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HENRI-IRÉNÉE MARROU

HISTORIA
DE LA EDUCACIÓN
EN LA ANTIGÜEDAD
Traducción:

YAGO BARJA DE QUIROGA

© Editions du Seuil, 1971


Para todos los países de lengua hispana
© Akal Editor, 1985
Ramón Akal González
Apdo. 400 - Torrejón de Ardoz
M ADR ID - ESPA Ñ A
ISBN: 84-7600-052-9
Depósito legal: M. 35.139-1985
Impreso en GREFOL, S. A., Pol. II - La Fuensanta
Móstoles (Madrid)
Printed in Spain

akal
De filosofía

Sin embargo, es en este campo de la filosofía donde con más niti­


dez se refleja este esfuerzo de creación pedagógica: los primeros físi­
cos de la escuela de Mileto son sabios puros, que no tienen todavía
tiem po disponible para convertirse en educadores, se hallan absorbi­
dos totalmente por el esfuerzo creador que los aísla y los singulariza;
sus contem poráneos los m iran con asom bro, a veces con escándalo
CA PÍTU LO V y muy a menudo con cierta ironía que, en la apacible Jonia, no exclu­
ye cierta secreta benevolencia (recuérdese, entre otras, la anécdota que
presenta a Tales, caído en un pozo, contem plando los astro s)3.
Pero ya Anaxim andro y después Anaxim enes4, se preocupa por
EL APORTE INNOVADOR redactar una exposición de su doctrina. Una generación después, Je-
DE LA PRIMERA ESCUELA SOFISTA nófanes de C olofón ya no escribe en prosa, como ellos, a la manera
de los legisladores, sino en verso, rivalizando así directamente con los
poetas educadores, Hom ero o los gnómicos. Jenófanes confiesa esta
ambición: se dirige al público culto de los banquetes aristocráticos5,
critica ásperamente la inm oralidad de H om ero6, el ideal deportivo
tradicional7, al que opone audazmente, no sin orgullo, el ideal nue­
vo de su buena Sabiduría.
Escapando de la dominación persa, Jenófanes estableció su escuela
en Elea; y en el otro confín de la G ran Grecia, el pitagorismo, final­
Así pues, los atenienses nacidos en la prim era década del siglo v mente, encarna esa noción de escuela filosófica en el marco institu­
(Pericles, Sófocles, Fidias...), que elevaron la cultura clásica a tan al­ cional apropiado. Ésta, tal como aparece en M etaponto o en C roto­
to grado de madurez en todos los campos —en la política, en las le­ na, no es ya una simple hetairía de tipo antiguo, que agrupa a un maes­
tras, en las artes— , habiendo recibido todavía una educación muy ele­ tro con sus discípulos sobre la base de relaciones personales; es una
mental cuyo nivel, desde el punto de vista de la instrucción, no sobre­ verdadera escuela que tom a al hombre en su conjunto y le impone
pasaba prácticamente el de nuestra actual enseñanza prim aria ( 1 ). He un estilo de vida; es una institución organizada, con su local, sus re­
ahí un ejemplo brillante del inevitable escalonamiento cronológico en­ glamentos, sus reuniones regulares, que tom a la forma de una cofra­
tre cultura y educación. Pero aunque este retraso sea con frecuencia día religiosa consagrada al culto de las Musas y, una vez muerto su
exagerado por la rutina (el campo pedagógico es un terreno óptimo fundador, al culto de Pitágoras, convertido en héroe. Institución ca­
para el espíritu conservador), toda civilización verdaderamente acti­ racterística que será im itada después por la Academia de Platón, el
va term ina tarde o tem prano por tom ar conciencia de ello y por com­ Liceo de Aristóteles y la escuela de Epicuro, y que persistirá como
pletar el proceso. De hecho, cada nueva conquista del genio griego la form a tipo de la escuela filosófica griega (3).
iba seguida muy pronto, como es fácil com probar, de un esfuerzo co­
rrespondiente para crear una enseñanza que asumiera su difusión. E l nuevo ideal político

Primeras escuelas de medicina Con todo, no surgirá de estos ambientes de especialistas la gran
revolución pedagógica con la que la educación helénica habrá dado
A bundan las pruebas desde aquel siglo vi tan pródigo en herm o­ un paso decisivo hacia su madurez: de ello se encargaría, en la segun­
sas iniciativas: nos sería posible estudiar la creación de las primeras da m itad del siglo v, ese grupo de innovadores que se ha convenido
escuelas de medicina que, a fines de siglo, aparecieron en C ro to n a 1 en designar con elnom bre de Sofistas.
y en C irene2, con anterioridad a la fundación de las escuelas clási­ El problem a que éstosprocuraron y lograron resolver era el refe-
cas de Cnido y de Cos (2).
3 DL. I, 34. 6 Fr. 11 s.
1 HDT. III, 129 s. 2 Id. III, 131. 4 Id. II, 2; 3. 7 Fr. 2.
5 Fr. 1 (Diels).

