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El Último Secreto de Delgado

Chalbaud
Hace ya 69 años
Por Manuel Felipe Sierra: El 13 de noviembre de
1950 fue asesinado el presidente de la Junta
Militar Carlos Delgado Chalbaud
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El 13 de Noviembre, un día como hoy pero en 1950, fue asesinado el


presidente de la Junta Militar, Carlos Delgado Chalbaud por un comando
encabezado por Rafael Simón Urbina quien también habría de morir
horas después pero en manos de la Seguridad Nacional. El primer
magnicidio en la historia venezolana guarda claves aún no resueltas y que
configuran todavía una suerte de misterio
Marcos Pérez Jiménez, Carlos Delgado Chalbaud y Luis Felipe Llovera Páez
(Carlos Hernández Photography).

El viejo caudillo iba a consumar esa mañana su última hazaña. Como en


sus anteriores acciones (todas ellas convertidas en leyendas), Rafael
Simón Urbina confiaba de nuevo en el arrojo, la temeridad y la buena
suerte. A las siete de la mañana del 13 de noviembre de 1950, Urbina y sus
hombres tomaron posición cerca del puente de Chapellín a la salida del
Country Club. A las ocho y veinte apareció la escolta del Presidente de la
Junta de Gobierno, coronel Carlos Delgado Chalbaud. El militar,
despreocupado, leía un periódico en el asiento trasero; a su lado, el
edecán Carlos Bacalao Lara y detrás del automóvil, el motorizado Pablo
Emilio Aponte.

La gente de Urbina interceptó el automóvil presidencial. De los


matorrales cercanos avanzaron varios hombres y a la cabeza de ellos
Urbina con el rostro incendiado por la ira y un revólver en la mano. El
edecán Bacalao Lara fue desarmado, también el motorizado y el propio
Delgado Chalbaud. Luego los tres fueron llevados al auto que les había
obligado a detenerse y a empujones fueron introducidos en el vehículo
que conducía Carlos Mijares. En el asiento delantero, acompañaban ahora
al chofer, Bacalao y dos de los asaltantes: Pedro Díaz y Domingo Urbina.
En el asiento trasero: Rafael Simón Urbina, Carlos Delgado Chalbaud y
Pablo Emilio Aponte. En el trayecto, Delgado Chalbaud debió descifrar en
silencio las claves de la trama que iba a significar su muerte. Urbina
vociferante, le increpa: “tenía seis meses cazándolo, carajo, ya usted no
será más Presidente de la República” y le arrebató las presillas
ordenándole que se quitara la guerrera. Delgado estalló en cólera: “Usted
es un cobarde, iguáleme como un hombre”.

Los testigos cuentan que al llegar a la “Quinta Maritza”, en la


urbanización Las Mercedes, a Pedro Díaz se le escapó un disparo que hirió
en un tobillo a Urbina y luego los prisioneros fueron conducidos al patio
interior y en el forcejeo Delgado fue acribillado a balazos y Bacalao resultó
gravemente herido. Urbina, con la sangre cubriéndole la pierna, exclamó:
¡Qué vaina, todo fracasó! En efecto, la buena estrella se había apagado en
la vida del terco aventurero. Después de solicitar asilo en la embajada de
Nicaragua y de enviar una desesperada esquela a Pérez Jiménez, cayó en
manos de una comisión de la Seguridad Nacional integrada por los
agentes, Ramón Nonato Useche Vivas y Miguel Antonio Soto. Entre las 11
y las 12 de la noche, fue sacado de un calabozo y rematado con un tiro de
gracia en la avenida El Atlántico en Catia. La prensa de la época registró la
noticia: “Rafael Simón Urbina resultó muerto al intentar escapar del
vehículo que lo trasladaba a la Modelo”. Fue el último secreto que el audaz
condottiero se llevó a la tumba. Sesenta y nueve años después, varias
interrogantes siguen sin respuesta. ¿Era indispensable la muerte de
Delgado para asegurar la ruta hacia la dictadura de Pérez Jiménez? ¿Fue
el producto de un ajuste de cuentas entre los promotores militares del 18
de octubre? ¿Significó la victoria de los sectores más retrógrados de la
Junta ante el esfuerzo que hacía Delgado en busca de un retorno a la
democracia? ¿Un acto de venganza de Urbina al calor de motivaciones
subalternas?

Pérez Jiménez sin duda resultó beneficiario de esta muerte. Ya Delgado


había avanzado en sus relaciones con los partidos legales para una salida
electoral y marcaba distancia de su plan militarista; habían surgido
fracturas en el movimiento militar que se compactó para derrocar a
Gallegos. Años después una carta enviada por la viuda de Delgado, Lucia
Levine, hace señalamientos sobre la responsabilidad de Pérez Jiménez,
Miguel Moreno y otros integrantes del “Grupo Uribante”. Ya era evidente
que Pérez Jiménez contaba con mayor peso en el seno de las Fuerzas
Armadas, mientras Delgado, se había movido fundamentalmente con los
grupos económicos y los llamados mantuanos caraqueños que resentían el
regreso del “andinismo”. Estaba pendiente también una solución para los
afectados por los juicios de responsabilidad civil aplicados por la Junta
Revolucionaria de Gobierno en 1946 y en particular el caso del propio
Urbina quien había sido una de las primeras víctimas de aquellas
medidas.

1. Rafael Urbina López; 2. Gustavo Machado y Rafael Urbina; 3. Rafael Urbina, al centro.

Se sabe que Urbina y Delgado Chalbaud eran amigos desde los días de las
conspiraciones antigomecistas, por su relación estrecha con el millonario
Antonio Aranguren, uno de los financistas de su padre, el general Román
Delgado Chalbaud quien encabezó la invasión del “Falke” en 1929.
Casualmente, Aranguren era el dueño de la casa de Las Mercedes donde
habría de ocurrir el magnicidio. Pérez Jiménez, contaba que Delgado
Chalbaud después del 24 de noviembre a la caída de Rómulo Gallegos, le
ordenó que enviara a Bogotá los pasajes para el regreso de Urbina y su
familia, donde se encontraba exiliado. El 9 de diciembre de ese año ya
estaba en Caracas; solía visitar a Delgado y la primera vez que pidió
hablar con Pérez Jiménez, éste lo recibió con un revólver 38 como regalo.
Reclamaba una solución urgente a sus problemas económicos y se le
había ofrecido pagarle con bonos de la nación. A finales de 1949 le nació
su noveno hijo a quien puso por nombre Carlos y se lo ofreció como
ahijado al presidente de la Junta. Según la periodista Bhilla Torres de
Molina, a comienzos de 1949, Urbina fue con el niño y su esposa a visitar
a su compadre Delgado y hubo de permanecer un largo rato en su auto
para luego ser recibido por un emisario de la casa para decirle: “el
comandante le manda a preguntar cómo le va con su amigo Casanova” (se
refería al mayor Roberto Casanova uno de los hombres de confianza de
Pérez Jiménez). Después Delgado forzó la salida para cargos diplomáticos
de Casanova y Tomás Mendoza y se hicieron evidentes sus
enfrentamientos con los comandantes Julio César Vargas y Tamayo
Suárez.

En los años 70 entrevisté en Coro para la revista “Polémica” a Domingo


Urbina testigo y partícipe del crimen y quien luego de cumplir condena
incursionó en una aventura guerrillera con Douglas Bravo en la Sierra de
Churuguara. Dijo entonces que nunca fueron enterados del plan del
secuestro que culminó con el asesinato de Delgado; que todo lo hizo
obedeciendo órdenes de su primo Rafael Simón; que nunca habló de
asesinar al secuestrado y destacó el valor personal de Delgado en los
instantes de su muerte. “Era un hombre valiente”, refirió con lentas
palabras.

En 2007, hablé con Jorge Maldonado Parilli, jefe de la Seguridad


Nacional en aquel entonces para mi biografía de Marcos Pérez Jiménez. A
sus 90 largos años recordó que pasó tres días en Miraflores sentado y
escoltado por Pérez Jiménez y Llovera Páez, interrogando sospechosos y
leyendo documentos para esclarecer el suceso. Con la discreción de un
veterano policía, concluyó en que la verdad estaba en el voluminoso
sumario de 670 páginas sobre el juicio. En 1955, se produjo la sentencia y
fueron indiciadas 25 personas (originalmente eran 28 pero 3 habían
fallecido). Domingo Urbina, Pedro Antonio Díaz y Carlos Mijares fueron
condenados por el delito de homicidio y el capitán de navío, Carlos
Bacalao Lara, por homicidio frustrado. El juez de la causa, Alberto
Ferraro, les impuso la pena máxima de 20 años.

Con el paso del tiempo es lógico concluir que existió una conspiración
contra Delgado Chalbaud, que debió reunir a los sectores más
intransigentes del lopecismo, al “andinismo” militarista que nunca
respetó a Delgado como jefe militar, que lo consideraban “extranjero y
afrancesado” y lo llamaban despectivamente “el tranvía” porque su
carrera la había hecho por arriba y, por supuesto, los sectores militares
que buscaban cerrar el paso a una probable recuperación democrática y
además las intrigas del “Grupo Uribante”, registradas por informes de la
embajada de Estados Unidos en Caracas. Más allá de las circunstancias, el
hecho cierto es que de modo directo o indirecto la desaparición de
Delgado Chalbaud allanó el camino a Pérez Jiménez para imponer su
modelo de dominación militar.

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Por Rafael Simón Jiménez: La Rotunda destaca
entre las prisiones más tenebrosas que han existido
en la historia venezolana
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Entre las prisiones más tenebrosas que han existido en la historia


venezolana, destaca La Rotunda como un símbolo de terror y oprobio que
a pesar de asociarse al periodo de la tiranía de Juan Vicente Gómez, cubre
un lapso de 96 años que van desde el decreto de su construcción en 1840,
hasta su demolición luego de la muerte del dictador de “La Mulera” en
1935.

José Rafael Pocaterra, distinguido ensayista, novelista, cuentista y


panfletario, amén de consecuente luchador contra la prolongada
autocracia gomecista, la inmortalizaría en su obra Memorias de un
venezolano de la decadencia, donde retrata con extremo realismo toda la
crueldad y sevicia de los carceleros dirigidos por el tristemente célebre
Nereo Pacheco, director de aquel antro de tortura y suplicio permanente,
donde los enemigos del tirano eran sometidos a su amenaza de tener para
ellos “la muerte con agujita y grillos de sesenta libras”.

Ubicado en lo que para entonces era el extremo sur de Caracas, y que


ahora ocupa la céntrica Plaza de la Concordia, la concepción
arquitectónica bajo la cual se construyó copiaba el famoso panóptico de
Jeremías Bentham, es decir una disposición circular, donde los carceleros
pudieran desde el centro vigilar permanentemente a sus presas, sin
perderlas de vista ni un solo momento. El recinto carcelario cuya
construcción duró diez años fue finalmente habilitado en tiempos del
decenio de los hermanos Monagas.

