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INFORMACIÓN SOBRE LA MANGACHERÍA

La palabra MANGACHERÍA es una degeneración de la palabra "malgaches" relacionada con la


presencia de esclavos negros procedentes de MADAGASCAR, a quienes se les denominaba, de esa
manera, los MALGACHES. Ellos fueron utilizados en ésta zona norte de la ciudad de Piura,
especialmente en la Tina. La Tina era como una fábrica dónde se producía jabones y cueros. Todo esto
está registrado en la novela de Enrique López Albújar denominada "Matalaché".

ECONOMIA EN LA COLONIA PIURANA.-


La Ganadería de entonces, crianza de caprinos y vacuno otorgaba la “materia prima” (grasa y
pieles) para la “industria” de elaboración de Jabones y Cordobanes, labor realizada en las casas-
haciendas Las Tinas; los esclavos trabajaban duramente en jornadas. Dentro de este espacio tuvo vital
importancia la Mangachería piurana.
El gran Enrique López Albújar mi tocayo, relata magistralmente en su obra Matalaché, los
sinsabores y angustias de los esclavos "jaboneros y curtidores", de aquel entonces. Esta era la principal
actividad económica de la colonia en Piura, “la mejorcita”.
La ganadería menor y lógicamente la Agricultura eran actividades afines, en ésta: cultivos de
algodón, caña de azúcar, frutales y principalmente el cultivo de la Cascarilla, Quina o la Cinchona, para
obtener la Quinina, producto natural para la curación de la Terciana (malaria, paludismo) era pues un
producto de exportación, muchos se enriquecieron con esta cultivo; igualmente cultivos de Barrilla,
Charan o paipái para la obtención de lejía, la sosa para la preparación de los jabones esto en Siglos XVI,
y XVII. 
En minería, la extracción de sal, destacaba en esto los sechuranos; y en Máncora, Amotape, se
extraía la brea para el calafateo de naves, techos y etc. Otras actividades eran los oficios varios
realizados por los habitantes sanmiguelinos: arrieros, comerciantes, pesqueros, costureros,
confeccionistas, aguateros y etc.

LOS MANGACHES EN LA SOCIEDAD COLONIAL DE PIURA.-


La sociedad colonial piurana se dividió principalmente en dos clases: hispanos, e indígenas;
pero, al igual que en todo el país, aparecieron otras: los mestizos y luego los esclavos, la mezcla de
"estas sangres" dio lugar a una infinidad de castas, algunos llaman a esto La sociedad de Castas. la
Casta Indígena fue reducida a... a eso "reducciones", en éstas los naturales tenían por autoridad a su
Curaca o cacique, pero éste, el jefe "indio" obedecía la autoridad de la monarquía. Eran varias las
reducciones en Piura: Los Sechuras, los Colanes, los de Paita, los Catacaus, ... estas "parcialidades o
ubicaciones" también caracterizaban la actividad económica que desarrollaban los indígenas: los paiteños
eran pescadores, los sechuras balseros, transportaban sal, los de Colan igualmente balseros que
llevaban agua; los Catacaus eran agricultores y arrieros, y así sucesivamente.
El caso es que en los siglos XVI, XVII, y mediados del XVIII; encontramos a nuestros indígenas
piuranos en sus reducciones y cumpliendo con su tributo anual. "entre 12, 14, o 16 pesos al año por cada
tributario"; encomenderos primero y corregidores después, eran los encargados de recaudar tales
impuesto; igualmente pagaban el diezmo para la evangelización y adoctrinamiento de los "mismos
naturales", quienes aunque mantenían sus costumbres y usanzas, estaban prohibidos de transitar por la
ciudad sin "compañía" peninsular, y portar armas...
Los Esclavos en Piura: La Raza Negra Te comento; Los Negros Malgaches venidos de la Isla de
Madagascar, de allí el nombre, a mediados de siglo XVII, componen la gran masa de esclavos
trabajadores de las haciendas-tinas, ubicadas mayormente en las márgenes del rio Piura; y en las
haciendas azucareras de Morropón, Yapatera... mantuvieron siempre sus costumbres y creencias;
lógicamente, eran tratados como "mercadería", eran "sujetos de compra - venta y alquiler"; por ejemplo:
en 1.682 el alquiler de un negro aguatero costaba dos reales y medio por día, y vendido costaba 500
pesos. En tales tiempos un peso equivalía a 8 reales... saquemos cuentas y reflexionemos sobre esto.. .
Aquí en Piura, "recalaron" principalmente Los Malgaches, de allí el termino Mangache; la Mangachería al
norte de la ciudad es el reducto donde los esclavos ya libertos (1846) "asientan sus reales" y ¡la vida
continua!...También vivieron por Morropón, Malacasi, Locuto, Sol Sol. 

LOS BARRIOS PIURANOS.-


La ciudad bien puede dividirse en dos barrios principales, alimentados por episodios de la vida
cotidiana: la Mangachería y la gallinacera. La Mangachería ocupa el territorio que se extiende desde la
plaza Merino hasta el cementerio, al norte de la ciudad, y es famosa por sus grandes fiestas y bravos
paisanos.
La gallinacera comprende desde la Plaza de Armas hasta el camal, al sur de la ciudad; en ella
viven los famosos “Cuyuscos”, cantores y grandes músicos, cuyo talento es reconocido en todo el norte
peruano.
Algunas costumbres y la idiosincrasia de los habitantes de estos barrios han sido retratadas por el
escritor Mario Vargas Llosa en la novela La Casa Verde y en la pieza de teatro La Chunga.

