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TEMA III LA REFORMA CATÓLICA

1.- INTRODUCCIÓN
Fue Leopoldo von Ranke el primero que, en 1838, designó con el nombre de contrarreforma al período comprendido entre el Concilio de
Trento y la paz de Westfalia (1545-1648), destacando lo que tenía de oposición a la reforma por antonomasia, la protestante. El término
resultó demasiado negativo para los historiadores católicos, pues parecía dar a entender que el fortalecimiento de la Iglesia Católica
sólo se produjo como una reacción contra la ruptura de la fe producida por Lutero.

Bajo la dirección de Luis von Pastor, los autores católicos se esforzaron en buscar otros nombres que expresaran mejor la costumbre de
la Iglesia Romana de reformarse a sí misma: surgen así denominaciones como restauración católica o verdadera reforma eclesiástica, con un
claro contenido ideológico. Tampoco tuvieron éxito los esfuerzos de los jesuitas Pedro Leturia y Ricardo García Villoslada, para que el
nombre de reforma católica se mantuviera, como más simple y apto.

En esta polémica se ha abierto paso la tesis de Hubert Jedin, según la cual la renovación del catolicismo de los siglos XVI y XVII es el
resultado de dos componentes: una corriente reformadora, surgida de la base eclesial sobre todo en España e Italia, fruto de un
impulso espiritual que afecta al papado e influye en el concilio de Trento, y la lucha contra el protestantismo después del tridentino. La
primera corriente es la que Jedin llama Reforma católica y la segunda Contrarreforma. Los dos términos no designan movimientos
separados, sino compenetrados entre sí, y sólo unidos pueden tener validez para definir una época histórica.

2.- UNA LLAMADA AL CONCILIO


En 1518 Lutero había apelado por primera vez a la autoridad del concilio como solución al problema que se había suscitado con sus
teorías. Lutero en su obra a la nobleza cristiana de la nación alemana sobre la enmienda de la cristiandad nos habla de un verdadero concilio
libre. Un concilio cristiano, es decir, general pero además basado en la autoridad de la Escritura; reunido en tierras alemanas, para
escapar del poder papal, pero también porque los alemanes, a diferencia de los italianos, representan la parte más sana de la
cristiandad.

El emperador Carlos V se sitúa en este camino. Para él y para sus ministros, un concilio es el único medio para rehacer la unidad del
imperio y de la cristiandad, no sólo condenando los errores de Lutero, sino obligando al papa y al clero a llevar a cabo reformas “in
capite et in membris”, que puedan acabar con el problema de los protestantes.

Los estamentos imperiales que no participaban de la Reforma estaban convencidos de que sólo una profunda reforma podía ayudar a
la iglesia y podía sanar sus crisis; esto sólo podía acaecer en un concilio, tal era la convicción firme de todos los círculos religiosos más
activos en Alemania.

Clemente VII no quería ni oír hablar de Concilio. Además del miedo que tenía a que se volviera a levantar la polémica sobre el
conciliarismo, tenía miedo a que se le pudiera reprochar la ilegitimidad de su nacimiento, y que era imposible hacer una reforma en la
iglesia sin que ésta le afectara a él directamente.

El segundo adversario al concilio era el rey francés Francisco I. No le interesaba que el emperador consiguiera calmar el problema
porque esto suponía aumentar su prestigio y su poder. La extensión de la Reforma en Alemania favorecía los intereses del rey francés
ya que debilitaba al emperador.

3.- EL PONTIFICADO EN LA PRIMERA MITAD DEL XVI


Los papas de este periodo presentan en general una personalidad bastante fuerte, superior a la de muchos de sus sucesores de los
siglos XVII y XVIII: energía indomable, sagacidad administrativa, espíritu de mecenazgo. Y a pesar de todo esto hasta 1534 se muestran
los papas sumamente débiles a la hora de afrontar la reforma de la iglesia: su interés está en otro lugar. La segunda mitad del XVI
cuenta, no obstante, con pontífices responsables de su misión, entre los que destacan Pío V, un verdadero santo; Gregorio XIII,
benemérito de los estudios eclesiásticos; Sixto V, con su acusada fibra de estadista. Entre las dos épocas, tan distintas, se alza Pablo III,
síntesis viva de las contradicciones de la época, que cierra la serie de los pontífices renacentistas y mundanos e inaugura la de los papas
de la Contrarreforma, que él fue el primero en tomar bajo su dirección.