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rente, muy general por cierto, a la formación del hombre político. Tal del siglo V. Me parece un tanto artificioso el intento de distribuirlos
era, en esos tiempos, la cuestión que exigía más rápida resolución. en dos generaciones, como suele hacerse a veces: en realidad, sus ac­
Después de la crisis de la tiranía, en el siglo vi, vemos como la m a­ tividades se superponen, de suerte que Platón, sin caer en anacronis­
yor parte de las ciudades griegas, y sobre todo la democrática Ate­ mo, pudo reunir los más célebres de ellos en casa del rico Calías, acom­
nas, se entregan a una intensa vida política: el ejercicio del poder y pañados por Sócrates y Alcibiades, en una famosa escena de su
la dirección de los negocios públicos se convierten en la ocupación P ro tág o ra s10. No había m ucha diferencia de edad entre los más vie­
esencial, la actividad más noble y más preciada para el hom bre grie­ jos y los más jóvenes: el mayor de todos, Protágoras de Abdera, de­
go, supremo objetivo propuesto a su ambición. En todos los casos bió nacer hacia el 485; Gorgias de Leontini, el ateniense Antifón (del
se busca prevalecer, ser superior y eficiente; pero ya no se trata de demos de Ram nunte) (4), apenas más jóvenes, hacia el 480. Los de
afirm ar el «valor», agertj, en lo referente al deporte y a la vida ele­ m enor edad, Pródico de Ceos, Hipias de Elis, tenían unos diez años
gante: en adelante, ese «valor» se encarna en la acción política. Los menos y parecían de la misma edad de Sócrates, que vivió, como se
sofistas ponen su enseñanza al servicio de este nuevo ideal de la άρβτή sabe, desde el 470-469 hasta el año 399 (5). De origen diverso, y de
política8: equipar el espíritu para la carrera del hom bre de Estado, vida trashum ante por razones de orden profesional, todos se estable­
form ar la personalidad del futuro líder de la ciudad, tal sería so cieron durante más o menos tiempo en Atenas. Con ellos Atenas apa­
program a. rece como el crisol en que se elabora la cultura griega.
Resultaría inexacto asociar demasiado íntimamente tal empresa con No hay historia de la filosofía, o de las ciencias, que no se sienta
los progresos de la democracia, o imaginar que esta enseñanza se pro­ obligada a dedicar un capítulo a los sofistas, pero este capítulo, muy
ponía suplir en los hombres políticos de extracción popular aquello difícil de escribir, rara vez resulta satisfactorio (6).
que la herencia familiar aseguraba a sus rivales aristocráticos. En pri­ No basta con decir que los conocemos poco: apenas nos quedan
mer térm ino, porque la antigua democracia continuó durante mucho de ellos como fuente directa unos cuantos fragmentos y algunas es­
tiempo reclutando sus jefes entre la nobleza más auténtica (recuérde­ cuetas noticias doxográficas, elementos éstos de muy frágil consistencia
se, por ejemplo, el papel desempeñado por los Alcmeónidas en Ate­ para oponer al engañoso prestigio de los retratos satíricos y de los re­
nas); en segundo lugar, porque no ha podido comprobarse en los so­ medos de Platón, cuyas páginas consagradas a los sofistas figuran entre
fistas del siglo V una orientación política determ inada (como la ten­ las más ambiguas de su obra, que exigen siempre una delicada inter­
drán en Rom a los Rhetores L atini de la época de Mario): su clientela pretación: ¿dónde comienzan y dónde acaban la ficción y la defor­
era rica, pudiéndose encontrar entre ella nuevos ricos ansiosos de un mación caricaturesca y calumniosa? P or otra parte, bajo la máscara
«lavado de cara», como el Estrepsíades de Aristófanes, a quien la vieja de la lucha entre Sócrates y los sofistas, ¿no evoca en realidad Platón
aristocracia, lejos de rechazarlo, lo atendía solícitamente, como lo su propia lucha contra algunos de sus contemporáneos, Antístenes en
m uestran los cuadros de Platón. particular?
Los sofistas se dirigen a todo el que desee adquirir la superioridad A decir verdad, los sofistas no resultan muy significativos para la
requerida para triunfar en el escenario político. Perm ítam e el lector historia de la filosofía o de las ciencias. Agitaron muchas ideas, unas
que lo remita de nuevo al L aques: Lisímaco, hijo de Aristides, y Me- de inspiración ajena (por ejemplo de Heráclito en el caso de P rotágo­
lesias, hijo de Tucídides, tratan de dar a sus propios hijos una form a­ ras; de los eleáticos o Empédocles en el caso de Gorgias); otras perso­
ción que los capacite para llegar a ser jefe s9: no cabe duda de que nales, mas no eran, propiam ente hablando, ni pensadores ni busca­
el día en que los sofistas les propusieron algo más eficaz que la inútil dores de la verdad. Eran pedagogos: «Educar a los hombres», itcm-
esgrima, adoptaron este consejo con rapidez. óeieiv ¿χνδρώπους, tal es la definición que, según P la tó n 11, el pro­
Por lo tanto, la revolución pedagógica que la sofística representa pio Protágoras da de su arte.
parece más de inspiración técnica que política: apoyados en una cul­ Éste es, también, el único rasgo que tenían en común: inseguras
tura ya m adura, estos educadores elaboran una técnica nueva, una y diversas, sus ideas son demasiado huidizas como para que se las pue­
enseñanza más completa, más ambiciosa y más eficaz que la existente da referir a una escuela en el sentido filosófico de la palabra; sólo te­
hasta entonces. nían en común el oficio de profesores. Saludemos en aquellos gran­
des antepasados a los primeros profesores de enseñanza superior, en
una época en que Grecia no había conocido más que entrenadores de­
L o s sofistas como educadores
portivos, jefes de talleres y, en el plano escolar, humildes maestros
La actividad de los sofistas se desarrolla durante la segunda m itad de escuela. Pese a los sarcasmos de los Socráticos, imbuidos de pre­

8 plat. Prot. 316 b; 319 a. 9 plat. Lach. 179 cd. 10 314 e-315 e. 11 P ro t. 317 b.