LA MANGACHERÍA: HISTORIA URBANA DE PIURA.-


Un original y entrañable estudio urbano de carácter histórico y literario, a propósito de las “Discretas Imágenes de la
ciudad de San Miguel de Piura”, que incluye a nuestra Mangachería, registra el investigador del tema social piurano, don
Armando Arteaga, que consideramos nutre la historia local y social de nuestra ciudad. Con este motivo insertamos la parte
pertinente que a la letra sigue:
“Un ominoso olvido ha sufrido “De mi casona”, el libro más personal de Enrique López Albújar sobre la “piuranidad”,
esa joya que según el propio autor es un poco de historia piurana a través de su revertida biografía. Mejor suerte y
reconocimiento ha tenido “Matalaché”, a pesar del turbulento drama y la entusiasta sensualidad que demuestran las escenas de
su novela en un ambiente de perjuicios sociales.
Aquí aparece por primera vez la descripción de La Tina: “La Tina era en1816 un caserón de adobes, ladrillos y paja,
levantado a sotavento de la ciudad, unos quinientos pasos más allá de su extremo norte, besando la escarpada margen derecha
del Piura y sobre su prominencia del terreno. Vista de lejos, semejaba de día, por su aislamiento y extensión, un castillo feudal, y
en las noches, un aguafuerte goyesco”.
No todo es trabajo para el tractor y la picota. La literatura ha ayudado a devolverle la memoria a Piura. Francisco
Vegas Seminario ha realizado sus mejores racontos sobre Piura Colonial en su novela “Cuando los mariscales combatían” al
enmarcar los patriarcales tiempos de Don Bernardo Menacho:
“Piura guardaba todavía su aspecto colonial. En los amplios y perfumados patios florecían las tertulias al caer las
tardes, por las celosías de los balcones moriscos atisbaban las mujeres, chirriantes caleras atravesaban las estrechas calles
conduciendo personajes linajudos, y recuas de asnos, orejones y flemáticos, caminaban al ritmo del brutal palo. Rodeaban la
ciudad huertas cuajadas de árboles frutales: adonde acudían: en días feriados, gentes ávidas de hartarse de mangos, cuyas
suculencias doradas tentaban, o de almibaradas chirimoyas y guayabas”.
José Vicente Rázuri ha captado en sus “Estampas Piuranas” todo ese “laissez-faire” de la vida urbana piurana, al
revés de las “Estampas Mulatas” que José Diez Canseco delineara en “El Velorio”, descripciones más o menos agrestes del
ambiente semi-rural en la periferia, en Tacalá, que nos da una magistral nota sobre Castilla (su hinterland) y de Piura:  “Alta,
clara, festiva, surge con lentitud dulce la luna inmensa. La noche se estremece con la lumbre de plata azulada y trina un
concierto efímero de calandrias. Las palmeras mecen el péndulo gualda de sus hojas y por entre las ramas curvas de los
tamarindos la brisa murmura sin palabras.
El río, entre las cañadas, corre su agua lenta, espesa de noche, rizándose apenas con el vientecillo que viene
jugueteando desde el desierto de Sechura. Río Piura, inmenso y pausado, que no puede calmar la sed de los escasos plantíos
que vuelven los penachos de sus hojas hacia el rumor tranquilo de las aguas. Parece una mentira, pero la luna viaja también en
las linfas oscuras y casi inertes. La ciudad de San Miguel de Piura duerme ya a las diez de la noche. En la Plaza Grau los
árboles se mecen descabezando un sueñecito. De los morunos balcones soledizos, de las ventanas de las rejas forjadas, se
desliza un silencio luminoso. No se sabe dónde, altos, heráldicos, alegres, se empinan jardines eminentes”.
En el actual Centro Histórico de Piura que lo conforman el circuito de la Av. Loreto, la Av. Bolognesi, el Malecón
Eguiguren, y la Av. San Teodoro (incluyendo el Cementerio), quedan aproximadamente más de 96 inmuebles que definen el
Catastro Urbano Monumental de Piura, aún superviven increíbles tipologías de la arquitectura domestica piurana.
En Piura, durante la colonia, las casas-tinas, esas fábricas de jabón, se levantaron en los alrededores de la ciudad.
Estas empresas coloniales florecieron y más tarde se constituyeron en las haciendas. Este tipo de estas casas –haciendas-
coloniales ya aparecen en el Plano de la Ciudad de Piura de 1783 que elaborará el Obispo de Trujillo Don Baltazar Jaime
Martínez de Compañón, en el que se aprecian las cinco calles originales paralelas al curso del río, Iglesias, Conventos, Plaza,
Casa de Cabildo, Hospital, Colegio, Cárcel, etc.
La descripción de López Albújar de “La Tina”, en 1816, es elocuente: “En ella nada de ostentación, ni estilo
arquitectónico. Tras el claveteado portalón de la fachada un zaguán, con poyos de ladrillos paralelos, dividiendo,
salomónicamente, el edificio en dos hileras de cuartos, la una mirando al sur, y la otra, al norte. Al centro, dos inmensos patios; al
fondo, la corralada imprescindible”.

