visto un partido en mi vida. En


mi casa mi padre y mi hermano son más de fútbol. ¿Por qué lo

preguntas?
—Simple curiosidad —contestó con una sonrisa

calculadora en los labios.

Polly tardó un segundo en recomponerse de la pregunta y

seguir divagando sobre cómo el amor se escondía de ella.

Tras las nuevas relaciones de sus amigas, la cena de los

viernes se había ampliado dando lugar a que Lean y Malcolm


también se unieran a ellos, y desde su conversación con Polly,

Blaine había tenido una idea que no dejaba de rondarle la

cabeza.

Finalmente, después de comer llamó a Duncan para

comentarlo con él, principalmente porque era el que mejor


conocía a su compañera de trabajo, ya que era el que más

había visitado la biblioteca, y tras recibir su visto bueno

telefoneó a Fia para que su amiga, que era quien más contacto

tenía con la otra parte implicada, le diera su opinión.

Al final todo terminó con la invitación de Blaine a Polly

para que acudiera con él y sus amigos a la cena de los viernes.


A pesar de lo precipitado de la propuesta, la peli rosa aceptó

encantada. Por supuesto, alzó la voz lo suficiente como para

que Jane la escuchara desde la otra punta del mostrador de


préstamos. Blaine ni siquiera estaba seguro de que las cosas
salieran bien, pero tenía una buena corazonada al respecto.

Esa misma noche en el pub de Isadora, tal y como Blaine

había esperado, Polly congenió de inmediato con sus amigas.

Las había ido conociendo de una en una cuando estas habían

visitado la biblioteca, pero no habían interactuado lo suficiente


como para conocerse realmente. No obstante, tras quince

minutos en el pub, Polly parecía una más del grupo.

Malcolm, con su encanto, y las chicas, que la trataban como

una más, se habían ganado el afecto incondicional de la

bibliotecaria. Lean, por su parte, también estaba siendo más

simpático de lo que Blaine lo había visto ser con nadie,


además de Gaia. Definitivamente, estar con alguien como la

matemática le había dulcificado el carácter y su nuevo mote de

highlander enamorado de iba como anillo al dedo.

Sin embargo, a pesar del buen ambiente general el invitado

especial todavía no había llegado.

Blaine no paraba de lanzarle miraditas a Fia, que había sido


la encargada de invitarle, pero su amiga solo se limitaba a

asentir y a encogerse de hombros. Estaba comenzando a

desesperarse cuando la puerta del pub se abrió y Archie entró

por ella con una de sus habituales sonrisas.


—Siento llegar tarde —se excusó, acercándose a la mesa en

la que estaban sentados—. He tenido que pasar por el hospital


porque Alastair se ha lesionado en el trabajo.

—¿Está bien? —preguntó Blaine preocupado.

Notó la mirada de Duncan fija en él, pero no iba a

retractarse por temor a que este se molestara o se pusiera

celoso. Hacía poco que conocía al policía, pero se había

convertido en un amigo que le había apoyado en un momento

de necesidad.

—Sí. Tiene que llevar el brazo en cabestrillo durante al


menos tres semanas y le han relegado a trabajo de oficina, lo

que lo tiene de un humor de perros, pero sobrevivirá.

—Mañana le llamaré para ver cómo está —comentó,

queriendo asegurarse de que a Archie le parecía bien. Después

de todo, no quería que Alastair se enfadara con su hermano


por haberles contado sobre su lesión.

—¿Por qué no le has traído? —inquirió Fia, siendo

secundada, inmediatamente por todos.

Archie negó con la cabeza con vehemencia.

—No es apto para convivir con gente civilizada cuando está


de mal humor.
Tras asegurarse de que Alastair estaba bien, Blaine recordó
que el motivo por el que habían invitado a Polly y a Archie era

para que se conocieran, por lo que buscó a su amiga con la


mirada y se la encontró con la vista clavada en el recién

llegado.

Decidido a cumplir con su palabra y presentarle a amigos

solteros, se hizo cargo de la situación.

—Archie, deja que te presente a mi compañera de trabajo y


amiga: Polly Hill. —el gigante pelirrojo se acercó a ella y

extendió su mano para saludarla.

—Encantado, Polly, soy Archie Mckay.

Esta le devolvió el saludo y al notar sus mejillas


encendidas, Blaine supo que había dado en el clavo. Puede que

la cosa no congeniara más allá de una bonita amistad, pero


mientras los observaba reír y charlar supo que durante las
próximas semanas el café iba a correr por cuenta de Polly.

En un momento determinado de la velada sintió el cálido


aliento de Duncan contra la piel de su cuello:

—No sabía que eras tan buen casamentero —dijo este con
una risita.
—Supongo que hay muchas cosas de mí que no conoces

todavía.

—Estoy deseando descubrirlas, lo que me lleva a mi


siguiente pregunta. ¿Te apetece que hagamos algo mañana?,

¿solos tú y yo?

—¿Te refieres a otra cita?

—Exactamente. Te estoy pidiendo otra cita.

—¿A qué se debe ese repentino interés tuyo en llevarme a

citas?

Duncan se puso serio antes de responder:

—Quiero recuperarte. Demostrarte que deseo estar contigo


de verdad. No como amigo ni como amante.

El pulso de Blaine se disparó a la estratosfera, pero se


obligó a sí mismo a calmarse. Estaba todo demasiado reciente
y aún no tenía las explicaciones que necesitaba para entender

los giros que había dado todo.

—¿Prometes no llevarme al tenis, ni a catas de vino, ni a

ver cine mudo ni cosas por el estilo?

La risa de Duncan erizó la piel de su nuca.

—Te lo prometo.
—En ese caso, acepto.

—Maravilloso. Pasaré a recogerte a las 9h. Ponte ropa y


calzado cómodo.

—¿Perdón?

—Has aceptado tener una nueva cita conmigo —explicó—,

por lo que voy a hacer que pases el sábado en mi compañía. Te


prometo que te va a encantar —dijo con un guiño.

Blaine se mordió la lengua para que no se le escaparan sus


pensamientos, que cualquier cosa en la que él estuviera
incluido, estaba seguro de que le encantaría.
Capítulo 25

Isadora se debatía entre pedirle a Daniel que cenara con ella y


sus amigos o dejar las cosas como estaban.

La cita del día anterior había confirmado lo que ella ya


sabía de antemano, que Daniel era una persona maravillosa y
que ambos eran compatibles como pareja. La velada fue

divertida, llena de momentos cómplices, de risas y de buen


vino.

La bodega en la que tuvo lugar la cata era perfecta para


encuentros románticos. Duncan había escogido bien.

Y, aunque en ningún momento había dudado de lo que


sentía por él, no estaba segura de abrir el último resquicio
cerrado de su corazón y dejarle entrar por completo. Después

de todo, aunque no creía que Daniel fuera a hacerle daño a


propósito, le preocupaba que cuando dejara de trabajar para
ella su relación terminara enfriándose.

Por otro lado, era consciente de que si le pedía que se


uniera a ellos en la cena iba a ser una declaración de
intenciones en toda regla, ya no solo para Daniel sino para
todos los presentes también.
Estaba segura de que sus amigos le apoyarían, todos
apreciaban a Daniel y encima, era compañero de equipo de los
novios de sus amigas. Parecía el destino, pensó dejándose
llevar por la romántica empedernida que era.

Además, si le invitaba a unirse a ellos, el ámbito laboral lo


tenía cubierto: Kit, Chris y Jay podían hacerse cargo de las
pocas mesas ocupadas para cenar, y después cuando llegara el
momento de las copas, ellos ya habrían terminado y podían

echar una mano si la cosa se descontrolaba. Lo único que le


quedaba era tomar la decisión.

Cada vez tenía menos sentido la excusa de que trabajaba


para ella, ya habían tenido una cita, y aunque le preocupaba

que abandonara el pub por si dejaban de verse, por otro lado,

la liberaría de romper sus propias normas sobre salir con


empleados.

De hecho, Isadora sospechaba que Daniel temía lo mismo y

ese temor a distanciarse, si no establecían una relación más


allá de jefa y empleado, era lo que lo tenía todavía trabajando

en el pub. Con el empleo en el instituto, los entrenamientos y


Casa Lola, el pobre apenas tenía un momento de respiro.

Tomó un par de respiraciones profundas y se dijo que si

había un momento para dejar de ser una cobarde ese había


llegado ya. Miró hacia la mesa de sus amigos, que poco a poco
había ido llenándose, incluso Archie, que era el que se había

retrasado ya estaba allí y decidió que iba a hacerlo. Todos

estaban felices y emparejados, ¿por qué no podía estarlo ella


también?

Incluso Blaine había invitado a su compañera, Polly, con el

único fin de que ella y Archie se conocieran, y a pesar de sus


propios quebraderos de cabeza, Isadora estaba tan ilusionada

con que congeniaran como lo estaban todos, lo que, a juzgar


por su lenguaje corporal, parecía que había sucedido.

Resuelta a solucionar su propio problema, se acercó hasta

Kit para preguntarle si estarían bien si invitaba a Daniel a

cenar con ellos. Tal y como había esperado, no solo dijo que se
ocuparía de todo, sino que pareció encantado con que fuera

ella quien diera el siguiente paso.

Una vez que todo quedó solucionado fue el turno de hablar


con Daniel.

Le encontró en la puerta de la cocina hablando con Jay. Se

dio la vuelta en cuando la escuchó acercarse:

—Hoy parece que va a ser una noche tranquila —apuntó

con una sonrisa amable.


—Lo sé. Es por eso por lo que quería preguntarte si te

gustaría cenar con nosotros. Además de Lean y Malcolm

también ha venido Archie, por lo que pensé que quizás te

gustaría unirte —lo dijo todo del tirón.

—Respira, jefa —se rio Jay, antes de alejarse dentro de la


cocina con una risita burlona. Ofreciéndoles cierta intimidad

para que hablaran.

—Me encantaría cenar con vosotros, pero ¿estás segura?

La vio asentir.

—Sí, Kit se ocupará de todo.

—No hablo del trabajo. ¿Estás segura?

—Sí.

Era consciente de lo que encerraba la pregunta, pero ya

estaba cansada de tener miedo. Que las cosas hubieran

terminado mal con Robert no significaba que fuera a suceder


lo mismo con Daniel. Él no era tan malo como lo había sido su

exnovio. Que ella no hubiese querido verlo no significaba que

las señales no estuvieran allí, frente a su rostro.