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juicios conservadores12, respeto en ellos, ante todo, ese carácter de orática no nos engaña, existían muchas categorías de conferencias, con
hombres que hacen de la enseñanza una profesión, cuyo éxito comer­ precios también distintos: conversaciones de propaganda por el pre­
cial atestigua su valor intrínseco y su eficacia so cial!3. cio reclamo de un solo dracm a, y lecciones técnicas en que el maestro
trataba a fondo tal o cual tem a científico por el precio de cincuenta
El oficio de profesor dracmas la e n tra d a 21.
Esta publicidad honesta, desde luego, no excluye cierta dosis de
Por consiguiente, resulta interesante estudiar, con cierto detalle, charlatanería: estamos en Grecia y en la Antigüedad. P ara impresio­
de qué modo ejercían su profesión. No abrieron escuelas, en el senti­ nar a su auditorio, el sofista no vacila en apelar a la om nisciencia 22
do institucional de la palabra; su método, aún cercano al antiguo, pue­ y a la infalibilidad23. A dopta un tono doctoral y un aire solemne o
de definirse como un preceptorado colectivo. Agrupaban a su alrede­ inspirado, y lanza sus sentencias desde un alto tro n o 24; vistiendo al­
dor a los jóvenes que les eran confiados y asumían toda su form a­ guna vez inclusive, por lo que parece, la indumentaria triunfal del rap­
ción; ésta dem andaba, según se conjetura, tres o cuatro años. Este soda con su gran m anto p u rpúreo25.
servicio se abonaba de golpe: Protágoras, por ejemplo, exigía la con­ Esta escenografía era legítima: las críticas sarcásticas de que es ob­
siderable sum a de diez mil dracmas 14 (el dracma, aproximadamente jeto por parte de Sócrates, en Platón, no logran contrarrestar el testi­
un franco oro, representaba el jornal de un obrero cualificado). Su monio que la misma fuente de inform ación suministra sobre el éxito
ejemplo servirá largo tiempo de modelo, pero los precios bajarán rá­ extraordinario logrado por esta propaganda sobre el apasionamiento
pidamente: en el siguiente siglo (entre el 393 y el 338), Isócrates sólo que los sofistas despertaron en la juventud; recuérdese el comienzo
pedirá mil d racm as 15 e inclusive deplorará que algunos com petido­ del Protágoras16, cuando el joven Hipócrates se precipita, antes del
res desleales acepten un precio rebajado a cuatrocientos o trescientos alba, a casa de Sócrates: Protágoras había llegado a Atenas la víspera
dracmas l6. y se apresuró en hacerse presentar al gran hombre, para que éste lo
Protágoras fue el primero en ofrecer un tipo de enseñanza rem u­ adm itiera como discípulo eventual. Este favor, cuyos rastros percibi­
nerada; anteriormente no existía ninguna institución semejante, de mo­ mos en la influencia profunda que los grandes sofistas ejercieron so­
do que los sofistas no encontraron una clientela instituida: tuvieron bre los mejores espíritus de su tiempo (Tucídides, Eurípides, Esqui­
que crearla, persuadir al público para que recurriese a sus servicios; nes...), no obedecía exclusivamente a una m oda cegada por su propia
por medio de toda una serie de procedimientos publicitarios. El sofis­ puesta en escena: la eficacia real de esa enseñanza la justificaba.
ta va de ciudad en ciudad en busca de alu m n o s17, llevando consigo
a los ya reclutados 18. P ara darse a conocer, dem ostrar la calidad de
su enseñanza y dar algunas muestras de su habilidad, los sofistas da­ L a técnica política
ban voluntariamente una exhibición, hiríbei^is, ya en las ciudades que
figuran en su itinerario, ya en un santuario panhelénico como el de ¿Cual era el contenido de esta enseñanza? Se trataba de arm ar pa­
Olimpia, por ejemplo, donde aprovechan la iravriyvQis que les brin­ ra la lucha política a la personalidad poderosa que habría de impo­
da el público internacional reunido con ocasión de los juegos: puede nerse como jefe de la ciudad. Tal era en particular, según parece, el
ser un discurso cuidadosamente meditado o, por el contrario, una bri­ program a de Protágoras, que quería hacer de sus discípulos buenos
llante improvisación acerca de un tema propuesto, una discusión li­ ciudadanos, capaces de conducir con acierto su propia casa y de m a­
bremente entablada de om ni re scibili, a gusto del público. Con ello nejar con máxima eficacia los asuntos del Estado: su ambición, en
inauguraron el género literario de la conferencia, destinado ya desde una palabra, era enseñar «el arte de la política», πολίτικη τέχ ν η 11.
la Antigüedad a tener una asom brosa fortuna. Ambición de orden eminentemente práctico: la «sabiduría», el «va­
De estas conferencias, unas son públicas: Hipias, al perorar en el lor», que Protágoras y sus colegas procuran para sus discípulos, son
ágora junto a la mesa de los cam bistas19, nos hace pensar en los ora­ de carácter utilitario y pragmático; se los juzga y se los mide por su
dores populares de Hyde-Park; otras están reservadas, en cambio, a eficacia concreta. Ya no se perderá el tiempo en especular, como lo
un público selecto que paga su e n tra d a20. Y si al menos la ironía so- hacían los viejos físicos jónicos, acerca de la naturaleza del mundo
o de los dioses: «Yo no sé si éstos existen o no, dirá P rotág oras28:
12 p l a t .H ipp. ma. 281 b; Crat. 384 b; 17 p l a t . Prot. 313 d. la cuestión es oscura y la vida hum ana demasiado breve». Se trata
c f. Soph. 231 d; x e n . Cyn. 13. 18 Id. 315 a .
13 p l a t . H ipp. ma. 282 be. 19 Hipp. mi. 368 b. 21 p l a t . Crat. 384 b. 25 e l . N. Η ., XII, 32.
14 DL. IX, 52. 20 Hipp. ma. 282 be; a r s t t . Rhet. Ill, 22 Hipp. mi. 368 bd. 26 310 a.
15 [ p l u t .], Isoc. 837. 1415 b 16. 23 Gorg. 447 c; 448 a. 27 3 19 a.
16 Isoc. Soph. 3. 24 Prot. 315 c. 28Fr. 4 (Diels).