LA MANGACERÍA: RINCÓN DE LA HISTORIA


Para promover la cultura y los espacios monumentales de Piura, la ciudadanía podrá participar
de los “Recorridos Turísticos Culturales”. Hoy, desde las cuatro de la tarde, los turistas locales, nacionales
y extranjeros emprenderán una ruta que se iniciará en la plazuela Ignacio Escudero.
El “Barrio Norte”, en la tradicional “Mangachería”, albergará a decenas de curiosos para conocer
más de los lugares característicos y emblemas de Piura,
El recorrido será hacia la iglesia Santísima Cruz del Norte y culminará en el cementerio San
Teodoro de Piura. Para promover la cultura y los espacios monumentales de nuestra centenaria ciudad, la
ciudadanía podrá participar de los “Recorridos Turísticos Culturales”. Hoy, desde las cuatro de la tarde,
los turistas locales, nacionales y extranjeros emprenderán una ruta que se iniciará en la plazuela Ignacio
Escudero.
El “Barrio Norte”, en la tradicional “Mangachería”, albergará a decenas de curiosos para conocer
más de los lugares característicos y emblemas de Piura. El recorrido será hacia la iglesia Santísima Cruz
del Norte y culminará en el cementerio San Teodoro.

CEMENTERIO SAN TEODORO.-


El Cementerio General de Piura, hoy San Teodoro, se construyó en un contexto de reformas
planteadas desde Europa a finales del siglo XVIII.
Los cementerios en las afueras del pueblo fueron impulsados por médicos que reconocían lo
peligroso que era enterrar difuntos al interior de las iglesias.
Este camposanto fue un territorio donado en el siglo XIX por el marqués de Salinas. Parte de su
construcción se levantó en honor a su hijo fallecido, Teodoro de los Santos, y fue llamado así por su santo
patrón.

PLAZUELA IGNACIO ESCUDERO.-


Es popularmente conocida como “Plaza de La Cruz”, debido a su cercanía con la iglesia
Santísima Cruz del Norte). También es llamada “Plaza de La Tina”, por encontrarse próxima a la antigua
fábrica de jabón denominada “La Tina”.
En 1871 se le cambió el nombre a la plazuela llamándosele desde entonces la Plazuela Ignacio
Escudero en memoria del célebre personaje político que representó a Piura en la asamblea de creación
de una nueva constitución. A esta plaza, además, se le conoce por ser, en otro tiempo, asiento de un
mercado del barrio.

IGLESIA SANTÍSIMA CRUZ DEL NORTE.-


Con más de un siglo de creación, la iglesia Santísima Cruz del Norte es emblema del Barrio
Norte de Piura y fue declarado monumento histórico por el entonces Instituto Nacional de Cultura desde el
año 1999, que ahora es el Ministerio de Cultura..
En 1853, en el lugar que ocupa el templo de la Cruz del Norte, existió una rústica capilla con una
cruz de madera que los misioneros dejaron como símbolo de fe cristiana. La iglesia se encuentra en el
corazón de “La Mangachería” y fue construida por los vecinos.
Históricamente hablando, es popularmente conocida como “Plaza de La Cruz” debido a la
cercanía con la iglesia Santísima Cruz del Norte. También es llamada “Plaza de La Tina”, por encontrarse
próxima a la antigua fábrica de jabón denominada “La Tina” (1).
NOTA.-.
(1)Diario El Tiempo de Piura; edición del 9 de Abril del 2019.