A pesar de que inicialmente la edificación penitenciaria fue concebida


para mejorar las condiciones de reclusión de los presos de Caracas, pronto
devino en símbolo de terror y de violación de todos los derechos
humanos, convirtiéndose en icono para la amenaza y la disuasión de los
enemigos políticos de los distintos gobiernos que se suceden en el
convulso siglo XIX, que veían en esta terrible ergástula algo menos que la
antesala de la muerte.

Pero será sin duda durante los 35 años de Cipriano Castro y Juan Vicente
Gómez, cuando el horrible recinto carcelario adquiera mayor notoriedad,
al hacerse más brutales y primitivos los métodos de suplicio y tortura a los
presos que van desde los grillos en los pies que mantienen al detenido
prácticamente inutilizado y cuyo peso depende del rigor del castigo, hasta
el vidrio molido que se les suministra en la asquerosa y mezquina ración
diaria para producir perforación en los intestinos, existen calabozos
denominados “El Olvido” donde los presos son dejados morir a mengua, y
otros destinados a quienes enloquecidos por el hambre y los tormentos
caen en la demencia.

Los enemigos de Castro y Gómez, eran enterrados en este terrible centro


de reclusión, sin juicio, ni plazos predeterminados, dependiendo luego de
las gestiones de familiares, amigos o relacionados cercanos a los tiranos
que aquellos extendiesen o redujesen el plazo de reclusión, o el trato que
debían recibir y para lo cual giraban instrucciones directas a los
carceleros. En La Rotunda mueren decenas de presos: generales, curas,
intelectuales, obreros, jóvenes militares involucrados en la frustrada
conspiración militar de 1919, y existen quienes tienen el decanato entre
los prisioneros: el general Román Delgado Chalbaud, sometido durante 14
años a inenarrables padecimientos y el general Fernando Márquez,
acusado de participar en un complot para asesinar a Gómez.

En 1927, las gestiones del bondadoso ministro de Relaciones Interiores


Francisco Baptista Galindo, logran ablandar el ánimo del implacable
dictador, logrando una amnistía general que abarca a Delgado Chalbaud,
y que permite vaciar La Rotunda y cerrar el centro de castigo
convirtiéndolo en depósito de materiales de obras públicas. Sin embargo
los sucesos estudiantiles y militares de 1928, así como la extraña muerte
del ministro Baptista Galindo, determinaron la reapertura de la terrible
prisión, que de nuevo y en la etapa final de la dictadura se convertiría en
símbolo de padecimientos y degradación humana.