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tradición inaugurada por Protágoras explica el auge de la dialéctica
de vivir, y en la vida, en lo que se refiere a la política, poseer la Ver­
que, tanto para bien como para mal, habrá de caracterizar a la filoso­
dad no im porta tanto como lograr que un público determinado adm i­
fía, la ciencia y la cultura griegas: el uso a veces imperante, que los
ta, hic et nunc, tal tesis como verosímil.
antiguos hicieron de la discusión concebida como m étodo de descu­
P or lo tanto, esta pedagogía se desenvuelve dentro de una pers­ brimiento o de verificación; la confianza, fácilmente excesiva que le
pectiva de hum anism o relativista: no expresa otra cosa, al parecer,
dispensaron; el virtuosismo de que hicieron gala a este respecto: todo
uno de los escasos fragmentos auténticos del propio Protágoras que
ello es una herencia debida a los sofistas.
han llegado hasta nosotros: «El hombre es la medida de todas las
Éstos no se conform aron con tom ar prestada su herram ienta de
cosas»29. Muchos dolores de cabeza ha provocado la evaluación me­
trabajo a los eleáticos: mucho hicieron para perfeccionarla, para afi­
tafísica de esta fórm ula famosa, que hace de su autor el fundador del
nar los procedimientos dialécticos y explicitar su estructura lógica. Pro­
empirismo fenomenista y un precursor del subjetivismo m oderno. De
greso tum ultuoso sin duda: no todo es fino acero en el arsenal sofísti­
igual m odo, meditando sobre los pocos pasajes conservados del Tra­
co. Y como solamente el fin justifica los medios, para ellos es bueno
tado del N o-Ser de G orgias30, se ha llegado a hablar, inclusive, del
todo lo que signifique eficacia: su erística, por no ser sino el arte prác­
nihilismo filosófico de este autor (7). Esto es m agnificar deliberada­
tico de la discusión, coloca casi en el mismo plano la argumentación
mente el alcance de los textos, que han de ser interpretados, por el
racional, lo realmente aprem iante, con las argucias tácticas que a ve­
contrario, en su sentido más superficial: ni Protágoras ni Gorgias pre­
ces (estamos en la patria de Ulises) pueden llegar muy lejos por la vía
tenden aclarar una doctrina, sino simplemente form ular reglas de or­
de lo capcioso. El razonam iento propiam ente dicho cede paso a los
den práctico; no enseñan a sus alumnos ninguna verdad sobre el ser
paralogismos audaces que su público, aún joven e ingenuo, no sabe
o sobre el hom bre, sino sólo la facultad de tener siempre razón, en
distinguir todavía en sus argumentos lógicamente irrecusables, aun­
cualquier circunstancia.
que no menos paradójicos de Zenón. Será preciso que Aristóteles re­
corra este camino y enseñe a distinguir los «sofismas» ilegítimos de
las inferencias válidas. La batalla no ha concluido todavía, pero los
La dialéctica
Tópicos y las Refutaciones sofísticas del Órganon no serán más que
una clasificación, una puesta a punto de un material abundante cuya
P ro tág o ras31, se dice, fue el primero en enseñar que en cualquier
creación, en buena parte, corresponde a Protágoras y a los suyos.
cuestión podía siempre sostenerse tanto el pro como el contra. Toda
su enseñanza descansaba sobre esta base: la antilogía. De sus Discur­
sos demoledores sólo conocemos la prim era y famosa frase anterior­
La retórica
mente c ita d a 32, pero encontraremos el eco de aquéllos en los Δισσοί
Χογοι, Dobles razonamientos, m onótono repertorio de opiniones con­
Paralelamente al arte de persuadir, los sofistas enseñaban el arte
trapuestas de dos en dos, compilado por alguno de sus discípulos ha­
de hablar, y este segundo aspecto de su pedagogía no era por cierto
cia el año 400.
menos im portante que el primero. También aquí los orienta el afán
He aquí el primer aspecto de la formación sofística: aprender a
de eficacia. Entre los m odernos, la palabra ha sido destronada por
sacar provecho de cualquier discusión posible. Protágoras tom a de
la escritura todopoderosa, la cual continúa prevaleciendo aún en nues­
Zenón de Elea, no sin despojarlos de su profunda seriedad, sus pro­
tros días, a pesar de los progresos alcanzados por la radio, la televi­
cedimientos polémicos y su dialéctica rigurosa: de ellos sólo conserva
sión y las grabaciones magnéticas. En la antigua Grecia, por el con­
el esqueleto formal y, mediante su aplicación sistemática, infiere los
trario, y especialmente en la vida política, reinaba la palabra.
principios de una «erística», de un método de discusión que tiende
La costumbre de pronunciar un discurso aparatoso en los solem­
a confundir al adversario, quienquiera que sea, utilizando como hi­
nes funerales de los soldados caídos en el campo del honor, instituida
pótesis de partida las concesiones que éste admita.
en Atenas mucho antes del año 431 33, consagra en cierta medida, el
Las Nubes de Aristófanes y la Historia de Tucídides son, cada cual papel oficial que desempeñaba. Pero ésta no era sólo decorativa: la
en su orden, testimonios notables del efecto prodigioso que sobre los
democracia antigua, que conoce únicamente el gobierno directo, dis­
contem poráneos ejerció esta enseñanza, tan atrevida en su pragm a­ pone la preminencia del hombre político capaz de imponer su punto
tismo cínico como asom brosa por la eficacia de sus resultados. Y no
de vista a la asamblea de ciudadanos, o a los diversos Consejos, por
se vea en ello ninguna exageración de una im portancia histórica: la
medio de la palabra. La elocuencia judicial no es menos importante;
29 Fr. 1. 31 DL IX 51 33 THC. II, 34.
30 Fr. 1-5 (Diels). 32 Fr. ¡