VEN Y DISFRUTA EN LA MANGACHERÍA


El barrio de la Mangachería en la historia. Piura en los siglos XVI y XVII Para entender el
surgimiento del barrio de la Mangachería, antes tenemos que contextualizarlo dentro de la historia de
Piura durante la colonia. La ciudad San Miguel de Piura fue fundada por el conquistador español
Francisco Pizarro en Tangarará, lugar correspondiente al valle del Chira.
Esta ciudad en un principio cambió tres veces su asentamiento. Fue durante el mandato de Don
Fernando Torres y Portugal, Conde del Villar que se autorizó la ubicación definitiva de la ciudad en el sitio
en el que se encuentra actualmente en el asiento del Chilcal. Este suceso debió de ocurrir el 15 de agosto
de 1583.
Las fechas para la fundación de Piura varían de acuerdo al autor. Alvarado Chuyes en su libro:
Temas Piuranísimos (lugares), 1992 considera a 1588 como el año de fundación de esta ciudad. 8 En
este asentamiento definitivo se fijó el sitio preciso para la plaza pública y alrededor de esa plaza se
designaron lugares para la iglesia, el cementerio, el cabildo, la cárcel, el hospital, el tambo. Toda esta
distribución se hizo a partir del estilo español de la época. En el XVI, la ciudad era pequeña, pero al
avanzar el siglo, fue creciendo.
Empezó a estructurarse con calles paralelas al río, además, estaban orientadas de norte a sur y
los callejones perpendiculares a esas calles que desembocaban en el río, muy parecido a los trazos de
las ciudades españolas en distintas partes de América. De acuerdo a los parámetros sociales de la época,
en la primera calle vivían los españoles, los blancos llamados coloquialmente “chapetones” debido a sus
mejillas sonrosadas. Los españoles era gente de alta sociedad que vivía en mansiones solariegas.
Contrariamente a esta calle, existía otra denominada Calle Nueva, luego fue nombrada como
Calle de Los Ángeles y hoy es Junín. Ésta, venía a ser la calle de gente muy humilde. Asimismo, cabe
resaltar que al norte de la ciudad no vivía ningún indígena pues no les estaba permitido, más bien ellos
residían en la zona de Tacalá, ubicada en la orilla de enfrente (lo que en el presente es Castilla) donde se
dedicaban a la agricultura, a la crianza de aves y al pastoreo de ganado.
Durante la colonia, las construcciones urbanas se hicieron, claro está, con los materiales que se
tuvieron a la mano: tierra, agua y yeso. Con ellos y con la madera de la región se levantaron caserones,
casas solariegas y mansiones. En tanto, las chocitas se hacían con esteras y cañas (Alvarado Chuyes,
obra citada.
Para entender el tema de las calles antiguas, estas siempre se ubicaban cerca de algún río, ya
que en aquellos años, no existía el servicio de agua potable. La ciudad en el siglo XVIII: Estratificación
social y demográfica El corregimiento de Piura para este siglo estaba dividido en dos Repúblicas: la de
españoles que poseía los cargos más altos de la sociedad, cargos públicos, civiles y eclesiásticos, la
dirección y organización del comercio e industria de los bienes más cotizados, la propiedad de la tierra y
su organización en estancias y haciendas.
Por otra parte, la “República de indios” ubicada después de la de españoles, se hallaba sujeta al
régimen de tributación debido a que eran vistos como vasallos. A esta estratificación social, se unía un
tercer grupo: el grupo de los negros (denominados también piezas de ébano). Fueron traídos para suplir
la carencia de mano de obra por la disminución de la población indígena. Ellos constituían lo último de la
escala social. Los esclavos fueron insertados para laborar en las haciendas costeras, específicamente las
haciendas del Alto y Medio Piura). En el campo, su trabajo lo realizaban en las haciendas de caña de
azúcar y de algodón y en las tareas industriales (tinas de jabón, extracción del copé, curtiduría, etc.
En la ciudad, las mujeres negras eran empleadas para el servicio doméstico. A este grupo, por
lo general, se le mantuvo alejado debido a las constantes quejas sobre sus costumbres paganas y por
razones de salubridad. Lecuanda manifiesta que los esclavos tenían costumbres relajadas, se dedicaban
al robo y a otros actos delictivos, además de prácticas supersticiosas que derivaban en desviaciones de la
fe. Fue por esta razón que, en el caso de Piura, se designó un barrio para negros al norte de la ciudad,
que la tradición le impone el nombre de Mangachería.
Por su parte a la vista de los hechos José Ignacio de Lecuanda declaraba también que existían
otros territorios destinados para los esclavos ubicados en las inmediaciones del río Chira, Morropón,
Tangarará y el Arenal (1).
NOTAS.-
(1)Sofía Eliana Agurto; Ven y Disfruta en la Mangachería.

LA MANGACHERÍA EN MATALACHAÉ
Enrique López Albújar: Matalaché es una historia de amor empañada por los prejuicios sociales
de la época (S. XVIII) basándose en una versión inspirada en la historia del barrio de la Mangachería en
la que esclavos malgaches trabajaban en una tina de jabón dentro de dicho territorio.
“Matalaché, apodo del esclavo José Manuel quien cumple la función de reproductor para su
dueño. Él es diferente a los demás ya que era el capataz de la hacienda no era ignorante y poseía
cualidades de gente decente […].
La Tina, ambiente en el que se desenvuelve la historia es una hacienda que posee dos zonas
bien definidas: al norte la sección dedicada a los cueros con una tenería, una ramada, corrales y un
molino; y al sur la fábrica de producción de jabón con sus enormes tinas y hornos […].
El capataz estaba siempre detrás de los esclavos exigiéndoles, mediante fuertes maltratos,
largas horas de trabajo, y una dieta insana […]. Por otro lado, don Juan Francisco (dueño de la fábrica)
quien tiene interés en conocer la hacienda. Su guía será el capataz José Manuel y María Luz, una joven
de mentalidad abierta, rechazaba los prejuicios raciales y las normas sociales con las cuales fue educada,
por ello se muestra muy condescendiente con los esclavos. Cuando José Manuel se compromete a
trabajar en el oratorio y hacer unas zapatillas para ella, ambos desde ese momento, se sienten atraídos.
(1)Enrique López Albújar, Matalaché, edición de 1928.