A la muerte de Gómez, el 17 de diciembre de 1935, por orden del nuevo


gobierno que encabeza el general Eleazar López Contreras, se ordena la
excarcelación de los últimos inquilinos del terrible recinto, y el 2 de enero
de 1936 aparece en la Gaceta Oficial el decreto de demolición del antro
simbólico de un tiempo de barbarie y primitivismo cruel, que vendrá a
materializarse en abril de ese mismo año, luego de servir de reclusorio
provisional a detenidos por los sucesos de enero y febrero de ese año.
Terminaban así 96 años de sevicia y sadismo puestos al servicio de las
más aberrantes tiranías.
nación, comprende una extensión de más de 2.000.000 km 2 y se encuentra
dividido para su gobierno en 3 departamentos: Venezuela, Cundinamarca y
Quito, cuyas respectivas capitales son Caracas, Bogotá y Quito. La más alta
jerarquía en el Ejecutivo de la República la tiene el presidente; y en su
defecto, el vicepresidente; además, en cada capital de departamento habrá un
vicepresidente. Los símbolos del Estado son los mismos de Venezuela,
mientras el Congreso Constituyente de Colombia, que debería reunirse en
territorio neogranadino, en 1821, dictase su Constitución. De acuerdo con la
ley fundamental, Bolívar fue designado presidente y Francisco Antonio Zea
vicepresidente. Los vicepresidentes de los departamentos fueron: Juan
Germán Roscio (Venezuela) y Francisco de Paula Santander
(Cundinamarca). La del departamento de Quito no se proveyó, por estar su
territorio bajo el dominio español. Al Congreso de Angostura, le cupo la
gloria de dar vida jurídica al Estado que, en la actualidad, para darle mayor
significación al ideal bolivariano que lo promovió, todos denominan la Gran
Colombia. Angostura (hoy Ciudad Bolívar) fue la cuna en donde nació la
Colombia bolivariana.
Realizadas las elecciones nacionales, conforme a lo prescrito en el estatuto
fundamental de Angostura, el Congreso de la novísima Repúblic a se reunió
en la Villa del Rosario de Cúcuta, el 6 de mayo de 1821. Debía instalarse el
1 de enero, como se había previsto en Angostura, pero inconvenientes de
distinta índole lo impidieron. Concurrieron 57 diputados. La primera
directiva del cuerpo la integraron: José Félix Restrepo (Antioquia),
presidente; Fernando Peñalver (Caracas), vicepresidente; y Francisco Soto y
Miguel Santamaría, secretarios. En el Congreso de Cúcuta participaron
varones muy ilustres de Venezuela y Nueva Granada, quienes contribu yeron
con sus luces a edificar definitivamente la República nacida en Angostura.
El 12 de julio del 1821, se firmó la ley fundamental de la Unión de los
pueblos de Colombia; para entonces, el presidente del Congreso era José
Ignacio de Márquez, el vicepresidente Antonio María Briceño y los
secretarios Miguel Santamaría y Francisco Soto. El cúmplase y el
publíquese le fueron puestos el 18 del mismo mes de julio. Asimismo, la
Constitución de la República de Colombia, objetivo central del
Constituyente, fue suscrita por todos los diputados presentes en el Rosario
de Cúcuta el 30 de agosto de 1821. Eran entonces directivos del cuerpo
Miguel Peña, presidente; Rafael Lasso de la Vega, vicepresidente; Francisco
Soto, Miguel Santamaría y Antonio José Caro, secretari os. El cúmplase tiene
fecha del 6 de octubre y está autorizado con la firma del presidente de la
República Simón Bolívar y refrendado por los ministros secretarios del
despacho, Pedro Briceño Méndez, de Marina y Guerra; Pedro Gual, de
Hacienda y Relaciones Exteriores; y Diego Bautista Urbaneja, del Interior y
Justicia.
Bogotá fue designada capital de la República y esta se dividió en
departamentos, provincias y cantones; la máxima autoridad ejecutiva en los
primeros era el intendente; en las segundas, el gobernador; y en los terceros,
el juez político. Los departamentos venezolanos fueron 3; denominados
Orinoco, Venezuela y Zulia, con un total de 10 provincias; los de la Nueva
Granada fueron 4: Boyacá, Cundinamarca, Cauca y Magdalena, con 13
provincias. Se le dio a la república Escudo de Armas, Sello y Bandera; esta
última fue la tricolor que había venido usando Venezuela. El Congreso
adoptó medidas que preveían la abolición progresiva de la esclavitud,
decretó la abolición del tráfico de esclavos, y legisló sobre la enseñanza
pública, poder judicial, naturalización de extranjeros, exención de porte de
correos a periódicos y otros impresos, libertad de imprenta, importación,
aranceles y tarifas, registro de buques nacionales y nacionalización de los
extranjeros, tabaco, factorías y exportación, contribución directa, asignación
de bienes nacionales a los servidores de la república, confiscación de bienes
pertenecientes al Gobierno español, extinción de los tributos de los
indígenas, contaduría general de Hacienda, papel sellado, uniformidad de
pesos y medidas, enajenación de tierras baldías, modo de proceder contra
conspiradores y perturbadores de la tranquilidad pública y otras materias de
capital interés para el desenvolvimiento de la administración nacional. E l
Poder Ejecutivo de Colombia, según el título V, sección 1 a de la
Constitución de 1821, está depositado en un presidente y un vicepresidente.
El período gubernamental es de 4 años. El presidente elegido en Cúcuta fue
el Libertador Simón Bolívar y como vicepresidente resultó electo el general
Francisco de Paula Santander. Ambos se juramentaron el 3 de octubre.
Pocos días después Bolívar nombró el primer gabinete, constituido por
Pedro Gual (Relaciones Exteriores), José Manuel Restrepo (Interior y
Justicia), Pedro Briceño Méndez (Guerra y Marina), José María del Castillo
y Rada (Hacienda) y solicitó la autorización del Congreso para marchar al
sur, a fin de proseguir las campañas libertadoras. Se le concedió, dándole
amplias facultades sobre los territorios que fuesen teatro de operaciones. A
la cabeza del Gobierno, quedó Santander como vicepresidente de la
República encargado del ejercicio del Poder Ejecutivo.
El 13 de octubre de 1821 cesaron las sesiones del Congreso de Cúcuta, que
actuó en forma soberana, sin presiones de ningún género, ya que el mismo
Bolívar fue garante del clima de libertad y autonomía en que se
desarrollaron las actividades de esta magna asamblea grancolombiana. De
acuerdo con las facultades que le había otorgado el Congreso para dirigir la
guerra, el Libertador dispuso que el general Antonio José de Sucre se
trasladase a Guayaquil (que en octubre de 1820 se había independizado de
los españoles) y desde allí avanzara hacia Quito. Es la Campaña del Sur, en
la cual habrá combates y batallas de singular relieve, entre estas últimas,
Bomboná, el 7 de abril de 1822, dirigida por el propio Bolívar; y Pichincha,
el 24 de mayo siguiente, por Sucre. El 13 de julio se incorpora formalmente
Guayaquil a Colombia. Y el 27 del mismo mes se celebra en es a ciudad la
entrevista de Bolívar con el general José de San Martín. Más tarde, el
Protector del Perú se retirará del campo de la política y de la guerra. En el
Ecuador, totalmente incorporado desde mediados de 1822 a la Gran
Colombia, el Libertador sigue con gran preocupación el desarrollo de los
sucesos en el Perú. Entre tanto, el 17 de julio de 1823, manda personalmente
la batalla de Ibarra, donde derrota al coronel realista Agustín Agualongo.
Llamado por los patriotas peruanos, emprende viaje por mar, e l 7 de agosto
de 1823, desde Guayaquil, y llega el 1 de septiembre a Lima. Estará en el
Perú, hasta el 3 de septiembre de 1826, cuando emprende el regreso después
de dejar libre de la dominación española a la tierra de los incas y de haber
fundado la República de Bolivia.
Durante la ausencia del Libertador, el vicepresidente Santander rigió los
destinos de Colombia desde Bogotá, donde se había trasladado ya el
Gobierno a fines de 1821. Los congresos constitucionales de 1823, 1824 y
1825, que se reunieron en aquella ciudad con participación de senadores y
diputados de todas las provincias, orientados por la capacidad administrativa
y política del vicepresidente y sus principales colaboradores, fueron
estructurando mediante numerosas leyes y resoluciones la vi da civil de la
República, en un clima de amplia, aunque no total, libertad de prensa;
ejemplos de esta fueron las polémicas que en Bogotá sostuvieron en 1823
Santander y el estadista Antonio Nariño, así como las campañas
periodísticas que en Caracas llevó a cabo de 1822 a 1824 El Venezolano. La
guerra, que no había terminado del todo en Venezuela con la batalla de
Carabobo, en 1821, pues quedaba el foco realista de Puerto Cabello, se
reinició con las operaciones del brigadier Francisco Tomás Morales en el
occidente venezolano, apoyado por la escuadra española del almirante Ángel
Laborde. La batalla naval del lago de Maracaibo, ganada por el almirante
José Prudencio Padilla en julio de 1823 (que coincidió casi con la derrota de
las fuerzas del coronel Agualongo por el general Bolívar en Ibarra, antes
mencionada) y la toma de Puerto Cabello por el general José Antonio Páez,
en noviembre de ese mismo año, pusieron fin a las actividades bélicas de
fuerzas regulares españolas en territorio grancolombiano. En el ma r, sin
embargo, continuó la guerra de corso. Estados Unidos (1822), Inglaterra
(1825), Holanda (1829), reconocieron la independencia de la Gran
Colombia, y otras naciones, sin llegar a dar ese paso, enviaron cónsules y
agentes oficiosos a Bogotá y a los principales puertos de la República. Se
reanudaron relaciones diplomáticas estables con la mayoría de las naciones
de América Latina de origen hispano, así como con el imperio del Brasil. Se
estableció contacto directo con la Santa Sede, que accedió a consag rar a los
arzobispos y obispos propuestos por las autoridades, aunque se negó a
aceptar que la República, como lo había declarado el Gobierno, estuviese en
posesión del llamado «derecho de patronato», como sucesora de la Corona
española. En 1824, la República contrató en Inglaterra un empréstito de
4.750.000 libras esterlinas (unos 20.000.000 de pesos). Los puertos
grancolombianos continuaron abiertos a los buques mercantes de todas las
naciones, excepto España, y se ofrecieron en venta tierras baldías a
compañías extranjeras que se propusieron fomentar la inmigración. A pesar
de las protestas, o la resistencia de la Iglesia, pequeños grupos de no
católicos, principalmente comerciantes y artesanos protestantes y judíos, se
avecindaron en algunos puertos y hasta en poblaciones del interior. También
tuvo cierto auge la masonería. La enseñanza universitaria se fue laicizando,
y se introdujeron las ideas de Jeremías Bentham y de Benjamín Constant. En
cambio, el proceso de abolición paulatina de la esclavitud avan zó muy
lentamente y las tierras de algunos resguardos de indígenas empezaron a
pasar a manos de particulares criollos o extranjeros. La distribución de los
bienes nacionales (secuestrados a españoles o a criollos realistas
expulsados), entre los servidores militares de la República, continuó, pero lo
complicado del procedimiento dio lugar a abusos en las altas esferas del
Gobierno central y al acaparamiento de tierras por algunos jefes, Páez entre
ellos, que adquirían de los soldados y clases sus vales depr eciados.
En 1825, se celebraron nuevas elecciones para la presidencia y la
vicepresidencia de la República. Las ganaron, respectivamente, Bolívar y
Santander, pero durante la campaña electoral, el segundo fue objeto de
fuertes críticas, especialmente en ciertas poblaciones de Venezuela y en
Cartagena. La votación por Bolívar fue casi unánime (583 votos sobre un
total de 609 emitidos por los colegios electorales) y Santander obtuvo
también una notable mayoría (286 votos) sobre el más cercano de sus
contendores, Pedro Briceño Méndez, quien recibió 76; pero en provincias
como Caracas, Apure, Maracaibo, Coro, Mérida, Margarita y Río Hacha no
logró Santander ningún voto, y quedó en minoría en Cartagena, Santa Marta,
Popayán y Guayaquil. La polémica sobre el modo como se había contratado
y distribuido el empréstito de 1824, desempeñó en estos resultados un
importante papel. Al mismo tiempo, se había despertado en ciertos sectores
del centro-occidente de Venezuela un sentimiento de frustración por verse
gobernados desde Bogotá, en tanto que entre los funcionarios civiles y los
intelectuales de Nueva Granada se veía con aprensión la posición
preponderante que en las Fuerzas Armadas habían alcanzado muchos
venezolanos. La condena a muerte del coronel Leonardo Infante e n 1824, en
Bogotá, la crisis político-jurídica, abierta por la oposición del letrado
Miguel Peña a firmar la sentencia, y la final ejecución del reo a comienzos
de 1825, habían contribuido también a agudizar esas tensiones. En el
Ecuador, que permanecía más tranquilo, existía descontento entre los dueños
de obrajes, cuyos tejidos sufrían la competencia en precio y calidad que les
hacían los importados de Inglaterra, y un malestar económico generalizado
debido a que aquella región había costeado en una alta proporción los gastos
del ejército grancolombiano libertador del Perú. En el ámbito político, muy
pocos eran los nativos del Ecuador que ocupasen posiciones de alguna
importancia en el Gobierno central.
La crisis, a la vez económico-fiscal y político-militar, estalló en los meses
iniciales de 1826. Así empezó a resquebrajarse la Gran Colombia, cuando
quebró la casa londinense de Goldschmidt, que administrábalos fondos del
empréstito, con lo cual el crédito externo de la República sufrió un colapso
total. Por otra parte, uno de los golpes más duros a la unidad, fue el
movimiento separatista que estalló en Venezuela, el 30 de abril de 1826,
encabezado por las municipalidades de Valencia y Caracas. El letrado
Miguel Peña y el general José Antonio Páez tuvieron papel de primer orden
en este movimiento, que pasó a la historia con el nombre de La Cosiata.
Todo se aquietó momentáneamente con la presencia de Bolívar en territorio
de Venezuela. En efecto, el Libertador y Páez se abrazan en Valencia el 4 de
enero de 1827 y allí acaba aparentemente la disidencia; pero las
discrepancias seguirán, esta vez entre Bolívar y Santander, y se
intensificarán aún más en la Convención de Ocaña, instalada el 9 de abril de
1828. Viene la dictadura de Bolívar (agosto 1828) que contó con apoyo
popular; el atentado del 25 de septiembre de ese año en Bogotá contra la
vida del Libertador; y la guerra con el Perú, en la que es vencido finalmente
el ejército peruano en 1829.
En noviembre de 1829, Venezuela anuncia que se separa de Colombia. Han
renacido y esta vez se han encauzado con mayor efectividad los propósitos
de La Cosiata. En enero de 1830 se reúne en Bogotá el Congreso
Constituyente, convocado por Bolívar, quien renuncia ante él sus poderes.
El 6 de mayo abre sus sesiones en Valencia el Congreso Constituyente de
Venezuela. El 13, Quito se separa de Colombia. El 4 de junio es asesinado
en Berruecos el gran mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre. El 22 de
septiembre el Congreso de Valencia aprueba la Constitución de la República
soberana de Venezuela. Páez es el primer presidente. El 23 de septiembre
Quito promulga su primera Constitución. El general Juan José Flores ocupa
la presidencia del nuevo Estado que se denomina Ecuador. Bolívar muere en
San Pedro Alejandrino (Santa Marta), el 17 de diciembre de 1830. Para él,
Colombia fue «la palabra sagrada y la palabra mágica de todos los
ciudadanos virtuosos». Por ello, hasta en los últimos instantes de su vida,
los llamó desgarradamente a la unidad, a la concordia, al amor, a la paz.
Aún después de muerto el Libertador, el general Rafael Urdaneta, a la
cabeza del Gobierno en Bogotá, trata de restablecer la unidad. No lo
consigue, y ha de renunciar en abril de 1831. La Nueva Granada constituye
también una república soberana, cuya presidencia asumirá Santander en
1832. En 1863 se llamará Estados Unidos de Colombia; y a partir de 1886,
República de Colombia. La Gran Colombia queda como el más ambicioso y
noble de los sueños de Bolívar y el tributo perenne al Almirante del Mar
Océano.
Temas relacionados: Atentado del 25 de septiembre de 1828; Bolívar,
Simón, gobiernos de; Colombia; Congreso Admirable; Congreso de
Angostura; Congreso de Cúcuta; Convención de Ocaña; Cuarta República;
Entrevista de Cúcuta; Gran Colombia, proyectos de restauració n de la; La
Cosiata; Países bolivarianos.
La Cosiata
La palabra «Cosiata» ha servido para designar el confuso curso que tomaron
los acontecimientos centrados en el departamento de Venezuela entre los meses
de abril y diciembre de 1826, con prolongaciones y derivaciones que suelen
llegar, según el criterio con que se estudie, hasta 1827 o 1830, bien sea que se
lo vea como un proceso cerrado con el regreso de Simón Bolívar a Caracas y la
subsecuente reorganización que hizo de la vida político -administrativa del país,
o como el proceso global que cubre la secuencia completa de la secesión e
independencia definitiva de la «antigua Venezuela» de la Gran Colombia. Por
lo general La Cosiata ha sido estudiada desde la perspectiva de la historia
episódica a través de la crónica o narración de lo sucedido durante aquell os 8
meses expresivos de la difícil integración de Venezuela en Colombia y el
comienzo de su definitiva separación. Se ha prestado atención al examen de las
ideas vinculadas a las intrigas y a los intereses personales de los protagonistas,
pero se ha concedido menos cuidado al análisis de los factores estructurales y
coyunturales sobre los que se fundamenta y se trama la secuencia de los
episodios del período. Las dificultades para su aprehensión radican, en orden
útil para la exposición pero quizás inverso en importancia: 1) en el
establecimiento del significado preciso de las denominaciones «Cosiata» y
«cosiateros» con que se suele designar al fenómeno y a sus promotores o
protagonistas, y 2) en los problemas del trabajo propiamente histórico que el
estudio del fenómeno conlleva en el nivel actual de desarrollo de la
historiografía. El profesor Ángel Rosenblat ha aclarado grandemente las
posibles dudas en torno al origen y popularización de la denominación y a la
precisión de su uso en 1826. Al parecer la utilizó por primera vez un actor
cómico en la ciudad de Valencia; de allí fue transmitida a Caracas, donde la
habría utilizado también José Ángel Álamo. Pero cuando precisa el surgimiento
del vocablo en dicho año para designar «...la cosa embrollada que no tenía
nombre...», «...la cosa innominada...», de allí la derivación Cosiata, palabra
que se hizo de uso común y que pasó al argot de la época y a la historia,
Rosenblat ha clarificado el aspecto filológico de la cuestión sin abordar la
investigación propiamente histórica de aquellos sucesos poco claros que el
lenguaje percibía como imprecisos. Por lo general, desde la perspectiva
didáctica se ha ido formando un estereotipo simple y reiterado que se plasma
en la memoria histórica del venezolano común y en el que aquella coyuntura
histórica se presenta y explica como consecuencia o resultado directo de las
idiosincrasias y de los intereses personales inmediatos: de las intrigas,
ambiciones, mezquindades, odios, actitudes y decisiones de unos cuantos
protagonistas. De hecho, constituyó un punto de viraje crucial que tuvo una
gestación más compleja y un desarrollo inseguro y problemático que, como su
mismo nombre indica, implicaba aspectos poco precisables pero más profundos
y complicados; era expresivo de la interacción de muy diversos factores, no
solo inmediatos y personales, sino también de orden ideológico, social,
político, regional, económico y sobre todo, funcional que en un momento dado
se conjugaron, entrecruzándose y reforzándose mutuamente bajo la acci ón de
unos hombres que el destino llevaba, como veremos, a la apertura de nuevas y
viejas puertas de la historia. Vale la pena advertir que la denominación
«Venezuela», en cuanto se refiere al desarrollo de la «Cosiata» posee 2
acepciones diferentes cuya clarificación es fundamental: 1) una acepción en
sentido amplio que, grosso modo, la lleva a corresponderse
territorialmente, a) bien con la «antigua Venezuela» de la capitanía general
(creada en 1777 con las originarias provincias de Caracas, Cumaná, Guaya na,
Maracaibo, Margarita y Trinidad), b) bien con la República Federal (creada en
1811 con las nuevas provincias de Caracas, Cumaná, Barcelona, Barinas,
Margarita, Mérida y Trujillo, a las que faltaba incorporar Maracaibo y
Guayana, aún leales a España). 2) La otra acepción, en sentido restringido la
llevaría a corresponderse con a) la antigua provincia de Caracas también
llamada de Venezuela (de allí la confusión), la cual pasó a constituir, unida a la
de Barinas, b) el departamento de Venezuela, cuando por ley del 2 de octubre
de 1821 se crearon también los departamentos de Orinoco y Zulia. Los 3
departamentos así constituidos por ley, coincidían sensiblemente con la antigua
capitanía general, y unidos a los que se constituirían al departamentalizarse a
su vez el Nuevo Reino de Granada (incluida la Presidencia de Quito)
integrarían, con alguna variable ulterior, la República de Colombia, cuya
existencia formal se consagraba en la Constitución de Cúcuta promulgada ese
mismo año de 1821.