En el solemne cortejo que se celebró con motivo de la toma de posesión de León X, se leía una pancarta: “Antes reinaba Venus y después
reinó Marte; ahora quien lleva el cetro es Palas atenea”. Así quedaba caracterizado los pontificados de Alejandro VI, 1492-1503; de Julio II,
1503-13, y de León X, 1513-21.
Julio II Delle Rovere –cuyo temperamento lo dejó plásticamente grabado Miguel Ángel en su Moisés- fue un hombre terrible, poderoso
y autoritario en sus planes y decididamente enérgico a la hora de llevarlos a la práctica. Se propuso dos objetivos: el embellecimiento
de Roma y la restauración de la autoridad pontificia dentro del Estado de la Iglesia, que él pretendía asegurar contra el poder de los
antiguos feudatarios e independizar de cualquier influencia extranjera. Con la colaboración de Miguel Ángel y de otros pudo cumplir
ampliamente su primer objetivo: ordenó la demolición de la vieja basílica de San Pedro y dio comienzo la construcción de la nueva.
Menos afortunada a pesar de las apariencias, resultó su acción política, que tras varias guerras, en el fondo no consiguió más que
sustituir el influjo francés por el español. Pero su principal error fue otro: haber dado de lado a la reforma religiosa y haber consumido
sus energías en algo que podrían haber sido los presupuestos, pero nunca el fin de su pontificado.
3.1.- León X (1513-1521)
Juan de Médicis, hijo de Lorenzo el Magnífico, fue creado cardenal a los trece años y Papa a los treinta y siete. Aunque limpio
personalmente de las manchas de Alejandro VI, instauró en la Curia un estilo de vida completamente mundano, entretejido por
cacerías, teatros y otras diversiones, gastando sin miramientos, hasta el punto de provocar aquella broma de que había derrochado tres
tesoros: el dinero que le dejara su antecesor, las rentas de su propio gobierno y las de su sucesor. Y no es que su comportamiento
cambiase después de 1517 (concilio V de Letrán), más bien al contrario, ya que problemas de fe quedaron pospuestos a cuestiones
políticas, como cuando el Papa, por no malquistarse con Federico el Sabio, no obró contra Lutero con la debida energía. Se preocupó
más por la elección del nuevo emperador que por el problema surgido en la Iglesia. Fue el papa de la bula Exurge Domine.

3.2.- Adriano VI (1522-1523)


El último de los papas no italianos, siguió una línea opuesta. Austero y severo, captó plenamente las exigencias del momento y trató
resueltamente de satisfacerlas a través de una firme política de reforma religiosa. Pero sus intentos fracasaron, bien por la brevedad de
su pontificado (apenas veinte meses), bien por su inexperiencia y su carácter, que le hacían más apto para la reforma de una diócesis
que para el gobierno de la Iglesia, bien por la energía con que pretendió eliminar los abusos, cosa que le procuró la enemistad de la
curia

Durante su pontificado se puso dos objetivos fundamentales: la continuación de la cruzada contra los turcos, y la reforma de la Iglesia.
Pero no tuvo éxito. El enfrentamiento entre Carlos V y Francisco I hizo inviable la cruzada y los turcos se apoderaron de Belgrado y de
la isla de Rodas. Contra el avance de los luteranos envió como legado a Francisco Chieregati a la dieta de Nuremberg para que rogase a
los Estados del Imperio que aplicasen el edicto de Worms e impidieran la difusión de la doctrina de Lutero, a la vez que hizo una
sincera confesión de culpabilidad. Falleció a los veinte meses de pontificado no pudiendo llevar a cabo la Reforma.

3.3.- Clemente VII (1523-1534)


Julio de Médicis nació en Florencia en 1478. Era hijo bastardo de Juliano Médicis recibió la misma educación que los hijos de Lorenzo
el magnífico de quien era sobrino y por lo tanto primo de León X. La restauración de su familia en el poder de Florencia en 1512 y la
elevación de su tío Juan al papado en 1513 con el nombre de León X, le posibilitó una rápida carrera eclesiástica. Fue nombrado
cardenal en 1513 y asesor íntimo de su tío. Se mostró siempre incierto, dubitativo, sin resolución. Tampoco él, aunque no merezca
grandes reproches en su vida privada, comprendió a fondo los tiempos, y se limitó a apoyar algunas iniciativas surgidas de abajo, sin
tener nunca el coraje de encararse de lleno con el problema de la Reforma.