EL GENTILICIO MANGACHE
Autor: Carlos Arrizabalaga Lizárraga  
El gentilicio “mangache” es uno de los términos López Albújar incluye uno al final de su libro De
la tierra brava. Poemas afroyungas (1938), por lo que no era una palabra común en el resto del país. En
otro lugar emplea el término “mangacherinos”, que no prosperó. Se trata de cualquier modo de una rara
pervivencia entre un grupo de términos que aludían al lugar de procedencia de los negros esclavos,
separados de su grupo étnico por el comercio negrero: “ararás”, “congos”, “angolas”, “caravelíes”…
África quedaba muy lejos y la permeabilidad social fue borrando esos indicativos, que habían
servido no tanto como señal de identidad, sino como marca distintiva y vergonzosa con que se ofrecían
hombres, mujeres y niños en el comercio negrero.
Sea como fuere, si sumaron un grupo más numeroso, o es que fueron de los últimos que
llegaron a Piura, lo cierto es que solo ellos conservaron su nombre de origen. Provenían de Madagascar,
la cuarta isla más grande del mundo, en el lejano océano Índico. Y mantuvieron con fiereza su nombre y
su identidad aunque el recuerdo de su origen fuera borroso. Los portugueses llamaron a la isla
Madagascar, y los franceses difundieron el gentilicio “malgaches” (en castellano hubiera sido algo así
como “malagasios” o “malaquenses”). Ya en América se trocó la implosiva lateral con una consonante
nasal seguramente por asimilación fonética: “mangaches”, y es fácil en tal posición ese trueque de
líquidas. El término sólo subsiste así en Piura. Algunos se mencionan ya en el siglo XVI, y vemos
mangaches en Panamá o Ecuador, pero no hay otra ciudad en la que hayan dado su nombre a uno de
sus barrios más populares.
Llegaron del campo, los más, cuando el presidente Ramón Castilla abolió definitivamente la
esclavitud, y salieron adelante como sastres, zapateros y toda suerte de trabajos (1). Tradicionalmente se
enfrentaban con los negros del barrio sur, llamados despectivamente los de la Gallinacera por
encontrarse muy cerca del camal y al costado del mercado viejo, junto al río, habitualmente lleno de
gallinazos. La Gallinacera vivía en torno a la parroquia de San Sebastián y la Mangachería en torno a la
pequeña capilla de la Cruz del Norte, que finalmente también se convirtió en parroquia.
Linda L. Grabner-Coronel publicó en la Revista Iberoamericana, en 2005, una reflexión sobre la
“localización del poder” en el Perú (2)] comparando la representación de la indigenidad en tres novelas
peruanas entre las que se encuentra, en primer lugar, La casa verde de M. Vargas Llosa. Aparte de
descalificar al escritor por considerarlo moderno, nacionalista y colonialista y, por todo ello,
eminentemente masculino, dirige su análisis al hecho de que son las mujeres de la Mangachería las que
incendian el prostíbulo verde de la novela, y todo ello para llegar a la forzada conclusión de que aquí,
como en las chicherías de Abancay que se muestran en “Los ríos profundos” de J. M. Arguedas, “quienes
causan las revoluciones sociales son las mujeres indígenas” (3)
Así pues, efectivamente y sorpresivamente, la investigadora norteamericana considera que los
mangaches son “indígenas aculturados”, y confunde sin ningún tipo de rubor los espacios descritos en la
novela. Resulta que “las chozas de barro y caña brava de la Mangachería” que aparecen en las páginas
de Vargas Llosa, así como “las picanterías y chicherías de la Gallinacera, (…) que abrazan a Piura como
una muralla” (1966). Los interpreta como barrios indígenas. En realidad la población indígena de Piura,
muy numerosa, vivía en los pueblos de Catacaos, de Sechura y de Colán, aunque ya no se consideraban
como tales, sino más bien como comunidades campesinas, dado lo avanzado del mestizaje y el hecho de
que todos ellos hablaban castellano, desde hace por lo menos siglo y medio, en esta parte del país.
Refiere López Albújar que los oficios se ubicaban al norte y al sur de la ciudad con
especializaciones específicas: “Así, mientras el mangache fabricaba adobes y ladrillos, tejía riendas y
empajaba techos, curtía pieles, repujaba cueros y laboraba jabones. El gallinacero fabricaba peines y
calzado, tejía cobijones y alforjas, manipulaba la plata y el oro y forjaba el hierro y tallaba la madera, este
hacía la música y aquél bailaba. Cuando el uno era castillista, monterista o pradista, el otro alardeaba de
vivanquista, pradista o pierolista”.
En la novela de Vargas Llosa hay un eco de estas rivalidades. Para los años 50 los mangaches
eran urristas y recordaban la figura del presidente Sánchez Cerro. Y, por cierto, se menciona Catacaos
apenas una vez y como a lo lejos, pero no hay personajes piuranos de origen indígena o campesino. Son
todos pobladores de la ciudad, aunque sea una ciudad tan pegada al campo y a la tierra que parecen
confundirse. Los protagonistas, los del barrio norte, manifiestan con orgullo su identidad: “Todos sabemos
–dirá uno de los inconquistables– que los mangaches son los mejores.” Cuando ya Anselmo se
acostumbra a la ciudad, el narrador anota: “bailaba el tondero como los mangaches”. Y al final, cualquier
piurano reconocía en él a un mangache por su manera de hablar. Lituma mismo es Mangache y protesta
cuando al salir de la cárcel ve que los blancos se pasean por la Mangachería “como por su casa”. El
nombre del barrio se reitera cuarenta veces en la novela y el adjetivo “mangache” en veintiocho ocasiones
más (4).
Es un error de bulto confundir los antiguos barrios de negros con poblaciones indígenas, y hablar
de “mujeres gallinazo” para referirse a las lavanderas y vendedoras del mercado. Una ofuscación. Es la
miopía del intelectual indigenista que continúa el simplismo de los ensayos mariateguianos. Para la
dialéctica marxista todo ha de reducirse siempre a dos polos opuestos cuando la realidad siempre es más
compleja y particularmente en el caso del norte peruano, pues se trata de un espacio multipolar en el que
la herencia africana constituye una parte fundamental de la identidad, la misma que mezcla, borra y
matiza sangres, colores, danzas, costumbres, dejos y sabores.
No por nada Jorge Moscol Urbina llamó Mangachería rabiosa a la colección de dieciséis de sus
mejores relatos y anécdotas (5) Era no solo el barrio emblemático de Piura sino el término con el que más
orgullosamente se reconocían los personajes y, por extensión, los lectores de este eximio periodista y
escritor piurano. El barrio norte ha difuminado sus fronteras con el desarrollo urbano ysus pobladores se
han diseminado por toda la ciudad. Todos los piuranos son mangaches y conservan ese antiguo nombre
sin apercibirse de su significado original, pues la población ya no le otorga una interpretación étnica. Lo
expresa en su poema “De la rica china”, el tan piurano Enrique López Albújar:
¡Qué guapa china la Carmela!
¡Cómo se mece al caminar!
Qué bien mangache es su lisura
Y qué piurana al decir ¡gua! [6]
Que las piuranas tienen su geniecito, no hay más que decir. Pero que ese geniecito sea debido a
una herencia genética (¿las capullanas que se mencionan los cronistas?) o una evolución cultural ya es
otra historia. Presuponer una raíz indígena, una especie de gen originario a un supuesto impulso
revolucionario es más que un error de obcecación del indigenismo, una expresión del racismo subyacente
y del totalitarismo solapado que subyacen en esa corriente ideológica. El error no pretende más que
justificarse en la superchería de lo irremediable. Con el vistoso ropaje de los estudios culturales, con un
discurso aparatosamente sobre interpretado por una posición ideológica radical llena de prejuicios, y con
la herencia negra como lastre, asumida sin más (pero no ingenuamente) desde la tradición anglosajona
protestante, la profesora Grabner-Coronel ha logrado que una de las mejores revistas del hispanismo
publique entre sus páginas una visión totalmente errada de la realidad peruana a partir del análisis de tres
novelas que, en cualquier caso, son obras de ficción y no un reflejo exacto de la realidad (7).
NOTAS.-
(1) Se ha mencionado alguna vez que los topónimos “Malacas” o “Malacasí”, en el campo piurano,
tendrían relación con el gentilicio, pero a decir verdad, parece ser una simple coincidencia fonética. Deben
tratarse de nombres prehispánicos.
(2) Linda L. Grabner-Coronel, “Localización del poder en el Perú: Reflexiones en torno a la representación
de la indigenidad y feminidad en tres novelas peruanas”, Revista Iberoamericana. Vol. LXXIII, n. 220, jul-
sept. 2007, pp. 563-579.
(3) La tercera de las novelas analizadas es Aves sin nido (1889) de Clorinda Matto de Turner, que sería,
para Linda Grabner-Coronel, la única expresión válida de feminidad e indigenidad.
(4) Mario Vargas Llosa, La casa verde. Barcelona, Seix Barral, 1967. Pongo las páginas entre paréntesis.
(5) Jorge E. Moscol Urbina, Mangachería rabiosa. Piura, Ediciones Piuranidad, 1986.
(6) Enrique López Albújar, De la tierra brava. Poemas afroyungas. Lima, Editora Peruana, 1938, p. 33.
(7) Se publicó en el diario El Tiempo el 17 de abril y el 21 de mayo de 2013. Aquí se han hecho
modificaciones al texto original, que se ha ampliado considerablemente.

