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- III -

OTRO IMPUESTO NEFASTO: EL


IMPUESTO A LA RIQUEZA

Todo mal con el impuesto a la riqueza

Tal cual explicamos en numerosas ocasiones, el sistema tributario de


un país debería tener como única finalidad recaudar los fondos
necesarios para que el Estado pueda funcionar y llevar adelante sus
funciones básicas.

Y, dado que todo impuesto restringe el derecho de propiedad de los


individuos que conforman ese Estado, la recaudación impositiva debería
realizarse buscando causar el menor daño posible. De allí nuestra batalla
cultural no solo contra la voracidad fiscal, sino también contra el acoso
fiscal.

Si bien esto funcionó exactamente así por siglos, durante los cuales
los aumentos de impuestos fueron la excepción, solo se hacían para
enfrentar gastos provenientes de situaciones extraordinarias (i.e. guerras)
y se dejaban sin efecto apenas estas circunstancias desaparecían, hace
tiempo que dejó de hacerlo de esta manera.

En efecto, las últimas décadas fueron testigos de dos fenómenos


sumamente negativos para el derecho de propiedad de las personas,
aunque uno más nocivo que el otro:

a) el uso de impuestos para promover o desalentar ciertas conductas (i.e.


fumar, contaminar el medio ambiente, comer “comida chatarra”,
utilizar dinero en efectivo, etc.); y
b) el uso de impuestos para “redistribuir la riqueza” en nombre de la
“justicia social”.
Pues bien, el gravamen que se conoce internacionalmente como
“impuesto a la riqueza” y que algunos países denominan “impuesto al
patrimonio” o “impuesto a los bienes personales” no sirve para recaudar,
no crea incentivos adecuados y además no promueve la distribución de
la riqueza, sino todo lo contrario y es por ello que debería eliminarse en
lugar de aumentarse o, de ser estrictamente necesario, transformarse en
un impuesto que solo afecte bienes inmuebles ubicados en el país de que
se trate (sería, ni más ni menos, que el Impuesto a la Propiedad que
existe en muchos países desarrollados).

En este contexto, no sorprende que la cantidad de países de alta


tributación pertenecientes a la nefasta OCDE que cobraban este tipo de
impuesto se haya reducido de 14 en 1996 a solo 4 en 2017, los cuales –
por otro lado – tienen mínimos no imponibles elevados (como sucede en
España o Francia) o lo cobran solamente sobre activos en el extranjero
(como sucede en Italia).

Razones de esta tendencia

Hay muchas razones que explican este fenómeno a nivel global.

Entre ellas, se encuentran las siguientes:

• Se trata de un impuesto que, al castigarlo, reduce el ahorro global de la


población, disminuyendo inversiones, y por ende el crecimiento de la
economía, la productividad y salarios. Esto no es algo que decimos
nosotros, sino que surge, entre otras fuentes, de un estudio que realizo
Asa Hansson en 2010, comparando información sobre impuestos y
crecimiento de veinte países integrantes de la OCDE entre 1980 y 1999
y de simulaciones impositivas realizadas por la “Tax Foundation” y el
“IFO Institute”. Cuando Francia abandonó este impuesto en 2017, el
ministro de economía francés explicó que el mismo le había costado, en
pérdida de inversiones, el doble de lo que habían logrado recaudar. En
definitiva, si bien es cierto que estamos ante un impuesto que, en el
corto plazo, “ataca a los ricos”, en el mediano y largo plazo repercute
negativamente más en las clases baja y media que en la clase alta, ya que
son estas clases las que dependen más del crecimiento de la economía.
• Se trata de un impuesto difícil de administrar para los sujetos obligados
(básicamente porque exige valuar activos que no siempre son de fácil
valuación), que por lo general afecta de manera distinta diferentes bienes
y que tiene históricamente una baja tasa de cumplimiento. Estas fueron,
por ejemplo, las razones esgrimidas por Austria (1994), Finlandia
(2006), Suecia (2007) y Holanda (2001) al abandonarlo. El tema del
tratamiento desigual de activos fue la razón por la cual las cortes de
Alemania declararon este gravamen como inconstitucional en 1997.
Respecto de la baja tasa de cumplimiento, en la inmensa mayoría de
países – incluyendo Argentina – es perfectamente legítimo ceder activos
a estructuras fiduciarias irrevocables (i.e. trusts, fundaciones, etc.) y
dejar de pagar, a partir de entonces, este impuesto.

• Otro argumento en contra de este gravamen tiene que ver con que es el
impuesto más afectado por la llamada “Competencia Fiscal” entre
países, fenómeno al que nos vamos a referir en varias ocasiones en este
libro. En muchos países, bastaba con cambiar la residencia fiscal para
dejar de ser sujeto obligado. Ejemplos de esto, abundan.

• Por lo demás, en época de tasas bajas a nivel global, el impuesto a la


riqueza se vuelve realmente confiscatorio. Para una inversión que rinde
1%, un impuesto a los bienes personales de 1,5% equivale a un impuesto
a las ganancias mayor al 100% y de hecho reduce en el tiempo el valor
del activo.

El único país donde pareciera funcionar este impuesto es Suiza, pero


ello es así porque dicho país cobra impuestos moderados sobre la
propiedad inmueble y sobre las ganancias corporativas y no cobra
impuesto sobre las ganancias personales.

Por otro lado, ¿qué cosa no funciona bien en Suiza?

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