Este orden político-constitucional era, sin embargo, impreciso y en cierto modo


provisional, pues se preveía la posibilidad de su reajuste o eventual reforma al
cabo de 10 años mediante la convocatoria de una Gran Convención. El poder
central de la República tenía su sede en Bogotá, donde el Ejecutivo, por
ausencia del presidente Bolívar en sus campañas del sur, era ejercido por el
vicepresidente Francisco de Paula Santander. A la cabeza de cada departamento
(y por consiguiente en el de Venezuela) se contemplaba la figura de un
intendente como máxima autoridad civil; en razón de que los temores a una
invasión, amenazas de guerra y de reacción no habían desaparecido del todo en
dicho departamento, se había nombrado el mismo año de 1821 una autoridad
militar con el título de comandante general en la persona del general José
Antonio Páez y a su vez, un director de la guerra en funciones de coordinador
para todo el país, que lo fuera el general Carlos Soublette en los primeros
momentos. El poder así repartido en aquella circunscripci ón tenía otras
instancias y portadores a distintas escalas y niveles en los ámbitos político -
administrativo y militar como los gobernadores de provincia y los comandantes
de armas, y el resto de los cargos subalternos dependientes en última instancia
del intendente y del comandante general. Pero también existía una peculiar y
arraigada concentración de poderes en las municipalidades, y otra no menos
importante en los jefes militares que con cargos o sin ellos continuaban
participando frecuentemente en la vida pública de un país todavía no
pacificado. En consecuencia, se daba el caso de la existencia de instancias de
poder insuficientemente perfiladas y poco o nada institucionalizadas en su
convivencia que podríamos clasificar en 3 grupos: 1) instancias de po der de
nuevo cuño específicamente contempladas por la Constitución de Cúcuta; 2)
instancias de poder militar requeridas por alguna situación excepcional o
provocadas por las circunstancias previstas o no por la mencionada
Constitución y 3) junto a ellas, y frecuentemente frente a ellas, los municipios
que, en los distintos departamentos de aquella «antigua Venezuela» ahora
triplemente dividida pero integrada a Colombia, habían vuelto a sus antiguos
usos actualizando una peculiar y bien arraigada concepción ascendente del
gobierno nutrida durante los siglos anteriores. Así, coexistían y competían en
aquella situación de ensayo político de Colombia, con un reparto de funciones
todavía impreciso y carente del hábito institucional, nuevos y viejos poderes,
emanados de la Constitución, de la necesidad y del prestigio de la guerra y de
la tradición municipal, consecuentemente sustentados en los 3 tipos de
legitimidad racional, carismática y tradicional clasificados por Max Weber, en
difícil armonía discrónica. A ello se añadía, además, el hecho de que en una
sociedad trastocada por la guerra y que no podía haberse repuesto aún de los
años tremendos de 1812-1821 cuando la lucha provocara la virtual disolución
del orden social, económico y político, cada uno de estos 3 tipos de poderes
con sus distintas legitimidades podía muy bien ser ejercido por personajes del
más diverso origen social, con la posible excepción, quizás, de los
Ayuntamientos que, dado su carácter, formaban conjuntos más homogéneos.

Este precipitado ensayo de convivencia de poderes del que resultaba tan


variopinto panorama político era propicio para tensiones, pugnacidades y
enfrentamientos debidos a la imprecisión y roces entre competencias con
diferente arraigo y proyección. Así, eran patentes las te nsiones entre los
notables de Caracas y su Municipalidad con el gobierno central de Bogotá por
una doble, evidente y comprensible razón: la de marginalidad debida al
desplazamiento de la capital a una ciudad distante y un tanto extraña, y la de
cierta desvinculación de la nueva voluntad nacional por no haber participado
en el Congreso Constituyente de Cúcuta, puesto que durante su convocatoria y
período de sesiones, Caracas seguía estando bajo el poder español. Ello había
provocado, primero resistencias y luego condiciones a la jura de la
Constitución por las autoridades caraqueñas, al tiempo que había nutrido
tendencias federalistas en el seno de la inconforme, y un tanto goda, élite civil.
Por otra parte, en su calidad de comandante general del departament o, Páez
había tenido violentos roces en 1824 con la Municipalidad de Puerto Cabello
con ocasión de una recluta ordenada por el gobierno central a fin de enviar
refuerzos a Bolívar en el sur, y relaciones difíciles con el intendente, general
Juan de Escalona y con la Municipalidad de Caracas con ocasión de las
medidas extraordinarias que tomara para acallar el peligroso curso que en aquel
ambiente podía tomar el proceso judicial de los implicados en una asonada
realista en Petare. A su vez, las tensiones con stantes entre Caracas y Bogotá se
habían nutrido de las diferencias de perspectiva en la concepción del sistema
de milicias, especialmente cuando en Caracas, donde ya se había elaborado un
plan propio para el establecimiento de milicias cívicas, se tuvo co nocimiento
del decreto emanado del gobierno en 1824 para su reglamentación centralizada
en el país. Así las cosas, en 1824-1825 José Antonio Páez se convirtió en el
personaje clave alrededor del cual giraron los acontecimientos en el
departamento de Venezuela. El primer suceso relevante del ciclo que, a la larga
conduciría a la separación de la «antigua Venezuela» de Colombia lo
constituyó el «bando» sobre alistamiento de milicias que el citado general,
cumpliendo órdenes del gobierno central dictó en Caracas en diciembre de
1825, reactualizando la medida que en 1824 había tropezado con las
resistencias antes señaladas para su cabal efectividad. Dicho «bando» se
dirigía, pues, a una población sensibilizada y reacia a esta forma de
reglamentación de las milicias, a la que no le era grato el comandante general
por motivos que, como hemos señalado, poco se remontaban en el tiempo. Pero
como Páez estaba decidido a hacer cumplir la disposición del gobierno central,
su insistencia y algún verosímil exceso de sus su balternos agudizaron las
tensiones y las diferencias ya existentes con el intendente y con la
Municipalidad, celosos de sus competencias de poderes civiles frente al poder
militar. Entonces, enemistado con ambos por las supuestas o efectivas
vejaciones en la ejecución del «bando», Páez fue acusado por el intendente
Escalona ante el Ejecutivo, y por la Municipalidad ante el Congreso de Bogotá.
La acusación fue admitida por este, y Páez cesado de su cargo por el Ejecutivo
y sustituido por el ex intendente Escalona, a quien Cristóbal de Mendoza había
sucedido en la Intendencia. La tal vez imprudente y desacertada medida,
incluso al decir del mismo Santander, no podía ser acogida con beneplácito por
el general Páez, quien, sin embargo, la acató y se dispuso a co mparecer ante el
Senado a defenderse de los cargos que se le hacían. Pero su sucesor había sido
Escalona, persona no demasiado grata en Valencia, ciudad en la que residía
Páez frecuentemente. Y precisamente allí no se hizo esperar la reacción por
parte de la Municipalidad que, el 27 de abril de 1826 manifestó su desagrado
por la separación de Páez de la Comandancia general. Tres días después, en
medio de una situación de orden público incierta, tensa y hasta violenta, dicha
Municipalidad desconoció abiertamente el gobierno constitucional de Bogotá y
restituyó a Páez en el mando militar. A continuación se fueron sumando al
movimiento promovido en Valencia numerosas municipalidades y,
curiosamente, la de Caracas que había acusado a Páez, tardó pocos días en
adherírsele: tal era el confuso, inseguro aunque no menos apasionado criterio
que imperaba. Los otros departamentos no se sumaron entonces a la rebelión:
ni Bermúdez en Orinoco, ni Rafael Urdaneta en Zulia se apresuraban por seguir
a Páez y optaban por el mantenimiento del orden constitucional. El 8 de julio,
Santander, en nombre del Ejecutivo, declaró a Páez en rebeldía. Los sucesos
del 30 de abril habían roto la precaria línea de desarrollo institucional
alterando el rumbo y el ritmo de las cosas, adelantán dose de hecho a la
Convención y a las previstas reformas por vía institucional, colocando a Páez
en el eje de un remolino de tendencias confusas y diversas que coincidían en el
interés por la reforma de la Constitución de 1821 y por la vuelta de Bolívar
para la actualización de una forma política distinta.