—¿Podemos sellarlo con un beso? —había un brillo

travieso en los ojos de Daniel.

—Nos van a ver.


Él rio, sorprendido por su timidez. Normalmente era una
mujer de armas tomar que parecía ser capaz de enfrentarse a

cualquier cosa, como dejar su país y terminar montando su

propio negocio de éxito.

—Lo van a saber en cuanto me siente con vosotros.

—Lo sé, pero una cosa es que lo sepan y otra es que lo

vean.

—De acuerdo. Lo dejaremos para más tarde —aceptó, sin


presionarla o hacerla sentir mal.

—Sí —soltó, pero le sorprendió por completo cuando sus

palabras no coincidieron con sus gestos.

Sin perder el contacto visual se inclinó permitiendo que sus

labios rozaran los de él. Ni siquiera se dio cuenta de que lo

había hecho hasta que escuchó su pequeño y suave jadeo.

Había estado tan perdida en sus pensamientos y por fin,


después de tanto tiempo se sentía tan libre que se dejó llevar a

pesar de lo que le dictaba el sentido común.

La respiración de Daniel se detuvo y parpadeó, pero no se

apartó, por lo que Isadora presionó su boca contra la de él con

más firmeza, inclinando ligeramente la cabeza y usando su


lengua para lamer la comisura de sus labios. Daniel los separó,
dejando que ella marcara el ritmo, y su corazón se disparó. Las

manos de él ahuecaron su rostro mientras ella dejaba escapar


un pequeño sonido.

Su lengua encontró la suya y se derritió contra su fuerte

cuerpo, la ternura y la excitación se mezclaron en su interior.

Los gritos y silbidos emocionados de sus amigos fueron los

que los obligaron a separarse, y aunque sabía que les habían

dado un pequeño espectáculo, no se arrepentía.


Capítulo 26

Fiel a su palabra, Duncan pasó a recogerle a la hora convenida


con una taza de café para llevar y un bagel de queso finas
hierbas y salmón, uno de los favoritos de Blaine.

—¿A dónde vamos? —preguntó.

Había hecho caso a sus indicaciones y se había vestido con


vaqueros, zapatillas, sudadera y un chaquetón grueso. No
obstante, aunque había sospechado que era algo al aire libre no

tenía ni idea de sus planes para el día.

—De excursión.

—De acuerdo eso lo imaginaba, pero ¿a dónde?

—Nos vamos a Stirling.

—¿De veras?, ¿vamos a ver el castillo? —inquirió,


emocionado.

Stirling era una de sus ciudades favoritas. Había demasiada


historia en ella como para no valorarla como se merecía.

—Entre otras cosas. He pensado que quizás quieras que


pasemos por el campus, un compañero de mi firma estudió allí
y me ha dicho que la biblioteca es espectacular. —Se encogió
de hombros como si no fuera algo que estaba proponiendo
simplemente porque sabía que Blaine lo disfrutaría—.
Después podemos visitar la antigua cárcel, cruzar el puente de
piedra y sacarnos algunas fotos como los turistas, ver el
monumento a William Wallace…

—Me gusta todo lo que propones, pero no creo que nos dé


tiempo —comentó—. Si nos pasamos el día corriendo de un
lado para otro terminaremos destrozados.

Duncan sonrió.

—No te preocupes. Te voy a permitir comer. He reservado


mesa en The Portcullis, no tienen bagels, pero su comida

tradicional escocesa es espectacular.

—Suena bien.

—Me alegra que te guste el plan.

Blaine asintió y se dedicó a mirar el paisaje por la ventana.

Stirling estaba situada en la región central de Escocia, junto


al río Forth y a las puertas de las Tierras Altas, por lo que la

vista era digna de admirar.

Llegaron en poco más de una hora y Duncan aparcó el


Tesla porque había que ver la ciudad a pie. Blaine se alegró de

haberse abrigado.
La primera parada que hicieron fue al The Portcullis para
asegurarse de que tenían su reserva para comer, y pedirse dos

chocolates calientes. Los degustaron sentados en los bancos de

fuera, observando a la gente pasar, y en cuanto los terminaron


iniciaron su camino hacia el castillo, situado en el punto más

alto de la ciudad, por lo que era buena idea visitarlo antes de


cansarse excesivamente.

Durante la siguiente hora se adentraron en el palacio donde

vivieron buena parte de los reyes de Escocia, y Duncan se


dedicó a explicarle todo acerca de la construcción.

Tras el castillo le tocó el turno al campus de la universidad,

con su lago, sus patos, el castillo de Airthrey… conforme iban

acercándose a la biblioteca, Blaine estaba cada vez más


emocionado por lo que se iba a encontrar allí.

—Eres impresionante —soltó de repente Duncan.

—¿Gracias?

—Lo digo completamente en serio. Siempre eres guapo,

pero cuando estás así, feliz y emocionado por algo, quitas el


aliento.

Las mejillas del moreno se encendieron como la nariz de

Rudolf la noche de Navidad.


—Gracias. Tú también eres muy atractivo. De hecho, creo

que eres el tipo más guapo que he visto en mi vida.

Duncan soltó una carcajada de puro placer, y sin pensar

mucho en lo que hacía se inclinó sobre él y depositó un casto

beso en su mejilla.

—Lo siento. —Reaccionó en cuanto se dio cuenta de lo que


había hecho.

—No pasa nada.

Siguieron su camino en aparente normalidad, pero Blaine

sentía que necesitaba más. Necesitaba que Duncan le dijera lo

que fuera que le había llevado a actuar como lo hizo. ¿Fue

miedo?, ¿confundió sus sentimientos? Fuera lo que fuese


necesitaba saberlo para superar la barrera que había erigido

ante él para protegerse.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó, deteniéndose

abruptamente.

—¿Perdón?

—Sé que te has tomado muchas molestias con esta cita,

pero necesito saber por qué. ¿Por qué pensaste que era buena

idea terminar con todo y salir con Brooke?, ¿fue por algo que
hice yo?, ¿te asusté de algún modo?
Duncan tardó unos segundos en reaccionar.

—¿Por qué no vamos a comer algo y hablamos más


tranquilos? Podemos regresar después. Todavía nos queda

mucho por ver.

Blaine asintió.

Rehicieron el camino de vuelta sin volver a hablar, Duncan

porque parecía perdido en sus pensamientos, y Blaine porque

no sabía si su arrebato había estropeado el buen ambiente del


día.

Una vez en The Portcullis, pidieron la comida sin volver a

sacar el tema que los había llevado hasta allí. Fue Duncan

quien buscó la mano de Blaine por encima de la mesa y la asió

para sostenerla.

—Nunca. Jamás me he asustado por nada que tenga que ver

contigo. El problema siempre he sido yo —explicó muy serio


—. Desde el primer momento en que te vi supe que estaba en

dificultades. —Se rio al recordarlo—, y eso que ni siquiera

sabía si tendría alguna posibilidad contigo.

—Me pasó lo mismo —se encogió de hombros—. Ibas

vestido de Casanova y no dejabas de tontear con las haditas.


Jamás pensé que pudieras quererme como yo lo hacía.

Duncan se rio con la mención de las chicas.

—¿Nunca vas a superar eso, babe?

—No he estado ni estoy celoso de ellas por mucho que te

empeñes en creer que sí — protestó, muy serio.

Se callaron cuando apareció el camarero con la comida.

De nuevo fue Duncan quien retomó la conversación cuando


se quedaron a solas.

—Salí del armario siendo un adolescente. Mi padre ya

había muerto por ese entonces y mi madre fue fabulosa, hasta

cierto punto… no me gritó, ni me echó, ni nada por lo que han

pasado otras personas en mi situación, solamente me aceptó,


pero con condiciones…

—¿Condiciones? —preguntó Blaine al ver que Duncan se

había quedado ahí y no continuaba.

—Puede que haya necesitado perderte para darme cuenta de

lo idiota que he sido todo este tiempo, pero me lo inculcaron

de tal manera que lo sentí como una especie de compensación.

Como si tuviera que agradecerle a mi madre que me aceptara,


que se ocupara de nosotros y nos sacara adelante cuando papá

murió.
—No te comprendo.

—Mi madre, y mi hermana Hannah, en realidad, creen que


ya que me siento atraído tanto por hombres como por mujeres
debo buscar entre el sexo opuesto a mi pareja definitiva. Que

cuando sea el momento de sentar cabeza y pensar en el futuro


debo buscar a una mujer con la que casarme y tener hijos.

—¡Oh!

—Supongo que en algún momento la idea se instaló en mí

y comencé a verla como un dogma. Algo en lo que creer sin


cuestionármelo.

—¿Por eso saliste con Brooke?

—Sé que no es excusa, soy un hombre adulto que piensa


por sí mismo, pero mi madre ha comenzado a presionarme con

que siente cabeza, y sin preguntarme al respecto, Hannah me


organizó la cita con su amiga. — Hizo una pausa , como si
necesitara tomar aire antes de seguir—. De repente me

encontré debatiéndome entre lo que creía que debía hacer y lo


que deseaba hacer. Y es que si quería cumplir con lo único que

mi madre me ha pedido en toda su vida tenía que dejar de


verte porque estabas convirtiéndote en lo más importante para
mí.
—Duncan —musitó con los ojos brillantes.

No había esperado algo como eso cuando le preguntó por


los motivos. Había supuesto que se había asustado por lo seria
que se estaba volviendo su relación, pero no lo que acababa de

contarle.

Podía entender que llegara a pensar que aceptar la petición

de su madre era lo correcto. Al final, cuando te inculcan algo


desde joven es fácil que termines por creer que es la única

opción.

—No quiero que pienses que mi madre es una mala persona


porque no lo es.

—Jamás pensaría así. Yo… ni siquiera la conozco. No la


juzgo.

—Effie no piensa igual que ellas —sonrió


inconscientemente al hablar de su hermana mayor—, ella se

enfadaba más que yo cuando mamá decía esas cosas. Por eso
quiere conocerte. Y sé que lo que te estoy diciendo puede
sonar a excusa, pero te prometo que es la verdad. No quería

dejarte, alejarte de mí me destrozó.

—¿Por qué no fuiste sincero conmigo?


—Necesitaba cortar radicalmente para que no hubiera

posibilidad de volverlo a arreglar —confesó, avergonzado—.


Sabía que si dejaba una puerta abierta me arrastraría hasta que

me perdonaras.

—¿Cómo estás haciendo ahora? —bromeó, aligerando la


tensión.

Duncan sonrió con tristeza.

