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La Casa Macabra

Hace muchos años, en la esquina de las calles de Aldama y Obregón del Centro
Histórico de San Luis Potosí, existía una finca que albergaba una cantina de mala
muerte llamada “La Linterna Roja”. El atractivo del lugar consistía en los servicios
que ofrecían mujeres de la vida galante.
Lo tenebroso del lugar es que muchos de los forasteros, ya bajo los efectos del
alcohol, eran privados de sus pertenencias y en el peor de los casos, asesinados.
Los cuerpos eran enterrados en la misma cantina, por un hombre llamado Mauro
Lara, quien era el dueño de dicho establecimiento.
De esta manera tan ilícita logró amasar una gran fortuna, misma que no pudo
disfrutar debido a que una de las damiselas que trabaja para él lo asesino a causa
de una disputa que tuvieron. Ella terminó en la cárcel y Mauro, a diferencia de sus
víctimas, fue enterrado en el cementerio.
Tras estos macabros sucesos, la casa quedó abandonada, debido a que todos
aquellos que la ocupaban, quedaban aterrados con el ruido de golpes, pleitos y
demás situaciones sin explicación que interrumpían el silencio de la noche.
Además, se reportó el insistente tintineo de monedas, por lo cual algunos se
atrevieron a escarbar en su interior en búsqueda de la fortuna que dejó Mauro
Lara, pero nadie pudo dar con el mentado tesoro.
Tiempo después fue demolida y en su lugar se levantó una mansión que fue
residencia de la familia Almanza, en la cual además del golpeteó de monedas, se
oían cadenas arrastrándose por la casa. A su tiempo, dicha finca sufrió el mismo
destino que la canita: fue derrumbada y en su lugar se levantó el edificio que
actualmente ocupa una institución bancaria.
Algunos transeúntes que han pasado a la media noche, juran que a través de las
ventanas han podido observar veladoras que se pasean sostenidas por manos
descarnadas acompañadas de sonidos de ultratumba que rompen la quietud de la
noche.
La batalla de San Luis

Año de 1863. La patria mexicana se encontraba en pie de guerra resistiendo la


invasión francesa que era apoyada por el clero mexicano de la Iglesia Católica y
los militares adeptos al partido Conservador. El escenario era desalentador.
Puebla, que un año atrás había logrado una victoria bajo el mando del general
Zaragoza, ahora estaba en manos de los franceses.

El presidente Juárez tuvo que abandonar la ciudad de México para dirigirse a San
Luis Potosí, llegando a la capital potosina. el 9 de junio de 1863, donde estableció
la capital provisional de la República y de esta manera continuar la defensa del
territorio nacional. Sin embargo, 6 meses después, las fuerzas enemigas
avanzaban nuevamente con dirección a San Luis.

Las tropas imperialistas venían dirigidas por el general conservador Tomas Mejía,
quien ocupó Villa de Reyes mientras su vanguardia se establecía en Santa María
del Río. Benito Juárez se encontraba en el teatro Alarcón cuando fue alertado del
inminente peligro. Era 22 de diciembre.

Ante el riego que implicaba su captura, Juárez decidió abandonar San Luis con
rumbo a Saltillo. Mientras tanto, la defensa de la ciudad quedó a cargo del general
Miguel Negrete, el cual en el pasado había sido enemigo de Juárez, ya que este
había pertenecido al bando de los conservadores. Sin embargo, al saber que su
partido estaba apoyando la invasión francesa, decidió unirse a los liberales, lo cual
sentenció con las siguientes palabras. “Yo tengo Patria, antes que partido”.

Para defender la ciudad, el general Miguel Negrete contaba con el apoyo el apoyo
del gobernador de San Luis, don Francisco Aldalde,. Bajo su mando tenían 4000
hombres, con gran cantidad de municiones y el apoyo de 9 piezas de artillería.

Analizaron la estrategia a seguir. Primero pensaron en resistir dentro de la ciudad,


pero tomaron la decisión de abandonarla simulando una retirada, para dejar que
las fuerzas enemigas entraran y posteriormente regresar tomándoles por sorpresa.
En absoluto silencio las fuerzas republicanas abandonaron la ciudad en la noche
del 23 de diciembre. Dos días después, entró en la capital potosina el general
Mejía al frente de 1500 soldados y 6 piezas de artillería. Los potosinos que
apoyaban la invasión francesa engalanaron su entrada con entusiastas
aclamaciones.

El día 27 las tropas republicanas regresaron para retomar la ciudad apoyadas por
refuerzos de Zacatecas, con lo cual aumentaron a 5000 el número de efectivos. El
general Negrete decidió dividir sus fuerzas en 3 grupos de ataque. El primero,
dirigido por él mismo, entraría por la calle de la Maltos, actual Avenida Carranza.
El segundo grupo, a cargo de Don Luis Ghilardi avanzaría por la plazuela de la
compañía, donde se ubica la actual plaza de fundadores. El último grupo,
comandado por el general alcalde, marcharía sobre las calles aledañas al ex
convento del Carmen.

Pero la sorpresa que con tanto esmero habían preparado resultó un rotundo
fracaso, pues las tropas de Mejía ya les esperaban listas para el combate, debido
a que uno de sus cuerpos de caballería apostado en el poblado de Bocas, había
descubierto el movimiento. Las tropas republicanas se toparon de frente contra los
batallones imperialistas que se encontraban guarecidos en los ex conventos de El
Carmen, San Agustín, San Francisco, además de Catedral, y los palacios de
Gobierno y municipal. En las calles principales se habían levantado barricadas.
Desde tan formidables defensas abrieron fuego, con el cual hicieron retroceder a
las fuerzas juaristas.