El movimiento inconstitucional iniciado en Valencia puede ser contemplado


desde 3 perspectivas espaciales diferentes: 1) Desde la del propio departamento
de Venezuela tal movimiento se expandió por adhesi ones sucesivas como en
una oleada de contagio, de las municipalidades más cercanas hasta las más
alejadas, siendo la de mayor peso la adhesión de Caracas que pasado un tiempo
tendería a capitalizar el movimiento. Las aspiraciones generales de estos
ayuntamientos cuajaron en una Asamblea de Municipalidades reunida en
Valencia el 29 de junio con el fin de pedir el adelanto de la reunión de la Gran
Convención, pero volcada de hecho a manifestar su actitud antisantanderista en
descargo de Páez. En todo el departamento, sin embargo, las ideas eran
confusas, quizás subconscientemente inconfesadas y abocadas a lo inmediato.
Se clamaba por «reformas y Bolívar», pero no era fácil conciliar el
reconocimiento de la autoridad de Bolívar y negar el orden constitucional q ue
él avalaba al mismo tiempo; los hechos proclamaban la contradicción y, o se
aceptaban sin razonamiento o había que argumentar muy bien para
justificarlos. La tendencia federal acariciada en años anteriores por parte de la
élite hizo irrupción en Puerto Cabello el 8 de agosto y fue secundada por
Caracas el 25 del mismo mes al pedirse una federación para toda Colombia a
través de una Convención; Valencia ratificaba la tendencia el 5 de octubre con
una manifestación que pedía la Convención y un gobierno fed eral similar al de
Estados Unidos. 2) Desde la perspectiva de la «antigua Venezuela», a pesar de
que los departamentos de Zulia y Orinoco no habían secundado a Valencia de
inmediato, en el primero de ellos ya el 21 y 22 de julio se manifestaban los
notables de Maracaibo, y el 31 del mismo mes los de Gibraltar pidiendo
reformas de la Constitución, pero la severa autoridad de Urdaneta se hizo sentir
extendiendo su influjo hasta una Mérida inquieta que el 11 de septiembre se
manifestaba sin ambages por el orden constitucional. Hacia octubre, no
obstante, Maracaibo volvía a alterarse pidiendo la Convención y la vuelta de
Bolívar. En el departamento de Orinoco los hechos fueron más complejos y
llevaron al borde de la guerra civil: ya el 31 de agosto Aragua de Bar celona
pedía el adelanto de la Convención; a comienzos de septiembre Carúpano se
pronunciaba por Páez y la federación, mientras Cariaco, Cumaná y Maturín
coincidían, seguidas por La Asunción el 30 de octubre, en su clamor por la
Convención. Angostura, secundando a Caracas, había pedido la federación el
18 de aquel mismo mes. Desde una Barcelona leal, Bermúdez intentó la toma
de Cumaná el 5 de noviembre, pero fue desconocido el 26 por el Cabildo que
reconocía a Páez, y desplazado de su liderazgo por Santiago Mariño, quien,
animador del movimiento de Valencia, tomaba las riendas de la situación en
Oriente. Hacia fines de octubre, Caracas había capitalizado las confusas
tendencias en toda la «antigua Venezuela»; convertida en un hervidero de
opiniones y movimientos y, vigilada de cerca por Páez y sus leales, se
convierte en escenario de una reunión masiva de notables en la iglesia de San
Francisco los días 2 y 3 de noviembre, en medio de una agitación que culmina
el día 7 pidiendo la convocatoria de un Congreso Constituyente para diciembre
de 1826, al que se invitaría a participar a todas las provincias de la «antigua
Venezuela». Los días comprendidos entre el 28 de octubre y el 7 de noviembre
fueron, en Caracas, y para todo el país, el período culminante de La C osiata;
coincidían varias cosas: a) la vuelta de Antonio Leocadio Guzmán del Perú con
alarmantes noticias y con supuestas o efectivas recomendaciones de Bolívar
para la adopción de la Constitución Boliviana; b) la toma de conciencia de la
inexistencia del gobierno constitucional de Colombia; c) el reconocimiento del
poder fáctico de Páez, y d) la necesidad de buscar de inmediato una nueva
fórmula venezolana de convivencia política. Habían hecho irrupción en aquel
lapso los deseos confusos y contenidos de los meses anteriores y, al tiempo que
se revelaba un Páez manipulador político de la situación, se empezaba a
cuestionar, bien que todavía débilmente, la auctoritas de Bolívar. 3) Desde la
perspectiva general grancolombiana, el movimiento de los «cosiateros» de
Valencia y sus seguidores no era, hacia noviembre, un movimiento aislado de
ciudades o circunscrito al departamento de Venezuela, pues desde julio la
inquietud en los departamentos del sur era manifiesta. Guayaquil había
proclamado la dictadura de Bolívar en agosto, Quito en septiembre y desde
Panamá y Cartagena, se pedía en octubre que le fuesen concedidas facultades
extraordinarias. Todos estos sucesos habían acelerado la vuelta de Bolívar del
Perú, y para el 14 de noviembre ya se hallaba en Bogotá; e n virtud del artículo
128 de la Constitución asumía poderes extraordinarios el 23. Hacia el 20 de
noviembre la guarnición de Puerto Cabello se sublevó contra Páez y sus
seguidores; el general Pedro Briceño Méndez tomó el mando y puso la plaza
fuerte a las órdenes del Libertador. Ante este hecho, el general Páez dispuso
que Cristóbal de Mendoza fuese expulsado de Venezuela y que lo sustituyese al
frente de la Intendencia Mariano Echezuría, adicto a La Cosiata. En toda
Venezuela los comienzos de diciembre no fueron tiempos más claros para la
cuestión: pronunciamiento en Maracaibo por Páez y la federación abortado por
Urdaneta, mientras Angostura se pronunciaba por la Constitución y por
Bolívar; constitución del Colegio Electoral en Caracas para elegir diputado s al
Congreso Constituyente que debía reunirse en Valencia; tensiones, desasosiego
e incertidumbre por la vuelta de Bolívar a aquella casa revuelta, cuya llegada
anunciaba un Páez cauteloso el 15 de diciembre de 1826. Entre tanto, fuerzas
leales a Bolívar avanzaban por los Andes hacia el centro. Por fin, el Libertador
llegó a Maracaibo el 16 y convocó la Gran Convención el 19. De allí pasó a
Coro y luego a Puerto Cabello, adonde llegó el 31 de diciembre. El día 1 de
enero de 1827 Bolívar, en virtud de las facultades extraordinarias de que se
hallaba investido, dictó un decreto de amnistía para todos los comprometidos
en el movimiento, advirtiendo que a partir de aquella fecha todo acto de
hostilidad contra él, como presidente de la República que era, sería
considerado un delito de Estado. Páez acató la autoridad de Bolívar y este lo
nombró jefe superior civil y militar de Venezuela, con lo cual su poder quedó
intacto y más bien se acrecentó. El 4 de enero, en Valencia, se produjo la
entrevista entre Bolívar y Páez. El 10 de enero de 1827 entraba en una Caracas
que estallaba de alegría al verlo llegar acompañado por Páez, cuyo poder había
reconocido, pues aquellas circunstancias no parecían ofrecerle mejor solución.

Quizás no haya habido en la historia de Venezuela un período tan crucial; tan


denso de ideas y de tendencias; tan confuso y difícil; tan tenso y de un ritmo
tan precipitado a la vez que insoportablemente lento como el de aquellos meses
en los que se confrontaban tantas alternativas y se aguardaba un desenlace con
tanta ansiedad: bolivarismo, paecismo y santanderismo; federalismo y
centralismo; monarquía y república; godismo y patriotismo; militarismo y
civilismo; dependencia y autonomía; Constitución de Bolivia y Congreso
Constituyente. Ni siquiera en 1810 se habían planteado problemas de aquel
calibre con tal intensidad y urgencia, y en 1826 difícilmente se sabía su
solución efectiva. No era pues, gratuita, la denominación de «Cosiata» para
aquella «cosa innominada» y «embrollada» cuyo objetivo final se deseaba e
intuía aunque nadie se atrevía abiertamente a confesarlo. Pero aquellas
alternativas no habían irrumpido abruptamente en 1826. Estaban, obviamente
en el ambiente desde mucho antes; se habían gestado incluso desde 1810 al hilo
del transcurrir en los apremios y en las treguas que imponía el acontecer.
Habían surgido, en un principio como simples actitudes frente a la
Independencia que, como muy bien observaría Páez en
su Autobiografía, cubrían un espectro que iba desde la actitud más propiamente
patriota decidida por la separación de España, pasando por la demagogia, la
indiferencia o, en el caso de los estratos inferiores, la irracionalidad
manipulable hasta el godismo más exacerbado. Cuando a partir de 1821 todos
los grupos expresivos de estas actitudes tuvieron que convivir bajo la
Constitución de Colombia, no se cuestionaba ya la independencia a la que se
veía como irreversible, pero las incoadas o expresas inclinaciones de aquellos
actores los llevaron a tomar partido, en cada momento, por aqu ellas tendencias
que favorecieran más sus preferencias o intereses predispuestos. De aquí que
ya antes de 1826, y entonces más abiertamente, se agruparan alrededor de
personas, ideas, instituciones según les fueran más o menos propicios. Eran las
suyas tendencias complementarias o excluyentes que no se sistematizaban en
una ideología permanente definidora de algo que mereciera cabalmente el
nombre de «partido». Eran, en suma, actitudes con fundamento y explicación,
pero con manifestaciones episódicas que se expresaban a través de la prensa,
de los ayuntamientos o de la pura protesta personal y que, sin duda, estaban en
la base de las tensiones y conflictos entre poderes que mencionáramos líneas
arriba. Solo así se explican los cambios de actitud a favor de P áez a partir de
abril de 1826 y dentro de ellos el viraje de 180° que dio la Municipalidad de
Caracas cuando percibió las ventajas que podría ofrecerle la nueva situación.
No pocas veces se percibe en Hispanoamérica que el curso del suceder depende
de la confluencia de distintas fuerzas imprecisas que imprimen impulsos a la
historia por rumbos y lapsos proporcionales al grado y a la capacidad de
coherencia de dichas fuerzas. En medio de aquellos sucesos, y precisamente
por la confusión que emanaba de las circunstancias, solo una voluntad personal
se veía capaz de llevar el rumbo, al tiempo que se sabía llevada por tendencias
irrefrenables en la coerción de la realidad. El prestigio personal surgido en la
guerra era aprovechado por el impulso separatista, y a mbos rompían la
coexistencia política de Venezuela en Colombia quebrando aquel difícil ensayo
institucional fundado en el endeble y complejo orden constitucional de Cúcuta.
Por eso La Cosiata señala la plena iniciación de Páez como político: su
ascendiente y su posición relativa en aquel esquema de relaciones de poder lo
colocaban en situación propicia para asumirlo plenamente a costa de la
formalidad constitucional. Páez, quien más de una vez se lamentaría de los
sucesos del año 26, sería sin embargo, el principal y más efectivo animador del
orden constitucional que la sociedad venezolana iniciaría en 1830 y que tendría
una duración de más de 3 lustros. El regreso de Bolívar en 1827 no detuvo el
proceso: relevó tensiones, canceló eventuales oposiciones a su persona e
impuso la autoridad que emanaba de su todavía incompetible carisma, pero
solo abrió un compás de espera al imponer un nuevo ritmo a los
acontecimientos que a la larga llevarían, en 1830, a la reunión del Congreso
Constituyente de Valencia y a la ruptura de una Colombia en la que ya no creía
ni el propio Libertador. Los sucesos de 1828-1830, en consecuencia
(Convención de Ocaña, Dictadura de Bolívar, Congreso Admirable, etc.)
precipitan la escisión y señalan nuevo punto de partida a la vida indepe ndiente
de los 3 países que habían constituido la Gran República de Colombia.

