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Biblioteca Premios Cervantes

Joan Margarit

Joana

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Joan Margarit

J oa n a
Edición bilingüe castellano-catalán

Prólogo
Luis García Montero

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Primera edición (Ediciones Hiperión), 2002
Primera edición (FCE España-Universidad de Alcalá), 2020

Margarit, Joan
Joana / Joan Margarit ; pról. de Luis García Montero. — Madrid : FCE,
Universidad de Alcalá, 2020
131 p. ; 24 x 15 cm — (Colec. Biblioteca Premios Cervantes)
Edición bilingüe: castellano – catalán
ISBN 978-84-375-0813-9 (FCE)
ISBN 978-84-18254-03-1 (UAH)

1. Poesía española 2. Poesía catalana 3. Literatura española – Siglo XX 4.


Literatura catalana – Siglo XX I. García Montero, Luis, pról. II. Ser. III. t.

LC PQ6663.A72 Dewey 861 M334j

Distribución mundial

© 2002, 2020, Joan Margarit


© 2020, del prólogo, Luis García Montero

D. R. © 2020, de esta edición:


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Diseño de cubierta:
Teresa Guzmán Romero

Ilustración de cubierta:
Joana Margarit Ribalta, Quadre amb ocells, 1998

Impresión:
Tecnología Gráfica

Encuadernación:
Sucesores de Felipe Méndez

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra,


sea cual fuere el medio, sin el consentimiento por escrito de los editores.

ISBN 978-84-375-0813-9 (FCE)


DL M-6664-2020 (FCE)
ISBN 978-84-18254-03-1 (UAH)
DL M-6582-2020 (UAH)

Impreso en España • Printed in Spain

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Sumario

Poesía y verdad, por Luis García Montero 9

Prólogo 15
Pròleg 17

Joana 19

Nota de l’autor 124


Nota del autor 125

Índice general 127

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Poesía y verdad

Joana (2002) es el libro en el que Joan Margarit dejó testimo-


nio de los últimos días de la vida y de la muerte de su hija
Joana en el año 2001. Pero es también un libro que condensa
el sentido más profundo de su poética. Me atrevo a decir que
es el corazón del mundo sobre el que se ha edificado una obra
consciente de sí misma, un esfuerzo de escritura nacido para me-
ditar, ordenar y configurar la verdad de una vida.
La grave discapacidad con la que nació Joana y su depen-
dencia durante años de la madre y el padre supuso una expe-
riencia decisiva capaz de transformar los sentimientos y las ra-
zones del existir. Esta experiencia poco a poco fue marcando
los pasos de un amor, una convivencia, una complicidad y una
obra poética. Una realidad tan contundente y tan de raíz vivida
con honestidad no puede ser abordada con retórica, ni con estra-
tegias edulcorantes, ni con halagos falsificadores, ni con excesos
llamativos. Solo puede verbalizarse o formalizarse con una apues-
ta íntima por la verdad. Sobran los experimentos y las voces
huecas. La poesía es el lugar sagrado donde este poeta laico ha
decidido no aceptar la mentira, no engañarse, no camuflarse
entre engaños a la hora de mirar al presente, recordar lo pasado
o hacerse ilusiones de futuro.Y no se trata de creerse en pose-
sión de una Verdad escrita con mayúsculas, sino de comprome-