Políticamente fue un hombre que intento acercarse al rey de Francia Francisco I en contra del emperador Carlos V. Esta política
terminó con el desastre del saqueo de Roma (Sacco di Roma) por parte de las tropas imperiales durante los días 6-9 mayo de 1527.
Durante su pontificado se produjo la expansión y consolidación del protestantismo. Además también se produjo el cisma de Inglaterra
con Enrique VIII.

Según el juicio de Ranke, estamos ante uno de los papas más funestos de la historia de la Iglesia, sobre todo porque no dio ningún paso
para la renovación de la misma ni quiso la celebración del concilio. Pensó que la unidad de la iglesia podía conseguirse por medios
políticos y diplomáticos. He aquí su gran fallo: confiar más en los medios políticos que en los eclesiásticos para solucionar un problema
teológico y eclesial.

3.4.- Pablo III (1535-1549)


Alejandro Farnese nació en Canino (Viterbo) en 1468 de una familia noble Romana. Pronto comenzó a acumular pingües prebendas y
beneficios. Inocencio VIII le nombró protonotario apostólico. Alejandro VI le creó cardenal con el título de San Cosme y San Damián en
1493. Además le concedió los obispados de Corneto y Montefiascone y le nombró tesorero de la Cámara Apostólica. Julio II le otorgó el
rico obispado de Parma en 1509 y obtuvo ricos beneficios en los pontificados de León X y Clemente VII. En el año 1513 puso fin a sus
relaciones con sus amantes (dos personas distintas y no identificadas) con las que había tenido cuatro hijos naturales: Pedro Luis,
Octavio; Ranucio y Constanza. En 1519 se ordenó de presbítero, dedicando sus esfuerzos a la actividad diplomática. Durante sus
primeros años de pontificado nombró cardenales a sus dos nietos adolescentes (Alejandro Farnese y Guido Ascanio Sforza) y a varios
sobrinos. Practicó el nepotismo con descaro nombrando cardenales a sus familiares y repartiendo los Estados Pontificios entre sus
hijos. A su favor podemos destacar que fue el Papa del concilio de Trento. Fue un hombre excelente conocedor de las personas y de las
situaciones, inteligentísimo sin ser para nada un intelectual, enérgico a pesar de su aspecto físico de aparente debilidad como aparece
en los retratos de Tiziano. Se le puede reprochar, además de practicar el nepotismo, como ya hemos apuntado, perplejidades en la
orientación general de su actuación, que fueron aumentando con el paso del tiempo y retrasando siempre la Reforma; costumbres
extrañas como la de consultar a los astrólogos antes de tomar sus decisiones más importantes. Pero a pesar de esto tuvo el mérito
indiscutible de entender la necesidad de un nuevo rumbo y de haberlo iniciado. Concilio, renovación del colegio cardenalicio,
aprobación de órdenes religiosas nuevas, fundación de la Inquisición romana en 1542 con jurisdicción universal para la represión de la
herejía…

4.- HACIA EL CONCILIO


Pablo III puso las bases eclesiásticas, políticas y diplomáticas para llevar a cabo el concilio. Desde el principio de su pontificado
mostró su apertura a la celebración de un concilio en la iglesia que pusiera fin a los desordenes existentes. Para ello tomó las siguientes
medidas:

Transformó el colegio cardenalicio nombrando hombres de vida cristiana y deseosos del concilio: Juan Fisher, arzobispo de Rochester,
que se haría acreedor a otra púrpura más alta: la del martirio; Juan Pedro Caraffa fundador de los Teatinos, que fue elegido papa con el
nombre de Pablo IV; Marcelo Cervini también papa (Marcelo II); Juan del Monte, luego Julio III, Reginaldo Pole, primo de María la
Católica (Tudor), humanista y diplomático, de talante conciliador. Otto Truchsses, uno de los obispos alemanes que trabajaron por la
revitalización de la vida religiosa; Juan Morone, quizás el más capaz de todos, acusado injustamente de herejía por Pablo IV y
encarcelado en el castillo de Sant Angelo y a quien Pío IV eligió después para dirigir la última y tan difícil etapa del concilio de Trento,
que él consiguió sacar de un punto muerto en que se encontraba llevándolo a un término feliz; Gaspar Contarini, de noble familia
véneta,

En el año 1536 instituyó una comisión de cuatro cardenales (Contarini, Caraffa, Sadoleto y Pole) y cinco prelados para que hicieran un
informe sobre los capítulos que había que reformar en la disciplina de la Iglesia. En él se analizaban los abusos de la curia Romana y se
trazaba el programa de trabajo para el concilio.