Temas relacionados: Asamblea de San Francisco; Bolívar, Simón, gobiernos


de; Convención de Ocaña; Gran Colombia.
A u t o r : Graciela Soriano
B i b l i o g r a f í a d i r e c t a : Acusación contra el jeneral Páez. Colombia: Imprenta de M.M.
Viller Calderón, 1826; Asamblea Popular de Caracas. Acta celebrada por la Asamblea
Popular de Caracas presidida por el Excmo., señor general en gefe José Antonio Páez.
Caracas: Imprenta de Valentín Espinal, 1826; Documentos importantes de Nueva Granada,
Venezuela y Colombia. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, División de
Divulgación Cultural], 1970. 2. Vol.;Exposición del pueblo de Caracas a S. E. el Libertador -
Presidente, pidiendo la separación de Venezuela. Caracas: s.n., 1828; Felice Cardot, Carlos.
Mérida y la revolución de 1826, o «La Cosiata». Mérida: Talleres Gráficos Universitarios,
1963; González, Eloy Gillermo. Dentro de La Cosiata. Caracas: Imprenta Nacional, 1907;
Luciani, Jorge. El máximo turbulento de la Gran Colombia y otros estudios. Caracas: Artes
Gráficas, 1943; Páez, José Antonio. Contestación de oficios y particulares que S. E.J.C. y M.
de Venezuela ha dado a los ajentes del motín de Puerto Cabello y una carta seductora q ue
entre otras se ha sorprendido. Valencia: Imprenta Republicana, 1826; --. Documento curioso
sobre los acontecimientos de Venezuela del 30 de abril de 1826. Bogotá: s.n., [1826]; --.
Ejecución del Decreto del Poder Ejecutivo para alistamiento en las milicia s, que motivó la
acusación del general en jefe José Antonio Páez ante el Senado. Valencia: Imprenta
Republicana, 1826;--. Exposición del acontecimiento de Puerto Cabello el 31 de julio último
entre los señores alcaldes constitucionales y el Excmo. señor ge neral en gefe benemérito
José Antonio Páez. Caracas: Imprenta de Valentín Espinal, 1824; --. El general José Antonio
Páez a sus conciudadanos. Caracas: Imprenta de José Núñez de Cáceres, 1825; --. Manifiesto
que hace a los colombianos del norte José Antonio Páez. Caracas: Imprenta de V Espinal,
1829;--. Respuesta del Jeneral Páez a la carta confidencial que le dirigió el vicepresidente de
la república en 12 de junio del presente año de 1826. Bogotá: Imprenta de la República por
N. Lora, 1826; El voto de Venezuela, o, colección de actas y representaciones de las
corporaciones civiles, militares y padres de familia de los departamentos de Venezuela,
Maturín y Orinoco, dirigida a la Gran Convención de Colombia y a S. E. el Libertador
Presidente sobre Reformas. Caracas: G. F. Devisme, 1828.
Volver al tope
CConvención de Ocaña
9.4-10.6.1828

En los años de irrupción de los grandes problemas nacionales, cuando los


factores negativos de la integración grancolombiana hicieron necesaria la
reforma de la Constitución de 1821, se realizó la Convención de Ocaña entre el
9 de abril y el 10 de junio de 1828. Es la Convención Nacional de la Gran
Colombia, en la cual, cuando se buscó orientar su destino hacia nuevos rumbos
político-administrativos, surgieron con fanatismo los enfrentamientos entre los
partidos políticos y los grupos personalistas, culminando en su disolución con
graves consecuencias para la unidad grancolombia na.

El ambiente de crisis general se extendió en todas las regiones de la Gran


Colombia en una época de depresión financiera, bancarrota nacional, falta de
víveres, escaso medio circulante, alza vertiginosa de los precios y situación
política conflictiva. La Constitución de Cúcuta era criticada por su carácter
excesivamente centralista, en una época cuando se acentuaban los
regionalismos y caudillismos en las provincias y se consideraba muy difícil
integrar política y administrativamente 3 países con elemen to humano y
economías disímiles y con pocas vías de comunicación. En 1827 se ahondaron
las divergencias entre el Libertador presidente Simón Bolívar y el
vicepresidente Francisco de Paula Santander, aglutinando a su alrededor los 2
partidos de finales de la Gran Colombia: los bolivarianos y los santanderistas,
quienes se enfrentaron en la Convención de Ocaña en 1828. En la misma
forma, se enfrentaron los partidarios del centralismo y el federalismo para la
unidad grancolombiana; y surgieron los movimientos separatistas, como el del
general José Antonio Páez en Venezuela. Uno de los hechos que más estimuló
las polémicas en esa época de crisis política, fue la Constitución Boliviana de
carácter vitalicio presidencial, elaborada para la nueva República de Boliv ia,
por Bolívar. La idea de la aplicación de dicha Constitución para Colombia
dividió los partidos en 2 posiciones: los bolivarianos y los antibolivarianos; y
en la misma forma, los dictatoriales partidarios de la dictadura de Bolívar para
la búsqueda del orden y la consolidación nacional, y los constitucionalistas,
partidarios del sistema democrático y de la reforma a la Constitución de
Cúcuta. Numerosas asambleas de los pueblos y cuerpos militares se realizaron
para proclamar la dictadura de Bolívar o par a exigir la reunión de la
Convención Nacional a fin de reformar la Constitución de Cúcuta.

El Congreso de Colombia expidió la ley del 7 de agosto de 1827, mediante la


cual se convocó la Gran Convención Nacional para el 2 de marzo de 1828 en la
ciudad de Ocaña, un lugar que se consideraba como el más central de la Gran
Colombia, con fácil acceso para los venezolanos, neogranadinos, quiteños y de
las regiones de la costa atlántica; y además, por considerarse alejado de las
influencias apasionadas de Bogotá y Caracas. En las elecciones para la
Convención fueron elegidos 73 convencionistas: 41 neogranadinos, 23
venezolanos, 7 ecuatorianos y 2 panameños. Entre los primeros figuraban:
Francisco de Paula Santander, Vicente Azuero, Luis Vargas Tejada, José
Ignacio de Márquez, José María del Castillo y Rada, José Hilario López, Diego
Fernando Gómez, José Joaquín Gori, Juan de Dios Aranzazu, Francisco Soto,
Joaquín Mosquera, Juan Fernández de Sotomayor, José María Salazar, Salvador
Camacho Roldán y otros. Entre los venezolanos fueron elegidos: Antonio
María Briceño, Martín Tovar Ponte, Andrés Narvarte, Juan José Pulido,
Salvador Mesa, Santiago Rodríguez, Pedro Briceño Méndez, Francisco Ponce,
Pedro Vicente Grimón, Miguel M. Pumar, Francisco Conde, Francisco Aranda,
Vicente Michelena, Miguel Peña, Juan José Romero, Juan Nepomuceno
Chaves, José de Iribarren, Mariano Echezuría, Juan Manuel Manrique, Miguel
Vicente Huizi, Valentín Espinal, Rafael Hermoso, Domingo Bruzual, Juan de
Dios Picón. Entre los ecuatorianos figuraban: Manuel Avilés, Pablo Merino,
José Matías Orellana y otros; y además, los panameños Manuel Pardo y José
Vallarino.
El 9 de abril de 1828 se instaló oficialmente la Convención, después de la
organización que hizo la Junta Preparatoria desde el 2 de marzo de 1828. Se
escogió la iglesia de San Francisco de Ocaña para realizar las sesiones de la
Gran Convención; y fueron elegidos el doctor José María del Castillo y Rada
para la Presidencia y el doctor Andrés Narvarte para la Vicepresidencia. La
Convención nombró 4 secretarios: Luis Vargas Tejada, Manuel Muñoz, Rafael
Domínguez y Mariano Escobar. Ante la renuncia de Muñoz, fue reemplazado
posteriormente por el diputado Juan de Dios Aranzazu. Durante las sesiones de
la Convención se manifestó un ambiente difícil, de pugnas, partidismos
políticos y recriminaciones personales. Inicialmente la Convención se dividió
entre los bolivarianos y los santanderistas. Los primeros eran partidarios de la
Constitución Boliviana y de la asignación de facultades extraordinarias pa ra
Bolívar, con el fin de restaurar el orden y la conciliación nacional; encabezaba
esta corriente el doctor José María del Castillo y Rada. Los segundos,
partidarios del sistema constitucional basado en la división de los poderes
públicos, estaban agrupados alrededor del general Francisco de Paula
Santander, Vicente Azuero, Francisco Soto, Diego Fernando Gómez y otros.
También se formó un grupo de moderados o neutrales, entre quienes se
distinguieron Joaquín Mosquera, Rafael Mosquera y Juan de Dios Aranzaz u.
En estas divisiones participaban venezolanos, granadinos, ecuatorianos y
panameños en uno u otro partido. El Libertador Simón Bolívar se trasladó a
Bucaramanga, desde donde tuvo conocimiento permanente de todos los hechos
acaecidos en Ocaña. Las divergencias se intensificaron cuando se presentó el
problema de la reforma de la Constitución de Cúcuta y el cambio hacia un
sistema federal, contrario al centralismo instaurado en 1821. Se presentaron 2
proyectos de reforma constitucional: el de los federalista s defendido por el
doctor Vicente Azuero y el de los centralistas por el doctor José María del
Castillo y Rada; alrededor de cada uno de los proyectos se aglutinaron los
santanderistas y los bolivarianos. El proyecto de la llamada Constitución
Azuerina propuso un sistema federal para Colombia, la disminución de poderes
al Ejecutivo, el cual tendría un período de 4 años, el fortalecimiento de los
departamentos y la elección de los cargos de los altos funcionarios del Poder
Judicial. Este proyecto fue redactado por los diputados Azuero, Soto, Liévano,
Del Real y López Aldana. Por su parte, el grupo bolivariano defendió la
reforma constitucional presentada por el doctor José María del Castillo y Rada,
de tendencia centralista, la cual sostuvo la necesidad de un Ejecutivo poderoso
para la defensa de la unidad nacional. Los bolivarianos propusieron: un gran
poder político para el presidente de la República, quien sería elegido para un
período de 8 años; derechos al presidente para ser colegislador; derechos al
presidente con facultades extraordinarias en tiempo de guerra y reunión anual
de las asambleas departamentales. Este proyecto además, daba un carácter
vitalicio a los magistrados de la Alta Corte de Justicia. Los debates se hicieron
cada vez más intensos, manifestándose las divergencias entre centralistas y
federalistas, bolivarianos y santanderistas, dictatoriales y constitucionalistas y
otras. Los santanderistas tildaron el proyecto de los bolivarianos como «...más
monárquico que la Constitución Boliviana...». A pesar de los diálogos entre
Santander, Castillo y Rada y algunos de sus seguidores, los bolivarianos
desintegraron el quórum reglamentario, considerando necesario el fracaso de la
Convención para salvar la unidad nacional ante los intereses federalist as. El
diputado Diego Fernando Gómez presentó un acto adicional a la Constitución
de Cúcuta, el cual no pudo ser aprobado por la ausencia de los bolivarianos. En
el Acta del 10 de junio de 1828 se protocolizó la disolución de la Convención
de Ocaña. El grupo bolivariano expresó su posición de retiro de la Convención,
como un deber para «salvar la patria». Los diputados santanderistas protestaron
a su vez contra la resolución de los bolivarianos, considerada contraria a los
intereses de la nación colombiana. Así fracasó la Convención y se abrió el
camino para la dictadura, la crisis y la desintegración de Colombia, ese gran
estado nacional que se había convertido en el sueño político del Libertador
Simón Bolívar.