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10 Luis García Montero

terse a no mentir. No hay dogmatismo, sino lealtad ética con


las vigas de la propia identidad.
Fue esa apuesta por la verdad la que llevó al poeta a buscar
su palabra en la lengua materna. Educado en la dictadura fran-
quista que reprimía el catalán e imponía el español como úni-
ca lengua literaria, los primeros poemas de Joan Margarit, igual
que su educación escolar, nacieron en el idioma oficial. Pero la
distancia con la lengua materna falsificaba el origen de la ver-
dad poética. Por eso solo pudo levantar su propio mundo al
unir la literatura y la vida en el catalán. El mismo compromiso
con la verdad hizo también que después no falsificara su re-
lación con el español o castellano, una lengua en la que había
crecido, leído y hablado. Las injustas decisiones de una dicta-
dura nunca le impidieron reconocer que su relación con el
español era casi-materna. No quiso negarse esa verdad, no quiso
someterse a las tensiones creadas por el dictador y fue escri-
biendo sus libros en las dos lenguas, la materna y la casi-mater-
na. No estaba dispuesto a devolverle a la dictadura lo único
valioso que le había dado. Los poemas en español de Margarit
no son traducciones del catalán, sino un esfuerzo de creación
en otro idioma también suyo.
La mirada dura sobre la vida se edificó en la serenidad,
el  amor y la indagación personal gracias a Joana. Un poema
del libro Aguafuertes (1995), titulado «Los ojos del retrovisor»,
nos presenta una escena que tiene que ver con los cuidados. La
lentitud de una niña al bajar del coche con muletas provoca los
insultos de los cláxones, una prisa cotidiana de los ritmos del
mundo que no despierta enfado, sino el aprendizaje de la sere-
nidad y la comprensión gracias a la ternura y a la vida que se
impone como verdad: la presencia de una hija impedida. Siempre
he leído esta escena como una poética. Una tradición romántica
suele identificar poesía, belleza y verdad. Aquí se siente distante
la belleza convencional, no es hermoso el cuerpo observado

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Poesía y verdad 11

con amor, y se busca otro tipo de «seducción» que tiene que


ver con las emociones profundas, más fuertes que los vértigos
superficiales y las formas estilizadas.Verdad y poesía, no belleza
convencional y verdad. Entran en juego así las leyes de la lucidez
y los versos que interpretan lo vivido. Hace acto de presencia
también la conciencia final de que la palabra supone un es-
fuerzo de entendimiento, de darse a comprender.
La necesidad de cuidar al otro está en la clave de la escritu-
ra de un poeta que prepara sus versos para que sean habitados
por el lector. Quien compone un poema prepara una cita,
arregla las palabras, las corrige, las ordena, para recibir en la
casa de la propia verdad al visitante, al lector. Hasta que no se
produce la lectura, puede haber poema, pero no existe el he-
cho poético. De ahí la parte activa del lector que da sentido a
unas palabras como un músico interpreta una partitura. «El
lector», un poema de Edad roja (1989), planteaba esta concep-
ción de la tarea poética que después Joan Margarit defendió en
alguno de sus ensayos:

Tus ojos serán míos un instante


y a cambio de dejarte oír en los cristales
la lluvia que ahora escucho, y hacerte cómplice
de mi futuro, que tú podrás conocer,
impedirás que muera y, una tarde,
me dejarás ser tú en otra lluvia.

Cuando nació Joana, la necesidad de cuidarla se convirtió


en la mayor preocupación de futuro de sus padres. ¿Quién se
haría cargo de ella pasados los años? Son los recuerdos familia-
res que afloran en «Can Baldú. Forès», un poema de Estación de
Francia (1999). Está presente, claro, la vida de los otros hijos,
Mònica y Carles, pero el imperativo del miedo al porvenir te-
nía un nombre preciso: «Joana por entonces era sólo / nuestro