Decide la reforma de los dicasterios.

Pide a 80 obispos residenciales, de continuo en Roma, que retornaran a sus diócesis, aunque esto no le fue posible.

Estableció la Inquisición en Roma con la bula Licet ab initio (1542) para luchar contra la herejía que se infiltraba en Italia.

Convocó e inauguró el concilio.

La primera convocatoria del concilio fue en 1536 en la ciudad de Mantua con tres objetivos: condenar la herejía, reforma de la Iglesia y
paz entre los príncipes para evitar el peligro turco. Esta convocatoria fue rechaza por casi todas las partes aduciendo diferentes
intereses personales.

El Papa cambia la ciudad y convoca de nuevo el concilio para el año 1537 en Vicenza. Finalmente la apertura será en mayo de 1539
presentándose solo los tres legados pontificios y ningún obispo, por lo que el concilio tuvo que ser suspendido.

Finalmente el emperador propone la ciudad de Trento debido a su posición geográfica. Ciudad imperial situada en el lado italiano de
los Alpes. Con esto se contentaba a todas las partes. Era una ciudad imperial, aunque italiana. Tenía 6.000 habitantes y su
infraestructura era capaz de hospedar a cien obispos y su séquito. Distaba a 46 horas a caballo de Roma.

El 19 de noviembre de 1544 se redacta la bula de convocatoria del concilio, Laetare Jerusalem. Finalmente el concilio se abrió el 13 de
diciembre de 1545.

5.- EL CONCILIO DE TRENTO


El concilio de Trento, a lo largo de dieciocho años dividido en tres períodos de actividad, celebró un total de veinticinco sesiones,
algunas de ellas puramente formales. Fue inaugurado el 13 de diciembre de 1545, clausurándose el 4 de diciembre de 1563. Esta
duración de dieciocho años se vio atravesada por múltiples peripecias que provocaron dos largos periodos de suspensión. En conjunto,
el concilio se reunió durante 50 meses en Trento, en tres periodos distintos:

- 13 de diciembre 1545 al 2 abril de 1547. Bajo Pablo III. Continuó en Bolonia desde el 21 de abril de 1547 al 17 de septiembre de 1549.
- 1 de mayo de 1551 al 28 de abril de 1552. Bajo Julio III.
- 18 de enero de 1562 al 4 diciembre de 1563. Bajo Pío IV.

5.1.- Primer periodo (13-XII-1545 al 2-IV-1547)


La apertura del concilio fue el 13 de diciembre de 1545 y en ella estuvieron presentes 34 personas: 3 legados pontificios, 5 arzobispos,
21 obispos y 5 generales de órdenes religiosas. Son pocos si tenemos en cuenta que fue uno de los más grandes concilios de la historia
de la iglesia por su importancia y trascendencia posterior. El número de participantes fluctuó hasta llegar a 70 en este periodo.

Desde el comienzo, la cuestión de la estructura u organización del concilio y la del programa de trabajo del mismo suscitaron una
primera crisis entre las posiciones del Papa y las del emperador. Había que comenzar desde cero ya que faltaban un reglamento
interno y un plan de trabajo. El reglamento no fue impuesto desde arriba, sino que lo decidió la misma asamblea, tras algunas
discusiones. Se les otorgó el voto deliberativo a los obispos ya los superiores generales de las órdenes religiosas y de las
congregaciones monásticas; a los obispos alemanes se les autorizó a participar en el concilio por medio de un representante dotado de
voto consultivo. Los temas se preparaban en congregaciones especiales compuestas por teólogos y canonistas; los esquemas redactados
se examinaban en las congregaciones generales a las que eran admitidos sólo los que tenían derecho al voto y eran después aprobados
en sesiones solemnes. Se discutió de largo si había que dar preferencia a las reformas disciplinares como quería el emperador; o las
dogmáticas, como apoyaba Roma. A duras penas se llegó al compromiso tolerado por el Papa: se abordarían paralelamente los dos
sectores, simultaneando cada decreto dogmático, con otro disciplinar.