Temas relacionados: La Cosiata; Gran Colombia.


A u t o r : Javier Ocampo López
B i b l i o g r a f í a d i r e c t a : Academia colombiana de historia. Segundo Congreso
Grancolombiano de Historia: Sesquicentenario de la Convención de Ocaña, 1828 -1978.
Bogotá: Biblioteca de Historia Nacional, 1978; Botero Saldarriaga, Roberto. El Libertador
Presidente. Bogotá: Talleres de la Librería Nueva, 1932; Guerra, José Joaquín. La
Convención de Ocaña. Cali: Biblioteca del Banco Popular, 1978. 2 vols.; Medina Chirinos,
Carlos. La Convención de Ocaña: palabras sobre su disolución. Maraca ibo: El Siglo, 1911;
Núñez Peláez, Alfonso. La gran Convención de Ocaña. Bogotá: Clac Impresores, 1978;
Peru de Lacroix, Luis. Diario de Bucaramanga. Caracas: Comité Ejecutivo del Bicentenario
de Simón Bolívar, 1982, Rodríguez, José Santiago. La Convención de Ocaña: diario del
Ledo. José Santiago Rodríguez. Caracas: Tip. Americana, 1934; Urdaneta, Amenodoro. La
convención de Ocaña, y la dictadura de Bolívar. Caracas: Tip. Washington, 1900; Vásquez,
Francisco de Paula. Devocionario patriótico: comentarios so bre la Convención de Ocaña,
años, 1828, 29 y 30. Barquisimeto: Tip. Nicolás Vásquez, 1927.
Volver al tope
onvención de Ocaña
Bolívar, Simón, gobiernos de
1813-1830

A partir de 1813 y hasta unos meses antes de su muerte en 1830, Simón Bolívar
ejerció el poder supremo en Venezuela (y luego en la Gran Colombia) en varias
oportunidades y con diversas denominaciones, aunque no fue de un modo
continuo. Desde comienzos de marzo hasta comienzos de agosto de 1813, en su
condición de brigadier general nombrado por el Congreso de la Nueva Granada
y como jefe del Ejército Libertador, Bolívar asume el mando del territorio
venezolano que va libertando en el curso de la Campaña Admi rable. El 6 de
agosto entra victorioso en Caracas y el 8 anuncia en una proclama, que la
República de Venezuela ha renacido bajo los auspicios de Congreso
neogranadino; poco después crea 3 Secretarías para el despacho de los asuntos
gubernativos: la de Guerra y Marina, la de Estado, Relaciones Exteriores y
Hacienda y la de Gracia, Justicia y Policía. El 13 de ese mismo mes incita al
letrado Francisco Javier de Ustáriz a redactar un plan de gobierno provisorio
para Venezuela. La autoridad de Bolívar se extiende sobre las provincias de
Mérida, Margarita y Trujillo y sobre las porciones libertadas de las provincias
de Barinas y de Caracas. El general Santiago Mariño, que de enero a agosto de
1813 ha libertado la zona nororiental de Venezuela, ejerce el mando su premo
en dicha zona desde la ciudad de Cumaná. Las provincias de Guayana y de
Maracaibo siguen en poder de los realistas, así como ciertos lugares de la de
Caracas, como es el caso de Coro y Puerto Cabello. El 14 de octubre de 1813,
las autoridades civiles de Caracas en nombre del pueblo venezolano nombran a
Bolívar capitán general de los Ejércitos de Venezuela y le confieren el título de
Libertador; a partir de ese momento, usa en los documentos oficiales la
fórmula «Simón Bolívar, Libertador de Venezuela y general en Jefe de sus
Ejércitos». El 2 de enero de 1814, ante una Asamblea popular reunida en el
convento de San Francisco de Caracas, Bolívar da cuenta de sus actuaciones
como general y como gobernante, y los 3 secretarios rinden también informes
de lo realizado en sus respectivos despachos; la Asamblea confirma a Bolívar
en el mando del Estado y de las Fuerzas Armadas de la República. Tanto el
acto del 14 de octubre de 1813 como el del 2 de enero de 1814 tienen por
resultado que la autoridad que había venido ejerciendo Bolívar como brigadier
de la Nueva Granada emanase ahora de un mandato del pueblo venezolano. El
Libertador inicia conversaciones con los emisarios del general Santiago Mariño
y luego con este general mismo, a fin de lograr un acuerdo que unifique los
gobiernos de oriente y del centro-occidente para constituir un solo Estado de
Venezuela; aunque los 2 jefes obran de acuerdo en las operaciones militares, la
unificación política no se lleva a cabo. Con la Emigración a Oriente, a partir
del 7 de julio de 1814, Bolívar pierde la sede del gobierno (Caracas) y en la
práctica ejerce el mando solamente del ejército. En los primeros días de
septiembre, Bolívar y Mariño ven su autoridad desconocida por sus
compañeros de armas, y ya sin mando efectivo ni en lo político ni en lo militar,
se embarcan en Carúpano hacia Cartagena de Indias (8.9.1814). El 3 de mayo
de 1816, Bolívar desembarca en el puerto margariteño de Juan Griego a la
cabeza de la Expedición de Los Cayos, en compañía del general Mariño. E l día
6, en una Asamblea celebrada en Santa Ana del Norte, el Libertador es
ratificado como jefe supremo de la República y de los Ejércitos. Pero las
circunstancias de la guerra no le permiten constituir un gobierno estable
durante todo el resto del año 1816 y los primeros meses de 1817; en la práctica,
él ejerce solamente el mando de las fuerzas que se hallan a sus órdenes
inmediatas y a veces, ni siquiera esto, como ocurre en julio de 1816 después de
las derrotas de Los Aguacates y de Ocumare de la Costa, que lo obligan a
buscar refugio y recursos de nuevo en Haití. Durante todo este período, lleva el
título que le había sido conferido en Santa Ana del Norte. El 28 de diciembre
de 1816, habiendo llegado a la isla Margarita al mando de la Expedición de
Jacmel, dirige una proclama a los venezolanos anunciando su propósito de
convocar al Congreso Nacional; pero las circunstancias de la campaña en tierra
firme no hacen factible llevarlo a cabo por entonces; tampoco logra
consolidarse el intento del Congreso de Cariaco para restablecer el régimen
federal de la Primera República (8-9.5.1817) nombrando a Bolívar como uno
de los triunviros en compañía de Fernando Rodríguez del Toro y de Francisco
Javier Mayz. A mediados de 1817, con la entrada de las fuerzas republi canas
en la ciudad de Angostura evacuada por los realistas (18 julio) y luego en los
castillos de la antigua Guayana (3 agosto), la República renace en Guayana.
Bolívar establece la sede del gobierno en Angostura, que se convierte en la
capital de la Venezuela republicana. Con el título de jefe supremo de la
República que le había sido conferido anteriormente en Santa Ana del Norte y
que no había dejado de llevar, el Libertador rige el Estado y comanda el
Ejército hasta febrero de 1819. Para la mejor organi zación de las Fuerzas
Armadas crea el 24 de septiembre de 1817 el Estado Mayor General; para la
administración de justicia restablece el Poder Judicial por decreto (6.10.1817);
y a fin de que supla «...en parte las funciones del cuerpo legislativo...», Bol ívar
crea el 30 de octubre de 1817 el Consejo de Estado, cuya sede permanente está
en Angostura y que sesiona también durante los períodos en los cuales el
Libertador sale a campaña. Consta este Consejo de 3 secciones: la primera, de
Estado (Relaciones Exteriores) y Hacienda; la segunda, de Marina y Guerra; la
tercera, de Interior y Justicia. El 5 de noviembre de 1817, hallándose en
Angostura, completa la organización de los poderes públicos creando un
Consejo de Gobierno formado por un presidente y 2 vocal es, que son,
respectivamente, el almirante Luis Brión, el general de división Manuel
Cedeño y el intendente general Francisco Antonio Zea; este cuerpo ejecutivo
asegura la continuidad en las funciones de la Administración Pública cuando
Bolívar sale a campaña. En este caso, el Libertador transmite sus órdenes y
disposiciones como primer magistrado a través del secretario de Estado de
Guerra y Marina o del jefe del Estado Mayor General, quienes le acompañan.
En octubre de 1818, informa al Consejo de Estado su propósito de convocar a
elecciones para la reunión del Congreso Nacional; aprobada esta medida, se
elabora un reglamento electoral y habiéndose llevado a cabo los comicios en el
territorio libre de la República y en cada una de las divisiones de las Fuer zas
Armadas, los diputados se van congregando en Angostura a comienzos de
febrero de 1819. El 15 de febrero de 1819 el Libertador instala el Congreso con
la pieza oratoria conocida como Discurso de Angostura, le somete un proyecto
de Constitución Nacional, y renuncia ante el cuerpo a su condición de jefe
supremo de la República, entregando al presidente del Congreso, Francisco
Antonio Zea, su bastón de mando de general. Por sugerencia de Bolívar, el
Congreso pasa de inmediato a designar un presidente interi no de la República;
Zea es elegido por aclamación y Bolívar procede a tomarle juramento y se
retira. El Congreso entra a debatir la elección de presidente de la República y
acuerda que mientras duren los debates se le pida a Bolívar que reasuma el
poder por 24 o 48 horas. A pesar de que el Libertador, de palabra y por escrito,
insistió en su renuncia e instó por el nombramiento de Zea como presidente
titular, el Congreso lo nombró a él; el 17 de febrero Bolívar se juramentó como
presidente de Venezuela. A partir de ese momento, usará en los documentos
oficiales la denominación de «Libertador Presidente de la República de
Venezuela» y así refrenda el 21 de febrero de 1819 un Reglamento provisional
para la Presidencia de la República, que el Congreso había apr obado el día 18.
Cuando el Libertador sale a campaña poco después, Zea (que había sido
elegido vicepresidente de la República) queda a la cabeza de la administración
en la capital, mientras que Bolívar recibe del Congreso facultades
extraordinarias para la conducción de la guerra. Después de la liberación de la
Nueva Granada en agosto de 1819, Bolívar nombra al general Francisco de
Paula Santander vicepresidente de la Nueva Granada. Durante los meses
siguientes, siempre ejerce el mando supremo tanto en Vene zuela como en la
Nueva Granada. El 17 de diciembre de 1819, a proposición de Bolívar, el
Congreso de Angostura crea la República de Colombia (hoy llamada
históricamente Gran Colombia) con los territorios de Venezuela, Nueva
Granada (que es denominada en esa época Cundinamarca) y Ecuador. Desde
ese momento, encabeza Bolívar sus documentos como «Libertador Presidente
de la República de Colombia»; debe tenerse en cuenta, sin embargo, que su
autoridad sólo se ejercía de hecho en los territorios ya libres de Ven ezuela y
Nueva Granada. El 6 de enero de 1820, el Congreso de Angostura le ratifica el
título de Libertador. Mientras Bolívar está en campaña, dirigen la
Administración Pública un vicepresidente de la República con sede en
Angostura (que es entonces Juan Germán Roscio) y Santander como
vicepresidente de la Nueva Granada. En su calidad de presidente de la Gran
Colombia, suscribirá Bolívar el 25 y el 26 de noviembre de 1820 los Tratados
de Armisticio y de Regularización de la Guerra concluidos con el general en
jefe realista Pablo Morillo. El 1 de mayo de 1821, desde Barinas, Bolívar le
escribe al presidente del Congreso Constituyente que iba a reunirse en Cúcuta
presentando la dimisión a la Presidencia de la República a fin de consagrarse
exclusivamente a la conducción de la guerra, pero el Congreso no acepta su
dimisión y le ratifica en el cargo. Pocos meses después, el mismo cuerpo lo
elige formalmente presidente de la República (7.9.1821) y vicepresidente al
general Santander. El 3 de octubre, el Libertador se juramenta en Cúcuta ante
el Congreso, el cual le confiere el día 9 facultades extraordinarias para actuar
en los territorios donde él opere a la cabeza del ejército. Poco después Bolívar
se pone en marcha para libertar el sur de la Nueva Granada y la r egión de
Quito. Durante la denominada campaña del Sur (Ecuador y Perú), el Libertador
no ejercerá mando civil en la Gran Colombia y por consiguiente tampoco en
Venezuela, integrada entonces a dicha República. El general Santander queda a
la cabeza de la administración como vicepresidente de la República encargado
del Poder Ejecutivo. Mientras Bolívar adelanta la campaña libertadora del
Perú, el Congreso de la Gran Colombia, con sede en Bogotá, le suspende el
ejercicio de las facultades extraordinarias (las cuales le permitían obtener
recursos del Ecuador); Bolívar recibe esta noticia en Huancayo (Perú) el 24 de
octubre de 1824. Después de la batalla de Ayacucho (9.12.1824), Bolívar envía
desde Lima su dimisión de la Presidencia de Colombia, en comunicación
oficial dirigida al presidente del Senado (22.12. 1824). No le es admitida, y en
ausencia suya (mientras él recorría el Perú y Bolivia) se llevan a cabo en la
Gran Colombia elecciones para la Presidencia y Vicepresidencia. Bolívar
obtiene una gran mayoría de los votos en los Colegios Electorales de toda la
nación a fines de 1825, resultando así presidente electo; la elección de
vicepresidente es más reñida y aun cuando Santander es el candidato
favorecido con el mayor número de votos, no alcanza a recibir lo s dos tercios
del total, por lo cual el Congreso reunido en Bogotá en 1826 perfecciona la
elección designándolo vicepresidente. Durante todo este proceso eleccionario
Santander permanece a la cabeza del Estado. A consecuencia de los sucesos de
La Cosiata el Libertador regresa a la Gran Colombia, llega a Bogotá el 14 de
noviembre de 1826 y recibe el Poder Ejecutivo de manos de Santander. Pocos
días después, el 25, sale hacia Venezuela, provisto de facultades
extraordinarias para restablecer la paz en su país natal. Santander vuelve a
encargarse de la Presidencia durante la ausencia de Bolívar, y ejerce el mando
sobre Nueva Granada y Ecuador, mientras Bolívar lo ejerce en Venezuela;
durante ese período el Libertador tiene a su lado, como secretario general, a
José Rafael Revenga. Por la vía de Maracaibo y Coro llega a Puerto Cabello,
donde el 1 de enero de 1827 expide un decreto de amnistía para quienes han
participado en el movimiento de La Cosiata. Reconocida y acatada su autoridad
por el general José Antonio Páez, en compañía del cual entra en Caracas el 10
de enero, el Libertador ejerce el mando en Venezuela en virtud de las
facultades extraordinarias de que había sido investido como presidente de la
Gran Colombia. El 6 de febrero de 1827, desde Caracas, rem ite su renuncia a la
Presidencia de la República al Congreso reunido entonces en Bogotá, pero
dicho cuerpo no se la acepta y lo incita, el 6 de junio de 1827, a regresar a
aquella capital para posesionarse de la Presidencia; durante esos meses se ha
ensanchado el distanciamiento político entre Bolívar y Santander, cuyas
relaciones de amistad quedan rotas. Bolívar sale de Venezuela el 5 de julio de
1827 y por la vía de Cartagena se dirige a Bogotá, donde llega el 10 de
septiembre de 1827 y toma posesión de la Presidencia ante el Congreso; ese
mismo día, Revenga presenta al Poder Legislativo una exposición de lo
realizado por Bolívar durante su reciente permanencia en Venezuela. El 14 de
marzo de 1828, el Libertador sale de Bogotá hacia Bucaramanga, donde
permanece hasta el 9 de junio; durante ese período se comunica oficialmente
con los ministros y otras autoridades a través del general Carlos Soublette,
quien desempeña a su lado las funciones de secretario general. Después del
fracaso de la Convención de Ocaña, que se ha disuelto sin haber logrado
aprobar una nueva Constitución, Bolívar es llamado a Bogotá, a donde llega el
24 de junio de 1828, encargándose de inmediato del Ejecutivo con el carácter
de dictador para salvar a la República, como se hacía en la a ntigua Roma. El 27
de agosto de 1828, expide un decreto orgánico por el cual reglamenta sus
funciones como jefe de Estado mientras duren las circunstancias excepcionales
entonces vigentes. El 20 de septiembre de 1828 reorganiza el gobierno, creando
un Consejo de Estado cuya presidencia ejerce el propio Bolívar cuando está en
la capital y en su ausencia lo preside el ministro secretario de Estado más
antiguo. Durante esta época, Bolívar es designado oficialmente Libertador
Presidente de Colombia. Luego de superada la situación de emergencia
producida por el atentado del 25 de septiembre de 1828, Bolívar convoca el 24
de diciembre de ese año a elecciones para diputados a un Congreso
Constituyente cuya reunión está prevista para el 1 de enero de 1830. El 25 de
diciembre de 1828 sale de Bogotá hacia Ecuador, amenazado por la invasión de
fuerzas peruanas, y allí permanece hasta fines del año 1829. Durante ese
período, se halla a su lado, como secretario general, José Domingo Espinar, a
través del cual mantiene constante comunicación de oficio con el Consejo de
Gobierno de Bogotá, que tiene a su cargo la administración de los asuntos
corrientes y con otros altos funcionarios, entre los cuales se destaca el general
José Antonio Páez, quien ejerce en Venezuela la máxi ma autoridad con el título
de jefe civil y militar de los Departamentos del Norte. El 15 de enero de 1830,
Bolívar llega de regreso a Bogotá, donde días después se instala el Congreso
Constituyente al cual dirige un mensaje sobre el estado de la República,
amenazada de disolución; pocas semanas antes, a fines de noviembre de 1829,
había renacido en Venezuela con mayor ímpetu el movimiento separatista,
acaudillado por el general Páez; de hecho, la autoridad de Bolívar fue
desconocida desde entonces por las autoridades de Venezuela, y esta se
reconstituyó como Nación independiente desvinculada de la Gran Colombia. El
27 de abril de 1830 el Libertador presenta ante el Congreso su renuncia a la
Presidencia de la República, y el 8 de mayo sale de Bogotá hacia Car tagena.
Desde ese momento, no volverá a ejercer el mando del Estado. A comienzos de
septiembre, se producen pronunciamientos en Bogotá y otras poblaciones de
Nueva Granada y Ecuador, llamándole a encargarse nuevamente del gobierno y
el general Rafael Urdaneta ejerce provisionalmente la jefatura del Estado en
Bogotá mientras se espera que regrese Bolívar. Pero, el 25 de septiembre de
1830 este ratifica desde Cartagena su decisión de no encargarse de nuevo del
Poder Ejecutivo.
Temas relacionados: Atentado del 25 de septiembre de 1828; Berruecos;
Campaña Admirable; Campaña libertadora de la Nueva Granada; Campañas
terrestres de la Independencia; Carta de Jamaica; Casa Fuerte de Barcelona;
Ciudadela de Caracas; Congreso Admirable; Congreso de Angostura; Congreso
de Cariaco; Congreso de Cúcuta; Decreto de Guerra a Muerte; Discurso de
Angostura; Emigración a Oriente; Entrevista de Bolívar y Morillo; Expedición
de Jacmel; Expedición de Los Cayos de San Luis; Gran Colombia; La Cosiata;
Libertador, título; Manifiesto de Cartagena; Países bolivarianos; Rebelión
realista de 1813-1814; República de las Floridas; Retirada de los seiscientos;
Revolución independentista; Segunda República; Sitios de Puerto Cabello;
Tercera República; Tratados de Trujillo.
A u t o r : Fundación Polar
VIOLENCIA DE GENERO
El 25 de noviembre se conmemoró el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia
contra la Mujer, una iniciativa que se empezó a construir en el año 1981 por el Movimiento
Feminista Latinoamericano.