Ante la retirada, Negrete arengó a sus soldados para que avanzaran una segunda
y tercera vez. El combate alcanzó su punto álgido cuando un batallón de
zapadores logró tomar una barricadas para permitir el avance de las tropas hacia
la plaza de armas, donde el intenso tiroteo no cesaba. Los republicanos
disparaban desde las trincheras, pero ante la férrea defensa presentada por los
imperialistas no tuvieron más opción que la retirada.

Trató Negrete en valde de conservar sus posiciones con apoyo de la artillería,


pero una carga de caballería enemiga finiquitó la batalla, forzándolo a la retirada
total, dejando tras de sí 200 muertos, una gran cantidad de municiones y sus 9
cañones. La ciudad, cubierta de los cuerpos de ambos bandos, quedó en manos
de los imperialistas. Así concluyó la batalla de San Luis, un episodio que tuvo
como escenario algunas de las principales plazas y calles de nuestro hermoso
Centro Histórico.

El callejón de los espantos

María de Ayala, era una joven que soñaba con llegar al casorio. Durante su
adolescencia espero con ejemplar paciencia por el hombre de su vida. Al
transcurrir de los años se convirtió en una mujer madura cuya esperanza de
casarse desaparecía año con año. Casi se resignaba a la idea de que su soltería
la seguiría por el resto de su vida, cuando apareció en el horizonte el capitán
segundo de milicias, don Abel Correa, quien la cortejó por un breve tiempo, para
posteriormente tomarla por esposa. Ya casados, la llevó a vivir con él al callejón
de la Zarzosa.

Doña María llegó al altar sin conocer plenamente al hombre con el que se estaba
casando, pues al llegar al lecho hogareño despertó del sueño de amor en el que
se había sumergido para darse cuenta de que su esposo tenía una alma terrible y
violenta. Aquel hombre, mas que una casa, proveyó una cárcel a su resignada
esposa. No le permitía salir a la calle, ni siquiera asomarse a la ventana. Además,
este perverso hombre tomaba cualquier pretexto para propinarle una seguidilla de
golpes.

Este constante martirió provocó que doña María no diera hijos, y ante tan
miserable vida que llevaba, comenzó a buscar la manera de cobrar venganza.
Pero para ello necesitaba salir de esa casa que tenía por prisión. Para ello
aprovechó que su esposo salió muy temprano con rumbo al cuartel. Subió a la
azotea y desde ahí descubrió que en uno de los patios vecinos había una mujer
practicando artes oscuras. La bruja le invitó a bajar. Doña María descendió y tras
una charla creyó encontrar en esta sabia de la noche la solución a sus problemas
maritales.
De ella aprendió toda clase de sortilegios, embrujos y encantos, bajo la tutela de
su maestra. Aprendió a contactar espíritus infernales y reconocer los usos
esotéricos de diversas hierbas. Todo este demoniaco arsenal lo uso para doblegar
el alma iracunda de su esposo, convirtiéndolo en un hombre apacible y amable
cuyo único interés ahora era el hacer feliz a su esposa. Al pasar los días, el
semblante de aquel gallardo capitán comenzó a decaer hasta el cansancio, siendo
recurrentes sus salidas al patio para tomar el sol.

Tanta brujería provocó que en el callejón comenzaran a manifestarse diversos


fenómenos paranormales, como el sonido de cadenas que se arrastraba por la
calle o sombras que se proyectaban en las paredes, espantando a todos aquellos
que transitaban durante la noche.

Los vecinos dieron queja a las autoridades de lo sucedido. El alcalde mandó al


jefe de los serenos a corroborar los hechos, y cual fue su sorpresa que en la
misma noche logró ver en compañía de los vecinos unas bolitas de fuego que
brincaban por arriba de las azoteas acompañadas de palabras maldicientes. Los
niños comenzaron a llorar mientras sus aterradas madres les abrazaban.

Al observar el trayecto de estas luces, lograron percibir que el origen se


encontraba en el patio de la casa del capitán Correa. Tocaron a la puerta y al no
recibir respuesta decieron entrar en la casa. Brincaron a la azotea y estaban a
punto de bajar al patio cuando repentinamente un gran fulgor les cegó, y tras ello,
salió volando una figura oscura que reía a carcajadas. Soportando el miedo,
continuaron con su misión. Con sogas y escaleras descendieron, encontrando la
casa en total oscuridad. Unas pequeñas velas llamaron su atención y al entrar en
esa habitación iluminada, encontraron al capitán amarrado por las extremidades a
fuertes estacas sobre una cruz de tierra, con espinas largas y afiladas clavadas
sobre su cuerpo, pero de la bruja no había rastro alguno.

El capitán fue liberado y entregado a unos parientes que vivían en el Nuevo Reino
de León. No se supo más de él. En cuanto a la bruja, esta fue capturada al día
siguiente, cuando a la luz del día fue encontrada inconsciente dentro de la casa.
De ahí la llevaron a la casa de las Recogidas. Fue interrogada con brutales
torturas, pero ni un sonido de queja o clemencia salió de sus labios. Jamás volvió
a hablar. Terminó sus días dentro de una celda de este edificio. Por estos
escalofriantes sucesos, el callejón de Zarzosa se llegó a conocer como La Calle
de los Espantos.

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