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Esa mañana, antes del almuerzo, había ido a dar un paseo. A pesar de las amenazas
de muerte que había recibido, se había negado a una custodia que le había ofrecido
Alberto Capdevila, jefe de la policía. Moriría a manos de Aurelio Casas, de 27 años,
quien dijo que así vengaba a su padre, mandado a degollar por su orden.
Ese lunes santo era coronado con una tarde apacible. Justo José de Urquiza, nacido
en 1801, gobernador de Entre Ríos, le gustaba sentarse en la galería de su magnífico
palacio cerca de donde sus hijas, Dolores, familiarmente llamada “Lola” de 17
y Justa de 15, tomaban lecciones de música en dos pianos a la vez. En otro ambiente,
se percibían los juegos de Micaela, Flora y Teresa, otras de sus hijas. Conversaba
con su administrador mientras otros empleados y funcionarios de su gobierno
trabajaban en ambientes cercanos.
La conspiración
Fue en la estancia que López Jordán tenía en Arroyo Grande donde se armó el golpe.
El plan consistía en sorprenderlo en su casa, tomarlo prisionero y luego de obligarlo a
renunciar se le ofrecería la opción de retirarse a la vida privada o irse al extranjero.
Pero no todos estuvieron de acuerdo: los hermanos Querencio y Robustiano Vera
pretendían ir más allá. Jordán alertó: “Quiero que me cuiden a la familia de Urquiza”.
López Jordán no toleró ese acercamiento y Dolores se preocupó por los rumores
de que atentarían contra la vida de su marido.
El ataque
Los atacantes se dividieron en grupos. Unos, al mando del mayor Vera,
controlarían al puñado de infantes que ocupaban una barraca; otro, con el
capitán Mosqueira al frente tomaría la puerta posterior del palacio y el restante, a
cargo del capitán Luengo, ingresaría por el frente.
Ese lunes 11 de abril a las 19 horas, el medio centenar de hombres estaba frente
al Palacio San José, una construcción que Urquiza había comenzado a levantar en
1848 y que terminaría en 1860. Tenía 38 habitaciones, tres patios, dos grandes
jardines, una capilla y hasta un lago artificial. Lo adelantado de la época lo marcaba su
sistema de agua corriente y la iluminación generada con gas acetileno. Dicen que los
propios lugareños la bautizaron como “palacio” aunque formalmente era la “Posta San
José”.
Durante el día 12, los restos de Urquiza fueron velados, durante horas de dolor y
temor por posibles ataques, en la casa de Ana Urquiza y Benjamín Victorica en
Concepción del Uruguay, y al día siguiente se los sepultó en el cementerio local. Por
seguridad, su esposa se fue a vivir a Buenos Aires a una casa de dos plantas, en
Lavalle al 1500. En San José, su viuda transformó la la habitación de la tragedia en un
oratorio, con un altar dedicado a la Virgen del Carmen, del que su marido era devoto;
las manchas de sangre que dejó al apoyarse en la puerta fueron conservadas. Hizo
grabar una lápida de mármol: “En esta habitación fue asesinado por López Jordán
mi malogrado esposo el Capitán General Justo José de Urquiza a la edad de 69
años el día 11 de abril de 1870 a las siete y media de la noche. Su amante esposa
le dedica este pequeño recuerdo”.
Por temor a la revancha de los jordanistas, Dolores Costa llevó en secreto el féretro de
su marido a una cripta en la Basílica de la Inmaculada Concepción. Recién el 6 de
octubre de 1951 se lo halló detrás de un tabique, que simulaba una pared.
La viuda administró los bienes familiares y hasta fundó dos colonias, Caseros y San
José. Tampoco se olvidó de girarle dinero al exiliado Juan Manuel de Rosas, tal como
lo hacía su marido, y siempre cejó por el esclarecimiento del asesinato. Por eso no
extrañó que la esposa de Aurelio Casas, el que había matado a López Jordán en
1889, recibiese setenta mil pesos que recolectó entre familiares y amigos. Casas,
condenado a cadena perpetua, fue indultado el 25 de mayo de 1919.