NACIMIENTO DEL “CHURRE MANUELITO” EN LA MANGACHERÍA


Se enriquece la literatura piurana con esta nota periodística que se editó en el diario piurano El
Correo, edición del 24 de diciembre del 2015, y que lleva el titular del encabezamiento, por su autor don
Francisco Ramos Seminario, cuyo cuerpo literal sigue a continuación:
“Desde días antes de la “Nochebuena” los niños de la Mangachería (en Piura) recorrían casa por
casa visitando los pesebres, donde el día 24 a las doce de la noche sería colocado el “Churrito
Manuelito”, como así lo llamaban en aquel entonces en La Mangachería, allá por el año 1950”, nos cuenta
don Francisco Seminario Ramos, un Mangache de pura cepa.
Según nos cuenta, eran otros tiempos, se vivía con plenitud y religiosidad el Nacimiento del
Redentor, la gente se vestía muy elegantemente y se visitaban las siete iglesias y una de ellas era la Cruz
del Norte, que exhibía un hermoso pesebre de gran tamaño. Las mujeres de este sector de la ciudad se
esmeraban en adornarlo con lo mejor que podían encontrar, con mucho paciencia y creatividad.
“Los niños y niñas, esperaban con ansias que “Manuelito” les trajera su regalo en ese día. Era
total su inocencia que creían que poniendo un zapato bajo la almohada, era sinónimo que recibirían un
regalo del Niño Dios. No existía entonces “Papá Noel”, dice Seminario Ramos.
El día 24 luego de las ocho de la noche y haber tomado su chocolate y panetón corrían a la
cama y se dormían pensando en su regalo que les traería el “Niño Manuelito”, y que simplemente era
reemplazado por las manos de sus padres que guardaban celosamente sus juguetes, desde días antes
para que nos los vieran.
Al día siguiente, al despertar, ahí estaban sus juguetes consistentes en muñecas, trencitos,
pistolas y carritos de carey, pelotas de caucho o de jebe, aunque en algunas casas, las pudientes, les
compraban a sus hijos bicicletas o carros a pilas”. 