—Sí. Justo así.

—Entiendo lo que me has contado, pero sigo queriendo ir


despacio, si está bien para ti.

Lo vio asentir.

—Haré lo que sea necesario para que me perdones. Sé que

te he hecho daño y eso es precisamente lo que más me duele a


mí. Haberte lastimado por no haber sido capaz de luchar por lo
que quería.

—¿Qué hay de tu madre?, ¿has hablado con ella?, ¿le has


contado lo que quieres hacer con tu vida? Acabemos juntos o

no, te mereces ser capaz de escoger.

—Lo sé. Y no, todavía no la he enfrentado —suspiró—.

Pero deséame suerte. Mañana es el día. Gracias a Dios, tengo a


Effie de mi lado.
—¿Estás seguro de que es buena idea que nos conozcamos
mañana? Tal vez deberíamos dejarlo para cuando todo esté
bien en tu familia.

—No. —Le apretó la mano que todavía sostenía—. Si las


cosas van bien quiero celebrarlo contigo, y si van mal, si mi

madre no lo entiende, querré tenerte cerca igualmente. Tu


presencia me consuela.

—Puedes contar conmigo siempre. Eso no ha cambiado ni

lo hará.

En lugar de decir algo que no estaba seguro de que

estuviera a la altura de lo que sentía, se llevó su mano a los


labios y le dio un beso sentido. Blaine era increíble, era la

persona más buena y comprensiva que había conocido. Le


había escuchado y ofrecido consuelo cuando había sido él y su
cobardía quien le había hecho daño al alejarlo.

Una vez que las cosas se aclararon y Duncan le contó todo,

Blaine sintió que su corazón se había liberado del peso que le


había atenazado el pecho desde aquella visita de Duncan, en
que todo lo que tenían se había desmoronado como un castillo

de naipes.
Se dio cuenta de que él era de los auténticos afortunados,
no era que no lo supiera, sino que para él era algo tan normal
que ni siquiera pensaba en ello. Sus padres le habían apoyado

incondicionalmente en todos los ámbitos de su vida: su


identidad sexual, el trabajo, su matrimonio, su divorcio, su

mudanza… Los había dejado cuando abandonó Tain, en el


condado de Ross and Cromarty, en el consejo unitario de
Highland, y se instaló en Edimburgo, y sin embargo, estos

todavía conservaban su habitación como si siguiera viviendo


con ellos.

— ¿En qué piensas? — inquirió Duncan con curiosidad.

— En que soy afortunado. Mis padres son geniales.

Duncan esbozó una sonrisa triste.

— Me gustaría conocerlos… algún día.

— Me encantaría que lo hicieras.

Retomaron la visita por la ciudad y de un modo

inconsciente, ya que ninguno de los dos se dio cuenta, lo


hicieron asidos de la mano.
Capítulo 27

Cuando llegó el momento de regresar a casa, Blaine estaba


agotado, no solo físicamente sino también psicológicamente.
Los secretos de Duncan que finalmente había compartido con

él, por una parte, le habían liberado, pero por la otra lo habían
dejado con un montón de preguntas que él mismo tenía que
responder. Por el momento, iba a dejar que las cosas fluyeran
entre ellos naturalmente, no era que no le hubiese creído, era

simple supervivencia. ¿Qué pasaría el domingo cuando


hablara con su madre?, ¿qué sucedería con ellos si esta no
aceptaba que su hijo tenía derecho a escoger con quién quería
pasar el resto de su vida?

Se estiró en el asiento del copiloto y trató de pensar en otras

cosas menos complicadas, consciente de que no iba a


solucionar nada por muchas vueltas que le diera. Se animó
pensando en que le quedaba una hora de carretera y después
estaría tirado en su sofá, desconectando de todo con una buena
serie o una película. Se rio solo al pensar que en momentos

como esos la costumbre de Duncan de pedir comida a


domicilio era la opción perfecta.
—¿Qué vas a pedir esta noche para cenar? —preguntó
mirándole conducir.

—¿Es esta tu forma de invitarme?

Blaine se encogió de hombros.

—Te ofrezco cena y película. Si no estás muy cansado —

comentó, no queriendo que se viera obligado a aceptar—,


entenderé si prefieres irte a casa. El día ha sido… intenso.

—Intenso —rio—, buena forma de llamarlo, pero sí, si


compartes tu sofá conmigo, acepto tu oferta.

—Solo si tú compartes la comida que pidas.

—¡Hecho! —concedió riendo.

Por suerte, Duncan todavía tenía algunas prendas de ropa

en casa de Blaine por lo que pudo ducharse y ponerse cómodo.

La comida llegó cuando los dos ya estaban frescos y tirados


en el sofá. Fue Duncan quien abrió y tras un pequeño debate

decidieron comer allí mismo, con trapos de cocina en el regazo

para no mancharse.

La polémica comenzó con la elección de la película,


mientras Duncan quería ver una de acción, alegando que era

para no dormirse viéndola, Blaine abogaba por un drama


familiar que había sido un éxito ese mismo año. Al final fue el
dueño de la casa el que se salió con la suya, y demasiado
enfrascado en la trama no se dio cuenta de que el arquitecto se

había quedado dormido con la cabeza apoyada en su hombro.

Cuando se percató de que Duncan no le respondía se quedó

inmóvil para no despertarle hasta que la película terminó. Miró


su móvil para comprobar que era demasiado tarde para que se

fuera a casa. Estaba agotado, ambos lo estaban, aunque él


debía de estar más cansado ya que era el que se había ocupado

de conducir.

Tras decidir que se quedara a dormir, nuevas dudas se


instalaron en su mente. ¿Debía dejarle en el sofá o era una

buena idea que le invitara a compartir su cama?

Los dos estaban demasiado cansados como para que pasara

algo, pero ¿era acertado rendirse tan pronto? Todavía tenía


pendiente la conversación con su familia. ¿Qué iba a hacer si

las cosas no salían como esperaba?

Con un suspiro exasperado, se dio por vencido. Solo iban a


compartir espacio, nada más.

—Duncan —lo zarandeó suavemente—, Duncan.

El mencionado abrió los ojos, adormilado. Seguramente ni

siquiera sabía dónde estaba o lo que sucedía a su alrededor.


—Vamos a la cama —pidió, tomando su mano y tirando de

él para que se levantara.

Dócilmente le llevó hasta el dormitorio y le ayudó a

deshacerse de los pantalones del chándal para meterse en la

cama. Le dejó puesta la camiseta y la ropa interior. Una vez


que lo tuvo acostado lo cubrió con la manta y se cambió él

mismo.

En cuanto se tumbó, un cuerpo cálido se pegó al suyo. El

brazo de Duncan posado suavemente sobre su cadera, sin

embargo, estaba tan cansado que ni siquiera la cercanía del


hombre que quería le impidió caer redondo de inmediato.

Duncan fue el primero en despertar y tuvo que taparse la boca

con la mano porque era incapaz de esconder su sonrisa de

satisfacción. Estaba en la cama de Blaine, con su cálido cuerpo

pegado al suyo. El sexo ni siquiera entraba en la ecuación, y

aun así, estaba siendo la experiencia más satisfactoria de su


vida. Que Blaine le hubiera perdonado hasta el punto de

permitirle estar en su cama era la respuesta a todas sus

plegarias.

—¿Se puede saber por qué estás tan sonriente de buena

mañana? —preguntó la voz ronca de Blaine, abriendo los ojos


y recolocándose en su pecho.

En lugar de responder inmediatamente Duncan apretó su


abrazo.

—Porque me he despertado a tu lado, ¿por qué si no?

—Además de sonrisas eres todo palabras dulces por la

mañana —comentó con un deje burlón en su voz.

—Ese soy yo. Ya deberías saberlo.

—Supongo que tienes razón.

—La tengo. Ahora, ¿puedo darte un beso que me recargue

las baterías para lo que estoy a unas pocas horas de hacer?

—Vaya, arquitecto, eso sí que no me lo esperaba. Dar pena

para robarme un beso.

Duncan se rio sin pudor.

—¿Ha funcionado?

No respondió, sino que le lanzó la pregunta que no había


dejado de dar vueltas en su cabeza desde que le había dicho

que iba a hablar con su familia.

—¿Qué va a pasar si tu madre no acepta que quieras algo

diferente a lo que ella desea para ti? —preguntó, en lugar de

responder.
—Te quiero, Blaine. Y ya me he comportado como un niño

contigo. No tienes que preocuparte porque lo vuelva a hacer.


Dejarte te hizo daño, pero también me lo hizo a mí. No sabes

cuánto.

—Duncan…

—No. Que mi madre acepte o no lo que quiero hacer con

mi vida no va a cambiar nada de lo que hay entre nosotros.

—Pero…

—Sé que es difícil creer en lo que digo —le cortó—. Así

que te lo voy a demostrar con hechos. Ven esta tarde a las


cuatro al pub. Estaré allí con mi hermana, y cuando te sientas

cómodo con la idea de nosotros, entonces te pediré que lo

hagamos oficial.

—¿Oficial?

—No te asustes. El matrimonio todavía no entra en mis

planes inmediatos. Comenzaremos con ser novios —comentó

en un tono bromista, sabedor de que el matrimonio no había


aparecido en ningún momento en los pensamientos de Blaine.

—De acuerdo —accedió, y antes de que el arquitecto dijera


algo más le tapó la boca con la suya.
Las manos de Blaine ahuecaron su rostro y sus labios se
posaron en los suyos. La suave presión de sus bocas y el

embriagador sabor de Duncan mientras su lengua pasaba por


sus labios y luego rozaba su lengua le hizo darse cuenta de que

ni siquiera el miedo a volver a sufrir iba a mantenerlo alejado.

—No me dejes de nuevo.

—Nunca.
Capítulo 28

Blaine se quedó mirando a la nada después de que Duncan se


marchó a casa para cambiarse de ropa e ir a comer con su
madre y sus hermanas.

Se habían despertado en la cama juntos, habían hablado y


se habían besado sin ir más allá. Blaine había tenido que

contenerse para no dejarse llevar, y Duncan había mantenido


su palabra y no lo había presionado en ningún momento.
Después desayunaron y volvieron a hablar. Consciente de los
temores de Blaine, Duncan le había prometido que pasara lo

que pasara con su familia, las cosas entre ellos no iban a verse
afectadas, pero, aunque le creía, una parte de él temía que la
presión familiar le afectara de nuevo y aunque no dudaba de

sus sentimientos temía volver a resultar herido.