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mucho se litiga en Atenas, tanto en privado como en público: proce­ del de Gorgias subsisten algunos fragmentos): en lo esencial (el plan
sos políticos, procedimientos parlamentarios relacionados con la con­ tipo de los discursos judiciales, por ejemplo), los esquemas de la teo­
ducta moral, rendición de cuentas, etcétera. Y también en esto el hom­ ría clásica aparecen ya fijados desde la época de los Sofistas, aun cuan­
bre eficaz es aquél que sabe imponerse a su adversario ante un jurado do no alcanzasen todavía el grado de minuciosidad a que llegarán los
o ante los ju eces34: los oradores hábiles, hará decir un día Platón al tratados de las épocas helenística y rom ana. En el siglo v la enseñan­
Sofista Polos de A grigento35, pueden lograr, al igual que los tiranos, za no es todavía tan formal: los preceptos son aún muy generales y
condenas de muerte, de confiscación o de exilio contra quienes les dis­ se pasa muy rápidam ente a los ejercicios prácticos.
gusten. El maestro presentaba a sus alumnos un modelo de composición
También en esta m ateria los Sofistas descubrieron la posibilidad que debía ser imitado: como en el caso de la liríbeiHis o conferencia
de elaborar y enseñar una técnica apropiada que transmitiese, de m a­ de prueba, el discurso podía versar sobre un tem a de orden poético,
nera sintética y perfecta, las mejores lecciones de una vastísima expe­ moral o político; Gorgias prosificaba de m anera fastuosa los temas,
riencia: esa técnica fue la retórica (8). tan del gusto de los líricos Simónides o Píndaro, del elogio mitológi­
El m aestro cuya im portancia histórica se equipara con la de P ro ­ co: el elogio de H elena 37 o la apología de P alam edes38. Jenofonte
tágoras, es Gorgias de Leontini. La retórica, en efecto, no echa sus nos ha dejado el análisis de un discurso de Pródico sobre el siguiente
raíces en Elea, en la M agna Grecia, sino en Sicilia. Aristóteles vincu­ tema: Heracles entre el vicio y la virtu d 39; Platón, en su Protágo­
laba el nacimiento de esta disciplina con los innumerables procesos ras40, hace que éste, a propósito del mito de Prom eteo y Epimeteo,
de reivindicación de bienes que provocó la expulsión de los tiranos improvise sobre el tem a de la justicia; o bien, en otro lu g ar41, hace
de la dinastía de Terón en Agrigento (471) y de Hierón (463) en Sira­ que Hipias anuncie un discurso educativo de Néstor a Neoptolemo.
cusa, y la anulación de las confiscaciones impuestas por ellos. El de­ También de Gorgias se menciona un elogio de la ciudad de É lid e42.
sarrollo paralelo de la elocuencia política y judicial en la democracia Algunas veces se daba rienda suelta al virtuosismo puro en un tema
siciliana habría conducido al despejado genio griego a reflexionar so­ fantástico o paradójico: el elogio del pavo real o de los ratones. Otros
bre el problem a de la palabra eficaz: de la observación empírica se maestros preferían orientar sus trabajos en un sentido más directa­
dedujeron poco a poco reglas generales que, codificadas en un cuer­ mente utilitario: tal es el caso de A ntifón, que sólo deseaba ser profe­
po de doctrina, sirvieron de base a un aprendizaje sistemático del arte sor de elocuencia judicial; sus Tetralogías suministran la serie com­
de la oratoria. De hecho, en Siracusa aparecen, seguramente desde pleta de los cuatro discursos que integraban los debates de una causa
el 460, los primeros profesores de retórica: Córax y su discípulo Ti­ determ inada: acusación, defensa, réplica y dúplica; por supuesto, se
sias, aunque suele considerarse que el gran iniciador fue Empédocles trata aquí de causas ficticias, pero, según parece, Antifón publicó tam ­
de A grigento36, maestro de Gorgias (9). bién algunos alegatos reales, compuestos por él mismo en calidad de
Con este último la técnica retórica se m anifiesta a plena luz, pro­ logógrafo, para que pudieran servir como tem a de estudio en su
vista ya de m étodo, principios y procedimientos o fórmulas, elabora­ escuela.
dos hasta el más minucioso detalle. Toda la antigüedad vivirá de este De todos modos, los Sofistas no sólo pronunciaban discursos-tipo
logro: aun los escritores de la decadencia más tardía engalanan to da­ ante su auditorio, sino que también los redactaban por escrito para
vía su elocución con el oropel de aquellas tres «figuras gorgiánicas», que los alumnos pudiesen estudiarlos con com odidad43: éstos debían
cuya receta había dado el gran Sofista: la antítesis, el paralelismo en­ luego imitarlos en composiciones de factura propia, y con ellas ini­
tre los miembros de frases iguales, ισ ό κ ω λ α , y la asonancia final de ciaban el aprendizaje de la creación oratoria.
estos miembros, ό μ ο ιο τ έ λ β ν τ ο ν ( 10 ). Pero un discurso eficaz supone algo más que este arte formal: es
Más adelante tendremos ocasión de estudiar en detalle esta técni­ preciso saber acom odar el contenido, las ideas, los argumentos que
ca que, una vez fijada de ese m odo, no evolucionará mucho más, ex­ el caso requiera; toda una parte de la retórica estaba consagrada a
cepto en el sentido de una precisión y sistematización crecientes. Será la invención: dónde y cómo hallar ideas. También a este respecto el
suficiente, por lo tanto, definir muy someramente el contenido, des­ . análisis de la experiencia había sugerido a los Sofistas una gran canti­
de los tiempos de Gorgias, de la enseñanza retórica. Presentaba dos dad de preceptos ingeniosos, y elaboraron todo un método para ex­
aspectos: teoría y práctica. El Sofista inculcaba en prim er térm ino a traer de una causa todos los temas aprovechables contenidos en ésta.
sus discípulos las reglas del arte, lo que constituía su τέχνη (Tisias,
o tal vez ya Córax, había redactado un tratado teórico de esta clase;
37 Fr. 11. 41 Hipp. ma. 286 ab.
38 Fr. 11 a. 42 Fr. 10.
34 p l a t . H ipp. ma* 304 ab. 39 Mem. II, 1, 21-34. 43 p l a t . Phaedr. 228 de,
35 Gorg. 466 be. 36 a r s t t . ap. dl. VIII, 57. 40 320 c-322 a.