REFERENCIAS MANGACHES DE RAMOS SEMINARIO.-


Sintetizando lo expuesto, de conocimiento público es que el escritor Humberto Reyes, sobre Fran cisco Javier Ramos
Seminario ha expuesto: “Nació el 17 de Febrero de 1934, en el Barrio "Mangachería", Piura. Ex-alumno del Centro Escolar Nº 21
"Ignacio Sánchez" y de la sección nocturna del Colegio "San Miguel" de Piura.
Periodista colaborador de la página editorial del Diario Correo de Piura, articulista de la sección cultural de "GENTE" -
Revista Gráfica del Norte y otras publicaciones, como "La Verdad", "San Miguel" y publicaciones revístales mensuales.
Su producción literaria de más de 2000 artículos especialmente históricos, políticos y anecdóticos, y entre los que
podemos mencionar: "La Venganza del Negro Morrongo", "Gracias don Lucho", "Historia de la Parroquia de la Santísima Cruz
del Norte", "Historia de Santa Lucía, Protectora de los Mangaches", "Historia del Club Sport Escudero", La Flor Mangache, entre
otros.
Ha recibido diferentes distinciones: Felicitación de la Asociación Latinoamericana de Radiodifusión ALER, Felicitación
de la Comandancia de la Primera Zona Naval, en mérito al artículo "El Escapulario de la Virgen del Carmen", Instituto Superior
Tecnológico Otto Tonsmann Gonzáles, felicitaciones por aporte de la historia del arte musical de Piura por Radio Cutivalú.
Entre los cargos que desempeñó, tenemos que fue miembro titular del Jurado Departamental de Elecciones de Piura
en 1970; y miembro de la Legión Cáceres.

LA MANGACHERÍA.-
Se trata sobre La Mangachería en la tradición oral, que nos cuenta Luis Alberto Gil Garcés. Nos dice lo siguiente:
“La Mangachería es uno de los barrios emblemáticos con más historia colectiva que presenta la ciudad de Piura.
Sobre sus orígenes se manejan diversos enfoques como sugiere Jorge Moscol Urbina, JEMU, fue el licenciado Cosme de los
Ríos quien teniendo una propiedad en el extremo norte de la ciudad fundo una fábrica llamada la tina donde se hacía jabón, cola
y se trabajaba el cuero. Esta versión la respalda el profesor Francisco Seminario Ramos quien reconoce en la Mangachería una
amplia zona que actualmente se extiende, si lo consideramos desde su valor histórico desde la avenida Sánchez Cerro al sur, el
cuartel Reina Farje en el norte y por el este la calle Lima. 
Esta plazuela se fue transformando con el pasar del tiempo en el punto de encuentro de los mangaches que
necesitaba solazarse al aire libre, lugar muy concurrido, antaño, puesto que fue durante la alcaldía del señor Eduardo Pollit que
se decide cambiar de nombre al que posee actualmente en honor al poeta romántico piurano Carlos Augusto Salaverry. Muchas
anécdotas cuentan se entretejieron en este sitio y es aquí donde también se definió el destino político de la comarca con la
conformación de bandas que apoyaban a los candidatos de moda y que estos grupos estaban conformados por los mangaches
varones jóvenes e inquietos como lo apunta el señor Seminario.
Entre Cajamarca y Arequipa muy cerca del lugar de la actual Demuna, también antigua biblioteca municipal, al lado
este se encontraba la panadería de don Antonio Ordinola. Su negocio era uno de los favoritos de los vecinos mangaches puesto
que se vendía dulces de exquisito sabor, así como los conocidos panes de huevo, las mestizas que eran panes redondos
preparados con receta propia y los domingos en que se repartían ante el público que asistiría a las funciones ofrecidas por el cine
teatro Municipal, la panadería ofrecía para sus

SU TRABAJO EN LA CASA TINA.-


Además de los insumos que se mezclaban en el procesamiento del sebo, la buena o mala calidad del jabón dependía
del “maestro jabonero”. Este era el esclavo principal, era el que conocía el momento justo para agregar a la tinada, las
cantidades necesarias de lejía. Contaba con ayudantes que realizaban las labores manuales, desde vaciar los zurrones de sebo
en los fondos de tina hasta empetacar. Los negros se encargaban de beneficiar a los animales en la tina, separar la grasa, cortar
y cargar la leña y guardar los pellejos. Una anotación del trabajo diario de los negros en un cuaderno de tina podía ser como la
siguiente:
  M. Sojo contra T. Subiaur por arriendo de hacienda.
En 30 de junio y 1 de julio cargo leña de sapote Mandinga
En 1 de julio se comenzó a sacar la grasa por Ñocoto y Matheo y se acabó de sacar el día 4 de julio de 1716
En 1 de julio de 1716 se echaron en las ollas once botijas de grasa Ñocoto y Matheo
En 3 dicho otras once botijas67Sin embargo, se percibe como la anotación es retrospectiva y no apuntada al
momento.
También había el maestro hornero que, como su nombre lo dice, se encargaba de atizar el fuego de los hornos
subterráneos sobre los que estaban asentados los fondos de cobre. Podía contar con un ayudante para cargar el horno con leña.
Quizás y a semejanza de lo que encuentra Ramírez para los ingenios en Lambayeque, los esclavos especializados recibieran
algún beneficio particular sobre el resto por su misma condición (Ramírez 1976:38).
Trozos de los Ejidos eran alquilados y protegidos con cercas. Al serle embargado el trozo llamado (...)
La leña generalmente la cortaban de los Ejidos de la ciudad aprovechando los algarrobos, el zapote e incluso, los
cercos de alguna chacra sin vigilancia.
Extraer la grasa necesaria para una tinada requería de dos peones quienes la sacaban de los animales. Los pellejos
que se obtenían, debían ser cuidados por otro peón más por lo menos quince días para evitar que se secaran mal. Además
mientras no se retiraban de la casa-tina debían ser sacudidos cada diez días. El paneado o corte del jabón era hecho por el
maestro cortador de jabón y finalmente, el negro aguador se encargaba de abastecer con este elemento a la fábrica.
El número de esclavos que eran fijos de la tina casi nunca fue muy alto. Por el contrario podría incluso afirmarse que
fue bastante bajo como para llevar adelante una industria por muy incipiente que fuera.