5.1.1. Decretos sobre la fe


El concilio estableció, en la sesión cuarta, que las fuentes de la Revelación estaban en la Escritura y en la Tradición.

En las sesiones quinta y sexta el concilio definió las cuestiones relativas al pecado original y a la justificación. El decreto estableció el
primado de la gracia en todo el proceso de la justificación, pero salvando la libertad y la cooperación humana. Afirmó la santificación
interna del hombre y excluyó la “sola fides” para la justificación y la salvación.

La sesión séptima estuvo dedicada a los sacramentos en general, manteniendo el número de siete y defendiendo que son eficaces por sí
mismos (ex opere operato) y no solamente en función de la fe y preparación del que los recibe (ex opere operantis).

5.1.2. Decreto sobre la obligación de residencia


En torno a la reforma se estableció la enseñanza de la Escritura y la obligatoriedad de que el obispo y el párroco predicasen en las
misas dominicales y festivas. Se prohibió la acumulación de beneficios, razón principal del absentismo pastoral. También se habló del
obispo como responsable de la vida cristiana de su diócesis. De aquí la obligación de que residieran y visitaran sus diócesis. Un grupo
de Padres pretendían abordar el problema no de forma meramente canónica o moral; sino desde el punto de vista eclesiológico:
defendían el carácter del ius divinum de la obligación de residencia. En definitiva, se trataba de la compresión teológica del ministerio
episcopal: ¿está orientado primariamente a la Iglesia local o apunta a la universalidad?, ¿es el obispo esencialmente pastor de una
iglesia o miembro de un cuerpo móvil de funcionarios?. Los partidarios del ius divinum subrayaban que el poder episcopal era
conferido directamente por Dios y no por el Papa y, por tanto, no podía ser modificado o alterado por el Papa. Tampoco el Papa podía
otorgar diócesis a personas de las que no se esperaba que iban a regir sus sedes. Con esto se pretendía liberar la reforma eclesial de la
arbitrariedad papal, de evitar que Roma, por nepotismo o favoritismo político, impidiera la reforma o actuase contra las exigencias
fundamentales de la cura pastoral.

El 6 de marzo de 1547 muere el obispo de Capaccio, Enrique Loffredi, afectado de una enfermedad que podía ser una peligrosa
epidemia. La realidad fue que se utilizó esta muerte para dejar Trento y marcharse a Bolonia para librarse de las presiones del
emperador. Este traslado supuso el enfrentamiento entre el emperador y el Papa y la suspensión momentánea del Concilio. En la
ciudad de Bolonia se siguió trabajando pero no se emanó ningún decreto. Finalmente el Papa suspendió el concilio el 17 de septiembre
de 1549, falleciendo el 10 de noviembre de 1549.

5.2. Segundo periodo (1-V-1551 al 28-IV-1552)


A los tres meses de la muerte del Papa Pablo III fue elegido Papa Giovanni Maria Ciochi del Monte, obispo de Palestrina y legado del
concilio de Trento, tomando el nombre de Julio III. Con la bula Cum ad tollenda Julio III convocaba el concilio en Trento para el 1 de
mayo de 1551 declarándolo como continuación del ya suspendido.
El segundo periodo del concilio de Trento estuvo caracterizado por la autoridad que en él ejerció el emperador, que se encontraba en
este momento en la cima de su poder. Por eso asistieron algunos prelados alemanes y suizos, así como delegados de algunos príncipes
protestantes, que habían prometido al emperador en la Dieta de Augsburgo asistir al concilio. Escasa fue la presencia de obispos
italianos y muy grande la de los españoles. Pero pronto, la reunión del concilio fue vista con malos ojos por el rey de Francia que
impidió que sus obispos acudieran a él y llegó a protestar declarando no ecuménico y no obligantes para él los decretos. Todo este
segundo periodo se caracterizó por los tiras y aflojas existentes por causas políticas. Enrique II seguía la política de su padre Francisco I
contra el emperador.

