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El asesinato de Urquiza: un disparo en el rostro, rematado a

cuchilladas en brazos de su esposa y la venganza 20 años después


Hace 151 años, una partida de 50 hombres lo mató en el Palacio San José. Por tres décadas fue
uno de los hombres fuertes de la política argentina. Sus adversarios y viejos aliados acumularon
odios y recelos que hicieron eclosión el 11 de abril de 1870
Por Adrián Pignatelli
11 de Abril de 2021

Justo José de Urquiza fue el hombre fuerte del litoral y


figura de referencia en la política nacional.
Fue una trágica historia que para muchos tuvo un final
casi veinte años después. El 22 de junio de 1889 en
Esmeralda al 500, en la ciudad de Buenos Aires, un
hombre recibió dos disparos en la cabeza. Los
transeúntes lo llevaron aún moribundo a la botica
de José Memmier, en la esquina de la calle Tucumán, mientras el agresor era
detenido a escasas cuadras. El muerto era Ricardo Ramón López Jordán, el autor
intelectual del alzamiento contra Justo José de Urquiza. A dos meses por cumplir
67 años y luego de diez de exilio en Uruguay había sido indultado por el
presidente Miguel Juárez Celman, e intentaba recomponer su vida cerca de su
esposa e hijos y pretendía ser reincorporado al Ejército y recuperar su jerarquía de
general.

Esa mañana, antes del almuerzo, había ido a dar un paseo. A pesar de las amenazas
de muerte que había recibido, se había negado a una custodia que le había ofrecido
Alberto Capdevila, jefe de la policía. Moriría a manos de Aurelio Casas, de 27 años,
quien dijo que así vengaba a su padre, mandado a degollar por su orden.

Pero la historia de la venganza no convenció y todas las suposiciones remitieron


a lo que había ocurrido 19 años atrás en el Palacio San José, en Entre Ríos, en el
trágico atardecer del 11 de abril de 1870.

Ese lunes santo era coronado con una tarde apacible. Justo José de Urquiza, nacido
en 1801, gobernador de Entre Ríos, le gustaba sentarse en la galería de su magnífico
palacio cerca de donde sus hijas, Dolores, familiarmente llamada “Lola” de 17
y Justa de 15, tomaban lecciones de música en dos pianos a la vez. En otro ambiente,
se percibían los juegos de Micaela, Flora y Teresa, otras de sus hijas. Conversaba
con su administrador mientras otros empleados y funcionarios de su gobierno
trabajaban en ambientes cercanos.

Urquiza se había transformado en el hombre fuerte de la provincia cuando el


gobernador Pascual Echagüe había sido derrotado en Caaguazú en noviembre
de 1841. Al mes siguiente, fue nombrado en su lugar. Derrotó
a Rosas en Caseros y cuando en Pavón dejó el campo libre a
Bartolomé Mitre, su prestigio para muchos dejó de ser tal. No
lo entendieron cuando apoyó al gobierno en la guerra del
Paraguay y los viejos federales se resintieron cuando no
movió un dedo en favor de los levantamientos de los caudillos
del interior.
El Palacio San José, tal cual se veía en la época en que vivía Urquiza. (Revista San
José)

En las elecciones a gobernador de 1864 impuso a José María Domínguez quien


venció a Ricardo López Jordán. Este era su amigo, colaborador y además estaban
emparentados. Jordán había hecho toda su carrera política y militar a su lado; era
visto como un soplo de aire fresco, pero en 1868 por respeto a quien había hecho toda
su carrera política y militar bajaría su candidatura cuando Urquiza anunció la suya.

La conspiración

Fue en la estancia que López Jordán tenía en Arroyo Grande donde se armó el golpe.
El plan consistía en sorprenderlo en su casa, tomarlo prisionero y luego de obligarlo a
renunciar se le ofrecería la opción de retirarse a la vida privada o irse al extranjero.
Pero no todos estuvieron de acuerdo: los hermanos Querencio y Robustiano Vera
pretendían ir más allá. Jordán alertó: “Quiero que me cuiden a la familia de Urquiza”.

El ataque estaría al mando del coronel Simón Luengo, apoyado por Robustiano


Vera y por José María Mosqueira. También serían de la partida los
capitanes Facundo Teco y Angel Alvarez; el teniente Agustín Minuet y otros
como Pedro Aramburú y Juan Pirán. Posteriormente se sumarían Ambrosio
Luna y Nicomedes Coronel, también conocido como Nico, que era mayordomo de
San Pedro, una de las estancias del gobernador.

Ricardo López Jordán había hecho su carrera política y militar junto a


Urquiza.

Esa tarde su esposa Dolores Costa estaba en el dormitorio


amamantando a Cándida. Tenía 36 años y se habían conocido
con Justo José por 1851. Ella se fue a vivir a San José, tuvieron dos hijos y en
octubre de 1855 decidieron regularizar su situación, celebrada en la capilla del palacio.
Aún se comentaba sobre la visita del presidente Domingo Faustino Sarmiento, en un
gran gesto de reconciliación de dos personalidades por años enfrentadas. El
sanjuanino había llegado en un buque de guerra el 2 de febrero y Urquiza lo esperó en
el muelle con diez mil hombres formados, muchos de ellos lucían los uniformes usados
en Caseros. Al día siguiente, aniversario de la batalla que desalojó a Rosas del poder,
siguieron las celebraciones.

López Jordán no toleró ese acercamiento y Dolores se preocupó por los rumores
de que atentarían contra la vida de su marido.

Dolores Costa, la esposa de Urquiza. Demostró temple y carácter


cuando asesinaron a su marido.