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En este método la retórica m archaba estrechamente asociada a la erís- modernos discuten sobre la extensión real de esta «polimatía»: ¿eru­
tica, de donde recogía sus preceptos. dición aparente? ¿ciencia verdadera? ( 1 1 ).
En particular, no habían dejado de hacer notar que gran cantidad Como por otra parte es sabido 48 que Hipias enseñaba también la
de reelaboraciones podían reproducirse en múltiples oportunidades; mnemotécnica, algunos piensan que todo ese saber ambicioso se limi­
de ahí esos recursos circunstanciales: adulaciones a los jueces, crítica taba a proveer al orador del mínimo de conocimientos indispensables
de los testimonios arrancados por medio de la tortura (Antifón había para que aparentase ser un entendido sin dejarse sorprender nunca
compuesto una especie de colección de Exordios para todo uso); o en descubierto. Acaso este juicio sea muy severo. Es preciso no con­
mejor aún, las consabidas consideraciones generales sobre temas de fundir mnemotécnica con polimatía; la prim era, que será conservada
interés universal: lo justo y lo injusto; la justicia natural y las leyes por la retórica clásica, ya que constituye una de sus cinco partes, sólo
convencionales. Cualquier causa podía encuadrarse mediante la am ­ tiene una finalidad práctica: ayudar al orador en la tarea de aprender
plificación, en aquellas ideas sencillas que todo discípulo de los Sofis­ su discurso de memoria. En cuanto a la erudición propiam ente dicha,
tas había trabajado una y otra vez de antem ano: tales son los «luga­ nada podemos saber, sin duda, sobre el nivel de tecnicismo logrado
res comunes», κοινοί τόποι,.cuya existencia y fecundidad la Sofística por Hipias en el dominio de las artes mecánicas (así como tam poco
fue la prim era en revelar. Ésta se lanzó de lleno a la exploración y puede precisarse el grado de interés que Pródico parece haber dedica­
explotación sistemática de esos grandes temas: de ella recibió la edu­ do a la m edicina)49; pero por lo menos no puede dudarse de su com­
cación antigua, y por tanto toda la literatura clásica, griega y rom a­ petencia en lo que concierne a las disciplinas científicas.
na, ese gusto tan obstinado por las «ideas generales», por los grandes Platón lo atestigua 50 con referencia a las matemáticas. El Hipias
temas morales de alcance eterno que constituyen, para bien y para que nos m uestra P la tó n 51, a diferencia de Protágoras más estricto,
mal, uno de sus rasgos predominantes, que les confiere una m onoto­ más utilitario, aparece decididamente inclinado a exigir que los jóve­
nía y una banalidad agobiantes pero también su rico valor hum ano. nes confiados a su dirección estudien con seriedad las cuatro ciencias
ya elaboradas por los pitagóricos, las que constituirán el quadrivium
medieval: aritmética, geometría, astronom ía y acústica (12). Es pre­
L a cultura general ciso subrayar una cosa: lo im portante no es saber si los Sofistas con­
tribuyeron o no al progreso de las matemáticas (ya que no era Hipias
Sin embargo, empobreceríamos singularmente el esquema de la en­ el único que se interesaba por ellas: Antifón trabajaba sobre la cua­
señanza Sofística si insistiéramos sólo en el aspecto formal y general dratura del círculo)52, sino en com probar que fueron los primeros en
de la retórica y la erística. El perfecto Sofista, como se vanagloriaban reconocer el valor eminentemente formativo de estas ciencias y en in­
de serlo G orgias 44 o H ipias45, en Platón, debe ser capaz de hablar cluirlas dentro de un ciclo normal de estudios. El ejemplo ya no será
de todo y de enfrentarse a cualquiera sobre cualquier tema: semejan­ olvidado en adelante.
te ambición presupone una competencia universal, un saber que abafca El interés de Hipias por la erudición literaria no era menos vivo.
todas las especialidades técnicas, o, para decirlo en griego, una «poli­ Nos es posible evaluar sus trabajos personales, repertorios geográfi­
matía». cos (nombres de pueblos)5í, «arqueológicos» (mitología, biografía,
Con relación a este aspecto de la cultura, la actitud de los distin­ genealogía ) 54 y sobre todo históricos; pienso en su catálogo de los
tos Sofistas no era idéntica (ya he dejado entrever tales divergencias): vencedores olím picos55, que constituye el origen de toda una serie de
unos parecen haber desdeñado los oficios y las artes p ara complacer­ investigaciones análogas y representa el punto de partida de la crono­
se, por pura erística, en oponer objeciones a quienes pretendían logía erudita de la historia griega, de la historia científica en el actual
conocerlos46. Otros, al contrario, dem ostraban una curiosidad uni­ sentido de la palabra. Su erudición, en fin, abordaba el dominio pro­
versal, una aspiración sincera o falaz hacía todo género de conoci­ piam ente literario, pero aquí ya no se hallaba solo: el lector del
miento: Hipias de Elide simboliza claramente este aspecto de la So­ Protágoras56 sentiría la tentación de considerar que el especialista en
fística; Platón nos lo presenta 47 vanagloriándose, ante los curiosos la m ateria era Pródico, tan enamorado de la sinonimia y tan compe­
de Olimpia, de no llevar nada consigo que no fuese obra de sus pro­ tente en la exégesis de Simónides: pero, de hecho, los demás Sofistas
pias manos: él mismo había cincelado el anillo que llevaba en el dedo tam bién se dedicaban a estos temas.
y grabado su sello; había fabricado su equipo de masaje, tejido su
túnica y su capa y bordado su rico cinturón a la m oda persa... Los 48 Id. 368 d ; x e n . Conv.4, 62 . 52 Fr. 13.
49 Fr. 4. S3 f,. 2.
50 Prot. 315 c; Hipp. ma. 285 b; 54 Fr. 4; 6.
44 Gorg. 447 c ; 448 a. 46 p l a t . Soph. 232 d; 233 b . Hipp. mi. 366 c-368 a. 55 Fr. 3.
45 Hipp. mi. 364 a; 368 bd. 47 H ipp. mi. 368 b c . 51 Prot. 318 e. 5<s 337 as; 358 as.

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_Es éste un hecho tan im portante en lo que se refiere a sus conse­
cuencias, que resulta decisivo el analizar cómo pudieron conducirse El humanismo de los Sofistas
los Sofistas por semejante vía. Con frecuencia los sorprendemos al
provocar una discusión que, explotando una observación sobre tal o Esta rápida reseña basta para sugerir la riqueza de las innovacio­
cual detalle de idioma o de pensamiento, deriva rápidam ente hacia nes introducidas por los Sofistas en la educación griega: abrieron múl­
el enredo: así, por ejemplo, cuando Protágoras destaca que Homero tiples sendas divergentes que no todos ellos exploraron de igual m odo
emplea el imperativo donde cabría esperar un o p tativ o 57, o cuando y que ninguno recorrió hasta el fin. Estos iniciadores descubrieron y
en algún otro lugar señala una contradicción entre dos versos de esbozaron una serie de tendencias pedagógicas diversas: y aunque só­
Sim ónides58; entonces uno se pregunta si el estudio de los poetas no lo dieron unos pocos pasos en cada dirección, el rum bo quedó desde
fue, sobre todo para los Sofistas, un pretexto para liar estos debates entonces señalado y otros lo siguieron después de ellos. Por lo demás,
en que ellos podían desplegar su virtuosismo dialéctico. Hay 4iie dar­ su utilitarismo esencial les hubiera impedido emplearse a fondo en parte
se cuenta, en efecto, de que junto con el dominio, rápidam ente ex­ alguna.
plorado, de las grandes ideas generales, la poesía era el único punto No es el caso de apresurarse a censurarlos por ello, pues en su re­
de apoyo que la erística podía encontrar en la cultura de sus contem ­ celo por todo excesivo tecnicismo se m anifiesta uno de los rasgos más
poráneos. constantes y más nobles del genio griego: el sentido de los límites ra­
Pero aunque supongamos tal comienzo, lo cierto es que los Sofis­ zonables, de la naturaleza hum ana, en una palabra, del humanismo;
tas no tardaron en profundizar el m étodo y en hacer de la crítica de conviene que el niño y el adolescente estudien «no para convertirse
los poetas el instrum ento privilegiado de un «ejercicio» formal del es­ en técnicos, sino para educarse», ovx ΙπΙ τίχνη, άλλ’ eirí π α ώ ΐία 64
píritu, el medio de afinar el estudio de las relaciones entre el pensa­ Tucídides y Eurípides, ambos perfectos discípulos de los Sofistas, coin­
miento y el lenguaje: esa crítica convirtióse en sus m anos, según se ciden con Gorgias en decir que está muy bien filosofar, pero en la me­
lo hace decir Platón a P rotágoras59, en «una parte preponderante de dida y hasta el límite en que ello pueda servir para la form ación del
toda educación». De m odo que tam bién en esto aparecen como ini­ espíritu, para la buena educación65.
ciadores: la educación clásica, como veremos, penetrará de lleno por Esto equivalía a tom ar partido atrevidamente en un problem a di­
esta vía que ha perdurado luego como propia de toda cultura litera­ fícil: entre la investigación científica y la educación existe, de por sí,
ria; cuando Hipias aparece ante nuestros ojos esbozando un paralelo una antinom ia. Si el joven es sometido a la Ciencia, si se lo trata co­
entre los caracteres de Aquiles y U lises60, tenemos la sensación de mo a un obrero al servicio de los progresos de aquélla, su educación
asistir ya a una de nuestras clases de literatura ¡con los infatigables se resiente, se hace estrecha y corta de miras. Pero si, por otra parte,
paralelismos que los jóvenes franceses, desde los días de M adame de se exagera la preocupación por darle una formación abierta a la vida,
Sevigné o de Vauvenargues, suelen establecer entre Corneille y Raci­ organizada en función de su finalidad hum ana, la cultura resultante
ne! ¿no será superficial y vana apariencia? El debate, a este respecto, si­
Y aun cuando muchas de las cuestiones suscitadas de tal m odo, gue abierto en nuestros propios días (14), y claro está que no había
al margen de los textos, no hayan sido en un principio más que sim­ sido resuelto en el siglo v antes de Cristo: a la orientación elegida por
ples pretextos para la discusión dialéctica no tardaron sin embargo los Sofistas se oponía la obstinada propaganda de Sócrates.
en inducir a los Sofistas y a sus discípulos a estudiar seriamente la
estructura y las leyes del lenguaje: Protágoras compone un tratado
De la corrección, O gúoéireia61. Pródico estudia la etimología, la si­ L a reacción socrática
nonimia y la precisión del lenguaje62; Hipias escribe acerca de los so­
nidos, el núm ero de sílabas, el ritm o y la m étrica63. Con ello los So­ Una evocación del movimiento pedagógico del siglo v sería cruel­
fistas echan los cimientos del otro pilar de la educación literaria: la mente incompleta, por cierto, si omitiera asignar el sitio que ocupa
ciencia gramatical (13). aquel otro iniciador cuyo pensamiento no fue menos fecundo. Es ver­
dad que la naturaleza de este pensamiento resulta paradójicam ente
difícil de precisar: las fuentes son muy abundantes y subrayan unáni­
memente la im portancia de ese pensamiento, pero al mismo tiempo
hacen todo lo posible para desnaturalizarlo y tornarlo incomprensi­
57 ARSTT. Poét. 1456 b 15. 61 p l a t . Phaedr. 267 c ble, tanto a través de las caricaturas que de él ofrecen los cómicos coe-
58 p l a t . Prot. 339 c . 62 Crat. 384 b.
59 Prot. 338 d. 63 Hipp. mi. 368 d.
60 Hipp. mi. 364 e s . 64 p l a t . Prot. 312 b. 65 Gorg. 485 a; t h c . II, 40, 1; eur.
ap. ENN. Fr. Se. 376.