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12 Luis García Montero

miedo al mañana». El libro que ahora presentamos es la huella


de un miedo nuevo que desplazaba al anterior cuando el avan-
ce de la enfermedad enfrentó al poeta con la muerte de su hija.
Será él quien sobreviva a Joana y eso inaugura otro tipo de ver-
dad descarnada. La memoria, los cuidados, la realidad de la vida
y la muerte, la necesidad de dejar testimonio de lo que está con-
denado a desaparecer más allá de la escritura, es decir, la razón
última de la voluntad literaria y su rebeldía ante la nada se
condensan en la crónica íntima de aquellos días.
La conciencia del final, la obligación de acostumbrarse a la
ausencia, las nuevas formas de sentir el alma clavada al suelo
marcan un proceso que va de la posibilidad de apurar lo que
quedaba de vida en los momentos del estar muriéndose hasta
el vocabulario de un mundo que nombra una y otra vez a la
hija muerta para traerla de nuevo a la vida. Se escribe desde el
desamparo con voluntad de no engañarse, pero con el deseo
de conservar aquello que tiene que ver de forma verdadera
con el propio yo y sus relaciones con el mundo.Ya no se trata
solo de recordar, sino de configurar los modos y las razones del
recuerdo para darle una coherencia al significado del nuestro
presente.
La hija siguió habitando la escritura de Joan Margarit a lo
largo de todos sus libros.Y el corazón de su poética. El poema
«Cuesta de Atocha» de Un asombroso invierno (2017) vuelve a
situarnos ante una escena callejera. Un padre empuja una silla
de ruedas en la que va sentado su hijo, un hombre joven. Los
esfuerzos, el modo de estirar las piernas y los brazos, las dificul-
tades del padre para superar la cuesta, provocan en el poeta una
sonrisa, algo que parece no gustarle a una mujer que observa y
entiende mal lo que ocurre:

Esbozo una sonrisa mientras van alejándose.


Desde un portal,

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Poesía y verdad 13

una mujer me mira con reproche.


No comprende en qué escena de amor se está metiendo.

No se trata de que existan poemas de amor: para Joan


Margarit, el género poético en sí es una historia de amor con
la verdad. Esta ha sido su manera de unir la belleza y la verdad
en un mundo en el que la verdad está muchas veces en descam-
pados que tienen poco que ver con la belleza. Salvar esta dis-
tancia solo es posible a través del amor. Comprendemos así la
ternura de unos ojos enfermos o la belleza de un cuerpo con-
trahecho. Una razón de vida.
La poesía se mantiene viva porque el ser humano negocia
su existencia con asuntos que no se pueden resolver con un
avance tecnológico o un descubrimiento científico. Joana solía
llamarme por teléfono para reírse de mí cuando su equipo de
fútbol le ganaba al mío. Después de 20 años, cada vez que jue-
gan nuestros equipos, entre el ruido de los cláxones y los gri-
tos, oigo su voz en el espejo del retrovisor. Ahora hay algo más
que una comunicación telefónica. El sentido de la poesía tie-
ne que ver con esta dimensión humana de la verdad que nos hace
y nos sostiene mientras nuestro tiempo se va deshaciendo.

Luis García Montero


Febrero de 2020

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22 Joan Margarit

Mentre tu dorms

En la plaça sotmesa per la pluja,


miro l’alta finestra il·luminada
que no vull perdre mai: no vull rendir-me
a la condemna de la vida.
Aquest ja no és ni un lloc de la ciutat,
ningú no seu als bancs: damunt la sorra
s’hi fan tolls que emmirallen
el rètol lluminós de l’hospital.
De tard en tard les portes automàtiques
de vidre il·luminades pel vestíbul
s’obren per cedir el pas
a una fosca figura rutinària.
Unes crosses travessen el carrer,
invisibles s’acosten a un dels cotxes,
el nostre, que ens durà sota la pluja
cap al silenciós dolor futur.
La teva calidesa ha estat efímera.
Trista felicitat d’aquesta calma
mentre recordo quan tu i jo teníem
uns matins que ens guardaven les mirades.
Em feia tanta por deixar-te sola.

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Joana 23

Mientras tú duermes

En la plaza tomada por la lluvia


miro la alta ventana iluminada
que no quiero perder: no he de rendirme
a la condena de la vida.
Este lugar ya no es de la ciudad:
una plaza sin nadie con la luz
de hospital reflejándose en los charcos.
Las puertas automáticas
se abren de vez en cuando y dejan paso
a una oscura figura rutinaria.
Unas muletas cruzan, invisibles, la calle
y se acercan a uno de los coches, el nuestro,
el que nos llevará bajo la lluvia
hacia el silencio del dolor futuro.
Tu calidez efímera.
Triste felicidad la de esta paz
mientras recuerdo que tú y yo teníamos
mañanas que guardaban nuestros ojos.
Me daba tanto miedo
dejarte sola un día.