LOS NEGROS EN PIURA-


Por lo general, fueron mano de obra esclava utilizada para la fabricación de jabón aunque también hubo libertos que
trabajaron en las casa-tina. Durante el virreinato, la mayoría de los esclavos estuvieron asentados en la costa y de manera
desigual. El 73.7% se hallaba en la intendencia de Lima y de ellos, el 60% se encontraba en el partido limeño. Incluso buena
parte de éstos, se encontraban dentro de la capital virreinal. Con 4,725 esclavos, la intendencia de Trujillo resultaba la tercera
más importante con el 11.7% de la población total. Por su parte, Piura con 884 esclavos, alcanzó el 2.2% del total virreinal, el
18.7% de la intendencia y algo menos del 2% de la población general de la provincia.
Los piuranos compraban esta mano de obra de Lima o de Panamá. Esta última fue el mercado ordinario de los
piuranos, sobre todo en el siglo xvii hasta mediados del xviii. Los tineros iban personalmente o aprovechaban el viaje de algún
comerciante conocido para hacer el encargo. Podían darle dinero pero lo más común era enviar mercadería y que con lo
resultante de la venta se pagara el valor del esclavo. Lima fue también un buen mercado en el cual comprar —y sobre todo
colocar— esclavos. La práctica común fue nombrar un apoderado que realizase la venta o la compra. En este caso parecen
haberse valido de cualquiera que fuera a la capital o de un comerciante de la carrera.
Bowser (1974) en su apéndice sobre nombres étnicos africanos, localiza a los Caravelí como pro (...)
Schlüpman (1986) toca algo sobre la mano de obra esclava en la hacienda Yapatera. Castillo (...)
Señalo esto por haber encontrado entre otras cosas, el testamento de María de Céspedes y de Pablo (...)
Como a todo el virreinato, a Piura llegaron esclavos a los que se les señalaba por “castas”: mandinga, mina, Caravelí,
conga, chala, etc. Hubo también esclavos zambos y mulatos. Parte de los que llegaron fueron llevados a las haciendas del Alto
Piura y como también eran símbolo de status, gran parte permanecieron en la ciudad como servicio doméstico y como mano de
obra en las casas-tinas. Cabe recordar que “la esclavitud tuvo un significativo componente urbano en el Perú colonial” (Flores
Galindo 1984). Un punto futuro de estudio tendrá que ser la ubicación y la movilidad del esclavo en el mundo social piurano pues
no parece haber sido rígida e inamovible su situación.

SU TRABAJO EN LA CASA´TINA.-
Además de los insumos que se mezclaban en el procesamiento del sebo, la buena o mala calidad del jabón dependía
del “maestro jabonero”. Este era el esclavo principal, era el que conocía el momento justo para agregar a la tinada, las
cantidades necesarias de lejía. Contaba con ayudantes que realizaban las labores manuales, desde vaciar los zurrones de sebo
en los fondos de tina hasta empetacar. Los negros se encargaban de beneficiar a los animales en la tina, separar la grasa, cortar
y cargar la leña y guardar los pellejos. Una anotación del trabajo diario de los negros en un cuaderno de tina podía ser como la
siguiente:
  M. Sojo contra T. Subiaur por arriendo de hacienda.
En 30 de junio y 1 de julio cargo leña de sapote Mandinga- En 1 de julio se comenzó a sacar la grasa por Ñocoto y
Matheo y se acabó de sacar el día 4 de julio de 1716. En 1 de julio de 1716 se echaron en las ollas once botijas de grasa Ñocoto
y Matheo.
En 3 dicho otras once botijas67Sin embargo, se percibe como la anotación es retrospectiva y no apuntada al momento.
También había el maestro hornero que, como su nombre lo dice, se encargaba de atizar el fuego de los hornos
subterráneos sobre los que estaban asentados los fondos de cobre. Podía contar con un ayudante para cargar el horno con leña.
Quizás y a semejanza de lo que encuentra Ramírez para los ingenios en Lambayeque, los esclavos especializados recibieran
algún beneficio particular sobre el resto por su misma condición (Ramírez 1976:38).
Trozos de los Ejidos eran alquilados y protegidos con cercas. Al serle embargado el trozo llamado (...)
La leña generalmente la cortaban de los Ejidos de la ciudad aprovechando los algarrobos, el zapote e incluso, los
cercos de alguna chacra sin vigilancia.
Extraer la grasa necesaria para una tinada requería de dos peones quienes la sacaban de los animales. Los pellejos
que se obtenían, debían ser cuidados por otro peón más por lo menos quince días para evitar que se secaran mal. Además
mientras no se retiraban de la casa-tina debían ser sacudidos cada diez días. El paneado o corte del jabón era hecho por el
maestro cortador de jabón y finalmente, el negro aguador se encargaba de abastecer con este elemento a la fábrica.
El número de esclavos que eran fijos de la tina casi nunca fue muy alto. Por el contrario podría incluso afirmarse que
fue bastante bajo como para llevar adelante una industria por muy incipiente que fuera.

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