Era evidente que Duncan había escuchado durante tanto


tiempo las indicaciones de su madre que lo había asimilado
hasta el punto de no darse cuenta de lo dañinas que eran.

Decidido a no preocuparse por lo que no podía solucionar,


resolvió que lo mejor que podía hacer para suportar la espera
era mantenerse ocupado. Por ello, centró su atención en las
tareas del hogar. Su apartamento no era grande, apenas un
salón, su dormitorio, su despacho, un cuarto de baño, la cocina
y una pequeña despensa, que en varias ocasiones se había
planteado echar abajo para ampliar la cocina, pero no estaba
seguro de que su casero se lo permitiera.

Como era de esperar en apenas una hora y media ya tenía


toda la casa recogida y limpia, y eso que había sido él mismo
el encargado de barrer y pasar la fregona, dándole el día libre a

Harry, el robot que normalmente se ocupaba de esos aburridos


quehaceres.

Estaba a punto de prepararse para la ducha cuando su


teléfono sonó. Por suerte no se había desnudado porque en la

pantalla apareció el nombre de Polly y las conversaciones con

ella se alargaban durante horas. Blaine estaba seguro de que no


había nadie con quien se pasara más tiempo al teléfono que

con ella. Ni siquiera cuando llamaba a casa para hablar con sus
padres sus conversaciones se extendían tanto, y eso que la veía

todos los días en el trabajo.

—Buenos días —saludó al descolgar.

—Blaine, he hecho una completa locura —soltó Polly de


sopetón, sin saludar ni nada.
El comentario lo dejó tan preocupado que no fue capaz de
plantear algún escenario en su cabeza de lo que podía haber

sucedido, por otro lado, Polly no sonaba alterada ni nerviosa,

simplemente había soltado la frase como si no fuera con ella.

—¿Qué ha pasado?

—Ayer hice algo muy fuerte.

—Polly, me estás asustando. Suéltalo de una vez.

—Me he teñido el cabello de mi color —confesó, por fin.

—¿Perdona?

—Lo sé. Es una completa locura. ¿En qué estaba pensando?

—Lo que es una locura es el susto que me has dado —

protestó, muy serio—, pensé que te había sucedido algo malo.

—No, no es malo. Es bueno en realidad. Creo que me he


enamorado de Archie.

A pesar de que esa era la idea cuando los emparejó, Polly

tenía cierta tendencia a enamorarse con rapidez y a

desenamorarse con la misma presteza, por lo que no estaba


muy seguro de si debía alegrarse o no.

—De acuerdo —dijo sin mojarse.


Durante los siguientes quince minutos su amiga hizo un

monólogo sobre lo estupendo que era el pelirrojo, lo bien que

la había tratado el viernes y lo mucho que le gustaba. Mientras

la escuchaba divagar, Blaine tomó nota mental de mandarle un


mensaje a Alastair para asegurarse de que estaba bien. Tendría

que haberlo hecho en cuanto se levantó esa mañana, pero la

presencia de Duncan le había hecho olvidarse de ello.

Tampoco era que pensara que las cosas habían cambiado

desde el sábado por la mañana cuando habló con él, pero era

su deber como amigo preocuparse por la evolución de su


lesión.

—Blaine ¿me estás escuchando? —se quejó Polly.

—Sí, sí, perdona ¿qué decías?

—¿Desde hace cuánto que estoy hablando sola?

—No estás hablando sola. Me he despistado un segundo,

perdona.

—Está bien. Vuelvo a formular mi pregunta ¿crees que

debería invitar a Archie a salir?

Y ahí estaba el primer punto complicado del día, pensó

Blaine.
—¿Estás segura de que quieres mi opinión? —inquirió,
poco dispuesto a responder sin asegurarse de que no se

tomaría a mal lo que le dijera.

—Si no lo hiciera no te habría preguntado.

—De acuerdo, en ese caso no. Yo no le invitaría a salir, al

menos no tan pronto. Esperaría a tener un par de encuentros

casuales como los del viernes antes de lanzarme a algo más,


pero por supuesto, eso es lo que yo haría.

Durante unos segundos la línea se quedó en silencio y

Blaine se preocupó de que Polly se hubiese molestado con él.

No obstante, cuando por fin habló lo que menos se esperaba

era que ella le diera la razón.

—Teniendo en cuenta lo mal que me ha ido hasta ahora en

el tema de las citas y la relaciones creo que lo mejor es


afrontarlo desde otro enfoque, por lo que voy a hacerte caso y

a esperar. —Hizo una pausa antes de lanzarle una bola curva

—. Aunque eso significa que vas a tener que agregarnos a

ambos en vuestras salidas de grupo.

Blaine sonrió, a pesar de que ella no podía verle.

—No hay problema. La próxima vez que vayamos a ver


uno de sus partidos puedes venir con nosotros.
—¿Partidos?

—Archie juega al rugbi con Lean, Malcolm y Daniel. ¿No

te lo había dicho?

Las carcajadas de ella le hicieron sonreír a él también.

—Por eso me preguntaste si me gustaba el rugbi —rio—.


He de confesar que me quedé muy desconcertada con el tema,

pero supongo que ahora tiene sentido. ¿Significa eso que lo

planeaste todo para que nos conociéramos?

—Estabas llorando con que querías conocer a algún amigo

soltero, y sorpresa, Archie es soltero, simpático, amable y


atractivo. Era imposible que no te gustara.

—Tienes razón en todo —confirmó, y de nuevo se explayó

en un monólogo sobre lo increíble que era y lo agradecida que

estaba con él por habérselo presentado.

Había pasado una hora y veinte minutos cuando colgaron la

llamada. La parte mala era que Blaine ni se había duchado ni

se había preparado nada para comer. La buena era que

mientras conversaba con Polly el tiempo había pasado y ahora


estaba más cerca de la hora en que sabría cómo había ido la
conversación de Duncan con su familia.
No tenía mensajes en su móvil, por lo tanto, no tenía ninguna
pista del resultado. Del mismo modo, tampoco sabía cómo

valorar el no tener mensajes. ¿Era bueno o algo por lo que


preocuparse? Molesto consigo mismo por ser tan dramático, se

desnudó y se metió en la ducha. A ver si el agua le borraba


todos los quebraderos de cabeza que él mismo se montaba.
Capítulo 29

Duncan estaba nervioso. Más de lo que un hombre adulto de


treinta y cuatro años debía de estar por visitar a su madre, pero
lo de ese domingo no era una visita normal. Ese día iba a

poner sus sentimientos sobre la mesa y a hablar claramente


con su madre y su hermana para hacerles ver que, fueran
cuales fueran las decisiones que tomara respecto a su vida,
ellas no debían interferir.

Estaba en la puerta de casa de su progenitora cuando su


teléfono comenzó a sonar. Colgó sin responder cuando vio que

la llamada era de su hermana Effie, seguramente para


preguntarle por qué llegaba tarde.

El móvil volvió a sonar, pero estaba a las mismísimas


puertas de la casa, por ello consideró una tontería contestar.
Abrió con su llave y el jolgorio habitual le dijo que sus
hermanas ya estaban en casa.

—Duncan ¿eres tú? —preguntó la voz de su madre desde


dentro de la casa.

—Sí, mamá.
Se escucharon los pasos apresurados de su madre y todavía
estaba cerrando tras él cuando la cabeza rubia de Connie
Cumming apareció por el pasillo.

Tenía el mismo tono de rubio que sus hijos, y aunque los


ojos azules de sus descendientes eran de su padre, la tersura y
el tono de sus teces también eran de ella. A sus sesenta años
todavía tenía una piel estupenda y una esbelta figura. Duncan
se preguntaba por qué su madre no se había vuelto a casar.

Apenas tenía treinta años cuando se quedó viuda, y no era que


no hubiese tenido pretendientes, no obstante, nunca se había
planteado hacerlo.

Había salido con varios caballeros en esos años, pero con

ninguno de ellos había cuajado una relación.

—Hola, hijo —saludó, acercándose a él y besándole la


mejilla—. Tenemos una sorpresa para ti —dijo en un tono

cargado de alegría.

—¿De veras? No es mi cumpleaños —bromeó, al tiempo

que la seguía hacía el interior de la casa.

Supuso que sus hermanas estaban en la cocina, ayudando a


su madre a preparar la comida porque fue allí a donde se

dirigieron. No obstante, nada más cruzar el umbral, se quedó


petrificado donde estaba.
La mirada que cruzó con Effie le indicó que ese era el
motivo por el que su hermana le había llamado tan

insistentemente.

—Hola, Brooke —saludó—. No esperaba que vinieras a

nuestra comida familiar —aunque no fue grosero, algo en su


tono hizo que la mujer se sonrojara.

—Hannah me invitó —dijo ella, a modo de excusa.

—Entiendo.

—Decidme, ¿qué queréis beber? —preguntó su madre,

notando la incomodidad de su hijo.

Aunque todos respondieron, Duncan se mantuvo en


silencio. Enfadado con su hermana por su intervención y con

Brooke, a la que no había vuelto a llamar porque no estaba


interesado en hacerlo.

De hecho, ambos se despidieron como si no fueran a volver

a verse. Brooke había sido testigo de cómo Duncan se escapó


en medio de su cita para en teoría ir al baño, pero terminó

rogándole a Blaine que aceptara hablar con él. Y, aunque no

habían hablado del tema, el que no mencionara que quisiera


volver a verla y no la hubiese llamado desde entonces decía

mucho del nulo interés que tenía en repetir.


Por otro lado, estaba seguro de que tanto Hannah como su

madre, quien seguramente también estaba detrás de la

presencia de Brooke en la comida familiar, sabían que había

asistido con Effie a la fiesta de su firma. Podría haber ido solo,


pero Effie y el bufete en el que trabajaba, habían actuado como

asesores legales de la firma de Duncan en varios trabajos por

lo que le pareció buena idea llevarla, ya que conocía a muchos

de sus compañeros.

—¿Duncan?, ¿qué quieres beber, hijo?

—Nada, mamá. Estoy bien. —Se giró para mirar a su


hermana—. Effie, ¿puedo hablar contigo un segundo?

—Por supuesto —aceptó su hermana levantándose a toda

prisa de la silla en la que estaba sentada.

Sin mediar palabra los dos se encaminaron hacia el viejo

dormitorio de Duncan y no volvieron a hablar hasta que

estuvieron escondidos en él con la puerta cerrada.

—¿Qué está pasando? —preguntó, molesto.