Finalmente en la primavera de 1552, los príncipes protestantes de Alemania, sostenidos por Enrique II, se habían lanzado en una
campaña de revancha contra Carlos V. Éste cogido de sorpresa, tuvo que huir. El ejército protestante se acercaba a Trento y el concilio
el 28 de abril de 1552 fue nuevamente suspendido.

Con relación a la fe, la discusión fue rápida por los materiales que ya se habían preparado en la primera fase en Trento y en Bolonia.
Fueron aprobados los decretos de la eucaristía (presencia real, transubstanciación y culto fuera de la misa). Sobre la penitencia se
aprobó su sacramentalidad, institución divina, naturaleza, significado judicial de la absolución y confesión secreta y sobre la
extremaunción su sacramentalidad, institución divina y ministros.

Este fue el final de la esperanza en un concilio de unión que pudiera poner fin a la división de la cristiandad. Desde ese momento la
división fue aceptada cada vez más como un hecho consumado.

La reanudación del concilio se hizo esperar casi diez años cambiando los personajes principales de este acontecimiento. Carlos dejó que
su hermano Fernando concluyera con los protestantes la paz de Augsburgo (1555), que reconocía la división religiosa en el Imperio
sobre la base territorial, según el principio cuius regio, eius et religio. El emperador abdica en 1556 en su hijo Felipe, el cual continuó la
guerra contra el rey francés y contra el Papa.

Julio III muere en 1555, su sucesor Marcelo II sólo está veintiún días en el trono pontificio. Le sucede Pablo IV (1555-1559) que comenzó
una serie de reformas mal vistas en Roma.

5.3.- Tercer periodo (18-I-1562 al 4-XII-1563)


El nuevo Papa Pío IV (1559-1565), elegido después de un largo cónclave, era un espíritu moderado y hábil político. Había prometido a
sus electores convocar de nuevo el concilio. Las circunstancias políticas habían cambiado ya que Francia y España acababan de poner
fin a sus guerras (1559). El problema era ¿se convocaría un nuevo concilio o continuaría el suspendido?. Los protestantes, el emperador
Fernando y la corte de Francia querían un nuevo concilio. Felipe II quería un concilio como continuación y en Trento. El Papa apoyaba
la postura de Felipe. La bula Ad Ecclesia regimen convocaba de nuevo el concilio, abriéndose el 18 de enero de 1562.
El tercer periodo contó con dos nuevas crisis:

1) Discusión y votación del ius divinum de residencia;


2) Llegada de los obispos franceses. Se suspende diez meses.

El problema era el sacramento del orden y se planteó de nuevo la residencia y la relación entre el papado y el poder de los obispos.
El concilio se clausuró el 4 de diciembre de 1563. En la última sesión, para evitar toda duda sobre la validez de los decretos emanados
durante los periodos anteriores, fueron leídos y aprobados todos. Todos los decretos fueron firmados por los 215 padres presentes. El
papa confirmó oralmente los decretos. La confirmación oficial fue el 30 de junio de 1564 con la bula Benedictus Deus.
En cuanto a la fe se promulgaron varios decretos: sobre el sacrificio de la misa, sobre el orden sacerdotal, sobre el sacramento del
matrimonio, sobre el purgatorio, indulgencias y veneración de los santos y de las imágenes.

En materia de reforma, el problema central fue el clero diocesano y regular y, por lo tanto, la acción pastoral de un clero reformado en
base al siguiente principio: el obispo y el párroco deben ser “curatores animarum”. Para ello se tomaron las siguientes medidas:
eliminación de los graves abusos en la concesión de beneficios, selección y disciplina del clero, formación del clero con la creación de
los seminarios conciliares, presencia estable de los pastores, acción pastoral y exigencias de los pastores. El concilio confió al Papa la
reforma del índice, del Breviario y del Misal.
5.4.- Resumen
1) 4ª Sesión: 8 de abril de 1546
Doctrina: La Sagrada Escritura y las tradiciones apostólicas
Reforma: La vulgata; la impresión de textos sagrados; la lengua vulgar
2) 5ª Sesión: 17 de junio de 1546
Doctrina: el pecado original
Reforma: enseñanza y predicación de la Sagrada Escritura.
3) 6ª Sesión: 13 de enero de 1547
Doctrina: la justificación.
Reforma: la residencia de los obispos y sacerdotes.
4) 7ª Sesión: 3 de marzo de 1547
Doctrina: los sacramento en general y el Bautismo (con tres cánones de reforma concernientes a los sacramentos).
Reforma: los beneficios eclesiásticos.