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táñeos, Aristófanes, Eupolis o Amipsias (15), cuanto en la trasposi­ un mero instrum ento, un medio de dotar al espíritu de eficacia y ca­
ción alternativam ente hagiográfica y seudonímica de Platón (única pacidad, Sócrates sostiene la trascendencia de la exigencia de la Ver­
fuente, acaso, sobre la cual trabajó Aristóteles); la misma honestidad dad. Y con ello resulta el heredero de aquellos grandes filósofos jóni­
de Jenofonte, borrosa y de terrenal apariencia, no siempre ha sido cos o itálicos, de aquel poderoso esfuerzo del pensamiento que apun­
juzgada por la crítica como una garantía de exactitud (16). taba, con tanta seriedad y gravedad, al desciframiento del misterio
Séame permitido, por tanto, no afrontar aquí el problem a en su de las cosas, de la naturaleza del m undo o del Ser. Sócrates transfiere
temible complejidad: será suficiente al efecto, y esto es relativamente ahora ese esfuerzo, desde las cosas al hom bre, sin hacerle perder na­
más viable, consignar en unos pocos rasgos la contribución de Sócra­ da de su rigor. Por medio de la Verdad, no ya por la técnica del po­
tes al debate abierto por los Sofistas en torno al problem a de la edu­ der, desea él form ar a su discípulo en la ocgertf, en la perfección espi­
cación. He aquí, ciertamente, un problema de su generación, pues tam ­ ritual, en la «virtud»: la finalidad hum ana de la educación se cumple
bién Sócrates fue, a su m odo, un educador. sometiéndose a las exigencias de lo Absoluto.
No osaría form arm e una idea precisa de su enseñanza; y me in­ Sin duda, no habría que exagerar esta doble oposición: en reali­
quieta la intrepidez de algún historiador que, corrigiendo atrevida­ dad, no era de tal m anera explícita como para que, m irando las cosas
mente la óptica deform ada de Las Nubes, sobre la base de lo que en­ a grosso m odo, no pudiera confundirse la actitud de Sócrates con la
trevemos acerca de la escuela cínica de Antístenes, llega a describir de los Sofistas, según lo indica el testimonio de Aristófanes y lo de­
la escuela socrática como una comunidad de ascetas y sabios (17). Pero, muestra de m anera más trágica el proceso del año 399. Los Sofistas
a falta de semejante cuadro, por lo menos cabe anticipar que, en lo y Sócrates aparecían bajo un mismo título como innovadores auda­
esencial, Sócrates debió adoptar la actitud de crítico y rival de estos ces, que conducían a la juventud ateniense por nuevas sendas. iVíás
grandes Sofistas que Platón se complació en oponerle. Tom adas las aún, los Sofistas sostuvieron ideas tan diversas y cada cual asumió
cosas en general (no podríam os entrar en detalles sin perdernos muy actitudes tan distintas, que Sócrates no se opuso en la misma medida
pronto en una polémica inextricable) parecería que esta oposición pue­ a todos y cada uno de ellos. Su moralismo grave, y su agudo sentido
de remitirse a dos principios. de la vida interior, lo aproxim aban a Pródico (como lo advirtieron
Sócrates, ante todo, se nos presenta como el portavoz de la vieja muy bien sus contemporáneos); y si la polimatía de Hipias se oponía,
tradición aristocrática. Juzgado desde el punto de vista político, da por su pretensión abstrusa, a la «insciencia» socrática, no es menos
la impresión de ser algo así como el «centro de una hetairía antide­ cierto que su investigación de las fuentes vivas de la ciencia situaba
mocrática»: repárese en su entorno, Alcibiades, Critias, Carmides. Si a Sócrates en la misma búsqueda, siempre reiniciada y proseguida un
Sócrates se opone a los Sofistas, demasiado preocupados por la virtú poco más adelante, de la auténtica verdad.
política, por la acción, por la eficacia, y por tanto propensos a caer Los senderos se entrecruzan y confunden: la nota característica
en un amoralismo cínico, es en nombre de la posición tradicional en de la generación a que pertenecen Sócrates y los Sofistas consiste en
m ateria educativa que coloca en primer plano al elemento ético, a la haber lanzado gran cantidad de ideas, algunas de ellas contradicto­
«virtud», en el sentido estrictamente moral que el término ha tom ado rias, y en haber sembrado en el seno de la tradición griega numerosas
hoy día (bajo la influencia, precisamente, de la predicación de los semillas que prom etían muchos fecundos desarrollos. Por el momen­
Socráticos). to hay abundancia y confusión: a la generación venidera le tocaría
P or otra parte, a los Sofistas demasiado confiados en el valor de seleccionar y extraer las sobrias líneas de conducta de una institución
su enseñanza y excesivamente inclinados a garantizar su eficacia, Só­ definitiva.
crates, menos comercial, les opone la vieja doctrina de sus mayores, No es desmesurado afirm ar que los Sofistas produjeron una revo­
para quienes la educación era sobre todo una cuestión de dones natu­ lución en los dominios de la educación griega.
rales, y un simple m étodo para desarrollarlos: concepción más natu­
ral y más seria, a la vez, de la pedagogía. El famoso problem a debati­
do en el Protágoras: «¿Puede enseñarse la virtud?», ya había sido dis­
cutido antes, según hemos visto, por los grandes poetas aristocráti­ L a inteligencia contra el deporte
cos, Teognis y Píndaro; la solución reservada, la menos matizada que
Platón propone en nombre de Sócrates, es la misma solución que aque­ Con los Sofistas, la educación griega se aleja definitivamente de
llos poetas ya habían propuesto en nom bre de la tradición nobiliaria sus orígenes caballerescos. Si no son aún totalmente escribas, son ya
de la que ellos eran representantes. sabios. Vistos por fuera, a través de los ojos de Aristófanes, aparecen
En segundo lugar, frente al utilitarismo innato de la Sofística, a como los maestros de un saber misterioso, de un tecnicismo alarm an­
ese humanismo estricto que sólo veía en toda m ateria de enseñanza te para el profano y abrum ador para sus alumnos: véaseles salir de