—Sé lo mismo que tú. Cuando llegué ya estaba aquí —

explicó Effie—. Te he llamado para avisarte, pero has llegado


antes de que me respondieras al teléfono.
—Estaba en la puerta —se encogió de hombros—. Me
pareció tonto responder cuando estaba a unos segundos de

verte. ¿Qué vamos a hacer?

Effie suspiró y se llevó las manos a las sienes para

masajeárselas. Era una costumbre suya, Duncan estaba seguro

de que ni siquiera se daba cuenta de que lo hacía, pero su


hermana siempre se masajeaba las sienes cuando se

concentraba en algo al cien por cien.

—Creo que deberíamos seguir con el plan inicial.

—¿Con ella aquí?

—¿Realmente te importa lo que piense? —su voz destilaba

escepticismo.

—Sabes que no.

—¿Entonces?

—De acuerdo. Hagámoslo.

Effie señaló la puerta y Duncan fue el primero en ponerse

en marcha.

Cuando regresaron a la cocina se encontraron con la mirada


censuradora de su madre, pero Duncan no estaba dispuesto a

echarse atrás. Se había comprometido con Blaine, con lo que


sentía y no iba a dejarlo pasar solo porque su familia fuera una

entrometida.

—Brooke, siento haber sido brusco contigo al llegar —se


excusó—, pero es que venía con la idea de tener una charla

personal e importante con mi familia y no esperaba que te

unieras a nosotros.

—¡Oh! No lo sabía. Lo siento. —Se levantó a toda prisa de

la silla en la que estaba sentada. Se notaba que se sentía

avergonzada, pero por mucho que lo intentó, Duncan no pudo


sentir empatía con ella por su situación. Era evidente que sabía

dónde se metía al ir allí—. Me marcharé inmediatamente.

Ni siquiera tuvo tiempo de decir nada cuando su hermana

pequeña intervino.

—No tienes que irte —protestó Hannah—. Lo que sea que

tenga que decir mi hermano puede hacerlo delante de ti, ¿no es


así, Duncan?

—¡Hannah! —la amonestó Effie, pero no pudo decir nada

más porque Duncan tomó la iniciativa.

—Por supuesto —concedió—. Estoy enamorado de una

persona y me gustaría que lo aceptarais y lo respetarais.


No fue necesario mirar alrededor para saber que había
dejado a su madre, a su hermana y a la propia Brooke con la

boca abierta, y eso que ni siquiera había dado el dato más


importante—. Es un hombre —dijo por fin, y el ruido que

resonó en la cocina fue el del vaso de su madre que se estrelló


contra el suelo cuando se le resbaló de las manos.
Capítulo 30

Isadora había pasado el mejor fin de semana que era capaz de


recordar, y justo cuando más feliz estaba, aparecía Duncan con
sus hermanas y la chica con la que había tenido una cita unas

semanas atrás, cuando su historia con Blaine se fue a pique.

Y lo más extraño de todo era que ellas estaban allí para

conocer a Blaine, lo que no podía sino tenerla debatiéndose


entre el buen humor propio y el temor a que todo se fuera a la
mierda de nuevo entre sus amigos.

—Dime que no soy el culpable de esa cara seria —pidió


Daniel pegándose a su espalda para abrazarla.

—No lo eres. Tú me haces sonreír.

—¿De veras? Eso me gusta, tú sonriendo por mí.

—A mí también.

—¿Entonces?, ¿qué está mal?

Isadora señaló con la cabeza hacia la mesa que Duncan


había ocupado con sus acompañantes.

—¿Duncan? —preguntó Daniel, confundido.

—Más bien las personas que están con él.


—¿Sus hermanas?

Se giró en su abrazo para estar cara a cara con su chico.

—No, la otra mujer que está con ellas. Es la que tuvo la cita

con Duncan. Por la que rompió con Blaine —explicó.

La confusión de Daniel se veía en su rostro. El pobre estaba

completamente perdido.

—¿Y por qué la ha traído? Creía que estaba tratando de


recuperarle.

—Y así es. Por eso estoy tan confundida con que ella esté
aquí, aunque sospecho que no ha sido cosa suya.

—¿Entonces? Están esperando a Blaine. ¿No crees que va a

ser un desastre cuando llegue y la vea ahí con ellos?

Isadora asintió.

—Sí, pero creo que tengo una idea.

—¿Necesitas ayuda? —ofreció, muy serio.

—Sí. Sal y asegúrate de que Blaine no entre hasta que yo te


lo diga, ¿de acuerdo?

—Por supuesto. Me inventaré algo para entretenerle.

—¡Gracias! —se puso de puntillas para robarle un beso en

los labios—. Eres el mejor.


Una vez que Daniel salió del pub, Isadora no perdió el
tiempo y se dispuso a pedir refuerzos. La primera persona a la

que llamó fue a Fia, después de todo si había alguien dispuesta

a decir las cosas claras y a poner a cada uno en su sitio esa era
la pelirroja. Una vez que le contó a su amiga lo que sucedía,

esta, que ya estaba en camino, se encargó de hablar con Gaia y


coordinarse.

Apenas diez minutos más tarde las dos entraban por la

puerta y seguía sin haber rastro de Blaine.

Preocupada porque Daniel lo estuviese teniendo difícil para


impedirle entrar, llamó a su novio y le pidió que regresaran.

No obstante, Daniel no lo había visto en todo el tiempo que

estuvo allí fuera, lo que llevó a Isadora a pensar que tal vez
Blaine había llegado antes y al acercarse y ver el panorama se

había marchado sin siquiera entrar.

Estaba a punto de llamarle para asegurarse de que sus


temores eran infundados cuando este apareció por la puerta

con una bolsa de una de sus librerías favoritas. Se rio al


comprender lo que había sucedido, y dio gracias a Dios por la

capacidad de Blaine de abstraerse tanto cuando se encontraba

rodeado de libros, como para olvidarse hasta de la hora.


—¡Allá vamos! —se animó, acercándose a la mesa en la

que ya estaban acomodadas Fia y Gaia.

Notó el momento en que Blaine vio a Brooke, porque se

detuvo en su camino a la mesa. Por suerte, Duncan también se

dio cuenta, y actuando como un novio protector, se levantó


para acercarse a él, le besó la mejilla y asido a su mano lo

llevó hasta la mesa en la que estaban sus hermanas.

—Chicas, este es Blaine —las presentó—. Mi hermana

Effie, mi hermana Hannah y la amiga de Hannah, Brooke,

pero a ella ya la conoces.

Effie fue la que mejor reaccionó, pensó Isadora. La


hermana mayor se levantó de su silla y se acercó para abrazar

a Blaine, quien inmediatamente se relajó gracias al

recibimiento de esta. Hannah, se limitó a darle un gesto con la

cabeza y Brooke, mostrando más educación que su amiga,

comentó lo mucho que se alegraba de verle.

Fia, que al llegar se había hecho sitio al lado de Duncan,


desplazando con el gesto a Brooke, se levantó para que Blaine

tomara su lugar.

Durante los siguientes minutos Isadora se despistó, al ver

llegar a Daniel. El pobre pareció aliviado cuando vio que

Blaine estaba bien protegido por su grupo de amigas, por lo


que, tras guiñarle el ojo a su chica, se metió tras la barra para
ayudar a Kit.

—¿Y a qué te dedicas, Blaine? Duncan no nos lo ha dicho

—preguntó Hannah con una actitud bastante hostil.

—Soy bibliotecario —comentó este.

—¿De veras? Brooke es aparejadora ¿sabes? —siguió con

la misma actitud.

—Y yo matemática —saltó Fia—, y Gaia también. Pero

Blaine es demasiado humilde para decir que no es un simple


bibliotecario, sino el subdirector y jefe de adquisiciones de la

biblioteca de la universidad de Edimburgo. Aparejador es un

escalón menos que arquitecto, ¿no?

Brooke sonrió avergonzada al tiempo que asentía con la

cabeza.

—También se rumorea que será el próximo director en

cuanto este se jubile —siguió Gaia.

Estaba claro que ninguna de sus amigas iba a dejar que


nadie, ni siquiera la hermana de Duncan, le hiciera pasar un

mal rato.

—Y todo eso con solo treinta y cinco años. No sé dónde

llegará cuando tenga cincuenta —bromeó Isadora.


—Bueno, Brooke es más joven —insistió Hannah,

ganándose el desprecio de todas las chicas.

—Solo tengo dos años menos —intervino la aludida—, y es


increíble que hayas conseguido tanto con la edad que tienes.

—Apoyó con una sonrisa tímida.

A nadie se le escapó la mirada de censura que Hannah le

dedicó a su amiga, pero todo quedó en eso cuando Duncan

intervino, cortando cualquier otro comentario grosero contra

Blaine.

—Blaine no es solo inteligente, educado y guapísimo.


También es la mejor persona que conozco. No hay nadie que

le haga sombra en mi corazón —miró fijamente a su hermana

menor mientras lo decía.

—Blaine creo que acabas de robarme el puesto como

persona favorita de mi hermano —bromeó Effie, consciente de


que al mismo tiempo le estaba lanzando una pulla a Hannah.

Blaine sonrió, avergonzado, pero no se amilanó:

—Teniendo en cuenta que él también es mi persona favorita

supongo que estamos en paz.

Fia fingió secarse una lágrima de orgullo, mientras el resto,


a excepción de Hannah, sonreían como si estuvieran viendo
una película sumamente romántica con un maravilloso final
feliz. Incluso Brooke parecía encantada con la escena.

Isadora se quedó unos minutos más con ellos, pero en


cuanto vio que todo iba de maravilla, se excusó y regresó al

trabajo.

Todavía no había hecho nada de provecho cuando Daniel la

arrastró hasta su despacho, que era más un almacén que otra


cosa, y le demostró lo buena amiga que pensaba que era y lo
orgulloso que estaba de cómo había manejado la situación.

Definitivamente el fin de semana de Isadora había sido un


éxito total.
Capítulo 31

Blaine amaneció el lunes debatiéndose entre sentirse feliz o


preocupado. El domingo no había podido hablar con Duncan
porque su hermana menor, como no, lo había obligado a que

las llevara a ella y a Brooke a casa. De modo que, cuando fue


la hora de marcharse, Blaine se fue solo. Y aunque más tarde,
Duncan le había llamado para avisarle que ya estaba en su
apartamento, había tenido que colgar en seguida porque su

madre se había presentado en su casa para hablar con él.