5) 13ª Sesión: 11 de octubre de 1551


Doctrina: La eucaristía
Reforma: derechos y deberes de los obispos.
6) 14ª Sesión: 25 de noviembre de 1551
Doctrina: La Penitencia y la Extremaunción
Reforma: las relaciones de los obispos y los sacerdotes
7) 21 sesión: 16 de julio de 1562
Doctrina: la comunión bajo las dos especies
Reforma: la disciplina de los sacerdotes y sus medios de subsistencia.
8) 22ª sesión: 17 de septiembre de 1562
Doctrina: el sacrificio de la misa (con un decreto sobre los abusos que deben ser evitados en su celebración)
Reforma: la vida de los sacerdotes y las dispensas
9) 23ª sesión: 15 de julio de 1563
Doctrina: el sacramento del orden
Reforma: la llamada a las órdenes por el obispo y la institución de los seminarios.
10) 24ª sesión: 11 de noviembre de 1563
Doctrina: el Matrimonio con los cánones a él concernientes.
Reforma: los sínodos provinciales y diocesanos; las visitas pastorales; la predicación; los capítulos catedrales; las sedes vacantes episcopales.
11) 25ª sesión: 3 de diciembre de 1563
Doctrina: el purgatorio, el culto de los santos y de las imágenes.
Reforma: las órdenes regulares y las religiosas; el decreto de “reforma general” que comprende veintiún capítulos sobre diferentes puntos que
completan los decretos precedentes.

6.- VALORACIÓN DEL CONCILIO DE TRENTO


Convocado para extirpar la herejía, reformar la iglesia y unir a los cristianos contra los turcos, no pudo realizar este último objetivo, ya
que las grandes potencias, especialmente los Habsburgo y Francia, estaban siempre dispuestos a combatir entre ellos por el dominio de
Europa. Tampoco se consiguió la unidad eclesial. El concilio llegó tarde. Es más, la iglesia sigue hoy estando dividida y, no tanto por
razones políticas como en el siglo XVI, sino por cuestiones dogmáticas, a pesar de los indigentes esfuerzos ecuménicos llevados a cabo
últimamente.

No pudo impedir la división eclesial y eclesiástica, ya que el concilio fue convocado tarde. Los protestantes fueron invitados, pero esta
invitación no fue por aspectos religioso-dogmático-eclesial, como hubiera sido de desear, sino más bien por cuestión religioso-política.

Ha llegado a ser un concilio grande históricamente por los efectos producidos, caracterizando y dando nombre a una época de la
iglesia. Su razón radica en su obra doctrinal, muy valorada actualmente por los historiadores, y en su obra reformadora.

En materia de fe condenó la herejía, pero sin nombrar a sus autores. Definió positivamente la doctrina católica, con claridad y
precisión. Supuestas y aceptadas las fuentes de la revelación- Escritura y Tradición-, los grandes temas de la doctrina tridentina giran
en torno a dos polos: la justificación y el sacrificio de la misa. La doctrina de la justificación, que tiene como presupuesto el pecado
original, incluye la doctrina de la penitencia, de la unción de enfermos, de las indulgencias y del purgatorio. El contenido dogmático
del sacrificio de la misa incluye la doctrina de la eucaristía, de la comunión y del orden. El culto a los santos, a las reliquias y a las
imágenes, puntos clave de la posterior orientación barroca de la iglesia, son una especie de anexo de la piedad cristiana.

La gran laguna dogmática será la eclesiología. En el concilio se enfrentaron tres posiciones: la primacial, defendida por la curia
Romana; la conciliarista, defendida por los franceses y la episcopal defendida por la mayoría de los obispos españoles y por una
minoría italiana. Este problema será la raíz de sucesivas crisis surgidas en la historia de la Iglesia entre el episcopado y el papado hasta
la definición de la infalibilidad papal del Vaticano I y la colegialidad episcopal del Vaticano II.

El concilio de Trento determinó una época histórica que desarrolló y amplió una renovación de la iglesia católica y un florecer de la
vida cristiana. La vida de la iglesia mejoró sensiblemente, como han puesto de manifiesto diferentes estudios y trabajos históricos
realizados en torno a obispos reformadores y clero parroquial, en al ámbito europeo, español y andaluz.

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