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su lugar de estudio, φ ρ ο ν τ ι σ τ ή ρ ι ο ν , flacos, pálidos, em botados66. Sin otra la Sofística exige de sus adeptos un esfuerzo cada vez m ayor en
ser tan caricaturesco, Jenofonte no resulta m enos categórico: critica el plano intelectual. Aquel equilibrio inestable, cuyas efímeras posi­
violentamente la educación Sofística en la conclusión de su tratado bilidades evoqué en el capítulo anterior, en adelante habrá quedado
De la caza61, esa técnica tan del gusto de la educación «antigua», y roto. Siempre habrá deporte en A tenas, pero ya no constituirá el ob­
tan valiosa como preparación directa para la g u e rra 68. jetivo principal de la juventud am biciosa. Esos adolescentes llenos de
Desde entonces la educación griega se to rn a predominantemente ardor que veíamos unirse desde el alba a los pasos de P ro tág o ras71,
cerebral: ya no pone el acento en el aspecto deportivo. Lo cual no y dirigirse, como Fedro, al cam po p ara m editar, después de salir de
significa que éste haya desaparecido: subsiste, y subsistirá todavía du­ la conferencia del maestro con el texto de la éxíóei£is72, ya no po­
rante siglos, pero ya comienza a esfumarse; pasa a segundo plano. dían preocuparse más, ante todo, por las actuaciones atléticas. Y si
Este cambio en los valores educativos resulta tanto más acusado en el éxito m undano les resulta menos indiferente, bastará penetrar, tras
cuanto que la evolución de la enseñanza intelectual en el sentido de Platón o Jenofonte, en el medio selecto de un banquete aristocrático
un tecnicismo creciente, se superpuso a otra evolución análoga del de­ para estimar en qué medida, dentro del marco inmutable del sym po­
porte atlético, circunstancia que, por su parte, ensancha todavía más sio, se ha transform ado el contenido de la alta cultura griega desde
el foso entre ambos. los tiempos de Teognis: en adelante prevalecerá en ella el elemento
Ya me he referido al puesto de honor que el deporte ocupaba en intelectual, científico, racional.
la escala de valores de la cultura arcaica. El exceso mismo de este ho­
nor fue fatal para él. Tal como acaece en nuestra época, el interés des­
pertado por las cosas del deporte, la gloria destinada a los campeo­
nes, la excitante ambición de triunfar en las grandes competiciones
internacionales, condujeron a un desarrollo del profesionalismo que
descalificó progresivamente el atletismo de los simples «aficionados».
El excesivo espíritu de competencia determ inó la selección de cam­
peones rigurosamente especializados, simples contratados a destajo
para una función estrictamente determ inada (18).
P ara m ejorar sus actuaciones, ponen a pu nto ciertas técnicas par­
ticulares, cumplen ciertas reglas de entrenam iento, siguen un régimen
especial de higiene: el entrenador Dromeus de Stymphalo (ex campeón
olímpico de carrera de fondo en los años 460 y 456) descubre las ven­
tajas de la dieta de carne, que servirá de base a la sobrealimentación
de los atletas69. El deporte se transform a en un oficio, en el sentido
vulgar de la palabra. En tiempos de P índaro los campeones panhelé-
nicos pertenecían con frecuencia a las más altas familias aristocráti­
cas o reinantes; pero desde los comienzos de la guerra del Peloponeso
no son prácticamente más que profesionales, reclutados cada vez más
en las regiones rurales, las menos civilizadas de la Hélade: Arcadia,
Tesalia. Con frecuencia son hombres toscos y brutales, muy ajenos
por cierto al hermoso ideal de la nobleza arcaica. A un su moral de­
portiva se torna dudosa, como ocurre hoy día con nuestros «profe­
sionales». Tal como éstos se dejan com prar por un club que desea
hacer triunfar sus colores, vemos ya en el año 480 cóm o el corredor
Astilos de C rotona se dejó persuadir por el tirano Hierón para que
se proclamase S iracusano...70.
El deporte se convierte por una parte en u n a especialidad, y por

66 Nub. 184-186 . 69 VI, 7, 3.


pa u s.
67 Cyn. 13. 70 « · VI, 13, 1.
68 Id. 12. 71 p l a t . P ro t. 310 as. 72 P haedr. 227, a.

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