Después, el cansancio y la tensión de los últimos días habían
podido con Blaine y se había quedado dormido antes de que
Duncan pudiera contarle con pelos y señales como habían ido

las conversaciones con su progenitora.

Sobre lo que había sucedido con su hermana no necesitaba


explicaciones, ella misma se había delatado con su actitud
hostil. La única parte buena de todo era que Duncan había
tomado partido por él, y le había demostrado que era sincero y
que realmente estaba dispuesto a todo para que estuvieran

juntos.

Sin dejar de darle mil vueltas a lo sucedido, se puso en

marcha para ir a trabajar y se sorprendió al llegar y ver a Polly


con Duncan tomándose un café en la sala común.

Su amiga parecía estar contándole algo interesante, porque

el rubio parecía concentrado en ella y lo que le decía, o tal vez


la miraba por el mismo motivo por el que la estaba mirando el
propio Blaine, porque ver a Polly con su precioso cabello
rubio miel era todo un espectáculo. Ninguno de los tintes
anteriores le hacía justicia a su bonito rubio natural.

Se acercó a ellos y les dio los buenos días cuando se


percataron de su presencia.

Duncan se inclinó para robarle un rápido beso en los labios,


y la sonrisita de Polly le dijo lo que ya sabía, que su amiga

estaba encantada de que hubieran arreglado las cosas entre


ellos.

— Voy a dejaros y a pasearme por delante de Jane —

anunció Polly — . Quiero conmocionarla cuando vea mi


nuevo color de cabello.

— Estás preciosa — zanjó Blaine, siendo secundado por

Duncan.

— Por eso se va a quedar de piedra — rio Polly — . Estoy

segura de que no se lo espera. Ahora ya no va a poder mirarme


con censura — se jactó.
La ahora rubia se fue riendo mientras ellos entraban en el
despacho de Blaine.

— Solo tengo diez minutos — avisó a su visitante — . He

de dejarme ver o van a pensar que no he venido a trabajar.

— Diez minutos es suficiente — aceptó — . En realidad,

solo quería contarte que mi madre se lo tomó mejor de lo que


esperaba. Mejor que Hannah, en realidad. Ayer vino a verme

para disculparse por haberme coaccionado. Dice que lo único


que quiere es que sea feliz y sabe que tú eres el indicado para

mí.

— ¿Lo sabe?

— Por supuesto. Se lo he dicho. — Y añadió por si


quedaban dudas — : se lo dije ayer al mediodía y se lo dije por

la noche cuando vino a verme. No tiene dudas y espero que tú


tampoco las tengas.

Blaine negó con la cabeza.

— No las tengo. Ya no.

—En ese caso ¿quieres ser mi novio, Blaine Campbell? Te

prometo que no volveré a hacerte daño. Que puedes confiar en

mí y que te quiero.

— Sí. Quiero ser tu novio.


— ¿En serio?

Blaine rio por lo tonto de la pregunta.

— Por supuesto.

— Bien. Mío, todo mío.

En un movimiento rápido, Duncan arrastró a Blaine hasta

los sillones y le hizo sentarse. Se colocó sobre él, sus rodillas

descansado sobre la parte exterior de los muslos de Blaine, su

pene se agrandó por la fricción, causada por el roce contra la


dureza de Blaine.

Duncan rodó sus caderas, provocando un gemido de su

chico.

—Deja de frotarte contra mí así. Estoy a punto de dejarme

ir y no estamos en el lugar adecuado para eso — se quejó.

— Te prometo que no voy a ir más allá, pero necesito

sentirte. Llevo tanto tiempo sin poder tocarte como quiero…


lo necesito tanto que no creo que pueda alejarme de ti.

Sin darle opción a negarse desabrochó el botón y la

cremallera de sus pantalones, y se levantó de encima de él para

bajárselos todo lo que pudo.

— Levanta un poco el culo — pidió instándole a

quitárselos por completo.


Una vez desnudo de cintura para abajo alzó sus piernas y
las abrió con el fin de que sus rodillas estuviesen dobladas. Se

inclinó hacia delante, con la nariz a unos centímetros de su

rosado agujero y sopló suavemente en la apertura, provocando

que esta se apretara ligeramente, oyó a Blaine gemir al mismo


tiempo que el agujero se contraía.

Quería hundirse en él en ese mismísimo instante, pero su

pareja tenía razón, no era ni el momento ni mucho menos el

lugar.

De modo que comenzó a lamer el círculo de carne

arrugada, penetrando en lo más profundo con su lengua.

Retorciéndola y tratando de alcanzar el manojo nudoso de


nervios que contenían el placer de Blaine. Las caderas de este

se movían hacia su boca, y Duncan podía oír sus gemidos,

suspiros, que sonaban más y más a medida que Blaine se

excitaba.

Con un agarre fuerte en el pene de su chico, lo masajeó

mientras se deleitaba en su sabor. Blaine se vino fuertemente,


él mismo cubriéndose la boca con ambas manos para

amortiguar sus gemidos. Duncan contempló la imagen, y sin

perder el tiempo en miramientos se desabrochó sus pantalones

chinos con la mano limpia, y con la misma con la que había


agarrado el pene de Blaine hacía unos momentos, se acarició a

sí mismo fuerte y rápido antes de dejarse llevar sobre su


estómago y el vientre de su amante.

—No puedo creer que hayamos hecho algo tan sucio aquí

— se quejó Blaine, cuando pudo hablar — , ahora no voy a

poder trabajar sin recordar lo que ha sucedido.

— ¿Gracias? — bromeó Duncan.

Blaine rio al tiempo que negaba con la cabeza.

— Deberíamos limpiarnos antes de que Polly decida pasar

por aquí para ver qué estamos haciendo.

Con un gemido se levantó de encima de su novio y trató de


ponerse presentable.

— ¿Tienes toallitas húmedas?

— En el primer cajón del escritorio — señaló Blaine.

Duncan arqueó una ceja interrogante.

— No seas mal pensado. A veces como aquí — se excusó,

con las mejillas sonrojadas.

— Seguro que sí, babe — aceptó con un guiño.


Capítulo 32

Blaine estuvo en una nube el resto del día. No solo por el sexo
alucinante que había compartido con Duncan en su despacho,
sino porque en esos instantes era un hombre comprometido,

con un novio que le amaba y al que él mismo adoraba.

— Es horrible que te pavonees de ese modo delante de mí

— se quejó Polly mientras comían.

— No estoy haciendo nada.

— Por supuesto que lo estás haciendo. Apenas puedes dejar

de sonreír y traes una cara de enamorado que no te molestas


siquiera en disimular.

— ¿Y por qué iba a disimilarla si es verdad?

— ¿Ves? Pavoneándote.

Blaine sonrió, pero lo dejó correr.

— Imagino que Archie no te ha llamado. — Polly asintió y


Blaine quiso aclarar sus dudas antes de decir nada — . ¿Le
diste siquiera tu número de teléfono?

— No. Debería ser él quien lo pida. Después de todo, si lo


quiere puede pedírtelo a ti, ¿no?
— Bueno, no está todo perdido — trató de animarla — . El
viernes vienes a cenar otra vez al pub, y seguro que con un
segundo encuentro se anima a pedirte una cita.

— ¿Tú crees?

— Por supuesto, aunque si no lo hace no quiero que te


deprimas. Está claro que si no se interesa por ti es porque no
es el adecuado.

Polly se encogió de hombros.

— Supongo que tienes razón.

— La tengo. Por cierto ¿cómo se ha tomado Jane tu

cambio de look? —cambió de tema sabedor de que después de

Archie, Jane era su conversación favorita.

Cuando terminó la jornada laboral y se dispuso a regresar a


casa, se encontró con que Duncan había ido a recogerle.

Estaba como siempre apoyado contra su coche y se veía sexi y


encantador al mismo tiempo.

— Hola — le saludó antes de darle un beso. Iba a ser algo

rápido, pero Duncan rodeó su cuello con los brazos y no le


dejó apartarse hasta que estuvo satisfecho.

— ¿Qué tal tu día? — preguntó, abriendo la puerta del

Tesla para Blaine.


— Bastante genial — contó con una risita traviesa.

— ¿De veras? Pareces especialmente contento.

Duncan rodeó el vehículo y se colocó en el asiento del


copiloto antes de que Blaine siguiera con su historia.

— Sí, resulta que desde hoy tengo novio.

— No me digas — le siguió el juego.

— Sí, es guapísimo, encantador y me hace cosas traviesas

en lugares poco ortodoxos.

— Suena como el tipo ideal.

— Lo es. Lo amo y es perfecto para mí.

Duncan, sin apartar la mirada de la carretera, se inclinó para


besarle. Iba a su mejilla, pero Blaine se dio cuenta de lo que

quería hacer su novio y le ofreció sus labios.

— Tú también eres perfecto para mí.

Siguieron mostrándose melosos y encantados de estar


juntos hasta que Blaine se dio cuenta de que no iban a su casa.

— ¿A dónde vamos?

— A mi apartamento. Ya es hora de que pases tiempo en él.

Una sonrisa satisfecha se instaló en los labios del


bibliotecario. Esa había sido una de las banderas rojas con las
que había lidiado cuando estuvieron juntos la primera vez.

Había sentido que Duncan lo dejaba al margen de una parte de

su vida, incluyendo su hogar.

— Solo te aviso de que mi madre tiene una llave y es un

poco… intrusiva. No suele llamar antes de venir y…

— Está bien. Eres su hijo.

Duncan parecía avergonzado cuando habló:

— Por eso no te llevé antes a mi casa — explicó — . No


estaba preparado para lidiar con ella. Mi madre sabe que jamás

he llevado a ninguna aventura allí. Si te hubiese visto habría

sabido que era serio.

— Eso ya no importa — zanjó Blaine, siendo

completamente sincero.

Estaban juntos, se querían, nada de lo que había pasado


anteriormente tenía cabida en su futuro, en la vida juntos que

estaba por venir.

Duncan ni siquiera le dio un tour por la casa. La única vez que

había llevado a Blaine había sido algo rápido: recoger sus

cosas para pasar la noche con él y salir pitando de allí antes de

que su madre se presentara, y en esos instantes estaba siendo


igual de descortés, pensó mientras le besaba, aunque por otros
motivos.

Ni siquiera le había mostrado donde vivía. Le había

arrastrado por el pasillo hacia su dormitorio y no habían

llegado a él. Poco dispuesto a parar separó los labios brillantes

por su saliva, empujando su lengua en su boca, tomándose su


tiempo para explorar el interior de la cavidad húmeda y

caliente que le recibía.