Surgió en protesta contra el asesinato de las hermanas Patria, Minerva y María Teresa
Mirabal en República Dominicana en el año 1960 y que fue reconocida como fecha oficial
por la Organización de Naciones Unidas en el año 1999.

La Organización Mundial de Salud en el año 1996 había reconocido que la Violencia contra
la mujer era un problema de salud pública y en el año 2013 la OMS publicó un informe que
reafirma dicha problemática en dónde se señala que la violencia física y sexual es un
problema de salud pública que afecta a más de un tercio de la población femenina a nivel
mundial.

Esmeralda Baute, miembro del Observatorio Venezolano de Violencia explica "desde la


perspectiva de la salud pública, el análisis de la violencia, debe partir de que se trata de un
fenómeno o evento predecible y por lo tanto prevenible para controlarlo y contribuir a su
disminución, ya que se traduce en muertes, enfermedad y disminución en calidad de vida".

El informe de la OMS se detallaba el impacto de la violencia sobre la salud física y mental


de las mujeres y niñas. Ese impacto puede ser de fracturas en cualquier parte del cuerpo
hasta complicaciones con el embarazo, problemas mentales y deterioro en el
funcionamiento social.

"Estos hallazgos envían un fuerte mensaje a la población y, sobre todo a los organismos
responsables de evitar estos conflictos. La violencia contra la mujer es un problema de
salud mundial con proporciones inmensas, que podría incluso llegar a interpretarse como
una pandemia", señaló Baute. "También se puede ver que los sistemas de salud en el
mundo pueden hacer mucho más por las mujeres que sufren de violencia", afirmó.

En Venezuela, no hay una medida exacta de cuantas mujeres sufren de violencia de género.
"Un último informe, publicado en julio, el cual llegó al observatorio, contabiliza que en lo
que va de 2019 se han cometido 130 hechos compatibles con femicidios", explica
Esmeralda.

Existe una necesidad urgente de mejorar la atención hacia las mujeres que han sido
víctimas de violencia. "Estas mujeres buscan a menudo atención médica sin revelar
necesariamente la causa de sus lesiones o problemas de salud", indicó Baute. En el informe
se destaca la importancia de añadir a los programas de salud a las víctimas de violencia.

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