El ataque
Los atacantes se dividieron en grupos. Unos, al mando del mayor Vera,
controlarían al puñado de infantes que ocupaban una barraca; otro, con el
capitán Mosqueira al frente tomaría la puerta posterior del palacio y el restante, a
cargo del capitán Luengo, ingresaría por el frente.

Ese lunes 11 de abril a las 19 horas, el medio centenar de hombres estaba frente
al Palacio San José, una construcción que Urquiza había comenzado a levantar en
1848 y que terminaría en 1860. Tenía 38 habitaciones, tres patios, dos grandes
jardines, una capilla y hasta un lago artificial. Lo adelantado de la época lo marcaba su
sistema de agua corriente y la iluminación generada con gas acetileno. Dicen que los
propios lugareños la bautizaron como “palacio” aunque formalmente era la “Posta San
José”.

Media hora después se desató el infierno. Los atacantes redujeron a Carlos


Anderson, el jefe de la guardia e ingresaron según lo planeado. A los de la casa le
habían llamado la atención el ruido de galopes, cada vez más intensos. La alarma
cundió cuando se escucharon disparos y gritos. Las últimas luces del atardecer
dificultaban distinguir qué era lo que sucedía.

Urquiza se incorporó rápidamente y comenzó a transitar por la galería y comprendió de


qué se trataba. “¡Abajo el tirano! ¡Viva el general Ricardo López Jordán!” gritaban los
intrusos. El gobernador entró en sus habitaciones y le pidió a su esposa un arma. La
mujer le alcanzó un rifle y enseguida lo empezó a cargar. Afuera, en el patio, era todo
disparos y más gritos. Dolores, una de sus hijas, ajena a la situación, entró al
dormitorio porque Micaela, una de sus hermanas menores, la molestaba y no la dejaba
tocar el piano.

Urquiza se asomó a la puerta y disparó. El proyectil le rozó el rostro a Alvarez. Los


agresores respondieron el fuego y Urquiza fue impactado por una bala arriba de su
labio superior. Lo hizo caer y arrastró a su esposa. El uruguayo Nicomedes Coronel, el
primero en entrar, vio a Urquiza aún con vida. Ambas mujeres lo abrazaban. Su hija
Dolores, con un espadín, quiso defenderlo. Pero Coronel lo apuñaló cuatro o cinco
veces; la autopsia no fue concluyente.

El momento en que los asesinos irrumpen en


el salón donde Urquiza, herido, estaba en
brazos de su esposa.

Su hijita Micaela, aterrorizada, se había


escondido debajo del piano y pudo
escabullirse cuando uno de los agresores
la corrió con su sable.

Los agresores quisieron violar a las


mujeres pero el propio Luengo lo impidió.
Luego, dueños de la situación, obligaron al mucamo que les sirviera comida a sus
hombres y abandonaron el palacio.
Fotografía del cadáver de Urquiza, tomada cuando examinaron las
heridas recibidas (Revista Caras y Caretas)

Al otro día, por la tarde, López Jordán se enteró del resultado de


la operación, que tenía otra fase. Porque mientras asesinaban a
Urquiza, habían hecho lo propio con dos de sus hijos en
Concordia. Justo Carmelo fue muerto a puñaladas cuando
percibió que lo atacaban y Waldino fue lanceado contra el
paredón del cementerio. Eran amigos cercanos de López
Jordán.

Este se hizo nombrar gobernador por la legislatura y el presidente


Sarmiento lo acusó de sedición y envió fuerzas, lo que desencadenó un largo conflicto
armado entre el gobierno central y Entre Ríos que terminaría en diciembre de 1876
cuando López Jordán fue capturado. El 12 de agosto de 1879 se fugó de la cárcel de
Rosario y se asiló en Uruguay.

Durante el día 12, los restos de Urquiza fueron velados, durante horas de dolor y
temor por posibles ataques, en la casa de Ana Urquiza y Benjamín Victorica en
Concepción del Uruguay, y al día siguiente se los sepultó en el cementerio local. Por
seguridad, su esposa se fue a vivir a Buenos Aires a una casa de dos plantas, en
Lavalle al 1500. En San José, su viuda transformó la la habitación de la tragedia en un
oratorio, con un altar dedicado a la Virgen del Carmen, del que su marido era devoto;
las manchas de sangre que dejó al apoyarse en la puerta fueron conservadas. Hizo
grabar una lápida de mármol: “En esta habitación fue asesinado por López Jordán
mi malogrado esposo el Capitán General Justo José de Urquiza a la edad de 69
años el día 11 de abril de 1870 a las siete y media de la noche. Su amante esposa
le dedica este pequeño recuerdo”.

Por temor a la revancha de los jordanistas, Dolores Costa llevó en secreto el féretro de
su marido a una cripta en la Basílica de la Inmaculada Concepción. Recién el 6 de
octubre de 1951 se lo halló detrás de un tabique, que simulaba una pared.

La viuda administró los bienes familiares y hasta fundó dos colonias, Caseros y San
José. Tampoco se olvidó de girarle dinero al exiliado Juan Manuel de Rosas, tal como
lo hacía su marido, y siempre cejó por el esclarecimiento del asesinato. Por eso no
extrañó que la esposa de Aurelio Casas, el que había matado a López Jordán en
1889, recibiese setenta mil pesos que recolectó entre familiares y amigos. Casas,
condenado a cadena perpetua, fue indultado el 25 de mayo de 1919.

Dolores falleció el 8 de noviembre de 1896, manteniendo el recuerdo vivo de quien, en


San José, el odio y la intolerancia habían matado en sus propios brazos: el amor de su
vida.

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