Blaine sabía a ambrosía.

Este gimió más fuerte cuando Duncan comenzó a rozar su

palpitante pene contra su dureza. Liberó sus labios y empezó a

chupar sobre el pedazo de piel expuesta encima de su cuello.

—Por favor, por favor… —suplicó Blaine, mientras

golpeaba sus caderas hacia delante.

Duncan apretó los dientes, preguntándose qué tenía Blaine


que le hacía perder el control tan rápido. Buscó en sus

bolsillos, el lubricante y el condón que había guardado antes

de salir a recogerle. No había esperado atacarlo en el pasillo,

pero iba preparado por lo que no se quejaba.

El pene de Duncan se puso aún más duro, aumentando su


incomodidad al estar limitado en los pantalones que, de
pronto, se sentían demasiado apretados. Desabrochándoselos,

Duncan tomó la dureza palpitante de sus pantalones y de los


calzoncillos negros que llevaba. Rompió el envoltorio de

aluminio, abriéndolo con los dientes, antes de enrollar el

preservativo en su pene. Rasgando un sobre de lubricante, lo

apretó untando el líquido en su longitud hinchada, antes de

extenderlo a su alrededor.

Blaine agarró el sobre de lubricante de la mano de Duncan,


mientras que, con su otra mano, abría la cremallera de sus

pantalones. Duncan observó como el pene de Blaine se

balanceaba de arriba abajo en el aire.

Los pantalones de Blaine y sus calzoncillos estaban ahora

alrededor de sus rodillas cuando introdujo sus dedos


lubricados en su agujero. La garganta de Duncan se secó al ver

como el hombre que amaba arqueaba su cuello por el placer,

su pene se agrandó más y se endureció, contra su estómago

solo por la visión que tenía delante.

—Eres precioso —Duncan empujó los pantalones de Blaine

hasta los tobillos—. Levanta tus piernas un poco, babe, vamos,

necesito quitarte estos pantalones —intentó persuadirlo con


ruegos.
Una vez en el suelo junto a los suyos, alzó las piernas de
Blaine, envolviéndolas alrededor de su cintura antes de

ahuecar su tenso culo—. No puedo esperar para estar dentro de


ti, date prisa, amor —gimió Duncan.

Blaine se limitó a mirarlo, insertando otro dedo, estirándose


a sí mismo. Cuando Blaine cabeceó ligeramente, Duncan

empujó su pene en el pasaje estrecho y cálido. Blaine lo


golpeó fuerte en el pecho. —Más despacio —pidió apretando
fuertemente los dientes.

—Lo siento —logró murmurar Duncan.

Se movió un centímetro en el canal y fue recompensado

con un gemido necesitado de Blaine. Se introdujo aún más


profundo, un poco más cada vez, deslizando su dureza a través
del anillo de nervios.

Una vez que estuvo por completo en su interior, se empujó


una y otra vez, más y más rápido.

Blaine hizo un sonido de lamento, contrayendo aún más su


agujero alrededor del pene de Duncan, cuando se dejó llevar,

derramando su semilla sobre ambos. Los testículos de Duncan


se tensaron antes de que bombeara más rápido, explotando su
liberación en Blaine, mientras gruñía fuertemente.
Duncan tomó conciencia de que ni siquiera habían llegado

al dormitorio. Había tomado a Blaine en el pasillo de su propia


casa, demasiado ansioso por tenerle como para caminar los
escasos dos metros que le separaban de su cómoda cama.

La frente sudorosa de Blaine descansaba sobre el hombro


de Duncan, sus piernas estaban envueltas alrededor de sus

caderas. Sus manos colgaban débilmente alrededor de su


cuello. Con el peso de Blaine en sus brazos, Duncan se
preguntó, como todavía podía estar de pie, sobre todo después

de un clímax tan intenso que hizo que sus rodillas se sintieran


débiles.

Blaine levantó la cabeza, tenía la cara enrojecida por la


excitación y sus labios hinchados de color rojo. Sintió la

necesidad de tenerlo contra la pared nuevamente. Apartó las


piernas de Blaine de su cintura, antes de que estuviese aún más
tentado de volver a tomarlo, permitiéndole estabilizarse antes

de apartar sus brazos de su cintura.

—Lo siento, babe, me dejé llevar. —Se excuso un poco

avergonzado por su arrebato—. ¿Estás bien? Dime que no te


he hecho daño, por favor.

Blaine asintió débilmente con la cabeza, en respuesta.


— Estoy más que bien. De hecho, te doy permiso para que

vuelvas a hacerlo cuando quieras.

Duncan rio y le dio un beso en la coronilla.

— Vamos a la ducha — anunció — , esta noche duermes


aquí.

— Suena bien para mí.


Capítulo 33

Eran poco más de las nueve del sábado cuando Blaine abrió
los ojos y se encontró abrazado a Duncan, con su cara
escondida en su pecho y las piernas de ambos enredadas.

Suspiró de placer. Se sentía bien tenerle tan cerca, sintiendo


los latidos acompasados de su corazón, piel con piel…

El problema era que tenía la necesidad fisiológica de ir al


baño, por lo que a regañadientes y con cuidado para no
despertarlo, se separó de él y se levantó para encaminarse al
aseo. Una vez cubrió sus necesidades supo que no iba a poder

volver a dormirse por lo que se duchó, se lavó los dientes y se


vistió con la ropa cómoda que había ido llevando hasta allí a lo
largo de las últimas dos semanas. Una vez que estuvo

presentable se encaminó a la cocina.

La casa de Duncan era mucho más grande y espaciosa que


la suya, razón por la que últimamente habían estado pasando
más noches allí, y para complacerle, su novio había comprado
cantidades industriales de bagels que había puesto en el
congelador para que Blaine solo tuviera que meterlos en la
tostadora y rellenarlos con lo que le apeteciera.
Pensando en qué tendría Duncan en la nevera sacó el
paquete congelado y se dispuso a prepararse un café.

Lo mejor era que le dejara dormir. La noche anterior se


habían acostado tarde, después de llegar a casa tras la cena con
sus amigos, decidieron poner una película antes de acostarse,
pero esta había pasado sin pena ni gloria cuando Blaine
decidió ponerse juguetón, lo que lo había llevado a devorar al
pobre Duncan que se había dejado hacer y, que en esos

instantes debía de estar agotado y adolorido teniendo en cuenta


que seguía durmiendo.

Con una sonrisa de satisfacción en el rostro abrió la nevera


para ver con qué iba a rellenar su bagel, cuando unos pasos a

su espalda le sobresaltaron. Se dio la vuelta esperando

encontrarse con su novio, pero se topó con una mujer mayor,


rubia y con un parecido más que razonable con su pareja, lo

que le dio la pista que no necesitaba para adivinar quién era.

— Buenos días, Blaine — saludó ella con una sonrisa más


bien tímida.

— Buenos días, señora — menos mal que se había

adecentado antes de salir del dormitorio, pensó Blaine sin


saber qué decir a continuación.

Ella sonrió y le ofreció su mano.


— Soy Connie Cumming, nada de señora ni de hablarme de
usted. Todavía soy muy joven — bromeó, aunque en realidad

no aparentaba más que cincuenta y pocos.

Él se la estrechó devolviéndole la sonrisa.

— Encantado de conocerte, Connie. Iba a hacerme un café

¿quieres uno?

Ella pareció encantada con el recibimiento porque le

ofreció una sonrisa de oreja a oreja y asintió al tiempo que

decía:

— Me encantaría, Blaine. Gracias.

— Por favor — le señaló una de las sillas alrededor de la


mesa de la cocina para que se sentara — , estará listo

enseguida.

Frunció el ceño al darse cuenta de lo que había hecho y


trató de rectificar.

— A menos que prefieras tomarlo en el salón que

estaremos más cómodos.

— La cocina es perfecta — sonrió ella — . Mucho más


familiar y hogareña.

Blaine asintió y se dispuso a preparar los cafés. Llevó a la


mesa la leche y el azúcar para que ella se pusiera lo que le
apeteciera. Se sentía un poco raro sirviéndole de anfitrión en

casa de su propio hijo, pero ella no pareció molesta ni extraña

con el gesto, por lo que Blaine trató de actuar natural.

Soltó una risita cuando la vio echarle leche y cuatro

cucharadas colmadas de azúcar.

— ¿Qué? — preguntó ella, con curiosidad.

— Bebes el café igual que Duncan. Siempre he pensado


que era demasiado dulce, por lo que me hace gracia ver de

dónde lo ha sacado.

Ella rio de buena gana.

— Siempre he pensado que la vida ya puede ser lo bastante

amarga como para que esté mal endulzar el café. Todo el

mundo se queja de que no es sano, pero a veces lo divertido


compensa ¿no crees?

— Lo cierto es que soy de los que prefieren el salado —

bromeó — , pero sí, creo que endulzar la vida es necesario

para ser feliz.

— Antes de conocerte nunca había visto a Duncan tan

contento y dichoso — comentó de repente, cambiando el tema

de conversación.

— Él también lo hace por mí.


—¿Sabes? Si te soy sincera he estado pasándome esta
semana más de lo habitual porque tenía muchas ganas de

conocerte. No vine antes porque quería daros margen para que

os asentarais como pareja, pero estaba deseando encontrarme

contigo.

Blaine no dijo nada, solo le ofreció una sonrisa amable al


tiempo que se sonrojaba.

— Sé que mi egoísmo os ha hecho daño a ti y a mi hijo,

pero a mi favor diré que no sabía que existías. Siempre hablé

hipotéticamente, aunque no puedo prometer que hubiese sido

distinto de haberte conocido. Siempre quise lo mejor para él, y

durante mucho tiempo pensé que estaba haciendo lo correcto.

— No tienes que decir nada. Yo…

— Solo me gustaría pedirte una oportunidad de


demostraros a ambos que he cambiado y que no voy a

interponerme entre vosotros. Y no solo porque quiero a mi

hijo, sino también porque sé que eres un buen hombre.

— Gracias.

La conversación entre ellos siguió y Blaine se dio cuenta de

que Connie realmente estaba dispuesta a conocerle y a


aceptarlo como el novio de su hijo.
La invitó a quedarse, pero ella se excusó con que tenía

cosas que hacer, no obstante, le pidió que se uniera a ellos al


día siguiente en su reunión familiar de los domingos. Ese era

el motivo principal por el que había ido, se explicó, para

pedirle que se les uniera.