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24 Joan Margarit

Per dèbil i petita


que en la nit sigui la finestra encesa,
aquest és el consol: ja no hi haurà
cap més desemparança que la meva.

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Joana 25

Por débil y pequeña que en la noche


llegue a ser la ventana iluminada,
éste es mi consuelo:
no habrá más desamparo ya que el mío.

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36 Joan Margarit

Les quatre de la matinada

Udola el primer gos, i de seguida


hi ha un eco des d’un pati
i altres sonen alhora en un lladruc
ronc i sense cap ritme.
Borden, alçat el morro cap al cel.
Gossos, des d’on veniu?
Quin demà evoca aquest lladruc nocturn?
Aquesta nit us sento
bordant el somni de la meva filla
des del jaç, rodejats pels excrements
amb què marqueu el vostre territori
de cantonades, patis, carrerons.
Talment com jo estic fent amb els poemes,
des d’on udolo, udolo,
i marco el territori de la mort.

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Joana 37

Las cuatro de la madrugada

Aúlla el primer perro, y enseguida


hay un eco en un patio, otros resuenan
a la vez en un único ladrido,
bronco, sin ritmo alguno.
Ladran con sus hocicos levantados.
Oh, perros, ¿desde dónde habéis venido?
¿Qué mañana me evoca vuestra nocturna queja?
Oigo cómo acosáis el sueño de mi hija
desde vuestro jergón, entre excrementos
con los que habéis marcado un territorio
de callejones, patios, descampados.
Tal como vengo haciendo
con mis poemas, desde donde aúllo
y marco el territorio de la muerte.

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40 Joan Margarit

Pare i filla

Davant dels finestrals oberts al pati


ell s’adormia a la butaca,
vora el sof à on ella reposava.
El rostre de la noia, endurit per la morfina,
s’havia anat deixant el seu somriure
en les fotografies.
En fer-se fosc, la duia al pis de dalt,
tancava els porticons i la posava al llit.

Davant del sof à buit ell s’adonava


que no li quedarien prou records.
Que mai no quedarien prou records
per simular la vida.

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Joana 41

Padre e hija

Ante los ventanales que se abren al patio


él se dormía en la butaca,
junto al sofá donde ella descansaba.
El joven rostro
que la morfina había endurecido,
había ido dejando su sonrisa
en el ayer que guardan los retratos.
De noche la subía al dormitorio,
la acostaba y cerraba los postigos.

Se daba cuenta, ante el sofá sin nadie,


de que no le quedaban,
de que nunca le iban a quedar
suficientes recuerdos para fingir la vida.

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58 Joan Margarit

Últim passeig

Ja no menjava, em queien els cabells,


tot el dia tenia els ulls tancats.
Però, de matinada, era al balcó
i algú entre els arbres del carrer em parlava
amb una veu semblant a la veu de la mare,
que dormia en el llit del meu costat.
De sobte vaig deixar d’estar cansada
i vaig baixar al carrer sense les crosses.
Mai no havia pogut caminar així,
vaig sentir que em tornava l’alegria:
la malaltia era una pell suada
que ara deixava caure en el carrer.
No m’havia sentit mai tan lleugera.
Vaig mirar enrere cap al meu balcó,
la barana com una partitura,
i vaig dir adéu al pare i a la mare.
La vida em va elegir pel seu amor.
La mort, també.

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Joana 59

Último paseo

Ya no comía. Se me caía el cabello.


Estaba todo el día con los ojos cerrados.
Pero salí al balcón de madrugada
y alguien desde la acera, bajo un árbol,
me habló con una voz como la de mi madre,
que dormía en su cama junto a mí.
De repente no estaba ya cansada
y bajé sin muletas a la calle.
Nunca había podido andar así.
Sentí que me volvía la alegría:
cayó la enfermedad como una piel
sudorosa, dejada allí en la calle.
Nunca pude sentirme tan ligera.
Miré hacia atrás, a mi balcón,
la baranda como una partitura.
Dije adiós a mi padre y a mi madre.
La vida me eligió para su amor.
También la muerte.

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