Tras aceptar la invitación, Connie le había abrazado y se

había marchado sonriente.

Un minuto después, Duncan apareció en la cocina,

descalzó, con el pelo revuelto y medio vestido con unos


pantalones de chándal, pero sin camiseta.

— Hola, dormilón. Tu madre acaba de irse.

— Lo sé.

— ¿Lo sabes?

— Os he oído en la cocina, pero me ha parecido mejor

dejaros hablar con intimidad — explicó Duncan — . Estaba

seguro de que te adoraría en cuanto te conociera y no me he

equivocado.

Blaine se sonrojó por el cumplido.

— Bueno, ahora solo tengo que caerle bien a Hannah y


todo estará arreglado.

Duncan se acercó y le abrazó con fuerza.


— No le caes mal a mi hermana, babe. Solo estaba
enfadada porque había querido que las cosas con su amiga

funcionaran. Te adorará en cuanto se le pase el


enfurruñamiento — prometió.

— En ese caso, ya solo queda que conozcas a mis padres y


el cerco estará cerrado. Ya no podrás escapar de mí.

Con una risita Duncan le dio un beso suave en los labios.

— No hay ninguna posibilidad de que me escape de ti, pero

estoy deseando conocer a tu familia.

— Bien — declaró, encantado — . ¿Tienes hambre?

— ¿De ti? Siempre.

Fue el turno de Blaine de reír.

— De comida.

Duncan arrugó el ceño, fingiéndose confundido.

— ¿Estás tratando de decir que no eres comestible? Porque

yo tengo un recuerdo distinto a…

No le dejó terminar, cubrió su boca con sus labios y le dio

exactamente lo que quería. Del mismo modo que él cubría


todo lo que siempre había soñado que sería una relación.
Epílogo

Estaban de vacaciones, se repitió Blaine como si no terminara


de creérselo. Todavía disponía de dos semanas más para
disfrutar de su chico y de sus amigos, y estaba decidido a

disfrutarlo.

En su primera semana libre, Duncan y él habían visitado a

sus padres en Tain, su ciudad natal; la segunda semana la


habían pasado en Valencia, España; donde vivían los padres de
Gaia, quienes habían sido encantadores con ellos y les habían
preparado comidas riquísimas, las siguientes dos semanas las

pasarían en Ibiza donde habían alquilado un bungalow de lujo


para todos, a pie de playa, para pasar los días tumbados al sol
sin nada importante que hacer.

Isadora y Daniel habían pasado sus primeras semanas de


vacaciones en Alicante con los padres de ella, Fia y Malcolm
también habían viajado a la ciudad natal de Malcolm, no
obstante, en esos instantes estaban todos juntos en un lugar
idílico y sin preocupaciones. Los únicos que se habían
quedado en Edimburgo eran Polly y Archie, ya que Polly y
Blaine no podían estar de vacaciones al mismo tiempo por

cuestiones laborales.
Como venía siendo habitual, Blaine se despertó antes que
Duncan, y tras vestirse con una camiseta y unos pantalones
cortos, se encaminó hasta la cocina descalzo. Allí se encontró
con Gaia, que hablaba por teléfono con su madre, y con Fia,
quien estaba peleándose con la máquina de café.

Dejó a la rubia hablando y se encaminó a ofrecer su ayuda a


la pelirroja, ansioso por recibir su primer chute de cafeína.

— ¿Puedo ayudarte?

Su amiga le lanzó una mirada matadora antes de apartarse y


dejarle el camino libre.

Blaine no dijo nada, abrió el compartimento donde iban las


cápsulas y puso una nueva. Fia le dio una taza antes de que la

buscara siquiera.

— Gracias.

— Nada. La primera dosis es mía, por favor — añadió con


una mirada lastimera.

Blaine sonrió y asintió.

— ¿Es tu mal humor habitual de por la mañana o ha

sucedido algo sobre lo que tenga que preocuparme?

— ¿Qué va a suceder? Estamos de vacaciones, todo es


perfecto — dijo, muy seria.
— Mal humor habitual, de acuerdo — se burló Blaine.

— Acostúmbrate — intervino Gaia, que ya había colgado


el teléfono — . No lo has notado antes porque ya venía

medicada cuando se encontraba con nosotros — se burló esta.

— ¿Qué le estáis haciendo a mi chica? — preguntó

Malcolm, siendo todo sonrisas cuando entró en la cocina.

— Estamos preparándole su dosis de felicidad — bromeó

Blaine.

Malcolm se acercó a la pelirroja y la abrazó, luego depositó

un sonoro beso en su coronilla para después soltarla.

— Perfecto — dijo con un guiño al bibliotecario — .


Nunca diré que no a la ayuda extra — se burló.

Sin dejar de bromear con Fia, Blaine se puso con todos los

cafés. Gaia iba hacerse cargo de preparar las tostadas y los


huevos revueltos cuando Isadora hizo acto de presencia y se

ocupó ella misma de lo que faltaba del desayuno.

Cuando todo estuvo dispuesto y como si hubiesen olido el


aroma de la comida, el resto de los habitantes de la casa fueron

desfilando uno a uno en la cocina.

Desayunaron entre risas bromas y buena comida, y sin


necesidad de que nadie dijera nada, los que no habían
participado en la preparación se ocuparon de recoger y limpiar.

Unos minutos después todos estaban listos para bajar a la

playa privada del bungalow y tumbarse al sol o bañarse en el

mar.

— Estas son las mejores vacaciones de mi vida — comentó

Duncan, tiempo después mientras tomaba el sol en una


tumbona junto a Blaine.

Su novio sonrió.

— ¿Tanto te gusta la playa?

— No. No es eso. Esto — lo señaló y después hizo lo

propio con él mismo — . Nosotros, nuestros amigos… estoy

feliz de pasar tiempo contigo sin tener que ir a trabajar o

separarnos porque no puedes tener tu casa tantos días vacía.

— Yo también lo estoy disfrutando.

— Múdate conmigo — soltó de repente.

— ¿A qué viene eso?

— A que quiero que lo hagas. Tú vives de alquiler y mi


casa es mía, múdate conmigo, vive conmigo. Quédate a mi

lado para siempre.


— De acuerdo.

Duncan se incorporó en la tumbona para verle mejor.

— ¿De veras?

Asintió.

— Sí. Quiero eso. Estar siempre contigo.

De un saltó Duncan se puso de pie.

— Hazme sitio — pidió.

Blaine se rio.

La tumbona era demasiado pequeña para que cupieran los

dos, por lo que lo único que podía hacer era subirse encima de

él, decidió Duncan.

— ¿Qué haces? — protestó entre risas.

— No te preocupes, no nos ven — apuntó Duncan tratando

de besarle.

Un carraspeó sonó al lado de donde estaban.

Los dos alzaron la mirada para toparse con que Fia y Gaia,
que estaban un par de tumbonas más allá de ellos, los estaban

mirando.

— Podemos obviar que hemos sido testigos de cómo le has

pedido que se vaya a vivir contigo, pero si vais más lejos de


eso no estoy muy segura de si sacaré el móvil para recordarlo

más tarde — se burló Fia.

— Si no lo hace ella lo haré yo — la secundó Gaia.

Las dos chocaron las manos, encantadas con su propia


broma.

Duncan se desinfló y enterró su cara en el cuello de Blaine.

— Es una locura que a pesar de todo las adore — preguntó,

lo bastante alto como para que ellas le escucharan.

Blaine negó.

— Yo también las quiero y no estoy loco.

Los dos se miraron como tontos enamorados antes de

echarse a reír de lo surrealista de la situación.

— Te quiero — dijo Duncan haciendo caso omiso a los

silbidos que provenían de las hamacas cercanas.

— Yo también te quiero.
Sobre la autora

Olga Salar, nació el veintidós de enero de 1978 en Valencia.


Se licenció en filología hispánica para saciar su curiosidad por
las palabras al tiempo que compaginaba su pasión por la
lectura.
Escribió su primera novela con una teoría, para ella
brillante y contrastada, sobre lo desastroso de las primeras
veces, Un amor inesperado (Amazon), y tras ella siguieron la
bilogía juvenil Lazos Inmortales (Amazon). En este mismo
género publicó Cómo sobrevivir al amor (Planeta). Aunque ha
sido en romántica adulta dónde ha encontrado su voz.
Es autora de Íntimos Enemigos (Versátil), Jimena no
deshoja margaritas (Versátil), Solo un deseo (Amazon), Di que
sí, con la que fue mención especial en el II Premio HQÑ
Digital (Amazon), He soñado contigo (Versátil), Romance a la
carta (Versátil) Un beso arriesgado (Amazon), Igual te echo
de menos que de más (Amazon), Kilo y ¾ de amor (Amazon),
Deletréame Te Quiero (Amazon), Contigo lo quiero todo
(HQÑ), Duelo de voluntades (Amazon), El corazón de una
dama (Amazon), La serie Nobles (Amazon), Te dije que no la
tocaras más (Amazon), Una noche bajo el cielo (Amazon),
Amor sin instrucciones de uso (Amazon), Si te atreves, ámame
(HQÑ), Una cita pendiente (Amazon), Te quiero, pero solo un
poco (Amazon), Quiero mi final feliz (HQÑ), Notas de amor
(Amazon), Amor en crescendo (Amazon) la serie Chicas de
Rockport (Amazon), ¡Hola otra vez! (Amazon), Serie Damas
(Amazon), Cuando deseas una estrella (Amazon), Sushi para
dos (Amazon), la serie Que la ley no nos separe (Amazon),
Pon un highlander en tu vida (Amazon) y Un highlander de
mentira (Amazon).

Para conocer todas sus obras, pincha aquí


Otras obras de la autora
Pon un highlander en tu vida (Highlanders #1)

Gaia siempre había pensado que los highlanders habitaban en


las tierras altas de Escocia. Jamás soñó con toparse con uno en
el departamento de matemáticas de la universidad en la que
había comenzado a trabajar como docente, y tampoco imaginó
que despertaría en él una enemistad tan intensa a primera vista.
Aunque si fuera cierto lo que dicen: del odio al amor…
Un highlander de mentira (Highlanders #2)

Fia Grant no es una mujer que se rinda cuando sabe lo que


quiere. Tampoco es de las que se lamenta cuando las cosas no
salen como espera.
Es capaz de pasar página y sobrellevar cualquier inquietud o
desilusión por duras que sean… hasta que Malcolm Reid llega
a su vida y, sus reglas y certezas vuelan por los aires.

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